EVANGELIO DE SAN MARCOS
I INTRODUCCIÓN
AL EVANGELIO DE SAN MARCOS
Origen del
Poder de Los Apóstoles
El Derecho
de Dios a dirigir la Historia de su Creación no es negociable, ni
se sujeta a discusión. En tanto que Creador este Derecho es natural.
Sólo faltara eso, que a un Picasso, por poner un ejemplo, se atreviese
alguien a dictarle cuándo y cómo puede crear, y cómo debe y no debe
cambiar alguna cualidad o detalle de su obra.
Afortunadamente
la estupidez está reñida con el Derecho. Desgraciadamente la estupidez
hace Derecho y ha desplazado el Derecho Natural al cubo de la basura.
Con todo,
el Derecho Divino prima. El Todopoder lo
defiende. Y la Omnisciencia lo pone en acto.
Que Dios
en cuanto Creador disponga de su Creación acorde a su Omnisciencia
es una Realidad que el Antiguo Testamento les sirvió a todos los hijos
de Abraham desde los días de Moisés. No que dejase de hacerlo con
el mismo Abraham y el propio Noé. Pero hasta entonces ese Derecho
nunca había elevado la condición de la Criatura humana tan cerca de
la de su Creador. Le bastaba a Moisés mover su Vara para que se hiciese
acorde a su Voluntad.
Aun así,
aunque Dios había preparado a su Pueblo para que alzase sus ojos a
su Creador y entendiese que, hablando de Concepción de lo que el Poder
es, entre Creador y Criatura hay un Puente sobre el Abismo, lo que
vivieron los Apóstoles no encontraba en los diccionarios de las Lenguas
Humanas palabras con las que narrar aquella Experiencia tan única,
tan irrepetible, tan ...en una palabra... Divina. A aquel hijo de
Dios le bastaba abrir la boca para que al instante su Palabra se hiciese
Realidad.
“Dios dijo;
y así se hizo”; con estas Palabras comienza el Antiguo Testamento.
Es el Poder de Dios. Creado el Hombre a Imagen y Semejanza de Dios,
¿es antinatural que el Hombre gozase de este Poder? Es lo que habían
vivido. ¡Punto! Es lo que estaban viviendo. ¡Y aparte!
En la Introducción
al Evangelio de San Mateo vimos cómo ante semejante despliegue de
Poder los Judíos concluyeron que el Poder de Dios había vuelto loco
al Hombre. En lugar de conducir a Jerusalén al Pináculo de la Gloria
desde cuya cumbre todos los reinos del mundo mirasen a la Ciudad Santa
tal cual si fuera el Monte de Dios en la Tierra, el Hombre al que
Dios le había dado la Gloria de Gozar del Poder del Omnipotente estaba
conduciendo a Jerusalén a su Destrucción, y al Pueblo Judío a su extinción
bajo el Martillo del César en la Palestina.
¿Pero, y
si una vez enterrado el Muerto se enterrase su Memoria en el Cementerio
de las Curiosidades de la Historia del Mundo? ¿Quién se acordaría
del Cristo una vez que los siglos se tragasen la Memoria de su Existencia
en las profundidades del Abismo del Olvido?
La Batalla
de los Judíos por extirpar la Memoria de la Existencia del Hombre
creado a la Imagen y Semejanza de su Creador de los Anales de la Historia
de Jerusalén y de Roma comenzó apenas los Apóstoles clamaron Victoria
a raíz del Acontecimiento de Pentecostés. Era una Batalla que los
Apóstoles no estaban dispuestos a perder; con Mateo comenzó la Proyección
de la Vida de Cristo a los Milenios.
San Mateo
expuso el Origen Divino de la Doctrina de los Apóstoles. Ellos no
se estaban inventando nada. Ellos no eran filósofos, no eran historiadores,
no eran escritores. Los más eran pescadores; otros, como él, Mateo,
eran funcionarios. No había entre ellos ningún sabio, ningún genio,
ningún poeta de salmos, ningún creador de cuentos y novelas. La Vida
que proclamaban a los cuatro vientos, y San Mateo pasaba al papel,
no era un invento literario engendrado por la mano de un artista consumado
en crear mitos y leyendas. La grandeza del Evangelista estaba en su
total desconocimiento de las Artes Literarias. Los Apóstoles no eran
hombres de Letras. Lo que habían visto y oído, lo que habían vivido,
tocado, amado, sentido, llorado, esa era su Historia, su Verdad. Y
esta Verdad viajaría por los siglos para ser Raíz de Revoluciones
Sociales, el fruto final de cuyo Árbol sería la Integración de la
Plenitud de las Naciones en el Reino de Dios. Nada ni nadie podía
detener este Proceso Histórico. Dios lo había puesto en movimiento.
Dios había
lanzado el Evangelio al Firmamento de los Milenios y, aunque muchos
tratasen, con todos y por todos los medios a su alcance de derribar
su Mensaje, la Palabra de Dios tiene el Poder de Dios de vencer en
esa carrera de obstáculos que son los siglos.
Así de simple,
así de sencillo. Era la Fe. Ayer como Hoy.
Pero volviendo
al Ayer, la mentalidad del pueblo hebreo, formada por el espíritu
de Justicia en Moisés, a fin de asentar la Veracidad del Testimonio
expuesto delante del Tribunal de la Historia, exigía dos Testigos.
Es en este
Contexto Histórico que aparece el Evangelio de San Marcos. San Marcos
no le añade nada ni le quita nada al Evangelio de su San Mateo; se
limita a afirmar el Testimonio de San Mateo presentando el suyo.
Pero si
San Mateo se centra en la Doctrina, abriendo su Origen para que se
vea en Dios su Fuente; San Marcos se ciñe al Poder del Salvador, cuyo
Origen Divino es la Fuente del Origen del Poder de los Apóstoles.
No hay espacio para la Duda, no hay espacio para la Discusión, no
la hay para la Objeción, no cabe ni siquiera la posibilidad de un
discurso de Demostración. Quien escribe este Evangelio está gozando
del Poder de su Héroe. Quien escribe este Evangelio, amén de afirmar
el de su Colega, lo avanza un paso más al Encuentro de una Verdad
Infinita: La Palabra de Dios se ha realizado. Dijo Dios: “Hagamos
al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Y ese Hombre estaba
vivo, ese Hombre estaba en Ellos.
Más, mucho
más, la Gloria de esta Imagen y Semejanza había sido elevada al mismísimo
Trono de Dios.
En efecto,
al Principio distribuyó Dios entre sus hijos la Formación de las primeras
familias humanas. La Tierra como Paraíso de vida en su etapa de Evolución
Filogenética fue abierta a los hijos de Dios desde el Principio de
su Creación. De qué rama del árbol de las especies vendría el Hombre
fue en Enigma hasta que el Ántropos, en imitación de los hijos de
Dios que se movían por los valles sobre sus dos piernas, abandonó
el Bosque y comenzó a moverse a dos piernas en tierra firme. El Temor
de las bestias a los hijos de Dios que bajando de las alturas se movían
entre ellas sobre dos piernas, y regresaban a los cielos llevándose
consigo ejemplares de las especies de todos los tiempos y lugares,
ese Temor fue proyectado hacia aquel Ántropos que salió del Bosque:
y gracias a este Temor el Ántropos impuso su dominio sobre todas las
especies.
Luego, cuando
el Ántropos dio paso al Homo Sapiens, en el que la Inteligencia suplió
a la Fuerza como Vara de Poder entre las bestias y especies de la
Tierra, y la comunicación entre las Familias del Homo Sapiens y “los
dioses” fue bendecida por el Creador de todos, cada Familia Humana
fue formada en la Civilización acorde al carácter y la personalidad
de cada uno de los dioses tutelares de la aquella Humanidad. Proceso
original que aún perdura en la lógica y forma de ver el mundo en los
pueblos madres según las regiones del Planeta. El Fruto Final de aquel
Movimiento que Dios puso en marcha se había de cerrar con la Unificación
de aquellas Culturas humanas con Origen en las Culturas de otros Pueblos
de los Cielos: en una Cultura Universal Integradora en la que los
mismos hijos de Dios descubrirían un Puente de Unión entre sus propios
Mundos.
El Hecho
es que la Imagen del Creador en su Creación Humana sería una proyección
de sus hijos en el Hombre.
Ya sabemos
cómo acabó aquel Proceso. No hay necesidad de repetirse hasta el infinito.
El Caso
que a nosotros nos toca es que gracias a la Promesa de Redención,
Dios volvería a retomar el proceso no Consumado de la Creación del
Género Humano a la Imagen y Semejanza de los Pueblos de los Cielos,
creados para compartir su Existencia en el Mundo Eterno del Propio
Dios Creador de todos y todas las cosas. Y esta Promesa se cumplió.
No podía
ser de otra forma.
Conociendo
a Dios en verdad no podía serlo.
Quien es
Eterno no vive los siglos a la manera de quienes sujetos a la ley
de la muerte contamos nuestras vidas por décadas. Si Mil años es un
día para el Eterno, ¿qué son para Él cuatro décadas?
Y sin embargo
para nosotros cuatro décadas es una vida entera.
Fin de discusión:
Dios dijo, Dios hizo.
Dios prometió
Redención, la Restauración del Proceso de Formación del Género Humano
a la condición de los pueblos de la Creación, y nada ni nadie tenía
el Poder, ni en el Cielo ni en la Tierra, para detener esta Restauración.
Esta fue la Fe de Noé y de Abraham, esta fue la Fe de Moisés y de
David. Era eso, sólo eso, cuestión de tiempo.
Y el tiempo
llegó. Entonces vino a suceder algo increíble. Algo que no estuvo
en el Plan Original anterior a la Caída. La Imagen que Dios vino a
ponerle delante al Hombre no fue la de uno cualquiera de sus hijos.
Para nada. Ni esa Imagen se nos presentó en su forma natural no de
esta creación; para nada. Esa Imagen se hizo Hombre.
Y quien
se hizo Hombre fue el mismísimo Hijo Primogénito de Dios. Y era acorde
a este Modelo que el Hombre comenzó a hacer su Camino al Reino de
Dios.
Más, mucho
más. Como se prepara una vasija para recibir el oro fundido, y se
funde el oro para que llene esa vasija, Dios hizo carne el Espíritu
de su Hijo Unigénito para que el descender sobre la carne el hombre
se llenase de su Espíritu y el hombre que caminase lo hiciese lleno
del Espíritu del Hijo de Dios, es decir, donde hubo un Cristo Jesús,
una vez regresado a su Mundo, fuesen hallados Doce aquí en la Tierra.
Pero... sujetos todos a la misma Ley de Silencio y Servicio a la que
voluntaria y libremente el Maestro de esos Doce dioses se sujetó.
No muchas,
como al Principio, sino sólo una Imagen Divina le fue dado al Ser
Humano para encontrar en el Ser de su Creador su vida. De aquí, que
dijera el Apóstol: Nuestra Vida, que está en Cristo.
Así pues,
a la vez que San Marcos afirma a San Mateo, para que se cumpla la
Ley, que sobre el Testimonio de dos Testigos recibirá el Tribunal
la Veracidad de lo testificado; San Marcos abre el Evangelio al Origen
Divino del Poder de los Apóstoles; algo que afirma con la naturalidad
de quien está gozando del pleno ejercicio de ese Poder Natural al
Hijo de Dios.
Un Poder
que recibieron los Apóstoles en Pentecostés como quien reciben en
Herencia lo que pudieron disfrutar mientras el Hijo de Dios estuvo
con ellos, y les fue retirado desde la Pasión.
Poder sin
el cual es imposible entender la Victoria de los Apóstoles contra
una Persecución Judía que contó con el respaldo del Imperio Romano,
y respaldo hasta serle concedida a Jerusalén un Decreto de Solución
Final contra los cristianos.
Poder sin
cuyo ejercicio y disfrute es imposible comprender la apertura del
Movimiento Apostólico hasta acabar asentando en Roma su base principal
desde la que proyectar las raíces del Cristianismo a las naciones
componentes del Imperio.
Poder ejercido
sin alborotos, sin atraer a las muchedumbres al terreno peligroso
de creerse ante la presencia de dioses bajados a la Tierra; Poder
Divino para sanar todas las enfermedades; Poder peligroso que despertaba
en los hombres la visión una fuente de riquezas y “poder”; Poder tan
real y cierto como que ellos estaban vivos.
Curados
estaban los hombres de los días del Imperio de los Césares de todo
tipo de doctrinas y religiones. Aquel era un mundo en el que el hierro
hacía la Ley; la tinta con la que se escribía la Historia era la sangre
de los vencidos. No había en aquel mundo espacio para un Amor Divino
reinando en el corazón del infierno en que se había convertido aquella
Humanidad que un día soñó con ser un paraíso de libertad, paz y justicia.
Si Dios quería hacer de la Cruz el signo sagrado final, Dios tenía
que darles a los hombres algo más que “amad a vuestros enemigos”.
La Doctrina Cristiana tenía que ir acompañada de un Poder sin medida
para hacer lo que Dios en persona haría de estar entre los hombres,
que fue precisamente lo que hizo su Hijo: sanar todas las enfermedades.
Tomando
esta Base como Roca Fundacional de la Revolución Cristiana ¡qué ciego,
mudo, cojo, paralítico, sordo, manco, endemoniado.... faltó a su cita
con el Circo Romano? ¿Sin este Pan que bajó del Cielo y le fue suministrado
a los pueblos por el Maestro en primera instancia, y por sus Discípulos
después, qué futuro hubiese tenido la Doctrina del Reino de los cielos?
Sin este Pan, Cristo hubiese pasado sin pena ni gloria, y hubiese
sido recordado por el Futuro a la manera de Flavio Josefo, dedicándole
una línea perdida en sus Guerras Judías. ¿De dónde salió aquel ejército
que vino de todas las regiones de la Palestina Romana a informarse
de lo que no podían creer, habían Crucificado al Hijo de David? Dios
es, en verdad, Señor del Tiempo. La Noticia reuniría en Jerusalén
a todos los que el Hijo de David liberó de las garras de la enfermedad,
el pecado y la muerte. En Cuarenta días y Jerusalén sería un mar de
hombres y mujeres, ancianos y niños sanados, los miles y miles de
hombres y mujeres, ancianos y niños que recibieron el mayor don que
puede recibir el ser humano: La Libertad que viene de la Salud en
el Nombre de un Dios que es Amor y se descubre Padre de todos los
hombres. Para aquellos miles de criaturas el Evangelio de Marcos no
fueron sólo palabras; sus líneas les pertenecían; ellos eran testigos
vivos de cada Palabra.
Una cuestión
viene al caso: ¿De no haber tenido lugar Pentecostés en esos días
en que la Noticia se confirmó: El Templo había entregado al Hijo de
David al Gobernador Romano para que lo crucificase, qué hubiera sucedido
en Jerusalén? ¿De no haber salido San Pedro a calmar los ánimos de
aquellos miles de seres humanos que habían comido el Pan que bajó
del Cielo y se sentían en la plenitud de la Fuerza que viene del Amor
por Dios; de no haber saltado San Pedro para demostrarles que así
había sucedido porque así lo había dispuesto Dios Padre en favor de
la Redención de la Humanidad entera, a fin de que en la Sangre de
su Cordero Expiatorio quedase demostrada ante el Cielo la Ignorancia
del Primer Hombre; de no haber Cristo puesto en su boca el Discurso
de Pentecostés, cuál hubiese sido la reacción de aquella muchedumbre
de hombres y mujeres en respuesta al Delito del Homicidio contra el
Hijo de David cometido por el Templo de Jerusalén?
¿La Omnisciencia
Creadora, de verdad no implica el Señorío del Tiempo? Las línea del
tiempo corre lejos del control de los poderes del mundo, pero Aquel
que desde su Omnisciencia ve su camino por los siglos, por los milenios
¿no verá sus pasos en los días que tiene un mes? ¿Quien ha puesto las estrellas en los Cielos y pintado con ellas en el Firmamento
un Mapa de Navegación se asustará de las consecuencias de los actos
de criaturas separadas de las bestias irracionales por la Fe?
A San Marcos
no le tiembla el pulso. Corrobora todo lo escrito por San Mateo. Le
ha dado Dios la vida para que testifique y se cumpla la Ley. Quien
disfruta de la Paternidad Divina no necesita dar explicaciones; no
se detiene a explicar sus movimientos. Dios es Dios y el hombre es
el hombre; que el hombre, sin la Imagen de Dios en su ser, pueda comprender
a Dios es pedirle a las bestias que sigan el Discurso de Sócrates.
Pero basta,
¿quién era este Marcos? A lo largo de los siglos la polémica sobre
la Identidad de este Evangelista ha dejado sus huellas en el pensamiento
de las iglesias. La conclusión oficial admitida dice que este Marcos
fue el discípulo de San Pedro, quien le redactó este Evangelio, sin
que el mismo San Marcos hubiese conocido al Héroe sobre el que escribe.
Ahora bien, esto es desconocer la relación de Dios con la Ley.
Un discípulo
de San Pedro en ningún caso hubiera satisfecho el espíritu de aquella
Justicia Divina que exige basar el Juicio sobre el Testimonio de dos
Testigos Veraces, es decir, dos testigos que hayan vivido en sus carnes
y huesos el relato que defienden.
Puesto que
Dios es Veraz, Dios no admite dobleces. Este Evangelista, supuestamente
identificado como discípulo de Pedro, si este San Marcos no hubiese
sido uno de los Apóstoles, no hubiese podido presentar su Relato ante
el mundo más que como Evangelio Apócrifo ... Pues que esta conclusión
es elevar el absurdo a su máxima potencia de locura, ergo, este San
Marcos fue uno de los Apóstoles.
Doce fueron
los Testigos:
Pedro y
Andrés
Santiago
y Juan
Bartolomé
Santiago,
el Menor
Judas Iscariote
Judas Tadeo
Mateo
Felipe
Simón
¿De los
Doce quién pudo ser este Marcos?
¿Quién de
los Doce desaparece de la escena y se diluye en el horizonte del Movimiento
Apostólico sin aparentemente tener influencia de ninguna clase en
su desarrollo internacional?
En efecto,
es Juan, aquél jovencito a quien le dice Jesús desde la Cruz: “He
ahí a tu Madre”, y a la Madre le dice: “He ahí a tu hijo”.
La vida
de Juan quedó desde ese momento ligada a la Madre de Cristo. En el
Libro Quinto de la Historia Divina de Jesucristo, tratando el Misterio
del Rostro de la Madre de Cristo, toqué con la amplitud requerida
este tema. Al Libro os envío para que esta Identificación quede sellada
y fuera de discusión.
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