JUECES
1
Después de muerto Josué, consultaron los hijos de Israel a Yavé, diciendo: «¿Quién de nosotros subirá antes contra el cananeo y le
combatirá?» Y respondió Yavé: «Judá subirá, pues he dado la tierra en sus
manos» Y dijo Judá a Simeón, su hermano: «Sube conmigo a la parte que me ha
tocado, a hacer la guerra al cananeo, y también iré luego yo contigo a la que
te ha tocado a ti.» Y fue con él Simeón.
Subió, pues, Judá, y puso Yavé en sus manos al cananeo y al fereceo,
y derrotaron en Beceq a diez mil nombres. Habiendo encontrado en Beceq a
Adonisedec, le atacaron y derrotaron a los cananeos y fereceos.
Huyó Adonisedec y ellos le persiguieron, y cogiéndole, le amputaron los
pulgares de las manos y de los pies. Y dijo Adonisedec: «Setenta reyes con
los pulgares de manos y pies amputados, recogían migas bajo mi mesa. Dios,
pues, me paga conforme mis obras». Lo llevaron luego a Jerusalén, donde murió.
Atacaron los hijos de Judá a Jerusalén: y habiéndola tomado, pasaron a los
habitantes a filo de espada y pegaron fuego a la ciudad. Bajaron luego los
hijos de Judá, para combatir a los cananeos que habitaban en el monte, en el Negueb y en el Sefela. Marchó
contra los cananeos que habitaban en Hebrón, antes llamado Quiriat Arbé, y batió a Sesai, a Ajimón y a Tolmai. De allí
marchó contra los habitantes de Debir, que se llamó
antes Quiriat Sefer.
Caleb dijo: «Al que ataque y tome a Quiriat Sefer, le daré por mujer mi hija Acsa».
Otoniel, hijo de Quenaz, el hermano menor de
Caleb, se apoderó de ella, y Caleb le dio su hija Acsa por mujer. Cuando era llevada a la casa de Otoniel, él la excitó a que
pidiera a su padre un campo. Inclinóse ella, según
iba montada, sobre el asno, y Caleb le preguntó: «¿Qué
tienes?» Ella dijo: «Hazme una gracia. Ya que me has dado tierra de secano,
dame también regadíos.» Y le dio Caleb el Gulat superior y el Gulat inferior.
Los
hijos de Jobab, el Quineo, suegro de Moisés, subieron
de la ciudad de Palmeras, con los hijos de Judá, al desierto que está al mediodía
de Judá, según se baja a Arad, y vinieron a habitar con los amalecitas.
Marchó después Judá con Simeón y batieron a los cananeos que habitaban en Sefat, la destruyeron totalmente, y se llamó la ciudad Jormá. Apoderóse también Judá
de Gaza y de su territorio, de Ascalón y Acarón con los suyos. Fue Yavé con Judá y se apoderó
Judá de la parte montañosa, pero no pudo expulsar a los habitantes del llano,
que tenían carros de hierro. Atribuyóse Hebrón a
Caleb, como lo había dicho Moisés, y aquél arrojó de allí a los tres hijos de Enac. Los hijos de Benjamín no expulsaron a los jebuseos
que habitaban en Jerusalén, y los jebuseos han habitado hasta el día de hoy con
los hijos de Benjamín.
También la casa de José subió contra Betel, y Yavé estuvo con ellos. La casa
de José hizo una exploración cerca de Betel, que antes se llamó Luz, y los
centinelas cogieron a un hombre que salía de la ciudad, y le dijeron:
“Enséñanos por dónde se entra en la ciudad y te haremos gracia”. Él les enseñó
por dónde podrían entrar en la ciudad, y ellos la pasaron a filo de espada,
pero dejaron en libertad a aquel hombre y a toda su familia. Este hombre se
fue a tierra de jeteos y edificó allí una ciudad, a
la que dio el nombre de Luz, y así se llama todavía hoy.
Cananeos
no expulsados.
Manasés no expulsó a los habitantes de Betsán y de
las ciudades de ella dependientes, ni a los de Tanac, Dor, Jeblam, Megiddo y las ciudades dependientes de ellas, y los
cananeos se arriesgaron a permanecer en esta tierra. Cuando Israel fue
suficientemente fuerte los hicieron tributarios, pero no los arrojaron.
Efraím no expulsó a los cananeos que habitaban Gazer,
y los cananeos siguieron habitando en medio de Efraím.
Zabulón no expulsó a los habitantes de Quetrom ni a
los de Nalol, y los cananeos siguieron habitando en
medio de Zabulón, pero fueron hechos tributarios.
Aser no expulsó a los habitantes de Acó ni a los de Sidón, ni a los de Majaleb, de Aczib, de Jelba, de Afec y de Rojob: y los hijos de Aser habitan en la tierra en medio de los cananeos, porque no los expulsaron.
Neftalí no expulsó a los habitantes de Bet Semes ni a los de Ben Anat, y
habitó en medio de los cananeos, habitantes de aquella tierra; pero los
habitantes de Bet Semes y
de Ben Anat fueron sometidos a tributo. Los
amorreos rechazaron a los hijos de Dan hacia los montes y no los dejaban bajar
al llano; arriesgáronse los amorreos a quedarse en
el Har Jeres, en Ayalón y en Selebim pero la mano
de la casa de José pesó mucho sobre ellos y fueron sometidos a tributo. El
territorio de los amorreos se extendía desde la subida de Acrabim y desde Sela para arriba.
Infidelidad del pueblo.
Subió el ángel de Yavé de Gálgala a Betel y dijo: «Yo os he hecho subir de
Egipto y os he traído a la tierra que juré a vuestros padres, y he dicho: No romperé
mi pacto eterno con vosotros, si vosotros no pactáis con los habitantes de
esta tierra; habéis de destruir sus altares. Pero vosotros no me habéis
obedecido: ¿por qué habéis obrado así? Pues yo también me he dicho: No los
arrojaré de ante vosotros, y los tendréis por enemigos, y sus dioses serán para
vosotros un lazo» Cuando el ángel de Yavé hubo dicho estas palabras a todos
los hijos de Israel, lloraron todos a voces. 8 Llamaron a este lugar Boquim, y ofrecieron allí sacrificios a Yavé.
Los
jueces.
Cuando Josué despidió al pueblo y se fueron los hijos de Israel cada uno a su
heredad, para posesionarse de la tierra, el pueblo sirvió a Yavé durante toda
la vida de Josué y la de los ancianos que le sobrevivieron y habían visto toda
la grande obra que Yavé había hecho en favor de Israel. Josué, hijo de Nun, siervo de Yavé, murió a la edad de ciento diez años y fui sepultado en el territorio de su heredad, en Timnat Heres, en los montes de Efraim, al norte del monte
Gas. Toda aquella generación fue a reunirse con sus padres, y surgió una
nueva generación, que no conocía a Yavé ni la obra que este había hecho en
favor de Israel.
Los
hijos de Israel hicieron el mal a los ojos de Yavé y sirvieron a los baales. Se apartaron de Yavé, el Dios de sus padres, que
los había sacado de Egipto, y se fueron tras otros dioses, de entre los dioses
de los pueblos que los rodeaban, y se postraron ante ellos, irritando a Yavé. Apartándose de Yavé, sirvieron a Baal y Astarté. Encendióse en cólera Yavé contra Israel, y los entregó en manos d salteadores, que los
asaltaban y los" vendían a los enemigos del contorno, y llegaron a no
poder ya resistir a sus enemigos. En cualquier salida que hacían pesaba
sobre ellos para mal la mano de Yavé, como él se lo había dicho, como se lo
había jurado, y se vieron en muy gran aprieto.
Yavé
suscitó jueces, que los libraron de los salteadores; pero desobedeciendo
también a los jueces se prostituyeron, yéndose detrás de dioses extraños; y los
adoraron, apartándose bien pronto del camino que habían seguido sus padres,
obedeciendo los preceptos de Yavé; no hicieron ellos así. Cuando Yavé les
suscitaba un juez, estaba con él y los libraba de la opresión de sus enemigos
durante la vida del juez, porque se compadecía Yavé de sus gemidos, a causa de
los que los oprimían y los vejaban. 1En muriendo el juez, volvían a
corromperse, más todavía que sus padres, yéndose tras de los dioses extraños
para servirlos y adorarlos, sin dejar de cometer sus crímenes, y persistían en
sus caminos.
Encendióse la cólera de Yavé contra Israel, y dijo: «Pues
que este pueblo ha roto el pacto que yo había establecido con sus padres y no
me obedece, tampoco volveré yo a arrojar de ante ellos a ninguno de los pueblos
que dejara Josué al morir, para por ellos poner a Israel a prueba, si
procuraría o no seguir los caminos de Yavé, como los procuraron sus padres»
Y Yavé dejó en paz, sin apresurarse a expulsarlos, a aquellos pueblos que no
había entregado en manos de Josué.
3
He
aquí los pueblos que dejó Yavé, para probar por ellos a Israel, a cuantos no
conocieron las guerras de Canán; sólo para probar a
las generaciones de los hijos de Israel, acostumbrando a la guerra a los que no
la habían hecho antes: Cinco príncipes de los filisteos; todos los cananeos;
los sidonios, y los jeveos que habitaban el monte
Líbano, desde el monte Baal Hermón hasta la entrada de Jamat.
Estos pueblos habían de servir para por ellos probar a Israel, y saber si
obedecería los mandatos que Yavé había dado a sus padres por medio de Moisés. Los hijos de Israel habitaban en medio de los cananeos, de los geteos, de los amorreos, de los fereceos,
de los jeveos y de los jebuseos. Tomaron por
mujeres a las hijas de éstos y dieron a los hijos de ellos las hijas propias y
sirvieron a sus dioses.
Otuniel, Aod, Samgar.
Hicieron el mal los hijos de Israel a los ojos de Yavé, y olvidándose de Yavé,
su Dios, sirvieron a Baal y Astarté. Encendióse la
cólera de Yavé contra Israel y los entregó a manos de Cusán Risataim, rey de Edom, y
los hijos de Israel sirvieron a Cusán Risataim ocho años. Clamaron a Yavé los hijos de Israel;
y suscitó Yavé a los hijos de Israel un libertador, que los libertó; Otoniel,
hijo de Quenaz, el hermano menor de Caleb. Vino
sobre él el espíritu de Yavé, y juzgó a Israel y salió a hacer la guerra. Puso
Yavé en sus manos a Cusán Risataim,
rey de Edom, y pesó su mano sobre Cusán Risataim; y estuvo en paz la tierra durante
cuarenta años, y murió Otoniel, hijo de Quenaz.
Volvieron otra vez a hacer mal los hijos de Israel a los ojos de Yavé, y Yavé
hizo fuerte a Eglón, rey de Moab,
contra los hijos de Israel, porque hacían el mal a los ojos de Yavé. Eglón se unió con los hijos de Ammón y con Amalec; y marchó
contra Israel, le derrotó y conquistó la ciudad de Tamarin;
y sirvieron los hijos de Israel a Eglón, rey de Moab, dieciocho años. Clamaron los hijos de Israel a
Yavé, y Yavé les suscitó un libertador: Aod, hijo de Gera, benjaminita, zurdo. Los
hijos de Israel enviaron por medio de él un presente a Eglón,
rey de Moab. Habíase hecho Aod un puñal de dos filos, de un palmo de largo, que se ciñó bajo sus vestidos,
sobre el muslo derecho. Presentó los dones a Eglón,
rey de Moab, que era un hombre muy gordo; y hecha
la presentación, despidió a los que habían traído el presente. Venía él de Hapesilim, cerca de Gálgala, y le
dijo: «Tengo que decirte, ¡oh rey!, una cosa en secreto.» Él dijo: «Salid»; y
se salieron todos los que estaban con él. Estaba tomando el fresco en el
cenador alto, que era sólo para él, y le dijo: «Tengo que comunicarte una
palabra de parte de Dios, ¡oh rey!» Eglón se levantó
de su silla; y entonces Aod, cogiendo con su mano
izquierda el puñal que sobre el muslo derecho llevaba, se lo clavó en el
vientre, entrándole también el puño tras la hoja y cerrándose la gordura en
derredor de la hoja, pues no sacó del vientre el puñal. Salió Aod al pórtico, cerrando tras sí las puertas del cenador y echando el cerrojo. Una vez que hubo salido,
vinieron los servidores; y viendo que las puertas del cenador tenían echado el cerrojo, se dijeron: «Seguramente está haciendo alguna
necesidad en el cubículo de verano.» Esperaron mucho tiempo, hasta darles
vergüenza, y como las puertas del cenáculo alto no se abrían, cogieron la llave
y abrieron, viendo que su amo yacía en tierra, muerto. 26 Mientras estaban
ellos perplejos, huyó velozmente Aod, pasó de Hapesilim y se puso en salvo en Seirat.
En cuanto llegó, hizo tocar las trompetas en el monte de Efraím. Los hijos
de Israel bajaron con él de la montaña, y él se puso al frente de ellos y
les dijo: «Seguidme, que Yavé ha entregado en vuestras manos a vuestros
enemigos, los moabitas». Bajaron tras él y se apoderaron de los vados del
Jordán, frente a Moab, sin dejar pasar a nadie. Derrotaron entonces a Moab. De unos diez mil hombres,
todos robustos y valientes, no escapó uno sólo. Aquel día quedó Moab humillado bajo la mano de Israel; y la tierra quedó en
paz durante ochenta años, mientras vivió Aod.
Después de Aod, Samgar,
hijo de Anata derrotó a seiscientos filisteos con una quijada de bueyes,
libertando también él a Israel.
Débora.
Volvieron los hijos de Israel a hacer mal a los ojos de Yavé, y los entregó
Yavé en mano de Jabin, rey de Canán,
que reinaba en Asor y tenía por jefe de su ejército a
Sisara, que residía en Jaroset Goím.
Clamaron los hijos de Israel a Yavé, pues tenían aquéllos novecientos carros
de hierro, y desde hacía veinte años oprimían duramente a los hijos de Israel.
Juzgaba en aquel tiempo a Israel Débora, profetisa, mujer de Lapidot. Sentábase para juzgar
debajo de la palmera de Débora, entre Rama y Betel, en el monte de Efraím; y
los hijos de Israel iban a ella a pedir justicia. Mandó a llamar Débora a Barac, hijo de Abinoem, de Cades, de, Neftalí, y le dijo: «¿No
te ha mandado Yavé, Dios de Israel? Ve a ocupar el monte Tabor y lleva contigo
diez mil hombres, de los hijos de Neftalí y de los de Zabulón. Yo te traeré
allí, al torrente de Cison, a Sisara, jefe del
ejército de Jabín, y a sus carros y sus tropas, y los pondré en tus manos.» Díjola Barac: «Si vienes tú
conmigo, iré; si no vienes tú, no iré.»
Ella
le contestó: «Iré, sí, iré contigo; pero ya no será gloria tuya la expedición
que vas a emprender, porque a mano de una mujer entregará Yavé a Sisara». Levantóse Débora y se fué con Barac a Cades. Convocó Barac a Zabulón y Neftalí a Cades,
y subió con diez mil hombres, subiendo también con él Débora.
Jeber, quineo, se había separado de los otros quineos, hijos de Jobab, suegro
de Moisés, y había plantado sus tiendas en el encinar de Benasanim,
cerca de Cades.
Hicieron saber a Sisara que Barac, hijo de Abinoam, subía al monte Tabor; y Sisara reunió todos sus
carros, novecientos carros de hierro, y todo el ejército de que disponía, y
salió de Jereset Goim al
torrente de Cisón. Dijo entonces Débora a Barac: «Anda, que hoy es el día en que Yavé entrega a
Sisara en tus manos. ¿No va él delante de ti?» Bajó Barac del monte Tabor con los diez mil hombres que llevaba, y puso Yavé en fuga a Sísara, a todos sus carros y a lodo su ejército, a filo de
espada ante Barac. Sísara se bajó de su carro y huyó a pie. Barac persiguió
con su infantería a los carros y al ejército hasta Joreset Goím, y todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada, sin que quedara ni un solo hombre. Sísara huyó a pie a la tienda de Jael,
la mujer de Jeber, el quineo, pues había paz entre
Jabín, rey de Jasor, y la casa de Jeber,
quineo. Salió Jael al encuentro de Sísara, y le dijo: «Entra, señor mío, entra en mi casa y no
temas». Entró él en la tienda, y ella le tapó con una alfombra. Díjola él: «Dame, por favor, un poco de agua, que tengo
sed». Y sacando ella el odre de la leche, le dio de beber y volvió a cubrirle. Díjola él: «Estáte a la
puerta de la tienda, y si viene alguno preguntando si hay aquí algún hombre,
dile que no». Cogió Jael, mujer de Jeber, un clavo de los de fijar la tienda; y tomando en su
mano un martillo, se acercó a él calladamente y le clavó en la sien el clavo,
que penetró en la tierra; y él, profundamente dormido, desfalleció y murió. Llegó entonces Barac, que iba persiguiendo a Sísara. Jael salió a su encuentro
y le dijo: «Ven, que te enseñe al hombre a quien vienes buscando.» Entró y
halló a Sísara en tierra, muerto, clavado el clavo en
la sien. Aquel día humilló Yavé a Jabín, rey de Canán,
ante los hijos de Israel, y la mano de los hijos de Israel pesó cada vez más
sobre Jabín, rey de Canán, hasta que le destruyeron.
Cántico
triunfal de Débora.
Aquel
día cantaron Débora y Barac, hijo de Abinoem, este canto:
«Los príncipes
de Israel al frente,
Ofrecióse el
pueblo al peligro.
Bendecid
a Yavé.
Oid, reyes, dadme oído, príncipes.
Yo, yo
cantaré a Yavé.
Yo
cantaré a Yavé, Dios de Israel.
Cuando tú, ¡oh Yavé!, salías de Seir,
Cuando
subías desde los campos de Edom,
Tembló
ante ti la tierra,
Destilaron
los cielos,
Y las
nubes se deshicieron en agua.
Derritiéronse los montes a la presencia de Yavé,
A la presencia
de Yavé, Dios de Israel
En
los días de Samgar, hijo de Anat,
en los días de Jael,
Estaban
desiertos los caminos;
Los que
antes andaban por caminos trillados,
Ibanse por
senderos desviados;
Desiertos estaban los lugares indefensos,
Desiertos
en Israel,
Hasta
que me levanté yo,
Hasta
que me levanté yo, madre en Israel.
A la
puerta estaba la guerra;
Y no se
veía ni un escudo ni una lanza
Entre
los cuarenta mil de Israel.
Se va
mi corazón tras los príncipes de Israel.
Los que
del pueblo os ofrecisteis al peligro,
Bendecid
a Yavé.
Los
que montáis blancas asnas,
Los que
os sentáis sobre tapices.
Los que
ya vais por los caminos, cantad.
Con
aclamaciones y trompetas,
Junto a
los abrevaderos,
Alabad
las justicias de Yavé
Y las
victorias de su caudillaje en Israel
El
pueblo de Yavé ha bajado a las puertas
Despierta, despierta, Débora
Despierta,
despierta, entona un cántico,
Levántate, Barac
¡Apresa
a los que te aprisionaban,
hijo de Abinoam!
Entonces Israel, juntamente con los príncipes, bajo a pelear.
El
pueblo de Yavé bajó en su defensa con los héroes.
Los
de Efraím los exterminaron en el valle.
Detrás
de ti (Débora) iba Benjamín con tu ejército.
De Maquir bajaron los jefes,
De
Zabulón los capitanes;
Los
príncipes de Isacar están con Débora.
Barac se
precipitó con los infantes en el valle.
En las
filas de Rubén
Hay
grandes ansiedades de corazón.
¿Por qué te quedaste en tus apriscos,
Oyendo
las flautas de tus pastores?
En las
filas de Rubén
Hay
grandes ansiedades de corazón
Gad descansaba al otro lado del Jordán.
Y Dan
¿por qué se quedó junto a sus naves?
Aser, a
orillas del mar, descansaba en sus puertos;
Pero
Zabulón es un pueblo que ofrece su vida a la muerte.
Lo
mismo es también Neftalí, desde lo alto de sus campos.
Vinieron los reyes, combatieron;
Lucharon
entonces los reyes de Canán,
En Tanac, junto a las aguas de Megiddo.
No
cogieron plata por botín.
Desde los cielos combatieron las estrellas;
Desde
sus órbitas combatieron las estrellas Contra Sisara.
El
torrente de Cisón los arrastró,
El
torrente de Cisón pisó los cadáveres de los fuertes,
Entonces resonaron los cascos de los caballos,
En la
veloz huida de los guerreros.
Maldecid
a Meroz, dijo el ángel de Yavé,
Maldecid, maldecid a sus habitantes,
Porque
no cooperaron a la victoria de Yavé,
A la ayuda
de Yavé a sus valientes.
Bendita
entre las mujeres Jael,
Mujer
de Jaber, el quineo;
Bendita
entre las mujeres de su tienda.
La
pidió agua, y ella le dio leche;
En el
vaso de honor le sirvió leche;
Alargó
su mano izquierda al clavo
Y su derecha
al martillo del obrero, hirió a Sisara,
Le
rompió la cabeza,
Le
machacó y perforó la sien.
A
sus pies se inclinó, cayendo desplomado
A sus
pies se retorció y cayó,
Quedando
exánime allí donde se desplomó
Mira
por la ventana la madre de Sísara,
Por
entre las celosías y grita:
¿Por
qué tardan en venir su carro?
¿Por qué
tardan en oírse los pasos de su cuadrigas
La
más avisada de sus mujeres le contesta,
Y ella se
repite las mismas palabras:
Seguramente están repartiéndose los despojos,
Una joven,
dos jóvenes para cada uno
Un
vestido, dos vestidos de varios colores para Sisara
Un
vestido, dos vestidos bordados a su cuello
Perezcan así todos tus enemigos, ¡oh Yavé!
Y sean,
los que te aman, como el sol cuando nace con toda su fuerza”.
La
tierra estuvo en paz durante cuarenta años.
Gedeón.
Los hijos de Israel hicieron mal a los ojos
de Yavé, y Yavé los entregó en manos de Madián, durante siete años. La mano
de Madián pesó fuertemente sobre Israel. Por miedo a Madián se hicieron los
hijos de Israel los antros que hay en los montes, las cavernas y las alturas
fortificadas. Cuando Israel había sembrado, subía Madián con Amalec y con los
Bene Quedem y marchaban contra ellos; acampaban en
medio de Israel y devastaban los campos hasta cerca de Gaza, no dejando
subsistencia alguna en Israel, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos, pues subían
con sus ganados y sus tiendas, como una nube de langostas. Ellos y sus camellos
eran innumerables, y venían a la tierra para devastarla. Israel vino a ser
muy débil, a causa de Madián, y los hijos de Israel clamaron a Yavé. Cuando
los hijos de Israel clamaron a Yavé contra Madián, Yavé les envió un profeta,
que les dijo: «Así habla Yavé, Dios de Israel: Yo os hice subir de Egipto y os
saqué de la servidumbre. Yo os libré de la mano de los egipcios y de la mano
de todos vuestros opresores; yo los arrojé ante vosotros, y os di su tierra. Entonces os dije: “Yo soy Yavé, vuestro Dios; no temáis a los dioses de los
amorreos, en cuya tierra habitáis. Pero vosotros no habéis escuchado mi voz».
Vino el ángel de Yavé y se sentó bajo el terebinto de Ofra,
que era propiedad de Joás, abiezerita, cuando Gedeón,
su hijo, estaba batiendo el trigo en el lagar para esconderlo de Madián. Apareciósele el ángel de Yavé y le dijo: «Yavé contigo,
valiente héroe».
Gedeón le dijo: «Por favor, mi señor, si Yavé está con
nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? Dónde están todos los prodigios que
nos contaron nuestros padres, diciendo: Yavé nos hizo subir de Egipto? Y ahora Yavé nos ha abandonado, y nos ha puesto en las
manos de Madián».
Yavé se volvió a él y le dijo: «Ve, y con esa fuerza que
tú tienes, libra a Israel de las manos de Madián; ¿no soy yo quien te envía?»
Gedeón le dijo: «De gracia, Señor, ¿con qué voy a libertar yo a Israel? Mi
familia es la más débil de las de Manasés, y yo soy el más pequeño de la casa
de mi padre»
Yavé le dijo: «Yo estaré contigo y derrotarás a Madián, como si
fuera un solo hombre»
Gedeón le dijo: «Si he hallado gracia a tus ojos, dame
una señal de que eres tú quien me habla, y no te vayas de aquí hasta que
vuelva yo con una ofrenda y te la presente».
Yavé le dijo: «Aquí me estaré
hasta que tú vuelvas»
Entróse Gedeón y preparó un
cabrito, y con un efá de harina hizo panes ácimos; y
poniendo la carne en un cestillo y el caldo en una olla, los llevó debajo del
terebinto y se los presentó. El ángel de Dios le dijo: «Coge la carne y los
ácimos, ponlos encima de aquella piedra y vierte sobre ellos el caldo» Hízolo así Gedeón; y el ángel de Yavé, alzando el báculo
que en la mano tenia, tocó con la punta la carne y los panes. Surgió en seguida
fuego de la piedra, que consumió la carne y los panes, y el ángel de Yavé
desapareció de su vista. Viendo Gedeón que era el ángel de Yavé, dijo: «¡Ay, Señor, Yavé! ¿Entonces he visto cara a cara al ángel
de Yavé?»
Díjole Yavé: «La paz sea contigo, no temas, no morirás». Gedeón
alzó allí un altar, y le llamó Yavé Salom, que
todavía existe en Ofra de Abiezer.
Aquella misma noche le dijo Yavé a Gedeón: «Coge el toro de tu padre, el
segundo toro, de siete años; derriba el altar de Baal que tiene tu padre, y
corla el asera que hay cerca, y construye con la
leña un altar a Yavé, tu Dios, en lo alto de este fuerte; y tomando el toro
segundo, lo ofreces en holocausto sobre la leña que cortarás. Tomó, pues,
Gedeón diez hombres de entre sus criados, e hizo como le había mandado Yavé;
pero como no se atreviese a hacerlo de día, por temor de la casa de su padre y
de las gentes de la ciudad, lo hizo de noche. Cuando, al levantarse a la
mañana siguiente, las gentes de la ciudad vieron que el altar de Baal había
sido destruido, cortado el asera que había cerca, y
el toro segundo ofrecido en holocausto sobre el altar construido, se
preguntaban unos a otros: «¿Quién ha hecho esto?»
Inquirieron, buscaron, y alguien dijo: «Gedeón, el hijo de Joás, ha hecho
esto.»
Entonces dijeron a Joás las gentes de la ciudad: «Saca a tu hijo para
que muera, pues ha derribado el altar de Baal y ha cortado el asera que estaba cerca»
Joás respondió a todos los que
estaban contra él: «¿Os toca a vosotros defender a
Baal? ¿Sois vosotros los que le habéis de salvar a él? Quien tome partido por
Baal, será muerto hoy mismo. Si Baal es dios, que se defienda a sí mismo, ya
que le han derribado su altar»
Aquel día dieron a Gedeón el nombre de
Jerobaal, diciendo: «Que sea Baal quien se vengue de él, pues que ha derribado
su altar»
Todo
Madián, Amalec y los hijos de Oriente se juntaron, pasaron el Jordán; y
vinieron a acampar en el valle de Jezrael. El
espíritu de Yavé revistió a Gedeón, que tocó la trompeta, y los abiezeritas le siguieron. Envió mensajeros a todo
Manasés, que se reunió también para seguirle. Mandólos también a Aser, a Zabulón y a Neftalí, que subieron a
su encuentro.
Dijo
Gedeón a Dios: «Si en verdad quieres salvar a Israel por mi mano, como me has
dicho, voy a poner un vellón de lana al sereno; si sólo el vellón se cubre
de rocío, quedando todo el suelo seco, conoceré que libertarás a Israel por mi
mano, como me lo has dicho.» Así sucedió.
A la mañana siguiente levantóse muy temprano, y exprimiendo el vellón, sacó de él
el rocío, una cazuela llena de agua. Gedeón dijo a Dios: «Qué no se encienda
tu cólera contra mi, si hablo todavía otra vez;
quisiera hacer otra prueba con el vellón; que sea el vellón el que se quede
seco, y caiga el rocío sobre todo el suelo» Así lo hizo Dios aquella noche:
sólo el vellón quedó seco, y todo el suelo estaba cubierto de rocío.
Victoria
contra los madianitas.
A la
mañana siguiente, Jerobaal, es decir, Gedeón, fue a acampar con toda la
gente que estaba con él, por encima de la fuente de Jarod.
Y el campamento de Madián estaba debajo del de Gedeón, al norte de las colinas
de Moré, en el valle. Y dijo Yavé a Gedeón: «Es demasiada la gente que tienes
contigo, para que yo entregue en sus manos a Madián y se gloríe Israel contra
mí, diciendo: Ha sido mi mano la que me ha librado. Haz llegar esto a oídos
de la gente: el que tema y tenga miedo, que se vuelva y se retire» Veintidós
mil hombres se volvieron, y quedaron sólo diez mil.
Yavé dijo a Gedeón:
«Todavía es demasiada la gente. Hazlos bajar al agua y allí te los
seleccionaré; y aquel de quien yo te diga: Ese irá contigo, vaya; y todos
aquellos de quienes te diga: Esos no irán contigo, que no vayan» Hizo bajar
al agua Gedeón a la gente, y dijo Yavé a Gedeón: «Todos los que en su mano
laman el agua con la lengua, como la lamen los perros, ponlos aparte de los que
para beber doblen su rodilla.» Trescientos fueron los que al beber lamieron
el agua en su mano, llevándola a la boca; todos los demás se arrodillaron para
beber.
Y dijo Yavé a Gedeón: «Con esos trescientos hombres que han lamido el
agua, os libertaré y entregaré a Madián en tus manos. Todos los demás, que se
vayan cada uno a su casa».
Se proveyeron de cántaros y cogieron las
trompetas, y a todos los otros israelitas los mandó a cada uno a su tienda,
quedándose con los trescientos hombres. El campamento de Madián estaba abajo,
en el valle.
Aquella
noche le dijo Yavé: «Levántate y baja al campamento, porque te los entrego en
tus manos. Y si temes atacar, baja con Fara, tu escudero, al campamento, y escucha lo que dicen, y se fortalecerán tus manos y atacarás el campamento».
Bajó con Fara, su escudero, hasta el extremo del campamento, donde estaban los
hombres de armas. 1Madián, Amalec y los Bene Quedem se habían extendido por el valle, numerosos como langostas, y sus camellos eran
innumerables, como las arenas del mar.
Cuando llegó Gedeón, estaba un hombre contando a su compañero un sueño,
diciéndole: «He tenido un sueño. Rodaba por el campamento de Madián un pan de
cebada, que llegó hasta una tienda y chocó contra ella, la derribó y la hizo
rodar por tierra, y la tienda quedó por tierra»
El
compañero le dijo: «Eso no es sino la espada de Gedeón, hijo de Joás, de Jezrael. Dios ha puesto en sus manos a Madián y a todo el
campamento» Como Gedeón oyó el sueño y la explicación, se prosternó; y
volviéndose al campamento de Israel, les dijo: «Arriba, que Yavé ha entregado
en nuestras manos el campamento de Madián»
Dividió en tres escuadras los
trescientos hombres, y les entregó a todos trompetas, cántaros vacíos, y en los
cántaros, teas encendidas, 1diciéndoles: «Miradme a mí y haced como me veáis
hacer. En cuanto llegue yo a los límites del campamento, hacéis lo que yo haga.
Cuando toque yo la trompeta y la toquen los que van conmigo, la tocaréis
también vosotros en derredor de todo el campamento, y gritaréis: «¡Por Yavé y por Gedeón!»
Gedeón y el centenar de hombres que le acompañaban llegaron a los límites del
campamento al comienzo de la segunda vigilia, en cuanto acababan de relevarse
los centinelas, y tocaron las trompetas y rompieron los cántaros que llevaban
en la mano. Los tres cuerpos tocaron las trompetas, rompieron los cántaros;
y cogiendo las teas con la mano izquierda y las trompetas con la derecha para
tocarlas, gritaban: «¡Espada por Yavé y por Gedeón!» Quedáronse cada uno en su puesto en derredor del
campamento, y todo el campamento se puso a correr, a gritar y a huir. Mientras los trescientos hombres tocaban las trompetas, hizo Yavé que volviesen todos su espada los unos contra los otros en todo el
campamento, y huyó el campamento hasta Bet Hassita en la dirección de Sareda,
hasta los límites del Abel Mejula, junto a Tabat.Reuniéronse los hombres
de Israel, de Neftalí, de Aser y de todo Manasés, y
persiguieron a los de Madián. Gedeón mandó mensajeros por todo el monte de
Efraím, para decirles: «Bajad al encuentro de Madián y tomad, antes que
lleguen, los vados hasta Bet Bara,
en el Jordán» Reuniéronse todos los hombres de Efraim y tomaron los vados hasta Bet Bara, en el Jordán. Se apoderaron de dos príncipes
de Madián, Oreb y Zebb, y
dieron muerte a Oreb en la roca de Oreb, y a Zeb en el lugar de Zeb. Persiguieron a Madián y llevaron a Gedeón las cabezas
de Oreb y Zeb, del otro
lado del Jordán.
Dijéronle los hombres de Efraim: «¿Cómo has hecho con nosotros eso de no llamarnos cuando ibas
a combatir contra Madián?», y se querellaron violentamente contra él. Él les
dijo: «¿Qué es lo que he hecho yo, para lo vuestro? No
ha sido mejor el rebusco de Efraím que la vendimia de Abiezer?
En vuestras manos ha puesto Dios a los príncipes de Madián, Oreb y Zeb. ¿Qué he podido yo
hacer comparable a lo vuestro?»
Calmóse su cólera
contra él, cuando así les habló.
Llegó Gedeón al Jordán, lo pasó con los
trescientos hombres que llevaba, cansados de la persecución, y dijo a las
gentes de Sucot: «Dad, os ruego, unos panes a la
gente que me sigue, que están cansados y van en persecución de Zeb y Salmana, reyes de Madián»
Respondiéronle los jefes de Sucot: «¿Acaso tienes ya en tus manos el puño de Zebaj y Salmana, para que demos
pan a tu tropa?»
Y Gedeón les dijo: «¡Si! Cuando Yavé haya puesto en mis manos a Zebaj y Salmana, yo desgarraré
vuestras carnes con espinas del desierto y cardos.»
Desde allí subió a Fanuel, e hizo a las gentes de Fanuel la misma petición, recibiendo la misma respuesta de los hijos de Sucot. Y dijo también a las gentes de Fanuel:
«Cuando vuelva vencedor, arrasaré esta fortaleza» 1
Zebaj y Salmana estaban en Carcor con su ejército, unos quince mil hombres, los que habían quedado de todo el
ejército de los Bene Quedem, pues habían perecido
ciento veinte mil hombres de armas. Gedeón subió por el camino de los que
moran en tiendas, al oriente de Nobaj y de Jogbea, y atacó el campamento, que se creía a seguro. 1Zebaj y Salmana huyeron. El los
persiguió y se apoderó de los dos reyes de Madián, Zebaj y Salmana, y derrotó a todo su ejército. Volvióse Gedeón, hijo de Joás, de la batalla, por la subida
de Jares; y habiendo cogido a un joven de los de Sucot, le interrogó y éste le dio por escrito los nombres
de los jefes y ancianos de Sucot, setenta y siete
hombres. Entonces vino Gedeón a las gentes de Sucot y dijo: «Ved aquí a Zebaj y Salmana,
con los que me zaheristeis diciendo: ¿Acaso tienes ya en tu poder el puño de Zebaj y Salmana, para que demos
de comer a tus tropas fatigadas?» Cogió, pues, a los ancianos de la ciudad,
y con espinas del desierto y cardos castigó a los de Sucot.
Arrasó la fortaleza de Fanuel y mató a los hombres
de la ciudad.
Dijo
a Zabaj y Salmana: «¿Cómo eran los hombres que matasteis en el Tabor?»
Ellos
respondieron: «Eran como tú. Cada uno de ellos parecía un hijo de rey.»
El les dijo: «Eran hermanos míos, hijos de mi madre. Vive Yavé, que no os mataría si no les hubierais dado muerte»
Y dijo a Jeter, su primogénito: «Anda, mátalos»
El joven no
desenvainó la espada, por tener miedo, pues era todavía muy niño; y Zebaj y Salmana dijeron:
«Levántate y mátanos tú, pues como es el hombre, es la fuerza.» Levantóse Gedeón y los mató, y cogió las lunetas que
llevaban al cuello sus camellos.
Las
gentes de Israel dijeron a Gedeón: «Reina sobre nosotros, tú, tu hijo y los
hijos de tu hijo, pues nos has libertado de las manos de Madián».
Respondióles Gedeón: «No reinaré yo sobre vosotros, ni
reinará tampoco mi hijo. Yavé será vuestro rey», y añadió: «Voy a pediros
una cosa. Dadme cada uno de su bolín los arillos de nariz que habéis cogido»
Los enemigos, como ismaelitas, llevaban arillos de oro en la nariz. Ellos
respondieron: «Con mucho gusto te los daremos»; y extendiendo un manto, fueron
echando en él cada uno los arillos del botín. Y fui el peso de los arillos
de oro que habla pedido Gedeón, de tres mil setecientos siclos de oro, sin
contar las lunetas y los pendientes, ni los vestidos de púrpura que llevaban
los reyes de Madián, ni los collares que al cuello llevaban sus camellos.Con este oro hizo Gedeón un Efod que puso en su ciudad, en Ofra.
Todo Israel iba a prostituirse ante este Efod, que fue un lazo para Gedeón y
para su casa. Madián quedó humillado ante los hijos de Israel y no volvió a
levantar la cabeza, quedando la tierra en paz durante cuarenta años, los días
de Gedeón.
Jerobaal, hijo de Joás, se volvió a su casa; y tuvo Gedeón setenta hijos,
todos nacidos de él, pues fueron muchas sus mujeres. Una concubina que tenía
en Siquem le parió también un hijo, al que puso por
nombre Abimelec. Murió Gedeón, hijo de Joás, en buena ancianidad, y fué sepultado en la sepultura de Joás, su padre, en Ofra de Abiezer. Muerto
Gedeón, los hijos de Israel se prostituyeron de nuevo ante los baales y tomaron por su dios a Baal Berit,
y no se acordaron más de Yavé, su Dios, que los había librado de los
enemigos que los rodeaban. o se mostraron agradecidos a la casa de
Jerobaal, Gedeón, según el mucho bien que éste había hecho por Israel.
Abimelec.
Abimelec, hijo de Jerobaal, se fue a Siquem, y habló
a los hermanos de su madre y a toda la familia de la casa del padre de su
madre, diciéndoles: «Hablad al oído a todos los varones de Siquem: ¿Qué es mejor para vosotros: que os dominen setenta
hombres, todos hijos de Jerobaal, o que os domine uno solo? Acordaos de que yo
soy hueso vuestro y carne vuestra»
Habiendo hablado de él los hermanos de su
madre a todos los habitantes de la ciudad, conforme a aquellas palabras, se
inclinó su corazón hacia Abimelec, pues se dijeron: «Este es hermano nuestro»; y le dieron setenta siclos de plata de la casa de Baal Berit,
con los que asoldó a hombres vagos y pervertidos que le siguieron. Bajó con
ellos a la casa de su padre, a Ofra, y mató a sus
hermanos, los hijos de Jerobaal, setenta hombres, a todos sobre una misma
piedra. Sólo se salvó Jotán, el hijo menor de
Jerobaal, que pudo esconderse. Reuniéronse entonces
todos los habitantes de Siquem y todos los de Bet Milo, y viniendo, proclamaron rey a Abimelec, junto al
terebinto de Misab, que está en Siquem.
Apólogo
de Jotán.
Súpolo Jotán, y fue a ponerse en
la cresta del monte Garizim; y alzando su voz, les
dijo a gritos desde allí: «Oídme, habitantes de Siquem,
así os oiga Dios a vosotros. Pusiéronse en camino
los árboles para ungir un rey que reinase sobre ellos, y dijeron al olivo:
Reina sobre nosotros. Contestóles el olivo: ¿Voy yo
a renunciar a mi aceite, que es mi gloria ante Dios y ante los hombres, para ir
a mecerme sobre los árboles? Dijeron, pues los árboles a la higuera: Ven tú,
y reina sobre nosotros. Y les respondió la higuera: ¿Voy a renunciar yo a
mis dulces y ricos frutos, para ir a mecerme sobre los árboles? Dijeron,
pues, los árboles a la vid: Ven tú, y reina sobre nosotros: Y les contestó
la vid: ¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para
ir a mecerme sobre los árboles? Y dijeron todos los árboles a la zarza
espinosa: Ven tú, y reina sobre nosotros. Y dijo la zarza espinosa a los árboles:
Si en verdad queréis ungirme por rey vuestro, venid y poneos a mi sombra, y si
no, que salga fuego de la zarza espinosa y devore a los cedros del Líbano.
Ahora bien, si al elegir rey a Abimelec habéis obrado bien y justamente; si os
habéis portado con Jerobaal y su casa como ella merecía—pues mi padre
combatió por vosotros, y exponiendo su vida, os libró del poder de Madián —;
levantándoos hoy contra la casa de mi padre y matando a sus hijos, setenta
sobre una misma piedra, y haciendo rey de las gentes de Siquem a Abimelec, hijo de una esclava suya, porque es hermano vuestro; si habéis
obrado leal y justamente hoy con Jerobaal y su casa, que haga Abimelec vuestra
felicidad y que hagáis vosotros la suya. Pero si no, que salga de Abimelec
un fuego que devore a los habitantes de Siquem y de Bet Milo, y salga de Siquem y de Bet Milo un fuego que devore a Abimelec»
Desastroso
fin de Abimelec.
Retiróse Jotán y emprendió la
huida, yéndose a Bera, donde habitó, por miedo de Abimelec,
su hermano.
Tres
años dominó Abimelec sobre Israel. Mandó Dios un mal espíritu entre Abimelec
y los habitantes de Siquem, e hicieron traición los
habitantes de Siquem a Abimelec, para que el
asesinato de los setenta hijos de Jerobaal y la sangre de ellos cayese sobre
Abimelec, su hermano, que los había matado, y sobre los habitantes de Siquem, que le habían prestado ayuda, para matar a sus
hermanos.
Pusieron los habitantes de Siquem en lo alto de los
montes asechanzas, que despojaban a cuantos pasaban cerca de ellos por los
caminos, y llegó esto a conocimiento de Abimelec.
Vino
a Siquem Gaal, hijo de
Obed, con sus hermanos. Los de Siquem pusieron en él
su confianza; y salieron al campo, vendimiaron sus viñas, pisaron e hicieron
gran fiesta; y entrando en la casa de su dios, comieron y bebieron, maldiciendo
a Abimelec. «¿Quién es Abimelec, y quién es Siquem — dijo Gaal, hijo de
Obed — para que le sirvamos? ¿No sirvieron el hijo de Jerobaal y Zebul, su gobernador, a los hombres de Jemor,
padre de Siquem? ¿Por qué, entonces, vamos a
servirles a ellos nosotros? ¡Quién me diera este pueblo en mis manos! Yo
expulsaría a Abimelec. Le diría: Refuerza tu ejército y sal.»
Llegaron a
oídos de Zebul, gobernador de la ciudad, las palabras
de Gaal, hijo de Obed; y montando en cólera, mandó
secretamente mensajeros a Abimelec, para decirle: «Mira que ha venido Gaal, hijo de Obed, a Siquem con
sus hermanos, y está sublevando la ciudad. Sal, pues, de noche tú y la gente
que tienes contigo, y ponte en el campo en emboscada. Por la mañana, al
salir del sol levántate, y cae sobre la ciudad; y cuando Gaal y los que le siguen salgan contra ti, haz contra ellos lo que puedas»
Levantóse Abimelec y toda la gente que con él tenía, de
noche, y se pusieron en emboscada cerca de Siquem,
divididos en cuatro cuerpos. Salió Gaal, hijo de
Obed, a la puerta de la ciudad; y se alzó Abimelec y el cuerpo que con él
estaba de la emboscada. Vió Gaal a la gente, y dijo a Zebul: «Mira cómo baja gente de
las cumbres de los montes»
Y le dijo Zebul: «Son las
sombras de los montes, que se te hacen hombres.»
Volvió a mirar Gaal, y dijo: «Es gente que baja del interior de la tierra
y otro cuerpo que viene por el camino de la Encina de los adivinos»
Díjole
entonces Zebul: «¿Dónde está
ahora tu boca, con que dijiste: Quién es Abimelec, para que le sirvamos? ¿No es
ésa la gente para ti despreciable? Sal, pues, a darle la batalla»
Salió Gaal, y a la vista de los habitantes de Siquem combatió contra Abimelec, que le puso en fuga. Pero Abimelec salió en su
persecución, por lo que Gaal emprendió la huida
delante de él, cayendo muchos muertos y cayeron
muchos antes de llegar a la entrada de la ciudad. Abimelec se quedó en Aruma, mientras que Zebul impidió a Gaal y los suyos permanecer en la ciudad.
Al día siguiente salió el pueblo al campo, y lo supo Abimelec, que
cogiendo su gente, la había dividido en tres cuerpos, los había puesto en el
campo en emboscada, y cuando vio que el pueblo salía de la ciudad, se levantó,
arremetió contra ellos, y avanzando Abimelec con el cuerpo que le seguía, se
puso a la puerta de la ciudad, mientras que los otros dos cuerpos se extendían
por el campo y destrozaban a cuantos en él había. Abimelec combatió a la
ciudad durante todo aquel día y se apoderó de ella, dando muerte a cuantos allí
había, la destruyó y la sembró de sal.
Así
que lo oyeron los que estaban en la fortaleza de Siquem se fueron a la torre del templo de El Berit. Supo
Abimelec que se habían reunido todos los habitantes de la fortaleza de Siquem; y subió al monte Siquemn con toda la gente que llevaba; y tomando en su mano un hacha, cortó una rama de
un árbol y se la puso al hombro, mandando a su gente que hiciera prestamente lo
que le veía hacer a é1. Cortó, pues, también toda la gente cada uno su rama;
y siguiendo a Abimelec, las pusieron contra la fortaleza, y prendiéndolas
fuego, la incendiaron, muriendo allí todos los habitantes de la fortaleza de Siquem, unos mil entre hombres y mujeres. Fue luego
Abimelec a Tebes, que sitió y tomó.Pero había en Tebes, en medio de la ciudad, una fuerte torre, en la que
se refugiaron todos los habitantes de la ciudad, hombres y mujeres, y cerrando
tras sí, se subieron a lo alto de la torre. Abimelec llegó a la torre, la
atacó y se aproximó para pegar fuego a la puerta; entonces una mujer le
lanzó contra la cabeza un pedazo de rueda de molino y le rompió el cráneo.
Llamó él en seguida a su escudero y le dijo: «Saca tu espada y mátame, para que
no pueda decirse que me mató una mujer» El joven le traspasó, y murió Abimelec.
Viendo los hijos de Israel que había muerto Abimelec, fuéronse cada uno a su casa. Así hizo caer Dios sobre la cabeza de Abimelec el mal
que había hecho a su padre, asesinando a sus setenta hermanos; y sobre las
gentes de Siquem todo el mal que habían hecho,
cumpliéndose en ellos la maldición de Jotán, hijo de
Jerobaal.
Tola
Después de Abimelec, surgió para librara Israel Tola,
hijo de Fua, hijo de Dodo, hombre de Isacar. Habitó en Samir, en los montes de Efraím. Juzgó a
Israel durante veintitrés años y murió, siendo sepultado en Samir.
Jair.
Después de él surgió Jair, de Galaad, que juzgó a Israel por veintidós años. Tuvo treinta hijos, que montaban treinta asnos y eran dueños de treinta
ciudades, llamadas todavía Javot Jair, en la tierra
de Galaad. Murió Jair y fué sepultado en Camón.
Jefté.
Volvieron los hijos de Israel a hacer mal a los ojos de Yavé, y sirvieron a los baales y Astartés, a los
dioses de Sidón, a los de Moab, a los de los hijos de
Ammón, a los de los filisteos, y se apartaron de Yavé, no sirviéndole más. Encendióse la ira de Yavé contra Israel y los entregó en
manos de los filisteos y en manos de los hijos de Ammón, que los oprimieron,
y afligieron con gran violencia a los hijos de Israel, durante dieciocho años.
Los hijos de Ammón oprimieron a todos los hijos de Israel que habitaban al
otro lado del Jordán, en la tierra de los amorreos, en Galaad, y hasta pasaron
el Jordán para combatir a Judá, Benjamín y la casa de Efraím, viéndose Israel
muy apretado,
Clamaron a Yavé los hijos de Israel, diciendo: «Hemos pecado contra ti, porque
hemos dejado a nuestro Dios y hemos servido a los baales»
Yavé dijo a los hijos de Israel: «¿No os liberté yo
de los egipcios, de los amorreos, de los hijos de Ammón, de los filisteos? Y
cuando os oprimían los de Sidón, Amalec y Madián, y clamasteis a mí, ¿no os
libré yo de sus manos? Pero vosotros me habéis dejado a mí para servir a
dioses extraños. Por eso no os libraré ya más. Id e invocad a los dioses que
os habéis dado; que os libren ellos al tiempo de vuestra angustia»
Los hijos
de Israel dijeron a Yavé: «Hemos pecado, castíganos como quieras, pero líbranos
ahora»
Quitaron de en medio de ellos los dioses extraños y sirvieron a Yavé,
pero su alma no podía soportar la aflicción de Israel.
Reuniéronse los hijos de Ammón y acamparon en Galaad; y se
reunieron también los hijos de Israel, acampando en Masfa. El pueblo, los
jefes de Israel, se dijeron unos a otros: «¿Quién será
el que comenzará a combatir a los hijos de Ammón? Que sea él quien mande a
todos los habitantes de Galaad»
Era
Jefté, el galadita, un fuerte guerrero, hijo de una
meretriz, y tuvo por padre a Galad. La mujer de Galad dio a éste otros hijos, que cuando fueron grandes
arrojaron de casa a Jefté, diciendo: «No vas tú a heredar en la casa de nuestro
padre, pues eres hijo de otra mujer» Jefté huyó de sus hermanos y habitó en
tierra de Tob. Uniéronse con él gentes perdidas, que sallan con él. Al cabo de días, hicieron guerra
los hijos de Ammón contra Israel; y fueron entonces los ancianos de Galaad a
la tierra Tob, en busca de Jefté, y le
dijeron: «Ven, serás nuestro jefe en la guerra contra los hijos de Ammón»
Respondió Jefté a los ancianos de Galaad, diciéndoles: «¿No
sois vosotros los que me aborrecéis y me arrojasteis de la casa de mi padre? ¿A
qué venís a mí ahora, cuando os veis en aprieto?»
Los ancianos de Galaad
respondieron: «Por eso venimos a ti ahora, para que vengas a combatir con
nosotros a los hijos de Ammón y seas nuestro jefe, el de todos los habitantes
de Galaad.»
Contestóles Jefté: «Si me lleváis con
vosotros a combatir contra los hijos de Ammón, en el caso de que Yavé me los
entregue, seré vuestro jefe.»
Dijéronle los
ancianos de Galaad: «Sea Yavé testigo entre nosotros, si no hiciéremos lo que
dices»
Partió Jefté con los ancianos de Galaad y le hicieron su jefe y
caudillo, y repitió Jefté sus palabras en presencia de Yavé, en Masfa.
¡Mandó Jefté mensajeros al rey de los hijos de Ammón, que le
dijeran: «¿Qué hay entre tú y yo, para que hayas venido contra mí a combatir la
tierra?» El rey de los hijos de Ammón respondió a los mensajeros de Jefté:
«Cuando subió Israel de Egipto, se apoderó de mi tierra, desde el Arnón hasta Jaboc y hasta el
Jordán. Devuélvemela, pues, ahora pacíficamente» Jefté mandó nuevos mensajeros
al rey de los hijos de Ammón, que le dijeran: «He aquí lo que dice Jefté:
Israel no se apoderó de la tierra de Moab, ni de la
tierra de los hijos de Ammón. Cuando Israel subió de Egipto, marchó por el
desierto hasta el Mar Rojo y llegó a Cades. Entonces envió Israel mensajeros al rey de Edom, para
que le dijeran: Te ruego que me dejes pasar por tu tierra; pero el rey de Edom no se lo consintió; también se los envió al rey de Moab, que rehusó; Israel se quedó en Cades.
Después, marchando por el desierto, rodeó la tierra de Edom y la tierra de Moab, y llegó al oriente de la tierra
de Moab y acampó del lado de allá del Arnón, sin entrar en tierra de Moab,
pues el Arnón era el límite de Moab.
Israel envió mensajeros a Seón, rey de los
amorreos, rey de Hesebón, para decirle: Te ruego que
nos dejes pasar por tu tierra, hasta nuestro lugar. Pero Seón no se fió de Israel dejándole pasar por su tierra, y
reuniendo a toda su gente, acampó en Jasa y luchó contra Israel. Yavé, Dios
de Israel, puso a Seón con todo su pueblo en las
manos de Israel, que los derrotó y se apoderó de la tierra de los amorreos, que
habitaban en aquella región. Se apoderó de toda la tierra de los amorreos,
desde el Arnón hasta Jaboc y desde el desierto hasta el Jordán. Ahora, pues, que Yavé, Dios de Israel,
desposeyó a los amorreos ante su pueblo, Israel, ¿pretendes tú apoderarte de su
tierra y seríamos despojados de cuanto Yavé, nuestro Dios, nos dio en posesión?
¿Eso que Camos, tu Dios, te ha dado en posesión,
no lo posees tú? ¿Y no vamos a poseer nosotros lo que Yavé, nuestro Dios, nos
ha dado en posesión? ¿Querrás tú ser mejor que Balac,
hijo de Sefor, rey de Moab?
¿Acaso ha disputado éste a Israel su tierra? ¿Le ha hecho acaso la guerra? Hace trescientos años que habita Israel en Hesebón y
en Aroer y en las ciudades que de ellas dependen, lo
mismo que en todas las que están a orillas del Arnón.
¿Por qué no las habéis tomadlo durante todo ese tiempo? Yo no te he hecho
mal alguno; pero tú obras mal conmigo, haciéndome la guerra. Que Yavé, el Juez,
juzgue hoy entre los hijos de Israel y los hijos de Ammón» El rey de los
hijos de Ammón desoyó lo que Jefté le mandó a decir.
El
espíritu de Yavé fue sobre Jefté, y pasando por Galaad y Manasés, llegó hasta
Masfa de Galaad, y de Masfa de Galaad marchó contra los hijos de Ammón. Jefté hizo voto a Yavé, diciendo: «Si pones en mis manos a los hijos de Ammón,
el que a mi vuelta, cuando venga yo en paz de vencerlos, salga de las
puertas de mi casa a mi encuentro, será de Yavé y se lo ofreceré en holocausto»
Avanzó Jefté contra los hijos de Ammón y se los dio Yavé en sus manos,
batiéndolos desde Aroer hasta según se va a Menit, veinte ciudades, y hasta Abel Queramim. Fué una gran derrota, y los hijos de Ammón quedaron
humillados ante los hijos de Israel.
La hija
de Jefté.
Al
volver Jefté a Masfa, salió a recibirle su hija con tímpanos y danzas. Era su
hija única, no tenía más hijos ni hijas. Al verla rasgó él sus vestiduras y
dijo; «¡Ah, hija mía, me has abatido del todo, y tú
misma te has abatido al mismo Tiempo! He abierto mi boca a Yavé y no puedo
volverme atrás.»
Ella le dijo: «Padre mío, si has abierto tu boca a Yavé,
haz conmigo lo que de tu boca salió, pues te ha vengado Yavé de tus enemigos,
los hijos de Ammón.»
Y añadió: «Hazme esta gracia: Déjame que por dos meses
vaya con mis compañeras por los montes, llorando mi virginidad»
«Ve», le
contestó él, y ella se fue por los montes con sus compañeras, y lloró por dos
meses su virginidad. Pasados los dos meses, volvió a su casa, y él cumplió
en ella el voto que había hecho. No había conocido varón. De ahí viene la
costumbre en Israel, de que al terminar el año, se reúnan todos los años las
hijas de Israel para llorar a la hija de Jefté, galadita,
por cuatro días.
Guerra
civil entre efraimitas y galaditas.
Los
hijos de Efraím se reunieron, y pasando a Safón,
dijeron a Jefté: «¿Por qué fuiste a combatir a los
hijos de Ammón, sin habernos llamado a combatir contigo» Vamos a pegar fuego a
tu casa» Jefté les respondió: «Estaba yo y estaba mi pueblo en gran contienda
con los hijos de Ammón. Entonces os llamé yo, pero no me habéis librado
vosotros de sus manos. Viendo que no me librabais vosotros, puse mi vida en
mis manos, marché contra los hijos de Ammón, y Yavé me los entregó. ¿Por qué,
pues, venís hoy a hacerme la guerra? »
Reunió Jefté a todas las gentes de
Galaad y libró batalla contra Efraím. Los hombres de Galaad derrotaron a los
de Efraím, que decían de ellos: «Vosotros, galaditas, sois huidos de Efraím; ni
sois de Efraím, ni de Manasés» Los galaditas se apoderaron de los vados del
Jordán del lado de Efraím; y cuando llegaba alguno de los fugitivos de Efraím,
diciendo: «Dejadme pasar», le preguntaban: «¿Eres
efraimita?» Respondía: «No»; entonces ellos le decían: «A ver, di: schibbolet», y él decía sibbolet,
pues no podían pronunciar así. Los hombres de Galaad le cogían y le degollaban
junto a los vados del Jordán. Murieron entonces cuarenta y dos mil hombres de
Efraím.
Juzgó
a Israel Jefté, galadita, durante seis años, y murió,
siendo sepultado en una de las ciudades de Galaad.
Abesán, Elon y Abdón
Después de él fue juez en Israel Abesán, de Belén.
Tuvo treinta hijos y treinta hijas. Casó a éstas con gente de fuera, y trajo de
fuera mujeres para sus hijos. 1Juzgó a Israel siete años, murió, y fue
sepultado en Belén.
Después de él juzgó a Israel Elón, de Zabulón,
durante diez años; murió Elón, de Zabulón, y fue
sepultado en Ayalón, en tierra de Zabulón.
Después de él juzgó a Israel Abdón, hijo de Faratón.
1Tuvo cuarenta hijos y treinta nietos, que montaban sobre setenta asnos.
Juzgó a Israel durante ocho años, 1murió, y fue sepultado en Faratón, en el monte de Efraim,
en tierra de Salim.
Sansón.
Su nacimiento.
Volvieron los hijos de Israel a hacer el mal a los ojos de Yavé, y Yavé los dio
en manos de los filisteos durante cuarenta años.
Había
un hombre de Sora, de la familia de Dan, de nombre Manué. Su mujer era estéril
y no le había dudo hijos. El ángel de Yavé se apareció a la mujer y le dijo:
«Eres estéril y sin hijos, pero vas a concebir y parirás un hijo. Mira, pues,
que no bebas vino ni licor alguno inebriante, ni
comas nada inmundo, pues vas a concebir y a parir un hijo, a cuya cabeza no
ha de tocar la navaja, porque será nazareo de Dios el niño, desde el vientre de
su madre, y será el que primero librará a Israel de la mano de los filisteos» Fue la mujer y dijo a su marido: «Ha venido a mí un hombre de Dios. Tenía el
aspecto de un ángel de Dios, muy temible. No le pregunté de dónde era y él no
me dio a conocer su nombre, pero me dijo: Vas a
concebir y a parir un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inebriante, y no comas nada inmundo, porque el niño será
nazareo de Dios, desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte»
Entonces Manué oró a Yavé, diciendo: «De gracia, Señor: que el hombre de Dios
que enviaste venga otra vez a nosotros, para que nos enseñe lo que hemos de
hacer con el niño que ha de nacer» Oyó Dios la oración de Manué y volvió el
ángel de Dios a la mujer de Manué cuando estaba ésta sentada en el campo y no
estaba con ella su marido.
Corrió ella en seguida a anunciárselo a su
marido, diciéndole: «El hombre que vino a mí el otro día acaba de aparecérseme.
Levantóse Manué, y siguiendo a su mujer fue hacia
el hombre y le dijo: «¿Eres tú el que has hablado a
esta mujer?»
El respondió: «Yo soy»
Repuso Manué: «Cuando tu palabra se
cumpla, ¿qué hay que guardar y qué habremos de hacerle?»
El ángel de Yavé
dijo a Manué: «La mujer, que se abstenga de cuanto le he dicho: que no tome
nada de cuanto procede de la vid, no beba vino ni otro licor inebrativo, y no coma nada inmundo: cuanto la mandé, ha de
observarlo»
Manué dijo al ángel de Yavé: «Te ruego que permitas que te
retengamos, mientras te traemos preparado un cabrito.»
El ángel de Yavé dijo
a Manué: «Aunque me retengas, no comería tus manjares; pero si quieres preparar
un holocausto, ofréceselo a Yavé»
Manué, que no sabía que era el ángel de Yavé,
le dijo: «¿Cuál es tu nombre, para que te honremos
cuando tu palabra se cumpla?»
El ángel de Yavé le respondió: «¿Para qué me preguntas mi nombre, que es admirable?»
Manué tomó el cabrito y la oblación, para ofrecerlo a
Yavé en holocausto sobre la roca, y sucedió un prodigio a la vista de Manué y
su mujer. Cuando subía la llama de sobre el altar hacia el cielo, el ángel
de Yavé se puso sobre la llama del altar. Al verlo Manué y su mujer, cayeron
rostro a tierra y ya no vieron más al ángel de Yavé. Entendió entonces Manué
que era el ángel de Yavé, y dijo a su mujer: «Vamos a morir, porque hemos
visto a Dios»
La mujer le contestó: «Si Yavé quisiera hacernos morir, no
habría recibido de nuestras manos el holocausto y la oblación,
ni nos hubiera hecho ver todo esto, ni oír hoy todas estas cosas»
Parió la mujer un hijo y le dio el nombre de Sansón. Creció el niño, y Yavé le
bendijo, y comenzó a mostrarse en él el espíritu de Yavé en el campo de Dan,
entre Sora y Estaol.
Boda de
Sansón con una filistea.
Bajó
Sansón a Timna, y vio allí una mujer de entre las
hijas de los filisteos; y cuando volvió a subir, dijo a su padre y a su
madre: «He visto en Timna una mujer de entre las
hijas de los filisteos; id a tomármela por mujer»
Dijéronle su padre y su madre: «¿Acaso no hay mujeres entre las
hijas de tus hermanos y en mi pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los
filisteos, incircuncisos?»
Repuso Sansón y dijo a su padre: «Tómame ésa, pues
me gusta»
Su padre y su madre no sabían que aquello venía de Yavé, que
buscaba una ocasión de parte de los filisteos, que eran los que entonces
oprimían a Israel.
Bajó Sansón a Timna, cuando al
llegar a los olivares de Timna le salió al encuentro
un joven león, rugiendo. Apoderóse de Sansón el
espíritu de Yavé; y sin tener nada a mano, destrozó el león como se destroza un
cabrito. No dijo nada a su padre ni a su madre de lo que había hecho. Bajó y
habló a la mujer que le había gustado. Tiempo después, bajando para
desposarse con ella, se desvió para ver el cadáver del león, y vio que había un
enjambre de abejas con miel en la osamenta del león. Cogióla en sus manos y siguió andando y comiendo; y cuando llegó a su padre y a su
madre, les dio de ella, sin decirles que la había cogido de la osamenta del
león, y ellos la comieron.
Bajó, pues, el padre de Sansón a casa de la
mujer, y Sansón dio allí un banquete, según la costumbre de los mozos. En
cuanto le vieron, invitaron a treinta mozos para acompañarle. Sansón les
dijo: «Quisiera que me permitierais proponeros un enigma. Si dentro de los
siete días del convite me lo descifráis acertadamente, yo tendré que daros
treinta camisas y treinta túnicas; 13 pero si no podéis descifrármelo, seréis
vosotros los que habréis de darme a mí treinta camisas y treinta túnicas»
Ellos
le dijeron: «Propón tu enigma, que lo oigamos.»
El les dijo: «Del que come salió lo que se come, y del fuerte la dulzura»
Tres
días pasaron, sin que pudieran descifrar el enigma. Llegó el día séptimo. A
la mujer de Sansón le habían dicho ellos: «Persuade a tu marido a que te dé la
solución del enigma; si no, te quemaremos a ti y la casa de tu padre. ¿Nos
habéis invitado para robarnos?» Ella lloraba y le decía: «Me aborreces, has
propuesto un enigma a los hijos de mi pueblo y no quieres explicármelo a mí»
Ella respondió: «No se lo he explicado ni a mi padre ni a mi madre, ¿y voy a
explicártelo a ti?» Así le había estado llorando durante los siete días del
convite; pero el séptimo día, tanto le importunó, que él le dio la explicación,
y ella se la comunicó a los hijos de su pueblo. 18 Los de la ciudad dijeron a
Sansón el día séptimo, antes de la puesta del sol:
«¿Qué más
dulce que la miel?
¿Qué
más fuerte que el león?»
Él
les contestó:
«Si no
hubierais arado con mi novilla,
No hubierais
descifrado mi enigma»
Apoderóse de él el espíritu de Yavé; y bajando a Ascalón, mató allí a treinta hombres, los despojó y dio las
túnicas a los que habían descifrado el enigma. Muy enfurecido, se subió a casa
de sus padres. La mujer de Sansón fue entregada a uno de los mozos que le
habían servido de compañeros.
Al
cabo de días, al tiempo de la siega, fue Sansón a visitar a su mujer, llevando
un cabrito, y dijo: «Quiero entrar a mi mujer en su cámara» Pero el padre le
negó la entrada, diciendo: «Yo creí que la habías aborrecido enteramente, y se
la he entregado a tu compañero. Su hermana menor es más hermosa todavía que
ella. Tómala por mujer en lugar suyo» Sansón le dijo: «Ahora, ya sin culpa de
mi parte contra los filisteos, podré hacerles daño»
Hazañas
de Sansón.
Se
fue, y cogiendo trescientas zorras y teas, ató a las zorras dos a dos, cola con
cola, y puso entre ambas colas una tea. Encendió luego las teas, y soltó a
las zorras en las mieses de los filisteos, abrasando los montones de gavillas,
los trigos todavía en pie, y hasta los olivares.
Los filisteos se
preguntaban: «¿Quién ha hecho esto?»
Y se les dijo:
«Ha sido Sansón, el yerno del timneo porque éste le ha
quitado su mujer y se la ha dado a un compañero suyo»
Los filisteos subieron y
la quemaron a ella y a su padre.
Sansón les dijo: «¿Eso
habéis hecho? Pues yo no pararé hasta vengarme de vosotros» Y los tundió
ancas y muslos, haciendo en ellos gran destrozo, y se bajó luego a la caverna
del roquedo de Etam.
Subieron entonces los
filisteos y acamparon en Judá, extendiéndose por Leji.
Los de Judá les preguntaron: «¿Por qué habéis
subido contra nosotros?» Ellos respondieron: «Hemos venido a atar a Sansón,
para tratarle como él nos ha tratado a nosotros» Bajaron, pues, tres mil
hombres de Judá a la caverna del roquedo de Etam, y
dijeron a Sansón: «¿No sabes que los filisteos nos
dominan? ¿Por qué nos has hecho eso?» Él les respondió: «He hecho con ellos
como ellos han hecho conmigo» Ellos repusieron: «Hemos bajado para atarte y
entregarle atado en manos de los filisteos» Sansón respondió: «Jurad que no
vais a matarme» Ellos le dijeron «No, solamente a atarte, para entregarte a
los filisteos, pero no te mataremos» Y atándole con dos cuerdas nuevas, le
hicieron subir del roquedo. Llegados a Leji, los
filisteos les salieron al encuentro, lanzando gritos de júbilo. Apoderóse entonces de él el espíritu de Yavé, y las cuerdas
que a los brazos tenía fueron como hilos de lino quemados por el fuego; las
ligaduras cayeron de sus manos, y viendo cerca una quijada de asno fresca,
la cogió y derrotó con ella a mil hombres. Dijo Sansón:
«Con
una quijada de asno los he puesto rojos del todo;
Con una
quijada de asno he derrotado a mil hombres».
Y
dicho esto, tiró la quijada y llamó a aquel lugar Ramat Leji. Devorado por la sed, clamó a Yavé, diciendo:
«Eres tú el que por la mano de tu siervo has hecho esta gran liberación; ¿voy a
caer ahora, muerto de sed, en la mano de los incircuncisos?» Y abrió Yavé el
mortero que hay en Leji, y brotó de él agua. Bebió,
se recobró y vivió, y la llamó por eso la fuente de En Hacore,
que es la que hay todavía en Leji. Sansón juzgó a
Israel en tiempo de los filisteos, durante veinte años.
Fue
Sansón a Gaza, donde había una meretriz, a la cual entró. Se dijo a los de
Gaza: «Ha venido aquí Sansón» Y le cercaron, y estuvieron toda la noche en
acecho cerca de la puerta de la ciudad. Se estuvieron tranquilos durante la
noche, diciéndose: «Al alba le mataremos» Sansón estuvo acostado hasta
medianoche. A medianoche se levantó, y cogiendo las dos hojas de la puerta de
la ciudad con las jambas y el cerrojo, se las echó al hombro y las llevó a la
cima del monte que mira hacia Hebrón.
Dalila.
Después amó a una mujer del valle de Sorec, de nombre
Dalila. Los príncipes de los filisteos subieron a ella y la dijeron:
«Sedúcele, para saber en qué está su gran fuerza y cómo podríamos apoderarnos
de él, para atarle y castigarle. Si lo haces, te daremos cada uno mil cien
siclos de plata.»
Dijo, pues, Dalila a Sansón: «Dime, te ruego, en qué está
tu gran fuerza, y con qué habrías de ser atado para sujetarte»
Sansón
respondió: «Si me atasen con siete cuerdas húmedas, que no se hubieran secado
todavía, me quedaría sin fuerzas y sería como otro hombre cualquiera»
Subiéronle los príncipes de los filisteos las siete cuerdas
húmedas, sin secar todavía, y ella le ató con ellas. Como tenía en su cuarto
gentes en acecho, le gritó: «¡Sansón, los filisteos
sobre tí!» El rompió las cuerdas como se rompe un
cordón de estopa cuando se le pega fuego, y quedó desconocido el secreto de su
fuerza.
Dalila dijo a Sansón: «Te has burlado de mí y me has engañado. Dime, pues,
ahora con qué hay que atarte»
Él le dijo: «Si me atan con cuerdas nuevas que
no hayan sido empleadas para ningún otro uso, me quedaré sin fuerzas y seré
como otro hombre cualquiera»
Dalila cogió cuerdas nuevas y le ató con ellas.
Después le gritó: «¡Sansón, los filisteos sobre ti!»,
pues tenía en el cuarto gentes en acecho. Él rompió como un hilo las cuerdas
que tenía en los brazos.
Dalila dijo a Sansón: «Hasta ahora te has burlado
de mí y no me has dicho más que mentiras. Dime de una vez con qué hay que
atarte.»
Él le dijo: «Si entretejes con un lizo las siete trenzas de mi cabeza
y las fijas con una clavija de tejedor, me quedaré sin fuerzas y seré como otro
hombre cualquiera»
Entretejió Dalila con un lizo las siete trenzas, las fijó
con la clavija de tejedor y le gritó: «¡Sansón, los
filisteos sobre ti!» Y despertando de su sueño, arrancó la clavija y el
entretejido.
Ella
le dijo: «¿Cómo puedes decir que me quieres, cuando tu
corazón no está conmigo? Por tres veces te has burlado de mí y no me has
descubierto en qué está tu gran fuerza» Y le importunaba incesantemente,
siempre insistiendo en su demanda, hasta llegar a producirle un tedio de
muerte. Y le abrió de par en par su corazón, diciendo: «Nunca ha tocado la
navaja mi cabeza, pues soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si me
rapasen perdería mi fuerza, me quedaría débil y sería como todos los otros
hombres»
Dalila vio que en verdad le había abierto de par en par su corazón:
y mandó a llamar a los príncipes de los filisteos, diciéndoles: «Subid, que
esta vez ya me ha abierto de par en par su corazón»
Subieron, llevando el
dinero en sus manos. Le durmió ella sobre sus rodillas, y llamando al
hombre, hizo que rapara las siete trenzas de la cabellera de Sansón y comenzó a
debilitarse. Había perdido su fuerza, y ella le dijo entonces: «¡Sansón, los filisteos sobre ti!» Él se despertó, diciendo:
«Saldré como tantas otras veces y me sacudiré», pues no sabía que Yavé se había
apartado de él.
Prisión
de Sansón.
Cogiéronle los filisteos, le sacaron los ojos, y llevándole
a Gaza, le encadenaron con doble cadena de bronce, y en la cárcel le pusieron a
hacer dar vueltas a la muela. Entretanto, volvieron a crecerle los pelos de
la cabeza, después de haber sido rapada. Los príncipes de los filisteos se
congregaron para ofrecer un gran sacrificio a Dagón,
su dios; y para regocijarse, decían: «Nuestro dios ha puesto en nuestras manos
a Sansón, nuestro enemigo» El pueblo, al verle, alababa a su dios, diciendo:
«Nuestro dios ha puesto en nuestras manos a nuestro enemigo, al que asolaba
nuestra tierra, y mató a tanta gente» Cuando su corazón se alegró, dijeron:
«Que traigan a Sansón para que nos divierta» Sansón fue sacado de la cárcel
y tuvo que bailar ante ellos. Habíanle puesto entre
las columnas, y Sansón dijo al mozo que le hacía de lazarillo: «Déjame tocar
las columnas que sostienen la casa, para apoyarme»
Su
última venganza.
Estaba la casa llena de hombres y mujeres. Allí estaban los príncipes de los
filisteos, y había entre todos más de tres mil
personas, hombres y mujeres viendo bailar a Sansón. Entonces invocó Sansón a
Yavé, diciendo: «Señor, Yavé, acuérdate de mí, devuélveme la fuerza sólo por
esta vez, para que ahora me vengue de los filisteos por mis dos ojos» Sansón
se agarró a las dos columnas centrales, que sostenían la casa; y haciendo
fuerza sobre ellas, sobre la una con la mano derecha, sobre la otra con la mano
izquierda, dijo: «¡Muera yo con los filisteos!» Tan
fuertemente sacudió las columnas, que la casa se hundió sobre los príncipes de
los filisteos y sobre todo el pueblo que allí estaba, siendo los muertos que
hizo al morir más que los que había hecho en vida. Sus hermanos y toda la
casa de su padre bajaron y se lo llevaron, y le sepultaron entre Sora y Estaol, en la sepultura de Manué, su padre. Juzgó a Israel
durante veinte años.
Culto
cismático
Había un hombre de los montes de Efraím,
Mica de nombre. Dijo éste a su madre: «Los mil cien siclos de plata que
habías puesto aparte, por los que te lamentabas a veces, aun oyéndote yo, yo
los tengo, yo te los quité» Díjole su madre: «Bendito de Yavé seas, hijo mío»
Devolvió, pues, los mil cien siclos de plata a su madre, que dijo: «Quiero
consagrar a Yavé este dinero y que de mi mano pase a mi hijo, para que se haga
una imagen tallada y chapeada. Ahí, pues, te lo entrego»
Habiendo, pues, devuelto él a su madre el dinero, tomó su madre doscientos
siclos y se los dio a un orífice, y este hizo una imagen tallada y chapeada,
que quedó en la casa de Mica; y así un hombre como Mica vino a tener una casa
de Dios. Hízose también un efod y unos terafim, y llenó la mano de uno de sus hijos para que
hiciera de sacerdote. No había entonces rey en Israel, y hacía cada uno lo
que bien le parecía.
Un
joven de Belén de Judá, de nombre Jonatán, levita, que habitaba allí, saliendo de la ciudad de Belén de Judá, se puso a recorrer la tierra para
buscar dónde vivir; y pasando por los montes de Efraím, llegó en su camino a la
casa de Mica. Preguntóle Mica: «¿De
dónde vienes?», y el levita le contestó: «Soy de Belén de Judá, y ando a ver si
encuentro dónde vivir». Díjole Mica: «Quédate conmigo y me servirás de padre
y de sacerdote. Te daré diez siclos de plata al año, vestidos y comida», e
instó al levita. Consintió éste en quedarse con Mica, para quien fue el
joven como otro hijo. Llenó, pues, Mica la mano del levita, y el joven hizo con
él de sacerdote, quedándose en casa de Mica. 1Dijo Mica: «Ahora sí que de
cierto me favorecerá Yavé, pues tengo por sacerdote a un levita»
Conquista
de Lais.
No
había por aquel entonces rey en Israel, y la tribu de Dan andaba buscando dónde
establecerse, pues no le había tocado hasta entonces heredad en medio de las
otras tribus de Israel. Mandaron, pues, los hijos de Dan de entre los suyos a
cinco exploradores, hombres fuertes; los mandaron de Sora y de Estaol, para que recorriesen la tierra y la explorasen,
diciéndoles: «Id a reconocer la tierra» Llegaron los cinco hombres por los
montes de Efraím, hasta la casa de Mica, y pasaron allí la noche. Estando cerca
de la casa de Mica, conocieron por la voz al joven levita; y acercándose a él,
le preguntaron: «¿Quién te ha traído a ti aquí? ¿Qué
haces aquí, y qué tienes aquí?» Él les contestó: «Mica ha hecho por mí esto y
lo otro, y me he ajustado con él y le sirvo de sacerdote» Ellos le dijeron:
«Entonces, consulta a Dios, para que sepamos si prosperará el viaje que hemos
emprendido» Y les dijo el sacerdote: «Id tranquilos, está ante Yavé el camino
que seguís» Reemprendieron su camino los cinco hombres y llegaron a Lais. Vieron que la gente de ella vivía en seguridad, a
modo de los sidonios, pacífica y tranquilamente, sin que nadie dañase a nadie,
y que eran ricos y estaban alejados de los sidonios y no tenían relación con
nadie. Volviéronse, pues, a sus hermanos, a Sora y
a Estaol, que les preguntaron: «¿Qué
traéis?» Ellos contestaron: «Subamos luego contra ellos. Hemos visto la
tierra y es muy buena. ¿Os estáis callados? No dilatéis la ida, para
apoderarnos de esa tierra. Daréis con un pueblo que vive seguro. La tierra
es amplia y Dios la ha puesto en vuestras manos. Es una tierra que produce de
todo» Salieron, pues, de Sora y de Estaol seiscientos hombres de las familias de Dan, armados en guerra; y subiendo,
acamparon en Quiriat Yearim,
de Judá, por lo cual se llamó hasta hoy este lugar Majana Dan, al occidente de Quiriat Yearim.
Pasaron de allí a los montes de Efraím y llegaron hasta la casa de Mica.
Los cinco hombres que habían ido a explorar la tierra de Lais dijeron a sus hermanos: «¿Sabéis que en esta casa hay
un efod, terafim y una imagen tallada y chapeada? Ved
vosotros lo que se ha de hacer» 1Pasaron adelante; y entrando en la casa del
joven levita, la casa de Mica, le preguntaron por su salud. Los seiscientos
hombres de los hijos de Dan, armados en guerra, se quedaron a la entrada de la
puerta.
Subieron los cinco exploradores y entraron para apoderarse del efod,
de los terafim y de la imagen chapeada, mientras
estaba el sacerdote a la entrada de la puerta con los seiscientos hombres
armados en guerra. Después que, entrando en la casa de Mica, se apoderaron
del efod, de los terafim y de la imagen tallada y
chapeada, les dijo el sacerdote: «¿Qué hacéis?» Ellos le dijeron: «Cállate, ponte la mano a la boca, vente con nosotros, y
serás nuestro padre y nuestro sacerdote. ¿Qué te es mejor, ser sacerdote de la
casa de un solo hombre o serlo de una tribu y de las familias de Israel?» Alegrósele al sacerdote el corazón; y cogiendo el efod, los terafim y la imagen tallada, se fue con aquella
gente. Pusiéronse en marcha de nuevo, llevando por
delante a los niños, a los animales y las cosas de precio; y estaban ya
lejos de la casa de Mica, cuando éste y los hombres que habitaban las casas
vecinas de la de Mica se reunieron para salir en persecución de los hijos de
Dan. Gritaron a los hijos de Dan; y éstos, volviendo la cara dijeron a Mica: «¿Qué te ocurre, para que nos vengas dando voces?» Él contestó: «Mis dioses, los que yo he hecho, me los habéis quitado junto con
el sacerdote y os marcháis. ¿Qué me queda entonces? Y todavía me preguntáis qué
me ocurre?» Dijéronle los
hijos de Dan: «No nos hagas oír más tu voz, si no quieres que hombres irritados
se arrojen sobre vosotros y pierdas tu vida y la de los de tu casa».
Prosiguieron los hijos de Dan su camino; y Mica, viendo que eran más fuertes
que él, se volvió y tornó a su casa. Lleváronse,
pues, lo que había hecho Mica y al sacerdote que tenía; y marcharon contra Lais, contra el pueblo tranquilo y confiado, y los pasaron
a filo de espada y prendieron fuego a la ciudad. No hubo quien la librara,
por lo lejos que estaba Sidón y por no tener relación con nadie. Estaba en el
valle que se extiende hacia Bet Rejobot.
Los hijos de Dan reedificaron la ciudad y habitaron en ella, y la llamaron
Dan, del nombre de su padre, hijo de Israel, pero antes se llamaba Lais.
Culto
sacrílego e ilegítimo en Dan.
Los
hijos de Dan se erigieron la imagen tallada de Mica; y Jonatán, hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos, fueron sacerdotes
de la tribu de Dan, hasta el tiempo de la cautividad del arca. Permaneció
entre ellos la imagen tallada de Mica, que él se había hecho, todo el tiempo
que estuvo en Silo la casa de Dios.
Crimen
de los de Gueba de Benjamín.
Sucedió por aquel tiempo, cuando no había rey en Israel, que un levita, que
peregrinaba en el límite septentrional de los montes de Efraím, tomó por mujer
a una concubina de Belén de Judá. Fuéle infiel la
concubina y le dejó, para irse a la casa de su padre, a Belén de Judá, donde se
estuvo por espacio de cuatro meses. Su marido, llevando consigo un mozo y dos
asnos, se encaminó a donde ella estaba, para hablarla al corazón y reducirla. Hízole entrar ella en la casa de su padre, que al verle,
salió muy contento a recibirle. Instóle su suegro, el
padre de la joven, y se quedó allí por tres días, comiendo, bebiendo y pasando
la noche allí. Al cuarto día se levantó de mañana y se dispuso a marchar;
pero el padre de la joven dijo a su yerno: «Confórtate con un bocado de pan, y
luego partirás» Sentáronse ambos y comieron y
bebieron; y el padre de la joven dijo al marido: «Anda, quédate hoy a pasar
aquí la noche alegremente» Levantóse el marido para
marcharse, pero le instó aún su suegro, y se quedó a pasar la noche allí. Levantóse de mañana el día quinto, para emprender la
marcha; y le dijo el padre de la joven: «Anda, toma un refrigerio y diferid la
marcha hasta el caer del día»; y se pusieron a comer juntos. Levantóse el marido para marcharse él, la concubina y el
mozo; pero el suegro, el padre de la joven, le dijo: «Mira, comienza ya a caer
la tarde; anda, pasad la noche aquí, que el día se acaba ya; pasa aquí la
noche, que se te alegre el corazón, y mañana os levantáis bien temprano, para
volveros a tu casa» El marido rehusó pasar allí la noche, se levantó y
partió. Llegó frente a Jebús, que es Jerusalén, con
el par de asnos y la concubina. Cuando estaban cerca de Jebús,
el día había ya bajado mucho, y dijo el mozo a su amo: «Será mejor que nos
desviemos hacia la ciudad de los jebuseos, para pasar allí la noche.» El amo
le respondió: «No, no torceremos hacia una ciudad extraña, en la que no hay
hijos de Israel; lleguemos a Gueba»; y añadió; «Anda, vamos a acercarnos a
uno de esos dos lugares, y pasaremos la noche en Gueba o en Rama» Prosiguieron la marcha, y al ponerse el sol llegaron cerca de Gueba, que es de
Benjamín. Tomaron, pues, hacia allá, para pasar la noche en Gueba. Entraron
y se sentaron en la plaza de la ciudad; y no hubo quien los admitiera en su
casa, para pasar en ella la noche. Llegó en esto un anciano, que venía de
trabajar en el campo; era un hombre de los montes de Efraím, que se hallaba en
Gueba; los habitantes del lugar eran benjaminitas.
Cuando, al levantar los ojos, vio al viajero en la plaza de la ciudad, le dijo: «¿A dónde vas y de dónde vienes?» Él le contestó:
«Vamos de Belén de Judá al límite septentrional de los montes de Efraím, de
donde soy yo. Había ido a Belén de Judá y voy a mi casa, pero nadie me admite
en su casa. Sin embargo, tenemos paja y forraje para los asnos, y también
pan y vino para mí, para tu sierva y para el mozo que acompaña a tus siervos;
no necesitamos nada» El anciano le dijo: «Sea contigo la paz; de cuanto te
es necesario te proveeré yo; no te quedes en la plaza» Hízolos entrar en su casa y dio forraje a los asnos. Laváronse los pies los viajeros, y después comieron y bebieron. Mientras estaban
refocilándose, los hombres de la ciudad, gente perversa, aporrearon fuertemente
la puerta, diciendo al anciano, dueño de la casa: «Sácanos al hombre que ha
entrado en tu casa, para que le conozcamos»
El dueño de la casa salió a
ellos y les dijo: «No, hermanos míos, no hagáis tal maldad, os lo pido: pues
que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis semejante crimen. 2Aquí
están mi hija, que es virgen, y la concubina de él: yo os las sacaré fuera,
para que abuséis de ellas y hagáis con ellas como bien os parezca; pero a este
hombre no le hagáis semejante infamia»
Aquellos hombres no quisieron
escucharle; y entonces el levita cogió a su concubina y la sacó fuera» La
conocieron y estuvieron abusando de ella toda la noche, hasta la mañana,
dejándola al romper la aurora. Al venir la mañana, cayó la mujer a la
entrada de la casa donde estaba su señor, y allí quedó hasta que fue de día. Su marido se levantó de mañana y abrió la puerta de la casa, para salir y
continuar su camino; y vio que la mujer, su concubina, estaba tendida a la
entrada de la casa, con las manos en el umbral. Él le dijo: «Levántate y
vámonos»; pero nadie respondió. Púsola entonces el
marido sobre su asno, y partió para su lugar. Llegado a su casa, cogió un
cuchillo y la concubina, y la partió miembro por miembro, en doce trozos, que
mandó por toda la tierra de Israel. Y a los enviados encargó que dijeran a
todos los israelitas: «¿Se ha visto jamás tal cosa
desde que los hijos de Israel subieron de Egipto hasta el presente? Miradlo
bien, deliberad y resolved ». A su vista, dijeron todos: «Jamás ha sucedido
cosa parecida, ni se ha visto tal, desde que los hijos de Israel subieron de
Egipto, hasta hoy»
Salieron, pues, los hijos de Israel, desde
Dan hasta Berseba y la región de Galaad, y se
reunieron como un solo hombre en Masfa, delante de Yavé.
Guerra
de Israel contra Benjamín.
Los
jefes de todo el pueblo y todas las tribus de Israel estuvieron presentes en la
asamblea del pueblo de Dios; cuatrocientos mil hombres de a pie, armados. Supieron los de Benjamín que los hijos de Israel habían subido a Masfa. Los
hijos de Israel dijeron: «Sepamos cómo se ha cometido el crimen» Tomó
entonces la palabra el levita, marido de la mujer que había sido muerta, y
dijo: «Yo había entrado en Gueba de Benjamín con mi concubina, para pasar allí
la noche. Los habitantes de Gueba se levantaron contra mí y rodearon de noche
la casa donde estaba, con intención de matarme. Hicieron fuerza a mi concubina,
que murió. La cogí y la corté en trozos, que mandé por todo el territorio de
la heredad de Israel, porque han cometido un crimen infame en Israel. Todos
estáis aquí, hijos de Israel: deliberad y decidid aquí mismo».
Y poniéndose
el pueblo todo en pie, como un solo hombre, dijeron: «No vuelva nadie a sus
tiendas ni se vaya nadie a su casa. Lo que hay que hacer con Gueba, es ir
contra ella a la suerte. Tómense de todas las tribus de Israel diez hombres
por cada ciento, ciento de cada mil y mil de cada diez mil, que vayan en busca
de víveres para la gente; y cuando estén de vuelta, que sea tratada Gueba de
Benjamín, conforme con toda la infamia que ha cometido en Israel»
Quedáronse, pues, reunidos en torno a la ciudad todos los
hijos de Israel, unidos como un solo hombre. Habían enviado las tribus de
Israel mensajeros a todas las familias de Benjamín, que les dijeran: «¿Qué crimen es éste que se ha cometido entre vosotros? Entregad luego a los perversos de Gueba para que les demos muerte, y extirpemos
el mal de en medio de Israel»; pero los benjaminitas no accedieron a la demanda de sus hermanos, los hijos de Israel; y saliendo
de sus ciudades, se reunieron en Gueba para combatir contra los hijos de
Israel. Los hijos de Benjamín, que salidos de sus ciudades se reunieron
entonces en Gueba, fueron veintiséis mil hombres de guerra, sin contar los
habitantes de Gueba. Había, de entre éstos, setecientos hombres escogidos,
zurdos, todos capaces de lanzar con la honda una piedra contra un cabello, sin
errar el blanco. El número de los hijos de Israel reunidos, no contando a
los de Benjamín, fue de cuatrocientos mil; todos hombres de guerra.
Levantáronse, pues, los hijos de Israel y subieron a Betel,
y consultando a Dios, preguntaron: «¿Quién subirá
primero a combatir a los hijos de Benjamín?» Respondió Yavé: «Judá subirá el
primero» usiéronse en marcha de mañana los hijos
de Israel, y acamparon contra Gueba. Avanzaron los hijos de Israel, para
combatir a los de Benjamín, y se pusieron en orden de batalla contra ellos,
delante de Gueba. Salieron los hijos de Benjamín de Gueba, y echaron por
tierra en aquel día a veintidós mil hombres de Israel. 22 Los hombres de Israel luciéronse fuertes y presentaron nuevamente batalla
en el mismo lugar donde se pusieron el primer día; habían subido antes a
llorar ante Yavé, hasta la tarde, y habían consultado, diciendo: «¿Marchamos
todavía a combatir a Benjamín, nuestro hermano?»; y Yavé había respondido:
«Marchad contra él»
Acercáronse, pues, los hijos
de Israel a los hijos de Benjamín el segundo día; y salieron a su encuentro
de Gueba los hijos de Benjamín, y echaron por tierra esta vez a dieciocho mil
hombres de los hijos de Israel, todos hombres de guerra. Subió todo el
pueblo, todos los hijos de Israel, a Betel; y allí lloraron ante Yavé, ayunaron
aquel día hasta la tarde, y ofrecieron holocaustos y hostias pacíficas ante
Yavé. Luego consultaron a Yavé.
Derrota
y casi total extinción de los benjaminitas.
Por
entonces estaba en Silo el arca de la alianza de Dios; y Fines, hijo de
Eleazar, hijo de Arón, servía ante ella. Preguntaron pues: «¿Marcharé
todavía otra vez para combatir a los hijos de Benjamín, mi hermano, o debo
desistir?» Yavé respondió: «Marcha, que mañana lo pondré en tu mano» Israel
puso en torno a Gueba una emboscada; y al tercer día subieron los hijos de
Israel contra los hijos de Benjamín, y se ordenaron en batalla ante Gueba, como
las otras veces. Los hijos de Benjamín salieron al encuentro del pueblo,
dejándose arrastrar lejos de la ciudad. Comenzaron a herir y matar gente en el
campo, como las otras veces, en los dos caminos, de los cuales el uno sube a
Betel y el otro a Gabata, unos treinta hombres de Israel. Los hijos de
Benjamín se decían: «Derrotados ante nosotros como antes» Y los hijos de Israel
dijeron: «Huyamos y atraigámoslos sobre estos caminos, lejos de la ciudad; y
abandonando todos sus posiciones, se pusieron en orden de batalla en Baal Tamar. Los emboscados de Israel, al occidente de Gueba,
se echaron fuera de su puesto; y llegaron contra Gueba diez mil hombres
escogidos de todo Israel. El combate fui duro, pues los hijos de Benjamín no se
dieron cuenta del gran desastre que les amenazaba.
Yavé batió a Benjamín
ante Israel, y los hijos de Israel mataron aquel día veinticinco mil cien
hombres de Benjamín, hombres de guerra. Viéronse derrotados los hijos de Benjamín, y se dieron cuenta de que Israel había cedido
terreno ante ellos porque confiaba en la emboscada que había puesto contra
Gueba. Los emboscados se echaron rápidamente sobre la ciudad, y avanzando
contra ella, la pasaron a filo de espada. Los hijos de Israel habían
convenido con los de la emboscada en una señal, diciendo: «Haced subir de la
ciudad una gran nube de humo» Al verla, los hijos de Israel simularon la
fuga. Los de Benjamín habían ya matado unos treinta hombres y se decían: «Helos
ahí batidos ante nosotros, como en la primera batalla»
Cuando la nube de
humo comenzó a alzarse como una columna sobre la ciudad, volvieron los ojos
atrás y vieron que toda la ciudad subía en fuego hacia el cielo. Diéronles entonces la cara los hijos de Israel; y los de
Benjamín, aterrados ante el desastre que se les venía encima, volvieron las
espaldas ante los hijos de Israel y emprendieron la huida, camino del desierto;
pero la batalla los apretaba y los que venían de la ciudad los exterminaron.
Cercaron a Benjamín, le persiguieron sin descanso, le aplastaron, hasta el
oriente de Gueba. Dieciocho mil hombres cayeron de Benjamín, todos gente
valiente. De entre los que huían hacia el desierto, hacia la roca de Remón,
mataron los de Israel por las subidas cinco mil, y siguieron persiguiéndolos
hasta Guidom y mataron otros dos mil. El número
total de los de Benjamín que perecieron aquel día fue de veinticinco mil
hombres de guerra, todos valientes. Seiscientos hombres, de los que
emprendieron la huida hacia el desierto y pudieron llegar a la roca de Remón,
permanecieron allí durante cuatro meses. Los hijos de Israel se volvieron
sobre Benjamín y pasaron a filo de espada las ciudades, hombres y ganados y
todo cuanto hallaron, e incendiaron cuantas ciudades encontraron.
Los hombres de Israel habían jurado en
Masfa, diciendo: «Ninguno de nosotros dará por mujer su hija a uno de Benjamín»
Vino el pueblo a Betel y estuvo allí ante Dios toda la tarde. Alzando su voz, lamentábase grandemente, diciendo: «¿Por qué, ¡oh Yavé, Dios de Israel!, ha sucedido que en
Israel venga hoy a faltar una tribu?» Al día siguiente, levantándose de
mañana, alzaron allí un altar, ofrecieron holocaustos y hostias pacíficas, y
se preguntaron: «¿Quién de entre las tribus de Israel
no ha subido a la asamblea de Yavé?» Porque habían jurado solemnemente contra
quien no subiera ante Yavé a Masfa, diciendo: «Será castigado con la muerte»
Los hijos de Israel se compadecían de Benjamín y se decían: «Hoy ha sido
amputada de Israel una tribu. ¿Qué haremos por ellos, para procurar mujeres a
los que quedan? Porque hemos jurado por Yavé no darles por mujeres nuestras
hijas» Dijéronse, pues: «¿Hay
alguno entre las tribus de Israel que no haya subido ante Yavé a Masfa?» Y
ninguno de Jabes Galaad había venido al campo, a la
asamblea. Hicieron un recuento del pueblo, y no se halló ninguno de Jabes Galaad. Entonces envió contra ellos la asamblea
doce mil hombres de los más valientes, con esta orden: «Id, y pasad a filo de
espada a los habitantes de Jabes Galaad, con sus
mujeres y niños. 1Pero habéis de hacer así: Anatematizad a todo hombre y a
toda mujer que haya conocido varón»
Hallaron entre los habitantes de Jabes Galaad cuatrocientas jóvenes vírgenes, que no habían
conocido varón compartiendo su lecho, y las llevaron al campo de Silo en la
tierra de Canán. 1Mandó entonces toda la asamblea
mensajeros que hablaran a los hijos de Benjamín, que estaba en la roca de
Remón, y les ofrecieran la paz. Volvieron los de Benjamín entonces, y se les
dieron por mujeres las que habían sobrevivido de las mujeres de Jabes Galaad, pero no hubo bastantes. El pueblo se
compadecía de Benjamín, porque había abierto Yavé una brecha en las tribus de
Israel; y los ancianos de la asamblea se preguntaron: «¿Cómo
haremos para procurar mujeres a los de Benjamín, puesto que sus mujeres han
sido muertas?
Y decían: «Quede en Benjamín la heredad de los que han
escapado, para que no desaparezca una de las tribus de Israel; pero nosotros
no podemos darles por mujeres nuestras hijas, porque los hijos de Israel han
jurado diciendo: Maldito quien dé a los de Benjamín su hija por mujer. Y
dijeron: «Cerca está la fiesta de Yavé, que de año en año se celebra en Silo» —
ciudad situada al norte de Betel, al oriente del camino que de Betel sube a Siquem, y al mediodía de Lebona — . Y dieron a los de Benjamín esta orden: «Id, y
poneos en emboscada en las viñas. Estad atentos; y cuando veáis salir a las
hijas de Silo, para danzar en coro, salís vosotros de las viñas y os lleváis
cada uno a una de ellas para mujer, y os volvéis a la tierra de Benjamín. Si
los padres o los hermanos vienen a reclamárnoslas, les diremos: Dejadnos en
paz, pues con las de Jabes Galaad tomadas en guerra
no ha habido una para cada uno, y no habéis sido vosotros los que se las habéis
dado, que, sólo entonces seríais culpables»
Hicieron así los hijos de
Benjamín, y cogieron de entre las que danzaban una cada uno, llevándoselas y
volviéndose a su heredad. Reedificaron las ciudades y habitaron en ellas.
Fuéronse entonces los hijos de Israel cada uno a su tribu, a su familia, volviendo todos
a su heredad. No había entonces rey en Israel, y hacía cada uno lo que bien le
parecía.