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EL EVANGELIO DE CRISTO
LIBRO TERCERO
PARTE
DOGMÁTICA : III
Por qué los judíos no admitieron
la fe
Recojo el reto en el origen
de este análisis del pensamiento de Cristo en Pablo respecto a
la relación entre la Fe y las Obras, terreno en el que Lutero
y la Reforma encontraron un argumento decisivo para Desobedecer
a Dios y romper la Unidad pedida a las iglesias bajo Mandato.
En Lutero, el Papa y el
Diablo traté de dibujar al hombre bajo la carne, y puse sobre
la mesa las circunstancias que dieron pie a la reacción del hombre,
ante las que cualquiera de nosotros hubiera reaccionado acorde
a la sangre en fuego que se merecían los acontecimientos. La conclusión
tras la lectura de ambas realidades es que no se puede llegar
a un juicio final por nuestra parte en función de la complejidad
a que la Humanidad fue sometida a raíz de la Caída. Las fuerzas
que se movieron alrededor de los actores de la Historia Universal
superaron sus capacidades de entendimiento, y en cuanto sobrepasados
por ellas su consciencia respecto a la verdadera naturaleza de
sus acciones no se realizó jamás desde un pleno conocimiento de
causa. Lo dijo Dios Hijo Unigénito desde su Cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Tampoco Lutero sabía lo que
hacía cuando puso su verdad sobre la Iglesia y buscó su imperio
aún a costa de meterle fuego al mundo entero. Ahora bien, esto
no quiere decir que la verdad de Lutero estuviese desprovista
de sentido divino, como se deduce de la conquista por el catolicismo
de la reforma eclesiástica que estuvo en el origen “de la Reforma”.
Es una pena que el Papado no moviera ficha sino a costa de la
división del reino de Dios. El Señor es quien juzga a sus siervos,
pero si por el mero hecho de ser su siervo alguno se cree que
tiene licencia para escupirle en el rostro al Espíritu Santo y
tirar la Gloria de Dios Padre en el barro de las inmundicias a
que acostumbrara la iglesia romana a la cristiandad, que ése se
prepara para la sorpresa cuando el mismo que dijera que vendrían
del oriente y del occidente y se sentarían alrededor de la mesa
del Señor mientras los propios hijos del reino serían expulsados,
que ése se prepare para la sorpresa, porque si los propios hijos
de Dios son arrojados a las Tinieblas ¡con cuánto más terror debe
conducirse un siervo aquí en la Tierra !
Sin embargo el juego demoníaco
de utilizar el Amor contra el Temor debidos a Dios ha sido el
arma letal que siervos de todas las condiciones y estratos eclesiásticos
han venido utilizando para pervertir la Fe y alimentarse de las
propias ovejas hacia las que tienen por Contrato el Deber de apacentarlas
por tiernos pastos de salud y vida. El ejemplo del destino de
los judíos del Siglo de Cristo debiera ser suficiente para que
los pastores de la cristiandad andasen en terror continuo a costa
del delito que todas han cometido contra la Unidad Sempiterna
a cuyo Orden Sagrado sujetó Dios el Cuerpo de su Hijo, nuestro
amadísimo Rey y Padre, Jesucristo. Porque si Dios no perdonó su
delito a los hijos de su amadísimo Amigo Abraham ¡en base a qué
la descendencia carnal de bárbaros ha de creerse más y, aun imitando
al Diablo, ser capaz de escapar a la suerte del Maligno!
Dios sólo tiene una Regla. Su
Justicia es Una para todos sus siervos, hijos y naciones. Todos
los pueblos de su Reino Universal están sujetos a una misma Ley
Eterna. No hay excepción. Cuando el sol sale, sale para todos,
sin excepción. Y cuando las tinieblas golpean, golpean sobre todos,
sin excepción. El huracán no hace excepción entre cristiano y
judío, ni entre ateo y musulmán. Así la Justicia del Padre de
todas las criaturas. El mismo que no perdonó a su Unigénito y
Primogénito por quebrantar la Ley de Moisés, que obligaba a toda
la descendencia carnal de Abraham, delito penado con la Cruz desde
los días de Moisés, Ese mismo Dios Eterno hizo cumplir la Justicia
contra quienes no escucharon al Mesías cuya Venida ese mismo Moisés
les profetizara.
La complejidad de la Mente Divina,
pues, será el factor a tener en cuenta a la hora de cualquier
análisis del Libro que en su Mente, independientemente del nombre
de los escribas a su servicio, ya lo mismo Pablo que Juan, concibiera
Dios Padre, el corazón puesto en la Salvación Universal de todos
los pueblos de la Tierra. No en vano, por consiguiente, desde
su Cruz, dijera su Unigénito: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pues cualquiera de
nosotros en las circunstancias y situación bajo las que Cristo
Jesús viviera, cualquiera de nosotros habría sido actor pasivo
en el Drama de la Batalla Final entre los hijos de Dios, y en
tanto que actores pasivos hubiéramos también gritado con aquéllos:
Crucifícalo, crucifícalo.
Pues ¿qué diremos? Que los gentiles, que no perseguían la justicia, alcanzaron
la justicia, es decir la justicia por la fe
Por la Fe de Cristo Jesús, por
la Fe de Abraham, por la Fe de Moisés, por la Fe de Adán, quienes,
a pesar de los hechos que les rodeaban, mantuvieron viva a través
de los milenios la Esperanza de Salvación Universal, en orden
a la cual la Humanidad, una vez redimida, levantaría la Cabeza
y dada a elegir entre el Cielo y el Infierno, entre el Bien y
el Mal, entre Dios y el Diablo: sin pensarlo a su Creador levantaría
su alma y haciéndose una sola cosa con Su Salvador desterraría
de su carne la Obra que la Muerte construyera en ella a raíz de
la Caída. Esta Justicia Divina en la que el Amor infinito de Dios
por su Creación se hacía carne en Set y su descendencia, viajando
en la sangre de los Profetas desde Moisés hasta Cristo, golpeó
a dos bandas sin poder detener el curso de su ley, que de todos
los hombres, lo mismo de judíos que de gentiles, hizo juguetes
y actores de comparsa de una Batalla Final en cuyo desenlace el
Futuro de esa misma Creación entera estaba en juego. No en vano
Dios eligió por Campeón de su Causa al Hijo de sus entrañas increadas.
Pues todos nosotros no somos más que barro, Pinochos por la sobrenaturaleza
de nuestro Creador viviendo el sueño de devenir seres vivos a
imagen y semejanza de su padre y creador, nuestro Rey sempiterno
Jesucristo. ¡Qué hijo de hembra humana hubiera podido sostener
en sus brazos la Maza con la que Dios juró aplastarle la cabeza
al enemigo que le había salido a su Reino! ¿Acaso no confiesa
la propia Biblia que desde Adán jamás nació hombre alguno que
pudiera desatarle la correa de la sandalia a ese mismo Adán? Cuatro
milenios después, los hijos de aquella generación y mundo andando
por el polvo de la ignorancia infinita a que los condujo la Caída,
¡que entraña sino la del propio Dios Eterno hubiera podido parir
al Héroe por el que suspiraba nuestra alma, el Campeón todopoderoso
e Invencible que corriendo en tromba se lanzaría contra el asesino
de nuestros padres sin ofrecer más misericordia que el pago a
tal infernal delito! ¡Qué hijo de hombre sino el que Dios mismo
nos suscitara de sus entrañas hubiera podido mirar cara a cara
al Diablo, y sin inmutarse siquiera ante la presencia del Príncipe
de las tinieblas darle por toda respuesta aquel: “Vete Satán,
que tus días se cuentan ya por horas”. ¿Quién, ya entre los judíos
o los gentiles, podía imaginarse que Jesús caminaba hacia la Cruz?
¿Acaso los propios Discípulos no corrieron como ratas huyendo
del fuego cuando los dos campeones, el del Cielo y el del Infierno,
se abalanzaron el uno sobre el otro? De Dios sólo es la Gloria
de la Victoria, El dio Héroe y Maza, Brazo y Hacha. Y a El Sólo
le debemos todo Honor y toda Gloria; y sobre cualquiera, hijo
o siervo, pastor o fiel, que reclame para sí agradecimiento y
fidelidad, sobre su cabeza el delito. Alcanzamos la Fe no por
nuestros méritos, sino por la Gloria del Dios de la Eternidad.
Si a esto es lo que se refería Lutero cuando pusiera la fe sobre
las obras, bendita su boca y benditas las orejas que le dieron
oídos.
mientras que Israel, siguiendo la ley de la justicia no alcanzó la Ley
Ni Israel ni nadie hubieran
podido alcanzarla, como se desprende de lo dicho y se ve del Hecho
de la Necesidad de la Encarnación. Pues si la Victoria hubiera
sido posible mediante la Elección no de su Unigénito, en este
caso San Pablo no podría firmar lo escrito, y estarían en lo cierto
quienes afirman que el hombre puede por sí solo alcanzar la gloria
que se les negara a los héroes de muy antiguo. Era imposible que
ya Israel ya Roma o ambas a la vez apoyándose la una en la otra
hubieran podido aplastarle la Cabeza al Maligno y Fundar el Reino
de Dios en el espíritu y el verdadero conocimiento de Dios, es
decir, en la Fe. Pues la ley de la justicia revelada en Moisés
miraba a la justicia por la fe encarnada en Cristo Jesús, de aquí
que al venir el Mesías su Profeta, el hijo de Isabel y Zacarías,
se retirara de la escena, figura del final de contrato que Abraham
firmó en nombre de su descendencia, de esta manera dando paso
una ley a otra ley, ésta infinitamente más excelsa y gloriosa
cuando que “el que viene de arriba está sobre todos”.
¿Y por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por el de las obras.
Tropezaron con la piedra de escándalo
Las obras de la ley estaban
prefijadas y por su camino era imposible que la Humanidad recibiese
otra cosa que el desprecio de parte de quienes nacían bajo su
justicia. Desprecio que con el paso de los siglos se hizo parte
de la mentalidad del judío y levantó entre judíos y gentiles el
muro de enemistad que aún en nuestros días perdura. Pero la Caída
implicó a toda la Humanidad y cuando Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, estaba mirando
a todo el Género Humano. Siendo así que la Ley de Moisés miraba
exclusivamente al individuo, Israel, y se despreocupaba del Género
Humano, mientras existiese esa justicia de la salvación por las
obras de la ley era imposible que el Muro entre el Creador y su
Criatura cayese. Razón por la cual esta Caída había de ser causa
de escándalo para aquéllos en quienes el desprecio por la Humanidad
había venido a ser parte natural de su conducta. Cegados, pues,
por lo que ellos creían el fracaso de Dios para llevar adelante
su Palabra: la Formación del Género Humano a la imagen y semejanza
de sus hijos, los judíos, sin saberlo, cometían un terrible delito
al negar el Todopoder del mismo que los salvara de Egipto. Pues
no puede ser que habiendo creado el Universo y siendo la Sagrada
Escritura la Historia del Género Humano, sobre cuyas familias
extendió Dios su Mano, acontecimiento exterior a la Voluntad Divina
pudiera impedir que su Palabra se cumpliese. La locura de los
Rebeldes, a quienes les diera Satán su boca, deviniendo él en
persona la Cabeza de la Serpiente, estuvo en creer que la Voluntad
Universal de Dios podía ser cercenada. Arruinadas sus inteligencias
por las pasiones infernales contra las que Dios creara a Adán,
sus mentes eran incapaces de comprender que el Todopoder Divino
no puede ser limitado por nada ni nadie. Consumada la locura maligna,
el replanteamiento del Proyecto Universal imponía unas necesidades
históricas vitales imposibles de dar de lado. Israel, una vez
asentado en su individualismo nacional, cegado por la ley de las
obras, fue profundizando cada siglo más en el abismo en cuyo fondo
pusieran la piedra de su ruina los demonios malditos que causaron
la Caída de Adán. De manera que al llegar Cristo la ruptura entre
Israel y la Humanidad se había hecho tan profunda y vasta que
por fuerza los judíos habían de partirse la cabeza contra la Fe
de la redención del Género Humano y la Fundación del reino de
Dios sobre la Piedra del cristianismo.
Según está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo, una
piedra de escándalo, y el que creyere en El no será confundido.
Escándalo para los judíos había
de ser, ciertamente, que Dios echase abajo el Muro entre El y
su Creación, y dando por consumado el Contrato con Moisés, extendiese
otro ante la Humanidad, a ser firmado por Cristo Jesús en el Nombre
de todas las familias de la Tierra. Cuyos términos salvíficos
universales lo acabamos de leer: “El que creyere en El no será
confundido”. Es decir: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna”.
¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? Sí, por supuesto. Pero por
las Obras de Dios, no por las humanas. Dios es quien dijo e hizo;
y su Voluntad era y es “que todo el que ve al Hijo y cree en El
tenga la vida eterna”. La Ley fue dada para anunciar la Fe, para
prepararle el Camino, pero una vez hecha carne la Ley seguía a
Juan, hijo de Zacarías, hijo de Abías, hijo de Aarón, al calabozo
donde habría de sufrir Israel la suerte de sus profetas.
Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen mis súplicas,
para que sean salvos.
Ahora bien, la condenación por
el Delito de Crucifixión y Persecución quedó sujeto a pena y no
a Destierro eterno; algo que ya anunciara el propio Dios en muchas
ocasiones profetizando la suerte de Israel y su restauración en
el Espíritu al final de los tiempos. No porque el Apóstol hebreo
de nacimiento y judío de crianza lo diga, sino porque se deduce
de la misma justicia de la Fe.
Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia;
Así es. Fue la ignorancia, a
la que el mundo entero quedó sujeto tras la Caída, la fuerza que
arrastrara a los judíos a rebelarse contra el Plan de Salvación
de Dios. Pues la Ley de Moisés garantizaba la salvación del alma
a quien viviera bajo su norma, pero en ningún caso prometía la
ciencia que viene del verdadero conocimiento de la Divinidad a
los hijos de Abraham. No teniendo más justicia salvadora que la
que les venía de las obras de la Ley su celo por Dios era animal,
puro instinto de supervivencia, en ningún caso fruto del espíritu
de sabiduría e inteligencia, espíritu de entendimiento y fortaleza,
de consejo y temor de Yavé, árbol que por la Fe produce el fruto
de la verdadera ciencia del conocimiento de Dios. Y no teniendo
más conocimiento que el que la Ley les proveía era imposible que
pudiesen conocer la Justicia Universal que en su mente había predeterminado
ofrecerle al Género Humano cuando llegase el Día de la libertad
de sus hijos.
porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia no se sometieron
a la justicia de Dios,
No podían. Lo increíble hubiese
sido lo contrario, que el Maligno hubiese triunfado sobre Jesús
y los hijos rebeldes de Dios sobre su Reino, imponiéndole al Todopoderoso
su idea infernal de la Creación, o que los Discípulos no hubiesen
salido corriendo, o que el mar Rojo no se hubiese abierto y Juan
no se hubiese retirado al calabozo para que le cortasen la cabeza.
Determinado desde el Principio el Duelo a muerte entre el heredero
de Eva y el Campeón de los Rebeldes, Cabeza de la Serpiente, Satán,
el Maligno, todos los hombres, lo mismo judíos que gentiles quedaron
abocados a ser meras comparsas alrededor del ring donde se enfrentarían
a muerte el hijo de David y el príncipe de las tinieblas.
porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree
Más claro, imposible
Las dos justicias
Pues Moisés escribe que el hombre que cumpliere la justicia de la Ley vivirá
en ella.
No es de extrañar que Lutero
encontrase en esta doctrina del Derecho Universal a la vida eterna
en el Nombre de Jesús la palanca con la que mover el universo
cristiano y dividir la cristiandad europea occidental en dos partes
irreconciliables. Pablo procede a darle expresión humana a la
Revelación de Cristo, cuando dijera que todo el que cree en el
Hijo conocerá la vida eterna. Punto y final. Se acabó. No hay
más, no se pide menos. Luego podrán venir las ordenanzas, los
mandamientos de la santa madre iglesia, el peaje que cada uno
quiera ponerle para acceder a esta autopista libre al Cielo. Allá
cada cual. Unos ponen diezmos, otros mandamientos, otros odios
condicionantes, cada cual impone sobre aquel a quien acerca a
Dios su propio peaje, unos invisibles otros tan visibles como
cadenas que hacen del libre un esclavo de aquel que le liberara.
Digamos en descargo de Dios que tan tonto es quien libera para
esclavizar como el que naciendo libre se deja convertir en esclavo
después de haber sido hecho libre. La libertad no es el fruto
de un hombre, o de una iglesia, sea cual sea, sino don de Dios
sobre toda su creación. Los hombres, y las iglesias, son meros
instrumentos de realización de este don, que, como una espada
sobrenatural, va cortando las cadenas de las naciones encadenadas
por el Infierno al muro de su autodestrucción. Que la espada pida
las gracias sometiendo a su sobrenaturaleza a aquel que libera
es una nueva idolatría, tanto más sutil cuanto que se adora al
instrumento por ser de Dios siguiendo el razonamiento animal de
quienes adorando a la Luna o al Sol consideran que adoran a su
Creador. Quiero decir, el Poder y la Gloria es de Dios y los hombres
como las iglesias son sólo instrumentos de liberación, y en consecuencia,
cualquiera que pide peaje, en forma de diezmos, mandamientos o
cualquier otro sistema de servidumbre del liberado respecto a
su “liberador”, es una rebelión contra el Dios que concediera
gratis al universo entero el derecho a la vida eterna. El Cristiano,
en efecto, únicamente a su Dios y Señor, nuestro Rey Jesucristo,
le debe la Gracia de su Nacimiento en Libertad para disfrutar
de la gloria de los hijos de Dios. El que libera en su Nombre
no es nada. Ni iglesia ni pastor. La gloria de la Liberación no
es del siervo, sino de su Señor, y a El y sólo a El, le debe todo
hombre, nacido en la Fe, su derecho inalienable a la vida eterna
en el Paraíso de Dios, su Padre. Lo cual no implica, ni mucho
menos, como Lutero en su disputa con el Papa concluyó, que tengamos
que coger al siervo y mandarlo al infierno, tanto más cuanto que
el Siervo y el Señor forman una sola realidad un sólo Cuerpo,
divino y eterno. Que la espada libertadora sufra el continuo golpe
contra las cadenas y por ese desgaste sea condenada al fuego es
un ejercicio de ignorancia supina, tremendo y categórico que pone
de relieve el olvido de la Sobrenaturaleza del Brazo de Dios.
No porque la fe se corrompa, según le dijera Pedro “a los elegidos
extranjeros de la dispersión: Por lo cual exultáis, aunque ahora
tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones,
para que vuestra fe, más preciosa que el oro, que se corrompe
aunque acrisolada por el fuego...”. No porque la fe se corrompa tenemos el deber, que se impuso a sí mismo Lutero, de coger la
Fe y echarla fuera de nuestra alma porque nuestra alma se merece
algo más que una fe “que se corrompe”. Este sistema de pensamiento
que procede del orgullo, es destructivo, esquizoide, y comporta,
a la larga, una perversión del pensamiento de Cristo, cuyo fruto
no puede ser, según ya se ha visto en el Siglo XX, otro que un
comportamiento cainita del que así piensa y se separa de los demás
cristianos en base a que su fe se corrompe y la fe a la que él
aspira es una fe incorruptible. No hay más que abrir las páginas
de la Historia para comprobar la demencia en este tipo de discurso.
Y como ya veremos en otro sitio y reconociera el Apóstol en otra
Carta, para vivir semejante Fe tendríamos que no estar en este
mundo. Mas habiendo nacidos en este mundo y viviendo en este mundo
evitar que la influencia de este mundo le afecte a nuestra Fe,
es decir, a nosotros, es pretender una locura. Locura tan grande
como hacer de la realidad excusa y convertir nuestro defecto en
justificación de todos los crímenes que se nos ocurran, como si
mientras conservemos la fe nos estuviera permitido lo que al Diablo
le ha supuesto el Destierro Eterno de la Creación de Dios. ¡Nunca!
Como todos sabemos la Obra de Dios es que creamos en el Hijo.
Sin embargo todo en el mundo está configurado para que esta Obra
no alcance su Meta más preciada: Que seamos su Imagen y Semejanza.
La Historia del Cristianismo, en cuyos volúmenes figura la Edad
de la Reforma, es uno los efectos de esa batalla milenaria entre
la Fe y la Ignorancia del mundo. Creer que Lutero marcó un Antes
y un Después es un error terrible. Tan terrible como creer que
el Concilio de Trento hizo otro tanto. La Fe de Cristo sólo tiene
una palabra y una justicia:
Pero la justicia que viene de la fe dice así: No digas en tu corazón: “¿Quién
subirá al cielo?”, esto es, para bajar a Cristo;
Nadie, ni en la Tierra ni en
el Cielo, podía hacer que la Imagen y Semejanza a la que fuimos
llamados desde el principio de la Creación de nuestro Mundo, renaciera
en nuestro ser. Únicamente Aquel que Dios nos dio como Modelo
sempiterno podía impregnar nuestra conciencia de su Realidad mediante
la Contemplación en vivo de su Persona. La Iglesia, y el sacerdote
en cuanto Siervo, tiene por Deber de Contrato de vida acercarnos
a Aquel que es nuestro Modelo, pero es en los hijos de Dios que
ese Modelo se hace vida en nuestra vida, o como diría más adelante
el Apóstol: “Cristo, que es vuestra vida”. Cual recibimos gratis
de nuestros padres la vida, de la misma manera recibimos gratis
nuestro derecho a la vida eterna, que viene dado en Cristo, nuestra
Fe hecha carne para que no seamos sólo de palabra hijos de Dios,
sino en Poder y Gloria. ¿O acaso el Cristiano no extiende su bandera
sobre el mundo entero?
o: “¿Quién bajará al abismo?”, esto es, para hacer subir a Cristo de entre
los muertos.
Adonde fue arrojado como consecuencia
de la Caída el verdadero ser del Hombre. Habiendo sido creados
para conocer la libertad de la gloria de los hijos de Dios ¿en
qué lugar acabamos y por qué nos encontramos al día siguiente
atrapados en la selva de las pasiones infernales que nos han devorado
durante estos últimos seis milenios? ¿Qué hombre podía recuperarnos
para Dios, qué criatura en el Cielo o en la Tierra podía rescatar
nuestro Ser de la tumba en la que fuera arrojado? Es verdad que
bien podía habernos dado Dios por Modelo otro de sus hijos. Pues
al decir, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, implicaba
en la Formación del Género Humano a toda su Casa. Nuestra gloria
está en que teniendo Misericordia de nosotros, quiso darnos por
Modelo a su Unigénito en persona, a fin de que nuestro Ser renaciera
tanto más hermoso cuanto más monstruoso había devenido por la
Caída. Únicamente El podía rescatar nuestro Ser haciendo de esta
manera su Vida nuestra Vida. Y viceversa, ¿o acaso no van unidos
eternamente la Imagen y su reflejo? Será de esta manera, sin duda,
que Cristo y las Iglesias se hicieron una sola cosa, aunque, como
dijimos arriba, esta unión siguiera sujeta a la ley de la corrupción
natural al mundo. En suma, a nadie le debe nuestro Ser su vida
sino al Hijo de Dios, y, en consecuencia, todo peaje, todo diezmo,
todo mandamiento que convierta nuestros defectos en actos pecaminosos,
es un acto delictivo contra la justicia de la fe.
Pero ¿qué dice? “Cerca de tí está la palabra, en tu boca, en tu corazón”,
esto es, la palabra de la fe que predicamos.
A saber: Jesucristo es Dios
Hijo Unigénito, nacido de la Virgen María, nuestro Rey Sempiterno,
Señor de todas las iglesias, a las que se unió para engendrarle
a Dios hijos, su Descendencia en el Espíritu, nosotros, Descendencia
Divina, en razón de cuyo nacimiento futuro la Creación entera
se mantuvo expectante hasta poder ver con su alma al Hombre liberado
y hecho partícipe de la gloria de los hijos de Dios. Esta era
la Voluntad de Dios al enviar a su Hijo desde el Cielo para bajar
a los abismos, rescatar nuestro Ser y restaurar su Obra haciéndola
tanto más hermosa cuanto devenía Imagen y Semejanza de Aquel por
quien Dios Padre renuncia a todo y sin quien Dios no puede concebir
su Vida: su Hijo Jesús, nuestro Héroe, Rey y Salvador. Esta es
la Fe que predicaron los Apóstoles. Y esta es la Confesión que
les costó la vida.
Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que
Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
Nada más fácil. Nada más sencillo.
A dos milenios de distancia del autor debemos tener en cuenta
que hoy día hasta los loros repiten esta Confesión. A la hora
de leer las Escrituras nuestra inteligencia no debe separar Historia
y Vida. La Historia sin vida es nada. Y la Vida es de por sí Historia.
Lo podríamos decir diciendo que el texto va en su contexto y cualquier
disociación de ambas partes impone una actitud de sabiduría que,
de no darse, implica la manipulación del sentido original de la
Escritura, desembocando el hecho en perversión de la Doctrina.
En este caso la Fe es la misma. No se puede ser cristiano y no
creer en la resurrección del Hijo. Y se es cristiano porque se
cree en que Dios resucitó a Jesús. Es el Texto. El contexto es
que hoy puedes gritarlo en la calle y nadie va a ponerte una espada
en el cuello ni a tirarte a los leones. El fruto de la Fe es el
mismo en todo hombre, la vida eterna. Sólo que creerse más que
nadie por repetir en la calle mil veces al día esta Confesión
cuando no existe el Contexto, o sea, la pena de muerte por hacerla,
implica cierta grado de demencia.
Porque con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa
para la salud.
Desgraciadamente aún existe
en nuestro mundo naciones que sostienen la espada contra la Fe.
Es un hecho, no una denuncia. Son millones los cristianos que
son sometidos a vejación y tortura por Confesar en privado lo
que en público entre nosotros no desata ya ni risa. Entonces,
si somos los herederos de Dios, y nos pertenece todo ¿cómo siendo
partícipes de la gloria de los hijos de Dios podemos permitir
que nuestros hermanos sufran vejación y tortura por Confesar lo
que nosotros vivimos libremente? Y lo que es más dramático y terrible:
¿Cómo podemos permitir que nuestros gobiernos y los gobiernos
que persiguen y torturan a nuestros hermanos en la Fe tengan tratos
sin poner nuestros gobiernos ante, delante y sobre la mesa la
Denuncia contra semejante conducta criminal y asesina? Porque,
ciertamente, la Muerte de Cristo era de Necesidad; pero nosotros
hemos recibido por Deber: Vivir. Y con el deber el Derecho a la
defensa de esta Vida, y, estando todos en Cristo, la tortura contra
un cristiano es una vejación contra todos nosotros. Pero alguno
se dirá: ¿Acaso corrieron los cristianos a defender a los otros
cristianos del sacrificio, siendo que tenían el martirio por coronación
de su fe? Y yo le digo: Había Necesidad de la Muerte de Cristo.
Pero consumada la Necesidad, es anticristiano procediendo de un
cristiano: hacer caso omiso del Sagrado Derecho a la Vida de todos
los ciudadanos del Reino de Dios.
Pues la Escritura dice: “Todo el que creyere en El no será confundido”.
¡Cómo podría ser de otra forma!
¿O acaso Dios nos creó para ser aplastados por las bestias del
campo y no “para dominar sobre todas las criaturas”? El Testamento
es firme: “Se apoderará tu descendencia de la puerta de sus enemigos”.
No hay por tanto confusión para los que vivimos en la Luz de la
Verdad. Y la verdad es, en palabras de San Pablo:
No hay distinción entre el judío y el gentil. Uno mismo es el Señor de todos,
rico para todos los que le invocan,
Lo cual a los judíos tiene que
seguir pareciéndoles herejía, y en su herejía incapaces de comprender
que Dios es Libre para hacer y deshacer según su Omnisciencia,
y esta Omnisciencia desde luego no está sujeta al Talmud ni a
la Torah, pues quien escribe está sobre su Obra y puede destruir
lo que hace con sus manos acorde a su Ciencia y su Poder. Lo contrario,
limitar la Voluntad de Dios al interés de un pueblo, se llama
Judaísmo.
pues todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.
¿O tendrá Dios que pedirle permiso
a su criatura para levantar sobre la Obra de sus manos a quien
El quiera? ¿O tiene que estructurar sus Planes teniendo en cuenta
los planes de sus criaturas? ¿O sujetar Sus proyectos y determinios
a los pensamientos de sus siervos e hijos? ¿Y qué? ¿Qué tiene
que decir nadie si El ha querido que la Puerta de Su Reino sea
su Hijo, y quien no acepte su Corona y Señorío no conozca las
mieles de la vida eterna en su Paraíso? ¿No han vivido en sus
carnes durante estos dos milenios los judíos lo que significa
rechazar esta Voluntad manifestada en el Evangelio? ¿Acaso tuvo
Dios en cuenta que son descendencia de Abraham a la hora de aplicar
sobre los judíos la Pena debida al rechazo a su Voluntad Eterna?
¿La tuvo acaso cuando Adán, padre de los judíos, quiso imponerle
su voluntad a Dios? Se corrompe la fe, ¿pero se corrompe Dios
por amor a sus criaturas? Donde Ayer Dios dijo NO ¿pone El Hoy
SÍ? Es evidente que no. La misma Ley sigue vigente, y el Derecho
a la Vida eterna pasa por una Puerta sempiterna, que todos conocemos:
Jesucristo, lo mismo para los judíos que para los demás hombres
de la Tierra.
El Evangelio, predicado a los
judíos y desechado por ellos
Regresamos al punto donde espacio
y tiempo se encuentran y lejos del cual se produce la dispersión
interpretativa a la que nos ha acostumbrado el protestantismo
desde su nacimiento a nuestros días. Ya hemos dicho que sacar
un texto de su contexto es un acto de lavado de cerebro de quien
lo realiza respecto a quien admite por buena esta corrupción del
hecho intelectivo. Dos son las fuerzas que confluyen en el movimiento
histórico, la mente del individuo y el comportamiento del pueblo
dentro de cuyo espacio se mueve el, en este caso, pensador. No
olvidemos que el Evangelio no sólo no anuló el Pensamiento sino
que lo rescató de la tumba en que lo había enterrado la caída
del Mundo donde naciera. ¿Acaso el Pensamiento no existió antes
de la Academia de Atenas? Bueno, ciertamente sí, y ciertamente
no. Antes de la Filosofía existió el Mito, y sólo con el Cristianismo
la Filosofía se hace Ciencia en el crisol de la Teología, y es,
gracia al espíritu cristiano, que resucita la Lógica, ahora integrada
en el cuerpo cristiano, donde, alimentada por la sabiduría de
los san agustines, se fortalece y se independiza en su día, dando
a luz al Renacimiento. Antes de Sócrates existía el pensamiento
pero al estar enfocado hacia el Mito su fruto no podía generar
la Filosofía, dentro de cuyo cuerpo surgiría Ciencia en tanto
en cuanto realidad independiente. Es esta realidad la que fue
devorada por el fuego de los acontecimientos, mucho antes de nacer
Cristo, y sería por obra de la escuela de Alejandría que el pensador
científico pasó a transformarse en mito, especie rara a admirar
pero en ningún caso a tomar en serio. Es el cristianismo, como
se ve en San Pablo, quien rescata del hecho diferencial pagano
la Filosofía, y transforma el Pensamiento Filosófico en instrumento
al servicio del Evangelio, fusión que había de permanecer íntegra
y demostraría su versatilidad en Orígenes, avanzando por cuyo
camino se llegó a San Agustín, de aquí a Santo Tomás de Aquino
y, por fin, a Galileo Galilei, punto en el que Pensamiento y Fe
se despiden y sigue cada uno su camino, contra la voluntad de
la Fe, todo hay que decirlo, pero sin poder evitar la Fe que su
criatura, el pensamiento científico occidental, se convierta lenta
pero inevitablemente en su peor y más terrible enemigo, cumpliéndose
así el dicho: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Mas si alguien
puede demostrar que la Ciencia hubiera sobrevivido a la Caída
del Mundo Antiguo de no haber encontrado refugio en el Cristianismo,
a partir de ese momento declararemos proscrito a Cristo.
Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber
oído?
El Apóstol vive, en consecuencia,
una realidad suya, personal, que acaba identificando su personalidad
en el complejo mundo de las memorias de la Humanidad, singularizando
su actuación y haciendo de su figura un eje central de dinamismo
histórico sin cuya existencia el futuro no habría alcanzado la
propiedad que tuvo a partir de San Pablo. Es decir, tan irracional
es creer que San Pablo reinventó a Cristo, como ignorar que sin
San Pablo la fusión entre ambos espíritus, el del Evangelio y
el de la Filosofía, se hubiera producido a la velocidad que se
produjo sin haber mediado su Cristianismo. San Pablo fue la encarnación
de un cristianismo sui géneris en cuya particularidad el morfologismo
atónito con tendencia a la anulación de la individualidad en el
hecho de la universalidad de la Fe encontró su camino y, sin excluir
esta universalidad, le abrió la puerta a la individualidad cristiana,
tipo Cristo Jesús, donde el Yo y el Nosotros convivieron sin ninguna
lucha interna. Contra la tendencia perturbadora judía, que le
acarrearía a Israel la destrucción, cuyo eje supremo era la heretización
de lo anómalo en tanto que individualidad, profética en el caso
hebreo, consistente en hacer de todo hijo de Abraham un clon miserable
del modelo corrupto que se habían forjado los sacerdotes y los
rabinos sobre lo que el Ser es, Cristo Jesús puso en acción un
nuevo Modelo, el Hijo del hombre, el YO como base y techo de la
realización de la vida, el Nosotros como cuerpo integrador perenne,
indestructible en cuya dimensión conviven estas dos fuerzas sublimes
en un todo divino, indisociable, armonizado por un Espíritu Universal
que hace del Individuo su Roca de Fundación eterna y del reino
de Dios su Templo, su Edificio, su Palacio, su Ciudad, su Mundo.
Era imposible, pues, que Cristo Jesús pudiera ser admitido por
los judíos como el Hombre en el Verbo de Vida: el Hombre a la
Imagen y Semejanza de Dios, una Persona perfecta, completa, existente
de por sí y en sí, inteligente, creador, activa, libre. Oposición
que encontraría en los Apóstoles, por su origen judío, un fuerte
valedor a la hora de mantener el crecimiento del cristianismo
en el perímetro interno del pensamiento hebreo. La famosa disputa
entre Pablo y Pedro, ganada por el Señor de ambos en bien de todos,
puso sobre la mesa aquella terrible confrontación que, de haber
perdido Pablo, hubiera supuesto la imposible resurrección de la
Filosofía en el cuerpo del cristianismo. Aquí, en esta victoria,
no de Pablo o de Pedro, sino del Señor de ambos, pero firmada
por Pablo, es donde el cristianismo se echó a andar sin mirar
atrás y por el camino, sin quererlo ni pensarlo, cuando ya creía
el Filósofo que el imposible era su sino, el Pensamiento alcanzó
a la Sabiduría, se hicieron una cosa y juntos le consiguieron
a la Humanidad lo que de otra forma hubiera sido imposible. A
saber: La Victoria de la Civilización sobre la anunciada Caída
del Mundo entre cuyas paredes se forjara su edificio. El Judaísmo,
así las cosas, no entraba ya en el juego de los siglos.
Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: “¡Cuán hermosos
los pies de los que anuncian el bien!”.
Cualquier interpretación del
texto paulino debe realizarse teniendo en cuenta este pensamiento
del propio Pablo sobre su realidad concreta, pues la singularidad
personal no anula en ningún caso la concepción del cuadro general
dentro de cuyo marco se mueve cada cual. Y viceversa. La integración
del hombre en el universo de circunstancias del que forma parte
no oprime su individualidad ontológica. Yo diría todo lo contrario,
que la enriquece. En este contexto justo es decir, ¡qué mayor
bien podía hacérsele al Hombre que regalarle el encuentro con
su Identidad Ontológica, ver el Modelo Vivo de Ser a imagen del
cual fuera pensada su existencia! Era esa Identidad la que fue
arrojada al Polvo por la Caída de Adán y su Mundo; fue esta Personalidad
la que bajo un cosmos de prescripciones y ritos sangrientos el
Judaísmo mantenía en su tumba. Ningún Bien mayor podía hacerle
Dios al Hombre que resucitar su YO de la Muerte y darle Nueva
Vida. Antes de Cristo éramos animales arrastrando nuestro pecho
por el polvo, bestias asesinas devorándonos los unos a los otros
sin esperanza de solución ni ruptura de continuidad; tanto judíos
como romanos, griegos como persas, chinos como aztecas, todos
los pueblos tenían por modelo de Ser un tipo criminal y homicida
cuyos pensamientos sólo tenían un fin: Justificar ese comportamiento.
Después de Cristo el Ser del Hombre tiene en su Pensamiento el
Modelo a cuya Imagen fue creado y encuentra en el tipo antiguo
un monstruo, impuesto al Género Humano por la Caída, una bestia
asesina tanto más poderosa por en cuanto usaba la Razón Divina
para hacer más omnipotente su imperio homicida. Pues la Caída
no destruyó la Creación de Dios, sino que el Mal estuvo en hacer
del Pensamiento un arma de dominio del hombre sobre el Hombre.
Es decir, la Caída le abrió a la Humanidad la puerta de la esquizofrenia
más violenta concebible, dentro de cuyo edificio cayó el Género
Humano y tras el que se cerró la puerta... hasta que llegara el
Hijo de Eva, el Hijo del hombre, según está escrito. La diferencia
letal entre el Judaísmo y el Cristianismo es que el Judaísmo limitó
la Salida de semejante situación a su posición predominante dentro
del Nuevo Mundo en cuanto Raza Superior, elegida, llamada a Gobernar
a todas las Naciones de la Tierra. El Mesías según los rabinos
del Templo era un Hitler Divino cuyo Imperio se extendería hasta
los confines del mundo y todo el que no se sometiera a su Trono
sería aniquilado, exterminado... en nombre de Dios. El Cristianismo
de Jesús asumió la locura de semejante concepción mesiánica y
la puso a la luz del mundo entero al dejarse crucificar por quienes
vieron en sus ojos la locura que a los ojos de Dios era la concepción
judía sobre el Hijo de Eva. Desgraciadamente aún se mantiene en
pie semejante locura, causa de enemistad profunda entre judíos
y musulmanes y muro de separación letal entre cristianismo y judaísmo.
Porque si hay un hombre con dos dedos de luces que no vea una
locura en la predicación rabínica actual de la superioridad de
raza del judío por elección divina y su futuro como Nación Directora
de la Plenitud de las Naciones de la Tierra, debemos convenir
entre nosotros en que ciertamente las luces de algunos son verdaderas
tinieblas. Se comprende, entonces, que los judíos a los que se
refiere San Pablo, encontraran en el Bien de todos un regalo del
Diablo, y en el Mal de todos el principio de su Hegemonía Universal.
El destino de semejante Pueblo, enloquecido por sus rabinos, no
podía ser otro que el que la Historia selló.
Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó
nuestro mensaje?”
La verdad no necesita de nadie
ni de pruebas que especifiquen su ser. Pero en razón de nuestra
ignorancia se deja diseccionar y estudiar, en la esperanza de
que viendo la sustancia de la que está dotado su cuerpo aquéllos
a quienes se dirige se hagan el favor de mirarse al espejo. Y
es que la complejidad de la estructura de los Hechos vino determinada
por las Causas y Efectos de la Caída. Como ya hemos dicho en alguna
otra parte la Caída tuvo lugar en nuestro Mundo y se sirvió de
nuestra carne para declararle la Guerra a un Espíritu Eterno que,
por sus Propiedades, era odiado, en razón de esas Propiedades
Personales, por los autores de las palabras que mataron a Adán.
De la Victoria del Cristianismo o de su Fracaso dependía que los
Enemigos del Espíritu de Dios alzasen su Victoria sobre la Destrucción
total de nuestro Mundo. Era imposible que los judíos, esclavos
de la Ley de sus rabinos, pudiesen siquiera comprender la naturaleza
de las Causas que determinaron la elección de sus padres como
portadores de la Esperanza Mesiánica de Victoria de Dios sobre
sus Enemigos. Y no pudiendo comprender las Causas difícilmente
podían entender sus Efectos. Ni aunque oyeran al mismo Cristo.
Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo.
Dios, por Su experiencia tratando
con situaciones límites, digámoslo todo, jugaba con ventaja a
la hora de las profecías. Quien ha andado mucho y ha vivido muchas
situaciones diferentes al cabo del tiempo es capaz de predecir,
por lo que ve, la naturaleza del paisaje que se va a encontrar
tras la próxima curva. Inútil perder el tiempo razonando sobre
el volumen real de la experiencia divina. Cómo había de afectarle
al ser humano la situación histórica creada por la Rebelión de
una parte de sus hijos contra su Espíritu, es decir, contra su
YO, el YO de Aquel que dice: “YO soy el que soy”, los efectos
de dicha situación universal sobre el Género Humano no le eran
desconocidas, tanto más cuanto El dirigía la línea del tiempo
desde Adán hasta el Hijo del hombre, su heredero y Vengador de
su sangre. Los judíos, un pueblo del Género Humano, no escapaban
a esta ley de la lógica. No saber cuál era su rol en los Acontecimientos
Universales sería el principio de la destrucción de su Nación.
Que habría de llegar, y llegó, aunque pusieron toda la fuerza
de que fueron capaces al servicio de la supervivencia de su Templo.
La ley es universal y no hace excepción. El que a hierro mata,
a hierro muere.
Pero digo yo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. “Por toda la tierra se difundió
su voz, y hasta los confines del orbe habitado sus palabras”.
La locura de todo enemigo de
Dios, que más tarde se resolvería en locura contra el Cristianismo,
reside en creer que se puede destruir lo que Dios es y hace. Aún
en nuestros días y a pesar de la experiencia milenaria, grupos
de insensatos luchan contra el cristianismo, personificado en
la Iglesia, y, cuales bestias dementes que no aprenden de las
lecciones vividas, reemprenden el fracaso de tantos otros como
si Dios dejara Hoy de ser el que fue Ayer. Antes de que las persecuciones
anticristianas movieran un pie Dios ya predecía el triunfo del
Cristianismo y la difusión de su Salvación hasta los confines
del orbe. Lo cual no implicaba la anulación de la libertad humana
para decidir entre Dios y el Diablo, entre su Reino y el Imperio
de la Muerte, entre Cielo e Infierno. A la postre, creados a su
Imagen y semejanza, la Libertad es el don supremo sempiterno que
se nos ha legado como Bien Humano Imperecedero. Por esta misma
Ley aquéllos que nos querían esclavos debían matar al Libertador.
De donde se entiende que quien quiera esclavizar a la Humanidad
lo primero que deba hacer es eliminar a la Iglesia, es decir,
a Cristo.
Pero ¿acaso Israel no conoció? Es Moisés el primero que dice: “Yo os provocaré
a celos de uno que no es pueblo, os provocaré a cólera por un
pueblo insensato”.
En verdad, y como he dicho arriba,
una empresa abandonada por imposible, que el pensador le diera
alcance a la Sabiduría, para seguirla, se entiende, no para esclavizarla
a sus pasiones e intereses, se consumó cuando nació Cristo Jesús.
Nosotros hemos visto cómo la Ciencia se ha puesto al servicio
de los intereses de clanes de poder y grupos de riqueza, vendiéndonos
a todos en razón de una ideología selectiva, pronazi, homicida
y geocida. Esta insensatez fue la que operó en los judíos su desgracia
cuando quisieron poner a Dios a trabajar, creando para ellos un
reino universal cuya aristocracia y trono fuera enteramente compuesto
por el pueblo judío. Contra cuya insensatez Dios cerró el castigo
que se merecieron al asesinar a sus hijos, nacidos de nuestras
hembras, mediante la encarnación del Mesías que le habían pedido,
para su ruina, Adolfo Hitler. ¿El mesías que ellos le pedían a
Dios que era sino un Hitler judío bajo cuyas soluciones finales
serían exterminados todos los pueblos que no se sometieran a su
corona universal; es decir, todos nosotros, los pueblos de la
Tierra?
E Isaías se atreve a decir: “Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé
ver de los que no preguntaban por mí”.
Predeterminado el momento en
que los judíos no se bajarían del carro talmúdico y la versión
del Mesías que se darían sería la de un Emperador Hitleriano,
la suerte de su Nación quedó decidida. Y el hecho de profetizarla
no disminuía en absoluto el efecto a suceder. Según lo escrito:
“Decretada está la ruina que acarreará la destrucción a este pueblo”.
Tras el horizonte de cuya destrucción venía el nacimiento de un
nuevo paisaje histórico, como por los hechos vemos todos los que
tenemos inteligencia para ver la sucesión de los acontecimientos
universales y el Fin hacia el que tiende la Historia en su Plenitud.
Pero a Israel le dice: “Todo el día extendí mis manos hacia el pueblo incrédulo
y rebelde”.
Lo cual nos conduce a otra pregunta:
¿Qué hubiera pasado de no haber crucificado los judíos a Cristo
Jesús, o sea, si hubieran tendido sus manos hacia Aquel que se
las estuvo extendiendo durante tantos siglos? Aunque claro, pensar
en lo que pudo ser o dejar de ser no es pensar, es matar el tiempo
La reprobación de los judíos
no es total
Según esto, pregunto yo: ¿es que Dios ha rechazado a su pueblo? No, cierto.
Que yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín.
La estructura de los acontecimientos
vuelve a pedir paso. La Justicia Divina según cuyos principios
los hijos del Adán que con su Caída arrastrara a los hijos de
los demás padres de las demás naciones al infierno de la ruptura
entre el Hombre y su Creador, y el consiguiente traspaso de poder
de Dios al Diablo, quedando el mundo sujeto al imperio de la Muerte,
esa Justicia sólo puede ser reprobada en función del sufrimiento
que impone el hecho inevitable de encontrarse nacido dentro de
la descendencia y generación sujeta por la Justicia Divina a sus
principios. Son los judíos los que deben detenerse a pensar si
Dios fue justo o injusto al hacer que por la condena de los hijos
de Abraham nos llegase a los hijos de los padres condenados por
Adán: la Salvación, es decir, la caída del muro de enemistad que
el padre carnal de Abraham levantó entre Creador, Dios, y creación,
nosotros, el Hombre. Cerrar la mente al pensamiento dogmatizando
sobre la condición animal de todos los hombres, sobre los cuales
se alza el pueblo elegido, único pueblo, el judío, que debe ser
llamado humano; cerrarle la puerta a la verdad de esta manera,
mediante el demonismo causante de la Caída elevado ahora a sagrada
escritura, fue la sabiduría determinante que causó la destrucción
del reino de Israel y la desaparición del Estado Judío del mapa
de las naciones. Pues como se infiere de la psicosis explosiva
que hizo saltar por los aires el mundo de Adán, el desprecio por
el Hombre, cuyo origen animal habían contemplado todos los hijos
de Dios en vivo, siguiendo paso a paso su evolución desde el barro
primordial al reino arborícola y desde ahí al Edén, el desprecio
por aquel mono desnudo estuvo entre las causas motrices generadoras
de la última Guerra del Cielo. Cuando el judío se impuso por norma
sagrada el desprecio hacia todos los hijos de los padres condenados
por el pecado del padre de Abraham, atrayendo sobre un mundo inocente
el castigo debido a su culpa, siendo que hubieran debido andar,
como sus profetas, vestidos de saco y ceniza, aplastados por la
conciencia de ser los hijos del delincuente que atrajo sobre nuestro
mundo la ruina, cuyo pecado cargara sobre sus espaldas su Hijo,
el Cristo, el Hijo del hombre; cuando el judío le respondió a
la verdad divina con su ignorancia supina, a saber, todos los
gentiles son bestias, ese día, mucho antes del Nacimiento, se
selló la destrucción del Estado que había de nacer. Pues recordemos
que Isaías vivió antes de la destrucción del reino de Judá. Así
que infinitamente antes de producirse el regreso de la Cautividad
babilónica el misterio de la caída de los hijos del delincuente,
Adán, en el demonismo implicado en el desprecio al género humano,
esta Caída del Judío era ya visualizada por Dios y predicha por
El para que la lección resultante nos sirviera a todos de sabiduría.
Quiero decir, nada más caer Adán la visión que Dios tiene se torna
en juicio, ve el futuro del Mundo abandonado a las fuerzas destructivas
de la Muerte, y desde esta sabiduría de quien ha visto el fenómeno
muchas veces Dios profetiza, o sea, da a conocer el Fin al que
conduce la asociación infernal entre el mundo, el demonio y la
carne: “Polvo eres y al polvo volverás”. Dios no está hablando
de Adán en cuanto individuo sino de Adán en cuanto Cabeza del
Género Humano. El mundo, y por extensión todo mundo, abandonado
a sus propias fuerzas dirige su futuro al cementerio de su extinción
total. Dios se limita a descubrirle a Adán la consecuencia de
su delito. Es una consecuencia que deviene destino final de todo
pueblo y nación, y por implicación apocalíptica, el destino de
la Humanidad. Dios vio mundos sin número seguir ese camino y llegar
a ese punto. Y vio cómo el resultado final de la lucha entre el
Bien y el Mal es, siempre, la desaparición del mundo en el que
ha brotado el fruto de la ciencia maldita: la violencia como medio
de conquista del Poder, la muerte del otro como puente de acceso
al Imperio. El final de todo mundo atrapado en esta dinámica suicida
esquizoide psicótica agresiva es la extinción, que, por multiplicación
de esta fuerza en el tiempo, deviene apocalíptica. Adán también
ve este destino, lo comprende y huye de la presencia de Dios.
Su retirada es la retirada hacia adelante del loco asesino que
ve que sólo puede escapar de la ley matando más. Dios lo encuentra
en ese estado y su mente ve el resto del camino por el que la
Humanidad llegaría a su destrucción. “Polvo eres y al polvo volverás”.
No ha rechazado Dios a su pueblo, a quien de antemano conoció. ¿O es que no
sabéis lo que en Elías dice la Escritura, cómo ante Dios acusa
a Israel?
Pero... Si la visión fue según
Sabiduría, y el Juicio según Ley, la Sentencia fue según Justicia.
Contra el protestantismo calvinista, y los predeterministas fundamentaloides
seudocristianos, hay que decir que Dios contó con dos cosas a
la hora de darle mujer a su hijo Adán. La primera que dejados
solos superarían la Prueba de Obediencia a que había sido sometido
él; la segunda que ninguno de los hijos de Dios se atrevería a
intervenir en el Edén. La libertad, de todos modos, es suprema
y, creados a la imagen de Dios, la voluntad del Ser es la Herencia
escatológica que determina la Personalidad del YO
Soy que, en cuanto hijos de Dios, toda la creación recibe
como vestidura de Adopción eterna. La Ley era para todos. Cualquiera
que comiera de ese Árbol, moriría. Nadie, bajo ningún concepto,
debía alterar el curso de los hechos dispuestos por el Creador,
y cuyo resultado dependía exclusivamente de la Libertad de Aquel
hombre sujeto a Prueba de Fidelidad. La terrible sentencia de
la Ley: “Morirás, de comer”, tenía por extensión la propiedad
de erigir alrededor del Hombre un muro todopoderoso, de Defensa
contra cuya solidez ningún hijo de Dios debía acometer acción
de ninguna clase: bajo pena de Muerte. La confianza de Dios respecto
a la Obediencia de toda su Casa se basaba en un punto ontológico
decisivo, a saber, que siendo todos sus hijos Inmortales a Imagen
de la Indestructibilidad Divina, la Ley únicamente podría cumplirse
mediante el Destierro del Transgresor fuera de los términos de
la Creación. Con la Confianza puesta en el temor de sus hijos
a su Ley y Su esperanza en la Victoria de la Libertad humana,
Dios dejó el curso de los acontecimientos en las manos de la propia
naturaleza. Contra Su Confianza y sin defraudar Su Esperanza,
por en cuanto la Libertad humana fue forzada a actuar contra su
voluntad, pues que fue violentada su Inteligencia mediante una
Mentira, Dios regresa para encontrarse atrapado en una Trampa
Apocalíptica. Si no aplicaba la Ley se daba por sentado que este
precedente ponía a los hijos de Dios más allá de la Ley. Por el
Amor a sus hijos y en razón del Precedente que la Absolución de
Adán aportaría, Dios convertía su reino en un Olimpo de dioses
cuyos actos pasaban a ser inviolables, y cuyas personas pasaban
a quedar absoluta y eternamente fuera del alcance del brazo de
la Ley. Y si le aplicaba a Adán la Ley se encontraba Dios en la
posición del que, en razón de la complejidad de su Obra, tenía
que condenar a todo un mundo por el pecado de un sólo hombre.
Como ya dijo el Apóstol antes, hablando sobre el prototipo de
Cristo, Adán nació para ser la Cabeza del Mundo de los hombres.
Quiero decir, Dios dijo: “Hagamos al Hombre...”. No se refería
a un individuo en cuanto individuo sino al Género Humano en cuanto
un Único Cuerpo cuya Cabeza era Adán. Caída la Cabeza, Adán arrastraba
en su Caída a todas las naciones de la Tierra. Caída de su Mundo
de la que Dios excluyó a Abraham y su Descendencia.
¿Por qué? ¿Por qué excluye a
los hijos del delincuente y abandona a los hijos de los inocentes?
La respuesta del Judaísmo, que heredaría el Islam, y adoptarían
desde el principio algunos círculos cristianoideos, sería una
versión del demonismo causante de la rebelión contra la Ley que
los hijos de Dios protagonizaran en su búsqueda de la transformación
del reino de Dios en un olimpo de dioses asesinos. O lo que es
igual: Dios es Todopoderoso y no tiene por qué explicarle absolutamente
a nadie el por qué de lo que hace. Porque es Omnipotente puede
hacer lo que le dé la gana sin basar su acción y comportamiento
en justicia ninguna. La única postura del hombre es arrodillarse
y gritar: Dios es y Grande, Dios es Grande.
Este fue el grito de adoración
que los llamados ángeles rebeldes quisieron imponerle a Dios,
esperando que Dios retribuiría su adoración mediante el paraíso
de los dioses inviolables a la propia Ley Divina. Grito contra
el que Dios se rebeló aplicando la Ley según los términos escritos
y que comprendía en su extensión a todos sus hijos. Porque, ciertamente,
Dios no podía absolver a su hijo menor, Adán, en base a la falta
de libre voluntad durante el proceso de desobediencia sin proceder
a la anulación de la Ley; y su aplicación ponía la Gloria de Dios
en entredicho al condenar por el pecado de un sólo hombre a toda
la Humanidad. Pero, al no absolver a Adán Su Justicia se elevaba
a Gloria sempiterna, en razón de la cual la Muerte exigida por
la Ley le era aplicada a la parte rebelde en toda su extensión,
o sea, el destierro de los límites de la Creación de Dos, y abarcando
ésta en sus fronteras al Infinito y la Eternidad en tanto en cuanto
que son una sola cosa con Dios Creador, ¿adónde iría la parte
rebelde?
En la estructura de estas consecuencias
la parte del pueblo salido de aquel Adán quedó sellada cuando
Dios acogió su defensa en función de la fuerza que se le había
hecho a su libre voluntad. La Razón Sagrada que individualizaba
a la descendencia de Adán quedó recogida en la Promesa del Nacimiento
del redentor. Pero sobre el cómo y el cuándo se produciría este
Nacimiento y su Redención nada dijo Dios, y por tanto nada podía
saber el Judío. De aquí que, conociendo esta ignorancia, dijera
el Profeta:
“Señor, han dado muerte a tus profetas, han arrasado tus altares, he quedado
yo solo, y aun atentan contra mi vida”.
Estamos viendo que no sólo el
pueblo judío sino que cualquier pueblo que hubiese sido sujeto
a la ley de sus padres hubiese actuado siguiendo la misma pauta
de comportamiento. La guerra que se estaba librando en la Tierra
implicaba al Cielo, y en sus Batallas la Humanidad era carne de
cañón, actores secundarios destinados a perecer durante la escena
sin más gloria que la pasajera atribuida a sus vidas por el director
de la Historia. La parte del pueblo judío, aunque principal, estelar
en tanto que personal y propia, se ajustaba al guión universal,
y dentro de ese guión básico, desconocido para el judío y reinterpretado
a su manera por el Judaísmo, que con sus prescripciones quiso
borrar el original, no escrito, sino en la Mente Divina, y poner
sobre la mesa el propio, interpretando la Historia Universal según
su propia inteligencia natural; la parte del pueblo judío era
la del asesino de profetas y, finalmente, del propio Redentor.
Nada ni nadie podría impedir que el Delito contra Cristo se ajustara
al Guión. Al fin y al cabo eso es la Biblia, un Guión. Guión cuya
Historia era el encuentro a Muerte entre el Hijo de Eva y el asesino
de Adán. Todo lo demás, el resto del mundo entero, incluidos los
judíos, eran actores secundarios cuyo papel estaba fijado alrededor
de ese Duelo Final de cuyo resultado dependía el Futuro de la
creación entera. Como lo reveló San Juan: La Muerte de Cristo
era una Necesidad. Y Dios, viendo el Duelo desde su Fuerza, predice
el Fin desde antes de producirse la Victoria de su Campeón, como
dice el profeta: Para que nadie creyera que no lo había anunciado
mucho antes de producirse. La confianza en Su Victoria era el
secreto mejor guardado del universo. Y sin embargo escrito: Dios
enviaría, para que se cumpliera la Ley, a su Unigénito, quien,
encarnado en una hija de Eva, nacería de Eva, y siendo hijo de
Dios, podía ser elegido para pedir Venganza por la sangre de su
Hermano Menor, Adán, padre de Abraham, padre de Jesús. Cómo, pues,
podían los hijos de Abraham conocer lo que era un Misterio para
el propio Satán, que se presentaba ante Dios como quien creía
que podría vencer en Duelo legal a cualquiera hijo de hombre,
pues la Ley era clara: El Vengador tenía que ser hijo de Eva.
De locura era pedirle a un hombre mortal que estuviera en el secreto
del que un Inmortal, teniéndolo delante, no podía descubrir su
enigma. De aquí la respuesta del Profeta:
Pero ¿qué le contesta el oráculo: “Me he reservado siete mil varones que no
han doblado la rodilla ante Baal”
Dios no repudió al Judío en
cuanto hombre, sino que repudió su religión en tanto que fue la
dogmática animal del Judaísmo la que arrastró a los hijos de Abraham
a ponerse de la parte del Diablo, y en cuanto fuerzas del infierno
se entregaron a las persecuciones contra los cristianos. Mas,
lo mismo el judío que el gentil ambos habían sido y seguían siendo
parte de una guerra entre el Cielo y el Infierno que, por fin,
se hacía humana en Cristo y abría sus filas al universo de las
naciones humanas para unidas en su Plenitud darle a Dios el Sí
a su Ley que le negara el Primer Hombre.
Pues así también en el Presente tiempo ha quedado un resto en virtud de una
elección graciosa.
El Guión Bíblico daba Fin a
una Era y Principio a otra. Y sin embargo si todos fuimos condenados
por un hombre, lo mismo el gentil que el judío, era natural que
Dios no exterminara a los hijos de Abraham sino que, sujetándolos
a la justicia, preservara su simiente para que su cuerpo conociera
igualmente la Gracia de la Redención. Si Adán no hubiera caído
la Humanidad no hubiera conocido jamás el infierno. Lo otro, exculparse
de toda culpa mediante el artificio de hacer descender de Adán,
según la carne, a todas las naciones, se llama Judaísmo. Este
Judaísmo fue el que Dios borró del mapa de la Historia y dispuso
que surgiera en el futuro a fin de que por el conocimiento de
su dogmática todos los judíos comprendieran la locura de su exculpación
en razón de una elección “no por la gracia” sino por el Poder
arbitrario de un Dios que por ese Poder puede hacer lo que le
venga en gana, condenar a un mundo entero por el pecado de un
sólo hombre, salvar a la descendencia de ese pecador y condenar
a la de los inocentes arrastrados al infierno por el pecado del
padre de esa descendencia elegida por la arbitrariedad de ese
Dios a conocer las mieles del Paraíso, en la otra vida, y en el
futuro de ésta la fruta prohibida del Emperador Universal Judío
que un día ha de nacer para dominar sobre todas las Naciones de
la Tierra. O séase:
Pero si por gracia, ya no es por las obras, que entonces la gracia ya no sería
gracia.
No es que San Pablo fuera un
gracioso y se tomara a chiste las persecuciones de sus hermanos
de sangre contra los cristianos, en las que él mismo participara
tan alegremente. La Gracia de la que habla no es esa gracia. Tiene
que ver más con esa gracia que se aplica a un condenado a muerte
en cuyo delito es hallada una causa atenuante, originada la misma
en una fuerza externa mayor contra la que era imposible, por su
naturaleza, que el condenado venciese por sí solo. Hallada esta
fuerza mayor, el Juez aplica la Gracia, sin anular la pena debida
al delito cometido. Lo cual es evidente. El que derrama la sangre
humana debe cumplir la sentencia contra el delito, que es la muerte.
Mas es el propio Dios quien reconoce la existencia de fuerzas
mayores en razón de la cual se puede conceder la Gracia, es decir,
no la liberación de la pena pero sí la ejecución de la plenitud
de la sentencia. Es de esta manera que al preservar Dios a una
parte del pueblo judío, autor de la Muerte de Jesús y sus hermanos
en el espíritu de Cristo, la sentencia no es anulada y la destrucción
de su Estado y nación debía proceder según ley. Pero la misma
causa redentora ponía sobre la mesa del tribunal de los hijos
de Dios una razón de fuerza mayor, reconocida en la Necesidad
de la Muerte de Cristo, en orden a la cual la Gracia le era concedida
al pueblo carnal de Abraham y desde ella se ordenaba la conservación
de su vida, que de otra manera hubiese quedado sujeta a la ley
de extinción que sigue al delito. Gracias a esta Gracia el pueblo
judío tiene al tiempo presente: Vida, Estado y Nación.
¿Qué, pues? Que Israel no logró lo que buscaba, pero los elegidos lo lograron.
Cuanto a los demás, se han encallecido.
Obvio, pues era imposible que
Dios le concediera a un hombre lo que le negara a un hijo de Dios,
a saber, sentarse en el Trono de Dios como rey universal sempiterno.
Pero me diréis, ¿es que acaso los hermanos de Cristo no fueron
hombres? A lo cual yo respondo: En efecto, porque siendo coherederos
del Heredero de Adán a ellos les pertenecía el Reino. Que Dios
hizo efectivo al hacer que este Heredero fuera el Señor legítimo
de este Trono, Jesús, quien uniéndose por su Encarnación a la
Descendencia de Eva hacía partícipe de su Corona a sus Hermanos,
los elegidos de entre los hijos de los hombres. Partícipes, pero
no dueños. Coherederos, pero no propietarios. Hijos, pero adoptivos.
Sólo hubo un Heredero Universal Sempiterno: Jesús, Dios Hijo Unigénito,
a quien por derecho Divino le corresponde el Reino de Dios y por
Derecho de Encarnación la Corona de Adán, que en David se hizo
Universal, adelantando de esta manera Dios, Padre de Jesús, la
Revolución sin precedentes que se produciría en la Creación a
partir de la Resurrección. Mas para que hubiera Resurrección había
de producirse la Muerte.
Según está escrito: “Dióles Dios un espíritu de aturdimiento, ojos para no
ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy”
La misma ley que encerró a los
gentiles en los calabozos de la Muerte, pagando el pecado que
sólo Adán cometiera, tendría que hacer efectiva su extensión a
los hijos del pecador. Si por un tiempo los judíos fueron tenidos
aparte, aunque dentro de aquel mundo por su padre carnal arrojado
al infierno, la valla que Moisés levantara a su alrededor mantuvo
las llamas de ese fuego alejadas de Israel, que siempre tuvo a
Dios dentro de su Historia. Pero la Necesidad había impuesto su
Ley mucho antes de nacer Moisés y había de llegar el día en que
los judíos habían de gustar el significado de vivir sin Dios,
abandonado a las fuerzas del infierno sin más medios de defensa
que la propia ley humana. Tal es el estado al que fueron arrojados
los gentiles por el pecado del padre carnal de los judíos. Viendo
la Necesidad dijo el rey de los profetas:
Y David dice: “Vuélvase su mesa un lazo, y una trampa, y un tropiezo, en su
justa paga
Nada ni nadie podía detener
la fuerza de los elementos desatados por la Caída. Los profetas
lo sabían y la Historia les ha dado la razón: la Biblia es un
Guión al servicio de la Glorificación del Hijo Unigénito de Dios,
en cuya Mano dejó su Padre el Futuro de su Reino y de su Creación
entera. Los judíos no podrían vencer el poder de la fuerza de
las tinieblas que su padre carnal desatara sobre la Humanidad
el día que Dios retirara la protección bajo cuyo sello habían
vivido durante milenios. Ahora bien, la Ley es Universal y es
el propio David, gloria del Judío, quien se pone a bailar desnudo
para escándalo de su pueblo en honor de su Incorruptibilidad.
“El que derrame sangre humana por mano humana será derramada la
suya”. La Ley no distingue entre judíos y gentiles. Y en honor
de esta universalidad, celebrando David el Juicio de Dios, bailó
desnudo el Héroe; baile que, viendo la Muerte de Cristo, se resolvería
al final sobre la tumba de su propio pueblo. De aquí que insista
, diciendo:
Oscurézcanse sus ojos para que no vean y doblegue siempre su cerviz
No todos son malas noticias
empero. Y aunque se hable así para hacer recapacitar al judío
que vive sobre su dogmática fuera de tiempo y lugar, únicamente
un ignorante puede olvidar que David estaba bailando sobre la
tumba del Diablo y celebrando la Victoria del Hijo de Eva, y con
su pluma abogaba ante Dios por el Juicio desde antiguo escrito:
“Si comieres, morirás”.
Que se cumpla, pues, Destierro
eterno de los términos de la Creación para los que un día fueron
hijos de Dios, y entre ellos distribuyera Dios los pueblos de
la Tierra.
La reprobación de Israel
Pocas veces se tiene la oportunidad
de leer compendiada la historia de la Humanidad entera en unas
cuantas líneas. Toda sabiduría humana, sea científica, teológica,
o simplemente ideológica, a la postre no es más que un sustituto
hecho a la medida de la racionalidad de los siglos, sucedáneo
animalesco con el que la necesidad de conocimiento que por naturaleza
el Hombre tiene pretende suplir la carencia de la verdadera Sabiduría,
aquélla en cuyo seno se tejiera la Idea del Hombre que Dios concibió
en carne cuando con su todopoderosa Palabra le dio la vida. Desde
el día después de la Caída hasta la Primera Hora de este Nuevo
Día la historia de la Civilización humana es un calvario sangriento
y estremecedor de Caín en Caín. Como si se tratara de un caldo
de cultivo para el pensamiento el golpe en el cráneo hizo temblar
el edificio de la inteligencia del Hombre y el fruto de su camino
en las tinieblas se resolvió en más razones para matar a Abel,
otra vez, una vez más. A esta realidad se redujo la Tragedia del
Hombre, a repetir siglo tras siglo y a escala cada vez mayor el
fratricidio que dio el pistoletazo de salida a aquéllos seis milenios
de guerra civil mundial que, Hoy, expiran. Nadie duda de que aun
viendo alborear el Fin de la Tragedia el último tramo del camino
lleva en su frente la marca acumulada de las fuerzas destructoras
que hicieron de nuestro mundo un espectáculo triste y sobrecogedor.
El destino sin embargo está escrito. No desde Ahora sino desde
hace mucho. Conociendo al Autor, San Pablo se permite escribir
este capítulo de esperanza profética y visión de un futuro en
que la nación todavía no destruida y después de ser dispersada
y perseguida regresaría a su origen para ser sujeto de la misma
Gracia que el Dios de Israel esparciera con tanta generosidad
sobre nuestras casas, nosotros, los hijos de aquéllos padres por
el pecado del padre de Israel expulsados de la Presencia de nuestro
Creador y entregados al imperio del Infierno sin más ayuda para
vencer sus designios antihumanos que las fuerzas naturales alrededor
de cuyas columnas maestras fuera tejida nuestra creación. De nadie
es pues la gloria y a nadie le debemos nuestra victoria, sino
a Aquel que tejiera nuestro Ser en la cuna de su Omnisciencia
y antes de nacer nos viera en la plenitud de nuestra Edad para
Alegría de su Espíritu y Bien de todos los Pueblos de su Reino.
Como quien vive en esa Omnisciencia e hijo de la Sabiduría habita
en su Palacio, deleitándose en la estructura de su Pensamiento,
San Pablo derrama su conocimiento para edificación de la Esperanza
Universal de Salvación que habría de revelarse al final del camino,
al alba del Día por el que la creación entera, expectante, aguardaba
impaciente el nacimiento de la Descendencia de Cristo. Así pues,
entramos en materia.
Pero digo yo: ¿Han tropezado para que cayesen? No ciertamente. Pues gracias
a su transgresión obtuvieron la salvación los gentiles para excitarlos
a emulación.
Como hemos dicho, sabemos y
nos podemos imaginar la Caída del padre de los judíos, nuestro
Adán, fue el epicentro del mayor terremoto que Dios en persona
viviera desde hacía edades interminables. La declaración de guerra
que una parte de sus hijos le arrojara a su Espíritu Santo al
rostro fue el detonante explosivo final que le abrió a Dios los
ojos y le puso frente a frente a su verdadero enemigo: La Muerte.
La locura que suponía que una criatura albergase esperanza de
echarle un pulso a su Creador y salir vencedor no admitía peros
ni mases. La Muerte, fuerza increada, sin principio, como la Vida,
la Materia y el propio Dios, era el enemigo de la Creación en
tanto en cuanto su Fundación y Edificación suponía su destierro
de los límites del Infinito y la Eternidad. La Vida y la Muerte,
como dije en la Historia Divina, habían existido desde la Eternidad
como parte internas de la estructura de la Realidad. El Día que
Dios pensó la Inmortalidad la declaración de guerra de Dios contra
la Muerte fue un hecho. El caso es que Dios estuvo viviendo la
Muerte y la Vida en tanto que procesos mecánicos internos a la
propia Fuerza Increadora en el Origen de los Mundos. Desde su
Inteligencia Creadora lo único que había que hacer era intervenir
en esos procesos, redirigirlos y proceder a la Inmortalización.
Durante todo el Periodo de Formación de su Inteligencia Creadora
su pensamiento estuvo trabajando sobre esa base material. Cuando
por fin descubrió la llave de la Inmortalidad creyó El que su
victoria sobre la Muerte se había consumado, y procedió a la creación
de vida inmortal. Según fue avanzando en la materialización de
su proyecto Universal los Hechos conocidos como las Guerras del
Imperio del Cielo fueron destellos de la existencia de un factor
desconocido, imprevisible y que no se sujetaba a su control. Encontró
justificación para los Hechos en la estructura de las circunstancias
y procedió a la Revolución en cuyo seno sería concebida la Idea
del Hombre. Y procedió a su Creación. Creó Dios los Cielos y la
Tierra y todo cuanto existe en nuestro mundo y llegó al Hombre.
La Idea Madre en cuyas entrañas tejiera nuestro Creador las fibras
de nuestro Ser eterno no la conocía nadie. Era algo que se descubriría
a su tiempo. Lo que sí estaba claro es que Dios quería marcar
un Antes y un Después y estaba dispuesto a ponerle un Fin a la
Ciencia del Bien y del Mal, cuyo fruto era la Guerra. Razón por
la cual, usando el símbolo como objeto de entendimiento universal,
diciendo: “El día que comieres, morirás”, le prohibió a toda su
Casa, del Cielo y de la Tierra, bajo pena de destierro eterno
de su Reino, comer del fruto a sus ojos maldito. Lo que para Adán
significaba la Prohibición estaba claro para Adán. A saber, que
la Civilización, de la que él era su Cabeza, se extendería en
el tiempo y el espacio, llenando el mundo de la Tierra de un confín
al otro, no por la fuerza y la violencia: sino como fruto de la
Paz que procede de la Sabiduría. La Caída estuvo en hacer que
la impaciencia de Eva arrastrara a Adán a jugar con la Idea de
la conquista del mundo por la fuerza de la superioridad que le
era innata en cuanto hijo de Dios. Se aceleraría todo el proceso
en el tiempo y la velocidad de la conquista del mundo se doblaría
en esa razón. La trampa era genial. Pero tenía un talón de Aquiles.
El homicida no tenía que hacerse pasar por hijo de Dios, porque
lo era, pero sí tenía que manipular la inteligencia de Eva al
declarar bajo falso juramento que le hablaba en nombre de Dios,
padre común de ambos, Adán y Satán. Esta necesidad implicaba la
transgresión del Mandato Divino y, en consecuencia, conllevaba
una declaración de guerra contra el Espíritu que le dio vida a
la Prohibición. La locura era, por tanto, total. Y en cuanto era
total Dios no podía dejar de sentir la muerte de su hijo menor,
Adán, sino como un terremoto ontológico que había de abrirle los
ojos y ponerle delante el rostro de su Verdadero Enemigo, la Muerte.
Y si su caída es la riqueza del mundo, y su menoscabo la riqueza de los gentiles,
¡cuánto más lo será su plenitud!
Sucedió justamente lo contrario
de lo que Dios había planeado. Dios había dispuesto que a Su regreso
su hijo Adán regresaría a su tierra natal, Sumeria, y elegido
como rey por todas las familias de Mesopotamia, desde esta base
madre la Civilización se extendería pacíficamente hacia todos
los puntos cardinales. Atrapado en el Dilema de la absolución
de Adán por ignorancia de la verdadera razón criminal bajo cuya
fuerza cometiera su pecado o la aplicación del Castigo debido
al Crimen, aceptando la declaración de guerra contra su Creación
y Reino, y ante el descubrimiento que había hecho, Dios actuó
como todos sabemos. La Batalla Final entre Dios y la Muerte, por
fin, tenía lugar. La Eternidad y el Infinito habían estado esperando
esta Batalla desde el mismo día que sin conocimiento de causa
final Dios le declarara la Guerra a la Muerte. Hombres y e hijos
de Dios, todas las criaturas habían sido atrapadas en la Batalla
y, una vez, revelada la verdadera estructura de la realidad: cada
cual debía decidirse por un bando o el otro.
Para quien eligiera el Imperio
de la Muerte, es decir, un Universo gobernado por dioses más allá
del Bien y del Mal, inviolables e inmunes a la Ley, el Destierro
Eterno de la Creación de Dios.
Para quienes eligieran el Reino
de Dios, es decir, un Universo gobernado por un Cuerpo Divino
desde su Cabeza hasta el miembro más humilde sujeto a Ley, como
se vio en la Cruz, donde el mismísimo Primogénito de Dios, Cabeza
de su Reino, se sujetó a la Ley vigente según la cual cualquier
judío de nacimiento que rompiera el Contrato de Moisés con los
hijos de Israel tenía que ser colgado de la cruz; de quienes eligieran
este Reino, ese Reino.
Y si el Símbolo del Principio
fue real, quiso Dios demostrar su Realidad en la Cruz del heredero
de Adán, para que por los Hechos se viera que la Justicia y la
Ley no se basan en el capricho de un Ser omnipotente y todopoderoso
que impone su voluntad en razón de esa misma fuerza, sino en el
Amor por la Vida y la Creación que en tanto que Ser y Persona
le tiene el Creador a su Reino y Obra. Su Hijo, eligiendo el primero
en qué bando quería situarse, si en el de quienes se decidieron
por un universo de dioses criminales y asesinos que desde la Inviolabilidad
de su Gobierno convertirían la Creación de Dios en un campo de
juego para demonios infernales y malditos ajenos al dolor y la
libertad de las criaturas; o si en el de un Reino fundado en la
Paz, gobernado por la Justicia, y alimentado por la Libertad. Hecha Su elección, le tocaba al resto de la Casa de Dios
proceder a la propia, y desde ahí, avanzar hacia el Día en que
la Humanidad, por fin liberada de su ignorancia, podría ejercer
ese Poder de Elección, libremente y sin coacción, decidiendo en
libertad cada pueblo y nación su suerte. Este es el compendio
del Pensamiento de Cristo. Ahora sigamos.
Y a vosotros los gentiles os digo que mientras sea apóstol de los gentiles
haré honor a mi ministerio
La suerte de Israel se decidió,
entonces, en la fragua de unos acontecimientos respecto a los
cuales ningún ser humano estaba al corriente. Y no estando, y
pues que la Guerra entre Dios y la Muerte no sólo era imparable
dada la aversión del propio Dios Padre a semejante transformación
de su reino en un olimpo de dioses asesinos, cuya gloria pretendía
basarse en la filiación divina, haciendo así de su Padre la fuente
de sus crímenes monstruosos y horrendos... No estando en el conocimiento
de la verdadera estructura interna de los Acontecimientos por
los que la Creación entera estaba pasando, era imposible que judíos
y gentiles no se alzasen contra Cristo y su Casa. Los unos como
los otros, todos eran esclavos de las consecuencia de una Batalla
Final que se había gestado en la eternidad, antes de que la Increación
deviniera en Creación, y alcanzado el punto cumbre del encuentro,
pasaba Primero y sobre todo por el Hijo de Dios, cuya decisión
debía realizarse ante los ojos de todo el Universo: El era el
Único que conocía esa realidad y el Único que podía decidir por
sí mismo de qué lado se ponía, de la Muerte o de la Vida. Por
esto su declaración: Yo soy la Vida, afirmaba su Camino hacia la resurrección, sobre cuya
Victoria la Creación entera, como David por las calles, bailó
desnuda ante su Señor y Creador.
Hijo de Dios, aunque ausente
en carne, en espíritu me sumo a las galaxias de seres que entonaron
cantos y desnudos bailaron alrededor del fuego de la Victoria
la gloria de Aquel que llenando de gloria el Corazón del Padre
de las estrellas del infinito cosmos hizo que de nuestros labios
saliera la Palabra de vida eterna que recorriendo las tierras
llena el mundo entero y grita incansable su mensaje de esperanza:
Jesús es el Rey, Jesús es el Señor, en nadie tienes, Israel, tu
Mesías sino en Aquel que se alzó contra la Muerte y ante cuyos
ojos el terrible Maligno de nuestras pesadillas no es más que
un patán con vocación de loco que se atrevió a soñar con ponerse
a la altura de la planta del pie de tu Dios. Escucha, Israel,
la voz de la misma Sabiduría que eligió tu carne para proceder
a la consumación de la revolución cósmica cuyo origen se remonta
a la Eternidad. Como no fuimos rechazados eternamente de la Luz
de nuestro Creador, tampoco tú, como ves por los hechos, lo has
sido.
por ver si despierto la emulación de los de mi linaje y salvo a alguno de
ellos.
Pagaste el precio de un delito
dictado por la estructura de una Batalla ajena a nuestro mundo,
entre cuyos límites fuimos todos atrapados con la esperanza maligna
de acabar todos destruidos, para deshonra de Dios. Tu destino
estaba escrito desde el día que tu padre Adán fue conducido al
matadero por criaturas inmundas, rebeldes sin más causa que su
locura, enemigos de toda verdad, paz y justicia. Todos fuimos
actores secundarios en el Duelo entre el hijo de Eva y el hijo
de la Muerte. La decisión final es sin embargo, tuya.
Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración
sino una resurrección de entre los muertos?
Pues si hubieran conocido la
estructura de los acontecimientos, lo mismo judíos que gentiles,
¿quién se hubiera atrevido a ponerle un dedo encima al Unigénito
de Dios? Con todo, aquello no era un juego, y la decisión no sería
un Sí por ahora y un No para luego; de manera que como la sangre
es lo más sagrado para el hombre, por la sangre, lo más sagrado,
el universo entero comprendiera que la decisión Final de Aquel
que para Dios lo es todo, su Primogénito, fue eterna. Tenía que
haber un nuevo Antes y Después, por tanto. De la muerte de un
hombre surgiría la resurrección de todos. Era necesario que así
fuese; y así se hizo.
Que si las primicias son santas, también la masa; si la raíz es santa, también
las ramas.
Lo cual nos plantea, llegado
al extremo del camino y delante del nuevo horizonte, la necesidad
de la edificación de una nueva estructura de fraternidad entre
cristianos y judíos: Abandono de acusaciones, de traumas sufridos
por unos y otros, y renacimiento de todos en todos a la luz de
un nuevo día que requiere de todos la unidad indivisible e indestructible
de quienes, más allá de la carne y sus orígenes, proceden a tomar
su decisión personal frente a y delante del Dios de todos. El
más fuerte, en este caso, el cristiano, es quien debe echar abajo
el muro de la enemistad histórica que, en la ignorancia a la que
todos, cristianos y judíos, quedamos sujetos, fuera erigido, y
estuvo en la causa del holocausto que, viviendo al otro lado,
sufrieron los padres de quienes Hoy tienen el poder de elegir
libremente entre la Muerte y la Vida, entre la verdad y la Mentira,
entre el Odio que nace de una memoria herida jamás curada o el
amor de un espíritu renacido a la luz de una Esperanza universal
que se derrama imparable como un sol de justicia por los cuatro
rincones de la Tierra.
Y si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo acebuche, fuiste
injertado en ella y hecho partícipe de la raíz, es decir, de la
pinguosidad del olivo, no te engrías contras las ramas.
No caben, acusaciones por en
cuanto todos fuimos pasto de fuerzas contra cuyo poder ningún
hombre pudo actuar con pleno conocimiento de causa. Lo que se
hizo se hizo desde la ignorancia. Unos y otros, y todos fuimos
actores sin estrella en una historia en la que dioses y demonios
se jugaron su existencia. El dolor de Israel es el dolor del mundo,
pero Israel debe hacer suyo el dolor del mundo. Fue su padre,
Adán, quien arrastró a nuestros padres al infierno. Si el mundo
judío ha vivido un holocausto, nuestros padres han vivido holocausto
por cabeza. El Pasado ha muerto. El Futuro es el que vive. Jesucristo
es el Mesías; Ayer, Hoy y Mañana.
Y si te engríes, ten en cuenta que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz
a ti.
De nada tenemos que jactarnos
los unos y los otros. Hasta ahora hemos sido actores de reparto
sin importancia en una Historia Divina que abarca entre sus brazos
a todas las naciones de la Tierra. No hay en el guión escrito
un apartado dedicado a la supremacía de una nación sobre otra.
De Dios es la Tierra y todo lo que contiene y le ha dado la Corona
de su reino a su Primogénito. La Plenitud de las naciones, de
nuestro mundo como de la Creación entera, vivimos a la Luz de
su Cetro por la eternidad de las eternidades. No hay más Rey que
Aquel que Dios eligió, de la Descendencia de Adán, judío según
la carne, ante cuyo Trono pusieron todos los hijos de Dios sus
coronas. Y si así se hizo en el Cielo ¡cómo espera nadie que Dios
le quite la gloria a su Unigénito! O ¿acaso Dios quita y pone
al estilo del dios de dioses por el que abogaron los demonios?
Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado.
La respuesta de Dios fue Cristo
Jesús. Desde entonces la Iglesia repite esa respuesta para la
salvación de toda vida, en reacción a la cual cada cual puede
actuar según le dicte su libertad. La Ley o el Terror. La Verdad
o la Mentira. La Justicia o la Corrupción. La Guerra es el fruto
del terror, la mentira y la corrupción. La Paz es el fruto de
la Verdad, la Ley y la Justicia. Todas las naciones hemos sido
conducidas ante este dilema: Sí o No, aceptar a Jesucristo como
Único Rey Universal, sempiterno, o vivir el destierro de los Rebeldes
que prefirieron el terror a la Ley, la mentira a la Verdad, la
corrupción a la Justicia. Lo que cada uno decida, eso tendrá.
Bien, por su incredulidad fueron desgajadas, y tú por la fe estás en pie.
No te engrías, antes teme.
Es la decisión final ante la
que todas las naciones teníamos que ser puestas, en la libertad
que procede del conocimiento de todas las cosas, según ya dijera
Pablo más atrás hablando sobre la expectación de la creación entera.
La fe de unos y otros no exonera de la responsabilidad final.
Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará.
Ni cristiano ni judío, todo
aquel que no doble sus rodillas ante el Rey que Dios le ha dado
a su Reino, sea cristiano o judío, no entrará en su Mundo. Y todo
aquel que la doble ante otro rey que no sea Jesucristo, en la
Tierra como en el Cielo, se hace objeto de destierro de la Creación
de Dios.
Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con los
caídos, para contigo la bondad, si permaneces en la bondad, que
de otro modo también tú serás desgajado.
No hay salvación para quien
doble sus rodillas ante otro Rey que Aquel que Dios le ha dado
a su Reino. Ni la fe ni la esperanza ni la caridad, nada ni nadie
puede abrirle la Puerta del Reino de Dios a quien no niegue toda
corona. Poner a los pies del Rey que Dios le ha dado a todas las
naciones de su Reino el ser, he aquí la Puerta de la Salvación.
Mas ellos, de no perseverar en su incredulidad, serán injertados, que poderoso
es Dios para injertaros de nuevo.
Y esta Puerta está abierta a
todas las naciones, independientemente de su credo y religión.
Y ninguna fe hay en el Cielo o en la Tierra que le dé acceso a
nación u hombre que no doble sus rodillas ante el Rey Mesías que
Dios le ha dado a su Creación.
Porque si tú fuiste cortado de un olivo silvestre y contra naturaleza injertado
en un olivo legítimo, ¡cuánto más éstos, los naturales, podrán
ser injertados en el propio olivo!
Y no hay ninguna otra condición,
en el Cielo o en la Tierra, a la que darle Obediencia sempiterna,
pues en esta Obediencia se resume y compendia el Misterio de la
Divinidad entera. Que, como diría nuestro Pablo, está en Cristo,
y este Cristo es el mismo Jesús, nacido de María, sobre cuya Cabeza
Dios posó la Corona Universal de su Reino. Cualquiera que le dé
su Obediencia a otra corona se rebela contra Dios y su recompensa
es el destierro eterno de la Creación, su suerte es la de los
demonios, sea cristiano o judío.
Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis
de vosotros mismos: que el endurecimiento vino a una parte de
Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones;
Es lo dicho. La Necesidad de
la Muerte de Cristo impuso unas leyes estructurales ante cuyo
alud desatado ningún hombre o nación podía hacer absolutamente
nada sino asistir impotente al desarrollo de los acontecimientos
que estaban revolucionando el Edificio entero del Reino de Dios.
Romanos y judíos, hablando de aquéllos días, al elegir entre un
olimpo de dioses a la imagen y semejanza de Satán, y un Reino
a la Imagen y semejanza de Dios, todos estaban abocados a crucificar
al Hijo de Dios en el momento en que su elección fuera la que
fue. A partir de esta Base la revolución universal seguiría su
curso, fijando su horizonte en el Día de la Libertad, es decir,
cuando Dios rompería su Silencio y su Sabiduría se derramara sobre
todas las naciones para llevar a todas al conocimiento de todas
las cosas, sin cuyo conocimiento no puede darse Elección libre
de verdad.
y entonces todo Israel será salvo, según está escrito: “Vendrá de Sión el
libertador para alejar de Jacob las impiedades. Y ésta será mi
alianza con ellos cuando borre sus pecados”.
Lo cual, se entiende, depende
exclusivamente de Israel, que, en fraternidad e igualdad con todas
las naciones ya cristianas, debe doblar sus rodillas ante el Rey
que el Dios de Abraham le ha dado a su Reino. Pablo habla desde
la esperanza y en virtud de su fe repite lo que Dios profetizara
desde antes incluso del Nacimiento de Cristo, a saber, que tendría
Misericordia de los hijos de su siervo Abraham y, como la tuvo
de los hijos de los gentiles, así la tendría de los hijos de aquellos
judíos, autores de la Crucifixión, atrapados en la Tragedia de
la Humanidad.
Por lo que toca al Evangelio, son enemigos a causa de vosotros; mas según
la elección, son amados a causa de los padres,
De donde se ve que el amor de
Dios por los judíos no fue borrado ni mucho menos, como tampoco
dejó Dios de amar a su hijo Adán por su pecado. Ahora bien, siendo
Juez, y siendo su Ley incorruptible, el dilema del diablo no podía
afectarle y tenía que aplicar la Ley según juicio. Juicio que,
insisto, no podía borrar el amor de Dios por los hijos de su siervo
Abraham, como tampoco lo hizo por el hijo de Adán.
pues los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento.
Más claro imposible. Dios no
ama en vano. Ni tampoco habla en vano. Ni habla ni ama en vano.
O ¿acaso por las faltas de los cristianos ha dejado Dios de amar
a sus hijos, nosotros, inocentes de sus crímenes y pecados? ¿Bajo
qué presupuestos, pues, dejaría Dios de amar a los hijos de Israel
por el pecado de sus padres? Y lo mismo, Dios no podía dejar de
aplicarle a los judíos el juicio contra el Crimen cometido contra
los cristianos en razón del amor. Porque si el amor corrompe la
justicia su destino es convertirse en la puerta del infierno.
Pues así como vosotros algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora
habéis alcanzado misericordia por su desobediencia,
La inmensa santidad de Dios,
Juez y Padre, en consecuencia, la observamos en la plenitud de
su fortaleza tal cual sale victoriosa del dilema del diablo. Primero
hace que el pecado de un sólo hombre lo pague un mundo entero;
y después hace que por el pecado de un único pueblo el mundo entero
sea liberado del castigo que le fuera impuesto por el pecado de
aquel único hombre, curiosamente padre carnal de este otro pueblo
único. Las deducciones son vitales. Y su conclusión trascendente.
A saber, Dios jamás quiso, al contrario de lo que han pensado,
escriben y confiesan algunos, que la Caída de Adán se escribiese
en los anales de su Creación. Pero una vez escrito el episodio,
primaba lo importante y por esta ley el ser humano, judío y gentil,
pasaban a ser actores secundarios. Por la misma Ley que fueron
condenados todos los padres del mundo, por esa misma ley fueron
condenados los hijos del hombre cuyo pecado diera lugar a semejante
situación.
así también ellos, que ahora se niegan a obedecer para dar lugar a la misericordia
a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia.
De manera que si Dios reservó
su justicia para los hijos de aquéllos padres, era de justicia
que reservara su misericordia, igual y de la misma sobreabundante
naturaleza, para los hijos del pueblo cuya caída fue determinada
por la Caída de su padre.
Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia.
Depende de Israel su obediencia
a la Voluntad del Dios de su padre Abraham, y obediencia a la
Corona del Rey Mesías, en la justicia que ha consumado el castigo
y determina la Libertad en toda su plenitud, libertad a imagen
y semejanza de la gloria de los hijos de Dios, o sea, todos nosotros.
¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque
“¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero?
O ¿quién primero le dio, para tener derecho a retribución?"
Llegamos al término de la Tragedia
de la Humanidad. Creados a imagen y semejanza de Dios, para gozar
de la Libertad que procede del Conocimiento de todas las cosas,
todos nuestros delitos se insertan en el agujero negro de la ignorancia
a que fuimos condenados el día que, sin saber lo que hacía, Adán
levantó entre el Creador y su Criatura el muro de la enemistad
que el Espíritu de Dios le tenía a la Ciencia del Bien y del Mal.
Este fue el Muro que vimos desnudo hasta su Roca de Fundación
en la Encarnación y Resurrección de Jesucristo. Y aquél otro,
el que nos separaba de nuestro Creador, el Muro que nuestro Creador,
haciéndose hombre, echó abajo con sus manos omnipotentes y todopoderosas.
Punto este que ha levantado entre judíos y cristianos, y entre
cristianos y demás pueblos, un muro de enemistad basado en la
ignorancia de unos y otros sobre la Relación entre Dios y su Hijo.
Relación que, creados nosotros a imagen y semejanza de Dios a
fin de que en nuestra paternidad podamos entender la del Padre,
se resuelve diciendo que a la manera que un padre planea una obra
y le da a su hijo el poder de la ejecución, de esta misma manera
Dios Padre le muestra al Hijo todo lo que El hace para que haga
todo lo que le muestra, siendo así su Brazo, el Verbo todopoderoso
por cuya Palabra Dios hace todas las cosas.
Porque de El, y por El, y para
El son todas las cosas. A El la gloria por los siglos. Amén.
Amén.
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