|  |  | cristo raul.org |  |  | 
|---|
|  |  | ||
| EL EVANGELIO DE CRISTO
         
             
           
           LIBRO TERCERO 
 PARTE 
          DOGMÁTICA : III
           
           Por qué los judíos no admitieron 
          la fe
           
           Recojo el reto en el origen 
          de este análisis del pensamiento de Cristo en Pablo respecto a 
          la relación entre la Fe y las Obras, terreno en el que Lutero 
          y la Reforma encontraron un argumento decisivo para Desobedecer 
          a Dios y romper la Unidad pedida a las iglesias bajo Mandato. 
          En Lutero, el Papa y el 
            Diablo traté de dibujar al hombre bajo la carne, y puse sobre 
          la mesa las circunstancias que dieron pie a la reacción del hombre, 
          ante las que cualquiera de nosotros hubiera reaccionado acorde 
          a la sangre en fuego que se merecían los acontecimientos. La conclusión 
          tras la lectura de ambas realidades es que no se puede llegar 
          a un juicio final por nuestra parte en función de la complejidad 
          a que la Humanidad fue sometida a raíz de la Caída. Las fuerzas 
          que se movieron alrededor de los actores de la Historia Universal 
          superaron sus capacidades de entendimiento, y en cuanto sobrepasados 
          por ellas su consciencia respecto a la verdadera naturaleza de 
          sus acciones no se realizó jamás desde un pleno conocimiento de 
          causa. Lo dijo Dios Hijo Unigénito desde su Cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
           Tampoco Lutero sabía lo que 
          hacía cuando puso su verdad sobre la Iglesia y buscó su imperio 
          aún a costa de meterle fuego al mundo entero. Ahora bien, esto 
          no quiere decir que la verdad de Lutero estuviese desprovista 
          de sentido divino, como se deduce de la conquista por el catolicismo 
          de la reforma eclesiástica que estuvo en el origen “de la Reforma”. 
          Es una pena que el Papado no moviera ficha sino a costa de la 
          división del reino de Dios. El Señor es quien juzga a sus siervos, 
          pero si por el mero hecho de ser su siervo alguno se cree que 
          tiene licencia para escupirle en el rostro al Espíritu Santo y 
          tirar la Gloria de Dios Padre en el barro de las inmundicias a 
          que acostumbrara la iglesia romana a la cristiandad, que ése se 
          prepara para la sorpresa cuando el mismo que dijera que vendrían 
          del oriente y del occidente y se sentarían alrededor de la mesa 
          del Señor mientras los propios hijos del reino serían expulsados, 
          que ése se prepare para la sorpresa, porque si los propios hijos 
          de Dios son arrojados a las Tinieblas ¡con cuánto más terror debe 
          conducirse un siervo aquí en la Tierra !
           Sin embargo el juego demoníaco 
          de utilizar el Amor contra el Temor debidos a Dios ha sido el 
          arma letal que siervos de todas las condiciones y estratos eclesiásticos 
          han venido utilizando para pervertir la Fe y alimentarse de las 
          propias ovejas hacia las que tienen por Contrato el Deber de apacentarlas 
          por tiernos pastos de salud y vida. El ejemplo del destino de 
          los judíos del Siglo de Cristo debiera ser suficiente para que 
          los pastores de la cristiandad andasen en terror continuo a costa 
          del delito que todas han cometido contra la Unidad Sempiterna 
          a cuyo Orden Sagrado sujetó Dios el Cuerpo de su Hijo, nuestro 
          amadísimo Rey y Padre, Jesucristo. Porque si Dios no perdonó su 
          delito a los hijos de su amadísimo Amigo Abraham ¡en base a qué 
          la descendencia carnal de bárbaros ha de creerse más y, aun imitando 
          al Diablo, ser capaz de escapar a la suerte del Maligno!
           Dios sólo tiene una Regla. Su 
          Justicia es Una para todos sus siervos, hijos y naciones. Todos 
          los pueblos de su Reino Universal están sujetos a una misma Ley 
          Eterna. No hay excepción. Cuando el sol sale, sale para todos, 
          sin excepción. Y cuando las tinieblas golpean, golpean sobre todos, 
          sin excepción. El huracán no hace excepción entre cristiano y 
          judío, ni entre ateo y musulmán. Así la Justicia del Padre de 
          todas las criaturas. El mismo que no perdonó a su Unigénito y 
          Primogénito por quebrantar la Ley de Moisés, que obligaba a toda 
          la descendencia carnal de Abraham, delito penado con la Cruz desde 
          los días de Moisés, Ese mismo Dios Eterno hizo cumplir la Justicia 
          contra quienes no escucharon al Mesías cuya Venida ese mismo Moisés 
          les profetizara.
           La complejidad de la Mente Divina, 
          pues, será el factor a tener en cuenta a la hora de cualquier 
          análisis del Libro que en su Mente, independientemente del nombre 
          de los escribas a su servicio, ya lo mismo Pablo que Juan, concibiera 
          Dios Padre, el corazón puesto en la Salvación Universal de todos 
          los pueblos de la Tierra. No en vano, por consiguiente, desde 
          su Cruz, dijera su Unigénito: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pues cualquiera de 
          nosotros en las circunstancias y situación bajo las que Cristo 
          Jesús viviera, cualquiera de nosotros habría sido actor pasivo 
          en el Drama de la Batalla Final entre los hijos de Dios, y en 
          tanto que actores pasivos hubiéramos también gritado con aquéllos: 
          Crucifícalo, crucifícalo.
           Pues ¿qué diremos? Que los gentiles, que no perseguían la justicia, alcanzaron 
          la justicia, es decir la justicia por la fe
           Por la Fe de Cristo Jesús, por 
          la Fe de Abraham, por la Fe de Moisés, por la Fe de Adán, quienes, 
          a pesar de los hechos que les rodeaban, mantuvieron viva a través 
          de los milenios la Esperanza de Salvación Universal, en orden 
          a la cual la Humanidad, una vez redimida, levantaría la Cabeza 
          y dada a elegir entre el Cielo y el Infierno, entre el Bien y 
          el Mal, entre Dios y el Diablo: sin pensarlo a su Creador levantaría 
          su alma y haciéndose una sola cosa con Su Salvador desterraría 
          de su carne la Obra que la Muerte construyera en ella a raíz de 
          la Caída. Esta Justicia Divina en la que el Amor infinito de Dios 
          por su Creación se hacía carne en Set y su descendencia, viajando 
          en la sangre de los Profetas desde Moisés hasta Cristo, golpeó 
          a dos bandas sin poder detener el curso de su ley, que de todos 
          los hombres, lo mismo de judíos que de gentiles, hizo juguetes 
          y actores de comparsa de una Batalla Final en cuyo desenlace el 
          Futuro de esa misma Creación entera estaba en juego. No en vano 
          Dios eligió por Campeón de su Causa al Hijo de sus entrañas increadas. 
          Pues todos nosotros no somos más que barro, Pinochos por la sobrenaturaleza 
          de nuestro Creador viviendo el sueño de devenir seres vivos a 
          imagen y semejanza de su padre y creador, nuestro Rey sempiterno 
          Jesucristo. ¡Qué hijo de hembra humana hubiera podido sostener 
          en sus brazos la Maza con la que Dios juró aplastarle la cabeza 
          al enemigo que le había salido a su Reino! ¿Acaso no confiesa 
          la propia Biblia que desde Adán jamás nació hombre alguno que 
          pudiera desatarle la correa de la sandalia a ese mismo Adán? Cuatro 
          milenios después, los hijos de aquella generación y mundo andando 
          por el polvo de la ignorancia infinita a que los condujo la Caída, 
          ¡que entraña sino la del propio Dios Eterno hubiera podido parir 
          al Héroe por el que suspiraba nuestra alma, el Campeón todopoderoso 
          e Invencible que corriendo en tromba se lanzaría contra el asesino 
          de nuestros padres sin ofrecer más misericordia que el pago a 
          tal infernal delito! ¡Qué hijo de hombre sino el que Dios mismo 
          nos suscitara de sus entrañas hubiera podido mirar cara a cara 
          al Diablo, y sin inmutarse siquiera ante la presencia del Príncipe 
          de las tinieblas darle por toda respuesta aquel: “Vete Satán, 
          que tus días se cuentan ya por horas”. ¿Quién, ya entre los judíos 
          o los gentiles, podía imaginarse que Jesús caminaba hacia la Cruz? 
          ¿Acaso los propios Discípulos no corrieron como ratas huyendo 
          del fuego cuando los dos campeones, el del Cielo y el del Infierno, 
          se abalanzaron el uno sobre el otro? De Dios sólo es la Gloria 
          de la Victoria, El dio Héroe y Maza, Brazo y Hacha. Y a El Sólo 
          le debemos todo Honor y toda Gloria; y sobre cualquiera, hijo 
          o siervo, pastor o fiel, que reclame para sí agradecimiento y 
          fidelidad, sobre su cabeza el delito. Alcanzamos la Fe no por 
          nuestros méritos, sino por la Gloria del Dios de la Eternidad. 
          Si a esto es lo que se refería Lutero cuando pusiera la fe sobre 
          las obras, bendita su boca y benditas las orejas que le dieron 
          oídos.
           mientras que Israel, siguiendo la ley de la justicia no alcanzó la Ley
           Ni Israel ni nadie hubieran 
          podido alcanzarla, como se desprende de lo dicho y se ve del Hecho 
          de la Necesidad de la Encarnación. Pues si la Victoria hubiera 
          sido posible mediante la Elección no de su Unigénito, en este 
          caso San Pablo no podría firmar lo escrito, y estarían en lo cierto 
          quienes afirman que el hombre puede por sí solo alcanzar la gloria 
          que se les negara a los héroes de muy antiguo. Era imposible que 
          ya Israel ya Roma o ambas a la vez apoyándose la una en la otra 
          hubieran podido aplastarle la Cabeza al Maligno y Fundar el Reino 
          de Dios en el espíritu y el verdadero conocimiento de Dios, es 
          decir, en la Fe. Pues la ley de la justicia revelada en Moisés 
          miraba a la justicia por la fe encarnada en Cristo Jesús, de aquí 
          que al venir el Mesías su Profeta, el hijo de Isabel y Zacarías, 
          se retirara de la escena, figura del final de contrato que Abraham 
          firmó en nombre de su descendencia, de esta manera dando paso 
          una ley a otra ley, ésta infinitamente más excelsa y gloriosa 
          cuando que “el que viene de arriba está sobre todos”.
           ¿Y por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por el de las obras. 
          Tropezaron con la piedra de escándalo
           Las obras de la ley estaban 
          prefijadas y por su camino era imposible que la Humanidad recibiese 
          otra cosa que el desprecio de parte de quienes nacían bajo su 
          justicia. Desprecio que con el paso de los siglos se hizo parte 
          de la mentalidad del judío y levantó entre judíos y gentiles el 
          muro de enemistad que aún en nuestros días perdura. Pero la Caída 
          implicó a toda la Humanidad y cuando Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, estaba mirando 
          a todo el Género Humano. Siendo así que la Ley de Moisés miraba 
          exclusivamente al individuo, Israel, y se despreocupaba del Género 
          Humano, mientras existiese esa justicia de la salvación por las 
          obras de la ley era imposible que el Muro entre el Creador y su 
          Criatura cayese. Razón por la cual esta Caída había de ser causa 
          de escándalo para aquéllos en quienes el desprecio por la Humanidad 
          había venido a ser parte natural de su conducta. Cegados, pues, 
          por lo que ellos creían el fracaso de Dios para llevar adelante 
          su Palabra: la Formación del Género Humano a la imagen y semejanza 
          de sus hijos, los judíos, sin saberlo, cometían un terrible delito 
          al negar el Todopoder del mismo que los salvara de Egipto. Pues 
          no puede ser que habiendo creado el Universo y siendo la Sagrada 
          Escritura la Historia del Género Humano, sobre cuyas familias 
          extendió Dios su Mano, acontecimiento exterior a la Voluntad Divina 
          pudiera impedir que su Palabra se cumpliese. La locura de los 
          Rebeldes, a quienes les diera Satán su boca, deviniendo él en 
          persona la Cabeza de la Serpiente, estuvo en creer que la Voluntad 
          Universal de Dios podía ser cercenada. Arruinadas sus inteligencias 
          por las pasiones infernales contra las que Dios creara a Adán, 
          sus mentes eran incapaces de comprender que el Todopoder Divino 
          no puede ser limitado por nada ni nadie. Consumada la locura maligna, 
          el replanteamiento del Proyecto Universal imponía unas necesidades 
          históricas vitales imposibles de dar de lado. Israel, una vez 
          asentado en su individualismo nacional, cegado por la ley de las 
          obras, fue profundizando cada siglo más en el abismo en cuyo fondo 
          pusieran la piedra de su ruina los demonios malditos que causaron 
          la Caída de Adán. De manera que al llegar Cristo la ruptura entre 
          Israel y la Humanidad se había hecho tan profunda y vasta que 
          por fuerza los judíos habían de partirse la cabeza contra la Fe 
          de la redención del Género Humano y la Fundación del reino de 
          Dios sobre la Piedra del cristianismo.
           Según está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo, una 
          piedra de escándalo, y el que creyere en El no será confundido.
           Escándalo para los judíos había 
          de ser, ciertamente, que Dios echase abajo el Muro entre El y 
          su Creación, y dando por consumado el Contrato con Moisés, extendiese 
          otro ante la Humanidad, a ser firmado por Cristo Jesús en el Nombre 
          de todas las familias de la Tierra. Cuyos términos salvíficos 
          universales lo acabamos de leer: “El que creyere en El no será 
          confundido”. Es decir: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna”. 
          ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? Sí, por supuesto. Pero por 
          las Obras de Dios, no por las humanas. Dios es quien dijo e hizo; 
          y su Voluntad era y es “que todo el que ve al Hijo y cree en El 
          tenga la vida eterna”. La Ley fue dada para anunciar la Fe, para 
          prepararle el Camino, pero una vez hecha carne la Ley seguía a 
          Juan, hijo de Zacarías, hijo de Abías, hijo de Aarón, al calabozo 
          donde habría de sufrir Israel la suerte de sus profetas.
           Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen mis súplicas, 
          para que sean salvos.
           Ahora bien, la condenación por 
          el Delito de Crucifixión y Persecución quedó sujeto a pena y no 
          a Destierro eterno; algo que ya anunciara el propio Dios en muchas 
          ocasiones profetizando la suerte de Israel y su restauración en 
          el Espíritu al final de los tiempos. No porque el Apóstol hebreo 
          de nacimiento y judío de crianza lo diga, sino porque se deduce 
          de la misma justicia de la Fe.
           Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia;
           Así es. Fue la ignorancia, a 
          la que el mundo entero quedó sujeto tras la Caída, la fuerza que 
          arrastrara a los judíos a rebelarse contra el Plan de Salvación 
          de Dios. Pues la Ley de Moisés garantizaba la salvación del alma 
          a quien viviera bajo su norma, pero en ningún caso prometía la 
          ciencia que viene del verdadero conocimiento de la Divinidad a 
          los hijos de Abraham. No teniendo más justicia salvadora que la 
          que les venía de las obras de la Ley su celo por Dios era animal, 
          puro instinto de supervivencia, en ningún caso fruto del espíritu 
          de sabiduría e inteligencia, espíritu de entendimiento y fortaleza, 
          de consejo y temor de Yavé, árbol que por la Fe produce el fruto 
          de la verdadera ciencia del conocimiento de Dios. Y no teniendo 
          más conocimiento que el que la Ley les proveía era imposible que 
          pudiesen conocer la Justicia Universal que en su mente había predeterminado 
          ofrecerle al Género Humano cuando llegase el Día de la libertad 
          de sus hijos.
           porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia no se sometieron 
          a la justicia de Dios,
           No podían. Lo increíble hubiese 
          sido lo contrario, que el Maligno hubiese triunfado sobre Jesús 
          y los hijos rebeldes de Dios sobre su Reino, imponiéndole al Todopoderoso 
          su idea infernal de la Creación, o que los Discípulos no hubiesen 
          salido corriendo, o que el mar Rojo no se hubiese abierto y Juan 
          no se hubiese retirado al calabozo para que le cortasen la cabeza. 
          Determinado desde el Principio el Duelo a muerte entre el heredero 
          de Eva y el Campeón de los Rebeldes, Cabeza de la Serpiente, Satán, 
          el Maligno, todos los hombres, lo mismo judíos que gentiles quedaron 
          abocados a ser meras comparsas alrededor del ring donde se enfrentarían 
          a muerte el hijo de David y el príncipe de las tinieblas.
           porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree
           Más claro, imposible
           
           Las dos justicias
           
           Pues Moisés escribe que el hombre que cumpliere la justicia de la Ley vivirá 
          en ella.
           No es de extrañar que Lutero 
          encontrase en esta doctrina del Derecho Universal a la vida eterna 
          en el Nombre de Jesús la palanca con la que mover el universo 
          cristiano y dividir la cristiandad europea occidental en dos partes 
          irreconciliables. Pablo procede a darle expresión humana a la 
          Revelación de Cristo, cuando dijera que todo el que cree en el 
          Hijo conocerá la vida eterna. Punto y final. Se acabó. No hay 
          más, no se pide menos. Luego podrán venir las ordenanzas, los 
          mandamientos de la santa madre iglesia, el peaje que cada uno 
          quiera ponerle para acceder a esta autopista libre al Cielo. Allá 
          cada cual. Unos ponen diezmos, otros mandamientos, otros odios 
          condicionantes, cada cual impone sobre aquel a quien acerca a 
          Dios su propio peaje, unos invisibles otros tan visibles como 
          cadenas que hacen del libre un esclavo de aquel que le liberara. 
          Digamos en descargo de Dios que tan tonto es quien libera para 
          esclavizar como el que naciendo libre se deja convertir en esclavo 
          después de haber sido hecho libre. La libertad no es el fruto 
          de un hombre, o de una iglesia, sea cual sea, sino don de Dios 
          sobre toda su creación. Los hombres, y las iglesias, son meros 
          instrumentos de realización de este don, que, como una espada 
          sobrenatural, va cortando las cadenas de las naciones encadenadas 
          por el Infierno al muro de su autodestrucción. Que la espada pida 
          las gracias sometiendo a su sobrenaturaleza a aquel que libera 
          es una nueva idolatría, tanto más sutil cuanto que se adora al 
          instrumento por ser de Dios siguiendo el razonamiento animal de 
          quienes adorando a la Luna o al Sol consideran que adoran a su 
          Creador. Quiero decir, el Poder y la Gloria es de Dios y los hombres 
          como las iglesias son sólo instrumentos de liberación, y en consecuencia, 
          cualquiera que pide peaje, en forma de diezmos, mandamientos o 
          cualquier otro sistema de servidumbre del liberado respecto a 
          su “liberador”, es una rebelión contra el Dios que concediera 
          gratis al universo entero el derecho a la vida eterna. El Cristiano, 
          en efecto, únicamente a su Dios y Señor, nuestro Rey Jesucristo, 
          le debe la Gracia de su Nacimiento en Libertad para disfrutar 
          de la gloria de los hijos de Dios. El que libera en su Nombre 
          no es nada. Ni iglesia ni pastor. La gloria de la Liberación no 
          es del siervo, sino de su Señor, y a El y sólo a El, le debe todo 
          hombre, nacido en la Fe, su derecho inalienable a la vida eterna 
          en el Paraíso de Dios, su Padre. Lo cual no implica, ni mucho 
          menos, como Lutero en su disputa con el Papa concluyó, que tengamos 
          que coger al siervo y mandarlo al infierno, tanto más cuanto que 
          el Siervo y el Señor forman una sola realidad un sólo Cuerpo, 
          divino y eterno. Que la espada libertadora sufra el continuo golpe 
          contra las cadenas y por ese desgaste sea condenada al fuego es 
          un ejercicio de ignorancia supina, tremendo y categórico que pone 
          de relieve el olvido de la Sobrenaturaleza del Brazo de Dios. 
          No porque la fe se corrompa, según le dijera Pedro “a los elegidos 
          extranjeros de la dispersión: Por lo cual exultáis, aunque ahora 
          tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones, 
          para que vuestra fe, más preciosa que el oro, que se corrompe 
          aunque acrisolada por el fuego...”. No porque la fe se corrompa tenemos el deber, que se impuso a sí mismo Lutero, de coger la 
          Fe y echarla fuera de nuestra alma porque nuestra alma se merece 
          algo más que una fe “que se corrompe”. Este sistema de pensamiento 
          que procede del orgullo, es destructivo, esquizoide, y comporta, 
          a la larga, una perversión del pensamiento de Cristo, cuyo fruto 
          no puede ser, según ya se ha visto en el Siglo XX, otro que un 
          comportamiento cainita del que así piensa y se separa de los demás 
          cristianos en base a que su fe se corrompe y la fe a la que él 
          aspira es una fe incorruptible. No hay más que abrir las páginas 
          de la Historia para comprobar la demencia en este tipo de discurso. 
          Y como ya veremos en otro sitio y reconociera el Apóstol en otra 
          Carta, para vivir semejante Fe tendríamos que no estar en este 
          mundo. Mas habiendo nacidos en este mundo y viviendo en este mundo 
          evitar que la influencia de este mundo le afecte a nuestra Fe, 
          es decir, a nosotros, es pretender una locura. Locura tan grande 
          como hacer de la realidad excusa y convertir nuestro defecto en 
          justificación de todos los crímenes que se nos ocurran, como si 
          mientras conservemos la fe nos estuviera permitido lo que al Diablo 
          le ha supuesto el Destierro Eterno de la Creación de Dios. ¡Nunca! 
          Como todos sabemos la Obra de Dios es que creamos en el Hijo. 
          Sin embargo todo en el mundo está configurado para que esta Obra 
          no alcance su Meta más preciada: Que seamos su Imagen y Semejanza. 
          La Historia del Cristianismo, en cuyos volúmenes figura la Edad 
          de la Reforma, es uno los efectos de esa batalla milenaria entre 
          la Fe y la Ignorancia del mundo. Creer que Lutero marcó un Antes 
          y un Después es un error terrible. Tan terrible como creer que 
          el Concilio de Trento hizo otro tanto. La Fe de Cristo sólo tiene 
          una palabra y una justicia:
           Pero la justicia que viene de la fe dice así: No digas en tu corazón: “¿Quién 
          subirá al cielo?”, esto es, para bajar a Cristo;
           Nadie, ni en la Tierra ni en 
          el Cielo, podía hacer que la Imagen y Semejanza a la que fuimos 
          llamados desde el principio de la Creación de nuestro Mundo, renaciera 
          en nuestro ser. Únicamente Aquel que Dios nos dio como Modelo 
          sempiterno podía impregnar nuestra conciencia de su Realidad mediante 
          la Contemplación en vivo de su Persona. La Iglesia, y el sacerdote 
          en cuanto Siervo, tiene por Deber de Contrato de vida acercarnos 
          a Aquel que es nuestro Modelo, pero es en los hijos de Dios que 
          ese Modelo se hace vida en nuestra vida, o como diría más adelante 
          el Apóstol: “Cristo, que es vuestra vida”. Cual recibimos gratis 
          de nuestros padres la vida, de la misma manera recibimos gratis 
          nuestro derecho a la vida eterna, que viene dado en Cristo, nuestra 
          Fe hecha carne para que no seamos sólo de palabra hijos de Dios, 
          sino en Poder y Gloria. ¿O acaso el Cristiano no extiende su bandera 
          sobre el mundo entero?
           o: “¿Quién bajará al abismo?”, esto es, para hacer subir a Cristo de entre 
          los muertos.
           Adonde fue arrojado como consecuencia 
          de la Caída el verdadero ser del Hombre. Habiendo sido creados 
          para conocer la libertad de la gloria de los hijos de Dios ¿en 
          qué lugar acabamos y por qué nos encontramos al día siguiente 
          atrapados en la selva de las pasiones infernales que nos han devorado 
          durante estos últimos seis milenios? ¿Qué hombre podía recuperarnos 
          para Dios, qué criatura en el Cielo o en la Tierra podía rescatar 
          nuestro Ser de la tumba en la que fuera arrojado? Es verdad que 
          bien podía habernos dado Dios por Modelo otro de sus hijos. Pues 
          al decir, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, implicaba 
          en la Formación del Género Humano a toda su Casa. Nuestra gloria 
          está en que teniendo Misericordia de nosotros, quiso darnos por 
          Modelo a su Unigénito en persona, a fin de que nuestro Ser renaciera 
          tanto más hermoso cuanto más monstruoso había devenido por la 
          Caída. Únicamente El podía rescatar nuestro Ser haciendo de esta 
          manera su Vida nuestra Vida. Y viceversa, ¿o acaso no van unidos 
          eternamente la Imagen y su reflejo? Será de esta manera, sin duda, 
          que Cristo y las Iglesias se hicieron una sola cosa, aunque, como 
          dijimos arriba, esta unión siguiera sujeta a la ley de la corrupción 
          natural al mundo. En suma, a nadie le debe nuestro Ser su vida 
          sino al Hijo de Dios, y, en consecuencia, todo peaje, todo diezmo, 
          todo mandamiento que convierta nuestros defectos en actos pecaminosos, 
          es un acto delictivo contra la justicia de la fe.
           Pero ¿qué dice? “Cerca de tí está la palabra, en tu boca, en tu corazón”, 
          esto es, la palabra de la fe que predicamos.
           A saber: Jesucristo es Dios 
          Hijo Unigénito, nacido de la Virgen María, nuestro Rey Sempiterno, 
          Señor de todas las iglesias, a las que se unió para engendrarle 
          a Dios hijos, su Descendencia en el Espíritu, nosotros, Descendencia 
          Divina, en razón de cuyo nacimiento futuro la Creación entera 
          se mantuvo expectante hasta poder ver con su alma al Hombre liberado 
          y hecho partícipe de la gloria de los hijos de Dios. Esta era 
          la Voluntad de Dios al enviar a su Hijo desde el Cielo para bajar 
          a los abismos, rescatar nuestro Ser y restaurar su Obra haciéndola 
          tanto más hermosa cuanto devenía Imagen y Semejanza de Aquel por 
          quien Dios Padre renuncia a todo y sin quien Dios no puede concebir 
          su Vida: su Hijo Jesús, nuestro Héroe, Rey y Salvador. Esta es 
          la Fe que predicaron los Apóstoles. Y esta es la Confesión que 
          les costó la vida.
           Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que 
          Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
           Nada más fácil. Nada más sencillo. 
          A dos milenios de distancia del autor debemos tener en cuenta 
          que hoy día hasta los loros repiten esta Confesión. A la hora 
          de leer las Escrituras nuestra inteligencia no debe separar Historia 
          y Vida. La Historia sin vida es nada. Y la Vida es de por sí Historia. 
          Lo podríamos decir diciendo que el texto va en su contexto y cualquier 
          disociación de ambas partes impone una actitud de sabiduría que, 
          de no darse, implica la manipulación del sentido original de la 
          Escritura, desembocando el hecho en perversión de la Doctrina. 
          En este caso la Fe es la misma. No se puede ser cristiano y no 
          creer en la resurrección del Hijo. Y se es cristiano porque se 
          cree en que Dios resucitó a Jesús. Es el Texto. El contexto es 
          que hoy puedes gritarlo en la calle y nadie va a ponerte una espada 
          en el cuello ni a tirarte a los leones. El fruto de la Fe es el 
          mismo en todo hombre, la vida eterna. Sólo que creerse más que 
          nadie por repetir en la calle mil veces al día esta Confesión 
          cuando no existe el Contexto, o sea, la pena de muerte por hacerla, 
          implica cierta grado de demencia.
           Porque con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa 
          para la salud.
           Desgraciadamente aún existe 
          en nuestro mundo naciones que sostienen la espada contra la Fe. 
          Es un hecho, no una denuncia. Son millones los cristianos que 
          son sometidos a vejación y tortura por Confesar en privado lo 
          que en público entre nosotros no desata ya ni risa. Entonces, 
          si somos los herederos de Dios, y nos pertenece todo ¿cómo siendo 
          partícipes de la gloria de los hijos de Dios podemos permitir 
          que nuestros hermanos sufran vejación y tortura por Confesar lo 
          que nosotros vivimos libremente? Y lo que es más dramático y terrible: 
          ¿Cómo podemos permitir que nuestros gobiernos y los gobiernos 
          que persiguen y torturan a nuestros hermanos en la Fe tengan tratos 
          sin poner nuestros gobiernos ante, delante y sobre la mesa la 
          Denuncia contra semejante conducta criminal y asesina? Porque, 
          ciertamente, la Muerte de Cristo era de Necesidad; pero nosotros 
          hemos recibido por Deber: Vivir. Y con el deber el Derecho a la 
          defensa de esta Vida, y, estando todos en Cristo, la tortura contra 
          un cristiano es una vejación contra todos nosotros. Pero alguno 
          se dirá: ¿Acaso corrieron los cristianos a defender a los otros 
          cristianos del sacrificio, siendo que tenían el martirio por coronación 
          de su fe? Y yo le digo: Había Necesidad de la Muerte de Cristo. 
          Pero consumada la Necesidad, es anticristiano procediendo de un 
          cristiano: hacer caso omiso del Sagrado Derecho a la Vida de todos 
          los ciudadanos del Reino de Dios.
           Pues la Escritura dice: “Todo el que creyere en El no será confundido”.
           ¡Cómo podría ser de otra forma! 
          ¿O acaso Dios nos creó para ser aplastados por las bestias del 
          campo y no “para dominar sobre todas las criaturas”? El Testamento 
          es firme: “Se apoderará tu descendencia de la puerta de sus enemigos”. 
          No hay por tanto confusión para los que vivimos en la Luz de la 
          Verdad. Y la verdad es, en palabras de San Pablo:
           No hay distinción entre el judío y el gentil. Uno mismo es el Señor de todos, 
          rico para todos los que le invocan,
           Lo cual a los judíos tiene que 
          seguir pareciéndoles herejía, y en su herejía incapaces de comprender 
          que Dios es Libre para hacer y deshacer según su Omnisciencia, 
          y esta Omnisciencia desde luego no está sujeta al Talmud ni a 
          la Torah, pues quien escribe está sobre su Obra y puede destruir 
          lo que hace con sus manos acorde a su Ciencia y su Poder. Lo contrario, 
          limitar la Voluntad de Dios al interés de un pueblo, se llama 
          Judaísmo.
           pues todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.
           ¿O tendrá Dios que pedirle permiso 
          a su criatura para levantar sobre la Obra de sus manos a quien 
          El quiera? ¿O tiene que estructurar sus Planes teniendo en cuenta 
          los planes de sus criaturas? ¿O sujetar Sus proyectos y determinios 
          a los pensamientos de sus siervos e hijos? ¿Y qué? ¿Qué tiene 
          que decir nadie si El ha querido que la Puerta de Su Reino sea 
          su Hijo, y quien no acepte su Corona y Señorío no conozca las 
          mieles de la vida eterna en su Paraíso? ¿No han vivido en sus 
          carnes durante estos dos milenios los judíos lo que significa 
          rechazar esta Voluntad manifestada en el Evangelio? ¿Acaso tuvo 
          Dios en cuenta que son descendencia de Abraham a la hora de aplicar 
          sobre los judíos la Pena debida al rechazo a su Voluntad Eterna? 
          ¿La tuvo acaso cuando Adán, padre de los judíos, quiso imponerle 
          su voluntad a Dios? Se corrompe la fe, ¿pero se corrompe Dios 
          por amor a sus criaturas? Donde Ayer Dios dijo NO ¿pone El Hoy 
          SÍ? Es evidente que no. La misma Ley sigue vigente, y el Derecho 
          a la Vida eterna pasa por una Puerta sempiterna, que todos conocemos: 
          Jesucristo, lo mismo para los judíos que para los demás hombres 
          de la Tierra.
           
           El Evangelio, predicado a los 
          judíos y desechado por ellos
           
           Regresamos al punto donde espacio 
          y tiempo se encuentran y lejos del cual se produce la dispersión 
          interpretativa a la que nos ha acostumbrado el protestantismo 
          desde su nacimiento a nuestros días. Ya hemos dicho que sacar 
          un texto de su contexto es un acto de lavado de cerebro de quien 
          lo realiza respecto a quien admite por buena esta corrupción del 
          hecho intelectivo. Dos son las fuerzas que confluyen en el movimiento 
          histórico, la mente del individuo y el comportamiento del pueblo 
          dentro de cuyo espacio se mueve el, en este caso, pensador. No 
          olvidemos que el Evangelio no sólo no anuló el Pensamiento sino 
          que lo rescató de la tumba en que lo había enterrado la caída 
          del Mundo donde naciera. ¿Acaso el Pensamiento no existió antes 
          de la Academia de Atenas? Bueno, ciertamente sí, y ciertamente 
          no. Antes de la Filosofía existió el Mito, y sólo con el Cristianismo 
          la Filosofía se hace Ciencia en el crisol de la Teología, y es, 
          gracia al espíritu cristiano, que resucita la Lógica, ahora integrada 
          en el cuerpo cristiano, donde, alimentada por la sabiduría de 
          los san agustines, se fortalece y se independiza en su día, dando 
          a luz al Renacimiento. Antes de Sócrates existía el pensamiento 
          pero al estar enfocado hacia el Mito su fruto no podía generar 
          la Filosofía, dentro de cuyo cuerpo surgiría Ciencia en tanto 
          en cuanto realidad independiente. Es esta realidad la que fue 
          devorada por el fuego de los acontecimientos, mucho antes de nacer 
          Cristo, y sería por obra de la escuela de Alejandría que el pensador 
          científico pasó a transformarse en mito, especie rara a admirar 
          pero en ningún caso a tomar en serio. Es el cristianismo, como 
          se ve en San Pablo, quien rescata del hecho diferencial pagano 
          la Filosofía, y transforma el Pensamiento Filosófico en instrumento 
          al servicio del Evangelio, fusión que había de permanecer íntegra 
          y demostraría su versatilidad en Orígenes, avanzando por cuyo 
          camino se llegó a San Agustín, de aquí a Santo Tomás de Aquino 
          y, por fin, a Galileo Galilei, punto en el que Pensamiento y Fe 
          se despiden y sigue cada uno su camino, contra la voluntad de 
          la Fe, todo hay que decirlo, pero sin poder evitar la Fe que su 
          criatura, el pensamiento científico occidental, se convierta lenta 
          pero inevitablemente en su peor y más terrible enemigo, cumpliéndose 
          así el dicho: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Mas si alguien 
          puede demostrar que la Ciencia hubiera sobrevivido a la Caída 
          del Mundo Antiguo de no haber encontrado refugio en el Cristianismo, 
          a partir de ese momento declararemos proscrito a Cristo.
           Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber 
          oído?
           El Apóstol vive, en consecuencia, 
          una realidad suya, personal, que acaba identificando su personalidad 
          en el complejo mundo de las memorias de la Humanidad, singularizando 
          su actuación y haciendo de su figura un eje central de dinamismo 
          histórico sin cuya existencia el futuro no habría alcanzado la 
          propiedad que tuvo a partir de San Pablo. Es decir, tan irracional 
          es creer que San Pablo reinventó a Cristo, como ignorar que sin 
          San Pablo la fusión entre ambos espíritus, el del Evangelio y 
          el de la Filosofía, se hubiera producido a la velocidad que se 
          produjo sin haber mediado su Cristianismo. San Pablo fue la encarnación 
          de un cristianismo sui géneris en cuya particularidad el morfologismo 
          atónito con tendencia a la anulación de la individualidad en el 
          hecho de la universalidad de la Fe encontró su camino y, sin excluir 
          esta universalidad, le abrió la puerta a la individualidad cristiana, 
          tipo Cristo Jesús, donde el Yo y el Nosotros convivieron sin ninguna 
          lucha interna. Contra la tendencia perturbadora judía, que le 
          acarrearía a Israel la destrucción, cuyo eje supremo era la heretización 
          de lo anómalo en tanto que individualidad, profética en el caso 
          hebreo, consistente en hacer de todo hijo de Abraham un clon miserable 
          del modelo corrupto que se habían forjado los sacerdotes y los 
          rabinos sobre lo que el Ser es, Cristo Jesús puso en acción un 
          nuevo Modelo, el Hijo del hombre, el YO como base y techo de la 
          realización de la vida, el Nosotros como cuerpo integrador perenne, 
          indestructible en cuya dimensión conviven estas dos fuerzas sublimes 
          en un todo divino, indisociable, armonizado por un Espíritu Universal 
          que hace del Individuo su Roca de Fundación eterna y del reino 
          de Dios su Templo, su Edificio, su Palacio, su Ciudad, su Mundo. 
          Era imposible, pues, que Cristo Jesús pudiera ser admitido por 
          los judíos como el Hombre en el Verbo de Vida: el Hombre a la 
          Imagen y Semejanza de Dios, una Persona perfecta, completa, existente 
          de por sí y en sí, inteligente, creador, activa, libre. Oposición 
          que encontraría en los Apóstoles, por su origen judío, un fuerte 
          valedor a la hora de mantener el crecimiento del cristianismo 
          en el perímetro interno del pensamiento hebreo. La famosa disputa 
          entre Pablo y Pedro, ganada por el Señor de ambos en bien de todos, 
          puso sobre la mesa aquella terrible confrontación que, de haber 
          perdido Pablo, hubiera supuesto la imposible resurrección de la 
          Filosofía en el cuerpo del cristianismo. Aquí, en esta victoria, 
          no de Pablo o de Pedro, sino del Señor de ambos, pero firmada 
          por Pablo, es donde el cristianismo se echó a andar sin mirar 
          atrás y por el camino, sin quererlo ni pensarlo, cuando ya creía 
          el Filósofo que el imposible era su sino, el Pensamiento alcanzó 
          a la Sabiduría, se hicieron una cosa y juntos le consiguieron 
          a la Humanidad lo que de otra forma hubiera sido imposible. A 
          saber: La Victoria de la Civilización sobre la anunciada Caída 
          del Mundo entre cuyas paredes se forjara su edificio. El Judaísmo, 
          así las cosas, no entraba ya en el juego de los siglos.
           Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: “¡Cuán hermosos 
          los pies de los que anuncian el bien!”.
           Cualquier interpretación del 
          texto paulino debe realizarse teniendo en cuenta este pensamiento 
          del propio Pablo sobre su realidad concreta, pues la singularidad 
          personal no anula en ningún caso la concepción del cuadro general 
          dentro de cuyo marco se mueve cada cual. Y viceversa. La integración 
          del hombre en el universo de circunstancias del que forma parte 
          no oprime su individualidad ontológica. Yo diría todo lo contrario, 
          que la enriquece. En este contexto justo es decir, ¡qué mayor 
          bien podía hacérsele al Hombre que regalarle el encuentro con 
          su Identidad Ontológica, ver el Modelo Vivo de Ser a imagen del 
          cual fuera pensada su existencia! Era esa Identidad la que fue 
          arrojada al Polvo por la Caída de Adán y su Mundo; fue esta Personalidad 
          la que bajo un cosmos de prescripciones y ritos sangrientos el 
          Judaísmo mantenía en su tumba. Ningún Bien mayor podía hacerle 
          Dios al Hombre que resucitar su YO de la Muerte y darle Nueva 
          Vida. Antes de Cristo éramos animales arrastrando nuestro pecho 
          por el polvo, bestias asesinas devorándonos los unos a los otros 
          sin esperanza de solución ni ruptura de continuidad; tanto judíos 
          como romanos, griegos como persas, chinos como aztecas, todos 
          los pueblos tenían por modelo de Ser un tipo criminal y homicida 
          cuyos pensamientos sólo tenían un fin: Justificar ese comportamiento. 
          Después de Cristo el Ser del Hombre tiene en su Pensamiento el 
          Modelo a cuya Imagen fue creado y encuentra en el tipo antiguo 
          un monstruo, impuesto al Género Humano por la Caída, una bestia 
          asesina tanto más poderosa por en cuanto usaba la Razón Divina 
          para hacer más omnipotente su imperio homicida. Pues la Caída 
          no destruyó la Creación de Dios, sino que el Mal estuvo en hacer 
          del Pensamiento un arma de dominio del hombre sobre el Hombre. 
          Es decir, la Caída le abrió a la Humanidad la puerta de la esquizofrenia 
          más violenta concebible, dentro de cuyo edificio cayó el Género 
          Humano y tras el que se cerró la puerta... hasta que llegara el 
          Hijo de Eva, el Hijo del hombre, según está escrito. La diferencia 
          letal entre el Judaísmo y el Cristianismo es que el Judaísmo limitó 
          la Salida de semejante situación a su posición predominante dentro 
          del Nuevo Mundo en cuanto Raza Superior, elegida, llamada a Gobernar 
          a todas las Naciones de la Tierra. El Mesías según los rabinos 
          del Templo era un Hitler Divino cuyo Imperio se extendería hasta 
          los confines del mundo y todo el que no se sometiera a su Trono 
          sería aniquilado, exterminado... en nombre de Dios. El Cristianismo 
          de Jesús asumió la locura de semejante concepción mesiánica y 
          la puso a la luz del mundo entero al dejarse crucificar por quienes 
          vieron en sus ojos la locura que a los ojos de Dios era la concepción 
          judía sobre el Hijo de Eva. Desgraciadamente aún se mantiene en 
          pie semejante locura, causa de enemistad profunda entre judíos 
          y musulmanes y muro de separación letal entre cristianismo y judaísmo. 
          Porque si hay un hombre con dos dedos de luces que no vea una 
          locura en la predicación rabínica actual de la superioridad de 
          raza del judío por elección divina y su futuro como Nación Directora 
          de la Plenitud de las Naciones de la Tierra, debemos convenir 
          entre nosotros en que ciertamente las luces de algunos son verdaderas 
          tinieblas. Se comprende, entonces, que los judíos a los que se 
          refiere San Pablo, encontraran en el Bien de todos un regalo del 
          Diablo, y en el Mal de todos el principio de su Hegemonía Universal. 
          El destino de semejante Pueblo, enloquecido por sus rabinos, no 
          podía ser otro que el que la Historia selló.
           Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó 
          nuestro mensaje?”
           La verdad no necesita de nadie 
          ni de pruebas que especifiquen su ser. Pero en razón de nuestra 
          ignorancia se deja diseccionar y estudiar, en la esperanza de 
          que viendo la sustancia de la que está dotado su cuerpo aquéllos 
          a quienes se dirige se hagan el favor de mirarse al espejo. Y 
          es que la complejidad de la estructura de los Hechos vino determinada 
          por las Causas y Efectos de la Caída. Como ya hemos dicho en alguna 
          otra parte la Caída tuvo lugar en nuestro Mundo y se sirvió de 
          nuestra carne para declararle la Guerra a un Espíritu Eterno que, 
          por sus Propiedades, era odiado, en razón de esas Propiedades 
          Personales, por los autores de las palabras que mataron a Adán. 
          De la Victoria del Cristianismo o de su Fracaso dependía que los 
          Enemigos del Espíritu de Dios alzasen su Victoria sobre la Destrucción 
          total de nuestro Mundo. Era imposible que los judíos, esclavos 
          de la Ley de sus rabinos, pudiesen siquiera comprender la naturaleza 
          de las Causas que determinaron la elección de sus padres como 
          portadores de la Esperanza Mesiánica de Victoria de Dios sobre 
          sus Enemigos. Y no pudiendo comprender las Causas difícilmente 
          podían entender sus Efectos. Ni aunque oyeran al mismo Cristo.
           Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo.
           Dios, por Su experiencia tratando 
          con situaciones límites, digámoslo todo, jugaba con ventaja a 
          la hora de las profecías. Quien ha andado mucho y ha vivido muchas 
          situaciones diferentes al cabo del tiempo es capaz de predecir, 
          por lo que ve, la naturaleza del paisaje que se va a encontrar 
          tras la próxima curva. Inútil perder el tiempo razonando sobre 
          el volumen real de la experiencia divina. Cómo había de afectarle 
          al ser humano la situación histórica creada por la Rebelión de 
          una parte de sus hijos contra su Espíritu, es decir, contra su 
          YO, el YO de Aquel que dice: “YO soy el que soy”, los efectos 
          de dicha situación universal sobre el Género Humano no le eran 
          desconocidas, tanto más cuanto El dirigía la línea del tiempo 
          desde Adán hasta el Hijo del hombre, su heredero y Vengador de 
          su sangre. Los judíos, un pueblo del Género Humano, no escapaban 
          a esta ley de la lógica. No saber cuál era su rol en los Acontecimientos 
          Universales sería el principio de la destrucción de su Nación. 
          Que habría de llegar, y llegó, aunque pusieron toda la fuerza 
          de que fueron capaces al servicio de la supervivencia de su Templo. 
          La ley es universal y no hace excepción. El que a hierro mata, 
          a hierro muere.
           Pero digo yo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. “Por toda la tierra se difundió 
          su voz, y hasta los confines del orbe habitado sus palabras”.
           La locura de todo enemigo de 
          Dios, que más tarde se resolvería en locura contra el Cristianismo, 
          reside en creer que se puede destruir lo que Dios es y hace. Aún 
          en nuestros días y a pesar de la experiencia milenaria, grupos 
          de insensatos luchan contra el cristianismo, personificado en 
          la Iglesia, y, cuales bestias dementes que no aprenden de las 
          lecciones vividas, reemprenden el fracaso de tantos otros como 
          si Dios dejara Hoy de ser el que fue Ayer. Antes de que las persecuciones 
          anticristianas movieran un pie Dios ya predecía el triunfo del 
          Cristianismo y la difusión de su Salvación hasta los confines 
          del orbe. Lo cual no implicaba la anulación de la libertad humana 
          para decidir entre Dios y el Diablo, entre su Reino y el Imperio 
          de la Muerte, entre Cielo e Infierno. A la postre, creados a su 
          Imagen y semejanza, la Libertad es el don supremo sempiterno que 
          se nos ha legado como Bien Humano Imperecedero. Por esta misma 
          Ley aquéllos que nos querían esclavos debían matar al Libertador. 
          De donde se entiende que quien quiera esclavizar a la Humanidad 
          lo primero que deba hacer es eliminar a la Iglesia, es decir, 
          a Cristo.
           Pero ¿acaso Israel no conoció? Es Moisés el primero que dice: “Yo os provocaré 
          a celos de uno que no es pueblo, os provocaré a cólera por un 
          pueblo insensato”.
           En verdad, y como he dicho arriba, 
          una empresa abandonada por imposible, que el pensador le diera 
          alcance a la Sabiduría, para seguirla, se entiende, no para esclavizarla 
          a sus pasiones e intereses, se consumó cuando nació Cristo Jesús. 
          Nosotros hemos visto cómo la Ciencia se ha puesto al servicio 
          de los intereses de clanes de poder y grupos de riqueza, vendiéndonos 
          a todos en razón de una ideología selectiva, pronazi, homicida 
          y geocida. Esta insensatez fue la que operó en los judíos su desgracia 
          cuando quisieron poner a Dios a trabajar, creando para ellos un 
          reino universal cuya aristocracia y trono fuera enteramente compuesto 
          por el pueblo judío. Contra cuya insensatez Dios cerró el castigo 
          que se merecieron al asesinar a sus hijos, nacidos de nuestras 
          hembras, mediante la encarnación del Mesías que le habían pedido, 
          para su ruina, Adolfo Hitler. ¿El mesías que ellos le pedían a 
          Dios que era sino un Hitler judío bajo cuyas soluciones finales 
          serían exterminados todos los pueblos que no se sometieran a su 
          corona universal; es decir, todos nosotros, los pueblos de la 
          Tierra?
           E Isaías se atreve a decir: “Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé 
          ver de los que no preguntaban por mí”.
           Predeterminado el momento en 
          que los judíos no se bajarían del carro talmúdico y la versión 
          del Mesías que se darían sería la de un Emperador Hitleriano, 
          la suerte de su Nación quedó decidida. Y el hecho de profetizarla 
          no disminuía en absoluto el efecto a suceder. Según lo escrito: 
          “Decretada está la ruina que acarreará la destrucción a este pueblo”. 
          Tras el horizonte de cuya destrucción venía el nacimiento de un 
          nuevo paisaje histórico, como por los hechos vemos todos los que 
          tenemos inteligencia para ver la sucesión de los acontecimientos 
          universales y el Fin hacia el que tiende la Historia en su Plenitud.
           Pero a Israel le dice: “Todo el día extendí mis manos hacia el pueblo incrédulo 
          y rebelde”.
           Lo cual nos conduce a otra pregunta: 
          ¿Qué hubiera pasado de no haber crucificado los judíos a Cristo 
          Jesús, o sea, si hubieran tendido sus manos hacia Aquel que se 
          las estuvo extendiendo durante tantos siglos? Aunque claro, pensar 
          en lo que pudo ser o dejar de ser no es pensar, es matar el tiempo
           
           La reprobación de los judíos 
          no es total
           
           Según esto, pregunto yo: ¿es que Dios ha rechazado a su pueblo? No, cierto. 
          Que yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín.
           La estructura de los acontecimientos 
          vuelve a pedir paso. La Justicia Divina según cuyos principios 
          los hijos del Adán que con su Caída arrastrara a los hijos de 
          los demás padres de las demás naciones al infierno de la ruptura 
          entre el Hombre y su Creador, y el consiguiente traspaso de poder 
          de Dios al Diablo, quedando el mundo sujeto al imperio de la Muerte, 
          esa Justicia sólo puede ser reprobada en función del sufrimiento 
          que impone el hecho inevitable de encontrarse nacido dentro de 
          la descendencia y generación sujeta por la Justicia Divina a sus 
          principios. Son los judíos los que deben detenerse a pensar si 
          Dios fue justo o injusto al hacer que por la condena de los hijos 
          de Abraham nos llegase a los hijos de los padres condenados por 
          Adán: la Salvación, es decir, la caída del muro de enemistad que 
          el padre carnal de Abraham levantó entre Creador, Dios, y creación, 
          nosotros, el Hombre. Cerrar la mente al pensamiento dogmatizando 
          sobre la condición animal de todos los hombres, sobre los cuales 
          se alza el pueblo elegido, único pueblo, el judío, que debe ser 
          llamado humano; cerrarle la puerta a la verdad de esta manera, 
          mediante el demonismo causante de la Caída elevado ahora a sagrada 
          escritura, fue la sabiduría determinante que causó la destrucción 
          del reino de Israel y la desaparición del Estado Judío del mapa 
          de las naciones. Pues como se infiere de la psicosis explosiva 
          que hizo saltar por los aires el mundo de Adán, el desprecio por 
          el Hombre, cuyo origen animal habían contemplado todos los hijos 
          de Dios en vivo, siguiendo paso a paso su evolución desde el barro 
          primordial al reino arborícola y desde ahí al Edén, el desprecio 
          por aquel mono desnudo estuvo entre las causas motrices generadoras 
          de la última Guerra del Cielo. Cuando el judío se impuso por norma 
          sagrada el desprecio hacia todos los hijos de los padres condenados 
          por el pecado del padre de Abraham, atrayendo sobre un mundo inocente 
          el castigo debido a su culpa, siendo que hubieran debido andar, 
          como sus profetas, vestidos de saco y ceniza, aplastados por la 
          conciencia de ser los hijos del delincuente que atrajo sobre nuestro 
          mundo la ruina, cuyo pecado cargara sobre sus espaldas su Hijo, 
          el Cristo, el Hijo del hombre; cuando el judío le respondió a 
          la verdad divina con su ignorancia supina, a saber, todos los 
          gentiles son bestias, ese día, mucho antes del Nacimiento, se 
          selló la destrucción del Estado que había de nacer. Pues recordemos 
          que Isaías vivió antes de la destrucción del reino de Judá. Así 
          que infinitamente antes de producirse el regreso de la Cautividad 
          babilónica el misterio de la caída de los hijos del delincuente, 
          Adán, en el demonismo implicado en el desprecio al género humano, 
          esta Caída del Judío era ya visualizada por Dios y predicha por 
          El para que la lección resultante nos sirviera a todos de sabiduría. 
          Quiero decir, nada más caer Adán la visión que Dios tiene se torna 
          en juicio, ve el futuro del Mundo abandonado a las fuerzas destructivas 
          de la Muerte, y desde esta sabiduría de quien ha visto el fenómeno 
          muchas veces Dios profetiza, o sea, da a conocer el Fin al que 
          conduce la asociación infernal entre el mundo, el demonio y la 
          carne: “Polvo eres y al polvo volverás”. Dios no está hablando 
          de Adán en cuanto individuo sino de Adán en cuanto Cabeza del 
          Género Humano. El mundo, y por extensión todo mundo, abandonado 
          a sus propias fuerzas dirige su futuro al cementerio de su extinción 
          total. Dios se limita a descubrirle a Adán la consecuencia de 
          su delito. Es una consecuencia que deviene destino final de todo 
          pueblo y nación, y por implicación apocalíptica, el destino de 
          la Humanidad. Dios vio mundos sin número seguir ese camino y llegar 
          a ese punto. Y vio cómo el resultado final de la lucha entre el 
          Bien y el Mal es, siempre, la desaparición del mundo en el que 
          ha brotado el fruto de la ciencia maldita: la violencia como medio 
          de conquista del Poder, la muerte del otro como puente de acceso 
          al Imperio. El final de todo mundo atrapado en esta dinámica suicida 
          esquizoide psicótica agresiva es la extinción, que, por multiplicación 
          de esta fuerza en el tiempo, deviene apocalíptica. Adán también 
          ve este destino, lo comprende y huye de la presencia de Dios. 
          Su retirada es la retirada hacia adelante del loco asesino que 
          ve que sólo puede escapar de la ley matando más. Dios lo encuentra 
          en ese estado y su mente ve el resto del camino por el que la 
          Humanidad llegaría a su destrucción. “Polvo eres y al polvo volverás”.
           No ha rechazado Dios a su pueblo, a quien de antemano conoció. ¿O es que no 
          sabéis lo que en Elías dice la Escritura, cómo ante Dios acusa 
          a Israel?
           Pero... Si la visión fue según 
          Sabiduría, y el Juicio según Ley, la Sentencia fue según Justicia. 
          Contra el protestantismo calvinista, y los predeterministas fundamentaloides 
          seudocristianos, hay que decir que Dios contó con dos cosas a 
          la hora de darle mujer a su hijo Adán. La primera que dejados 
          solos superarían la Prueba de Obediencia a que había sido sometido 
          él; la segunda que ninguno de los hijos de Dios se atrevería a 
          intervenir en el Edén. La libertad, de todos modos, es suprema 
          y, creados a la imagen de Dios, la voluntad del Ser es la Herencia 
          escatológica que determina la Personalidad del YO 
            Soy que, en cuanto hijos de Dios, toda la creación recibe 
          como vestidura de Adopción eterna. La Ley era para todos. Cualquiera 
          que comiera de ese Árbol, moriría. Nadie, bajo ningún concepto, 
          debía alterar el curso de los hechos dispuestos por el Creador, 
          y cuyo resultado dependía exclusivamente de la Libertad de Aquel 
          hombre sujeto a Prueba de Fidelidad. La terrible sentencia de 
          la Ley: “Morirás, de comer”, tenía por extensión la propiedad 
          de erigir alrededor del Hombre un muro todopoderoso, de Defensa 
          contra cuya solidez ningún hijo de Dios debía acometer acción 
          de ninguna clase: bajo pena de Muerte. La confianza de Dios respecto 
          a la Obediencia de toda su Casa se basaba en un punto ontológico 
          decisivo, a saber, que siendo todos sus hijos Inmortales a Imagen 
          de la Indestructibilidad Divina, la Ley únicamente podría cumplirse 
          mediante el Destierro del Transgresor fuera de los términos de 
          la Creación. Con la Confianza puesta en el temor de sus hijos 
          a su Ley y Su esperanza en la Victoria de la Libertad humana, 
          Dios dejó el curso de los acontecimientos en las manos de la propia 
          naturaleza. Contra Su Confianza y sin defraudar Su Esperanza, 
          por en cuanto la Libertad humana fue forzada a actuar contra su 
          voluntad, pues que fue violentada su Inteligencia mediante una 
          Mentira, Dios regresa para encontrarse atrapado en una Trampa 
          Apocalíptica. Si no aplicaba la Ley se daba por sentado que este 
          precedente ponía a los hijos de Dios más allá de la Ley. Por el 
          Amor a sus hijos y en razón del Precedente que la Absolución de 
          Adán aportaría, Dios convertía su reino en un Olimpo de dioses 
          cuyos actos pasaban a ser inviolables, y cuyas personas pasaban 
          a quedar absoluta y eternamente fuera del alcance del brazo de 
          la Ley. Y si le aplicaba a Adán la Ley se encontraba Dios en la 
          posición del que, en razón de la complejidad de su Obra, tenía 
          que condenar a todo un mundo por el pecado de un sólo hombre. 
          Como ya dijo el Apóstol antes, hablando sobre el prototipo de 
          Cristo, Adán nació para ser la Cabeza del Mundo de los hombres. 
          Quiero decir, Dios dijo: “Hagamos al Hombre...”. No se refería 
          a un individuo en cuanto individuo sino al Género Humano en cuanto 
          un Único Cuerpo cuya Cabeza era Adán. Caída la Cabeza, Adán arrastraba 
          en su Caída a todas las naciones de la Tierra. Caída de su Mundo 
          de la que Dios excluyó a Abraham y su Descendencia.
           ¿Por qué? ¿Por qué excluye a 
          los hijos del delincuente y abandona a los hijos de los inocentes? 
          La respuesta del Judaísmo, que heredaría el Islam, y adoptarían 
          desde el principio algunos círculos cristianoideos, sería una 
          versión del demonismo causante de la rebelión contra la Ley que 
          los hijos de Dios protagonizaran en su búsqueda de la transformación 
          del reino de Dios en un olimpo de dioses asesinos. O lo que es 
          igual: Dios es Todopoderoso y no tiene por qué explicarle absolutamente 
          a nadie el por qué de lo que hace. Porque es Omnipotente puede 
          hacer lo que le dé la gana sin basar su acción y comportamiento 
          en justicia ninguna. La única postura del hombre es arrodillarse 
          y gritar: Dios es y Grande, Dios es Grande.
           Este fue el grito de adoración 
          que los llamados ángeles rebeldes quisieron imponerle a Dios, 
          esperando que Dios retribuiría su adoración mediante el paraíso 
          de los dioses inviolables a la propia Ley Divina. Grito contra 
          el que Dios se rebeló aplicando la Ley según los términos escritos 
          y que comprendía en su extensión a todos sus hijos. Porque, ciertamente, 
          Dios no podía absolver a su hijo menor, Adán, en base a la falta 
          de libre voluntad durante el proceso de desobediencia sin proceder 
          a la anulación de la Ley; y su aplicación ponía la Gloria de Dios 
          en entredicho al condenar por el pecado de un sólo hombre a toda 
          la Humanidad. Pero, al no absolver a Adán Su Justicia se elevaba 
          a Gloria sempiterna, en razón de la cual la Muerte exigida por 
          la Ley le era aplicada a la parte rebelde en toda su extensión, 
          o sea, el destierro de los límites de la Creación de Dos, y abarcando 
          ésta en sus fronteras al Infinito y la Eternidad en tanto en cuanto 
          que son una sola cosa con Dios Creador, ¿adónde iría la parte 
          rebelde?
           En la estructura de estas consecuencias 
          la parte del pueblo salido de aquel Adán quedó sellada cuando 
          Dios acogió su defensa en función de la fuerza que se le había 
          hecho a su libre voluntad. La Razón Sagrada que individualizaba 
          a la descendencia de Adán quedó recogida en la Promesa del Nacimiento 
          del redentor. Pero sobre el cómo y el cuándo se produciría este 
          Nacimiento y su Redención nada dijo Dios, y por tanto nada podía 
          saber el Judío. De aquí que, conociendo esta ignorancia, dijera 
          el Profeta:
           “Señor, han dado muerte a tus profetas, han arrasado tus altares, he quedado 
          yo solo, y aun atentan contra mi vida”.
           Estamos viendo que no sólo el 
          pueblo judío sino que cualquier pueblo que hubiese sido sujeto 
          a la ley de sus padres hubiese actuado siguiendo la misma pauta 
          de comportamiento. La guerra que se estaba librando en la Tierra 
          implicaba al Cielo, y en sus Batallas la Humanidad era carne de 
          cañón, actores secundarios destinados a perecer durante la escena 
          sin más gloria que la pasajera atribuida a sus vidas por el director 
          de la Historia. La parte del pueblo judío, aunque principal, estelar 
          en tanto que personal y propia, se ajustaba al guión universal, 
          y dentro de ese guión básico, desconocido para el judío y reinterpretado 
          a su manera por el Judaísmo, que con sus prescripciones quiso 
          borrar el original, no escrito, sino en la Mente Divina, y poner 
          sobre la mesa el propio, interpretando la Historia Universal según 
          su propia inteligencia natural; la parte del pueblo judío era 
          la del asesino de profetas y, finalmente, del propio Redentor. 
          Nada ni nadie podría impedir que el Delito contra Cristo se ajustara 
          al Guión. Al fin y al cabo eso es la Biblia, un Guión. Guión cuya 
          Historia era el encuentro a Muerte entre el Hijo de Eva y el asesino 
          de Adán. Todo lo demás, el resto del mundo entero, incluidos los 
          judíos, eran actores secundarios cuyo papel estaba fijado alrededor 
          de ese Duelo Final de cuyo resultado dependía el Futuro de la 
          creación entera. Como lo reveló San Juan: La Muerte de Cristo 
          era una Necesidad. Y Dios, viendo el Duelo desde su Fuerza, predice 
          el Fin desde antes de producirse la Victoria de su Campeón, como 
          dice el profeta: Para que nadie creyera que no lo había anunciado 
          mucho antes de producirse. La confianza en Su Victoria era el 
          secreto mejor guardado del universo. Y sin embargo escrito: Dios 
          enviaría, para que se cumpliera la Ley, a su Unigénito, quien, 
          encarnado en una hija de Eva, nacería de Eva, y siendo hijo de 
          Dios, podía ser elegido para pedir Venganza por la sangre de su 
          Hermano Menor, Adán, padre de Abraham, padre de Jesús. Cómo, pues, 
          podían los hijos de Abraham conocer lo que era un Misterio para 
          el propio Satán, que se presentaba ante Dios como quien creía 
          que podría vencer en Duelo legal a cualquiera hijo de hombre, 
          pues la Ley era clara: El Vengador tenía que ser hijo de Eva. 
          De locura era pedirle a un hombre mortal que estuviera en el secreto 
          del que un Inmortal, teniéndolo delante, no podía descubrir su 
          enigma. De aquí la respuesta del Profeta:
           Pero ¿qué le contesta el oráculo: “Me he reservado siete mil varones que no 
          han doblado la rodilla ante Baal”
           Dios no repudió al Judío en 
          cuanto hombre, sino que repudió su religión en tanto que fue la 
          dogmática animal del Judaísmo la que arrastró a los hijos de Abraham 
          a ponerse de la parte del Diablo, y en cuanto fuerzas del infierno 
          se entregaron a las persecuciones contra los cristianos. Mas, 
          lo mismo el judío que el gentil ambos habían sido y seguían siendo 
          parte de una guerra entre el Cielo y el Infierno que, por fin, 
          se hacía humana en Cristo y abría sus filas al universo de las 
          naciones humanas para unidas en su Plenitud darle a Dios el Sí 
          a su Ley que le negara el Primer Hombre.
           Pues así también en el Presente tiempo ha quedado un resto en virtud de una 
          elección graciosa.
           El Guión Bíblico daba Fin a 
          una Era y Principio a otra. Y sin embargo si todos fuimos condenados 
          por un hombre, lo mismo el gentil que el judío, era natural que 
          Dios no exterminara a los hijos de Abraham sino que, sujetándolos 
          a la justicia, preservara su simiente para que su cuerpo conociera 
          igualmente la Gracia de la Redención. Si Adán no hubiera caído 
          la Humanidad no hubiera conocido jamás el infierno. Lo otro, exculparse 
          de toda culpa mediante el artificio de hacer descender de Adán, 
          según la carne, a todas las naciones, se llama Judaísmo. Este 
          Judaísmo fue el que Dios borró del mapa de la Historia y dispuso 
          que surgiera en el futuro a fin de que por el conocimiento de 
          su dogmática todos los judíos comprendieran la locura de su exculpación 
          en razón de una elección “no por la gracia” sino por el Poder 
          arbitrario de un Dios que por ese Poder puede hacer lo que le 
          venga en gana, condenar a un mundo entero por el pecado de un 
          sólo hombre, salvar a la descendencia de ese pecador y condenar 
          a la de los inocentes arrastrados al infierno por el pecado del 
          padre de esa descendencia elegida por la arbitrariedad de ese 
          Dios a conocer las mieles del Paraíso, en la otra vida, y en el 
          futuro de ésta la fruta prohibida del Emperador Universal Judío 
          que un día ha de nacer para dominar sobre todas las Naciones de 
          la Tierra. O séase:
           Pero si por gracia, ya no es por las obras, que entonces la gracia ya no sería 
          gracia.
           No es que San Pablo fuera un 
          gracioso y se tomara a chiste las persecuciones de sus hermanos 
          de sangre contra los cristianos, en las que él mismo participara 
          tan alegremente. La Gracia de la que habla no es esa gracia. Tiene 
          que ver más con esa gracia que se aplica a un condenado a muerte 
          en cuyo delito es hallada una causa atenuante, originada la misma 
          en una fuerza externa mayor contra la que era imposible, por su 
          naturaleza, que el condenado venciese por sí solo. Hallada esta 
          fuerza mayor, el Juez aplica la Gracia, sin anular la pena debida 
          al delito cometido. Lo cual es evidente. El que derrama la sangre 
          humana debe cumplir la sentencia contra el delito, que es la muerte. 
          Mas es el propio Dios quien reconoce la existencia de fuerzas 
          mayores en razón de la cual se puede conceder la Gracia, es decir, 
          no la liberación de la pena pero sí la ejecución de la plenitud 
          de la sentencia. Es de esta manera que al preservar Dios a una 
          parte del pueblo judío, autor de la Muerte de Jesús y sus hermanos 
          en el espíritu de Cristo, la sentencia no es anulada y la destrucción 
          de su Estado y nación debía proceder según ley. Pero la misma 
          causa redentora ponía sobre la mesa del tribunal de los hijos 
          de Dios una razón de fuerza mayor, reconocida en la Necesidad 
          de la Muerte de Cristo, en orden a la cual la Gracia le era concedida 
          al pueblo carnal de Abraham y desde ella se ordenaba la conservación 
          de su vida, que de otra manera hubiese quedado sujeta a la ley 
          de extinción que sigue al delito. Gracias a esta Gracia el pueblo 
          judío tiene al tiempo presente: Vida, Estado y Nación.
           ¿Qué, pues? Que Israel no logró lo que buscaba, pero los elegidos lo lograron. 
          Cuanto a los demás, se han encallecido.
           Obvio, pues era imposible que 
          Dios le concediera a un hombre lo que le negara a un hijo de Dios, 
          a saber, sentarse en el Trono de Dios como rey universal sempiterno. 
          Pero me diréis, ¿es que acaso los hermanos de Cristo no fueron 
          hombres? A lo cual yo respondo: En efecto, porque siendo coherederos 
          del Heredero de Adán a ellos les pertenecía el Reino. Que Dios 
          hizo efectivo al hacer que este Heredero fuera el Señor legítimo 
          de este Trono, Jesús, quien uniéndose por su Encarnación a la 
          Descendencia de Eva hacía partícipe de su Corona a sus Hermanos, 
          los elegidos de entre los hijos de los hombres. Partícipes, pero 
          no dueños. Coherederos, pero no propietarios. Hijos, pero adoptivos. 
          Sólo hubo un Heredero Universal Sempiterno: Jesús, Dios Hijo Unigénito, 
          a quien por derecho Divino le corresponde el Reino de Dios y por 
          Derecho de Encarnación la Corona de Adán, que en David se hizo 
          Universal, adelantando de esta manera Dios, Padre de Jesús, la 
          Revolución sin precedentes que se produciría en la Creación a 
          partir de la Resurrección. Mas para que hubiera Resurrección había 
          de producirse la Muerte.
           Según está escrito: “Dióles Dios un espíritu de aturdimiento, ojos para no 
          ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy”
           La misma ley que encerró a los 
          gentiles en los calabozos de la Muerte, pagando el pecado que 
          sólo Adán cometiera, tendría que hacer efectiva su extensión a 
          los hijos del pecador. Si por un tiempo los judíos fueron tenidos 
          aparte, aunque dentro de aquel mundo por su padre carnal arrojado 
          al infierno, la valla que Moisés levantara a su alrededor mantuvo 
          las llamas de ese fuego alejadas de Israel, que siempre tuvo a 
          Dios dentro de su Historia. Pero la Necesidad había impuesto su 
          Ley mucho antes de nacer Moisés y había de llegar el día en que 
          los judíos habían de gustar el significado de vivir sin Dios, 
          abandonado a las fuerzas del infierno sin más medios de defensa 
          que la propia ley humana. Tal es el estado al que fueron arrojados 
          los gentiles por el pecado del padre carnal de los judíos. Viendo 
          la Necesidad dijo el rey de los profetas:
           Y David dice: “Vuélvase su mesa un lazo, y una trampa, y un tropiezo, en su 
          justa paga
           Nada ni nadie podía detener 
          la fuerza de los elementos desatados por la Caída. Los profetas 
          lo sabían y la Historia les ha dado la razón: la Biblia es un 
          Guión al servicio de la Glorificación del Hijo Unigénito de Dios, 
          en cuya Mano dejó su Padre el Futuro de su Reino y de su Creación 
          entera. Los judíos no podrían vencer el poder de la fuerza de 
          las tinieblas que su padre carnal desatara sobre la Humanidad 
          el día que Dios retirara la protección bajo cuyo sello habían 
          vivido durante milenios. Ahora bien, la Ley es Universal y es 
          el propio David, gloria del Judío, quien se pone a bailar desnudo 
          para escándalo de su pueblo en honor de su Incorruptibilidad. 
          “El que derrame sangre humana por mano humana será derramada la 
          suya”. La Ley no distingue entre judíos y gentiles. Y en honor 
          de esta universalidad, celebrando David el Juicio de Dios, bailó 
          desnudo el Héroe; baile que, viendo la Muerte de Cristo, se resolvería 
          al final sobre la tumba de su propio pueblo. De aquí que insista 
          , diciendo:
           Oscurézcanse sus ojos para que no vean y doblegue siempre su cerviz
           No todos son malas noticias 
          empero. Y aunque se hable así para hacer recapacitar al judío 
          que vive sobre su dogmática fuera de tiempo y lugar, únicamente 
          un ignorante puede olvidar que David estaba bailando sobre la 
          tumba del Diablo y celebrando la Victoria del Hijo de Eva, y con 
          su pluma abogaba ante Dios por el Juicio desde antiguo escrito: 
          “Si comieres, morirás”.
           Que se cumpla, pues, Destierro 
          eterno de los términos de la Creación para los que un día fueron 
          hijos de Dios, y entre ellos distribuyera Dios los pueblos de 
          la Tierra.
           
           La reprobación de Israel
           
           Pocas veces se tiene la oportunidad 
          de leer compendiada la historia de la Humanidad entera en unas 
          cuantas líneas. Toda sabiduría humana, sea científica, teológica, 
          o simplemente ideológica, a la postre no es más que un sustituto 
          hecho a la medida de la racionalidad de los siglos, sucedáneo 
          animalesco con el que la necesidad de conocimiento que por naturaleza 
          el Hombre tiene pretende suplir la carencia de la verdadera Sabiduría, 
          aquélla en cuyo seno se tejiera la Idea del Hombre que Dios concibió 
          en carne cuando con su todopoderosa Palabra le dio la vida. Desde 
          el día después de la Caída hasta la Primera Hora de este Nuevo 
          Día la historia de la Civilización humana es un calvario sangriento 
          y estremecedor de Caín en Caín. Como si se tratara de un caldo 
          de cultivo para el pensamiento el golpe en el cráneo hizo temblar 
          el edificio de la inteligencia del Hombre y el fruto de su camino 
          en las tinieblas se resolvió en más razones para matar a Abel, 
          otra vez, una vez más. A esta realidad se redujo la Tragedia del 
          Hombre, a repetir siglo tras siglo y a escala cada vez mayor el 
          fratricidio que dio el pistoletazo de salida a aquéllos seis milenios 
          de guerra civil mundial que, Hoy, expiran. Nadie duda de que aun 
          viendo alborear el Fin de la Tragedia el último tramo del camino 
          lleva en su frente la marca acumulada de las fuerzas destructoras 
          que hicieron de nuestro mundo un espectáculo triste y sobrecogedor. 
          El destino sin embargo está escrito. No desde Ahora sino desde 
          hace mucho. Conociendo al Autor, San Pablo se permite escribir 
          este capítulo de esperanza profética y visión de un futuro en 
          que la nación todavía no destruida y después de ser dispersada 
          y perseguida regresaría a su origen para ser sujeto de la misma 
          Gracia que el Dios de Israel esparciera con tanta generosidad 
          sobre nuestras casas, nosotros, los hijos de aquéllos padres por 
          el pecado del padre de Israel expulsados de la Presencia de nuestro 
          Creador y entregados al imperio del Infierno sin más ayuda para 
          vencer sus designios antihumanos que las fuerzas naturales alrededor 
          de cuyas columnas maestras fuera tejida nuestra creación. De nadie 
          es pues la gloria y a nadie le debemos nuestra victoria, sino 
          a Aquel que tejiera nuestro Ser en la cuna de su Omnisciencia 
          y antes de nacer nos viera en la plenitud de nuestra Edad para 
          Alegría de su Espíritu y Bien de todos los Pueblos de su Reino. 
          Como quien vive en esa Omnisciencia e hijo de la Sabiduría habita 
          en su Palacio, deleitándose en la estructura de su Pensamiento, 
          San Pablo derrama su conocimiento para edificación de la Esperanza 
          Universal de Salvación que habría de revelarse al final del camino, 
          al alba del Día por el que la creación entera, expectante, aguardaba 
          impaciente el nacimiento de la Descendencia de Cristo. Así pues, 
          entramos en materia.
           Pero digo yo: ¿Han tropezado para que cayesen? No ciertamente. Pues gracias 
          a su transgresión obtuvieron la salvación los gentiles para excitarlos 
          a emulación.
           Como hemos dicho, sabemos y 
          nos podemos imaginar la Caída del padre de los judíos, nuestro 
          Adán, fue el epicentro del mayor terremoto que Dios en persona 
          viviera desde hacía edades interminables. La declaración de guerra 
          que una parte de sus hijos le arrojara a su Espíritu Santo al 
          rostro fue el detonante explosivo final que le abrió a Dios los 
          ojos y le puso frente a frente a su verdadero enemigo: La Muerte. 
          La locura que suponía que una criatura albergase esperanza de 
          echarle un pulso a su Creador y salir vencedor no admitía peros 
          ni mases. La Muerte, fuerza increada, sin principio, como la Vida, 
          la Materia y el propio Dios, era el enemigo de la Creación en 
          tanto en cuanto su Fundación y Edificación suponía su destierro 
          de los límites del Infinito y la Eternidad. La Vida y la Muerte, 
          como dije en la Historia Divina, habían existido desde la Eternidad 
          como parte internas de la estructura de la Realidad. El Día que 
          Dios pensó la Inmortalidad la declaración de guerra de Dios contra 
          la Muerte fue un hecho. El caso es que Dios estuvo viviendo la 
          Muerte y la Vida en tanto que procesos mecánicos internos a la 
          propia Fuerza Increadora en el Origen de los Mundos. Desde su 
          Inteligencia Creadora lo único que había que hacer era intervenir 
          en esos procesos, redirigirlos y proceder a la Inmortalización. 
          Durante todo el Periodo de Formación de su Inteligencia Creadora 
          su pensamiento estuvo trabajando sobre esa base material. Cuando 
          por fin descubrió la llave de la Inmortalidad creyó El que su 
          victoria sobre la Muerte se había consumado, y procedió a la creación 
          de vida inmortal. Según fue avanzando en la materialización de 
          su proyecto Universal los Hechos conocidos como las Guerras del 
          Imperio del Cielo fueron destellos de la existencia de un factor 
          desconocido, imprevisible y que no se sujetaba a su control. Encontró 
          justificación para los Hechos en la estructura de las circunstancias 
          y procedió a la Revolución en cuyo seno sería concebida la Idea 
          del Hombre. Y procedió a su Creación. Creó Dios los Cielos y la 
          Tierra y todo cuanto existe en nuestro mundo y llegó al Hombre. 
          La Idea Madre en cuyas entrañas tejiera nuestro Creador las fibras 
          de nuestro Ser eterno no la conocía nadie. Era algo que se descubriría 
          a su tiempo. Lo que sí estaba claro es que Dios quería marcar 
          un Antes y un Después y estaba dispuesto a ponerle un Fin a la 
          Ciencia del Bien y del Mal, cuyo fruto era la Guerra. Razón por 
          la cual, usando el símbolo como objeto de entendimiento universal, 
          diciendo: “El día que comieres, morirás”, le prohibió a toda su 
          Casa, del Cielo y de la Tierra, bajo pena de destierro eterno 
          de su Reino, comer del fruto a sus ojos maldito. Lo que para Adán 
          significaba la Prohibición estaba claro para Adán. A saber, que 
          la Civilización, de la que él era su Cabeza, se extendería en 
          el tiempo y el espacio, llenando el mundo de la Tierra de un confín 
          al otro, no por la fuerza y la violencia: sino como fruto de la 
          Paz que procede de la Sabiduría. La Caída estuvo en hacer que 
          la impaciencia de Eva arrastrara a Adán a jugar con la Idea de 
          la conquista del mundo por la fuerza de la superioridad que le 
          era innata en cuanto hijo de Dios. Se aceleraría todo el proceso 
          en el tiempo y la velocidad de la conquista del mundo se doblaría 
          en esa razón. La trampa era genial. Pero tenía un talón de Aquiles. 
          El homicida no tenía que hacerse pasar por hijo de Dios, porque 
          lo era, pero sí tenía que manipular la inteligencia de Eva al 
          declarar bajo falso juramento que le hablaba en nombre de Dios, 
          padre común de ambos, Adán y Satán. Esta necesidad implicaba la 
          transgresión del Mandato Divino y, en consecuencia, conllevaba 
          una declaración de guerra contra el Espíritu que le dio vida a 
          la Prohibición. La locura era, por tanto, total. Y en cuanto era 
          total Dios no podía dejar de sentir la muerte de su hijo menor, 
          Adán, sino como un terremoto ontológico que había de abrirle los 
          ojos y ponerle delante el rostro de su Verdadero Enemigo, la Muerte.
           Y si su caída es la riqueza del mundo, y su menoscabo la riqueza de los gentiles, 
          ¡cuánto más lo será su plenitud!
           Sucedió justamente lo contrario 
          de lo que Dios había planeado. Dios había dispuesto que a Su regreso 
          su hijo Adán regresaría a su tierra natal, Sumeria, y elegido 
          como rey por todas las familias de Mesopotamia, desde esta base 
          madre la Civilización se extendería pacíficamente hacia todos 
          los puntos cardinales. Atrapado en el Dilema de la absolución 
          de Adán por ignorancia de la verdadera razón criminal bajo cuya 
          fuerza cometiera su pecado o la aplicación del Castigo debido 
          al Crimen, aceptando la declaración de guerra contra su Creación 
          y Reino, y ante el descubrimiento que había hecho, Dios actuó 
          como todos sabemos. La Batalla Final entre Dios y la Muerte, por 
          fin, tenía lugar. La Eternidad y el Infinito habían estado esperando 
          esta Batalla desde el mismo día que sin conocimiento de causa 
          final Dios le declarara la Guerra a la Muerte. Hombres y e hijos 
          de Dios, todas las criaturas habían sido atrapadas en la Batalla 
          y, una vez, revelada la verdadera estructura de la realidad: cada 
          cual debía decidirse por un bando o el otro.
           Para quien eligiera el Imperio 
          de la Muerte, es decir, un Universo gobernado por dioses más allá 
          del Bien y del Mal, inviolables e inmunes a la Ley, el Destierro 
          Eterno de la Creación de Dios.
           Para quienes eligieran el Reino 
          de Dios, es decir, un Universo gobernado por un Cuerpo Divino 
          desde su Cabeza hasta el miembro más humilde sujeto a Ley, como 
          se vio en la Cruz, donde el mismísimo Primogénito de Dios, Cabeza 
          de su Reino, se sujetó a la Ley vigente según la cual cualquier 
          judío de nacimiento que rompiera el Contrato de Moisés con los 
          hijos de Israel tenía que ser colgado de la cruz; de quienes eligieran 
          este Reino, ese Reino.
           Y si el Símbolo del Principio 
          fue real, quiso Dios demostrar su Realidad en la Cruz del heredero 
          de Adán, para que por los Hechos se viera que la Justicia y la 
          Ley no se basan en el capricho de un Ser omnipotente y todopoderoso 
          que impone su voluntad en razón de esa misma fuerza, sino en el 
          Amor por la Vida y la Creación que en tanto que Ser y Persona 
          le tiene el Creador a su Reino y Obra. Su Hijo, eligiendo el primero 
          en qué bando quería situarse, si en el de quienes se decidieron 
          por un universo de dioses criminales y asesinos que desde la Inviolabilidad 
          de su Gobierno convertirían la Creación de Dios en un campo de 
          juego para demonios infernales y malditos ajenos al dolor y la 
          libertad de las criaturas; o si en el de un Reino fundado en la 
          Paz, gobernado por la Justicia, y alimentado por la Libertad.  Hecha Su elección, le tocaba al resto de la Casa de Dios 
          proceder a la propia, y desde ahí, avanzar hacia el Día en que 
          la Humanidad, por fin liberada de su ignorancia, podría ejercer 
          ese Poder de Elección, libremente y sin coacción, decidiendo en 
          libertad cada pueblo y nación su suerte. Este es el compendio 
          del Pensamiento de Cristo. Ahora sigamos.
           Y a vosotros los gentiles os digo que mientras sea apóstol de los gentiles 
          haré honor a mi ministerio
           La suerte de Israel se decidió, 
          entonces, en la fragua de unos acontecimientos respecto a los 
          cuales ningún ser humano estaba al corriente. Y no estando, y 
          pues que la Guerra entre Dios y la Muerte no sólo era imparable 
          dada la aversión del propio Dios Padre a semejante transformación 
          de su reino en un olimpo de dioses asesinos, cuya gloria pretendía 
          basarse en la filiación divina, haciendo así de su Padre la fuente 
          de sus crímenes monstruosos y horrendos... No estando en el conocimiento 
          de la verdadera estructura interna de los Acontecimientos por 
          los que la Creación entera estaba pasando, era imposible que judíos 
          y gentiles no se alzasen contra Cristo y su Casa. Los unos como 
          los otros, todos eran esclavos de las consecuencia de una Batalla 
          Final que se había gestado en la eternidad, antes de que la Increación 
          deviniera en Creación, y alcanzado el punto cumbre del encuentro, 
          pasaba Primero y sobre todo por el Hijo de Dios, cuya decisión 
          debía realizarse ante los ojos de todo el Universo: El era el 
          Único que conocía esa realidad y el Único que podía decidir por 
          sí mismo de qué lado se ponía, de la Muerte o de la Vida. Por 
          esto su declaración: Yo soy la Vida, afirmaba su Camino hacia la resurrección, sobre cuya 
          Victoria la Creación entera, como David por las calles, bailó 
          desnuda ante su Señor y Creador.
           Hijo de Dios, aunque ausente 
          en carne, en espíritu me sumo a las galaxias de seres que entonaron 
          cantos y desnudos bailaron alrededor del fuego de la Victoria 
          la gloria de Aquel que llenando de gloria el Corazón del Padre 
          de las estrellas del infinito cosmos hizo que de nuestros labios 
          saliera la Palabra de vida eterna que recorriendo las tierras 
          llena el mundo entero y grita incansable su mensaje de esperanza: 
          Jesús es el Rey, Jesús es el Señor, en nadie tienes, Israel, tu 
          Mesías sino en Aquel que se alzó contra la Muerte y ante cuyos 
          ojos el terrible Maligno de nuestras pesadillas no es más que 
          un patán con vocación de loco que se atrevió a soñar con ponerse 
          a la altura de la planta del pie de tu Dios. Escucha, Israel, 
          la voz de la misma Sabiduría que eligió tu carne para proceder 
          a la consumación de la revolución cósmica cuyo origen se remonta 
          a la Eternidad. Como no fuimos rechazados eternamente de la Luz 
          de nuestro Creador, tampoco tú, como ves por los hechos, lo has 
          sido.
           por ver si despierto la emulación de los de mi linaje y salvo a alguno de 
          ellos.
           Pagaste el precio de un delito 
          dictado por la estructura de una Batalla ajena a nuestro mundo, 
          entre cuyos límites fuimos todos atrapados con la esperanza maligna 
          de acabar todos destruidos, para deshonra de Dios. Tu destino 
          estaba escrito desde el día que tu padre Adán fue conducido al 
          matadero por criaturas inmundas, rebeldes sin más causa que su 
          locura, enemigos de toda verdad, paz y justicia. Todos fuimos 
          actores secundarios en el Duelo entre el hijo de Eva y el hijo 
          de la Muerte. La decisión final es sin embargo, tuya.
           Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración 
          sino una resurrección de entre los muertos?
           Pues si hubieran conocido la 
          estructura de los acontecimientos, lo mismo judíos que gentiles, 
          ¿quién se hubiera atrevido a ponerle un dedo encima al Unigénito 
          de Dios? Con todo, aquello no era un juego, y la decisión no sería 
          un Sí por ahora y un No para luego; de manera que como la sangre 
          es lo más sagrado para el hombre, por la sangre, lo más sagrado, 
          el universo entero comprendiera que la decisión Final de Aquel 
          que para Dios lo es todo, su Primogénito, fue eterna. Tenía que 
          haber un nuevo Antes y Después, por tanto. De la muerte de un 
          hombre surgiría la resurrección de todos. Era necesario que así 
          fuese; y así se hizo.
           Que si las primicias son santas, también la masa; si la raíz es santa, también 
          las ramas.
           Lo cual nos plantea, llegado 
          al extremo del camino y delante del nuevo horizonte, la necesidad 
          de la edificación de una nueva estructura de fraternidad entre 
          cristianos y judíos: Abandono de acusaciones, de traumas sufridos 
          por unos y otros, y renacimiento de todos en todos a la luz de 
          un nuevo día que requiere de todos la unidad indivisible e indestructible 
          de quienes, más allá de la carne y sus orígenes, proceden a tomar 
          su decisión personal frente a y delante del Dios de todos. El 
          más fuerte, en este caso, el cristiano, es quien debe echar abajo 
          el muro de la enemistad histórica que, en la ignorancia a la que 
          todos, cristianos y judíos, quedamos sujetos, fuera erigido, y 
          estuvo en la causa del holocausto que, viviendo al otro lado, 
          sufrieron los padres de quienes Hoy tienen el poder de elegir 
          libremente entre la Muerte y la Vida, entre la verdad y la Mentira, 
          entre el Odio que nace de una memoria herida jamás curada o el 
          amor de un espíritu renacido a la luz de una Esperanza universal 
          que se derrama imparable como un sol de justicia por los cuatro 
          rincones de la Tierra.
           Y si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo acebuche, fuiste 
          injertado en ella y hecho partícipe de la raíz, es decir, de la 
          pinguosidad del olivo, no te engrías contras las ramas.
           No caben, acusaciones por en 
          cuanto todos fuimos pasto de fuerzas contra cuyo poder ningún 
          hombre pudo actuar con pleno conocimiento de causa. Lo que se 
          hizo se hizo desde la ignorancia. Unos y otros, y todos fuimos 
          actores sin estrella en una historia en la que dioses y demonios 
          se jugaron su existencia. El dolor de Israel es el dolor del mundo, 
          pero Israel debe hacer suyo el dolor del mundo. Fue su padre, 
          Adán, quien arrastró a nuestros padres al infierno. Si el mundo 
          judío ha vivido un holocausto, nuestros padres han vivido holocausto 
          por cabeza. El Pasado ha muerto. El Futuro es el que vive. Jesucristo 
          es el Mesías; Ayer, Hoy y Mañana.
           Y si te engríes, ten en cuenta que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz 
          a ti.
           De nada tenemos que jactarnos 
          los unos y los otros. Hasta ahora hemos sido actores de reparto 
          sin importancia en una Historia Divina que abarca entre sus brazos 
          a todas las naciones de la Tierra. No hay en el guión escrito 
          un apartado dedicado a la supremacía de una nación sobre otra. 
          De Dios es la Tierra y todo lo que contiene y le ha dado la Corona 
          de su reino a su Primogénito. La Plenitud de las naciones, de 
          nuestro mundo como de la Creación entera, vivimos a la Luz de 
          su Cetro por la eternidad de las eternidades. No hay más Rey que 
          Aquel que Dios eligió, de la Descendencia de Adán, judío según 
          la carne, ante cuyo Trono pusieron todos los hijos de Dios sus 
          coronas. Y si así se hizo en el Cielo ¡cómo espera nadie que Dios 
          le quite la gloria a su Unigénito! O ¿acaso Dios quita y pone 
          al estilo del dios de dioses por el que abogaron los demonios?
           Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado.
           La respuesta de Dios fue Cristo 
          Jesús. Desde entonces la Iglesia repite esa respuesta para la 
          salvación de toda vida, en reacción a la cual cada cual puede 
          actuar según le dicte su libertad. La Ley o el Terror. La Verdad 
          o la Mentira. La Justicia o la Corrupción. La Guerra es el fruto 
          del terror, la mentira y la corrupción. La Paz es el fruto de 
          la Verdad, la Ley y la Justicia. Todas las naciones hemos sido 
          conducidas ante este dilema: Sí o No, aceptar a Jesucristo como 
          Único Rey Universal, sempiterno, o vivir el destierro de los Rebeldes 
          que prefirieron el terror a la Ley, la mentira a la Verdad, la 
          corrupción a la Justicia. Lo que cada uno decida, eso tendrá.
           Bien, por su incredulidad fueron desgajadas, y tú por la fe estás en pie. 
          No te engrías, antes teme.
           Es la decisión final ante la 
          que todas las naciones teníamos que ser puestas, en la libertad 
          que procede del conocimiento de todas las cosas, según ya dijera 
          Pablo más atrás hablando sobre la expectación de la creación entera. 
          La fe de unos y otros no exonera de la responsabilidad final.
           Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará.
           Ni cristiano ni judío, todo 
          aquel que no doble sus rodillas ante el Rey que Dios le ha dado 
          a su Reino, sea cristiano o judío, no entrará en su Mundo. Y todo 
          aquel que la doble ante otro rey que no sea Jesucristo, en la 
          Tierra como en el Cielo, se hace objeto de destierro de la Creación 
          de Dios.
           Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con los 
          caídos, para contigo la bondad, si permaneces en la bondad, que 
          de otro modo también tú serás desgajado.
           No hay salvación para quien 
          doble sus rodillas ante otro Rey que Aquel que Dios le ha dado 
          a su Reino. Ni la fe ni la esperanza ni la caridad, nada ni nadie 
          puede abrirle la Puerta del Reino de Dios a quien no niegue toda 
          corona. Poner a los pies del Rey que Dios le ha dado a todas las 
          naciones de su Reino el ser, he aquí la Puerta de la Salvación.
           Mas ellos, de no perseverar en su incredulidad, serán injertados, que poderoso 
          es Dios para injertaros de nuevo.
           Y esta Puerta está abierta a 
          todas las naciones, independientemente de su credo y religión. 
          Y ninguna fe hay en el Cielo o en la Tierra que le dé acceso a 
          nación u hombre que no doble sus rodillas ante el Rey Mesías que 
          Dios le ha dado a su Creación.
           Porque si tú fuiste cortado de un olivo silvestre y contra naturaleza injertado 
          en un olivo legítimo, ¡cuánto más éstos, los naturales, podrán 
          ser injertados en el propio olivo!
           Y no hay ninguna otra condición, 
          en el Cielo o en la Tierra, a la que darle Obediencia sempiterna, 
          pues en esta Obediencia se resume y compendia el Misterio de la 
          Divinidad entera. Que, como diría nuestro Pablo, está en Cristo, 
          y este Cristo es el mismo Jesús, nacido de María, sobre cuya Cabeza 
          Dios posó la Corona Universal de su Reino. Cualquiera que le dé 
          su Obediencia a otra corona se rebela contra Dios y su recompensa 
          es el destierro eterno de la Creación, su suerte es la de los 
          demonios, sea cristiano o judío.
           Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis 
          de vosotros mismos: que el endurecimiento vino a una parte de 
          Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones;
           Es lo dicho. La Necesidad de 
          la Muerte de Cristo impuso unas leyes estructurales ante cuyo 
          alud desatado ningún hombre o nación podía hacer absolutamente 
          nada sino asistir impotente al desarrollo de los acontecimientos 
          que estaban revolucionando el Edificio entero del Reino de Dios. 
          Romanos y judíos, hablando de aquéllos días, al elegir entre un 
          olimpo de dioses a la imagen y semejanza de Satán, y un Reino 
          a la Imagen y semejanza de Dios, todos estaban abocados a crucificar 
          al Hijo de Dios en el momento en que su elección fuera la que 
          fue. A partir de esta Base la revolución universal seguiría su 
          curso, fijando su horizonte en el Día de la Libertad, es decir, 
          cuando Dios rompería su Silencio y su Sabiduría se derramara sobre 
          todas las naciones para llevar a todas al conocimiento de todas 
          las cosas, sin cuyo conocimiento no puede darse Elección libre 
          de verdad.
           y entonces todo Israel será salvo, según está escrito: “Vendrá de Sión el 
          libertador para alejar de Jacob las impiedades. Y ésta será mi 
          alianza con ellos cuando borre sus pecados”.
           Lo cual, se entiende, depende 
          exclusivamente de Israel, que, en fraternidad e igualdad con todas 
          las naciones ya cristianas, debe doblar sus rodillas ante el Rey 
          que el Dios de Abraham le ha dado a su Reino. Pablo habla desde 
          la esperanza y en virtud de su fe repite lo que Dios profetizara 
          desde antes incluso del Nacimiento de Cristo, a saber, que tendría 
          Misericordia de los hijos de su siervo Abraham y, como la tuvo 
          de los hijos de los gentiles, así la tendría de los hijos de aquellos 
          judíos, autores de la Crucifixión, atrapados en la Tragedia de 
          la Humanidad.
           Por lo que toca al Evangelio, son enemigos a causa de vosotros; mas según 
          la elección, son amados a causa de los padres,
           De donde se ve que el amor de 
          Dios por los judíos no fue borrado ni mucho menos, como tampoco 
          dejó Dios de amar a su hijo Adán por su pecado. Ahora bien, siendo 
          Juez, y siendo su Ley incorruptible, el dilema del diablo no podía 
          afectarle y tenía que aplicar la Ley según juicio. Juicio que, 
          insisto, no podía borrar el amor de Dios por los hijos de su siervo 
          Abraham, como tampoco lo hizo por el hijo de Adán.
           pues los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento.
           Más claro imposible. Dios no 
          ama en vano. Ni tampoco habla en vano. Ni habla ni ama en vano. 
          O ¿acaso por las faltas de los cristianos ha dejado Dios de amar 
          a sus hijos, nosotros, inocentes de sus crímenes y pecados? ¿Bajo 
          qué presupuestos, pues, dejaría Dios de amar a los hijos de Israel 
          por el pecado de sus padres? Y lo mismo, Dios no podía dejar de 
          aplicarle a los judíos el juicio contra el Crimen cometido contra 
          los cristianos en razón del amor. Porque si el amor corrompe la 
          justicia su destino es convertirse en la puerta del infierno.
           Pues así como vosotros algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora 
          habéis alcanzado misericordia por su desobediencia,
           La inmensa santidad de Dios, 
          Juez y Padre, en consecuencia, la observamos en la plenitud de 
          su fortaleza tal cual sale victoriosa del dilema del diablo. Primero 
          hace que el pecado de un sólo hombre lo pague un mundo entero; 
          y después hace que por el pecado de un único pueblo el mundo entero 
          sea liberado del castigo que le fuera impuesto por el pecado de 
          aquel único hombre, curiosamente padre carnal de este otro pueblo 
          único. Las deducciones son vitales. Y su conclusión trascendente. 
          A saber, Dios jamás quiso, al contrario de lo que han pensado, 
          escriben y confiesan algunos, que la Caída de Adán se escribiese 
          en los anales de su Creación. Pero una vez escrito el episodio, 
          primaba lo importante y por esta ley el ser humano, judío y gentil, 
          pasaban a ser actores secundarios. Por la misma Ley que fueron 
          condenados todos los padres del mundo, por esa misma ley fueron 
          condenados los hijos del hombre cuyo pecado diera lugar a semejante 
          situación.
           así también ellos, que ahora se niegan a obedecer para dar lugar a la misericordia 
          a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia. 
           De manera que si Dios reservó 
          su justicia para los hijos de aquéllos padres, era de justicia 
          que reservara su misericordia, igual y de la misma sobreabundante 
          naturaleza, para los hijos del pueblo cuya caída fue determinada 
          por la Caída de su padre.
           Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia.
           Depende de Israel su obediencia 
          a la Voluntad del Dios de su padre Abraham, y obediencia a la 
          Corona del Rey Mesías, en la justicia que ha consumado el castigo 
          y determina la Libertad en toda su plenitud, libertad a imagen 
          y semejanza de la gloria de los hijos de Dios, o sea, todos nosotros.
           ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán 
          insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque 
          “¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? 
          O ¿quién primero le dio, para tener derecho a retribución?"
           Llegamos al término de la Tragedia 
          de la Humanidad. Creados a imagen y semejanza de Dios, para gozar 
          de la Libertad que procede del Conocimiento de todas las cosas, 
          todos nuestros delitos se insertan en el agujero negro de la ignorancia 
          a que fuimos condenados el día que, sin saber lo que hacía, Adán 
          levantó entre el Creador y su Criatura el muro de la enemistad 
          que el Espíritu de Dios le tenía a la Ciencia del Bien y del Mal. 
          Este fue el Muro que vimos desnudo hasta su Roca de Fundación 
          en la Encarnación y Resurrección de Jesucristo. Y aquél otro, 
          el que nos separaba de nuestro Creador, el Muro que nuestro Creador, 
          haciéndose hombre, echó abajo con sus manos omnipotentes y todopoderosas. 
          Punto este que ha levantado entre judíos y cristianos, y entre 
          cristianos y demás pueblos, un muro de enemistad basado en la 
          ignorancia de unos y otros sobre la Relación entre Dios y su Hijo. 
          Relación que, creados nosotros a imagen y semejanza de Dios a 
          fin de que en nuestra paternidad podamos entender la del Padre, 
          se resuelve diciendo que a la manera que un padre planea una obra 
          y le da a su hijo el poder de la ejecución, de esta misma manera 
          Dios Padre le muestra al Hijo todo lo que El hace para que haga 
          todo lo que le muestra, siendo así su Brazo, el Verbo todopoderoso 
          por cuya Palabra Dios hace todas las cosas.
           Porque de El, y por El, y para 
          El son todas las cosas. A El la gloria por los siglos. Amén.
           Amén.
           
           
           
 
 
 | |||
|  |  | 
|  |  |  |