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| EL EVANGELIO DE CRISTO
         
           
           LIBRO SEGUNDO 
 PARTE 
          DOGMATICA : II
           
           El cristiano, 
          unido a Cristo
           
           Fue San Pedro quien hablando 
          de San Pablo dejó clara la dificultad natural a la hora de la 
          interpretación de la inteligencia sobrenatural de San Pablo. Nada 
          anormal. El espíritu de profecía en el que participaron todos 
          los Apóstoles se enriqueció con el espíritu de inteligencia que 
          Dios derramara en el hasta hacía poco perseguidor de cristianos, 
          desde el punto de nuestra justicia actual: autor de un severo 
          crimen contra la humanidad. Es cierto que este delito permanece 
          vivo en ciertos regímenes del planeta donde el hecho de ser cristiano 
          es causa suficiente de persecución, cárcel y ejecución. Arabia 
          Saudita, Sudán, China, en este terreno son la resistencia anticristiana 
          más palpitante, acosando, destrozando, asesinando.
           En este capítulo concreto San 
          Pablo tiene en mente la terrible persecución anticristiana que 
          en breve Roma iba a desatar. La causa específica que le permitiría 
          al Imperio violar su ley de libertad religiosa no podía San Pablo 
          definirla, pero que el Imperio estaba presto a golpear y dar un 
          giro brusco en su política religiosa, que haría del cristianismo 
          el enemigo público número uno de los Césares, esta visión le era 
          tan cierta como que no podía especificar cuál sería el detonante 
          de ese giro de tuerca.
           Desde el futuro es fácil ver 
          las cosas. Todos sabemos que el Incendio de Roma fue el gatillo 
          que soltó la bala. Qué parte tuvo en el bulo neroniano de haber 
          sido los cristianos los autores el bulo judío esparcido en Jerusalén, 
          la primavera del mismo año, de haber sido los cristianos los autores 
          del Incendio de la Ciudad Santa, qué parte tuvo un Incendio con 
          el otro es algo en lo que no entraremos pero que echando mano 
          de la biohistoria se puede enlazar y ver el Incendio de Roma como 
          la lógica sucesión del Incendio de Jerusalén.
           Si con el primero los judíos 
          y puesto que se vieron impotentes para asesinar el presente quisieron 
          matar el futuro, alguien creyó poder hacerlo, matar el futuro 
          del Cristianismo, aprovechando la locura de los Césares. No olvidemos 
          que la comunidad judía en Roma había tenido una presencia tan 
          alarmante como para empujar al César de turno a tomar la medida 
          de librarse de su influencia mediante su destierro de la capital. 
          Imposible no ver en el odio judío contra el cristianismo en la 
          capital del Imperio el origen de los tumultos que diera lugar 
          al decreto de destierro de los judíos de Roma, incluyendo el legislador 
          en su ignorancia en el mismo saco a cristianos y judíos.
           Aquel decreto abrió la necesidad 
          de un Concilio de los Apóstoles a fin de enfocar el futuro del 
          reino de Dios en la Tierra desde el enfrentamiento a muerte que 
          habría de sucederse a la vuelta de la esquina. En esta ocasión 
          los acusadores habían sufrido ellos mismos el efecto de su maldad, 
          pero en una próxima ocasión las consecuencias darían origen al 
          anticristianismo imperial más virulento.
           Reunidos en el 49, para enfocar 
          la resistencia y edificar la victoria final, del Primer Concilio 
          Católico, Cristiano y Apostólico nació la estructura jerárquica 
          universal con los Obispos como columnas de la Fortaleza Divina 
          contra cuyos muros el Infierno lanzaría todas sus fuerzas.
           Cuando San Pablo escribe esta 
          Carta el día del traspaso de poder de los judíos a los romanos 
          estaba a punto de realizarse. Con este futuro y su tragedia inmensa 
          pendiente en el aire, el Apóstol le escribe a los Romanos estos 
          capítulos donde, hasta donde hemos visto, toda su preocupación 
          se centraba en fortalecer la fe del pueblo destinado al matadero 
          y encender el fuego de la esperanza con la promesa de vida eterna 
          que les había hecho el propio Dios y Padre de Jesucristo.
           Aquéllos que en el futuro, llámense 
          Lutero o cualquier otro nombre, manipularon el espíritu de esta 
          Carta para apoyar sus versiones subjetivas sobre la Fe y su naturaleza, 
          la Iglesia y su sobrenaturaleza, semejantes hombres cometieron 
          una terrible equivocación, y quienes les dieron orejas un terrible 
          error de inteligencia, demostrándose con el error y la equivocación 
          en su base lo que dijera San Pedro hablando de San Pablo, que 
          el espíritu de inteligencia de San Pablo procedía del mismo Dios 
          y sin ese espíritu la dificultad de interpretación era invencible. 
          Nosotros, como quien ha vencido lo imposible, nacidos para ser 
          invencibles según la Promesa: “Tu descendencia se apoderará de 
          las puertas de sus enemigos”, repetimos las palabras del Apóstol:
           ¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia?
           Y recordamos para vergüenza 
          y humillación de todos quienes faltos de sabiduría confesaron 
          con su autor las siguientes palabras: “Sé pecador y peca fuertemente, 
          pero confíate y gózate con mayor fuerza en Cristo, que es vencedor 
          del pecado, de la muerte y del mundo. Mientras estemos aquí abajo, 
          será necesario pecar; esta vida no es la morada de la justicia, 
          pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos nuevos y una tierra 
          nueva en los que habita la justicia”- Palabra de Lutero. ¿Qué 
          decir? ¿Cómo excusar lo inexcusable? El hombre que niega a Pablo 
          con semejante declaración para seguidores del infierno edifica 
          su gloria sobre el propio Pablo mediante la manipulación diabólica 
          de su Inteligencia. Es el propio San Pablo quien le responde a 
          quien usó su gloria para edificar la suya propia. El que tenga 
          orejas que escuche:
           De ningún modo. Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él?
           Si el pecado es adulterar, robar, 
          envidiar, condenar, hacer gala de falso juicio, adorar a dios 
          o mortal... y por el pecado fue destruido Adán ¿bajo qué concepto 
          o patrocinio excepto el del propio Diablo puede un hombre que 
          a sí mismo se llama cristiano negar la Doctrina del Espíritu Santo 
          y afirmar sobre la negación de la Sabiduría Divina la locura humana 
          propia? ¿Acaso no murió una vez y para siempre Cristo por la remisión 
          de todos los pecados cometidos antes del Bautismo? ¿Quién remitirá, 
          pues, los pecados cometidos después del Bautismo? ¿No es esto 
          convertir el cristianismo en el judaísmo contra el que se levantara 
          Cristo por esta misma doctrina? Porque el judío pecaba y pecaba 
          y pecaba pero le bastaba comprar un cordero, sacrificarlo y quedar 
          absuelto. Lutero, infinitamente más listo, pecaba y pecaba y pecaba 
          pero no tenía que pagar nada, porque la preciosa sangre de Cristo 
          todos los pecados limpiaba. Hurra, ¡Heil Lutero! No menos diabólica, 
          digamos en descargo del pueblo alemán, era la doctrina del Vaticano 
          de esos días, que vivía exactamente del pecado pero cobrando en 
          metálico... sin necesidad del engorro de matar bichos. Era hasta 
          cierto punto natural que el pueblo alemán y sus vecinos encontraran 
          en la doctrina absolutoria del pecado, enemigo imposible de vencer, 
          una teología infinitamente más graciosa, puesto que les procuraba 
          el mismo fin sin tocarles la bolsa. Ahora bien, nada de esto tiene 
          que ver con la Carta a unos Romanos a dos pasos de la Gran Persecución. 
          Sacar de este contexto histórico y manipular el texto injertándolo 
          en otro contexto, que es la acción ejecutada por Lutero al fundar 
          su teología del pecado y la salvación sobre esta Carta, será la 
          acusación contra la que tendrá que defender Lutero su alma en 
          el día del Juicio Final. Nosotros sigamos adelante y confesemos 
          con el Autor su declaración:
           ¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados 
          para participar en su muerte?
           Independientemente de la apología 
          del Mandato: “Sed santos porque yo soy santo” que toma en sus 
          manos San Pablo, apología eterna, independientemente del tiempo 
          y del lugar, apología que reduce a miseria de una mente fracasada 
          la confesión luterana arriba citada, porque arroja la toalla y 
          se entrega al pecado que no puede vencer, así negando a Dios que 
          ha puesto la santidad a nuestro alcance, dando por locura la Sabiduría 
          Divina que pretende la santidad de quien ha de convivir con el 
          pecado “mientras existan estos cielos y esta tierra”, ¡amén!. 
          Independientemente pues de la sobrenaturaleza heredada por el 
          Cristiano, esa misma sobrenaturaleza que lo hace vencedor del 
          pecado, sobrenaturaleza que a los Romanos les recuerda San Pablo 
          como quien ha visto su propio martirio y para nada se acobarda 
          ni huye ni se entrega a sabidurías justificadoras de lo que hubiera 
          sido injustificable, su huida del testimonio Sagrado reservado 
          a los Santos del Primer Siglo. Independientemente de esta apología 
          San Pablo hace de ella Necesidad y les recuerda a los Romanos 
          que si habían sido predestinados para morir la Muerte de Cristo 
          también habían sido llamados a compartir su Gloria sempiterna. 
          En efecto:
           Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, 
          para que como El resucitó de entre los muertos por la Gloria del 
          Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
           No hay mayor refutación de la 
          confesión de renuncia a la victoria sobre el pecado declarada 
          por Lutero que esta sencilla sentencia apostólica del santo de 
          nuestra devoción. Y es que quien vive la Fe en el pecado por el 
          que el hombre es desechado y llamado a Juicio no sólo aborrece 
          a Cristo sino que si en vida no ha sabido seguir su ejemplo ¡cómo 
          a la hora de la Verdad le seguirá hasta el Testimonio Supremo 
          del Martirio!
           Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también 
          los seremos por la de su resurrección.
           En esta Esperanza Sagrada los 
          Apóstoles vivieron y caminaron hacia el Matadero al frente de 
          los Primeros Cristianos. De manera que todo hombre duerme, al 
          morir, en espera de la Voz que levantará a los muertos a Día de 
          Juicio, pero ellos alcanzaron la Gloria de su Maestro y según 
          fueron siendo sacrificados para este mundo fueron naciendo para 
          el Mundo del que bajó el Hijo, nuestro Rey sempiterno, Jesucristo.
           Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido 
          el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado.
           Y de nuevo, de la Esperanza 
          a la Fe. La Fe y el Pecado son el fuego y el hielo, Cristo y el 
          Diablo. No hay ninguna posibilidad de convivencia entre la Luz 
          y las Tinieblas. La doctrina luterana enmarcada arriba es una 
          violación de la Doctrina Divina. Violación connatural al Papado 
          y a los Patriarcados de su tiempo. No seamos indulgentes con unos 
          por cierto delito y absolvamos por el mismo delito a otros. La 
          Justicia Divina no hace acepción de personas. Tanto, que estando 
          vigente la Ley de Moisés, habiendo nacido bajo su imperio, su 
          propio Hijo hubo de sufrir su pecado contra la justicia de la 
          Ley de Moisés, que condenaba al madero a todo hijo de hebreo que 
          osare dar por anulado el Pacto del Sinaí y procediera a uno Nuevo. 
          Es lo que hizo Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, hijo de 
          Adán.
           En efecto, el que muere queda absuelto de su pecado.
           Pero muriendo para que se cumpliera 
          la Ley la ejecución de Cristo fue el último acto de la Justicia 
          nacida de aquel Pacto Antiguo. Su ejecución realizó el Sacrificio 
          Expiatorio Universal por el que el Templo había sido erigido. 
          Resultando de la Caída del Muro de la Enemistad entre Dios y la 
          Plenitud de las Naciones el nacimiento de un Pacto Nuevo. Por 
          este Pacto Nuevo todo hombre muere para volver a nacer a una nueva 
          vida, creada a imagen y semejanza de Cristo. Por lo que dice en 
          otro sitio el Apóstol “Cristo, que es nuestra vida”. Siguiendo 
          a su Maestro: “El reino de los cielos está en vosotros”. De lo 
          que se entiende que Cristo vive en nosotros, en quien tenemos 
          nuestra vida. Y en cuyas manos se encuentra nuestra muerte. Y 
          si la nuestra, ¡cuánto más la de aquéllos predestinados a compartir 
          su Sacrificio! Guiados al matadero, todos corderos inocentes. 
          Así que:
           Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos en El;
           Lo contrario, vivir en Cristo 
          y vivir en el pecado es irracional, animal, propio de doctrinas 
          incubadoras de monstruos. ¿O acaso, y aunque era hijo suyo Satán, 
          según se lee en el libro de Job, Dios pudo admitir en su vida 
          semejante petición de convivencia entre el Cielo y el Infierno? 
          Nacidos de nuevo a la vida eterna en la esperanza de la Fe de 
          Cristo Jesús, nuestro modelo sempiterno, el pecado y el miedo 
          ya no tienen parte en el Cristiano. Por lo que sin miedo se atreve 
          a decir San Pablo:
           Pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la 
          muerte no tiene ya dominio sobre El.
           Por lo tanto quien vive por 
          la Fe y la Esperanza del que tiene en Cristo su vida ni puede 
          admitir el pecado ni acobardarse ante el peligro de la Muerte. 
          El Cristiano no muere, resucita a la manera que el propio Cristo 
          a la vida de Dios.
           Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive 
          para Dios.
           Ahora bien, San Pablo vuelve 
          al principio, “sed santos porque yo soy santo”, que es el fin 
          de la Fe y el Principio de la resurrección gloriosa de quienes 
          habían de ser conducidos al matadero por el Imperio en breve tiempo. 
          Recalcando siempre el punto de la doctrina apostólica universal 
          en boca de todos los Discípulos de Jesús esparcidos por todas 
          las tierras del Imperio, San Pablo proyecta su visión de la Gran 
          Persecución que se avecinaba sobre la mente de los Romanos, prepara 
          el espíritu de los hermanos de Roma para la Hora de la Verdad 
          que se cernía sobre ellos. Nada les decía de nuevo que no supieran, 
          el mensaje que entre sus líneas iba secretamente abrazado a sus 
          corazones era el verdadero tesoro por el que esta Carta brillaría 
          por lo siglos hasta el final de los tiempos
           Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios 
          en Cristo Jesús.
           En fin, el que con Lutero quiera 
          pecar que peque.
           
           El servicio 
          del pecado y el de Dios
           
           Parece evidente que quien predica 
          una doctrina sea el primero en aplicarse el cuento y desde la 
          felicidad producto de su práctica el fruto de su veracidad sea 
          el alimento de aquéllos a quienes su doctrina es predicada. Lo 
          contrario, creo, lo llaman hipocresía. Que los romanos de las 
          generaciones futuras que le sucederían a la generación en mente 
          del autor de esta Carta, y especialmente sus jefes espirituales, 
          hicieran de la hipocresía el modus vivendi natural a la iglesia 
          romana, verdad de la que dan cuenta siglos enteros de crímenes, 
          robos, y perversión absoluta de la naturaleza del sacerdocio cristiano, 
          esta verdad no debe cegarnos a la hora de ver con los ojos de 
          la inteligencia la calidad cristiana de la generación romana a 
          la que San Pablo le abrió su mente en esta Carta. Recordemos que 
          criado en el judaísmo ortodoxo más fariseo el abismo revolucionario 
          que el evangelio abrió entre judíos y cristianos, y entre cristianos 
          y paganos, en nadie mejor que en un ex perseguidor de hijos de 
          Dios podía encontrar su verdadera dimensión escatológica. Si para 
          nosotros la definición de lo que la concupiscencia sea es un campo 
          con límites imprecisos para un teólogo cristiano de origen judío 
          esa definición no podía ser más precisa, exacta y definitiva. 
          Establecido en los anteriores capítulos lo que el pecado es en 
          este nuevo capítulo el autor da un paso hacia adelante y descubre 
          la relación de esclavitud entre el pecado y el pecador, figurando 
          el pecado como amo y el pecador como siervo. Si la libertad humana 
          es un objetivo que le corresponde a la Sociedad, la libertad cristiana 
          es una meta dejada en las manos del Individuo.
           Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus 
          concupiscencias;
           Pero el pecado es, y siempre 
          lo ha sido, un acto cometido en la ignorancia sobre el origen 
          y el efecto final causado por su realización. Lo dijo Jesucristo 
          en su Cruz, “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y lo repitió 
          el mismo San Pablo más tarde, diciendo: “Si hubieran conocido 
          al Señor no lo hubieran crucificado”. Desde las distancias infinitas 
          que nos separan de aquéllos días nosotros estamos preparados para 
          afirmar que el pecado es una ofensa voluntaria contra Dios. “Cometo 
          adulterio no por el adulterio en sí, sino como forma simbólica 
          de escupirle a Dios en la cara. Mato, no por matar, sino para 
          mostrarle a Dios el aborrecimiento que siento por su persona y 
          obra”. Obviamente no podemos decir que el ser humano se haya encontrado 
          hasta nuestros días en esta disposición cognoscitiva. Sí sabemos 
          que la rebelión de los hijos de Dios procede desde esta voluntad 
          libre que tiende a ofender a Dios mediante el aborrecimiento de 
          su creación. La concupiscencia, en este orden, es el efecto sobre 
          la naturaleza humana de milenios encadenados a un comportamiento 
          demoníaco contra la voluntad del propio ser humano. Es un comportamiento 
          que heredamos de nuestros padres, y contra el que nuestro deber 
          es luchar desintegrando esa herencia en nuestra propia carne, 
          de manera que seamos los últimos de la línea, y a partir de nosotros 
          comience una descendencia libre de semejante legado antinatural. 
          Desde la ciencia se llama comportamiento heredado.
           ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos 
          más bien a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y 
          dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
           El fin de este comportamiento 
          antinatural heredado desde las circunstancias de esclavitud a 
          que ha estado sujeta la Humanidad es la perpetuación de semejante 
          leyenda no humana. Los siglos y los milenios operando sobre una 
          misma línea genealógica imprimen una conducta interna que se sucede 
          en el tiempo. Vemos en la humanidad actual en qué manera millones 
          de criaturas cuyos árbol genealógico ha estado sujeto a religiones 
          esclavistas aún cuando se les ofrece la libertad permanecen en 
          esos estados paternos que desde la muerte los reducen a la condición 
          de criaturas inmundas (casta de los Intocables en el Hinduismo, 
          por ejemplo). El culto a los muertos, sean patrios o ajenos, santos 
          o simplemente considerados santos, es, desde esta realidad divina, 
          una ofensa contra quien ha hecho de la Vida el Origen de la Libertad. 
          Es nuestra responsabilidad suprema nacer a la Libertad de la Justicia 
          Divina, romper las cadenas de las tradiciones y tener por Estrella 
          del Futuro la Luz de la Vida. Todo hombre muerto sirvió a un propósito 
          centrado en un Plan Eterno, pero el Viviente debe hacer su Camino 
          y no arrodillarse ante el que hicieron quienes hicieron el suyo. 
          Sus vidas son ejemplo de voluntad invencible y obediencia sin 
          condiciones, pero como ellos no pueden vivir nuestra quien vive 
          la vida de ellos renuncia a la libertad y se hace esclavo de la 
          Muerte, aunque ésta se vista de vida. Sólo pues a Dios se le puede 
          ofrecer la vida y quien a otro se la ofrece se hace esclavo de 
          ése ante quien se arrodilla. Cabeza y cuerpo ambos son juzgados 
          por el mismo delito por en cuanto habiéndole dado Dios a su Creación 
          Viva una Cabeza sempiterna, su Hijo, la renuncia a formar parte 
          de su Cuerpo, materializada en juramento, es rebelión contra la 
          Sabiduría de su Padre Eterno. Rebelión hecha en la ignorancia, 
          hemos dicho al principio, pero que una vez desintegrada la ignorancia 
          por la luz de la inteligencia deviene demoníaca por la ofensa 
          voluntaria y libremente asumida que supone darse por cabeza Alguien 
          que no es el Hijo de Dios.
           Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo 
          la Ley, sino bajo la gracia.
           ¡Y es que siendo santa la Cabeza 
          cómo su Cuerpo podría estar bajo la ley del pecado! Obra es del 
          Eterno Padre de Jesucristo, para gloria Suya y Salvación de toda 
          su Creación. Y lo contrario, que un hombre se proclame Cabeza 
          de la Iglesia o del Pueblo de Dios es una rebelión abierta contra 
          la Gloria del Unigénito. Rebelión cometida en la ignorancia y 
          por tanto sujeta a la gracia. Pues bajo ningún concepto podemos 
          juzgar a una Humanidad que ha estado sujeta a la corrupción en 
          razón de un Plan de Salvación en cuyo Origen estuvo la Reestructuración 
          del Reino de Dios y la Reconfiguración de su creación entera.
           ¡Pues qué! ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? 
          De ningún modo.
           Y sin embargo las obras hechas 
          en la oscuridad del momento están condenadas a extinción bajo 
          la luz del día. La Gracia nos fue dada y se derrama en la Humanidad 
          para operar en el hombre las fuerzas necesarias que supone la 
          conquista de la propia naturaleza a la imagen y semejanza de Dios. 
          Sin cuya Gracia el hombre no puede vencer las consecuencias de 
          sus pecados. Ahora bien, la Fe sin la Inteligencia de todas las 
          cosas se corrompe, según está escrito: “Para que vuestra fe, probada, 
          más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por 
          el fuego”. Verdad que no necesita demostración de ninguna clase, 
          al menos entre quienes tienen ojos para leer.
           ¿No sabéis que, ofreciéndoos a uno para obedecerle, os hacéis esclavo de aquél 
          a quien os sujetáis, sea del pecado para la muerte, sea de la 
          obediencia para la justicia?
           En efecto, quien da su obediencia 
          a otro hombre se hace esclavo de sus intereses y el poder del 
          pecado actúa en él a través de la concupiscencia para producir 
          en él obras de muerte. De lo cual la Historia del Cristianismo, 
          por no meternos en profundidades universales, está llena de ejemplos. 
          El Hijo de Dios vino a liberarnos de toda esclavitud, mediante 
          la unión a su Espíritu en cuanto Cabeza y Cuerpo. De tal manera 
          que siendo Él el espíritu de la Libertad en persona ni ahora ni 
          nunca nadie pueda sujetar nuestra voluntad y obediencia a otro 
          que no sea el mismo Dios, su Padre. Siendo miembros del Cuerpo 
          de su Hijo es Dios quien nos mueve a todos acorde a su Infinita 
          Sabiduría, buscando en todos el bien de todos. ¡Bajo qué autoridad 
          y sabiduría hombre alguna puede reclamar para sí semejante infinito 
          Poder sino en la ignorancia! ¿Habiendo sido engendrados para la 
          Sabiduría cómo renunciar a nuestra Herencia a fin de santificar 
          la Ignorancia de los hombres y siervos de Cristo? ¡Cuánto menos, 
          se entiende, darle crédito alguno a las sabidurías de los demás 
          hombres!
           Pero gracias sean dadas a Dios, porque, siendo esclavos del pecado, obedecisteis 
          de corazón a la norma de doctrina que os disteis, y, libres ya 
          del pecado, habéis venido a ser siervos de la justicia.
           Ciertamente el elogio de San 
          Pablo a los Romanos que habrían de seguirle al matadero del circo 
          de los Césares hizo honor a la Palabra de Aquel que los llamara 
          al martirio. “Lo que el Padre me ha dado es lo mejor”, los ojos 
          puestos en sus Discípulos confesó Jesús en público. Nosotros, 
          vista la cosecha, nos atrevemos a decir: No sembró Dios su Palabra 
          en carne de hipócritas.
           Os hablo al modo humano en atención a la flaqueza de vuestra carne. Pues bien, 
          como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y 
          de la iniquidad, así entregad vuestros miembros al servicio de 
          la justicia para la santificación.
           La llamada a martirio y el anuncio 
          de la Hora de la Verdad a las puertas no puede ser más directo. 
          ¿No se ha dicho siempre que el héroe no se hace por falta de miedo 
          sino por ser valiente y superarlo? ¡Quién culpará a aquéllos hijos 
          de Dios, de la descendencia de Abraham, de sentir en sus carnes 
          el horror por el que habrían de pasar! ¡Y con qué gloria no iba 
          Dios a recompensar a quienes liderarían su Rebaño al matadero, 
          con su sacrificio levantando la Imagen del Hombre delante de toda 
          su creación! ¡Cómo dudar que el Hijo subiera a la Cruz! Quien 
          tenía el Poder de resucitar a los muertos no tenía nada que temer 
          nada de la Muerte. La Duda que pesaba en la creación era: ¿pero 
          y los hombres, superarían el miedo a la Cruz, tanto más horrorosa 
          y terrible su visión cuán libres de todo delito estarían los llamados 
          a superar esa prueba? San Pablo no duda, no se deja vencer, y 
          no sólo no se amilana sino que da esperanza, fortalece, anima 
          y se pone en primera fila. Cuando la Hora sonó el Hombre daría 
          la cara. Es la Esperanza por la que murió Jesucristo. Esperanza 
          que como anunciaría el rey sabio “no se vería defraudada”. Y no 
          se vio.
           Pues cuando erais esclavos del pecado, estabais libres respecto a la justicia.
           La doctrina, el evangelio jesucristiano 
          de San Pablo no es improvisado ni una fabricación al caso. Sus 
          verdades permanecen sempiternas en su valor y su aplicación.
           El mundo, independientemente 
          de la zona, no condena a quien sigue su ley, sino a quien tiene 
          por meta criticarla, perfeccionarla, darla por muerta y hacer 
          que su espíritu renazca de las cenizas. Mientras se sigue las 
          reglas de su juego no pasa nada; es cuando el valor de esas reglas 
          se ve con ojos despojados de la venda con la que se nos quiere 
          cuando comienza el verdadero show. En entonces cuando se ve la 
          verdadera naturaleza de las obras frutos de la justicia humana. 
          Muchos han sido quienes han vivido los efectos de esta oposición. 
          El Cristiano más que ninguno y mientras exista el mundo su espíritu 
          será la fuerza que mantendrá la justicia humana en crecimiento 
          continuo.
           ¿Y qué fruto obtuvisteis entonces? Aquellos de que ahora os avergonzáis, porque 
          su fruto es la muerte.
           Es decir, el provecho propio 
          y no el de la Vida de todos los hombres. Muerto el hombre se acabó 
          el fruto de sus obras hechas en el espíritu de la ley del mundo.
           Pero ahora, libres del pecado y siervos de Dios, tenéis por fruto la santificación 
          y por fin la vida eterna.
           Dos realidades en una. El bien 
          de todos, yo con todos, yo para todos; y la vida eterna como meta 
          de las aspiraciones existenciales del Viviente.
           Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna 
          en nuestro Señor Jesucristo.
             
           Los 
          cristianos, libres de la Ley
           
           Hasta ahora no hemos encontrado 
          razón que justifique la legalidad de la interpretación de ruptura 
          intercristiana que Lutero hallara en la Carta. Lo que sí estamos 
          viendo es que esta doctrina de ruptura se refiere al judaísmo 
          y al cristianismo. En los días de Lutero la ignorancia y el analfabetismo 
          de los pueblos europeos eran inmensos. Gracias a tal analfabetismo 
          ignorante de las clases bajas las clases cultas en asociación 
          malvada con las clases altas divertían al pueblo con maquinaciones 
          grotescas cuyos efectos repercutían sobre sus cabezas impidiéndoles 
          levantarlas. En el caso específico de Lutero, éste levantó la 
          cabeza de la clase pobre alemana para que la rica se despachase 
          la bandeja a placer y en la Rebelión de los Campesinos se hartase 
          de carne. En la última maravillosa versión de la vida de Lutero, 
          la versión basura que se sigue ofreciéndose al protestantismo, 
          un protestantismo íntimamente traumatizado por la escasa y nula 
          calidad cristiana de sus fundadores, el historiador hace mutis 
          de la famosa matanza de los campesinos, bendecida por Lutero el 
          Magnífico, un Lutero que llamara a cruzada terrorista a los nobles 
          incitándoles a estrangularlos como si se tratasen de perros, a 
          acuchillarlos como si se tratasen de cerdos. Es natural que unos 
          discípulos que descubren la maldad de su maestro y la poca semejanza 
          con el Modelo Divino, horrorizados por semejante palabras propias 
          de un demonio, siguiendo la ley del infierno en lugar de meas 
          culpas se juren en su ignorancia permanecer ciegos hasta el Juicio 
          Final y por la inmensa cantidad de ciegos que les siguen imponer 
          misericordia hacia ellos en el Tribunal. Yo no soy Juez, así que 
          allá cada cual con sus cataratas. En el Día del Juicio Final nos 
          veremos todos las caras.
           ¿O ignoráis, hermanos, hablo a los que saben de leyes, que la Ley domina al 
          hombre todo el tiempo que éste vive?
           La ignorancia es un mal terrible 
          porque convierte en sabios a verdaderos monstruos y en santos 
          a verdaderos cretinos. Ignorancia es que te arranquen el contexto 
          histórico de un texto y te quedes tan tranquilo. Me imagino que 
          al presente ignorante es el tonto. La libertad de acceso al conocimiento 
          de la Historia Universal, aún en su versión amateur, la Internet, 
          acusa al ignorante de hoy de asesino de su propio intelecto. Al 
          pueblo del siglo XVI no se le podía pedir inteligencia para ver 
          el contexto histórico sobre cuyo cuerpo esta Carta extendió su 
          espíritu. Al hombre de este siglo, sí. Y se le puede juzgar por 
          rebelde a la naturaleza intelectual del ser humano. El Conocimiento 
          es nuestra Herencia, nuestro Poder, nuestra Fuerza, nuestra Alegría. 
          ¿No está claro a quienes se dirige San Pablo, el contexto histórico 
          de lucha entre el Cristianismo y el Judaísmo, la delicada tensión 
          interna propiciada por la corriente judeocristiana contra la que 
          se alzó San Pablo incluso callando -descubriendo la falacia de 
          la Infalibilidad de la Cátedra de San pedro- a San Pedro? Cuando 
          habla de la Ley el hombre se está refiriendo a la Ley de Moisés. 
          ¿O acaso para el judío había otra? ¿No fue respecto a la Ley de 
          Moisés que se produjo la Liberación Redentora del Género Humano? 
          Sabemos que el Judaísmo, impotente para destruir al Cristianismo, 
          se aplicó la famosa norma de “si no puedes con él, únete a él”. 
          En los días los Apóstoles y desde el Primer Concilio en el 49 
          hasta el 64-66 en que la ruptura es formal, el judeocristianismo 
          quiso absorber el cristianismo como medio de integrarlo finalmente 
          en el judaísmo. Incluso San Pedro se mantuvo bajo la Ley. Fue 
          San Pablo quien poniendo a Dios sobre el Jefe de los Apóstoles 
          operó la ruptura desde el cristianismo hacia el judaísmo. Y será 
          esta Ley la que será dejada atrás por la Fe. Serán los delitos 
          cometidos desde esa Ley, por los que el hombre se hizo merecedor 
          de la muerte, que la Fe extiende su Gracia y limpia el alma haciendo 
          nacer una nueva criatura de las cenizas de la criatura enterrada 
          por el fruto de los pecados cometidos bajo la Ley. Pero de los 
          pecados cometidos en la Fe no puede la Fe por sí sola proceder 
          a la absolución, porque, como San Pablo lo puso, sería volver 
          a crucificar a Cristo, siendo en este caso el pecador el crucificador 
          de su propio salvador.
           Por tanto, la mujer casada está ligada al hombre mientras éste vive; pero, 
          muerto el marido, queda desligada de la ley del marido.
           Y ligada a la ley de la libertad. 
          Es decir, la nueva criatura es libre para cometer aquéllos actos 
          por los que se hiciera aborrecible a los ojos de su Creador. Cometidos 
          en la ignorancia fueron absueltos por el sacrificio expiatorio 
          universal redentor. Con la nueva criatura desaparece la ignorancia 
          del pecado y viene a vida la libertad que da el Conocimiento. 
          El cristiano, no importa su clase social, es libre para matar, 
          adulterar, robar, blasfemar, dar falso testimonio, practicar brujería, 
          acometer todos los actos contra los que la Ley se alzara. Puede 
          porque tiene la libertad de poder hacerlo. Pero si el judío es 
          merecedor de la Gracia de la Fe porque en su ignorancia no sabe 
          lo que hizo, el cristiano, que sí sabe lo que hizo Dios, al acometerlos 
          en su libertad usa su libertad para rebelarse abiertamente contra 
          su Creador, y contra esta ley de la libertad no hay sangre que 
          valga, ni la de Cristo, que se derramó una vez y para siempre. 
          El argumento luterano de actuar esta Sangre sobre los crímenes 
          cometidos después del Bautismo fue una doctrina suicida cuyos 
          efectos, la división de las iglesias, descubre su verdadera naturaleza. 
          Que el Papado contra el que se alzara la rebelión luterana hubiera 
          hecho de esa doctrina infernal su modus operandi et vivendi no 
          justifica su legalidad, pues lo que el Diablo engendró con el 
          Diablo volverá.
           Por consiguiente, viviendo el marido será tenida por adúltera si se uniere 
          a otro marido; pero si el marido muere queda libre de la Ley, 
          y no será adúltera si se une a otro marido.
           Dos leyes muy distintas pero 
          que proceden la una de la otra. La Ley de la esclavitud, a la 
          que se sujetara el mundo judío, y la Ley de la Libertad a la que 
          está ligado el mundo cristiano. Desde el punto de vista de la 
          inteligencia de San Pablo, despreciar la Libertad y su Justicia, 
          por la que el pecador es absuelto por el Poder de la Confesión 
          Sacerdotal Cristiana, y regresar a la Ley de Moisés y su Justicia, 
          por la que el pecador podía cometer su delito en mente el precio 
          con el que habría de satisfacer su condena siempre presente, semejante 
          regreso al Pasado era innegociable, imposible y anticristiano. 
          San Pedro no sabía lo que decía ni hacía al seguir sujeto a la 
          Ley de Moisés aún viviendo bajo la Ley de Cristo. Tanto más verdadera 
          esta afirmación de su imposible infalibilidad cuanto mediante 
          un siervo tuvo Dios que cerrarle la boca y liberar sus manos de 
          aquéllas cadenas patrióticas.
           Asi que, hermano míos, vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo 
          de Cristo, para ser de otro que resucitó de entre los muertos, 
          a fin de que deis frutos para Dios.
           Más claro imposible. Aquella 
          Justicia por la que un hombre podía premeditar su delito contra 
          Dios y los hombres y anticiparse a sí mismo la absolución mediante 
          el precio estipulado por la Ley, aquella Justicia era Historia. 
          Una Nueva Ley entraba en acción, la Ley de la Libertad. Y para 
          que esta Ley opere en su plenitud asombrosa quiso Dios que unidos 
          todos en un mismo Cuerpo todos estuviésemos vivos por el Espíritu 
          de Aquél que se hizo una sola cosa con el Hombre. Y de esta manera 
          la Libertad engendrada tendiese por la sobrenaturaleza de la Fe 
          a las cosas de Dios. Obra asombrosa que sentencia las dos libertades 
          en pugna en los días que estamos tratando. Tanto la libertad de 
          la iglesia romana para asesinar, robar, practicar brujería, y 
          cometer toda suerte de delitos en nombre de la Iglesia Católica, 
          como la libertad luterana para cometer toda suerte de pecados 
          para la gloria de la Sangre de Cristo, tanto una libertad como 
          la otra del Demonio procedían. Como se verá la doctrina luterana 
          del pecado por la Fe y el evangelio de San Pablo son tan opuestos 
          como Cristo y el Diablo. Si es que no lo habeis visto ya.
           Pues cuando estábamos en la carne, las pasiones, vigorizadas por la Ley, obraban 
          en nuestros miembros y daban frutos de muerte;
           Así es. Abandonados al poder 
          de nuestras fuerzas naturales, hijos de una naturaleza doblegada 
          por milenios de lucha contra las fuerzas del infierno, era imposible, 
          tanto para judíos como para gentiles, que sin la Gracia del Juez 
          Eterno, encarnada en la Fe, pudiese el Género Humano sacudirse 
          el yugo de su legado. Por inercia su comportamiento era la Guerra, 
          la Corrupción, el Homicidio, la esclavitud y el Mal.
           mas ahora, desligados de la Ley, estamos muertos a lo que nos sujetaba, de 
          manera que sirvamos en espíritu nuevo, no en la letra vieja.
           Adoptados de nuevo por Dios, 
          pues que fuimos creados para ser sus hijos, la Fuerza invencible 
          de la Fe destierra de nuestra herencia carnal su sino y haciéndonos 
          Suyos heredamos la Fortaleza de su Espíritu, que se manifestó 
          en Cristo Jesús, nuestro Modelo sempiterno, Imagen viva de Dios 
          Invisible, reflejo inmaculado de su Personalidad. Lo que por el 
          Temor a Dios no pudo conseguir el Hombre, lo consiguió Dios por 
          el Amor
             
           La Ley 
          y el Pecado
           
           ¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Pero yo no conocí 
          el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la codicia si 
          la Ley no dijera: “No codiciarás”.
           Aquí tenemos materia para la 
          reflexión. Y al mismo tiempo fuego esclarecedor de qué Ley y de 
          qué Fe está hablando San Pablo. La tergiversación manipuladora 
          respecto a la naturaleza contextual de ambas fue la causa y sigue 
          siendo el origen de la interpretación anticristiana que efectúa 
          una gran parte de las iglesias. Anticristianismo en este orden 
          debe entenderse como proceso destructor de la Unidad Universal 
          entre cuyos nudos fue tejido el Cuerpo de Cristo. Materia cristológica, 
          si se quiere, y argumento ontológico inconfundible que nos abre 
          la conciencia a una realidad moral basada en la actividad de formación 
          de la mente humana acorde al patrón moral del propio Creador. 
          No es la ley humana, que surge de una experiencia o de un interés, 
          el instrumento que moldea y le da forma a la Conciencia cristiana 
          en particular y humana en general. Es el propio Creador del Hombre 
          quien moldea la Moral de Su Creación a imagen y semejanza de la 
          Suya. Lo cual implica que es el Creador el primero que hace suyos 
          los principios de la Ley con los que El moldea la Conciencia Espiritual 
          de su criatura. En efecto, sólo hay Conciencia donde hay Espíritu. 
          Afirmación básica que observamos en toda su operatividad en el 
          mundo natural no humano. Y nadie duda que definir la caza del 
          león o del lobo desde la Conciencia sería un acto de demencia. 
          No se le puede aplicar el Bien y el Mal, decimos, a la vida no 
          inteligente a imagen y semejanza de la vida Divina. Ni podemos 
          creer que esta Semejanza pueda entenderse fuera de los parámetros 
          de la vida intelectiva. Somos semejantes a Dios en cuanto Inteligencia 
          Viva. No es el Poder ni la Fuerza la que nos hace semejantes de 
          Dios, sino el Espíritu. Y es en este Espíritu que formamos un 
          universo de valores sociales sempiternos. Valores por los que 
          el acto de cazar no se ajusta a la Moral en el mundo animal no 
          intelectivo y ese mismo acto aplicado al ser humano queda inmediatamente 
          transformado en delito. Será pues al Creador a quien le corresponda 
          impregnar a su criatura, nacida para ser su semejante en Espíritu, 
          formar en los Valores Naturales a su propia Inteligencia la Conciencia 
          de la criatura. De manera que si no fuera El quien dijera “No 
          matarás” la Conciencia humana no alcanzaría comprensión de la 
          naturaleza del acto en cuanto delito y su definición se ajustaría 
          a los principios racionales del interés particular. Vemos, en 
          efecto, que la sociedad, una vez privada de la Conciencia, transforma 
          la Ley en artículo impersonal cuya aplicación y trasgresión no 
          tiene ningún valor moral y sólo lo tiene en cuanto medio para 
          alcanzar un determinado fin concreto. Fin desde el que se valora 
          una ley impuesta por el interés arbitrario de un legislador sin 
          Conciencia, es decir, privado de todo Espíritu, siendo el Espíritu 
          por el que la Moral es transfigurada en columna del edificio de 
          una conducta humana, inviolable e indestructible desde Hoy y para 
          siempre.
           Ciertamente, entrando ya en 
          otro terreno, esta Ley del Espíritu puede o no puede complacerle 
          al Individuo. La creación a Imagen del espíritu Divino implica 
          esta Libertad Final de decisión personal. Como ya he dicho en 
          otra parte, Dios no puede crear a su Imagen y Semejanza y al mismo 
          tiempo privar a la creación de todos los atributos naturales a 
          su Inteligencia. Entre estos atributos el de la Voluntad Libre 
          es uno de los pilares sobre el que se basa la Relación Sempiterna 
          entre el Creador y la Creación.
           Tampoco se puede aceptar por 
          principio que el Creador cometa un delito al impregnar a su creación 
          de su Espíritu, determinando mediante su esencia la sustancia 
          de esa voluntad nacida para ser libre. Quiero decir, aunque la 
          formación de la Conciencia es un acto privativo del Creador, por 
          este mismo Derecho de Creación que tiene todo Creador sobre su 
          Obra, condenar al Creador, en este caso del Hombre, por predisponer 
          su Obra respecto a un Juicio de Asimilación Natural, es una crítica 
          demencial que no le conviene a un espíritu inteligente y sí a 
          una bestia enemiga de los valores de ese mismo Creador que, mediante 
          su Derecho, predispone la Libertad de la criatura haciendo tender 
          su Voluntad hacia la de su Creador.
           Dos tipos de inteligencias son 
          capaces de negar este Derecho de Creación a un Creador: Un idiota 
          y un monstruo.
           No sé hasta qué punto sea inteligente 
          discurrir a favor del derecho sagrado natural a todo creador. 
          Sería lo mismo que ponerse a hablar con una bestia. Sí, queda 
          bonito, el hombre hablando con el lobo o con el perro. Pero únicamente 
          alguien fuera de su juicio se pondría a dialogar sobre metafísica 
          con su gato.
           Luego todo tiene un límite. 
          Y tan bestia es quien caza por deporte como quien no caza para 
          comer cuando se trata de cazar o morir. Así que, entre hijos de 
          Dios, es de Derecho que la Conciencia sea modelada desde la Conciencia 
          Universal que priva sobre toda la Creación. Lo contrario, que 
          cada raza y sociedad tenga su propia Ley, es bendecir la destrucción 
          como elemento natural de coherencia existencial.
           Mas tomando ocasión el pecado por medio del precepto, activó en mí toda concupiscencia, 
          porque sin la Ley el pecado está muerto.
           Notemos sin embargo que esta 
          formación de la Conciencia Humana quedó sujeta a una perturbación 
          histórica, por las causas bíblicas conocidas y registradas en 
          el episodio de la Caída de Adán. Y allá donde la Ley hubo de haberse 
          instaurado sobre la civilización en su conjunto quedó de repente 
          abandonada la Ley a las fuerzas humanas solas y, en consecuencia, 
          expuesta a ser pisada por las fuerzas desatadas. Pues la creación 
          por sí sola no puede operar la revolución que la extensión de 
          la Conciencia del Creador a la Realidad Universal implica. Así 
          que privada del Espíritu era natural que la naturaleza humana 
          se sumergiese en una involución dantesca que, aplicada al mundo 
          natural era consecuente, pero proyectada a la Humanidad ya formada 
          adquiría connotaciones demenciales, de las cuales seis milenios 
          en el infierno son suficiente prueba. Y tal cual dice San Pablo 
          no existiendo Conciencia las Sociedades y la Civilización no podían 
          luchar contra el delito que no era apreciado en tanto que tal 
          por quienes lo cometían sin pleno conocimiento de su naturaleza 
          antihumana. De manera que estando el pecado muerto por la inexistencia 
          de la Conciencia que engendra la Ley, la multiplicación del acto 
          homicida devenía la constante y causa de la perversión de la conducta 
          de las sociedades que, andando el tiempo, habrían de hundir la 
          Civilización bajo las aguas. Hundimiento que puso de manifiesto 
          el efecto contra el que el Creador alzó su prohibición, descubriéndose 
          en la privación de Conciencia el origen de la extinción de todo 
          mundo no formado en los principios del Espíritu de Dios, y que, 
          por efecto final, habría de conducir a la destrucción a las naciones 
          de la Tierra, y al Género Humano a la desaparición de la faz del 
          Universo. Lo que sin la Ley queda muerto, por tanto, es la Conciencia, 
          que podemos definir, sin más, como la personificación del Derecho 
          de Creación que antes aducimos como Natural a Dios en cuanto Creador 
          del Hombre. Y deducir, infiriendo, que todo ataque contra la Conciencia 
          Natural y su existencia es un acto homicida, y no porque sea la 
          Ciencia quien abogue por la destrucción de esta Conciencia Natural 
          mediante la negación de su existencia, el efecto final de esta 
          Anulación ha de ser menos fatal.
           Y yo viví algún tiempo sin Ley; pero sobreviniendo el precepto, revivió el 
          pecado
           En efecto, la Conciencia del 
          Mal, del pecado, de un acto en tanto que delito, procede de una 
          ley o precepto que define ese acto y descubre su verdadera naturaleza 
          antisocial y antihumana. No hace falta ser un santo para ver esta 
          realidad aplicada al día a día. Mas de lo que aquí se está hablando 
          es de la Conciencia Divina, ésa por la que se rige el comportamiento 
          social de todo el Universo. Pues si la ley humana rige y ordena 
          el comportamiento entre sociedades humanas, la Ley Divina ordena 
          y gobierna el comportamiento de sociedades con orígenes distintos 
          en el Universo y con todo llamadas a vivir unidas dentro de un 
          único Reino.
           Dios, volviendo al tema, quiso 
          abrogar el precepto, la Ley, a fin de que al ser condenado todo 
          el mundo por el pecado de un sólo hombre, sin participación de 
          ese mundo en su delito, los efectos del Pecado de Adán no arrastrasen 
          a la Humanidad a un Juicio Final acusada de Delito cometido con 
          conocimiento de la Ley y en pleno ejercicio de sus facultades 
          mentales e intelectuales.
           Observamos, de hecho, que el 
          mundo de Adán tras la Caída, vivió sin más Ley que sus instintos. 
          Libre para actuar y sin Ley Universal respecto a la que medir 
          sus actos, el mundo de después de la Caída resolvió sus propios 
          caminos sin Conciencia del Fin hacia el que tendían sus actos 
          sin ley. Con lo cual Dios predisponía a la absolución de sus criaturas, 
          de un sitio, y, del otro, ponía sobre la mesa la Causa por la 
          que su prohibición respecto a la Ciencia del Bien y del Mal es 
          Eterna. Lo que hacía mediante la visión de sus efectos sobre las 
          Naciones de la Tierra.
           y yo quedé muerto, y hallé que el precepto que era para vida, fue para muerte.
           ¡¡Y cómo hubiera podido ser 
          de otra forma!! No olvidemos que la descendencia de Adán fue abandonada 
          igualmente sin ley en medio de un mundo privado de Ley. El hecho 
          de que Dios relativizara el fratricidio de Caín pone de relieve 
          que la Ley había sido abrogada el día que Dios abandonó al Hombre 
          a su suerte. De otro modo Caín hubiera sucumbido a la pena de 
          muerte que la Ley, en activo, reclama. Por consiguiente, sujeta 
          la descendencia de Adán a la misma ley que las demás familias 
          del mundo, el pueblo hebreo antiguo sufrió en sus carnes los mismos 
          efectos que sufrieran los demás pueblos de la Tierra. Todos ellos 
          muertos en relación a la Ley del Espíritu, pero vivos para la 
          carne al no estar sujeta ésta a la Ley. Cuando, entonces, viene 
          la Ley, el choque entre un comportamiento heredado y uno a heredar 
          se hace tan profundo que ocasiona la muerte de aquéllos en quienes 
          la confrontación estaba llamada a fracasar para el Espíritu y 
          vencer para la carne. La Historia del Pueblo Hebreo y su transformación 
          en Pueblo Judío es la Memoria de aquel fracaso, de un sitio, y 
          de la Victoria de Cristo, acaecida, como todos sabemos, en razón 
          del Derecho de Creación antes suscrito, del otro. Los periodos 
          de idolatría de los israelitas, el asesinato de sus profetas por 
          los reyes judíos... toda la Historia de Israel se convierte en 
          la lucha a muerte entre el Espíritu de un comportamiento natural 
          a Dios y el comportamiento heredado de un pasado carnal que buscaba 
          su perpetuación dentro de la Ley, es decir, ahogándola en un mar 
          de preceptos y tradiciones humanas.
           Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató.
           Inútil establecer la importancia 
          del medio con el individuo cuando es un punto elaborado hasta 
          la saciedad por los sabios de todos los tiempos. Desde la etología, 
          desde la filosofía, desde cualquier ángulo y posición que se contemple 
          esta relación la interdependencia del individuo y el medio es 
          profunda y vasta. En el caso que nos ocupa, y que podemos adaptarlo 
          a la relación entre el cristiano y el mundo, el pecado opera porque 
          existe una Conciencia frente a un mundo gobernado por una conciencia 
          de distinta naturaleza. Si el cristiano y el judío no hubiesen 
          de enfrentarse a un mundo en el que su Conciencia no es la ley 
          natural la seducción del pecado, es decir, de romper los principios 
          por los que se gobierna su espíritu, no existiría. Pero, existiendo 
          esa confrontación, el fracaso del cristiano, como del judío, provoca 
          la muerte de su conciencia para el Espíritu, y finalmente, digamos, 
          su expulsión del paraíso de su Fe.
           En suma que la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno.
           Y con todo y a pesar de todo, 
          la confrontación está en activo porque sin el Espíritu el Fin 
          de toda Sociedad es la ruina, su extinción y desaparición del 
          Universo. De aquí que, con San Pablo, digamos: la Ley es santa, 
          y el precepto santo, y justo y bueno. De donde se ve claro que 
          no es nuestra Fe la que debe conformarse a la estructura carnal 
          de la ley mundo, sino el mundo el que debe ser conformado a Imagen 
          y Semejanza de la Conciencia del Espíritu la Fe.
           
           La potencia 
          maligna del pecado
           
           Luego ¿lo bueno me ha sido muerte? Nada de eso; pero el pecado, para mostrar 
          toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por 
          el precepto sobremanera pecaminoso.
           Lo bueno, indiscutiblemente, 
          es la Ley. No sólo porque sin Ley no encontraría la conciencia 
          natural una dimensión final en la que encontrar su fuerza universal, 
          válida en todo tiempo y lugar. También porque sin Ley la voluntad 
          de todo ser inteligente libre, provocada por la visión de un estado 
          ontológico ajeno a la convivencia natural, no encontraría freno 
          para procurarse su transformación en una bestia asesina contra 
          la cual el único recurso posible es la caza y captura en la forma 
          a como perseguimos a una fiera salvaje que aterroriza a la población 
          y la población entera, unida frente a algo no humano, se lanza 
          a su caza y destrucción inmediata: sin acordarle a la bestia las 
          leyes de la misericordia naturales al mundo de los humanos. La 
          potencia maligna del Mal está, por tanto, en hacer de su rebelión 
          contra la Ley un artículo de superioridad sobre quienes tenemos 
          en la Ley nuestro Bien universal sempiterno. Algo que, desgraciadamente, 
          vemos en carne aún en nuestros tiempos, cuando todavía podemos 
          encontrarnos con aullidos de rebelión contra Dios, el Estado y 
          el Hombre en base a que la Rebelión es el estadio natural superior 
          del ser humano. Semejante discurso, cuando se arma, empuja a sus 
          seguidores al otro lado de lo humano, haciendo que los actos delincuentes 
          de tal bestia homicida sea comparado a los de la bestia asesina 
          a la que es imposible ajustarle la Ley Humana y sólo cabe su destrucción 
          inmediata. De esta manera es, según el Apóstol y todo cristiano 
          concuerda, cómo el pecado, seduciendo con su fuerza, arrastra 
          al hombre lejos de la condición que le es natural y, creyéndose 
          superior a la Ley, evoluciona hacia un nuevo estado antinatural, 
          propio de las bestias salvajes contra las que sólo cabe, pues 
          que están desprovistas de la Razón Humana, la caza, captura y 
          destrucción. En consecuencia nada ni nadie puede ponerse sobre 
          la Ley. La Ley es el bien supremo, la roca indestructible contra 
          cuyos preceptos sempiternos se estrellan los terremotos que causan 
          las razones salvajes de Partidos y Estados que tienen en una teoría 
          del Poder y la Raza el puente que los aleja de la naturaleza humana 
          y, aún siendo humanos en su orígenes, dando el salto del Hombre 
          a la Bestia, acaban siendo raza de demonios. De donde nosotros 
          vemos que la necesidad de vivir a la luz de la Ley, en este caso 
          la Palabra de Dios, es la garantía sempiterna de convivencia pacífica 
          entre todas las naciones de la creación. Y lo contrario, despreciar 
          a la criatura por su necesidad de la Ley, es un acto criminal 
          que conduce al demente al bestialismo, y acaba invocando contra 
          su voluntaria e irrecuperable demencia la ley que se le aplica 
          a las bestias asesinas.
           Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo 
          al pecado.
           En efecto, las leyes de la creación 
          miran a cada criatura pero sólo Dios puede erigir una Ley Universal 
          cuya Luz gobierne las Conciencias de todas las Naciones del Universo. 
          De aquí que la Ley divina sea la fuente de las leyes de la creación. 
          En nuestro caso, acordando el estado de indefensión al que fuimos 
          expuestos por la Rebelión de un sector de los hijos de Dios, acontecimiento 
          recogido en el Génesis, y que deviene punto de reflexión en este 
          capítulo, la transformación de lo humano en bestia asesina no 
          procedió de un acto voluntario ejecutado, tal que Adán se hubiera 
          unido y libremente a Satán contra Dios. Nada de eso. A no ser 
          que algún demente sea capaz de convencernos de que la esclavitud 
          es un estado hermoso y natural contra el cual nuestra lucha fue 
          el verdadero acto de demencia. La afirmación de San Pablo no puede 
          ser más directa y procurarnos el argumento más sólido a favor 
          de la Ignorancia sobre la que Dios basó la Redención del Género 
          Humano. Si, pues, fuimos vendido al pecado, fuimos trofeo para 
          un conquistador que alzó su bandera contra Dios y nos ganó como 
          esclavos para su imperio, sobre la naturaleza infernal del cual 
          no tenemos más que abrir los ojos para descubrir la impronta de 
          su malignidad en cada pulgada de nuestra Tierra. Realidad que 
          implica, y demuestra el Cristianismo en su Historia en cuanto 
          encarnación de la Lucha por la Libertad contra semejante Imperio 
          del Mal, que la Batalla del Hombre contra la parte de la Casa 
          de Dios que por cuenta propia quiso pisar la Ley y obligar a Dios, 
          mediante la muerte de su Hijo Adán, a retirar la Ley: Estableciendo 
          sobre ella la Inviolabilidad de la Cámara de los dioses ante la 
          acción de la Justicia Eterna... que esta Batalla está viva y ese 
          acerca a su fase Final.
           Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que no quiero, sino lo 
          que aborrezco, eso hago.
           Tal es el estado de la condición 
          humana alejada de la Ley de Cristo. Pone, por tanto San Pablo 
          al desnudo, exponiendo su pasado al juicio de la inteligencia, 
          cuál es la verdadera causa de la impotencia del ser humano para 
          alcanzar su libertad. La causa de nuestra propia destrucción está, 
          no ya fuera, sino en nosotros mismos. Y es lógico y natural que 
          así sea. Nadie ignora que un comportamiento, aún obligado, establecido 
          a lo largo de siglos y milenios acaba provocando en el ser una 
          perversión hereditaria, maligna, que le afecta al propio individuo 
          y a su sociedad en conjunto. Habiendo estado el hombre en general 
          cuatro milenios y el judío en particular dos milenios sujetos 
          a la esclavitud del Imperio del Mal -hablando respecto a la fecha 
          en la que fue firmada esta Carta- creer que semejante comportamiento, 
          aunque obligado, no fuera a generar una herencia es mucho creer. 
          Obviamente la libertad cristiana implica la liberación de este 
          comportamiento heredado, instaurado en la carne de los padres 
          a lo largo, hablando de hoy, de seis milenios interminables. Basta, 
          para ver la razón hereditaria del comportamiento, fijar los ojos 
          en el efecto que sobre la última generación tiene la historia 
          de una rama genealógica durante una corta sucesión de generaciones 
          dedicada a una acción social específica. Esta predisposición genética 
          que se da dentro de una rama humana es sólo una prueba sobre cómo 
          un comportamiento familiar heredado se transforma y da lugar a 
          unas características genéticas específicas. Tanto más fuerte debe 
          ser el sello específico que cientos de generaciones sujetas a 
          un comportamiento específico transmite a la última generación. 
          Cuando este comportamiento es bueno, bendito sea Dios, pero cuando 
          es todo lo contrario el ser humano se halla esclavo de sus padres 
          y la libertad le es tan necesaria como el agua a la tierra, pues 
          la Naturaleza sirve a su Creador y tiende por inercia, sin Ley 
          Moral de su parte, a eliminar aquella parte de la masa biológica 
          que no se sujeta a la Ley de la Creación. No se trata de ver en 
          la rebelión contra los padres una ley universal, máxime cuando 
          son los propios padres los que vivieron bajo aquella ley de esclavitud 
          y, tal cual vemos a nuestro alrededor, todavía viven esclavos 
          de un comportamiento que tiende a conducirlos a su destrucción. 
          Pero es evidente que más allá de la obediencia, los progenitores 
          no pueden exigir la esclavitud de los procreados en base al respeto 
          a las cadenas paternas. Lo que conviene es la liberación de padres 
          e hijos, pues todos están sujetos a la misma ley de esclavitud 
          impuesta por una herencia milenaria en su origen ajena a la propia 
          ley de la humanidad. Esta liberación total se realiza exclusivamente 
          dentro del Cristianismo. Pues la liberación no cristiana conduce 
          de cadenas a cadenas, de un campo de trabajos forzados a otro 
          campo de trabajos forzados. Es en el Ser Cristiano y sólo en el 
          Cristiano donde el Hombre se libera de toda tutela y se realiza 
          en cuanto Individuo Pleno, es decir, hijo de Dios, Plenitud en 
          la que progenitores y progenizados se miran cara a cara y se encuentran 
          unidos para siempre en la Identidad sempiterna que implica la 
          Paternidad de Dios sobre todos los hombres.
           Si, pues hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena.
           No podía ser de otra forma. 
          Lo contrario, creer que la Ley es mala -entendiendo la ley que 
          procede como río de la fuente Divina- procede de una mente maligna. 
          Toda ley que procede de justicia es buena y la rebelión contra 
          su declaración es un acto de salvajismo que, como se dijo arriba, 
          conduce al rebelde a la negación libre de su humanidad. Y en este 
          sentido lo que valía ayer vale hoy y para siempre. La Ley no es 
          buena Hoy y mala al día siguiente. Lo es en función de aquel que 
          desea hacer el mal y necesita de la conversión del Bien en Mal 
          y del Mal en Bien para cometer impunemente sus delitos. La diferencia, 
          en este orden, viene de la voluntad. Y al mismo tiempo de la libertad. 
          ¿Tiene voluntad un esclavo? Ahora bien, debemos tener en cuenta 
          que San Pablo vivió entre nosotros hace dos milenios. Al presente 
          el Cristianismo y su Doctrina no son realidades ignotas y desconocidas 
          por las naciones. Quien hace el Mal conociendo que existe Cristo 
          no tiene excusa ante la Ley. No sirven nacionalismos, no sirven 
          utopías. La Ley es un camino que conduce al futuro por la senda 
          del Bien. El atajo del Mal, es decir, el terror, el crimen, es 
          propio de demonios. Y lo propio de los demonios es imponer su 
          ley sobre la Ley Universal, Ley Universal a la luz de cuya Sabiduría 
          y sólo bajo su Paz puede una Civilización hacer el camino durante 
          la eternidad. Resultando de aquí que si la ley que tengo en mis 
          miembros es la ley del terror y del crimen la salida única es 
          Cristo, en quien la Ley que rige su Cuerpo y su Mente es la Ley 
          Universal a cuyos pies debe todo el mundo poner las armas de su 
          ley.
           Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí.
           En efecto, antes de Cristo y 
          después de Adán el ser humano se halló esclavizado a un imperio 
          de terror contra cuya ley el hombre no tenía ninguna protección 
          y defensa. El paso de los siglos hizo de sus cadenas herencia. 
          Pero viniendo Cristo por la Fe el hombre es liberado de esa herencia 
          y llamado a combatir ese imperio bajo cuyas ruedas es aplastada 
          la Humanidad. Esclavos, pues, de dicha herencia, la Verdad es 
          la Llave que puede liberar a todos los hombres de las cadenas 
          que sus pueblos y su historia arrojaron sobre sus mentes. En cuanto 
          cristianos digamos que San Pablo está analizando la naturaleza 
          de Saulo, y en ella refleja la naturaleza del mundo en su conjunto. 
          Se entiende que en cuanto hijos de Dios, nacidos de Cristo, estamos 
          libres respecto a la ley del pecado que con tanta fuerza nos descubre 
          el Apóstol. El pecado sólo podría operar en nosotros fuera de 
          la Fe. Y si estando fuera de la Fe, fuera de Cristo. En definitiva 
          que todo CRISTIANO SUJETO A DICHA LEY DEBE SER EXPULSADO DE LA 
          IGLESIA: SIN DISTINCION ENTRE SACERDOTE Y OBISPO.
           Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer 
          hacer el bien está en mí, pero el hacerlo, no.
           La ley que imperaba en el hombre 
          antes de la Fe no puede continuar administrando la voluntad del 
          Cristiano sino para el mal de todo el Cristianismo. La ley que 
          vemos la ajustamos a quienes no han gozado del divino néctar de 
          la Fe y, esclavo de sus padres y sus pueblos, viven bajo el imperio 
          de la Muerte sin más Ley que el terror que su voluntad extiende 
          sobre todos quienes no se sujetan a semejante ley de crimen y 
          terror. Pero el Cristiano, romano en tanto que su Iglesia, o Galo 
          en tanto que la suya, o Americano en tanto que la propia, tiene 
          su Libertad en que quiere el Bien y puede hacerlo.
           En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
           Lo cual no quiere decir que 
          le esté llevando la contraria a San Pablo. En absoluto. En la 
          Casa de Dios no hay división. Una Inteligencia es la que opera 
          su Pensamiento en todos los hijos de Dios. San Pablo les está 
          descubriendo a los cristianos de Roma la ley que dominaba entre 
          sus conciudadanos, en razón de la cual tenían que ser comprensivos 
          con ellos a la par que por el conocimiento del estado del que 
          fueron rescatados ganarlos para la Fe mediante el ejemplo de la 
          Libertad conquistada para todos por Jesucristo. Razón y ejemplo 
          que permanece vivo entre nosotros respecto al mundo que aún vive 
          sin la Fe y por las cadenas de sus padres permanecen lejos de 
          la Verdad.
           Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, 
          que habita en mí.
           Saulo, por tanto, estuvo encadenado 
          a la ley de sus padres, en razón de la cual se había convertido 
          en un criminal. Y desde aquella esclavitud eran cometidos sus 
          crímenes, siendo de esta manera el precepto: Honrarás a tus padres, 
          causa de transformación de los hijos en delincuentes contra el 
          otro precepto que dice: No matarás. Pero no era la Ley la mala, 
          sino la interpretación humana de la Ley. Porque la Ley no dice: 
          Honra a tus padres matando a tu prójimo, a tu hermano. Es el hombre 
          el que dice: Matando a tu hermano, a tu prójimo, honras a tu padre. 
          Con lo cual, siendo la Interpretación Humana el foco del Crimen, 
          como se ve en Saulo, el padre deviene delincuente, y en consecuencia 
          quedando fuera de la Ley el hijo queda absuelto de la obligación 
          del precepto que sólo rige a quienes viven bajo su bandera. Mas 
          en el Cristiano semejante relación criminal es imposible por en 
          cuanto la Paternidad es referida a Dios, quien diciendo: No matarás, 
          la Honra que pide es la Obediencia a su Precepto. Me explico: 
          por esta Ley queda todo cristiano libre de cualquier Honra a humano 
          alguno, sea sacerdote u obispo, que implique la esclavitud a su 
          voluntad y conlleve un acto delictivo en razón de la Interpretación 
          de la Palabra de Dios, si esta Interpretación es promotora del 
          crimen. Tal humano, sacerdote u obispo, queda fuera de la Ley 
          y en consecuencia su no expulsión de la Iglesia es una violación 
          de la Fe de Cristo.
           Por consiguiente tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el 
          mal el que se me apega;
           Ley que se hereda de padres 
          a hijos, como hemos visto, y se desprende de la Historia y la 
          Ciencia. De tal manera que la Libertad del Hombre, aparte de sólo 
          realizarse por Cristo en la Fe, implica, por conocimiento del 
          origen, la lucha constante del Cristiano ante un Mundo sujeto 
          a dicha ley de Voluntad Esclava. Lucha positiva en tanto que se 
          busca la Libertad de nuestros semejantes y conlleva a la batalla 
          frontal únicamente en caso de rechazo libre a la Ley del Bien 
          Universal.
           porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior,
           Conocerse a sí mismo, lo que 
          somos, quienes somos, de donde venimos y a donde vamos es la plenitud 
          del ser. Este Conocimiento en tanto en cuanto plenitud ontológica 
          de la vida del YO es el gozo supremo del Hombre. No hay mayor 
          placer que el ser humano pueda experimentar. Todo placer es nada 
          comparado al gozo del Conocimiento verdadero del Hombre que somos. 
          Este Hombre, Imagen de su Creador, se deleita en la Ley de Dios 
          con toda su mente y su alma porque es esa Ley la fuente de la 
          Libertad sin medida a la que aspira el ser humano desde el principio 
          de su existencia. Es en la Palabra de Dios que se sustenta la 
          Paz, la Justicia, el Derecho, la Igualdad y la Fraternidad entre 
          todas las criaturas del Universo. Es por su palabra que hemos 
          sido hechos herederos de la vida eterna. ¡Cómo no adorar su Verbo 
          y bailar al son de sus ecos! Hijos de Dios de todas las naciones 
          y razas, su bandera es bandera de amor, su estandarte es estandarte 
          de alegría. Batid palmas y alzad el alma porque la Promesa es 
          firme: Se apoderarán tus hijos de las puertas de sus enemigos. 
          Aleluya.
           pero siento otra ley en mis miembros que repugna la ley de mi mente y me encadena 
          a la ley del pecado, que está en mis miembros.
           Dos son, pues, los frentes desde 
          los que el Mal, en forma de pecado, busca la ruina del cristiano, 
          primero, y del mundo, finalmente. El primero ha sido vencido por 
          la Fe. El segundo se mueve en el mundo y desde él busca sujetarnos 
          a la ley de la que fuimos liberados. Nuestro objetivo es liberar 
          a nuestro prójimo de las cadenas de la Muerte, bajo cuyo peso 
          vivieron nuestros padres y de cuyo peso por la Gracia de la Fe 
          nacimos libres. En cuanto al mundo:
           ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
           Sí, San Pablo, he aquí su santidad, 
          se hace uno con el mundo para pedir desde su carne misericordia 
          y piedad al Juez de todos los Hombres. Quien, oyendo su clamor, 
          antes de salir de sus labios ya tuvo en cuenta nuestra esclavitud 
          y nos dio al Héroe que había de enfrentarse a aquél que hiciera 
          del Hombre su trofeo de guerra.
           Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor... Así, pues, yo mismo, que con 
          la mente sirvo a la Ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del 
          pecado.
           
           La Vida 
          del espíritu
           
           Seguramente este capítulo y 
          la clásica lucha del catecismo cristiano contra el mundo, el demonio 
          y la carne están en íntima relación. Que el mundo se halle en 
          batalla constante contra el cristianismo no hace falta probarlo; 
          el número de veces que el mundo se ha lanzado contra el cristianismo 
          desde los tiempos romanos hasta los comunistas y los momentos 
          islámicos que estamos viviendo, cuando por ser cristianos son 
          asesinados millones de personas, los últimos dos millones en Sudán 
          ante la impunidad internacional absoluta, la alegría del comunismo 
          chino, la complicidad del Islam y la pasividad total de la ONU; 
          el número de veces que el mundo se ha lanzado contra el cristianismo 
          para destruirlo y erradicarlo de la faz de la Tierra, empezando 
          por la destrucción del propio Cristo Jesús, es una cuenta que 
          se pierde en las páginas de la Historia. La causa del por qué 
          de esta tendencia asesina por parte del mundo contra el Hombre 
          que Dios creara y rescatara de las manos del Infierno para hacer 
          suyo el Universo, es bien conocida. En tanto que cristianos quien 
          más quien menos todos conocemos el Episodio de la Caída. Lo que 
          nos diferencia a unos y a otros es la toma de posición a la hora 
          de determinar el por qué siendo Dios Omnisciente y Todopoderoso, 
          como se ve de la Creación del Universo, tuvo lugar el Acontecimiento 
          de la Traición de Judas. La respuesta del hombre carnal -y así 
          entramos en materia- se reduce a la visión del Hombre en tanto 
          que bestia sin voluntad cuyos movimientos se producen al compás 
          de la Fuerza Divina. Es la posición del Protestantismo Original, 
          especialmente fuerte en el pensamiento pronazi calvinista. El 
          hombre espiritual contempla el acontecimiento desde la Libertad 
          que en su Sabiduría Dios despliega sobre su Creación, en la que 
          imponer su Fuerza contra la voluntad de la Criatura sería dar 
          pie a una Dictadura, final esencialmente opuesto al sentido íntimo 
          de la propia Libertad Divina. Es sobre este hombre espiritual, 
          realzado en sí mismo, que dice el Apóstol:
           No hay , pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús,
           Y no la hay porque Cristo Jesús 
          y la Libertad devienen una sola cosa, como se ve del episodio 
          de Judas. Donde vimos cómo siendo Jesús omnisciente y todopoderoso 
          a imagen y semejanza de su Dios dejó a la voluntad de Judas tomar 
          la decisión final sobre el uso de su Libertad en cuanto criatura 
          de ese mismo Dios a cuya imagen y semejanza hemos sido llamados 
          todos. En el uso de esta Libertad podemos tanto alzarnos contra 
          nuestro Creador como participar de su Vida. La respuesta de Cristo 
          Jesús ante esta cuestión, que la propia Libertad trae consigo, 
          fue la participación sin límites en la vida divina, a la que Dios 
          respondió con una apertura sin medida de su propio Ser. La de 
          Judas fue prototipo de la respuesta de quienes rechazaron libremente 
          a Dios y en consecuencia le declararon la Guerra. Prototipo, digo, 
          porque la misma Ignorancia que gobernó el comportamiento del Judío 
          y del Gentil, Ignorancia que nos hizo a todos acreedores de la 
          Justicia Redentora de la Fe, y que fuera recogida por Jesús desde 
          su Cruz, diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, 
          esa misma Ignorancia fue el núcleo duro desde el que Judas procesó 
          su decisión final. Lejos nosotros de esta Ignorancia, y aún cuando, 
          como hemos visto, en el propio cristianismo la lucha entre el 
          hombre carnal y el espiritual no haya cesado completamente, procediendo 
          a profundas divisiones con efectos de guerra civil, cual se ve 
          en la Historia; libres de esa Ignorancia, nuestra respuesta a 
          la cuestión básica implícita en el Hecho de la Creación es firme, 
          sólida y inequívoca: Participación sin límites en la Vida de Dios 
          según el Modelo que Este nos puso delante de los ojos: Cristo 
          Jesús.
           porque la ley de vida en el espíritu de Cristo Jesús me libró de la ley del 
          pecado y de la muerte.
           Pues la garantía de la Libertad 
          es el Conocimiento y el caballo de batalla del Mal es la Ignorancia, 
          de la que somos liberados por el espíritu de Cristo Jesús, tierra 
          en la que nuestro Pensamiento echa sus raíces, se alimenta, se 
          hace árbol y crece. De aquí que podamos decir con plenitud de 
          conocimiento: Tenemos el Pensamiento de Cristo. Y si su Pensamiento, 
          su Espíritu. Y si su Espíritu la ley de la herencia a la que se 
          sujeta el hombre salvaje, abandonado a sus propias fuerzas, en 
          quien lo animal priva sobre la inteligencia, no tiene dominio 
          sobre nuestra voluntad, gracias a cuya libertad nuestra voluntad 
          es más fuerte que las tendencias temporales del mundo y nuestro 
          pensamiento más profundo que el de los sabios de este siglo.
           Pues lo que a la Ley le era imposible, por ser débil a causa de la carne, 
          Dios, enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado 
          y por el pecado, condenó al pecado en la carne,
           No podía ser de otra forma. 
          El hombre animal, acorde a la declaración de sus sabios: El hombre 
          es un animal político, se mueve desde impulsos bestiales en los 
          que priva el instinto salvaje de supervivencia y dominio del hábitat, 
          en este caso extendido a su propia especie; su Razón es un arma 
          de dominio que al chocar con la voluntad de sus congéneres se 
          transforma en un instrumento de terror. El Bien Universal deviene 
          la consecución del Poder Personal, y el medio para conseguirlo 
          no tiene límites ni se ajusta a Ley alguna excepto a la del propio 
          bien que se quiere, el Poder, y Poder absoluto. No es algo que 
          haya nacido hoy día, ni porque asistamos a la observación de una 
          especie animal política bajo cuyas pasiones el hábitat terrestre 
          esté siendo destruido, como no podía ser de otra forma cuando 
          se habla del dominio de las fuerzas de la naturaleza por una bestia 
          racional; este comportamiento geocida y homicida viene de lejos, 
          y se computa sus orígenes, es decir, la transformación involutiva 
          de la especie humana desde la condición de los hijos de Dios a 
          la condición de una bestia racional salvaje, en los primeros días 
          de las Ciudades Estados Mesopotámicas, justamente donde tuvo lugar 
          la Caída. Siguiendo la misma ley del comportamiento heredado, 
          con el paso de los siglos y los milenios a la altura del Nacimiento 
          de Cristo Jesús el legado de las naciones a su descendencia fue 
          un testamento de tradiciones religiosas y pasiones nacionalistas 
          totalmente opuestas a la vida del espíritu de inteligencia en 
          razón del cual fuera el Hombre creado. El ser humano, ciertamente, 
          y dándole la razón a los sabios de la época, no era más que un 
          animal, si político en sustancia o esencia no entra en el saco 
          de las consideraciones que condujera a aquél mundo a su Caída. 
          Aunque nosotros desde nuestra posición privilegiada de observadores 
          del Pasado, actores del Presente y creadores del Futuro, sí podemos 
          corregir al sabio y convenir que más que político lo que le convenía 
          al hombre animal aquél era la naturaleza filosófica, es decir, 
          pensante, algo, el pensamiento, que dista mucho de ser la esencia 
          y sustancia del animal político. Contra aquella Caída del Hombre 
          en la jungla de la selva de la naturaleza animal, que no le convenía, 
          como no le conviene al animal el Derecho Humano, se levantó Cristo 
          Jesús, en quien nos descubrió Dios la Idea del Hombre que El se 
          hizo en su Sabiduría el día antes del Principio y acorde a la 
          cual procediera a abrir la cuenta de la Creación del Género Humano. 
          Así que, pretender seguir comparando al Hombre con una bestia, 
          sea política o científica, es una doctrina homicida, suicida, 
          y esquizoide que dista mucho de hacer de quienes se dicen o son 
          llamados sabios dignos de la Sabiduría.
           para que la justicia se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la 
          carne, sino según el espíritu.
           Justicia, entonces, abierta 
          y sin medida para todos los hombres, porque todos fueron condenados 
          por el pecado de uno solo, como hemos visto anteriormente. Justicia 
          sin acepción, volvemos a las disensiones entre los propios cristianos, 
          que le es negada a las naciones por quienes, desde el protestantismo, 
          limitan la Gracia Todopoderosa y Omnisciente de Dios a los elegidos 
          de la providencia. Con lo cual, limitando la Gracia Divina a esos 
          elegidos las ramas protestantes caen en el terrible error de enmendarle 
          la plana a Dios y a su Hijo. Se puede demostrar con la Biblia 
          en la mano que semejante limitación fue una zancadilla del diablo 
          a Lutero y Calvino. Es de creer que el catolicismo jamás manipuló 
          el Texto hasta el punto de donde el Evangelista puso que “Dios 
          amó tanto al mundo que envió a su propio Hijo para que todo el 
          que crea en El viva para siempre”, este Amor no comprenda a todos 
          los hombres y sí y sólo y exclusivamente a la raza humana de ojitos 
          azules, pelito dorado y una altura de seis pies la mínima. Basta 
          el pensamiento más superficial para tirar al fuego semejantes 
          papeles escritos por mentes atrapadas en las redes de su propio 
          orgullo carnal, demostrando en esta declaración fatal la involución 
          del hombre espiritual al animal que el protestantismo a la postre 
          puso en marcha. Y no precisamente porque el catolicismo, exceptuando 
          nombres, hubiese realizado en sí el hombre espiritual. La meta 
          en el horizonte era la realización de este Hombre, hacia la cual 
          puso Dios en movimiento el cristianismo y el cristianismo en cuanto 
          camino hacia este Futuro Perfecto. Fue en el camino que por obra 
          y gracia de Calvino el protestantismo cayó en el terrible error 
          de enmendarles a Dios y a su Hijo la plana mediante la limitación 
          extensiva de la Redención y su Gracia al círculo selecto de los 
          elegidos. Con Calvino, en efecto, el Protestantismo devino una 
          secta.
             Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el 
          espíritu sienten las cosas espirituales.
           Qué sean las cosas carnales 
          basta echarle un ojo a la Historia, por no condenar al Presente, 
          para ver qué sean las cosas de la carne. El Poder, las Riquezas 
          y el Placer son las tres grandes tendencias típicas del animal 
          racional. Nada ni nadie detiene estos instintos cuando están desatados. 
          El Crimen, el Delito y la Guerra son simples instrumentos para 
          su consecución. Y el impulso de satisfacción de tales instintos 
          se descubre como fuerza superior a la propia bestia humana, que 
          escapa a su control y al hilo de cuyas corrientes se mueve su 
          voluntad, de la que es esclava su libertad y en tanto que esclava 
          es puesta al servicio de la satisfacción de tales tendencias patológicas. 
          Por supuesto en absoluto delictivas ni criminales en tanto que 
          el bien supremo del animal devenido en bestia se justifica en 
          la consecución del propio fin obtenido o por obtener. Sea, pues, 
          el Poder, las Riquezas o el simple Placer referido al uso del 
          semejante como simple medio de satisfacción sexual, o de los bienes 
          naturales y sociales como medios de elevación del orgullo individual 
          y grupal, privando al ser humano manipulado de toda su componente 
          natural humana y a los bienes naturales y sociales de su sustancia 
          benefactora, estas tres tendencias representan una involución 
          del ser humano en la dirección contraria a la que por su Naturaleza 
          tiende el Hombre desde sus Orígenes. Las doctrinas que en su representación 
          postula y viste de ciencia, religión o ideología no son más que 
          instrumentos de crimen y delito.
           Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del espíritu es vida 
          y paz.
           Vida eterna y Paz Universal, 
          he aquí las dos grandes aspiraciones motrices propias del Hombre. 
          Aspiraciones porque vienen implícitas en su Inteligencia, y motrices 
          porque siendo metas son puntos de partida y camino hacia su consecución. 
          Aspiraciones compartidas por la ciencia, por ejemplo, pero de 
          la que nos separa la Fe al usar el animal científico la guerra 
          como instrumento y la manipulación de la Naturaleza, incluido 
          el hombre, como camino. Andando por el cual se llega, como estamos 
          viendo, a la destrucción del mundo. Punto que no le molesta, según 
          se observa, sino que en lugar de detener al animal científico 
          lo arrastra más y más en la dirección emprendida.
           Por lo cual el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni 
          puede sujetarse a la Ley de Dios.
           Evidente, pues si la Ciencia 
          conduce a la destrucción del Hombre y la Naturaleza al proclamar 
          la Ciencia la animalidad de la Inteligencia, reduciéndola a la 
          simple Razón de las bestias, y la Voluntad de Dios es que el dominio 
          de la Naturaleza por el Hombre no sea utilizado para el Dominio 
          sobre y contra el Hombre, al hacer la Ciencia que este dominio 
          natural sea propiedad de un grupo de animales humanos, sean políticos 
          o no importa qué clase, y poner en estos grupos las leyes de la 
          Naturaleza para imponer esa Fuerza sobre los demás grupos humanos, 
          la Ciencia no puede aceptar ni sujetarse a la Ley de Dios, a quien 
          tienen que repudiar y desterrar de la conciencia mediante la disolución 
          de toda Moral genética, a fin de alcanzar el fin patológico que 
          le es natural a la ciencia de las bestias, a saber, la transformación 
          de los elegidos de la evolución, los Fuertes, en el superhombre, 
          y de las masas, todos nosotros, en simples bestias sin más derechos 
          que los acordados para su control por el grupo dominante, con 
          el que la clase científica se hace un solo hombre. Imposible, 
          por tanto, que desde la mente animal de la ciencia pueda darse 
          Paz Universal, -pues la Paz Universal repugna las leyes de la 
          propia mentalidad animal científica-, y menos aún Vida eterna
           
           Los 
          que caminan según la carne
           
           Complementamos en este capítulo 
          el muro entre la carne y el espíritu que la propia Fe levanta 
          entre Cielo e Infierno, entre esperanza y vacío de futuro. Tengamos 
          en cuenta que la gran diferencia entre el cristiano y el hombre 
          sin Fe reside, se teje y se articula alrededor y desde la vida 
          eterna que Dios comunicó a su creación entera. Aunque la idea 
          de un juicio final y una vida futura paradisiaca es un legado 
          del mundo de Adán a las naciones antiguas, ese legado encontró 
          en Cristo Jesús su desarrollo final, por el cual supimos que la 
          esperanza de vida eterna se cumple en el Reino de Dios. En la 
          Tierra existen otras sociedades religiosas que reclaman para sí 
          esta idea del cristianismo, si bien no aceptando la Fe del propio 
          cristianismo. El hecho es que Cristo Jesús fue la encarnación 
          de aquélla Idea, y no aceptar su Evangelio es querer anular su 
          Doctrina de Fe y Esperanza siguiendo la táctica de unirse al enemigo 
          para vencerlo. No miente por tanto San Pablo al afirmar que:
           Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios;
           Imposible es que el hombre que 
          mira a la muerte y desde la muerte enfoca su existencia pueda 
          actuar acorde a quien camina desde los presupuestos de una vida 
          eterna, que se cumple en espíritu en nosotros y respecto a la 
          cual la muerte no es más que una ley impuesta por circunstancias 
          externas a nosotros como al propio Dios que rociara las aguas 
          del universo con la energía de su propio ser a fin de hacer que 
          la semilla de la vida emergiera desde la Naturaleza así revolucionada. 
          La diferencia que establece la Fe entre hombres y hombres opera 
          en este terreno y tiene en sus dimensiones sus horizontes. Pues 
          quien vive contando sus días disfruta de su tiempo según sus limitaciones 
          y enfoca sus actos en el presente al máximo goce dentro de esas 
          cuatro paredes construidas por la muerte. Hablando sobre este 
          comportamiento antinatural -una vez que la propia Naturaleza ha 
          sido vestida de eternidad- Jesús dijo: “Dejad que los muertos 
          entierren a sus muertos”. Pues quien vive entre las cuatro paredes 
          de la muerte, aunque respire, está muerto. Ahora bien, lo natural 
          es la respiración en la consciencia de vida eterna, desde la que 
          el futuro abre sus horizontes a la acción sobre los siglos y enfoca 
          el camino del ser acorde a la realidad interna en la que la conciencia 
          de la Fe vive. Es lo que vemos en Cristo Jesús, un hombre cuya 
          respiración no tiene lugar entre las dimensiones de la muerte 
          sino que piensa y se mueve como quien es inmortal. Y es el hombre 
          que vive en el cristiano.
           pero vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que de 
          verdad el espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno 
          no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo.
           No puede ser de otra forma. 
          Lo increíble fuera que no fuese así. Ser cristiano y vivir acorde 
          a los principios de una vida mortal, ajustando las acciones y 
          los pensamientos a la vida de una criatura sin futuro eterno, 
          es la negación del propio Cristo desde el cristianismo. El propio 
          Pablo lo declara y aún cuando habla para cristianos se permite 
          poner en claro que el mal del cristianismo procede precisamente 
          de quienes desde dentro operan y viven como criaturas sin consciencia 
          de la vida eterna a la que hemos nacido y en la que se mueve el 
          Ser cristiano, que es como ser cristiano sin Dios, una cosa muy 
          rara. Pero que no por ser muy rara por ello dejamos de tener las 
          pruebas más claras de su existencia, a todos los niveles del cristianismo, 
          empezando por los obispos y terminando por el pueblo.
           Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto para el pecado, pero 
          el espíritu vive por la justicia.
           Lo que caracteriza una vida 
          puramente mortal, y de existir esta vida lo contrario sería absolutamente 
          antinatural, es la consecución del propio bien y satisfacción 
          individual. Vemos su encarnación material en el ateísmo científico, 
          padre del materialismo, en el que el hombre, igualado a la bestia, 
          se limita a procurarse su propio placer ¡¡aún sobre el cadáver 
          de sus semejantes!! Y es que al no ser el Otro el Yo, el Otro 
          no puede ser su semejante; Razón que deviene en Ciencia y proclama 
          la necesaria muerte del Débil a los pies del Fuerte en Razón de 
          operar dentro de la Especie dos razas, la del Fuerte y la del 
          Débil. Otra Ley Criminal sería imposible de ser concebida, es 
          verdad, una vez adoptada por la Ciencia el credo de la Razón de 
          la Edad Moderna. Y será desde esta Ley que, al no ser escrupulosamente 
          seguida, que la Especie se hunda en crisis continuas... por culpa 
          de la debilidad del Fuerte ante el aplastamiento legítimo desde 
          la Ley por el Fuerte. La Muerte, pues, enfoca sus obras y gobierna 
          el pensamiento de quienes viven entre sus planteamientos patológicos 
          lejos de la Verdadera estructura de la Naturaleza Universal, que, 
          investida de Eternidad, hace brotar la Semilla del Árbol de la 
          Vida sobre un Océano fecundado por el Espíritu Creador: para, 
          precisamente, hacer que el Ser de la Creación goce de la vida 
          eterna natural a Dios, el Único y Verdadero Causante de esta Revolución 
          cuyo fruto y mejor prueba somos nosotros, aquéllos en quienes 
          el Espíritu de Cristo es la Raiz del Yo, es decir, del Ser.
           Y si el espíritu de aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita 
          en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos 
          dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su 
          Espíritu, que habita en vosotros.
           En esto está la Fe. Y de nuevo 
          observamos el planteamiento que San Pablo hace, incluyendo siempre 
          en su juicio la necesidad de no perder el sentido de la realidad 
          en base a la adopción del nombre de “cristiano”. Juicio vigilante 
          y de defensa que se muestra de necesidad para la vida del Yo, 
          y esto incluyendo en el juicio a los propios obispos, independientemente 
          de su lugar en la jerarquía de las iglesias. Porque San Pablo 
          no dirigió esta Epístola exclusivamente al cristiano de a pie, 
          sino que dirigía sus palabras a todos los cristianos en su conjunto, 
          lo mismo sacerdotes que fieles. Y lo contrario, que el sacerdote 
          y el pastor siendo cristianos en ningún caso fueran destinatarios 
          de las palabras del Espíritu Santo sería una aberración diabólica 
          del tipo puesto en marcha por Satán en el Edén, quien, siendo 
          hijo de Dios, utilizó esta Vestidura Divina para enviarnos a todos 
          al Infierno. Creer que el hábito hace al monje es un suicidio. 
          Y creer que por enfundarse una mitra la cabeza queda santificada 
          es un delito contra Dios y el Hombre. Ahora bien, el Juicio mira 
          a las palabras y las obras, permaneciendo ante el Tribunal de 
          los hijos de Dios todo hombre como desnudo en relación a sus palabras 
          y obras. Lo contrario, creer que el hábito hace al monje y por 
          el hecho de ser elevado alguien a cierto puesto queda automáticamente 
          libre, de no haberlo estado antes, del pecado y el crimen, es 
          un suicidio contra la Fe del mismo Cristo Jesús, quien, siendo 
          el Rey del Universo, se desnudó ante Dios para descubrirnos que 
          no las ropas sino el Ser es el que se presentará, sea para bien 
          o para mal, ante el Juez de toda la Creación.
           Así pues, hermanos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne,
           Nunca. No fue por las obras 
          de la Muerte que se cumple en nuestro Ser el milagro de Nacer 
          a la vida del Espíritu de la vida eterna. Fue el Brazo de Dios 
          el Autor de esta Obra por la cual los horizontes entre los que 
          la Muerte encerró la Consciencia del Hombre cayeron y la Mente 
          Humana ha sido restaurada en la Libertad de los hijos de Dios, 
          Libertad en orden a la cual fuera creado el Hombre. No es, pues, 
          obra de la reproducción y multiplicación de lo humano que la Fe 
          logró articular su Doctrina entre nosotros, porque en este caso 
          la Encarnación no hubiera sido necesaria. Al contrario, la Encarnación 
          puso sobre la mesa la imposibilidad fáctica que desde la eternidad 
          existe para el logro de la realización del Misterio de la Creación 
          de vida a Imagen y Semejanza de Dios. Imposibilidad que fue vencida 
          por Dios; sobre cuya Victoria el mejor canto es la Encarnación. 
          Si de alguien somos Deudores, por tanto, lo somos de Aquel que 
          resucitó a Jesucristo, en cuya Resurrección vino a apuntalar Dios, 
          mediante un hecho Histórico, su Victoria sobre la Muerte, que 
          devino un hecho consumado. Hecho por el cual quiso Dios darnos 
          a conocer que la Vida, no por evolución, sino por su Poder, viene 
          a luz para disfrutar de días que no se acaban nunca, a imagen 
          y semejanza de su propia Vida. Y nacidos para disfrutar de vida 
          a su imagen y semejanza lo que le conviene a todo hombre es vivir 
          acorde a esta Nueva Realidad Universal. Por Ley ajena a la Voluntad 
          de Dios tenemos que morir, pero por la Ley del Poder de Dios ese 
          momento es sólo un punto en la línea de nuestra vida eterna. Cerramos 
          los ojos a la Tierra para abrirlos al Cielo.. si , como dice Pablo, 
          hemos vivido en la Tierra tal cual si ya estuviéramos en el Cielo.
           que si vivís según la carne, moriréis; mas, si con el espíritu mortificáis 
          las obras del cuerpo, viviréis.
           Otra cosa no sería natural. 
          Ni desde la óptica de la inteligencia humana ni desde la de la 
          misericordia divina. Es decir, que caminando en este mundo a imagen 
          y semejanza de verdaderos demonios se nos abriesen las puertas 
          del Cielo por el simple hecho de haber cometido esos crímenes... 
          en nombre de Cristo... De donde se ve que mientras más alto sube 
          el hombre más dura es la caída. Y pues que todos estamos sujetos 
          a la estructura de un mundo en constante lucha contra Dios, es 
          decir, contra sí mismo, la paz es sólo para los que están muertos. 
          Pues la paz implica que ya no hay problemas. Pero el que está 
          vivo camina de problema en problema. Y mientras exista este enfrentamiento 
          la batalla empieza en uno mismo. Dejemos, pues, que los muertos 
          entierren a sus muertos, y nosotros a lo nuestro, a contemplar 
          el futuro de los siglos y acordar nuestras acciones en pensamiento, 
          palabra y obra al comportamiento natural a quienes nacen para 
          gozar de la vida eterna. Porque como dijimos antes: La Muerte 
          ya no tiene poder sobre nosotros, ni antes, ni durante, ni después. 
          Vivimos como Inmortales en un cuerpo mortal, cierto, pero la victoria 
          del Hombre sobre la Muerte está en que siendo mortales nos comportamos, 
          en pensamiento, palabra y obra, como Inmortales ¡¡a Imagen y Semejanza 
          de Cristo Jesús!!
           A este misterio de vida se reduce 
          la Fe.
           
           El cristiano, 
          hijo de Dios
           
           He aquí que lo que se escribió 
          al Principio, “Adán, hijo de Dios”, vuelve a escribirse al Final: 
          Jesús, hijo de Dios. Escrito con el que Dios demostró delante 
          de todas las Naciones del Universo que El jamás sentenció al Hombre 
          al destierro eterno de su Reino. Pero habiendo roto su Mandato 
          la propia fuerza de la Ley juzgó el delito y acorde a sus causas 
          El administró Juicio. La sentencia contra el Género Humano era 
          firme, pero únicamente por un tiempo, cual se correspondía a la 
          naturaleza del propio delito. Habría de llegar el Día de la Libertad; 
          el Día en que una vez penado el Delito, por el que la Mente del 
          Hombre fue encerrada entre los muros de la Ignorancia, la condena 
          satisfecha, la Puerta se abriría y el Hombre entraría en posesión 
          de su Heredad, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Yavé: “Espíritu 
          de Sabiduría e Inteligencia, espíritu de Entendimiento y Fortaleza, 
          espíritu de Consejo y Temor de Dios”. En fin, el espíritu de Cristo. 
          Pero Dios, en su maravillosa omnisciencia y habiendo sufrido contra 
          su Voluntad la pérdida de su hijo, el Hombre, nosotros, quiso 
          celebrar la Fiesta de la Libertad, estando nosotros aún en el 
          Destierro de su Espíritu, mediante la visión de la Verdadera Naturaleza 
          de su Paternidad Universal, que se manifestó en Cristo Jesús y 
          sus Discípulos: a fin de que no le tuviéramos miedo a la Libertad 
          de la gloria de los hijos de Dios, en razón de la cual el Género 
          Humano fue creado y, en consecuencia, su luz nos es tan natural 
          como el sol, el aire y el agua. La espiritualidad no es por tanto 
          una dimensión extraña a nuestra naturaleza. Al contrario su ausencia 
          es la que causa la imposibilidad fáctica que le impide a nuestra 
          inteligencia una evolución omnisciente sin límites: dentro del 
          espacio de la Ley Divina, siempre- se entiende.
           Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
           Tal es la razón redentora cristiana 
          bajo cuyo crecimiento la Civilización saltó de la Filosofía a 
          la Ciencia, salto que de por sí sola -como se ve de su muerte 
          bajo los pies de los Bárbaros y su resurrección de manos del Cristianismo- 
          la Civilización no podía realizar, y, gracias a Jesucristo y sus 
          Discípulos, tuvo lugar. La declaración de San Pablo no es, entonces, 
          gratuita. El reconocimiento de la Filiación Divina del Movimiento 
          Cristiano procede de la glorificación de Aquel que sobre todos 
          extendió su Paternidad, por cuya Voluntad ese salto de la Civilización 
          fue posible y sin cuyo Poder y sabiduría la Civilización jamás 
          hubiera salido de la tumba en la que la enterraron los Atilas 
          de aquéllos siglos. Al Cristianismo y sólo al Cristianismo, hablando 
          entre hombres, le corresponde la gloria imperecedera de haber 
          producido el milagro del Renacimiento de la Civilización. Lo otro, 
          sostener que sin el Cristianismo la Civilización hubiera sobrevivido 
          al peso de la Invasión y Destrucción del Mundo Antiguo, es pura 
          demencia. Los efectos de aquélla Gesta saltan a la vista. Que 
          ahora quieran algunos deslegitimar los efectos partiendo de los 
          límites puestos en marcha es discurso de la misma raíz demencial 
          anterior, y que entra dentro del discurso natural a la operación 
          de lavado de cerebro que suelen poner en acción los enemigos de 
          la Revolución Cristiana, para quienes antes de ellos era el infierno 
          y con ellos comienza el paraíso a florecer a los pies de sus líderes, 
          nacidos para la eternidad. Lavado de cerebro cuyos efectos esquizoides 
          violentos los tenemos en carne y sangre en el Cementerio del Siglo 
          XX, donde quisieron enterrar al Cristianismo en razón de unas 
          causas revolucionarias universales que, curiosamente, contra la 
          bondad de sus orígenes, hundieron al mundo en el infierno de las 
          guerras mundiales.
           Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes 
          habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!
           Ante nada ni nadie, entonces, 
          tenemos que excusar, justificar o simplemente hacer comprender 
          nuestro derecho a vivir y gobernar nuestra Civilización acorde 
          al reino de la Ley Universal Divina que con su sabiduría mantiene 
          vivas y en constante crecimiento todas las Naciones de la Creación. 
          Que tuviéramos que justificar lo que compramos con nuestra sangre, 
          es una petición imposible de satisfacer porque su discurso implica 
          nuestra renuncia al Gobierno de nuestra Civilización. Nuestro 
          Derecho al Gobierno Universal de la Civilización no puede ser 
          discutido ni sujeto a tela de juicio.
           El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios,
           Y lo contrario, que siendo nosotros, 
          los Cristianos, los fundadores de este Mundo, y por Cristianos 
          hijos de Dios, que nosotros fuéramos gobernados en nuestra propia 
          Casa y Reino por un Poder extraño a quien es el Rey de nuestro 
          Universo, viviendo así bajo una ley ajena a la Justicia sempiterna 
          sobre cuyos Mandatos está articulada la Creación entera, esta 
          opción, no importa el discurso que la proteja, es un suicidio 
          que le afecta a todo el género humano. Siendo nuestro Padre el 
          Rey y Señor de los Cielos y de la Tierra sería un suicidio colectivo 
          vivir bajo la ley no de nuestro Dios y Padre sino la de un enemigo 
          de su Casa y Reino. Que somos lo que somos es un hecho que está 
          más allá de la esfera del diálogo con quienes, una vez ofrecido 
          el diálogo usaron el diálogo para conducir al mundo a la destrucción 
          total, a todos los niveles, de la que hemos salido indemne gracias 
          y exclusivamente sólo a la Sabiduría de nuestro Creador. No hay 
          más diálogo posible sobre nuestro derecho e Identidad.
           y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto 
          que padezcamos con El para ser con El glorificados.
           La timidez y la caridad hasta 
          el límite de dejarse aplastar por quien usa nuestro entendimiento 
          y deseo de paz para aniquilar la Civilización que fundaron nuestros 
          padres con su sangre y sobre el tesoro de su sacrificio imperecedero 
          aniquila nuestro Derecho al Gobierno de la Civilización, que nos 
          pertenece, por la sangre y el Espíritu; la timidez es, hoy, una 
          confesión de renuncia a la Fe en la que hemos nacido, nos criamos 
          y nos movemos. Hijos de Dios, como dice en otra parte San Pablo, 
          familia de Cristo Jesús por obra y gracia del Espíritu de Dios, 
          todo nos pertenece, lo mismo las cosas de los Cielos que las de 
          la Tierra. Ahora bien, si entre nosotros existe división por cuestiones 
          puramente teologales procedentes de causas ya desaparecidas, ¿¡cómo 
          haremos efectivo nuestro Derecho!? ¿¡Acaso puede Dios Padre admitir 
          semejante discordia entre sus hijos y siervos más allá de un tiempo!? 
          ¿¡No habría de llegar el Día de proceder a dar Fin a semejante 
          División en su Casa y Reino mediante el Anuncio de su Voluntad 
          Unificadora!? Ya veremos en el próximo capítulo que Sí
           
           Los 
          sufrimientos presentes comparados con la gloria futura
           
           Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en 
          comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros;
           Nadie que esté en su sano juicio 
          pone su vida a los pies de una causa si esa causa no encierra 
          en su seno una meta cuya realización hace de semejante renuncia 
          a la vida terrestre un acto de indescriptible belleza. Se entiende 
          que se está hablando de una renuncia a la manera jesucristiana, 
          de la que San Pablo es el ejemplo: renuncia a la vida sin acto 
          de terror de por medio, como quien se lleva al infierno a cuantos 
          más mejor. Nosotros debemos diferenciar entre la renuncia del 
          sabio y la del loco. La del loco es la renuncia que pide el Islam; 
          la del sabio es la renuncia que se manifestó en Cristo. Pero no 
          sólo nosotros, los Judíos también deben aprender esta diferencia 
          mediante el ejemplo que vive en su propio territorio. Les basta 
          comparar la renuncia islámica, que exige el terror, con la renuncia 
          cristiana, divina por su naturaleza, en la que el Judío tuvo una 
          parte tan grande durante el acto de la ejecución de los sabios 
          fundadores y edificadores del Cristianismo. Pensar que la Renuncia 
          Jesucristiana fue un acto de locura es en sí mismo un ejercicio 
          de locura cuando se tiene en vivo la Diferencia entre la renuncia 
          Divina, representada por Cristo, y la Infernal, representada por 
          los Mártires del Islam. Los Judíos, en tanto que descendientes 
          carnales y espirituales de aquéllos Verdugos de Inocentes, deben, 
          mediante la Diferencia que les sirve el mismo Dios, abrir los 
          ojos y ver su parte en el Holocausto del Cristianismo, persiguiendo 
          a los primeros Cristianos, a fin de curarse de la locura que aún 
          les afecta al pensar en Cristo. Locura que lleva a la parte exaltada 
          de entre los Judíos del Mundo a negar el Holocausto Cristiano 
          que sus padres cometieron, de un lado, y a la creencia de locos 
          de la elevación mesiánica del Pueblo Judío al Trono de la Tierra, 
          algo que ocurrirá algún día... ¿sobre el cadáver de 2.000 millones 
          de cristianos, 1.000 de musulmanes, 1.000 de comunistas y 1.000 
          de hinduistas tal vez? Basta comparar las cifras para que el pueblo 
          judío reaccione y comprenda que ese miembro mesiánico de su sociedad 
          es uno de los elementos vitales que mantienen vivo el odio del 
          mundo, y de sus vecinos árabes especialmente, hacia el Judaísmo, 
          confundiendo por su culpa el Estado de Israel con el Sionismo 
          demencial de quienes creen de verdad que Jerusalén está destinada 
          a ser la Capital del Futuro Imperio de la Tierra. Únicamente en 
          boca de un loco cabe semejante discurso. No es de esta naturaleza 
          la Expectación que ha mantenido en vilo a la creación entera.
           porque la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación 
          de los hijos de Dios,
           Antes del Nacimiento del Cristianismo 
          la Expectación del Judío tenía por visión la Llegada del Rey Universal, 
          Ese que aún esperan los descendientes de aquéllos que crucificaron 
          a Jesús y decretaron la Solución Final contra sus Discípulos, 
          hombres, mujeres, ancianos y niños. Desde la Biohistoria se hace 
          muy difícil creer, por no decir imposible, después de tres persecuciones 
          anticristianas sobre suelo judío, ver una absoluta falta de relación 
          entre la actividad anticristiana judía en la capital del Imperio 
          y la Persecución de Nerón tras el Incendio de Roma. Que Flavio 
          Josefo fuera elevado a la amistad del César, después de haber 
          hecho de Judas de los suyos, entregando Jerusalén tras quemar 
          sus Archivos, y desde esa posición reinventara la Historia de 
          los Judíos, empleando los mecanismos del Poder para borrar de 
          la Memoria de su Pueblo el Holocausto Cristiano que Jerusalén 
          protagonizara y su parte en las Persecuciones Anticristianas Romanas; 
          dicha elevación del Judas de los Judíos a la Gloria del Historiador 
          con Libertad absoluta para reinventar el Pasado, es una cárcel 
          biohistórica entre cuyos muros la Conciencia del Pueblo Judío 
          Actual vive su destierro de la Comunidad Internacional en plenas 
          condiciones de Igualdad y respeto. La Expectación Mesiánica se 
          cumplió. Dios abolió toda Corona en el Universo, y puso su Imperio 
          a los pies de su Hijo Primogénito y Unigénito, haciendo de esta 
          manera de El el Único Rey Sempiterno de su Creación. Lo que tuvo 
          lugar en el Cielo habría de tener lugar en la Tierra. Ahora bien, 
          un Rey Universal en el Cielo y otro en la Tierra contradice el 
          Principio de la Universalidad en la Creación. De aquí que la Esperanza 
          mesiánica fundamentalista judía sea pura locura y la Expectación 
          de la Creación de la que San Pablo habla no tenga nada que ver 
          con el acto de destrucción de la Humanidad que el fundamentalismo 
          sionista representa, aunque no lo implique, como condición previa 
          para que su mesías infernal reine en un mundo convertido en un 
          cementerio nuclear. La expectación de la que habla el Sabio autor 
          de esta Epístola tiene que ver con la Restauración del Proyecto 
          de Formación del Género Humano a la Imagen y Semejanza del Espíritu 
          que dijera: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. 
          Proyecto Divino que fue abandonado a título universal en razón 
          de la Caída del padre carnal del pueblo Judío, Caída que arrastró 
          a todo su mundo al infierno, y, por efecto, al resto de la Humanidad 
          por nacer. Mas siendo Dios Todopoderoso y siendo su Palabra Ley 
          Eterna es impensable que un contratiempo en su Proyecto pudiera 
          ocasionar la destrucción total de su ejecución. Aquí es donde 
          se equivocó la Serpiente. Cuyo razonamiento homicida y suicida 
          se manifestó en los promotores del Holocausto Cristiano, cuando 
          se dijeron que si pudieron con el Jefe, cuyos poderes eran inimaginables, 
          lo tenían fácil con “los Once cobardes” que salieron corriendo 
          y lo dejaron solo ante sus jueces. Un proyecto Divino puede sufrir 
          un contratiempo que obligue -como diríamos artísticamente- a Improvisar, 
          pero desde luego lo que no puede pasar es que un Proyecto Divino 
          sea destruido, por nada ni por nadie. La Victoria de “los Once 
          Cobardes” es el mejor ejemplo y Prueba de Dios ante los ojos del Israel de nuestros días. Prueba desde la que debe articular el 
          Mundo Judío su pensamiento a la Hora de reinterpretar la rebelión 
          de la Serpiente. O sea, no se refería Dios a un hombre en concreto 
          ni a un pueblo específico cuando dijera: “Hagamos al Hombre a 
          nuestra imagen y semejanza”, sino que, habiendo creado todo el 
          Género Humano, Dios comprendía en este Proyecto de Formación a 
          todos los pueblos y hombres de la Tierra. Mirando a la realización 
          de dicho Proyecto Universal, interrumpido en el Edén, nunca revocado, 
          recogido por Abrahán y Moisés, y vuelto a encontrar su principio 
          en Jesucristo, no viéndolo consumado -como se podía ver por los 
          hechos- San Pablo se hace eco de la Expectación de la Creación 
          y declara la Vigencia de la Voluntad Divina. El Judaísmo en general 
          cierra los ojos a la Realidad y se niega a ver que ese Proyecto 
          en marcha se llama Cristianismo. El Fundamentalismo Judío, en 
          especial, manipula el estado de odio perpetuo entre Islam y Judaísmo 
          para mantener ciego al Estado de Israel y no ver que la doctrina 
          del fundamentalismo sionista actual representa una agresión contra 
          la Región al declarar que las Fronteras del Estado Mesiánico se 
          extienden desde el Mediterráneo a los grandes ríos mesopotámicos. 
          El enemigo de la Paz, en este aspecto, está entre las fronteras 
          del Estado.
           pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón 
          de quien las sujeta
           Otra cosa sería imposible. La 
          Caída fue un delito y su precio fue el debido a la gravedad y 
          naturaleza del mismo. ¿Está acaso por voluntad propia el preso 
          en su cárcel? ¿De poder seguir libre iba a meterse voluntariamente 
          el delincuente entre rejas? Siendo las consecuencias del delito 
          de Adán de proporciones universales en razón del Cómplice al caso, 
          la Humanidad entera fue arrojada entre los muros de la Ignorancia, 
          cuyas cadenas no podría romper el mundo hasta que llegase el Día 
          de su Libertad. Fue en esas condiciones y para mantener viva la 
          Esperanza de Libertad que Dios envió a su Mesías y lo hizo nacer 
          en la misma cárcel para resucitar en el pecho del Hombre la Esperanza 
          ya muerta sobre la Temporalidad de la Pena Impuesta. Es desde 
          el Conocimiento de esta Temporalidad que San Pablo escribe para 
          el Futuro. Porque si no hubiera nacido Cristo Jesús la Temporalidad 
          de la Pena se habría descubierto infinita, pero viniendo Dios 
          nos reveló la Temporalidad de la misma, proclamando en su Mesías 
          la existencia de un Día, por venir, en que se abriría la Puerta 
          de la Libertad, pues la Pena debida al Delito se habría dado por 
          consumada a título universal. Respecto a este Día “la creación 
          entera se mantenía expectante”
           con la esperanza de que también ellas serán liberadas de la servidumbre de 
          la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los 
          hijos de Dios.
           En efecto, este es el Fin implícito 
          en el Principio del Proyecto Divino de Formación del Género Humano 
          a Imagen y semejanza del Espíritu que dijera: “Hagamos al Hombre 
          a nuestra Imagen y Semejanza”, es decir, hijo de Dios. Y como 
          cada hijo de Dios es Cabeza de su Mundo, es de esta manera que 
          Adán nació para ser la Cabeza del Hombre, cuyo Cuerpo, la Plenitud 
          de las Naciones, lo tendría por Rey y Señor. Tocado y hundido 
          el Elegido de Dios, Este restauró el Proyecto y lo hizo Núcleo 
          de la Revolución Universal que la Traición y Rebelión de Satán 
          implicó en la estructura de la futura relación entre Dios y sus 
          hijos. Fue a partir de esta revolución que Dios abolió el Imperio 
          y suscitó la Corona del Gran Rey, su Hijo, Señor Universal de 
          toda su Creación. Y desde esta restauró su proyecto de Adopción 
          del Hombre transformando su Naturaleza entera al darle al Hombre 
          por Cabeza espiritual su propio Hijo. Pues todos los Pueblos tienen 
          por Cabeza un hijo de su Pueblo, carne de su carne y sangre de 
          su sangre, pero el Hombre recibió por Cabeza al mismísimo Unigénito 
          de Dios. De aquí que, emocionado, diga nuestro amado Pablo: Tengo 
          por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada 
          en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. 
          Porque, ciertamente, toda carne es polvo, pero el Hombre, por 
          Voluntad Divina, devino el Cuerpo del Hijo de Dios.
           pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto,
           ¡Cómo no, estando la Sabiduría 
          al gobierno de todas las cosas cómo no iba sentir la creación 
          entera la tardanza que la Marcha del Mesías posponía para un Día, 
          tanto más lejano cuando el tiempo no hacía sino empezar, a correr 
          la cuenta de los siglos que separaban a Dios de los hijos, fruto 
          del Matrimonio entre Dios, en Cristo, y la Iglesia, que la creación 
          habría de traer a luz! Desesperación, pues, para el pueblo judío, 
          porque creyendo que había llegado la Hora del Mesías, se encontró 
          perdido en las tinieblas del que se halla abandonado a su suerte 
          y su suerte es la destrucción de su nación. Gloria para el Mundo 
          porque los hijos de Abraham se habían unido en Fraternidad sempiterna 
          a todos los hombres y desde el Amor Divino le anunciaba a la Plenitud 
          de las Naciones la Temporalidad de la Condena debida a la Caída. 
          Dios estaba por el Hombre, y no sólo estaba por nosotros sino 
          que El mismo se había erigido en Cabeza de nuestro Mundo. ¡Cómo 
          olvidarse de sí mismo! ¡Cómo no gemir el propio Dios, en tanto 
          que Padre, por el Día de la Libertad que en cuanto Juez no podía 
          derogar sin causar en la estructura de la Creación un agujero 
          negro infernal!
           y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, 
          gemimos de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la 
          redención de nuestro cuerpo.
           Pues el fin de la creación es 
          la vida eterna, Inmortalidad para la que fuera creado el ser humano, 
          según se ve de las Escrituras, y que perdiera el Género Humano 
          en función de la Pena. Pero que siendo Temporal habría de ser 
          restaurada, para que la manifestación del Omnisciencia y el Todopoder 
          Divino se vea por los Hechos y no por las Palabras solamente. 
          Salvación de una pena de muerte, a la que fuimos condenados y 
          entre cuyas rejas hemos nacido, pena de muerte que contradice 
          el Principio de Formación Divina del Hombre, que solamente alcanzará 
          su perfección en la redención del Cuerpo del que se ha hecho Dios 
          su Cabeza, por su Naturaleza Indestructible vistiendo de Inmortalidad 
          su Cuerpo. Salvación que esperamos como manifestación de la propia 
          Gloria de nuestro Creador en nuestro propio cuerpo, no redimido 
          en carne.
           Porque en esperanza estamos salvos; que la esperanza que se ve, ya no es esperanza. 
          Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo?;
           En esto, como en lo demás, reina 
          la sabiduría. El Fin está ahí, en el Principio, pero el cómo y 
          el cuándo son asuntos que sólo conoce Dios. Lo que a nosotros 
          nos toca es hacer la Voluntad Presente de Dios, que el Mañana 
          ya tendrá su propio afán
           pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos
           
           El Espíritu 
          ora en nosotros
           
           Dos dimensiones y una sola realidad 
          vienen a confluir en el Nacimiento del Cristianismo para la Edificación 
          del Proyecto de Formación del Hombre a imagen y semejanza de Dios. 
          De un lado tenemos que la criatura sola no puede romper la frontera 
          de la Muerte y poner su pie en el terreno de la Inmortalidad. 
          Del otro tenemos un Ser Creador que echó abajo ese Muro. Pero 
          no sólo por el mero placer de la conquista sobre un horizonte 
          imposible de alcanzar por la materia sola. Sino que alcanzada 
          esa meta transformó la propia estructura de la vida elevando su 
          evolución de la materia: al Espíritu, haciendo así que la criatura 
          sienta y viva en su ser la fuerza arrolladora de la propia vida 
          Divina, no como algo ajeno sino como realidad propia. De hecho 
          basta enfocar el pensamiento en los tiempos inmediatamente posteriores 
          a la Caída de la Primera Civilización para descubrir en la pérdida 
          de esta Conquista el origen de la esquizofrenia violenta de aquéllos 
          Héroes de la Antigüedad, inventores del sacrificio humano ritual 
          como medio de alcanzar por el favor de los dioses lo que por la 
          sangre sola les era imposible. En la enfermedad descubrimos la 
          impronta consumada de la revolución cósmica por Dios efectuada, 
          desde cuyo Principio fuera el Género Humano creado para disfrutar, 
          a Imagen y Semejanza de los dioses, de la Inmortalidad. Mas sería 
          superfluo encerrar la dimensión del Proyecto Divino exclusivamente 
          dentro del hecho ontológico de la ruptura de los límites de la 
          evolución natural. El Proyecto llevaba en su seno un ente, el 
          Hombre, concebido en la Mente Creadora para ser su Semejante en 
          el Espíritu. La vida eterna dada por sentado, la cuestión era 
          qué haría la criatura con esa vida. Y La Respuesta de Dios fue 
          darle por Razón Natural al Espíritu del Hombre el YO de quien 
          dijera: YO soy el que soy. 
          Este Yo, reflejo puro del YO de su Creador, abandonado a sus fuerzas 
          naturales por la Caída, privado de su Sobrenaturaleza, será el 
          que entre en aquella esquizofrenia aguda y violenta, origen del 
          Fratricidio, que extendiéndose por el cuerpo de la Humanidad hundiría 
          a las naciones en la irracionalidad de la que somos testigos al 
          presente y se alzó contra su propio Salvador al ritmo de los impulsos 
          malignos que ya se habían asentado en los estratos de la estructura 
          sub e inconsciente del ser humano. Enfermedad de la que el Hombre 
          es sanado mediante la promesa de Vida Eterna que el Espíritu Cristiano 
          mantiene viva contra los golpes de viento de los siglos, cual 
          se ve por los hechos desde un confín al otro de la Tierra.
           Y asimismo, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque 
          nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu 
          aboga por nosotros con gemidos inenarrables,
           Esto sentado, San Pablo, lo 
          mismo que los demás Apóstoles, da un paso adelante y pone al Cristiano 
          delante de Dios con un deseo, es decir: “Pedid y se os dará”. 
          Ahora bien, pedir ¿qué? La propia estructura del YO de quien dijera YO soy el que soy pone 
          sobre la mesa una Personalidad consumada en su Consciencia ante 
          el que poner el deseo de nuestro corazón. Y siendo su YO una realidad 
          perfecta el Deseo del Hombre se encuentra delante de dos puertas. 
          Una se llama el Bien y otra el Mal. Y Dios, en cuanto YO ontológicamente 
          perfecto, no puede ir contra sí mismo en base al amor. Usar, manipular, 
          utilizar el amor para usar, manipular y utilizar a la persona 
          que ama es el talón de Aquiles contra el que la flecha del mal, 
          desde la forma más simple a la más compleja, dirige su dardo. 
          Vemos en el Caso Adán cómo este dardo fue utilizado por Satán 
          contra Dios a fin de por el amor obtener de El lo que de Su YO 
          no se podía obtener por la Razón. Superado este trauma y volcados 
          totalmente en la Fe nuestro dilema está en el enfrentamiento entre 
          nuestros deseos y un Ser Divino las leyes de cuya Mente son inviolables 
          e incorruptibles y nada ni nadie puede hacer que El vaya contra 
          Su YO. Imposible, por consiguiente, saber cuáles son las leyes 
          de su Mente sin antes habernos descubierto El su Espíritu. Que 
          tenemos en palabras que llenan el Libro más voluminoso de la Historia 
          de la Humanidad, por su profundidad y extensión, la Biblia. Donde 
          las raíces de ese YO, a cuya Imagen y Semejanza el Hombre fue 
          creado y Restaurado en Cristo, se nos descubren cuando se escribe: 
          “El Espíritu de Yavé, el Espíritu de Dios, es espíritu de sabiduría 
          e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de 
          Dios”. Nada puede complacerle más a nuestro Creador que, faltos 
          de esas cualidades naturales a su Ser, nuestro corazón se vuelque 
          en sus manos pidiéndole Inteligencia sin medida para penetrar 
          en el misterio de todas las cosas, descubriendo al amparo de Su 
          luz las respuestas a todos los problemas que azotan nuestro mundo. 
          La implicación es Fe, pero como estamos tratando entre cristianos 
          ponerla sobre la mesa es innecesario. Lo mismo sobre la Imposibilidad 
          o Posibilidad del Poder de Dios para abrirnos la Puerta de su 
          Omnisciencia. No hay nada que pueda derretir el Ser de ese YO 
          Divino con más garantía de éxito que pedirle aquello para lo que 
          El creara al Hombre.
           y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque 
          intercede por los santos según Dios
           Es decir, si del Hombre es pedir 
          lo que no tiene y por lo que su ser suspira, de Dios es dar, porque 
          lo tiene, aquello a lo que su criatura aspira; y como el Hombre 
          pide lo que quiere, Dios concede descubriendo en el que pide el 
          fin al que su deseo tiende. Ahora bien, cristianos, de la Descendencia 
          espiritual de Cristo, la inmaculada raíz del que nos hace nacer 
          para su Gloria ante todas las naciones, esa raíz incorruptible 
          imprime su sello a nuestro deseo y con su impronta obtiene de 
          quien tiene el Poder aquello que en el Deseo con su Gloria El 
          mismo firma. Al infierno, pues, con la Duda. El mismo que suscita 
          es quien concede. El que pide como el que da ambos son el mismo, 
          una sola cosa, Dios en Cristo, Cristo en Dios, el mismo Espíritu 
          de la eternidad que se derrama en toda la creación para vestir 
          todas las cosas de Inmortalidad sempiterna. “Inteligencia sin 
          medida”, nada hay en la Tierra que pueda pedir el Hombre que más 
          pronto obtenga de Dios su respuesta, y su respuesta es un Sí, 
          un Sí bello como una mirada de padre a hijo, alucinante como el 
          beso del alba a la aurora, un Sí todopoderoso y omnisciente que 
          perfila mentes y escribe la Historia de los Siglos desde la punta 
          de los dedos del hombre. El Espíritu que sostiene es el que susurra 
          palabras de sabiduría. Adelante entonces. ¿O acaso siendo malos 
          vuestros padres si le pedís pan os da una piedra? Si Ayer la Duda 
          fue cosa de “valientes”, Hoy la Duda es razón de cobardes. En 
          Dios está todo el Poder, sí, pero también toda Ciencia. Su Omnisciencia 
          extiende sus fronteras sobre las costas del Cosmos y penetra en 
          los abismos fundamentales de la materia. Nada hay que la Inteligencia 
          del Creador no conozca. No hay problema cuya respuesta El no haya 
          descubierto ya. Ni ley universal que exista sin su conocimiento. 
          El hombre, cual chiquillo prodigio que abre sus ojos al universo 
          y desde su genialidad precoz, confundido por la visión del infierno, 
          dibujó en la arena de la playa su idea del mundo. Pero Hoy la 
          Infancia del Hombre es ya un recuerdo y su Adolescencia un pasado 
          pretérito. Y en su crisis de Adulto está devorando su propio mundo. 
          Como Ayer sólo Cristo podía impedir que la Civilización se hundiera 
          para no volver a renacer; Hoy es el cristianismo la fuerza histórica 
          en cuyas manos descansa el Futuro de la Plenitud de las Naciones. 
          Pero no en la fuerza de las armas sino por la Libertad de una 
          Inteligencia sin medida que hace de la Omnisciencia Creadora su 
          Fuente de acción tiene ese Futuro su Mañana. “Pedid, el Espíritu 
          de Yavé, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios: sabiduría 
          e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de 
          Dios, y Dios os dará lo que desde el Principio de la Creación 
          legó al Ser Humano, Herencia de la que fuimos privados por la 
          Traición, y recogiera en testamento su Hijo para su Descendencia, 
          la que habría de nacer y cuya venida la creación entera ha estado 
          esperando ansiosa, Descendencia nacida para gozar de la libertad 
          de la gloria de los hijos de Dios”
           
           El plan de Dios sobre los elegidos
           
           Es difícil decir hasta qué punto 
          la obviedad necesita explicarse, hacerse entender, abrirse el 
          pecho de costado a costado y quedarse desnuda a fin de que las 
          inteligencias sin consciencia de su esencialidad lleguen siquiera, 
          pues que no a entender la naturaleza de la verdadera realidad 
          de todas las cosas, al menos sí a captar la conexión entre esa 
          naturaleza y su inteligencia, que duerme bajo las pesadas cadenas 
          de las necesidades diarias. Aquéllos que velaban pero se movieron 
          entre tinieblas en lugar de defender la fragilidad humana usaron 
          el estado de inconsciencia general para alzarse ellos como alguna 
          especie de dioses superhumanos a cuyos pies debían ponerse lo 
          mismo el poder que la gloria. Alzar el pensamiento y ver la verdadera 
          naturaleza del universo en la mente de quien le diera origen y 
          forma devino inconsustancial, en base y sobre todo a que la satisfacción 
          del ego propio convivía mejor con la esclavitud que con la libertad 
          de los pueblos y las naciones a costa de cuyo sudor, contra la 
          ley, hacían su agosto. Tanto más delictivo el caso por cuanto 
          el sudor dio paso a la sangre. La situación, por tanto, en la 
          que a causa de la Caída, tuvo Dios que restaurar su Plan Universal 
          de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza de su Hijo forjaron 
          realidades concretas, específicas, unas veces demoledoras y otras 
          llenas de gracia, sobre cuyo camino la Voluntad Divina tuvo que 
          marcar época.
           Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de 
          los que le aman, de los que según sus designios son llamados.
           La Caída no sólo transformó 
          el comportamiento y las relaciones humanas. La conexión entre 
          el núcleo divino y la periferia humana quedó también rota. El 
          efecto a largo plazo de la ruptura entre Creador y criatura se 
          tradujo en la necesidad que el primero tendría en adelante de 
          hacer su trabajo de Formación del Hombre contra la Ignorancia 
          del segundo. La esperanza de los autores de la Desobediencia del 
          Hombre era que esa ruptura no volviera a restablecerse nunca jamás. 
          El Plan de Dios: restablecer su relación con el Hombre, liderar 
          su camino fuera de las profundidades del infierno en que su mundo 
          devino y elevarlo a su altura de su Hijo, consolando mediante 
          esta Libertad sin límites al Hombre que, contra su Voluntad, fuera 
          desnucado por la Muerte con la quijada de un asno llamado Satanás. 
          La oposición del mundo a su propia Liberación estaba garantizada, 
          pues. La Ley tenía que consumarse porque el Delito había sido 
          cometido. Nada ni nadie podía anular la Sentencia sino el propio 
          Tiempo. Pero para cuando llegara el Día de la Restauración, simplemente 
          por inercia milenaria, la lucha abierta contra sus Elegidos, es 
          decir contra los libertadores del ser humano, sería terrible. 
          Uno por uno todos caerían en el campo de batalla. ¿Dónde está 
          el loco que se lanza a una guerra a sabiendas que yacerá cadáver 
          bajo las botas del enemigo? La elección de quienes habrían de 
          Restaurar mediante su Sacrificio el Plan Universal de Formación 
          de la Plenitud de las Naciones a imagen y semejanza de los Pueblos 
          del Cielo, esa Elección no podía ser al azar. El destino de sus 
          Elegidos sería la cruz.
           Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conforme a 
          la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos 
          hermanos;
           Muchos siglos mantuvo bajo control 
          todopoderoso Dios sus nervios en fuego. La imagen del estado de 
          sus nervios lo tenemos en la Zarza que ardía sin consumirse. Ni 
          el fuego se apagaba ni la Zarza se consumía. Un control perfecto 
          de sus nervios. Tan perfecto que el mismo enemigo de su Criatura 
          y de su Creación se atrevía a presentarse ante su trono porque 
          le era imposible detectar en el Ser del Creador el Fuego que contra 
          su Crimen devoraba su Mente. La espera había sido larga. La Restauración 
          del Plan Divino de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza 
          de su Hijo se había estado fraguando en su Omnisciencia milenios 
          enteros. Lo vemos en la Biblia, el detallismo perfeccionista de 
          su Autor. Así que cuando el Día llegó El mismo eligió en el seno 
          de sus padres a quienes a su Hora habrían de responder a Su llamada.
           y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los 
          justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó.
           No engañó Dios a los Hermanos 
          de su Hijo. En este orden Descartes no fue más que un pobre idiota. 
          Dios no le mintió jamás al Hombre. Desde el principio tuvo la 
          Verdad en su boca. “Si comes, morirás”. Y así fue. Y para que 
          esta vez las Palabras no fuesen tomadas a chirigota, Su Palabra 
          se hizo carne a fin de que sus Elegidos no dijeran: “No sabíamos 
          que la Cruz era el término de nuestro Camino”.
           ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?
           Y sin embargo el Fin era el 
          Principio de una Nueva Realidad, para los Elegidos porque de las 
          profundidades de la muerte eran elevados a las alturas del trono 
          del Hijo de Dios. Y para el Género Humano porque al precio de 
          Su sangre los hijos de Dios, de la descendencia de Abraham, restablecieron 
          por la eternidad el Vínculo Sagrado entre el Hombre y Dios, firmando 
          con su Cruz una Alianza sempiterna, por la cual la Humanidad en 
          Cristo no será jamás destruida.
           El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo 
          no ha de darnos con El todas las cosas?
           Esta fue la Recompensa, la meta 
          tras la que corrieron los Elegidos y ante la cual, conociendo 
          por la Palabra y la Carne que el precio era la Cruz, ni se amilanaron 
          ni se echaron a temblar, sino que mirándonos a nosotros, el fruto 
          de su Sangre en el Espíritu, se desnudaron y tiraron su carne 
          y sus huesos a los leones y el fuego. Del Cristiano es, por tanto, 
          el mundo y todo lo que contiene. Como se ha visto en los dos milenios 
          pasados y ha de hacerse realidad Histórica en lo que va de siglo.
           ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién 
          condenará?
           Lo implicaba la Creación del 
          Hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para 
          que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, 
          y todos cuanto se mueve sobre la faz de la tierra”. Pero fuimos 
          desposeídos de nuestra Heredad y obligados a vivir en nuestro 
          mundo como quien ha caído de otro planeta y el mundo se rebelase 
          contra hijos no nacidos de su carne. Mas lo fuimos por un tiempo, 
          el periodo que durase la Sentencia contra la Desobediencia habida. 
          Pasado ese tiempo el Hombre sería restaurado en su heredad. El 
          Hombre en Cristo, jamás ya fuera de El -se entiende. Justificados 
          pues por la Sangre y el Espíritu el Futuro es del Cristiano.
           Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra 
          de Dios, es quien intercede por nosotros.
           Y siendo nuestro Salvador, el 
          Brazo de Dios, Aquel por el que el Todopoderoso ejecuta sus Obras, 
          ¿quién nos impedirá entrar en posesión de nuestra Heredad? Es 
          decir, ¿quién hará que Dios desista de su Plan de Salvación Universal, 
          le cortará el paso y le impedirá consumar la Restauración de su 
          criatura a su Imagen y semejanza?
           ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, 
          el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?
           ¿El Comunismo, el Islam, el 
          Socialismo, el Ateísmo, el Materialismo Científico? Todos son 
          movimientos de las tinieblas bajo la luz del Día que amanece y 
          que, como la Serpiente coletea una vez decapitada, se mueven violentamente 
          antes de expirar para siempre. Nadie puede cambiar el Pasado ni 
          borrar del Libro del Tiempo el Futuro que Dios tiene en mente.
           Según está escrito: Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, 
          somos mirados como ovejas de degüello.
           Y si ni el dolor de aquéllos 
          a quienes tanto amó hizo temblar Su pulso, tanto menos lo hará 
          el odio de aquéllos que se alzaron contra su Omnisciencia y creyeron 
          que en la Guerra contra el Cristianismo estaba la Victoria de 
          sus fuerzas contra el Mal que tiene aún encerrado entre sus muros 
          a una gran parte de nuestro mundo.
           Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó.
           Cuanto más nosotros, descendencia 
          de Cristo, para quienes la Cruz no es el término una vez que la 
          Necesidad ha dado paso a la “libertad de la gloria de los hijos 
          de Dios”.
           Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los 
          principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades,
           Toda la razón para nuestro Apóstol. 
          Y el que tenga que decir lo contrario, que no se prive.
           ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos 
          del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
           Y si a los siervos nada ni nadie 
          pudo impedirles alcanzar la gloria, ¿quién le impedirá a los hijos 
          de ese mismo Señor entrar en la Heredad para ellos reservada por 
          Testamento, firmado con Sangre ante todas las naciones de la Tierra 
          y del Cielo?
           
           Sentimientos 
          del Apóstol por los judíos
           
           Os digo la verdad en Cristo, no miento y conmigo da testimonio mi conciencia 
          en el Espíritu Santo,
           ¡Verdad...Cristo...testimonio...conciencia....Espíritu 
          Santo! Hay palabras que se inventan para satisfacer la vanidad 
          intelectual, palabras que salen de las fosas del cerebro con la 
          dureza y la glacialidad de las cadenas, palabras que estallan 
          en el cuerpo de la humanidad como un látigo asesino hambriento 
          de carne, devorando piel y sangre, hay palabras dulces como besos 
          de chiquillos diciendo te quiero a su padre sin tejer una sola 
          letra, hay palabras libertadoras y palabras genocidas, palabras 
          que son abismos en cuyos precipicios se hunden las mentes alucinadas, 
          imberbes, ignorantes y tediosas, palabras que son puertas de sabiduría 
          y ciencia abriéndole al hombre nuevos horizontes, palabras de 
          amor y odio, palabras de amor y tristeza. Palabras que según se 
          juntan forman un castillo en las tinieblas o un sol de victoria 
          despertando en nosotros la consciencia de ese ser humano primordial 
          por amor al cual el universo entero se hizo pájaro recorriendo 
          el bosque de las galaxias en busca de ramitas con las que hacerle 
          en los brazos de su Creador nido y cuna. ¡Qué bello fue Adán! 
          Paseando desnudo entre las fieras, Tarzán divino, con su palabra 
          reinando en la selva, labrando la tierra cual héroe del cielo 
          por toda espada la Verdad y por todo armamento la Conciencia del 
          Espíritu Santo a cuyos pies puso la Creación entera su cuerpo. 
          Dios lo concibió en el seno de una Palabra, la más hermosa, la 
          más amada por su alma: ¡Verdad! La Verdad era su corona, su cetro, 
          su manto de gloria, su alma, su ser, su sino, su destino, su risa 
          y su conciencia. Todo en él era hermoso, su forma de mirar, de 
          pensar, de dormir, de estirar su brazo y comer la fruta del árbol 
          de la vida, su correr golpe a golpe con el león y la pantera, 
          sus pensamientos en el infinito y sus sueños en la eternidad. 
          Todo en él era inocente y puro. En fin, era como un tonto. No 
          sabía lo que era el mal, era un hombre de palabra para quien la 
          palabra era ley, a imagen y semejanza de la de Dios, su Padre. 
          De nadie tenía miedo y nadie tenía por qué tenerle miedo. No tenía 
          nada propio, todo era de su Dios y nada le pertenecía al hombre, 
          pues todo había sido creado para disfrute y gozo de todos. Era 
          un romántico nacido idealista. Jamás mataba, ni para comer ni 
          para imponer su fuerza. El era el Hombre, la revolución después 
          de la gran revolución del Neolítico, orgullo de su Creador y gloria 
          de la Tierra en cuyo seno el Universo cultivara la Semilla de 
          la Vida Inteligente. Con una quijada mató Caín a su hermano porque 
          en la cabeza humana no cabía que de un instrumento para labrar 
          la tierra pudiera forjarse una espada, una lanza, un misil. El 
          Hombre no sabía lo que era la Guerra. La Paz era su Patrimonio. 
          Así que cuando cayeron Adán y su Mundo, el Universo entero se 
          quedó perplejo, atónita la Tierra, pasmado el Cielo, sólo en el 
          Infierno los malditos demonios, una vez hijos de Dios, bailaron 
          al son de los tambores de la destrucción total del Género Humano. 
          ¡Pobre Adán! De rodillas en el polvo sufriendo visiones de terror, 
          sobre su conciencia cayendo el recuerdo del futuro con la fuerza 
          del látigo sobre la espalda de Cristo; de rodillas gritando de 
          dolor con lágrimas envueltas en sangre, la sangre de su hijos 
          y la de los hijos de su Mundo, bajo los cascos de las fuerzas 
          del infierno, desatado por su Caída, enterrados en un dolor más 
          fuerte que el pulso de la Creación en el núcleo duro del espíritu 
          que al Principio derramó Dios sobre el pueblo de la Tierra. Donde 
          se había escrito gloria se escribiría destrucción; donde se había 
          escrito honor, se escribiría: devastación; donde se había escrito 
          el nombre de la ciudad de Dios, se escribiría: exterminio. Y él, 
          Adán, había sido el causante de la destrucción universal del Género 
          Humano, de su Caída de las puertas de la Inmortalidad a la extinción 
          total de su mundo en el polvo de la Muerte.
           que siento una gran tristeza y un dolor continuo en mi corazón
           Esta Herencia fue el legado 
          de Adán a Set, que pasó de Set a Noé, de Noé a Abraham, concibió 
          en David la Corona, derramó su conciencia en los profetas, y fue 
          recogida por Cristo Jesús, hijo de María, israelita de nacimiento, 
          para manifestación del Amor Imperecedero Universal de Dios hacia 
          su Criatura Humana y consolación de las naciones muertas y por 
          nacer. En su corazón vivía la pena que en su día sintiera y bajo 
          cuyo peso creyera morirse de dolor y angustia Adán; y sería desde 
          esta Conciencia que Pablo se dirigió a los Romanos. Porque si 
          Adán cayó de rodillas contemplando en visión el fin de su Mundo, 
          el Apóstol, aunque sostenido por el Espíritu Santo, lloraba en 
          visión la destrucción del pueblo israelita, que se avecinaba, 
          y sería tan real como real vino a ser la visión que Adán viviera 
          tras su Caída.
           porque desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos, mis deudos 
          según la carne,
           Pero como fue imposible detener 
          el curso de la Justicia en el Caso Adán, también era imposible 
          en el Caso Israelita detener el curso del Juicio de Dios, profetizado 
          hacía mucho ya, en verdad, cuando se escribiera: “Decretada está 
          la destrucción que acarreará la Justicia”. Impotente para detener 
          el curso de los tiempos el Apóstol, y porque era Santo, lloraba 
          esa imposibilidad que le rasgaba el alma en razón del amor natural 
          que sentía por quienes eran sus hermanos según la carne y la sangre.
           los israelitas, cuya es la adopción, y la gloria, y las alianzas, y la legislación, 
          y el culto, y las promesas;
           Por quienes sentía, como no 
          podía ser de otro modo, los sentimientos más profundos. No olvidemos 
          que el mismo que en su pasión cristiana derrama ahora sus palabras 
          como lluvia sobre la tierra de los creyentes, éste mismo Pablo 
          fue el Saulo que con el mismo apasionamiento derramó fuego contra 
          estos mismos cristianos en nombre de esa adopción, de aquella 
          gloria, de esas alianzas, de esa legislación y culto y promesas 
          de las que el israelita se sentía orgulloso, eran su gloria y 
          causa de desprecio hacia las demás naciones.
           cuyos son los patriarcas y de quienes según la carne procede Cristo, que está 
          por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.
           Gloria y Honor imperecederos 
          a los que el Dios de Adán, padre de Israel y su descendencia, 
          sumó el Nacimiento de Cristo Jesús, a quien elevó el Dios de Abraham 
          tan alto cuan bajo fuera arrojado su padre, Adán. ¡¡Y qué gloria 
          más alta y poderosa puede alcanzar la Criatura que sentarse a 
          la altura de su Creador!! Pues como bajo cayó Adán, tocando las 
          profundidades del Infierno, desde cuyo fondo viera la destrucción 
          del mundo entero, así de alto elevó Dios a su Hijo y Heredero 
          en la sangre y el Espíritu, según se escribió: “Pongo perpetua 
          enemistad entre tu descendencia y la suya, tú le acecharas el 
          calcañal y El te aplastará la cabeza”. De manera que de las profundidades 
          más ignotas del Infierno a las alturas más inaccesibles del Cielo, 
          de esta manera descubriéndonos Dios a todos sus hijos el lugar 
          donde puso el Traidor sus ojos, este mismo Trono en que hacía 
          sentar ahora Dios al hijo del Hombre, hijo de Adán, hijo de Dios, 
          Jesucristo, nuestro Rey y Salvador, nuestro Héroe y Señor, nuestro 
          Padre y Creador. Aleluya. Gloria al israelita, pero mayor gloria 
          la del Apóstol, porque sumó a la de la carne la del Espíritu.
           Y no es que la palabra de Dios haya caído vacía, pues no todos los de Israel 
          son de Israel,
           Nacido el hijo del Hombre y 
          glorificado por la Resurrección, la ruptura entre lo Antiguo y 
          lo Nuevo se forjó sin vuelta atrás. El que tenía que nacer con 
          la Maza había nacido y su Victoria se consumó. Cristo Jesús era 
          el hijo del Hombre, el heredero de la Promesa de Venganza contra 
          la Serpiente. Desde El y a raíz de su Victoria, se producía una 
          inmensa fisura en el seno del mundo israelita, que podemos definir 
          diciendo aquello de: Adaptarse o morir. Es decir, avanzar hacia 
          el Futuro o quedarse clavado en el Pasado esperando que el tren 
          sin retorno que saliera de la estación del Presente volviese a 
          pasar. La primera postura fue la del Apóstol y sus congéneres 
          en el Espíritu; la última la de los judíos, que aún dos milenios 
          después siguen sentados en la estación esperando que el hijo del 
          Hombre nazca y les dé el Poder Absoluto sobre todas las Naciones 
          de la Tierra.
           ni todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham, sino que por Isaac 
          será nombrada tu descendencia.
           La ruptura cristiana en el seno 
          de la comunidad israelita, en consecuencia, procede de la Razón 
          por la que Abraham fuera bendecido por Dios. Y que se enmarca 
          dentro de la Conciencia que lega Adán a su descendencia, por la 
          cual y por su culpa el Género Humano fue privado del Futuro que 
          Dios legó a todas las naciones de la Tierra. Culpa que en su Justicia 
          nos reveló Dios limitada a la Ignorancia de Adán sobre la Ciencia 
          del Bien y del Mal, en virtud de cuya Ignorancia se imponía el 
          Sacrificio Expiatorio en cuya Sangre la Redención reclamada se 
          consumaría y por cuya Consumación se le abriría al Género Humano 
          en su Plenitud las Puertas de la libertad de la gloria de los 
          hijos de Dios, gloria que nos fuera sustraída por la Caída del 
          padre de este mismo Abraham. De manera que a raiz del Sacrificio 
          Expiatorio Universal, del que el sacrificio simbólico de Isaac 
          fue su modelo, los hijos de Abraham serían contados en Razón de 
          esta Conciencia Patriarcal y no simplemente por el hecho de ser 
          descendiente sanguíneo.
           Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino los hijos de la 
          promesa son tenidos por descendencia.
           Digamos en descargo del judío 
          y buscando su salud, que era imposible para hombre alguno, pues 
          que lo fuera para el propio asesino de Adán y su Mundo, concebir 
          el modo y manera en que el hijo del Hombre, hijo de Adán, le aplastaría 
          la cabeza al Jefe de la Rebelión contra el Imperio de Dios. Ni 
          el mismo Satán, teniendo acceso a la Presencia de Dios, como se 
          ve en el libro de Job, fue capaz de entrar en la Mente del Omnisciente 
          Padre de todos los príncipes de su Imperio. El hecho es que el 
          Duelo a muerte entre Satán y el hijo del Hombre, o sea, Cristo, 
          estaba anunciado desde el mismo Día de la Caída. Y que queriendo 
          ser el Campeón elegido para medir sus fuerzas con el Asesino de 
          su padre, incapaz de comprender la Razón Divina, Caín mató a Abel 
          en un intento de obligar a Dios, pues que su padre no tenía más 
          hijos, a proclamarlo su Campeón. El juicio misericordioso Divino 
          contra el fratricida expone a la vista este juego de sentimientos 
          en la causa de la muerte de Abel. Quiero decir, el propio Unigénito 
          de Dios se encarnó en la Virgen con el espíritu puesto en la Idea 
          del Mesías al estilo que el Judaísmo posdavídico pusiera en circulación 
          y le costara al reino de los Hebreos su destrucción. El Episodio 
          del Niño en el Templo es el Acontecimiento Histórico que marcó 
          lo que llamamos el Volver a Nacer de Jesús, que devino Cristo 
          al descubrir en su Padre la Verdadera Imagen que bullía en la 
          Mente de Dios. La Maza del Vengador de la Sangre de Adán era la 
          Cruz. Misterio insondable e inefable para sus hermanos de sangre 
          en Abraham, la Cruz sería el Arma con el que el hijo del Hombre 
          le aplastaría a la Serpiente la Cabeza. Atrapados los hijos de 
          Abraham en la misma Ignorancia al amparo de cuya realidad el Enemigo 
          hundiera el puñal de la Traición en el pecho de Adán, ahora eran 
          sus descendientes quienes hundidos bajo el peso de esa misma Ignorancia 
          hundían el puñal de la rebelión contra el Reino de Dios en el 
          pecho de Cristo Jesús, el hijo del Hombre. De manera que esperándolo 
          ambos, tanto los hijos de Dios aliados en la Rebelión de la Serpiente 
          como los hijos de Abraham bajo la corona de los Césares, ignorantes 
          ambos sobre la naturaleza del Arma con la que Dios vestiría a 
          su Campeón, cumpliendo por su Brazo la Promesa: “Te aplastará 
          la cabeza”, ambos se unieron para acometer el mismo acto: La Crucifixión 
          del Mesías. Acto consumado que, aunque ejecutado en la Ignorancia, 
          según la Palabra del propio Mesías: “Padre, perdónalos porque 
          no saben lo que hacen”, al igual que el de Adán, aunque igualmente 
          acometido en la Ignorancia, tenía que acarrear y acarreó el cumplimiento 
          de la Justicia que decretara la Destrucción del reino de Israel. 
          De la que se salvaría un resto, según las profecías, y a partir 
          de las cuales sólo los hijos de la Promesa serían contados como 
          Descendencia espiritual de Abraham.
           Los términos de la promesa son 
          estos: Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo.
           Promesa en la que es obvio ver 
          la Omnipresencia Divina en el transcurso de los milenios el pensamiento 
          puesto en el Duelo Final entre el hijo del Hombre y la Cabeza 
          de la Serpiente. Omnipresencia que se manifiesta omnisciente hasta 
          el mínimo detalle transformando toda autoría humana en consecuencia 
          de la acción Divina. Autoría que en la risa de Sara y la incredulidad 
          de Abraham nos pone de manifiesto la imposibilidad de la inteligencia 
          humana para por sus solas fuerzas entrar en la Mente del Creador 
          de todas las cosas. Imposibilidad que devendría la causa de la 
          ruina del Enemigo y, por efecto, de la destrucción del reino y 
          nación de los israelitas.
           Ni es sólo esto: también Rebeca concibió de un sólo varón, nuestro padre Isaac. 
          Pues bien
           Omnipresencia omnisciente -valga 
          el aforismo- que talla en el tiempo la morfología de los acontecimientos 
          hebreos y los convierte en una Obra Universal firmada por el Señor 
          de Abraham y los Profetas: la Biblia. Y esto
           cuando aún no había nacido ni había hecho aún bien ni mal, para que el propósito 
          de Dios, conforme a la elección, no por las obras, sino por el 
          que llama, permaneciese,
           Es decir, la Batalla Final es 
          entre el Cielo y el Infierno, entre Dios y la Muerte, entre el 
          Reino de Dios y el Imperio del Maligno. La Caída de Adán superó 
          los límites de la Tierra y envolvió la concepción de la Creación 
          entera. De aquí que en respuesta Dios dijera: “he aquí que hago 
          unos Nuevos Cielos y una Nueva Tierra”. Dios refunda la estructura 
          de su Creación. La Caída marcó un Antes y un Después no sólo en 
          la Historia del Género Humano sino también y sobre todo en la 
          propia Biohistoria Divina. Es Dios quien clama Venganza sobre 
          el cadáver de Adán, es Dios quien Reclama Misericordia para la 
          Descendencia del Hombre. Es Dios el que elige a sus siervos y 
          profetas, el que quita y pone, el que hace de la vida de sus personajes 
          bíblicos su Obra. La Biblia se transforma, desde su Inicio, en 
          un Libro escrito con Sangre y puesto en vivo en el escenario de 
          la Carne. Su cumbre, su Apogeo será el Duelo Final entre el hijo 
          del Hombre, hijo de Adán, y la Cabeza de la Serpiente, Satán, 
          hijo de Dios. Este Duelo entre hijos de Dios será su Ultimo Acto. 
          Cierto que la Ley obligaba a Dios a elegir un hijo del muerto, 
          según lo escrito: “De la vida del hombre de la mano de otro hombre 
          reclamaré venganza”; pero siendo un hijo de Dios el muerto la 
          Ley se abría a la Casa del propio Dios, de aquí que siendo un 
          hijo de Dios el difunto, nuestro Adán, la elección de Dios pusiera 
          su ojo en el de entre sus hijos el más grande, su Primogénito: 
          “Príncipe de la Paz, Dios Fuerte, Padre sempiterno”. Esta elección 
          es la que se puso de manifiesto en el Sacrificio de Isaac, y que, 
          conociéndola de antemano por revelación, estuvo en la causa de 
          la Obediencia de Abraham, sacrificando a su propio unigénito a 
          los pies de la Esperanza Universal de Salvación que la redención 
          del Pecado de Adán derramaría sobre todas las naciones del Género 
          Humano. Y esto, como dice el Apóstol, antes siquiera que hombre 
          alguno hubiera puesto sobre la mesa respuesta alguna al Drama 
          de la Humanidad.
           le fue a ella dicho: el mayor servirá al menor
           De Dios era la Batalla, Suya 
          la Elección y Suya la Ley por la que esta Elección se abrió a 
          su propia Casa. Pues si Adán no hubiera sido hijo de Dios la Elección 
          del Primogénito para Vengar la muerte de su hermano menor, nuestro 
          Adán, hubiera sido contra Ley; ahora bien, si Adán no hubiera 
          sido hijo de Dios la extensión de su Delito a toda la Humanidad 
          hubiera sido un acto contra Justicia, entrando entonces Dios como 
          parte del Delito. Es Cristo Jesús el que desde su Cruz Expiatoria 
          Justifica tanto a Dios como a Adán y hace Justicia sobre el Asesino 
          firmando con su Sangre su destierro de la Creación de Dios.
           según lo que está escrito: Amé a Jacob y odié a Esaú.
           Lo que puede traducirse diciendo: 
          Amé a Adán y odié a Satán. Amor y odio de los que deben sacarse 
          las consecuencias adecuadas en relación a nuestra propia elección 
          sobre el Bien y el Mal, sobre el Pasado y el Futuro. Pues la Libertad 
          implica que el predeterminismo de la presciencia omnisciente divina 
          -necesaria en cuanto la Ignorancia se mantuvo por Ley- da paso 
          a la inteligencia independiente que desde su pensamiento determina 
          su propio camino en el tiempo y el espacio. Conocer a Dios, a 
          Aquel que dijera de Sí Mismo: “Yo soy el que soy” es, en este 
          orden, infinitamente más necesario que conocer la estructura del 
          universo, la constitución de los tiempos o la naturaleza de los 
          elementos. El Espíritu de Dios ha derramado su Ley sobre toda 
          su Creación y no puede existir en la eternidad y el infinito sino 
          lo que anda a la luz de dicha Ley. Toda la Biblia, en definitiva, 
          no es otra cosa que la expresión en letras de este Espíritu, desde 
          el que San Pablo le escribe a los Romanos Horas antes de la Gran 
          Persecución Romana, que no sería la última pero sí la Primera.
           
           La justicia 
          de Dios para con los gentiles y los judíos
           
           Estamos viendo 
          cómo la palabra es el retrato para la posteridad de un hombre…cuando 
          hablamos de un hombre de verdad- se entiende. Tratar de captar 
          el ser, la mente de un hombre para quien la palabra es un arma 
          de manipulación y un medio de alcanzar poder y riqueza, es un 
          ejercicio que los sabios reservamos para los idiotas. Desgraciadamente 
          el mundo está lleno de idiotas bailando al son de las palabras 
          de semejantes seres cuya imagen en el espejo debe configurarse 
          partiendo de todo lo contrario de lo que sale por sus bocas, y 
          cuando dicen pan hay que leer hambre, y donde ponen paz hay que 
          entender Guerra, y donde dicen prosperidad hay que darle la bienvenida 
          a la miseria. Seguramente quien sigue estas líneas sabe de lo 
          que estoy hablando, pues confío en no estar derramando mi verbo 
          a los pies de esa clase de necios sobre los que la otra clase 
          funda y arma su gloria. Como dijo alguna vez alguien: para que 
          haya un listo debe haber un imbécil.
           Pero para que 
          haya un sabio no es necesario que haya un necio, la Sabiduría 
          se basta por sí sola.
           De lo que estamos 
          viendo, nada más contrario a San Pablo que la imagen para consumo 
          de idiotas, elaborada por una raza de necios, en vías de extinción, 
          afortunadamente, y contra la que nos libraremos de colgarle el 
          cartel “en peligro de extinción”. Dejemos que se extinga, y cuanto 
          antes mejor. Esa imagen insana, demencial y bastarda, reflejo 
          de la mente de sus autores, qué duda cabe, pues del agua es la 
          humedad y del calor la sequedad, y así del idiota es la idiotez 
          y como de la tierra la lluvia, el necio y el ignorante se alimentan 
          ambos en concordia. Especialmente cuando en su paranoia infrahumana 
          adoctrinan a su progenie en el espíritu de gloria mundana afirmando 
          que San Pablo y no Jesucristo fue el Autor del Cristianismo, es 
          decir, de la Idea que el Cristiano tiene de Jesús y la Iglesia. 
          Dedicarle una palabra de sobra a cerebros dotados de nivel intelectual 
          subcero es igualarse al loco o al niño en el tema de la disputa; 
          con un niño se razona, no se discute; y a un loco se le da la 
          razón, no se entra en discordia. Pero claro, por naturaleza el 
          necio tiende a dárselas de sabio y el ignorante de intelectual, 
          sufriendo las consecuencias un mundo sujeto a la ley del poder, 
          a saber, la palabra no es el reflejo puro de la esencia del ser 
          humano, sino el colmillo y la garra con la que la bestia política 
          destroza a los nacidos para saciar la sed y el hambre de poder 
          y riqueza de sus majestades y sus eminencias. Nada, entonces, 
          más contrario a semejante clase infrahumana que la veracidad imperecedera 
          e inmaculada de un hombre que firma su palabra con su propia sangre, 
          no con la del prójimo sino con la suya propia, y por su palabra 
          pone no sólo la mano en el fuego sino el cuerpo entero. Es por 
          esto por lo que la Iglesia viene diciendo hace mucho tiempo, que 
          la veracidad del Evangelio se funda en la sangre de sus Actores, 
          sangre que deviene el mejor documento histórico que investigador 
          alguno pueda analizar a la hora de entrar en el misterio de la 
          Concepción y Resurrección de Cristo, y por ende del Nacimiento 
          del Cristianismo. Para desafiar lo que es evidente, sin embargo, 
          no hace falta más que un necio, un listo y un loco juramentados 
          en alguna organización dedicada al satanismo más utópico, de cuyo 
          tipo, aun proclamando su santonería, existen muchos ejemplos. 
          Entrar en el análisis, por tanto, de la palabra de un hombre para 
          quien su palabra es ley es abrir la puerta a su mente, sin importar 
          la distancia en el espacio y el tiempo, y ni aún la propia muerte. 
          Es la virtud, el don, el poder de la palabra, transmitir comunicar, 
          encarnar el pensamiento, la sustancia y la esencia más profunda 
          del ser. Se comprende porqué los profesionales la usan como escudo 
          de tinieblas detrás de cuyos artes mágicas esconden de la Mirada 
          del prójimo la verdadera cara de sus intereses. La palabra, de 
          por sí, es pura y tiende a hacer su trabajo: pintar en la inteligencia 
          el cuadro de la verdadera personalidad del Ser.
           Ahora bien, si 
          hacen falta dos para que haya bien y mal, también es necesario 
          que donde haya un listo haya un tonto. Quiero decir, el enigma 
          de la palabra viene con el poder que despierta en la inteligencia 
          del que escucha, en virtud de cuyo poder transforma la inteligencia 
          del lector en el pintor del cuadro que en su seno porta la palabra 
          desde el punto de partida al punto de llegada. Mas para que se 
          cumpla este misterio deben darse dos condiciones, que las dos 
          terminales sean de la misma naturaleza. Es teniendo en cuenta 
          esta verdad apasionante que San Pedro diría sobre San Pablo que 
          eran muchos los indoctos que pervertían su palabra ante la imposibilidad 
          de sus cerebros para manejar el pincel al punto y perfección que 
          implicaba la inteligencia del autor; impotencia que ocultaban 
          bajo la capa mágica de una interpretación antitética. Que es, 
          en realidad y en última instancia, el resumen del problema de 
          la inteligencia humana ante la Palabra del mismo Dios. Queriendo 
          el hombre dárselas de sabio y no admitiendo que su nivel intelectual 
          pueda de por sí ponerse a la altura de la Inteligencia Divina, 
          se niega a creer que su incapacidad para comprender a Dios se 
          deba a falta de inteligencia, y concluye diciéndose que la falta 
          se debe a que, finalmente, Dios no existe. Como he dicho antes 
          para que exista un listo debe haber un idiota. Y bueno, que ellos 
          se la pelen y ellos se la coman. Nosotros sigamos dibujando la 
          verdadera Imagen de la Mente y Ser de San Pablo partiendo de su 
          palabra.
           ¿Qué diremos, pues? ¿Que hay injusticia 
          en Dios? No,
           Y en este capítulo 
          y ahora vamos a realizar una primera razzia en la tierra de los 
          predestinacionistas de la nación calvinista. Pues se verá que 
          desviándose del camino de la verdad se llega a la interpretación 
          maligna que el protestantismo en su versión fundamentalista, representada 
          por el eminente Calvino, puso en escena, celebrando su coronación 
          en orgía de asesinatos sin número, ¿porque, qué injusticia puede 
          haber en matar a quien Dios de por sí ya condenó al infierno? 
          Calvino se respondió: Ninguna, la injusticia es permitirle que 
          vivan. Nietzsche, partiendo de la locura para terminar loco de 
          atar, lo dijo a su manera: La justicia se cumple ayudándoles a 
          morir. Y bueno, Hitler no hizo otra cosa que poner manos a la 
          obra, darle un cuerpo a este hit parade, mix entre el fundamentalismo 
          protestante y el darwinismo integrista imperial británico. (Aquí 
          cabe un aplauso para los dos padres putativos del nazismo ideológico 
          en su versión evolucionista. No es obligatorio pero sí queda simpático). 
          Entremos pues en materia.
           ¿Fue Dios injusto 
          al condenar a un mundo entero por el delito de un sólo hombre?
           ¿En qué código 
          de justicia leemos que por el delito de un particular deba ser 
          condenado todo su pueblo?
           Para alcanzar 
          la respuesta tenemos que arrancarnos la viga del ojo. El Judaísmo 
          pecó de Necedad absoluta, que devino su legado nacional, y estuvo 
          en la causa de su Ignorancia, interpretando la Biblia tal cual 
          la Letra viene en el papel. Dios no es hombre. Y aunque la palabra 
          pueda ser la misma el mensaje es totalmente diferente, más rico 
          en extensión y profundidad. Pues el mensaje de una palabra crece 
          con el tiempo y se transforma con el crecimiento de la inteligencia 
          del ser. De manera que una palabra que en su origen naciera con 
          un mensaje desnudo al cabo de los milenios acaba teniendo un contenido 
          profundo y extenso en lo que es un reflejo de la propia evolución 
          y desarrollo desde la cuna a la madurez de la inteligencia.
           La Ignorancia 
          del Judaísmo sobre la verdadera Identidad de Adán y su Mundo, 
          la Serpiente y su Causa, y la verdadera naturaleza del árbol de 
          la ciencia del Bien y del Mal, pasó al Cristianismo en tanto en 
          cuanto los primeros cristianos fueron en su inmensa mayoría judíos 
          de nacimiento y se formaron intelectualmente en esa cultura de 
          Ignorancia cuyo tope sería la Crucifixión de Cristo. Podemos decir 
          que esa Ignorancia se reduce a Adán en cuanto el Primer Hombre 
          según la carne y al Sexo en cuanto el fruto del árbol prohibido. 
          Partiendo de esta Ignorancia llegaron los judíos al Gólgota y 
          los cristianos a la necedad fundamentalista anticientífica que 
          niega lo evidente y afirma lo irracional, fruto de cuya Ignorancia 
          sería la división de las iglesias y su ramificación ad infinitum, 
          la consecuencia tope de cuyo movimiento ha de ser, si Dios no 
          lo remedia, la destrucción del cristianismo.
           ¿Hay, hubo, o 
          habrá injusticia en Dios? Pensemos que para un observador sin 
          conocimiento de las causas motoras desde las cuales fue puesta 
          en movimiento la reacción en cadena precursora de las circunstancias 
          de nuestro mundo, extender la condena contra el delito de un particular 
          a todo su pueblo, en este caso el pueblo de la Tierra, no es ya 
          una injusticia sola, es además un acto de despotismo. Tomando 
          esta Ignorancia como modelo de sabiduría la raza del necio hace 
          ya tiempo que puso en circulación su doctrina demencial de ser 
          el Dios de la Biblia un déspota cuya existencia en tanto que Dios 
          es imposible porque Dios es el súmmum del Amor y la Bondad, o 
          lo que es lo mismo, si Dios existe Dios sólo puede ser el Tonto 
          Perfecto. ¿O acaso ser bueno en este mundo no es ser un tonto 
          de las narices?
           Al hacer San Pablo 
          la pregunta en voz alta si es Dios justo o injusto lo primero 
          que debe tenerse en cuenta es que la cuestión se dirige a la inteligencia 
          natural de un hijo de Dios, que es la que heredara el cristianismo, 
          ¿o acaso el Cuerpo no participa de las propiedades y cualidades 
          de su Cabeza? Y en tanto que hijos de Dios, lo mismo el que escribía 
          como el que leía, habían superado la Ignorancia siguiendo cuya 
          fuerza irracional los judíos se alzaran contra Jesucristo.
           La respuesta, 
          Ayer, Hoy y Siempre es “No”. Es más, Dios hubiera cometido una 
          Injusticia aberrante y maligna de no haber aplicado la Ley en 
          razón del parentesco que le unía a los delincuentes, dando lugar 
          así a la corrupción - por aplastamiento del Juicio prescrito para 
          el Delito de Desobediencia y Rebelión contra su Reino. El Necio 
          no lo entiende y por más que el sabio se lo explique, como el 
          discurso con un burro es ejercitarse en la demencia, la explicación 
          es siempre la caída de un euro en bolsillo roto.
           Inútil decir que 
          la Ciencia del Bien y del Mal implica una evolución en el conocimiento 
          de ambas dimensiones, y que viendo hacer el Mal a muchos se aprende 
          con más rapidez las profundidades y extensión de lo que el Mal 
          sea, y si encima lo sufres en tu carne se cumple la ley científica 
          por excelencia que dice que la experiencia es la madre de la ciencia. 
          Y en tanto que ciencia tiene sus leyes, desde las cuales Dios 
          se permitió decir que Abriendo la Caja de Pandora andando por 
          el camino de la Guerra se llegaba a la muerte. Hay que ser un 
          verdadero necio para negar esto. Y con todo, siendo el Primer 
          Hombre una criatura sin conocimiento de ninguna clase del Bien 
          y del Mal, por qué había de morir de comer del fruto prohibido 
          de la Ciencia del Bien y del Mal, tenía que resultarle un misterio. 
          Ni Dios mentía ni el Hombre entendía. Seis milenios después el 
          que no entiende es porque no quiere entender, es más, no entiende 
          porque tiene en la Guerra su negocio.
           El Hecho es que 
          si la Justicia de Dios demostró su Incorruptibilidad al no limitar 
          su Ley a la relación entre el Juez y el Delincuente, nosotros, 
          sabios, damos un paso más adelante y entramos en la propia Mente 
          Divina, que es a la postre el término al que conduce la Palabra 
          de la Biblia.
           En el Juicio al 
          Primer Hombre la Ley se manifestó en su naturaleza de expresión 
          todopoderosa de una Realidad Universal existente de por sí y en 
          sí, que trasciende a Dios y en Dios se hace trascendente. Es el 
          propio Dios quien viviera el Bien y el Mal, y de la experiencia 
          eterna hizo Ciencia, descubriendo sus Leyes sempiternas, existentes 
          de por sí y trascendentes a la propia Voluntad Divina, pero Ley 
          con la que Dios se identifica y respecto a la cual se convierte 
          en su Juez para, haciendo Justicia, impedir que sus efectos causen 
          el Movimiento de Destrucción a que por su naturaleza la Ciencia 
          del Bien y del Mal tiende. No es, por consiguiente, una imposición 
          arbitraria la que causa el Mandato de Prohibición. Y no fue un 
          Juicio despótico el que estuvo en la base de la Condena del Pueblo 
          de la Tierra por el delito de un sólo hombre, pues ese hombre 
          era la Cabeza de su Mundo, y muriendo la cabeza tiene que morir 
          el cuerpo, a no ser que alguien encuentre la fórmula contraria 
          y un cuerpo pueda vivir sin su cabeza. Esto hablando a lo bruto. 
          Entre hijos de Dios ahora, el silencio del Juez por orden de Dios 
          en base a Su parentesco con los delincuentes hubiera sentado un 
          precedente sempiterno en razón del cual todos los hijos de Dios 
          quedaríamos más allá de la Ley y tendríamos Poder Absoluto para 
          cometer ese delito que al Pueblo le está Prohibido bajo pena de 
          muerte. Dios no podía, siendo un Padre maravilloso, sentar dicho 
          precedente. El Padre en Dios no se alzó contra el Juez en Dios, 
          ni el Juez esgrimió la Ley contra el Padre.
           Así, pues, ¿fue 
          justo Dios?
           pues a Moisés le dijo: “Tendré misericordia 
          de quien tenga misericordia, y tendré compasión de quien tenga 
          compasión”.
           Más justo imposible. 
          Porque la Ley tiene por misión establecer ante los ojos de todos 
          la verdadera expresión de una Realidad Universal bajo cuyas luces 
          se mueven todas las fuerzas que hacen posible la Vida. Pero en 
          un mundo en el que la ley no es expresión de esta Realidad y sí 
          de los intereses particulares de ciertos grupos específicos esa 
          ley es germen de crimen y corrupción, las dos piernas sobre cuyos 
          huesos y músculos se mueve la Guerra. En este tipo de sistema 
          personal y nacionalizado la justicia sucumbe a la delincuencia, 
          y contra natura diferencia entre cabeza y cuerpo, absolviendo 
          al autor intelectual del delito y condenando al brazo ejecutor, 
          orden destructor que se reviste de sacralidad al extender sobre 
          los forjadores de este delito el estado que los mismos demonios 
          exigieron para sí en el Edén, a saber, Inmunidad e Inviolabilidad 
          de su personas. Dios, en tanto que Padre y en tanto que Juez, 
          dio su “NO” absoluto y eterno a este estado de Inviolabilidad 
          e Inmunidad que sus hijos rebeldes quisieron obtener mediante 
          el asesinato de su hermano menor. Al fin y al cabo teniendo el 
          Poder de resucitar al hombre la Ley se reducía a un simple juego. 
          No le estaban pidiendo a Dios nada que El no pudiera conceder. 
          La transformación de su Reino en un Imperio gobernado por una 
          casta de criaturas más allá del alcance del brazo de la Ley no 
          le supondría a su creación una ruptura de Constitución tal que 
          por ese agujero negro entrase el fantasma de la destrucción total.
           ¿Debía Dios por 
          amor a sus hijos permitir que el Mal y el Bien conviviesen, que 
          el terror y la libertad, que la Paz y la Guerra fuesen las dos 
          caras de su Rostro?  En absoluto. El que quiere el Mal, con el Mal 
          se encuentra; el que ama el Bien y lo hace, con el Bien le paga 
          quien hizo del Bien, puestos ya en el Dilema, su Norte y su Bandera.
           Por consiguiente, no es del que 
          quiere ni del que corre, sino de Dios, de quien tiene misericordia.
           Efectivamente, 
          más allá del dolor por la Caída, la propia Creación puso sus ojos 
          en Dios y fue el propio Dios quien fue condenado por su Casa, 
          por cruel y déspota contra unos hijos a los que no les permitió 
          el placer de jugar a ser dioses, inviolables e inmunes frente 
          a las consecuencias de sus actos. Alzar Dios su Bandera y su Estrella 
          en las tinieblas de la Confusión que la Ignorancia en la que hundiera 
          la Caída a nuestro Pueblo, devino Prioridad. Tanto para que sus 
          hijos no de nuestro Pueblo hiciesen su elección final cuanto para 
          que procediéramos nosotros a otro tanto.
           Porque dice la escritura al faraón: 
          “Precisamente para esto te he levantado, para mostrar en tí mi 
          poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra”.
           Las circunstancias 
          impuestas por la necesidad Dios puso en escena un Proyecto de 
          Formación del Hombre dentro de un Plan de Salvación Universal 
          que al Principio no figuró en ninguna parte. Si al principio la 
          Naturaleza y el Universo servían a su Creador para despertar en 
          la inteligencia humana el destello de su potencia, una vez roto 
          el Proyecto original, la acción divina hubo de labrar su camino 
          por las aguas de un mundo cada siglo y milenio más cerca del abismo 
          de su destrucción. Forzado a concentrar su acción en una parte 
          en detrimento del todo su puesta en escena debía dar lugar a los 
          efectos más contundentes. Como se viera, cual nos dice el Autor, 
          en el desarrollo de los acontecimientos de los que fueran protagonistas 
          Moisés y el Faraón. La parte del hombre en tanto que individuo 
          quedó relegada a la Formación del hombre en cuanto Género, razón 
          por la cual dice San Pablo:
           Así que tiene misericordia de quien 
          quiere y a quien quiere le endurece.
           No podía ser de 
          otra forma. Una vez declarada la Tierra campo de batalla entre 
          dos formas de concebir la Vida y el Universo, y siendo los enemigos 
          en estado de Guerra el mismo Dios y una parte de su propia Casa, 
          atrapado el Hombre en el fuego cruzado sobre una tierra de nadie 
          que era la suya sin embargo, la complejidad de la Omnisciencia 
          Salvadora no podía detenerse en las propiedades del individuo 
          en tanto que individuo y por fuerza y lógica debía mirar al Todo 
          en preferencia a la Parte. El Hecho de escribir la Historia del 
          Futuro implicaba la dirección del conjunto escénico en su totalidad, 
          la Mente siempre puesta en la Esperanza de Salvación Universal 
          desde la que el Guión comenzara a ser escrito.
           Pero me dirás: Entonces, ¿por qué 
          reprende? Porque ¿quién puede resistir su voluntad?
           Ciertamente nadie. 
          Pero de hecho la resiste todo el que quiere. A causa de la Ignorancia, 
          se entiende. Y este entendimiento referido a nuestro Pueblo. Es 
          evidente que la Casa Rebelde se opuso a su Voluntad con pleno 
          conocimiento de causa, razón por la que el Juicio Final contra 
          los hijos rebeldes es el Destierro eterno de la Creación de Dios. 
          Lo cual no quita que una vez conocida toda la verdad la raza humana 
          esté capacitada para resistir su voluntad y seguir el ejemplo 
          de los demonios en desprecio al de Cristo. Resistir, con todo, 
          no quiere decir vencer; simplemente quiere decir elegir ser perdedor 
          con los perdedores. La sola idea de enfrentarse a Dios es demencia. 
          Y la sola esperanza de cerrarle el paso a su Voluntad es locura 
          al cuadrado. La cuestión se centra en conocer esa Voluntad para 
          no encontrarse en la ignorancia delante y debajo de sus piernas, 
          cosa que le incumbe a quien le interesa y a las Iglesias sin excusa 
          de ninguna clase. Pues el mismo que dijera: “Si comes, morirás”, 
          dijo más tarde: “Todo reino y casa en sí dividida será destruida”, 
          y siendo el cristianismo y las Iglesias el reino y la casa de 
          Dios en la Tierra únicamente a un demente se le ocurriría pensar 
          y creer que por ser Casa y Reino de Dios la Ley dejaría de seguir 
          su curso. El demonismo consistió y consiste en creer que la Ley 
          no seguirá su curso en razón del parentesco entre el Juez y el 
          Delincuente. No le conviene al Cristiano seguir ese ejemplo, como 
          se ve por los hechos.
           ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para 
          pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice el alfarero: Porqué me has hecho 
          así?
           Y, con todo, vemos 
          que la Desobediencia en la Ignorancia estaba escrita. No una sino 
          dos veces. Primero en carne y luego en Espíritu el mismo que dijera 
          que el Enemigo sembraría su semilla maldita en su Reino, insistió 
          en ello al profetizar una fecha para el comienzo de esa actividad 
          maligna. Al final del Primer Milenio, según consta en el Libro.
           ¿Por qué, entonces, 
          conociendo Dios que de liberar al Diablo se produciría esa Siembra 
          liberar al Enemigo de su Reino y Casa? ¿No hubiera sido infinitamente 
          más sabio, conociendo de antemano que la Liberación del Diablo 
          produciría la división de las iglesias, mantener bajo cadenas 
          al Enemigo del Cristianismo hasta el Día del Juicio Final? ¿Qué 
          contradicción es ésta?
           ¿Por qué conociendo 
          la naturaleza falible del hombre, ya demostrada en el Edén, y 
          no habiendo sido eliminada la ignorancia de la Fe, volvió a liberar 
          a la Serpiente? ¿Sabiendo que existiendo un Mandato de Unidad 
          Cristiana Universal el Diablo se lanzaría directamente, mediante 
          la Desobediencia, a destruir de la Obra de Jesucristo: por qué 
          Liberar al Sembrador Maligno?
           ¿No es un terrible 
          misterio el que venciendo al Enemigo y apartándolo de la escena 
          se le deje libre luego para desfogar su impotencia contra la Casa 
          construida por el Vencedor entre las naciones de la Tierra? ¿Se 
          debe inferir de aquí -como hicieron Calvino y su raza- que Dios 
          mantiene esa injusticia por la que antes de hacer ni bien ni mal 
          es condenado el hombre y en consecuencia la muerte del condenado 
          es legítima a manos de los bendecidos por una elección todopoderosa 
          no sujeta a justicia?
            ¿Qué clase de sabiduría sino la de un demonio 
          puede alzarse para imputarle a Dios la muerte de sus criaturas 
          y en nombre de esa injusticia que procede del Poder y no de la 
          Ley alzarse como brazo ejecutor de un pueblo abandonado a sus 
          fuerzas? ¿Qué doctrina sino la de un enemigo de Cristo puede atreverse 
          a condenar a una parte de la Casa de Dios para justificar su desobediencia 
          al Mandato Divino en la conducta corrupta que procede de la Ignorancia 
          de esa parte causante con su conducta impropia del delito de Desobediencia 
          de la parte que condena?
           ¿Un Dios que condena 
          y salva cuando la criatura no ha hecho ni bien ni mal no es un 
          demonio? Y con todo es verdad que Dios amó a Jacob y odió a Esaú 
          cuando éste aún no había hecho ni bien ni mal, como dice nuestro 
          Apóstol. Ahora bien:
           ¿O es que no puede el alfarero hacer 
          del mismo barro un vaso para usos honorables y otros para usos 
          viles?
           Hay dos mundos, 
          hay un Antes y un Después. De una Ignorancia absoluta, total, 
          pasamos, en cuanto género humano, a una Ignorancia relativa, parcial. 
          De manera que aplicarle la ley Antigua al mundo Nuevo surgido 
          de la Resurrección de Jesús es aborrecer lo que Dios hizo y hacer 
          de la Ignorancia absoluta anterior a Cristo la Sabiduría suprema, 
          máxima desde cuyos axiomas anticristianos -por antiguos- refundar 
          el Cristianismo. Obviamente y sujeta la Fe a la Ignorancia, en 
          razón de lo cual dijera San Pedro, hablando de la fe: “Vuestra 
          fe, que se corrompe”, el Plan de Salvación Universal del Género 
          Humano seguía sujeto a las circunstancias no implícitas en el 
          Proyecto Original, y de aquí que la creación del futuro implicase 
          una constante dirección suprahumana, es decir, pasando por el 
          ser humano, en dirección al Día de la Libertad, cuando todas las 
          naciones serían liberadas de la servidumbre de la corrupción, 
          y por tanto de la Ignorancia. Pero el hombre en cuanto hombre 
          la parte que vive es la del Cristiano, o sea, la comprensión en 
          la incomprensión. ¿Porque dónde está quién sea capaz de abarcar 
          la profundidad y la extensión de la Actividad Divina?
           Pues si para mostrar Dios su ira 
          y dar a conocer su poder soportó con mucha longanimidad a los 
          vasos de ira, maduros para la perdición,
           La Historia del 
          cristianismo en, en consecuencia, el Descubrimiento del Dios que 
          dijera “Yo soy el que soy”. Y para ello Dios mueve su creación 
          entera a fin de llevar a su criatura al Conocimiento Verdadero 
          de su Ser. No basta conocer sus Atributos, sus omnipotencia, su 
          todopoder, su omnisciencia…que se pueden deducir de su obra material. 
          Dios no es únicamente Poder e Inteligencia. Dios es Ser. Y el 
          ser implica el "”Yo soy”. “Yo” que conduce a la Personalidad, 
          es decir, a la declaración del Sujeto en cuanto Personalidad consumada. 
          En fin: “Yo soy el que soy”. Y será el descubrimiento “del que 
          es” el Norte hacia el que la Civilización Cristiana hará su camino. 
          Y hará “del que es” la Gloria del Hombre.
           Y al contrario, quiso hacer ostentación 
          de la riqueza de su Gloria sobre los vasos de su misericordia, 
          que El preparó para la Gloria,
           Descubrir por 
          qué “el que es” es la Gloria del hombre, se puede decir, es la 
          meta final en la raíz del ser cristiano. No olvidemos que el mismo 
          que es Gloria para Cristo es Infierno para el Diablo. Ni tampoco 
          cerremos los ojos a la Realidad, que los mismos Apóstoles, así 
          como su Maestro, fueron siervos del mismo que descubrió su Lado 
          Fuerte y Duro en el pueblo judío, y, por tanto, en cuanto siervos 
          son para nosotros lección viva sobre ese YO Divino contra el que 
          se estrellaran las fuerzas de la Muerte. Y si en el pueblo judío 
          descubrió su Lado Duro y Fuerte, en el pueblo cristiano vino a 
          mostrar su Rostro Paterno y amante de sus hijos y sus pueblos, 
          por amor a los cuales no reprime su Brazo y su Voluntad cuando 
          el Bien de todos así se lo pide. Demostrando en Cristo y sus Hermanos 
          en el espíritu que si el Mal tiene en su YO un Muro insalvable, 
          una Roca indestructible contra cuya solidez se estrella el Infierno; 
          para el Bien su Yo es un sol que se derrama en agua viva, haciendo 
          renacer los desiertos y levantando a los condenados a perecer 
          en las fauces de las tinieblas al esplendor de quienes han nacido 
          para ser más que Inmortales, ¡eternos!
           Es decir, sobre nosotros, los que 
          El llamó no solo de los judíos, sino también de los gentiles…
           Duro fue el camino 
          de la Caída a la Redención. La descendencia de aquel Primer Hombre, 
          según el espíritu de Dios, lo mismo que el mundo del que fuera 
          Cabeza, en cuanto Alma Viviente de su Cuerpo, el Género Humano 
          vivió cuatro milenios de pesadilla ininterrumpida. Después de 
          haber sido negada, la Memoria Perdida de aquel Mundo ha sido redescubierta 
          en parte en nuestros días. Semejante a una columna vertebral para 
          una Historia Universal, la Historia del Pueblo Hebreo ha devenido 
          para todos nosotros la Huella Imperecedera de la Actividad Divina 
          a lo largo de esos Milenios. Su Consumación en la Apertura del 
          Nuevo Plan de Formación del Género Humano es lo que llamamos Origen 
          del Cristianismo, cuya Semilla es Cristo Jesús, Roca Invencible 
          e Indestructible a partir de la cual Dios refundó su Casa entre 
          las naciones de la Tierra.
           Como dice en Oseas: “Al que no es 
          mi pueblo llamaré mi pueblo, y a lo que no es mi amada, mi amada”.
           No era algo que 
          Dios escondiera en algún rincón de su Mente, sino que lo anunció 
          continuamente a lo largo de los siglos. Dios no renunció a su 
          Criatura Humana. Le fue arrebatada de las manos en un Acto de 
          Rebelión, con declaración de Guerra formal firmada sobre la sangre 
          de su hijo Adán. Pero siendo Ley su palabra y habiendo quedado 
          paralizado su Proyecto Histórico Universal nada ni nadie podría 
          impedir que el Fin para el que fuera creado al Principio el Género 
          Humano se consumase. La Ignorancia obligaba, y los hijos del Trasgresor, 
          a salvo temporalmente del peso del delito de su padre carnal, 
          tendrían que sufrir igualmente el peso de la condena que sobre 
          todas las naciones del género humano atrajo con su Desobediencia 
          el padre original de Abraham. Mas para que hubiese condena, habiendo 
          Ley, debería darse un Delito a raiz del cual la palabra cobraría 
          carne.
           Y donde fue dicho: “No sois mi pueblo”, 
          allí serán llamados hijos de Dios vivo.
           ¿Fue o no fue 
          un delito crucificar a Jesucristo? ¿Y perseguir a muerte, este 
          Saulo de Tarso, para la eternidad San Pablo, el testigo más firme 
          de las tres soluciones finales que los judíos dictaron contra 
          los primeros cristianos, no fue un delito contra el Cielo y la 
          Tierra? ¿Y no fue éste un delito anunciado a voces por sus propios 
          profetas?
           E Isaías clama de Israel: “Aunque 
          fuera el número de los hijos de Israel como las arenas del mar, 
          sólo un resto será salvo,
           Delito contra 
          el que se anunciaba la condena. ¿O es que acaso se salvaron muchos 
          de la destrucción de Israel por el imperio romano?
           Porque el Señor realizará sobre 
          la tierra su palabra cumplidamente y pronto”.
           Tan pronto como 
          se cometiera el delito, se entiende. Rapidez de la que volvemos 
          a deducir que la Ley es eterna y su Trasgresión es juzgada según 
          Justicia. Justicia incorruptible de la que el cristianismo debe 
          sacar la lección al caso, a saber, que de darse con conocimiento 
          de causa la Desobediencia contra la Unidad Universal pedida por 
          el Mandato, el Cristianismo en cuanto Reino y casa de Dios en 
          la Tierra, será destruido.
           Y según predijo Isaías: “Si el Señor 
          de los ejércitos no nos dejara un renuevo como Sodoma hubiéramos 
          venido a ser y a Gomorra nos asemejaríamos”
           Y en este caso, 
          no mediando profecía, esa destrucción sería absoluta.
           
           
           LIBRO 
          TERCEROPARTE 
          DOGMATICA : III
           
 
 
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