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EL EVANGELIO DE CRISTO
LIBRO SEGUNDO
PARTE
DOGMATICA : II
El cristiano,
unido a Cristo
Fue San Pedro quien hablando
de San Pablo dejó clara la dificultad natural a la hora de la
interpretación de la inteligencia sobrenatural de San Pablo. Nada
anormal. El espíritu de profecía en el que participaron todos
los Apóstoles se enriqueció con el espíritu de inteligencia que
Dios derramara en el hasta hacía poco perseguidor de cristianos,
desde el punto de nuestra justicia actual: autor de un severo
crimen contra la humanidad. Es cierto que este delito permanece
vivo en ciertos regímenes del planeta donde el hecho de ser cristiano
es causa suficiente de persecución, cárcel y ejecución. Arabia
Saudita, Sudán, China, en este terreno son la resistencia anticristiana
más palpitante, acosando, destrozando, asesinando.
En este capítulo concreto San
Pablo tiene en mente la terrible persecución anticristiana que
en breve Roma iba a desatar. La causa específica que le permitiría
al Imperio violar su ley de libertad religiosa no podía San Pablo
definirla, pero que el Imperio estaba presto a golpear y dar un
giro brusco en su política religiosa, que haría del cristianismo
el enemigo público número uno de los Césares, esta visión le era
tan cierta como que no podía especificar cuál sería el detonante
de ese giro de tuerca.
Desde el futuro es fácil ver
las cosas. Todos sabemos que el Incendio de Roma fue el gatillo
que soltó la bala. Qué parte tuvo en el bulo neroniano de haber
sido los cristianos los autores el bulo judío esparcido en Jerusalén,
la primavera del mismo año, de haber sido los cristianos los autores
del Incendio de la Ciudad Santa, qué parte tuvo un Incendio con
el otro es algo en lo que no entraremos pero que echando mano
de la biohistoria se puede enlazar y ver el Incendio de Roma como
la lógica sucesión del Incendio de Jerusalén.
Si con el primero los judíos
y puesto que se vieron impotentes para asesinar el presente quisieron
matar el futuro, alguien creyó poder hacerlo, matar el futuro
del Cristianismo, aprovechando la locura de los Césares. No olvidemos
que la comunidad judía en Roma había tenido una presencia tan
alarmante como para empujar al César de turno a tomar la medida
de librarse de su influencia mediante su destierro de la capital.
Imposible no ver en el odio judío contra el cristianismo en la
capital del Imperio el origen de los tumultos que diera lugar
al decreto de destierro de los judíos de Roma, incluyendo el legislador
en su ignorancia en el mismo saco a cristianos y judíos.
Aquel decreto abrió la necesidad
de un Concilio de los Apóstoles a fin de enfocar el futuro del
reino de Dios en la Tierra desde el enfrentamiento a muerte que
habría de sucederse a la vuelta de la esquina. En esta ocasión
los acusadores habían sufrido ellos mismos el efecto de su maldad,
pero en una próxima ocasión las consecuencias darían origen al
anticristianismo imperial más virulento.
Reunidos en el 49, para enfocar
la resistencia y edificar la victoria final, del Primer Concilio
Católico, Cristiano y Apostólico nació la estructura jerárquica
universal con los Obispos como columnas de la Fortaleza Divina
contra cuyos muros el Infierno lanzaría todas sus fuerzas.
Cuando San Pablo escribe esta
Carta el día del traspaso de poder de los judíos a los romanos
estaba a punto de realizarse. Con este futuro y su tragedia inmensa
pendiente en el aire, el Apóstol le escribe a los Romanos estos
capítulos donde, hasta donde hemos visto, toda su preocupación
se centraba en fortalecer la fe del pueblo destinado al matadero
y encender el fuego de la esperanza con la promesa de vida eterna
que les había hecho el propio Dios y Padre de Jesucristo.
Aquéllos que en el futuro, llámense
Lutero o cualquier otro nombre, manipularon el espíritu de esta
Carta para apoyar sus versiones subjetivas sobre la Fe y su naturaleza,
la Iglesia y su sobrenaturaleza, semejantes hombres cometieron
una terrible equivocación, y quienes les dieron orejas un terrible
error de inteligencia, demostrándose con el error y la equivocación
en su base lo que dijera San Pedro hablando de San Pablo, que
el espíritu de inteligencia de San Pablo procedía del mismo Dios
y sin ese espíritu la dificultad de interpretación era invencible.
Nosotros, como quien ha vencido lo imposible, nacidos para ser
invencibles según la Promesa: “Tu descendencia se apoderará de
las puertas de sus enemigos”, repetimos las palabras del Apóstol:
¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia?
Y recordamos para vergüenza
y humillación de todos quienes faltos de sabiduría confesaron
con su autor las siguientes palabras: “Sé pecador y peca fuertemente,
pero confíate y gózate con mayor fuerza en Cristo, que es vencedor
del pecado, de la muerte y del mundo. Mientras estemos aquí abajo,
será necesario pecar; esta vida no es la morada de la justicia,
pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos nuevos y una tierra
nueva en los que habita la justicia”- Palabra de Lutero. ¿Qué
decir? ¿Cómo excusar lo inexcusable? El hombre que niega a Pablo
con semejante declaración para seguidores del infierno edifica
su gloria sobre el propio Pablo mediante la manipulación diabólica
de su Inteligencia. Es el propio San Pablo quien le responde a
quien usó su gloria para edificar la suya propia. El que tenga
orejas que escuche:
De ningún modo. Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él?
Si el pecado es adulterar, robar,
envidiar, condenar, hacer gala de falso juicio, adorar a dios
o mortal... y por el pecado fue destruido Adán ¿bajo qué concepto
o patrocinio excepto el del propio Diablo puede un hombre que
a sí mismo se llama cristiano negar la Doctrina del Espíritu Santo
y afirmar sobre la negación de la Sabiduría Divina la locura humana
propia? ¿Acaso no murió una vez y para siempre Cristo por la remisión
de todos los pecados cometidos antes del Bautismo? ¿Quién remitirá,
pues, los pecados cometidos después del Bautismo? ¿No es esto
convertir el cristianismo en el judaísmo contra el que se levantara
Cristo por esta misma doctrina? Porque el judío pecaba y pecaba
y pecaba pero le bastaba comprar un cordero, sacrificarlo y quedar
absuelto. Lutero, infinitamente más listo, pecaba y pecaba y pecaba
pero no tenía que pagar nada, porque la preciosa sangre de Cristo
todos los pecados limpiaba. Hurra, ¡Heil Lutero! No menos diabólica,
digamos en descargo del pueblo alemán, era la doctrina del Vaticano
de esos días, que vivía exactamente del pecado pero cobrando en
metálico... sin necesidad del engorro de matar bichos. Era hasta
cierto punto natural que el pueblo alemán y sus vecinos encontraran
en la doctrina absolutoria del pecado, enemigo imposible de vencer,
una teología infinitamente más graciosa, puesto que les procuraba
el mismo fin sin tocarles la bolsa. Ahora bien, nada de esto tiene
que ver con la Carta a unos Romanos a dos pasos de la Gran Persecución.
Sacar de este contexto histórico y manipular el texto injertándolo
en otro contexto, que es la acción ejecutada por Lutero al fundar
su teología del pecado y la salvación sobre esta Carta, será la
acusación contra la que tendrá que defender Lutero su alma en
el día del Juicio Final. Nosotros sigamos adelante y confesemos
con el Autor su declaración:
¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados
para participar en su muerte?
Independientemente de la apología
del Mandato: “Sed santos porque yo soy santo” que toma en sus
manos San Pablo, apología eterna, independientemente del tiempo
y del lugar, apología que reduce a miseria de una mente fracasada
la confesión luterana arriba citada, porque arroja la toalla y
se entrega al pecado que no puede vencer, así negando a Dios que
ha puesto la santidad a nuestro alcance, dando por locura la Sabiduría
Divina que pretende la santidad de quien ha de convivir con el
pecado “mientras existan estos cielos y esta tierra”, ¡amén!.
Independientemente pues de la sobrenaturaleza heredada por el
Cristiano, esa misma sobrenaturaleza que lo hace vencedor del
pecado, sobrenaturaleza que a los Romanos les recuerda San Pablo
como quien ha visto su propio martirio y para nada se acobarda
ni huye ni se entrega a sabidurías justificadoras de lo que hubiera
sido injustificable, su huida del testimonio Sagrado reservado
a los Santos del Primer Siglo. Independientemente de esta apología
San Pablo hace de ella Necesidad y les recuerda a los Romanos
que si habían sido predestinados para morir la Muerte de Cristo
también habían sido llamados a compartir su Gloria sempiterna.
En efecto:
Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte,
para que como El resucitó de entre los muertos por la Gloria del
Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
No hay mayor refutación de la
confesión de renuncia a la victoria sobre el pecado declarada
por Lutero que esta sencilla sentencia apostólica del santo de
nuestra devoción. Y es que quien vive la Fe en el pecado por el
que el hombre es desechado y llamado a Juicio no sólo aborrece
a Cristo sino que si en vida no ha sabido seguir su ejemplo ¡cómo
a la hora de la Verdad le seguirá hasta el Testimonio Supremo
del Martirio!
Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también
los seremos por la de su resurrección.
En esta Esperanza Sagrada los
Apóstoles vivieron y caminaron hacia el Matadero al frente de
los Primeros Cristianos. De manera que todo hombre duerme, al
morir, en espera de la Voz que levantará a los muertos a Día de
Juicio, pero ellos alcanzaron la Gloria de su Maestro y según
fueron siendo sacrificados para este mundo fueron naciendo para
el Mundo del que bajó el Hijo, nuestro Rey sempiterno, Jesucristo.
Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido
el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado.
Y de nuevo, de la Esperanza
a la Fe. La Fe y el Pecado son el fuego y el hielo, Cristo y el
Diablo. No hay ninguna posibilidad de convivencia entre la Luz
y las Tinieblas. La doctrina luterana enmarcada arriba es una
violación de la Doctrina Divina. Violación connatural al Papado
y a los Patriarcados de su tiempo. No seamos indulgentes con unos
por cierto delito y absolvamos por el mismo delito a otros. La
Justicia Divina no hace acepción de personas. Tanto, que estando
vigente la Ley de Moisés, habiendo nacido bajo su imperio, su
propio Hijo hubo de sufrir su pecado contra la justicia de la
Ley de Moisés, que condenaba al madero a todo hijo de hebreo que
osare dar por anulado el Pacto del Sinaí y procediera a uno Nuevo.
Es lo que hizo Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, hijo de
Adán.
En efecto, el que muere queda absuelto de su pecado.
Pero muriendo para que se cumpliera
la Ley la ejecución de Cristo fue el último acto de la Justicia
nacida de aquel Pacto Antiguo. Su ejecución realizó el Sacrificio
Expiatorio Universal por el que el Templo había sido erigido.
Resultando de la Caída del Muro de la Enemistad entre Dios y la
Plenitud de las Naciones el nacimiento de un Pacto Nuevo. Por
este Pacto Nuevo todo hombre muere para volver a nacer a una nueva
vida, creada a imagen y semejanza de Cristo. Por lo que dice en
otro sitio el Apóstol “Cristo, que es nuestra vida”. Siguiendo
a su Maestro: “El reino de los cielos está en vosotros”. De lo
que se entiende que Cristo vive en nosotros, en quien tenemos
nuestra vida. Y en cuyas manos se encuentra nuestra muerte. Y
si la nuestra, ¡cuánto más la de aquéllos predestinados a compartir
su Sacrificio! Guiados al matadero, todos corderos inocentes.
Así que:
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos en El;
Lo contrario, vivir en Cristo
y vivir en el pecado es irracional, animal, propio de doctrinas
incubadoras de monstruos. ¿O acaso, y aunque era hijo suyo Satán,
según se lee en el libro de Job, Dios pudo admitir en su vida
semejante petición de convivencia entre el Cielo y el Infierno?
Nacidos de nuevo a la vida eterna en la esperanza de la Fe de
Cristo Jesús, nuestro modelo sempiterno, el pecado y el miedo
ya no tienen parte en el Cristiano. Por lo que sin miedo se atreve
a decir San Pablo:
Pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la
muerte no tiene ya dominio sobre El.
Por lo tanto quien vive por
la Fe y la Esperanza del que tiene en Cristo su vida ni puede
admitir el pecado ni acobardarse ante el peligro de la Muerte.
El Cristiano no muere, resucita a la manera que el propio Cristo
a la vida de Dios.
Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive
para Dios.
Ahora bien, San Pablo vuelve
al principio, “sed santos porque yo soy santo”, que es el fin
de la Fe y el Principio de la resurrección gloriosa de quienes
habían de ser conducidos al matadero por el Imperio en breve tiempo.
Recalcando siempre el punto de la doctrina apostólica universal
en boca de todos los Discípulos de Jesús esparcidos por todas
las tierras del Imperio, San Pablo proyecta su visión de la Gran
Persecución que se avecinaba sobre la mente de los Romanos, prepara
el espíritu de los hermanos de Roma para la Hora de la Verdad
que se cernía sobre ellos. Nada les decía de nuevo que no supieran,
el mensaje que entre sus líneas iba secretamente abrazado a sus
corazones era el verdadero tesoro por el que esta Carta brillaría
por lo siglos hasta el final de los tiempos
Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios
en Cristo Jesús.
En fin, el que con Lutero quiera
pecar que peque.
El servicio
del pecado y el de Dios
Parece evidente que quien predica
una doctrina sea el primero en aplicarse el cuento y desde la
felicidad producto de su práctica el fruto de su veracidad sea
el alimento de aquéllos a quienes su doctrina es predicada. Lo
contrario, creo, lo llaman hipocresía. Que los romanos de las
generaciones futuras que le sucederían a la generación en mente
del autor de esta Carta, y especialmente sus jefes espirituales,
hicieran de la hipocresía el modus vivendi natural a la iglesia
romana, verdad de la que dan cuenta siglos enteros de crímenes,
robos, y perversión absoluta de la naturaleza del sacerdocio cristiano,
esta verdad no debe cegarnos a la hora de ver con los ojos de
la inteligencia la calidad cristiana de la generación romana a
la que San Pablo le abrió su mente en esta Carta. Recordemos que
criado en el judaísmo ortodoxo más fariseo el abismo revolucionario
que el evangelio abrió entre judíos y cristianos, y entre cristianos
y paganos, en nadie mejor que en un ex perseguidor de hijos de
Dios podía encontrar su verdadera dimensión escatológica. Si para
nosotros la definición de lo que la concupiscencia sea es un campo
con límites imprecisos para un teólogo cristiano de origen judío
esa definición no podía ser más precisa, exacta y definitiva.
Establecido en los anteriores capítulos lo que el pecado es en
este nuevo capítulo el autor da un paso hacia adelante y descubre
la relación de esclavitud entre el pecado y el pecador, figurando
el pecado como amo y el pecador como siervo. Si la libertad humana
es un objetivo que le corresponde a la Sociedad, la libertad cristiana
es una meta dejada en las manos del Individuo.
Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus
concupiscencias;
Pero el pecado es, y siempre
lo ha sido, un acto cometido en la ignorancia sobre el origen
y el efecto final causado por su realización. Lo dijo Jesucristo
en su Cruz, “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y lo repitió
el mismo San Pablo más tarde, diciendo: “Si hubieran conocido
al Señor no lo hubieran crucificado”. Desde las distancias infinitas
que nos separan de aquéllos días nosotros estamos preparados para
afirmar que el pecado es una ofensa voluntaria contra Dios. “Cometo
adulterio no por el adulterio en sí, sino como forma simbólica
de escupirle a Dios en la cara. Mato, no por matar, sino para
mostrarle a Dios el aborrecimiento que siento por su persona y
obra”. Obviamente no podemos decir que el ser humano se haya encontrado
hasta nuestros días en esta disposición cognoscitiva. Sí sabemos
que la rebelión de los hijos de Dios procede desde esta voluntad
libre que tiende a ofender a Dios mediante el aborrecimiento de
su creación. La concupiscencia, en este orden, es el efecto sobre
la naturaleza humana de milenios encadenados a un comportamiento
demoníaco contra la voluntad del propio ser humano. Es un comportamiento
que heredamos de nuestros padres, y contra el que nuestro deber
es luchar desintegrando esa herencia en nuestra propia carne,
de manera que seamos los últimos de la línea, y a partir de nosotros
comience una descendencia libre de semejante legado antinatural.
Desde la ciencia se llama comportamiento heredado.
ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos
más bien a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y
dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
El fin de este comportamiento
antinatural heredado desde las circunstancias de esclavitud a
que ha estado sujeta la Humanidad es la perpetuación de semejante
leyenda no humana. Los siglos y los milenios operando sobre una
misma línea genealógica imprimen una conducta interna que se sucede
en el tiempo. Vemos en la humanidad actual en qué manera millones
de criaturas cuyos árbol genealógico ha estado sujeto a religiones
esclavistas aún cuando se les ofrece la libertad permanecen en
esos estados paternos que desde la muerte los reducen a la condición
de criaturas inmundas (casta de los Intocables en el Hinduismo,
por ejemplo). El culto a los muertos, sean patrios o ajenos, santos
o simplemente considerados santos, es, desde esta realidad divina,
una ofensa contra quien ha hecho de la Vida el Origen de la Libertad.
Es nuestra responsabilidad suprema nacer a la Libertad de la Justicia
Divina, romper las cadenas de las tradiciones y tener por Estrella
del Futuro la Luz de la Vida. Todo hombre muerto sirvió a un propósito
centrado en un Plan Eterno, pero el Viviente debe hacer su Camino
y no arrodillarse ante el que hicieron quienes hicieron el suyo.
Sus vidas son ejemplo de voluntad invencible y obediencia sin
condiciones, pero como ellos no pueden vivir nuestra quien vive
la vida de ellos renuncia a la libertad y se hace esclavo de la
Muerte, aunque ésta se vista de vida. Sólo pues a Dios se le puede
ofrecer la vida y quien a otro se la ofrece se hace esclavo de
ése ante quien se arrodilla. Cabeza y cuerpo ambos son juzgados
por el mismo delito por en cuanto habiéndole dado Dios a su Creación
Viva una Cabeza sempiterna, su Hijo, la renuncia a formar parte
de su Cuerpo, materializada en juramento, es rebelión contra la
Sabiduría de su Padre Eterno. Rebelión hecha en la ignorancia,
hemos dicho al principio, pero que una vez desintegrada la ignorancia
por la luz de la inteligencia deviene demoníaca por la ofensa
voluntaria y libremente asumida que supone darse por cabeza Alguien
que no es el Hijo de Dios.
Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo
la Ley, sino bajo la gracia.
¡Y es que siendo santa la Cabeza
cómo su Cuerpo podría estar bajo la ley del pecado! Obra es del
Eterno Padre de Jesucristo, para gloria Suya y Salvación de toda
su Creación. Y lo contrario, que un hombre se proclame Cabeza
de la Iglesia o del Pueblo de Dios es una rebelión abierta contra
la Gloria del Unigénito. Rebelión cometida en la ignorancia y
por tanto sujeta a la gracia. Pues bajo ningún concepto podemos
juzgar a una Humanidad que ha estado sujeta a la corrupción en
razón de un Plan de Salvación en cuyo Origen estuvo la Reestructuración
del Reino de Dios y la Reconfiguración de su creación entera.
¡Pues qué! ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia?
De ningún modo.
Y sin embargo las obras hechas
en la oscuridad del momento están condenadas a extinción bajo
la luz del día. La Gracia nos fue dada y se derrama en la Humanidad
para operar en el hombre las fuerzas necesarias que supone la
conquista de la propia naturaleza a la imagen y semejanza de Dios.
Sin cuya Gracia el hombre no puede vencer las consecuencias de
sus pecados. Ahora bien, la Fe sin la Inteligencia de todas las
cosas se corrompe, según está escrito: “Para que vuestra fe, probada,
más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por
el fuego”. Verdad que no necesita demostración de ninguna clase,
al menos entre quienes tienen ojos para leer.
¿No sabéis que, ofreciéndoos a uno para obedecerle, os hacéis esclavo de aquél
a quien os sujetáis, sea del pecado para la muerte, sea de la
obediencia para la justicia?
En efecto, quien da su obediencia
a otro hombre se hace esclavo de sus intereses y el poder del
pecado actúa en él a través de la concupiscencia para producir
en él obras de muerte. De lo cual la Historia del Cristianismo,
por no meternos en profundidades universales, está llena de ejemplos.
El Hijo de Dios vino a liberarnos de toda esclavitud, mediante
la unión a su Espíritu en cuanto Cabeza y Cuerpo. De tal manera
que siendo Él el espíritu de la Libertad en persona ni ahora ni
nunca nadie pueda sujetar nuestra voluntad y obediencia a otro
que no sea el mismo Dios, su Padre. Siendo miembros del Cuerpo
de su Hijo es Dios quien nos mueve a todos acorde a su Infinita
Sabiduría, buscando en todos el bien de todos. ¡Bajo qué autoridad
y sabiduría hombre alguna puede reclamar para sí semejante infinito
Poder sino en la ignorancia! ¿Habiendo sido engendrados para la
Sabiduría cómo renunciar a nuestra Herencia a fin de santificar
la Ignorancia de los hombres y siervos de Cristo? ¡Cuánto menos,
se entiende, darle crédito alguno a las sabidurías de los demás
hombres!
Pero gracias sean dadas a Dios, porque, siendo esclavos del pecado, obedecisteis
de corazón a la norma de doctrina que os disteis, y, libres ya
del pecado, habéis venido a ser siervos de la justicia.
Ciertamente el elogio de San
Pablo a los Romanos que habrían de seguirle al matadero del circo
de los Césares hizo honor a la Palabra de Aquel que los llamara
al martirio. “Lo que el Padre me ha dado es lo mejor”, los ojos
puestos en sus Discípulos confesó Jesús en público. Nosotros,
vista la cosecha, nos atrevemos a decir: No sembró Dios su Palabra
en carne de hipócritas.
Os hablo al modo humano en atención a la flaqueza de vuestra carne. Pues bien,
como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y
de la iniquidad, así entregad vuestros miembros al servicio de
la justicia para la santificación.
La llamada a martirio y el anuncio
de la Hora de la Verdad a las puertas no puede ser más directo.
¿No se ha dicho siempre que el héroe no se hace por falta de miedo
sino por ser valiente y superarlo? ¡Quién culpará a aquéllos hijos
de Dios, de la descendencia de Abraham, de sentir en sus carnes
el horror por el que habrían de pasar! ¡Y con qué gloria no iba
Dios a recompensar a quienes liderarían su Rebaño al matadero,
con su sacrificio levantando la Imagen del Hombre delante de toda
su creación! ¡Cómo dudar que el Hijo subiera a la Cruz! Quien
tenía el Poder de resucitar a los muertos no tenía nada que temer
nada de la Muerte. La Duda que pesaba en la creación era: ¿pero
y los hombres, superarían el miedo a la Cruz, tanto más horrorosa
y terrible su visión cuán libres de todo delito estarían los llamados
a superar esa prueba? San Pablo no duda, no se deja vencer, y
no sólo no se amilana sino que da esperanza, fortalece, anima
y se pone en primera fila. Cuando la Hora sonó el Hombre daría
la cara. Es la Esperanza por la que murió Jesucristo. Esperanza
que como anunciaría el rey sabio “no se vería defraudada”. Y no
se vio.
Pues cuando erais esclavos del pecado, estabais libres respecto a la justicia.
La doctrina, el evangelio jesucristiano
de San Pablo no es improvisado ni una fabricación al caso. Sus
verdades permanecen sempiternas en su valor y su aplicación.
El mundo, independientemente
de la zona, no condena a quien sigue su ley, sino a quien tiene
por meta criticarla, perfeccionarla, darla por muerta y hacer
que su espíritu renazca de las cenizas. Mientras se sigue las
reglas de su juego no pasa nada; es cuando el valor de esas reglas
se ve con ojos despojados de la venda con la que se nos quiere
cuando comienza el verdadero show. En entonces cuando se ve la
verdadera naturaleza de las obras frutos de la justicia humana.
Muchos han sido quienes han vivido los efectos de esta oposición.
El Cristiano más que ninguno y mientras exista el mundo su espíritu
será la fuerza que mantendrá la justicia humana en crecimiento
continuo.
¿Y qué fruto obtuvisteis entonces? Aquellos de que ahora os avergonzáis, porque
su fruto es la muerte.
Es decir, el provecho propio
y no el de la Vida de todos los hombres. Muerto el hombre se acabó
el fruto de sus obras hechas en el espíritu de la ley del mundo.
Pero ahora, libres del pecado y siervos de Dios, tenéis por fruto la santificación
y por fin la vida eterna.
Dos realidades en una. El bien
de todos, yo con todos, yo para todos; y la vida eterna como meta
de las aspiraciones existenciales del Viviente.
Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna
en nuestro Señor Jesucristo.
Los
cristianos, libres de la Ley
Hasta ahora no hemos encontrado
razón que justifique la legalidad de la interpretación de ruptura
intercristiana que Lutero hallara en la Carta. Lo que sí estamos
viendo es que esta doctrina de ruptura se refiere al judaísmo
y al cristianismo. En los días de Lutero la ignorancia y el analfabetismo
de los pueblos europeos eran inmensos. Gracias a tal analfabetismo
ignorante de las clases bajas las clases cultas en asociación
malvada con las clases altas divertían al pueblo con maquinaciones
grotescas cuyos efectos repercutían sobre sus cabezas impidiéndoles
levantarlas. En el caso específico de Lutero, éste levantó la
cabeza de la clase pobre alemana para que la rica se despachase
la bandeja a placer y en la Rebelión de los Campesinos se hartase
de carne. En la última maravillosa versión de la vida de Lutero,
la versión basura que se sigue ofreciéndose al protestantismo,
un protestantismo íntimamente traumatizado por la escasa y nula
calidad cristiana de sus fundadores, el historiador hace mutis
de la famosa matanza de los campesinos, bendecida por Lutero el
Magnífico, un Lutero que llamara a cruzada terrorista a los nobles
incitándoles a estrangularlos como si se tratasen de perros, a
acuchillarlos como si se tratasen de cerdos. Es natural que unos
discípulos que descubren la maldad de su maestro y la poca semejanza
con el Modelo Divino, horrorizados por semejante palabras propias
de un demonio, siguiendo la ley del infierno en lugar de meas
culpas se juren en su ignorancia permanecer ciegos hasta el Juicio
Final y por la inmensa cantidad de ciegos que les siguen imponer
misericordia hacia ellos en el Tribunal. Yo no soy Juez, así que
allá cada cual con sus cataratas. En el Día del Juicio Final nos
veremos todos las caras.
¿O ignoráis, hermanos, hablo a los que saben de leyes, que la Ley domina al
hombre todo el tiempo que éste vive?
La ignorancia es un mal terrible
porque convierte en sabios a verdaderos monstruos y en santos
a verdaderos cretinos. Ignorancia es que te arranquen el contexto
histórico de un texto y te quedes tan tranquilo. Me imagino que
al presente ignorante es el tonto. La libertad de acceso al conocimiento
de la Historia Universal, aún en su versión amateur, la Internet,
acusa al ignorante de hoy de asesino de su propio intelecto. Al
pueblo del siglo XVI no se le podía pedir inteligencia para ver
el contexto histórico sobre cuyo cuerpo esta Carta extendió su
espíritu. Al hombre de este siglo, sí. Y se le puede juzgar por
rebelde a la naturaleza intelectual del ser humano. El Conocimiento
es nuestra Herencia, nuestro Poder, nuestra Fuerza, nuestra Alegría.
¿No está claro a quienes se dirige San Pablo, el contexto histórico
de lucha entre el Cristianismo y el Judaísmo, la delicada tensión
interna propiciada por la corriente judeocristiana contra la que
se alzó San Pablo incluso callando -descubriendo la falacia de
la Infalibilidad de la Cátedra de San pedro- a San Pedro? Cuando
habla de la Ley el hombre se está refiriendo a la Ley de Moisés.
¿O acaso para el judío había otra? ¿No fue respecto a la Ley de
Moisés que se produjo la Liberación Redentora del Género Humano?
Sabemos que el Judaísmo, impotente para destruir al Cristianismo,
se aplicó la famosa norma de “si no puedes con él, únete a él”.
En los días los Apóstoles y desde el Primer Concilio en el 49
hasta el 64-66 en que la ruptura es formal, el judeocristianismo
quiso absorber el cristianismo como medio de integrarlo finalmente
en el judaísmo. Incluso San Pedro se mantuvo bajo la Ley. Fue
San Pablo quien poniendo a Dios sobre el Jefe de los Apóstoles
operó la ruptura desde el cristianismo hacia el judaísmo. Y será
esta Ley la que será dejada atrás por la Fe. Serán los delitos
cometidos desde esa Ley, por los que el hombre se hizo merecedor
de la muerte, que la Fe extiende su Gracia y limpia el alma haciendo
nacer una nueva criatura de las cenizas de la criatura enterrada
por el fruto de los pecados cometidos bajo la Ley. Pero de los
pecados cometidos en la Fe no puede la Fe por sí sola proceder
a la absolución, porque, como San Pablo lo puso, sería volver
a crucificar a Cristo, siendo en este caso el pecador el crucificador
de su propio salvador.
Por tanto, la mujer casada está ligada al hombre mientras éste vive; pero,
muerto el marido, queda desligada de la ley del marido.
Y ligada a la ley de la libertad.
Es decir, la nueva criatura es libre para cometer aquéllos actos
por los que se hiciera aborrecible a los ojos de su Creador. Cometidos
en la ignorancia fueron absueltos por el sacrificio expiatorio
universal redentor. Con la nueva criatura desaparece la ignorancia
del pecado y viene a vida la libertad que da el Conocimiento.
El cristiano, no importa su clase social, es libre para matar,
adulterar, robar, blasfemar, dar falso testimonio, practicar brujería,
acometer todos los actos contra los que la Ley se alzara. Puede
porque tiene la libertad de poder hacerlo. Pero si el judío es
merecedor de la Gracia de la Fe porque en su ignorancia no sabe
lo que hizo, el cristiano, que sí sabe lo que hizo Dios, al acometerlos
en su libertad usa su libertad para rebelarse abiertamente contra
su Creador, y contra esta ley de la libertad no hay sangre que
valga, ni la de Cristo, que se derramó una vez y para siempre.
El argumento luterano de actuar esta Sangre sobre los crímenes
cometidos después del Bautismo fue una doctrina suicida cuyos
efectos, la división de las iglesias, descubre su verdadera naturaleza.
Que el Papado contra el que se alzara la rebelión luterana hubiera
hecho de esa doctrina infernal su modus operandi et vivendi no
justifica su legalidad, pues lo que el Diablo engendró con el
Diablo volverá.
Por consiguiente, viviendo el marido será tenida por adúltera si se uniere
a otro marido; pero si el marido muere queda libre de la Ley,
y no será adúltera si se une a otro marido.
Dos leyes muy distintas pero
que proceden la una de la otra. La Ley de la esclavitud, a la
que se sujetara el mundo judío, y la Ley de la Libertad a la que
está ligado el mundo cristiano. Desde el punto de vista de la
inteligencia de San Pablo, despreciar la Libertad y su Justicia,
por la que el pecador es absuelto por el Poder de la Confesión
Sacerdotal Cristiana, y regresar a la Ley de Moisés y su Justicia,
por la que el pecador podía cometer su delito en mente el precio
con el que habría de satisfacer su condena siempre presente, semejante
regreso al Pasado era innegociable, imposible y anticristiano.
San Pedro no sabía lo que decía ni hacía al seguir sujeto a la
Ley de Moisés aún viviendo bajo la Ley de Cristo. Tanto más verdadera
esta afirmación de su imposible infalibilidad cuanto mediante
un siervo tuvo Dios que cerrarle la boca y liberar sus manos de
aquéllas cadenas patrióticas.
Asi que, hermano míos, vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo
de Cristo, para ser de otro que resucitó de entre los muertos,
a fin de que deis frutos para Dios.
Más claro imposible. Aquella
Justicia por la que un hombre podía premeditar su delito contra
Dios y los hombres y anticiparse a sí mismo la absolución mediante
el precio estipulado por la Ley, aquella Justicia era Historia.
Una Nueva Ley entraba en acción, la Ley de la Libertad. Y para
que esta Ley opere en su plenitud asombrosa quiso Dios que unidos
todos en un mismo Cuerpo todos estuviésemos vivos por el Espíritu
de Aquél que se hizo una sola cosa con el Hombre. Y de esta manera
la Libertad engendrada tendiese por la sobrenaturaleza de la Fe
a las cosas de Dios. Obra asombrosa que sentencia las dos libertades
en pugna en los días que estamos tratando. Tanto la libertad de
la iglesia romana para asesinar, robar, practicar brujería, y
cometer toda suerte de delitos en nombre de la Iglesia Católica,
como la libertad luterana para cometer toda suerte de pecados
para la gloria de la Sangre de Cristo, tanto una libertad como
la otra del Demonio procedían. Como se verá la doctrina luterana
del pecado por la Fe y el evangelio de San Pablo son tan opuestos
como Cristo y el Diablo. Si es que no lo habeis visto ya.
Pues cuando estábamos en la carne, las pasiones, vigorizadas por la Ley, obraban
en nuestros miembros y daban frutos de muerte;
Así es. Abandonados al poder
de nuestras fuerzas naturales, hijos de una naturaleza doblegada
por milenios de lucha contra las fuerzas del infierno, era imposible,
tanto para judíos como para gentiles, que sin la Gracia del Juez
Eterno, encarnada en la Fe, pudiese el Género Humano sacudirse
el yugo de su legado. Por inercia su comportamiento era la Guerra,
la Corrupción, el Homicidio, la esclavitud y el Mal.
mas ahora, desligados de la Ley, estamos muertos a lo que nos sujetaba, de
manera que sirvamos en espíritu nuevo, no en la letra vieja.
Adoptados de nuevo por Dios,
pues que fuimos creados para ser sus hijos, la Fuerza invencible
de la Fe destierra de nuestra herencia carnal su sino y haciéndonos
Suyos heredamos la Fortaleza de su Espíritu, que se manifestó
en Cristo Jesús, nuestro Modelo sempiterno, Imagen viva de Dios
Invisible, reflejo inmaculado de su Personalidad. Lo que por el
Temor a Dios no pudo conseguir el Hombre, lo consiguió Dios por
el Amor
La Ley
y el Pecado
¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Pero yo no conocí
el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la codicia si
la Ley no dijera: “No codiciarás”.
Aquí tenemos materia para la
reflexión. Y al mismo tiempo fuego esclarecedor de qué Ley y de
qué Fe está hablando San Pablo. La tergiversación manipuladora
respecto a la naturaleza contextual de ambas fue la causa y sigue
siendo el origen de la interpretación anticristiana que efectúa
una gran parte de las iglesias. Anticristianismo en este orden
debe entenderse como proceso destructor de la Unidad Universal
entre cuyos nudos fue tejido el Cuerpo de Cristo. Materia cristológica,
si se quiere, y argumento ontológico inconfundible que nos abre
la conciencia a una realidad moral basada en la actividad de formación
de la mente humana acorde al patrón moral del propio Creador.
No es la ley humana, que surge de una experiencia o de un interés,
el instrumento que moldea y le da forma a la Conciencia cristiana
en particular y humana en general. Es el propio Creador del Hombre
quien moldea la Moral de Su Creación a imagen y semejanza de la
Suya. Lo cual implica que es el Creador el primero que hace suyos
los principios de la Ley con los que El moldea la Conciencia Espiritual
de su criatura. En efecto, sólo hay Conciencia donde hay Espíritu.
Afirmación básica que observamos en toda su operatividad en el
mundo natural no humano. Y nadie duda que definir la caza del
león o del lobo desde la Conciencia sería un acto de demencia.
No se le puede aplicar el Bien y el Mal, decimos, a la vida no
inteligente a imagen y semejanza de la vida Divina. Ni podemos
creer que esta Semejanza pueda entenderse fuera de los parámetros
de la vida intelectiva. Somos semejantes a Dios en cuanto Inteligencia
Viva. No es el Poder ni la Fuerza la que nos hace semejantes de
Dios, sino el Espíritu. Y es en este Espíritu que formamos un
universo de valores sociales sempiternos. Valores por los que
el acto de cazar no se ajusta a la Moral en el mundo animal no
intelectivo y ese mismo acto aplicado al ser humano queda inmediatamente
transformado en delito. Será pues al Creador a quien le corresponda
impregnar a su criatura, nacida para ser su semejante en Espíritu,
formar en los Valores Naturales a su propia Inteligencia la Conciencia
de la criatura. De manera que si no fuera El quien dijera “No
matarás” la Conciencia humana no alcanzaría comprensión de la
naturaleza del acto en cuanto delito y su definición se ajustaría
a los principios racionales del interés particular. Vemos, en
efecto, que la sociedad, una vez privada de la Conciencia, transforma
la Ley en artículo impersonal cuya aplicación y trasgresión no
tiene ningún valor moral y sólo lo tiene en cuanto medio para
alcanzar un determinado fin concreto. Fin desde el que se valora
una ley impuesta por el interés arbitrario de un legislador sin
Conciencia, es decir, privado de todo Espíritu, siendo el Espíritu
por el que la Moral es transfigurada en columna del edificio de
una conducta humana, inviolable e indestructible desde Hoy y para
siempre.
Ciertamente, entrando ya en
otro terreno, esta Ley del Espíritu puede o no puede complacerle
al Individuo. La creación a Imagen del espíritu Divino implica
esta Libertad Final de decisión personal. Como ya he dicho en
otra parte, Dios no puede crear a su Imagen y Semejanza y al mismo
tiempo privar a la creación de todos los atributos naturales a
su Inteligencia. Entre estos atributos el de la Voluntad Libre
es uno de los pilares sobre el que se basa la Relación Sempiterna
entre el Creador y la Creación.
Tampoco se puede aceptar por
principio que el Creador cometa un delito al impregnar a su creación
de su Espíritu, determinando mediante su esencia la sustancia
de esa voluntad nacida para ser libre. Quiero decir, aunque la
formación de la Conciencia es un acto privativo del Creador, por
este mismo Derecho de Creación que tiene todo Creador sobre su
Obra, condenar al Creador, en este caso del Hombre, por predisponer
su Obra respecto a un Juicio de Asimilación Natural, es una crítica
demencial que no le conviene a un espíritu inteligente y sí a
una bestia enemiga de los valores de ese mismo Creador que, mediante
su Derecho, predispone la Libertad de la criatura haciendo tender
su Voluntad hacia la de su Creador.
Dos tipos de inteligencias son
capaces de negar este Derecho de Creación a un Creador: Un idiota
y un monstruo.
No sé hasta qué punto sea inteligente
discurrir a favor del derecho sagrado natural a todo creador.
Sería lo mismo que ponerse a hablar con una bestia. Sí, queda
bonito, el hombre hablando con el lobo o con el perro. Pero únicamente
alguien fuera de su juicio se pondría a dialogar sobre metafísica
con su gato.
Luego todo tiene un límite.
Y tan bestia es quien caza por deporte como quien no caza para
comer cuando se trata de cazar o morir. Así que, entre hijos de
Dios, es de Derecho que la Conciencia sea modelada desde la Conciencia
Universal que priva sobre toda la Creación. Lo contrario, que
cada raza y sociedad tenga su propia Ley, es bendecir la destrucción
como elemento natural de coherencia existencial.
Mas tomando ocasión el pecado por medio del precepto, activó en mí toda concupiscencia,
porque sin la Ley el pecado está muerto.
Notemos sin embargo que esta
formación de la Conciencia Humana quedó sujeta a una perturbación
histórica, por las causas bíblicas conocidas y registradas en
el episodio de la Caída de Adán. Y allá donde la Ley hubo de haberse
instaurado sobre la civilización en su conjunto quedó de repente
abandonada la Ley a las fuerzas humanas solas y, en consecuencia,
expuesta a ser pisada por las fuerzas desatadas. Pues la creación
por sí sola no puede operar la revolución que la extensión de
la Conciencia del Creador a la Realidad Universal implica. Así
que privada del Espíritu era natural que la naturaleza humana
se sumergiese en una involución dantesca que, aplicada al mundo
natural era consecuente, pero proyectada a la Humanidad ya formada
adquiría connotaciones demenciales, de las cuales seis milenios
en el infierno son suficiente prueba. Y tal cual dice San Pablo
no existiendo Conciencia las Sociedades y la Civilización no podían
luchar contra el delito que no era apreciado en tanto que tal
por quienes lo cometían sin pleno conocimiento de su naturaleza
antihumana. De manera que estando el pecado muerto por la inexistencia
de la Conciencia que engendra la Ley, la multiplicación del acto
homicida devenía la constante y causa de la perversión de la conducta
de las sociedades que, andando el tiempo, habrían de hundir la
Civilización bajo las aguas. Hundimiento que puso de manifiesto
el efecto contra el que el Creador alzó su prohibición, descubriéndose
en la privación de Conciencia el origen de la extinción de todo
mundo no formado en los principios del Espíritu de Dios, y que,
por efecto final, habría de conducir a la destrucción a las naciones
de la Tierra, y al Género Humano a la desaparición de la faz del
Universo. Lo que sin la Ley queda muerto, por tanto, es la Conciencia,
que podemos definir, sin más, como la personificación del Derecho
de Creación que antes aducimos como Natural a Dios en cuanto Creador
del Hombre. Y deducir, infiriendo, que todo ataque contra la Conciencia
Natural y su existencia es un acto homicida, y no porque sea la
Ciencia quien abogue por la destrucción de esta Conciencia Natural
mediante la negación de su existencia, el efecto final de esta
Anulación ha de ser menos fatal.
Y yo viví algún tiempo sin Ley; pero sobreviniendo el precepto, revivió el
pecado
En efecto, la Conciencia del
Mal, del pecado, de un acto en tanto que delito, procede de una
ley o precepto que define ese acto y descubre su verdadera naturaleza
antisocial y antihumana. No hace falta ser un santo para ver esta
realidad aplicada al día a día. Mas de lo que aquí se está hablando
es de la Conciencia Divina, ésa por la que se rige el comportamiento
social de todo el Universo. Pues si la ley humana rige y ordena
el comportamiento entre sociedades humanas, la Ley Divina ordena
y gobierna el comportamiento de sociedades con orígenes distintos
en el Universo y con todo llamadas a vivir unidas dentro de un
único Reino.
Dios, volviendo al tema, quiso
abrogar el precepto, la Ley, a fin de que al ser condenado todo
el mundo por el pecado de un sólo hombre, sin participación de
ese mundo en su delito, los efectos del Pecado de Adán no arrastrasen
a la Humanidad a un Juicio Final acusada de Delito cometido con
conocimiento de la Ley y en pleno ejercicio de sus facultades
mentales e intelectuales.
Observamos, de hecho, que el
mundo de Adán tras la Caída, vivió sin más Ley que sus instintos.
Libre para actuar y sin Ley Universal respecto a la que medir
sus actos, el mundo de después de la Caída resolvió sus propios
caminos sin Conciencia del Fin hacia el que tendían sus actos
sin ley. Con lo cual Dios predisponía a la absolución de sus criaturas,
de un sitio, y, del otro, ponía sobre la mesa la Causa por la
que su prohibición respecto a la Ciencia del Bien y del Mal es
Eterna. Lo que hacía mediante la visión de sus efectos sobre las
Naciones de la Tierra.
y yo quedé muerto, y hallé que el precepto que era para vida, fue para muerte.
¡¡Y cómo hubiera podido ser
de otra forma!! No olvidemos que la descendencia de Adán fue abandonada
igualmente sin ley en medio de un mundo privado de Ley. El hecho
de que Dios relativizara el fratricidio de Caín pone de relieve
que la Ley había sido abrogada el día que Dios abandonó al Hombre
a su suerte. De otro modo Caín hubiera sucumbido a la pena de
muerte que la Ley, en activo, reclama. Por consiguiente, sujeta
la descendencia de Adán a la misma ley que las demás familias
del mundo, el pueblo hebreo antiguo sufrió en sus carnes los mismos
efectos que sufrieran los demás pueblos de la Tierra. Todos ellos
muertos en relación a la Ley del Espíritu, pero vivos para la
carne al no estar sujeta ésta a la Ley. Cuando, entonces, viene
la Ley, el choque entre un comportamiento heredado y uno a heredar
se hace tan profundo que ocasiona la muerte de aquéllos en quienes
la confrontación estaba llamada a fracasar para el Espíritu y
vencer para la carne. La Historia del Pueblo Hebreo y su transformación
en Pueblo Judío es la Memoria de aquel fracaso, de un sitio, y
de la Victoria de Cristo, acaecida, como todos sabemos, en razón
del Derecho de Creación antes suscrito, del otro. Los periodos
de idolatría de los israelitas, el asesinato de sus profetas por
los reyes judíos... toda la Historia de Israel se convierte en
la lucha a muerte entre el Espíritu de un comportamiento natural
a Dios y el comportamiento heredado de un pasado carnal que buscaba
su perpetuación dentro de la Ley, es decir, ahogándola en un mar
de preceptos y tradiciones humanas.
Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató.
Inútil establecer la importancia
del medio con el individuo cuando es un punto elaborado hasta
la saciedad por los sabios de todos los tiempos. Desde la etología,
desde la filosofía, desde cualquier ángulo y posición que se contemple
esta relación la interdependencia del individuo y el medio es
profunda y vasta. En el caso que nos ocupa, y que podemos adaptarlo
a la relación entre el cristiano y el mundo, el pecado opera porque
existe una Conciencia frente a un mundo gobernado por una conciencia
de distinta naturaleza. Si el cristiano y el judío no hubiesen
de enfrentarse a un mundo en el que su Conciencia no es la ley
natural la seducción del pecado, es decir, de romper los principios
por los que se gobierna su espíritu, no existiría. Pero, existiendo
esa confrontación, el fracaso del cristiano, como del judío, provoca
la muerte de su conciencia para el Espíritu, y finalmente, digamos,
su expulsión del paraíso de su Fe.
En suma que la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno.
Y con todo y a pesar de todo,
la confrontación está en activo porque sin el Espíritu el Fin
de toda Sociedad es la ruina, su extinción y desaparición del
Universo. De aquí que, con San Pablo, digamos: la Ley es santa,
y el precepto santo, y justo y bueno. De donde se ve claro que
no es nuestra Fe la que debe conformarse a la estructura carnal
de la ley mundo, sino el mundo el que debe ser conformado a Imagen
y Semejanza de la Conciencia del Espíritu la Fe.
La potencia
maligna del pecado
Luego ¿lo bueno me ha sido muerte? Nada de eso; pero el pecado, para mostrar
toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por
el precepto sobremanera pecaminoso.
Lo bueno, indiscutiblemente,
es la Ley. No sólo porque sin Ley no encontraría la conciencia
natural una dimensión final en la que encontrar su fuerza universal,
válida en todo tiempo y lugar. También porque sin Ley la voluntad
de todo ser inteligente libre, provocada por la visión de un estado
ontológico ajeno a la convivencia natural, no encontraría freno
para procurarse su transformación en una bestia asesina contra
la cual el único recurso posible es la caza y captura en la forma
a como perseguimos a una fiera salvaje que aterroriza a la población
y la población entera, unida frente a algo no humano, se lanza
a su caza y destrucción inmediata: sin acordarle a la bestia las
leyes de la misericordia naturales al mundo de los humanos. La
potencia maligna del Mal está, por tanto, en hacer de su rebelión
contra la Ley un artículo de superioridad sobre quienes tenemos
en la Ley nuestro Bien universal sempiterno. Algo que, desgraciadamente,
vemos en carne aún en nuestros tiempos, cuando todavía podemos
encontrarnos con aullidos de rebelión contra Dios, el Estado y
el Hombre en base a que la Rebelión es el estadio natural superior
del ser humano. Semejante discurso, cuando se arma, empuja a sus
seguidores al otro lado de lo humano, haciendo que los actos delincuentes
de tal bestia homicida sea comparado a los de la bestia asesina
a la que es imposible ajustarle la Ley Humana y sólo cabe su destrucción
inmediata. De esta manera es, según el Apóstol y todo cristiano
concuerda, cómo el pecado, seduciendo con su fuerza, arrastra
al hombre lejos de la condición que le es natural y, creyéndose
superior a la Ley, evoluciona hacia un nuevo estado antinatural,
propio de las bestias salvajes contra las que sólo cabe, pues
que están desprovistas de la Razón Humana, la caza, captura y
destrucción. En consecuencia nada ni nadie puede ponerse sobre
la Ley. La Ley es el bien supremo, la roca indestructible contra
cuyos preceptos sempiternos se estrellan los terremotos que causan
las razones salvajes de Partidos y Estados que tienen en una teoría
del Poder y la Raza el puente que los aleja de la naturaleza humana
y, aún siendo humanos en su orígenes, dando el salto del Hombre
a la Bestia, acaban siendo raza de demonios. De donde nosotros
vemos que la necesidad de vivir a la luz de la Ley, en este caso
la Palabra de Dios, es la garantía sempiterna de convivencia pacífica
entre todas las naciones de la creación. Y lo contrario, despreciar
a la criatura por su necesidad de la Ley, es un acto criminal
que conduce al demente al bestialismo, y acaba invocando contra
su voluntaria e irrecuperable demencia la ley que se le aplica
a las bestias asesinas.
Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo
al pecado.
En efecto, las leyes de la creación
miran a cada criatura pero sólo Dios puede erigir una Ley Universal
cuya Luz gobierne las Conciencias de todas las Naciones del Universo.
De aquí que la Ley divina sea la fuente de las leyes de la creación.
En nuestro caso, acordando el estado de indefensión al que fuimos
expuestos por la Rebelión de un sector de los hijos de Dios, acontecimiento
recogido en el Génesis, y que deviene punto de reflexión en este
capítulo, la transformación de lo humano en bestia asesina no
procedió de un acto voluntario ejecutado, tal que Adán se hubiera
unido y libremente a Satán contra Dios. Nada de eso. A no ser
que algún demente sea capaz de convencernos de que la esclavitud
es un estado hermoso y natural contra el cual nuestra lucha fue
el verdadero acto de demencia. La afirmación de San Pablo no puede
ser más directa y procurarnos el argumento más sólido a favor
de la Ignorancia sobre la que Dios basó la Redención del Género
Humano. Si, pues, fuimos vendido al pecado, fuimos trofeo para
un conquistador que alzó su bandera contra Dios y nos ganó como
esclavos para su imperio, sobre la naturaleza infernal del cual
no tenemos más que abrir los ojos para descubrir la impronta de
su malignidad en cada pulgada de nuestra Tierra. Realidad que
implica, y demuestra el Cristianismo en su Historia en cuanto
encarnación de la Lucha por la Libertad contra semejante Imperio
del Mal, que la Batalla del Hombre contra la parte de la Casa
de Dios que por cuenta propia quiso pisar la Ley y obligar a Dios,
mediante la muerte de su Hijo Adán, a retirar la Ley: Estableciendo
sobre ella la Inviolabilidad de la Cámara de los dioses ante la
acción de la Justicia Eterna... que esta Batalla está viva y ese
acerca a su fase Final.
Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que no quiero, sino lo
que aborrezco, eso hago.
Tal es el estado de la condición
humana alejada de la Ley de Cristo. Pone, por tanto San Pablo
al desnudo, exponiendo su pasado al juicio de la inteligencia,
cuál es la verdadera causa de la impotencia del ser humano para
alcanzar su libertad. La causa de nuestra propia destrucción está,
no ya fuera, sino en nosotros mismos. Y es lógico y natural que
así sea. Nadie ignora que un comportamiento, aún obligado, establecido
a lo largo de siglos y milenios acaba provocando en el ser una
perversión hereditaria, maligna, que le afecta al propio individuo
y a su sociedad en conjunto. Habiendo estado el hombre en general
cuatro milenios y el judío en particular dos milenios sujetos
a la esclavitud del Imperio del Mal -hablando respecto a la fecha
en la que fue firmada esta Carta- creer que semejante comportamiento,
aunque obligado, no fuera a generar una herencia es mucho creer.
Obviamente la libertad cristiana implica la liberación de este
comportamiento heredado, instaurado en la carne de los padres
a lo largo, hablando de hoy, de seis milenios interminables. Basta,
para ver la razón hereditaria del comportamiento, fijar los ojos
en el efecto que sobre la última generación tiene la historia
de una rama genealógica durante una corta sucesión de generaciones
dedicada a una acción social específica. Esta predisposición genética
que se da dentro de una rama humana es sólo una prueba sobre cómo
un comportamiento familiar heredado se transforma y da lugar a
unas características genéticas específicas. Tanto más fuerte debe
ser el sello específico que cientos de generaciones sujetas a
un comportamiento específico transmite a la última generación.
Cuando este comportamiento es bueno, bendito sea Dios, pero cuando
es todo lo contrario el ser humano se halla esclavo de sus padres
y la libertad le es tan necesaria como el agua a la tierra, pues
la Naturaleza sirve a su Creador y tiende por inercia, sin Ley
Moral de su parte, a eliminar aquella parte de la masa biológica
que no se sujeta a la Ley de la Creación. No se trata de ver en
la rebelión contra los padres una ley universal, máxime cuando
son los propios padres los que vivieron bajo aquella ley de esclavitud
y, tal cual vemos a nuestro alrededor, todavía viven esclavos
de un comportamiento que tiende a conducirlos a su destrucción.
Pero es evidente que más allá de la obediencia, los progenitores
no pueden exigir la esclavitud de los procreados en base al respeto
a las cadenas paternas. Lo que conviene es la liberación de padres
e hijos, pues todos están sujetos a la misma ley de esclavitud
impuesta por una herencia milenaria en su origen ajena a la propia
ley de la humanidad. Esta liberación total se realiza exclusivamente
dentro del Cristianismo. Pues la liberación no cristiana conduce
de cadenas a cadenas, de un campo de trabajos forzados a otro
campo de trabajos forzados. Es en el Ser Cristiano y sólo en el
Cristiano donde el Hombre se libera de toda tutela y se realiza
en cuanto Individuo Pleno, es decir, hijo de Dios, Plenitud en
la que progenitores y progenizados se miran cara a cara y se encuentran
unidos para siempre en la Identidad sempiterna que implica la
Paternidad de Dios sobre todos los hombres.
Si, pues hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena.
No podía ser de otra forma.
Lo contrario, creer que la Ley es mala -entendiendo la ley que
procede como río de la fuente Divina- procede de una mente maligna.
Toda ley que procede de justicia es buena y la rebelión contra
su declaración es un acto de salvajismo que, como se dijo arriba,
conduce al rebelde a la negación libre de su humanidad. Y en este
sentido lo que valía ayer vale hoy y para siempre. La Ley no es
buena Hoy y mala al día siguiente. Lo es en función de aquel que
desea hacer el mal y necesita de la conversión del Bien en Mal
y del Mal en Bien para cometer impunemente sus delitos. La diferencia,
en este orden, viene de la voluntad. Y al mismo tiempo de la libertad.
¿Tiene voluntad un esclavo? Ahora bien, debemos tener en cuenta
que San Pablo vivió entre nosotros hace dos milenios. Al presente
el Cristianismo y su Doctrina no son realidades ignotas y desconocidas
por las naciones. Quien hace el Mal conociendo que existe Cristo
no tiene excusa ante la Ley. No sirven nacionalismos, no sirven
utopías. La Ley es un camino que conduce al futuro por la senda
del Bien. El atajo del Mal, es decir, el terror, el crimen, es
propio de demonios. Y lo propio de los demonios es imponer su
ley sobre la Ley Universal, Ley Universal a la luz de cuya Sabiduría
y sólo bajo su Paz puede una Civilización hacer el camino durante
la eternidad. Resultando de aquí que si la ley que tengo en mis
miembros es la ley del terror y del crimen la salida única es
Cristo, en quien la Ley que rige su Cuerpo y su Mente es la Ley
Universal a cuyos pies debe todo el mundo poner las armas de su
ley.
Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí.
En efecto, antes de Cristo y
después de Adán el ser humano se halló esclavizado a un imperio
de terror contra cuya ley el hombre no tenía ninguna protección
y defensa. El paso de los siglos hizo de sus cadenas herencia.
Pero viniendo Cristo por la Fe el hombre es liberado de esa herencia
y llamado a combatir ese imperio bajo cuyas ruedas es aplastada
la Humanidad. Esclavos, pues, de dicha herencia, la Verdad es
la Llave que puede liberar a todos los hombres de las cadenas
que sus pueblos y su historia arrojaron sobre sus mentes. En cuanto
cristianos digamos que San Pablo está analizando la naturaleza
de Saulo, y en ella refleja la naturaleza del mundo en su conjunto.
Se entiende que en cuanto hijos de Dios, nacidos de Cristo, estamos
libres respecto a la ley del pecado que con tanta fuerza nos descubre
el Apóstol. El pecado sólo podría operar en nosotros fuera de
la Fe. Y si estando fuera de la Fe, fuera de Cristo. En definitiva
que todo CRISTIANO SUJETO A DICHA LEY DEBE SER EXPULSADO DE LA
IGLESIA: SIN DISTINCION ENTRE SACERDOTE Y OBISPO.
Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer
hacer el bien está en mí, pero el hacerlo, no.
La ley que imperaba en el hombre
antes de la Fe no puede continuar administrando la voluntad del
Cristiano sino para el mal de todo el Cristianismo. La ley que
vemos la ajustamos a quienes no han gozado del divino néctar de
la Fe y, esclavo de sus padres y sus pueblos, viven bajo el imperio
de la Muerte sin más Ley que el terror que su voluntad extiende
sobre todos quienes no se sujetan a semejante ley de crimen y
terror. Pero el Cristiano, romano en tanto que su Iglesia, o Galo
en tanto que la suya, o Americano en tanto que la propia, tiene
su Libertad en que quiere el Bien y puede hacerlo.
En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Lo cual no quiere decir que
le esté llevando la contraria a San Pablo. En absoluto. En la
Casa de Dios no hay división. Una Inteligencia es la que opera
su Pensamiento en todos los hijos de Dios. San Pablo les está
descubriendo a los cristianos de Roma la ley que dominaba entre
sus conciudadanos, en razón de la cual tenían que ser comprensivos
con ellos a la par que por el conocimiento del estado del que
fueron rescatados ganarlos para la Fe mediante el ejemplo de la
Libertad conquistada para todos por Jesucristo. Razón y ejemplo
que permanece vivo entre nosotros respecto al mundo que aún vive
sin la Fe y por las cadenas de sus padres permanecen lejos de
la Verdad.
Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado,
que habita en mí.
Saulo, por tanto, estuvo encadenado
a la ley de sus padres, en razón de la cual se había convertido
en un criminal. Y desde aquella esclavitud eran cometidos sus
crímenes, siendo de esta manera el precepto: Honrarás a tus padres,
causa de transformación de los hijos en delincuentes contra el
otro precepto que dice: No matarás. Pero no era la Ley la mala,
sino la interpretación humana de la Ley. Porque la Ley no dice:
Honra a tus padres matando a tu prójimo, a tu hermano. Es el hombre
el que dice: Matando a tu hermano, a tu prójimo, honras a tu padre.
Con lo cual, siendo la Interpretación Humana el foco del Crimen,
como se ve en Saulo, el padre deviene delincuente, y en consecuencia
quedando fuera de la Ley el hijo queda absuelto de la obligación
del precepto que sólo rige a quienes viven bajo su bandera. Mas
en el Cristiano semejante relación criminal es imposible por en
cuanto la Paternidad es referida a Dios, quien diciendo: No matarás,
la Honra que pide es la Obediencia a su Precepto. Me explico:
por esta Ley queda todo cristiano libre de cualquier Honra a humano
alguno, sea sacerdote u obispo, que implique la esclavitud a su
voluntad y conlleve un acto delictivo en razón de la Interpretación
de la Palabra de Dios, si esta Interpretación es promotora del
crimen. Tal humano, sacerdote u obispo, queda fuera de la Ley
y en consecuencia su no expulsión de la Iglesia es una violación
de la Fe de Cristo.
Por consiguiente tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el
mal el que se me apega;
Ley que se hereda de padres
a hijos, como hemos visto, y se desprende de la Historia y la
Ciencia. De tal manera que la Libertad del Hombre, aparte de sólo
realizarse por Cristo en la Fe, implica, por conocimiento del
origen, la lucha constante del Cristiano ante un Mundo sujeto
a dicha ley de Voluntad Esclava. Lucha positiva en tanto que se
busca la Libertad de nuestros semejantes y conlleva a la batalla
frontal únicamente en caso de rechazo libre a la Ley del Bien
Universal.
porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior,
Conocerse a sí mismo, lo que
somos, quienes somos, de donde venimos y a donde vamos es la plenitud
del ser. Este Conocimiento en tanto en cuanto plenitud ontológica
de la vida del YO es el gozo supremo del Hombre. No hay mayor
placer que el ser humano pueda experimentar. Todo placer es nada
comparado al gozo del Conocimiento verdadero del Hombre que somos.
Este Hombre, Imagen de su Creador, se deleita en la Ley de Dios
con toda su mente y su alma porque es esa Ley la fuente de la
Libertad sin medida a la que aspira el ser humano desde el principio
de su existencia. Es en la Palabra de Dios que se sustenta la
Paz, la Justicia, el Derecho, la Igualdad y la Fraternidad entre
todas las criaturas del Universo. Es por su palabra que hemos
sido hechos herederos de la vida eterna. ¡Cómo no adorar su Verbo
y bailar al son de sus ecos! Hijos de Dios de todas las naciones
y razas, su bandera es bandera de amor, su estandarte es estandarte
de alegría. Batid palmas y alzad el alma porque la Promesa es
firme: Se apoderarán tus hijos de las puertas de sus enemigos.
Aleluya.
pero siento otra ley en mis miembros que repugna la ley de mi mente y me encadena
a la ley del pecado, que está en mis miembros.
Dos son, pues, los frentes desde
los que el Mal, en forma de pecado, busca la ruina del cristiano,
primero, y del mundo, finalmente. El primero ha sido vencido por
la Fe. El segundo se mueve en el mundo y desde él busca sujetarnos
a la ley de la que fuimos liberados. Nuestro objetivo es liberar
a nuestro prójimo de las cadenas de la Muerte, bajo cuyo peso
vivieron nuestros padres y de cuyo peso por la Gracia de la Fe
nacimos libres. En cuanto al mundo:
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Sí, San Pablo, he aquí su santidad,
se hace uno con el mundo para pedir desde su carne misericordia
y piedad al Juez de todos los Hombres. Quien, oyendo su clamor,
antes de salir de sus labios ya tuvo en cuenta nuestra esclavitud
y nos dio al Héroe que había de enfrentarse a aquél que hiciera
del Hombre su trofeo de guerra.
Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor... Así, pues, yo mismo, que con
la mente sirvo a la Ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del
pecado.
La Vida
del espíritu
Seguramente este capítulo y
la clásica lucha del catecismo cristiano contra el mundo, el demonio
y la carne están en íntima relación. Que el mundo se halle en
batalla constante contra el cristianismo no hace falta probarlo;
el número de veces que el mundo se ha lanzado contra el cristianismo
desde los tiempos romanos hasta los comunistas y los momentos
islámicos que estamos viviendo, cuando por ser cristianos son
asesinados millones de personas, los últimos dos millones en Sudán
ante la impunidad internacional absoluta, la alegría del comunismo
chino, la complicidad del Islam y la pasividad total de la ONU;
el número de veces que el mundo se ha lanzado contra el cristianismo
para destruirlo y erradicarlo de la faz de la Tierra, empezando
por la destrucción del propio Cristo Jesús, es una cuenta que
se pierde en las páginas de la Historia. La causa del por qué
de esta tendencia asesina por parte del mundo contra el Hombre
que Dios creara y rescatara de las manos del Infierno para hacer
suyo el Universo, es bien conocida. En tanto que cristianos quien
más quien menos todos conocemos el Episodio de la Caída. Lo que
nos diferencia a unos y a otros es la toma de posición a la hora
de determinar el por qué siendo Dios Omnisciente y Todopoderoso,
como se ve de la Creación del Universo, tuvo lugar el Acontecimiento
de la Traición de Judas. La respuesta del hombre carnal -y así
entramos en materia- se reduce a la visión del Hombre en tanto
que bestia sin voluntad cuyos movimientos se producen al compás
de la Fuerza Divina. Es la posición del Protestantismo Original,
especialmente fuerte en el pensamiento pronazi calvinista. El
hombre espiritual contempla el acontecimiento desde la Libertad
que en su Sabiduría Dios despliega sobre su Creación, en la que
imponer su Fuerza contra la voluntad de la Criatura sería dar
pie a una Dictadura, final esencialmente opuesto al sentido íntimo
de la propia Libertad Divina. Es sobre este hombre espiritual,
realzado en sí mismo, que dice el Apóstol:
No hay , pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús,
Y no la hay porque Cristo Jesús
y la Libertad devienen una sola cosa, como se ve del episodio
de Judas. Donde vimos cómo siendo Jesús omnisciente y todopoderoso
a imagen y semejanza de su Dios dejó a la voluntad de Judas tomar
la decisión final sobre el uso de su Libertad en cuanto criatura
de ese mismo Dios a cuya imagen y semejanza hemos sido llamados
todos. En el uso de esta Libertad podemos tanto alzarnos contra
nuestro Creador como participar de su Vida. La respuesta de Cristo
Jesús ante esta cuestión, que la propia Libertad trae consigo,
fue la participación sin límites en la vida divina, a la que Dios
respondió con una apertura sin medida de su propio Ser. La de
Judas fue prototipo de la respuesta de quienes rechazaron libremente
a Dios y en consecuencia le declararon la Guerra. Prototipo, digo,
porque la misma Ignorancia que gobernó el comportamiento del Judío
y del Gentil, Ignorancia que nos hizo a todos acreedores de la
Justicia Redentora de la Fe, y que fuera recogida por Jesús desde
su Cruz, diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”,
esa misma Ignorancia fue el núcleo duro desde el que Judas procesó
su decisión final. Lejos nosotros de esta Ignorancia, y aún cuando,
como hemos visto, en el propio cristianismo la lucha entre el
hombre carnal y el espiritual no haya cesado completamente, procediendo
a profundas divisiones con efectos de guerra civil, cual se ve
en la Historia; libres de esa Ignorancia, nuestra respuesta a
la cuestión básica implícita en el Hecho de la Creación es firme,
sólida y inequívoca: Participación sin límites en la Vida de Dios
según el Modelo que Este nos puso delante de los ojos: Cristo
Jesús.
porque la ley de vida en el espíritu de Cristo Jesús me libró de la ley del
pecado y de la muerte.
Pues la garantía de la Libertad
es el Conocimiento y el caballo de batalla del Mal es la Ignorancia,
de la que somos liberados por el espíritu de Cristo Jesús, tierra
en la que nuestro Pensamiento echa sus raíces, se alimenta, se
hace árbol y crece. De aquí que podamos decir con plenitud de
conocimiento: Tenemos el Pensamiento de Cristo. Y si su Pensamiento,
su Espíritu. Y si su Espíritu la ley de la herencia a la que se
sujeta el hombre salvaje, abandonado a sus propias fuerzas, en
quien lo animal priva sobre la inteligencia, no tiene dominio
sobre nuestra voluntad, gracias a cuya libertad nuestra voluntad
es más fuerte que las tendencias temporales del mundo y nuestro
pensamiento más profundo que el de los sabios de este siglo.
Pues lo que a la Ley le era imposible, por ser débil a causa de la carne,
Dios, enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado
y por el pecado, condenó al pecado en la carne,
No podía ser de otra forma.
El hombre animal, acorde a la declaración de sus sabios: El hombre
es un animal político, se mueve desde impulsos bestiales en los
que priva el instinto salvaje de supervivencia y dominio del hábitat,
en este caso extendido a su propia especie; su Razón es un arma
de dominio que al chocar con la voluntad de sus congéneres se
transforma en un instrumento de terror. El Bien Universal deviene
la consecución del Poder Personal, y el medio para conseguirlo
no tiene límites ni se ajusta a Ley alguna excepto a la del propio
bien que se quiere, el Poder, y Poder absoluto. No es algo que
haya nacido hoy día, ni porque asistamos a la observación de una
especie animal política bajo cuyas pasiones el hábitat terrestre
esté siendo destruido, como no podía ser de otra forma cuando
se habla del dominio de las fuerzas de la naturaleza por una bestia
racional; este comportamiento geocida y homicida viene de lejos,
y se computa sus orígenes, es decir, la transformación involutiva
de la especie humana desde la condición de los hijos de Dios a
la condición de una bestia racional salvaje, en los primeros días
de las Ciudades Estados Mesopotámicas, justamente donde tuvo lugar
la Caída. Siguiendo la misma ley del comportamiento heredado,
con el paso de los siglos y los milenios a la altura del Nacimiento
de Cristo Jesús el legado de las naciones a su descendencia fue
un testamento de tradiciones religiosas y pasiones nacionalistas
totalmente opuestas a la vida del espíritu de inteligencia en
razón del cual fuera el Hombre creado. El ser humano, ciertamente,
y dándole la razón a los sabios de la época, no era más que un
animal, si político en sustancia o esencia no entra en el saco
de las consideraciones que condujera a aquél mundo a su Caída.
Aunque nosotros desde nuestra posición privilegiada de observadores
del Pasado, actores del Presente y creadores del Futuro, sí podemos
corregir al sabio y convenir que más que político lo que le convenía
al hombre animal aquél era la naturaleza filosófica, es decir,
pensante, algo, el pensamiento, que dista mucho de ser la esencia
y sustancia del animal político. Contra aquella Caída del Hombre
en la jungla de la selva de la naturaleza animal, que no le convenía,
como no le conviene al animal el Derecho Humano, se levantó Cristo
Jesús, en quien nos descubrió Dios la Idea del Hombre que El se
hizo en su Sabiduría el día antes del Principio y acorde a la
cual procediera a abrir la cuenta de la Creación del Género Humano.
Así que, pretender seguir comparando al Hombre con una bestia,
sea política o científica, es una doctrina homicida, suicida,
y esquizoide que dista mucho de hacer de quienes se dicen o son
llamados sabios dignos de la Sabiduría.
para que la justicia se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la
carne, sino según el espíritu.
Justicia, entonces, abierta
y sin medida para todos los hombres, porque todos fueron condenados
por el pecado de uno solo, como hemos visto anteriormente. Justicia
sin acepción, volvemos a las disensiones entre los propios cristianos,
que le es negada a las naciones por quienes, desde el protestantismo,
limitan la Gracia Todopoderosa y Omnisciente de Dios a los elegidos
de la providencia. Con lo cual, limitando la Gracia Divina a esos
elegidos las ramas protestantes caen en el terrible error de enmendarle
la plana a Dios y a su Hijo. Se puede demostrar con la Biblia
en la mano que semejante limitación fue una zancadilla del diablo
a Lutero y Calvino. Es de creer que el catolicismo jamás manipuló
el Texto hasta el punto de donde el Evangelista puso que “Dios
amó tanto al mundo que envió a su propio Hijo para que todo el
que crea en El viva para siempre”, este Amor no comprenda a todos
los hombres y sí y sólo y exclusivamente a la raza humana de ojitos
azules, pelito dorado y una altura de seis pies la mínima. Basta
el pensamiento más superficial para tirar al fuego semejantes
papeles escritos por mentes atrapadas en las redes de su propio
orgullo carnal, demostrando en esta declaración fatal la involución
del hombre espiritual al animal que el protestantismo a la postre
puso en marcha. Y no precisamente porque el catolicismo, exceptuando
nombres, hubiese realizado en sí el hombre espiritual. La meta
en el horizonte era la realización de este Hombre, hacia la cual
puso Dios en movimiento el cristianismo y el cristianismo en cuanto
camino hacia este Futuro Perfecto. Fue en el camino que por obra
y gracia de Calvino el protestantismo cayó en el terrible error
de enmendarles a Dios y a su Hijo la plana mediante la limitación
extensiva de la Redención y su Gracia al círculo selecto de los
elegidos. Con Calvino, en efecto, el Protestantismo devino una
secta.
Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el
espíritu sienten las cosas espirituales.
Qué sean las cosas carnales
basta echarle un ojo a la Historia, por no condenar al Presente,
para ver qué sean las cosas de la carne. El Poder, las Riquezas
y el Placer son las tres grandes tendencias típicas del animal
racional. Nada ni nadie detiene estos instintos cuando están desatados.
El Crimen, el Delito y la Guerra son simples instrumentos para
su consecución. Y el impulso de satisfacción de tales instintos
se descubre como fuerza superior a la propia bestia humana, que
escapa a su control y al hilo de cuyas corrientes se mueve su
voluntad, de la que es esclava su libertad y en tanto que esclava
es puesta al servicio de la satisfacción de tales tendencias patológicas.
Por supuesto en absoluto delictivas ni criminales en tanto que
el bien supremo del animal devenido en bestia se justifica en
la consecución del propio fin obtenido o por obtener. Sea, pues,
el Poder, las Riquezas o el simple Placer referido al uso del
semejante como simple medio de satisfacción sexual, o de los bienes
naturales y sociales como medios de elevación del orgullo individual
y grupal, privando al ser humano manipulado de toda su componente
natural humana y a los bienes naturales y sociales de su sustancia
benefactora, estas tres tendencias representan una involución
del ser humano en la dirección contraria a la que por su Naturaleza
tiende el Hombre desde sus Orígenes. Las doctrinas que en su representación
postula y viste de ciencia, religión o ideología no son más que
instrumentos de crimen y delito.
Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del espíritu es vida
y paz.
Vida eterna y Paz Universal,
he aquí las dos grandes aspiraciones motrices propias del Hombre.
Aspiraciones porque vienen implícitas en su Inteligencia, y motrices
porque siendo metas son puntos de partida y camino hacia su consecución.
Aspiraciones compartidas por la ciencia, por ejemplo, pero de
la que nos separa la Fe al usar el animal científico la guerra
como instrumento y la manipulación de la Naturaleza, incluido
el hombre, como camino. Andando por el cual se llega, como estamos
viendo, a la destrucción del mundo. Punto que no le molesta, según
se observa, sino que en lugar de detener al animal científico
lo arrastra más y más en la dirección emprendida.
Por lo cual el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni
puede sujetarse a la Ley de Dios.
Evidente, pues si la Ciencia
conduce a la destrucción del Hombre y la Naturaleza al proclamar
la Ciencia la animalidad de la Inteligencia, reduciéndola a la
simple Razón de las bestias, y la Voluntad de Dios es que el dominio
de la Naturaleza por el Hombre no sea utilizado para el Dominio
sobre y contra el Hombre, al hacer la Ciencia que este dominio
natural sea propiedad de un grupo de animales humanos, sean políticos
o no importa qué clase, y poner en estos grupos las leyes de la
Naturaleza para imponer esa Fuerza sobre los demás grupos humanos,
la Ciencia no puede aceptar ni sujetarse a la Ley de Dios, a quien
tienen que repudiar y desterrar de la conciencia mediante la disolución
de toda Moral genética, a fin de alcanzar el fin patológico que
le es natural a la ciencia de las bestias, a saber, la transformación
de los elegidos de la evolución, los Fuertes, en el superhombre,
y de las masas, todos nosotros, en simples bestias sin más derechos
que los acordados para su control por el grupo dominante, con
el que la clase científica se hace un solo hombre. Imposible,
por tanto, que desde la mente animal de la ciencia pueda darse
Paz Universal, -pues la Paz Universal repugna las leyes de la
propia mentalidad animal científica-, y menos aún Vida eterna
Los
que caminan según la carne
Complementamos en este capítulo
el muro entre la carne y el espíritu que la propia Fe levanta
entre Cielo e Infierno, entre esperanza y vacío de futuro. Tengamos
en cuenta que la gran diferencia entre el cristiano y el hombre
sin Fe reside, se teje y se articula alrededor y desde la vida
eterna que Dios comunicó a su creación entera. Aunque la idea
de un juicio final y una vida futura paradisiaca es un legado
del mundo de Adán a las naciones antiguas, ese legado encontró
en Cristo Jesús su desarrollo final, por el cual supimos que la
esperanza de vida eterna se cumple en el Reino de Dios. En la
Tierra existen otras sociedades religiosas que reclaman para sí
esta idea del cristianismo, si bien no aceptando la Fe del propio
cristianismo. El hecho es que Cristo Jesús fue la encarnación
de aquélla Idea, y no aceptar su Evangelio es querer anular su
Doctrina de Fe y Esperanza siguiendo la táctica de unirse al enemigo
para vencerlo. No miente por tanto San Pablo al afirmar que:
Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios;
Imposible es que el hombre que
mira a la muerte y desde la muerte enfoca su existencia pueda
actuar acorde a quien camina desde los presupuestos de una vida
eterna, que se cumple en espíritu en nosotros y respecto a la
cual la muerte no es más que una ley impuesta por circunstancias
externas a nosotros como al propio Dios que rociara las aguas
del universo con la energía de su propio ser a fin de hacer que
la semilla de la vida emergiera desde la Naturaleza así revolucionada.
La diferencia que establece la Fe entre hombres y hombres opera
en este terreno y tiene en sus dimensiones sus horizontes. Pues
quien vive contando sus días disfruta de su tiempo según sus limitaciones
y enfoca sus actos en el presente al máximo goce dentro de esas
cuatro paredes construidas por la muerte. Hablando sobre este
comportamiento antinatural -una vez que la propia Naturaleza ha
sido vestida de eternidad- Jesús dijo: “Dejad que los muertos
entierren a sus muertos”. Pues quien vive entre las cuatro paredes
de la muerte, aunque respire, está muerto. Ahora bien, lo natural
es la respiración en la consciencia de vida eterna, desde la que
el futuro abre sus horizontes a la acción sobre los siglos y enfoca
el camino del ser acorde a la realidad interna en la que la conciencia
de la Fe vive. Es lo que vemos en Cristo Jesús, un hombre cuya
respiración no tiene lugar entre las dimensiones de la muerte
sino que piensa y se mueve como quien es inmortal. Y es el hombre
que vive en el cristiano.
pero vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que de
verdad el espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo.
No puede ser de otra forma.
Lo increíble fuera que no fuese así. Ser cristiano y vivir acorde
a los principios de una vida mortal, ajustando las acciones y
los pensamientos a la vida de una criatura sin futuro eterno,
es la negación del propio Cristo desde el cristianismo. El propio
Pablo lo declara y aún cuando habla para cristianos se permite
poner en claro que el mal del cristianismo procede precisamente
de quienes desde dentro operan y viven como criaturas sin consciencia
de la vida eterna a la que hemos nacido y en la que se mueve el
Ser cristiano, que es como ser cristiano sin Dios, una cosa muy
rara. Pero que no por ser muy rara por ello dejamos de tener las
pruebas más claras de su existencia, a todos los niveles del cristianismo,
empezando por los obispos y terminando por el pueblo.
Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto para el pecado, pero
el espíritu vive por la justicia.
Lo que caracteriza una vida
puramente mortal, y de existir esta vida lo contrario sería absolutamente
antinatural, es la consecución del propio bien y satisfacción
individual. Vemos su encarnación material en el ateísmo científico,
padre del materialismo, en el que el hombre, igualado a la bestia,
se limita a procurarse su propio placer ¡¡aún sobre el cadáver
de sus semejantes!! Y es que al no ser el Otro el Yo, el Otro
no puede ser su semejante; Razón que deviene en Ciencia y proclama
la necesaria muerte del Débil a los pies del Fuerte en Razón de
operar dentro de la Especie dos razas, la del Fuerte y la del
Débil. Otra Ley Criminal sería imposible de ser concebida, es
verdad, una vez adoptada por la Ciencia el credo de la Razón de
la Edad Moderna. Y será desde esta Ley que, al no ser escrupulosamente
seguida, que la Especie se hunda en crisis continuas... por culpa
de la debilidad del Fuerte ante el aplastamiento legítimo desde
la Ley por el Fuerte. La Muerte, pues, enfoca sus obras y gobierna
el pensamiento de quienes viven entre sus planteamientos patológicos
lejos de la Verdadera estructura de la Naturaleza Universal, que,
investida de Eternidad, hace brotar la Semilla del Árbol de la
Vida sobre un Océano fecundado por el Espíritu Creador: para,
precisamente, hacer que el Ser de la Creación goce de la vida
eterna natural a Dios, el Único y Verdadero Causante de esta Revolución
cuyo fruto y mejor prueba somos nosotros, aquéllos en quienes
el Espíritu de Cristo es la Raiz del Yo, es decir, del Ser.
Y si el espíritu de aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita
en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos
dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su
Espíritu, que habita en vosotros.
En esto está la Fe. Y de nuevo
observamos el planteamiento que San Pablo hace, incluyendo siempre
en su juicio la necesidad de no perder el sentido de la realidad
en base a la adopción del nombre de “cristiano”. Juicio vigilante
y de defensa que se muestra de necesidad para la vida del Yo,
y esto incluyendo en el juicio a los propios obispos, independientemente
de su lugar en la jerarquía de las iglesias. Porque San Pablo
no dirigió esta Epístola exclusivamente al cristiano de a pie,
sino que dirigía sus palabras a todos los cristianos en su conjunto,
lo mismo sacerdotes que fieles. Y lo contrario, que el sacerdote
y el pastor siendo cristianos en ningún caso fueran destinatarios
de las palabras del Espíritu Santo sería una aberración diabólica
del tipo puesto en marcha por Satán en el Edén, quien, siendo
hijo de Dios, utilizó esta Vestidura Divina para enviarnos a todos
al Infierno. Creer que el hábito hace al monje es un suicidio.
Y creer que por enfundarse una mitra la cabeza queda santificada
es un delito contra Dios y el Hombre. Ahora bien, el Juicio mira
a las palabras y las obras, permaneciendo ante el Tribunal de
los hijos de Dios todo hombre como desnudo en relación a sus palabras
y obras. Lo contrario, creer que el hábito hace al monje y por
el hecho de ser elevado alguien a cierto puesto queda automáticamente
libre, de no haberlo estado antes, del pecado y el crimen, es
un suicidio contra la Fe del mismo Cristo Jesús, quien, siendo
el Rey del Universo, se desnudó ante Dios para descubrirnos que
no las ropas sino el Ser es el que se presentará, sea para bien
o para mal, ante el Juez de toda la Creación.
Así pues, hermanos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne,
Nunca. No fue por las obras
de la Muerte que se cumple en nuestro Ser el milagro de Nacer
a la vida del Espíritu de la vida eterna. Fue el Brazo de Dios
el Autor de esta Obra por la cual los horizontes entre los que
la Muerte encerró la Consciencia del Hombre cayeron y la Mente
Humana ha sido restaurada en la Libertad de los hijos de Dios,
Libertad en orden a la cual fuera creado el Hombre. No es, pues,
obra de la reproducción y multiplicación de lo humano que la Fe
logró articular su Doctrina entre nosotros, porque en este caso
la Encarnación no hubiera sido necesaria. Al contrario, la Encarnación
puso sobre la mesa la imposibilidad fáctica que desde la eternidad
existe para el logro de la realización del Misterio de la Creación
de vida a Imagen y Semejanza de Dios. Imposibilidad que fue vencida
por Dios; sobre cuya Victoria el mejor canto es la Encarnación.
Si de alguien somos Deudores, por tanto, lo somos de Aquel que
resucitó a Jesucristo, en cuya Resurrección vino a apuntalar Dios,
mediante un hecho Histórico, su Victoria sobre la Muerte, que
devino un hecho consumado. Hecho por el cual quiso Dios darnos
a conocer que la Vida, no por evolución, sino por su Poder, viene
a luz para disfrutar de días que no se acaban nunca, a imagen
y semejanza de su propia Vida. Y nacidos para disfrutar de vida
a su imagen y semejanza lo que le conviene a todo hombre es vivir
acorde a esta Nueva Realidad Universal. Por Ley ajena a la Voluntad
de Dios tenemos que morir, pero por la Ley del Poder de Dios ese
momento es sólo un punto en la línea de nuestra vida eterna. Cerramos
los ojos a la Tierra para abrirlos al Cielo.. si , como dice Pablo,
hemos vivido en la Tierra tal cual si ya estuviéramos en el Cielo.
que si vivís según la carne, moriréis; mas, si con el espíritu mortificáis
las obras del cuerpo, viviréis.
Otra cosa no sería natural.
Ni desde la óptica de la inteligencia humana ni desde la de la
misericordia divina. Es decir, que caminando en este mundo a imagen
y semejanza de verdaderos demonios se nos abriesen las puertas
del Cielo por el simple hecho de haber cometido esos crímenes...
en nombre de Cristo... De donde se ve que mientras más alto sube
el hombre más dura es la caída. Y pues que todos estamos sujetos
a la estructura de un mundo en constante lucha contra Dios, es
decir, contra sí mismo, la paz es sólo para los que están muertos.
Pues la paz implica que ya no hay problemas. Pero el que está
vivo camina de problema en problema. Y mientras exista este enfrentamiento
la batalla empieza en uno mismo. Dejemos, pues, que los muertos
entierren a sus muertos, y nosotros a lo nuestro, a contemplar
el futuro de los siglos y acordar nuestras acciones en pensamiento,
palabra y obra al comportamiento natural a quienes nacen para
gozar de la vida eterna. Porque como dijimos antes: La Muerte
ya no tiene poder sobre nosotros, ni antes, ni durante, ni después.
Vivimos como Inmortales en un cuerpo mortal, cierto, pero la victoria
del Hombre sobre la Muerte está en que siendo mortales nos comportamos,
en pensamiento, palabra y obra, como Inmortales ¡¡a Imagen y Semejanza
de Cristo Jesús!!
A este misterio de vida se reduce
la Fe.
El cristiano,
hijo de Dios
He aquí que lo que se escribió
al Principio, “Adán, hijo de Dios”, vuelve a escribirse al Final:
Jesús, hijo de Dios. Escrito con el que Dios demostró delante
de todas las Naciones del Universo que El jamás sentenció al Hombre
al destierro eterno de su Reino. Pero habiendo roto su Mandato
la propia fuerza de la Ley juzgó el delito y acorde a sus causas
El administró Juicio. La sentencia contra el Género Humano era
firme, pero únicamente por un tiempo, cual se correspondía a la
naturaleza del propio delito. Habría de llegar el Día de la Libertad;
el Día en que una vez penado el Delito, por el que la Mente del
Hombre fue encerrada entre los muros de la Ignorancia, la condena
satisfecha, la Puerta se abriría y el Hombre entraría en posesión
de su Heredad, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Yavé: “Espíritu
de Sabiduría e Inteligencia, espíritu de Entendimiento y Fortaleza,
espíritu de Consejo y Temor de Dios”. En fin, el espíritu de Cristo.
Pero Dios, en su maravillosa omnisciencia y habiendo sufrido contra
su Voluntad la pérdida de su hijo, el Hombre, nosotros, quiso
celebrar la Fiesta de la Libertad, estando nosotros aún en el
Destierro de su Espíritu, mediante la visión de la Verdadera Naturaleza
de su Paternidad Universal, que se manifestó en Cristo Jesús y
sus Discípulos: a fin de que no le tuviéramos miedo a la Libertad
de la gloria de los hijos de Dios, en razón de la cual el Género
Humano fue creado y, en consecuencia, su luz nos es tan natural
como el sol, el aire y el agua. La espiritualidad no es por tanto
una dimensión extraña a nuestra naturaleza. Al contrario su ausencia
es la que causa la imposibilidad fáctica que le impide a nuestra
inteligencia una evolución omnisciente sin límites: dentro del
espacio de la Ley Divina, siempre- se entiende.
Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Tal es la razón redentora cristiana
bajo cuyo crecimiento la Civilización saltó de la Filosofía a
la Ciencia, salto que de por sí sola -como se ve de su muerte
bajo los pies de los Bárbaros y su resurrección de manos del Cristianismo-
la Civilización no podía realizar, y, gracias a Jesucristo y sus
Discípulos, tuvo lugar. La declaración de San Pablo no es, entonces,
gratuita. El reconocimiento de la Filiación Divina del Movimiento
Cristiano procede de la glorificación de Aquel que sobre todos
extendió su Paternidad, por cuya Voluntad ese salto de la Civilización
fue posible y sin cuyo Poder y sabiduría la Civilización jamás
hubiera salido de la tumba en la que la enterraron los Atilas
de aquéllos siglos. Al Cristianismo y sólo al Cristianismo, hablando
entre hombres, le corresponde la gloria imperecedera de haber
producido el milagro del Renacimiento de la Civilización. Lo otro,
sostener que sin el Cristianismo la Civilización hubiera sobrevivido
al peso de la Invasión y Destrucción del Mundo Antiguo, es pura
demencia. Los efectos de aquélla Gesta saltan a la vista. Que
ahora quieran algunos deslegitimar los efectos partiendo de los
límites puestos en marcha es discurso de la misma raíz demencial
anterior, y que entra dentro del discurso natural a la operación
de lavado de cerebro que suelen poner en acción los enemigos de
la Revolución Cristiana, para quienes antes de ellos era el infierno
y con ellos comienza el paraíso a florecer a los pies de sus líderes,
nacidos para la eternidad. Lavado de cerebro cuyos efectos esquizoides
violentos los tenemos en carne y sangre en el Cementerio del Siglo
XX, donde quisieron enterrar al Cristianismo en razón de unas
causas revolucionarias universales que, curiosamente, contra la
bondad de sus orígenes, hundieron al mundo en el infierno de las
guerras mundiales.
Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes
habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!
Ante nada ni nadie, entonces,
tenemos que excusar, justificar o simplemente hacer comprender
nuestro derecho a vivir y gobernar nuestra Civilización acorde
al reino de la Ley Universal Divina que con su sabiduría mantiene
vivas y en constante crecimiento todas las Naciones de la Creación.
Que tuviéramos que justificar lo que compramos con nuestra sangre,
es una petición imposible de satisfacer porque su discurso implica
nuestra renuncia al Gobierno de nuestra Civilización. Nuestro
Derecho al Gobierno Universal de la Civilización no puede ser
discutido ni sujeto a tela de juicio.
El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios,
Y lo contrario, que siendo nosotros,
los Cristianos, los fundadores de este Mundo, y por Cristianos
hijos de Dios, que nosotros fuéramos gobernados en nuestra propia
Casa y Reino por un Poder extraño a quien es el Rey de nuestro
Universo, viviendo así bajo una ley ajena a la Justicia sempiterna
sobre cuyos Mandatos está articulada la Creación entera, esta
opción, no importa el discurso que la proteja, es un suicidio
que le afecta a todo el género humano. Siendo nuestro Padre el
Rey y Señor de los Cielos y de la Tierra sería un suicidio colectivo
vivir bajo la ley no de nuestro Dios y Padre sino la de un enemigo
de su Casa y Reino. Que somos lo que somos es un hecho que está
más allá de la esfera del diálogo con quienes, una vez ofrecido
el diálogo usaron el diálogo para conducir al mundo a la destrucción
total, a todos los niveles, de la que hemos salido indemne gracias
y exclusivamente sólo a la Sabiduría de nuestro Creador. No hay
más diálogo posible sobre nuestro derecho e Identidad.
y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto
que padezcamos con El para ser con El glorificados.
La timidez y la caridad hasta
el límite de dejarse aplastar por quien usa nuestro entendimiento
y deseo de paz para aniquilar la Civilización que fundaron nuestros
padres con su sangre y sobre el tesoro de su sacrificio imperecedero
aniquila nuestro Derecho al Gobierno de la Civilización, que nos
pertenece, por la sangre y el Espíritu; la timidez es, hoy, una
confesión de renuncia a la Fe en la que hemos nacido, nos criamos
y nos movemos. Hijos de Dios, como dice en otra parte San Pablo,
familia de Cristo Jesús por obra y gracia del Espíritu de Dios,
todo nos pertenece, lo mismo las cosas de los Cielos que las de
la Tierra. Ahora bien, si entre nosotros existe división por cuestiones
puramente teologales procedentes de causas ya desaparecidas, ¿¡cómo
haremos efectivo nuestro Derecho!? ¿¡Acaso puede Dios Padre admitir
semejante discordia entre sus hijos y siervos más allá de un tiempo!?
¿¡No habría de llegar el Día de proceder a dar Fin a semejante
División en su Casa y Reino mediante el Anuncio de su Voluntad
Unificadora!? Ya veremos en el próximo capítulo que Sí
Los
sufrimientos presentes comparados con la gloria futura
Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en
comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros;
Nadie que esté en su sano juicio
pone su vida a los pies de una causa si esa causa no encierra
en su seno una meta cuya realización hace de semejante renuncia
a la vida terrestre un acto de indescriptible belleza. Se entiende
que se está hablando de una renuncia a la manera jesucristiana,
de la que San Pablo es el ejemplo: renuncia a la vida sin acto
de terror de por medio, como quien se lleva al infierno a cuantos
más mejor. Nosotros debemos diferenciar entre la renuncia del
sabio y la del loco. La del loco es la renuncia que pide el Islam;
la del sabio es la renuncia que se manifestó en Cristo. Pero no
sólo nosotros, los Judíos también deben aprender esta diferencia
mediante el ejemplo que vive en su propio territorio. Les basta
comparar la renuncia islámica, que exige el terror, con la renuncia
cristiana, divina por su naturaleza, en la que el Judío tuvo una
parte tan grande durante el acto de la ejecución de los sabios
fundadores y edificadores del Cristianismo. Pensar que la Renuncia
Jesucristiana fue un acto de locura es en sí mismo un ejercicio
de locura cuando se tiene en vivo la Diferencia entre la renuncia
Divina, representada por Cristo, y la Infernal, representada por
los Mártires del Islam. Los Judíos, en tanto que descendientes
carnales y espirituales de aquéllos Verdugos de Inocentes, deben,
mediante la Diferencia que les sirve el mismo Dios, abrir los
ojos y ver su parte en el Holocausto del Cristianismo, persiguiendo
a los primeros Cristianos, a fin de curarse de la locura que aún
les afecta al pensar en Cristo. Locura que lleva a la parte exaltada
de entre los Judíos del Mundo a negar el Holocausto Cristiano
que sus padres cometieron, de un lado, y a la creencia de locos
de la elevación mesiánica del Pueblo Judío al Trono de la Tierra,
algo que ocurrirá algún día... ¿sobre el cadáver de 2.000 millones
de cristianos, 1.000 de musulmanes, 1.000 de comunistas y 1.000
de hinduistas tal vez? Basta comparar las cifras para que el pueblo
judío reaccione y comprenda que ese miembro mesiánico de su sociedad
es uno de los elementos vitales que mantienen vivo el odio del
mundo, y de sus vecinos árabes especialmente, hacia el Judaísmo,
confundiendo por su culpa el Estado de Israel con el Sionismo
demencial de quienes creen de verdad que Jerusalén está destinada
a ser la Capital del Futuro Imperio de la Tierra. Únicamente en
boca de un loco cabe semejante discurso. No es de esta naturaleza
la Expectación que ha mantenido en vilo a la creación entera.
porque la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación
de los hijos de Dios,
Antes del Nacimiento del Cristianismo
la Expectación del Judío tenía por visión la Llegada del Rey Universal,
Ese que aún esperan los descendientes de aquéllos que crucificaron
a Jesús y decretaron la Solución Final contra sus Discípulos,
hombres, mujeres, ancianos y niños. Desde la Biohistoria se hace
muy difícil creer, por no decir imposible, después de tres persecuciones
anticristianas sobre suelo judío, ver una absoluta falta de relación
entre la actividad anticristiana judía en la capital del Imperio
y la Persecución de Nerón tras el Incendio de Roma. Que Flavio
Josefo fuera elevado a la amistad del César, después de haber
hecho de Judas de los suyos, entregando Jerusalén tras quemar
sus Archivos, y desde esa posición reinventara la Historia de
los Judíos, empleando los mecanismos del Poder para borrar de
la Memoria de su Pueblo el Holocausto Cristiano que Jerusalén
protagonizara y su parte en las Persecuciones Anticristianas Romanas;
dicha elevación del Judas de los Judíos a la Gloria del Historiador
con Libertad absoluta para reinventar el Pasado, es una cárcel
biohistórica entre cuyos muros la Conciencia del Pueblo Judío
Actual vive su destierro de la Comunidad Internacional en plenas
condiciones de Igualdad y respeto. La Expectación Mesiánica se
cumplió. Dios abolió toda Corona en el Universo, y puso su Imperio
a los pies de su Hijo Primogénito y Unigénito, haciendo de esta
manera de El el Único Rey Sempiterno de su Creación. Lo que tuvo
lugar en el Cielo habría de tener lugar en la Tierra. Ahora bien,
un Rey Universal en el Cielo y otro en la Tierra contradice el
Principio de la Universalidad en la Creación. De aquí que la Esperanza
mesiánica fundamentalista judía sea pura locura y la Expectación
de la Creación de la que San Pablo habla no tenga nada que ver
con el acto de destrucción de la Humanidad que el fundamentalismo
sionista representa, aunque no lo implique, como condición previa
para que su mesías infernal reine en un mundo convertido en un
cementerio nuclear. La expectación de la que habla el Sabio autor
de esta Epístola tiene que ver con la Restauración del Proyecto
de Formación del Género Humano a la Imagen y Semejanza del Espíritu
que dijera: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”.
Proyecto Divino que fue abandonado a título universal en razón
de la Caída del padre carnal del pueblo Judío, Caída que arrastró
a todo su mundo al infierno, y, por efecto, al resto de la Humanidad
por nacer. Mas siendo Dios Todopoderoso y siendo su Palabra Ley
Eterna es impensable que un contratiempo en su Proyecto pudiera
ocasionar la destrucción total de su ejecución. Aquí es donde
se equivocó la Serpiente. Cuyo razonamiento homicida y suicida
se manifestó en los promotores del Holocausto Cristiano, cuando
se dijeron que si pudieron con el Jefe, cuyos poderes eran inimaginables,
lo tenían fácil con “los Once cobardes” que salieron corriendo
y lo dejaron solo ante sus jueces. Un proyecto Divino puede sufrir
un contratiempo que obligue -como diríamos artísticamente- a Improvisar,
pero desde luego lo que no puede pasar es que un Proyecto Divino
sea destruido, por nada ni por nadie. La Victoria de “los Once
Cobardes” es el mejor ejemplo y Prueba de Dios ante los ojos del Israel de nuestros días. Prueba desde la que debe articular el
Mundo Judío su pensamiento a la Hora de reinterpretar la rebelión
de la Serpiente. O sea, no se refería Dios a un hombre en concreto
ni a un pueblo específico cuando dijera: “Hagamos al Hombre a
nuestra imagen y semejanza”, sino que, habiendo creado todo el
Género Humano, Dios comprendía en este Proyecto de Formación a
todos los pueblos y hombres de la Tierra. Mirando a la realización
de dicho Proyecto Universal, interrumpido en el Edén, nunca revocado,
recogido por Abrahán y Moisés, y vuelto a encontrar su principio
en Jesucristo, no viéndolo consumado -como se podía ver por los
hechos- San Pablo se hace eco de la Expectación de la Creación
y declara la Vigencia de la Voluntad Divina. El Judaísmo en general
cierra los ojos a la Realidad y se niega a ver que ese Proyecto
en marcha se llama Cristianismo. El Fundamentalismo Judío, en
especial, manipula el estado de odio perpetuo entre Islam y Judaísmo
para mantener ciego al Estado de Israel y no ver que la doctrina
del fundamentalismo sionista actual representa una agresión contra
la Región al declarar que las Fronteras del Estado Mesiánico se
extienden desde el Mediterráneo a los grandes ríos mesopotámicos.
El enemigo de la Paz, en este aspecto, está entre las fronteras
del Estado.
pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón
de quien las sujeta
Otra cosa sería imposible. La
Caída fue un delito y su precio fue el debido a la gravedad y
naturaleza del mismo. ¿Está acaso por voluntad propia el preso
en su cárcel? ¿De poder seguir libre iba a meterse voluntariamente
el delincuente entre rejas? Siendo las consecuencias del delito
de Adán de proporciones universales en razón del Cómplice al caso,
la Humanidad entera fue arrojada entre los muros de la Ignorancia,
cuyas cadenas no podría romper el mundo hasta que llegase el Día
de su Libertad. Fue en esas condiciones y para mantener viva la
Esperanza de Libertad que Dios envió a su Mesías y lo hizo nacer
en la misma cárcel para resucitar en el pecho del Hombre la Esperanza
ya muerta sobre la Temporalidad de la Pena Impuesta. Es desde
el Conocimiento de esta Temporalidad que San Pablo escribe para
el Futuro. Porque si no hubiera nacido Cristo Jesús la Temporalidad
de la Pena se habría descubierto infinita, pero viniendo Dios
nos reveló la Temporalidad de la misma, proclamando en su Mesías
la existencia de un Día, por venir, en que se abriría la Puerta
de la Libertad, pues la Pena debida al Delito se habría dado por
consumada a título universal. Respecto a este Día “la creación
entera se mantenía expectante”
con la esperanza de que también ellas serán liberadas de la servidumbre de
la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los
hijos de Dios.
En efecto, este es el Fin implícito
en el Principio del Proyecto Divino de Formación del Género Humano
a Imagen y semejanza del Espíritu que dijera: “Hagamos al Hombre
a nuestra Imagen y Semejanza”, es decir, hijo de Dios. Y como
cada hijo de Dios es Cabeza de su Mundo, es de esta manera que
Adán nació para ser la Cabeza del Hombre, cuyo Cuerpo, la Plenitud
de las Naciones, lo tendría por Rey y Señor. Tocado y hundido
el Elegido de Dios, Este restauró el Proyecto y lo hizo Núcleo
de la Revolución Universal que la Traición y Rebelión de Satán
implicó en la estructura de la futura relación entre Dios y sus
hijos. Fue a partir de esta revolución que Dios abolió el Imperio
y suscitó la Corona del Gran Rey, su Hijo, Señor Universal de
toda su Creación. Y desde esta restauró su proyecto de Adopción
del Hombre transformando su Naturaleza entera al darle al Hombre
por Cabeza espiritual su propio Hijo. Pues todos los Pueblos tienen
por Cabeza un hijo de su Pueblo, carne de su carne y sangre de
su sangre, pero el Hombre recibió por Cabeza al mismísimo Unigénito
de Dios. De aquí que, emocionado, diga nuestro amado Pablo: Tengo
por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada
en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros.
Porque, ciertamente, toda carne es polvo, pero el Hombre, por
Voluntad Divina, devino el Cuerpo del Hijo de Dios.
pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto,
¡Cómo no, estando la Sabiduría
al gobierno de todas las cosas cómo no iba sentir la creación
entera la tardanza que la Marcha del Mesías posponía para un Día,
tanto más lejano cuando el tiempo no hacía sino empezar, a correr
la cuenta de los siglos que separaban a Dios de los hijos, fruto
del Matrimonio entre Dios, en Cristo, y la Iglesia, que la creación
habría de traer a luz! Desesperación, pues, para el pueblo judío,
porque creyendo que había llegado la Hora del Mesías, se encontró
perdido en las tinieblas del que se halla abandonado a su suerte
y su suerte es la destrucción de su nación. Gloria para el Mundo
porque los hijos de Abraham se habían unido en Fraternidad sempiterna
a todos los hombres y desde el Amor Divino le anunciaba a la Plenitud
de las Naciones la Temporalidad de la Condena debida a la Caída.
Dios estaba por el Hombre, y no sólo estaba por nosotros sino
que El mismo se había erigido en Cabeza de nuestro Mundo. ¡Cómo
olvidarse de sí mismo! ¡Cómo no gemir el propio Dios, en tanto
que Padre, por el Día de la Libertad que en cuanto Juez no podía
derogar sin causar en la estructura de la Creación un agujero
negro infernal!
y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu,
gemimos de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la
redención de nuestro cuerpo.
Pues el fin de la creación es
la vida eterna, Inmortalidad para la que fuera creado el ser humano,
según se ve de las Escrituras, y que perdiera el Género Humano
en función de la Pena. Pero que siendo Temporal habría de ser
restaurada, para que la manifestación del Omnisciencia y el Todopoder
Divino se vea por los Hechos y no por las Palabras solamente.
Salvación de una pena de muerte, a la que fuimos condenados y
entre cuyas rejas hemos nacido, pena de muerte que contradice
el Principio de Formación Divina del Hombre, que solamente alcanzará
su perfección en la redención del Cuerpo del que se ha hecho Dios
su Cabeza, por su Naturaleza Indestructible vistiendo de Inmortalidad
su Cuerpo. Salvación que esperamos como manifestación de la propia
Gloria de nuestro Creador en nuestro propio cuerpo, no redimido
en carne.
Porque en esperanza estamos salvos; que la esperanza que se ve, ya no es esperanza.
Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo?;
En esto, como en lo demás, reina
la sabiduría. El Fin está ahí, en el Principio, pero el cómo y
el cuándo son asuntos que sólo conoce Dios. Lo que a nosotros
nos toca es hacer la Voluntad Presente de Dios, que el Mañana
ya tendrá su propio afán
pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos
El Espíritu
ora en nosotros
Dos dimensiones y una sola realidad
vienen a confluir en el Nacimiento del Cristianismo para la Edificación
del Proyecto de Formación del Hombre a imagen y semejanza de Dios.
De un lado tenemos que la criatura sola no puede romper la frontera
de la Muerte y poner su pie en el terreno de la Inmortalidad.
Del otro tenemos un Ser Creador que echó abajo ese Muro. Pero
no sólo por el mero placer de la conquista sobre un horizonte
imposible de alcanzar por la materia sola. Sino que alcanzada
esa meta transformó la propia estructura de la vida elevando su
evolución de la materia: al Espíritu, haciendo así que la criatura
sienta y viva en su ser la fuerza arrolladora de la propia vida
Divina, no como algo ajeno sino como realidad propia. De hecho
basta enfocar el pensamiento en los tiempos inmediatamente posteriores
a la Caída de la Primera Civilización para descubrir en la pérdida
de esta Conquista el origen de la esquizofrenia violenta de aquéllos
Héroes de la Antigüedad, inventores del sacrificio humano ritual
como medio de alcanzar por el favor de los dioses lo que por la
sangre sola les era imposible. En la enfermedad descubrimos la
impronta consumada de la revolución cósmica por Dios efectuada,
desde cuyo Principio fuera el Género Humano creado para disfrutar,
a Imagen y Semejanza de los dioses, de la Inmortalidad. Mas sería
superfluo encerrar la dimensión del Proyecto Divino exclusivamente
dentro del hecho ontológico de la ruptura de los límites de la
evolución natural. El Proyecto llevaba en su seno un ente, el
Hombre, concebido en la Mente Creadora para ser su Semejante en
el Espíritu. La vida eterna dada por sentado, la cuestión era
qué haría la criatura con esa vida. Y La Respuesta de Dios fue
darle por Razón Natural al Espíritu del Hombre el YO de quien
dijera: YO soy el que soy.
Este Yo, reflejo puro del YO de su Creador, abandonado a sus fuerzas
naturales por la Caída, privado de su Sobrenaturaleza, será el
que entre en aquella esquizofrenia aguda y violenta, origen del
Fratricidio, que extendiéndose por el cuerpo de la Humanidad hundiría
a las naciones en la irracionalidad de la que somos testigos al
presente y se alzó contra su propio Salvador al ritmo de los impulsos
malignos que ya se habían asentado en los estratos de la estructura
sub e inconsciente del ser humano. Enfermedad de la que el Hombre
es sanado mediante la promesa de Vida Eterna que el Espíritu Cristiano
mantiene viva contra los golpes de viento de los siglos, cual
se ve por los hechos desde un confín al otro de la Tierra.
Y asimismo, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque
nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu
aboga por nosotros con gemidos inenarrables,
Esto sentado, San Pablo, lo
mismo que los demás Apóstoles, da un paso adelante y pone al Cristiano
delante de Dios con un deseo, es decir: “Pedid y se os dará”.
Ahora bien, pedir ¿qué? La propia estructura del YO de quien dijera YO soy el que soy pone
sobre la mesa una Personalidad consumada en su Consciencia ante
el que poner el deseo de nuestro corazón. Y siendo su YO una realidad
perfecta el Deseo del Hombre se encuentra delante de dos puertas.
Una se llama el Bien y otra el Mal. Y Dios, en cuanto YO ontológicamente
perfecto, no puede ir contra sí mismo en base al amor. Usar, manipular,
utilizar el amor para usar, manipular y utilizar a la persona
que ama es el talón de Aquiles contra el que la flecha del mal,
desde la forma más simple a la más compleja, dirige su dardo.
Vemos en el Caso Adán cómo este dardo fue utilizado por Satán
contra Dios a fin de por el amor obtener de El lo que de Su YO
no se podía obtener por la Razón. Superado este trauma y volcados
totalmente en la Fe nuestro dilema está en el enfrentamiento entre
nuestros deseos y un Ser Divino las leyes de cuya Mente son inviolables
e incorruptibles y nada ni nadie puede hacer que El vaya contra
Su YO. Imposible, por consiguiente, saber cuáles son las leyes
de su Mente sin antes habernos descubierto El su Espíritu. Que
tenemos en palabras que llenan el Libro más voluminoso de la Historia
de la Humanidad, por su profundidad y extensión, la Biblia. Donde
las raíces de ese YO, a cuya Imagen y Semejanza el Hombre fue
creado y Restaurado en Cristo, se nos descubren cuando se escribe:
“El Espíritu de Yavé, el Espíritu de Dios, es espíritu de sabiduría
e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de
Dios”. Nada puede complacerle más a nuestro Creador que, faltos
de esas cualidades naturales a su Ser, nuestro corazón se vuelque
en sus manos pidiéndole Inteligencia sin medida para penetrar
en el misterio de todas las cosas, descubriendo al amparo de Su
luz las respuestas a todos los problemas que azotan nuestro mundo.
La implicación es Fe, pero como estamos tratando entre cristianos
ponerla sobre la mesa es innecesario. Lo mismo sobre la Imposibilidad
o Posibilidad del Poder de Dios para abrirnos la Puerta de su
Omnisciencia. No hay nada que pueda derretir el Ser de ese YO
Divino con más garantía de éxito que pedirle aquello para lo que
El creara al Hombre.
y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque
intercede por los santos según Dios
Es decir, si del Hombre es pedir
lo que no tiene y por lo que su ser suspira, de Dios es dar, porque
lo tiene, aquello a lo que su criatura aspira; y como el Hombre
pide lo que quiere, Dios concede descubriendo en el que pide el
fin al que su deseo tiende. Ahora bien, cristianos, de la Descendencia
espiritual de Cristo, la inmaculada raíz del que nos hace nacer
para su Gloria ante todas las naciones, esa raíz incorruptible
imprime su sello a nuestro deseo y con su impronta obtiene de
quien tiene el Poder aquello que en el Deseo con su Gloria El
mismo firma. Al infierno, pues, con la Duda. El mismo que suscita
es quien concede. El que pide como el que da ambos son el mismo,
una sola cosa, Dios en Cristo, Cristo en Dios, el mismo Espíritu
de la eternidad que se derrama en toda la creación para vestir
todas las cosas de Inmortalidad sempiterna. “Inteligencia sin
medida”, nada hay en la Tierra que pueda pedir el Hombre que más
pronto obtenga de Dios su respuesta, y su respuesta es un Sí,
un Sí bello como una mirada de padre a hijo, alucinante como el
beso del alba a la aurora, un Sí todopoderoso y omnisciente que
perfila mentes y escribe la Historia de los Siglos desde la punta
de los dedos del hombre. El Espíritu que sostiene es el que susurra
palabras de sabiduría. Adelante entonces. ¿O acaso siendo malos
vuestros padres si le pedís pan os da una piedra? Si Ayer la Duda
fue cosa de “valientes”, Hoy la Duda es razón de cobardes. En
Dios está todo el Poder, sí, pero también toda Ciencia. Su Omnisciencia
extiende sus fronteras sobre las costas del Cosmos y penetra en
los abismos fundamentales de la materia. Nada hay que la Inteligencia
del Creador no conozca. No hay problema cuya respuesta El no haya
descubierto ya. Ni ley universal que exista sin su conocimiento.
El hombre, cual chiquillo prodigio que abre sus ojos al universo
y desde su genialidad precoz, confundido por la visión del infierno,
dibujó en la arena de la playa su idea del mundo. Pero Hoy la
Infancia del Hombre es ya un recuerdo y su Adolescencia un pasado
pretérito. Y en su crisis de Adulto está devorando su propio mundo.
Como Ayer sólo Cristo podía impedir que la Civilización se hundiera
para no volver a renacer; Hoy es el cristianismo la fuerza histórica
en cuyas manos descansa el Futuro de la Plenitud de las Naciones.
Pero no en la fuerza de las armas sino por la Libertad de una
Inteligencia sin medida que hace de la Omnisciencia Creadora su
Fuente de acción tiene ese Futuro su Mañana. “Pedid, el Espíritu
de Yavé, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios: sabiduría
e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de
Dios, y Dios os dará lo que desde el Principio de la Creación
legó al Ser Humano, Herencia de la que fuimos privados por la
Traición, y recogiera en testamento su Hijo para su Descendencia,
la que habría de nacer y cuya venida la creación entera ha estado
esperando ansiosa, Descendencia nacida para gozar de la libertad
de la gloria de los hijos de Dios”
El plan de Dios sobre los elegidos
Es difícil decir hasta qué punto
la obviedad necesita explicarse, hacerse entender, abrirse el
pecho de costado a costado y quedarse desnuda a fin de que las
inteligencias sin consciencia de su esencialidad lleguen siquiera,
pues que no a entender la naturaleza de la verdadera realidad
de todas las cosas, al menos sí a captar la conexión entre esa
naturaleza y su inteligencia, que duerme bajo las pesadas cadenas
de las necesidades diarias. Aquéllos que velaban pero se movieron
entre tinieblas en lugar de defender la fragilidad humana usaron
el estado de inconsciencia general para alzarse ellos como alguna
especie de dioses superhumanos a cuyos pies debían ponerse lo
mismo el poder que la gloria. Alzar el pensamiento y ver la verdadera
naturaleza del universo en la mente de quien le diera origen y
forma devino inconsustancial, en base y sobre todo a que la satisfacción
del ego propio convivía mejor con la esclavitud que con la libertad
de los pueblos y las naciones a costa de cuyo sudor, contra la
ley, hacían su agosto. Tanto más delictivo el caso por cuanto
el sudor dio paso a la sangre. La situación, por tanto, en la
que a causa de la Caída, tuvo Dios que restaurar su Plan Universal
de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza de su Hijo forjaron
realidades concretas, específicas, unas veces demoledoras y otras
llenas de gracia, sobre cuyo camino la Voluntad Divina tuvo que
marcar época.
Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de
los que le aman, de los que según sus designios son llamados.
La Caída no sólo transformó
el comportamiento y las relaciones humanas. La conexión entre
el núcleo divino y la periferia humana quedó también rota. El
efecto a largo plazo de la ruptura entre Creador y criatura se
tradujo en la necesidad que el primero tendría en adelante de
hacer su trabajo de Formación del Hombre contra la Ignorancia
del segundo. La esperanza de los autores de la Desobediencia del
Hombre era que esa ruptura no volviera a restablecerse nunca jamás.
El Plan de Dios: restablecer su relación con el Hombre, liderar
su camino fuera de las profundidades del infierno en que su mundo
devino y elevarlo a su altura de su Hijo, consolando mediante
esta Libertad sin límites al Hombre que, contra su Voluntad, fuera
desnucado por la Muerte con la quijada de un asno llamado Satanás.
La oposición del mundo a su propia Liberación estaba garantizada,
pues. La Ley tenía que consumarse porque el Delito había sido
cometido. Nada ni nadie podía anular la Sentencia sino el propio
Tiempo. Pero para cuando llegara el Día de la Restauración, simplemente
por inercia milenaria, la lucha abierta contra sus Elegidos, es
decir contra los libertadores del ser humano, sería terrible.
Uno por uno todos caerían en el campo de batalla. ¿Dónde está
el loco que se lanza a una guerra a sabiendas que yacerá cadáver
bajo las botas del enemigo? La elección de quienes habrían de
Restaurar mediante su Sacrificio el Plan Universal de Formación
de la Plenitud de las Naciones a imagen y semejanza de los Pueblos
del Cielo, esa Elección no podía ser al azar. El destino de sus
Elegidos sería la cruz.
Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conforme a
la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos
hermanos;
Muchos siglos mantuvo bajo control
todopoderoso Dios sus nervios en fuego. La imagen del estado de
sus nervios lo tenemos en la Zarza que ardía sin consumirse. Ni
el fuego se apagaba ni la Zarza se consumía. Un control perfecto
de sus nervios. Tan perfecto que el mismo enemigo de su Criatura
y de su Creación se atrevía a presentarse ante su trono porque
le era imposible detectar en el Ser del Creador el Fuego que contra
su Crimen devoraba su Mente. La espera había sido larga. La Restauración
del Plan Divino de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza
de su Hijo se había estado fraguando en su Omnisciencia milenios
enteros. Lo vemos en la Biblia, el detallismo perfeccionista de
su Autor. Así que cuando el Día llegó El mismo eligió en el seno
de sus padres a quienes a su Hora habrían de responder a Su llamada.
y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los
justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó.
No engañó Dios a los Hermanos
de su Hijo. En este orden Descartes no fue más que un pobre idiota.
Dios no le mintió jamás al Hombre. Desde el principio tuvo la
Verdad en su boca. “Si comes, morirás”. Y así fue. Y para que
esta vez las Palabras no fuesen tomadas a chirigota, Su Palabra
se hizo carne a fin de que sus Elegidos no dijeran: “No sabíamos
que la Cruz era el término de nuestro Camino”.
¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?
Y sin embargo el Fin era el
Principio de una Nueva Realidad, para los Elegidos porque de las
profundidades de la muerte eran elevados a las alturas del trono
del Hijo de Dios. Y para el Género Humano porque al precio de
Su sangre los hijos de Dios, de la descendencia de Abraham, restablecieron
por la eternidad el Vínculo Sagrado entre el Hombre y Dios, firmando
con su Cruz una Alianza sempiterna, por la cual la Humanidad en
Cristo no será jamás destruida.
El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo
no ha de darnos con El todas las cosas?
Esta fue la Recompensa, la meta
tras la que corrieron los Elegidos y ante la cual, conociendo
por la Palabra y la Carne que el precio era la Cruz, ni se amilanaron
ni se echaron a temblar, sino que mirándonos a nosotros, el fruto
de su Sangre en el Espíritu, se desnudaron y tiraron su carne
y sus huesos a los leones y el fuego. Del Cristiano es, por tanto,
el mundo y todo lo que contiene. Como se ha visto en los dos milenios
pasados y ha de hacerse realidad Histórica en lo que va de siglo.
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién
condenará?
Lo implicaba la Creación del
Hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para
que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo,
y todos cuanto se mueve sobre la faz de la tierra”. Pero fuimos
desposeídos de nuestra Heredad y obligados a vivir en nuestro
mundo como quien ha caído de otro planeta y el mundo se rebelase
contra hijos no nacidos de su carne. Mas lo fuimos por un tiempo,
el periodo que durase la Sentencia contra la Desobediencia habida.
Pasado ese tiempo el Hombre sería restaurado en su heredad. El
Hombre en Cristo, jamás ya fuera de El -se entiende. Justificados
pues por la Sangre y el Espíritu el Futuro es del Cristiano.
Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra
de Dios, es quien intercede por nosotros.
Y siendo nuestro Salvador, el
Brazo de Dios, Aquel por el que el Todopoderoso ejecuta sus Obras,
¿quién nos impedirá entrar en posesión de nuestra Heredad? Es
decir, ¿quién hará que Dios desista de su Plan de Salvación Universal,
le cortará el paso y le impedirá consumar la Restauración de su
criatura a su Imagen y semejanza?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución,
el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?
¿El Comunismo, el Islam, el
Socialismo, el Ateísmo, el Materialismo Científico? Todos son
movimientos de las tinieblas bajo la luz del Día que amanece y
que, como la Serpiente coletea una vez decapitada, se mueven violentamente
antes de expirar para siempre. Nadie puede cambiar el Pasado ni
borrar del Libro del Tiempo el Futuro que Dios tiene en mente.
Según está escrito: Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día,
somos mirados como ovejas de degüello.
Y si ni el dolor de aquéllos
a quienes tanto amó hizo temblar Su pulso, tanto menos lo hará
el odio de aquéllos que se alzaron contra su Omnisciencia y creyeron
que en la Guerra contra el Cristianismo estaba la Victoria de
sus fuerzas contra el Mal que tiene aún encerrado entre sus muros
a una gran parte de nuestro mundo.
Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó.
Cuanto más nosotros, descendencia
de Cristo, para quienes la Cruz no es el término una vez que la
Necesidad ha dado paso a la “libertad de la gloria de los hijos
de Dios”.
Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los
principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades,
Toda la razón para nuestro Apóstol.
Y el que tenga que decir lo contrario, que no se prive.
ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos
del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Y si a los siervos nada ni nadie
pudo impedirles alcanzar la gloria, ¿quién le impedirá a los hijos
de ese mismo Señor entrar en la Heredad para ellos reservada por
Testamento, firmado con Sangre ante todas las naciones de la Tierra
y del Cielo?
Sentimientos
del Apóstol por los judíos
Os digo la verdad en Cristo, no miento y conmigo da testimonio mi conciencia
en el Espíritu Santo,
¡Verdad...Cristo...testimonio...conciencia....Espíritu
Santo! Hay palabras que se inventan para satisfacer la vanidad
intelectual, palabras que salen de las fosas del cerebro con la
dureza y la glacialidad de las cadenas, palabras que estallan
en el cuerpo de la humanidad como un látigo asesino hambriento
de carne, devorando piel y sangre, hay palabras dulces como besos
de chiquillos diciendo te quiero a su padre sin tejer una sola
letra, hay palabras libertadoras y palabras genocidas, palabras
que son abismos en cuyos precipicios se hunden las mentes alucinadas,
imberbes, ignorantes y tediosas, palabras que son puertas de sabiduría
y ciencia abriéndole al hombre nuevos horizontes, palabras de
amor y odio, palabras de amor y tristeza. Palabras que según se
juntan forman un castillo en las tinieblas o un sol de victoria
despertando en nosotros la consciencia de ese ser humano primordial
por amor al cual el universo entero se hizo pájaro recorriendo
el bosque de las galaxias en busca de ramitas con las que hacerle
en los brazos de su Creador nido y cuna. ¡Qué bello fue Adán!
Paseando desnudo entre las fieras, Tarzán divino, con su palabra
reinando en la selva, labrando la tierra cual héroe del cielo
por toda espada la Verdad y por todo armamento la Conciencia del
Espíritu Santo a cuyos pies puso la Creación entera su cuerpo.
Dios lo concibió en el seno de una Palabra, la más hermosa, la
más amada por su alma: ¡Verdad! La Verdad era su corona, su cetro,
su manto de gloria, su alma, su ser, su sino, su destino, su risa
y su conciencia. Todo en él era hermoso, su forma de mirar, de
pensar, de dormir, de estirar su brazo y comer la fruta del árbol
de la vida, su correr golpe a golpe con el león y la pantera,
sus pensamientos en el infinito y sus sueños en la eternidad.
Todo en él era inocente y puro. En fin, era como un tonto. No
sabía lo que era el mal, era un hombre de palabra para quien la
palabra era ley, a imagen y semejanza de la de Dios, su Padre.
De nadie tenía miedo y nadie tenía por qué tenerle miedo. No tenía
nada propio, todo era de su Dios y nada le pertenecía al hombre,
pues todo había sido creado para disfrute y gozo de todos. Era
un romántico nacido idealista. Jamás mataba, ni para comer ni
para imponer su fuerza. El era el Hombre, la revolución después
de la gran revolución del Neolítico, orgullo de su Creador y gloria
de la Tierra en cuyo seno el Universo cultivara la Semilla de
la Vida Inteligente. Con una quijada mató Caín a su hermano porque
en la cabeza humana no cabía que de un instrumento para labrar
la tierra pudiera forjarse una espada, una lanza, un misil. El
Hombre no sabía lo que era la Guerra. La Paz era su Patrimonio.
Así que cuando cayeron Adán y su Mundo, el Universo entero se
quedó perplejo, atónita la Tierra, pasmado el Cielo, sólo en el
Infierno los malditos demonios, una vez hijos de Dios, bailaron
al son de los tambores de la destrucción total del Género Humano.
¡Pobre Adán! De rodillas en el polvo sufriendo visiones de terror,
sobre su conciencia cayendo el recuerdo del futuro con la fuerza
del látigo sobre la espalda de Cristo; de rodillas gritando de
dolor con lágrimas envueltas en sangre, la sangre de su hijos
y la de los hijos de su Mundo, bajo los cascos de las fuerzas
del infierno, desatado por su Caída, enterrados en un dolor más
fuerte que el pulso de la Creación en el núcleo duro del espíritu
que al Principio derramó Dios sobre el pueblo de la Tierra. Donde
se había escrito gloria se escribiría destrucción; donde se había
escrito honor, se escribiría: devastación; donde se había escrito
el nombre de la ciudad de Dios, se escribiría: exterminio. Y él,
Adán, había sido el causante de la destrucción universal del Género
Humano, de su Caída de las puertas de la Inmortalidad a la extinción
total de su mundo en el polvo de la Muerte.
que siento una gran tristeza y un dolor continuo en mi corazón
Esta Herencia fue el legado
de Adán a Set, que pasó de Set a Noé, de Noé a Abraham, concibió
en David la Corona, derramó su conciencia en los profetas, y fue
recogida por Cristo Jesús, hijo de María, israelita de nacimiento,
para manifestación del Amor Imperecedero Universal de Dios hacia
su Criatura Humana y consolación de las naciones muertas y por
nacer. En su corazón vivía la pena que en su día sintiera y bajo
cuyo peso creyera morirse de dolor y angustia Adán; y sería desde
esta Conciencia que Pablo se dirigió a los Romanos. Porque si
Adán cayó de rodillas contemplando en visión el fin de su Mundo,
el Apóstol, aunque sostenido por el Espíritu Santo, lloraba en
visión la destrucción del pueblo israelita, que se avecinaba,
y sería tan real como real vino a ser la visión que Adán viviera
tras su Caída.
porque desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos, mis deudos
según la carne,
Pero como fue imposible detener
el curso de la Justicia en el Caso Adán, también era imposible
en el Caso Israelita detener el curso del Juicio de Dios, profetizado
hacía mucho ya, en verdad, cuando se escribiera: “Decretada está
la destrucción que acarreará la Justicia”. Impotente para detener
el curso de los tiempos el Apóstol, y porque era Santo, lloraba
esa imposibilidad que le rasgaba el alma en razón del amor natural
que sentía por quienes eran sus hermanos según la carne y la sangre.
los israelitas, cuya es la adopción, y la gloria, y las alianzas, y la legislación,
y el culto, y las promesas;
Por quienes sentía, como no
podía ser de otro modo, los sentimientos más profundos. No olvidemos
que el mismo que en su pasión cristiana derrama ahora sus palabras
como lluvia sobre la tierra de los creyentes, éste mismo Pablo
fue el Saulo que con el mismo apasionamiento derramó fuego contra
estos mismos cristianos en nombre de esa adopción, de aquella
gloria, de esas alianzas, de esa legislación y culto y promesas
de las que el israelita se sentía orgulloso, eran su gloria y
causa de desprecio hacia las demás naciones.
cuyos son los patriarcas y de quienes según la carne procede Cristo, que está
por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.
Gloria y Honor imperecederos
a los que el Dios de Adán, padre de Israel y su descendencia,
sumó el Nacimiento de Cristo Jesús, a quien elevó el Dios de Abraham
tan alto cuan bajo fuera arrojado su padre, Adán. ¡¡Y qué gloria
más alta y poderosa puede alcanzar la Criatura que sentarse a
la altura de su Creador!! Pues como bajo cayó Adán, tocando las
profundidades del Infierno, desde cuyo fondo viera la destrucción
del mundo entero, así de alto elevó Dios a su Hijo y Heredero
en la sangre y el Espíritu, según se escribió: “Pongo perpetua
enemistad entre tu descendencia y la suya, tú le acecharas el
calcañal y El te aplastará la cabeza”. De manera que de las profundidades
más ignotas del Infierno a las alturas más inaccesibles del Cielo,
de esta manera descubriéndonos Dios a todos sus hijos el lugar
donde puso el Traidor sus ojos, este mismo Trono en que hacía
sentar ahora Dios al hijo del Hombre, hijo de Adán, hijo de Dios,
Jesucristo, nuestro Rey y Salvador, nuestro Héroe y Señor, nuestro
Padre y Creador. Aleluya. Gloria al israelita, pero mayor gloria
la del Apóstol, porque sumó a la de la carne la del Espíritu.
Y no es que la palabra de Dios haya caído vacía, pues no todos los de Israel
son de Israel,
Nacido el hijo del Hombre y
glorificado por la Resurrección, la ruptura entre lo Antiguo y
lo Nuevo se forjó sin vuelta atrás. El que tenía que nacer con
la Maza había nacido y su Victoria se consumó. Cristo Jesús era
el hijo del Hombre, el heredero de la Promesa de Venganza contra
la Serpiente. Desde El y a raíz de su Victoria, se producía una
inmensa fisura en el seno del mundo israelita, que podemos definir
diciendo aquello de: Adaptarse o morir. Es decir, avanzar hacia
el Futuro o quedarse clavado en el Pasado esperando que el tren
sin retorno que saliera de la estación del Presente volviese a
pasar. La primera postura fue la del Apóstol y sus congéneres
en el Espíritu; la última la de los judíos, que aún dos milenios
después siguen sentados en la estación esperando que el hijo del
Hombre nazca y les dé el Poder Absoluto sobre todas las Naciones
de la Tierra.
ni todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham, sino que por Isaac
será nombrada tu descendencia.
La ruptura cristiana en el seno
de la comunidad israelita, en consecuencia, procede de la Razón
por la que Abraham fuera bendecido por Dios. Y que se enmarca
dentro de la Conciencia que lega Adán a su descendencia, por la
cual y por su culpa el Género Humano fue privado del Futuro que
Dios legó a todas las naciones de la Tierra. Culpa que en su Justicia
nos reveló Dios limitada a la Ignorancia de Adán sobre la Ciencia
del Bien y del Mal, en virtud de cuya Ignorancia se imponía el
Sacrificio Expiatorio en cuya Sangre la Redención reclamada se
consumaría y por cuya Consumación se le abriría al Género Humano
en su Plenitud las Puertas de la libertad de la gloria de los
hijos de Dios, gloria que nos fuera sustraída por la Caída del
padre de este mismo Abraham. De manera que a raiz del Sacrificio
Expiatorio Universal, del que el sacrificio simbólico de Isaac
fue su modelo, los hijos de Abraham serían contados en Razón de
esta Conciencia Patriarcal y no simplemente por el hecho de ser
descendiente sanguíneo.
Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino los hijos de la
promesa son tenidos por descendencia.
Digamos en descargo del judío
y buscando su salud, que era imposible para hombre alguno, pues
que lo fuera para el propio asesino de Adán y su Mundo, concebir
el modo y manera en que el hijo del Hombre, hijo de Adán, le aplastaría
la cabeza al Jefe de la Rebelión contra el Imperio de Dios. Ni
el mismo Satán, teniendo acceso a la Presencia de Dios, como se
ve en el libro de Job, fue capaz de entrar en la Mente del Omnisciente
Padre de todos los príncipes de su Imperio. El hecho es que el
Duelo a muerte entre Satán y el hijo del Hombre, o sea, Cristo,
estaba anunciado desde el mismo Día de la Caída. Y que queriendo
ser el Campeón elegido para medir sus fuerzas con el Asesino de
su padre, incapaz de comprender la Razón Divina, Caín mató a Abel
en un intento de obligar a Dios, pues que su padre no tenía más
hijos, a proclamarlo su Campeón. El juicio misericordioso Divino
contra el fratricida expone a la vista este juego de sentimientos
en la causa de la muerte de Abel. Quiero decir, el propio Unigénito
de Dios se encarnó en la Virgen con el espíritu puesto en la Idea
del Mesías al estilo que el Judaísmo posdavídico pusiera en circulación
y le costara al reino de los Hebreos su destrucción. El Episodio
del Niño en el Templo es el Acontecimiento Histórico que marcó
lo que llamamos el Volver a Nacer de Jesús, que devino Cristo
al descubrir en su Padre la Verdadera Imagen que bullía en la
Mente de Dios. La Maza del Vengador de la Sangre de Adán era la
Cruz. Misterio insondable e inefable para sus hermanos de sangre
en Abraham, la Cruz sería el Arma con el que el hijo del Hombre
le aplastaría a la Serpiente la Cabeza. Atrapados los hijos de
Abraham en la misma Ignorancia al amparo de cuya realidad el Enemigo
hundiera el puñal de la Traición en el pecho de Adán, ahora eran
sus descendientes quienes hundidos bajo el peso de esa misma Ignorancia
hundían el puñal de la rebelión contra el Reino de Dios en el
pecho de Cristo Jesús, el hijo del Hombre. De manera que esperándolo
ambos, tanto los hijos de Dios aliados en la Rebelión de la Serpiente
como los hijos de Abraham bajo la corona de los Césares, ignorantes
ambos sobre la naturaleza del Arma con la que Dios vestiría a
su Campeón, cumpliendo por su Brazo la Promesa: “Te aplastará
la cabeza”, ambos se unieron para acometer el mismo acto: La Crucifixión
del Mesías. Acto consumado que, aunque ejecutado en la Ignorancia,
según la Palabra del propio Mesías: “Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen”, al igual que el de Adán, aunque igualmente
acometido en la Ignorancia, tenía que acarrear y acarreó el cumplimiento
de la Justicia que decretara la Destrucción del reino de Israel.
De la que se salvaría un resto, según las profecías, y a partir
de las cuales sólo los hijos de la Promesa serían contados como
Descendencia espiritual de Abraham.
Los términos de la promesa son
estos: Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo.
Promesa en la que es obvio ver
la Omnipresencia Divina en el transcurso de los milenios el pensamiento
puesto en el Duelo Final entre el hijo del Hombre y la Cabeza
de la Serpiente. Omnipresencia que se manifiesta omnisciente hasta
el mínimo detalle transformando toda autoría humana en consecuencia
de la acción Divina. Autoría que en la risa de Sara y la incredulidad
de Abraham nos pone de manifiesto la imposibilidad de la inteligencia
humana para por sus solas fuerzas entrar en la Mente del Creador
de todas las cosas. Imposibilidad que devendría la causa de la
ruina del Enemigo y, por efecto, de la destrucción del reino y
nación de los israelitas.
Ni es sólo esto: también Rebeca concibió de un sólo varón, nuestro padre Isaac.
Pues bien
Omnipresencia omnisciente -valga
el aforismo- que talla en el tiempo la morfología de los acontecimientos
hebreos y los convierte en una Obra Universal firmada por el Señor
de Abraham y los Profetas: la Biblia. Y esto
cuando aún no había nacido ni había hecho aún bien ni mal, para que el propósito
de Dios, conforme a la elección, no por las obras, sino por el
que llama, permaneciese,
Es decir, la Batalla Final es
entre el Cielo y el Infierno, entre Dios y la Muerte, entre el
Reino de Dios y el Imperio del Maligno. La Caída de Adán superó
los límites de la Tierra y envolvió la concepción de la Creación
entera. De aquí que en respuesta Dios dijera: “he aquí que hago
unos Nuevos Cielos y una Nueva Tierra”. Dios refunda la estructura
de su Creación. La Caída marcó un Antes y un Después no sólo en
la Historia del Género Humano sino también y sobre todo en la
propia Biohistoria Divina. Es Dios quien clama Venganza sobre
el cadáver de Adán, es Dios quien Reclama Misericordia para la
Descendencia del Hombre. Es Dios el que elige a sus siervos y
profetas, el que quita y pone, el que hace de la vida de sus personajes
bíblicos su Obra. La Biblia se transforma, desde su Inicio, en
un Libro escrito con Sangre y puesto en vivo en el escenario de
la Carne. Su cumbre, su Apogeo será el Duelo Final entre el hijo
del Hombre, hijo de Adán, y la Cabeza de la Serpiente, Satán,
hijo de Dios. Este Duelo entre hijos de Dios será su Ultimo Acto.
Cierto que la Ley obligaba a Dios a elegir un hijo del muerto,
según lo escrito: “De la vida del hombre de la mano de otro hombre
reclamaré venganza”; pero siendo un hijo de Dios el muerto la
Ley se abría a la Casa del propio Dios, de aquí que siendo un
hijo de Dios el difunto, nuestro Adán, la elección de Dios pusiera
su ojo en el de entre sus hijos el más grande, su Primogénito:
“Príncipe de la Paz, Dios Fuerte, Padre sempiterno”. Esta elección
es la que se puso de manifiesto en el Sacrificio de Isaac, y que,
conociéndola de antemano por revelación, estuvo en la causa de
la Obediencia de Abraham, sacrificando a su propio unigénito a
los pies de la Esperanza Universal de Salvación que la redención
del Pecado de Adán derramaría sobre todas las naciones del Género
Humano. Y esto, como dice el Apóstol, antes siquiera que hombre
alguno hubiera puesto sobre la mesa respuesta alguna al Drama
de la Humanidad.
le fue a ella dicho: el mayor servirá al menor
De Dios era la Batalla, Suya
la Elección y Suya la Ley por la que esta Elección se abrió a
su propia Casa. Pues si Adán no hubiera sido hijo de Dios la Elección
del Primogénito para Vengar la muerte de su hermano menor, nuestro
Adán, hubiera sido contra Ley; ahora bien, si Adán no hubiera
sido hijo de Dios la extensión de su Delito a toda la Humanidad
hubiera sido un acto contra Justicia, entrando entonces Dios como
parte del Delito. Es Cristo Jesús el que desde su Cruz Expiatoria
Justifica tanto a Dios como a Adán y hace Justicia sobre el Asesino
firmando con su Sangre su destierro de la Creación de Dios.
según lo que está escrito: Amé a Jacob y odié a Esaú.
Lo que puede traducirse diciendo:
Amé a Adán y odié a Satán. Amor y odio de los que deben sacarse
las consecuencias adecuadas en relación a nuestra propia elección
sobre el Bien y el Mal, sobre el Pasado y el Futuro. Pues la Libertad
implica que el predeterminismo de la presciencia omnisciente divina
-necesaria en cuanto la Ignorancia se mantuvo por Ley- da paso
a la inteligencia independiente que desde su pensamiento determina
su propio camino en el tiempo y el espacio. Conocer a Dios, a
Aquel que dijera de Sí Mismo: “Yo soy el que soy” es, en este
orden, infinitamente más necesario que conocer la estructura del
universo, la constitución de los tiempos o la naturaleza de los
elementos. El Espíritu de Dios ha derramado su Ley sobre toda
su Creación y no puede existir en la eternidad y el infinito sino
lo que anda a la luz de dicha Ley. Toda la Biblia, en definitiva,
no es otra cosa que la expresión en letras de este Espíritu, desde
el que San Pablo le escribe a los Romanos Horas antes de la Gran
Persecución Romana, que no sería la última pero sí la Primera.
La justicia
de Dios para con los gentiles y los judíos
Estamos viendo
cómo la palabra es el retrato para la posteridad de un hombre…cuando
hablamos de un hombre de verdad- se entiende. Tratar de captar
el ser, la mente de un hombre para quien la palabra es un arma
de manipulación y un medio de alcanzar poder y riqueza, es un
ejercicio que los sabios reservamos para los idiotas. Desgraciadamente
el mundo está lleno de idiotas bailando al son de las palabras
de semejantes seres cuya imagen en el espejo debe configurarse
partiendo de todo lo contrario de lo que sale por sus bocas, y
cuando dicen pan hay que leer hambre, y donde ponen paz hay que
entender Guerra, y donde dicen prosperidad hay que darle la bienvenida
a la miseria. Seguramente quien sigue estas líneas sabe de lo
que estoy hablando, pues confío en no estar derramando mi verbo
a los pies de esa clase de necios sobre los que la otra clase
funda y arma su gloria. Como dijo alguna vez alguien: para que
haya un listo debe haber un imbécil.
Pero para que
haya un sabio no es necesario que haya un necio, la Sabiduría
se basta por sí sola.
De lo que estamos
viendo, nada más contrario a San Pablo que la imagen para consumo
de idiotas, elaborada por una raza de necios, en vías de extinción,
afortunadamente, y contra la que nos libraremos de colgarle el
cartel “en peligro de extinción”. Dejemos que se extinga, y cuanto
antes mejor. Esa imagen insana, demencial y bastarda, reflejo
de la mente de sus autores, qué duda cabe, pues del agua es la
humedad y del calor la sequedad, y así del idiota es la idiotez
y como de la tierra la lluvia, el necio y el ignorante se alimentan
ambos en concordia. Especialmente cuando en su paranoia infrahumana
adoctrinan a su progenie en el espíritu de gloria mundana afirmando
que San Pablo y no Jesucristo fue el Autor del Cristianismo, es
decir, de la Idea que el Cristiano tiene de Jesús y la Iglesia.
Dedicarle una palabra de sobra a cerebros dotados de nivel intelectual
subcero es igualarse al loco o al niño en el tema de la disputa;
con un niño se razona, no se discute; y a un loco se le da la
razón, no se entra en discordia. Pero claro, por naturaleza el
necio tiende a dárselas de sabio y el ignorante de intelectual,
sufriendo las consecuencias un mundo sujeto a la ley del poder,
a saber, la palabra no es el reflejo puro de la esencia del ser
humano, sino el colmillo y la garra con la que la bestia política
destroza a los nacidos para saciar la sed y el hambre de poder
y riqueza de sus majestades y sus eminencias. Nada, entonces,
más contrario a semejante clase infrahumana que la veracidad imperecedera
e inmaculada de un hombre que firma su palabra con su propia sangre,
no con la del prójimo sino con la suya propia, y por su palabra
pone no sólo la mano en el fuego sino el cuerpo entero. Es por
esto por lo que la Iglesia viene diciendo hace mucho tiempo, que
la veracidad del Evangelio se funda en la sangre de sus Actores,
sangre que deviene el mejor documento histórico que investigador
alguno pueda analizar a la hora de entrar en el misterio de la
Concepción y Resurrección de Cristo, y por ende del Nacimiento
del Cristianismo. Para desafiar lo que es evidente, sin embargo,
no hace falta más que un necio, un listo y un loco juramentados
en alguna organización dedicada al satanismo más utópico, de cuyo
tipo, aun proclamando su santonería, existen muchos ejemplos.
Entrar en el análisis, por tanto, de la palabra de un hombre para
quien su palabra es ley es abrir la puerta a su mente, sin importar
la distancia en el espacio y el tiempo, y ni aún la propia muerte.
Es la virtud, el don, el poder de la palabra, transmitir comunicar,
encarnar el pensamiento, la sustancia y la esencia más profunda
del ser. Se comprende porqué los profesionales la usan como escudo
de tinieblas detrás de cuyos artes mágicas esconden de la Mirada
del prójimo la verdadera cara de sus intereses. La palabra, de
por sí, es pura y tiende a hacer su trabajo: pintar en la inteligencia
el cuadro de la verdadera personalidad del Ser.
Ahora bien, si
hacen falta dos para que haya bien y mal, también es necesario
que donde haya un listo haya un tonto. Quiero decir, el enigma
de la palabra viene con el poder que despierta en la inteligencia
del que escucha, en virtud de cuyo poder transforma la inteligencia
del lector en el pintor del cuadro que en su seno porta la palabra
desde el punto de partida al punto de llegada. Mas para que se
cumpla este misterio deben darse dos condiciones, que las dos
terminales sean de la misma naturaleza. Es teniendo en cuenta
esta verdad apasionante que San Pedro diría sobre San Pablo que
eran muchos los indoctos que pervertían su palabra ante la imposibilidad
de sus cerebros para manejar el pincel al punto y perfección que
implicaba la inteligencia del autor; impotencia que ocultaban
bajo la capa mágica de una interpretación antitética. Que es,
en realidad y en última instancia, el resumen del problema de
la inteligencia humana ante la Palabra del mismo Dios. Queriendo
el hombre dárselas de sabio y no admitiendo que su nivel intelectual
pueda de por sí ponerse a la altura de la Inteligencia Divina,
se niega a creer que su incapacidad para comprender a Dios se
deba a falta de inteligencia, y concluye diciéndose que la falta
se debe a que, finalmente, Dios no existe. Como he dicho antes
para que exista un listo debe haber un idiota. Y bueno, que ellos
se la pelen y ellos se la coman. Nosotros sigamos dibujando la
verdadera Imagen de la Mente y Ser de San Pablo partiendo de su
palabra.
¿Qué diremos, pues? ¿Que hay injusticia
en Dios? No,
Y en este capítulo
y ahora vamos a realizar una primera razzia en la tierra de los
predestinacionistas de la nación calvinista. Pues se verá que
desviándose del camino de la verdad se llega a la interpretación
maligna que el protestantismo en su versión fundamentalista, representada
por el eminente Calvino, puso en escena, celebrando su coronación
en orgía de asesinatos sin número, ¿porque, qué injusticia puede
haber en matar a quien Dios de por sí ya condenó al infierno?
Calvino se respondió: Ninguna, la injusticia es permitirle que
vivan. Nietzsche, partiendo de la locura para terminar loco de
atar, lo dijo a su manera: La justicia se cumple ayudándoles a
morir. Y bueno, Hitler no hizo otra cosa que poner manos a la
obra, darle un cuerpo a este hit parade, mix entre el fundamentalismo
protestante y el darwinismo integrista imperial británico. (Aquí
cabe un aplauso para los dos padres putativos del nazismo ideológico
en su versión evolucionista. No es obligatorio pero sí queda simpático).
Entremos pues en materia.
¿Fue Dios injusto
al condenar a un mundo entero por el delito de un sólo hombre?
¿En qué código
de justicia leemos que por el delito de un particular deba ser
condenado todo su pueblo?
Para alcanzar
la respuesta tenemos que arrancarnos la viga del ojo. El Judaísmo
pecó de Necedad absoluta, que devino su legado nacional, y estuvo
en la causa de su Ignorancia, interpretando la Biblia tal cual
la Letra viene en el papel. Dios no es hombre. Y aunque la palabra
pueda ser la misma el mensaje es totalmente diferente, más rico
en extensión y profundidad. Pues el mensaje de una palabra crece
con el tiempo y se transforma con el crecimiento de la inteligencia
del ser. De manera que una palabra que en su origen naciera con
un mensaje desnudo al cabo de los milenios acaba teniendo un contenido
profundo y extenso en lo que es un reflejo de la propia evolución
y desarrollo desde la cuna a la madurez de la inteligencia.
La Ignorancia
del Judaísmo sobre la verdadera Identidad de Adán y su Mundo,
la Serpiente y su Causa, y la verdadera naturaleza del árbol de
la ciencia del Bien y del Mal, pasó al Cristianismo en tanto en
cuanto los primeros cristianos fueron en su inmensa mayoría judíos
de nacimiento y se formaron intelectualmente en esa cultura de
Ignorancia cuyo tope sería la Crucifixión de Cristo. Podemos decir
que esa Ignorancia se reduce a Adán en cuanto el Primer Hombre
según la carne y al Sexo en cuanto el fruto del árbol prohibido.
Partiendo de esta Ignorancia llegaron los judíos al Gólgota y
los cristianos a la necedad fundamentalista anticientífica que
niega lo evidente y afirma lo irracional, fruto de cuya Ignorancia
sería la división de las iglesias y su ramificación ad infinitum,
la consecuencia tope de cuyo movimiento ha de ser, si Dios no
lo remedia, la destrucción del cristianismo.
¿Hay, hubo, o
habrá injusticia en Dios? Pensemos que para un observador sin
conocimiento de las causas motoras desde las cuales fue puesta
en movimiento la reacción en cadena precursora de las circunstancias
de nuestro mundo, extender la condena contra el delito de un particular
a todo su pueblo, en este caso el pueblo de la Tierra, no es ya
una injusticia sola, es además un acto de despotismo. Tomando
esta Ignorancia como modelo de sabiduría la raza del necio hace
ya tiempo que puso en circulación su doctrina demencial de ser
el Dios de la Biblia un déspota cuya existencia en tanto que Dios
es imposible porque Dios es el súmmum del Amor y la Bondad, o
lo que es lo mismo, si Dios existe Dios sólo puede ser el Tonto
Perfecto. ¿O acaso ser bueno en este mundo no es ser un tonto
de las narices?
Al hacer San Pablo
la pregunta en voz alta si es Dios justo o injusto lo primero
que debe tenerse en cuenta es que la cuestión se dirige a la inteligencia
natural de un hijo de Dios, que es la que heredara el cristianismo,
¿o acaso el Cuerpo no participa de las propiedades y cualidades
de su Cabeza? Y en tanto que hijos de Dios, lo mismo el que escribía
como el que leía, habían superado la Ignorancia siguiendo cuya
fuerza irracional los judíos se alzaran contra Jesucristo.
La respuesta,
Ayer, Hoy y Siempre es “No”. Es más, Dios hubiera cometido una
Injusticia aberrante y maligna de no haber aplicado la Ley en
razón del parentesco que le unía a los delincuentes, dando lugar
así a la corrupción - por aplastamiento del Juicio prescrito para
el Delito de Desobediencia y Rebelión contra su Reino. El Necio
no lo entiende y por más que el sabio se lo explique, como el
discurso con un burro es ejercitarse en la demencia, la explicación
es siempre la caída de un euro en bolsillo roto.
Inútil decir que
la Ciencia del Bien y del Mal implica una evolución en el conocimiento
de ambas dimensiones, y que viendo hacer el Mal a muchos se aprende
con más rapidez las profundidades y extensión de lo que el Mal
sea, y si encima lo sufres en tu carne se cumple la ley científica
por excelencia que dice que la experiencia es la madre de la ciencia.
Y en tanto que ciencia tiene sus leyes, desde las cuales Dios
se permitió decir que Abriendo la Caja de Pandora andando por
el camino de la Guerra se llegaba a la muerte. Hay que ser un
verdadero necio para negar esto. Y con todo, siendo el Primer
Hombre una criatura sin conocimiento de ninguna clase del Bien
y del Mal, por qué había de morir de comer del fruto prohibido
de la Ciencia del Bien y del Mal, tenía que resultarle un misterio.
Ni Dios mentía ni el Hombre entendía. Seis milenios después el
que no entiende es porque no quiere entender, es más, no entiende
porque tiene en la Guerra su negocio.
El Hecho es que
si la Justicia de Dios demostró su Incorruptibilidad al no limitar
su Ley a la relación entre el Juez y el Delincuente, nosotros,
sabios, damos un paso más adelante y entramos en la propia Mente
Divina, que es a la postre el término al que conduce la Palabra
de la Biblia.
En el Juicio al
Primer Hombre la Ley se manifestó en su naturaleza de expresión
todopoderosa de una Realidad Universal existente de por sí y en
sí, que trasciende a Dios y en Dios se hace trascendente. Es el
propio Dios quien viviera el Bien y el Mal, y de la experiencia
eterna hizo Ciencia, descubriendo sus Leyes sempiternas, existentes
de por sí y trascendentes a la propia Voluntad Divina, pero Ley
con la que Dios se identifica y respecto a la cual se convierte
en su Juez para, haciendo Justicia, impedir que sus efectos causen
el Movimiento de Destrucción a que por su naturaleza la Ciencia
del Bien y del Mal tiende. No es, por consiguiente, una imposición
arbitraria la que causa el Mandato de Prohibición. Y no fue un
Juicio despótico el que estuvo en la base de la Condena del Pueblo
de la Tierra por el delito de un sólo hombre, pues ese hombre
era la Cabeza de su Mundo, y muriendo la cabeza tiene que morir
el cuerpo, a no ser que alguien encuentre la fórmula contraria
y un cuerpo pueda vivir sin su cabeza. Esto hablando a lo bruto.
Entre hijos de Dios ahora, el silencio del Juez por orden de Dios
en base a Su parentesco con los delincuentes hubiera sentado un
precedente sempiterno en razón del cual todos los hijos de Dios
quedaríamos más allá de la Ley y tendríamos Poder Absoluto para
cometer ese delito que al Pueblo le está Prohibido bajo pena de
muerte. Dios no podía, siendo un Padre maravilloso, sentar dicho
precedente. El Padre en Dios no se alzó contra el Juez en Dios,
ni el Juez esgrimió la Ley contra el Padre.
Así, pues, ¿fue
justo Dios?
pues a Moisés le dijo: “Tendré misericordia
de quien tenga misericordia, y tendré compasión de quien tenga
compasión”.
Más justo imposible.
Porque la Ley tiene por misión establecer ante los ojos de todos
la verdadera expresión de una Realidad Universal bajo cuyas luces
se mueven todas las fuerzas que hacen posible la Vida. Pero en
un mundo en el que la ley no es expresión de esta Realidad y sí
de los intereses particulares de ciertos grupos específicos esa
ley es germen de crimen y corrupción, las dos piernas sobre cuyos
huesos y músculos se mueve la Guerra. En este tipo de sistema
personal y nacionalizado la justicia sucumbe a la delincuencia,
y contra natura diferencia entre cabeza y cuerpo, absolviendo
al autor intelectual del delito y condenando al brazo ejecutor,
orden destructor que se reviste de sacralidad al extender sobre
los forjadores de este delito el estado que los mismos demonios
exigieron para sí en el Edén, a saber, Inmunidad e Inviolabilidad
de su personas. Dios, en tanto que Padre y en tanto que Juez,
dio su “NO” absoluto y eterno a este estado de Inviolabilidad
e Inmunidad que sus hijos rebeldes quisieron obtener mediante
el asesinato de su hermano menor. Al fin y al cabo teniendo el
Poder de resucitar al hombre la Ley se reducía a un simple juego.
No le estaban pidiendo a Dios nada que El no pudiera conceder.
La transformación de su Reino en un Imperio gobernado por una
casta de criaturas más allá del alcance del brazo de la Ley no
le supondría a su creación una ruptura de Constitución tal que
por ese agujero negro entrase el fantasma de la destrucción total.
¿Debía Dios por
amor a sus hijos permitir que el Mal y el Bien conviviesen, que
el terror y la libertad, que la Paz y la Guerra fuesen las dos
caras de su Rostro? En absoluto. El que quiere el Mal, con el Mal
se encuentra; el que ama el Bien y lo hace, con el Bien le paga
quien hizo del Bien, puestos ya en el Dilema, su Norte y su Bandera.
Por consiguiente, no es del que
quiere ni del que corre, sino de Dios, de quien tiene misericordia.
Efectivamente,
más allá del dolor por la Caída, la propia Creación puso sus ojos
en Dios y fue el propio Dios quien fue condenado por su Casa,
por cruel y déspota contra unos hijos a los que no les permitió
el placer de jugar a ser dioses, inviolables e inmunes frente
a las consecuencias de sus actos. Alzar Dios su Bandera y su Estrella
en las tinieblas de la Confusión que la Ignorancia en la que hundiera
la Caída a nuestro Pueblo, devino Prioridad. Tanto para que sus
hijos no de nuestro Pueblo hiciesen su elección final cuanto para
que procediéramos nosotros a otro tanto.
Porque dice la escritura al faraón:
“Precisamente para esto te he levantado, para mostrar en tí mi
poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra”.
Las circunstancias
impuestas por la necesidad Dios puso en escena un Proyecto de
Formación del Hombre dentro de un Plan de Salvación Universal
que al Principio no figuró en ninguna parte. Si al principio la
Naturaleza y el Universo servían a su Creador para despertar en
la inteligencia humana el destello de su potencia, una vez roto
el Proyecto original, la acción divina hubo de labrar su camino
por las aguas de un mundo cada siglo y milenio más cerca del abismo
de su destrucción. Forzado a concentrar su acción en una parte
en detrimento del todo su puesta en escena debía dar lugar a los
efectos más contundentes. Como se viera, cual nos dice el Autor,
en el desarrollo de los acontecimientos de los que fueran protagonistas
Moisés y el Faraón. La parte del hombre en tanto que individuo
quedó relegada a la Formación del hombre en cuanto Género, razón
por la cual dice San Pablo:
Así que tiene misericordia de quien
quiere y a quien quiere le endurece.
No podía ser de
otra forma. Una vez declarada la Tierra campo de batalla entre
dos formas de concebir la Vida y el Universo, y siendo los enemigos
en estado de Guerra el mismo Dios y una parte de su propia Casa,
atrapado el Hombre en el fuego cruzado sobre una tierra de nadie
que era la suya sin embargo, la complejidad de la Omnisciencia
Salvadora no podía detenerse en las propiedades del individuo
en tanto que individuo y por fuerza y lógica debía mirar al Todo
en preferencia a la Parte. El Hecho de escribir la Historia del
Futuro implicaba la dirección del conjunto escénico en su totalidad,
la Mente siempre puesta en la Esperanza de Salvación Universal
desde la que el Guión comenzara a ser escrito.
Pero me dirás: Entonces, ¿por qué
reprende? Porque ¿quién puede resistir su voluntad?
Ciertamente nadie.
Pero de hecho la resiste todo el que quiere. A causa de la Ignorancia,
se entiende. Y este entendimiento referido a nuestro Pueblo. Es
evidente que la Casa Rebelde se opuso a su Voluntad con pleno
conocimiento de causa, razón por la que el Juicio Final contra
los hijos rebeldes es el Destierro eterno de la Creación de Dios.
Lo cual no quita que una vez conocida toda la verdad la raza humana
esté capacitada para resistir su voluntad y seguir el ejemplo
de los demonios en desprecio al de Cristo. Resistir, con todo,
no quiere decir vencer; simplemente quiere decir elegir ser perdedor
con los perdedores. La sola idea de enfrentarse a Dios es demencia.
Y la sola esperanza de cerrarle el paso a su Voluntad es locura
al cuadrado. La cuestión se centra en conocer esa Voluntad para
no encontrarse en la ignorancia delante y debajo de sus piernas,
cosa que le incumbe a quien le interesa y a las Iglesias sin excusa
de ninguna clase. Pues el mismo que dijera: “Si comes, morirás”,
dijo más tarde: “Todo reino y casa en sí dividida será destruida”,
y siendo el cristianismo y las Iglesias el reino y la casa de
Dios en la Tierra únicamente a un demente se le ocurriría pensar
y creer que por ser Casa y Reino de Dios la Ley dejaría de seguir
su curso. El demonismo consistió y consiste en creer que la Ley
no seguirá su curso en razón del parentesco entre el Juez y el
Delincuente. No le conviene al Cristiano seguir ese ejemplo, como
se ve por los hechos.
¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para
pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice el alfarero: Porqué me has hecho
así?
Y, con todo, vemos
que la Desobediencia en la Ignorancia estaba escrita. No una sino
dos veces. Primero en carne y luego en Espíritu el mismo que dijera
que el Enemigo sembraría su semilla maldita en su Reino, insistió
en ello al profetizar una fecha para el comienzo de esa actividad
maligna. Al final del Primer Milenio, según consta en el Libro.
¿Por qué, entonces,
conociendo Dios que de liberar al Diablo se produciría esa Siembra
liberar al Enemigo de su Reino y Casa? ¿No hubiera sido infinitamente
más sabio, conociendo de antemano que la Liberación del Diablo
produciría la división de las iglesias, mantener bajo cadenas
al Enemigo del Cristianismo hasta el Día del Juicio Final? ¿Qué
contradicción es ésta?
¿Por qué conociendo
la naturaleza falible del hombre, ya demostrada en el Edén, y
no habiendo sido eliminada la ignorancia de la Fe, volvió a liberar
a la Serpiente? ¿Sabiendo que existiendo un Mandato de Unidad
Cristiana Universal el Diablo se lanzaría directamente, mediante
la Desobediencia, a destruir de la Obra de Jesucristo: por qué
Liberar al Sembrador Maligno?
¿No es un terrible
misterio el que venciendo al Enemigo y apartándolo de la escena
se le deje libre luego para desfogar su impotencia contra la Casa
construida por el Vencedor entre las naciones de la Tierra? ¿Se
debe inferir de aquí -como hicieron Calvino y su raza- que Dios
mantiene esa injusticia por la que antes de hacer ni bien ni mal
es condenado el hombre y en consecuencia la muerte del condenado
es legítima a manos de los bendecidos por una elección todopoderosa
no sujeta a justicia?
¿Qué clase de sabiduría sino la de un demonio
puede alzarse para imputarle a Dios la muerte de sus criaturas
y en nombre de esa injusticia que procede del Poder y no de la
Ley alzarse como brazo ejecutor de un pueblo abandonado a sus
fuerzas? ¿Qué doctrina sino la de un enemigo de Cristo puede atreverse
a condenar a una parte de la Casa de Dios para justificar su desobediencia
al Mandato Divino en la conducta corrupta que procede de la Ignorancia
de esa parte causante con su conducta impropia del delito de Desobediencia
de la parte que condena?
¿Un Dios que condena
y salva cuando la criatura no ha hecho ni bien ni mal no es un
demonio? Y con todo es verdad que Dios amó a Jacob y odió a Esaú
cuando éste aún no había hecho ni bien ni mal, como dice nuestro
Apóstol. Ahora bien:
¿O es que no puede el alfarero hacer
del mismo barro un vaso para usos honorables y otros para usos
viles?
Hay dos mundos,
hay un Antes y un Después. De una Ignorancia absoluta, total,
pasamos, en cuanto género humano, a una Ignorancia relativa, parcial.
De manera que aplicarle la ley Antigua al mundo Nuevo surgido
de la Resurrección de Jesús es aborrecer lo que Dios hizo y hacer
de la Ignorancia absoluta anterior a Cristo la Sabiduría suprema,
máxima desde cuyos axiomas anticristianos -por antiguos- refundar
el Cristianismo. Obviamente y sujeta la Fe a la Ignorancia, en
razón de lo cual dijera San Pedro, hablando de la fe: “Vuestra
fe, que se corrompe”, el Plan de Salvación Universal del Género
Humano seguía sujeto a las circunstancias no implícitas en el
Proyecto Original, y de aquí que la creación del futuro implicase
una constante dirección suprahumana, es decir, pasando por el
ser humano, en dirección al Día de la Libertad, cuando todas las
naciones serían liberadas de la servidumbre de la corrupción,
y por tanto de la Ignorancia. Pero el hombre en cuanto hombre
la parte que vive es la del Cristiano, o sea, la comprensión en
la incomprensión. ¿Porque dónde está quién sea capaz de abarcar
la profundidad y la extensión de la Actividad Divina?
Pues si para mostrar Dios su ira
y dar a conocer su poder soportó con mucha longanimidad a los
vasos de ira, maduros para la perdición,
La Historia del
cristianismo en, en consecuencia, el Descubrimiento del Dios que
dijera “Yo soy el que soy”. Y para ello Dios mueve su creación
entera a fin de llevar a su criatura al Conocimiento Verdadero
de su Ser. No basta conocer sus Atributos, sus omnipotencia, su
todopoder, su omnisciencia…que se pueden deducir de su obra material.
Dios no es únicamente Poder e Inteligencia. Dios es Ser. Y el
ser implica el "”Yo soy”. “Yo” que conduce a la Personalidad,
es decir, a la declaración del Sujeto en cuanto Personalidad consumada.
En fin: “Yo soy el que soy”. Y será el descubrimiento “del que
es” el Norte hacia el que la Civilización Cristiana hará su camino.
Y hará “del que es” la Gloria del Hombre.
Y al contrario, quiso hacer ostentación
de la riqueza de su Gloria sobre los vasos de su misericordia,
que El preparó para la Gloria,
Descubrir por
qué “el que es” es la Gloria del hombre, se puede decir, es la
meta final en la raíz del ser cristiano. No olvidemos que el mismo
que es Gloria para Cristo es Infierno para el Diablo. Ni tampoco
cerremos los ojos a la Realidad, que los mismos Apóstoles, así
como su Maestro, fueron siervos del mismo que descubrió su Lado
Fuerte y Duro en el pueblo judío, y, por tanto, en cuanto siervos
son para nosotros lección viva sobre ese YO Divino contra el que
se estrellaran las fuerzas de la Muerte. Y si en el pueblo judío
descubrió su Lado Duro y Fuerte, en el pueblo cristiano vino a
mostrar su Rostro Paterno y amante de sus hijos y sus pueblos,
por amor a los cuales no reprime su Brazo y su Voluntad cuando
el Bien de todos así se lo pide. Demostrando en Cristo y sus Hermanos
en el espíritu que si el Mal tiene en su YO un Muro insalvable,
una Roca indestructible contra cuya solidez se estrella el Infierno;
para el Bien su Yo es un sol que se derrama en agua viva, haciendo
renacer los desiertos y levantando a los condenados a perecer
en las fauces de las tinieblas al esplendor de quienes han nacido
para ser más que Inmortales, ¡eternos!
Es decir, sobre nosotros, los que
El llamó no solo de los judíos, sino también de los gentiles…
Duro fue el camino
de la Caída a la Redención. La descendencia de aquel Primer Hombre,
según el espíritu de Dios, lo mismo que el mundo del que fuera
Cabeza, en cuanto Alma Viviente de su Cuerpo, el Género Humano
vivió cuatro milenios de pesadilla ininterrumpida. Después de
haber sido negada, la Memoria Perdida de aquel Mundo ha sido redescubierta
en parte en nuestros días. Semejante a una columna vertebral para
una Historia Universal, la Historia del Pueblo Hebreo ha devenido
para todos nosotros la Huella Imperecedera de la Actividad Divina
a lo largo de esos Milenios. Su Consumación en la Apertura del
Nuevo Plan de Formación del Género Humano es lo que llamamos Origen
del Cristianismo, cuya Semilla es Cristo Jesús, Roca Invencible
e Indestructible a partir de la cual Dios refundó su Casa entre
las naciones de la Tierra.
Como dice en Oseas: “Al que no es
mi pueblo llamaré mi pueblo, y a lo que no es mi amada, mi amada”.
No era algo que
Dios escondiera en algún rincón de su Mente, sino que lo anunció
continuamente a lo largo de los siglos. Dios no renunció a su
Criatura Humana. Le fue arrebatada de las manos en un Acto de
Rebelión, con declaración de Guerra formal firmada sobre la sangre
de su hijo Adán. Pero siendo Ley su palabra y habiendo quedado
paralizado su Proyecto Histórico Universal nada ni nadie podría
impedir que el Fin para el que fuera creado al Principio el Género
Humano se consumase. La Ignorancia obligaba, y los hijos del Trasgresor,
a salvo temporalmente del peso del delito de su padre carnal,
tendrían que sufrir igualmente el peso de la condena que sobre
todas las naciones del género humano atrajo con su Desobediencia
el padre original de Abraham. Mas para que hubiese condena, habiendo
Ley, debería darse un Delito a raiz del cual la palabra cobraría
carne.
Y donde fue dicho: “No sois mi pueblo”,
allí serán llamados hijos de Dios vivo.
¿Fue o no fue
un delito crucificar a Jesucristo? ¿Y perseguir a muerte, este
Saulo de Tarso, para la eternidad San Pablo, el testigo más firme
de las tres soluciones finales que los judíos dictaron contra
los primeros cristianos, no fue un delito contra el Cielo y la
Tierra? ¿Y no fue éste un delito anunciado a voces por sus propios
profetas?
E Isaías clama de Israel: “Aunque
fuera el número de los hijos de Israel como las arenas del mar,
sólo un resto será salvo,
Delito contra
el que se anunciaba la condena. ¿O es que acaso se salvaron muchos
de la destrucción de Israel por el imperio romano?
Porque el Señor realizará sobre
la tierra su palabra cumplidamente y pronto”.
Tan pronto como
se cometiera el delito, se entiende. Rapidez de la que volvemos
a deducir que la Ley es eterna y su Trasgresión es juzgada según
Justicia. Justicia incorruptible de la que el cristianismo debe
sacar la lección al caso, a saber, que de darse con conocimiento
de causa la Desobediencia contra la Unidad Universal pedida por
el Mandato, el Cristianismo en cuanto Reino y casa de Dios en
la Tierra, será destruido.
Y según predijo Isaías: “Si el Señor
de los ejércitos no nos dejara un renuevo como Sodoma hubiéramos
venido a ser y a Gomorra nos asemejaríamos”
Y en este caso,
no mediando profecía, esa destrucción sería absoluta.
LIBRO
TERCEROPARTE
DOGMATICA : III
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