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EL EVANGELIO DE CRISTO
LIBRO
PRIMERO
PARTE
DOGMATICA
La Verdadera Circuncisión
Hemos visto hasta
aquí dos cosas. Primero, que la comunidad romana a la que Pablo
le dirigía esta Carta se encontraba a las puertas de su Martirio,
y el Apóstol en tanto que profeta -según la Escritura: “El espíritu
de Jesús es el espíritu de la profecía”- se dirigía a la comunidad
cristiana romana para recordarles lo que era y le es y le será
sempiternamente natural a la doctrina apostólica del Reino de
Dios, a saber: se es de Cristo antes que de Pablo o de Pedro,
y cristiano antes que romano u ortodoxo o protestante. Y segundo:
como hay dos justicias, la humana y la Divina, hay dos actos contrarios
a sus mandatos, que son el delito circunstancial y el pecado.
Por el pecado rompemos valores eternos sobre los que se basa la
Sociedad entre el Creador y su Creación; y por el delito circunstancial
rompemos con la injusticia de quienes abolen el pecado despreciando
a su Creador para alzarse ellos como fuente de legislación. En
la lucha entre estas dos justicias hallamos el campo de batalla
sobre el que nuestro mundo se ha estado moviendo en el infierno
de sus guerras y desgracias desde la Caída de Adán hasta nuestros
días. En este capítulo II el Apóstol da un paso adelante y reflexiona
sobre la Caída del Muro entre judíos y cristianos que Dios derribó
por amor a su Hijo. Pues está claro que la no aceptación divina
a la alianza entre el Cielo y el Infierno, es decir, dar luz verde
a la transformación de su Reino en un Olimpo de dioses más allá
de la Ley, meta de la Rebelión de una parte de su Casa contra
su Justicia, tuvo y tiene en su Hijo la razón sempiterna de ese
No. Como Padre no quería criar a su Hijo en un mundo sujeto a
las leyes del Bien y del Mal; no estaba dispuesto a hacerlo y
no lo hizo. Las circunstancias impuestas por la Traición, que
otros llaman Rebelión, encontró en su propio Hijo el No de su
Padre, de aquí que dijera Jesucristo, y con toda propiedad: “El
Padre y yo somos una sola cosa”. Y seguimos
Cierto que la circuncisión es provechosa
si guardas la Ley; pero si la traspasas, tu circuncisión se hace
prepucio
El origen de este
análisis era, es y sigue siendo descubrir la conexión luterana.
Vamos centrando el problema con la intención de poner el texto
en su contexto y evitar cualquier manipulación. Ya sabemos que
la manipulación es el arte de sacar el texto de su contexto con
la idea de pervertir el espíritu del autor. ¿Es lo que hizo Lutero?
Esto es lo que vamos a descubrir. Así pues, si primero el autor
se dirige a los cristianos de Roma, enseguida apunta a los cristianos
de origen judío, como él mismo, en cuya comunidad específica se
había levantado el debate del judeocristianismo, que al propio
Pedro le causara tantos dolores de cabeza y al cristianismo en
general una crisis profunda cuyas consecuencias fueron la violencia
en el origen del Incendio de Jerusalén en el 64, según unos, en
el 66, según otros, pero en cualquier caso siempre anterior al
Incendio de Roma. Pensemos que la acusación neroniana contra los
cristianos encontró buena tierra a causa de la propaganda de la
comunidad judía romana que, absolviendo la rebelión de los suyos,
culpó a los cristianos de haberse rebelado contra el Imperio,
al que profesaban un odio tan grande como para meterle fuego incluso
a la ciudad santa. El humo del Incendio de Jerusalén aún se olía
en la atmósfera cuando la chispa que saltó el Mediterráneo arrasó
Roma. Nerón sólo tenía que dirigir su dedo contra los inocentes
a los que la comunidad judeorromana acusara de ser los pirómanos
de Jerusalén para hacer hervir el odio y desatar el huracán de
las Persecuciones.
Será a esta comunidad
cristiana amenazada de muerte a la que, viendo su martirio, el
Apóstol le dedicará su mejor Carta, su Evangelio. ¡Y quién mejor
que un asesino de cristianos y perseguidor de hijos de Dios para
ver en las profundidades del terror la mano del hombre al servicio
del Diablo! ¿La circuncisión hace la raza?- se pregunta. ¿Se es
judío por la extirpación de un pedazo de pellejo o por la adhesión
del ser humano a la Ley de la que procede toda Justicia? ¿Si se
arrancara el Diablo ese trozo de pellejo sería judío? ¿No la obediencia
y el amor a la Justicia Divina sino un prepucio abandonado a los
perros tras su extirpación es lo que diferencia al hombre de Dios
de los demonios malditos que sembraron el terror en la Tierra
y lo cultivan con tanto esmero desde la Caída a nuestros días?
San Pablo da un paso adelante en este capítulo,
desgaja raza y hombre de Dios y sujeta al judío lo mismo que al
cristiano a la obediencia a la Justicia Eterna, de manera que
si el prepucio solo no hace al judío tampoco la fe sola, como
se verá, hace al cristiano. Porque si el prepucio era la señal
del judío y la fe es la del cristiano, y sin embargo sin las obras
de la Ley no había judío, tampoco sin las obras de la fe hay cristiano,
punto al que llegaremos caminando sobre las letras de un texto
que en su contexto se abre al pensamiento de Cristo, origen y
raíz del Evangelio de San Pablo.
Mientras que si el incircunciso
guarda los preceptos de la Ley, ¿no será tenido por circuncidado?
La reflexión es
importantísima, más que si la hiciera un Orígenes o un San Agustín.
Quien la hace y la plasma es un judío de nacimiento que no reniega
de sus orígenes hebreos pero sí se sujeta a la ley de la vida:
Transformarse o morir, evolucionar o perecer. El judío, ayer como
hoy, predica un estado humano final en el que la inteligencia
y la mente se plantan y se le niega al Hombre cualquier participación
en la Vida Divina, excepto la de vivir cuerpo a tierra como si
se estuviera delante de un criminal llamado Dios. La materialización
perfecta de ese judaísmo es el islamismo. Los judíos, obligados
a vivir entre las naciones tuvieron que adaptarse contra su propia
ley de raza, que predica el inmovilismo y el mamutismo social.
Los musulmanes, teniendo su propia tierra, pudieron materializar
esa sociedad sin futuro de la que fueron sacados por la dinamicidad
natural del cristianismo. La pregunta por tanto no es gratuita:
si el incircunciso guarda los preceptos de la Ley ¿no será tenido
por circuncidado?
Por tanto, el incircunciso natural
que cumple la Ley te juzgará a tí, que, a pesar de tener la letra
y la circuncisión, traspasas la Ley
Y la respuesta
no menos exacta y justa. Respuesta que se encuadra en la palabra
de Jesucristo refiriéndose al castigo de las ciudades de su tiempo
y Sodoma y Gomorra. Y en las del propio Moisés cuando dijo que
al principio Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Si lo
creó la potencia de ser se había hecho acto, de manera que aunque
cayera, como cayó, la impronta de aquella Imagen permanecería
viva y se convertiría en la fuente de donde procede la razón natural
desde la que el gentil, sin conocer a Moisés, era para sí mismo
Decálogo, pues el decálogo devino Ley de Naturaleza. E igualmente,
lo que se aplica al judío se aplica al cristiano. San Pablo, sirviéndose
de los sucesos hace lección y mediante el ejemplo predica sabiduría.
Si eso le pasó al judío por convertir el prepucio en signo de
salvación y no la Ley, ¿qué le ha de pasar a quien convierte la
Fe en signo de salvación y le niega su obediencia a la Ley de
la libertad de Cristo? Si el fruto de la Ley es una Sociedad justa
y buena a causa de las obras de los creyentes, el de la Fe es
esa misma meta y fin. El prepucio y las obras de la Ley es lo
que hace al judío; la Fe y las obras de la Ley es lo que hace
al cristiano. Jesús no vino a abolir la Ley, sino a perfeccionarla
engendrando en el hombre el espíritu divino sin el que la Ley
no puede ser cumplida. Renunciar a este cumplimiento y tirar la
toalla agarrándose “al prepucio solo” es lo que hizo el judío
al determinar su relación con su Dios mediante la ley del prepucio,
ofreciéndole a Dios por única adoración un trozo de pellejo que
se tira a los perros. Es lo que hizo Lutero con la Fe al determinar
al cristiano no por los frutos de Cristo en el Hombre sino por
“el prepucio de la fe sola”.
Porque no es judío el que lo es
en lo exterior, ni es circuncisión la circuncisión exterior de
la carne
La doctrina divina
de los apóstoles, representados en este momento por San Pablo,
no admitía dudas ni admite desviaciones en razón de los tiempos.
El Hombre que Dios creó a su imagen y semejanza es una realidad
interior. ¿O acaso puede la materia engendrar a Dios? Pero si
todo lo que diferencia al Hombre de las bestias es un trozo de
piel arrancado de su cuerpo ¿por qué respondió Dios a su Caída
acorde a la reacción que se merece un semejante? (Va por los judíos
de origen cristiano a fin de que no miren atrás y conviertan la
fe en prepucio). La Ley es la misma para cristianos y judíos:
No matarás, no adulterarás...etcétera... Y por esa misma Ley tan
antijudío es quien pisa la Ley y se agarra al prepucio para revocar
el Juicio de Dios contra los transgresores a su Justicia, como
anticristiano es quien convierte la fe en fuego contra la sentencia
del Tribunal Divino sobre quien hace lo que la Ley ordena no hacer,
¡cometer pecado! Desde esta Doctrina Evangélica mal consejero
fue el Lutero que le predicara a sus fieles -si eran de Lutero
no eran de Cristo- pecar a destajo: “porque todos los pecados
los lava la sangre preciosa de Cristo”, es decir, la fe. Veremos
que semejante sabiduría no podía venir de Dios. Dios no puede
legislar y al mismo tiempo decretar la inmunidad para todos los
transgresores en razón de ser cristianos.
Sino que es judío el que lo es en
lo interior, y es circuncisión la del corazón, según el espíritu,
no según la letra. La alabanza de éste no es de los hombres, sino
de Dios
En efecto, ¿no
proceden del corazón todas las cosas? ¿Quién será más perfecto:
el que pone su corazón en las manos de Dios o el que en las manos
de Dios pone un trozo de pellejo? ¿Entonces el judío que asesina
es menos criminal que el palestino que mata? ¿Y el cristiano que
destroza es menos asesino que el ateo que destruye? ¿Cuántas justicias
y varas tiene Dios? ¿Una para todos, judíos y cristianos, o una
ley según quien se acerque a su Tribunal? ¿Por cuántos dracmas
se dejará sobornar Dios? ¿Cuánto quiere por hacerle la vista gorda
al que -en palabras de Lutero- viola a su propia Madre? Le entregaron
los judíos de los días de San Pablo a Nerón los cristianos como
chivo expiatorio ¿y son santos? Los alemanes hicieron lo mismo
con ellos ¿y son demonios? Que “el prepucio solo” es desprecio
de la Ley, y “la fe sola” desprecio de Dios se está viendo y se
verá en los capítulos que siguen.
Los Judíos reos ante el tribunal de Dios
¿En qué, pues, aventaja el judío
o de qué aprovecha la circuncisión?
Traslademos a
nuestro mundo la cuestión: ¿En qué aventaja al cristiano el bautismo?
Porque sabemos que el bautismo se reparte sin acepción de personas
mirando a la tradición y no a la fe. Igualmente el judío circuncida
a sus semejantes en razón del rito hecho cuestión nacional. ¿De
qué vale la tradición y en qué mejorará al hombre un rito que
no está fundado en la fe de aquéllos que lo cumplen? Al devenir
en tradición el rito hizo de la Ley papel mojado sin más propiedad
que ser título nacional de referencia. Mismamente lo que pasa
con la fe, en razón de lo cual San Pedro declarara -antes de que
la tradición naciera- que la fe se corrompe. Y no es que la fe
se corrompa sino que al unírsele el rito la fe deviene en tradición
y la tradición hace con el Evangelio lo que hizo con la Ley de
Moisés, convertirlo en papel mojado por el agua del bautismo administrado
a quienes sin fe se adhieren al bautismo por la tradición. La
tradición, pues, se alza como muralla entre el hombre y el Evangelio,
no aventajando en nada a sus vecinos quienes no por la fe sino
por la tradición ponen la gloria de Dios en sus manos. Y sin embargo
en algo tiene que aprovecharle la fe a quienes han sido bautizados.
Mucho en todos los aspectos, porque
primeramente les ha sido confiada la palabra de Dios
Ciertamente los
Primeros Cristianos fueron todos hebreos de nacimiento, de esta
manera aventajando el judío a todos los paganos de su tiempo.
Ventaja que permanece y nos descubre donde esos hijos de Dios
“tan ansiosamente esperados por la creación entera” habrían de
abrir su Era. Pues aunque corruptible por la Tradición la Fe es
indestructible por su Naturaleza.
¡Pues qué! Si algunos han sido incrédulos,
¿acaso va a anular su infidelidad la fidelidad de Dios?
Por supuesto que
no, pues la Palabra de Dios es eterna, expresión de su Gloria,
manifestación de su Poder. ¿O acaso no le fue infiel Adán y todo
su mundo y obviando esa infidelidad se mantuvo Dios en su Fidelidad:
“Hagamos al Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza”? ¿No
volvieron a serle infiel a su Gloria y Poder los hijos de Abraham
según la carne y con todo Dios se mantuvo firme en su Promesa:
“En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la
Tierra”? ¿Por nuestros pecados va a renegar El de su Espíritu
y desterrar su propiedad: el ser Santo, a fin de justificar nuestros
delitos y mediante la condena de su Ser absolvernos en el Día
del Juicio? ¿Cómo pues hubieran podido los pecados de las iglesias
y sus pastores anular la Fidelidad Divina a su promesa de suscitarle
Descendencia a su Hijo? ¿Pues quién es el que recibe Esposa sin
esperanza de traer al mundo Descendencia? ¿No recibió en matrimonio
Cristo a la Iglesia? ¿Quién unió no fue Dios? ¿Y habiendo unido
Dios cómo podría eliminarse del futuro de ese Matrimonio el nacimiento
de una Descendencia? ¿O puede mentir Dios?
No ciertamente. Quede asentado que
Dios es veraz, y todo hombre falaz, según está escrito: “Para
que seas reconocido justo en tus palabras y triunfes cuando fueres
juzgado”
La veracidad Divina
demostró su naturaleza infinita cuando asentó su Fidelidad contra
la montaña de delitos y crímenes a la debida fidelidad del judío
a su Salvador, aquel Yavé Dios que los salvara de la esclavitud
y le regalara una Patria entre las demás naciones de la Tierra.
¿Toda la Historia Sagrada qué es sino el recuento de la creación
de esa montaña de infidelidades contra una Promesa que miraba
a todo el Género Humano, contra quien se alzaba el judío con sus
crímenes despreciando nuestra condición de hermanos en el mismo
Creador? Hubiera sido injusto que por el pecado de los hijos del
pecador hubiésemos sido entregados todos al infierno al que nos
enviaban los judíos mediante el fruto de sus infidelidades constantes
contra su Dios. La Ignorancia mediaba, según está escrito: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pero esos pecados por
los que haciéndose aborrecibles a su Dios ganaban para nosotros
la condenación en cuyo abismo nos arrojó su padre carnal, Adán,
esos pecados existían. Injusticia contra el resto del género humano
era la que cometía el judío al amontonar pecado sobre pecado convirtiendo
a su Dios, en razón de esos pecados, en un dios despreciable a
los ojos de todas las demás naciones.
Pero si nuestra injusticia hace
resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿No es Dios injusto
en desfogar su ira? (hablando a la humano)
Dios sería injusto
si incitase al pecado y fundase su Poder y Gloria en los delitos
de sus criaturas. Creados a su imagen y semejanza, con voluntad
personal, libre albedrío y juicio propio, todas las criaturas
estamos sujetas a la ley de la libertad. Judíos y cristianos,
ángeles y demonios, todos tenemos la facultad de elegir entre
el Cielo y el Infierno, entre la justicia y la corrupción, entre
el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Esta es la ley
de la libertad del Evangelio. Dios sería mendaz y su justicia
una burla si realizada la elección dejase crecer aquello que odia
y es causa de odio entre todas sus criaturas. ¿O acaso la ley
se hace injusticia cuando alza su brazo contra el delincuente?
De ninguna manera. Si así fuese,
¿cómo podría Dios juzgar al mundo?
Ni Dios ni ningún
juez. La verdadera gloria de la justicia no está en la abundancia
del delito sino en su ausencia. ¿Qué juez busca la reproducción
en serie del delito mirando a glorificar su justicia persiguiendo
y castigando al delincuente? Ahora bien, si Dios ha engendrado
la Fe para anular su juicio a la manera que el prepucio fue convertido
en abolición de su tribunal de justicia... en este caso sí tendría
razón quien dice la fe sola... “y pequemos que la preciosa sangre
de Cristo lava todos nuestros delitos”. ¿No es esto lo que el
Diablo hizo en el Edén, pecar en razón de ser un hijo de Dios?
¿Fue Dios un mal padre por tanto al castigar a un hijo suyo mediante
la aplicación a su delito de una ley escrita para ser obedecida
por toda su creación? ¿Cómo podría ser juez quien absuelve a su
hijo y condena a muerte a un extraño por el mismo delito del que
absolviera a su hijo? ¿Bautizados, por el prepucio o por el agua,
quedamos inmunizados contra el juicio debido a nuestros delitos?
Pero si la veracidad de Dios resalta
más por mi mendacidad, para gloria suya, ¿por qué voy a ser juzgado
yo pecador?
Si Dios buscara
su Gloria a través de una creación convertida en un teatro de
justicia, efectivamente. Mas quien antes de abrir camino da a
conocer la Ley lo limpia de trampas. La trampa de la ley está
en la ignorancia. Ignorante el mundo de esa ley no podíamos ser
juzgados por ella. Al no hacerlo y justificar nuestra conducta
delictiva en el prepucio de la Fe, hablando a lo humano, Dios
demostró que su gloria no reside en su Poder, sino en su Espíritu,
que ama la justicia y defiende la verdad, madre de la paz, madre
de todo bien.
¿Y por qué no decir lo que algunos
calumniosamente nos atribuyen: Hagamos el mal para que venga el
bien? La condenación de ésos es justa
Y la perversión
de todos los valores básicos del espíritu social de la creación,
también. Quien hace el mal con conocimiento de causa, sea judío
o cristiano, esté sujeto a la Ley o al Evangelio, se hace reo
de juicio ante el Tribunal de quien llamó a judíos y cristianos
a ser santos a su imagen y a su semejanza. Ser cristiano para
cometer sin miedo el mal contra el que el Juez de la Creación
levanta su Trono de Justicia y ante el que tiemblan quienes conocen
su Juicio es imitar a ésos que tiemblan ante el Espíritu Santo
que anima al Tribunal de Dios. Sacerdote o pastor, Papa o teólogo,
todo hombre sujeto al prepucio, de la carne o del espíritu, responde
ante Dios en razón de la Ley a la que se acogió, sea la de Moisés
o la de Cristo. La condenación de quienes usan el signo de la
Fe para cometer diez veces más delitos que aquéllos que sin la
Ley y el Evangelio viven como bestias era justa ayer y sigue siendo
justa hoy, y por la eternidad.
¿Qué, pues, diremos? ¿Los aventajamos?
No en todo. Pues ya hemos probado que judíos y gentiles nos hallamos
todos bajo el pecado
Judíos, gentiles
y cristianos, todos, en efecto, nos hallamos bajo el imperio del
pecado. Vivimos en un mundo creado por el pecado y en plena batalla
de liberación hacemos nuestro camino hasta la victoria final contra
su ley. Caminamos en el día a día contra el pecado, que nos acecha
y nos tienta, venciendo siempre pero nunca acabando de bajar la
guardia como quien por fin vive en el Reino de Dios. La diferencia
entre unos y otros, siendo todos hermanos, es que unos renunciaron
a la lucha y creen que incluso pecando hacen su camino, “porque
la sangre preciosa de Cristo los lava”, convirtiendo así el cristianismo
en una lavadora de conciencias y las iglesias en el secadero donde
la ropa “que estaba roja como la grana sale blanca como la lana”.
El que vence permanece en pie, armado hasta los dientes con las
armas de la Fe; el que renuncia y se queda con la “fe sola” se
arrastra de pecado en pecado imputándole a Cristo sus crímenes
y delitos.
según está escrito: “No hay justo,
ni siquiera uno
Si lo hubiera
habido, en efecto, ¿qué necesidad hubiera habido de elegir a su
Unigénito como Cordero de expiación a favor de nuestra ignorancia?
¿En qué y por qué fue declarado justo Abraham a los ojos de su
Dios sino porque alzó su brazo alegando su sabiduría en defensa
de nuestra ignorancia como origen y causa de nuestras injusticias
y delitos? ¿Qué judío estaba por justificarnos a las demás naciones
en el pecado de su padre carnal, Adán? ¿Para alejar esa cruz de
sus espaldas no prefirieron la locura de creer que todos los hombres,
blancos y negros, asiáticos y europeos, americanos y australianos,
procedemos de la unión de Adán y Eva? ¿Puede venir justicia de
la locura?
no hay uno sabio, no hay quien busque
a Dios
¿Puede haber sabiduría
fuera de Dios? ¿Puede la sabiduría humana vestida de sacralidad
hermenéutica y ornamentos de santas teologías suplir la Sabiduría
que emana de Dios y con ella eleva a sus hijos de la ignorancia
a la ciencia del conocimiento de todas las cosas? ¿No se deja
encontrar Dios por quien le busca? ¿No aleja de ir a su encuentro
quien cierra la puerta con la llave de los dogmas y la infalibilidad
que procede del miedo a dar a luz a la edad avanzada de Sara e
Isabel?
Todos se han extraviado, todos están
corrompidos...
¿Y cuál es el
término de la corrupción? ¿No hizo Dios ejemplo de la desgracia
del pueblo judío para enseñarnos con su ruina el término al que
conduce la corrupción a toda sociedad y mundo que se entrega a
su ley, que es la del pecado? ¿Y cuál es la ley del pecado sino:
pecar y pecar y pecar ...”que la sangre preciosa de Cristo los
lava todos, amén”, traducido al camino cristiano. “Paga y lava
tu delito con el brillo de tu oro” ¿no era la ley del judío objeto
de esta sentencia?
no hay quien haga bien, no hay ni
siquiera uno"
El futuro del
mundo abandonado en las manos del judío condujo a su nación a
la destrucción. Creer que por ser cristiano la sujeción a la misma
ley, travestida de fe sola donde antes se puso oro puro, le cierra
la boca a Dios y le arranca de los labios la sentencia que dictara
contra los hijos de Abraham es hacer ejercicio de locura. La corrupción,
irremediablemente, engendra el mal y aparta del bien, por imitación,
a todos los que ven cómo el malo prospera y el bueno se extingue
despacio pero sin pausa. La Condenación de los que renuncian a
la victoria sobre el pecado es justa.
Sepulcro abierto es su garganta,
con sus lenguas urden engaños; veneno de áspides hay bajo sus
labios
¿Podría decirse
con mejores palabras? ¿En la forma no se deja ver el contenido
y por el contenido la profundidad y vastedad del compromiso de
Dios contra la Corrupción y la Mentira que le sirve de propaganda?
su boca rebosa maldición y amargura,
veloces son sus pies para derramar sangre, calamidad y miseria
abundan en sus caminos, y la senda de la paz no la conocieron;
no hay temor de Dios ante sus ojos”.
Esto hablando
sobre el mundo llamado a desaparecer en la tumba de Aquél que
salió por su pie del imperio de la Muerte.
Ahora bien, sabemos
que cuanto dice la Ley lo dice a los que viven bajo la Ley, para
tapar toda boca y que todo el mundo se confiese reo ante Dios.
Efectivamente.
La Ley de Moisés sólo podía tener jurisdicción sobre los hijos
carnales de Abraham, y es a ellos a quienes encerró en el pecado
buscando el arrepentimiento que procede del Conocimiento del delito
cometido por Adán, padre carnal de Abraham, ancestro de Israel,
padre de los judíos.
De aquí que por las obras de la
Ley nadie será reconocido justo ante El, pues de la Ley sólo nos
viene el conocimiento del pecado.
Verdad que se
basa en los Hechos, donde vemos cómo el Conocimiento solo no fue
suficiente para evitar que el pecado se consumase y engendrase
la muerte. Siendo verdad y nunca mentira que por la Ley de Moisés
los judíos tenían un Conocimiento pleno del Pecado y su Naturaleza,
no es mentira y sí una verdad eterna que la Historia Antigua de
los Judíos es una repetición, o si se quiere, la continuidad de
una Caída de la que jamás la Casa de Adán se levantó por completo.
Debiendo nosotros concluir de lo que vemos porque lo leemos que
el Conocimiento solo del Pecado no procede a la justicia que engendra
la santidad, sino a la corrupción generadora de la destrucción.
El fin de este
análisis biohistórico de la Carta a los Romanos es, recordemos,
demostrar que la Fe sola está sujeta a la misma Ley de reacción.
Pues si por la Ley de Moisés nos vino a todos el Conocimiento
del Pecado -una vez abierta la Puerta a todas las familias de
la Tierra- por la Fe de Cristo nos es descubierto el Conocimiento
de Dios. Pero, como en la relación Ley-Judaísmo el Conocimiento
solo fue incapaz de alejar al judío del pecado, el Conocimiento
que viene de la Fe sola es inoperante para alejar al cristiano
de la muerte.
Dios ha otorgado
a la humanidad la salvación por Cristo
Hemos alcanzado el punto en
el que hemos centrado el tema en la identificación de la Ley objeto
de este análisis. El Apóstol está hablando de la Ley de Moisés,
jamás de la Ley del Evangelio. Ley de Moisés por la que la Justificación
de la Humanidad era imposible, primero porque la excluía y extendía
su salvación al pueblo carnal de Abraham exclusivamente y únicamente
en condiciones de esclavitud al converso. Y segundo porque, como
hemos visto, el Conocimiento solo del Pecado no aleja al hombre
de cometer aquellos mismos delitos que gracias a la Ley nos son
presentados en su naturaleza destructora universal por oposición
frontal con la Naturaleza del Espíritu de Dios. Que la Ley diga:
No robarás, no implica que el hombre no robe, la ley es sólo el
anuncio de las consecuencias de un acto respecto al cual se nos
descubre su naturaleza delictiva. Sea humana o divina toda ley
es inoperante de por sí sola para inmunizar al individuo y a la
sociedad contra el acto respecto al cual se alza dando a conocer
sus efectos. De aquí que por la ley nos venga el conocimiento
del delito, pero no el del delincuente, por así decirlo.
Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada
por la Ley y los Profetas;
La Ley, en verdad, determinó
un juicio de condenación universal como respuesta a la Transgresión
del Mandato Original. “Polvo eres y al polvo volverás”, e impuso
su Ley en el mundo de los hombres desde la Caída hasta el Final
dictado: la Destrucción de la Humanidad, su desaparición de la
faz del Cosmos. Pero Dios, no pudiendo olvidar la Ignorancia del
Transgresor, ni pudiendo absolver al delincuente en base a su
Parentesco, determinó que en razón de la imperfección en el estado
de conocimiento del ser humano, más allá de la Ley, sin abrogarla
pero sin eternizarla, la Humanidad encontrase en la Ignorancia
del Transgresor la Puerta hacia su salvación. Moisés y sus sucesores
en el espíritu de profecía, línea que concluiría en Jesús, el
Último Profeta, viendo la naturaleza del Delito y la ignorancia
del Transgresor penetraron en el Santuario de la Justicia Divina
y desde sus principios Incorruptibles e Indestructibles saludaron
la Salvación que extendería su Nueva Ley sobre todas las familias
de la Tierra en Nombre de la Sabiduría de Jesucristo, Aquel que
con su Todopoderosa Voz hizo brillar la Luz en medio de las Tinieblas,
la misma Puerta de la Salvación hecha carne...
la justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, sin
distinción;
Fe en Jesucristo en la que observamos
el núcleo del problema en el origen de la Caída.
En la Tercera Parte de la Historia
Divina dije que el tema básico en la raíz del enfrentamiento entre
el Paraíso y el Infierno centraba su fuerza en la naturaleza del
Hijo Unigénito de Dios. Las fuerzas del Infierno, Satán su Campeón,
negaron que ese Hijo fuera engendrado y no creado. La arbitrariedad
Divina fue la que encumbró a ese Hijo al trono de su Padre, pero
no su Igualdad en la Naturaleza Eterna, según el criterio maligno
del Príncipe de las Tinieblas. En consecuencia siendo el Rey de
reyes una criatura como otra, aunque procedente de una creación
particular, su Corona podía ser traspasada previa conquista de
su Reino. Obvio lo demoníaco de este argumento, siendo la negación
a creer en la Naturaleza Divina de su Unigénito quiso Dios que
la superación de esa negación imposible de acepar por El fuera
la Llave que le abre a todos los que creen, sin distinción, la
Puerta del Paraíso. Hecho que determinó haciendo que su propio
Hijo fuese esa Puerta.
pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios;
Entendamos que habiendo sido
atrapado el Género Humano en medio del fuego cruzado entre dos
ejércitos que llevaban acorneándose desde antes de la Creación
de nuestro Mundo, una vez que por el Pecado de un solo hombre
todos los hombres, sin distinción, fueron privados de la gloria
de la libertad de los hijos de Dios, privados de la Sabiduría
todos, como se ve por los Hechos de la Historia Universal, todos
iniciaron un descenso hacia los abismos del Pecado, en todas sus
formas, formas que se regeneraban durante los siglos haciéndose
por su regeneración el Pecado más maligno.
siendo justificados donosamente por su gracia mediante la Redención que se
realizó en Cristo Jesús,
Y si privados, el Género Humano
entero fue entregado a la Cruz de su Destino, y abandonado de
su Creador en las manos de quien buscaba nuestra mal a fin de
por nuestra destrucción ganar la salvación suya. Recordemos que
siendo la palabra de Dios y su Verbo una sola y misma cosa la
salvación de la Serpiente y su Cuerpo Maligno estaba en matar
al Hijo de la promesa, Aquel que había de nacer para aplastarle
la Cabeza al Traidor a Dios, cuando haciéndose pasar por su Enviado
le ofreció a Eva la Guerra como medio de llevar el Reino de Dios
a la Plenitud de las naciones de la Tierra. Profetizado el Duelo
entre el Hijo de Eva y el Príncipe del Infierno éste esperaba
destruir la Naturaleza Divina del Verbo, de la que la palabra
de Dios recibe su carácter de Ley, sobre la Cruz del Elegido para
enfrentarse al maligno en el Día de Yavé. Porque si Cristo no
le aplastaba la Cabeza a la Serpiente la Omnipotencia y el Todopoder
de Dios para cumplir su palabra le obligaría a abolir la relación
entre su Palabra y la Ley, por medio de esta renuncia obteniendo
para sí el Maligno la abolición de la Condena de Destierro Eterno
de la Creación que le ganó al Eje del Mal su Traición al Plan
de Formación del Género Humano a la Imagen y Semejanza de del
Hijo de Dios.
a quien ha puesto Dios como sacrificio de propiciación, mediante la fe en
su sangre, para manifestación de su justicia, por la tolerancia
de los pecados pasados,
La naturaleza del Dilema en
el que fue atrapado Dios durante el Día de la Caída creo haberlo
expuesto en la Historia Divina. Resumir diciendo que Dios levantó
la estructura de la inteligencia humana sobre los cimientos de
la fe. La Palabra de Dios es Ley y el Hombre cree en su naturaleza
sin necesitar someter su Verdad a la experiencia. Dios dice y
así se hace. Siendo el Amor a la Verdad sobre todas las cosas
la fuente de la que emana esta Declaración: “Yo soy la verdad”,
la criatura y la Creación en general se abandonan en las manos
de su Creador conscientes de ser la Bondad y sólo la Sabiduría
la causa primaria en el origen de todas las Acciones Creadoras.
Formado en estas premisas eternas la Astucia del Maligno estuvo
en levantar entre el Hombre y la fe el Muro de la Duda.
en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente
y para probar que es justo y que justifica a todo el que cree
en Jesús.
Muro que echó abajo Aquel contra
la fe en cuya Naturaleza Divina fueron dirigidas todas las armas
del Infierno desde los Principios de la Creación, según conté
en la Historia Divina. Muro que, como el propio Pecado, se regenera
a través de los siglos para dirigir el curso de las naciones al
cementerio de su autodestrucción. La Duda de los últimos tiempos
sobre la Bondad de la Sabiduría Creadora no es más que la mutación
maligna de aquella cepa vírica homicida en el fondo del desastre
que, iniciando su andadura, enterró bajo las aguas de un Diluvio
el mundo que acogió entre sus fronteras el Dilema de Dios.
Toda
gloria humana queda excluida
¿Dónde está, pues, tu jactancia? Ha quedado excluida. ¿Por qué ley? ¿Por la
de las obras? No, sino por la ley de la fe.
¿Y cómo podría ser de otra forma
estando todos en que la Ignorancia -a imagen de aquella Madre
que ignoraba la Cruz que traía consigo el Hijo de su Virginidad-
es la Madre del Cordero? Y aún en la Ley no había expiación, o
sea, perdón de los delitos cometidos, sin reconocimiento previo
de haber sido la causa la ignorancia. Dice la Ley: “Si pecare
alguno por ignorancia, haciendo algo contra cualquiera de los
mandatos prohibitivos de Yavé...” Y de nuevo: “Si alguno por ignorancia
prevaricase, pecando contra las cosas santas que son de Yavé”.
Estableciendo Dios de esta manera el Perdón en la Ignorancia sobre
la naturaleza del delito cometido. Razón del todo natural si se
tiene en cuenta que quien comete un delito con pleno conocimiento
de causa sobre la naturaleza y las consecuencias del delito acometido
sólo pervirtiendo la esencia y la impronta de la Justicia puede
reclamar para sí gracia. Esto del lado humano. Del lado divino,
la fe en el Dios que sentenció a Adán por su delito, cometido
en la Ignorancia, sin la cual no hubiera podido darse Redención,
esa fe estableció de ley, antes de la Ley, que Dios acogería en
su infinita Justicia el grito de esa ignorancia y en su misericordia
extendería su Gracia sobre todas las naciones de la Tierra. En
esta Esperanza vivieron Abraham y sus padres y luchando por ella
despreciaron coronas y glorias humanas. El grito desgarrador de
su padre Adán pidiendo de rodillas justicia para su Pueblo, el
Género Humano, aún retumbaba en sus almas, y haciendo del sonido
hoja se materializó en Abraham en espada afilada dispuesta a sacrificar
a su propio hijo para mantener viva esa Esperanza. ¡Gloria pues
a Abraham por la eternidad entre los pueblos del Género Humano!
Su nombre será una bendición entre los hijos de los hombres por
la eternidad, y el pueblo nacido de su muslo, Oh Israel, nuestra
alegría, porque si su padre carnal en el tiempo, Ay Adán, nos
hundió a todos en la tragedia, el Hijo de su dolor nos elevó a
todos hasta los pináculos de la gloria más excelsa, en donde con
la fuerza de los dioses le respondemos a aquella Serpiente homicida
lo que el Hijo de Dios pusiera de sus labios en nuestra boca:
“Vete al Infierno, Satanás, tu gloria es polvo y tu esperanza,
ruina. La Maza está presta y el Brazo es Todopoderoso para separar
la cabeza del tronco, y allá el cuello a los perros”.
pues sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la
ley
¿Y cómo podría ser de otra forma?
¿O qué tipo de obras hubiera podido hacer que el Juez del Universo
acogiera el grito de Misericordia por Adán clamado en el día de
su desgracia? ¿No fue acaso la fe en la Justicia Divina que Adán
y sus hijos, los llamados Patriarcas, cobijaron en sus mentes
y protegieron como si se tratase del tesoro más grande del mundo
-el grito de Adán reclamando Venganza y Piedad ante el tribunal
del Eterno en lágrimas encendidas- la fe que nos ganó para todos
la Gracia de Cristo? ¿Qué judío o gentil puede levantar su cabeza
de entre los muertos y con voz orgullosa decir: “Yo, con mis caridades
y mis migajas de pan enternecí el corazón del Eterno”? Nadie,
ni vivo, ni muerto, puede reclamar para sí arte ni parte en aquella
“fe sola” que sin las obras de la Ley existía en sus corazones.
Moisés aún no había nacido cuando el Altísimo firmó dos juramentos
todopoderosos entre cuyos extremos tiene el Hombre su gloria,
su dicha y su Esperanza: “Yo alzo mi mano el Cielo...” contra
Satanás y su infierno fue uno; “Por mi nombre juro...” bendiciéndonos
a todos nosotros, fue el otro. ¿No fueron pronunciados y escritos
antes de nacer Moisés? Así que sin la Ley ya existía la fe en
el Hombre.
¿O acaso Dios es sólo Dios de los Judíos? ¿No lo es también de los gentiles?
Sí, también lo es de los gentiles.
Ciertamente Dios creó a todo
el Género Humano y lo hizo un sólo hombre, cuya Cabeza fue Adán,
a quien constituyó por rey del mundo que había nacido en las tierras
del Edén. La Arqueología está ahí, contra los arqueólogos, para
dar testimonio de la localización original de la Civilización.
Contra los arqueólogos, la Arqueología dobla sus rodillas y se
pone al servicio de quien creó la Primera Civilización para venir
y hacerse una con el testimonio de las Escrituras, haciendo que
se cumpla el dicho: “Sobre el testimonio de dos, y sólo sobre
el testimonio de dos será tu juicio”. La Arqueología, liberándose
de sus esclavos, vino en socorro de la Biblia para dar testimonio,
contra quienes callaba la voz de la Biblia, para afirmar que el
Primer Hombre y la Primera Civilización fueron una sola cosa.
Hombre y Sociedad unidos en un Todo Universal Perfecto, una Civilización
engendrada por Dios entre todos, por todos y para todos los hombres.
Ese fue el Edén, tal fue el principio, eso fue lo que perdimos,
todos, judíos y gentiles. Si Dios no hubiera sido ya entonces
Dios de Todos su extensión de la Sentencia a Todos por el Pecado
de Uno hubiera sido un acto de injusticia infinita explicable
sólo desde la lógica de quien no rige su Juicio por la verdad
sino por su Poder. Porque la extensión tuvo lugar Dios se manifestó
el Dios de Todos antes, durante y después de aquéllos días, en
virtud de cuya extensión todos los hombres quedamos sujetos a
la Justicia de la Fe de Abraham, en la que todos estábamos comprendidos
en la Gracia que por la Victoria del Hijo de Eva derramaría su
Dios sobre todas las familias de la Tierra.
puesto que no hay más que un sólo Dios, que justifica a la circuncisión por
la fe, y al prepucio por la fe.
Y esa Justicia en la Ignorancia
del Primer Hombre sobre los fundamentos de la Declaración de Guerra
del Maligno contra el Dios de todos los hombres. Ignorancia manifiesta
a los ojos de todos recreada en el Episodio del Sacrificio Expiatorio
de Cristo, cuando sin saber lo que hacían los hijos carnales de
aquél por cuyo delito fue condenado su cuerpo, todos nosotros,
ésos hijos se hicieron objeto de maldición para la bendición de
todos los que fuimos privados de Dios por su padre sin conocimiento
de causa por nuestra parte.
¿Anulamos, pues, la Ley con la fe? No ciertamente, antes la confirmamos
¿Y cómo podría ser de otra forma?
¿El Conocimiento del pecado no nos viene por la Ley, tal que si
la Ley no dijera no matarás yo no sabría que matar es un delito
ante los ojos de Dios? Y lo que es más profundo y eterno: ¿Desde
cuándo la Palabra de Dios ha dejado de ser Ley?
La justificación
de Abraham
¿Qué diremos, pues, haber obtenido de Abraham, nuestro padre Según la carne?
He aquí una buena pregunta.
Después de dedicarnos a buscar dónde pudiera hallarse una conexión
entre la famosa proclama luterana: La salvación “por la fe sola
sin las obras de la fe”, nos encontramos cara a cara con la puerta
que da entrada a la mente del hombre que tiene la culpa de todo.
Sin Abraham no hubiera conocido la luz de la Historia el Judaísmo,
ni el Cristianismo, ni el Islamismo. Vemos sin embargo que siendo
Abraham la piedra de referencia milenaria más universal que existe
todos se refieren al hombre sin importarles su cabeza; al parecer
la importancia de aquel Abraham de Ur, hijo y heredero de una
de las casas principales de la Ur de la tercera Dinastía, esta
importancia reside en el espacio que va del ombligo al suelo,
se detiene más arriba de las rodillas y se queda colgada del prepucio.
La pregunta de San Pablo no es ociosa: ¿A eso y sólo eso se reduce
el fruto de la relación entre el Dios Todo-Creador de un Cosmos
de indescriptibles dimensiones y belleza y una criatura de barro
vivo vagando por las llanuras del Oriente Medio Antiguo? ¿Tal
es la profundidad de referencia más allá de cuyo tope los pulmones
del pensamiento de cristianos y judíos revientan y deben salir
a flote o perecer? Históricamente hablando lo que sabían los cristianos
es poco, pero lo que saben los hijos carnales del hombre era aún
menos. Y menos supieran si los pueblos cristianos y sus emprendedores
científicos, sin buscar glorificar al Dios de aquél Abraham, no
hubiesen desenterrado de su fosa de barro diluviano la Ur de la
III dinastía y su mundo. Ni la Historia del Hombre ni el Hombre,
sino sólo el Nombre. Un placer comunicarse con tres mil millones
de mentes que dicen tener como punto histórico de referencia a
un hombre del que nada saben excepto su Nombre. Y no es que no
sepan, es que no quieren saber. ¿Por qué entonces preocuparse
del fruto para todos conseguido por aquel Hombre? Porque claro,
siendo Dios omnisciente y todopoderoso es El quien actúa y determina
todos los movimientos de sus criaturas, de manera que privado
de libertad el hombre es sólo una marioneta sin voluntad entre
los hilos divinos de esas manos omnipotentes ante cuyos dedos
sólo cabe tirarse al suelo y morirse de miedo. El día que el teólogo,
cristiano o judío, desterró al historiador del círculo de la fe,
ese día fue un hito suicida crucial en la historia de ambas religiones.
Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero
no delante de Dios.
Quien hace lo que debe no hace
algo excepcional. Nada nuevo. Si yo me limito a las cosas que
sugieren la propia estructura de una relación no hago nada extraordinario
por lo que merecerme más que el conjunto de mis semejantes que
hacen eso mismo todos los días desde que se levantan hasta que
vuelven a levantarse al día siguiente. Hacer lo que se debe en
razón de la estructura de la relación cualquiera en la que uno
se enzarza es lo general, no lo especial. Nadie puede presentarle
una queja de reconocimiento al Estado, por ejemplo, por cumplir
con sus obligaciones y no ser recompensado para gloria suya delante
de todo el mundo por hacer lo que debe. Para que el Dios Todo-Creador
del Génesis tuviera glorificado a aquel hombre delante de sus
ojos, aquel hombre hubo de haber superado la estructura de comunicación
normal típica entre el creyente y el dios de su credo. Debía ser
la estructura de una nueva relación única, especial, extraordinaria,
libremente adoptada por aquel hombre la base de su gloria a los
ojos de su Dios. Es decir, no en el Nombre sino en el Hombre está
el Misterio
Pero ¿qué dice la Escritura? “Abraham Creyó en Dios, y le fue computado a
justicia”
¿Qué tenía que creer Abraham,
que Dios existe o en la Inocencia Divina en el asunto de la Caída?
Recordemos que en aquéllos tiempos la Divinidad era la causa de
todos los males de la Humanidad, ya que con su todopoderosa existencia
era la que había decidido crear el mundo tal cual. Esta actitud
era una condena de Dios, al que se le hacía culpable de ser el
padre de todos los males del mundo, como también de los buenos.
Abraham rompe aquella estructura y justifica a Dios delante de
su Creación entera, proclama su Inocencia contra el cuello de
su hijo unigénito. Proclamando su Inocencia defiende a Dios en
la esperanza de ser Dios el Padre amante de aquéllos hijos contra
cuya Voluntad se había entrado en Su Casa y se le había dado muerte
a su hijo menor, Adán, y desde entonces rugía como un león a la
espera del Día de la caza del asesino, Día de Venganza, Día de
satisfacción, “el Día de Yavé”. Loco de alegría porque en un hombre
había encontrado Dios un Amigo entre los pliegue de cuya Amistad
endulzar los dolores del Corazón, el Padre de Adán extendió sus
brazos, despegó sus labios y en nombre de la dulzura de esa esperanza
de Abraham, su Amigo, juró que por Campeón nos daría a su propio
Hijo Unigénito, su Isaac Divino, nuestro Rey, Jesucristo. Hey
Man, Aleluya.
Ahora bien, al que trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como
deuda
Efectivamente. Si hago lo que
debo en razón de la naturaleza de mi relación con alguien no puedo
pedir más de lo que el contrato precisa. Los hebreos eran acreedores
a una vida feliz y larga siempre que sus deberes justificasen
sus obras delante de la Ley. Pero eso era todo lo que podían pedirle
a Aquel con quien la Ley los relacionó. Si en el bien para lo
bueno, si en el mal para lo malo. Porque el mismo contrato que
garantizaba el pago de la deuda en el todopoder de la parte divina,
por este mismo poder la renuncia a esos deberes hacía de Israel
acreedor a su destrucción. Cosa que se vio muchas veces. Y esto
sin poder la parte humana encontrar ningún tipo de satisfacción
ni haber lugar a reclamaciones y quejas. Dios, por tanto, no cometió
ningún delito al romper el Contrato de la Ley por el que los Hebreos
y los Judíos recibían vida por los deberes cumplidos y muerte
por los haberes acumulados contra el Contrato suscrito. En todo
caso hubieran debido leer bien sus términos el día que lo firmaron
y no poner la firma al pie de un Contrato cuyas obligaciones,
porque no eran santos, acabaría aplastando a cualquiera que por
naturaleza no fuera santo a la Imagen y Semejanza de Aquel que
puso la Suya a la cabecera del Contrato entre Dios y los descendientes
de Abraham. Moisés, a diferencia de Abraham, el Amigo de Dios,
fue Siervo de ese Amigo de Abraham, y como Siervo se limitó a
poner el Contrato de la ley ante los Hebreos. El Siervo tenía
la obligación de llevarle ese Contrato a su pueblo y como Profeta
la de advertirles sobre las consecuencias en caso de incumplimiento.
Pero el Siervo hace la voluntad de su Amo y Señor, y hablar cuando
se le dijera y callar el resto del tiempo era parte de su trabajo.
De todos modos tan hombre era el Siervo como el firmante hebreo
para entender que el cumplimiento de aquél Contrato implicaba
ser santo, y el “ser” no es algo que se compre y se venda en el
mercadillo de las vanidades humanas.
Mas al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al impío, la fe le
es computada por justicia.
Difíciles palabras de entender
cuando corren tantos vientos de opresión y fanatismo. ¿Haremos
lo que dicen algunos que hacemos, el mal para que venga el bien?
En la dificultad, a pesar del lamento, está la gracia. ¿Qué es
la Historia sino el registro de un lamento ininterrumpido que
halló consuelo en las entrañas de Cristo? ¿Qué es nuestro mundo
sino el campo de batalla donde el Infierno y la Muerte libran
su última Guerra contra el Cielo y la Vida? Quien tiene ojos es
libre para no ver. El ciego no puede permitirse ese lujo. No se
trata de imitar al sabio, es cuestión de arrancarse la venda que
ha cegado la inteligencia humana durante tantos milenios y, duela
lo que duela la primera luz, aunque parta como un rayo, ver la
estructura de la Realidad tal cual. Somos testigos de la Reestructuración
Cósmica que se ha llevado a cabo tras la necesaria reconfiguración
de la relación entre Dios y su Creación. No podía haber Futuro
para nadie si la misma Realidad Universal Divina no se sometía
a un proceso de evolución revolucionaria. Aunque el campo de batalla
entre las fuerzas opuestas encontró en la Tierra su escenario
los actores principales no eran hijos de hombres. Todos, por tanto,
fuimos atrapados en la Guerra de otros y todos, sin excepción,
hemos sufrido las consecuencias. Lo mismo judíos que indios, africanos
que europeos, cristianos y musulmanes, todos los habitantes de
la Tierra fuimos expulsados del Templo de la Inteligencia Divina
y entregados a la Ignorancia del que no sabe qué está pasando
y por su desconocimiento, sin saber lo que hace, no importa lo
que haga, todo lo que hace se sujeta a la ley de la ciencia del
bien y del mal tan perfectamente descrita por este Pablo: “Quiero
hacer el bien pero es el mal el que se me apega”.
Así es como David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios imputa la
justicia sin las obras:
La diferencia entre el sabio
y el ignorante se despeja y acaba cifrándose en este terreno del
conocimiento de la Verdadera Realidad Universal Divina entre cuyas
fronteras nuestra Historia se ha movido a contragolpe, verso a
verso, movida palo sobre palo por la carretera de los siglos.
A la altura del siglo XX de la primera Era de Cristo la Civilización
ya estaba quemada. El fuego de sus guerras mundiales fue la proyección
al exterior del estado en que se encontraba su alma. ¿Quién mejor
que un guerrero nato, sus brazos articulados para destrozar y
destruir, para comprender el grito de desesperación de una Humanidad
vendida por treinta monedas de plata a la pasión de criaturas
nacidas en otros mundos y entregadas ad infinitum et ad eternum a imponerle
a la Creación su concepción del Universo? El Dios de dioses que
había de legitimar semejante revolución infernal y bendecir la
transformación de su reino en un Olimpo de Príncipes más allá
de la Ley, ese Amigo de Abraham, Señor de Moisés y Padre de este
guerrero nacido para ser él mismo rey y llevar sobre sus hombros
la carga de la Soberanía, Ese Dios se negó a bendecir semejante
locura y encontró entre nuestro Pueblo, el de los Hombres, quienes
se sumaron a su Guerra contra el infierno poniendo sus vidas a
sus pies, sin condiciones y sin consideraciones de salario. Gloria
a ellos, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre.
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados
han sido velados.
Gloria a ellos. Sus faltas y
sus defectos como un Amigo oculta los de su mejor amigo, un Padre
los de su hijo amado, y un Señor las de su fiel siervo, fueron
silenciadas por Aquel a cuyo lado se pusieron aunque eran barro
y El es Dios Eterno.
Venturoso el varón a quien no tomó el Señor cuenta de su pecado.
¿No fueron ellos hombres entre
hombres? ¿No fueron tanto más difíciles y duras sus vidas cuanto
fueron excepcionales sus existencias y debieron hacer sus caminos
en la soledad de quienes no tienen igual entre sus semejantes?
El Juez del Universo supo valorar sus errores en razón de la naturaleza
de las circunstancias y, perdonando por la soledad que a su Silencio
les debían, absolver de sus faltas a los pecadores, con tanto
más derecho a gracia cuanto por su silencio la soledad que el
Infierno aprovechaba para intentar destruirlos los hacía blanco
de fuerzas para los demás mortales desconocidas.
Ahora bien, esta bienaventuranza ¿es sólo de los circuncidados o también de
los Incircuncisos? Porque decimos que a Abraham le fue contada
su fe por justicia.
.¿Y cómo le hubiera podido ser
computada por justicia su fe en la Inocencia de Dios sino porque
en ella se resolvía la Ignorancia por la que el mundo entero se
hacía acreedor a la Redención? Ya hemos visto que por la Ignorancia
venía la Gracia, gratuita por parte de Dios hacia el pecador,
príncipe o pueblo, operada por el sumo sacerdote en persona. La
bendición de esta manera devenía universal en beneficio de todo
el que justifica a Dios no en el Poder sino en el Amor, no por
Terror sino por la Verdad, independientemente del quién, pues
Dios nos creó a todos para hacernos partícipes a todos de la vida
eterna.
¿Pero cuándo le fue computada? ¿Cuando ya se había circuncidado o antes? No
después de la Circuncisión, sino antes.
De otro modo, como hemos visto,
hubiera sido computado por salario. Y si por salario no por justicia,
y la justicia de la fe en este caso hubiera sido fruto de las
obras de la Ley. Es decir, la liberación hubiera venido de la
servidumbre, al contrario de lo que debiera ser y fue, el libre
libera al siervo. Pues si el libre, sin obligación, hace lo que
el siervo por incapacidad no hace, su acción no queda sujeta a
salario sino a la bendición de aquel que por la falta de su siervo
sufriera la esclavitud de su pueblo.
Y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe,
que obtuvo aún siendo incircunciso, para que fuese padre de todos
los creyentes no circuncidados, de forma que también a ellos les
fuera atribuida la justicia;
En verdad quiso Dios en su Justicia
que la Libertad fuera glorificada sobre la servidumbre y la acción
que procede de la Libertad ensalzada sobre la que emana del deber
del siervo. Pues habiendo creado al Hombre y a todo Viviente para
compartir su Vida en la alegría perfecta que procede de lazos
familiares eternos... Su Ser ama la Libertad sobre todas las cosas
y prefiere los frutos de la verdad nacida libre a la sabiduría
esclava de quien hace las cosas no por amor sino por Ley. Como
dijo el rey sabio en su Libro: “Que Dios no ama sino al que mora
con la Sabiduría”, o sea, con la Libertad de un Abraham que sin
tener por qué anteponer a Dios y su Santa Esperanza sobre su unigénito
Isaac, glorificando a quien se la diera hizo de su Libertad bandera
y de su Amor caballo de batalla, la Obediencia por espada y armadura...
Y contra las fuerzas del Infierno aquél que no ponga libremente
su vida a disposición del Rey de los ejércitos de la Creación
que deje pasar o se quite de en medio.
y padre de los circuncidados, pero no de los que son solamente de la circuncisión,
sino de los que siguen también las pasos de la fe de nuestro padre
Abraham antes de ser circuncidado.
Concluyendo, como la Libertad
es superior a la servidumbre y el hombre libre al siervo, pues
Dios no es siervo de nadie y habiendo sido creados a su imagen
y semejanza la Libertad es lo que les conviene a todos sus hijos,
así es superior la fe que viene del Conocimiento de Dios que la
que procede del Conocimiento de la Ley. Pues por la Ley nos viene
el Conocimiento del Pecado pero por la fe: el Conocimiento de
Dios
La justificación,
prenda de la salvación eterna
Por lo que estamos viendo el
sentido de esta Carta tiene que ver con el problema histórico
vivo que en aquéllos días estaba arrasando la conciencia de una
gran parte de la comunidad cristiana naciente. En el 49 los Apóstoles
en pleno levantaron la frontera entre el judaísmo que juzgara
a Cristo y lo condenara a muerte y el cristianismo surgido de
su tumba y nacido con la Resurrección de Jesús. Grosso modo el
tema tenía que ver con la convivencia entre la Fe de Cristo y
la Ley de Moisés. Los Apóstoles, de cuya doctrina se hace eco
San Pablo en esta Carta, dieron un NO sin concesiones a semejante
convivencia. ¿Es lógico que los hermanos del asesinado convivan
con los asesinos del hermano que les mataron? El miedo de la fe
a caer bajo la maldición de la Ley trajo a flote la posibilidad
de esa convivencia en razón del parentesco sanguíneo entre los
primeros cristianos y los antiguos judíos. Los Apóstoles se levantaron
para decir que No, pues la misma Ley que había asesinado en la
carne a Cristo acabaría asesinándole en espíritu. Y ese No afirmado
en el Concilio del 49 quedó sellado para siempre. Sello que ha
permanecido hasta hoy y seguirá permaneciendo eternamente. Pero
el Concilio fue una reunión secreta de particulares y su decisión
había de expandirse por toda la comunidad cristiana del imperio.
Así que sería poco convincente de nuestra parte creer que adoptada
la decisión su voz se expandió a la velocidad de la luz por todo
el Mediterráneo, y... sin vencer la consiguiente oposición sencillamente
acabaría con el Judeocristianismo, sin más. Será para vencer esta
oposición que San Pablo, con los vientos de la Gran Persecución
Imperial Neroniana amenazando tormenta, le escribiría esta Carta
a los Romanos reafirmando el No al Judeocristianismo adoptado
en el Concilio del 49. Cuando habla de la Ley se refiere a la
de Moisés y cuando habla de obras de la Ley, mismamente.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por mediación de nuestro
Señor Jesucristo
Efectivamente, realizada la
Redención de la que procede el perdón de todos los pecados cometidos
por nuestro mundo bajo el yugo de la Ignorancia, Dios levantó
la bandera de su Paz sobre todas las naciones de la Tierra, llamando
a todos los pueblos del Género Humano a vivir a la luz de la Justicia
del Reino de su Amor, Amor personificado en su Hijo, quien, teniendo
Misericordia de todos nosotros, se ofreció a sí mismo como Mediador
entre Dios y nosotros para por el Amor obtenernos la Gracia del
Perdón que precede a la Paz y la Gloria de la Libertad de los
hijos de Dios que procede de la Fe. En nadie más tiene el Hombre
esta Libertad y esa Paz, sino en El, Jesucristo.
por quien en virtud de la fe hemos obtenido también el acceso a esta gracia
en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza y la gloria
de Dios.
¿Dónde está la gloria de Dios
sino en el Amor de sus hijos, y cuál es su Esperanza sino que
el Hombre lo llame Padre? ¿Y la esperanza de un padre no es que
sus hijos convivan por siempre a su lado en el Amor por el que
los engendrara a la vida? Siendo Padre ¿qué otra Esperanza puede
tener Dios sino que el Género Humano, su Criatura, regrese a su
Casa y la Plenitud de sus naciones vivan en su Reino sempiterno?
Que Dios tenga esta Esperanza y por ella nos diera como Mediador
a su Hijo, a sabiendas que le pagarían su servicio con la Cruz,
¿no es nuestra gloria, lo mismo para los primeros cristianos que
para los últimos? ¿O acaso Dios cambia de corazón y de mente con
la facilidad que cambia de piel la Serpiente?
Y no sólo eso, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores
de que la tribulación produce la paciencia: la paciencia, una
virtud probada, y la virtud probada, la esperanza.
Del terreno de la mirada en
Dios pasamos al de la mirada al Hombre, en este caso, la de los
primeros cristianos. San Pablo se abre el pecho y pone sobre la
mesa la naturaleza de la Esperanza de Salvación Universal por
la que estaban luchando y por la que estaban dispuestos a sufrir
y sufrían las persecuciones. Dios no ofreció su Cordero por los
pecados de un grupo de elegidos. El Sacrificio Expiatorio realizado
en Cristo extendió su Gracia sobre todos los pueblos de la Tierra.
Y fundada la conducta del hombre en la ignorancia, y localizado
su origen en el pecado de un solo hombre, Cristo elevó en su Resurrección
al Cielo una Petición de Misericordia que incluía entre sus términos
a todos los hombres, tanto a los que habían muerto como a los
que habían de nacer. Porque tanto los que murieron en el tiempo
antes del Nacimiento como quienes nacieron en el espacio después
de la Resurrección pero sin Noticias de Cristo, todos pecaron
bajo la misma ley. De manera que por esa ley todos quedaban comprendidos
bajo la bandera de una Esperanza de Salvación que, por el tiempo
y el espacio, no conocieron. Victoria que, al no depender de ellos,
pues estaban unos muertos y otros por nacer, quedaba en las manos
de aquéllos cuyas obras, realizadas en Dios, por las obras de
la Fe edificaban el Argumento de la Defensa... con las Obras de
la Fe.
Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado
en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha
sido dado.
El amor, pues, de un Dios Maravilloso
es el que se derrama en su Creación para vestirla de Vida eterna.
Obra que fue destruida y enterrada bajo las aguas de aquel Diluvio
Universal por el Eje del Dragón, cuya cabeza, la Serpiente Antigua,
se alzó en Rebelión contra el Espíritu Santo. Dios, para que juzgásemos
por nosotros mismos contra qué se alzó en guerra la Bestia, cumpliendo
su juramento de Venganza por un sitio y de Promesa de Salud eterna,
por el otro, nos hizo jueces del Diablo al amar lo que el Infierno
odia y odiar lo que la Muerte ama.
Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo, a su tiempo, murió por los impíos.
...en la esperanza de hallar
en nosotros, una vez justificados y congraciados, el Juicio dictado
por Dios contra Su enemigo y el nuestro. Victoria conseguida en
primera instancia en sus Apóstoles y Discípulos, quienes por su
destierro de la ignorancia y entrada en el reino de la Sabiduría
conocieron la naturaleza de ese Espíritu y, mediante las obras
nacidas de la fe, manifestadas en la paciencia frente a las tribulaciones,
por las que le daban a la Esperanza peso, condenando al Maligno
en la Imitación del Ejemplo de su Maestro demostraron en nombre
de la Humanidad que la esperanza por la que murió Cristo estaba
llena de vida y salud, y, cual hasta un ciego puede verlo, no
quedaría defraudada en absoluto.
En verdad apenas habrá quien muera por un justo; sin embargo, pudiera ser
que muriera alguno por uno bueno;
Hablando siempre en relación
a la Salvación. Porque el Justo lo es porque no está sujeto a
Ira y Condena, de manera que por él no cabe sacrificio. Sobre
uno bueno pero que vive en la ignorancia y por esa ignorancia
su bondad se pierde no dando más frutos, sí. Es Dios mismo quien
hablando sobre los días de Cristo declara estar todos corrompidos,
ser todos unos impíos, como vimos antes. Mas contra los delitos
de nuestros padres no lanzó su Condena sino su Gracia, demostrando
El en el Sacrificio Expiatorio de los pecados del Mundo que la
Ignorancia era la madre de esos delitos. Y si el sacrificio no
fue hecho por Juan ni Juanito sino por todos los pecados del mundo
la Expiación descubre ser obra de la Ley, de manera que sin las
obras no hubiera podido haber Redención. Y el propio Abraham,
como hemos visto, fue justificado por las obras y sin esas obras
su fe no se hubiera hecho perfecta ni sin esas obras hubiera ganado
para todas las familias del mundo la Bendición Universal que nos
ganaron sus obras. Y el propio Cristo fue todo Obras, hasta el
punto de declarar: “Si no creéis en mi palabra creed al menos
por las obras”. De donde se ve que la fe que procede de las obras
genera fe en quienes no la tienen. Porque si le fe sola, en tanto
que conocimiento, basta para la salvación, el sacrificio de los
primeros cristianos y las tribulaciones padecidas por los Discípulos
fueron actos innecesarios y, de serlo, declararían a Dios culpable
de delito al ser omnipotente y no haber actuado en defensa de
sus hijos para salvarlos a todos de la muerte. Había Necesidad
de la Muerte de Cristo, mas una vez realizado el Sacrificio por
la redención de todos los pecados del mundo, no había necesidad
de ninguna muerte más...a no ser...que la Victoria de la fe le
abriera el campo a la Esperanza de Salvación Universal mirando
a la cual la Cruz devino Necesidad.
pero Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo
por nosotros.
De donde se ve que el fin de
la Obra del Diablo era engendrar en Dios un odio hacia el ser
humano, en razón de sus delitos, a tenor de cuya violencia Dios
se olvidase de su Justicia y abandonase al Hombre a su suerte.
Cuatro milenios tuvo el Maligno y su gente para cultivar el odio
de Dios hacia el Hombre. La conducta del género humano durante
esos 4 Milenios está recogida en los anales de las historias de
los pueblos del mundo. Es cierto que el fruto de esas obras era
generar el odio y en otras circunstancias ese odio se hubiera
hecho un árbol de ira interminable contra el hombre y su mundo.
Sin embargo el Corazón de Dios se mantuvo inaccesible al odio.
Las causas las conocemos. Pero aquélla de entre esas causas que
derretiría el corazón de sus hijos sería la Esperanza de Salvación
Universal que en el centro de su Corazón había hallado Santuario
Perpetuo. Por ella su Hijo dobló sus rodillas y adoró a Dios,
y sus hermanos en el Espíritu Santo se enfrentaron a la muerte
adorando al ese Dios Maravilloso que su Hijo les había descubierto
en el Padre.
con mayor razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por El salvos
de la ira;
Desterrados de la Ignorancia
y devenidos ciudadanos del Reino de la Sabiduría en virtud del
Sacrificio Consumado, la Ira Divina contra los delitos cometidos
con pleno conocimiento de causa, y por ese mismo conocimiento
no cometidos, hace Justo a todos los que desterrados, certifican
ese destierro mediante la conducta de quien es Ciudadano del Reino
de Dios. El Conocimiento, por consiguiente, no define sino la
calidad del delito. Porque habiendo conocimiento ya no hay ignorancia,
de manera que quien conoce no puede sujetarse a ley expiatoria
de ningún tipo. Las obras son lo que definen la naturaleza de
Cristo y del Diablo, pues por las obras conocimos a Cristo y por
las obras descubrimos al Diablo. Ahora bien, quien cree pero no
obra sino que se limita a creer, supera a ambos en que vive la
existencia de quien muriendo no puede hacer ni bien ni mal y por
tanto no puede ser juzgado por sus obras. !Un listo!
porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida.
O sea, en la vida de Cristo.
Ahora, si Cristo no hizo nada y se limitó a conocer a Dios y creer
que le bastaba este conocimiento para ser declarado Justo... en
este caso los Apóstoles fueron todos unos asesinos, porque, satisfecha
la Necesidad, la fe sola sin las obras de Cristo les hubiera bastado
para crecer y expandirse sin provocar, por causa de las obras
de Cristo hechas en ellos, aquel terrible conflicto en el origen
de las Grandes Persecuciones. Me explico, únicamente un demonio
vería algún sentido en el argumento de la FE SIN LAS OBRAS de
Cristo.
Y no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios por nuestro Señor
Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación.
La Verdad resalta sola y no
necesita de las obras ni de la fe de nadie para ser gloriosa,
eterna y perfecta. Imposible de ser alcanzada en su Plenitud con
las fuerzas solas del hombre, tal cual se demuestra en la lógica
original de la Filosofía, quiso Dios en su Maravillosa Paternidad
que se hiciese Carne en su Plenitud para en la Persona de su Hijo
no sólo viéramos la espalda sino también el rostro y la tocásemos
con nuestros sentidos, para con el poder de los sentidos admirar
su belleza, su fortaleza, su salud y su gracia. Inútil criticar
el Amor del Hijo por su Padre, y del Padre por el Hijo. Nosotros
mismos, a quienes nos ha sido descubierta la Maravillosa Esencia
del Espíritu de Dios, somos los que repetimos con el autor de
estas palabras eternas: Nos gloriamos en Dios por nuestro Señor
Jesucristo. Pero si alguno no es aún capaz de entender esta gloria
...
La obra
de Adán y la de Jesucristo
Posiblemente este sea uno de
los capítulos más crípticos de toda la Carta. Sus declaraciones
son de una profundidad tan intensa y sus conclusiones de una vastedad
tan enorme. Por regla general se tiende a pasarlo por alto. No
se procede a una inmersión y despliegue. Su profundidad y vastedad
son de una riqueza tan brillante que su resplandor previene y
genera el respeto a semejantes aguas. Los judíos no han querido
jamás posar sus ojos y abrir sus oídos a este capítulo de la Carta
por razones evidentes. Es su padre original, Adán, quien es declarado
culpable de la situación del mundo durante los últimos seis milenios.
Ellos que se vanaglorian de tener por padre a Abraham se blindan
a sí mismos frente al hecho de tener por padre original, y padre
de ese mismo Abraham, al hombre cuyo delito arrastró a la Humanidad
al infierno. Su blindaje es un escudo propio de locos. Dicen que
cuando Adán es declarado el Primer Hombre esto se interpreta diciendo
que aquél hombre es el padre carnal lo mismo del hombre de piel
negra que del piel blanca, lo mismo es padre del hombre de piel
roja que del piel amarilla, y, no faltaba más, del hombre de piel
oliva. Sobra cualquier tipo de discusión con el loco que contra
ciencia, sabiduría y razón alza su guerra santa particular a favor
de semejante declaración solemne de locura. Es cierto, digámoslo
todo, que dos milenios atrás el conocimiento de la civilización
no había dado el salto revolucionario que nos aleja de su sistema
de visión de la realidad. Juzgar a aquellas generaciones desde
este lado del abismo es un ejercicio que no nos compete. Sí, en
cambio, ver que lo que ayer era una alternativa cuerda, hoy es
discurso de locura. Cualquiera que mantenga el origen carnal de
todas las razas humanas en los muslos del hombre declarado culpable
de la tragedia de la Humanidad en esta Carta, cualquiera que pretenda
seguir emparentando carnalmente a todos los pueblos en las carnes
de Adán comete un ejercicio de demencia. Desgraciadamente aún
hay entre los judíos quienes siguen manteniendo semejante visión
del Pasado de la Humanidad a fin de no aceptar las consecuencias
de la Biblia.
Desde el lado cristiano el dilema
que suscita este capítulo es gordiano. ¿Porque bajo qué contexto
puede ser justificado el juicio de condenación contra una multitud
sin número de inocentes a cargo del delito cometido por un único
hombre? ¿Acaso perdió Dios el juicio al condenar por la desobediencia
de un sólo individuo a la Humanidad entera? ¿Dónde está el demente
asesino que por la falta de un individuo jura destruir toda su
nación y su mundo? ¿Es de justicia que por el delito de un individuo,
no habiendo tenido parte su familia en su delito sea declarada
culpable y sentenciada a muerte? Lo que nos parece demencial y
propio de una justicia terrorista e infernal nos es ofrecido en
esta Carta como un manjar divino, tanto más hermoso cuanto que
otorga a quien lo come la vida eterna. Es comprensible, pues,
que el cristianismo haya pasado de largo por este capítulo. El
temor a ahogarse en sus profundidades y perderse en su vastedad
ha sido de siempre más grande que el deseo de descubrir en la
Naturaleza Humana la Imagen Divina acorde a cuyo Modelo fue su
Ser concebido, tejido y articulado para gloria de su Creador y
admiración de la Creación entera.
Así pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado
la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos habían pecado.
Hemos saltado dentro y nos disponemos
a llegar al fondo de la cuestión. Adán vivió unos 4.000 y pico
años antes de Cristo, en Mesopotamia, según el cómputo bíblico.
La Ciencia, sin fe, ha situado el origen de la Civilización en
esa franja de tiempo, justo en el mismo espacio donde dice la
Biblia una vez existió el Edén. La Ciencia tiene su propio modelo
de evolución histórica y afirma que antes de la Caída los humanos
ya se comían vivos, celebraban festines con suculentos niños asaditos,
empalados a fuego lento, a la parrilla. La Biblia dice que no,
que este tipo de cosas era imposible. Afirma que este tipo de
cosas comenzó a darse entre los pueblos justo después de la Caída
como consecuencia de la Caída. Y declara que este tipo de cosas
fue costumbre entre los pueblos de la Tierra por culpa de un hombre
en concreto. Antes de este hombre la Humanidad no conocía la ciencia
del bien y del mal. Es decir, no conocía el concepto de propiedad
privada, capital, guerra, y no estaba sacudida por enfermedades.
Las familias humanas vivían sin trabajar, cultivando la tierra
y alimentándose libremente de la abundancia de árboles frutales,
cereales y hortalizas. Todo era de todos y el Templo tenía por
misión distribuir gratuitamente el fruto de las cosechas acorde
a las necesidades de cada familia. De repente, una buena mañana
se levantaron todos para desear no haberse despertado jamás. ¿Cuál
fue aquel sueño perdido que al despertar se transformó en una
pesadilla? Es importante correr este velo o de otro modo jamás
entraremos en la mente de aquellos hombres. En otros tiempos este
acceso fue imposible y de no estar viviendo en éstos seguiría
permaneciendo vedada sus visiones a nuestra mirada. Desde nuestra
posición privilegiada y saturados del conocimiento de la ciencia
del bien y del mal nosotros podemos afirmar sin temor a equivocarnos
que el origen de todos los males del mundo estaba dentro de aquella
Caja de Pandora en forma de fruta colgando de un árbol. Aquél
era el Árbol de la Muerte y su fruto era la Guerra. En consecuencia
la visión de futuro que aquella primera civilización tuvo se rigió
por una ley de vida y sabiduría desde la que soñó extender su
mundo en las alas del Conocimiento y la Paz. El Pecado terrible
de Adán, su delito, fue acelerar el proceso y usar la Guerra como
medio de Civilización. Es decir, querer imponer por la fuerza
su Mundo a los pueblos que aún seguían disfrutando del aquel edénico
Neolítico fue el paso, involuntario porque no sabía lo que hacía,
que una vez dado levantó entre El y su Dios el Muro de la Enemistad.
Y muy bien, todo perfecto, ¿pero por qué Dios no se limitó a quitarle
el poder a aquel príncipe de aquella Unión Mesopotámica y entregarle
la dirección del Proyecto Civilizador de la Humanidad a un conciudadano
suyo? Los judíos no quisieron entrar en este tema jamás porque
para ellos Adán era el único hombre por aquel entonces. La Arqueología
ya ha demostrado que antes de su nacimiento su tierra estaba habitada
por ciudades estados. De manera que unificando las dos verdades
es donde se halla la perla de la realidad envuelta. Adán, en efecto,
fue hijo de una civilización naciente con vocación de futuro universal
cuyo movimiento en el espacio se estuvo realizando al ritmo de las alas de la libertad y la ciencia, los dos brazos de la Sabiduría
que desde el principio guiara la evolución creadora de la vida
en la Tierra desde el barro a la condición humana. Sin este escenario
cualquier intento de comprender el origen de la tragedia de la
Humanidad cae en esa selva donde el hombre no es más que una bestia
comiéndose a sus propios hijos.
Porque antes de la Ley había ya pecado en el mundo, pero el pecado no es imputable
si no existe la Ley.
Aquella perversión del medio
a emplear para seguir adelante sin Dios el Proyecto de Formación
del Género Humano fue el detonante de la pérdida de un sueño,
el primero y más hermoso que vivó en sus carnes la Humanidad.
El error de Adán se extendió por todas las ciudades de su mundo.
Los Caínes se multiplicaron en una reacción en cadena que regó
de sangre aquél paraíso creado por la unión de familias y razas
venidas de todos los puntos de Europa, Asia y África. Desconocedores
de la ciencia del bien y del mal, ignorantes sobre la avalancha
de pasiones que la fuerza como medio de expansión lleva consigo,
Abel fue el primero de sus semejantes sobre cuyos cadáveres comenzara
su andadura la lucha por el Dominio de las Cuatro Regiones. Tal
como se dice en esta Carta aquellos hombres no vivían bajo ninguna
Ley. Se unieron espontáneamente, libres y pacíficamente comenzaron
a crear sus ciudades. El amor a la vida era la ley sagrada inscrita
en sus genes, no escrita en códigos, bajo su estrella sus familias
se fundían en una familia universal más grande cada día. Todos
eran hijos de todos y todos eran padres de todos. Era su mundo.
La tierra explotaba de frutos y cereales, hortalizas, agua, la
primavera regaba sus campos, el sol maduraba sus frutos y cosechas,
el otoño a disfrutar, el invierno a hacer el amor alrededor del
fuego de la felicidad. No tenían ejércitos ni concebían el uso
de sus instrumentos de trabajo al servicio de la destrucción.
Es así que la Biblia dice que estaban desnudos. Tanto que le bastaba
a Caín una simple quijada de asno para matar a Abel. Ciertamente
y puesto que Dios no había legislado hechos que no cabían en la
naturaleza humana, no habiendo Ley, aunque no por no haberla dejase
de ser menos delito el fratricidio cainesco, no existiendo Ley
no puede ser llevado ante un tribunal quien no está sujeto a legislación.
Lo cual quiere decir que la necesidad de la Ley devino inevitable
a fin de que el hombre reconociera la naturaleza de sus actos
y su conciencia albergara en su código interno el concepto de
culpabilidad. Vemos en la respuesta de Caín a Dios que el fratricida
no deja traslucir sentido de culpabilidad de ninguna clase. Quería
el Poder, su hermano se interponía entre él y su deseo de conquistar
el mundo, y lo eliminó en bien de toda la Humanidad. Sencillo,
simple. Con la misma naturalidad, quienes hacía un día se dedicaban
a dejar en las manos de Dios el ritmo de crecimiento de la Civilización,
un día después alzaban sus brazos para reclamar para sí ese Poder
sobre los cadáveres de todos los que se negaron a secundar sus
delirios.
Un nuevo nudo sobresale aquí:
¿Cómo pudo producirse un cambio tan brusco en la personalidad
de Caín de la noche a la mañana? El Apóstol dice: por un hombre
entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Y nosotros
nos preguntamos: ¿Acaso aquellos hombres habían conseguido la
Inmortalidad? ¿O será que hablando de la muerte el Apóstol entiende
algo más que un simple dejar de respirar? Tengamos en cuenta que
el primero en escandalizarse y sufrir el efecto devastador de
la Caída no fue Abel, ni el propio Adán, el primero fue el mismísimo
Dios. Fue Dios quien sintió la Desobediencia de su hijo pequeño,
nuestro Adán, fue Dios quien sufrió la lanza entrarle por el costado
y atravesarle el corazón. En suma es lo que en sus carnes nos
recordó su Hijo Mayor, Jesucristo, dejándose clavar la lanza hasta
lo más hondo de su ser. Porque de lo contrario, de no haber sido
así, tendríamos que coincidir con quienes afirman con los judíos,
aunque se dicen cristianos, que Dios hace lo que quiere y a unos
predestina para la gloria y a otros para el infierno, y bueno,
a Adán lo predestinó para el infierno, y al resto para seguirlo
en su Caída, entre los que eligió para sí unos cuantos, judíos
y cristianos, para la vida eterna. En definitiva, Dios sería un
monstruo, un terrorista elevado a la categoría máxima, infinita.
Si a los judíos del antiguo orden mundial y a los protestantes
de cuño calvinista semejante Dios es el que es, se entiende que
vivan la locura de su predestinación como causada por el pecado
de un hombre, padre de blancos y negros, amarillos, rojos y olivas.
Hemos llegado al punto en que no podemos comprender la Biblia
sin la ciencia, ni la Ciencia puede comprender la Historia sin
la Biblia.
Pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés aún sobre aquellos que no habían
pecado, a semejanza de la transgresión de Adán, que es el tipo
del que había de venir.
Fue el de Dios, pues, el pecho
buscado por la lanza de la traición. El Hombre no fue más que
la lanza, un instrumento al servicio de una causa que superaba
al propio hombre y lo esclavizaba a sus intereses antidivinos.
Pero más allá de la clásica Batalla entre el Diablo y Cristo tenemos
que ver la Desobediencia de Adán como trompeta de declaración
de guerra apocalíptica. Si Adán era la lanza, y el cuerno era
Satán, quien soplaba era la Muerte. En la Tercera Parte de la
Historia Divina os introduje a las Memorias de la Increación.
Resumiendo podemos decir que la Vida y la Muerte son realidades
que existieron en el cuerpo de la Increación sin causar en su
curso ningún desequilibrio antinatural. Este desequilibrio comenzó
cuando Dios provocó una revolución cósmica que implicaba el destierro
de la Muerte del cuerpo de la Realidad Universal Increada. Pero
Dios no fue consciente de esta implicación durante todo el Camino
de la Increación a la Creación. Para Él el reto estuvo en coger
en sus Manos el origen de la Vida y conducir su evolución desde
el barro a la vida a su imagen y semejanza. La Muerte en cuanto
entidad increada e indestructible por tanto no entró dentro de
su campo de visión sino el Día que cayó Adán. La muerte de su
hijo pequeño le abrió los ojos al verdadero enemigo de su Creación.
Y era lógico. Para Dios era imposible entender que una simple
criatura de barro, formada con sus propias manos, que El podía
barrer de la escena con un simple soplo, se atreviera a declararle
la guerra. La Creación implicaba el fin de la Muerte como parte
natural del proceso de la evolución de la vida, parte que le fue
natural a la Muerte desde el Principio sin principio de la Increación.
Y era natural que en cuanto Fuerza Ontológica Increada buscara,
pues que no podía destruir a Dios, obligar a Dios a integrar en
su Idea de la Creación su existencia. Ciertamente Dios hubiera
podido haber bajado la cabeza en señal de derrota y reajustado
su Idea para integrar la Vida y la Muerte en el cuerpo de la Creación,
actuando El como un Dios de dioses sin ley que actúa en el mundo
para salvar a quien quiere y abandonar a su suerte al resto. Pero...
Mas no es el don como fue la transgresión. Pues si por la transgresión de
uno mueren muchos, cuanto más la gracia de Dios y el don gratuito
conferidos por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, ha abundado
en beneficio de muchos.
La Batalla Final había comenzado.
Ni Adán ni Satán. La Guerra era entre el Cielo y el Infierno.
Adán había sido un peón en la guerra particular de Satán y los
suyos, y éstos un peón en las manos de la Muerte. La Vida puso
su Visión en los ojos de Dios, y también la Muerte puso la suya,
el Infierno. Dios amó el Cielo, la visión con la que la Vida lo
sedujo, y aborreció la Idea del Futuro con el que la Muerte lo
tentara. De ahora en adelante, una vez que había visto la Muerte
en su verdadera naturaleza ontológica increada, la cuestión se
centraba en “la muerte de la Muerte”, por emplear una expresión
chocante. De un sitio. Del otro, abrirle los ojos a su Hijo y
a toda su Casa sobre el por qué de su No al Infierno de la transformación
de su Creación en un Olimpo de dioses sin ley, sujetos exclusivamente
a un Dios de dioses, padre de todos ellos que los rige de acuerdo
a esa paternidad y no en razón de una Justicia superior a todos
los seres. Dicho No Divino sería contemplado en vivo en las carnes
de la Humanidad. Una vez y para siempre. Jamás volvería a tener
lugar otra Batalla semejante. Así como fue crucificado Cristo
una vez y jamás volverá a serlo.
Y no fue el don como la transgresión de un solo pecador, pues el juicio proveniente
de uno solo llevó a la condenación, mas el otro, después de muchas
transgresiones, acabó en la justificación.
Efectivamente, si la desobediencia
de Adán no hubiese implicado a la realidad cósmica en su totalidad
Dios hubiera podido traspasar la Corona reservada a él y haber
seguido su Proyecto de Formación del Género Humano a la imagen
y semejanza de los reinos que componían su Imperio. Implicada
esa totalidad, el futuro de la Creación entera pendiente del hilo
de la Respuesta de Dios a la declaración de guerra contra su Espíritu
Santo, sobre cuya Piedra se basa toda su Mundo, ese acto tan sencillo
de quita y pon rey fue aparcado. Contradiciéndose a sí mismo delante
de toda su creación, sujeta a la ley de la culpabilidad centrada
en el individuo, Dios extendió la condena contra el pecado de
uno a todos sus hijos. Y pues que el mundo que nacía de su delito
sería el que sobreviviría a la destrucción de su mundo, toda la
Humanidad fue condenada por el pecado de un hombre, sin pecar
a la manera de ese hombre. Pues para ese hombre sí constaba ley,
pero a ningún otro le dijo Dios: “Si comes, morirás”. Y sin embargo,
siendo el rey, y por tanto la cabeza del mundo, ¿si cae la cabeza
no cae todo su cuerpo? Es de esta manera que Adán era el tipo
del que había de venir, y se nos hace ver mediante lo que vemos
lo que no vimos.
Pues como por la transgresión de uno, esto es, por obra de uno solo reinó
la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia
y el don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo,
Jesucristo.
Y aquí llega todo el meollo
de la Salvación Universal de la Humanidad. Sacrificada a la Necesidad,
Dios, en su Justicia Maravillosa, no podía permitir que satisfecha
la Necesidad la Humanidad se quedase sin una Puerta Abierta hacia
su Paraíso, con tanta más gratuidad el acceso cuanto más duro
ha sido su camino. Dios no podía dejar para el futuro la Necesidad
que tenía toda su casa de ver con sus ojos el por qué de su No
al Infierno. Tampoco. La Creación entera estaba en juego. Ni podía
Dios en su Amor traspuesto fortalecer en su Corazón la Esperanza
Universal de Salvación a manifestarse al final de los tiempos,
y apuntalada sobre Roca en la Cruz de Cristo. De manera que si
por la Necesidad la Muerte imperó desde Adán hasta Cristo, su
imperio comenzó a perder límites y fronteras según fueron las
naciones viniendo al Cristianismo. Y aunque el posicionamiento
de la Ciencia implicó un contraataque masivo de la Muerte, cuyo
Infierno hizo del siglo XX su madera, la Esperanza de Salvación
Universal se ha mantenido fuerte y golpea alegre el corazón de
la Creación entera al alba de este Nuevo Milenio y Era.
Por consiguiente como por la transgresión de uno solo llegó la condenación
a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos
la justificación de la vida.
Y cómo podía ser de otra forma.
Fuimos transformados en actores inconscientes de una Clase de
Historia Universal. Había de llegar el Día y sonar la Hora de
la Libertad. Ser dueños de nuestro propio destino, actores conscientes
de nuestro propio futuro, libres de las cadenas de la ignorancia,
hijos de Dios a imagen y semejanza del Hijo Unigénito, conocedores
de todas las cosas, incluida la Ciencia del Bien y del Mal.
Pues como por la desobediencia de un solo hombre muchos se constituyeron en
pecadores, así también por la obediencia de uno muchos se constituyeron
en justos.
La gloria es de nuestro Salvador,
porque también El tuvo en sus manos la decisión cósmica que en
su día tuvo su Padre, y, palo de tal astilla, prefirió la Vida
a la Muerte, el Cielo al Infierno, y desde su Obediencia hizo
sonar los clavos con un Sí a la Vida por todos los rincones de
la Creación entera. Somos hijos de ese Grito de Guerra del Hijo
de Dios. Lo que fue ya no importa, lo que somos es lo que cuenta,
y lo que serán nuestros hijos todo lo que nos interesa.
Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado
sobreabundó la gracia, para que, como reinó el pecado por la muerte,
así también reine la gracia por la justicia para la vida eterna
por nuestro Señor Jesucristo.
Vosotros mismos podéis ponerle
la puntilla a este capítulo de la Carta.
LIBRO
SEGUNDO PARTE
DOGMATICA : II
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