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| EL EVANGELIO DE CRISTO
         
           
           
           LIBRO 
          PRIMERO
           
           PARTE 
          DOGMATICA
           
           
           La Verdadera Circuncisión
           
           Hemos visto hasta 
          aquí dos cosas. Primero, que la comunidad romana a la que Pablo 
          le dirigía esta Carta se encontraba a las puertas de su Martirio, 
          y el Apóstol en tanto que profeta -según la Escritura: “El espíritu 
          de Jesús es el espíritu de la profecía”- se dirigía a la comunidad 
          cristiana romana para recordarles lo que era y le es y le será 
          sempiternamente natural a la doctrina apostólica del Reino de 
          Dios, a saber: se es de Cristo antes que de Pablo o de Pedro, 
          y cristiano antes que romano u ortodoxo o protestante. Y segundo: 
          como hay dos justicias, la humana y la Divina, hay dos actos contrarios 
          a sus mandatos, que son el delito circunstancial y el pecado. 
          Por el pecado rompemos valores eternos sobre los que se basa la 
          Sociedad entre el Creador y su Creación; y por el delito circunstancial 
          rompemos con la injusticia de quienes abolen el pecado despreciando 
          a su Creador para alzarse ellos como fuente de legislación. En 
          la lucha entre estas dos justicias hallamos el campo de batalla 
          sobre el que nuestro mundo se ha estado moviendo en el infierno 
          de sus guerras y desgracias desde la Caída de Adán hasta nuestros 
          días. En este capítulo II el Apóstol da un paso adelante y reflexiona 
          sobre la Caída del Muro entre judíos y cristianos que Dios derribó 
          por amor a su Hijo. Pues está claro que la no aceptación divina 
          a la alianza entre el Cielo y el Infierno, es decir, dar luz verde 
          a la transformación de su Reino en un Olimpo de dioses más allá 
          de la Ley, meta de la Rebelión de una parte de su Casa contra 
          su Justicia, tuvo y tiene en su Hijo la razón sempiterna de ese 
          No. Como Padre no quería criar a su Hijo en un mundo sujeto a 
          las leyes del Bien y del Mal; no estaba dispuesto a hacerlo y 
          no lo hizo. Las circunstancias impuestas por la Traición, que 
          otros llaman Rebelión, encontró en su propio Hijo el No de su 
          Padre, de aquí que dijera Jesucristo, y con toda propiedad: “El 
          Padre y yo somos una sola cosa”. Y seguimos
           Cierto que la circuncisión es provechosa 
          si guardas la Ley; pero si la traspasas, tu circuncisión se hace 
          prepucio
           El origen de este 
          análisis era, es y sigue siendo descubrir la conexión luterana. 
          Vamos centrando el problema con la intención de poner el texto 
          en su contexto y evitar cualquier manipulación. Ya sabemos que 
          la manipulación es el arte de sacar el texto de su contexto con 
          la idea de pervertir el espíritu del autor. ¿Es lo que hizo Lutero? 
          Esto es lo que vamos a descubrir. Así pues, si primero el autor 
          se dirige a los cristianos de Roma, enseguida apunta a los cristianos 
          de origen judío, como él mismo, en cuya comunidad específica se 
          había levantado el debate del judeocristianismo, que al propio 
          Pedro le causara tantos dolores de cabeza y al cristianismo en 
          general una crisis profunda cuyas consecuencias fueron la violencia 
          en el origen del Incendio de Jerusalén en el 64, según unos, en 
          el 66, según otros, pero en cualquier caso siempre anterior al 
          Incendio de Roma. Pensemos que la acusación neroniana contra los 
          cristianos encontró buena tierra a causa de la propaganda de la 
          comunidad judía romana que, absolviendo la rebelión de los suyos, 
          culpó a los cristianos de haberse rebelado contra el Imperio, 
          al que profesaban un odio tan grande como para meterle fuego incluso 
          a la ciudad santa. El humo del Incendio de Jerusalén aún se olía 
          en la atmósfera cuando la chispa que saltó el Mediterráneo arrasó 
          Roma. Nerón sólo tenía que dirigir su dedo contra los inocentes 
          a los que la comunidad judeorromana acusara de ser los pirómanos 
          de Jerusalén para hacer hervir el odio y desatar el huracán de 
          las Persecuciones.
           Será a esta comunidad 
          cristiana amenazada de muerte a la que, viendo su martirio, el 
          Apóstol le dedicará su mejor Carta, su Evangelio. ¡Y quién mejor 
          que un asesino de cristianos y perseguidor de hijos de Dios para 
          ver en las profundidades del terror la mano del hombre al servicio 
          del Diablo! ¿La circuncisión hace la raza?- se pregunta. ¿Se es 
          judío por la extirpación de un pedazo de pellejo o por la adhesión 
          del ser humano a la Ley de la que procede toda Justicia? ¿Si se 
          arrancara el Diablo ese trozo de pellejo sería judío? ¿No la obediencia 
          y el amor a la Justicia Divina sino un prepucio abandonado a los 
          perros tras su extirpación es lo que diferencia al hombre de Dios 
          de los demonios malditos que sembraron el terror en la Tierra 
          y lo cultivan con tanto esmero desde la Caída a nuestros días?
            San Pablo da un paso adelante en este capítulo, 
          desgaja raza y hombre de Dios y sujeta al judío lo mismo que al 
          cristiano a la obediencia a la Justicia Eterna, de manera que 
          si el prepucio solo no hace al judío tampoco la fe sola, como 
          se verá, hace al cristiano. Porque si el prepucio era la señal 
          del judío y la fe es la del cristiano, y sin embargo sin las obras 
          de la Ley no había judío, tampoco sin las obras de la fe hay cristiano, 
          punto al que llegaremos caminando sobre las letras de un texto 
          que en su contexto se abre al pensamiento de Cristo, origen y 
          raíz del Evangelio de San Pablo.
           Mientras que si el incircunciso 
          guarda los preceptos de la Ley, ¿no será tenido por circuncidado?
           La reflexión es 
          importantísima, más que si la hiciera un Orígenes o un San Agustín. 
          Quien la hace y la plasma es un judío de nacimiento que no reniega 
          de sus orígenes hebreos pero sí se sujeta a la ley de la vida: 
          Transformarse o morir, evolucionar o perecer. El judío, ayer como 
          hoy, predica un estado humano final en el que la inteligencia 
          y la mente se plantan y se le niega al Hombre cualquier participación 
          en la Vida Divina, excepto la de vivir cuerpo a tierra como si 
          se estuviera delante de un criminal llamado Dios. La materialización 
          perfecta de ese judaísmo es el islamismo. Los judíos, obligados 
          a vivir entre las naciones tuvieron que adaptarse contra su propia 
          ley de raza, que predica el inmovilismo y el mamutismo social. 
          Los musulmanes, teniendo su propia tierra, pudieron materializar 
          esa sociedad sin futuro de la que fueron sacados por la dinamicidad 
          natural del cristianismo. La pregunta por tanto no es gratuita: 
          si el incircunciso guarda los preceptos de la Ley ¿no será tenido 
          por circuncidado?
           Por tanto, el incircunciso natural 
          que cumple la Ley te juzgará a tí, que, a pesar de tener la letra 
          y la circuncisión, traspasas la Ley
           Y la respuesta 
          no menos exacta y justa. Respuesta que se encuadra en la palabra 
          de Jesucristo refiriéndose al castigo de las ciudades de su tiempo 
          y Sodoma y Gomorra. Y en las del propio Moisés cuando dijo que 
          al principio Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Si lo 
          creó la potencia de ser se había hecho acto, de manera que aunque 
          cayera, como cayó, la impronta de aquella Imagen permanecería 
          viva y se convertiría en la fuente de donde procede la razón natural 
          desde la que el gentil, sin conocer a Moisés, era para sí mismo 
          Decálogo, pues el decálogo devino Ley de Naturaleza. E igualmente, 
          lo que se aplica al judío se aplica al cristiano. San Pablo, sirviéndose 
          de los sucesos hace lección y mediante el ejemplo predica sabiduría. 
          Si eso le pasó al judío por convertir el prepucio en signo de 
          salvación y no la Ley, ¿qué le ha de pasar a quien convierte la 
          Fe en signo de salvación y le niega su obediencia a la Ley de 
          la libertad de Cristo? Si el fruto de la Ley es una Sociedad justa 
          y buena a causa de las obras de los creyentes, el de la Fe es 
          esa misma meta y fin. El prepucio y las obras de la Ley es lo 
          que hace al judío; la Fe y las obras de la Ley es lo que hace 
          al cristiano. Jesús no vino a abolir la Ley, sino a perfeccionarla 
          engendrando en el hombre el espíritu divino sin el que la Ley 
          no puede ser cumplida. Renunciar a este cumplimiento y tirar la 
          toalla agarrándose “al prepucio solo” es lo que hizo el judío 
          al determinar su relación con su Dios mediante la ley del prepucio, 
          ofreciéndole a Dios por única adoración un trozo de pellejo que 
          se tira a los perros. Es lo que hizo Lutero con la Fe al determinar 
          al cristiano no por los frutos de Cristo en el Hombre sino por 
          “el prepucio de la fe sola”.
           Porque no es judío el que lo es 
          en lo exterior, ni es circuncisión la circuncisión exterior de 
          la carne
           La doctrina divina 
          de los apóstoles, representados en este momento por San Pablo, 
          no admitía dudas ni admite desviaciones en razón de los tiempos. 
          El Hombre que Dios creó a su imagen y semejanza es una realidad 
          interior. ¿O acaso puede la materia engendrar a Dios? Pero si 
          todo lo que diferencia al Hombre de las bestias es un trozo de 
          piel arrancado de su cuerpo ¿por qué respondió Dios a su Caída 
          acorde a la reacción que se merece un semejante? (Va por los judíos 
          de origen cristiano a fin de que no miren atrás y conviertan la 
          fe en prepucio). La Ley es la misma para cristianos y judíos: 
          No matarás, no adulterarás...etcétera... Y por esa misma Ley tan 
          antijudío es quien pisa la Ley y se agarra al prepucio para revocar 
          el Juicio de Dios contra los transgresores a su Justicia, como 
          anticristiano es quien convierte la fe en fuego contra la sentencia 
          del Tribunal Divino sobre quien hace lo que la Ley ordena no hacer, 
          ¡cometer pecado! Desde esta Doctrina Evangélica mal consejero 
          fue el Lutero que le predicara a sus fieles -si eran de Lutero 
          no eran de Cristo- pecar a destajo: “porque todos los pecados 
          los lava la sangre preciosa de Cristo”, es decir, la fe. Veremos 
          que semejante sabiduría no podía venir de Dios. Dios no puede 
          legislar y al mismo tiempo decretar la inmunidad para todos los 
          transgresores en razón de ser cristianos.
           Sino que es judío el que lo es en 
          lo interior, y es circuncisión la del corazón, según el espíritu, 
          no según la letra. La alabanza de éste no es de los hombres, sino 
          de Dios
           En efecto, ¿no 
          proceden del corazón todas las cosas? ¿Quién será más perfecto: 
          el que pone su corazón en las manos de Dios o el que en las manos 
          de Dios pone un trozo de pellejo? ¿Entonces el judío que asesina 
          es menos criminal que el palestino que mata? ¿Y el cristiano que 
          destroza es menos asesino que el ateo que destruye? ¿Cuántas justicias 
          y varas tiene Dios? ¿Una para todos, judíos y cristianos, o una 
          ley según quien se acerque a su Tribunal? ¿Por cuántos dracmas 
          se dejará sobornar Dios? ¿Cuánto quiere por hacerle la vista gorda 
          al que -en palabras de Lutero- viola a su propia Madre? Le entregaron 
          los judíos de los días de San Pablo a Nerón los cristianos como 
          chivo expiatorio ¿y son santos? Los alemanes hicieron lo mismo 
          con ellos ¿y son demonios? Que “el prepucio solo” es desprecio 
          de la Ley, y “la fe sola” desprecio de Dios se está viendo y se 
          verá en los capítulos que siguen.
             
           Los Judíos reos ante el tribunal de Dios
           
           ¿En qué, pues, aventaja el judío 
          o de qué aprovecha la circuncisión?
           Traslademos a 
          nuestro mundo la cuestión: ¿En qué aventaja al cristiano el bautismo? 
          Porque sabemos que el bautismo se reparte sin acepción de personas 
          mirando a la tradición y no a la fe. Igualmente el judío circuncida 
          a sus semejantes en razón del rito hecho cuestión nacional. ¿De 
          qué vale la tradición y en qué mejorará al hombre un rito que 
          no está fundado en la fe de aquéllos que lo cumplen? Al devenir 
          en tradición el rito hizo de la Ley papel mojado sin más propiedad 
          que ser título nacional de referencia. Mismamente lo que pasa 
          con la fe, en razón de lo cual San Pedro declarara -antes de que 
          la tradición naciera- que la fe se corrompe. Y no es que la fe 
          se corrompa sino que al unírsele el rito la fe deviene en tradición 
          y la tradición hace con el Evangelio lo que hizo con la Ley de 
          Moisés, convertirlo en papel mojado por el agua del bautismo administrado 
          a quienes sin fe se adhieren al bautismo por la tradición. La 
          tradición, pues, se alza como muralla entre el hombre y el Evangelio, 
          no aventajando en nada a sus vecinos quienes no por la fe sino 
          por la tradición ponen la gloria de Dios en sus manos. Y sin embargo 
          en algo tiene que aprovecharle la fe a quienes han sido bautizados.
           Mucho en todos los aspectos, porque 
          primeramente les ha sido confiada la palabra de Dios
           Ciertamente los 
          Primeros Cristianos fueron todos hebreos de nacimiento, de esta 
          manera aventajando el judío a todos los paganos de su tiempo. 
          Ventaja que permanece y nos descubre donde esos hijos de Dios 
          “tan ansiosamente esperados por la creación entera” habrían de 
          abrir su Era. Pues aunque corruptible por la Tradición la Fe es 
          indestructible por su Naturaleza.
           ¡Pues qué! Si algunos han sido incrédulos, 
          ¿acaso va a anular su infidelidad la fidelidad de Dios?
           Por supuesto que 
          no, pues la Palabra de Dios es eterna, expresión de su Gloria, 
          manifestación de su Poder. ¿O acaso no le fue infiel Adán y todo 
          su mundo y obviando esa infidelidad se mantuvo Dios en su Fidelidad: 
          “Hagamos al Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza”? ¿No 
          volvieron a serle infiel a su Gloria y Poder los hijos de Abraham 
          según la carne y con todo Dios se mantuvo firme en su Promesa: 
          “En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la 
          Tierra”? ¿Por nuestros pecados va a renegar El de su Espíritu 
          y desterrar su propiedad: el ser Santo, a fin de justificar nuestros 
          delitos y mediante la condena de su Ser absolvernos en el Día 
          del Juicio? ¿Cómo pues hubieran podido los pecados de las iglesias 
          y sus pastores anular la Fidelidad Divina a su promesa de suscitarle 
          Descendencia a su Hijo? ¿Pues quién es el que recibe Esposa sin 
          esperanza de traer al mundo Descendencia? ¿No recibió en matrimonio 
          Cristo a la Iglesia? ¿Quién unió no fue Dios? ¿Y habiendo unido 
          Dios cómo podría eliminarse del futuro de ese Matrimonio el nacimiento 
          de una Descendencia? ¿O puede  mentir Dios?
           No ciertamente. Quede asentado que 
          Dios es veraz, y todo hombre falaz, según está escrito: “Para 
          que seas reconocido justo en tus palabras y triunfes cuando fueres 
          juzgado”
           La veracidad Divina 
          demostró su naturaleza infinita cuando asentó su Fidelidad contra 
          la montaña de delitos y crímenes a la debida fidelidad del judío 
          a su Salvador, aquel Yavé Dios que los salvara de la esclavitud 
          y le regalara una Patria entre las demás naciones de la Tierra. 
          ¿Toda la Historia Sagrada qué es sino el recuento de la creación 
          de esa montaña de infidelidades contra una Promesa que miraba 
          a todo el Género Humano, contra quien se alzaba el judío con sus 
          crímenes despreciando nuestra condición de hermanos en el mismo 
          Creador? Hubiera sido injusto que por el pecado de los hijos del 
          pecador hubiésemos sido entregados todos al infierno al que nos 
          enviaban los judíos mediante el fruto de sus infidelidades constantes 
          contra su Dios. La Ignorancia mediaba, según está escrito: “Padre, 
          perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pero esos pecados por 
          los que haciéndose aborrecibles a su Dios ganaban para nosotros 
          la condenación en cuyo abismo nos arrojó su padre carnal, Adán, 
          esos pecados existían. Injusticia contra el resto del género humano 
          era la que cometía el judío al amontonar pecado sobre pecado convirtiendo 
          a su Dios, en razón de esos pecados, en un dios despreciable a 
          los ojos de todas las demás naciones.
           Pero si nuestra injusticia hace 
          resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿No es Dios injusto 
          en desfogar su ira? (hablando a la humano)
           Dios sería injusto 
          si incitase al pecado y fundase su Poder y Gloria en los delitos 
          de sus criaturas. Creados a su imagen y semejanza, con voluntad 
          personal, libre albedrío y juicio propio, todas las criaturas 
          estamos sujetas a la ley de la libertad. Judíos y cristianos, 
          ángeles y demonios, todos tenemos la facultad de elegir entre 
          el Cielo y el Infierno, entre la justicia y la corrupción, entre 
          el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Esta es la ley 
          de la libertad del Evangelio. Dios sería mendaz y su justicia 
          una burla si realizada la elección dejase crecer aquello que odia 
          y es causa de odio entre todas sus criaturas. ¿O acaso la ley 
          se hace injusticia cuando alza su brazo contra el delincuente?
           De ninguna manera. Si así fuese, 
          ¿cómo podría Dios juzgar al mundo?
           Ni Dios ni ningún 
          juez. La verdadera gloria de la justicia no está en la abundancia 
          del delito sino en su ausencia. ¿Qué juez busca la reproducción 
          en serie del delito mirando a glorificar su justicia persiguiendo 
          y castigando al delincuente? Ahora bien, si Dios ha engendrado 
          la Fe para anular su juicio a la manera que el prepucio fue convertido 
          en abolición de su tribunal de justicia... en este caso sí tendría 
          razón quien dice la fe sola... “y pequemos que la preciosa sangre 
          de Cristo lava todos nuestros delitos”. ¿No es esto lo que el 
          Diablo hizo en el Edén, pecar en razón de ser un hijo de Dios? 
          ¿Fue Dios un mal padre por tanto al castigar a un hijo suyo mediante 
          la aplicación a su delito de una ley escrita para ser obedecida 
          por toda su creación? ¿Cómo podría ser juez quien absuelve a su 
          hijo y condena a muerte a un extraño por el mismo delito del que 
          absolviera a su hijo? ¿Bautizados, por el prepucio o por el agua, 
          quedamos inmunizados contra el juicio debido a nuestros delitos?
           Pero si la veracidad de Dios resalta 
          más por mi mendacidad, para gloria suya, ¿por qué voy a ser juzgado 
          yo pecador?
           Si Dios buscara 
          su Gloria a través de una creación convertida en un teatro de 
          justicia, efectivamente. Mas quien antes de abrir camino da a 
          conocer la Ley lo limpia de trampas. La trampa de la ley está 
          en la ignorancia. Ignorante el mundo de esa ley no podíamos ser 
          juzgados por ella. Al no hacerlo y justificar nuestra conducta 
          delictiva en el prepucio de la Fe, hablando a lo humano, Dios 
          demostró que su gloria no reside en su Poder, sino en su Espíritu, 
          que ama la justicia y defiende la verdad, madre de la paz, madre 
          de todo bien.
           ¿Y por qué no decir lo que algunos 
          calumniosamente nos atribuyen: Hagamos el mal para que venga el 
          bien? La condenación de ésos es justa
           Y la perversión 
          de todos los valores básicos del espíritu social de la creación, 
          también. Quien hace el mal con conocimiento de causa, sea judío 
          o cristiano, esté sujeto a la Ley o al Evangelio, se hace reo 
          de juicio ante el Tribunal de quien llamó a judíos y cristianos 
          a ser santos a su imagen y a su semejanza. Ser cristiano para 
          cometer sin miedo el mal contra el que el Juez de la Creación 
          levanta su Trono de Justicia y ante el que tiemblan quienes conocen 
          su Juicio es imitar a ésos que tiemblan ante el Espíritu Santo 
          que anima al Tribunal de Dios. Sacerdote o pastor, Papa o teólogo, 
          todo hombre sujeto al prepucio, de la carne o del espíritu, responde 
          ante Dios en razón de la Ley a la que se acogió, sea la de Moisés 
          o la de Cristo. La condenación de quienes usan el signo de la 
          Fe para cometer diez veces más delitos que aquéllos que sin la 
          Ley y el Evangelio viven como bestias era justa ayer y sigue siendo 
          justa hoy, y por la eternidad.
           ¿Qué, pues, diremos? ¿Los aventajamos? 
          No en todo. Pues ya hemos probado que judíos y gentiles nos hallamos 
          todos bajo el pecado
           Judíos, gentiles 
          y cristianos, todos, en efecto, nos hallamos bajo el imperio del 
          pecado. Vivimos en un mundo creado por el pecado y en plena batalla 
          de liberación hacemos nuestro camino hasta la victoria final contra 
          su ley. Caminamos en el día a día contra el pecado, que nos acecha 
          y nos tienta, venciendo siempre pero nunca acabando de bajar la 
          guardia como quien por fin vive en el Reino de Dios. La diferencia 
          entre unos y otros, siendo todos hermanos, es que unos renunciaron 
          a la lucha y creen que incluso pecando hacen su camino, “porque 
          la sangre preciosa de Cristo los lava”, convirtiendo así el cristianismo 
          en una lavadora de conciencias y las iglesias en el secadero donde 
          la ropa “que estaba roja como la grana sale blanca como la lana”. 
          El que vence permanece en pie, armado hasta los dientes con las 
          armas de la Fe; el que renuncia y se queda con la “fe sola” se 
          arrastra de pecado en pecado imputándole a Cristo sus crímenes 
          y delitos.
           según está escrito: “No hay justo, 
          ni siquiera uno
           Si lo hubiera 
          habido, en efecto, ¿qué necesidad hubiera habido de elegir a su 
          Unigénito como Cordero de expiación a favor de nuestra ignorancia? 
          ¿En qué y por qué fue declarado justo Abraham a los ojos de su 
          Dios sino porque alzó su brazo alegando su sabiduría en defensa 
          de nuestra ignorancia como origen y causa de nuestras injusticias 
          y delitos? ¿Qué judío estaba por justificarnos a las demás naciones 
          en el pecado de su padre carnal, Adán? ¿Para alejar esa cruz de 
          sus espaldas no prefirieron la locura de creer que todos los hombres, 
          blancos y negros, asiáticos y europeos, americanos y australianos, 
          procedemos de la unión de Adán y Eva? ¿Puede venir justicia de 
          la locura?
           no hay uno sabio, no hay quien busque 
          a Dios
           ¿Puede haber sabiduría 
          fuera de Dios? ¿Puede la sabiduría humana vestida de sacralidad 
          hermenéutica y ornamentos de santas teologías suplir la Sabiduría 
          que emana de Dios y con ella eleva a sus hijos de la ignorancia 
          a la ciencia del conocimiento de todas las cosas? ¿No se deja 
          encontrar Dios por quien le busca? ¿No aleja de ir a su encuentro 
          quien cierra la puerta con la llave de los dogmas y la infalibilidad 
          que procede del miedo a dar a luz a la edad avanzada de Sara e 
          Isabel?
           Todos se han extraviado, todos están 
          corrompidos...
           ¿Y cuál es el 
          término de la corrupción? ¿No hizo Dios ejemplo de la desgracia 
          del pueblo judío para enseñarnos con su ruina el término al que 
          conduce la corrupción a toda sociedad y mundo que se entrega a 
          su ley, que es la del pecado? ¿Y cuál es la ley del pecado sino: 
          pecar y pecar y pecar ...”que la sangre preciosa de Cristo los 
          lava todos, amén”, traducido al camino cristiano. “Paga y lava 
          tu delito con el brillo de tu oro” ¿no era la ley del judío objeto 
          de esta sentencia?
           no hay quien haga bien, no hay ni 
          siquiera uno"
           El futuro del 
          mundo abandonado en las manos del judío condujo a su nación a 
          la destrucción. Creer que por ser cristiano la sujeción a la misma 
          ley, travestida de fe sola donde antes se puso oro puro, le cierra 
          la boca a Dios y le arranca de los labios la sentencia que dictara 
          contra los hijos de Abraham es hacer ejercicio de locura. La corrupción, 
          irremediablemente, engendra el mal y aparta del bien, por imitación, 
          a todos los que ven cómo el malo prospera y el bueno se extingue 
          despacio pero sin pausa. La Condenación de los que renuncian a 
          la victoria sobre el pecado es justa.
           Sepulcro abierto es su garganta, 
          con sus lenguas urden engaños; veneno de áspides hay bajo sus 
          labios
           ¿Podría decirse 
          con mejores palabras? ¿En la forma no se deja ver el contenido 
          y por el contenido la profundidad y vastedad del compromiso de 
          Dios contra la Corrupción y la Mentira que le sirve de propaganda?
           su boca rebosa maldición y amargura, 
          veloces son sus pies para derramar sangre, calamidad y miseria 
          abundan en sus caminos, y la senda de la paz no la conocieron; 
          no hay temor de Dios ante sus ojos”.
           Esto hablando 
          sobre el mundo llamado a desaparecer en la tumba de Aquél que 
          salió por su pie del imperio de la Muerte.
           Ahora bien, sabemos 
          que cuanto dice la Ley lo dice a los que viven bajo la Ley, para 
          tapar toda boca y que todo el mundo se confiese reo ante Dios.
           Efectivamente. 
          La Ley de Moisés sólo podía tener jurisdicción sobre los hijos 
          carnales de Abraham, y es a ellos a quienes encerró en el pecado 
          buscando el arrepentimiento que procede del Conocimiento del delito 
          cometido por Adán, padre carnal de Abraham, ancestro de Israel, 
          padre de los judíos.
           De aquí que por las obras de la 
          Ley nadie será reconocido justo ante El, pues de la Ley sólo nos 
          viene el conocimiento del pecado.
           Verdad que se 
          basa en los Hechos, donde vemos cómo el Conocimiento solo no fue 
          suficiente para evitar que el pecado se consumase y engendrase 
          la muerte. Siendo verdad y nunca mentira que por la Ley de Moisés 
          los judíos tenían un Conocimiento pleno del Pecado y su Naturaleza, 
          no es mentira y sí una verdad eterna que la Historia Antigua de 
          los Judíos es una repetición, o si se quiere, la continuidad de 
          una Caída de la que jamás la Casa de Adán se levantó por completo. 
          Debiendo nosotros concluir de lo que vemos porque lo leemos que 
          el Conocimiento solo del Pecado no procede a la justicia que engendra 
          la santidad, sino a la corrupción generadora de la destrucción.
           El fin de este 
          análisis biohistórico de la Carta a los Romanos es, recordemos, 
          demostrar que la Fe sola está sujeta a la misma Ley de reacción. 
          Pues si por la Ley de Moisés nos vino a todos el Conocimiento 
          del Pecado -una vez abierta la Puerta a todas las familias de 
          la Tierra- por la Fe de Cristo nos es descubierto el Conocimiento 
          de Dios. Pero, como en la relación Ley-Judaísmo el Conocimiento 
          solo fue incapaz de alejar al judío del pecado, el Conocimiento 
          que viene de la Fe sola es inoperante para alejar al cristiano 
          de la muerte.
           
            Dios ha otorgado 
          a la humanidad la salvación por Cristo
           
           Hemos alcanzado el punto en 
          el que hemos centrado el tema en la identificación de la Ley objeto 
          de este análisis. El Apóstol está hablando de la Ley de Moisés, 
          jamás de la Ley del Evangelio. Ley de Moisés por la que la Justificación 
          de la Humanidad era imposible, primero porque la excluía y extendía 
          su salvación al pueblo carnal de Abraham exclusivamente y únicamente 
          en condiciones de esclavitud al converso. Y segundo porque, como 
          hemos visto, el Conocimiento solo del Pecado no aleja al hombre 
          de cometer aquellos mismos delitos que gracias a la Ley nos son 
          presentados en su naturaleza destructora universal por oposición 
          frontal con la Naturaleza del Espíritu de Dios. Que la Ley diga: 
          No robarás, no implica que el hombre no robe, la ley es sólo el 
          anuncio de las consecuencias de un acto respecto al cual se nos 
          descubre su naturaleza delictiva. Sea humana o divina toda ley 
          es inoperante de por sí sola para inmunizar al individuo y a la 
          sociedad contra el acto respecto al cual se alza dando a conocer 
          sus efectos. De aquí que por la ley nos venga el conocimiento 
          del delito, pero no el del delincuente, por así decirlo.
           Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada 
          por la Ley y los Profetas;
           La Ley, en verdad, determinó 
          un juicio de condenación universal como respuesta a la Transgresión 
          del Mandato Original. “Polvo eres y al polvo volverás”, e impuso 
          su Ley en el mundo de los hombres desde la Caída hasta el Final 
          dictado: la Destrucción de la Humanidad, su desaparición de la 
          faz del Cosmos. Pero Dios, no pudiendo olvidar la Ignorancia del 
          Transgresor, ni pudiendo absolver al delincuente en base a su 
          Parentesco, determinó que en razón de la imperfección en el estado 
          de conocimiento del ser humano, más allá de la Ley, sin abrogarla 
          pero sin eternizarla, la Humanidad encontrase en la Ignorancia 
          del Transgresor la Puerta hacia su salvación. Moisés y sus sucesores 
          en el espíritu de profecía, línea que concluiría en Jesús, el 
          Último Profeta, viendo la naturaleza del Delito y la ignorancia 
          del Transgresor penetraron en el Santuario de la Justicia Divina 
          y desde sus principios Incorruptibles e Indestructibles saludaron 
          la Salvación que extendería su Nueva Ley sobre todas las familias 
          de la Tierra en Nombre de la Sabiduría de Jesucristo, Aquel que 
          con su Todopoderosa Voz hizo brillar la Luz en medio de las Tinieblas, 
          la misma Puerta de la Salvación hecha carne...
           la justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, sin 
          distinción;
           Fe en Jesucristo en la que observamos 
          el núcleo del problema en el origen de la Caída.
           En la Tercera Parte de la Historia 
          Divina dije que el tema básico en la raíz del enfrentamiento entre 
          el Paraíso y el Infierno centraba su fuerza en la naturaleza del 
          Hijo Unigénito de Dios. Las fuerzas del Infierno, Satán su Campeón, 
          negaron que ese Hijo fuera engendrado y no creado. La arbitrariedad 
          Divina fue la que encumbró a ese Hijo al trono de su Padre, pero 
          no su Igualdad en la Naturaleza Eterna, según el criterio maligno 
          del Príncipe de las Tinieblas. En consecuencia siendo el Rey de 
          reyes una criatura como otra, aunque procedente de una creación 
          particular, su Corona podía ser traspasada previa conquista de 
          su Reino. Obvio lo demoníaco de este argumento, siendo la negación 
          a creer en la Naturaleza Divina de su Unigénito quiso Dios que 
          la superación de esa negación imposible de acepar por El fuera 
          la Llave que le abre a todos los que creen, sin distinción, la 
          Puerta del Paraíso. Hecho que determinó haciendo que su propio 
          Hijo fuese esa Puerta.
           pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios;
           Entendamos que habiendo sido 
          atrapado el Género Humano en medio del fuego cruzado entre dos 
          ejércitos que llevaban acorneándose desde antes de la Creación 
          de nuestro Mundo, una vez que por el Pecado de un solo hombre 
          todos los hombres, sin distinción, fueron privados de la gloria 
          de la libertad de los hijos de Dios, privados de la Sabiduría 
          todos, como se ve por los Hechos de la Historia Universal, todos 
          iniciaron un descenso hacia los abismos del Pecado, en todas sus 
          formas, formas que se regeneraban durante los siglos haciéndose 
          por su regeneración el Pecado más maligno.
           siendo justificados donosamente por su gracia mediante la Redención que se 
          realizó en Cristo Jesús,
           Y si privados, el Género Humano 
          entero fue entregado a la Cruz de su Destino, y abandonado de 
          su Creador en las manos de quien buscaba nuestra mal a fin de 
          por nuestra destrucción ganar la salvación suya. Recordemos que 
          siendo la palabra de Dios y su Verbo una sola y misma cosa la 
          salvación de la Serpiente y su Cuerpo Maligno estaba en matar 
          al Hijo de la promesa, Aquel que había de nacer para aplastarle 
          la Cabeza al Traidor a Dios, cuando haciéndose pasar por su Enviado 
          le ofreció a Eva la Guerra como medio de llevar el Reino de Dios 
          a la Plenitud de las naciones de la Tierra. Profetizado el Duelo 
          entre el Hijo de Eva y el Príncipe del Infierno éste esperaba 
          destruir la Naturaleza Divina del Verbo, de la que la palabra 
          de Dios recibe su carácter de Ley, sobre la Cruz del Elegido para 
          enfrentarse al maligno en el Día de Yavé. Porque si Cristo no 
          le aplastaba la Cabeza a la Serpiente la Omnipotencia y el Todopoder 
          de Dios para cumplir su palabra le obligaría a abolir la relación 
          entre su Palabra y la Ley, por medio de esta renuncia obteniendo 
          para sí el Maligno la abolición de la Condena de Destierro Eterno 
          de la Creación que le ganó al Eje del Mal su Traición al Plan 
          de Formación del Género Humano a la Imagen y Semejanza de del 
          Hijo de Dios.
           a quien ha puesto Dios como sacrificio de propiciación, mediante la fe en 
          su sangre, para manifestación de su justicia, por la tolerancia 
          de los pecados pasados,
           La naturaleza del Dilema en 
          el que fue atrapado Dios durante el Día de la Caída creo haberlo 
          expuesto en la Historia Divina. Resumir diciendo que Dios levantó 
          la estructura de la inteligencia humana sobre los cimientos de 
          la fe. La Palabra de Dios es Ley y el Hombre cree en su naturaleza 
          sin necesitar someter su Verdad a la experiencia. Dios dice y 
          así se hace. Siendo el Amor a la Verdad sobre todas las cosas 
          la fuente de la que emana esta Declaración: “Yo soy la verdad”, 
          la criatura y la Creación en general se abandonan en las manos 
          de su Creador conscientes de ser la Bondad y sólo la Sabiduría 
          la causa primaria en el origen de todas las Acciones Creadoras. 
          Formado en estas premisas eternas la Astucia del Maligno estuvo 
          en levantar entre el Hombre y la fe el Muro de la Duda.
           en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente 
          y para probar que es justo y que justifica a todo el que cree 
          en Jesús.
           Muro que echó abajo Aquel contra 
          la fe en cuya Naturaleza Divina fueron dirigidas todas las armas 
          del Infierno desde los Principios de la Creación, según conté 
          en la Historia Divina. Muro que, como el propio Pecado, se regenera 
          a través de los siglos para dirigir el curso de las naciones al 
          cementerio de su autodestrucción. La Duda de los últimos tiempos 
          sobre la Bondad de la Sabiduría Creadora no es más que la mutación 
          maligna de aquella cepa vírica homicida en el fondo del desastre 
          que, iniciando su andadura, enterró bajo las aguas de un Diluvio 
          el mundo que acogió entre sus fronteras el Dilema de Dios.
           
           Toda 
          gloria humana queda excluida
           
           ¿Dónde está, pues, tu jactancia? Ha quedado excluida. ¿Por qué ley? ¿Por la 
          de las obras? No, sino por la ley de la fe.
           ¿Y cómo podría ser de otra forma 
          estando todos en que la Ignorancia -a imagen de aquella Madre 
          que ignoraba la Cruz que traía consigo el Hijo de su Virginidad- 
          es la Madre del Cordero? Y aún en la Ley no había expiación, o 
          sea, perdón de los delitos cometidos, sin reconocimiento previo 
          de haber sido la causa la ignorancia. Dice la Ley: “Si pecare 
          alguno por ignorancia, haciendo algo contra cualquiera de los 
          mandatos prohibitivos de Yavé...” Y de nuevo: “Si alguno por ignorancia 
          prevaricase, pecando contra las cosas santas que son de Yavé”. 
          Estableciendo Dios de esta manera el Perdón en la Ignorancia sobre 
          la naturaleza del delito cometido. Razón del todo natural si se 
          tiene en cuenta que quien comete un delito con pleno conocimiento 
          de causa sobre la naturaleza y las consecuencias del delito acometido 
          sólo pervirtiendo la esencia y la impronta de la Justicia puede 
          reclamar para sí gracia. Esto del lado humano. Del lado divino, 
          la fe en el Dios que sentenció a Adán por su delito, cometido 
          en la Ignorancia, sin la cual no hubiera podido darse Redención, 
          esa fe estableció de ley, antes de la Ley, que Dios acogería en 
          su infinita Justicia el grito de esa ignorancia y en su misericordia 
          extendería su Gracia sobre todas las naciones de la Tierra. En 
          esta Esperanza vivieron Abraham y sus padres y luchando por ella 
          despreciaron coronas y glorias humanas. El grito desgarrador de 
          su padre Adán pidiendo de rodillas justicia para su Pueblo, el 
          Género Humano, aún retumbaba en sus almas, y haciendo del sonido 
          hoja se materializó en Abraham en espada afilada dispuesta a sacrificar 
          a su propio hijo para mantener viva esa Esperanza. ¡Gloria pues 
          a Abraham por la eternidad entre los pueblos del Género Humano! 
          Su nombre será una bendición entre los hijos de los hombres por 
          la eternidad, y el pueblo nacido de su muslo, Oh Israel, nuestra 
          alegría, porque si su padre carnal en el tiempo, Ay Adán, nos 
          hundió a todos en la tragedia, el Hijo de su dolor nos elevó a 
          todos hasta los pináculos de la gloria más excelsa, en donde con 
          la fuerza de los dioses le respondemos a aquella Serpiente homicida 
          lo que el Hijo de Dios pusiera de sus labios en nuestra boca: 
          “Vete al Infierno, Satanás, tu gloria es polvo y tu esperanza, 
          ruina. La Maza está presta y el Brazo es Todopoderoso para separar 
          la cabeza del tronco, y allá el cuello a los perros”.
             pues sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la 
          ley
           ¿Y cómo podría ser de otra forma? 
          ¿O qué tipo de obras hubiera podido hacer que el Juez del Universo 
          acogiera el grito de Misericordia por Adán clamado en el día de 
          su desgracia? ¿No fue acaso la fe en la Justicia Divina que Adán 
          y sus hijos, los llamados Patriarcas, cobijaron en sus mentes 
          y protegieron como si se tratase del tesoro más grande del mundo 
          -el grito de Adán reclamando Venganza y Piedad ante el tribunal 
          del Eterno en lágrimas encendidas- la fe que nos ganó para todos 
          la Gracia de Cristo? ¿Qué judío o gentil puede levantar su cabeza 
          de entre los muertos y con voz orgullosa decir: “Yo, con mis caridades 
          y mis migajas de pan enternecí el corazón del Eterno”? Nadie, 
          ni vivo, ni muerto, puede reclamar para sí arte ni parte en aquella 
          “fe sola” que sin las obras de la Ley existía en sus corazones. 
          Moisés aún no había nacido cuando el Altísimo firmó dos juramentos 
          todopoderosos entre cuyos extremos tiene el Hombre su gloria, 
          su dicha y su Esperanza: “Yo alzo mi mano el Cielo...” contra 
          Satanás y su infierno fue uno; “Por mi nombre juro...” bendiciéndonos 
          a todos nosotros, fue el otro. ¿No fueron pronunciados y escritos 
          antes de nacer Moisés? Así que sin la Ley ya existía la fe en 
          el Hombre.
           ¿O acaso Dios es sólo Dios de los Judíos? ¿No lo es también de los gentiles? 
          Sí, también lo es de los gentiles.
           Ciertamente Dios creó a todo 
          el Género Humano y lo hizo un sólo hombre, cuya Cabeza fue Adán, 
          a quien constituyó por rey del mundo que había nacido en las tierras 
          del Edén. La Arqueología está ahí, contra los arqueólogos, para 
          dar testimonio de la localización original de la Civilización. 
          Contra los arqueólogos, la Arqueología dobla sus rodillas y se 
          pone al servicio de quien creó la Primera Civilización para venir 
          y hacerse una con el testimonio de las Escrituras, haciendo que 
          se cumpla el dicho: “Sobre el testimonio de dos, y sólo sobre 
          el testimonio de dos será tu juicio”. La Arqueología, liberándose 
          de sus esclavos, vino en socorro de la Biblia para dar testimonio, 
          contra quienes callaba la voz de la Biblia, para afirmar que el 
          Primer Hombre y la Primera Civilización fueron una sola cosa. 
          Hombre y Sociedad unidos en un Todo Universal Perfecto, una Civilización 
          engendrada por Dios entre todos, por todos y para todos los hombres. 
          Ese fue el Edén, tal fue el principio, eso fue lo que perdimos, 
          todos, judíos y gentiles. Si Dios no hubiera sido ya entonces 
          Dios de Todos su extensión de la Sentencia a Todos por el Pecado 
          de Uno hubiera sido un acto de injusticia infinita explicable 
          sólo desde la lógica de quien no rige su Juicio por la verdad 
          sino por su Poder. Porque la extensión tuvo lugar Dios se manifestó 
          el Dios de Todos antes, durante y después de aquéllos días, en 
          virtud de cuya extensión todos los hombres quedamos sujetos a 
          la Justicia de la Fe de Abraham, en la que todos estábamos comprendidos 
          en la Gracia que por la Victoria del Hijo de Eva derramaría su 
          Dios sobre todas las familias de la Tierra.
           puesto que no hay más que un sólo Dios, que justifica a la circuncisión por 
          la fe, y al prepucio por la fe.
           Y esa Justicia en la Ignorancia 
          del Primer Hombre sobre los fundamentos de la Declaración de Guerra 
          del Maligno contra el Dios de todos los hombres. Ignorancia manifiesta 
          a los ojos de todos recreada en el Episodio del Sacrificio Expiatorio 
          de Cristo, cuando sin saber lo que hacían los hijos carnales de 
          aquél por cuyo delito fue condenado su cuerpo, todos nosotros, 
          ésos hijos se hicieron objeto de maldición para la bendición de 
          todos los que fuimos privados de Dios por su padre sin conocimiento 
          de causa por nuestra parte.
           ¿Anulamos, pues, la Ley con la fe? No ciertamente, antes la confirmamos
           ¿Y cómo podría ser de otra forma? 
          ¿El Conocimiento del pecado no nos viene por la Ley, tal que si 
          la Ley no dijera no matarás yo no sabría que matar es un delito 
          ante los ojos de Dios? Y lo que es más profundo y eterno: ¿Desde 
          cuándo la Palabra de Dios ha dejado de ser Ley?
           
           La justificación 
          de Abraham
           
           ¿Qué diremos, pues, haber obtenido de Abraham, nuestro padre Según la carne?
           He aquí una buena pregunta. 
          Después de dedicarnos a buscar dónde pudiera hallarse una conexión 
          entre la famosa proclama luterana: La salvación “por la fe sola 
          sin las obras de la fe”, nos encontramos cara a cara con la puerta 
          que da entrada a la mente del hombre que tiene la culpa de todo. 
          Sin Abraham no hubiera conocido la luz de la Historia el Judaísmo, 
          ni el Cristianismo, ni el Islamismo. Vemos sin embargo que siendo 
          Abraham la piedra de referencia milenaria más universal que existe 
          todos se refieren al hombre sin importarles su cabeza; al parecer 
          la importancia de aquel Abraham de Ur, hijo y heredero de una 
          de las casas principales de la Ur de la tercera Dinastía, esta 
          importancia reside en el espacio que va del ombligo al suelo, 
          se detiene más arriba de las rodillas y se queda colgada del prepucio. 
          La pregunta de San Pablo no es ociosa: ¿A eso y sólo eso se reduce 
          el fruto de la relación entre el Dios Todo-Creador de un Cosmos 
          de indescriptibles dimensiones y belleza y una criatura de barro 
          vivo vagando por las llanuras del Oriente Medio Antiguo? ¿Tal 
          es la profundidad de referencia más allá de cuyo tope los pulmones 
          del pensamiento de cristianos y judíos revientan y deben salir 
          a flote o perecer? Históricamente hablando lo que sabían los cristianos 
          es poco, pero lo que saben los hijos carnales del hombre era aún 
          menos. Y menos supieran si los pueblos cristianos y sus emprendedores 
          científicos, sin buscar glorificar al Dios de aquél Abraham, no 
          hubiesen desenterrado de su fosa de barro diluviano la Ur de la 
          III dinastía y su mundo. Ni la Historia del Hombre ni el Hombre, 
          sino sólo el Nombre. Un placer comunicarse con tres mil millones 
          de mentes que dicen tener como punto histórico de referencia a 
          un hombre del que nada saben excepto su Nombre. Y no es que no 
          sepan, es que no quieren saber. ¿Por qué entonces preocuparse 
          del fruto para todos conseguido por aquel Hombre? Porque claro, 
          siendo Dios omnisciente y todopoderoso es El quien actúa y determina 
          todos los movimientos de sus criaturas, de manera que privado 
          de libertad el hombre es sólo una marioneta sin voluntad entre 
          los hilos divinos de esas manos omnipotentes ante cuyos dedos 
          sólo cabe tirarse al suelo y morirse de miedo. El día que el teólogo, 
          cristiano o judío, desterró al historiador del círculo de la fe, 
          ese día fue un hito suicida crucial en la historia de ambas religiones.
           Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero 
          no delante de Dios.
           Quien hace lo que debe no hace 
          algo excepcional. Nada nuevo. Si yo me limito a las cosas que 
          sugieren la propia estructura de una relación no hago nada extraordinario 
          por lo que merecerme más que el conjunto de mis semejantes que 
          hacen eso mismo todos los días desde que se levantan hasta que 
          vuelven a levantarse al día siguiente. Hacer lo que se debe en 
          razón de la estructura de la relación cualquiera en la que uno 
          se enzarza es lo general, no lo especial. Nadie puede presentarle 
          una queja de reconocimiento al Estado, por ejemplo, por cumplir 
          con sus obligaciones y no ser recompensado para gloria suya delante 
          de todo el mundo por hacer lo que debe. Para que el Dios Todo-Creador 
          del Génesis tuviera glorificado a aquel hombre delante de sus 
          ojos, aquel hombre hubo de haber superado la estructura de comunicación 
          normal típica entre el creyente y el dios de su credo. Debía ser 
          la estructura de una nueva relación única, especial, extraordinaria, 
          libremente adoptada por aquel hombre la base de su gloria a los 
          ojos de su Dios. Es decir, no en el Nombre sino en el Hombre está 
          el Misterio
           Pero ¿qué dice la Escritura? “Abraham Creyó en Dios, y le fue computado a 
          justicia”
           ¿Qué tenía que creer Abraham, 
          que Dios existe o en la Inocencia Divina en el asunto de la Caída? 
          Recordemos que en aquéllos tiempos la Divinidad era la causa de 
          todos los males de la Humanidad, ya que con su todopoderosa existencia 
          era la que había decidido crear el mundo tal cual. Esta actitud 
          era una condena de Dios, al que se le hacía culpable de ser el 
          padre de todos los males del mundo, como también de los buenos. 
          Abraham rompe aquella estructura y justifica a Dios delante de 
          su Creación entera, proclama su Inocencia contra el cuello de 
          su hijo unigénito. Proclamando su Inocencia defiende a Dios en 
          la esperanza de ser Dios el Padre amante de aquéllos hijos contra 
          cuya Voluntad se había entrado en Su Casa y se le había dado muerte 
          a su hijo menor, Adán, y desde entonces rugía como un león a la 
          espera del Día de la caza del asesino, Día de Venganza, Día de 
          satisfacción, “el Día de Yavé”. Loco de alegría porque en un hombre 
          había encontrado Dios un Amigo entre los pliegue de cuya Amistad 
          endulzar los dolores del Corazón, el Padre de Adán extendió sus 
          brazos, despegó sus labios y en nombre de la dulzura de esa esperanza 
          de Abraham, su Amigo, juró que por Campeón nos daría a su propio 
          Hijo Unigénito, su Isaac Divino, nuestro Rey, Jesucristo. Hey 
          Man, Aleluya.
           Ahora bien, al que trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como 
          deuda
           Efectivamente. Si hago lo que 
          debo en razón de la naturaleza de mi relación con alguien no puedo 
          pedir más de lo que el contrato precisa. Los hebreos eran acreedores 
          a una vida feliz y larga siempre que sus deberes justificasen 
          sus obras delante de la Ley. Pero eso era todo lo que podían pedirle 
          a Aquel con quien la Ley los relacionó. Si en el bien para lo 
          bueno, si en el mal para lo malo. Porque el mismo contrato que 
          garantizaba el pago de la deuda en el todopoder de la parte divina, 
          por este mismo poder la renuncia a esos deberes hacía de Israel 
          acreedor a su destrucción. Cosa que se vio muchas veces. Y esto 
          sin poder la parte humana encontrar ningún tipo de satisfacción 
          ni haber lugar a reclamaciones y quejas. Dios, por tanto, no cometió 
          ningún delito al romper el Contrato de la Ley por el que los Hebreos 
          y los Judíos recibían vida por los deberes cumplidos y muerte 
          por los haberes acumulados contra el Contrato suscrito. En todo 
          caso hubieran debido leer bien sus términos el día que lo firmaron 
          y no poner la firma al pie de un Contrato cuyas obligaciones, 
          porque no eran santos, acabaría aplastando a cualquiera que por 
          naturaleza no fuera santo a la Imagen y Semejanza de Aquel que 
          puso la Suya a la cabecera del Contrato entre Dios y los descendientes 
          de Abraham. Moisés, a diferencia de Abraham, el Amigo de Dios, 
          fue Siervo de ese Amigo de Abraham, y como Siervo se limitó a 
          poner el Contrato de la ley ante los Hebreos. El Siervo tenía 
          la obligación de llevarle ese Contrato a su pueblo y como Profeta 
          la de advertirles sobre las consecuencias en caso de incumplimiento. 
          Pero el Siervo hace la voluntad de su Amo y Señor, y hablar cuando 
          se le dijera y callar el resto del tiempo era parte de su trabajo. 
          De todos modos tan hombre era el Siervo como el firmante hebreo 
          para entender que el cumplimiento de aquél Contrato implicaba 
          ser santo, y el “ser” no es algo que se compre y se venda en el 
          mercadillo de las vanidades humanas.
           Mas al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al impío, la fe le 
          es computada por justicia.
           Difíciles palabras de entender 
          cuando corren tantos vientos de opresión y fanatismo. ¿Haremos 
          lo que dicen algunos que hacemos, el mal para que venga el bien? 
          En la dificultad, a pesar del lamento, está la gracia. ¿Qué es 
          la Historia sino el registro de un lamento ininterrumpido que 
          halló consuelo en las entrañas de Cristo? ¿Qué es nuestro mundo 
          sino el campo de batalla donde el Infierno y la Muerte libran 
          su última Guerra contra el Cielo y la Vida? Quien tiene ojos es 
          libre para no ver. El ciego no puede permitirse ese lujo. No se 
          trata de imitar al sabio, es cuestión de arrancarse la venda que 
          ha cegado la inteligencia humana durante tantos milenios y, duela 
          lo que duela la primera luz, aunque parta como un rayo, ver la 
          estructura de la Realidad tal cual. Somos testigos de la Reestructuración 
          Cósmica que se ha llevado a cabo tras la necesaria reconfiguración 
          de la relación entre Dios y su Creación. No podía haber Futuro 
          para nadie si la misma Realidad Universal Divina no se sometía 
          a un proceso de evolución revolucionaria. Aunque el campo de batalla 
          entre las fuerzas opuestas encontró en la Tierra su escenario 
          los actores principales no eran hijos de hombres. Todos, por tanto, 
          fuimos atrapados en la Guerra de otros y todos, sin excepción, 
          hemos sufrido las consecuencias. Lo mismo judíos que indios, africanos 
          que europeos, cristianos y musulmanes, todos los habitantes de 
          la Tierra fuimos expulsados del Templo de la Inteligencia Divina 
          y entregados a la Ignorancia del que no sabe qué está pasando 
          y por su desconocimiento, sin saber lo que hace, no importa lo 
          que haga, todo lo que hace se sujeta a la ley de la ciencia del 
          bien y del mal tan perfectamente descrita por este Pablo: “Quiero 
          hacer el bien pero es el mal el que se me apega”.
           Así es como David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios imputa la 
          justicia sin las obras:
           La diferencia entre el sabio 
          y el ignorante se despeja y acaba cifrándose en este terreno del 
          conocimiento de la Verdadera Realidad Universal Divina entre cuyas 
          fronteras nuestra Historia se ha movido a contragolpe, verso a 
          verso, movida palo sobre palo por la carretera de los siglos. 
          A la altura del siglo XX de la primera Era de Cristo la Civilización 
          ya estaba quemada. El fuego de sus guerras mundiales fue la proyección 
          al exterior del estado en que se encontraba su alma. ¿Quién mejor 
          que un guerrero nato, sus brazos articulados para destrozar y 
          destruir, para comprender el grito de desesperación de una Humanidad 
          vendida por treinta monedas de plata a la pasión de criaturas 
          nacidas en otros mundos y entregadas ad infinitum et ad eternum a imponerle 
          a la Creación su concepción del Universo? El Dios de dioses que 
          había de legitimar semejante revolución infernal y bendecir la 
          transformación de su reino en un Olimpo de Príncipes más allá 
          de la Ley, ese Amigo de Abraham, Señor de Moisés y Padre de este 
          guerrero nacido para ser él mismo rey y llevar sobre sus hombros 
          la carga de la Soberanía, Ese Dios se negó a bendecir semejante 
          locura y encontró entre nuestro Pueblo, el de los Hombres, quienes 
          se sumaron a su Guerra contra el infierno poniendo sus vidas a 
          sus pies, sin condiciones y sin consideraciones de salario. Gloria 
          a ellos, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre.
           Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados 
          han sido velados.
             Gloria a ellos. Sus faltas y 
          sus defectos como un Amigo oculta los de su mejor amigo, un Padre 
          los de su hijo amado, y un Señor las de su fiel siervo, fueron 
          silenciadas por Aquel a cuyo lado se pusieron aunque eran barro 
          y El es Dios Eterno.
           Venturoso el varón a quien no tomó el Señor cuenta de su pecado.
           ¿No fueron ellos hombres entre 
          hombres? ¿No fueron tanto más difíciles y duras sus vidas cuanto 
          fueron excepcionales sus existencias y debieron hacer sus caminos 
          en la soledad de quienes no tienen igual entre sus semejantes? 
          El Juez del Universo supo valorar sus errores en razón de la naturaleza 
          de las circunstancias y, perdonando por la soledad que a su Silencio 
          les debían, absolver de sus faltas a los pecadores, con tanto 
          más derecho a gracia cuanto por su silencio la soledad que el 
          Infierno aprovechaba para intentar destruirlos los hacía blanco 
          de fuerzas para los demás mortales desconocidas.
           Ahora bien, esta bienaventuranza ¿es sólo de los circuncidados o también de 
          los Incircuncisos? Porque decimos que a Abraham le fue contada 
          su fe por justicia.
           .¿Y cómo le hubiera podido ser 
          computada por justicia su fe en la Inocencia de Dios sino porque 
          en ella se resolvía la Ignorancia por la que el mundo entero se 
          hacía acreedor a la Redención? Ya hemos visto que por la Ignorancia 
          venía la Gracia, gratuita por parte de Dios hacia el pecador, 
          príncipe o pueblo, operada por el sumo sacerdote en persona. La 
          bendición de esta manera devenía universal en beneficio de todo 
          el que justifica a Dios no en el Poder sino en el Amor, no por 
          Terror sino por la Verdad, independientemente del quién, pues 
          Dios nos creó a todos para hacernos partícipes a todos de la vida 
          eterna.
           ¿Pero cuándo le fue computada? ¿Cuando ya se había circuncidado o antes? No 
          después de la Circuncisión, sino antes.
           De otro modo, como hemos visto, 
          hubiera sido computado por salario. Y si por salario no por justicia, 
          y la justicia de la fe en este caso hubiera sido fruto de las 
          obras de la Ley. Es decir, la liberación hubiera venido de la 
          servidumbre, al contrario de lo que debiera ser y fue, el libre 
          libera al siervo. Pues si el libre, sin obligación, hace lo que 
          el siervo por incapacidad no hace, su acción no queda sujeta a 
          salario sino a la bendición de aquel que por la falta de su siervo 
          sufriera la esclavitud de su pueblo.
           Y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe, 
          que obtuvo aún siendo incircunciso, para que fuese padre de todos 
          los creyentes no circuncidados, de forma que también a ellos les 
          fuera atribuida la justicia;
           En verdad quiso Dios en su Justicia 
          que la Libertad fuera glorificada sobre la servidumbre y la acción 
          que procede de la Libertad ensalzada sobre la que emana del deber 
          del siervo. Pues habiendo creado al Hombre y a todo Viviente para 
          compartir su Vida en la alegría perfecta que procede de lazos 
          familiares eternos... Su Ser ama la Libertad sobre todas las cosas 
          y prefiere los frutos de la verdad nacida libre a la sabiduría 
          esclava de quien hace las cosas no por amor sino por Ley. Como 
          dijo el rey sabio en su Libro: “Que Dios no ama sino al que mora 
          con la Sabiduría”, o sea, con la Libertad de un Abraham que sin 
          tener por qué anteponer a Dios y su Santa Esperanza sobre su unigénito 
          Isaac, glorificando a quien se la diera hizo de su Libertad bandera 
          y de su Amor caballo de batalla, la Obediencia por espada y armadura... 
          Y contra las fuerzas del Infierno aquél que no ponga libremente 
          su vida a disposición del Rey de los ejércitos de la Creación 
          que deje pasar o se quite de en medio.
           y padre de los circuncidados, pero no de los que son solamente de la circuncisión, 
          sino de los que siguen también las pasos de la fe de nuestro padre 
          Abraham antes de ser circuncidado.
           Concluyendo, como la Libertad 
          es superior a la servidumbre y el hombre libre al siervo, pues 
          Dios no es siervo de nadie y habiendo sido creados a su imagen 
          y semejanza la Libertad es lo que les conviene a todos sus hijos, 
          así es superior la fe que viene del Conocimiento de Dios que la 
          que procede del Conocimiento de la Ley. Pues por la Ley nos viene 
          el Conocimiento del Pecado pero por la fe: el Conocimiento de 
          Dios
           
           La justificación, 
          prenda de la salvación eterna
           
           Por lo que estamos viendo el 
          sentido de esta Carta tiene que ver con el problema histórico 
          vivo que en aquéllos días estaba arrasando la conciencia de una 
          gran parte de la comunidad cristiana naciente. En el 49 los Apóstoles 
          en pleno levantaron la frontera entre el judaísmo que juzgara 
          a Cristo y lo condenara a muerte y el cristianismo surgido de 
          su tumba y nacido con la Resurrección de Jesús. Grosso modo el 
          tema tenía que ver con la convivencia entre la Fe de Cristo y 
          la Ley de Moisés. Los Apóstoles, de cuya doctrina se hace eco 
          San Pablo en esta Carta, dieron un NO sin concesiones a semejante 
          convivencia. ¿Es lógico que los hermanos del asesinado convivan 
          con los asesinos del hermano que les mataron? El miedo de la fe 
          a caer bajo la maldición de la Ley trajo a flote la posibilidad 
          de esa convivencia en razón del parentesco sanguíneo entre los 
          primeros cristianos y los antiguos judíos. Los Apóstoles se levantaron 
          para decir que No, pues la misma Ley que había asesinado en la 
          carne a Cristo acabaría asesinándole en espíritu. Y ese No afirmado 
          en el Concilio del 49 quedó sellado para siempre. Sello que ha 
          permanecido hasta hoy y seguirá permaneciendo eternamente. Pero 
          el Concilio fue una reunión secreta de particulares y su decisión 
          había de expandirse por toda la comunidad cristiana del imperio. 
          Así que sería poco convincente de nuestra parte creer que adoptada 
          la decisión su voz se expandió a la velocidad de la luz por todo 
          el Mediterráneo, y... sin vencer la consiguiente oposición sencillamente 
          acabaría con el Judeocristianismo, sin más. Será para vencer esta 
          oposición que San Pablo, con los vientos de la Gran Persecución 
          Imperial Neroniana amenazando tormenta, le escribiría esta Carta 
          a los Romanos reafirmando el No al Judeocristianismo adoptado 
          en el Concilio del 49. Cuando habla de la Ley se refiere a la 
          de Moisés y cuando habla de obras de la Ley, mismamente.
           Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por mediación de nuestro 
          Señor Jesucristo
           Efectivamente, realizada la 
          Redención de la que procede el perdón de todos los pecados cometidos 
          por nuestro mundo bajo el yugo de la Ignorancia, Dios levantó 
          la bandera de su Paz sobre todas las naciones de la Tierra, llamando 
          a todos los pueblos del Género Humano a vivir a la luz de la Justicia 
          del Reino de su Amor, Amor personificado en su Hijo, quien, teniendo 
          Misericordia de todos nosotros, se ofreció a sí mismo como Mediador 
          entre Dios y nosotros para por el Amor obtenernos la Gracia del 
          Perdón que precede a la Paz y la Gloria de la Libertad de los 
          hijos de Dios que procede de la Fe. En nadie más tiene el Hombre 
          esta Libertad y esa Paz, sino en El, Jesucristo.
           por quien en virtud de la fe hemos obtenido también el acceso a esta gracia 
          en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza y la gloria 
          de Dios.
           ¿Dónde está la gloria de Dios 
          sino en el Amor de sus hijos, y cuál es su Esperanza sino que 
          el Hombre lo llame Padre? ¿Y la esperanza de un padre no es que 
          sus hijos convivan por siempre a su lado en el Amor por el que 
          los engendrara a la vida? Siendo Padre ¿qué otra Esperanza puede 
          tener Dios sino que el Género Humano, su Criatura, regrese a su 
          Casa y la Plenitud de sus naciones vivan en su Reino sempiterno? 
          Que Dios tenga esta Esperanza y por ella nos diera como Mediador 
          a su Hijo, a sabiendas que le pagarían su servicio con la Cruz, 
          ¿no es nuestra gloria, lo mismo para los primeros cristianos que 
          para los últimos? ¿O acaso Dios cambia de corazón y de mente con 
          la facilidad que cambia de piel la Serpiente?
           Y no sólo eso, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores 
          de que la tribulación produce la paciencia: la paciencia, una 
          virtud probada, y la virtud probada, la esperanza.
           Del terreno de la mirada en 
          Dios pasamos al de la mirada al Hombre, en este caso, la de los 
          primeros cristianos. San Pablo se abre el pecho y pone sobre la 
          mesa la naturaleza de la Esperanza de Salvación Universal por 
          la que estaban luchando y por la que estaban dispuestos a sufrir 
          y sufrían las persecuciones. Dios no ofreció su Cordero por los 
          pecados de un grupo de elegidos. El Sacrificio Expiatorio realizado 
          en Cristo extendió su Gracia sobre todos los pueblos de la Tierra. 
          Y fundada la conducta del hombre en la ignorancia, y localizado 
          su origen en el pecado de un solo hombre, Cristo elevó en su Resurrección 
          al Cielo una Petición de Misericordia que incluía entre sus términos 
          a todos los hombres, tanto a los que habían muerto como a los 
          que habían de nacer. Porque tanto los que murieron en el tiempo 
          antes del Nacimiento como quienes nacieron en el espacio después 
          de la Resurrección pero sin Noticias de Cristo, todos pecaron 
          bajo la misma ley. De manera que por esa ley todos quedaban comprendidos 
          bajo la bandera de una Esperanza de Salvación que, por el tiempo 
          y el espacio, no conocieron. Victoria que, al no depender de ellos, 
          pues estaban unos muertos y otros por nacer, quedaba en las manos 
          de aquéllos cuyas obras, realizadas en Dios, por las obras de 
          la Fe edificaban el Argumento de la Defensa... con las Obras de 
          la Fe.
           Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado 
          en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha 
          sido dado.
           El amor, pues, de un Dios Maravilloso 
          es el que se derrama en su Creación para vestirla de Vida eterna. 
          Obra que fue destruida y enterrada bajo las aguas de aquel Diluvio 
          Universal por el Eje del Dragón, cuya cabeza, la Serpiente Antigua, 
          se alzó en Rebelión contra el Espíritu Santo. Dios, para que juzgásemos 
          por nosotros mismos contra qué se alzó en guerra la Bestia, cumpliendo 
          su juramento de Venganza por un sitio y de Promesa de Salud eterna, 
          por el otro, nos hizo jueces del Diablo al amar lo que el Infierno 
          odia y odiar lo que la Muerte ama.
           Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo, a su tiempo, murió por los impíos.
           ...en la esperanza de hallar 
          en nosotros, una vez justificados y congraciados, el Juicio dictado 
          por Dios contra Su enemigo y el nuestro. Victoria conseguida en 
          primera instancia en sus Apóstoles y Discípulos, quienes por su 
          destierro de la ignorancia y entrada en el reino de la Sabiduría 
          conocieron la naturaleza de ese Espíritu y, mediante las obras 
          nacidas de la fe, manifestadas en la paciencia frente a las tribulaciones, 
          por las que le daban a la Esperanza peso, condenando al Maligno 
          en la Imitación del Ejemplo de su Maestro demostraron en nombre 
          de la Humanidad que la esperanza por la que murió Cristo estaba 
          llena de vida y salud, y, cual hasta un ciego puede verlo, no 
          quedaría defraudada en absoluto.
           En verdad apenas habrá quien muera por un justo; sin embargo, pudiera ser 
          que muriera alguno por uno bueno;
           Hablando siempre en relación 
          a la Salvación. Porque el Justo lo es porque no está sujeto a 
          Ira y Condena, de manera que por él no cabe sacrificio. Sobre 
          uno bueno pero que vive en la ignorancia y por esa ignorancia 
          su bondad se pierde no dando más frutos, sí. Es Dios mismo quien 
          hablando sobre los días de Cristo declara estar todos corrompidos, 
          ser todos unos impíos, como vimos antes. Mas contra los delitos 
          de nuestros padres no lanzó su Condena sino su Gracia, demostrando 
          El en el Sacrificio Expiatorio de los pecados del Mundo que la 
          Ignorancia era la madre de esos delitos. Y si el sacrificio no 
          fue hecho por Juan ni Juanito sino por todos los pecados del mundo 
          la Expiación descubre ser obra de la Ley, de manera que sin las 
          obras no hubiera podido haber Redención. Y el propio Abraham, 
          como hemos visto, fue justificado por las obras y sin esas obras 
          su fe no se hubiera hecho perfecta ni sin esas obras hubiera ganado 
          para todas las familias del mundo la Bendición Universal que nos 
          ganaron sus obras. Y el propio Cristo fue todo Obras, hasta el 
          punto de declarar: “Si no creéis en mi palabra creed al menos 
          por las obras”. De donde se ve que la fe que procede de las obras 
          genera fe en quienes no la tienen. Porque si le fe sola, en tanto 
          que conocimiento, basta para la salvación, el sacrificio de los 
          primeros cristianos y las tribulaciones padecidas por los Discípulos 
          fueron actos innecesarios y, de serlo, declararían a Dios culpable 
          de delito al ser omnipotente y no haber actuado en defensa de 
          sus hijos para salvarlos a todos de la muerte. Había Necesidad 
          de la Muerte de Cristo, mas una vez realizado el Sacrificio por 
          la redención de todos los pecados del mundo, no había necesidad 
          de ninguna muerte más...a no ser...que la Victoria de la fe le 
          abriera el campo a la Esperanza de Salvación Universal mirando 
          a la cual la Cruz devino Necesidad.
           pero Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo 
          por nosotros.
             De donde se ve que el fin de 
          la Obra del Diablo era engendrar en Dios un odio hacia el ser 
          humano, en razón de sus delitos, a tenor de cuya violencia Dios 
          se olvidase de su Justicia y abandonase al Hombre a su suerte. 
          Cuatro milenios tuvo el Maligno y su gente para cultivar el odio 
          de Dios hacia el Hombre. La conducta del género humano durante 
          esos 4 Milenios está recogida en los anales de las historias de 
          los pueblos del mundo. Es cierto que el fruto de esas obras era 
          generar el odio y en otras circunstancias ese odio se hubiera 
          hecho un árbol de ira interminable contra el hombre y su mundo. 
          Sin embargo el Corazón de Dios se mantuvo inaccesible al odio. 
          Las causas las conocemos. Pero aquélla de entre esas causas que 
          derretiría el corazón de sus hijos sería la Esperanza de Salvación 
          Universal que en el centro de su Corazón había hallado Santuario 
          Perpetuo. Por ella su Hijo dobló sus rodillas y adoró a Dios, 
          y sus hermanos en el Espíritu Santo se enfrentaron a la muerte 
          adorando al ese Dios Maravilloso que su Hijo les había descubierto 
          en el Padre.
           con mayor razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por El salvos 
          de la ira;
           Desterrados de la Ignorancia 
          y devenidos ciudadanos del Reino de la Sabiduría en virtud del 
          Sacrificio Consumado, la Ira Divina contra los delitos cometidos 
          con pleno conocimiento de causa, y por ese mismo conocimiento 
          no cometidos, hace Justo a todos los que desterrados, certifican 
          ese destierro mediante la conducta de quien es Ciudadano del Reino 
          de Dios. El Conocimiento, por consiguiente, no define sino la 
          calidad del delito. Porque habiendo conocimiento ya no hay ignorancia, 
          de manera que quien conoce no puede sujetarse a ley expiatoria 
          de ningún tipo. Las obras son lo que definen la naturaleza de 
          Cristo y del Diablo, pues por las obras conocimos a Cristo y por 
          las obras descubrimos al Diablo. Ahora bien, quien cree pero no 
          obra sino que se limita a creer, supera a ambos en que vive la 
          existencia de quien muriendo no puede hacer ni bien ni mal y por 
          tanto no puede ser juzgado por sus obras. !Un listo!
           porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su 
          Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida.
           O sea, en la vida de Cristo. 
          Ahora, si Cristo no hizo nada y se limitó a conocer a Dios y creer 
          que le bastaba este conocimiento para ser declarado Justo... en 
          este caso los Apóstoles fueron todos unos asesinos, porque, satisfecha 
          la Necesidad, la fe sola sin las obras de Cristo les hubiera bastado 
          para crecer y expandirse sin provocar, por causa de las obras 
          de Cristo hechas en ellos, aquel terrible conflicto en el origen 
          de las Grandes Persecuciones. Me explico, únicamente un demonio 
          vería algún sentido en el argumento de la FE SIN LAS OBRAS de 
          Cristo.
           Y no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios por nuestro Señor 
          Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación.
           La Verdad resalta sola y no 
          necesita de las obras ni de la fe de nadie para ser gloriosa, 
          eterna y perfecta. Imposible de ser alcanzada en su Plenitud con 
          las fuerzas solas del hombre, tal cual se demuestra en la lógica 
          original de la Filosofía, quiso Dios en su Maravillosa Paternidad 
          que se hiciese Carne en su Plenitud para en la Persona de su Hijo 
          no sólo viéramos la espalda sino también el rostro y la tocásemos 
          con nuestros sentidos, para con el poder de los sentidos admirar 
          su belleza, su fortaleza, su salud y su gracia. Inútil criticar 
          el Amor del Hijo por su Padre, y del Padre por el Hijo. Nosotros 
          mismos, a quienes nos ha sido descubierta la Maravillosa Esencia 
          del Espíritu de Dios, somos los que repetimos con el autor de 
          estas palabras eternas: Nos gloriamos en Dios por nuestro Señor 
          Jesucristo. Pero si alguno no es aún capaz de entender esta gloria 
          ...
           
           La obra 
          de Adán y la de Jesucristo
           
           Posiblemente este sea uno de 
          los capítulos más crípticos de toda la Carta. Sus declaraciones 
          son de una profundidad tan intensa y sus conclusiones de una vastedad 
          tan enorme. Por regla general se tiende a pasarlo por alto. No 
          se procede a una inmersión y despliegue. Su profundidad y vastedad 
          son de una riqueza tan brillante que su resplandor previene y 
          genera el respeto a semejantes aguas. Los judíos no han querido 
          jamás posar sus ojos y abrir sus oídos a este capítulo de la Carta 
          por razones evidentes. Es su padre original, Adán, quien es declarado 
          culpable de la situación del mundo durante los últimos seis milenios. 
          Ellos que se vanaglorian de tener por padre a Abraham se blindan 
          a sí mismos frente al hecho de tener por padre original, y padre 
          de ese mismo Abraham, al hombre cuyo delito arrastró a la Humanidad 
          al infierno. Su blindaje es un escudo propio de locos. Dicen que 
          cuando Adán es declarado el Primer Hombre esto se interpreta diciendo 
          que aquél hombre es el padre carnal lo mismo del hombre de piel 
          negra que del piel blanca, lo mismo es padre del hombre de piel 
          roja que del piel amarilla, y, no faltaba más, del hombre de piel 
          oliva. Sobra cualquier tipo de discusión con el loco que contra 
          ciencia, sabiduría y razón alza su guerra santa particular a favor 
          de semejante declaración solemne de locura. Es cierto, digámoslo 
          todo, que dos milenios atrás el conocimiento de la civilización 
          no había dado el salto revolucionario que nos aleja de su sistema 
          de visión de la realidad. Juzgar a aquellas generaciones desde 
          este lado del abismo es un ejercicio que no nos compete. Sí, en 
          cambio, ver que lo que ayer era una alternativa cuerda, hoy es 
          discurso de locura. Cualquiera que mantenga el origen carnal de 
          todas las razas humanas en los muslos del hombre declarado culpable 
          de la tragedia de la Humanidad en esta Carta, cualquiera que pretenda 
          seguir emparentando carnalmente a todos los pueblos en las carnes 
          de Adán comete un ejercicio de demencia. Desgraciadamente aún 
          hay entre los judíos quienes siguen manteniendo semejante visión 
          del Pasado de la Humanidad a fin de no aceptar las consecuencias 
          de la Biblia.
           Desde el lado cristiano el dilema 
          que suscita este capítulo es gordiano. ¿Porque bajo qué contexto 
          puede ser justificado el juicio de condenación contra una multitud 
          sin número de inocentes a cargo del delito cometido por un único 
          hombre? ¿Acaso perdió Dios el juicio al condenar por la desobediencia 
          de un sólo individuo a la Humanidad entera? ¿Dónde está el demente 
          asesino que por la falta de un individuo jura destruir toda su 
          nación y su mundo? ¿Es de justicia que por el delito de un individuo, 
          no habiendo tenido parte su familia en su delito sea declarada 
          culpable y sentenciada a muerte? Lo que nos parece demencial y 
          propio de una justicia terrorista e infernal nos es ofrecido en 
          esta Carta como un manjar divino, tanto más hermoso cuanto que 
          otorga a quien lo come la vida eterna. Es comprensible, pues, 
          que el cristianismo haya pasado de largo por este capítulo. El 
          temor a ahogarse en sus profundidades y perderse en su vastedad 
          ha sido de siempre más grande que el deseo de descubrir en la 
          Naturaleza Humana la Imagen Divina acorde a cuyo Modelo fue su 
          Ser concebido, tejido y articulado para gloria de su Creador y 
          admiración de la Creación entera.
           Así pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado 
          la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto 
          todos habían pecado.
           Hemos saltado dentro y nos disponemos 
          a llegar al fondo de la cuestión. Adán vivió unos 4.000 y pico 
          años antes de Cristo, en Mesopotamia, según el cómputo bíblico. 
          La Ciencia, sin fe, ha situado el origen de la Civilización en 
          esa franja de tiempo, justo en el mismo espacio donde dice la 
          Biblia una vez existió el Edén. La Ciencia tiene su propio modelo 
          de evolución histórica y afirma que antes de la Caída los humanos 
          ya se comían vivos, celebraban festines con suculentos niños asaditos, 
          empalados a fuego lento, a la parrilla. La Biblia dice que no, 
          que este tipo de cosas era imposible. Afirma que este tipo de 
          cosas comenzó a darse entre los pueblos justo después de la Caída 
          como consecuencia de la Caída. Y declara que este tipo de cosas 
          fue costumbre entre los pueblos de la Tierra por culpa de un hombre 
          en concreto. Antes de este hombre la Humanidad no conocía la ciencia 
          del bien y del mal. Es decir, no conocía el concepto de propiedad 
          privada, capital, guerra, y no estaba sacudida por enfermedades. 
          Las familias humanas vivían sin trabajar, cultivando la tierra 
          y alimentándose libremente de la abundancia de árboles frutales, 
          cereales y hortalizas. Todo era de todos y el Templo tenía por 
          misión distribuir gratuitamente el fruto de las cosechas acorde 
          a las necesidades de cada familia. De repente, una buena mañana 
          se levantaron todos para desear no haberse despertado jamás. ¿Cuál 
          fue aquel sueño perdido que al despertar se transformó en una 
          pesadilla? Es importante correr este velo o de otro modo jamás 
          entraremos en la mente de aquellos hombres. En otros tiempos este 
          acceso fue imposible y de no estar viviendo en éstos seguiría 
          permaneciendo vedada sus visiones a nuestra mirada. Desde nuestra 
          posición privilegiada y saturados del conocimiento de la ciencia 
          del bien y del mal nosotros podemos afirmar sin temor a equivocarnos 
          que el origen de todos los males del mundo estaba dentro de aquella 
          Caja de Pandora en forma de fruta colgando de un árbol. Aquél 
          era el Árbol de la Muerte y su fruto era la Guerra. En consecuencia 
          la visión de futuro que aquella primera civilización tuvo se rigió 
          por una ley de vida y sabiduría desde la que soñó extender su 
          mundo en las alas del Conocimiento y la Paz. El Pecado terrible 
          de Adán, su delito, fue acelerar el proceso y usar la Guerra como 
          medio de Civilización. Es decir, querer imponer por la fuerza 
          su Mundo a los pueblos que aún seguían disfrutando del aquel edénico 
          Neolítico fue el paso, involuntario porque no sabía lo que hacía, 
          que una vez dado levantó entre El y su Dios el Muro de la Enemistad. 
          Y muy bien, todo perfecto, ¿pero por qué Dios no se limitó a quitarle 
          el poder a aquel príncipe de aquella Unión Mesopotámica y entregarle 
          la dirección del Proyecto Civilizador de la Humanidad a un conciudadano 
          suyo? Los judíos no quisieron entrar en este tema jamás porque 
          para ellos Adán era el único hombre por aquel entonces. La Arqueología 
          ya ha demostrado que antes de su nacimiento su tierra estaba habitada 
          por ciudades estados. De manera que unificando las dos verdades 
          es donde se halla la perla de la realidad envuelta. Adán, en efecto, 
          fue hijo de una civilización naciente con vocación de futuro universal 
          cuyo movimiento en el espacio se estuvo realizando al ritmo de las alas de la libertad y la ciencia, los dos brazos de la Sabiduría 
          que desde el principio guiara la evolución creadora de la vida 
          en la Tierra desde el barro a la condición humana. Sin este escenario 
          cualquier intento de comprender el origen de la tragedia de la 
          Humanidad cae en esa selva donde el hombre no es más que una bestia 
          comiéndose a sus propios hijos.
           Porque antes de la Ley había ya pecado en el mundo, pero el pecado no es imputable 
          si no existe la Ley.
           Aquella perversión del medio 
          a emplear para seguir adelante sin Dios el Proyecto de Formación 
          del Género Humano fue el detonante de la pérdida de un sueño, 
          el primero y más hermoso que vivó en sus carnes la Humanidad. 
          El error de Adán se extendió por todas las ciudades de su mundo. 
          Los Caínes se multiplicaron en una reacción en cadena que regó 
          de sangre aquél paraíso creado por la unión de familias y razas 
          venidas de todos los puntos de Europa, Asia y África. Desconocedores 
          de la ciencia del bien y del mal, ignorantes sobre la avalancha 
          de pasiones que la fuerza como medio de expansión lleva consigo, 
          Abel fue el primero de sus semejantes sobre cuyos cadáveres comenzara 
          su andadura la lucha por el Dominio de las Cuatro Regiones. Tal 
          como se dice en esta Carta aquellos hombres no vivían bajo ninguna 
          Ley. Se unieron espontáneamente, libres y pacíficamente comenzaron 
          a crear sus ciudades. El amor a la vida era la ley sagrada inscrita 
          en sus genes, no escrita en códigos, bajo su estrella sus familias 
          se fundían en una familia universal más grande cada día. Todos 
          eran hijos de todos y todos eran padres de todos. Era su mundo. 
          La tierra explotaba de frutos y cereales, hortalizas, agua, la 
          primavera regaba sus campos, el sol maduraba sus frutos y cosechas, 
          el otoño a disfrutar, el invierno a hacer el amor alrededor del 
          fuego de la felicidad. No tenían ejércitos ni concebían el uso 
          de sus instrumentos de trabajo al servicio de la destrucción. 
          Es así que la Biblia dice que estaban desnudos. Tanto que le bastaba 
          a Caín una simple quijada de asno para matar a Abel. Ciertamente 
          y puesto que Dios no había legislado hechos que no cabían en la 
          naturaleza humana, no habiendo Ley, aunque no por no haberla dejase 
          de ser menos delito el fratricidio cainesco, no existiendo Ley 
          no puede ser llevado ante un tribunal quien no está sujeto a legislación. 
          Lo cual quiere decir que la necesidad de la Ley devino inevitable 
          a fin de que el hombre reconociera la naturaleza de sus actos 
          y su conciencia albergara en su código interno el concepto de 
          culpabilidad. Vemos en la respuesta de Caín a Dios que el fratricida 
          no deja traslucir sentido de culpabilidad de ninguna clase. Quería 
          el Poder, su hermano se interponía entre él y su deseo de conquistar 
          el mundo, y lo eliminó en bien de toda la Humanidad. Sencillo, 
          simple. Con la misma naturalidad, quienes hacía un día se dedicaban 
          a dejar en las manos de Dios el ritmo de crecimiento de la Civilización, 
          un día después alzaban sus brazos para reclamar para sí ese Poder 
          sobre los cadáveres de todos los que se negaron a secundar sus 
          delirios.
           Un nuevo nudo sobresale aquí: 
          ¿Cómo pudo producirse un cambio tan brusco en la personalidad 
          de Caín de la noche a la mañana? El Apóstol dice: por un hombre 
          entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Y nosotros 
          nos preguntamos: ¿Acaso aquellos hombres habían conseguido la 
          Inmortalidad? ¿O será que hablando de la muerte el Apóstol entiende 
          algo más que un simple dejar de respirar? Tengamos en cuenta que 
          el primero en escandalizarse y sufrir el efecto devastador de 
          la Caída no fue Abel, ni el propio Adán, el primero fue el mismísimo 
          Dios. Fue Dios quien sintió la Desobediencia de su hijo pequeño, 
          nuestro Adán, fue Dios quien sufrió la lanza entrarle por el costado 
          y atravesarle el corazón. En suma es lo que en sus carnes nos 
          recordó su Hijo Mayor, Jesucristo, dejándose clavar la lanza hasta 
          lo más hondo de su ser. Porque de lo contrario, de no haber sido 
          así, tendríamos que coincidir con quienes afirman con los judíos, 
          aunque se dicen cristianos, que Dios hace lo que quiere y a unos 
          predestina para la gloria y a otros para el infierno, y bueno, 
          a Adán lo predestinó para el infierno, y al resto para seguirlo 
          en su Caída, entre los que eligió para sí unos cuantos, judíos 
          y cristianos, para la vida eterna. En definitiva, Dios sería un 
          monstruo, un terrorista elevado a la categoría máxima, infinita. 
          Si a los judíos del antiguo orden mundial y a los protestantes 
          de cuño calvinista semejante Dios es el que es, se entiende que 
          vivan la locura de su predestinación como causada por el pecado 
          de un hombre, padre de blancos y negros, amarillos, rojos y olivas. 
          Hemos llegado al punto en que no podemos comprender la Biblia 
          sin la ciencia, ni la Ciencia puede comprender la Historia sin 
          la Biblia.
           Pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés aún sobre aquellos que no habían 
          pecado, a semejanza de la transgresión de Adán, que es el tipo 
          del que había de venir.
           Fue el de Dios, pues, el pecho 
          buscado por la lanza de la traición. El Hombre no fue más que 
          la lanza, un instrumento al servicio de una causa que superaba 
          al propio hombre y lo esclavizaba a sus intereses antidivinos. 
          Pero más allá de la clásica Batalla entre el Diablo y Cristo tenemos 
          que ver la Desobediencia de Adán como trompeta de declaración 
          de guerra apocalíptica. Si Adán era la lanza, y el cuerno era 
          Satán, quien soplaba era la Muerte. En la Tercera Parte de la 
          Historia Divina os introduje a las Memorias de la Increación. 
          Resumiendo podemos decir que la Vida y la Muerte son realidades 
          que existieron en el cuerpo de la Increación sin causar en su 
          curso ningún desequilibrio antinatural. Este desequilibrio comenzó 
          cuando Dios provocó una revolución cósmica que implicaba el destierro 
          de la Muerte del cuerpo de la Realidad Universal Increada. Pero 
          Dios no fue consciente de esta implicación durante todo el Camino 
          de la Increación a la Creación. Para Él el reto estuvo en coger 
          en sus Manos el origen de la Vida y conducir su evolución desde 
          el barro a la vida a su imagen y semejanza. La Muerte en cuanto 
          entidad increada e indestructible por tanto no entró dentro de 
          su campo de visión sino el Día que cayó Adán. La muerte de su 
          hijo pequeño le abrió los ojos al verdadero enemigo de su Creación. 
          Y era lógico. Para Dios era imposible entender que una simple 
          criatura de barro, formada con sus propias manos, que El podía 
          barrer de la escena con un simple soplo, se atreviera a declararle 
          la guerra. La Creación implicaba el fin de la Muerte como parte 
          natural del proceso de la evolución de la vida, parte que le fue 
          natural a la Muerte desde el Principio sin principio de la Increación. 
          Y era natural que en cuanto Fuerza Ontológica Increada buscara, 
          pues que no podía destruir a Dios, obligar a Dios a integrar en 
          su Idea de la Creación su existencia. Ciertamente Dios hubiera 
          podido haber bajado la cabeza en señal de derrota y reajustado 
          su Idea para integrar la Vida y la Muerte en el cuerpo de la Creación, 
          actuando El como un Dios de dioses sin ley que actúa en el mundo 
          para salvar a quien quiere y abandonar a su suerte al resto. Pero...
           Mas no es el don como fue la transgresión. Pues si por la transgresión de 
          uno mueren muchos, cuanto más la gracia de Dios y el don gratuito 
          conferidos por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, ha abundado 
          en beneficio de muchos.
             La Batalla Final había comenzado. 
          Ni Adán ni Satán. La Guerra era entre el Cielo y el Infierno. 
          Adán había sido un peón en la guerra particular de Satán y los 
          suyos, y éstos un peón en las manos de la Muerte. La Vida puso 
          su Visión en los ojos de Dios, y también la Muerte puso la suya, 
          el Infierno. Dios amó el Cielo, la visión con la que la Vida lo 
          sedujo, y aborreció la Idea del Futuro con el que la Muerte lo 
          tentara. De ahora en adelante, una vez que había visto la Muerte 
          en su verdadera naturaleza ontológica increada, la cuestión se 
          centraba en “la muerte de la Muerte”, por emplear una expresión 
          chocante. De un sitio. Del otro, abrirle los ojos a su Hijo y 
          a toda su Casa sobre el por qué de su No al Infierno de la transformación 
          de su Creación en un Olimpo de dioses sin ley, sujetos exclusivamente 
          a un Dios de dioses, padre de todos ellos que los rige de acuerdo 
          a esa paternidad y no en razón de una Justicia superior a todos 
          los seres. Dicho No Divino sería contemplado en vivo en las carnes 
          de la Humanidad. Una vez y para siempre. Jamás volvería a tener 
          lugar otra Batalla semejante. Así como fue crucificado Cristo 
          una vez y jamás volverá a serlo.
           Y no fue el don como la transgresión de un solo pecador, pues el juicio proveniente 
          de uno solo llevó a la condenación, mas el otro, después de muchas 
          transgresiones, acabó en la justificación.
           Efectivamente, si la desobediencia 
          de Adán no hubiese implicado a la realidad cósmica en su totalidad 
          Dios hubiera podido traspasar la Corona reservada a él y haber 
          seguido su Proyecto de Formación del Género Humano a la imagen 
          y semejanza de los reinos que componían su Imperio. Implicada 
          esa totalidad, el futuro de la Creación entera pendiente del hilo 
          de la Respuesta de Dios a la declaración de guerra contra su Espíritu 
          Santo, sobre cuya Piedra se basa toda su Mundo, ese acto tan sencillo 
          de quita y pon rey fue aparcado. Contradiciéndose a sí mismo delante 
          de toda su creación, sujeta a la ley de la culpabilidad centrada 
          en el individuo, Dios extendió la condena contra el pecado de 
          uno a todos sus hijos. Y pues que el mundo que nacía de su delito 
          sería el que sobreviviría a la destrucción de su mundo, toda la 
          Humanidad fue condenada por el pecado de un hombre, sin pecar 
          a la manera de ese hombre. Pues para ese hombre sí constaba ley, 
          pero a ningún otro le dijo Dios: “Si comes, morirás”. Y sin embargo, 
          siendo el rey, y por tanto la cabeza del mundo, ¿si cae la cabeza 
          no cae todo su cuerpo? Es de esta manera que Adán era el tipo 
          del que había de venir, y se nos hace ver mediante lo que vemos 
          lo que no vimos.
           Pues como por la transgresión de uno, esto es, por obra de uno solo reinó 
          la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia 
          y el don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo, 
          Jesucristo.
           Y aquí llega todo el meollo 
          de la Salvación Universal de la Humanidad. Sacrificada a la Necesidad, 
          Dios, en su Justicia Maravillosa, no podía permitir que satisfecha 
          la Necesidad la Humanidad se quedase sin una Puerta Abierta hacia 
          su Paraíso, con tanta más gratuidad el acceso cuanto más duro 
          ha sido su camino. Dios no podía dejar para el futuro la Necesidad 
          que tenía toda su casa de ver con sus ojos el por qué de su No 
          al Infierno. Tampoco. La Creación entera estaba en juego. Ni podía 
          Dios en su Amor traspuesto fortalecer en su Corazón la Esperanza 
          Universal de Salvación a manifestarse al final de los tiempos, 
          y apuntalada sobre Roca en la Cruz de Cristo. De manera que si 
          por la Necesidad la Muerte imperó desde Adán hasta Cristo, su 
          imperio comenzó a perder límites y fronteras según fueron las 
          naciones viniendo al Cristianismo. Y aunque el posicionamiento 
          de la Ciencia implicó un contraataque masivo de la Muerte, cuyo 
          Infierno hizo del siglo XX su madera, la Esperanza de Salvación 
          Universal se ha mantenido fuerte y golpea alegre el corazón de 
          la Creación entera al alba de este Nuevo Milenio y Era.
           Por consiguiente como por la transgresión de uno solo llegó la condenación 
          a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos 
          la justificación de la vida.
           Y cómo podía ser de otra forma. 
          Fuimos transformados en actores inconscientes de una Clase de 
          Historia Universal. Había de llegar el Día y sonar la Hora de 
          la Libertad. Ser dueños de nuestro propio destino, actores conscientes 
          de nuestro propio futuro, libres de las cadenas de la ignorancia, 
          hijos de Dios a imagen y semejanza del Hijo Unigénito, conocedores 
          de todas las cosas, incluida la Ciencia del Bien y del Mal.
           Pues como por la desobediencia de un solo hombre muchos se constituyeron en 
          pecadores, así también por la obediencia de uno muchos se constituyeron 
          en justos.
           La gloria es de nuestro Salvador, 
          porque también El tuvo en sus manos la decisión cósmica que en 
          su día tuvo su Padre, y, palo de tal astilla, prefirió la Vida 
          a la Muerte, el Cielo al Infierno, y desde su Obediencia hizo 
          sonar los clavos con un Sí a la Vida por todos los rincones de 
          la Creación entera. Somos hijos de ese Grito de Guerra del Hijo 
          de Dios. Lo que fue ya no importa, lo que somos es lo que cuenta, 
          y lo que serán nuestros hijos todo lo que nos interesa.
           Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado 
          sobreabundó la gracia, para que, como reinó el pecado por la muerte, 
          así también reine la gracia por la justicia para la vida eterna 
          por nuestro Señor Jesucristo.
           Vosotros mismos podéis ponerle 
          la puntilla a este capítulo de la Carta.
           
           LIBRO 
          SEGUNDO PARTE 
          DOGMATICA : II
           
 
 
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