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LA HISTORIA DE SATAN Y LA NOCHE DE LOS OBISPOSLA BATALLA FINAL
Cristo Raúl de Yavé y Sión.
SEGUNDA PARTE. LA JHISTORIA DE LOS PAPASLas negaciones de Pedro y la Noche de los
Obispos
Primera Negación de Cristo
Leon III (795-816)
Esteban IV (816-817)
Una Introducción a la Historia de la
División de las iglesias
Sería muy difícil, si no imposible, llegar a comprender
la Historia de la División de las iglesias sin darle a la Palabra de Dios la
omnipotencia y el todopoder que el Misterio de la
Divinidad en sí representa en el seno de la Realidad que se desenvuelve entre
los dos pilares básicos de la Creación del Universo y del Género Humano. Se
puede estudiar la Historia del Cristianismo tomando como base de prejuicio la
maldad intrínseca en las demás iglesias y la santidad de la comunidad a la que
el estudioso representa. Todos los cristianos no ortodoxos, por ejemplo, son
herejes y sólo los ortodoxos son los verdaderos cristianos. O aplíquesele al
Protestantismo: los católicos y los ortodoxos son anticristos y sólo los
protestantes son santos... porque sí.
Esta forma de raciocinio, natural al comportamiento de
los historiadores y teólogos y personajes estelares de las distintas iglesias
es, como se entiende sin necesidad de ser un historiador profesional, sólo un
hijo de la Verdad, este tipo de comportamiento intelectivo peca de prejuicio
subversivo contra la realidad, niega a Dios, manipula la fe, y transforma al
cristiano -sea católico, protestante u ortodoxo- en un verdadero idiota.
La palabra de Dios, por contra, tiene la virtud
todopoderosa y omnipotente de mantener firme su declaración y vencer toda
fuerza que se le pueda oponer. En parte es el misterio de la Historia del
Género Humano, que se resume en la Batalla de la Palabra del Dios que en
su Día dijera: “Hagamos al Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza”,
contra las fuerzas que se opusieron a la formación de este Ser Humano creado
para ser un Semejante de Dios.
Observemos que el Reto que los hijos de Dios, “no de esta
creación”, le lanzaron al Creador del Universo y del Género Humano causó la
Caída de todo lo edificado en condiciones perfectas de trabajo, y puso a Dios
ante la disyuntiva de “abandonar a su hijo”, Adán, o “volver a levantar el
edificio en las condiciones adversas más contrarias imaginable por la mente del
mismísimo Infierno”. ¿Lograría Dios engendrar a ese Hombre, hijo de Dios, bajo
tales condiciones?
Este era un reto, como se ve, dirigido contra el Verbo,
contra la propia Naturaleza de la Palabra de Dios.
La Historia de la Humanidad desde la Caída a nuestros
días puede recrearse sin interrupción si se sigue esta línea de relación entre
Dios, el Hombre y el Universo. Y, por contra, alejándose de este camino se
llega a la pérdida de memoria, con las consecuencias que una patología de esta
naturaleza había de expandir sobre el campo de la Historia de la Civilización.
Ahora bien, siendo hijos de Dios no creo tener necesidad de volver a abrir la
boca para beber lo que en su día fuera “aquélla leche espiritual” con la que
Dios, en sus hijos, de la descendencia de Abraham, alimentara al Hombre
Cristiano.
“Que si la fe sin la ley, que si la ley sin la fe...” estas
son papillas que administrada al Cristiano ya hecho y derecho, en su
adolescencia corriendo el Siglo XVI y XVII, no podían más que provocar
involución en su comportamiento y, tomando este anacronismo como base de
pensamiento, proceder a una profunda esquizofrenia con efectos violentos
destructivos, como se viera en la Crónica de la Batalla
Protestantismo-Catolicismo.
Pero lo que en aquélla Batalla de las iglesias todos los
participantes, y después sus herederos, han dejado en el tintero de las cosas para
el olvido ha sido la Verdad.
Ya hemos visto que la Muerte hizo de la Tierra la Colonia
Madre desde la que abrir su Infierno a la Creación entera tomando como punto de
partida la Duda sobre la Omnipotencia y el Todopoder de Dios para llevar su Palabra hasta sus últimas consecuencias. Habiendo
anunciado el Nacimiento de un Hombre a su Imagen y Semejanza, formado en
condiciones paradisíacas al caso, el Asesino de Adán dio por sentado que en
condiciones infernales de Formación el Hombre no alcanzaría jamás “el Ser”.
Cualquiera que mire a su alrededor ve dos cosas.
Una: ésas condiciones infernales siguen imponiendo su ley
y ritmo.
Y dos: La ausencia de ese Hombre a Imagen y Semejanza de
Dios, su Creador, no porque no exista, sino porque no es Libre y permanece
sujeto a la Ley de la Necesidad que impusiera la Cruz como Puerta hacia la
Resurrección.
Ahora bien, desde la Duda, es decir, decantándose por la
Ideología del Infierno, esto sucede así porque “el Verbo no es Dios”.
Y no siéndolo es simplemente natural que el hecho de la
no aceptación de esta Realidad, por Dios y el Cristianismo, no haga sino
perpetuar el estado de infernalidad bajo el que se
encuentra la Humanidad.
Desde la Fe y el Espíritu, sin embargo, las condiciones de infernalidad bajo las que la Civilización ha hecho su camino hasta nosotros, existen como consecuencia de la propia Respuesta de Dios al reto de la Duda sobre la Veracidad de la Paternidad Divina sobre Jesús, su Hijo Unigénito (Duda liderada por aquél que fuera hijo de Dios en sus orígenes y acabara siendo “el Maligno”). Y así, habiendo Dios de elegir entre las dos puertas que le abriera la Caída de su hijo Adán: abandonar el Género Humano a su suerte como aborto que no pudo completar su ciclo de gestación, o volver a empezar tomando como plataforma de trabajo un campo mundial sometido a la ley del Bien y del Mal, habiendo elegido la segunda alternativa, el Mundo tal como lo conocemos existe en base a esta Respuesta. Dios no sólo no abandona
a su Hijo, el Hombre, sino que juró por su Nombre, YAVÉ, y su Casa, SIÓN, que
ese Ser Humano, creado para ser su Semejante, alzaría su Cabeza sobre todas las
naciones de la Tierra y sus Piernas se afirmarían a los lados del Océano. Y
esto lo anuncia Dios en la persona de su Unigénito y Primogénito, y lo deja por
escrito para que le sirva de Testimonio a toda la Creación.
Problema sobre problema. La Victoria de su Unigénito puso
entre Dios y la
Muerte un elemento decisivo para comprender el Futuro
del Cristianismo y las iglesias. Dios no sólo “no abandonó” a su
Criatura, el Hombre, sino que en la Resurrección de su Hijo extendió sobre el
Futuro del Cristianismo la Visión del Hombre Nuevo hacia cuyo Nacimiento se han
ordenado todas las cosas, las del Cielo como las de la Tierra.
Arriba, en el Cielo, la entrada del Vencedor Todopoderoso
y Omnipotente, Jesucristo, revolucionó toda la Historia de la Creación al sentarse
a la Derecha de su Padre como Rey Universal Sempiterno y Juez Todopoderoso
Supremo. El Imperio de los dioses del Cielo, formalmente suspendido cuando su
Rey de reyes y Señor de señores se encarna en la Virgen María de Nazaret, queda
finalmente abolido cuando el Hijo de María, se sienta a la Derecha del Dios del
Infinito y la Eternidad.
Aquí Abajo la Revolución más grande jamás concebida, la
Edificación del Cristianismo, procede a dirigir la Historia de la Humanidad al
ritmo de la Respuesta de Dios al enemigo de la Vida a la Imagen Divina : Vida
Inmortal. Y comienza la Gran Batalla Final de la Muerte contra la Vida.
El objetivo de la Muerte era y no podía ser otro, como lo
dice Dios en su Libro, que la destrucción de la Semilla de la Fe, es decir, de
la Iglesia, la Madre que en su seno, a la manera que Sara, esposa de Abraham,
portaba en el suyo a Cristo, llevaba en sus entrañas la Descendencia de su
Señor y Rey.
Adelantándose y previniendo a sus siervos, Dios escribe
con la mano de sus hijos, de la descendencia de Abraham, su Palabra, a fin de
que, en la Fe y por la Fe, no olviden que Cristo ha vencido al Diablo, pero el
Verdadero Enemigo del Hombre es la Muerte. Y ésta, permanece Abajo, aunque
descabezada, si se puede decir así, por el Encadenamiento del Campeón de su
Infierno, el Maligno. Permanencia obligada mientras no se consume la Palabra de
Dios y “el Hombre formado a Su Imagen y Semejanza” llene la Tierra a los ojos
de toda la Creación. Este será, pues, el Origen de las Persecuciones contra el
Cristianismo.
La Historia está escrita, no voy a repetirla. Pero sí
reabrirla. Y es que la Victoria del Cristianismo sobre sus enemigos no podía
implicar en ningún caso la Liberación Final. No mientras el Verbo del Principio
no se hubiese consumado. Y por tanto la Humanidad seguiría sujeta a la Muerte.
Y ésta, buscando la destrucción del Cristianismo, y pues que no podía vencerlo
directamente, seguiría la táctica y estrategia del “cordón Sanitario” contra la
Iglesia, es decir, roturar el campo donde sembrar la Cizaña de la Duda y la
Incredulidad mediante el desprecio de la Razón hacia la Fe en base al
comportamiento anticristiano de los Pastores del Cristianismo.
Esta Estrategia de la Muerte es la que dirigiría toda la
estructura de la iglesia romana a los pies del Periodo conocido como Primera Pornocracia Vaticana, o Siglo de los Papas Pornócratas, fruto de cuyo trabajo sería la División de las
iglesias en el llamado Cisma de Oriente.
Ni que decir tiene que si en el Occidente Cristiano la
Muerte trabajaba para hacer del Jefe de los siervos de Cristo una visión
dantesca, en el Oriente Cristiano la misma Muerte había edificado su obra
mirando al choque que, una vez Liberado, dirigiría su hijo, el Diablo, cuya
Liberación Apocalíptica había sido ordenada para el alba del Primer Milenio de
la Primera Era de Cristo.
En efecto, la primera victoria de la Muerte se hizo. El
desprecio hacia la iglesia católica de una iglesia ortodoxa perfectamente al
corriente de la Pornocracia Romana -- trabajo de
roturación ya hecho -- en el momento en que el Diablo fue liberado y arrojado a
la Tierra, movió peón, utilizando a Miguel Cerulario como torre en el tablero a Vida o Muerte en el que jugaba su partida final el
que fuera, una vez, un hijo de Dios.
Los historiadores de las iglesias, en particular, y del
cristianismo, en general, cuando imitan a los historiadores de las cosas
humanas y sujetan la Historia de una realidad Divina, el Hombre Cristiano, a
los cánones científicos naturales, cometen un error terrible. El Cristianismo
no existe sin Dios y sin Dios es imposible entender su existencia. Estando
sujeta la Creación entera a una Guerra de proporciones apocalípticas, ¿cómo es
posible historizar el crecimiento y expansión del
Cristianismo sin inmiscuir en su desarrollo la existencia del Diablo? ¿Cómo
ignorar la Liberación del Diablo y su infernal influencia en la Historia de la
División de las iglesias? ¿O porque se acuda a la falacia de ignorar la
División de las iglesias no existe Historia de la División del Cristianismo?
Es evidente y por fuerza necesario que, por ejemplo, el
Protestantismo, producto de la Actuación del Diablo, ya liberado, y actuando en
la Cristiandad para provocar en su seno una ruptura esquizoide violenta, deba
por lógica trasponer los tiempos y proyectar la Liberación del Diablo al año
dos mil, invocando en su ayuda al Anticristo. Es sólo natural igualmente que el
Catolicismo, a fin de no reconocer la paternidad diabólica de Alejandro VI y su
escuela anule la Palabra de Dios mediante el recurso a la Teología del
Milenarismo. Y sólo natural que la iglesia ortodoxa a fin de no querer ver la
conexión Diablo-Miguel Cerulario se limite a
ignorarla, aduciendo la existencia de la Primera Pornocracia Romana como causa del conflicto y posterior Ruptura de una Unidad ya de por sí
frágil.
La negación de la Realidad, como vemos, sólo conduce a la
perpetuación de los efectos buscados. ¿Y cuál puede ser el efecto final buscado
por el Diablo y la Muerte sino la
Destrucción de las iglesias por la Palabra de Dios que decretara: “Todo reino
en sí dividido será desolado y toda ciudad o casa en sí dividida no
subsistirá”? ¿Acaso la Iglesia no es la Casa de Dios en la Tierra? ¿Y no es el
Cristianismo el Reino de Dios en el Mundo? ¿Y no es la Fe la Ciudad Espiritual
de Dios en el Hombre?
¿Qué corresponde, pues? ¿Acusaciones mutuas? ¿Ignorar los
hechos y demonizar la Verdad a fin de mantener la desconexión del Diablo con la
Historia de la División de las iglesias?
Digamos lo que dijo el Espíritu Santo: “Dios nos encerró
a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia en la obediencia”.
La Voluntad Presente de Dios está abierta y sigue su
marcha hasta llegar a todas las iglesias. Mi consejo es que, visto que el
Futuro de la Creación ya ha sido edificado sobre Roca, y siendo el Futuro de la
Humanidad el que está en juego, todas las iglesias, lo mismo la Católica que la
Ortodoxa y la Protestante, cada una con sus ramas, abandonen todas sus
diferencias y disputas por supremacías y ritos y cumplan lo que está escrito:
“Toda rodilla se doblará ante Dios”, comenzando por sus siervos, se entiende.
Ya sobre el papel, mi intención en este libro no es ni
atacar a la iglesia romana ni defender a los protestantes y ortodoxos, sino
conectar ante los ojos de todos, a la luz del Espíritu, el origen del
comportamiento de los actores de esta JHISTORIA con su verdadera fuente, la
Muerte y el Diablo. Piensen los católicos que de no haber existido las gentes
que enseguida vais a ver existieron, y de haber seguido todos el ejemplo de los
Primeros Obispos, la División de las iglesias no sólo no hubiera sido posible
sino que reforzada la Unidad por el Descubrimiento a estas alturas la Cristiandad
y la Humanidad serían ya una sola cosa.
Mas es evidente que el fin buscado por la Muerte y el
Diablo era enterrar a la Humanidad en el Infierno de las Guerras Mundiales,
para lo cual tenía que dividir al Reino de Dios en la Tierra, sumirlo en una guerra
civil histórica, y abrirle a su Infierno las puertas, que con su Duda y su
Ateísmo dirigiría el curso de los siglos a la Batalla Final entre el
Cristianismo y el Mundo.
Ya hemos visto lo que pasó en el Siglo XX, cómo el
Armagedón fue ganado por la Humanidad gracias al Cristianismo, y estamos viendo
cómo la Muerte y el Diablo, conociendo que su Fin está próximo, están sembrando
la Tierra de Odio con objeto de provocar una Guerra Mundial de Civilizaciones.
Pero su fin está al otro lado de la Unificación de las Iglesias. Y ya no hay
nada ni nadie que pueda detener el curso de lo que Dios ha puesto en
movimiento.
Piensen los Protestantes, en todas sus ramas, que si la
Muerte y el Diablo extendieron su Maldad sobre el Sucesor de Pedro, ya su Señor
predijo este comportamiento en el Episodio de “las Negaciones de Pedro”. Y que
si el Diablo pudo con el Jefe, creer que no iba a poder con un simple
monaguillo, Lutero, es locura inmensa. ¿NO cayó Adán ante el mismo que hiciera
caer a las iglesias? ¿Y no dice Dios hablando de su hijo Adán que fue el hombre
más grande que conociera la Tierra? ¿Y acaso el hecho de que Dios eligiera al
Hijo de sus entrañas, a su Amado, su Unigénito, por Campeón nuestro no se
debió a la naturaleza del Poder de aquel que en su día fuera “un hijo de Dios”,
y como tal fuera creado a Imagen y Semejanza de Dios?
En definitiva: Lutero y sus colegas esperan su defensa en
la Obediencia de las iglesias protestantes de Hoy.
Piensen los ortodoxos que la Iglesia Ortodoxa de Bizancio
cayó por desobediente al Mandato de Dios, quien había establecido la Necesidad
de alejarse del Imperio Romano, con el cual, contra la Voluntad de Dios, el
Patriarca de Constantinopla no sólo se alió sino que además se
declaró siervo del Emperador Bizantino. Y aunque Dios da tiempo a volver a su Señorío, consumada la
Desobediencia actúa acorde a Juicio, y habiendo determinado la Caída del
Imperio Romano todo lo que se hallara bajo su techo sufriría las consecuencias.
El traspaso de la Segunda Roma a la Tercera determinó la misma consecuencia y
por culpa de la Ortodoxia recalcitrante, buscando siempre la Autocracia del
Imperio como su aliado natural, en detrimento del Señorío Universal de
Jesucristo, el Pueblo Ruso hubo de sufrir el látigo de Dios contra su iglesia,
provocando la necesidad de la caída de la Autocracia
Zarista como medio de liberación de su Pueblo.
Pero perderse en acusaciones y juicios es injusto. La
voluntad Unificadora de Dios no admite discusiones ni condiciones, ni tiene por
fin glorificar a obispo alguno. Sólo el Señor Jesús, Esposo de la Iglesia,
Madre de su Descendencia, será glorificado en la Obediencia. ¿Y quién es la
Esposa de Cristo sino el Cuerpo de Cristo? ¿Y no es el Cuerpo de Cristo la
Iglesia? Ahora bien, aunque en el cuerpo el movimiento existencial obedece la
voluntad del ser, cada miembro tiene sus propios movimientos y leyes. En este
Espíritu acudan todas “las vírgenes” a la Llamada, porque la que se quede atrás
no entrará.
Definiendo conclusiones, aquí he tratado de darle materia
al espejo donde católicos, protestantes y ortodoxos pueden ver al Diablo, y a “su
madre”, la Muerte, atacando donde más daño podía hacerle a Dios. Que la Noche ha
terminado y ha nacido el Día puede verse en el rostro del Obispo contra el que
el Diablo y la Muerte lanzaron sus más duros ataques, en cuya faz la Imagen de
su Origen, aunque distorsionada por la edad, según dijera Dios: “Cuando seas
viejo otro te llevará donde tú no quieres”, refleja la Gloria de Dios Hijo
Unigénito, Señor de todas las iglesias, Rey de todos los cristianos y Salvador
de la Humanidad, quien, llegado el Día de la gloria de su libertad, extiende
sobre la Tierra sus Brazos dispuesto a llevar a la Humanidad al Futuro para el
que ha sido creada.
No concluya el lector, por la repugnancia del escritor
ante la visión de la obra del Diablo y la Muerte, en premisas falsas. Pues Dios
no le retiró, a quien eligiera para ser el Dedo que porta el Anillo de la
Alianza de Vida eterna entre su Hijo y su Iglesia, su Gloria, a causa de su
Debilidad en “la hora de las tinieblas”. Pero que la Mano que porta el Anillo
de la Alianza entre Dios y el Hombre: reclame para sí la Gloria de quien es la
Cabeza del Cuerpo al que pertenece esa Mano, esto sí es demencia, y sin esta
demencia, como sin la Ignorancia no hubiera podido engañar la Serpiente a Eva,
sin esta demencia es imposible que la Muerte y su príncipe hubieran podido
levantar entre los Edificadores, los Apóstoles, y sus Sucesores, los Obispos -de
todas las iglesias - un abismo de por medio.
Terminar diciendo que siendo Católico de nacimiento, y
educado en la doctrina cristiana por siervos de Cristo, tanto más chocante me
fue el descubrimiento de esta Crónica de Papas “putos” y “asesinos en serie”
cuanto mayor fue y es el silencio que la Iglesia Católica mantuvo sobre estos
Hechos a la hora de la formación de mi inteligencia adolescente,
en la que se levantó un muro de ignorancia entre la Historia y la Realidad, en
la creencia de poder mantener por la Ignorancia lo que la Verdad pondría en
peligro : la Fe.
El estudio de la Reforma, previo a LUTERO, EL PAPA Y
EL DIABLO me condujo directamente a los Periodos Pornocrátas,
los Cismas de Occidente y la especie de los Papas Borjias.
Mi Mente, forjada por Aquél del que volví a nacer en el Espíritu de
Inteligencia, se encontró de repente bajo una tormenta de repugnancia y asco, a
la que he podido vencer en razón de la Fortaleza y Fidelidad a quien me dio su
Nombre y me llamó “hijo”.
Vosotros que leéis esta JHISTORIA tened presente que se
trata de derribar el Muro de la Ignorancia con el fin de demostrar que la
Verdad no sólo no se levanta contra la Fe sino que la fortalece; la Ignorancia
es el verdadero enemigo de la Fe. Quienes usan la Ignorancia para mantener la
Fe, que de conocer la Verdad, en su opinión, se vería mortalmente atacada, no
obtienen de su trabajo sino todo lo contrario, según el Dicho : “Hago el bien
pero es el mal el que obtengo”. De todos modos, el vino se le llama vino porque
es vino y no agua, y a la Verdad se la llama Verdad porque es Verdad y no Mentira. Quienes
prefieren la Ignorancia por amor al débil destruye la Fe del Fuerte, que con la
Verdad se hace más fuerte y por su fortaleza en la verdad sostiene al débil en
la Fe con la fuerza que viene de la Fe. Y dicho esto pasamos al grano.
CAPÍTULO UNO
PRIMERA NEGACION DE CRISTO
Nota introductoria.
La Historia del Hecho estelar de este Primer Capítulo debiera
ser escrita siguiendo las leyes de la Historia Profesional. Creo. No me
importa. Y no sigo ni me atengo a las leyes de los profesionales al servicio de
sus amos, reyes y papas medievales, porque considero que el “Oficio Sagrado”
del Historiador no es el del Cronista, ni el del “periodista lameculos” a
sueldo del Poder. El verdadero Oficio del Historiador no es narrar los
acontecimientos sino abrirlos en canal y meterse en sus entrañas, bucear en el mar de manipulaciones
sobre sus causas por los profesionales a sueldo creados, y viajar en el tiempo anterior
a su nacimiento hasta recrear sus estructuras fetales íntimas. Un historiador que se limita a ser un híbrido
de cronista-periodista a sueldo de los poderes del momento es un enemigo de la Verdad
Histórica. Obviamente cada cual debe ganase el pan de cada día. Pero ganárselo traicionando las leyes del Oficio causa
repugnancia en quienes la Verdad vive. No menos obvio es que el Poder siente esta
misma repugnancia por historiadores en quienes esa Verdad Vida se manifiesta. Tomemos
el caso de Enrique VIII, un asesino en serie, un tirano de la peor especie acorde a las leyes
del espíritu cristiano, un genocida que regó el suelo de Inglaterra de sangre
inocente. Leyendo sus biografías uno se pregunta : ¿Por qué ni un sólo
historiador británico ha usado
jamás la verdad para retratar a aquel monstruo,
y al contrario, cinco siglos más tarde, todos permanecen de rodillas delante de
la Memoria Criminal de semejante discípulo de Satanás?
A este lado de la barrera la misma pregunta salta: ¿Por qué los Historiadores del Vaticano
guardan un silencio monstruoso sobre los crímenes inmundos de Alejandro VI, y
prefieren ceñirse a su Tratado de Tordesillas como la Gesta Eterna de su Pontificado? La respuesta no es menos inmunda : Los
historiadores son currantes, deben buscarse la vida, y les da lo mismo servir
al Diablo que a Cristo, quien les paga las 30 monedas es su amo.
En mi caso, sin ser Profesional, siendo la verdad mi
Padre y Madre, los argumentos del Poder y de sus esclavos no me dicen nada. Dios,
en su Hijo, ha de juzgar a vivos y muertos, y como dijo el Espíritu Santo, el Juicio
comenzará por su Casa. Los primeros que pasarán delante del Tribunal de Todopoderoso
Juez del Universo serán los siervos del Señor a cuyo cargo dejó ese Señor sus Rebaños. Y
si alguno cree que por decir “Jesús es el Señor” ya han burlado la Justicia de
Dios, recuerde la Palabra de ese Señor : “El PADRE y YO somos UNO”. YAVÉ
DIOS de Moisés vive en su Hijo; el mismo Amor a la Ley y el mismo Odio al
Pecado existe en el Padre y en el Hijo. “Dos Personas, un Único Espíritu”.
Los crímenes cometidos por los siervos de ese mismo Señor
ante el que toda criatura debe responder
de sus delitos si se ocultan no dan lugar a lección. La Verdad no existe para
condenar. La Verdad tiene su razón de ser en la Sabiduría. El Silencio causa Ignorancia
y perpetuación de conducta criminal. La
Verdad no busca juzgar sino corregir. Traer a luz un comportamiento delictivo no es emitir un juicio condenatorio
que únicamente al Juez Universal le corresponde, sino poner sobre la mesa una Realidad que estuvo
sobre todos y a todos hizo esclavo de su existencia.
Dicho esto, comienzo.
I
León III (795-816) Anales de un
Hechicero
En el año 800 un crimen contra el Futuro del Cristianismo
fue cometido en la Tierra. Acortando el resumen lo más breve: el obispo romano
le dio al mundo occidental cristiano un rey distinto al Rey que le diera Dios.
Es casi imposible entender la ejecución de un
acontecimiento del todo tan innecesario para la existencia de la Iglesia como
la Coronación de Carlomagno sin acudir a factores tanto humanos como no
humanos.
Por el lado humano es difícil comprender que quien debe
glorificar a su Señor sobre todas las cosas, antes y después de todas las
cosas, ayer, hoy y siempre, fuera ése precisamente quien despreciando la
Corona Universal de Jesucristo, por obra y gracia de Dios : “Rey Universal y
Único de la Creación entera”, ése mismo, siendo obispo romano, despreciara la
Elección de Dios en virtud de la cual fuimos todos los seres liberados de la
Obediencia a cualquier criatura, sea quien sea, llámese como se llame, provenga
de donde provenga, y sujetos exclusivamente y particularmente al Señor y Rey de
todos los Pueblos de la Creación de Dios, y en virtud de esta Gloria de su
Hijo, ante nadie, ni ayer, ni hoy ni nunca, los hijos de Dios, excepto ante el trono de Jesucristo, doblamos nuestras
rodillas; y precisamente porque fuera ése quien
utilizando la espada de Carlomagno, en lo material, y las Llaves del reino de
los cielos, en lo espiritual, bendijera la rebelión contra la Corona del Rey
sempiterno, bajo pena de muerte, de un sitio, por la espada material, y de
condenación al infierno, en lo espiritual, del otro, obligase al pueblo
cristiano a doblar sus rodillas ante una criatura de barro, polvo que se
desvanece al sol del Tiempo, y porque ése que se rebeló contra la Corona
Universal de su Señor reclamaba para sí los Títulos de “santo padre”, “divinidad”,
etcétera, títulos por los que el Diablo se lanzó en rebelión abierta contra
Dios Padre, y porque fue el obispo de Roma quien cometió tal ofensa contra el
Cielo y la Tierra: la Coronación de Carlomagno supuso un escándalo de tal
magnitud que se hace imposible pasar de largo volviendo la cara para otro
sitio.
Se me objetará que esa Rebelión fue el pan de cada día
desde que, en nombre del Imperio, Constantino hizo las paces con el Cristianismo,
y que aquella rebelión de los sucesores de los Apóstoles contra el Rey Universal
era por aquel entonces un hecho consumado en la iglesia bizantina, y nadie se
escandalizaba por el invento bizantino de “servir a dos señores” sin causar en
la Sabiduría de Dios un agujero negro.
Le responderemos a estos objetores que por el fin se
descubre la naturaleza de los hechos, y habiendo predeterminado Dios la Caída
del Imperio Romano cuando su Juicio entró en escena la
ejecución aplastó entre sus escombros a esa misma iglesia bizantina,
demostrando Dios que el pecador triunfa por el tiempo que dura su paciencia,
pero una vez que se colma el vaso y se derrama, la Sabiduría sigue su camino y,
como la Naturaleza embravecida no conoce más ley que la propia, y sería de
locos llevar a los tribunales a la atmósfera acusada de delito contra la
humanidad por enterrar bajo sus aguas poblaciones enteras, siguiendo esta
verdad omnipotente la Sabiduría borró del mapa a los inventores del servicio a
dos señores.
Observamos que la Iglesia Europea Occidental se mantuvo
firme en el Designio Apocalíptico contra el Imperio Romano, y, si estudiamos
detenidamente el movimiento desde Nerón a Constantino y desde Constantino al
último emperador de Occidente, observamos cómo, aún andando con el Emperador, la Iglesia Católica se mantuvo al margen del Imperio
y se dedicó a lo único que procedía: poner las bases sobre las que “el día después”
comenzaría el Reino de Dios su andadura hasta alzarse a los dos lados de las
aguas de la Tierra, entendiendo el Atlántico por estas aguas, como actualmente
vemos y así consta en los anales de la Historia Universal desde el mismo día
que naciera la Edad Moderna.
¡Cómo pudo perder la Fe en el Todopodero Rey del Universo aquel obispo romano ante el peligro del Islam batiendo
costas italianas!, y, ¡en qué se basó su confianza para babear de aquella
manera ante la idea de devenir el Amo y Señor de Italia!, y, ¡cómo pudo el
obispo romano consumar un acontecimiento que le significaba nada a la
existencia de la Iglesia en tanto que Esposa del Señor y Rey del Universo,
excepto haber encontrado la forma de hacer pasar el elefante por el ojo de la
aguja!...
Recordemos los hechos.
En el año 33 de la misma Era, el Dios de la Eternidad le
dio a todas las naciones cristianas de nuestro Mundo un Rey, su Hijo
Jesucristo, de manera que nadie en el Cielo o en la Tierra, nadie, tuviera
nunca que llamar rey y señor mío a un semejante. Este Acontecimiento se
comprende bajo la bandera de “Así en la Tierra como en el Cielo”.
En el 800 de nuestra Era, tentado por la Muerte con el
fruto dorado del poder teocrático, el obispo de Roma liberó a todas las naciones
cristianas de la obediencia al Rey de la Eternidad y puso a la Cristiandad a
los pies de su nuevo señor y amo, el rey de los Francos, Carlo Magno, un
bárbaro, un animal sin el menor conocimiento de las cosas divinas, pues de
haberlas tenido jamás hubiera aceptado la rebelión contra la voluntad de Dios
que le ofrecía el obispo romano. Este era el milagro: La Resurrección del
Imperio Romano de Occidente por obra y gracia del obispo romano.
Y éste su Pecado, pues contra la Ley de Dios : “Nadie
puede servir a dos señores, a dos reyes”, la Iglesia Romana puso a los
cristianos bajo el reinado de Carlo Magno, despreciando así la Ley de Dios, el
Único Señor y Rey de toda la Cristiandad.
Se me dirá, sí, pero los Cristianos habían estado sujeto a coronas desde el principio. Desde Constantino el Grande hasta Clodoveo, sin
dejar atrás la corona de los Visigodos Españoles ni de los Ostrogodos
Italianos, todos, sin excepción, lo mismo Españoles que Franceses, Alemanes,
Ingleses e Italianos, todos habían estado bajo la ley de una monarquía u otra.
¿Qué tenía de anticristiano la Coronación de Carlomagno?
La respuesta no puede ser más directa. Por supuesto que
el cristianismo nació bajo condiciones imperiales y la destrucción del Imperio
Romano de Occidente trajo en sustitución del cetro romano distintas coronas
bárbaras, pero impuesta a la fuerzas en Obediencia al Mandato Divino, que
ordenaba la Separación de la Iglesia del Estado, y la sujetaba a su Señor con
el Vínculo de la Cabeza al cuerpo.
Siendo Jesucristo el Rey de las iglesias la Iglesia se
abstuvo en la participación de la permanencia o cambio de aristocracia durante
los siglos que fueron desde Constantino a Carlo Magno, dejando en las manos de
Dios el Futuro de la Libertad de las Naciones Cristianas y su Obediencia a la
Corona del Rey Universal Sempiterno, JESUCRISTO. En Obediencia a su Rey y Señor
la Iglesia Católica, en unión con el Jefe del Magisterio de los Obispos, se
abstuvo de implicarse en la sucesión de las coronas, dejando en las manos de
Dios la abolición de todas ellas y la sujeción de todas las Naciones a la
Corona del Rey Divino.
Regresando a la Escritura, Dios había dado a conocer su
sentencia de muerte contra el Imperio de los Césares en el célebre pasaje del
Apocalipsis que habla de la Gran Ramera, la Gran Babilonia, etcétera. Y es que,
que un padre deje de pedir justicia sobre los cadáveres de sus hijos, tomando
esta relación padre-hijos como la existente entre Dios y los Primeros
Cristianos, es, de todas todas, una perversión,
primero: del Derecho y, segundo: de la concepción de la Ley. Y acorde a la
Veracidad de dicha Paternidad, Dios juró por su cabeza, dejando escrita su
Palabra en su Libro, que la Gran Ramera, la Roma de los Césares, se hundiría
sin salvación posible. De manera que a las iglesias lo que les tocaba era poner
los ojos en el “día después”.
Conociendo “la Parusía”, es decir, el apertura de la Edad
de las Persecuciones contra el Cristianismo, los hijos de Dios “de nuestro Mundo”
edificaron sobre el fundamento puesto por el propio Jesucristo en vistas “al día
después de la parusía”. La Parusía consumada, y en el dolor inmenso de ver la
sangre de sus hijos regando las arenas de los circos, Dios juró por su gloria y
nombre que ese Asesino, ésa Gran Ramera, Roma Imperial, se hundiría hasta el
mismo infierno. Y, mirando a ésa ejecución irrevocable escribió a sus iglesias
pidiéndoles que se apartaran de “la Gran Ramera” no sea que, siendo el designio
de Dios irrevocable, hallándose aún bajo su techo perecieran entre las ruinas
del Imperio.
Pero como la locura no es una patente exclusiva del
Diablo, la iglesia Ortodoxa Bizantina creyó haber encontrado la piedra
filosofal con la que hacer desistir a Dios de su Designio, y haciendo del
emperador de Bizancio su amo y señor, burlando de camino la Palabra de su Hijo,
la que dice que nadie puede servir a dos señores, creyeron los Ortodoxos poder
borrar del Libro de las Profecías la Sentencia contra el Imperio Romano de
Oriente. Y ésta fue la locura de la iglesia Ortodoxa Bizantina por muchas
razones. Primero porque pedirle a un padre que no pida justicia sobre el
asesino de sus hijos es, la verdad, ser cómplice del crimen. Y segundo, porque
siendo Dios quien había hablado, era locura total, no ya permanecer bajo el
mismo techo del emperador de Oriente sino meterse en su propia cama. El Juicio
de Dios contra la iglesia Ortodoxa Bizantina demostró con su severidad lo que
reflejan estas palabras.
Pero la Iglesia Católica aún habiendo sido seducida por Teodosio el Grande con la Idea de una Teocracia
compartida se mantuvo al margen del Imperio, y mantuvo la Fidelidad al Juicio
Divino que le pedía no inmiscuirse entre Su Justicia y el Imperio.
Y observamos que Dios cumplió su Palabra, el Imperio de
los Romanos fue demolido, el Día Después se hizo. Y habiendo vivido para
enfrentarse a ese “día después” la Civilización le debe su Resurrección única y
exclusivamente a la Iglesia Católica, y de aquí que la Civilización sea
Cristiana, y el día que deje de serlo dejará de ser Civilización.
Lo cual nos lleva, evidentemente, a la Idea de lo que sea
la Civilización, si un prostíbulo en el que el Dinero es Dios y regula la paz y
la guerra, o un Reino en el que la Verdad es el Fundamento y la Raíz de la Ley.
Algunos abogan por el revival de la civilización como un
prostíbulo donde todos se acuestan con todos y el dios de todos es el Dinero, y
lo llaman Alianza de las Civilizaciones. Otros abogamos por una Alianza
Cristiana Universal regulada por la Verdad como Fundamento de la Justicia. Esta
tensión, sin embargo, existe desde que los Bárbaros quisieron, contra Dios, y
porque eran bestias, resucitar la Idea de la Civilización acorde al Imperio que
ellos mismos echaron abajo.
Esta presión, yendo en aumento, fue la que determinó la
naturaleza del juego de fuerzas que arrastró al obispado romano a aceptar como
buena la idea que sus predecesores despreciaron por contraria a la Sabiduría de
su Señor, no otra que la Idea de la Teocracia Compartida que le pusiera en las
manos a la Iglesia de Occidente en su día Teodosio el Grande.
El hecho es que la Roma de los Césares se hundió
bajo el peso de sus crímenes contra los Primeros Cristianos, según lo anunciara
el Señor Jesús en el Libro de sus Profecías. Y de repente, cuando nadie se lo
esperaba, porque nadie podía creer que aquel que a sí mismo se llamaba Sucesor
de San Pedro se atreviera a hacerlo: ¡coger las llaves que abren las puertas
del Cielo y convertirlas en espada del Infierno!, el santísimo León León León -porque no uno sino
hasta tres leones llevaba dentro- desenterró lo que Dios enterró, ¡el Imperio!,
demostrando contra Dios que el Sucesor de San Pedro era más que Dios.
Dios resucitó a un hombre, pero el Papa, ¡el Papa
resucitó un Imperio!
Bajo la protección de su nuevo rey y señor aquel Santo
Padre vivió otros dieciséis años. Y pues que todo el mundo conoce la letanía de
crímenes que expió aquel siervo de la Muerte, al quitarle a Jesucristo lo que
le diera su Padre, no voy a elevar del Infierno la memoria que en el infierno
duerme. Su nombre era León, su número el 3 de su especie. He aquí una biografía
romana sobre tan santo varón.
San León III
Notas de C.R.: Según avancemos hasta donde
el estómago nos permita el aguante de las náuseas iremos notando cómo la manipulación
de los hechos por los historiadores oficiales de la iglesia romana brilla desde
el principio, de manera que a sus santos criminales no les asigna a ninguno de
ellos fecha de nacimiento. Es más, para encubrir los divinos delitos de sus
amos esta ignorancia se hace más manifiesta en correspondencia al número y la
gravedad de sus crímenes, como si dijéramos que existe una ley de
correspondencia entre la necesidad de silencio y el imperio de la ignorancia,
cuya igualdad hubiera de dar lugar a la lobotomización de las masas católicas, justificando de esta manera odiosa el obispo romano lo
que Dios no excusó en el propio Diablo.
También, y todo es bueno decirlo, sujeto el mundo
cristiano entero a la ignorancia, el hecho de salir a luz la historia de los
crímenes de aquellos que debieron ser imagen viva de Cristo entre nosotros no
implica más que el efecto debido al conocimiento, sin el cual es imposible que
pueda haber un criterio justo y preciso sobre la naturaleza de las fuerzas
puestas en marcha contra la Unidad de las Iglesias. Basta abrir la Enciclopedia
Católica para contemplar con los ojos de la cara cómo el delito fundamental en
la base de la transformación del obispado romano en rebelión abierta contra el
Rey del Cielo -aunque en la ignorancia del delito cometido- es el punto de
arranque de la justificación de unos hechos delictivos que, si en cualquier
persona humana bastaran para mil cadenas perpetuas, en el obispo romano son
perdonados, absueltos y por consiguiente expuestos como modelo de conducta
para sus sucesores, algo que se demostrará en los siguientes capítulos sin
necesidad de recorrer todo el espectro.
Aquéllos que debieran conocer más que nadie estas cosas,
abren la bío de este rebelde contra la Elección del Rey Universal, diciendo:
“Fecha
de nacimiento : desconocida. Muerte: el 816”.
Es decir, conscientes de estar comulgando con una rueda
de molino pasan lo más rápidamente posible por el tema, buscando no contagiarse
con las memorias de alguien sobre el que pesara delito de hechicería y
asesinato en serie de todos sus rivales, cuya muerte, sin embargo, justifican,
demostrando con esta justificación que la justicia no es ... pero entremos en
detalles.
El 26 de diciembre del 795, el mismo día en que fue
sepultado Adriano I, elegía Roma por unanimidad a su sucesor. León
III fue coronado a la mañana siguiente; e inmediatamente el nuevo Papa envió a
Carlomagno, junto con la noticia de su elección, las llaves de la tumba de San
Pedro y la enseña de Roma, dando a entender así, inequívocamente, que reconocía
su título de Patricio de los Romanos y su supremacía real.
(En cristiano, para entendernos, que el Papa se bajó los
pantalones y puso su culito al servicio de su majestad. ¿Temió el Papa que
ciertos rumores malévolos hubieran indispuesto al rey de los Francos contra su
elección llena de gracia?)
Supuestos sobreentendidos desde la respuesta del monarca
podrían hacerlo pensar: «Mantened con firmeza los santos cánones de los
concilios -les recomendaba el rey a los mismísimos cardenales y obispos,- es
decir, ¡a Cristo!- y poned todo vuestro empeño en permanecer fiel a las reglas
de Vuestros Padres, a fin de que brille vuestra luz entre los hombres». (¡Qué
sabio el bárbaro, ni el propio Salomón!).
Aquella prisa que se dio León por asegurarle al rey su
deferencia le indispuso gravemente con los amigos de su predecesor, que tan
susceptible se había mostrado en lo tocante a las prerrogativas sobre los
Estados de la Iglesia. Interpretaron dicho gesto como una provocación,
justificando así una hostilidad cada vez más enconada. Hasta el extremo de que,
en el año 799, durante una procesión, se arrojaron sobre el Papa, intentaron
arrancarle los ojos y cerca estuvieron de asesinarle.
Aunque seriamente maltrecho, consiguió León escapar y
refugiarse en Paderborn, poniéndose allí bajo la
protección de Carlomagno. Éste le facilitó su regreso a Roma con una gran
escolta, y no tardó en seguirle en noviembre del año 800 para restablecer el
orden y castigar a los culpables.
(Cómo no. París bien merece una misa, dijo uno. Y Roma la
violación de la madre de Dios, dijo otro. ¡Ay ay cuando el Hijo de esa Señora venga y comience a juzgar por las palabras, los
pensamientos y las obras a cada uno de sus siervos! Mejor no verlo. Por nada
del universo me quisiera ver ese día bajo la sotana del obispo de Roma).
Y bueno: Comenzaba el invierno. Carlitos estaba en Roma
disfrutando de la bondad relativa de su clima, cuando a León Tercero le
llegaron rumores, procedentes de Bizancio, que él entendió en el sentido de que
el trono imperial había quedado vacante. Persuadido de que volvía a
corresponderle al Papa la facultad de disponer de la corona -y quizá contento
en su fuero interno por poder engallarse frente a Bizancio- León III preparó
con toda resolución un gesto espectacular. El día de Navidad, cuando Carlomagno
y todo el pueblo se hallaban en la catedral, el Papa -inesperadamente- puso una
corona sobre la cabeza del monarca, se prosternó ante él e invitó a la multitud
a que aclamara al nuevo emperador.
(Lo de inesperadamente viene tan inesperadamente como el
fraude de la Donación de Constantino. ¿Pero quién es el demonio que se
escandaliza de las diabluras del diablo?)
El Santo Imperio Romano acababa de nacer como una
resurrección -en el ánimo del Papa- de aquel Imperio desaparecido en el 476.
Sin embargo, el gesto del pontífice era ambiguo. León se atribuía el derecho de
consagrar al emperador, lo que le situaba por encima de él.
Carlomagno no se dejó confundir y, aunque en aquellos
momentos no lo exteriorizara, no le gustó lo que hizo el papa. (¡Pobrecito, un
pañuelo para el Salomón de los Francos! ¿No habéis leído jamás la historia de
los Carlitos Ripuarios? Eran unos angelitos. Un día
que me encuentre a gustito en mi sofá sin respaldo os voy a traducir las gestas
de los Carolingios. Aunque si se mira para atrás y se saca billete para la
película de los Merovingios la de los Carolingios ya no resulta tan divertida.
Es una pena que en un mundo regido por editores a cual más piiiiiiiiiiii...
los Césares se lleven los gritos y los Bárbaros el silencio).
Pasado el tiempo Carlos diría que de haber podido prever
lo que iba a pasar no hubiera puesto aquel día sus pies en la Iglesia. (¡A
otro circo con ese chiste, payaso!). Muchos historiadores afirman, por el
contrario, que la coronación estuvo perfectamente convenida y que lo único
anómalo fue que el Papa precipitó el momento de realizarla... (¿Tenía prisa por
evitar que Carlitos se echara atrás si comprendía que al investirse rey de los
cristianos destronaba a Jesucristo? Además, a un bárbaro lo que le convenía era
matar, matar, matar, no pensar. Pensando llegaría al “Pienso, luego existo” y
se armaría la guerra mundial).
El Papa había ido demasiado rápido. (Así dice el historiador
mercenario lamiéndole el culito a su “divinidad el santo padre”. Leed:) Si se
hubiera informado mejor habría sabido que Bizancio seguía teniendo su
emperador. Carlomagno tendría que darse por satisfecho con ser solamente
emperador de Occidente. (¿Quién es el tonto?)
Todo el episodio viene a demostrar que el Papado no se
resignaba a renunciar a la vieja idea de una Iglesia imperial. Quiso León
recrearla en el instante en que sus relaciones con Bizancio eran más débiles
que nunca y lo que hizo fue provocar un problema dramático: el establecimiento
de unos lazos funestos que contenían el riesgo de atar a la misma Iglesia. Y
una vez trabada tardaría siglos en soltarse. (¿Un problema dramático? Puaf, una rebelión contra Dios y su Rey un problemilla entre cagada y meada. Aquéllos cronistas vaticanos...).
León III vivió dieciséis años más desde la Navidad del
800. (Así cualquiera). En el año 804 León III franqueó de nuevo los Alpes para
entrevistarse con Carlomagno en Francia, en Aix-la-Chapelle. (Je t´aime Charles, je t´aime, mon amour, ne me quitte pas, je suis á toi, ne me quitte pas... Qué malo que soy. Os dejo con los amigos más
fieles -¡quién dijo que el perro es el amigo más fiel del hombre!- de aquel
Papa). También reforzó las relaciones con los cristianísimos reyes de Inglaterra.
Y… blablablblablablabla…
no hubo templo que no se beneficiara de su inclinación por las
restauraciones…
….blablablablabla... León
falleció en la Ciudad Eterna - moriturum te salutam... el 12 de junio del 816, y la Iglesia dedicó este
día para honrarle como santo”.
No habéis caído en una trampa. Sólo que esto, llamarse “el
primero de los cristianos, el único que por derecho es verdaderamente católico
y arrodillarse ante un hombre de carne y hueso”, la verdad, me revuelve las
entrañas. Tal vez el padre y la madre de un monstruo no vean a la criatura con
los mismos ojos que los familiares a los que ese monstruo les devora sus hijos.
Tal vez desde el punto de vista de los familiares de esos padres se deba
disculpar al monstruo en razón de sus padres. Queda muy bonita la misericordia
para el diablo. Pero Dios, y aunque el mismísimo Satán era hijo suyo, ante la
enormidad de su crimen no dudó en firmar contra la Serpiente que Satán llevaba
dentro sentencia de destierro eterno de su Creación. Así que no enfrentemos el
amor a Dios con la Verdad.
En la brevísima bío del santo padre León III que acabáis
de leer sus crímenes y matanzas no han sido tocados. Cuando lleguen no penséis
que las víctimas fueron todos unos malvados que se merecían que los masacraran.
Fue la Iglesia Católica Italiana la que se levantó en rebelión para deshacer lo
que el duetto León-Carlos fabricara. En breve
tocaremos este asunto. ¿O no os rebelareis vosotros contra la Unción de un rey
sobre vosotros una vez que Dios nos ha dado a todos su Hijo por Rey Universal y
Sempiterno? Si tenéis agallas para conocer la verdad, seguidme. Si preferís lo
malo conocido a lo bueno por conocer, el infierno os pertenece, no seré yo
quien os lo arrebate.
Nuestra querida E.C., modelo de deontología profesional
para la Historia, nos dice que:
“Empujados por los celos, por la ambición o por
sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano
I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio”.
Dignos criados de su amo romano, estos cronistas al por
mayor y a sueldo del Vaticano pasan por alto el detalle básico, primordial,
trascendente alrededor del cual girarían los crímenes de este Papa y de sus
inmediatos sucesores contra sus propios hermanos en Cristo, o se supone que
debían serlo : los Obispos.
La iglesia romana, espina dorsal de la Iglesia Católica,
Cuerpo de Cristo, había sido liberada de cualquier sumisión a un poder imperial
humano gracias a la Caída del Imperio de los Césares. La sumisión de este Papa,
elegido por los propios Francos para sacralizar su Imperio, no podía sino
causar entre los obispos católicos italianos un escándalo de inmensas
proporciones. La historia de la sucesión leonina pone de relieve la guerra
civil entre el obispo latino-romano contra una iglesia católica italiana que,
obedeciendo a su Cabeza, Cristo, no podía permitir que donde Dios puso Rey el
obispo romano quitara y pusiera emperador.
Sobre este detalle básico ningún historiador oficial
entra ni a saco ni sin saco, siendo empero esta contienda obispo latino-romano
versus iglesia católica italiana la clave de todo el proceso. Comulgando con el
diablo los historiadores vaticanistas justifican la masacre ordenada por
el “Santo Pontífice” tras la muerte de su rey y Amo, diciendo:
“Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta
ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico.
Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados”.
La primera conspiración acabó con el exilio de todos los
conspiradores gracias al freno que el emperador puso a la cólera de su
todopoderoso siervo. Muerto el señor su criado se encontró con las manos libres
para despachar al infierno tantos cuantos obispos, cardenales y demás simiente
maldita -según su manual de entendimiento divino le impuso a su conducta-
quiso. Matanza que no acabó con la ejecución de tan divinas cabezas. La
conspiración era italiana en su conjunto. Y porque la Independencia robada por
el obispo romano en unión a que los ejecutados eran sus familiares, la nobleza
se alzó en guerra. Que perdió bajo los cascos del Defensor y Protector del
Rebelde a la Corona de Jesucristo, cuya Universalidad había sido perdida en
favor de la de su Siervo Rebelde: el Obispo de Roma.
Dicen los jueces misericordiosos de semejante “papa”
homicida, y hechicero según cuentan otros, que la generosidad de la que hizo
gala León antes de morirse, se debió a los tesoros que Carlomagno puso en sus
manos como recompensa a la legitimación de su delito contra el Cielo.
Muy generosos son los historiadores oficiales del
obispado romano.
Hacen de la memoria olvido y ocultan bajo su
misericordioso juicio que el exilio, a que condenara el “Santo Padre León III”
a cardenales y obispos italianos rebeldes a la Coronación del Franco, fue
seguida de la lógica privatización a su favor de todos sus bienes y riquezas,
que no debían ser pocas dada la indisoluble unidad entre la nobleza y la
iglesia italiana. Expropiación contra los obispos y nobles de esta segunda
revuelta que, aunque tuviera por beneficiario al vencedor directo, en ningún
caso podía dejar fuera del despojo y repartición al “santo padre”. Un santo en
toda la regla, como se ve. Razón por la que fuera canonizado en el 1673 por un
admirador, el Papa Clemente X.
Este Clemente, según su bío, fue un viejo medio chocho
que, más santo que el Juez Todopoderoso, se limitó a bendecir y santificar a
diestro y siniestro, de esta manera cerrando cualquier crítica contra sus
predecesores.
Una vez santificado aquel Hechicero al servicio del rey
de los Francos, y el delito de crítica puesto bajo pena de Infierno, a ver
quién era el gracioso que se atrevería en el futuro a denunciar el Complot
criminal por el que el obispo de Roma se alzó sobre toda la Iglesia Católica,
después de acabar con la iglesia italiana, deviniendo de esta forma Cabeza
Espiritual del Mundo Cristiano, ejercicio que sólo le corresponde al Hijo Unigénito
de Dios.
Ya veremos en el futuro inmediato cómo excusa este Delito
su sucesor vivo. Será interesante ver al obispo romano justificar ante el
Tribunal de los hijos de Dios el haberle sustraído a Jesucristo la Obediencia
sempiterna de todos los cristianos, para ponerla a los pies de un humano.
Esta Sustracción – la Independencia de la Italia Cristiana Medieval
- y ninguna otra causa fue el origen de la guerra civil entre la nobleza italiana
y la iglesia romana, que acabara ganando ésta mediante la conversión de
su jefatura sacerdotal en un arma asesina de la mejor escuela pagana. Sus
sucesores, sin embargo debieron seguir aplastando obispos y cardenales rebeldes
a la legalización de la Sustracción Romana.
Y es que los Cronistas del Papado, negándose a sí mismos,
si al principio dijeron que León III fue elegido por unanimidad, enseguida
ante el escándalo de sus crímenes, quedando sus culos al descubierto, la
verdadera puerta por la que se entraba en la Escuela de Historiadores del
Vaticano, y no sabiendo cómo ocultar la muchedumbre de sus crímenes y la guerra
civil por la Independencia de Italia y la Corona de Jesucristo por parte de
nobles y obispos italianos, los perros vaticanistas pasaron, y siguen pasando,
de largo lo más rápido posible por un acontecimiento cuya naturaleza se les
escapa y cuyas consecuencias no eran de su asunto.
Ahora bien, nadie interprete este juicio por sentencia. Es
sólo natural que el crimen le cause náuseas a quien, a pesar de sus defectos,
ama al Espíritu de la Verdad sobre todas las cosas, tal cual al Cristiano
Verdadero le causa sin necesidad de Deber, mediando únicamente la Naturaleza de
la Fe, la Obra del Diablo repugnancia indescriptible.
Lo que no es natural es que el criminal pida para sus
crímenes complacencia, porque fueron hechos en nombre de la Iglesia, lo cual es
decir que Jesucristo impuso por obra de su Doctrina la pena de Muerte contra
todo el que se alzara contra las obras de sus Discípulos, fueran éstas o no
fueran hechas acorde al espíritu de Dios y sí o no a imagen de las obras del
Diablo.
Existen distintos modos, pues, de entrar en el tema de la
Historia de la iglesia romana. Una es, como ya he dicho, con el culo al aire y
dispuesto a todo con tal de vivir como perro comiendo de la miseria que se le
cae de la mesa a su amo, los Cardenales y Papas romanos, y la
otra es la de quien amando la Verdad sobre todas las cosas y sabiendo que Dios
es Verdad, en ejercicio del Espíritu de la Inteligencia de quien es engendrado
en la Fe para la Gloria de su Creador, se atiene exclusivamente a la Sabiduría,
en desprecio total y absoluto de toda Teología de Justificación del Crimen.
Es desde esta perspectiva que, con el Libro de la
Historia en una Mano, y con el Libro de Dios, en la otra, se sobreentiende, sin
espacio a la Duda ni a la Discusión, que el Argumento en la Base de la Bío
Criminal de León III tuvo como Tema la Independencia de Italia, de un sitio,
por parte de la Nobleza Italiana, que se perdía con la Coronación del Francés,
y de la Libertad de la Iglesia al Servicio de su Rey y Señor, Jesucristo,
puesta a venta por el Papa al rey de los Francos, con la cual el Obispo Romano
cometía un Delito contra la Ley De dios expuesta, a saber : “Nadie puede servir
a dos señores”, es decir, a dos reyes.
Sin darle orejas a este Argumento, en orden a lo cual la
estructura vaticana le cortó las orejas a todos los católicos, es imposible
entender la perversión en la que cayera el obispado romano, hasta entonces
recorriendo la línea entre el bien y el mal como el que hace equilibrio en la
cuerda floja pero siempre manteniendo la Obediencia a la Ley de Dios de un
Único Señor, un Único Rey, como norte de su conducta.
Italia era soberana desde el nacimiento de Roma. La Caída
del Imperio de los Césares sucedida, en cumplimiento a la profecía Apocalíptica,
no había cambiado en absoluto el status quo de soberanía del Italiano sobre su propia tierra, si bien ésta
había quedado a merced de las hordas invasoras que de cuando en cuando asolaron
su territorio.
Los Ostrogodos se quedaron, y más tarde los Lombardos;
los Bizantinos se repartieron la Península; mas este
estado de constante Invasión jamás dio lugar a un estado de Integración cual
sucediera en Francia con los Francos y en España con los Visigodos. Los
Italianos se mantuvieron en estado de Guerra de Libertad desde que cayera el
último de los Césares, y el Obispado Romano, quien no lo diga no es justo con
la Verdad, se puso a la cabeza del movimiento de la Libertad de Italia desde el
mismo principio. La Italianeidad del Papado desde
León I hasta Gregorio I es harto famosa, y lo dice todo sobre la relación entre
los poderes italianos y el obispado romano.
Frente a Ostrogodos, Bizantinos y Lombardos el Papado fue el garante de la identidad Italiana. Tanto es así que la identificación se hizo nacional, deviniendo el Obispado Romano propiedad de la Nueva Nación de los Italianos. Italia Post-Imperial era una Nación que buscaba su Nuevo Status Quo en el
Futuro después de la Caída y miraba su Destino desde la Posición Central que le
daba la Condición Espiritual del Obispado Romano en el seno de un Obispado
Católico Internacional en continuo Crecimiento.
La relación Pueblo Italiano-Obispado Romano se había
reflejado en la Lucha por la Independencia Romano-Italiana desde las Invasiones
hasta los días de los Merovingios. Con la Caída de los Bizantinos y el Declive
de los Lombardos el pueblo italiano y la iglesia romana veían delante de sí
grandes días de libertad y de progreso.
Aunque el obispado romano había bendecido el traspaso de
la Corona de los Francos de los merovingios a los Carolingios, esta bendición
no había atentado jamás contra la Independencia italiana, al contrario, le
había buscado un protector, por así decirlo. De todos modos la nobleza secular
y laica ítalo-romana se mantenía en guardia ante la potencia en aumento del
reino de los Francos.
La lucha de los Francos contra los Lombardos había sido
realizada bajo la bandera de la libertad eclesiástica. Los Francos entraban en
Italia, reestablecían el orden en defensa del Papado contra los Lombardos, y
regresaban a sus cuarteles. El peligro de una Invasión permanente estaba en el
aire, y ahí se podía quedar siempre mientras el Papado y la Nobleza Italiana
actuasen como un sólo hombre. Pero ¿qué pasaría si una facción italiana buscase
su apoyo en la corona de los Francos con el objeto de alzarse absoluta sobre
los poderes de Italia? ¿Y si el que lo hiciese fuera un poder eclesiástico?
Estamos hablando de Guerra Civil.
Italia no se sometió jamás a los pueblos que asentaron
sus ejércitos en su territorio. No se casó con el Ostrogodo, no se casó con el
Bizantino, y se mantenía en reconquista contra el Lombardo. El único apoyo de
Italia había sido el Papado, con el que Italia se había hecho una sola cosa. La
influencia material y espiritual del Papado había hecho del Obispado Romano un
Poder entre los poderes de Italia, pero un Poder tan íntimamente ligado al
Interés Nacional Ítalo-Romano que ni en el más malo de los sueños se le ocurrió
a la Nobleza Italiana, secular y laica, que el Papa pudiese vender la recién estrenada
Libertad Italiana, una vez los Lombardos vencidos, a cambio de un Poder
Absoluto.
En el orden de la política carolingia, la sujeción de la
Península Itálica a la Corona Franco-Germana, vista la naturaleza republicana
de las Ciudades-Estados Italianas, enemigas todas de la Monarquía y amantes
apasionadas del Estado Republicano, representado en el Papado Romano, que a sí
mismo se consideraba “una República”, la Adhesión de Italia a la Corona
Carolingia únicamente se le presentaba posible a Carlo Magno bajo la ley de una
Teocracia Pontificia cuyo brazo armado sería el Emperador. Lo cual implicaba,
por necesidad, la Coronación Imperial. Y como efecto colateral, la masacre de
la Nobleza Italiana, secular y laica, que habría de levantarse contra la
Adhesión de Italia al Imperio.
Lo que Carlo Magno concebió fue un golpe de Estado. Su
realización exigía la elevación al obispado romano, cabeza material y
espiritual de la Nobleza Italiana, de un Papa títere dispuesto a venderse al
Diablo por el Poder Teocrático Absoluto a cambio de Treinta Monedas de Plata.
La elección, ciertamente, tenía que recaer en un sujeto sin escrúpulos, un “italiano”
que no le temiese para nada a los actos criminales que en defensa de su Corona
Pontificia habría de ejecutar contra Obispos y Nobles de Italia. Tal había de
ser el hombre elegido por el Carlos de los Francos para suceder al último de
los Obispos “republicanos”. Ahora bien ¿encontraría Carlo Magno entre la
Nobleza Romana un italiano vero dispuesto a hacer de Judas?
El nombre del padre de su elegido, Atyuppius,
de un sitio, y del otro el silencio del Libro de los Papas sobre la
raíz italiana del futuro Papa, dejan en claro que conociendo Carlo Magno que
ningún italiano vero se aprestaría a vender Italia a los
Francos a cambio de una Teocracia Imperial Títere, Carlos buscó entre la
miseria al gusano que habría de transformarse en la Mariposa del Siglo, el hijo
del tal Atyuppius, un santurrón beato, sacerdote, a
sueldo del Obispado Romano, sin futuro en la Curia, y en consecuencia, libre
del peso de la historia, que se dedicaba al oficio espiritual cristiano de
repartir limosnas, curar almas, etcétera. Un santón, el títere perfecto al que
apoyar desde el anonimato, vestirlo de popularidad con los tesoros reales, todo
bajo cuerda, hasta hacer posible lo imposible, que un inmigrante, un don nadie,
se alzara como Papa.
Cuando, pues, el Italiano, secular y laico,
descubre la traición del Nuevo Papa, es ya demasiado tarde. La Coronación del
rey de los Francos como Emperador significaba la Adhesión de Italia al Imperio
de los Carolingios. La Independencia durante siglos mantenida a sangre y fuego
contra todo tipo de invasores y conquistadores del momento, es en un segundo
volada por los aires. El pago del Emperador al Papa era la “corona material de
Italia”. No es extraño, en consecuencia, que antes de que el Pacto de este
Judas se firmase con la Coronación Imperial, la Nobleza, secular y laica, se
alzase contra el Papa Títere del Franco, y alzándose contra él le sacasen los
ojos, la lengua y hasta el corazón. El Delito era de Traición contra la
Independencia de Italia y Rebelión contra la Corona de Jesucristo. El Papado
pasaba a servir a dos señores.
Que León III era un Judas se ve de la absurda historia de
su milagrosa recuperación de sus ojos y de su lengua tras el asesinato
frustrado del que fuera objeto. Que un hombre de Dios hiciera correr semejante
absurdo da cuenta de la opinión que se merecía a sus ojos el Cristiano y la Fe.
Ni el cristiano ni la fe eran nada para León III; para
León III sólo una cosa tenía valor : El Poder y las Riquezas que le vendrían de
la Teocracia Imperial que compraría vendiéndole Italia a Francia. No ya sólo
porque gracias al Brazo Armado del papado, el Imperio, los Estados Pontificios
quedarían firmemente defendidos e incrementados incluso con donaciones
imperiales, sino que además mediante la masacre de la nobleza, secular y laica,
el tesoro del Papado se subiría por las nubes. ¿A quién le extraña que
descubriendo la identidad del Padrino del Nuevo Papa la nobleza italiana se
alzara para deshacer la Venta de su Independencia ya firmada?
¿Su Coronación Imperial le cogía por sorpresa a Carlo
Magno?
Hay que ser un verdadero bobo en las cosas de la Historia
y la Política, es decir, un Católico, para no ver que la elevación de un
inmigrante plebeyo desde la base sacerdotal al Papado, directamente, implicaba
la consumación de un trabajo arduo durante años promovido con un sólo fin : La
Resurrección del Imperio Romano de Occidente.
Y, en fin, sobre este tema podríamos estar soltando tinta
hasta el día del Juicio Final. Nada justifica el Crimen, es la
conclusión. La Vida de Carlo Magno, de un sitio, y la del Papa
León III (en Inglés) sirven de referencia al tema; pero todo hijo de la
verdad debe guiarse por la Inteligencia del Espíritu y jamás por las crónicas
de los historiadores, ya oficiales como rivales; los unos y los otros sirven a
sus amos y si unos buscan ocultar sus delitos, crímenes y defectos, los otros
buscan enterrar sus virtudes y sus talentos. Hay que sopesar ambos extremos y
desde la posición del que observa sumergirse en el origen de los hechos, a la
búsqueda de la causa de la que ésos hechos son su efecto. En este orden,
olvidar la parte que en León III y en el Obispado Romano posterior tuvo la
Lucha contra el Naciente Imperio del Islam, que ya por las fechas amenazaba con
sustituir el poder de los Lombardos, frente a cuya suerte la elección entre los
Carolingios Cristianos y los Musulmanes Africanos se decidió por los primeros,
este olvido sería un acto incongruente con el espíritu de la verdad.
Veamos:
611. Mahoma comienza su prédica.
635. Los árabes ocupan Damasco.
637. Ocupan Jerusalén
647. Expulsan a los bizantinos del norte de África. Y
conquistan Tripolitania y Cirenaica.
649. Ocupan Chipre.
654. Conquistan Rodas.
655. Derrotan a la poderosa escuadra bizantina en la batalla
naval de Licia.
669. Invaden Sicilia
697. Toman Cartago.
711. Invaden la península ibérica.
712. Conquistan Sevilla y asedian Mérida.
724. Llegan al sur de Francia.
732. Carlos Martel vence en Poitiers a un ejército
musulmán.
734. Ocupan Pamplona.
737. Carlos Martel los derrota en Arlés y Narbona.
739. León III el Isáurico los
vence en Akroinón.
794. Alfonso II de España los vence en Lutos.
795. Carlomagno conquista Gerona.
Entre los años básicos dibujados las flotas musulmanes ya
habían invadido las costas italianas y visitado la misma Roma a fuego y
hierro. ¿La propia naturaleza republicana de la nacionalidad italiana no
exponía a la Península Itálica, de no proceder a su defensa un Poder Superior,
a la suerte de la Península Ibérica? ¿Qué otro Poder podía ser ése sino el
Poder de la estrella del Momento?
Pero no saltemos de una dimensión a otra como quien busca
marear la perdiz y establecer sus argumentos sobre arenas movidizas.
Que los historiadores oficiales ha enterrado esta Lucha
Sangrienta entre Italia y el Papado en la base del Imperio de Carlo Magno se ve
de la biografía modelo que copio a
continuación. Su autor, García Villoslada, prototipo de los historiadores
vaticanistas, entierra crímenes y guerra civil italiana contra el Papado, con
estas frases lapidarias:
“Al morir el pontífice Adriano I, cuenta Eginardo que
«Carlomagno lloró, como si hubiera perdido a un hermano o a un hijo querido», y
mandó hacerle un magnífico epitafio, del que son estos versos:
Post patrem lacrimans Carolus haec carmina scripsi:
Tu mihi dulcís amor; te modo plango, pater...
Nomina iungo simul titulis clarissima nostra;
Adrianus, Carolus; rex ego tuque pater.
El elegido para suceder a Adriano fue León III, que
recibió la consagración al día siguiente (27 diciembre 795) sin pedir la
autorización de Bizancio.
Había nacido en Roma—nos cuenta el Líber Pontificales—y
fue educado desde niño en el palacio de Letrán, donde estudió el Salterio, las
Sagradas Escrituras y todas las ciencias eclesiásticas. Esta educación parece
indicar que no pertenecía a la nobleza romana. Cierto es que el nuevo papa, ya
fuera por sus orígenes, ya por su política distinta de la de su antecesor,
tenía enemigos en el patriciado y en la misma curia, por lo cual se apresuró a
renovar la alianza con Carlomagno. Inmediatamente le dio cuenta de su elevación
al trono pontificio, enviándole las llaves de la Confesión de San Pedro y el
estandarte de la ciudad, símbolo del mando militar. Al mismo tiempo le rogaba
que mandase uno de los magnates de Francia, el cual recibiese el juramento de
fidelidad de los romanos. ¿No era esto considerarse vasallo de Carlos y acatar
su soberanía? ¿Tanto como eso se debía en derecho al que llevaba el título de Patritius Romanorum? Es verdad
que Carlomagno ya en tiempo de Adriano exigió que los romanos le jurasen
fidelidad como al papa, inspeccionó el gobierno pontificio e hizo acuñar moneda
en Roma. Adriano, reclamando siempre su plena soberanía, trató de evitar los
roces con fina diplomacia.
Pero en este momento era el Romano Pontífice el que se
adelantaba a prestarle obediencia y fidelidad, sin duda para prevenir los
peligros que le acechaban. Es importante la contestación de Carlomagno. Empieza
alabando al difunto papa Adriano, felicita luego a León por su alta dignidad
apostólica y le amonesta que se mantenga dentro de sus atribuciones
espirituales. Él, Carlos, luchará en la llanura contra los enemigos externos e internos
de la Iglesia; el papa cumpla su obligación de orar en la montaña, como Moisés;
y de este modo las relaciones mutuas se desenvolverán en perfecta armonía.
Termina dándole consejos de honesta y santa vida, conforme a los santos cánones
y reglas de los Padres. Cualquiera diría que el papa es un simple capellán del
rey de los francos. El tono de la carta es poco cordial. ¿Tendría Carlos acaso
informes desfavorables de León III, a quien por otra parte el Líber Pontificalis ensalza por sus muchas virtudes?
Veamos qué es lo que pasaba en la Ciudad Eterna. Una
sorda agitación se dejaba sentir entre los parientes y oficiales del papa
difunto, contrariados ahora en sus sueños de ambición o de interés. Alcuino
alude a discordias y perturbaciones en Roma. Estas culminaron en las escenas de
tragedia que tuvieron lugar en las calles de la ciudad el 25 de abril del 799.
Era por la mañana, cuando León III, montado a caballo, se trasladaba de su
palacio de Letrán a la iglesia de San Lorenzo en Lucina, de donde había de
arrancar la procesión litánica para el oficio
estacional en San Pedro. De pronto, mientras la comitiva pontificia pasaba
frente al monasterio de San Esteban y San Silvestre, dos altos funcionarios, el
primicerio Marcial, sobrino del papa anterior, y el sacelario Cápulo, detienen súbitamente al Pontífice, excusándose de no tomar parte en la
ceremonia. Eran dos traidores, que habían dado la consigna a los conjurados. Un
grupo de hombres armados, apostados en emboscada, se precipitaron sobre el papa
y le arrojaron del caballo. Sobrecogidos de pánico y sin armas, los que
formaban la procesión se dan a la fuga. Entre tanto los agresores apalean al
Pontífice y tratan de vaciarle los ojos y arrancarle la lengua. El Líber Pontificalis y el Martirologio, en el que se incluyó a San
León III en el siglo XVI, afirman que recobró ojos y lengua milagrosamente. Los
Anales de Eginardo dicen cautamente: «erutis oculis, ut aliquibus visum est», y la Gesta Episcoporum neapolitanorum asegura que tan sólo le hirieron levemente en un ojo.
Molido a golpes y despojado de sus vestiduras, le
encierran en el monasterio próximo, y al anochecer le conducen con nuevas
brutalidades al otro extremo de Roma, al monasterio de San Erasmo en el monte
Celio. Aquella noche, gracias a la fidelidad del camarlengo, pudo fugarse de la
prisión y refugiarse en San Pedro, de donde, ayudado por el duque de Espoleto y otros partidarios de Francia, se encaminó en
busca de Carlomagno. El rey de los francos se encontraba entonces muy lejos, en Paderborn. En aquella ciudad le recibió muy
atentamente, prometiendo hacerle justicia. El autor de la Gesta Episcoporum neapolitanorum, que
escribía a fines del siglo IX, pero bien informado, afirma que en aquella
ocasión prometió León III a Carlomagno, si le defendía contra sus enemigos,
coronarle con la diadema imperial.
Con una gran escolta de condes y obispos francos regresó
el papa a la Ciudad Eterna en noviembre del 799. Los revoltosos no se
aquietaron y asumieron el papel de acusadores, lanzando contra León III graves
calumnias. En lugar de rechazarlas de plano, como lo hizo Alcuino en la carta
108, Carlomagno ordenó se abriera una información, y para esclarecer el asunto,
él en persona se presentó en Roma el 24 de noviembre del 800. ¿No iría también
para realizar todos los planes tratados con León III en Paderborn?
Algo debía de sospechar Alcuino cuando escribía que el pájaro solitario no
había podido alcanzar lo que allí tramaron el León y el Aguila.
Rindió Carlos homenaje al Romano Pontífice, y rogó a los obispos, abades y a la
nobleza de los francos se reuniesen en asamblea pública en la basílica de San
Pedro. Aquello resultaba un acto vergonzoso y anticanónico, pero desde el
principio todos exclamaron: «Lo que el Sumo Pontífice diga de sí, eso lo tendremos
por justo». Al día siguiente (23 de diciembre) León III, desde la tribuna de
San Pedro, en un discurso juró ser inocente de los crímenes que se le
imputaban. Esta pública justificación, ¿fue por propia iniciativa? Así lo
afirmó él: «mea spontanea volúntate».
De todos modos era un papel algo humillante. Carlomagno, que presidía aquel
acto, sintió que su grandeza crecía ante la humillación del papa. Y para que la
autoridad del monarca se encumbrase aún más, llegan del Oriente dos monjes
trayéndole las llaves del Santo Sepulcro, del Calvario, de la ciudad de
Jerusalén y un estandarte.
Los arzobispos, obispos, abades y demás clérigos, oídas
las palabras del Pontífice, cantaron una letanía y entonaron unas laudes a
Dios, a María siempre virgen, al bienaventurado Pedro, príncipe de los
apóstoles, y a todos los santos del paraíso. Los acusadores, que no se
atrevieron a comparecer, fueron condenados en el tribunal del futuro emperador.
El papa intercedió en su favor, por lo cual a Cámpulo y Pascual se les conmutó la pena de muerte en destierro a Francia.
Dos días más tarde se volvieron a reunir el rey de los
francos y el Pontífice Romano en la basílica de San Pedro para celebrar la
fiesta de Navidad. En aquella noche santa, con que se clausuraba el año 800,
noche trascendental como pocas en la Historia, León III iba a recobrar todo su
prestigio pontifical, presentándose al mundo no como un súbdito de Carlomagno,
sino como padre y fundador de su Imperio. El rito, sin embargo, se celebró al
modo tradicional de los bizantinos: coronación, aclamación y proskynesis.
Además de los señores francos, concurrió a la liturgia
nocturna lo más selecto de la nobleza romana y una muchedumbre inmensa del
pueblo. Carlomagno, después de haberse prosternado ante la Confesión de San
Pedro, se puso de pie, como era costumbre para la oración litúrgica. Entonces
León III se adelantó hasta él, y tomando una preciosa corona, prevenida para el
caso, la puso sobre la cabeza del monarca, mientras la muchedumbre le aclamaba
y vitoreaba, repitiendo tres veces: «Carolo Augusto a Deo coronato,
magno et pacifico imperatori romanorum,
vita et victoria!».
El papa le adoró inclinando su cabeza (proskynesis), es decir, le prestó homenaje como a soberano.
En adelante Carlomagno cambió el título de patricio por el de augusto y
emperador de los romanos. Así se desarrolló el suceso, tal como nos lo cuentan
las fuentes contemporáneas: los Annales Regni Francorum, Líber Pontificalis y Eginardo.
Al ser coronado emperador Carlomagno por el pontífice
León III no se precisaron bien los derechos y deberes mutuos, lo cual fue causa
de futuros roces y desavenencias entre el Pontificado y el Imperio. No se
determinó, por ejemplo, qué intervención había de tener el pontífice en el
nombramiento del nuevo emperador y éste en el del nuevo pontífice, ni qué
autoridad podía ejercer el emperador sobre la ciudad de Roma. Los antiguos
Césares eran soberanos de la Ciudad Eterna y consideraban a los romanos y al
mismo papa como súbditos; mas ahora parecía evidente
que el papa, al restablecer el Imperio, no pensó jamás en renunciar a sus
derechos de soberanía, derechos que repetidamente hará valer contra las
intrusiones de Carlomagno.
Un caso típico se presentó en el reinado de Ludovico Pío.
Sin contar con este emperador, el papa León III mandó sentenciar y ejecutar a
unos conspiradores. Al saberlo el hijo de Carlomagno ordenó se hiciese
averiguación sobre el proceder, justo o injusto, del papa. ¿Obró bien León III?
¿Tenía derecho Ludovico Pío? ¿Eran conciliables y legítimas ambas conductas?
Poco después fueron Ludovico Pío y su hijo Lotario I quienes, de acuerdo con
Roma, fijaron las normas que debían regular sus mutuas relaciones. El emperador
tendría la suprema jurisdicción; mas al papa le
competía, como a príncipe soberano, el ejercicio del poder judicial y
administrativo. Una vez elegido el pontífice, debía pedir su reconocimiento (no
la confirmación) al emperador y jurar fidelidad ante un representante de éste
antes de proceder a la consagración, si bien no siempre se siguieron estos
trámites. Por su parte, el papa tenía el derecho de coronar y ungir al emperador.
Como escribe E. Amann: «La imagen de León III
poniendo sobre la frente de Carlomagno, arrodillado ante él, la diadema
imperial acabará por imponerse a la posteridad, y no la imagen de León III
adorando al nuevo emperador»”.
Resumiendo la naturaleza de los acontecimientos de la Coronación
Imperial de Carlomagno, dos delitos se unieron para hacer de León III un archicriminal de cuyos delitos tendrá que responder ante el
Señor Jesús.
Uno: contra el Decreto de Dios de reducir a escombros el
Imperio Romano, por haber resucitado ese Imperio de sus cenizas, poniendo al Cristiano
de rodillas ante un hombre cuando Dos los liberó a todos de la Obediencia
debida a criatura alguna, alzándolos hasta la Gloria de la Libertad de los
hijos de Dios, quienes únicamente y exclusivamente nos arrodillamos ante su Hijo,
Nuestro Rey Jesucristo
Dos: Contra la Libertad de la Esposa de Cristo, quien habiendo
sido engendrada para ser el Cuerpo de su Señor no está sujeta a ningún Estado,
y únicamente y exclusivamente depende de su Cabeza Divina, el Señor Jesús, de quien
recibe Vida, que se comunica a todos los hombres por la Fe, el fruto del Árbol de la Vida Eterna.
Sobre aquéllos intereses en pugna, y tomando como
fundamentos aquella guerra civil encubierta, la recreación de la historia del Papa León III nos abre la puerta a la Primera Negación del
Sucesor de San Pedro, cuyas negaciones ya quedaron profetizadas en el Evangelio
del Espíritu Santo. El sucesor de aquel León III continuó andado la senda de su
maestro.
Esteban IV (816-817) El
Año del Homicida
Aquí actuaré a la inversa. Primero copio el prototipo de
historia oficial y enseguida pasaré a
los hechos. Escribe García Villoslada:
“Ludovico Pío (814-840), que había recibido laicamente la corona imperial de manos de su padre en Aquisgrán (813), hubo de ser nuevamente coronado por Esteban IV en Reims (816), afirmando así el papa sus derechos en este punto. El nuevo emperador se mostró, siempre más piadoso que su padre Carlomagno, aunque sin las geniales dotes de gobierno de aquél. Fue devotísimo de los papas y de una condescendencia para con ellos rayana en debilidad; hizo frecuentes donaciones a las iglesias, y bajo la inspiración del influyente San Benito de Aniano, se propuso activar la reforma eclesiástica en sus Estados, particularmente en los monasterios. Políticamente seguía en un principio los consejos de sus parientes Adalardo y Wala, mezcla de monjes y cortesanos, imperialistas decididos, cuyas biografías trazó Pascasio. Tres elementos luchan perpetuamente en la Roma medieval: el Partido Imperial, que tiene siempre raíces y representantes en la urbe; el Partido Republicano Senatorial, reclutado entre la nobleza, con sus jueces y sus milicias); el Partido Papal, con la burocracia eclesiástica(familia Petri),que trata de evitar el predominio de uno y de otro, por temor de que el emperador le esclavice o de que el pueblo—mejor, alguna familia prepotente—le arrebate el poder temporal. Ya a la muerte de Carlomagno, protector del Pontífice, los nobles conspiraron contra León III; pero el verdugo segó sin compasión toda cabeza levantisca, rigor que no se había atrevido a mostrar León III mientras vivía Carlomagno. No por eso se apaciguó la tormenta, y hubo de intervenir Ludovico Pío para restablecer el orden.< Esteban IV (816-817), de ilustre linaje, fue elegido por el clero y el pueblo y a los diez días consagrado, sin aguardar el placet del emperador; mas en seguida, para evitar quejas de éste, quiso estrechar su alianza con él e hizo que los romanos jurasen fidelidad a Ludovico Pío, a quien ungió y coronó por su propia mano en la catedral de Reims (816) con una preciosa corona de oro y perlas, que el papa llevó para el efecto. Desgraciadamente no reinó más que un año”.
Aunque el autor titule su obra, Historia de la Iglesia
Católica, por las cuatro líneas que le dedica al pontificado de Esteban IV bien
se diría que su verdadera vocación frustrada fue la de Historiador de los Carolingios.
Aun así esas cuatro frases y las cuatro que la preceden son suficientes para darle
fuerza la luz que ha surgido de la tumba de León III:
“el verdugo que segó
sin compasión toda cabeza levantisca, rigor que no se había atrevido a mostrar
León III mientras vivió Carlomagno”.
Al parecer del historiador este León III fue un discípulo
ejemplarísimo de Aquel Jesucristo, y aun más de aquel San Pedro, ambos con las
manos rojas de la sangre de sus enemigos, a los que, siguiendo la lección de
este Papa asesino, mataron por centenas.
Sobre su sucesor, Esteban IV, por miedo a pisar una losa frágil
y quedarse enterado en la tumba donde el furor de tantos Papas enterraron a
tantos historiadores traidores a la causa del Silencio, el historiador pasa de
puntillas. Otros dicen algo más. Tampoco
mucho.
El hecho es que el reinado (¿los Papas nacieron para ser
reyes) de Esteban IV, fue muy breve. Al servicio de su amo, los amigos del
Romano siendo al Papa más fieles que a la verdad de Dios, le dan al Esteban
cuatro veces más meses de los que en realidad estuvo entre la vida y la muerte.
Su bío varía según quien la cuente. Todos tienden a seguir la norma divina: “Tendré
misericordia de quien tenga misericordia”. Y fieles a la verdad pontificia,
glorifican al siervo y aborrecen al Señor, porque ¿en qué se parece, siendo el
sacerdote imagen de la bondad de su Maestro, este Estebita a nuestro rey Jesucristo? Ludovico Pío, su rey, se arrodilló tres veces ante
este dios, que contra la Escritura: “Toda rodilla se doblará ante Mí”, quitó a
Dios de en medio y se puso en su lugar.
Los historiadores vaticanos -empezaremos diferenciando
entre cristianismo, catolicismo y vaticanismo- epitafian la vida y muerte de este santo así:
“Nació en Roma en el seno de una noble familia. No se
apresuró para notificar su propia elección al nuevo emperador Ludovico Pío,
hijo de Carlomagno, pero en cambio, fue personalmente a Francia, y en Reims
coronó al emperador y a su esposa Irmingarda. Con esto
él quería dejar sentado que el jefe espiritual era él, mientras que al
emperador le correspondía la función política”.
Dicen ellos. El hecho es que no lo coronó en Roma porque,
aunque León III eliminó a todos los obispos y cardenales que se enfrentaron y
se opusieron al Imperio, la resistencia de la Iglesia a aceptar el milagro de
la resurrección del Imperio Romano seguía viva. Para no remover el odio que
entre las brasas ardía Esteban IV se quitó de en medio y perpetuó el delito de
rebelión contra el Rey de los Cielos lejos del fuego.
Que esto es así se verá por lo poco que tardaron los
romanos en mandarlo al infierno en cuanto le pusieron las manos encima.
“Ludovico Pío (un pájaro más santo) dio muestras de
aceptar el planteamiento dictado por el Papa y, durante la ceremonia, se postró
tres veces ante él, manifestando así su sumisión espiritual. Confirmó además
todos los anteriores privilegios a la Iglesia, concediéndole su protección. Por
su parte Esteban, consciente de que para gobernar bien era necesaria la paz
social, intentó quitar hierro a los contrastes entre las partes adversas en
Roma, perdonando por ejemplo a los Conjurados que se habían opuesto a la
elección de León III y reintegrándolos en sus puestos. No vio los frutos de
este gesto apaciguador porque murió al poco tiempo”.
Empezamos abriendo fronteras envueltas en oscuridad
espesa durante muchos siglos. Guardaba esta puerta el hombre que en la Tierra
dice tener las llaves del Infierno, puesto que allí manda a quien él la sale de
los piiiiii... cuando le conviene. Jesucristo les dio
a Pedro y a sus hermanos en el Nuevo Sacerdocio las Llaves del Reino de los
cielos. Quién descubrió que esa Llave abría las puertas del Infierno es un
misterio. Pero tampoco hay que escandalizarse demasiado; desde la Caída todo lo
que el ser humano hace le sale al revés. Ya lo dijo Pablo: “No hago el bien que
quiero… sino el mal que no quiero”. Esta ley es por excelencia la ley del
mundo.
Y decía yo que rompemos los muros de silencio que han
rodeado al Vaticano porque si en la bío del anterior León de leones se dijo que
el rebelde al reino de Dios fue elegido por unanimidad, “¡y en el día!”,
hablando de su sucesor se nos descubre ahora que la unanimidad no fue tanta ni
tan grande ni tan sólida ni tan espesa.
Acostumbrados a tratarnos como a simples bárbaros, aunque
por la Fe somos hijos de Dios, los historiadores vaticanistas no pudieron
liberarse del tic y siguen tratando de imbéciles de nacimiento al resto de los
cristianos. Recuerdo la anterior cita:
“El 26 de diciembre del 795, el mismo día en que fue
sepultado Adriano I, elegía Roma, por unanimidad, a su sucesor”.
Ahora parece que no hubo tanta unanimidad:
“Por su parte Esteban, consciente de que para gobernar
bien era necesaria la paz social, intentó quitar hierro a los contrastes entre
las partes adversas en Roma, perdonando por ejemplo a los Conjurados que se
habían opuesto a la elección de León III”.
En realidad hubo tan poca unanimidad, el golpe de estado
contra la Iglesia Católica cometido por el duetto Carlo Magno-Obispo de Roma fue tan bestial que al regreso de la Coronación de
su rey y señor el santísimo padre Esteban Esteban Esteban Esteban desapareció de la
Tierra. En cristiano llano, murió.
Si murió o lo mataron es el misterio. Los historiadores vaticanistas
encubren el crimen diciendo que un carro de caballos de colores se lo llevó al
cielo, como al Elías de las Escrituras. Pero ya sabemos que ser tonto es lo que
le conviene al católico en particular y al cristiano en general, así que a
nadie debe extrañarle que pretendieran tomar por tonto del piiiiiiiiiii........
a tanta alma.
“Seis meses después de su elección moría Esteban en Roma.
Era el 24 de enero del 817”.
¿Murió o lo mataron? Si murió no se entiende de qué. Dada
la afición a la pornocracia de los obispos romanos de
aquéllos días la pregunta es válida: ¿De un ataque al corazón mientras
chingaba?
Es muy curioso, pero ninguna de las fuentes que manejo me
da su fecha de nacimiento. Mi primera fuente dice que el Papa Esteban IV tuvo
que haber nacido, pues Papa fue. Aunque claro, siendo el Papado una obra divina
bien podría ser que algunos de ellos ni siquiera hubieran tenido que nacer para
reinar, simplemente ser.
Mi segunda fuente se limita a confesar que Esteban IV
nació de noble cuna. O sea, que si hubiera nacido en un pesebre no hubiera sido
Papa.
Abro Internet y veo si alguna otra fuente da la fecha de
nacimiento del angelito Esteban IV. ¡Más bueno que era! ¿Por qué ENTONCES se le
rebelaron los obispos católicos italianos? Pienso que al no dar la fecha de
nacimiento se deja en el aire la cuestión y confiando en la estupidez católica
se nos pide, por caridad cristiana, que creamos que murió de abuelito. ¡A
manipulación gorda, mutilación gigante!
Así que me dirijo a la famosa y celebérrima Enciclopedia
Católica. Y me encuentro con el mutis absoluto. Nada anormal. Al menos en
Español. Veamos en Inglés. Marco “Stevie” y me sale Catholic.net. Otros
guardianes del silencio, enemigos de la verdad de la Historia, en los que
figura el nombre del Papa pero de bío nada de nada. Eso sí, sobre el camino que
va al cielo entienden mucho, y por eso nos quitan de en medio las piedras que
puedan estorbarnos, conscientes de que esas piedras tienen nombres de “santos
padres”.
Dejémosles limpiándonos el camino.
Entro en la Answer.com. Su bío es escueta como la memoria
de un muerto desconocido. Copio:
“Esteban IV, Papa desde Junio del 816 a Enero del 817,
sucesor de Leo III, continuador de su política. Nada más ser elegido ordenó
jurarle fidelidad al rey de los Francos. Tras coronar en Reims a Luis el Pío en
Octubre del 816 regresó a Roma, donde murió a principios del siguiente”.
Vemos que no dice mucho, pero sí nos aclara por qué salió
corriendo de Roma. No contento con hacer que los obispos y cardenales rebeldes
al Imperio comulgaran con una piedra de molino encima quiso hacerle jurar a la
Iglesia que seguiría masticando esa bola, o todos al infierno. Lo mataron a la
vuelta, pero de haberse quedado un poco más en Roma y no haber huído no hubiera debido esperar más para ser elevado a los
altares. Los historiadores vaticanistas dicen que se murió; no dicen que lo
mataron. Esto lo digo yo. Veamos quién tiene razón.
Curiosamente observaréis que la fecha de nacimiento del
Papa perjuro tampoco está. Y es que, dear bros and sis, mis queridos
maniacos, este papa bajó del Cielo para consagrar al hijo de Carlitos y obligar
bajo excomunión a todos los romanos a jurarle fidelidad al Pío Luisito.
Se me viene a la memoria ese otro pasaje que el
Carpintero aquél soltó un día que tuvo un Eureka. Creo que dijo algo así: “No
juréis ni por...”, me callo. Pero esto no lo dijo el Carpintero para el obispo
romano, ni para su cuerpo vaticano. Que va. Él dijo que su Palabra no pasaría,
y el obispo romano dijo que su palabra ya pasó, era la hora de la suya: “Todo
el mundo a jurar”.
Lo que no dijo porque no podía, ya que no tuvo madre,
como se ve de las fuentes, es por qué madre debía hacerse el juramento. El caso
es que los romanos se pusieron malos y cuando regresó de re-bendecir la Sustracción Romana contra el Reino de Dios, adjurando del Elegido de Dios en
beneficio del elegido del Vaticano, los romanos lo mataron. ¿O no? Veamos si
encontramos su fecha de nacimiento por algún sitio.
Es importante saber cuándo nace una persona porque según
a la edad a que se muere se puede decir, aún sin conocer al individuo, si murió
de viejo, de soltero o de claustrofobia. Un elegido de la fortuna, caso Papa
Esteban IV, en la plenitud de sus facultades físicas, capaz de enfrentarse a la
Iglesia con la ayuda de su señor el rey de los Francos, no va y se muere a la
vuelta de la fiesta de la coronación así porque sí. Algo tuvo que haberle
pasado. Tampoco es que aquel “piensa mal y acertarás” sea mi lema. El hecho es
que si yo quisiera borrar las huellas de alguien, borrar su fecha de nacimiento
y la edad a la que se murió sería el método perfecto para ocultar la causa de
su muerte.
Por regla general la gente rica, caso de los Papas, se
mueren de vieja. Algunos por enfermedad. Una desgracia, no una vergüenza.
Ocultar la edad del difunto y borrar su fecha de nacimiento sí que es una
vergüenza. Sobre todo si el difunto es “...de noble cuna...”. Ya veremos la
importancia que para el Papado tenía eso de ser rico y ser Vicario de Cristo.
Como la mayoría yo tampoco sé lo que es eso, ser rico,
pero según vayamos avanzando hallaremos esta piedra en nuestro camino al
principio de cada bío pontificia: Papa tal y cual, hijo de fulanito y menganito,
de noble cuna....
Me imagino que una cuna noble se debe diferenciar de una
vasta al estilo que una guitarra se diferencia de otra por la calidad de la
madera. Entre los árboles genealógicos humanos la diferencia entre noble y
vasto la diferencia debe ser de la misma naturaleza, lo que se traduce en que
la cuna noble sabe el día exacto en el que nace su dueño; y al dueño de la cuna
vasta con los años ni sabe ni le importa si nació en un domingo de feria o en
uno de ceniza. Lo demás, que Jesucristo le diera el reino de los cielos a los
pobres y dijera que no se puede servir a dos señores, a Dios y a las riquezas
al mismo tiempo, esto -se entiende- lo dijo el Señor en un día que se bebió una
copa de más. Al menos así lo ha entendido toda la vida el obispado romano.
Cosa curiosa donde las haya, nacido de noble cuna, a la
hora de su muerte este Esteban pasó a pertenecer al vulgo. ¿Por qué borrar su
fecha de nacimiento? ¿Por qué ignorar la edad a la que se fue al Cielo? ¿O se
fue al infierno? Lo mismo que su predecesor tuvo que matar para sobrevivir.
Nada especial, es lo que hacen todas las fieras. Sigamos, pues, caminando por
la selva.
La próxima puerta net me da la lista de los papas
católicos ... no iban a ser de los mormones, y luego el silencio. Parece que el
miedo al Infierno tiene a la Verdad tendida en el suelo.
Pego en Buscabiografías.com y me dice “coincidencia cero”.
O sea, que ni existió este Estebita. Entro en Everythin2 y me salen con el libro entero del Principito y ochenta mil cosas más, pero ni
palabra sobre nuestro misterioso Papa. Pero...pero... pero... sobre el León
tres veces van y dicen:
“Se dice que la velocidad que se dieron sus eminencias a
la hora de elegirle se debió al temor a que el rey de los Francos interviniera
en la elección”.
Es decir, que los Ripuarios ya
se habían marcado la meta del imperio. Desafiando la voluntad de la Iglesia
Católica los Cardenales y Obispos Italianos creyeron encontrar en León III
quien se opusiese a una rebelión abierta contra Jesucristo, Único Rey
Sempiterno de todos los cristianos de la Tierra y del Cielo. El problema es que
el tiro les salió desviado a los señores cardenales y el Elegido se alió con el
Carlitos para dar el golpe de Estado que habría de encerrar a la Iglesia
Católica en las mazmorras del Vaticano so pena de ser enviada al Infierno.
Pasito a pasito vamos reuniendo las piezas. Poquito a
poquito seguro que damos en qué lugar de las mazmorras del Vaticano tuvieron
encerrada a la Iglesia el obispo romano y el emperador germánico. Y siguiendo
con mi curiosidad encuentro sobre el santísimo padre León León León lo siguiente en el mismo portal Everything2:
“Todo le fue de maravilla hasta la muerte del emperador.
Una nueva conspiración contra León III se formó enseguida, pero... esta vez
León III fue más rápido y los obispos y cardenales cogidos con las manos en la
masa fueron inmediatamente ejecutados. La reacción de los nobles emparentados
con los ejecutados fue la de levantarse en armas y saquear las posesiones del
Vaticano a medida que avanzaban hacia Roma. En ese momento el Duque de Spoleto socorrió al Papa y venció a los amotinados”.
Pero esto ya lo hemos visto. Después de quitarle a
Jesucristo su Reino era natural que se defendiesen los “Santos rebeldes”
matando a cuantos se atrevieran a rebelarse contra su autoridad, es decir, a
mantener la obediencia a Dios antes que a los hombres del Vaticano. Pero
sigamos con su sucesor, Papa número 2 a los ojos de esta Rebelión abierta del
obispado romano contra la Corona Universal de Jesucristo.
La fecha de nacimiento y la edad a la que murió el
discípulo del rebelde León III permanece siendo un misterio. Lo que nos sigue
diciendo que su muerte no fue natural ni mucho menos. Silencio cuya causa
únicamente se puede encontrar en la necesidad del Vaticano de borrar las
huellas en dirección al golpe de Estado contra el reino de Dios en la Tierra
consumado por el obispo de Roma y el rey de los Francos Ripuarios.
Pero no me creáis todavía. Puede que en alguna parte encontremos la fecha de
nacimiento o al menos la edad a la que se murió Estebita.
Otra solución sería abrir el ataúd y dejar que los forenses nos informen sobre
si murió despatarrado todo pancho chingando o lo mató la resistencia católica.
Sigo mi odisea.
Wikipedia-Sanctorum es el siguiente portal. Tampoco hay
nada. Estebita tampoco figuró entre los santos. Lo
cual a mí no me extraña. El concepto de santidad del Papado y el concepto de
santidad del Dios que dijo: “Sed santos porque yo soy santo”, son dos mundos
opuestos, como se verá y se está viendo.
Menteabierta.ar informa ... pero no dicen
nada de nada. ¡Cómo se las arreglarán para estar donde no se les busca! El
robot del Google debe andar por cuerda. Si se le da funciona, si se para hay
que darle. “Money, is a crime”,
Pink Floyd.
A pair of blue eyes, es la próxima página. ¿Tendría Estebita los ojos azules? En fin, salto al universo
de la Catholic Enciclopedy.
“Papa Esteban (IV) V(816-17). Fecha de nacimiento
desconocida (-empezamos bien-) murió un 24 de Enero del 817, hijo de un tal Marinus, cuya noble familia le había ya dado al Vaticano
dos Papas. (Ohhhhhhhh. Fecha de nacimiento desconocida…
pero… en su cuna habían nacido ya dos Papas (ahhhhhh)
Adriano I y León III. (Una forma muy rara de nacer y crecer en el anonimato, de incognitus sin ninguna duda). Sus virtudes fueron
muchas (se ignoran cuáles, pero las fueron) y por ellas fue consagrado Papa
apenas dejó de respirar León III, un 22 de Junio del 816 (la fecha de
nacimiento no se sabe pero el color de sus cataplines parece que con la misma
escrupulosidad que la becaria los piiiiis.... del Clinton).
Nada más ser coronado impuso el juramento al emperador a los nobles romanos y
le envió al rey de los Francos constancia (la oposición a la obediencia al
emperador había cesado generosamente tras la masacre de los correspondientes
cardenales y obispos católicos por el León de leones). Hecho, él mismo fue a
Francia a recibir del rey de los Francos el pago a su servicio, en forma de
multitud de presentes, renovando de esta manera el Pacto entre el Imperio y el
Vaticano. –(Treinta monedas de plata pagó Judas; los Anales no nos dicen
cuántas pagó el rey de los Francos, pero nos imaginamos el número). Mientras
estuvo en Francia Esteban IV consagró a Teodolfo de
Orleans, uno de los consejeros del emperador. A su regreso se detuvo en Rávena
a adorar las sandalias de Cristo, expuestas por aquel entonces a la veneración
de los creyentes (“fuera hechiceros” dijo Jesús antes de irse definitivamente
al Cielo, y así fue por un tiempo, pero a la vuelta del tiempo la hechicería se
puso la sotana y se las arregló para proclamarse “Cabeza de la Iglesia…” y para
demostrarlo puso sobre la mesa las mismas Sandalias del Carpintero).
Y digo yo, si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, del cual
es Cabeza el mismo Jesús, y el obispo romano se declara cabeza de la Iglesia,
¿mediante este subterfugio no se declara Cabeza del Cuerpo de Cristo, quitando
a Jesucristo para ponerse el Papa en su lugar? El Día del Juicio va a ser de
escándalo, los papas desfilando los primeros al infierno al que mandaron a
tantos, un espectáculo único. Y seguimos:
“Por el camino, de regreso a Roma, Esteban IV fue
recogiendo a la muchedumbre de obispos exiliados por León III”
….pero no dijo el biógrafo del Vaticano que al poco de
concederle la amnistía a los que se salvaron de las matanzas contra los
cardenales y obispos católicos… el Esteban IV los mató a todos; esta nueva
matanza de santos inocentes tendremos que descubrirla por nosotros mismos. Lo
enterraron en la Catedral de San Pedro.
Más claro imposible. El sentido de la manipulación de la
Historia por parte de los hombres del Vaticano no tiene igual. Hijo de una
familia que le dio a la Iglesia hasta dos papas ... su fecha de nacimiento nos
es desconocida. ¿De qué murió a los seis meses de empezar a vivir como dios?
Toda huella que llevara a desenterrar la rebelión
mediante golpe de Estado contra la Iglesia Católica por el duetto obispo romano-rey de los Francos perpetrado en el 800, debía ser borrada de la
conciencia cristiana.
¡Qué tonto he sido al creer que entre los católicos
habría alguno honesto cuyo amor a la Verdad fuera más grande que su miedo al
infierno! La cuestión es:
¿El obispo romano puede mandar al Infierno? ¿No es este
el Poder del Juez Eterno y el sentido por el que debe haber un Juicio Final,
porque nadie ni en el Cielo ni en la Tierra tiene el poder de enviar al
Infierno excepto Dios?
¿Quién es ese rebelde a la Justicia y a la Gloria del
reino de Dios que contra Dios sostiene que Dios le dio el poder de enviar al
Infierno?
Jesús le dio las Llaves del reino de los Cielos a Pedro;
pero las llaves del Infierno ¿de qué, cómo y cuándo? Pero si ellos tienen la
Llave del Infierno será porque ... ¿el Infierno se las diera...?
CAPÍTULO DOS
SEGUNDA NEGACION DE CRISTO
Siglo X - Primera Pornocracia Vaticana
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