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LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO
 

EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIA

 

QUINTA PARTE

 

INTRODUCCION ESPECIAL AL NUEVO TESTAMENTO

 

REGRESO A LA ETERNIDAD

 

Regresamos a la Eternidad. No que alguna vez nos hayamos ido, pero sí que la línea de Tiempo sobre la que nos movemos nos hace olvidar que la Creación está fundada sobre el Principio de la Participación en la Vida Eterna del Creador.

La estructura de nuestro mundo no nos da para tener la cabeza continuamente en las cosas del Cielo mientras los pies pisan una Tierra sujeta a maldición por culpa, precisamente, del Hombre. El Hecho es que la Responsabilidad del Creador para con su Creación no es un invento del Cristianismo. Dios asumió esta Responsabilidad una vez que se alzó como Creador de Vida a su Imagen y Semejanza. De no haber vencido este Reto de Creación a su Imagen y Semejanza no cabría en Dios pero que Responsabilidad de ninguna clase por el Futuro de la vida creada. Pero, Dios Venció. Ya lo expuse en La Historia Divina de Jesucristo.

En la Historia Divina traté el Tema de la Revolución que condujo a Dios a levantarse como el Brazo Creador en el Origen del Nuevo Cosmos. No me repetiré. El paso del Sistema de la Increación, es decir, el sistema cosmológico natural al Infinito y la Eternidad, al Sistema de la Creación, sistema cosmológico que tiene en el Ser Divino la Fuente de la Fuerza que le da su Origen, se consumó en la Victoria de todas la más Grande que podía alcanzar Dios: Dar Luz a Tú-Dios, Dios Verdadero de Dios Verdadero, Nacido de la Naturaleza Increada de Dios, Engendrado para ser la Causa Metafísica de su Creación y Creador Activo, por quien, para quien y en quien Dios hace todas las cosas.

Esto dicho, el Hecho es que una vez consumado el Proceso de Formación de la Inteligencia del Dios en el Árbol de las Ciencias de la Creación, cerrado este ciclo con el Nacimiento de su Hijo, ya no cupo marcha atrás. La Increación dio paso a la Creación. Dios, Infinito y Eternidad devinieron una sola cosa: Trilogía Origen del Nuevo Cosmos.

Sin embargo las cosas comenzaron a torcerse apenas la Creación comenzó su andadura. Crear seres para participar en la vida eterna de su Creador es una maravilla. Ahora bien, que Dios llame dioses a sus criaturas y que estas sean dioses verdaderos son dos cosas muy diferentes. No en vano, tratando este tema, Dios nos dejó su respuesta por escrito: “Dioses sois, pero moriréis como cualesquiera de los mortales”. Más claro, imposible.

La Vida eterna no es cuestión baladí. Vivir eternamente es algo muy serio. Para quien es Eterno por Naturaleza no cabe otra realidad ni le cabe imaginarse otra.

El Hecho es que el Mundo que Dios se creó para compartir Existencia con su Creación Viva según fueron pasando los Días comenzó a emprender su cuesta abajo hacia el Infierno. ¡Fue descubierta la Guerra! ¡La Guerra como pasatiempo! ¡La Guerra como prerrogativa de los dioses!

Y la Guerra se hizo. Al Infierno se le abrieron las puertas del Paraíso.

Escándalo en las Alturas. Horror en la Tierra. Se había declarado la Guerra Total. La Muerte pedía paso, exigía en la Creación su espacio, si no el que tuvo en la Increación, cuando Vida y Muerte fueron las dos caras de la misma moneda, sí un Nuevo Espacio, no otro que el de un Campo de Batalla en el que los hijos de Dios se divertirían jugando a ser dioses. En efecto, la Muerte reclamaba el Paraíso como espacio para su Infierno.

La Creación estuvo al borde del Precipicio.

¡¿Qué trabajo le cuesta a Dios borrarlo todo y comenzar de nuevo?! Le basta provocar un nuevo big bang en el que toda la masa del universo se transforme en luz, como lo hizo al Principio. Y Fin de la Historia. Se falló en el Primer Intento.

¡Qué se le va a hacer, Hijo!

Las Intenciones fueron buenas, santas, benditas ... pero no pudo ser. Todos, inocentes por pecadores, todos regresaron al polvo del que fueron tomados.

Y se acabó. La próxima vez Dios tendría más cuidado de no dejarle a la Muerte y su Infierno abiertas las puertas de su Creación.

Había que reconocer que lo de vivir eternamente podía ser no tan divertido para criaturas a las que se les hacía partícipe de la vida divina, pero que, al final del día, eran sólo eso, criaturas sacadas del polvo cósmico.

 

REGRESO AL DILEMA DE DIOS.

 

Mas el Problema con Dios está en su Espíritu. No crea para matar el aburrimiento. No crea para darse aires de Dalí. No crea para tener de rodillas muerta de miedo a su creación. No. Para nada. El Problema de Dios es su Espíritu. Dios es Pasión Pura. Su Pasión es un Fuego que no se consume nunca. Su Problema es el Amor. Dios ama ser quien ÉL es. Dios ama ser el que es. Dios no se oculta. NO se avergüenza, NO pide perdón por ser quien es: “YO SOY EL QUE SOY”.

Como las lentejas, las tomas o las dejas.

La decisión es de cada cual. El Problema no es Suyo. El Problema es de los que no les gusta como Él es. Él No crea ni para sentirse superior ni para que le aplaudan. Su Amor por la Creación es Pasión pura, un Fuego que no se consume nunca. Aunque toda su creación se levantase para contestarle su forma de ser, Él seguiría siendo el que es, un Creador de Mundos.

El Problema es de aquellas criaturas contra natura quien quieren ser dioses.

Este Problema estuvo creciendo durante mucho tiempo en el seno de la Casa de los hijos de Dios, no de este Mundo, ésos hijos no de nuestro mundo entre los que Dios distribuyó las familias del Género Humano (recordad el Cántico de Moisés) antes de los días de Adán: y que adoptaron a los hombres para conducirlos hacia la Civilización.

Dios quiso cerrar esa locura (querer ser dioses verdaderos) que se había abierto espacio en la mente de algunos de sus hijos. En cuanto Creador ciertamente Dios puede crear y crea Vida a su Imagen y Semejanza para hacerla Partícipe de su Existencia y gozar de la Vida Eterna a la Luz de la Ley de su Reino, Ley forjada en el Fuego de su Paternidad, y que como tal extiende sobre toda su Creación sus brazos de Padre amantísimo. Ahora bien, Dios no puede ser creado. Dios no es un estadio alcanzado por un ser que fue avanzando en la eternidad según fue recorriendo el infinito. Dios es Increado. Dios no puede crear a Dios. En fin, ya toqué este Tema en La Historia Divina de Jesucristo, no quiero repetirme en lo que ya está escrito. El Hecho es que esta Verdad Final marcó el Fin del Antiguo Cosmos y el Principio del Nuevo Cosmos en el que vivimos.

Esto dicho, en el Acontecimiento de la Caída del Primer Reino que se alzó sobre la faz de la Tierra, cuya Corona bajó del Cielo y fue depositada en la cabeza de Adán, el Alulim de la Lista Real Sumeria ...

... padre de Noé, padre de Abraham, padre de Israel, padre de Judá, padre de David, padre de Salomón, rey, padre de Zorobabel, padre de Abiud, Padre de Jacob, padre de María,

... esposa de José, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo de Natán, profeta, hijo de David, hijo de Jacob, hijo de Abraham, hijo de Noé, hijo de Adán, esposo de Eva, madre de Sara, esposa de Abraham, padre de Israel, padre de David, padre de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, hijo de Noé, hijo de Adán, hijo de Dios...

... en el Acontecimiento de la Caída del primer rey que conoció la Historia de la Tierra, Dios se encontró con un Problema Definitivo, Total, Apocalíptico. Sobre la sangre del Género Humano una parte de la Casa de sus hijos se atrevía a reclamarle la Divinidad Natural que le corresponde a quienes son hijos de un Dios, y siendo dioses, y por serlo, estando más allá de toda ley, heredan el Derecho y la Potestad de convertir la Creación en su Campo de Juego Preferido: la Guerra.

En el Acontecimiento de la Caída del reino de Adán el Creador se encontró delante de un Dilema para la Eternidad. Una de dos, o destruía en su Cólera toda su Obra, haciendo volver al polvo toda vida que del polvo creó, o se entregaba a producir la Revolución que habría de conducir a la Refundación de su Creación sobre una Nueva Base y Fundamento.

Como ya lo expuse en La Historia Divina de Jesucristo, la elección que Dios tomó fue la lógica. Hacer que inocentes paguen la culpa de los pecadores no va con su Espíritu.

 

REGRESO AL PARAÍSO DEL EDÉN 

 

Pero una Persona es Dios y otra Persona es su Hijo. La Caída de Adán la sufrió el Primogénito de los hijos de Dios con el dolor de quien siente la muerte por asesinato de su hermano pequeño. En su Juventud y desde la Caída hasta que su Padre le dio a conocer su Elección para ser el Campeón del Género Humano, el Hijo de Dios reclamó para sí la Venganza de la sangre de su hermano pequeño. Desde el Día en que su hermano pequeño fue asesinado su Corazón ardió en el deseo de ser Él el Elegido para ser el Campeón de cuyo Puño habría de servirse Dios para, en reclamación de la sangre de su hijo Adán, aplastarle la cabeza al asesino. Y así nos lo presenta Dios al final de su Libro, entrando en la Escena de la Historia del Género Humano montado sobre su Caballo de Guerra, cubierto de sangre su Manto Regio, pintado con el Rojo de la Sangre de los enemigos de su Reino.

Fue con este Corazón de Venganza sin cuartel que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María de Nazaret. Él hijo de Dios se hizo hombre con el Corazón plantado en Liberar a la Tierra de la Ley de la Maldición, conquistar las naciones, aplastarle la Cabeza al Traidor y Restaurar la Historia de nuestro Mundo acorde a los fundamentos originales trazados por Dios, su Padre, al principio de los tiempos.

Y fue con este Corazón que el Hijo de Dios, hecho hombre, a la edad de doce años aproximadamente, irrumpió en el Templo, se plantó delante de todos los sabios, santos y doctores de la Ley de su Pueblo movido por la sanísima intención de descubrirse como el Hijo de David, ese Mesías anunciado por las Escrituras, nacido para heredar la Corona de su padre Adán, cuyo Trono se extendería desde un confín al otro extremo de las cuatro regiones de las Tierra, de esta manera abriéndole al Género Humano el Regreso al Paraíso.

¡Qué pena! Hubiera sido todo tan bonito. El Mundo de un Niño Divino. Todos felices, todos comiendo perdices. Al frente de su Pueblo el hijo de David derrumba al César, es investido rey en la Tierra con los poderes del Rey de reyes que era en el Cielo, la Paz del Mesías se extiende sobre todas las naciones y su Libertad cubre todas las regiones del planeta; el Hijo de Dios viene con la Inteligencia de quien “dijo y así se hizo”, Creador de Luz y Firmamento, el Ser Todopoderoso que le dijo a las estrellas, “poneos entre la luz y las tinieblas”, y así lo hicieron. ¡Qué hermoso! De la barbarie inhumana del mundo romano a una Civilización fundada sobre los Principios de la Ciencia de la Creación. Alegría sobre alegría.

¿Por qué no lo hiciste? ¿Te dio miedo el César? ¿Te measte en los pantalones al imaginarte a las legiones romanas frente a los ejércitos del Mesías, tu ejército?

NO, para nada. Era que descubriste allí mismo, en el Templo de Jerusalén, que Dios habla por la boca de su Creación, que al igual que se sirve del Brazo de un hombre para reclamar justicia, se sirve de la boca de un hombre para hablarle a otro hombre. Y en este caso, Jesús, Dios te estaba hablando a tí, directamente, por la boca de Simeón, ese Anciano ante quien tus padres, José y María, te presentaron en el Templo dando por ti Fe de Vida. Simeón te estaba diciendo que Dios reclamaba la Muerte de Cristo, tu muerte. La Necesidad de la Muerte de Cristo era escatológica, de esa Muerte dependía la Salvación, no de este mundo solo sino la de la Creación entera.

Duro descubrirlo. Duro oírlo. Tu Padre te mandó a la Tierra para ser su Cordero, ese Cordero sobre cuya Sangre y por cuya Sangre sería redimido el Pecado de todos los hombres de la Tierra.

Y ¿cómo se atreverían los hijos de Abraham a ponerle las manos encima al Hijo Primogénito de Dios, su Unigénito, al Hijo de sus entrañas, por el Amor al cual Dios daría por bueno la destrucción de todo el universo si esta disyuntiva se le plantase delante?

Gran dilema. Tremendo el problema. Los Judíos conocían a Dios, si por la sangre de sus Profetas condenó el Dios de Jacob una y otra vez a los hijos de Israel al destierro, y su ciudad a la destrucción, de tocarle un cabello a su Hijo Amado ¿cuál sería el castigo que el Señor de los Profetas haría caer sobre Jerusalén y los Judíos? ¿Veinte siglos en el Exilio, perseguidos como perros, marcados como las bestias, masacrados sin piedad por todos los pueblos de la Tierra, eternos fugitivos de nación en nación, sin casa, hasta vivir la última de las penas: el exterminio de toda su raza? Ni locos pondrían los Judíos un dedo, ni la uña de un dedo sobre el hijo de David.

El hijo de David tenía, pues, un problema. La Necesidad de la Muerte de Cristo era escatológica. Dios entregaba su Cordero a fin de limpiar en su sangre el Pecado del Mundo.

Jesús debía ofrecerse como Cordero, ser el Cristo de Dios. Dios sabía que aquel “toro había ya acorneado antes”, y en cuanto dueño “le correspondía a su dueño pagar el rescate por el daño ocasionado a las víctimas”.

¡¿Qué iba a hacer Jesucristo?! ¡¿Pedirles que les crucificasen para que la Redención se realizase sobre su sangre?!

¿Qué iba a pedirles Jesús a los Judíos, que pusiesen las manos sobre quien para mayor INRI era el mismísimo Hijo Primogénito de Dios?

Gran dilema. Tremendo el problema. ¡Cómo hacer realidad la Redención sobre un Sacrificio Expiatorio que envolvería a los Judíos en la Muerte por asesinato del hijo de aquel Adán por cuya muerte otro hijo de Dios, no de este Mundo, había sido condenado a Destierro Eterno! Ni locos pondrían los Judíos las manos sobre Jesús, hijo de David!

Y, sin embargo, si no lo hacían, si Cristo no moría, no habría Redención, o lo que es lo mismo, si por temor a Dios obligaban a Jesús a declararse Rey, arrastrarían a Dios a hacer en un futuro no muy lejano lo que no quiso hacer entonces: decretar la Destrucción de toda su Creación.

¡Cómo proceder! ¡Cómo mover todas las cosas a fin de que los Judíos, expuestos ante la disyuntiva de ellos o Él, se vieran obligados a Crucificar al Cristo de las Profecías!

La Respuesta era clara. Los Judíos tenían que tomarlo por un loco. Los Judíos tenían que creer que el Poder de Dios lo había vuelto loco. Porque, en efecto, ¿dónde está el cuerdo que teniendo el Poder del que todo lo que le sale por la boca se hace realidad al instante, se dedica a curar ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y deja para nunca el Hecho de los hechos, la Hazaña de las hazañas, ser el rey del mundo, el señor de todas las naciones, el hombre más poderoso del planeta? ¿Quién no seguiría a este Mesías hasta el fin del mundo? Sin condiciones, sin abrir la boca, sin decir palabra. Pero ¿al otro?, ¿a ese otro? ¿ese que resucita muertos, multiplica panes y peces, atrae hacia sí todas las muchedumbres, y cuando lo declaran y le piden que se declare rey de Israel en Jerusalén, se oculta, se pierde en la nada y aparece en ninguna parte? ¡Ese era un loco! Ese había perdido el juicio, tanto Poder le había nublado la Razón. Nadie, ni Moisés ni Elías juntos, ese Jesús de Nazaret tenía el poder del mismo Dios en persona, pero ... pero no estaba bien de la cabeza.

¿Sería este raciocinio suficiente para obligarles a ponerle la mano encima al mismísimo Hijo del Señor de los Profetas?

Estaba Roma. Las muchedumbres eran vigiladas, y cuando lo aclamasen rey, los romanos estarían allí para comunicarle al Gobernador romano que una rebelión se estaba preparando, que el tal Mesías le daba largas a las Muchedumbres, hasta que las muchedumbres fuesen tan numerosas como el desierto de Judá. El Sumo Sacerdote y su Corte de Jerusalén lo negaban todo, pero el hecho es que tampoco hacían nada y las muchedumbres eran cada año más numerosas, y cada año aclamaban más alto por rey a su Mesías. Roma debía prepararse para aplastar a sangre y fuego la rebelión.

La Causa contra Cristo estaba servida. Jesús se la había servido a Roma. Jerusalén no estaba dispuesta a poner su mano sobre el Mesías. Porque Jerusalén había reconocido que ese Jesús de Nazaret era el Mesías. El Problema era que este Jesús de Nazaret ni se declaraba abiertamente el Mesías, ni reclamaba el trono de David que le correspondía por Herencia. ¡Estaba loco! Jesús de Nazaret había perdido el juicio, se pasaba el tiempo curando cojos, mancos, tuertos, endemoniados, tontos, perdonando prostitutas, acusando a los doctores de Ley de perversión, llamando cueva de ladrones a los sacerdotes del Templo. Ni quería alzarse contra Roma ni ser alzado rey. ¿Qué quería el hijo de David? era la cuestión.

La Decisión Final Judía contra Cristo empezó a ser tomada cuando Pilato le juró al Sumo Sacerdote, Caifás, que, o callaba el tumulto o lo callaba él a fuego y sangre; lanzaba sus legiones contra las muchedumbres y no dejaba cabeza sobre hombro. Inmediatamente después caerían las de todo el Sanedrín, desde la de Caifás hasta la del último doctor de la Ley. Era la vida de un hombre por la de todo un pueblo.

 

REGRESO AL MUNDO DE LOS DIOSES

 

El Hijo de Dios hizo lo que hizo porque en sus manos estaba el Futuro de la Creación entera. La Cuestión de la Necesidad de la Muerte de Cristo tocaba tanto al Género Humano cuanto a los Mundos ya creados y a los que en la Eternidad han de venir a luz. La Creación tenía que cerrarle la Puerta a la Muerte. El Árbol de la Ciencia del bien y del mal tenía que ser talado, desmembrado y echado al fuego a fin de que su semilla no vuelva a encontrar su camino de regreso a la Creación.

Podía o no podía hacerlo, el Hijo de Dios tenía que decidirse. Era su Decisión. Dios le había dado todo el Poder sobre su Creación. Estaba en su Mano decidir proclamarse Rey en Jerusalén y reconducir la Historia del Género Humano hacia su Futuro Original. En cuyo caso la Semilla del Árbol de la Guerra volvería a encontrar tierra buena, y más tarde o más temprano el Infierno volvería una vez y otra hasta que Dios decidiese destruir toda su Obra. Si esto es lo que su Hijo quería y decidía, así se haría. Habiendo Dios creado al Hombre para vivir y respetar su Libertad, con cuánta más voluntad respetaría la Libertad del Hijo de sus entrañas increadas. Ambas decisiones implicaban un dolor, una para ya, la otra para después.

La Muerte de Cristo firmaba la Sentencia contra los Judíos, una sentencia por la que su nación sería destruida y durante los dos próximos milenios serían perseguidos como perros por todas las naciones del mundo. La Muerte de Cristo implicaba al Género Humano en una Continuación de siglos sujeta a guerras sin fin, viviendo el Horror de estar viviendo en un Infierno cuya consumación sería un apocalipsis suicida global. La Muerte de Cristo implicaba una era de persecuciones contra los Cristianos que por amor a su Rey serían masacrados sin piedad por Judíos, Romanos, Bárbaros, Musulmanes, Rojos... La Muerte de Cristo era más de lo que había tenido el Género Humano durante los últimos milenios. La Muerte de Cristo habría de romperle el Corazón al propio Jesús.

¿Pan para Hoy y Hambre para Mañana? El Hijo de Dios decidió lo que era mejor para la Creación: sufrir un poco más este Infierno y vivir para siempre jamás en la Alegría de un Reino cuyo Paraíso de Paz y Libertad no sería amenazado ya jamás por la eternidad de las eternidades.

La Muerte de Cristo representa el Fin de una Corona, la del Rey de reyes y Señor de señores del Imperio de Dios, y el principio de un Reino Universal Sempiterno gobernado por el mismo Dios en la Persona de su Hijo, Cabeza de un Cuerpo de hijos de Dios engendrados en el Fuego del Espíritu Santo hecho Hombre para la Inmunización de la Creación contra la Semilla de la Muerte, que es la Guerra.

Tal es la Historia que los Evangelios nos ponen delante de los ojos. Parece más que evidente que de haber conocido los Judíos el Pensamiento de Dios hubiesen preferido ser masacrados por Roma que haber entregado a su Hijo. Mas para haber estado en situación de tomar esta decisión hubiesen tenido que conocer el Pensamiento de Cristo, o lo que es lo mismo, hubiesen tenido que ser los confidentes de Jesús.

No olvidemos que ni los propios Discípulos entraron en esta Confidencia; el escándalo de los Discípulos cada vez que les decía su Maestro que el hijo del Hombre tenía que morir, está escrito. No fueron hechos partícipes del Pensamiento de Dios hasta Pentecostés, cuando el Espíritu de Dios entró en ellos y les descubrió en instantes lo que durante años fueron, aun teniendo delante al Hijo de Dios, incapaces de descubrir por sí mismos. De haber conocido la dirección que el Maestro llevaba ellos mismos lo hubiesen creído un loco.

El caso de Judas Iscariote no deja dudas al respecto. El Templo no tomó su decisión final de entregárselo a Pilatos sino cuando Judas le descubrió a Caifás que el Maestro no tenía ninguna intención de declararse rey; ni tampoco tenía intención de retirarse de su Oficio de Milagrero. Y Pilatos quería su cabeza ya, o a la próxima manifestación de la Muchedumbre sacaba la legión y procedía al exterminio de la Rebelión de los Judíos contra el César.

Lección Maravillosa de Señorío sobre la Historia Universal la que nos presenta Dios en el Evangelio de su Hijo. Produce, dirige y lo mueve todo acorde a su Sabiduría, a cuya Razón se ordena la Creación entera.

Lógicamente si la Necesidad era de Muerte, la Resurrección era de Vida Eterna, pues la Creación entera reclamaba al Elegido de su Creador para sentarse en el Trono del Reino de Dios como Rey Todopoderoso.

En cuanto al Derecho Legítimo a la Encarnación del Hijo Unigénito de Dios para Vengar la Muerte de su hermano pequeño, la Ley fue firme en este Capítulo: De la sangre de un hombre por la mano de otro hombre reclama Dios justicia; y siendo Adán hijo de Dios, el Derecho asistía la Elección del hijo Primogénito de Dios. El Problema estaba en el Acto de la Encarnación. Ahora bien, considerando que el Primogénito de Dios es su Unigénito, y que siendo el Hijo Espíritu, como su Padre lo es, su Encarnación estaba en su Naturaleza. Acto que no hubiese podido ser cumplido de haber sido el Elegido otro cualquiera de los hijos de Dios, quienes al tener su Origen en la Materia, como todos, semejante Acto no procedía.

Alegría, por tanto, en el Cielo, y alegría en la Tierra. Ya lo anunció Dios antes de que la Encarnación cobrase Historia: “Voy a hacer una Obra que si os la contara no os la creeríais”.

Ellos no la creyeron; nosotros, sí.

 

INTRODUCIÓN AL EVANGELIO DE SAN MATEO

EL ESPÍRITU DE LAS BIENAVENTURANZAS

 

 

 

 
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO