|
EL CORAZÓN DE MARÍA
CAPÍTULO TERCERO
PRIMERA PARTE HISTORIA DE LA INCREACIÓN. INFANCIA DE DIOS
I
La Eternidad, el Infinito
y Dios nacieron juntos. No hubo un Antes y un Después. Ni los tres
miembros de la Trilogía Increada nacieron a la manera que los seres
humanos entendemos el hecho de nacer.
¿Tiene padre el Infinito?
¿Qué madre le daremos a la Eternidad? ¿Qué fecha de nacimiento pondremos
en el libro de familia de Dios? ¿Qué edad le supondremos a un Ser
que es una sola cosa con el Espacio, el Tiempo y la Materia? ¿Cómo
hablaremos de la edad del universo sin referirla a un fragmento
de la línea de la existencia de Dios en el Infinito y la Eternidad?
¿Y cómo de alta será la montaña de sucesos creada por un Ser que
vive desde la eternidad?
Un cosmos increado por patria,
indestructible por naturaleza, inteligente por vocación, aventurero
nato, amante irremediable de la Vida y sus mundos, su vida una aventura
perpetua por los mares incógnitos de las galaxias. ¿Con qué palabras
podríamos dibujar en el lienzo de nuestro entendimiento la imagen
de ese Ser Divino en navegación constante por el océano de las galaxias?
¿Qué fronteras le daremos
a su universo? ¿Qué propiedades a su espacio-tiempo? ¿Cuántas páginas
abarcarían las crónicas de sus aventuras?
Ahí va Él. Las estrellas
a su voz se apartan, las constelaciones al verle pasar le saludan.
Corre el león de Mercurio por la llanura entre campos de planetas
de todos los colores atípicos, singulares, esbeltos, sutiles, lo
alcanza su Gran Espíritu y le grita, “vuela criatura, sígueme hasta
los confines del universo”. Una galaxia como un lago de luz acaramelada,
con el alba de Júpiter en el núcleo, encierra en sus aguas delfines
con gafas de infrarrojos saltando de sistema sideral en sistema
sideral; de pronto ven al Gran Espíritu, Él, Dios, acercarse corriendo
junto al león de Mercurio, y se lanzan a perseguirle por los espacios
donde mora el Orto.
¿Con qué ojos verá Dios los
colores de un campo de energía que con sus brazos abarca diez mil
constelaciones? ¿Con qué cabellera suelta al viento de las galaxias
sentirá Él la brisa que recorre los espacios infinitos? ¿Con qué
manos y pies escala su Gran Espíritu las cumbres luminosas de los
universos invisibles, paralelos, perdidos, ponientes, prófugos?
¿Cómo le afectará a Dios el tiempo que se tarda en alcanzar la llanura
al otro lado de los cúmulos estelares más remotos? ¿En qué direcciones
estelares extenderá su corazón sus alegrías cuando se encuentre
al otro lado de las orillas de un cinturón de galaxias? ¿Cómo reacciona
su corazón al sentir el nacimiento de la vida en las profundidades
del mar de las constelaciones sumergidas?
La perla de la vida en su
ostra sideral. Un mundo, otro mundo, una civilización nueva con
sus singularidades típicas, con sus particularidades propias, otro
desafío del barro primordial al fuego creador y destructor de todas
las cosas. Él, Dios, avanza por las olas de los mares cósmicos descubriendo
nuevos mundos; de cúmulo estelar en cúmulo estelar lleva la alegría
del aventurero imperecedero a costas desconocidas. Abre las alas
de su Gran Espíritu y se lanza a velocidad infinita por las llanuras
cósmicas; siente el impulso del viento que recorre los espacios
sutiles y ora juega con la luz a ser su jinete y ella su corcel
brillante, ora la convierte en un rayo que recoge en su carcaj desde
donde las flechas luminosas salen disparadas al cielo níveo, se
incrustan en el corazón de una estrella Nova y la transforma en
Supernova. Él tiene la Eternidad por delante; a su alrededor se
extiende el Infinito. Aquél era Su mundo, Su universo, Su paraíso
original. No tuvo principio, no tendría fin. Hacia donde quiera
que Su Espíritu girase las estrellas y sus mares luminosos extendían
sus costas.
¿Cuántos sistemas estelares
se pueden recorrer en una eternidad? ¿Cuántas páginas le calcularemos
al libro de Su vida? ¿Cuántas ramas le contaremos al árbol de Su
experiencia? ¿Cuántos mundos, cuántas razas, cuántas civilizaciones
conoció Dios antes de revolucionar la estructura de Su mundo y convertir
la realidad cósmica en Su Creación propia? ¿Cuál es el volumen de
Su memoria? ¿Cuántos recuerdos Su mente almacenó antes de provocar
en aquel universo increado suyo la transformación final de la que
nosotros somos el fruto?
II
En efecto, la Increación
fue la Infancia de Dios. Todo lo que Él, Dios, conocía y había sido,
había estado siempre ahí. Cambiaban las formas, pero Dios, Él, no
recordaba que antes hubiera habido otra cosa. Y no lo recordaba
porque no la había habido. Es decir, antes de la Creación fue la
Increación, pero antes de la Increación no hubo otra cosa. El Infinito,
la Eternidad, Dios, eran los miembros de la Trilogía Cósmica. Todo
pasaba, todo fluía, la vida y muerte de los mundos, el nacimiento,
desaparición y renacimiento de las galaxias. Siempre había sido
así, desaparecían las formas, pero la esencia permanecía. La Muerte
reducía a polvo todo lo que vivía, mas del polvo cósmico el ave
fénix de la vida renacía siempre. Las hojas se les caían a las ramas
del Árbol de la vida cuando soplaba el viento de la Muerte, se quedaban
peladas, frágiles en su desnudez, mas al cabo el fuego de la vida
renacía en la savia de los universos y se vestía de nuevo con frutos
más hermosos, espléndidos y generosos. ¡Dios, cómo amaba Él su mundo!
El Infinito y la Eternidad le tenían hechizado con su Sabiduría.
Eran para Él padre y madre; y Él era para ellos la razón por la
que todo permanecía en movimiento constante.
¿Cómo entrar entonces, por
dónde entrar a pasar y contemplar la memoria de Aquél que era la
razón, la causa, el sentido de la existencia de todas las cosas?
Y si tuviéramos que comparar cada universo con la célula de un árbol
¿cómo calcular en el papel el número del Árbol de la Vida? ¿O cómo
adivinar los nombres con los que fue conocido Aquél que permanecía
para siempre cuando todas las cosas pasaban? ¿Y cómo sentir la experiencia
divina de Aquél que se paseaba de universo en universo llevando
consigo la alegría de la existencia a todos los mundos por donde
iba?
¿Hacia dónde ir, hacia dónde
no ir? ¡Qué pregunta! Hacia donde sople el viento, hacia donde la
luz de la aurora de un nuevo universo anuncie su nacimiento, hacia
los confines al otro lado del Orto, adonde la aventura ronde, adonde
no se estuvo nunca antes. Porque lo más hermoso siempre está por
llegar, porque lo más bello es siempre lo que aún no se ha visto,
¡adelante, que los soles celebren fiesta y bailen la danza de las
abejas mágicas! Dios vuela sobre las alas del águila de las estrellas,
se acerca cabalgando en el caballo de los universos lejanos, al
trote se acerca, se baja en las orillas del río de la Vida, le da
de beber a su corcel, mira al horizonte y sonríe porque sobre las
altas cimas de los cúmulos distantes ha descubierto el fulgor de
una estrella de nieve. Nada Le detiene. Su pulso nunca pierde el
control. No conoce el miedo. Ni conoce más cosa que la alegría de
la aventura. No sabe qué es la envidia, ni el mal. Jamás estuvo
en guerra alguna. Él no necesitaba conocer la verdad, porque no
conocía la mentira.
La verdad era Él, Dios; la
verdad era el Infinito, la verdad era la Eternidad. La verdad eran
los colores del arco iris brillando bajo un sol estival bravío.
La verdad era un campo florido en primavera. La verdad era un mundo
naciente bajo un sol de diamantes pulidos, tres lunas orbitando
alrededor del planeta madre, un enjambre de naves partiendo de paseo
por la galaxia origen, y luego el silencio de las almas que regresan
al barro primordial de la Vida. ¡Cómo no maravillarse, cómo no reírse,
cómo pasar de largo y rechazar la invitación de la Vida a participar
en su aventura! El que era increado se hacía personaje, se dejaba
inscribir en el registro de la historia soñada y allá que se dejaba
maravillar por el genio creador de la Sabiduría.
Así pasó Él su Infancia.
Tal fue la infancia de Dios.
III
Pero un día se despertó en
Él, Dios, un deseo. Aquel día Dios tuvo un deseo. Y aquel deseo
llevaba en su núcleo la impronta entera del corazón en cuyo pecho
nació.
Veamos; la Sabiduría era
su hermana; Ella movía por Él todas las cosas, por Él convertía
Ella la energía en materia y la lanzaba al espacio iluminando las
distancias con aquellos fuegos artificiales en el origen de nuevos
universos; luego sembraba la semilla de la vida en los nuevos campos
estelares y los universos se llenaban de criaturas. Al cabo de los
tiempos la Vida les cedía su lugar a las olas de la Muerte. Y todas
las criaturas desaparecían del universo como castillos en una playa
que borra la marea. ¡Sí! Todas sin excepción desaparecían entre
los dedos del tiempo como agua, como polvo del desierto. Tal era
el destino de todas las criaturas durante la Increación. Había sido
siempre así. La Vida y la Muerte formaban parte del sistema cosmológico
increado. Sólo por Dios y para Dios el barro cósmico cobraba forma;
la Sabiduría inspiraba aliento de vida en el barro de los
mundos y se convertía en seres animados. Pero sólo por un tiempo.
A su hora la Vida dejaba paso a la Muerte y sus olas secaban aquel
barro primordial del que habían sido formadas todas las criaturas.
El polvo regresaba al polvo. Cenizas a las cenizas. Sólo Él, Dios,
era indestructible. Entonces Él, Dios, Se dijo:
¿No sería maravilloso que
todas las criaturas de su universo naciesen para disfrutar la Inmortalidad?
¿No sería genial que, al regresar de sus viajes por esos mares remotos
e incógnitos, cargado Su corazón de aventuras fabulosas volviera
a encontrarse, como el que vuelve a casa, con Sus amigos queridos?
Sí, ¡Inmortalidad para todas
las criaturas del Universo! Este fue Su sueño. Tal fue Su deseo.
Un deseo hermoso.
Y lo tuvo con tanta intensidad
que con los ojos despiertos Dios vio ya Su universo trasformado
en un paraíso habitado por mundos sin número. Pueblos de galaxias
y planetas distantes compartiendo sobre la mesa de esa Civilización
de civilizaciones un mismo pan, los logros y avances de sus sociedades
originales. Un universo lleno de vida y color. Como enjambres
de pajarillos recorriendo los bosques a cielo abierto, como muchedumbres
de criaturas cabalgando las llanuras. Y Él corriendo, volando con
ellos, abriéndoles horizontes, trazándoles nuevas rutas por las
estrellas. En el sueño que le inspiraba Su deseo ya se veía Dios
sumergiéndose en las profundidades del océano cósmico en busca de
nuevas perlas. Y la Sabiduría, Su hermana, Su amiga de aventuras
dejándole pistas entre las estrellas, maravillándole con una nueva
victoria sobre la capacidad divina para ser sorprendido. Ella haría
realidad Su sueño. La hija del Infinito y la Eternidad vestiría
de inmortalidad a todos los vivientes.
Este fue el deseo que creció
en el corazón de Dios. La cuestión es: ¿podría ser realizado ese
sueño?
Bueno, en cuanto a Él, Él
no tenía ninguna duda al respecto. Su Fe en el Poder de la Sabiduría
Creadora para superar el reto que le ponía sobre la mesa, creación
de vida inmortal, su Fe no conocía la Duda. De todos modos, la cuestión
estaba ahí, y su implicación no era menos vasta y profunda, ¿pues
qué consecuencias provocaría en el Sistema Cósmico Increado semejante
transformación de estado? Naturalmente Dios estaba más allá de las
implicaciones y sus consecuencias. Su Fe en la Sabiduría Creadora
era tan ciega que en ningún momento se le ocurrió dudar de su Poder
para realizar dicha transformación de estado. Él puso manos a la
obra. Ahora bien, ¿por dónde empezar a hacer realidad su sueño?
¿Por la Inmortalidad de la especie como primer estadio hacia la
Inmortalidad del Individuo, por ejemplo? Pues claro que sí. ¡Perfecto!
IV
Lo que de entonces en adelante
vivió Dios, lo que Dios hizo desde ese día ¿podemos imaginárnoslo,
comprenderlo, recrearlo? Se levanta un Ser extraordinario en las
estrellas; Su propósito es unir todos los mundos que aparecen y
desaparecen en el espacio y el tiempo y crear una Civilización de
civilizaciones que vencerá todos los problemas que el reto de la
Inmortalidad les sugería. Juntos todos los mundos en un Todo
Universal, esa Civilización de civilizaciones se abriría al cosmos
de las galaxias que se extienden hasta el Infinito. Dios estaría
al frente de ese Imperio Cósmico. Él guiaría a los primeros mundos
al encuentro de los últimos, los uniría a todos, les enseñaría a
ser libres, a disfrutar de las maravillas del universo. Y siempre
habría más. La experiencia que tenía Dios de su encuentro con mundos
de todas clases la puso al servicio de Su sueño. Y enamorado de
Su sueño, Inmortalidad para todas las criaturas, puso manos a la
obra. Abrió rutas entre las estrellas y puertas entre las constelaciones,
descubrió nuevos mundos y extendió sobre sus civilizaciones Su Cetro,
les dio a los reinos que se fueron formando Cartas Magnas. Dirigió
sus evoluciones tecnológicas hacia el encuentro en la tercera fase,
integró a todos los reinos así formados en un Imperio y unió a su
Persona la Corona. Él en persona se integró en aquel Mundo de mundos
como el Rey de reyes y Señor de señores en cuya Palabra tenían todos
los pueblos su garantía de crecimiento y coexistencia pacífica y
libre. Su Palabra era el Verbo, y el Verbo era Dios.
V
Y así fue. Con el tiempo
aquel Imperio Universal creció y extendió sus fronteras a las estrellas
más remotas de los cielos increados.
¿Cómo dibujar en el lienzo
de nuestra imaginación las propiedades y la naturaleza de aquella
Civilización de civilizaciones que extendió su gloria por el mar
de las estrellas? ¿Qué Biblioteca sobre los Orígenes y la Historia
del Imperio en que Dios había transformado la Increación llegó a
formarse con el tiempo? ¿Con cuántas Historias Particulares se compuso
su Historia Universal? ¿Cuál fue el número de las ciencias que los
sabios de aquel Imperio dominaron, registraron, cultivaron?
La Sabiduría, invisible y
bella, amante y alegre, desde su trono luminoso y transparente sobre
todas sus criaturas extendía su protección e inteligencia, y en
todas las cosas su alma maravillosa se manifestaba, moviéndolo todo
con un sólo propósito: descubrirle a Dios las leyes que rigen el
Universo. Este, Su universo, se llenó de mundos alegres y aventureros
con una sola preocupación en la vida, disfrutar del tiempo de existencia
que a cada individuo se le había otorgado. Porque, aunque la vida
era hermosa, magnífica, impresionante, y las ganas de vivir no se
acababan nunca, el hecho es que el tiempo era limitado y el paso
de las criaturas por el mundo, efímero. Como las nubes de primavera
que sobre su tumba de mayo lloran sus últimos días ante la cuna
del verano, como el caudal del río que cruza la tierra de Este a
Oeste pero se acerca al océano de sed insaciable, así era la vida
de todos los seres de aquél Imperio que Dios había levantado con
sus manos y amaba tanto. El dolor del último abrazo, la pérdida
del amigo que desapareció mientras estabas de viaje, la lágrima
que no recogiste de aquel ruiseñor que se murió con la pena de no
haber expirado entre tus brazos, oh Señor, el rumor tierno de un
príncipe al que amaste con el sentimiento de un hermano y se desvaneció
en las brumas de su inocencia, regalándote besos, bendiciones y
amores por los días que le diste, por haberle dado la oportunidad
de conocerte, por haber hecho de su vida una historia digna de ser
vivida aunque el aliento estuviera sometido a la ley del silencio
final. Ah, el crujido de la rosa cuando sus pétalos mueren entre
los dedos de la tormenta. El anuncio del fin de la felicidad perfecta
escrito en sangre sobre un futuro sin defensas contra la flecha
que certera busca su pecho. Hiere su núcleo, desgarra su pensamiento,
hasta el corazón le llega la lanza.
VI
Un día la Muerte despertó
de su letargo y reclamó para sí corona y cetro. Quiero decir, si
te dicen que Ese de quien se dice ser Dios no puede hacer realidad
Su deseo ¿entonces qué te respondes?
Si eres sabio o simplemente
aspiras a la sabiduría te contestarás que aquel deseo divino, Inmortalidad
para todas las criaturas, este deseo implicaba una revolución estructural
cuyas consecuencias habrían de alcanzar al propio Dios. Si eres
de los que siempre optan por las cosas fáciles y eliges la opción
de los ignorantes te responderás que ese Ser no puede ser Dios de
verdad, porque para un Dios Verdadero no hay nada imposible.
Pues pasó eso. Con el tiempo
Dios superó la primera fase de Su Deseo y transformó Su universo
en un Imperio de Mundos con orígenes en las más diversas estrellas
de los más remotos sistemas solares. Estaba avanzando hacia la última
fase de su proyecto -Inmortalidad para el Individuo- cuando la Duda
se hizo. Quiero decir, los Mundos habían alcanzado la Inmortalidad
y contaban sus años por millones que no se acaban nunca, pero el
individuo seguía siendo mortal. Y aquí es donde nació el problema.
Mientras el individuo nacía para morir, y la Inmortalidad no entraba
en la estructura formal de su lógica, la vida no sufría la Muerte.
Mas al conocer el individuo que existía la posibilidad de la Inmortalidad
y descubrir que el origen de esa posibilidad estaba en el Rey de
reyes y Señor de señores de aquel Imperio de las estrellas, Él,
Dios, la idea de vivir inmortalmente y tener que morir irremediablemente
provocó en la estructura mental de una parte de los vivientes un
choque violento.
“Pues si Él es Dios Verdadero,
y a un Dios Verdadero no se le puede negar nada porque para Él todo
es posible ¿cómo es que deseándonos la Inmortalidad nos vemos sujetos
a las Muerte?”, se preguntaron los ignorantes, por ignorantes violentos.
Esta cuestión tan elementalmente
lógica, tan racionalmente sencilla, fue el caldo de cultivo donde
se desarrolló la Duda. Y la Duda condujo a la Negación de la existencia
de Dios. Y en la carne de esa Negación se incubó el virus de la
Guerra.
No siendo el Rey de reyes
y Señor de señores del Imperio de las estrellas Dios en toda la
extensión teológica y existencial de la palabra, seguramente habría
alguna forma de destruirlo. Lo único que había que hacer era buscar
el arma que le destruyese.
VII
Aquella Guerra Universal
tuvo lugar antes de la creación de nuestro Cosmos. Aquella Guerra
Apocalíptica tuvo su origen en la Duda, y la Duda condujo a todos
a la Destrucción. Fue aquella una guerra que dividió a todos los
mundos y los enfrentó a muerte. La parte violenta, la parte que
negaba la existencia de Dios y daba por muerto al Rey de reyes en
cuanto descubriesen el arma definitiva, esta parte eligió la suerte
de los ignorantes, amó la locura de los necios y emprendió una evolución
sobre líneas torcidas en dirección a la transformación del ser en
una nueva especie de criatura infernal, adicta al Poder, enamorada
de la Guerra, su voluntad por ley, su ley más allá del bien y del
mal. Descubrieron la Ciencia del bien y del mal y la llevaron a
sus últimas consecuencias. La parte que eligieron los sabios, la
Fe, el amor a la Verdad, aunque no pudieran comprenderla, esta parte
amó a Dios y se negó a aceptar el argumento del ateísmo materialista
de los violentos. Estaban de acuerdo en que el argumento de los
ignorantes abría una brecha en la Fe Universal en el origen del
Imperio de los Mundos, pues ciertamente no se podía entender que
la Muerte no doblase sus rodillas ante Dios. Y sin embargo ¿quiénes
eran ellos? Exacto, ¿quiénes eran ellos para entender cómo este
conflicto entre la Vida y la Muerte que con Su deseo había provocado
Dios le estaba afectando a la estructura de la Realidad Universal?
Por supuesto que no, los sabios, pacíficos por sabios, nunca aceptaron
la legalidad del argumento en la base del ateísmo científico de
los violentos. ¿Qué se escondía detrás de aquella negación irracional
sobre la Existencia de Dios sino una pasión incontrolable por el
Poder? Adonde querían llevarlos los apóstoles del ateísmo era a
una guerra universal, de la que contra toda sabiduría esperaban
salir como vencedores para imponerles a todos un status
quo demoníaco. Y no debía hablarse más. Esta era la verdad
y por mucha ciencia en retorcer los argumentos que se inventaran
los Padres de la Duda esta era la luz de la verdad que brillaba
al fondo de sus sistemas de pensamiento. ¿Qué diferencia había entre
la Duda y la Locura? La Ignorancia para entender la naturaleza del
conflicto cósmico que en su inocencia había provocado Dios: los
Padres de la Duda por Método la vistieron de ciencia, luego hicieron
de la ciencia una nueva religión, el Ateísmo Científico, y después
le declararon la Guerra a la Fe. Esta, porque conocía a Dios, y
aunque en su corazón no pudiera comprender la naturaleza del conflicto
que Su deseo había provocado en la Increación, sabía que aquella
guerra sería el principio del fin de todas las cosas. Este argumento
de los sabios, pacíficos por sabios, no les valió de nada a los
señores de la Guerra.
La Duda era la verdad,
la Duda estaba en ellos,
ellos eran la Verdad.
Con semejante estructura
lógica, corrompiendo la Lógica hasta retorcerla y transformarla
en una irracionalidad típica de bestias demoníacas, les respondieron
los malos a los buenos.
VIII
Cuando Él, Dios, descubrió
lo que estaba pasando, Sus ojos se quedaron paralizados en sus órbitas.
Y se quedaron congelados en sus órbitas porque no entendía ni podía
comprender qué estaba pasando.
¿Eso era la Guerra? ¿Cuál
era su origen y cuál su meta? ¿Qué buscaban los enemigos de su Imperio,
y qué fuerza misteriosa habitaba en sus corazones rebeldes e incorregibles?
El Poder. El ejercicio del
Poder se había convertido en la locura del Poder. El Poder volvía
loco a quien lo ejercía. Ah, la locura del Poder. ¿Cómo era posible
que una criatura nacida para ser un suspiro de la materia se atreviese
a levantarle la voz a Dios? ¿Era esta locura por el Poder uno de
los efectos de la Ciencia del bien y del mal?
IX
Al principio fue como un
fuego que nace, lo apagas y crees que ya está solucionado el problema.
Pero te das la vuelta y ves otro incendio creciendo y devorando
alguna otra parte de tu mundo. Corres, llegas, apagas también este
y otra vez crees que ya nunca volverá a suceder, porque todo el
mundo ve que el fin al que conduce todo mundo que cae en las redes
de la Ciencia del bien y del mal es regresar al polvo del que fuera
tomado. No hay piedad, no hay destino. Ninguna lágrima es suficiente
para apagar este fuego.
La violencia en la oposición
entre el Bien y el Mal crece en la misma progresión geométrica que
los incendios que crea a su alrededor. Apenas apagas uno nace el
doble más allá. Apagas éstos y la progresión geométrica sigue su
curso. Vuelven a nacer dos incendios más allá. Corres hacia allí,
los apagas y salen el doble más allá en la distancia. Cuando vienes
a darte cuenta la propia progresión geométrica te ha cercado y te
encuentras en un Infierno. Sus llamas están devorando todo lo que
has levantado con tus manos. Te opones, te resistes, le declaras
la guerra final a tus enemigos, porque tú eres el enemigo, el objetivo
que busca el Infierno. Los mundos son sólo peones en un juego que
se te escapa pero que es tan real como la destrucción masiva de
los mundos que un día fueron el orgullo de tus ojos. ¿En qué se
han convertido esos mundos? En polvo vagando como nebulosas sin
rumbo que llevan en sus entrañas todo lo que quedó de lo que amaste
un día.
Así fue. Aquel Imperio de
Mundos que tuvo al Dios del Infinito y la Eternidad por Fundador
y Rey de reyes pereció en la guerra de su propio apocalipsis
X
La rapidez con la que he
pasado por la memoria de la forja y destrucción de aquel Imperio
no debe cegar la inteligencia a la hora de los cálculos a cuyos
pies he depuesto los límites de mi pensamiento. Lo que fue no puede
ser cambiado, sólo lo que será ha sido puesto en nuestras manos,
y si ya es difícil dirigir el curso de lo que es hacia lo que será
¡cómo atreverse a penetrar en cosas que fueron antes del nacimiento
de la primera galaxia que llena nuestro Cosmos!
El hecho fue que, con el
sabor en la boca de quien se comió un dulce y le reventó en el estómago
el pastel, Dios se encontró solo sobre las cenizas de aquel cementerio
que la Ciencia del bien y del mal había dejado a su paso. Aquel
árbol de la Ciencia del Bien y del Mal le ofreció a Dios su fruto
y Dios no lo cogió. El no alargó su mano. Lo tentó la Muerte y no
se dejó engañar. Por nada del mundo estaba El dispuesto a convertirse
en un Dios de dioses, todos fuera de la ley, todos inmunes al brazo
de la justicia. Antes la destrucción que ver su Imperio convertido
en el Reino del Infierno.
LA SABIDURIA Y LA CIENCIA DE LA CREACIÓN
|