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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
Quinta Parte Juventud, Muerte y Resurrección del Mesías
21
JOSE BEN DAVID, HIJO DE HELI DE BELEN, YERNO DE MATAN DE NAZARET
Una vez hallados los portadores
de los rollos mesiánicos, después del nacimiento de la Virgen, Zacarías
reunió en su casa a Helí, padre de José,
y a Jacob, padre de María. Lo que tenían que decirse los dos hombres
era mucho. El descubrimiento del Alfa y la Omega había revolucionado
sus vidas y el futuro de sus hijos ¡de qué manera! Zacarías, emocionado,
dejó correr su alma.
¡Qué increíble es la Sabiduría!
Creen los fuertes tener estrangulados a los débiles bajo el peso
de sus almas insensibles y violentas, ya los pequeños se abandonan
al destino que los grandes quieren escribir en sus espaldas con
el látigo de su maldades perversas. Los sueños de libertad dejan de planear
sobre el horizonte cediéndole el paso a las tinieblas, las ilusiones
yacen ya rotas a los pies de sus ejércitos. Pero de pronto la Sabiduría
se da la vuelta. Ya está cansada de ser perseguida, de no ser alcanzada
nunca. Se vuelve la hija del viento, fija sus ojos en los atletas
del pensamiento, uno le implora ser él, otro le promete amor eterno.
Ella no abre la boca, la Sabiduría ha elegido a su campeón, avanza
hacia él, le da la mano, lo levanta del polvo, le guiña el ojo y
ella misma le da la corona de la vida. Atónitos, enloquecidos, escandalizados
por su elección, porque puso sus ojos en el último entre ellos,
porque le dio sus favores a quien no era nada, los despreciados
del destino se conjuran entonces con las tinieblas para destruir
a la Eterna. Ella, la Esposa del Omnipotente, se ríe; su Esposo
levantó las galaxias con un solo movimiento de sus manos; le bastó
abrir los labios una vez sola para que temblara el Infierno. Ella
es la niña de sus ojos, ¿qué podrá temer de los planes de los genios?
Allí estaban sus hombres. Los dos ríos que Ella ocultara bajo tierra
y todos dieran por desaparecidos habían aflorado y, misterio para
el asombro y la entonación de nuevos salmos, lo habían hecho por
la misma boca de tierra.
Helí y Jacob se presentaron sus
hijos. La Hija de Salomón y el Hijo de Natán estaban vivos. La Virgen
en su cuna, José mirándola de pie entre los hombres. Habló entonces
Simeón el Joven palabras de Sabiduría: La ignorancia, amigos, tiene
al género humano encadenado al poste del can nacido para vigilar
la puerta de su amo- dijo-. Creó Dios al Hombre para gustar las
mieles de la libertad de un Sansón inmune a los hechizos de Dalila.
El Diablo pérfido se olvidó de su condición divina, envidió la humana,
y habiendo acabado poseyendo la de las bestias aúlla alucinado a
las estrellas del Infierno que adora por Paraíso. Cobarde, con la
cobardía del que funda su grandeza sobre el cadáver de un ejército
de niños, la Serpiente ha enloquecido creyendo poder seguirle al
águila la pista que su estela escribe en las alturas. No temáis,
amigos, Él está con nosotros. El Águila Sagrada otea desde el risco
invisible cada movimiento del Dragón; ya respira, ya el fuego tenebroso
sale de sus hocicos, los músculos del Gran Espíritu se tensan como
arcos prestos para la batalla; si avanza un pie, el Guerrero salta
de su sueño pacífico en la tienda del Sabio y echa mano de su flecha,
rápida como el rayo, fuerte como el trueno. Lo que aquí estamos
viviendo es el alba de un nuevo Día que ya desparrama su aurora
sobre los ojos inmaculados de la inocencia de vuestros hijos.
Que en sus cuevas planeen
los enemigos del Reino de Dios sus planes de destrucción, que se
escondan en los laberintos de los hipogeos del Poder los enemigos
del Hombre, nosotros no tememos nada, Dios está con nosotros. Tiene el arco tenso,
lleva la espada afilada, su escudo nos protege. ¿Si es más grande
el Diablo que nuestro Salvador por qué huyó a esconderse después
de matar a Adán? ¿Huye el león de la gacela? ¿Se arrodilla el vencedor
ante el trono del vencido? Que tiene hambre el Diablo, que se coma
las piedras; que tiene sed, que se beba toda la arena del desierto.
Vuestros hijos están lejos de sus garras.
Fue un juramento emocionante.
Se oyeron palabras para no ser olvidadas nunca. Helí y Jacob juraron casar a sus hijos cuando llegase el día
de hacerlo. El Todopoderoso hundiera sus almas en los abismos donde
los demonios tienen sus moradas si faltaban a su palabra -hicieron
voto.
Luego regresaron cada uno
a sus vidas diarias. Helí le dio hermanos
y hermanas a su hijo José. Jacob tuvo de su señora a las hermanas
de María; después el varón por el que tanto suspiraron.
José estaba hecho ya un hombre
y María una mujer, ambos a las puertas de la firma del contrato
matrimonial más secreto e importante en la historia del mundo, cuando
la noticia de la muerte de Jacob dejó boquiabiertos a todos los
que vivían para ver ese día. De no haber hecho María aquél Voto
suyo la boda se hubiera adelantado. El Voto de María, como dije,
a quien más le afectaba era al propio José. Por un momento pareció
venirse abajo el edificio de las esperanzas de todos ellos, cuando
José escribió en la historia de la eternidad aquellas palabras suyas,
que en su día repetiría su mujer al ángel de la Anunciación: “Hágase
la voluntad de Dios; he aquí su esclavo, mil años han esperado nuestros
padres, bien puedo yo esperar unos cuantos”.
Fueron los años que fueron,
no fueron más ni fueron menos. Cuando llegó su hora José dispuso
las cosas y partió hacia Nazaret. Le arrendó a la Viuda un terreno
donde montar su carpintería y esperó a que Cleofás se casara para
casarse él con María.
Tras el nacimiento de José,
el segundo de los hijos de Cleofás, José pagó la dote por las vírgenes.
Al año se celebró la boda. Y se celebró la boda a pesar de la sombra
de adulterio que pesó sobre la inocencia de la Virgen.
Tal cual le dijo su suegra,
el ángel de Dios sacó a José de su duda. Disipada la sombra del
adulterio José se montó en su caballo y voló a la Judea a recoger
a la Madre del Niño. El acontecimiento de la Anunciación de Juan
le había sido descubierto por el mensajero que Zacarías le enviara.
Lo que José no se esperaba era encontrarse con un Zacarías y una
Isabel hechos unos mozos llenos de vida. Pero después de lo que
le había pasado a él ya nada le sorprendía. O al menos eso se creía.
Porque al recuperar el habla Zacarías sus primeras palabras fueron
para descubrirle los pensamientos que desde la llegada de la Virgen
le habían crecido en el alma sobre el Hijo de María.
“Hijo mío, Dios nuestro Señor
nos ha maravillado con un prodigio de naturaleza infinita. Desde
antiguo sabíamos que Dios es Padre, según podemos leer en su Libro.
Al formarnos a su imagen y semejanza nos dio a gustar las mieles
de la paternidad; y descubriéndonos ser Padre de muchos hijos nos
abrió los ojos a la existencia de uno entre ellos nacido para ser
su Primogénito. Lo que nunca reveló abiertamente en su Libro es
que ese mismo Primogénito fuera su Unigénito. O no quisimos verlo
en sus palabras cuando su profeta dijo: ‘Lloraréis como se llora
por el primogénito, haréis duelo como se hace duelo por el unigénito’.
Hijo mío, Ese es el Hijo que lleva tu Esposa en sus entrañas. En
tus manos, José, ha puesto tu Señor su Niño. Su vida está en tus
manos; si su vida ya corre peligro por ser quien es: el hijo de
Eva que nos había de nacer ¿cuál será la responsabilidad del hombre
a quien el Padre le ha entregado la custodia de su Unigénito? No
bajes nunca la guardia, José. Defiéndelo con tu vida; rodea a su
Madre con tu brazo y pon tu cadáver entre Ella y los que han de
buscarla para matar a su Hijo. Recuerda que ha de nacer en Belén
porque así está escrito. Y precisamente porque está escrito allí
será el primer sitio adonde dirija el diablo su brazo asesino”.
José escuchó las palabras
de Zacarías, hijo de profeta y padre de profeta, sin poder creerse
que Dios fuera a permitirle a hombre alguno, se llamase Herodes
o César, tocarle siquiera un cabello de la cabeza al Hijo de María.
Así que regresó a Nazaret,
celebró la boda con una María ya en avanzado estado de gestación
y se dispuso a bajar a Belén cuando el Edicto de Empadronamiento
del César Octavio Augusto levantó en la nación un clamor espontáneo
de insurrección. Sólo en una ocasión las tribus de Israel se sometieron
a un censo. En la mente de todos estaba el precio que el pueblo
pagó por el censo del rey David. ¿Qué castigo les enviaría si por
miedo al César desobedecían la prohibición de dejarse contar como
se cuenta el ganado? Judas el Galileo y sus hombres prefirieron
morir como los valientes luchando contra el César a vivir como los
cobardes delante de Dios. La insurrección estalló en la Galilea.
Judas cortó los caminos, imposibilitándole a José bajar a Belén
para que se cumpliesen las Escrituras.
“¿Qué cuánto tiempo durará
esta insurrección? Obviamente el tiempo que el amo de Herodes lo
quiera” le respondió José a su cuñado Cleofás. “¿No crees que Herodes
el Chico sea capaz de acabar con Judas y sus hombres en lo que dura
el relincho de la famosa caballería de su padre? Los Herodes deben
estar en estos momentos comiéndose las uñas. De depender de ellos
ya hubieran acabado con esta guerra santa. Pero creo que el César
no lo quiere, y el César es el que manda. El romano ha decretado
que el Censo empiece en el reino de los judíos porque sabe que pasaría
lo que está pasando. El aplastamiento sin piedad de Judas y sus
hombres le servirá de propaganda contra cualquier otra posible insurrección;
es así cómo el romano previene la enfermedad”.
José no se equivocó. Los
Herodes obedecieron la orden del amo romano. Dejaron crecer la insurrección
galilea. Cuando la víctima estuvo gorda para el matadero sacaron
sus ejércitos. Mataron a todos los que pudieron de la banda del
Galileo, y con los cuerpos de los supervivientes sembraron de cruces
todos los caminos que conducían a Jerusalén. Bajo aquella muchedumbre
de cruces pasaron José y María en dirección a Belén. ¿A quién le
extraña que del dolor la Virgen se echara a dar a luz apenas llegada
a la casa de su esposo?
En este capítulo la verdad
más que de los hechos depende de la fe de cada parte del tribunal
de la historia. Si le damos nuestra confianza al historiador Flavio
Josefo, traidor a su patria, salvador de su pueblo al lograr con
sus Historias que los Césares aprendieran a distinguir entre judíos
y cristianos, incluso al precio de convertir a sus descendientes
en una nación en guerra perpetua contra la Verdad, en este caso
la insurrección de la que hablan los Apóstoles nació en la imaginación
de los autores del Nuevo Testamento. Los principios de la Psicohistoria,
sin embargo, se alzan contra la desvirtuación que Flavio Josefo ejecutó al imponer entre judíos y cristianos el
muro de acero que los mantendría separados veinte siglos, ejecución
que exigía de su persona negar la existencia del propio Cristo,
convirtiéndose, al hacerlo, en el Anticristo de las palabras de
San Juan.
EL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET. Juventud, Muerte y Resurrección del Mesías.
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