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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
Cuarta Parte - La Hija de Salomón
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NACIMIENTO DE MARIA DE NAZARET, HIJA DE ANA Y JACOB, ABUELOS DE JESUCRISTO
¡Qué tontos son los hombres,
Señor! Te buscan, y cuando te encuentran con palabras afiladas como
cuchillos se maldicen a sí mismos porque Tú les hablas. Como quien
encontró lo que estaba buscando y se arrepiente de haberlo encontrado
porque había estado esperando otra cosa, los hombres convierten
sus palabras en espadas y lanzas, se afean los rostros con pinturas
de guerra y odiando el infierno se matan entre ellos creyendo matar
al mismísimo Diablo ¡Una palanca para mover el universo!, dice uno.
¡Mi reino por un caballo!, clama el vecino creyendo escribir en
los muros del tiempo palabras de sabiduría dorada.
¿Cuándo aprenderán a ser
libres con la libertad del que tiene por delante el infinito? Es
la existencia del hombre la de la mariposa que vuela veinticuatro
horas y al llegar el ocaso del día entrega su cuerpo al barro del
que viniera a la vida, pero a diferencia de la ingrávida criatura
en esas veinticuatro horas el hombre transforma ese precioso corto
día en un infierno de monstruosidades. ¿Por qué le diste boca a
la piedra? ¿A qué darle brazos a quien su imaginación sólo le alcanza
para hacer de sus frágiles dedos armas de destrucción? ¿Qué te movió
a elevar sus cerebros sobre el de las aves que sólo piden para sus
alas un trozo de cielo?
Ay, el alma de Jacob. Ay
cómo lloraba el hijo de Matán de Nazaret su desgracia. Entre los
mismos olivares a los que un día la paloma de Noé le arrancó a Dios
la promesa de eternidad sin vuelta, a los pies del tronco donde
moriría un día no muy lejano el hijo de Matán derramaba aquel corazón
rebosante de aquella alegría que no le cabía entre pecho y espalda.
Toda la vida soñando con ella y ahora que sus manos habían tocado
la carne de sus sueños era arrojada su costilla al fuego.
“Vanidad y más vanidad, todo
es vanidad” escribió en un muro sagrado Cohelet el sabio. ¿Huelga
creer que cuando escribió eso el hombre no debía andar muy enamorado?
Ay, el corazón de Ana. ¿Lloran
los ojos sangre? ¿Recorren las venas puro agua? ¿Qué misterio tan
recóndito forjó Dios cuando concibió dos personas para ser una sola?
¿Por qué no hizo al macho y a la hembra humana acorde a la naturaleza
de las bestias? Se aparean a la voz de mando de los instintos y
se separan sin pena. ¿Por qué tuvo el Señor que hacer surgir de
las brumas de los instintos la llama de la soledad asesina contra
la que nació sin protección Adán en su paraíso? Con lo fácil que
le hubiera sido al Eterno hacer al hombre a la imagen y semejanza
de las máquinas… Se programa al bicho, se le suelta libre en su
zoológico sideral, se mueven los cielos en sus constelaciones y
al ritmo que marcan sus coordenadas el bicho se aparea y se reproduce
en plan plaga. ¿Por qué sustituir un programa infalible, como vemos
en el mundo natural, por un código de libertad? Llega la primavera
y las criaturas se aparean y multiplican con tranquilidad pero sin
pausa. Mientras el instinto llama a filas el ser humano se planta
y le responde con una sola palabra. Amor la llaman.
¿Y sin embargo una vez gustado
el fruto de ese código quién es el que mira para atrás? Sexo llaman
al Amor los bestias, las bestias llaman al sexo por su nombre. ¿O
cuando el sexo muere el Amor no vive? ¿O sin sexo no hay Amor? Contra
la opinión de tales expertos los demás sabemos que el Amor existe
con independencia del acto reproductor de las especies. Y porque
existe hiere al que lo quiere y no lo tiene. Ayer como hoy y siempre,
donde haya amor habrá dolor.
El abuelo Matán cerró sus
oídos a las lamentaciones de su hijo. No quería volver a oir el
nombre de Cleofás ni en sueños. Para él el asunto había quedado
zanjado definitivamente. Ya podía su heredero buscarse mujer entre
los bárbaros si en su despecho lo quería; él no diría palabra en
contra, pero por Dios y sus profetas que antes lo desheredaba que
sufrir de nuevo una humillación tan grande.
Al contrario que Matán, una
vez calmadas las aguas, la Señora Isabel sacó la vara de su genio,
se fue a por su cuñado y la dejó caer sobre sus espaldas con estas
palabras: “Necio, devorador de tu hija, ¿a qué juegas? ¿Te interpones
entre Dios y sus planes invocando tu condición de siervo? ¿Contra
tu Señor te rebelas conjurándole a dejar en paz tu casa? Yo te digo
como hay cielo y hay tierra que mi niña se casará con el Hijo de
Abiud de aquí a un año contando desde esta fecha”.
Ufff, si Cleofás se creyó
que había pasado la tormenta fue porque todavía no había recibido
la visita de Zacarías. Su cuñada tronó, su cuñado soltaría sobre
él rayos y truenos.
Pero no con palabras de cólera
ni con palabras de ira. Zacarías comprendió que parte de la culpa
de lo sucedido era suya. Tal como estaban las cosas ya no podía
seguir manteniendo a su cuñado al margen de la Doctrina del Alfa
y la Omega. Lo sentó y se lo contó todo.
El Hijo de Resa, hijo de
Zorobabel, vivía en Belén. Era un niño, y se llamaba José.
El Hijo de Abiud, el otro
hijo de Zorobabel, ya lo conocía él, era Jacob. La esperanza que
se les había metido en el alma a todos ellos era que la Hija de
Salomón nacería del matrimonio de Jacob y Ana. Así Dios lo había
dispuesto, y aunque sólo era una esperanza ellos apostaban sus vidas
a que así sería. Esos dos niños se casarían, y de ellos nacería
el Hijo de David, el hijo de Eva por el que todos los hijos de Abraham
llevaban suspirando milenios.
En cuanto a la legitimidad
genealógica de Jacob, de la que a él no le cabía ninguna duda, muy
pronto tendrían la prueba.
Por razones de prudencia
impuso Isabel su decisión de ser ella la encargada de arreglar la
situación. Matán se desarmaría antes frente a una mujer que si era
otro de Jerusalén quien subía a exigirle que depusiera su actitud.
También porque el viaje inesperado de uno de ellos podría alertar
sospechas en la Corte del rey Herodes, mientras que si iba ella
nadie la echaría de menos.
¿Qué quería ahora aquella
señora?
Muy sencillo. Presentarle
los respetos al Hijo de Abiud. En nombre de toda su casa, incluyendo
a su cuñado, venía a pedirle por esposo para su sobrina Ana a su
hijo Jacob. Y de camino ella había subido desde Jerusalén a Nazaret
a descubrirle al Hijo de Abiud la Doctrina del Alfa y la Omega.
El abuelo Matán escuchó maravillado
la sucesión de los acontecimientos vividos por Zacarías y su Saga.
Al término del relato el abuelo Matán bajó la cabeza, asintió con
la mirada y le pidió que lo esperara unos momentos.
Regresó enseguida trayendo
en la mano un rollo genealógico envuelto en pieles tan antiguas
como la primera mañana que extendió sobre los océanos su alba. Isabel
sintió por su espina dorsal la misma sensación que en su día viviera
Simeón el Joven. Al corriente del encuentro de la Casa de Resa,
el abuelo Matán desplegó la Lista de San Mateo sobre la mesa.
El mismo metal, el mismo
sello, los mismos caracteres, sólo cambiaban los nombres.
“Matán, hijo de Eleazar.
Eleazar, hijo de Eliud. Eliud, hijo de Aquim. Aquim, hijo de Sadoc.
Sadoc, hijo de Eliacim. Eliacim, hijo de Abiud. Abiud, hijo de Zorobabel”.
Isabel no pudo impedir que
el aliento se le cortase al filo de los labios. Aun cuando intentara
mantener la calma sus ojos bailaban de alegría sobre la línea que
los hijos de Abiud habían trazado por los siglos.
Después leyó la lista de
los reyes de Judá desde el último a Salomón.
“Y a todo esto, ¿dónde está
tu Jacob?”, le soltó Isabel al término de la lectura.
Aquella mujer era puro genio.
Jacob pegó un bote de alegría al ver a su hada madrina. El brillo
en los ojos de Isabel le reveló el cambio en el ánimo de su padre.
El resto ya os lo podéis imaginar. Matán y su hijo acompañaron a
Isabel de vuelta a Jerusalén, trayendo con ellos la joya de la Casa
de los hijos de Abiud, la dote por las vírgenes y los términos del
contrato matrimonial.
Cleofás vio con sus ojos
lo que nunca pidió ver durante el tiempo que estuvo alojado en el
Cigüeñal. Al igual que su cuñado Zacarías, testigo del encuentro,
Cleofás se maravilló viendo el rollo gemelo del otro en poder del
padre de José. Pero si los presentes creyeron que las sorpresas
habían acabado por ese día, se equivocaron. Los términos del contrato
matrimonial los dejaron atónitos. Eran los siguientes:
Primero: La propiedad del
Hijo de Abiud, en este caso, Jacob, era intraspasable. ¿Qué quería
decir esto? En caso de muerte de Jacob su herencia pasaría directamente
a su primogénito, fuera macho o hembra el primer fruto de la pareja.
Segundo: Dado el caso de
viudedad, la viuda nunca podría vender ni parcial ni en su totalidad
la propiedad del heredero de Jacob. La dicha heredad, el Cigüeñal
y todas sus tierras, le sería reservada a su heredero hasta que
cumpliese su mayoría de edad. ¿Qué quería decir esto? Que la casa
de la viuda no tendría ningún derecho sobre la herencia de Jacob.
Tercero: En caso de volverse
a casar la viuda de Jacob los hijos de este nuevo matrimonio no
tendrían parte en la heredad del difunto.
Cuarto: En caso de no tener
descendencia la pareja, la heredad de Jacob pasaría directamente
a los hijos de Matán. La viuda de Jacob viviría en la casa de su
difunto hasta su muerte sin embargo.
Quinto: En caso de ser hembra
el heredero de Jacob ésta heredaría el legado mesiánico de su padre,
que a su vez legaría a su heredero. Si se daba el caso, como había
venido sucediendo en ocasiones anteriores, que a una hembra le sucedía
otra, la sucesión mesiánica pasaría de Jacob al próximo heredero
varón que viniera al caso. Digamos que si a Jacob le sucedía una
hembra sólo a ésta y no a su viuda le correspondería entregar su
herencia a su elegido. Cualquier traspaso de la herencia de Jacob
a una casa unida a sus descendientes por lazos matrimoniales no
tendría en este caso validez. La herencia pasaría de madre a hija
hasta que se pusiese al frente de la Casa de Abiud un varón, cuyo
nombre sería el que figuraría tras el de Jacob.
De esta forma fue cómo José
pasó a seguir a Jacob, reuniendo en su mano la jefatura de ambas
Casas, la de su padre y la de su difunto suegro. Herencia unificada
que legaría a su primogénito, el Hijo de María.
Los términos de este contrato
levantaron entre los presentes una sonrisa de admiración. En naturaleza
sucesoria tan atípica dentro de las tradiciones patriarcales judías
tenía su explicación la ausencia de generaciones en la Lista de
la Casa de Abiud. Gracias a esta fórmula tan sui géneris la Casa
de Abiud había mantenido la propiedad en su extensión original y
seguía asegurándose que así fuera.
Firmado el contrato por los
consuegros al año se celebró la boda, y al término de los tiempos
naturales el matrimonio trajo al mundo una niña. En memoria de su
madre Jacob la llamó María.
“¿No te dije, hombre de Dios,
que vi a la Hija de Salomón en las entrañas de mi niña?”, envuelta
en una felicidad divina le dijo Isabel a su marido.
XXIJOSE BEN DAVID, HIJO DE HELI DE BELEN, YERNO DE MATAN DE NAZARETEL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET.Quinta Parte.Juventud, Muerte y Resurrección del Mesías
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