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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
Quinta Parte Juventud, Muerte y Resurrección del Mesías
22
EL NACIMIENTO DE JESUCRISTO
La insurrección aplastada,
Jerusalén cercada por un ejército de cruces, bajo semejante mar
pasaron un José y una María que se encontraba ya en un avanzadísimo
estado de gestación. Al llegar José y María a Belén la aldea estaba
de bote en bote. Sorprendidos los hermanos de José, porque ninguno
se imaginó que José bajase antes de dar su mujer a luz, improvisaron
un lecho en el pesebre para que María diese a luz.
De nuevo los elementos de
la Psicohistoria nos piden paso. Quiero decir, Herodes el Chico
no hubiera ordenado la Matanza de los Santos Inocentes de haber
estado presentes en Belén los romanos. Los romanos, de los cuales
dependía su coronación en última instancia, jamás hubieran permitido
semejante crimen. En cuanto se fueron puso Herodes el Chico manos
a la obra. Pero ya era demasiado tarde. José, María y el Niño se
habían ido.
Este conjunto
de elementos psicohistóricos nos abren los ojos a la Batalla entre
el Cielo y el Infierno de la que nos habla San Juan en su Apocalipsis.
La Muerte, ya que no había podido evitar que se cumplieran las Escrituras
ni que se produjera el Nacimiento, tenía que ponerle la mano encima
al Niño. Pero la Vida, confiada en sus fuerzas, se movía en el tablero
de la Tierra con la seguridad del que conoce la estrategia y las
capacidades de su enemigo y siempre va un paso por delante. Cuando
Herodes el Chico fue a echarle la mano al Niño sus padres ya se
habían ido. A Jerusalén desde luego no. Aunque hubieran podido refugiarse
en la casa de la abuela de María.
En esto como en lo demás
el lector deberá juzgar por sí mismo a quien darle credibilidad,
si a un traidor a su patria, reciclado en una especie de salvador
de los mismos a los que vendió, o a unos
hombres que por amor a la verdad llevaron ese amor a sus últimas
consecuencias. Lo digo porque a raíz de esta nueva recreación de
los hechos saltarán quienes digan que esta forma de recomponer los
tiempos no pertenece a la propia sucesión de los acontecimientos
vividos.
Como ya habéis deducido los
Magos no eran reyes. Los Magos eran los portadores del Diezmo de
la Gran Sinagoga de Oriente y como tales debían tener parada en
el Templo. Lo que nunca los Magos se imaginaron mientras vinieron
alegres era que los últimos kilómetros del camino lo harían bajo
un mar de cruces. Gracias a Dios la violencia del momento tenía
ocupado al hijo de Herodes y se dirigieron a Belén a poner a José
en guardia.
José registró a su hijo y
regresó a Nazaret. A los días estipulados por la Ley bajó al Templo
en la creencia de haber pasado el peligro. Entró en el Templo acompañando
a su mujer cuando le salió al paso Simeón el Joven.
Se lo llevó aparte y lo puso
al corriente.
“Zacarías ha ocultado tu
pista regando tus huellas con su sangre. Al poco de irse los romanos
los Herodes enviaron a sus asesinos a tu ciudad. Tus hermanos lloran
la muerte de sus niños de pecho. Pero aquí no acaba todo. El horror
de la noticia llegó a Zacarías. Cogió a Isabel y a Juan y los escondió
en las cuevas del desierto, donde estarán a salvo de todo peligro.
Luego vino al Templo. José, lo rodearon como una jauría
de perros, amenazándolo con matarlo si no les descubría todo
lo que sabía. No pudiendo soportar su silencio lo mataron a puñetazos
y patadas en las mismas puertas del Templo. José, coge al Niño y
a su Madre y vete al Egipto. No vuelvas hasta que mueran estos asesinos”.
José no le dijo palabra a
María. Para evitarle que se enterara por los suyos de las noticias
se la llevó de Jerusalén sin darle explicaciones de ningún tipo.
“¿Cómo has podido vivir toda
esta vida llevando tú solo esta carga, esposo mío?”, lloró Ella
cuando él se lo contó en el lecho de muerte.
A su regreso del Egipto vivía
aún la abuela del Niño. Creo haber dicho que los emigrantes volvieron
lo que podríamos llamar prósperos y felices. La situación económica
de la Heredad de María era igualmente buena. Las sequías que antaño
asolaron los campos fueron seguidas por tiempos de lluvias abundantes.
Juana, la virgen hermana de María, dirigió las tierras de su hermana
sin envidiarle nada a un hombre. Quienes creyeron que muerto Jacob
su casa se hundiría tuvieron que reconocer que se habían equivocado.
Aquella muchacha entregada a su familia desde su juventud no perdió
comba ni se dejó engañar. Aunque liberada de su voto por la boda
de Cleofás, Juana no se casó.
De golpe volver a empezar
de cero el negocio de la carpintería no parecía empresa fácil. Cleofás
no era de esta opinión. La situación que José tuvo que vencer el
día que hizo su entrada en Nazaret fue una y ésta nueva era otra
muy distinta. José era entonces un perfecto desconocido. Ahora contaban
para empezar a abrirse camino con una clientela familiar rociada
por toda la Galilea.
Entre estas conexiones encontraría
Jesús a sus futuros discípulos. Pero regresemos al Hijo de María,
su heredero, y jefe espiritual de los clanes que como ramas del
mismo tronco estaban extendidos por los alrededores.
La muerte de José implicó
a Jesús en el juramento que el difunto le hiciera a Cleofás. Ya
hemos visto que el Niño vivió en su ser la experiencia del que vuelve
a nacer del Espíritu a raíz del episodio que protagonizara en el
Templo. El Simeón que le salió al paso al Hijo de David en el Templo
era el Simeón el Joven que hemos visto decirle a José: “Vete, hombre
de Dios, que te lo matan”.
Durante los años siguientes
a la muerte de José, Jesús dejó la carpintería en las manos de su
primo Santiago y relevó a su tita Juana en la dirección de la propiedad
de su Madre. Durante su mandato los campos rindieron al ciento por
ciento; la fama de los vinos de los viñedos de Jacob se extendió
por toda la comarca. Inteligente como él solo, Jesús se reveló como
un hombre de negocios con quien hacer tratos era garantía de éxito.
Compraba y vendía cosechas de aceitunas sin perder jamás una dracma.
Apoyado en las relaciones
familiares y en el capital del jefe del Clan: la Carpintería de
Nazaret experimentó igualmente un auge muy positivo.
Muertos los Herodes, Jesús
entró en posesión de la heredad de su padre en la Judea.
Creo haber dicho antes que
en Jerusalén Jesús de Nazaret fue conocido como se conoce un misterio.
Los hermanos de su padre tomaron su soltería invocando el proverbio:
De tal palo tal astilla. Físicamente Jesús era la imagen de aquel
José alto y fuerte, hombre de una sola palabra, poco hablador, prudente
en sus juicios, hogareño, siempre pendiente de las necesidades de
los suyos.
El caso es que al casar a
todos sus primos y dejar los negocios rodando por sí solos aquél Jesús, adorado por los suyos, los sorprendió a todos con “sus desapariciones”.
EL MISTERIO DE LAS DESAPARICIONES DE JESUCRISTO
EL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET. Juventud, Muerte y Resurrección del Mesías.
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