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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
Cuarta Parte - La Hija de Salomón 14 El
Alfa y la Omega
Contra el horizonte alza
su boca el océano devorando cielo. Los vientos crujen, los tiburones
hunden sus caminos en las profundidades oscuras huyendo de las zarzas
de fuego que en forma de látigos de agua azotan los brazos fuertes
que prefirieron morir luchando a vivir muriendo. ¿Qué fuerza desconocida
desde los remotos altares del universo rocía con su néctar de valentía
risueña los ojos de los hombres que se descalzan y andan a alma
desnuda sobre sendero de espinos buscando calentar sus huesos al
fuego que nunca se consume? ¿Qué energía endurece los huesos de
la alondra de las distancias entre los dos polos del imán recorriendo
las estaciones cortas de su vida efímera? ¿Por qué la tierra sufrida,
machacada, agotada y quemada de sus lodos primordiales pare espíritus
nacidos para darle la espalda a la playa de los cocoteros y adentrarse
solitarios en las profundidades de los bosques negros? ¿Qué misterio
se esconde en el alma humana, que tantos buscan y tan pocos alcanzan?
¿En qué cuna amamantó el firmamento de los cielos el pecho que le
muestra a la flecha la hendidura que le servirá de carcaj entre
sus costillas? ¿No son los placeres de la vida ondas de nata y chocolate
sobre cuyos labios pétalos fragantes depositan sus besos? Se sienta
el rey de la selva en la llanura a admirar el baile de su reina
en el valle de las gacelas. El cóndor indomable pasea su nave de
plumas sobre cimas que cortan el cielo como espadas de héroes las
filas del enemigo. El delfín de los océanos se deja llevar por las
corrientes cálidas soñando encontrarse por los caminos de la mar
carabelas de colones ebrios de sueños. ¿Por qué al hombre le correspondió
por suerte el batir de las ambiciones, el choque de los intereses,
el crujido de las pasiones? ¿Qué haremos con esa parte de la naturaleza
de nuestro Género? ¿Le cantaremos una nana antes del réquiem? ¿Desterraremos
de nuestro futuro el nacimiento de nuevos héroes? ¿Haremos con los
hijos del futuro lo que otros hicieron, darle por libertad una tumba?
¿O los encerraremos dentro de una jaula para que píen tristones
como esos pajarillos tontos que se mueren si les roban la libertad?
Todo hombre tiene ante sí una vida de peligros y otra de comodidades
en el olvido de la suerte de los demás. Todo tiempo ha tenido sus
abogados del diablo y sus fiscales de Cristo. Lo único que sabemos
es que cuando se empieza el camino ya no hay marcha atrás.
El correo que de la Nueva
Babilonia le trajo la respuesta a la Saga de los Precursores se
llamaba Hilel. Era Hilel un joven doctor de la Ley de puño y letra
de la escuela de los Magos de Oriente. Al igual que en su día lo
hiciera Simeón el Babilonio, Hilel hizo su entrada en Jerusalén
trayendo el Diezmo en una mano, y en la otra una sabiduría secreta
sólo apta para esa clase de hombres que la tierra pare aunque sus
congéneres los condenen.
También la tierra llora,
y también sus hijos aprenden. De siempre se ha dicho que sabe el
hombre más del infierno porque ha vivido entre sus llamas desde
que fue expulsado del paraíso, que el propio diablo y sus ángeles
rebeldes porque siendo su futuro nuestra suerte tales hijos malditos
aún no han probado el amargo sabor de los fuegos del terrible averno
que les espera a la vuelta de la esquina. Los sabios helenos se
creyeron superiores a los hebreos por su capacidad para penetrar
en el misterio de todas las cosas. Obligado preguntarse entonces,
¿sabe más el que tropieza en la piedra de los burros que quien nunca
cayó? O sea, que estamos todos condenados a aprender tropezando
como los burros dos veces. Y por consiguiente debemos condenar por
sistema a todo el que aprendió la lección sin necesidad de morder
el polvo por donde se retuerce la Serpiente.
En aquéllos días de dragones
y bestias, de alacranes y escorpiones, dos caminos se abrían ante
los hombres. Si se elegía el primer camino: olvidarse de mirar a
las estrellas y dedicarse a sus labores, la existencia no exigía
más discurso que “el vive y deja vivir”, que el tirano aplaste y
el poderoso hunda, es su destino, y el del débil ser aplastado y
hundido. Si se elegía el segundo camino toda sabiduría era poca
y toda precaución insuficiente. Zacarías y sus hombres habían elegido
este último camino. También Hilel, el joven doctor de la Ley que
les enviaran los Magos de Oriente desde la Nueva Babilonia con la
respuesta a su pregunta.
Hilel no sólo les trajo los
nombres de los dos hijos de Zorobabel que le acompañaron desde la
Vieja Babilonia a la Patria Perdida. A solas con la Saga de los
Precursores les contó lo que nunca habían oído, les dio a conocer
una doctrina cuya existencia ni en sus más remotos sueños hubieran
podido imaginar. Que Zorobabel fue el heredero de la corona de Judá,
y en su calidad de príncipe de su pueblo lideró la caravana del
regreso de la Cautividad es un clásico de la Historia Sagrada. Partiendo
de este dado archiconocido, presuponiendo Zacarías y su Saga que
al hijo mayor de Zorobabel le correspondió la primogenitura de los
reyes de Judá, Zacarías se abrió camino por las cordilleras genealógicas
de su nación. Al cabo la imposibilidad de superar aquéllas cordilleras
de interminables archivos lo condujo a mirar al otro lado del Jordán.
Y de la que un día fuera la tierra del paraíso terrenal le vino
la respuesta en los labios del doctor de la Ley protagonista del
siguiente discurso.
“Heme aquí con los dos hijos
que me dio el Señor”, empezó Hilel el mensaje que traía del actual
Jefe de los Magos de Oriente, un hombre llamado Ananel.
“Muchas veces hemos leído
todos los presentes estas palabras del profeta. No fueron dos sin
embargo los hijos que tuvo David. Tuvo muchos. Pero sólo a dos,
como atestiguan sus palabras, incluyó en su herencia mesiánica.
Hablamos de Salomón y Natán. El primero fue sabio, el segundo fue
profeta. Entre ellos dos dividió David su legado mesiánico.
Al hacerlo David apartó de
su heredero a la corona la idea de ser él el hijo del Hombre, el
Niño que le nacería a Eva para aplastarle a la Serpiente la cabeza.
En otras palabras, Salomón no debía dejarse influenciar por el grito
de su Corte clamando por el reino universal; pues él no era el rey
Mesías de las visiones de su padre David.
Digno hijo de su padre, el
rey sabio por excelencia siguió al pie de la letra el Plan Divino.
También su hermano el profeta Natán. Este, desde el día después
de la coronación de su hermano se retiró de la Corte y se fundió
con el pueblo dejando tras de sí la estela que nunca se olvida ni
jamás se alcanza”.
(Muchas dudas pueden saltar
aquí al caso, respecto a si Natam, hijo del rey David, y Natán profeta
fueron la misma persona. Yo no quisiera perderme en divagaciones
típicas de un historiador de las cosas pretéritas. Cuando las pruebas
documentales necesarias para la reconstrucción de la historia de
un personaje faltan el historiador debe recurrir a los elementos
de una ciencia infinitamente más exacta, hablamos de la ciencia
del espíritu. Sólo una pregunta pongo sobre la mesa y dejo el tema.
¿El rey de los profetas a qué otro profeta le hubiera abierto la
puerta de su palacio sino al nacido en su propia casa, nacido de
su muslo como dirían los griegos? ¿No lo maravilló su Dios haciéndole
reír de aquella forma? Por supuesto que el asunto queda pendiente
de confirmación a título de documentación oficial. Pero insisto,
cuando las pruebas naturales faltan el investigador debe levantar
su mirada y buscar la respuesta en quien lleva en su memoria el
registro de todas las cosas del universo. Pero si la fe falla y
el testimonio de Dios es reputado por nada ante el tribunal de la
historia entonces no nos queda más remedio que pasar del tema o
vagar interminablemente tras esa sabiduría inalcanzable de los griegos.
Considerando aquí que la sabiduría de los presentes está libre de
prejuicios contra el Creador de los cielos y la Tierra, esto dicho,
seguimos).
“La casa de Salomón y la
casa de Natán se separaron. A su hora, cuando en su omnisciencia
Dios lo determinase, estas dos casas mesiánicas se volverían a encontrar,
se unirían en una sola casa y el fruto de este matrimonio sería
el Alfa. Cuando tal acontecimiento tuvo lugar sus padres le pusieron
un nombre; lo llamaron Zorobabel. Este nacimiento se cumplió cinco
siglos después, aproximadamente, de la muerte del rey David.
Zorobabel, hijo de David,
heredero de la corona de Judá, se casó y tuvo hijos e hijas. De
entre sus hijos eligió a dos de ellos para repetir la operación
que realizara su legendario padre, y entre ellos dividió su legado
mesiánico. Los nombres de sus dos herederos fueron Abiud y Resa.
Amantes de su padre, temerosos
de su Dios, los príncipes Abiud y Resa acompañaron a su padre de
la Babilonia de Ciro el Grande a la Patria Perdida. Empuñaron la
espada contra quienes intentaron por todos los medios impedir la
reconstrucción de Jerusalén, y tras la muerte de su padre se separaron.
Cada uno de ellos heredó
de su padre Zorobabel un rollo genealógico escrito del puño y letra
del propio David. El rollo salomónico comienza su Lista desde Abraham.
El rollo natámico abre su Lista desde el propio Adán.
Si sobre la Lista Real de
Judá nadie ignora la sucesión desde David a Zorobabel, otra cosa
sucede con la Lista Natámica. Su sucesión es ésta: Natán, Mattata,
Menna, Melea, Eliaquim, Jonam, José, Judá, Simeón, Leví, Matat,
Jorim, Eliezer, Jesús, Er, Elmadam, Cosam, Addi, Melqui, Neri, Salatiel.
Cualquiera que se diga hijo
de Resa debe presentar esta Lista. En caso contrario su candidatura
a la sucesión mesiánica debe ser rechazada".
Pero recapitulemos.
MARIA DE NAZARET. LA HIJA DE SALOMON REY
EL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET. Cuarta Parte. La Hija de Salomón.
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