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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO
SEGUNDO
“YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA” HISTORIA DE JESUS DE NAZARET
Tercera Parte
LA SAGA DE LOS PRECURSORES
13
LA GRAN SINAGOGA DE ORIENTE
Quizá me precipito algo en
la sucesión de los acontecimientos movido por la emoción de los
recuerdos. Espero que el lector no me tenga en cuenta haberme lanzado
casi desbocado por la llanura de las memorias que le descubro. Después
de haber estado dos mil años dormidas en el silencio de las altas
cumbres de la Historia el propio autor no puede controlar la emoción
que le embarga, y se le van los dedos a las nubes con la facilidad
que tienden las alas del águila de las nieves hacia el sol inalcanzable
que les da vida a sus plumas.
Zacarías, que no paraba de
maquinar la forma de conducir a término su búsqueda del legítimo
heredero de la corona de Salomón, un día pensó en las palabras de
su socio: “Tranquilo, hombre, ya verás que al final encontramos
lo que andamos buscando donde menos nos lo esperemos, y cuando menos
nos lo imaginemos, ya lo verás”, y se dijo que Simeón tenía toda
la verdad del mundo. Aún no habían encontrado lo que estaban buscando
porque habían estado dando vueltas alrededor del vacío. Ni probablemente
darían nunca con la pista de los hijos de Zorobabel de seguir hurgando
donde no había huellas de su existencia. ¿Así que por qué no jugarse
la carta de la Gran Sinagoga de Oriente? Lo único que tenían que
hacer era enviar un correo pidiéndoles a los Magos de la Nueva Babilonia
que buscasen la genealogía de Zorobabel entre sus Archivos. Así
de fácil, así de simple.
“Claro, hijos, ¿cómo hemos
estado tan ciegos todo este tiempo? Ahí está la clave del enigma.
No perdáis el tiempo. En alguna parte de aquella montaña de archivos
debe encontrarse la joya que os trae de cabeza. La ocasión es propicia.
Es ahora o nunca. Nadie puede decir cuándo se romperá la paz. Manos
a la obra”.
Zacarías y sus hombres eligieron
un correo de toda confianza de entre los correos de la Gran Sinagoga
de Oriente que solían entonces, una vez abiertas las rutas, traer
a Jerusalén el Diezmo. El mensaje que debía llevar a su vuelta de
regreso a Seleucia, para ser leído exclusivamente por los jefes de la
Sinagoga de los Magos de Oriente, concluía con estas palabras: “Centrar
la investigación en los hijos de Zorobabel que le acompañaron de
Babilonia a Jerusalén”.
La tensión entre los dos
imperios del momento, el Romano y el Parto, una cuerda en tensión
que podía romperse en cualquier momento, amén de tener que contar
con las continuas insurrecciones nacionalistas típicas del Oriente
Próximo, la respuesta podría tardar algún tiempo. Pero ellos tenían
tiempo.
Desde los días de Zorobabel
los judíos del otro lado del Jordán se las habían arreglado para
sortear los peligros y cumplir con el Diezmo. Durante la estabilidad
que al Asia Occidental le dio el imperio de los persas la caravana
de los Magos de Oriente llegó año tras año. Después, tras la conquista
del Asia por Alejandro Magno la situación no cambió. Las cosas empeoraron
cuando los Partos montaron sus tiendas al este del Edén y soñaron
con la invasión del Oeste.
Antíoco III el Grande se
las vio y se las deseó para contener la avalancha de los nuevos
bárbaros. Su hijo Antíoco IV murió defendiendo las fronteras. Convertidas
las tierras del Próximo Oriente en una tierra de nadie abierta al
saqueo y al pillaje tras la muerte de la Bestia de los judíos, los
judíos al Este del Jordán tuvieron que aprender a apañárselas solos;
pero pasase lo que pasase la caravana de los Magos de Oriente siempre
llegaba a Jerusalén con su cargamento de oro, incienso y mirra.
“Dos fueron los hijos que
Zorobabel trajo consigo de Babilonia. El mayor se llamaba Abiud;
el menor se llamaba Resa”.
Y había más, siguió diciéndoles
el correo de los Magos:
“Al mayor de sus hijos le
dio Zorobabel el rollo de su padre, rey de Judá. El hijo de Abiud era, por tanto, el portador del rollo salomónico. Al menor le dio
el rollo genealógico de su madre. En consecuencia, el hijo de Resa era el portador del rollo de la casa de Natán, hijo de David. Excepto
en sus listas los dos rollos eran iguales. Sobre dónde estaban ambos
herederos, sobre esto ellos no podían darles detalles”.
¡Qué extraño es el Omnipotente!,
venía de vuelta de Belén pensando Simeón el Joven. ¡Qué extraña
forma de moverse la del Todopoderoso! Se esconde el río bajo la
tierra, se lo traga la piedra, nadie sabe qué camino se labrará
por los hipogeos lejos de la vista de todos los vivientes. Sólo
Él, el Omnisciente, conoce el lugar exacto por dónde romperá y saldrá
a flote.
Simeón el Joven se rió pensando en la cara que iba a poner su socio Zacarías
cuando le diera la noticia. Ya se imaginaba soltándole la película
de su descubrimiento.
“Siéntate Zacarías”, le diría.
“¿Qué te pasa, hermano, ya
has perdido esa capacidad tuya para leerme la mente?”, le insistiría
Simeón el Joven.
Sí señor, iba a disfrutar
de ese momento hasta la última micra de segundo.
“Señor Genealogo Mayor del Reino, mañana voy a tener el placer infinito de presentarle
a Resa, el hijo de Natán, hijo de David, padre de Zorobabel”.
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