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cristoraul.org " El Vencedor Ediciones"
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO

 

LIBRO PRIMERO EL CORAZÓN DE MARÍA

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA HISTORIA DE JESUS DE NAZARET

 

Tercera Parte

 

LA SAGA DE LOS PRECURSORES

13

LA GRAN SINAGOGA DE ORIENTE

 

Quizá me precipito algo en la sucesión de los acontecimientos movido por la emoción de los recuerdos. Espero que el lector no me tenga en cuenta haberme lanzado casi desbocado por la llanura de las memorias que le descubro. Después de haber estado dos mil años dormidas en el silencio de las altas cumbres de la Historia el propio autor no puede controlar la emoción que le embarga, y se le van los dedos a las nubes con la facilidad que tienden las alas del águila de las nieves hacia el sol inalcanzable que les da vida a sus plumas. La verdad sobre la que he pasado de largo es la relativa calma internacional que trajo a la región el imperio de Julio César, paz relativa que jugó a favor de nuestros héroes, excitando su inteligencia, especialmente la de nuestro Zacarías. Bajo otras circunstancias geopolíticas, tal vez, la posibilidad de hacer entrar esa Paz en el esquema de sus intereses no se les hubiera pasado por la cabeza. En líneas generales, grosso modo, todo el mundo conoce qué tipo de relación amor-odio entre Romanos y Partos mantuvo en jaque al Oriente Próximo durante aquel siglo. En cualquier caso, los manuales de Historia del Próximo Oriente Antiguo y de la República de Roma están al alcance de cualquiera. No es un tema que predomine dentro de la recreación oficial, sobre todo en función del origen asiático de los Partos, detalle éste que a los historiadores occidentales, influenciados por su cultura grecolatina, les es excusa suficiente para tocar de paso el tema de la historia de su Imperio. No es esta Historia el mejor sitio para abrir el horizonte en esa dirección; conste aquí el deseo de hacerlo en otro momento. En fin, esta Historia no puede abrir hasta el infinito el escenario donde se desarrolló. Los manuales oficiales están ahí para abrir el horizonte a todo el que quiera profundizar algo más en el tema. El hecho que viene a cuento y pertenece a esta Historia centra su epicentro en la influencia que la paz del César tuvo sobre la zona y las opciones que puso en mano de sus habitantes. Pensemos que cada vez que se piensa en los días del conquistador de las Galias la nota predominante se queda en la parafernalia de sus guerras, sus instintos dictatoriales, la madeja de las conspiraciones políticas contra su imperium, pasando siempre de largo por los beneficios que su paz les supuso a todos los pueblos sometidos a Roma. En relación a nuestro relato la paz del César más que grande fue importantísima.

Zacarías, que no paraba de maquinar la forma de conducir a término su búsqueda del legítimo heredero de la corona de Salomón, un día pensó en las palabras de su socio: “Tranquilo, hombre, ya verás que al final encontramos lo que andamos buscando donde menos nos lo esperemos, y cuando menos nos lo imaginemos, ya lo verás”, y se dijo que Simeón tenía toda la verdad del mundo. Aún no habían encontrado lo que estaban buscando porque habían estado dando vueltas alrededor del vacío. Ni probablemente darían nunca con la pista de los hijos de Zorobabel de seguir hurgando donde no había huellas de su existencia. ¿Así que por qué no jugarse la carta de la Gran Sinagoga de Oriente? Lo único que tenían que hacer era enviar un correo pidiéndoles a los Magos de la Nueva Babilonia que buscasen la genealogía de Zorobabel entre sus Archivos. Así de fácil, así de simple. Simeón el Babilonio, nativo de Seleucia del Tigris, perfecto conocedor de la Sinagoga en cuestión, asintió con la cabeza. Se rió y lo soltó como le salió del alma:

“Claro, hijos, ¿cómo hemos estado tan ciegos todo este tiempo? Ahí está la clave del enigma. No perdáis el tiempo. En alguna parte de aquella montaña de archivos debe encontrarse la joya que os trae de cabeza. La ocasión es propicia. Es ahora o nunca. Nadie puede decir cuándo se romperá la paz. Manos a la obra”.

Zacarías y sus hombres eligieron un correo de toda confianza de entre los correos de la Gran Sinagoga de Oriente que solían entonces, una vez abiertas las rutas, traer a Jerusalén el Diezmo. El mensaje que debía llevar a su vuelta de regreso a Seleucia, para ser leído exclusivamente por los jefes de la Sinagoga de los Magos de Oriente, concluía con estas palabras: “Centrar la investigación en los hijos de Zorobabel que le acompañaron de Babilonia a Jerusalén”.

La tensión entre los dos imperios del momento, el Romano y el Parto, una cuerda en tensión que podía romperse en cualquier momento, amén de tener que contar con las continuas insurrecciones nacionalistas típicas del Oriente Próximo, la respuesta podría tardar algún tiempo. Pero ellos tenían tiempo.

Desde los días de Zorobabel los judíos del otro lado del Jordán se las habían arreglado para sortear los peligros y cumplir con el Diezmo. Durante la estabilidad que al Asia Occidental le dio el imperio de los persas la caravana de los Magos de Oriente llegó año tras año. Después, tras la conquista del Asia por Alejandro Magno la situación no cambió. Las cosas empeoraron cuando los Partos montaron sus tiendas al este del Edén y soñaron con la invasión del Oeste.

Antíoco III el Grande se las vio y se las deseó para contener la avalancha de los nuevos bárbaros. Su hijo Antíoco IV murió defendiendo las fronteras. Convertidas las tierras del Próximo Oriente en una tierra de nadie abierta al saqueo y al pillaje tras la muerte de la Bestia de los judíos, los judíos al Este del Jordán tuvieron que aprender a apañárselas solos; pero pasase lo que pasase la caravana de los Magos de Oriente siempre llegaba a Jerusalén con su cargamento de oro, incienso y mirra. Esta adversidad dada por contada el correo de Zacarías llegó a su destino. A su tiempo regresó a Jerusalén con la respuesta esperada. La respuesta a la pregunta zacariana era la siguiente:

“Dos fueron los hijos que Zorobabel trajo consigo de Babilonia. El mayor se llamaba Abiud; el menor se llamaba Resa”.

Y había más, siguió diciéndoles el correo de los Magos:

“Al mayor de sus hijos le dio Zorobabel el rollo de su padre, rey de Judá. El hijo de Abiud era, por tanto, el portador del rollo salomónico. Al menor le dio el rollo genealógico de su madre. En consecuencia, el hijo de Resa era el portador del rollo de la casa de Natán, hijo de David. Excepto en sus listas los dos rollos eran iguales. Sobre dónde estaban ambos herederos, sobre esto ellos no podían darles detalles”.

¡Qué extraño es el Omnipotente!, venía de vuelta de Belén pensando Simeón el Joven. ¡Qué extraña forma de moverse la del Todopoderoso! Se esconde el río bajo la tierra, se lo traga la piedra, nadie sabe qué camino se labrará por los hipogeos lejos de la vista de todos los vivientes. Sólo Él, el Omnisciente, conoce el lugar exacto por dónde romperá y saldrá a flote. Se ríe el Señor de la desesperación de su gente, les deja escarbar en el suelo buscando por dónde irá el río que se perdiera en el corazón de la tierra apenas nacido, y cuándo ya tiran la toalla bajo el peso de la victoria imposible y las manos les sangran con las heridas de la frustración entonces se le conmueve al Omnisciente el alma, se levanta, les sonríe a los suyos y con una palmada en la espalda va y les dice: Venga ya muchachos, ¿qué os pasa? Levantad esos ojos, lo que buscáis lo tenéis a dos palmos de vuestras narices.

Simeón el Joven se rió pensando en la cara que iba a poner su socio Zacarías cuando le diera la noticia. Ya se imaginaba soltándole la película de su descubrimiento.

“Siéntate Zacarías”, le diría. Zacarías se le quedaría mirando fijamente. Simeón el Joven lo seguiría envolviendo en el misterio de su alegría, predispuesto a disfrutar ese momento segundo a segundo.

“¿Qué te pasa, hermano, ya has perdido esa capacidad tuya para leerme la mente?”, le insistiría Simeón el Joven.

Sí señor, iba a disfrutar de ese momento hasta la última micra de segundo. En ese momento no había en el mundo cosa que desease más que vivir a cielo abierto la mirada de su socio cuando le dijera:

“Señor Genealogo Mayor del Reino, mañana voy a tener el placer infinito de presentarle a Resa, el hijo de Natán, hijo de David, padre de Zorobabel”.

 

XIV

EL ALFA Y LA OMEGA

 

EL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET.

 

Cuarta Parte.

La Hija de Salomón.

 

 

LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO