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cristoraul.org " El Vencedor Ediciones"
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO

 

LIBRO PRIMERO EL CORAZÓN DE MARÍA

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA HISTORIA DE JESUS DE NAZARET

 

Tercera Parte

 

LA SAGA DE LOS PRECURSORES

10

Genealogía de José, hijo de David

 

Tras la muerte del Asmoneo, después de la regencia de la reina Alejandra, mientras Hircano II ocupaba su puesto de sumo sacerdote, después de la guerra civil contra su hermano Aristóbulo II, suscitó Dios el espíritu de inteligencia en Zacarías, hijo de Abías.

Llamado al sacerdocio por ser el hijo de Abías, Zacarías enfocó su carrera en la administración del Templo hacia el área de Historia y Genealogía de las familias de Israel. Confidente de su padre, con quien Zacarías compartía su celo por la venida del Mesías, mientras su padre y su socio el Babilonio dirigieron la búsqueda del heredero de la Corona de Judá, Zacarías concibió en su inteligencia abrir los archivos del Templo. Cuando el fracaso de la búsqueda de los legítimos herederos de Zorobabel fue un hecho consumado, Zacarías se juró que no descansaría hasta poner patas arriba las estanterías, y ¡por Yavé!, que no pararía hasta dar con la pista que le condujese a la casa del heredero vivo de Salomón.

El templo de Jerusalén cumplía todas las funciones de un Estado. Sus funcionarios actuaban como una burocracia paralela a la de la propia Corte. Registro de nacimientos, sueldos de sus empleados, contabilidad de sus ingresos, Escuela de Doctores de la Ley, todo este engranaje funcionaba como un organismo autónomo. Los puestos de poder eran hereditarios. También dependían de las influencias de cada aspirante. Como aspirante, el aspirante Zacarías tendría a su favor las tres fuerzas clásicas con las cuales cualquiera hubiera podido llegar a lo más alto.

Contaba con la jefatura espiritual de su padre. Contaba con la influencia y el apoyo total de uno de los hombres más influyentes dentro y fuera del Sanedrín, Simeón el Babilonio, el Semayas de las fuentes tradicionales judías. En éstas a Abías se le llama Abtalión, una deformación del original hebreo, con cuya perversión de las fuentes hebreas el historiador judío pretendió ocultar a los ojos del futuro las conexiones mesiánicas entre las generaciones anteriores al Nacimiento y el propio Cristianismo. Y sobre todo y lo más importante, Zacarías contaba con el espíritu de inteligencia que su Dios le había dado para llevar a buen término su empresa.

Al mando Dios de la saga de los restauradores que lideraran Abías y Simeón el Babilonio, cuyos nombres -he dicho- fueron pervertidos por los historiadores judíos postreros con el fin de enraizar el origen del cristianismo en la mente de un loco, volvió Dios a repetir el juego que se diera entre sus dos siervos suscitando en el hijo de Simeón el espíritu precursor que engendrara en el hijo de su socio.

Habiéndole negado a los padres la victoria, porque la gloria del triunfo se la había reservado a sus hijos, mayor el de Abías que el de Simeón, quiso Dios en su Omnisciencia que el hijo de Simeón, Simeón como su padre, tuviese por maestro al hijo de Abías, cerrando la amistad que entre ellos ya existía con lazos que siempre perduran.

También, como su padre, Simeón el Joven parecía nacido para disfrutar de una existencia cómoda y feliz, lejos de las preocupaciones espirituales del hijo de Abías.

Astilla de tal palo, Simeón el Joven unió su futuro al de Zacarías poniendo a su servicio la fortuna que heredaría de su padre.

Muy tonto debía ser un hombre -hablando de Zacarías- para apoyado en tales poderes fracasar en su intento de elevarse a la pirámide de la burocracia templaria y alzarse en la cumbre como Director de los Archivos Históricos y Genealogo Mayor del Estado Teocrático en que, tras la conquista de Judá por Pompeyo el Grande, quedó convertido el antiguo reino de los Asmoneos. Esta incapacidad superada por la inteligencia sin medida que le diera su Dios para abrirse camino, Zacarías llegó a la cima y plantó su bandera en la cúspide más elevada de la estructura del Templo.

Los tiempos de todos modos eran difíciles. Las guerras civiles asolaban el mundo. El horror se instauró por norma. Gracias a Dios el fracaso de Simeón y Abías se cerró con un final feliz compensatorio.

Tras la muerte de la reina Alejandra pasó lo que ya se vio venir desde hacía mucho. Aristóbulo II reclamó para sí la corona, se enfrentó en el campo de batalla a su hermano Hircano II y se llevó la victoria. Pero si soñó con legalizar su golpe de Estado no tardó en ver su equivocación.

El mundo no estaba ya para regresos a los días de su padre. Los propios saduceos se negaban ya a perder las prerrogativas que el Sanedrín les había conferido. Ni a saduceos ni a fariseos les convenía una vuelta al status quo anterior a la inauguración del Sanedrín. Obviamente a los fariseos menos que a los saduceos. Así que se convino en hacer entrar en escena al padre del futuro rey Herodes, palestino de nacimiento, judío a la fuerza. Por orden de los fariseos Antípatro contrató al rey de los árabes para expulsar del trono a Aristóbulo II.

La maniobra de cargar el peso de la rebelión sobre los hombros de Hircano II fue una estratagema del Sanedrín para quedar al margen en caso de derrota de las fuerzas contratadas. La guerra en curso la situación se resolvió a favor de Hircano gracias a la presciencia divina, que interpuso entre los hermanos al general romano del momento, en paseo triunfal por las tierras de Asia. Hablamos de Pompeyo el Grande.

Tras conquistar Turquía y Siria el general romano recibió una embajada de los judíos rogándole interviniera en su reino y detuviera la guerra civil a la que las pasiones los habían arrastrado. Estamos en los años sesenta del siglo primero a.C.

Pompeyo aceptó hacer de árbitro entre los dos hermanos. Les ordenó que se presentasen inmediatamente a rendirle cuenta de las razones por las que se estaban matando. ¿Quién era Caín, quién era Abel?

Pompeyo no entró en discusiones de esta naturaleza. Con la autoridad de un master del universo habló palabras de sabiduría y dio a conocer su juicio salomónico sobre el caso. Desde ese día y hasta nueva orden el reino de los judíos quedaba convertido en provincia romana. Hircano II quedaba restablecido en sus funciones de jefe de Estado y Antípatro, padre de Herodes, como jefe de su estado mayor. En cuanto a Aristóbulo debía retirarse a la vida civil y olvidarse de la corona.

Y así se hizo. Después Pompeyo se fue con las águilas romanas a completar su conquista del universo mediterráneo, dejando las campanas doblar en Jerusalén por la solución adoptada, de todas las peores la mejor.

Por aquellos días el dragón de la locura trotó a sus anchas por todos los confines del Mundo Antiguo. Lo venía haciendo desde el alba de los tiempos, pero esta vez, cuando las guerras civiles romanas, más sabio el Diablo por viejo que por genio sus lenguas de fuego crearon hombres más malos que nunca. Al contrario que las otras lenguas que hacían santos, las del Diablo parían monstruos que le vendían su alma al Infierno en aras del efímero poder de la gloria de las armas. Como un Superstar firmando contratos de bodas de sangre con los novios de la Muerte el Príncipe de las Tinieblas firmaba autógrafos todo pancho, esperando en su locura manifiesta obtener de su Creador los aplausos debidos al que le dio a Dios un ultimátum.

El recuento de los muertos en las guerras mundiales romanas nunca fue anotado. El futuro nunca sabrá cuántas almas perecieron bajo las demenciales ruedas del Imperio Romano. Leyendo las crónicas de aquel imperio de las tinieblas en la Tierra uno se atrevería a decir que el propio Diablo había sido contratado como consejero de los Césares. Una vez más la Bestia recorría los confines del orbe ejecutando su voluntad soberana.

En medio de aquellos tiempos sangrientos, cuando hasta un ciego podía ver la imposibilidad de llevarle la contraria al nuevo master del universo, peor aún si el aspirante no pasaba de ser una mosca en el lomo de un elefante, contra toda lógica y sentido común Aristóbulo II pasó del juicio salomónico de Pompeyo el Grande y se declaró en rebelión armada contra el Imperio.

La ambición ilimitada por el poder absoluto no entiende de razas ni de tiempos. La Historia ha visto saltar la liebre más veces de lo que los anales de las naciones modernas pueden recordar. Al parecer el abismo entre el hombre y la bestia es menos peligroso que el salto del hombre a la condición de los hijos de Dios. Y sin embargo quienes le niegan al futuro del hombre lo que le pertenece por derecho de creación ésos son los mismos que luego defienden a fuego y bala la idea de la evolución. No sabemos si con la Duda sobre las intenciones de Dios al crear el Hombre esconde la Ciencia una rebelión abierta contra el estadio final programado en nuestros genes desde los orígenes de las edades históricas. En el fondo se pudiera tratar sólo de una cuestión de orgullo craneal elevado al cuadrado de su potencia. Es decir, no se niega que exista Dios; lo que existe es una negación a vivir una crónica anunciada. Me explico, ¿por qué tenemos que ser objetos pasivos de una historia escrita antes de nacer nosotros? ¿No es mejor ser sujetos activos de una tragedia escrita por el Destino?

Las profundidades de la psicología humana no dejan de sorprender nunca. En las oscuridades de las fosas abisales de la mente criaturas luminiscentes bellas como estrellas en la noche de repente se transforman en dragones monstruosos. Sus flechas de fuego devoran toda paz, violan toda justicia, niegan toda verdad. Y ambicionando el poder de los dioses rebeldes les dan la razón a los que sin creer en la evolución creen cuando afirman que después del hombre hay algo más.

Después de todo no se trata tanto de creer o de no creer sino de elegir entre el ser de la Bestia y el de los hijos de Dios.

A este respecto Aristóbulo II tenía una estructura mental muy típica de su tiempo. O lo tenía todo o no tenía nada. ¿Por qué compartir el Poder? Entre Caín y Abel había elegido el papel de Caín. Y no le había ido nada mal. ¿Por qué venía ahora el romano a robarle el fruto de su victoria?

Mientras a punta de espada Pompeyo el Grande le impuso su voluntad y el mito sobre la invencibilidad del Matador de Piratas mantuvo a raya su pasión, todo le salió bordado al Salvador del Mediterráneo. En cuanto Pompeyo se dio la vuelta al Aristóbulo le salió la vena asmonea y se dedicó a lo que mejor sabía, hacer la guerra.

La forma que él entendía de hacer la guerra al menos sí que la puso en práctica. Por donde quiera que cabalgó se dedicó a dejar la huella. Una granja por aquí otra por allá la Judea iba a recordar al hijo de su padre por mucho tiempo. Fuego, ruina, desolación, ¡que se escriba la historia y lo escrito se quede escrito, si no en los anales de la Historia al menos sí en las espaldas del pueblo!

Debía saber la Serpiente Antigua que el Día de Yavé se acercaba, día de venganza y cólera. El Leviatán en el punto de mira el Infierno redobló el fuego que llevaba dentro y desde el pináculo de su maldita gloria se puso a dirigir el ejército de las tinieblas a su imposible victoria. Hermano contra hermano, reino contra reino. Hasta el todopoderoso Senado Romano tembló de espanto el día que César cruzó su particular mar Rojo. Por culpa del Conquistador de las Galias a quien hacía nada acababa de vérsele aclamado señor de Asia, a ése mismo Pompeyo se le vio cruzando el Mar Grande como una gata para acabar siendo asesinado como un piojo en una playa por orden de un faraón con faldas. Hasta el Egipto llegó persiguiendo a su antiguo socio quien convirtiera un río en una frase para la leyenda, y allí mismo le hubiera enterrado el mismo faraón matador de Pompeyo de no haber providencialmente intervenido en su favor los ejércitos provinciales del Asia, entre cuyos escuadrones la caballería de los judíos destacó en arrojo y valor, dándole la victoria y, lo que es más importante, salvándole la vida. Salvación que le valió a los judíos del Imperio el agradecimiento más libérrimo del César, y recuperó para la nación su fama perdida de guerreros valerosos.

La necesidad que empuja a los poderosos a necesitarse fue la que arrojó al jefe del estado mayor judío en los brazos del nuevo master del universo mediterráneo, ganando el padre de Herodes para el pueblo judío los honores de la gracia, como he dicho, y para él y su casa la amistad de quien es agradecido porque fue bien nacido, la del único e incomparable Julio César. Gracia ésta última que en Jerusalén no cayó tan bien como en los círculos familiares del interesado. Pero que dada la persistencia del hijo del Asmoneo por seguir los pasos de su padre fue respetada como muro de contención. En tales momentos poco o nada creyeron los judíos que debían temer de la carrera fulgurante hacia el poder del cachorro Herodes. ¿Ni cuando Herodes demostrara valor sobrado para desmantelar las fuerzas de los bandoleros galileos y sentenciarlos a muerte saltándose las leyes del Senado de los Judíos? Aprovechando su condición de lugarteniente de las fuerzas del Norte, Herodes apresó a los bandoleros, desmanteló sus bases y condenó a muerte a sus cabecillas. Nada inusual si se hubiera tratado de un jefe judío. El problema era que al atribuirse las funciones del Sanedrín -juzgar y sentenciar a muerte- la ambición personal de Herodes quedó al descubierto y obligaba al Sanedrín a cortarles las alas estando aún a tiempo. El asunto de juzgar al cachorro idumeo era complejo en razón de quien era su padrino, el César en persona. La cuestión era que si no le cortaban las alas nadie podría detener su carrera fulgurante hacia el trono. Simeón el Babilonio y Abías expusieron este argumento ante los demás miembros del tribunal que se reunió a juzgar a Herodes. ¿Se habían librado de la usurpación del trono de David por un judío de nacimiento para ver cómo ponía en él su trasero un palestino? Sin miedo al cachorro idumeo Simeón el Babilonio expuso su sentencia ante todos: O lo condenaban a muerte ahora que lo tenían a merced o se arrepentirían de su cobardía el día que el hijo de Antípatro se sentara en el trono de Jerusalén. Herodes se volvió para mirar a aquél anciano que le estaba profetizando a la luz del día lo que en sus sueños había visto tantas veces. Admirado por hallar entre aquéllos cobardes un valiente juró allí, en presencia de todos sus jueces, que el día que se ciñera la corona los pasaría a cuchillo a todos. A todos excepto al único hombre que se había atrevido a decirle en la cara lo que sentía. Cuando Herodes fue rey esa fue la primera medida que tomó. Excepto a su profeta particular decapitó a todos los miembros del Sanedrín.

 

 

 

XI

LA GENEALOGIA DE JESUCRISTO SEGUN SAN LUCAS

 

EL CORAZÓN DE MARÍA.

HISTORIA DE JESUS DE NAZARET.

Tercera Parte.

LA SAGA DE LOS PRECURSORES

 

 

 

LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO