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EL CORAZÓN DE MARÍACAPÍTULO I:
“YO SOY EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO” HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA
Segunda
Parte
EL REGRESO A NAZARET
El Niño superó aquella tristeza
que estuvo a punto de hundirlo en las tinieblas de una pena infinita.
Su Madre se puso entre el Niño y esas tinieblas incógnitas, llamó
en ayuda a su Marido y entre ambos espantaron el diablo al infierno.
Pero no se habían olvidado de la batalla cuando el Niño abrió un
nuevo capítulo en sus vidas. Jesús ya estaba en los nueve o diez
años. Se le había metido en la cabeza al Niño salir de Egipto y
que se lo llevaran a Israel.
Comprenderéis que José se
enfadara un montón. Su Mujer estaba por su Niño. Lógico. Para María
no había ningún problema. Pero para José las cosas no eran tan simples.
Por supuesto que José había
oído la Historia Divina de los labios de Jesús en los brazos de
su Madre. Y precisamente por eso ahora menos que nunca se podía
permitir tomar una decisión equivocada. Mientras no supo a quién
tenía en casa el problema le pareció controlado; pero ahora que
conocía la identidad del Hijo de María ahora menos que nunca se
podía permitir la indecisión que tuvo cuando se rió un poco del
consejo de los Magos.
“Vete, José, que te lo matan
los Herodes”, le suplicaron.
¿Regresar a Israel estando
vivo Herodes el Chico?
-Díle a tu Hijo que no ha
llegado el tiempo, le respondió José a su esposa.
Palabras que se llevó el
viento.
-Díle a tu marido que debo
ocuparme de las cosas de mi Padre, insistióle el Niño.
Respuesta que el viento trajo.
-María, por Dios, es un niño.
De aquí no se mueve nadie. Por lo menos hasta que se muera aquel
hijo de Satanás.
Cierro y corto. El señor
José era así. Muy pocas palabras, pero cuando las soltaba no había
en el mundo quien lograra que diera su brazo a torcer.
Y así hubieran podido estar
toda la vida si el Niño no hubiese puesto en marcha su plan. No
me voy a perder en los detalles, pero lo cierto es que el hijo del
Carpintero destapó la botella de su inteligencia prodigiosa y disfrutó
como un chiquillo poniendo perdido con el champán de su gloria al
rabino de su sinagoga.
-¿La lista de los reyes?
¿La de Antes del Diluvio o la de Después del Diluvio, señor rabino?
Un monstruo. Se lo sabía
todo. El todo atónito rabino acabó por interesarse a fondo por el
Niño.
-¿Y tú de quién eres hijo,
niño?
-Yo soy hijo de David, señor
rabino.
-¿Tu padre es hijo de David?
-Y mi madre también, señor
rabino.
-¿Y tu madre también? ¡Qué
cosa más curiosa!
-Y mi primo aquí presente
también, señor rabino.
“Tú sí que estás hecho un
rabino”, pensó para sí el hombre.
Así que el señor rabino entró
un buen día en la Carpintería del Judío pidiéndole explicaciones
a José. Como si él tuviera derecho a algo por ser siervo de los
siervos de Dios.
José lo miró de arriba abajo
y lo puso de patitas en la calle. Y delante del propio Niño. Porque
claro, todo este lío era cosa del Niño.
Comprenderéis que después
del susto que se llevó cuando lo del Nacimiento, José tuviera prohibido
en su casa la menor mención sobre los orígenes davídicos de su Familia.
Y si se terciaba el caso sus orígenes davídicos se debían escapar
como el que no está dispuesto a poner la mano en el fuego. Sí que
lo eran; pero vaya usted a saber; sus padres les dijeron que lo
eran y ellos no iban a discutirles la autoridad a sus papás.
El Niño estaba rompiendo
esta ley de la Familia. Y lo estaba haciendo con perfecto conocimiento
de causa. Sabía, porque conocía a José como si fuera su hermano,
su amigo, su padre, que en cuanto José detectara el menor peligro
que pusiera en peligro la vida del Hijo de María, José cerraría
el negocio y emigraría a otra parte.
El primer round lo había
superado José. Pero el segundo estaba por llegar.
El Niño regresó a las andadas.
No sólo era hijo de David como el que no quiere la cosa, su madre
era la Hija de Salomón.
-Pues sí, señor rabino. La
Hija de Salomón en persona.
-¿Y dices que esto tu padre
puede demostrarlo con papeles sobre la mesa?
-Pues sí señor.
A aquel rabino que tuvo la
suerte o la desgracia de tenerlo por alumno se le pusieron las antenas
tiesas. Confuso, perdido, el todo atónito rabino le llevó el tema
al rabino jefe.
-Lo que le digo -le dijo-.
Si fuera otro niño me lo tomaría a chirigota, pero del hijo del
Carpintero yo ya me lo creo todo. Sabe más que todos los sabios
de la corte de Salomón juntos. Incluyendo al rey sabio - con estas
palabras le fue el rabino de Jesús a su jefe.
Y ambos se presentaron un
buen día en la Carpintería del Judío dispuestos a llegar al fondo
del asunto.
Fueron a por José. Fueron
a exigirles que les enseñara los documentos de los que les había
estado hablando el Niño. Jesús les había dicho que su padre guardaba
los documentos genealógicos de la Familia, documentos que databan
de los días del rey David en persona, reeditados por el profeta
Daniel durante los días de la Cautividad Babilónica.
José se encontró de pronto
ante una jugada maestra de jaque mate. El Hijo de María estaba jugando
fuerte. Quería llevarlos a todos a Jerusalén y nada ni nadie lo
iba a detener.
La discusión que tuvo José
con los dos rabinos fue muy fuerte. No la voy a intentar reproducir
para no crear la impresión de estar recordando acontecimientos fantásticos.
-La impresión que el Hijo
de María causaba en sus preceptores era tan descomunal que le habían
dado fe a la palabra de un chiquillo… blablabla. Escabullendo el
bulto les afirmó el Carpintero.
De haberle conocido hubieran
comprendido que para José afirmar era decir la última palabra.
José lo tenía muy claro.
El Hijo de María podía ser el Hijo de Dios en persona, pero era
a él, a José, a quien su Padre le había dado su Custodia, y a él,
y sólo a él, José, le tocaba decidir cuándo regresaría la Sagrada
Familia a Israel.
¿Podía ser el Hijo de Dios?
¿Sólo podía ser…?
“¿En qué estás pensando,
José?”
Se creían los rabinos que
tenían acorralado al Carpintero, y hasta el propio Niño que escuchaba
detrás de la puerta lo llegó a creer. Las palabras como espadas
en duelo a muerte se estaban cruzando cuando el Niño se asomó a
la puerta con el aire del vencedor que le pregunta a su enemigo
caído: ¿Aún quieres más?
Fue la primera vez en la
vida que José vio al Hijo de María con los ojos que su Madre lo
veía. Aquél era el Hijo de Dios en persona. No era una broma. Pasaba
que tenía el cuerpo de un niño. Pero a quien tenía delante era al
Primogénito de Dios.
Y era Él en persona quien
le estaba hablando con el pensamiento.
Sí señor, le estaba hablando
con el pensamiento con la certeza que tú estás leyendo este libro.
Estaban hablándole a José
los rabinos a pulmón abierto en su propia casa y él tenía la mente
en otro sitio, en otro lugar. Le estaban exigiendo los documentos
genealógicos del Niño y él estaba en otro lugar, en otro tiempo.
El Niño estaba contra el halo de la puerta de la Carpintería, de
pie, diciéndole sin abrir la boca: ¿Todavía no me crees, José?,
¿no ves que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?
Pero la jugada le salió mal
al Niño.
Pasado el momento, los rabinos
idos, otra vez de nuevo y ahora más que antes José se cerró en banda.
Jamás regresarían a Israel hasta que su Dios le diese la orden de
regresar. Y se acabó, no quería oír más.
Y así fue cómo el Niño volvió
a derrotarse. Dejó de hablarle a José. Había jugado la partida y
la había perdido. Nadie se movería de Egipto hasta que Dios le diese
a José la orden de regresar a Israel, así de sencillo así de trágico.
Sencillo de decir, sí; de
vivir, pero que para nada. Padre e hijo pararon de hablarse, de
mirarse incluso. Jesusito ni comía. Se dejaba caer en el suelo contra
la fachada de su casa, viendo la vida pasar, agobiado por la pena
del que lo puede todo y se le ordena hacer nada.
María no sabía quién sufría
más. Si el Niño por no haber conseguido imponer su voluntad, o si
su Marido por no poder sufrir el silencio y el alejamiento de su
hijo. Es que ni se miraban. José no se atrevía, y el Niño no podía.
Cleofás era el único que
parecía disfrutar viviendo aquella situación.
-¿Qué te pasa, hermano, por
qué eres tan cabezón?, le decía a José.
-Es sólo un Niño, Cleofás,
le respondía José.
Pues pasó que un día de aquéllos
regresó José a casa de cerrar un trato. Jesús ya había perdido toda
esperanza de convencer al bueno del señor José. ¿Desde cuándo no
se habían hablado?
Regresó José el Carpintero
de cerrar aquél negocio todo serio, pero con los ojos muy brillantes.
En cuanto María lo vio cruzar la puerta el corazón le pegó un bote,
pero no quiso decir palabra. Esperó a que su esposo le hablara.
-Mujer, dile a tu Hijo que
nos vamos.
No le dijo más.
La Madre cogió al Niño y
se fue a distraerlo al mercadillo. Le iba a comprar lo que quisiera,
para animarle y levantarle los ojos, le dijo. Jesús la siguió como
hubiera podido seguir a una nube sin destino. Desde el incidente
entre José y los rabinos no quería saber nada, no tenía ganas de
nada. Y no había nada que su propia Madre pudiera decirle para levantarle
la moral.
¿Nada?
Bueno, sí había algo. Tenía
dos signos, y era una sola palabra. José se la negaba y María no
se la podía dar.
¿No se la podía dar?
Aquel paseo por el mercadillo
del puerto de Alejandría no lo olvidarían nunca. Ella no paraba
de sonreírle, de hacerle cosquillas, de decirle con sus gestos:
Adivina adivinanza, ¿qué me pasa?
Lógicamente el Niño se mosqueó
un rato, hasta que acabó abriendo los ojos. Cogió a María -Él siempre
la llamaba por su nombre- la sentó en uno de los bancos del muelle
y mirándola a los ojos le leyó el corazón con la facilidad que tú
lees estas líneas.
-María, ¿sí?, fue todo lo
que le preguntó el Niño.
Ella movió la cabeza toda
muerta de felicidad. Y allí mismo contra el fondo del horizonte
mediterráneo bailaron locos de alegría.
Corrieron el regreso a casa.
José estaba trabajando cuando ellos entraron. María pasó de largo,
pero José captó la luz que brillaba en el corazón de su Mujer. Se
le iluminaron las pupilas y volvió la cabeza. Antes que pudiera
decir palabra el Niño salió corriendo a echarse en sus brazos. Gigante
cual era el Marido de María lo atrapó y lo levantó como hacen todos
los padres con sus chiquillos. Ahora sí que los dos habían vencido.
El Niño tenía lo que quería y José había recibido la orden de Dios
de ponerse en camino.
Cleofás no rechistó. Ni dijo
nada. Su cuñado era el jefe del clan, él disponía, él mandaba.
Jesús salió corriendo en busca de Santiago, su primo, gritando por la calle: A Jerusalén, Santiago, a Jerusalén.
HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA. Segunda Parte. Historia del Niño Jesús. 7. VOLVER A NACER
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