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EL CORAZÓN DE MARÍACAPÍTULO I:
“YO SOY EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO” HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA
Segunda
Parte
LA CARPINTERÍA DEL JUDÍO
El Niño le contó muchas cosas
a María. Le contó tantas que a la pobre mujer inmigrante aquella
ya no le quedó espacio en su cabeza y tuvo que empezar a guardarlas
en su Corazón. Si yo os las recontaras todas seguramente me tiraría
sentado hasta el año que viene, y no es plan.
Lo que sí os puedo contar
es lo que ya sabéis. Sabéis que la Sagrada Familia regresó a su
patria a la decena de años o antes. Pero ignoráis qué les pasó para
que el bueno de José y su cuñado Cleofás tomasen la decisión de
vender la Carpintería del Judío, un negocio pero que muy próspero,
viento en popa y a toda vela, corta el mar, no navega, vuela, etcétera.
La Carpintería del Judío
estaba en plena Ciudad. En aquellos días sólo había una ciudad de
verdad en todo el orbe. Era Alejandría del Nilo. Roma era el cuartel
militar más grande del mundo. En Roma vivían los senadores imperiales.
Pero era en Alejandría del Nilo donde estaban todos los sabios del
Imperio. Podemos decir que Alejandría era la Nueva York de aquellos
días. En Washington está el Poder, pero en Nueva York está el dinero.
Una relación de esta naturaleza era la que mantenía Alejandría con
Roma.
¿Por qué pues tenían que
regresar ya? ¿Y justamente entonces que el negocio les iba viento
en popa corta el mar no navega vuela, etc.? ¿Regresar a qué? ¿A
sobrevivir como la mosca en la casa de la araña? Había materia para
pensar. Un negocio de menos de diez años de vida es como el chaval
al que empieza a salirle el bigote. Desde sus ojos es cuando menos
faltas se le sacan al mundo. El mundo estará todo lo mal que tú
quieras, pero él, el chaval, está hecho un campeón. En fin, que
no era tontería. Le había costado a José y su cuñado salir adelante,
abrirse camino, encontrar un hueco, y un hueco grande entre los
Gentiles, porque José no quería saber nada o muy poco de sus compatriotas.
En este capítulo el señor José era un judío muy raro. No quería
saber mucho de sus compatriotas, ni tampoco le gustaba tenerlos
demasiado cerca. Nadie sabía por qué, ni tampoco él hablaba mucho.
Sería porque el señor José hablaba el latín y el griego desde muy
joven y parecía encontrarse entre los Gentiles como pez en el agua.
Hay que decir que a José
su dominio de las dos lenguas del Imperio le abrió camino en el
mundo de los negocios. Al contrario que sus compatriotas, racistas
con todo el mundo, que se creían una raza superior, elegida, y miraban
para abajo al resto del género humano, el señor José era abierto,
inteligente, poco hablador, pero cada palabra suya era la de un
hombre hecho y derecho que no rompía su palabra por nada del mundo.
¡Cómo un carpintero ebanista
de provincias, escapado de un pueblo perdido en las sierras se las
había arreglado para dominar hasta tal punto las dos Lenguas internacionales
del momento, la verdad, era otro misterio!
Otro entre los muchos que
hacían del dueño de la Carpintería del Judío una criatura sui géneris,
introvertida, indefinible. Sus compatriotas de Alejandría criticaban
al señor José precisamente por su alejamiento de las compañías de
los suyos.
Al contrario que José, Cleofás,
el hermano de María, era muy de su tierra y tiraba hacia los suyos.
Lo cual compensaba la balanza y mantenía en equilibrio las relaciones
de la Casa con los nacionalistas. Alguna vez, entre cuñados y socios,
Cleofás le sacó el tema de su distanciamiento y las causas de esa
postura tan inamovible. Pero José siempre encontraba la forma de
darle largas al asunto.
José no le imponía a su cuñado
Cleofás nada; él era libre para educar a sus hijos según su corazón;
él no le iba a prohibir a sus hijos que fueran a la sinagoga y participasen
en la vida de la comunidad judía cumpliendo con sus deberes de buen
hijo de Abraham. Sólo que la misma libertad que José le ofrecía
la quería él para sí.
Ante esta forma de razonar
Cleofás se reía y abandonaba el tema. Porque si le preguntaba a
su hermana María sobre el comportamiento tan raro de su marido ella
tampoco llegaba más lejos.
El mismo enigma que le causaba
a Cleofás esta forma de ser de José tenía a María sorprendida desde
que salieran de la patria. Y no debía creerse Cleofás que ella le
ocultaba algo. José era más bueno que un pan, pero a la hora de
abrir su corazón ni a su propia esposa le soltaba palabra.
Total, Cleofás y señora habían
parido ya toda una tropa a la altura de este capítulo. José y María
sin embargo se habían quedado con el primero y el último, primogénito
y unigénito en una sola persona.
-¿Qué pasa, hermano?-quiso
saber Cleofás- ¿a qué vienen estas prisas por vender un barco que
va viento en popa?
José no quiso decirle a su cuñado toda la verdad, o al menos la verdad según la vivía él.
HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA. Segunda Parte. Historia del Niño Jesús. 6. EL REGRESO A NAZARET
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