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EL CORAZÓN DE MARÍACAPÍTULO I:
“YO SOY EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO” HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA
Segunda
Parte
LA PALOMA MUDA DE LAS LEJANÍAS
Jesús se hundió. Aquel Niño
divino que ponía patas arriba a la chiquillería de la calle entera,
se iba, se perdía entre los barcos del puerto y regresaba corriendo
a sentarse al caer la tarde en las piernas de su padre entre los
amigos; aquél terremoto de Niño se hundió. Jesús dejó de salir de
casa. Empezó a sentarse en la puerta de la Carpintería del Judío
a ver pasar la vida. El Niño casi no comía. Jesús se dejaba caer
en el regazo de su madre entre las amigas, cuando al caer la tarde
las mujeres solían sentarse en la calle, bajo el cielo mediterráneo,
a coser, a charlar, y se iba.
Era como si aquella llama
de la Zarza se le estuviera consumiendo entre los brazos a María.
Al principio Ella no se dio cuenta de la soledad que en el pecho
de su Niño se había abierto agujero negro y por ahí se lo tragaba
un poco más cada día. Poco a poco la Madre abrió los ojos y empezó
a ver lo que había en el Corazón de su Niño.
Ella no podía sufrir aquella
agonía indescriptible que le estaba quitando de las manos a su Niño.
Lo quería más que al mundo, más que al tiempo, más que a las olas
del mar, más que a las estrellas, más que al amor, más que a su
vida misma. Y se le iba. Era noche tras noche y cada noche un poco
más. El Niño no hablaba, no reía, se dejaba caer en el pecho de
su Madre, la vista perdida en el cielo de aquella Alejandría del
Nilo, y ahí se hundía.
-¿Qué te pasa, hijo mío?,
le preguntaba Ella.
-Nada, María, le respondía
El.
-Yo sé lo que te pasa, Jesusito.
-No es nada, María, de verdad.
-Cielo mío, echas de menos
a tu Padre. No llores, mi vida. Él está aquí, ahora mismo, cuando
yo pongo mis labios en tus mejillas Él te besa, cuando yo te abrazo
Él te estruja.
Para el Niño aquella mujer
que le oía con la sonrisa más dulce del universo en el rostro mientras
Él le hablaba del Paraíso de su Padre, de la Ciudad de su Padre,
de sus hermanos los superángeles Gabriel, Miguel y Rafael, aquella
mujer…aquella mujer era su Madre. La quería más que a todo en el
mundo. Era la única persona a la que podía contarle todas las cosas.
Le encantaba sentir el latido de su corazón cuando le hablaba de
su Reino. ¡Y aquella mirada luminosa que le alumbró el rostro cuando
le contó toda la verdad! No se le borró jamás de la memoria.
-Sí, María -le dijo el Niño-.
Yo soy Él.
-Cuéntame otra vez cómo es
el Cielo, hijo mío. Le pedía ella otra vez.
-El Cielo -le confesaba el
Niño- es como una isla que se convirtió en continente, y que sigue
creciendo al otro lado del orto de sus horizontes. La Roca en la
que tiene sus fundamentos es el Monte más alto que pueda imaginarse
hombre alguno. El Monte de Dios, Sión, eleva su cumbre hasta las
nubes, pero donde debieran estar las nubes existen doce murallas,
cada una de un bloque único, cada bloque de un color, cada muro
brillando como si tuviera un sol en su interior. Y son como doce
soles iluminando un mismo firmamento. Los doce muros son una misma
muralla rodeando la Ciudad que contienen. La llamó Dios, a su Ciudad,
Jerusalén, y Sión a su Monte. En Jerusalén tienen los dioses su
Morada, y entre los dioses mi Padre tiene su Casa. Desde los muros
de la ciudad de Dios los confines del Cielo se pierden en el horizonte
que limita con el orto al otro lado de las fronteras del Paraíso.
Verás, el Cielo es como un
espejo maravilloso que refleja la Historia de los pueblos que lo
habitan. Por ejemplo, este mundo, la Tierra. Vosotros recogéis las
memorias de vuestros antepasados en vuestros libros; pero el Cielo
lo registra en vivo, porque lo que se refleja en la superficie del
Universo se materializa en la del Cielo. Así que si te pones a recorrer
la Morada de los hombres en el Paraíso de mi Padre te encontrarás
con que todas las Edades del Hombre están recogidas en su geografía.
Cuando vayas al Cielo verás con tus ojos que todas las clases de
animales y aves y árboles y plantas y montes y valles que han sido
una vez aquí Abajo existen para siempre allí Arriba.
Como mi Padre ha creado otros
Mundos, y seguirá creando más, el Cielo es un Paraíso repleto de
maravillas que nunca se acaban. Para recorrerlo entero tendrías
que pasarte andando una eternidad, y cada trayecto del camino sería
una aventura. ¿Cómo te lo explico? Mi Padre siembra la vida en las
estrellas. Las estrellas del Universo son como el océano que rodea
a la isla, y también este océano de constelaciones crece extendiendo
sus orillas al ritmo de las fronteras del Cielo. La vida se hace
un árbol, y mi Padre y yo la recogemos en nuestro Paraíso para que
viva para siempre. Las especies de animales y aves no tienen número.
Un gran río nace en las alturas del Monte de Dios, y se divide en
la llanura en ramas que cubren todos los Mundos y sus territorios.
¿Ves todas las estrellas? El Cielo está más Arriba.
-¿De Allí has venido tú,
Hijo mío?
-Te cuento, María.
HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA. Segunda Parte. Historia del Niño Jesús. 5. LA CARPINTERÍA DEL JUDÍO
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