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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO SEGUNDO
Cuarta Parte - La Hija de Salomón
19
ANA, MADRE DE MARIA DE NAZARET. SOBRINA NIETA DE ISABEL LA DE ZACARIAS, PADRE DE JUAN EL BAUTISTA
Dios es testigo de mis palabras
y dirige el pulso de mis manos sobre las líneas que Él traza, si
torcidas o rectas a su juicio quedan. El hecho es que el amor a
primera vista existe. Y conociendo a sus criaturas mejor de lo que
ellas se conocerán nunca, engendró en su Sabiduría el fuego del
amor eterno en aquellos dos soñadores que, desde los dos lados del
horizonte, sin conocerse, se mandaban versos en las alas del firmamento.
La primera en ver los resplandores
de aquella llama fue Isabel. Y fue ella la primera mujer del mundo
que vio a la Hija de Salomón nacer de aquel amor que ardería sin
consumirse.
Incapaces Ana y Jacob de
despegarse y cubriendo Isabel bajo su manto de hada madrina aquel
amor divino que tenía encantados a los muchachos, Isabel se las
arregló para mantenerlos solos y juntos lejos de la atención de
los hombres, siempre tan gruñones, siempre tan beatos.
Su esposo Zacarías por su
parte se apropió de la compañía del abuelo Matán y empleó el arsenal
de la inteligencia sin medida que su Dios le había dado para sacarle
al padre de Jacob el nombre del hijo de Zorobabel del que procedía
su linaje.
Al pronunciarle aquellas
cinco letras, A-B-I-U-D, Zacarías sintió que las fuerzas le traicionaban.
Simeón el Joven, a su lado,
le leyó en los ojos la emoción que casi lo tiró al suelo.
“¿De qué te extrañas, hombre
de Dios?”, le respondió Isabel al oírle repetirle aquéllas cinco
letras: A-B-I-U-D. “¿No te ha dado tu Dios pruebas suficientes de
estar Él en persona al mando de tus movimientos? Yo te diré algo
más. He visto a la hija de Salomón en las entrañas de tu sobrina
Ana”.
El regreso a Nazaret fue
duro para Jacob. Por primera vez en su vida comenzaba a descubrir
Jacob el misterio del amor. La felicidad extrema y la agonía total
en el mismo lote. ¿Eso es el amor? No sabía si echarse a llorar
de alegría o de pena. ¿No sería por esto que Dios hizo al hombre
y a la mujer para no separarse, porque si se separan se mueren?
Si ya antes de la costilla de la soledad su dolor se disfrazaba
de poeta y pintaba sobre el firmamento azul el rostro de su princesa,
ahora que la había visto en carne y hueso aquellos versos se habían
metamorfoseado, empezaban a abandonar su crisálida y, la verdad,
dolía. Tanto que ya empezaba a no saber si no hubiera sido mejor
que se hubiese mantenido entre albas y rocíos de primavera. Ahora
que la había visto, que había saboreado de sus ojos el perfume de
sus sonrisas, sensaciones que nunca imaginó se le habían colado
en la médula y le hacían vibrar de pena y felicidad los huesos.
Ay la costilla de Adán.
“¿Te pasa algo, Jacob?”.
“Nada, padre”.
“Parece que va a llover,
hijo”.
“Sí”.
“Pronto habrá que plantar
las habas”.
“Claro”.
El Doctor de la Ley tampoco
estuvo muy hablador. Se limitó a dejarse llevar y hablar lo justo.
¿El regreso al trabajo de cuando fue ocasión de celebración y de
alegrías? Así que no había que darle más importancia.
La cuestión es cuánto tiempo
tardaría el abuelo Matán en descubrir el mal de amores de su hijo.
¿Y cuánto el propio Cleofás?
Cuando al cabo del tiempo
Cleofás anunció su deseo de bajar a Jerusalén y su hijo Jacob se
le ofreció espontáneamente a acompañarle, no fuera que algún bandido
quisiera aprovecharse de aquél viajero solitario, al padre de Jacob
ya no le cupo ninguna duda. Su hijo estaba perdidamente enamorado
de la hija de Cleofás.
Cleofás, por el contrario,
no se enteraba de nada. Aceptó el hombre encantado el ofrecimiento
de Jacob. Dios sabe qué hubiera pasado si Cleofás hubiera estado
al corriente de la historia de amor entre su hija y el hijo de Matán.
El hombre era tan clásico que no le cabía en la cabeza el matrimonio
de una hija de la clase alta de Jerusalén con el hijo de un campesino
de la Galilea, por muy terrateniente que fuera el novio. Y allá
que se dejó acompañar.
En Jerusalén, entre lágrimas
de impaciencia que la tita Isabel recogía en manos muertas de risa,
su hija Ana esperaba el día de ver aparecer a su príncipe azul.
Pues que conocía a su cuñado
como si lo hubiera parido Isabel cogió a Jacob y se lo llevó para
su casa. Mataba así dos pájaros de un tiro. Zacarías tendría al
Hijo de Abiud para sí solo, y de camino los dos muchachos tendrían
todo el tiempo del mundo para prometerse una vez más en amores eternos.
A su tiempo ya se enteraría su cuñado de qué iba la cosa. Según
Isabel aquello era cosa del Señor y ay ay si se le ocurría a su
cuñado meterse por medio.
Ajenos a los prejuicios de
clase y a los intereses sociales de los adultos, Jacob y Ana se
escribieron versos de Sarón entre lirios de promesas enormes como
pirámides y resplandecientes como estrellas a la luz de los ojos
del hada madrina que Dios les había suscitado. Y se despidieron
con la promesa de la próxima vez venir él acompañado de su padre,
y en sus manos la dote por las vírgenes.
Regresados Cleofás y Jacob
a Nazaret el muchacho le expuso a su padre su deseo. Su padre contuvo
su corazón rogándole que esperara a que Cleofás terminara su trabajo.
Entonces él en persona bajaría a Jerusalén para pedirle su hija
por yerna.
Jacob aceptó la sugerencia
de su padre.
Cleofás, en efecto, acabó
su trabajo, se despidió de los nazarenos y regresó a su vida de
siempre. Al poco de haberse instalado en Jerusalén recibió una sorpresa,
la visita de Matán.
“Matán, hombre, ¿qué pasa?”.
“Ya ves, Cleofás, obligaciones
de padre me traen a tu casa”.
“Tú dirás”.
El padre de Jacob le contó
todo lo que había. Su hijo quería por mujer a su hija y venía como
consuegro con la dote por las vírgenes en la mano.
Cleofás escuchó en silencio.
Acabado lo que le traía a Matán a su casa siguió sin habla. Era
la típica sorpresa que se apodera del que siempre se entera de la
película el último; lo tenía alucinado. En estos casos después de
la sorpresa viene el clásico estallido de cólera.
La llama se enciende en el
cerebro: ¿Su hija se había jurado en amor a Jacob? ¿Y cuándo había
sucedido eso? ¿Y cómo se había atrevido a entregarse a un hombre
sin contar con la voluntad y bendición de su padre? Y se acaba echando
por la boca el fuego.
Ana, la criatura interesada,
aunque no es de buena educación, escuchaba detrás de la puerta con
el corazón en un puño. Sus dedos se morían por hacerle al Sí de
su padre un altar en el rincón más hermoso de su alma. Su “suegro”
le dedicó una mirada tan cálida al pasar que ya se daba por casada
y se sentía volar en alas de la felicidad más completa hacia el
tálamo de sus nupcias.
Mordiéndose los labios estaba
la criatura cuando su padre abrió la boca.
“¿Y eso cómo podrá ser, mi
buen Matán, si mi hija ya está prometida a otro hombre?”.
Cleofás estaba mintiendo.
Una mentira inocente para no pasar por el que apuñala al hombre
al que hasta ayer le profesaba una amistad eterna.
Dios santo, por evitarle
la puñalada al amigo le hincaba hasta el puño la daga a su propia
hija. La criatura se dejó caer pared abajo con el corazón atravesado
de lado a lado. Sin fuerzas para salir corriendo y tirarse por las
murallas Ana aguantó el resto.
“Lo siento, pero la pretensión
de tu hijo es un imposible fuera del poder de mis manos”, concluyó
su padre.
El abuelo Matán se quedó
todo silencioso. En un abrir y cerrar de ojos la luz se hizo en
su cerebro. Por sus barbas que Cleofás le estaba mintiendo. Para
él que lo que de verdad allí se estaban cruzando espadas era la
negación de Cleofás a aceptar su palabra sobre el origen davídico
de su Casa. De haber sido verdad el compromiso con un novio desconocido
el abuelo Matán hubiera aceptado el no sin sentir cómo la adrenalina
le estaban quemando las entrañas. Pero no, el santo e inmaculado
siervo de Dios que acogiera en su casa, rindiéndole los honores
como si de su Señor se tratara, se estaba quitando la máscara. ¿Casarse
su hija con un campesino, y de la Galilea para más desgracia?
A Cleofás le hubiera valido
más soltarle a la cara lo que pensaba. La verdad era que él no se
había tragado nunca el cuento sobre el supuesto linaje davídico
de Jacob. Mientras estuvo en Nazaret como no le iba ni le venía
se limitó a darle largas. Si lo era o no lo era no era de su incumbencia.
Ahora que le pedía su hija para su hijo ya no tenía por qué seguir
jugando al hipócrita.
“Es mi última palabra”, cerró
Cleofás la discusión.
“Yo te daré la mía”, se arrancó
el padre de Jacob. “Antes caso a mi hijo con una cerda que con la
hija de un aventajado hijo de los asesinos que viven de la sangre
de sus hermanos al precio de la destrucción de su pueblo”.
Señor, si ya estaba la criatura
herida de muerte, las palabras del padre de su Jacob remataron su
alma.
Mientras Isabel intentaba
cerrar las llaves de aquél diluvio el abuelo Matán montaba en su
caballo y arreaba al galope tendido Samaria arriba. Llegado a Nazaret
todavía le hervía la sangre. Su hijo Jacob se quedó como muerto
al oír sus palabras: “Antes te casas con una cerda que con la hija
de Cleofás”. Era su última palabra.
20.NACIMIENTO DE MARIA DE NAZARET, HIJA DE ANA Y JACOB, ABUELOS DE JESUCRISTOEL CORAZÓN DE MARÍA. HISTORIA DE JESUS DE NAZARET.Cuarta Parte. La Hija de Salomón.
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