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LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
EPILOGO LAS TABLILLAS SUMERIAS DE LA COLECCION
HILPRECHT
UNA MALDICIÓN Y UN PLANO
Estas líneas
han sido escritas, en su mayor parte, en Jena (Alemania Oriental), donde pasé
diez semanas en el otoño de 1955, para estudiar las tablillas y los fragmentos
literarios sumerios conservados en la Universidad Friedrich-Schiller. Estos documentos, excavados hace más de
cincuenta años en Nippur,formaban parte de la
colección particular de Hermann Hilprecht, primer titular de la cátedra de
asiriología que yo ocupo actualmente en la Universidad de Pensilvania. Estos
documentos habían sido legados a la universidad alemana, así como las demás
piezas de la colección, en 1925, a la muerte de
Hilprecht.
Durante quince años
intenté en vano ir a Jena. Primero fueron los nazis, luego la guerra y
últimamente el «telón de acero». Habiéndose aflojado algo la tensión entre los
dos «bloques» en 1955, me pareció el momento oportuno para hacer una nueva
tentativa. Me concedieron, efectivamente, la autorización solicitada y, durante
mi estancia en Jena, los miembros de la Universidad Friedrich-Schiller me testimoniaron un espíritu de cooperación al
que debo rendir homenaje. Especialmente el conservador auxiliar de la
colección, doctor Inez Bernhardt, que tiene a su cargo la vigilancia de las
tablillas cuneiformes, me ofreció su concurso sin reservas.
La colección
Hilprecht consta de unas ciento cincuenta piezas literarias sumerias. Un
centenar de ellas son de muy reducidas dimensiones: no quedan en ellas más que
unas pocas líneas y aun a menudo incompletas. En cambio, las otras están en muy
buen estado, y trece de entre ellas tienen de cuatro a ocho columnas de
escritura. Todos los géneros literarios están representados: mitos y epopeyas,
himnos y lamentaciones, documentos historiográficos, textos sapienciales,
ensayos, proverbios, controversias; se encuentran allí incluso «catálogos».
Entre estos textos hay pocas obras desconocidas. Anotemos, sin embargo, algunas
«novedades» interesantes: un himno al dios Hendursagga; un diálogo amoroso
entre Inanna y Dumuzi; un mito relativo, entre otros, a un dios y una diosa de los Infiernos; el extracto de
un mito sobre los dioses hermanos que dieron a conocer la cebada a los
sumerios; una carta de súplica dirigida por un
tal Gudea a su «dios personal»; y, finalmente, dos preciosos repertorios de
títulos.
A pesar del interés que pueden ofrecer estos textos, debo decir que la importancia
que para nosotros tiene la colección Hilprecht está en otra parte, al menos por
lo que respecta a los textos «literarios» (ya trataremos más adelante de un
documento de un género muy distinto). En efecto, en la etapa de nuestras
investigaciones es que actualmente nos encontramos resulta esencial poder
completar, de buen principio, las obras conocidas pero incompletas, cuyos
fragmentos nos hemos esforzado en reunir en el transcurso de estos veinte
últimos años. La mayoría han sido reconstruidas a partir de tablillas y
fragmentos procedentes de todos los museos del mundo, especialmente de los de
Estambul y Filadelfia. Las piezas a las que tuve acceso en Jena, al aportar
nuevos complementos, nos permitirán en muchos casos redondear estas
reconstrucciones. Y éste es un factor primordial para el progreso.
He aquí
un ejemplo:
Entre las tablillas de la colección Hilprecht, siete contienen un texto de trescientas líneas que
podría titularse: La Maldición de Agade o
el Ekur vengado. Conocemos de esta obra una veintena de fragmentos,
publicados o inéditos. Pero, no habiendo podido encontrar por entero la segunda
mitad del texto, habían surgido equívocos sobre su verdadero significado. Como
que una gran parte del relato se refería a la devastación y ruina de Agade, se
había creído que se trataba de una «lamentación»; aunque esta composición
difiriese sensiblemente por la forma de otras del mismo género, como La lamentación sobre la destrucción de Ur, o
La lamentación sobre la destrucción de Nippur. Pero si se examina la
tablilla de cuatro columnas de Jena, muy bien conservada por cierto, donde hay
inscritas las últimas 138 líneas de este texto, ya se ve que no se trata de
ninguna lamentación, sino de un documento historiográfico redactado en una
prosa particularmente poética. Su autor, que tendría tanto de filósofo como de
poeta, intentaba explicar en ella un acontecimiento histórico cuya gravedad revestía
a los ojos de los sumerios la importancia de una catástrofe.
Hacia el año
2300 a. de J. C. (siguiendo la cronología «baja»), el semita Sargón
conquistó toda la Mesopotamia. Después de haberse apoderado de las principales
ciudades sumerias, Kish al norte y Uruk al sur, Sargón se hizo dueño de todo el
Próximo Oriente, Egipto y Etiopía inclusive; estableció su capital en Agade,
ciudad situada en la Sumer septentrional, pero cuyo emplazamiento exacto no nos
es conocido todavía. Bajo su reinado y el de sus sucesores inmediatos, Agade se
transformó en la ciudad más poderosa y más próspera del país, ya que recibía
donativos y tributos de todos los países limítrofes. Pero esta ascensión
fulminante debía quedar brutalmente interrumpida por la invasión de los gutis.
Este pueblo bárbaro, que había bajado de las montañas levantinas, atacó la
villa y la aniquiló antes de devastar Sumer por entero.
Como muchos de sus compatriotas, el autor
de nuestro poema hubo de quedar terriblemente impresionado por tamaño desastre. Y busca su explicación, la única explicación que
pudiera convenir a las mentes sumerias, en la cólera de los dioses. Por
consiguiente, nuestro historiógrafo da comienzo a su obra por medio de una
introducción en la que se contrasta el poderío y la gloria de Agade al
principio con la ruina y desolación que acompañaron su caída:
«Cuando
Enlil, arrugando el ceño, iracundo, hubo dado muerte al pueblo de Kish, como el
Toro del Cielo, y que, igual que un buey poderoso, hubo reducido a polvo la
casa de Uruk, cuando a su debido tiempo Enlil hubo dado a Sargón, rey de Agade,
la soberanía sobre las tierras altas y sobre las tierras bajas», entonces
(parafraseando algunos de los pasajes más claros) la ciudad de Agade se volvió
rica y poderosa bajo la dirección afectuosa de su divinidad protectora Inanna.
Sus casas se llenaron de oro, de plata, de cobre, de estaño y de lapislázuli;
los ancianos y las ancianas daban sabios consejos; los niños estaban alegres;
por doquier resonaban cantos y música; todos los países de alrededor vivían en
la paz y la seguridad. Naram-Sin embelleció aún más los santuarios de la
ciudad, elevó sus murallas hasta la altura de las montañas; y las puertas de
Agade estaban abiertas de par en par. Venían allí los martus, ese pueblo nómada
del oeste «que no conoce el grano», pero que traía bueyes y carneros escogidos;
venían las gentes de Meluhha, el «pueblo de las tierras negras», trayendo sus
productos exóticos; venían los elamitas y los subareos, pueblos del este y del
norte, con sus fardos «como acémilas»; acudían también todos los príncipes,
todos los jefes y todos los jeques de la llanura, aportando regalos cada mes y
en el día de Año Nuevo.
Pero, bruscamente, todo cambia; es la catástrofe: «Las puertas de Agade, ¡cómo yacen destrozadas!... la Santa
Inanna deja intactas sus ofrendas; el Ulmash (templo de
Inanna) está asolado por el miedo desde que ella abandonó la ciudad, desde que
se marchó de ella; como una doncella que abandona su estancia, la santa Inanna
ha desertado de su santuario de Agade; como un guerrero blandiendo las armas,
ella ha atacado la ciudad en un furioso combate y la ha obligado a presentar su
pecho al enemigo.» Al cabo de un tiempo muy breve, «en menos de cinco días, en
menos de diez días», la señoría y la realeza abandonaron Agade; los dioses se
revolvieron contra la ciudad y Agade quedó allí, vacía y desolada; Naram-Sin,
sombrío, partió vestido con tela de saco, abandonando sus carros y sus barcos
inútiles.
¿A
qué atribuir este desastre? Nuestro autor lo explica así: Durante los siete
años en que su reinado se consolidó, Naram-Sin había actuado contra la voluntad
de Enlil; había permitido que sus soldados atacaran y saquearan el Elkur y sus
jardines; había destruido tan completamente los edificios del Ekur con sus
hachas de cobre, que «la Mansión yacía en tierra como un joven muerto»; en verdad, «todos los países yacían por el suelo». Por si ello
fuera poco, Naram-Sin había cortado el grano ante la «puerta donde no se corta
el grano»; había demolido a golpes de pico la «Puerta de la Paz», había
profanado los vasos sagrados, había arrasado los bosquecillos del Ekur, había
reducido a polvo sus vasos de oro, plata y cobre, y, luego de destruir Nippur,
había cargado todos los bienes de la ciudad destruida en los barcos que tenía amarrados
junto al santuario de Enlil y se los había llevado a Agade.
Pero, apenas hubo cometido Naram-Sin estas
fechorías que «la prudencia abandonó Agade» y «el buen
sentido de Agade se transformó en locura». Entonces, «Enlil, la Ola devastadora
que no tiene rival, ¡qué destrucción preparó, porque su mansión bienamada había
sido atacada!». Alzando los ojos hacia las montañas, hizo descender de ellas a
los gutis, «un pueblo que no tolera ninguna autoridad»; «los gutis cubrieron la
tierra como langosta» y nadie pudo sustraerse a su poderío. Las comunicaciones
por tierra o mar se hicieron imposibles en toda la extensión de Sumer. «El
heraldo no pudo proseguir su viaje; el marinero no pudo hacer navegar su
barco...; los salteadores se instalaron por todos los caminos; las puertas que
cerraban las murallas se trocaron en arcilla; todos los países vecinos se
pusieron a conspirar tras las murallas de sus ciudades.» Finalmente, el hambre
se instaló en Sumer: «Los grandes campos y las praderas ya no dieron más grano;
las pesquerías ya no dieron más pescado; y los jardines irrigados ya no dieron
ni miel ni vino.» La penuria hizo subir los precios como una flecha, hasta tal
punto que no se podía cambiar un cordero más que por media sila de aceite, o media sila de grano, o
media mina de lana.
Entonces, temiendo que este
desencadenamiento de sufrimientos y privaciones, de muertes y de ruinas,
sumergiese prácticamente toda la «Humanidad modelada por
Enlil», ocho de las divinidades más importantes del panteón sumerio, a saber:
Sir, Enki, Inanna, Ninurta, Ishkur, Utu, Nusku y Nidaba, consideran que ha
llegado la hora de aplacar el furor de Enlil, y en una plegaria que le dirigen
prometen que Agade, la ciudad que ha destruido a Nippur, será a su vez
destruida como Nippur:
¡Oh, Ciudad, que osaste atacar al Ekur, tú que has desafiado a Enlil!
Agade, tú que osaste atacar al Ekur, tú que has desafiado a Enlil.
Que
tus bosquecillos queden reducidos a un montón de polvo...
Que
los ladrillos de arcilla de que estás
hecha vuelvan a su
abismo,
Que sean ladrillos malditos por Enki.
Que tus árboles
vuelvan a sus bosques,
Que
sean los árboles malditos por Ninildu.
Tus bueyes abatidos que así puedas abatir a tus mujeres en su lugar.
Tus carneros degollados que así puedas degollar a los niños en su lugar.
Tus pobres que así puedan ser obligados
a ahogar sus preciosos (?) hijos...
Agade, que tu palacio, construido con el
corazón alegre,
se convierta en una ruina lamentable...
Que en los lugares donde se celebraban tus
ritos y tus fiestas,
La zorra que vaga por las ruinas,
menee el rabo.
Que en los caminos de sirga de tus barcas,
no medren más
que hierbajos;
Que
en los caminos de tus carros,
no medre más
que la «planta que gime»;
Más
aún, que en los caminos de sirga
y los embarcaderos de tus barcas
Ningún ser humano pueda pasar, a causa de las cabras salvajes,
de las sabandijas (?), de las serpientes y
de los escorpiones.
Que en tus llanuras,
donde crecían
las plantas que calman el corazón,
No
medre más que la «caña de lágrimas».
Agade,
que en lugar de tu agua dulce,
no fluya más
que un agua amarga.
Que
el que diga: «Quisiera establecerme en esta ciudad»,
no encuentre sitio adecuado para
instalarse;
y no encuentre sitio adecuado para dormir.
Y, concluye diciendo el historiador, esto
es, exactamente, lo que sucedió:
En los caminos de sirga de sus barcas
ya no medran más
que hierbajos;
En
los caminos de sus carros
ya no medra más
que la «planta que gime»;
Más
aún, en los caminos de sirga
y los embarcaderos de sus barcas,
No pasa ningún
ser humano, a causa de las cabras salvajes,
de las sabandijas (?), de las serpientes y
de los escorpiones.
En las llanuras donde crecían las plantas que calman el corazón,
ya no crece más
que la «caña de las lágrimas».
Agade,
en lugar de su agua dulce,
ya no ve fluir más
que un agua amarga.
El
que dice: «Quisiera establecerme es esta ciudad»
no encuentra sitio adecuado para
instalarse,
El que dice: «Quisiera
descansar en Agade»
no encuentra sitio adecuado para dormir.
El ejemplo de este texto ya demuestra
bastante claramente el interés de las tablillas
sumerias de la colección Hilprecht. Pero aún hay otros
documentos no menos preciosos. Precisamente es entre estos últimos donde se
encuentra el más importante de todos. Se trata del plano de una ciudad; sin
ningún género de dudas, el más antiguo que haya llegado hasta nosotros. La
tablilla en el que fue diseñado mide, en su estado actual, 21 centímetros por 18. Se ve en ella el trazado de algunos de los templos
y de los edificios más importantes de Nippur, de su parque, de sus ríos y
canales y, sobre todo, de sus murallas y sus puertas. El plano nos da más de
una veintena de medidas topográficas, las cuales, una vez comprobadas sobre el
terreno, han demostrado que la escala ha sido cuidadosamente respetada. En fin,
aunque nuestro «cartógrafo» haya vivido sin duda allá por el año 1500 a. de J.
C, es decir, hace unos tres mil quinientos años, ejecutó el plano, no obstante,
con la precisión y la meticulosidad que hoy día se exige a sus colegas
modernos.
Las inscripciones sumero-accadias que
figuran en la tablilla indican, entre otros, los nombres de los monumentos, de
los ríos y de las puertas de las murallas de Nippur.
Ahora bien, la mayoría de estos nombres se hallan representados por sus
antiguos «ideogramas» súmerios; por el contrario, las palabras escritas en
accadio aparecen en número mucho más reducido. Éste es un detalle muy
interesante, pues en aquella época Sumer se hallaba bajo el dominio de los
semitas de Accad y el sumerio no era más que una lengua muerta.
El plano no está
orientado según la dirección norte-sur, sino según un eje oblicuo (con una
separación de unos 45°). En el centro figura el nombre de la ciudad (núm. 1)
escrito por medio del antiguo ideograma sumerio EN-LIL-KI: el «lugar de Enlil»,
es decir, la ciudad donde vivía el dios del aire Enlil, divinidad suprema del
panteón sumerio. Los monumentos representados son el Ekur (núm. 2), la «Casa de
la Montaña», el templo más famoso de Sumer; el Kiur (núm. 3), templo adyacente
al Ekur y que parece haber representado un importante papel en función de las
creencias sumerias relativas al mundo de los infiernos; el Anniginna (núm. 4),
cuyo trazado circunscribe un lugar todavía no identificado (la misma lectura
del nombre es incierta); y, muy lejos, en los barrios extremos de la ciudad, el
Eshmah (núm. 6), «Santuario Sublime». En el ángulo formado por las murallas
sudeste y sudoeste, se extiende el Kirishauru (núm. 5), literalmente, «el
Parque del centro de la ciudad».
El Eufrates (núm.
7), designado con su antiguo nombre sumerio de Buranun, corre a lo largo del
sudoeste de la ciudad, mientras que al noroeste la ciudad está bordeada por el
canal Nunbirdu (núm. 8), donde, según un antiguo mito, el dios Enlil vio por
primera vez a su esposa bañándose y enseguida se enamoró de ella. En la parte
central del plano y un poco a la derecha se percibe el Idshauru (núm. 9),
literalmente «Canal del medio de la ciudad», conocido actualmente con el nombre
de Shatt-en-Nil.
Pero a lo que el antiguo cartógrafo presta más atención es, indudablemente, a las murallas y a
las puertas de la ciudad, lo cual hace suponer que el plano haya sido preparado
con finalidad militar, en vista de la defensa de la ciudad. En la muralla del
sudoeste se abren tres puertas: la Kagal Musukkatim (núm. 10), «Puerta de las
Impuras Sexuales» (la lectura y el sentido de este nombre me han sido sugeridos
por Adam Falkenstein);
la Kagal Mah (núm. 11), «Puerta sublime»; y la Kagal Gula (núm.
12), «Puerta grande».
La muralla de sudeste también tiene tres aberturas: la Kagal Nanna (núm. 13), «Puerta de
Nanna», el dios-luna sumerio; la Kagal Uruk (núm. 14), «Puerta de Uruk»; y la
Kagal Igibiurishe (núm. 15), «Puerta frente a Ur». Los nombres de estas dos
últimas puertas han revelado la orientación del plano: en efecto, Uruk y Ur se
encontraban ambas al sudeste de Nippur.
Una sola puerta se abre en la muralla noroeste: la Kagal Nergal (núm. 16), «Puerta de Nergal», el dios que reinaba en el mundo de los Infiernos y tenía por esposa a la diosa Ereshkigal. Finalmente, y paralelamente a la muralla
noroeste (núm. 17) y a la muralla sudeste (núm. 18), se
extienden dos fosos designados ambos con una palabra accadia y no sumeria:
Hiritum («foso»).
He dicho que el plano llevaba unas cifras
muy precisas. Mi ayudante, Edmund Gordon, ha hecho de ellas un minucioso
estudio. La unidad de medida empleada es, con toda probabilidad, el gar
sumerio, aunque esta expresión no está indicada en
ninguna parte el plano. El gar equivalía a 12 «codos», o sea, a unos 6 metros.
El Anniginna (núm. 4) medía 30 gars de anchura, es decir, unos 180 metros. Si
el canal central tenía una anchura de 4 gars, es decir, de 24 metros, resulta
que esta cifra corresponde a la anchura actual del Shatt-en-Nil. La distancia
que separa la Kagal Musukkatim (núm. 10) de la Kagal Mah (núm. 11) está
calculada en 16 gars, o sea, en 96 metros aproximadamente, y la que separa la
Kagal Mah (núm. 11) de la Kagal Gula (núm. 12), que es, aproximadamente, el
triple de la anterior, está correctamente indicada como de 47 gars, o sea, unos
282 metros.
El mismo profano puede leer y comprobar
estas medidas con toda facilidad en la figura de la página
238. Le bastará recordar que un «clavo» vertical indica 60 ó 1, y que una cuña
indica 10. Hay dos medidas, como se verá, que no corresponden a esta escala, y
son la de «71/2»inscrita en el plano en
el ángulo inferior del Parque (núm. 5) y la de «24 1/2»108 de la
tercera sección de la muralla noroeste. En este último caso no sería imposible
que el escriba se hubiese olvidado de inscribir un trazo en forma de cuña al
principio y que la cifra fuera, en realidad, de 34 1/2, cosa que la colocaría
dentro de la escala.
La tablilla donde figura este plano había sido hallada en Nippur, en otoño de 1899, por los arqueólogos
de la Universidad de Pensilvania. La habían encontrado dentro de una jarra de
terracota, con una veintena de otras piezas cubiertas de inscripciones que
databan de diversas épocas escalonadas entre los años 2300 y 600 antes de
nuestra era, aproximadamente. Esta jarra, a juzgar por su contenido, constituía, tal como dijeron los excavadores, un verdadero museo en
miniatura. Hermann Hilprecht había publicado en 1903, en su Explorations in Bible Lands (pág. 518)
una pequeñísima fotografía de la tablilla que nos ocupa; pero era prácticamente
inutilizable para la traducción y la interpretación del documento (varios
eruditos lo intentaron en vano). Desde entonces, este documento había
permanecido guardado en los cajones de la colección Hilprecht, sin haber sido
copiado ni publicado. Por fin, en la actualidad, después de tantos años, el
doctor Inez Bernhardt ha realizado con gran meticulosidad una copia bajo mi
dirección, y el estudio que de ello ha resultado se publicará bajo nuestras dos
firmas en la Wissenschaftliche
Zeitschrift de la Universidad Friedrich-Schiller.
BIBLIOGRAFIA
La mayoría
de las obras citadas comprenden la historia de la antigua Mesopotamia,
incluyendo las culturas semitas posteriores a la desaparición de los sumerios.
En ellas puede encontrarse una bibliografía más detallada y erudita, especialmente por lo que se refiere a
obras escritas en lenguas extranjeras.
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la Grèce antique, tomo I de la Histoire Générale des
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contenau (G.) y dhorme (E.)
en Halphen-Sagnac, Les premieres
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goosens (G.), L'Asie
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2. Arqueología. Arte
contenau (G.), Manuel d'archéologie
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parrot (A.), Archeologie mesopotammienne, 2 tomos.
(Albin Michel; 1946, 1953.)
wooley (L), Les Sumériens. (Payot; 1933.)
3. Escritura. Lenguaje. benveniste (E.), Le sumérien, pp. 189-195 de Langues du Monde (Centre National de la Récherche scientifique -
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