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HISTORIA DEL PRÓXIMO ORIENTE ANTIGUO.HISTORIA DE SUMERIA Y AKKADURUKAGINA DE LAGASH2380-2360
A.C.
EL FIN DE LA
DINASTÍA DE UR-NINA, LAS REFORMAS DE URUKAGINA Y LA CAÍDA DE LAGASH
EANNATUM fue
el miembro más famoso y poderoso de la dinastía de Ur-Nina,
y es probable que su reinado marque el cenit del poder de Lagash como
ciudad-estado. Desconocemos la causa que le llevó a ser sucedido en el trono
por su hermano Enannatum I, en lugar de por un hijo
suyo. Que la ruptura en la sucesión no se debió a una revolución palaciega es
seguro por una referencia que Enannatum hace a su
hermano en una inscripción encontrada por Koldewey en
El-Hibba, donde, tras nombrar a Akurgal como su padre, se describe a sí mismo como “el amado hermano de Eannatum,
patesi de Lagash”. Es posible que Eannatum no tuviera descendencia masculina o,
dado que su reinado parece haber sido largo, puede que sobreviviera a sus
hijos. De hecho, podemos conjeturar que sus victorias no se ganaron sin
considerables pérdidas entre sus guerreros más jóvenes, y muchos cadetes de la
casa real, incluidos los propios hijos del rey, pueden haber dado su vida al
servicio de su ciudad y de su dios. Tal pudo muy bien haber sido la causa de
que la sucesión pasara de la línea directa de descendencia a una rama más joven
de la familia. Que Enannatum siguió y no precedió a
su hermano en el trono queda demostrado por la referencia que se hace a él en
el texto de El-Hibba ya mencionado; además, él mismo
fue sucedido por sus propios descendientes inmediatos, y una referencia a su
reinado en el Cono de Entemena sigue en orden de tiempo al registro del mismo
gobernante relativo a Eannatum. Las pocas inscripciones de su reinado que se
han recuperado en Tello y El-Hibba son de carácter
votivo más que histórico y, si no fuera por los resúmenes históricos sobre el
Cono de Entemena y una placa inscrita de Urukagina, careceríamos de datos para
trazar la historia de Sumer en este periodo. Así las cosas, nuestra información
se limita en su mayor parte a la continua rivalidad entre Lagash y su vecina
cercana Umma, que ahora condujo a una renovación de las hostilidades activas.
Ya hemos
visto que, a pesar del aumento del poder de Lagash durante el reinado de
Eannatum, la ciudad de Umma no había sido incorporada a su dominio, sino que
había logrado mantener una actitud de semi independencia. Esto se desprende de
los términos del tratado, por el que los hombres de Umma se comprometían a no
invadir el territorio de Lagash; y, aunque pagaban un pesado tributo en maíz a
Eannatum, podemos suponer que estaban dispuestos a aprovechar cualquier
oportunidad que se les presentara de repudiar la soberanía de Lagash. Tal
oportunidad pudieron haberla visto en la muerte de su conquistador Eannatum,
pues tras la ascensión de su hermano los encontramos repitiendo las mismas
tácticas que habían empleado durante el reinado precedente bajo el liderazgo de
su patesi, Ush. Enakalli,
con quien Eannatum había establecido su tratado, había sido sucedido en el
trono por Urlumma. En su cono-inscripción Entemena no
da ninguna indicación sobre si hubo algún intervalo entre el reinado de Enakalli y el de Urlumma. Pero de
una pequeña tablilla de lapislázuli de la “Colección de Clercq”
deducimos que este último era hijo de Enakalli y, por
tanto, probablemente su sucesor directo en el trono. La pequeña tablilla fue
empleada como monumento fundacional, y una breve inscripción en ella registra
la construcción de un templo al dios Enkigal por Urlumma, que se describe a sí mismo como hijo de Enakalli. Cada gobernante lleva el título de “rey” en la
inscripción y, aunque la lectura del signo que sigue al título es incierta, hay
pocas dudas de que debemos identificar a los Urlumma y Enakalli de la tablilla con los dos patesis de Umma que se sabe que llevaban estos nombres.
Urlumma no mantuvo la política de
su padre, sino que, siguiendo el ejemplo de Ush,
reunió a su ejército e hizo un repentino descenso sobre el territorio de
Lagash. Su incursión parece haber estado acompañada de una violencia aún mayor
que la de su predecesor. Ush se había contentado con
retirar la estela de delimitación colocada por Mesilim, pero Urlumma rompió en pedazos la de Eannatum arrojándola al
fuego, y podemos suponer que trató la estela de Mesilim de la misma manera. Los
santuarios, o capillas, que Eannatum había construido en la frontera y había
dedicado a los dioses a los que había invocado para que custodiaran el tratado,
fueron ahora arrasados. Con tales actos Urlumma trató
de borrar todo rastro de las humillantes condiciones impuestas en años
anteriores a su ciudad y, cruzando la zanja fronteriza de Ningirsu, asaltó y
saqueó las ricas llanuras que siempre había sido la ambición de Umma poseer.
Es probable
que el objetivo de Urlumma al romper el tratado no
fuera simplemente recoger el botín de los campos y aldeas que invadió, sino
obtener la posesión completa de la codiciada llanura. Al menos, tanto Entemena
como Urukagina registran que la batalla posterior entre las fuerzas de Umma y
Lagash tuvo lugar dentro del territorio de esta última, lo que parece implicar
que Urlumma y su ejército no se retiraron con su
botín a su propia ciudad, sino que intentaron retener la posesión de la propia
tierra. Enannatum se encontró con los hombres de Umma
en Ugigga, un distrito dentro de las tierras-templo
de Ningirsu, donde se libró una batalla que, en el breve relato de Urukagina,
consta que resultó en la derrota de Umma. Entemena, por su parte, no dice si
Lagash salió victorioso, y su silencio es posiblemente significativo, ya que,
si su padre hubiera logrado una victoria decidida, sin duda lo habría
registrado. Además, Urlumma siguió dando problemas, y
sólo en el reinado del propio Entemena fue finalmente derrotado y asesinado.
Por lo tanto, podemos concluir que Enannatum no hizo
más que frenar las usurpaciones de Urlumma, y no es
improbable que este último conservara durante un tiempo una parte considerable
del territorio que Lagash había disfrutado durante varias generaciones.
Pocos hechos
más se conocen del reinado de Enannatum I. Deducimos
que envió hombres a las montañas, probablemente de Elam,
e hizo que talaran cedros allí y trajeran los troncos a Lagash; y con la madera
de cedro así obtenida construyó el tejado de un templo, que parece haber sido
dedicado a Ningirsu. El templo podemos identificarlo probablemente con el
famoso templo E-ninnu de Ningirsu, del que hemos
recuperado un mortero, que Enannatum preparó y
presentó para que se utilizara para machacar cebollas en relación con el
templo-ritual. Otro objeto dedicado a Ningirsu, que data de esta época, se
conserva en el Museo Británico, y nos proporciona el nombre de un ministro al
servicio de Enannatum. Se trata de una cabeza de maza
de piedra caliza, tallada con el emblema de Lagash, y que lleva una inscripción
por la que nos enteramos de que fue depositada en el templo E-ninnu por Barkiba, el ministro,
para asegurar la conservación de la vida de Enannatum,
“su rey”. De este registro se desprende que, aunque el propio Enannatum adoptó el título de "patesi", que
atribuye también a su padre Akurgal, estaba permitido
que sus subordinados se refirieran a él con el título de "rey". Que
"patesi" era, sin embargo, su designación habitual puede deducirse no
sólo de sus propias inscripciones, sino de la aparición del título tras su
nombre en una escritura de compraventa redactada en una tablilla de piedra
negra, que probablemente data de su reinado. Por este documento, así como por
un texto inscrito en conos de arcilla hallados por Koldewey en El-Hibba, sabemos también que Enannatum tuvo un hijo llamado Lummadur, además de Entemena.
Hay que señalar que ni en los conos de arcilla ni en la tablilla de piedra
negra se registra el nombre del padre de Enannatum,
por lo que se ha sugerido que se refieran a Enannatum II, en lugar de a Enannatum I. Pero el adorno del
templo E-anna, registrado en los conos, se menciona
en la inscripción de arcilla de Enannatum I, que, al
igual que los conos, se encontró en El-Hibba. Por
tanto, es razonable asignar la inscripción de los conos también a Enannatum I, y concluir que Lummadur era su hijo, y no el hijo y posible sucesor de Enannatum II. La cono-inscripción registra la instalación de Lummadur por su padre como sacerdote en E-anna, cuando ese
templo había sido adornado y embellecido en honor de la diosa Ninni. Dado que Enannatum fue
sucedido en el trono de Lagash por Entemena, podemos suponer que Lummadur era el hermano menor de este último.
Uno de los
primeros deberes que Entemena tuvo que cumplir, tras ascender al trono, fue la
defensa de su territorio contra nuevas invasiones de Urlumma.
Es evidente que este gobernante seguía de cerca la evolución de los
acontecimientos en Lagash, y una ocasión como la muerte del patesi reinante en
esa ciudad bien podría haberle parecido un momento adecuado para la reanudación
de las hostilidades. La muerte del gran conquistador Eannatum ya le había
animado a asaltar y ocupar una porción del territorio que hasta entonces estaba
en manos de Lagash y, aunque Eannatum había logrado mantenerlo en cierta medida
a raya, sólo esperaba una oportunidad favorable para ampliar la zona del
territorio bajo su control. Tal oportunidad la vería naturalmente en la
desaparición de su antiguo rival, pues siempre cabía la posibilidad de que el
nuevo gobernante resultara un líder aún menos exitoso que su padre, o de que su
ascensión diera lugar a disensiones entre los miembros de la casa real, lo que
debilitaría materialmente el poder de resistencia de la ciudad. Su ataque
parece haber sido cuidadosamente organizado, pues hay pruebas de que reforzó
sus propios recursos solicitando ayuda al menos a otro estado vecino. Su
previsión de asegurarse una victoria decidida por este medio estuvo, sin
embargo, lejos de realizarse. Entemena no perdió tiempo en reunir sus fuerzas
y, tras conducirlas a la llanura de Lagash, se encontró con el ejército de Urlumma en la zanja fronteriza de Lumma-girnunta,
que su tío Eannatum había construido para la defensa e irrigación de Gu-edin, el fértil territorio de Ningirsu. Aquí infligió
una derrota señalada a los hombres de Umma, que, al ser derrotados y puestos en
fuga, dejaron a sesenta de sus compañeros tendidos muertos en las orillas del
canal. El propio Urlumma huyó de la batalla y buscó
seguridad en su propia ciudad. Pero Entemena no descansó contento con la
derrota que había infligido al enemigo en el campo de batalla. Persiguió a los
hombres de Umma hasta su propio territorio y logró capturar la propia ciudad
antes de que sus desmoralizados habitantes tuvieran tiempo de organizarse o
reforzar su defensa. Capturó y dio muerte a Urlumma,
y puso fin así a un ambicioso gobernante que durante años había causado sin
duda muchos problemas y molestias a Lagash. La victoria de Entemena fue
completa, pero no se obtuvo sin algunas pérdidas entre sus propias fuerzas,
pues amontonó túmulos en cinco lugares distintos, que sin duda cubrían los
cuerpos de sus propios muertos. Los huesos del enemigo, registra, fueron
dejados para que se blanquearan en la llanura abierta.
Entemena
procedió ahora a anexionarse Umma, la incorporó al estado de Lagash y
reorganizó su administración bajo funcionarios nombrados por él mismo. Como
nuevo patesi de Umma no nombró a ningún nativo de esa ciudad, sino que
transfirió allí a un funcionario suyo que ocupaba un puesto de considerable
importancia en otra ciudad bajo la soberanía de Lagash. El nombre del
funcionario era Ili, y en el momento de la anexión de
Umma actuaba como sangu, o sacerdote, de la ciudad,
cuyo nombre se ha leído provisionalmente como Ninab o Ninni-esh. Aunque la lectura del nombre del lugar
sigue siendo incierta, parece que estaba situado en el sur de Babilonia y que
fue un lugar de cierta importancia. Una pequeña tablilla del Louvre menciona
juntos a ciertos hombres de Erec, de Adab y de Ninni-esh, y, cuando Lugal-zaggisi enumera los beneficios que había conferido a las ciudades del sur de Babilonia
sobre las que gobernaba, menciona juntas a Umma y Ninni-esh,
después de referirse a Erec, Ur y Larsa. Podemos, por tanto, concluir con cierta probabilidad que la ciudad en
la que lli actuaba en ese momento como sacerdote
estaba situada no lejos de Umma. Estaba bajo el control de Lagash, y sin duda
formaba parte del imperio que Eannatum había legado a sus sucesores en el
trono. Ili es descrito como el sacerdote, no el
patesi, de la ciudad, y es posible que su cargo incluyera el control de su
administración secular. Pero en vista de la importancia del lugar, es poco
probable que estuviera sin un patesi.
La
instalación de Ili en el patesiato de Umma estuvo acompañada de cierto grado de ceremonial. Parece que su
nombramiento no tuvo lugar inmediatamente después de la toma de la ciudad, sino
que transcurrió un breve intervalo entre el final de la guerra y la toma de
posesión del nuevo gobierno. Mientras tanto, el propio Entemena había regresado
a Lagash, y fue en esa ciudad donde convocó a Ili a
su presencia. Luego partió con Ili de Girsu y, al llegar a Umma, lo instaló formalmente al frente
del gobierno y le confirió el título de patesi. Al mismo tiempo dictó sus
propias condiciones al pueblo de Umma, y encargó a Ili que viera que se cumplían debidamente. En primer lugar devolvió a Lagash el
territorio que siempre había reclamado y mandó reparar las antiguas zanjas
fronterizas que habían sido rellenadas o se habían derrumbado. Además de
reafirmar los derechos tradicionales de Lagash, anexionó nuevas tierras en el
distrito de Karkar, ya que sus habitantes habían
participado en la reciente rebelión y probablemente habían proporcionado un
importante contingente al ejército de Urlumma. Dio
instrucciones a Ili para que ampliara las dos
principales zanjas fronterizas, dedicadas a Ningirsu y Nina respectivamente,
dentro del territorio de Karkar; y, con el gran
suministro de mano de obra forzada que exigía a sus súbditos recién
anexionados, reforzó las defensas de su propio territorio y restauró y amplió
el sistema de canales entre el Éufrates y el Tigris. Pero Entemena no se
contentó con exigir tierra y trabajo sólo a la ciudad conquistada. Impuso un
pesado tributo en maíz, y probablemente uno de los deberes más importantes de Ili como patesi fue supervisar su recaudación y asegurar su
puntual transferencia a los graneros de Lagash.
Para
conmemorar la conquista y anexión de Umma, Entemena mandó redactar un acta de
su victoria, que sin duda hizo grabar en una estela de piedra similar a las
preparadas en épocas anteriores por Mesilim y Eannatum. Esta estela, como las
anteriores, fue probablemente colocada en la frontera para que sirviera de
recuerdo de sus logros. Afortunadamente para nosotros, no limitó los registros
a sus propias victorias, sino que los prologó con un relato epitomizado de las
relaciones que habían existido entre Lagash y Umma desde la época de Mesilim
hasta sus propios días. Otras copias de la inscripción fueron probablemente
grabadas en piedra y colocadas en las ciudades de Umma y Lagash y, para
aumentar aún más las posibilidades a favor de la conservación de su registro,
hizo inscribir copias en pequeños conos de arcilla. Estos últimos tenían la
naturaleza de monumentos fundacionales, y podemos concluir que los hizo
enterrar bajo los edificios que erigió o reparó en los canales fronterizos, y
también quizás en los cimientos de los templos dentro de la propia ciudad de
Lagash. La previsión de Entemena al multiplicar el número de sus textos, y al
enterrarlos en la estructura de sus edificios, se ajustaba a la práctica de la
época; y en su caso la costumbre ha quedado plenamente justificada. Por lo que
sabemos, sus grandes estelas de piedra han perecido; pero se ha recuperado uno
de los pequeños conos de arcilla, que se cuenta entre los más valiosos de los
registros que poseemos de la historia primitiva de Sumer.
Es posible
que los párrafos finales del texto se dieran de forma más completa en las
estelas de piedra de lo que los encontramos en el cono; pero, por lo que
respecta a la parte histórica del registro, sin duda hemos recuperado la mayor
parte, si no la totalidad, del registro de Entemena. Las estelas pueden haber
sido grabadas con elaboradas maldiciones, destinadas a preservar la zanja
fronteriza de la violación, y, aunque éstas han sido omitidas en la versión
abreviada del texto, su lugar es ocupado por la breve invocación y oración con
que concluye el registro. Entemena reza aquí que si alguna vez en el futuro los
hombres de Umma rompen la zanja fronteriza de Ningirsu o la zanja fronteriza de
Nina, con el fin de poner violentas manos sobre el territorio de Lagash, ya
sean hombres de la propia ciudad de Umma o gente de las tierras circundantes,
entonces que Enlil los destruya, y que Ningirsu eche sobre ellos su red, y
ponga su mano y su pie sobre ellos. Y, si los guerreros de su propia ciudad son
llamados a defenderla, ruega que sus corazones estén llenos de ardor y valor.
No pasaron muchos años antes de que Lagash se viera muy necesitada de la ayuda
que aquí invoca para ella Entemena.
Aparte del
cono que registra la conquista de Umma, las inscripciones de Entemena no
arrojan mucha luz sobre los logros militares de su reinado. En Nippur se han
encontrado tres fragmentos de un vaso de piedra caliza en los estratos bajo el
templo de Enlil, en el lado sureste del zigurat, o torre del templo, que llevan
en su superficie exterior una inscripción votiva de Entemena. De ellas
deducimos que el vaso fue dedicado a Enlil como ofrenda de agradecimiento tras
alguna victoria. El carácter fragmentario de la inscripción nos impide
identificar al enemigo que fue sometido en esta ocasión; pero probablemente
acertemos al tomar el pasaje como referido, no a la conquista de Umma, sino a
la subyugación de algún otro distrito. De hecho, podemos considerar el vaso
como una prueba de que Entemena intentó retener su dominio sobre el imperio que
Eannatum había fundado, y no rehuyó la necesidad de emprender expediciones
militares para alcanzar este objetivo. En apoyo de este punto de vista quizá
podamos citar una referencia a una de las ciudades conquistadas por Eannatum,
que aparece en un texto votivo redactado en el reinado de Entemena, aunque no
por el propio patesi. El texto en cuestión está estampado sobre el relieve
perforado de Dudu, sacerdote principal de Ningirsu, que
en un tiempo formó el soporte de una colosal cabeza de maza ceremonial dedicada
en el templo de Ningirsu en Lagash.
El material
del que está compuesto el bloque es de color oscuro, comparativamente ligero y
propenso a agrietarse; consiste en una mezcla de arcilla y betún, y puede haber
sido formado por la naturaleza o producido artificialmente. Mientras esta
sustancia estaba aún en estado flexible se formó el bloque a partir de ella, y
los diseños con la inscripción se imprimieron mediante un sello. Según la
inscripción, esta sustancia bituminosa fue traída por Dudu a Lagash desde una de las ciudades que habían sido conquistadas por Eannatum e
incorporadas a su imperio. El hecho de que Dudu hiciera traer la sustancia a la ciudad en cuestión sugiere que existían
relaciones amistosas entre ésta y Lagash en aquella época; es muy posible que,
entretanto, no hubiera asegurado su independencia, sino que siguiera
reconociendo la soberanía de esta última ciudad. Las únicas otras referencias a
una ciudad extranjera en los textos de Entemena se producen en sus dos
principales inscripciones de construcción, que incluyen entre la lista de sus
edificios la erección de una gran fuente para el dios Enki, descrito como
"Rey de Eridu". Quizá podamos ver en este registro un indicio más de
que al menos la parte meridional del imperio de Eannatum seguía en posesión de
su sobrino.
El sumo
sacerdote, Dudu, cuyo retrato se incluye en los diseños
de la placa ya mencionada, parece haber sido un personaje importante durante el
reinado de Entemena, y dos inscripciones que se han recuperado están fechadas
por referencia a su periodo de mandato. Una de ellas aparece en el famoso
jarrón de plata de Entemena, el mejor ejemplo de metalistería sumeria que se ha
recuperado hasta ahora. El jarrón, grabado en su contorno con formas variantes
del emblema de Lagash, lleva una inscripción alrededor del cuello en la que se
afirma que Entemena, patesi de Lagash, “el gran patesi de Ningirsu”, lo había
fabricado en plata pura y lo había dedicado a Ningirsu en E-ninnu para asegurar la conservación de su vida. Fue depositado como objeto votivo en
el templo de Ningirsu, y se añade una nota a la dedicatoria en el sentido de
que “en esta época Dudu era sacerdote de Ningirsu”.
Una referencia similar al sacerdocio de Dudu aparece
en una inscripción fundacional de Entemena en la que se registra la
construcción de un embalse para el abastecimiento del canal de Lummadimdug, cuya capacidad es poco más de la mitad de la
del embalse anterior construido por Eannatum. Dado que el canal estaba dedicado
a Ningirsu, la referencia a Dudu también era
apropiada en este caso. Pero tal método de indicar la fecha de cualquier objeto
o construcción, aunque estuviera estrechamente relacionado con el culto o la
propiedad de la ciudad-dios, era algo inusual, y su aparición en estos textos
puede quizá tomarse como una indicación de la poderosa posición de la que
gozaba Dudu. De hecho, Enlitarzi,
otro sacerdote de Ningirsu durante el reinado de Entemena, se aseguró
posteriormente el trono de Lagash. Las inscripciones de edificios de Entemena
ofrecen más pruebas de su devoción a Ningirsu, cuyo templo y almacenes
reconstruyó y amplió. Le siguieron en orden de importancia sus construcciones
en honor de la diosa Nina, mientras que también erigió o reparó templos y otros
edificios dedicados a Lugal-uru, y a las diosas Ninkharsag, Gatumdug y Ninmakh. Estos registros sugieren que el reinado de
Entemena, al igual que el de Eannatum, fue un periodo de cierta prosperidad
para Lagash, aunque es probable que su influencia se dejara sentir dentro de un
área más restringida. Con su conquista y anexión de Umma, compensó con creces
cualquier falta de éxito por parte de su padre, Enannatum I, y, sólo con esta victoria, es muy posible que liberara a Lagash de su
enemigo más persistente durante todo el reinado de sus sucesores inmediatos.
Con Enannatum II, el hijo de Entemena, que sucedió a su padre
en el trono, la dinastía fundada por Ur-Nina, por lo
que sabemos, llegó a su fin. El reinado del hijo de Entemena está atestiguado
por una única inscripción grabada en el zócalo de una puerta del gran almacén
de Ningirsu en Lagash, cuya restauración se recoge en el texto. Se produce
entonces un vacío en nuestra secuencia de inscripciones reales encontradas en
Tello, siendo el siguiente gobernante que nos ha dejado algún registro propio
Urukagina, el malogrado reformador y rey de Lagash, bajo el cual la ciudad
estaba destinada a sufrir lo que sin duda fue el mayor revés que encontró en el
largo curso de su historia. Aunque no disponemos de textos reales relativos al
periodo entre los reinados de Enannatum II y
Urukagina, afortunadamente no carecemos de medios para estimar aproximadamente
su duración y recuperar los nombres de algunos, si no todos, los patesis que ocuparon el trono de Lagash en el intervalo.
Nuestra información procede de una serie de tablillas de arcilla, la mayoría de
las cuales fueron encontradas en el curso de excavaciones nativas en Tello tras
la muerte de M. de Sarzec. Formaban parte del archivo
privado de los patesis de Lagash en esta época, y se
refieren a los gastos domésticos de la corte y en particular del harim. Con frecuencia estas tablillas de cuentas hacen
mención del patesi reinante o de su esposa, y de ellas hemos recuperado los
nombres de tres patesis (Enetarzi, Enlitarzi y Lugal-anda) que
hay que situar en el intervalo entre Enannatum II y
Urukagina. Además, se ha señalado que las inscripciones de la mayoría de las
tablillas terminan con una forma peculiar de figura, consistente en uno o más
trazos diagonales que cortan uno solo horizontal; y se ha dado una explicación
plausible de estas figuras, en el sentido de que estaban destinadas a indicar
la fecha de la tablilla, el número de trazos diagonales muestra a simple vista
el año del reinado del patesi en el que se escribió el texto, y al que se
refieren las cuentas. Se ha examinado un número considerable de tablillas de
este tipo, y contando los trazos que aparecen en ellas se ha llegado a la
conclusión de que Enetarzi reinó al menos cuatro
años, Enlitarzi al menos cinco y Lugal-anda
al menos siete.
El orden
relativo de estos tres patesis puede considerarse
ahora definitivamente fijado y, aunque es posible que falten los nombres de
otros que deberían situarse dentro del periodo, las propias tablillas
proporcionan indicios de que, en cualquier caso, el intervalo entre Enannatum II y Urukagina no fue largo. Durante algún tiempo
se había sospechado que Enlitarzi y Lugal-anda vivieron más o menos en la misma época, ya que
un mayordomo llamado Shakh fue empleado tanto por la
esposa de Enlitarzi como por Barnamtarra,
la esposa de Lugal-anda. Esta inferencia se ha visto
ahora confirmada por el descubrimiento de un documento que prueba que Lugal-anda era hijo de Enlitarzi;
pues se ha encontrado un cono de arcilla con la inscripción de un contrato
relativo a la venta de una casa, siendo las partes contratantes la familia de Lugal-anda, descrito como “el hijo de Enlitarzi,
el sacerdote”, y la familia de Barnamtarra, la futura
esposa de Lugal-anda. Además, tenemos motivos para
creer que Lugal-anda no sólo fue el último de los
tres patesis cuyos nombres se han recuperado, sino
que fue el predecesor inmediato de Urukagina. Un indicio de que este fue el
caso puede verse en el hecho de que el mayordomo Eniggal,
que se menciona con frecuencia en las tablillas de su reinado, también fue
empleado por Urukagina y su esposa Shagshag. Se ha
encontrado confirmación de esta opinión en el texto de una tablilla, fechada en
el primer año del reinado de Urukagina como rey, en la que se menciona a Barnamtarra, la esposa de Lugal-anda.
Esto sólo deja un intervalo antes del reinado de Enlitarzi,
en el que hay que situar a Enetarzi, el patesi
restante.
Que no se
trató de un largo período queda claro por el hecho de que el propio Enlitarzi ocupó el trono poco después de Enannatum II, una deducción que podemos extraer de una doble
fecha en un contrato de venta, fechado en el patesiato de Entemena, patesi de Lagash, y en el sacerdocio de Enlitarzi,
sacerdote principal de Ningirsu. No cabe duda de la identidad de Enlitarzi, el sacerdote aquí mencionado, con Enlitarzi, el patesi, pues la esposa del sacerdote, que se
menciona en el contrato, lleva el mismo nombre que la esposa del patesi. Dado
que, por tanto, Enlitarzi ya ocupaba el alto cargo de
sacerdote principal de Ningirsu durante el reinado de Entemena, es razonable
concluir que su reinado como patesi no estuvo separado por ningún largo
intervalo del del hijo y sucesor de Entemena. La evidencia interna
proporcionada por los textos apoya así la conclusión sugerida por un examen de
las propias tablillas, todas las cuales se distinguen por una notable
uniformidad de tipo, consistiendo, como lo hacen, en tablillas de arcilla
cocida de forma redondeada y escritas en un estilo que se asemeja mucho al de
las inscripciones reales de Urukagina. El intervalo entre la muerte de Entemena
y la ascensión de Urukagina fue, pues, breve, y el hecho de que durante él se
sucedieran no menos de cuatro patesis en rápida
sucesión sugiere que el periodo fue de agitación en Lagash.
Al igual que Enlitarzi, Enetarzi también
parece haber sido sacerdote principal de Ningirsu antes de asegurarse el trono;
al menos sabemos que un sacerdote de ese nombre ocupaba el cargo
aproximadamente en este periodo. La inscripción de la que puede deducirse este
hecho es sumamente interesante, pues consiste en el ejemplo más antiguo de
carta o envío que se ha encontrado hasta ahora en cualquier yacimiento
babilónico. Fue descubierta en Tello durante las recientes excavaciones del
comandante Cros y, tanto por el carácter de su escritura como por su aspecto
general, se asemeja mucho a las tablillas de cuentas del archivo privado del patesis, a las que ya se ha hecho referencia. El envío fue
escrito por un tal Lu-enna, sacerdote principal de la
diosa Ninmar, y está dirigido a Enetarzi,
sacerdote principal del dios Ningirsu. A primera vista, su contenido apenas es
el que cabría esperar encontrar en una carta dirigida por un sacerdote jefe a
otro. Pues el escritor informa a su corresponsal de que una banda de elamitas
había saqueado el territorio de Lagash, pero que él había luchado con el
enemigo y había logrado ponerlos en fuga. A continuación se refiere a
quinientos cuarenta de ellos, a los que probablemente capturó o dio muerte. El
reverso de la tablilla enumera varias cantidades de plata y lana, y ciertas
prendas reales, que pueden haber formado parte del botín tomado, o recapturado,
de los elamitas; y el texto termina con lo que parece ser una referencia a la
división de este botín entre el patesi de Lagash y otro alto funcionario, y con
instrucciones de que se dedujeran ciertas ofrendas para presentarlas a la diosa Ninmar, en cuyo templo el escritor era sacerdote
principal.
Que un
sacerdote principal de Ninmar dirigiera un ejército
contra los enemigos de Lagash y enviara un informe de su éxito al sacerdote
principal de Ningirsu, en el que se refiere a la parte del botín que debía
asignarse a los patesi, puede considerarse como un indicio de que el gobierno
central de Lagash no era tan estable como lo había sido antaño bajo los
miembros más poderosos de la dinastía de Ur-Nina. La
referencia a Enetarzi sugiere que la incursión de los
elamitas tuvo lugar durante el reinado de Enannatum II. Así pues, podemos concluir que el último miembro de la dinastía de Ur-Nina no poseía la capacidad de su padre para dirigir los
asuntos de Lagash y permitió que los sacerdotes de los grandes templos de la
ciudad usurparan muchos de los privilegios que hasta entonces habían ostentado
los patesi. Probablemente a este hecho se deba el fin de la dinastía de Ur-Nina. La lucha posterior por el patesiato parece haber tenido lugar entre los miembros más importantes del sacerdocio. De
los que se aseguraron el trono, Enlitarzi, en todo
caso, fue sucedido por su hijo, por quien, sin embargo, pudo haber sido
depuesto, y no parece haberse establecido una administración fuerte hasta que
Urukagina, abandonando las tradiciones tanto del sacerdocio como del patesiato, basó su gobierno en el apoyo que consiguió del
propio pueblo. Tal parece haber sido el curso de los acontecimientos en esta
época, aunque la escasez de nuestros materiales históricos hace imposible hacer
más que aventurar una conjetura.
Además de
las tablillas de cuentas relativas a los gastos domésticos de los patesis y de la carta de Lu-enna a Enetarzi, las principales reliquias de este periodo
que han llegado hasta nosotros son numerosos sellos de arcilla, algunos de los
cuales llevan impresos los sellos del patesi Lugal-anda,
de su esposa Barnamtarra y de su mayordomo Eniggal. No nos aportan ninguna información histórica
nueva, pero son extremadamente valiosos para el estudio de los logros
artísticos y las creencias religiosas de los sumerios. Por las huellas en sus
caras inferiores, está claro que se empleaban para sellar cestas de juncos o
fardos atados con sacos formados con hojas de palmera y asegurados con cuerdas.
Debido al carácter tosco de los trozos de arcilla, ninguno presenta una
impresión perfecta, pero, como se han encontrado varios ejemplares de cada uno,
en algunos casos es posible reconstruir el diseño completo y estimar el tamaño
del sello original. En los bloques adjuntos se reproducen los diseños de los
sellos cilíndricos de Lugal-anda que pueden
restaurarse más completamente. El grupo principal de figuras en el mayor de los
dos consiste en dos leones rampantes en conflicto con un toro con cabeza humana
y un ser mítico y compuesto, mitad toro y mitad hombre, cuya forma recuerda la
descripción de Ea-bani en la leyenda de Gilgamesh. A
la izquierda de la inscripción está el emblema de Lagash, y debajo hay una fila
de figuras más pequeñas formada por dos toros con cabeza humana, dos héroes y
un ciervo. Las figuras del cilindro más pequeño representan los mismos tipos,
pero aquí el emblema de Lagash se reduce al águila sin los leones, que era
peculiarmente el emblema de Ningirsu. El ser mitológico que se parece a Ea-bani se repite heráldicamente a cada lado del texto en
conflicto con un león.
La aparición
de esta figura y las de los otros héroes en los sellos es importante, ya que
apunta a un conocimiento por parte de los sumerios más antiguos, de las
principales leyendas que se incorporaron a la gran epopeya nacional de
Babilonia. Los sellos no son menos importantes para el estudio del arte
sumerio, y demuestran que el tallado de sellos debió de ser practicado ya por
los sumerios durante un tiempo considerable. Aunque los diseños son de carácter
muy decorativo, es interesante observar cómo el artista ha intentado rellenar
cada porción de su campo, un rasgo arcaico que contrasta notablemente con los
sellos semíticos del periodo sargónico. Otra peculiaridad
a la que cabe referirse aquí es el empleo, en el sello más grande situado
debajo de la inscripción, de una especie de patrón arabesco, una combinación
ingeniosa y simétrica de líneas rectas y curvas, cuyo curso puede seguirse sin
pasar una segunda vez por la misma línea. Se ha sugerido que este patrón puede
haber formado el monograma o la firma del grabador, pero es más probable que
haya sido un símbolo religioso, o tal vez sea meramente decorativo, al haber
sido añadido para rellenar un espacio en blanco que quedaba en el campo del
sello. El descubrimiento de estas impresiones de sellos nos permite darnos
cuenta de que, a pesar del periodo de agitación política por el que atravesaba
Lagash, su arte no se resintió, sino que continuó desarrollándose siguiendo sus
propias líneas. De hecho, sus escultores y grabadores estaban siempre
dispuestos a servir al patesi reinante, fuera quien fuera.
Aunque, como
hemos visto, la relación exacta de los tres patesis, Enetarzi, Enlitarzi y Lugal-anda, con la dinastía de Ur-Nina
sigue siendo objeto de conjeturas, no cabe duda de que con Urukagina, en
cualquier caso, se produjo una ruptura completa, no sólo en la sucesión, sino
también en las tradiciones y principios que habían guiado durante tanto tiempo
a la familia reinante en Lagash. Que Urukagina no obtuvo el trono por derecho
de sucesión queda claro por la ausencia total de genealogías en sus
inscripciones. Ni siquiera nombra a su padre, por lo que podemos rastrear su
sucesión por iniciativa propia. Él mismo atribuye a Ningirsu su elevación al
trono, y la frase que sigue sugiere que ésta no se logró sin lucha. Cuando
describe en detalle las drásticas reformas que llevó a cabo en la
administración interna del estado, precede su relato afirmando que tuvieron
lugar cuando Ningirsu le había entregado el reino de Lagash y había establecido
su poderío. A la vista de estas mismas reformas, podemos considerar
extremadamente probable que encabezara una reacción contra ciertos abusos que
habían caracterizado el reciente gobierno de la ciudad, y que, al usurpar el
trono, debiera su éxito a un sentimiento de descontento muy extendido entre la
gran masa del pueblo
Otra prueba
de la ruptura total de la sucesión puede verse en el cambio de la deidad
patrona, de cuya protección gozaba la casa reinante. Urukagina ya no invocaba
al dios en el que la dinastía de Ur-Nina había
confiado para que intercediera ante Ningirsu, y en su lugar se dirigió a Ninshakh. El propio título que adoptó Urukagina es
probablemente significativo de su antagonismo hacia la familia que durante
tanto tiempo había dirigido los destinos del estado. Mientras que incluso el
gran conquistador Eannatum se había aferrado con orgullo al título de “patesi”,
y sus sucesores en el trono habían seguido su ejemplo, en cada una de sus
propias inscripciones que se han recuperado Urukagina lo rechaza en favor del
de rey.
Parece ser
que no inauguró este cambio inmediatamente después de su ascensión, y que
durante al menos un año siguió utilizando el título empleado por sus predecesores.
Pues algunas de las tablillas de cuentas del archivo privado de los patesis, a las que ya se ha hecho referencia, parecen estar
fechadas en el primer año del patesiato de Urukagina;
mientras que los demás documentos de esta clase, que se refieren a él, están
fechados entre el primero y el sexto año de su reinado como rey. De modo que,
si no hay ninguna laguna en la secuencia, podemos concluir que desechó el
título anterior después de haber ocupado el trono durante un año. Su abandono
de esta designación consagrada por el tiempo bien pudo haber acompañado la
abolición de privilegios y abusos con los que se había asociado en la mente del
pueblo. De hecho, el tono de sus inscripciones no refleja ningún sentimiento de
veneración por el título de patesi, ni parece ansioso por conmemorar los
nombres de quienes lo habían ostentado. Así, en uno de sus textos, cuando tiene
ocasión de hacer un breve resumen histórico de una lucha anterior entre Lagash
y Umma, nombra al gobernante de esta última ciudad, pero atribuye la victoria
de la primera a Ningirsu, y no parece haberse referido a Enannatum I y Entemena, en cuyos reinados tuvieron lugar los hechos.
Pero es en
las propias reformas que introdujo Urukagina donde encontramos la prueba más
llamativa de la completa ruptura que hizo con las queridas tradiciones de sus
predecesores. En una serie de textos muy llamativos, de los que ahora poseemos
tres versiones, nos ha dejado constancia de los cambios que introdujo en la
administración interna del país. En el estado en que han llegado hasta nosotros
al menos dos de estas versiones se emplea un artificio literario que realza y
subraya en grado notable el carácter drástico de sus reformas. Antes de
enumerarlas, el escritor ofrece un sorprendente contraste al describir la
condición del país que precedió a su introducción por el rey. Nos enfrentamos
así a dos cuadros paralelos, cuyos rasgos principales se corresponden, mientras
que sus caracteres subyacentes cambian por completo. En las dos secciones de
cada texto la fraseología general es prácticamente la misma, la diferencia
consiste en que, mientras la primera describe la opresión y la injusticia que
habían existido en el estado de Lagash "desde días lejanos, desde el
principio", la segunda sección enumera las reformas por las que Urukagina
afirmaba haber mejorado la suerte del pueblo. Aunque algunas de las referencias
que contienen siguen siendo oscuras, los textos nos permiten echar un vistazo a
las condiciones económicas que prevalecían en Sumer. A diferencia de otras inscripciones
reales halladas en Tello, nos dan información relativa a la vida cotidiana y
las ocupaciones del pueblo; y al mismo tiempo revelan bajo el decoro oficial de
una corte sumeria una cantidad de opresión y miseria cuya existencia no se
sospecharía a partir de las piadosas inscripciones fundacionales y los textos
votivos de la época.
Las
conquistas logradas por Lagash durante la época de los grandes patesis sin duda habían aumentado considerablemente la
riqueza de la ciudad y le habían dado, al menos durante un tiempo, la hegemonía
en el sur de Babilonia. Pero con el crecimiento de su poder como estado, perdió
muchas de las cualidades en virtud de las cuales se lograron sus éxitos
anteriores. La sencillez que caracterizaba el hogar del patesi en una época en
la que era poco más que un jefe entre sus semejantes, se fue cambiando por la
elaborada organización de una poderosa corte. Cuando el ejército regresó cargado
de botín de regiones lejanas y el tributo de las ciudades conquistadas mantuvo
llenos los graneros de Ningirsu, no fue sino natural que los gobernantes de
Lagash se rodearan de mayor lujo y enriquecieran su ciudad con la erección de
palacios para ellos y suntuosos templos para los dioses. Las largas listas de
templos y otros edificios, que ocupan la mayor parte de las inscripciones que
nos dejaron Ur-Nina y sus descendientes, atestiguan
su actividad en este sentido. Será obvio que el embellecimiento de la capital,
iniciado en una época de conquista, no podía continuarse en tiempos menos
afortunados sin someter a una presión considerable los recursos del estado. En
tales circunstancias, el sector agrícola de la población se vio obligado a
contribuir con los medios para gratificar la ambición de sus gobernantes. Se
recaudaron nuevos impuestos y, para asegurar su cobro, se nombró a una multitud
de inspectores y otros funcionarios cuyo número tendería a aumentar
constantemente. “Dentro de los límites del territorio de Ningirsu”, dice
Urukagina, “había inspectores hasta el mar”.
El palacio
de los patesi empezó así a usurpar el lugar en la vida nacional que antes había
ocupado el templo de la ciudad-dios, y, mientras el pueblo comprobaba que los
diezmos debidos a este último no disminuían, se enfrentaba a impuestos
adicionales por todas partes. Se nombraron recaudadores de impuestos e
inspectores en cada distrito y para cada clase de la población. Los
cultivadores de la tierra, los propietarios de rebaños y manadas, los
pescadores y los barqueros que surcaban los ríos y canales, nunca se libraron
de la rapacidad de estos funcionarios, que, además de recaudar sus cuotas,
parecen haberse cebado en sus desafortunadas víctimas. Que hubiera corrupción
en las filas de sus funcionarios no era sino natural, cuando el propio patesi
les daba ejemplo en la materia; pues Urukagina deja constancia de que sus
predecesores en el trono se habían apropiado de la propiedad de los templos
para su propio uso. Los bueyes de los dioses, nos dice, se empleaban para el
riego de las tierras entregadas a los patesi; los buenos campos de los dioses
constituían la tenencia del patesi y su lugar de alegría. Los propios
sacerdotes se enriquecieron a costa de los templos y saquearon impunemente al
pueblo. Se llevaban los asnos y los bueyes finos que eran propiedad de los
templos, exigían diezmos y ofrendas adicionales, y por todo el país entraban en
los jardines de los pobres y talaban los árboles o se llevaban los frutos. Pero
mientras lo hacían se mantenían en buenos términos con los funcionarios del
palacio; pues Urukagina registra que los sacerdotes se repartían el maíz del
templo con la gente de los patesi, y les llevaban tributos en prendas de
vestir, telas, hilos, vasijas y objetos de cobre, pájaros, cabritos y cosas por
el estilo.
La
apropiación indebida de las propiedades de los templos, y en particular de la
ciudad-dios, proporcionó a Urukagina el pretexto para inaugurar sus reformas.
Se erigió en paladín de Ningirsu y, al restituir las tierras sagradas de las
que se había apoderado el palacio, demostró su propio desinterés y ofreció a
sus súbditos un ejemplo que podía insistir en que siguieran. Afirma que en la
casa de los patesi y en el campo de los patesi instaló a Ningirsu, su señor; que
en la casa de los harim y en el campo de los harim instaló a la diosa Bau, su señora; y que en la
casa de los niños y en el campo de los niños instaló a Dunshagga,
su señor. En estas tres frases Urukagina no sólo deja constancia de la
restauración de todos los bienes, que antes habían pertenecido a los templos
dedicados a Ningirsu y a su familia, sino que también reafirma la antigua
relación de los patesi con la ciudad-dios. En el carácter de su representante,
el patesi sólo recibía su trono como un fideicomiso para ser administrado en
interés del dios; sus campos, y bienes, y todo lo que poseía no eran de su
propiedad sino de Ningirsu.
Tras llevar
a cabo estas reformas, Urukagina procedió a atacar los abusos que existían
entre los funcionarios seculares y los sacerdotes. Redujo el número de los
primeros y suprimió los cargos y oficios innecesarios que presionaban demasiado
al pueblo. Los inspectores de graneros, los inspectores de pesca, los
inspectores de barcos, los inspectores de rebaños y manadas y, de hecho, el
ejército de funcionarios que se dedicaban a la explotación de los ingresos y
obtenían ellos mismos un buen beneficio de ellos, fueron todos privados de sus
cargos. Los abusos que habían surgido y habían obtenido el reconocimiento
concedido a una costumbre establecida desde hacía mucho tiempo, fueron
sofocados con mano dura. Todos aquellos que habían aceptado dinero en lugar del
tributo señalado fueron destituidos de sus cargos, al igual que aquellos
funcionarios del palacio que habían aceptado sobornos de los sacerdotes. Los
propios sacerdotes fueron privados de muchos de sus privilegios y se revisó su
escala de honorarios. Las tasas de enterramiento, en particular, fueron objeto
de revisión, ya que se habían vuelto exorbitantes; ahora se reducían a más de
la mitad. En el caso de un entierro ordinario, cuando se depositaba un cadáver
en la tumba, había sido costumbre que el sacerdote que presidía exigiera como
honorarios para sí siete urnas de vino o bebida fuerte, cuatrocientos veinte
panes, ciento veinte medidas de maíz, un vestido, un cabrito, una cama y un
asiento. Esta formidable lista de prebendas se redujo ahora a tres urnas de
vino, ochenta hogazas de pan, una cama y un cabrito, mientras que los
honorarios de su ayudante se redujeron de sesenta a treinta medidas de maíz. Se
hicieron reducciones similares en otros honorarios exigidos por el sacerdocio,
y se revisaron y regularon las asignaciones de vino, panes y grano que se
pagaban a diversas clases privilegiadas y funcionarios de Lagash.
Como era
natural, la opresión y el robo no se habían limitado a las clases sacerdotales
y oficiales, sino que eran practicados impunemente por los sectores más
poderosos y anárquicos de la población, con el resultado de que la propiedad de
ningún hombre estaba a salvo. Antiguamente, si un hombre compraba una oveja y
era buena, corría el riesgo de que se la robaran o confiscaran. Si se construía
un estanque, le quitaban los peces y no tenía reparación. Si hundía un pozo en
un terreno elevado más allá de la zona servida por los canales de irrigación,
no tenía ninguna seguridad de que su trabajo fuera en su propio beneficio.
Urukagina cambió este estado de cosas, tanto poniendo fin a las extorsiones de
los funcionarios como imponiendo drásticas penas por robo. Al mismo tiempo,
intentó proteger por ley a las clases más humildes de sus súbditos de la
opresión de sus vecinos más ricos y poderosos. Así, promulgó que si un buen
asno paría en el establo de cualquier súbdito del rey, y su superior deseaba
comprarlo, sólo debía hacerlo pagando un precio justo; y si el propietario se
negaba a desprenderse de él, su superior no debía molestarlo. Del mismo modo,
si la casa de un gran hombre se encontraba junto a la de un súbdito más humilde
del rey y éste deseaba comprarla, debía pagar un precio justo ; y si el
propietario no estaba dispuesto a venderla, debía tener perfecta libertad para
negarse sin ningún riesgo para él. El mismo deseo de aminorar las penurias de
las clases más pobres es evidente en otras reformas de Urukagina, mediante las
cuales modificó las costumbres más bárbaras de épocas anteriores. Un ejemplo de
tal reforma parece aplicarse a la corvée, o
alguna institución afín; cuando se realizaba una forma de trabajo forzado, no
había sido costumbre suministrar a los trabajadores agua para beber, ni
siquiera permitirles ir a buscarla por sí mismos, una práctica a la que
Urukagina puso fin.
Hasta qué
punto el pueblo llano había sido despojado de sus bienes por los funcionarios
de palacio queda bien ilustrado por dos de las reformas de Urukagina, de las
que se desprende que el propio patesi y su ministro principal, o gran visir, se
habían enriquecido imponiendo fuertes e injustas tasas. Un ejemplo se refiere a
la práctica de la adivinación con aceite, que en esta época parece haber sido
un método no infrecuente de predecir el futuro. Si podemos juzgar por
inscripciones de una época bastante posterior, el procedimiento consistía en
verter aceite sobre la superficie del agua, las diferentes formas que adoptaba
el aceite al chocar con el agua indicaban el curso que tomarían los
acontecimientos. Para interpretar correctamente el mensaje del aceite se
requería un adivino profesional, y Urukagina relata que no sólo el adivino
exigía unos honorarios de un siclo por sus servicios, sino que había que pagar
unos honorarios similares al gran visir, y no menos de cinco siclos al propio
patesi. Que estos honorarios se resintieran tanto es en sí mismo una prueba de
hasta qué punto se practicaba esta forma de adivinación. Urukagina nos dice que
después de su ascensión, el patesi, el visir y el adivino dejaron de aceptar
dinero; y, puesto que los honorarios de este último también fueron abolidos,
probablemente podamos inferir que los adivinos eran una clase reconocida del
sacerdocio oficial, y no se les permitía aceptar pagos excepto en forma de
ofrendas para el templo al que estaban adscritos.
El otro
asunto en el que había sido costumbre del patesi y su visir aceptar honorarios
era uno en el que los efectos perversos de la práctica son más evidentes.
Urukagina nos dice que bajo el antiguo régimen, si un hombre repudiaba a su
esposa, el patesi tomaba para sí cinco siclos de plata y el gran visir uno. Es
posible que, cuando se introdujeron por primera vez, se defendiera que estas
tasas disuadían del divorcio. Pero en la práctica tuvieron el efecto contrario.
Se podía obtener el divorcio sin motivo alguno mediante el pago de lo que era
prácticamente un soborno a los funcionarios, con el resultado de que no se
respetaban las obligaciones del vínculo matrimonial.
Las esposas
de antaño, según Urukagina, eran poseídas impunemente por dos hombres. Al
tiempo que abolía las tasas oficiales de divorcio, es probable que Urukagina
elaborara una normativa para garantizar que no se abusara de ella y que se
pagara una indemnización a la mujer cuando lo mereciera. Por otra parte,
tenemos pruebas de que infligió severos castigos por la infidelidad de la
esposa, y podemos suponer que por este medio intentó erradicar prácticas que ya
empezaban a ser un peligro para la existencia de la comunidad.
Es
interesante observar que las leyes a las que se refiere Urukagina, al dar
cuenta de los cambios que introdujo, son precisamente similares en su forma a
las que encontramos en el Código de Hammurabi. Este hecho proporciona una
prueba definitiva, no sólo de que Hammurabi codificó la legislación de épocas
anteriores, sino también de que esta legislación en sí era de origen sumerio.
Es probable que el propio Urukagina, al introducir sus reformas, reviviera las
leyes de una época aún más temprana, que se habían dejado caer en desuso. Al
igual que Hammurabi atribuyó el origen de sus leyes al dios Sol, a quien
representa en su estela recitándoselas, Urukagina considera que sus reformas se
deben a la intervención directa de Ningirsu, su rey, cuya palabra hizo habitar
en la tierra; y no fue con su pueblo sino con Ningirsu con quien redactó el
acuerdo para observarlas. Como Hammurabi, también Urukagina se jacta de ser el
campeón de los débiles contra los fuertes; y nos dice que en lugar de la
servidumbre, que había existido en su reino, estableció la libertad. (Esto no
implica que se aboliera la esclavitud, sino que se acabara con los abusos en la
administración del estado. Naturalmente, el empleo de esclavos siguió siendo
una institución reconocida como en épocas anteriores y posteriores. De hecho,
las tablillas de esta época demuestran que no sólo los particulares, sino
también los templos podían poseer esclavos y, al igual que los animales
domésticos, podían ser dedicados a un dios de por vida. Así, se mencionan ocho
esclavos y tres esclavas en una lista de ofrendas hechas por Amattar-sirsirra, una hija de Urukagina, al dios Mesandu). Habló y libró a los hijos de Lagash de la
miseria, del robo, del asesinato y de otros males. En su reinado, dice, a la
viuda y al huérfano el hombre fuerte no les hizo ningún daño.
La defensa
de los derechos de Ningirsu por parte de Urukagina se refleja, no sólo en sus
reformas, sino también en los edificios que erigió durante su reinado. Así,
tenemos constancia de que, además de su gran templo E-ninnu,
construyó o restauró otros dos templos en su honor, su palacio de Tirash y su gran almacén. Se erigieron otros templos en
honor de Bau, su esposa, y de Dunshagga y Galalim, dos de los hijos de Ningirsu, este último
mencionado por primera vez en los textos de Urukagina. A Khegir,
una de las siete hijas vírgenes de Ningirsu, le dedicó un santuario, y
construyó otro en honor de tres de sus hermanas, Zarzari, Impae y Urnuntaea; un
tercero fue dedicado a Ninsar, el portador de la
espada de Ningirsu. Por tanto, puede deducirse que las construcciones de
Urukagina se dedicaron principalmente a los templos y santuarios del
dios-ciudad Ningirsu, y a los dedicados a los miembros de su familia y de su
casa. Al igual que Eannatum y Entemena, también mejoró el abastecimiento de
agua de la ciudad, y cortó un canal, o más probablemente mejoró uno antiguo,
para llevar agua al barrio de la ciudad llamado Nina. En relación con él
construyó un embalse, con una capacidad de mil ochocientos veinte gur, que hizo, según nos dice, “como en medio del
mar”. También reparó el pequeño canal de Girsu y
revivió su antiguo nombre: “Ningirsu es príncipe en Nippur”. Esto constituye
otro ejemplo de su política de devolver a Ningirsu los honores y privilegios de
los que había sido privado. La referencia a Nippur es de interés, ya que
sugiere que Urukagina mantenía relaciones activas con el culto central de Sumer
y del norte, una inferencia confirmada por su reconstrucción del templo de
Enlil en Lagash, que había sido construido previamente por Entemena.
Las
alusiones a ciudades distintas de Lagash y sus partes componentes en las
inscripciones de Urukagina son escasas, y las que se producen no arrojan mucha
luz sobre las relaciones que mantuvo con otras ciudades-estado. Se ha
encontrado un pequeño objeto de arcilla en forma de aceituna que lleva la
inscripción votiva “Ningirsu habla buenas palabras con Bau sobre Urukagina en
el templo de Erech”, una frase que parece implicar una reivindicación por parte
de Lagash de la soberanía sobre esa ciudad. Otro objeto votivo de la misma
clase menciona la fortificación de la muralla de E-babbar,
pero la referencia aquí probablemente no sea al famoso templo del dios Sol en
Larsa, sino a su templo más pequeño de este nombre, que se alzaba en Lagash y
fue profanado posteriormente por los hombres de Umma. La única otra ciudad
extranjera mencionada en las inscripciones de Urukagina es la propia Umma,
cuyas relaciones con Lagash en los reinados de Enannatum I y Entemena se recogen brevemente. El texto del pasaje está entrecortado, pero
podemos suponer que el breve resumen de los acontecimientos pretendía
introducir un relato de las propias relaciones de Urukagina con esa ciudad.
Podemos señalar el hecho, que esta referencia prueba, de que el posterior
descenso de los hombres de Umma sobre Lagash y su captura y saqueo de la ciudad
fueron el resultado de fricciones, y posiblemente de una hostilidad activa,
durante al menos una parte del reinado de Urukagina.
Así pues, de
los propios textos de Urukagina no obtenemos mucha información con respecto a
la extensión del imperio de Lagash bajo su gobierno. Que no descuidó las
defensas reales de su ciudad puede inferirse de su reparación de la muralla de Girsu; está claro, sin embargo, que su interés no estaba en
la conquista extranjera, ni siquiera en mantener los límites existentes de su
dominio, sino en la reforma interna. Dedicó todas sus energías a purificar la
administración de su propia tierra y a erradicar los abusos bajo los que
durante tanto tiempo había sufrido el pueblo. Que benefició a la tierra en su
conjunto, y se ganó la gratitud de sus súbditos más pobres, no cabe duda; pero
es a sus reformas mismas a las que podemos rastrear la causa inmediata de la
caída de su reino. Porque su celo le había llevado a destruir los métodos de
gobierno establecidos desde hacía mucho tiempo y, aunque con ello puso fin a la
corrupción, no consiguió proporcionar un sustituto adecuado para ocupar su
lugar. La multitud de funcionarios que abolió o desposeyó de sus cargos habían
pertenecido a una administración militar, que había hecho temer el nombre de
Lagash, y sin duda se habían organizado con vistas a garantizar la estabilidad
y la protección del Estado. Su desaparición importaba poco en tiempos de paz;
aunque, aun así, Urukagina debió de tener problemas con los diversos sectores
poderosos de la población a los que había distanciado. Cuando amenazaba la
guerra debió de encontrarse sin ejército y sin medios para reunirlo. A esta
causa podemos atribuir probablemente la totalidad de la victoria de Umma.
Por lo que
sabemos de la historia primitiva de Sumeria, parece que la mayoría de sus
ciudades-estado estuvieron sujetas a períodos alternos de expansión y
decadencia; y ya hemos visto razones para creer que, antes del reinado de
Urukagina, ya se había iniciado la reacción que inevitablemente debió seguir a
las conquistas de los patesis anteriores. La lucha
por el trono, que parece haber precedido a la ascensión de Urukagina, debió
debilitar aún más la organización militar del estado; y cuando el propio
Urukagina, movido por los mejores motivos, intentó reformar y remodelar toda su
constitución, lo dejó aún más indefenso ante el ataque de cualquier enemigo
decidido. La ciudad de Umma no tardó en aprovechar una oportunidad tan
favorable para golpear a su antigua rival. Hasta ahora, en sus guerras con
Lagash, los hombres de Umma, por lo que sabemos, nunca se habían aventurado, ni
se les había permitido, atacar la ciudad. En épocas anteriores Umma siempre
había sido derrotada o, en todo caso, sus invasiones habían sido frenadas. Es
cierto que en los registros que han llegado hasta nosotros se representa a los
hombres de Umma tomando siempre la iniciativa y provocando hostilidades al
cruzar la zanja fronteriza que marcaba el límite de sus posesiones. Pero nunca
pretendieron más que la toma de territorio, y el patesi de Lagash siempre fue
lo suficientemente fuerte como para frenar su avance, y generalmente para
expulsarlos, antes de que llegaran a la propia ciudad. De hecho, Entemena había
hecho más que esto y, con su captura y anexión de Umma, había paralizado
durante un tiempo los recursos de este pequeño y ambicioso estado. No se sabe
con exactitud en qué momento repudió Umma la soberanía que él le había
impuesto, pero en cualquier caso podemos concluir que los efectos del castigo
que había recibido de sus manos fueron suficientes para impedir durante un
tiempo cualquier usurpación activa por su parte.
La renovada
actividad de Umma durante el reinado de Urukagina siguió sin duda las líneas de
sus anteriores intentos, y tomó la forma de una incursión en el territorio de
Lagash. El éxito comparativo, que podemos conjeturar que logró en esta ocasión,
sin duda la animó a nuevos esfuerzos, y envalentonó a sus patesi para atacar la
propia ciudad de Lagash. El gobernante de Umma, bajo cuyo liderazgo se llevó a
cabo este ataque final, llevaba el nombre de Lugalzagesi. Por una inscripción
suya, a la que se hará referencia en el capítulo siguiente, sabemos que su
padre Ukush había sido patesi de Umma antes que él.
Así pues, podemos suponer que la ciudad había disfrutado durante algún tiempo
de una posición de independencia, de la que se había aprovechado para marido
sus recursos y situar a su ejército en una base satisfactoria. En cualquier
caso era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier oposición que
Urukagina pudiera ofrecer, y la ciudad de Lagash, que había sido embellecida y
enriquecida por el cuidado de una larga línea de gobernantes exitosos, fue
arrasada y arruinada.
El documento
por el que conocemos los detalles del saqueo de Lagash es extraño. Se parece
mucho en forma y escritura a las tablillas de cuentas domésticas del archivo de
los patesis, que datan de los reinados de Urukagina y
sus predecesores inmediatos; pero el texto inscrito en él consiste en una
acusación contra los hombres de Umma, redactada en una serie de frases cortas,
que recapitulan los actos de sacrilegio cometidos por ellos. No se trata de una
inscripción real ni oficial y, por lo que se puede juzgar de su posición cuando
fue descubierta por el comandante Cros, no parece haber estado guardada en
ningún archivo o depósito regular. Pues fue desenterrada, a una profundidad de
unos dos metros bajo la superficie del suelo, al norte del montículo que cubría
las construcciones más antiguas de Tello, y no se encontraron otras tablillas
cerca de ella. Tanto por su forma como por su contenido, el documento parece
haber sido obra de algún sacerdote, o escriba, que había estado anteriormente
al servicio de Urukagina; y podemos imaginárnoslo, tras el saqueo de la ciudad,
dando rienda suelta a sus sentimientos enumerando los edificios sagrados que
habían sido profanados por los hombres de Umma, y cargando el peso del gran
pecado cometido sobre la cabeza de la diosa a la que ellos y sus patesi
servían. El hecho de que la composición fuera escrita poco después de la caída
de Lagash puede explicarse por la ausencia de cualquier ambientación o
introducción histórica; la destrucción de la ciudad y la profanación de sus
santuarios han tenido lugar tan recientemente que el escritor no tiene
necesidad de explicar las circunstancias. Se zambulle de inmediato en sus
acusaciones contra los hombres de Umma, y la propia brusquedad de su estilo y
la ausencia de ornamento literario hacen que sean más llamativas. La repetición
de frases y el uso recurrente de las mismas fórmulas sólo sirven para realzar
el efecto acumulativo de los cargos que lanza contra los destructores de su
ciudad.
“¡Los
hombres de Umma”, exclama, “han incendiado el Eki[kala]; han incendiado el Antasurra;
se han llevado la plata y las piedras preciosas! Han derramado sangre en el
palacio de Tirash; han derramado sangre en el Abzu-banda; han derramado sangre en el santuario de Enlil y
en el santuario del dios Sol; han derramado sangre en el Akhush;
¡se han llevado la plata y las piedras preciosas! Han derramado sangre en E-babbar; ¡se han llevado la plata y las piedras preciosas!
Han derramado sangre en la Gikana de la diosa Ninmakh de la Arboleda Sagrada; ¡se han llevado la plata y
las piedras preciosas! Han derramado sangre en el Baga;
¡se han llevado la plata y las piedras preciosas! Han incendiado el Dugru; ¡se han llevado la plata y las piedras preciosas!
Han derramado sangre en Abzu-ega; han prendido fuego
al templo de Gatumdug; se han llevado la plata y las
piedras preciosas, ¡y han destruido la estatua! Han prendido fuego al ... del
templo E-anna de la diosa Ninni;
se han llevado la plata y las piedras preciosas, ¡y han destruido la estatua!
Han derramado sangre en el Shagpada; ¡se han llevado
la plata y las piedras preciosas! En el Khenda . . .;
¡han derramado sangre en Iviab, el templo de Nindar; se han llevado la plata y las piedras preciosas!
Han prendido fuego a Kinunir, el templo de Dumuzi-abzu; ¡se han llevado la plata y las piedras
preciosas! Han incendiado el templo de Lugal-uru; ¡se
han llevado la plata y las piedras preciosas! Han derramado sangre en el templo
E-engur, de la diosa Nina; ¡se han llevado la plata y
las piedras preciosas! Han derramado sangre en el Sag,
el templo de Amageshtin; ¡se han llevado la plata y
las piedras preciosas de Amageshtin! Se han llevado
el grano de Ginarbaniru, del campo de Ningirsu, ¡todo
lo que estaba en cultivo! ¡Los hombres de Umma, por el despojo de Lagash, han
cometido un pecado contra el dios Ningirsu! El poder que les ha sido otorgado,
¡les será arrebatado! De pecado por parte de Urukagina, rey de Girsu, no hay ninguno. Pero en cuanto a Lugalzagesi, patesi
de Umma, ¡que su diosa Nidaba cargue con este pecado
sobre su cabeza!”.
Se observará
que, además de los templos de la lista, el escritor menciona varios edificios
de carácter más secular, pero la mayoría de ellos estaban adosados a los
grandes templos y se utilizaban en relación con los productos de las tierras
sagradas. Así, el Antasurra, el palacio de Tirash, el Akhush, el Baga y el Dugru estaban dedicados
al servicio de Ningirsu, el Abzu-banda y el Shagpada a la diosa Nina, y el Abzu-ega a Gatumdug. El texto no registra la destrucción del
palacio del rey ni de las viviendas privadas, pero no cabe duda de que toda la
ciudad fue saqueada y la mayor parte destruida por el fuego. El escritor de la
tablilla se ocupa principalmente del sacrilegio cometido en los templos de los
dioses, y de la magnitud de la ofensa contra Ningirsu. No encuentra la razón de
los agravios que ha sufrido la ciudad en ninguna transgresión por parte de
Urukagina, su rey; pues Ningirsu no ha tenido motivos para enfadarse con su
representante. Lo único que puede hacer es protestar por su creencia en que el
dios-ciudad se vengará algún día de los hombres de Umma y de su diosa Nidaba. Mientras tanto Lagash quedó desolada y Umma heredó
la posición que había ocupado entre las ciudades del sur de Babilonia. Sabemos
que con el tiempo la ciudad volvió a levantarse de sus ruinas, y que los
templos, que habían sido arrasados y profanados, fueron reconstruidos con un
esplendor aún mayor. Pero, como estado, Lagash parece no haberse recuperado
nunca del golpe que le asestó Lugal-zaggisi. En
cualquier caso, nunca volvió a disfrutar de la autoridad que ostentó bajo el
gobierno de su gran patesis.
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