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EL VENCEDOR EDICIONES

EVANGELIO DE SAN LUCAS

 

 

TERCERA PARTE.

CAMINO DE JERUSALEN

 

Capítulo 9
 
La mala acogida de los samaritanos
 
51
Estando para cumplirse los días de su ascensión, se dirigió resueltamente a Jerusalén,
52
y envió mensajeros delante de sí, que en su camino entraron en una aldea de samaritanos para prepararle albergue.
53
No fueron recibidos, porque iban a Jerusalén.
54
Viéndolo los discípulos, Santiago y Juan dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los consuma?
55
Volviéndose Jesús, los reprendió,
56
y se fueron a otra aldea.
   
Capítulo 10
 
Varias vocaciones
   
57
Siguiendo el camino, vino uno que le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas.
58
Jesús le respondió: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
59
A otro le dijo: Sigúeme, y respondió: Señor, déjame ir primero a sepultar a mi padre.
60
El le contestó: Deja a los muertos sepultar a sus muertos, y tú vete y anuncia el Reino de Dios.
61
Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero déjame antes ir a despedirme de los de mi casa.
62
Jesús le dijo: Nadie que, después de haber puesto la mano sobre el arado, mire atrás, es apto para el Reino de Dios.
   
 
Misión de los setenta y dos
 
1
Después de esto, designó Jesús a otros setenta y dos y los envió, de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde El había de venir,
2
y les dijo: La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al amo de la mies mande obreros a su mies.
3
Id, yo os envío como corderos en medio de lobos.
4
No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino.
5
En cualquier casa en que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa.
6
Si hubiere en ella un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, se volverá a vosotros.
7
Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No vayáis de casa en casa.
8
En cualquier ciudad en que entrareis y os recibieren, comed lo que os fuere servido,
9
y curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros.
10
En cualquier ciudad en que entréis y no os recibieren, salid a las plazas y decid:
11
Hasta el polvo que de vuestra ciudad se nos pegó a los pies lo sacudimos, pero sabed que el Reino de Dios está cerca.
12
Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad.
   
 
Ciudades incrédulas
   
13
¡Ay de ti, Corazeín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón hubieran sido hechos los milagros que en vosotras se han hecho, tiempo ha que en saco y sentados en ceniza hubieran hecho penitencia.
14
Pero Tiro y Sidón serán más toleradas que vosotras en el juicio.
15
Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás abatida.
16
El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha, y el que me desecha a mí, desecha al que me envió.
   
 
Vuelta de los setenta y dos
   
17
Volvieron los setenta y dos llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre.
18
Y El les dijo: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo.
19
Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder enemigo, y nada os dañará.
20
Mas no os alegréis dé que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.
   
 
Revelación del Padre a los pequeñuelos
   
21
En aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito.
22
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo.
23
Vuelto a los discípulos, aparte les dijo: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis,
24
porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron.
   
 
El mayor precepto
   
25
Levantóse un doctor de la Ley para tentarlo y le dijo: Maestro, ¿qué haré para alcanzar la vida eterna?
26
El le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?
27
Le contestó diciendo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.
28
Y le dijo: Bien has respondido. Haz esto y vivirás.
29
El, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
   
 
Parábola del samaritano
   
30
Tomando Jesús la palabra, dijo: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en poder de ladrones, que le desnudaron, le cargaron de azotes y se fueron, dejándole medio muerto.
31
Por casualidad bajó un sacerdote por el mismo camino, y, viéndolo, pasó de largo.
32
Asimismo un levita, pasando por aquel sitio, le vio también y pasó adelante.
33
Pero un samaritano que iba de camino llegó a él, y, viéndole, se movió a compasión,
34
acercóse, le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le condujo al mesón y cuidó de él.
35
A la mañana, sacando dos denarios, se los dio al mesonero y dijo: Cuida de él, y lo que gastares, a la vuelta te lo pagaré.
36
¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de ladrones?
37
EL contestó: El que hizo con él misericordia. Contestóle Jesús: Vete y haz tú lo mismo.
   
 
Marta y Maria
   
38
Yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer, Marta de nombre, lo recibió en su casa.
39
Tenía ésta una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
40
Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio, y, acercándose, dijo: Señor, ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude.
41
Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias, o más bien una sola.
42
María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.
 
Capítulo 11
 
La oración dominical
 
1 Acaeció que, hallándose El orando en cierto lugar, así que acabó, le dijo uno de los discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos.
2 El les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino;
3 danos cada día el pan cotidiano;
4

perdónanos nuestras deudas, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos pongas en tentación.

   
 
Parábola del amigo importuno
   
5
Y les dijo: Si alguno de vosotros tuviere un amigo y viene a él a medianoche y le dijera: Amigo, préstame tres panes,
6
pues un amigo mío ha llegado de viaje y no tengo qué darle;
7
y él, respondiendo de dentro, le dijese: No me molestes; la puerta está ya cerrada, y mis niños están ya conmigo en la cama, no puedo levantarme para dártelos.
8
Yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su desvergüenzase levantará y le dará cuanto necesite.
9
Os digo, pues: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá;
10
porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre.
11
¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dará una piedra? ¿O, si le pide un pez, le dará, en vez del pez, una serpiente?
12
¿O, si le pide un huevo le dará un escorpión?
13
Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
   
 
Origen del poder sobre los demonios
   
14
Estaba expulsando a un demonio mudo, y así que salió el demonio, habló el mudo. Las muchedumbres se admiraron,
15
pero algunos de ellos dijeron: Por el poder de Beelzebul, príncipe de los demonios, expulsa éste los demonios;
16
otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo.
17
Pero El, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra si mismo será devastado, y caerá casa sobre casa.
18
Si, pues, Satanás se halla dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Puesto que decís que por poder de Beelzebul expulso yo a los demonios.
19
Si yo expulso a los demonios por Beelzebul, vuestros hijos, ¿por quién los expulsan? Por esto ellos mismos serán vuestros jueces.
20
Pero, si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
21
Cuando un fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes;
22
pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos.
23
El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama.
24
Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, recorre los lugares áridos buscando reposo, y, no hallándolo, se dice: Volveré a la casa de donde salí;
25
y viniendo, la encuentra barrida y aderezada.
26
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y, entrando, habitan allí, y vienen a ser las postrimerías de aquel hombre peores que los principios.
   
 
Elogio de la Madre de Jesús
   
27
Mientras decía estas cosas, levantó la voz una mujer de entre la muchedumbre, y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste.
28
Pero El dijo: Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan.
   
 
Juicio severo sobre la  presente generación
   
29 Creciendo la muchedumbre, comenzó a decir: Esta generación es una generación mala; pide una señal, y no le será dada otra señal que la de Jonas.
30 Porque como fue Jonas señal para los ninivitas, así también lo será el Hijo del hombre para esta generación.
31 La reina del Mediodía se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará, porque vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y hay aquí algo más que Salomón.
32 Los ninivitas se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán, porque hicieron penitencia a la predicación de Jonás, y hay aquí más que Jonás.
   
 
Luz de Cristo, luz del alma
   
33
Nadie enciende la lámpara y la pone en un rincón ni bajo el celemín, sino sobre un candelero, para que los que entren tengan luz.
34
La lámpara de tu cuerpo es tu ojo; si tu ojo es puro, todo tu cuerpo estará iluminado; pero, si fuese malo, también tu cuerpo estará en tinieblas.
35
Cuida, pues, que tu luz no tenga parte de tinieblas,
36
porque, si todo tu cuerpo es luminoso, sin parte alguna tenebrosa, todo él resplandecerá como cuando la lámpara te alumbra con vivo resplandor.
   
 
Reprensión de los fariseos y escribas
   
37
Mientras hablaba, le invitó un fariseo a comer con él; y fue y se puso a la mesa.
38
El fariseo se maravilló de ver que no se había lavado antes de comer.
39
El Señor le dijo: Mira, vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por defuera, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad.
40
¡Insensatos! ¿Acaso el que ha hecho lo de fuera no ha hecho también lo de dentro?
41
Sin embargo, dad limosna según vuestras facultades, y todo será puro para vosotros.
42
¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, y de la ruda, y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que hacer esto sin omitir aquello.
43
¡Ay de vosotros, fariseos, que amáis los primeros puestos en las sinagogas y los saludos en las plazas!
44
¡Ay de vosotros, que sois como sepulturas que no se ven, y que los hombres pisan sin saberlo!
45
Tomando la palabra un doctor de la Ley, le dijo: Maestro, hablando así nos ultrajas también a nosotros.
46
Pero El le dijo: ¡Ay también de vosotros, doctores de la Ley, que echáis pesadas cargas sobre los hombres, y vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis!
47
¡Ay de vosotros, que edificáis monumentos a los profetas, a quienes vuestros padres dieron muerte!
48
¡Vosotros mismos atestiguáis que consentís en la obra de vuestros padres; ellos los mataron, pero vosotros edificáis!
49
Por esto dice la Sabiduría de Dios: Yo les envío profetas y apóstoles, y ellos los matan y persiguen,
50
para que sea pedida cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde el principio del mundo,
51
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el santuario; sí, os digo que le será pedida cuenta a esta generación.
52
¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia, y ni entráis vosotros ni dejáis entrar!
53
Cuando salió de allí comenzaron los escribas y fariseos a acosarle terriblemente y a proponerle muchas cuestiones,
54
armándole insidias para sorprenderle en algo que saliera de su boca.
   
Capítulo 12
 
Advertencias a los Discípulos
 
1
Entre tanto se fue juntando la muchedumbre por millares, hasta el punto de pisarse unos a otros, y comenzó El a decir a sus discípulos: Ante todo guardaos del fermento de los fariseos, que es la hipocresía,
2
pues nada hay oculto que no haya de descubrirse, y nada escondido que no llegue a saberse.
3
Por esto, todo lo que decís en las tinieblas será oído en la luz, y lo que habláis al oido en vuestros aposentos será pregonado desde los terrados.
4
A Vosotros, mis amigos, os digo: No temáis a los que matan el cuerpo y después de esto no tienen ya más que hacer.
5
Yo os mostrare a quién habéis de temer; temed al que, después de haber dado la muerte, tiene poder para echar en la gehenna. Sí, yo os digo que temáis a ése.
6
¿No se venden cinco pájaros por dos ases? Y sin embargo, ni uno de ellos está en olvido ante Dios.
7
Aun hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados todos. No temáis; vosotros valéis más que muchos pájaros.
8
Yo os digo: A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios.
9
El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios.
10
A quien dijere una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado.
11
Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o qué habéis de responder o decir,
12
porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora lo que habéis de decir.
   
 
Ciudado con la avaricia
   
13
Díjole uno de la muchedumbre: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.
14
El le respondió: Pero, hombre, ¿quién me ha constituido juez o partidor entre vosotros?
15
Les dijo: Mirad de guardaros de toda avaricia, porque, aunque se tenga mucho, no está la vida en la hacienda.
16
Y les dijo una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras le dieron gran cosecha.
17
Comenzó él a pensar dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo donde encerrar mi cosecha?
18
Y dijo: Ya sé lo que voy a hacer: demoleré mis graneros y los haré más grandes, y almacenaré en ellos todo mi grano y mis bienes,
19
y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos años; descansa, come, regálate.
20
Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te pedirán el alma, y lo que has acumulado, ¿para quién será?
21
Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios.
   
 
Confianza en la Providencia
   
22
Dijo a sus discípulos: Por esto os digo: No os preocupéis de vuestra vida, por lo que habéis de comer; ni de vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir,
23
porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.
24
Mirad a los cuervos, que ni hacen sementera ni cosecha, que no tienen ni despensa ni granero, y Dios los alimenta: ¿cuánto más valéis vosotros que un ave?
25
¿Quién de vosotros, a fuerza de cavilar, puede añadir un codo a su estatura?
26
Si, pues, no podéis ni lo menos, ¿por qué preocuparos de lo más?
27
Mirad los lirios cómo crecen; ni trabajan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.
28
Si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, así la viste Dios, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
29
No andéis buscando qué comeréis y qué beberéis, y no andéis ansiosos,
30
porque todas estas cosas las buscan las gentes del mundo, pero vuestro Padre sabe que tenéis de ellas necesidad.
31
Vosotros buscad su Reino, y todo eso se os dará por añadidura.
32
No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino.
33
Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde ni el ladrón llega ni la polilla roe;
34
porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
   
 
Necesidad de la vigilancia
   
35
Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas,
36
y sed como hombres que esperan a su amo de vuelta de las bodas, para que, al llegar él y llamar, al instante le abran.
37
Dichosos los siervos aquellos a quienes el amo hallare en vela; en verdad os digo que se ceñirá, y los sentará a la mesa, y se prestará a servirlos.
38
Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, si los encontrare así, dichosos ellos.
39
Vosotros sabéis bien que, si el amo de casa conociera a qué hora habría de venir el ladrón, velaría y no dejaría horadar su casa.
40
Estad, pues, prontos, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.
41
Dijo Pedro: Señor, ¿es a nosotros a quienes dices esta parábola o a todos?
42
El Señor contestó: ¿Quién es, pues, el administrador fiel, prudente, a quien pondrá el amo sobre su servidumbre para distribuirle la ración de trigo a su tiempo?
43
Dichoso ese siervo a quien el amo, al llegar, le hallare haciendo así.
44
En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes.
45
Pero si ese siervo dijese en su corazón: Mi amo tarda en venir, y comenzase a golpear a siervos y siervas, a comer, y beber, y embriagarse,
46
llegará el amo de ese siervo el día que menos lo espere y a la hora que no sabe, y le mandará azotar y le pondrá entre los infieles.
47
Ese siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotes.
48
El que, no conociéndola, hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos. A quien mucho se le da, mucho se le reclamará, y a quien mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá.
   
 
Por Jesús o contra Jesús
   
49
Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?
50
Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me siento constreñido hasta que se cumpla!
51
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino la disensión.
52
Porque en adelante estarán en una casa cinco divididos, tres contra dos y dos contra tres;
53
se dividirán el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre, y la ma­dre contra la hija, y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.
   
 
Las señales del tiempo
   
54
A la muchedumbre le decía también: Cuando veis levantarse una nube por el poniente, al instante decís: Va a llover. Y así es.
55 Cuando sentís soplar el viento sur, decís: Va a hacer calor. Y así sucede.
56 Hipócritas, sabéis juzgar del aspecto de la tierra y del cielo; pues ¿cómo no juzgáis del tiempo presente?
57 ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?
58
Cuando vayas, pues, con tu adversario al magistrado, procura en el camino desembarazarte de él, no sea que te entregue al juez, y el juez te ponga en manos del alguacil, y el alguacil te arroje en la cárcel.
59 Te digo que no saldrás hasta que hayas pagado el último ochavo.
   
Capítulo 13
 
Invitación a la penitencia
 
1
Por aquel tiempo se presentaron algunos, que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían,
2
y, respondiéndoles, dijo: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los otros por haber padecido todo esto?
3
Yo os digo que no, y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis.
4
Aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpables que todos los hombres que moran en Jerusalén?
5
Os digo que no, y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis.
6
Y dijo esta parábola: Tenía uno plantada una higuera en su viña y vino en busca del fruto, y no lo halló.
7
Dijo entonces al viñador: Van ya tres años que vengo en busca del fruto de esta higuera y no lo hallo; córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra en balde?
8
Le respondió y dijo: Señor, déjala aún por este año que la cave y la abone,
9
a ver si da fruto para el año que viene; si no, la cortarás.
   
 
Una curación en sábado
   
10
Enseñaba en una sinagoga un sábado.
11
Había allí una mujer que tenía un espíritu de enfermedad hacía dieciocho años, y estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse.
12
Viéndola Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, estás libre de tu enfermedad.
13
Le impuso las manos y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.
14
Interviniendo el jefe de la sinagoga, lleno de ira porque Jesús había curado en sábado, decía a la muchedumbre: Hay seis días en los cuales se puede trabajar; en ésos venid y curad, y no en día de sábado.
15
Respondióle el Señor y dijo: Hipócritas, ¿cualquiera de vosotros no suelta del pesebre su buey o su asno en sábado y lo lleva a abrevar?
16
Pues esta hija de Abraham, a quien Satanás tenía ligada dieciocho años ha, ¿no debía ser soltada de su atadura en día de sábado?
17
Y diciendo esto, quedaban confundidos todos sus adversarios, y toda la muchedumbre se alegraba de las obras prodigiosas que hacía.
   
 
El grano de mostaza
   
18
Decía, pues: ¿A qué es semejante el reino de Dios y a qué lo compararé?
19
Es semej ante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto, y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas.
20
De nuevo dijo: ¿A qué compararé el reino de Dios?
21
Es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda.
   
 
La salud de los gentiles y la reprobación de Israel
   
22
Recorría ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino hacia Jerusalén.
23
Le dijo uno: Señor, ¿son pocos los que se salvan? El le dijo:
24
Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán;
25
una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. El os responderá: No sé de dónde sois.
26
Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas.
27
El dirá: Os repito que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos, obradores de iniquidad.
28
Allí habrá llanto y crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.
29
Vendrán de Oriente y de Occidente, del Septentrión y del Mediodía, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios,
30
y los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos.
   
 
La astucia de Herodes
   
31
En aquella hora se le acercaron algunos fariseos, diciéndole: Sal y vete de aquí, porque Heredes quiere matarte.
32
El les dijo: Id y decid a esa raposa: Yo expulso demonios y hago curaciones hoy, y las haré mañana, y al día tercero habré lleado a mi término.
33
Pues he de andar hoy, y mañana, y el día siguiente, porque no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
   
 
Amenazas contra Jerusalén
   
34
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como el ave a su nidada debajo de las alas, y no quisiste!
35
Se os deja vuestra casa. Os digo que no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
 
Capítulo 14
 
El hidrópico curado en sábado
 
1
Habiendo entrado en casa de uno de los principales fariseos para comer en día de sábado, le estaban observando.
2
Había delante de El un hidrópico.
3
Y tomando Jesús la palabra, habló a los doctores de la Ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado o no?
4
Ellos guardaron silencio. Y, asiéndole, le curó y le despidió,
5
y les dijo: ¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cayere en un pozo, no le saca al instante en día de sábado?
6
Y no podían replicar a esto.
   
 
Invitación a la modestia
   
7
Decía a los invitados una parábola, observando cómo escogían para sí los primeros puestos:
8
Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que venga otro más honrado que tú, invitado por el mismo,
9 y, llegando el que al uno y al otro os invitó, te diga: Cede a éste tu puesto, y entonces, con vergüenza, vayas a ocupar el último lugar.
10 Cuando seas invitado, ve y siéntate en el postrer lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales,
11 porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
   
 
Sobre la elección de los invitados
   
12
Dijo también al que le había invitado: Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten y tengas ya tu recompensa.
13
Cuando hagas una comida, llama a los pobres, a los tullidos, a los rengos y a los ciegos,
14
y tendrás la dicha de que no podrán pagarte, porque obtendrás la recompensa en la resurrección de los muertos.
   
 
Parábola de los invitados descorteses
   
15
Oyendo esto, uno de los invitados dijo: Dichoso el que coma pan en el Reino de Dios.
16
El le contestó: Un hombre hizo un gran banquete e invitó a muchos.
17
A la hora del banquete envió a su siervo a decir a los invitados: Venid, que ya está preparado todo.
18
Pero todos unánimemente comenzaron a excusarse. El primero di­jo: He comprado un campo y tengo que salir a verlo; te ruego que me des por excusado.
19
Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas; ruégote que me excuses.
20
Otro dijo: He tomado mujer y no puedo ir.
21
Vuelto el siervo, comunicó a su amo estas cosas. Entonces el amo de la casa, irritado, dijo a su siervo: Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres tullidos, ciegos y cojos, tráelos aquí.
22
El siervo le dijo: Señor, está hecho lo que mandaste y aún queda lugar.
23
Y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa,
24
porque os digo que ninguno de aquellos que habían sido invitados gustará mi cena.
   
 
Necesidad de la abnegación para tomar la cruz
   
25
Se le juntó numerosa muchedumbre, y, vuelto a ella, les decía:
26
Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27
El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
28
¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene para terminarla?
29
No sea que, echados los cimientos y no pudiendo acabarla, todos cuantos lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo:
30

Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.

31
¿O qué rey, saliendo a su campaña para guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
32
Si no, hallándose aún lejos de aquél, le envía una embajada haciéndole proposiciones de paz.
33
Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.
34
Buena es la sal; pero, si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se sazonará?
35
Ni para la tierra es útil, ni aun para el estercolero; la tiran fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga.
 
Capítulo 15
 
La censura de los fariseos
 
1
Se acercaban a El todos los publícanos y pecadores para oírle,
2
y los fariseos y escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos.
   
 
La oveja perdida
   
3
Propúsoles esta parábola, diciendo:
4
¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en el desierto y vaya en busca de la perdida hasta que la halle?
5
Y una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros,
6
y vuelto a casa convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida.
7
Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia.
   
 
La dracma perdida
   
8
¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si pierde una, no enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla?
9
Y, una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma, que había perdido.
10
Tal os digo que será la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia.
   
 
El hijo pródigo
   
11
Y añadió: Un hombre tenía dos hijos,
12
y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda,
13
y, pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una lejana tierra, y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente.
14
Después de haberlo gastado todo sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad.
15
Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar puercos.
16
Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado.
17
Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre!
18
Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
19
Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.
20
Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.
21
Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
22
Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies,
23
y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos,
24
porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.
25
El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros;
26
y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27
El le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro, porque le ha recobrado sano.
28
El se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó.
29
El respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos;
30
y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su hacienda con meretrices, le matas un becerro cebado.
31
El le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son;
32
mas era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido hallado.
 
Capítulo 16
 
El administrador infiel
 
1
Decía a los discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, el cual fue acusado de disiparle la hacienda.
2
Llamóle y le dijo: ¿Qué es lo que oigo de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir de mayordomo.
3
Y se dijo para sí el mayordomo: ¿Qué haré, pues mi amo me quita la mayordomía? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza.
4
Ya sé lo que he de hacer para que, cuando me destituya de la mayordomía, me reciban en sus casas.
5
Llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo?
6
El dijo: Cien batos de aceite. Y le dijo: Toma tu caución, siéntate al instante y escribe cincuenta.
7
Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? El dijo: Cien coros de trigo. Díjole: Toma tu caución y escribe ochenta.
8
El amo alabó al mayordomo infiel por haber obrado sagazmente, pues los hijos de este siglo son más avisados entre sus congéneres que los hijos de la luz.
9
Y yo os digo: Con las riquezas injustas haceos amigos, para que, cuando éstas falten, os reciban en los eternos tabernáculos.
10
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho: y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho.
11
Si vosotros, pues, no sois fieles en las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas?
12
Y si en lo ajeno no sois fieles, ¿quién os dará lo vuestro?
13
Ningún criado puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se allegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
   
 
Reprensión a los fariseos
   
14
Oían estas cosas los fariseos, que son avaros, y se mofaban de El.
15
Y les dijo: Vosotros pretendéis pasar por justos ante los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es para los hombres estimable, es abominable ante Dios.
16
La Ley y los Profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia el Reino de Dios, y cada cual ha de esforzarse para entrar en él.
17
Pero es más fácil que pasen el cielo y la tierra que el faltar un solo ápice de la Ley.
18
Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada por el marido, comete adulterio.
   
 
El rico Epulón y  el pobre Lázaro
   
19
Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes.
20
Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras,
21
y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros venían a lamerle las úlceras.
22
Sucedió, pues, que murió el pobre, y fue llevado por los ángeles al Seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.
23
En el infierno, en medio de los tormentos, levantó sus ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno.
24
Y, gritando, dijo: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que, con la punta del dedo mojada en agua, refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas.
25
Dijo Abraham: Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú eres atormentado.
26
Además, entre nosotros y vosotros hay un gran abismo, de manera que los que quieran atravesar de aquí a vosotros, no pueden, ni tampoco pasar de ahí a nosotros.
27
Y dijo: Te ruego, padre, que siquiera le envíes a casa de mi padre,
28
porque tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento.
29
Y dijo Abraham: Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.
30
El dijo: No, padre Abraham; pero, si alguno de los muertos fuese a ellos, harían penitencia.
31
Y les dijo: Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucita.
 
Capítulo 17
 
El escándalo
 
1
Dijo a sus discípulos: Es inevitable que haya escándalos; sin embargo, ¡ay de aquel por quien vengan!
2
Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Mirad por vosotros.
   
 
El perdón del prójimo
   
3
Si peca tu hermano contra ti, corrígele, y si se arrepiente, perdónale.
4
Si siete veces peca al día contra ti y siete veces se vuelve a ti diciéndote: Me arrepiento, le perdonarás.
   
 

El poder de la Fe

   
5
Dijeron los apóstoles al Señor: Acrecienta nuestra fe.
6
Dijo el Señor: Si tuvierais fe tanta como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarraígate y trasplántate en el mar, y él os obedecería.
   
 
Siervos inútiles ante el Señor
   
7
¿Quién de vosotros, teniendo un siervo arando o apacentando el ganado, al volver él del campo le dice: Pasa en seguida y siéntate a la mesa,
8
y no le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete para servirme hasta que yo coma y beba, y luego comerás y beberás tú?
9
¿Deberá gratitud al siervo, porque hizo lo que se le había ordenado?
10
Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos.
   
 
Los diez leprosos
   
11
Yendo hacia Jerusalén, atravesaba por entre Samaria y Galilea,
12
y, entrando en una aldea, le vinieron al encuentro diez leprosos, que a lo lejos se pararon,
13
y, levantando la voz, decían: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.
14
Viéndolos, les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. En el camino quedaron limpios.
15
Uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios a grandes voces,
16
y cayendo a sus pies, rostro en tierra, le daba las gracias. Era un samaritano.
17
Tomando Jesús la palabra, dijo: ¿No han sido diez los curados? Y los nueve, ¿dónde están?
18
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?
19
Y le dijo: Levántate y vete, tu fe te ha salvado.
   
 
La venida del reino de Dios
   
20
Preguntado por los fariseos acerca de cuándo llegaría el reino de Dios, respondiéndoles, dijo: No viene el reino de Dios ostensiblemente.
21
Ni podrá decirse: Helo aquí o allí, porque el reino de Dios está dentro de vosotros.
22
Dijo a los discípulos: Llegará tiempo en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis.
23
Os dirán: Helo allí o helo aquí. No vayáis ni le sigáis.
24
Porque así como un rayo relampaguea y fulgura desde un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.
25
Pero antes ha de padecer mucho y ser reprobado por esta generación.
26
Como sucedió en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre.
27
Comían y bebían, tomaban mujer los hombres, y las mujeres marido, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los hizo perecer a todos.
28
Lo mismo en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban;
29
pero, en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, que los hizo perecer a todos.
30
Así será el día en que el Hijo del hombre se revele.
31
Aquel día, el que esté en el terrado y tenga en casa sus enseres, no baje a cogerlos; e igualmente el que esté en el campo, no vuelva atrás.
32
Acordaos de la mujer de Lot.
33
El que busque guardar su vida, la perderá, y el que la perdiere, la conservará.
34
Dígoos que en aquella noche estarán dos en una misma cama, uno será tomado y otro dejado.
35
Estarán dos moliendo juntas, una será tomada y otra será dejada.
36
Y tomando la palabra, le dijeron: ¿Dónde será, Señor?
37 Les dijo: Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres.
 
Capítulo 18
 
Parábola del juez inicuo
 
1
Les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer,
2
diciendo: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
3
Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él diciendo: Hazme justicia contra mi adversario.
4
Por mucho tiempo no le hizo caso; pero luego se dijo para sí: Aunque, a la verdad, yo no tengo temor de Dios ni respeto a los hombres,
5
mas, porque esta viuda me está cargando, le haré justicia, para que no acabe por molerme.
6
Dijo el Señor: Oíd lo que dice este juez inicuo.
7
¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar?
8
Os digo que hará justicia prontamente. Pero, cuando venga el Hijo del hom­bre, ¿encontrará fe en la tierra?
   
 
El fariseo y el publicano
   
9
Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás.
10
Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo, el otro publicano.
11
El fariseo, en pie, oraba para sí de esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, adúlteros, injustos, ni como este publicano.
12
Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo.
13
El publicano se quedó allá lejos y ni se atrevía a levantar los ojos al cielo, y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador!
14
Os digo que bajó éste justificado a su casa, y no aquél. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
   
 
Los niños vienen a Jesús
   
15
También le presentaban niños para que los tocase; viendo lo cual, los discípulos los reprendían.
16
Jesús los llamó a sí, diciendo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo prohibáis, que de ellos es el reino de Dios.
17
En verdad os digo, quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
   
 
La abnegación y renuncia de todo
   
18
Cierto personaje le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para alcanzar la vida eterna?
19
Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
20
Ya sabes los preceptos: No adulterarás, no matarás, no robarás, no levantarás falsos testimonios, honra a tu padre y a tu madre.
21
Díjole él: Todos esos preceptos los he guardado desde la juventud.
22
Oyendo esto Jesús, le dijo: Aún te queda una cosa: Vende cuanto tienes y repártelo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
23
El, oyendo esto, se entristeció, porque era muy rico.
24
Viéndolo Jesús, dijo: ¡Qué difícilmente entran en el reino de Dios los que tienen riquezas!
25
Porque más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios.
26
Dijeron los que le oían: Entonces, ¿quién puede salvarse?
27
El respondió: Lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios.
   
 
El premio de los apóstoles
   
28
Díjole Pedro: Pues nosotros, dejando todo lo que teníamos, te hemos seguido.
29
El les dijo: En verdad os digo que ninguno que haya dejado casa, mujer, hermanos, padre o hijos por amor a Dios,
30
dejará de recibir mucho más en este siglo, y la vida eterna en el venidero.
 

 

 
Nuevo vaticinio de la pasión
   
31
Tomando aparte a los Doce, les dijo: Mirad, subimos a Jerusalén y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas del Hijo del hombre, que
32
será entregado a los gentiles, y escarnecido, e insultado, y escupido,
33
y después de haberle azotado, le quitarán la vida, y al tercer día resucitará.
34
Pero ellos no entendían nada de esto; eran cosas ininteligibles para ellos, no entendían lo que les decía.
   
 
El ciego de Jericó
   
35
Acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna.
36
Oyendo a la muchedumbre que pasaba, preguntó qué era aquello.
37
contestaron que era Jesús Nazareno que pasaba.
38
El se puso a gritar, diciendo: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí.
39
Los que iban en cabeza le reprendían para que callase, pero él gritaba cada vez más fuerte: Hijo de David, ten piedad de mí.
40
Deteniéndose Jesús, mandó que se lo llevasen, y cuando se le hubo acercado, le preguntó:
41
¿Qué quieres que te haga? Dijo él: Señor, que vea.
42
Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado,
43
y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Todo el pueblo que esto vio, daba gloria a Dios.
 
Capítulo 19
 
Zaqueo
 
1
Entrando, atravesó Jericó.
2
Había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico.
3
Hacía por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura.
4
Corriendo adelante, se subió a un sicómoro para verle, pues había de pasar por allí.
5
Cuando llegó a aquel sitio, levantó los ojos Jesús y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa.
6
El bajó a toda prisa y le recibió con alegría.
7
Viéndolo, todos murmuraban de que hubiera entrado a alojarse en casa de un pecador.
8
Zaqueo, en pie, dijo al Señor: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo.
9
Díjole Jesús: Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham;
10
pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que es­taba perdido.
   
 
Parábola de las minas
   
11
Oyendo ellos esto, añadió Jesús una parábola, por cuanto estaba próximo a Jerusalén, y les parecía que el reino de Dios iba a manifestarse luego.
12
Dijo, pues: Un hombre noble partió para una región lejana para recibir la dignidad real y volverse;
13
y llamando a diez siervos suyos, les entregó diez minas y les dijo: Negociad mientras vuelvo.
14
Sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron detrás de él una legación, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros.
15
Sucedió que, al volver él, después de haber recibido el reino, hizo llamar a aquellos siervos a quienes había entregado el dinero, para saber cómo habían negociado.
16
Se presentó el primero, diciendo: Señor, tu mina ha producido diez minas.
17
Díjole: Muy bien, siervo bueno; puesto que has sido fiel en lo poco, recibirás el gobierno de diez ciudades.
18
Vino el segundo, que dijo: Señor, tu mina ha producido cinco minas.
19
Díjole también a éste: Y tú recibe el gobierno de cinco ciudades.
20
Llega el otro diciendo: Señor, ahí tienes tu mina, que tuve guardada en un pañuelo,
21
pues tenía miedo de ti, que eres hombre severo, que quieres recoger lo que no pusiste y segar donde no sembraste.
22
Díjole: Sabías que yo soy hombre severo, que tomo donde no deposité y siego donde no sembré,
23
¿por qué, pues, no diste mi dinero al banquero, y yo, al volver, lo hubiera recibido con los intereses?
24
Y dijo a los presentes: Quitadle a éste la mina y dádsela al que tiene diez.
25
Le dijeron: Señor, ya tiene diez minas.
26
Díjoles: Os digo que a todo el que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
27
Cuanto a esos mis enemigos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos acá y, delante de mí, degolladlos;
28
Y diciendo esto, siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén.

 

 

CUARTA PARTE

MINISTERIO DE JESÚS EN JERUSALÉN

 

EVANGELIO DE SAN LUCAS