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LA BIBLIA

NUEVO TESTAMENTO

ANTIGUO TESTAMENTO

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO

Carta a los Hebreos

 

PRIMERA PARTE
CRISTO, SUPERIOR A LOS MEDIADORES DE LA LEY
Capítulo 1
El Hijo de Dios, postrer Apóstol del Padre
 
1
Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas;
2
últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos;
3
que, siendo la irradiación de su gloria e impronta de su sustancia, y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de haber realizado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,
4
hecho tanto mayor que los ángeles, cuando heredó un nombre más excelente que ellos.
 
 
Cristo, superior a los ángeles
 
5
Pues ¿a cuál de los ángeles dijo alguna vez: “Tú eres mí Hijo, yo te he engendrado hoy?”; y luego: “Yo seré para El padre, y El será Hijo para mí”.
6
Y cuando de nuevo introduce a su Primogénito en el mundo dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios.”
7
De los ángeles dice: “El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llamas de fuego”.
8
Pero al Hijo: “Tu trono, ¡oh Dios!, subsistirá por los siglos de los siglos; cetro de equidad es el cetro de tu reino.
9
Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría sobre tus compañeros.”
10
Y: “Tú, Señor, al principio, fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos.
11
Ellos perecerán, pero tú permaneces, y todos, como un vestido, envejecerán,
12
y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán”.
13
¿Y a cuál de los ángeles dijo alguna vez: “Siéntate a mi diestra, mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies?”.
14
¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?
Capítulo 2
Perseverancia en la fe
 
1
Por tanto, es menester que con la mayor diligencia atendamos a lo que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
2
Pues si la palabra promulgada por los ángeles fue firme, hasta el punto de que toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,
3
¿cómo lograremos nosotros rehuirla, si tenemos en poco tan gran salud, que, habiendo comenzado a ser promulgada por el Señor, fue entre nosotros confirmada por los que le oyeron,
4
atestiguándola Dios con señales, prodigios y diversos milagros y participaciones del Espíritu Santo, conforme a su voluntad?
 
 
El mundo, sujeto a Jesús
 
5
Que no fue a los ángeles a quienes sometió el mundo venidero de que hablamos.
6
Ya lo testificó alguien en cierto lugar al decir: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que tú le visites?
7
Hicístele poco menor que a los ángeles, coronástele de gloria y de honor,
8
todo lo pusiste debajo de sus pies.” Pues al decir que “se lo sometió todo,” es que no dejó nada que no le sometiera. Al presente no vemos aún que todo le esté sometido,
9
pero sí vemos al que Dios hizo poco menor que a los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por todos.
   
 
Razón de la muerte de Jesús
   
10
Pues convenía que aquel para quien y por quien son todas las cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribulaciones al autor de la salud de ellos.
11
Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen, y, por tanto, no se avergüenza de llamarlos hermanos,
12
diciendo: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”.
13
Y luego: “Yo pondré en El mi confianza.” Y aún: “Heme aquí a mí y a los hijos que me dio el Señor”.
14
Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera El participó de las mismas para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,
15
y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre.
16
Pues, como es sabido, no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham.
17
Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo.
18
Porque en cuanto El mismo padeció siendo tentado, es capaz de ayudar a los tentados.
Capítulo 3
Cristo superior a Moisés
 
1
Vosotros, pues, hermanos santos, que participáis de la vocación celeste, considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra confesión, Jesús;
2
fiel al que le hizo, como lo fue Moisés en toda su casa.
3
Y es tenido por digno de tanta mayor gloria que Moisés, cuanto mayor que la gloria de la casa es la del que la fabricó.
4
Pues toda casa es fabricada por alguno, pero el Hacedor de todas las cosas es Dios.
5
Y Moisés fue fiel en toda su casa, como ministro que había de dar testimonio de las cosas que se habían de decir;
6
pero Cristo está como Hijo sobre su casa, que somos nosotros, si retenemos firmemente hasta el fin la confianza y la gloria de la esperanza.
 
 
La incredulidad y la cólera de Dios
 
7
Por lo cual, según dice el Espíritu Santo: “Si oyereis su voz hoy,
8
no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión, como el día de la tentación en el desierto,
9
donde vuestros padres me tentaron y me pusieron a prueba, y vieron mis obras
10
durante cuarenta años; por lo cual me irrité contra esta generación, y dije: Andan siempre extraviados en su corazón y no conocen mis caminos,
11
y así juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.”
12
Mirad, hermanos, que no haya entre vosotros un corazón malo e incrédulo, que se aparte del Dios vivo;
13
antes exhortaos mutuamente cada día, mientras perdura el “hoy,” a fin de que ninguno de vosotros se endurezca con el engaño del pecado.
14
Porque hemos sido hechos participantes de Cristo en el supuesto de que hasta el fin conservemos la firme confianza del principio;
15
mientras se dice: “Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión”.
16
¿Quiénes, en efecto, se rebelaron después de haber oído? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto bajo la dirección de Moisés?
17
¿Y contra quiénes se irritó por espacio de cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos cadáveres cayeron en el desierto?
18
¿Y a quiénes sino a los desobedientes juró que no entrarían en el descanso?
19
En efecto, vemos que no pudieron entrar por su incredulidad.
Capítulo 4
Hay que entrar en el descanso de Dios
 
1
Temamos, pues, no sea que, perdurando aún la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber llegado tarde.
2
Porque igual que a ellos, se dirige también a nosotros este mensaje: y no les aprovechó a aquéllos haber oído la palabra, por cuanto la oyeron sin fe los que la escucharon.
3
Entremos, pues, en el descanso los que hemos creído, según que dijo: “Como juró en su cólera: No entrarán en mi descanso”, aunque estuviesen acabadas lasd obras desde la creación del mundo.
4
Pues en cierto pasaje habla así del día séptimo: “Y descansó Dios en el día séptimo de todas sus obras”.
5
Y en éste dice de nuevo: “No entrarán en mi descanso”.
6
Queda, pues, que algunos han de entrar en el descanso, y aquellos a quienes primero se les comunicó la buena nueva no entraron a causa de su contumacia ;
7
de nuevo señala un día, “hoy,” declarando por David después de tanto tiempo lo que arriba queda dicho: “Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones”.
8
Pues si Josué los hubiera introducido en el descanso, no hablaría (David) de otro día después de lo dicho.
9
Por tanto, queda otro descanso para el pueblo de Dios.
10
Y el que ha entrado en su descanso, también descansa de sus obras, como Dios descansó de las suyas.
11
Démonos prisa, pues, a entrar en este descanso, a fin de que nadie caiga en este mismo ejemplo de desobediencia.
12
Que la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
13
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes son todas desnudas y manifiestas a los ojos de aquel a quien hemos de dar cuenta.
   
 
Jesucristo, gran sacerdote
   
14
Teniendo, pues, un gran Pontífice que penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos adheridos a la confesión.
15
No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado.
16
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio.
SEGUNDA PARTE
EL SACERDOCIO DE CRISTO, SUPERIOR AL SACERDOCIO LEVÍTICO
Capítulo 5
1
Pues todo pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados,
2
para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de flaqueza,
3
y a causa de ella debe por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual que por el pueblo.
4
Y ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios, como Arón.
5
Y así Cristo no se exaltó a sí mismo, haciéndose Pontífice, sino el que le dijo: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”.
6
Y conforme a esto dice en otra parte: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.
7
Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor.
8
Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia,
9
y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna,
10
declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec.
   
Estado imperfecto de los destinatarios
   
11
Sobre lo cual tenemos mucho que decir, de difícil inteligencia, porque os habéis vuelto torpes de oídos.
12
Pues los que después de tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, que tenéis necesidad de leche en vez de manjar sólido.
13
Pues todo el que se alimenta de leche no es capaz de entender la doctrina de la justicia, porque es aún niño;
14

mas el manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud de la costumbre tienen los sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo.

Capítulo 6
Propósito del autor
 
1
Por lo cual, dejando a un lado las doctrinas elementales sobre Cristo, tendamos a lo perfecto, no echando de nuevo los fundamentos de la penitencia, de las obras muertas y de la fe en Dios,
2
la doctrina sobre los bautismos, la imposición de las manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno.
3
Y esto es lo que vamos a hacer si Dios lo permite.
4
Porque quienes, una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,
5
gustaron lo hermoso de la palabra de Dios y los prodigios del siglo venidero,
6
y cayeron en la apostasía, es imposible que sean renovados otra vez a penitencia, pues de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a la afrenta.
7
Porque la tierra, que a menudo absorbe la lluvia caída a menudo sobre ella y produce plantas útiles para el que a cultiva, recibirá las bendiciones de Dios;
8
pero la que produce espinas y abrojos es reprobada y está próxima a ser maldita, y su fin será el fuego.
 
 
Palabras de esperanza y de aliento
 
9
Aunque hablamos de este modo, sin embargo, confiamos y esperamos de vosotros, carísimos, algo mejor y más conducente a la salvación.
10
Que no es Dios injusto para que se olvide de vuestra obra y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y perseverando en servirlos.
11
Deseamos que cada uno de vosotros muestre hasta el fin la misma diligencia por el logro de la esperanza,
12
no emperezándoos, sino haciéndoos imitadores de los que por la fe y la longanimidad han alcanzado la herencia de las promesas.
13
Cuando Dios hizo a Abraham la promesa, como no tenía ninguno mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo:
14
“Te bendeciré abundantemente, te multiplicaré grandemente”.
15
Y así, esperando con longanimidad, alcanzó la promesa.
16
Porque los hombres suelen jurar por alguno mayor, y el juramento pone entre ellos fin a toda controversia y les sirve de garantía.
17
Por lo cual, queriendo Dios mostrar solemnemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso el juramento,
18
a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos firme consuelo los que corremos hasta dar alcance a la propuesta esperanza.
19
La cual tenemos como segura y firme áncora de nuestra alma, y que penetra hasta el interior del velo,
20

adonde entró por nosotros como precursor Jesús, instituido Pontífice para siempre, según el orden de Melquisedec.

Capítulo 7
El sacerdocio de Melquisedec, superior al de Leví
 
1
Pues este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando volvía de derrotar a los reyes, y le bendijo,
2
a quien dio las décimas de todo, se interpreta primero rey de justicia, y luego también rey de Salem, es decir, rey de paz.
3
Sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre.
4
Y ved cuan grande es éste, a quien dio el patriarca Abraham el diezmo de lo mejor del botín.
5
Los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen a su favor un precepto de la Ley, en virtud del cual pueden recibir el diezmo del pueblo, esto es, de sus hermanos, no obstante ser también ellos de la estirpe de Abraham.
6
Al contrario, aquél, que no venía de Abraham, recibió los diezmos de Abraham y bendijo a aquel a quien fueron hechas las promesas.
7
No cabe duda que el menor es bendecido por el mayor.
8
Y aquí son ciertamente los hombres mortales los que reciben los diezmos, pero allí uno de quien se da testimonio que vive.
9
Y, por decirlo así, en Abraham, el mismo Leví, que recibe los diezmos, los pagó.
10
Porque aún se hallaba en la entraña de su padre cuando le salió al encuentro Melquisedec.
 
 
Imperfección del sacerdocio levítico
 
11
Pues si la perfección viniera por el sacerdocio levítico, (pues bajo él recibió el pueblo la Ley) ¿qué necesidad había de suscitar otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y no denominarlo según el orden de Arón?
12
Mudado el sacerdocio, de necesidad ha de mudarse también la Ley.
13
Pues bien: aquel de quien esto se dice, pertenece a otra tribu, de la cual ninguno se consagró al altar.
14
Pues notorio es que Nuestro Señor nació de Judá, a cuya tribu nada dijo Moisés tocante al sacerdocio.
15
Y esto es aún mucho más evidente en el supuesto de que, a semejanza de Melquisedec, se levanta otro Sacerdote,
16
instituido no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un poder de vida indestructible,
17
pues de El se da este testimonio: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.
18
Con esto se anuncia la abrogación del precedente mandato a causa de su ineficacia e inutilidad,
19
pues la Ley no llevó nada a la perfección, sino que fue sólo introducción a una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios.
   
 
El sacerdocio de Cristo, confirmado con juramento
   
20
Y por cuanto no fue hecho sin juramento — pues aquéllos fueron constituidos sacerdotes sin juramento,
21
mas éste lo fue con juramento por el que le dijo: “Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre” — ,
22
de tanta mejor alianza, se ha hecho fiador Jesús.
23
Y de aquéllos fueron muchos los hechos sacerdotes, por cuanto la muerte les impidió permanecer;
24
pero éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo.
25
Y es por tanto perfecto su poder para salvar a los que por El se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos.
26
Y tal convenia que fuese nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos;
27
que no necesita, como los pontífices, ofrecer cada día víctimas, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una sola vez ofreciéndose a sí mismo.
28

En suma, la Ley hizo pontífices a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que sucedió a la Ley, instituyó al Hijo para siempre perfecto.

Capítulo 8
Cristo pontífice entra en el santuario del cielo
 
1
El punto principal de todo lo dicho es que tenemos un Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la Majestad de los cielos;
2
ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el Señor, no por el hombre.
3
Pues todo pontífice es instituido para ofrecer oblaciones y sacrificios, por lo cual es preciso que tenga algo que ofrecer.
4
Si El morara en la tierra, ni podría ser sacerdote, habiendo ya quienes, al tenor de la Ley, ofrecen oblaciones.
5
Estos sacerdotes sirven en un santuario que es imagen y sombra del celestial, según fue revelado a Moisés cuando se disponía a ejecutar el tabernáculo: “Mira — se le dijo — , y hazlo todo según el modelo que te ha sido mostrado en el monte”.
6
Pero nuestro Pontífice ha obtenido un ministerio tanto mejor cuanto El es mediador de una más excelente alianza, concertada sobre mejores promesas.
7
Pues si aquella primera estuviera exenta de defecto, no habría lugar a una segunda.
8
Sin embargo, vituperándolos, dice: “He aquí que vendrán días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá un pacto nuevo,
9
no conforme al pacto hecho con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, puesto que ellos no permanecieron fieles en su alianza y yo me mostré negligente con ellos, dice el Señor.
10
Este será el pacto que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Imprimiré mis leyes en su mente, y en sus corazones las escribiré. Y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
11
Y nadie enseñará a su conciudadano ni a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor,
12
porque me mostraré indulgente con sus iniquidades, y de sus pecados jamás me acordaré”.
13
Al decir “un pacto nuevo”, declara envejecido el primero. Ahora bien, lo que envejece y se hace anticuado está a punto de desaparecer.
LA EXPIACIÓN DE CRISTO, MÁS EFICAZ QUE LA EXPIACIÓN DEL SACERDOCIO LEVÍTICO
Capítulo 9
El santuario de la antigua alianza
 
1
Y el primer pacto tenía su ceremonial y su santuario terrestre.
2
Fue construido un tabernáculo, y en él una primera estancia, en que estaban el candelabro, y la mesa, y los panes de la proposición. Esta estancia se llamaba el Santo.
3
Después del segundo velo, otra estancia del tabernáculo, que se llamaba el Santo de los Santos,
4
en el que estaba el altar de oro de los perfumes y el arca de la alianza, cubierta toda ella de oro, y en ella un vaso de oro que contenía el maná, la vara de Arón, que había reverdecido, y las tablas de la alianza.
5
Encima del arca estaban los querubines de la gloria, que cubrían el propiciatorio. De todo lo cual nada hay que decir en particular.
6
Dispuestas así las cosas, en la primera estancia del tabernáculo entraban cada día los sacerdotes, desempeñando sus ministerios;
7
pero en la segunda, una sola vez en el año entraba el pontífice solo, no sin haber ofrecido la sangre en expiación de sus ignorancias y las del pueblo.
8
Quería mostrar con esto el Espíritu Santo que aún no estaba expedito el camino del santuario mientras el primer tabernáculo subsistiese.
9
Era esto figura que miraba a los tiempos presentes, pues en aquel se ofrecían oblaciones y sacrificios, que no eran eficaces para hacer perfecto en la conciencia al que ministraba,
10
pues eran sólo sobre alimentos, bebidas y diferentes lavatorios y preceptos de una justicia carnal establecidos hasta el tiempo de la rectificación.
 
 
La purificación de los pecados por Cristo
 
11
Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta creación;
12
ni por la sangre de los machos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna.
13
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne,
14
¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo!
15
Por esto es el mediador de una nueva alianza, a fin de que, por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la herencia eterna.
 
 
Necesidad de la muerte de Cristo
 
16
Porque donde hay testamento es preciso que intervenga la muerte del testador.
17
El testamento es valedero por la muerte, pues nunca el testamento es firme mientras vive el testador.
18
Y ni el primero fue otorgado sin sangre;
19
porque, habiendo leído al pueblo todos los preceptos de la Ley de Moisés, tomando éste la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua y lana teñida de grana e hisopo, asperjó el libro y a todo el pueblo,
20
diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que Dios ha contraído con vosotros”.
21
Y el mismo tabernáculo y los vasos del culto los asperjó del mismo modo con sangre,
22
y, según la Ley, casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y no hay remisión sin efusión de sangre.
 
 
Necesidad del sacrificio de Cristo
 
23
Era, pues, necesario que las figuras del santuario celestial fuesen purificadas, pero el santuario mismo del cielo había de serlo con más excelentes sacrificios;
24
que no entró Cristo en un santuario hecho por mano de hombres, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro.
25
Ni para ofrecerse muchas veces, a la manera que el pontífice entra cada año en el santuario en sangre ajena;
26
de otra manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del mundo. Pero ahora una sola vez, al cumplirse los siglos, se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo.
27
Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio,
28
así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para tomar sobre sí los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud.
Capítulo 10
Impotencia de la Ley para santificar
 
1
Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar se ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen.
2
De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores una vez ya purificados.
3
Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados,
4
por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados.
5
Por lo cual, entrando en este mundo, dice: “No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo.
6
Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste.
7
Entonces dije: He aquí que vengo — en el volumen del libro está escrito de mí — para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”.
8
Habiendo dicho arriba: “Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas”, siendo todos ofrecidos según la Ley,
9
dijo entonces: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. Abroga lo primero para establecer lo segundo.
10
En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez.
 
 
Los antiguos sacrificadores y Cristo
 
11
Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
12
éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios,
13
esperando lo que resta “hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies”.
14
De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados.
15
Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho:
16
“Esta es la alianza que contraeré con vosotros, dice el Señor: después de aquellos días depositaré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré,
17
y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más”.
18

Pues donde hay remisión ya no hay oblación por el pecado.

 
Exhortación y resumen
 
19
Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, firme confianza de entrar en el santuario
20
que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su carne;
21
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
22
acerquémonos con sincero corazón, con fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura.
23
Retengamos firmes la confesión de la esperanza, pues es fiel el que la ha prometido.
24
Miremos los unos por los otros para excitarnos a la caridad y a las buenas obras;
25
no abandonando vuestra asamblea, como es costumbre de algunos, sino exhortándoos, y tanto más cuanto que vemos que se acerca el día.
26
Porque si voluntariamente pecamos después de recibir el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados,
27
sino una terrible expectación del juicio y ardiente fuego que va a devorar a los adversarios.
28
Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos,
29
¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por profana la sangre de la alianza en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?
30
Porque conocemos al que dijo: “Mía es la venganza; yo retribuiré.” Y luego: “El Señor juzgará a su pueblo.”
31
Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo.
 
Exhortación a la perseverancia en sufrir por el Evangelio
 
32
Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos;
33
de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra os habéis hecho partícipes de los que así están.
34
Pues habéis tenido compasión de los presos, y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conociendo que teníais una hacienda mejor y perdurable.
35
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa.
36
Porque tenéis necesidad de paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa.
37
“Porque aun un poco de tiempo, y el que ha de venir llegará sin tardar.
38
Mi justo vivirá de la fe, pero no se complacerá ya mi alma en el que cobarde se oculta.”
39

Pero nosotros no somos tímidos para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma.

Capítulo 11
La fe y su valor en la historia de los patriarcas
 
1
Ahora bien, es la fe la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven,
2
pues por ella adquirieron gran nombre los antiguos.
3
Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible.
4
Por la fe, Abel ofreció a Dios sacrificios más excelentes que Caín y por ellos fue declarado justo, dando Dios testimonio a sus ofrendas; y por ella habla aun después de muerto.
5
Por la fe fue trasladado Henoc sin pasar por la muerte, y no fue hallado, porque Dios le trasladó. Pero antes de ser trasladado recibió el testimonio de haber agradado a Dios,
6
cosa que sin la fe es imposible. Que es preciso que quien se acerque a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan.
7
Por la fe, Noé, avisado por divina revelación de lo que aún no se veía, movido de temor, fabricó el arca para salvación de su casa; y por aquella misma fe condenó al mundo, haciéndose heredero de la justicia según la fe.
8
Por la fe, Abraham, al ser llamado, obedeció y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero sin saber adónde iba.
9
Por la fe moró en la tierra de sus promesas como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa.
10
Porque esperaba él ciudad asentada sobre firmes cimientos, cuyo arquitecto y constructor sería Dios.
11
Por la fe, la misma Sara recibió el vigor, principio de una descendencia, y esto fuera ya de la edad propicia, por cuanto creyó que era fiel el que se lo había prometido.
12
Y por eso de uno, y éste ya sin vigor para engendrar, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como las arenas incontables que hay en las riberas del mar.
13
En la fe murieron todos sin recibir las promesas; pero viéndolas de lejos y saludándolas y confesándose peregrinos y huéspedes sobre la tierra,
14
pues los que tales cosas dicen dan bien a entender que buscan la patria.
15
Que si se acordaran de aquélla de donde habían salido, tiempo tuvieron para volverse a ella.
16
Pero deseaban otra mejor, esto es, la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse Dios suyo, porque les tenía preparada una ciudad.
17
Por la fe ofreció Abraham a Isaac cuando fue puesto a prueba, y ofreció a su unigénito, el que había recibido las promesas,
18
y de quien se había dicho: “Por Isaac será nombrada tu descendencia”,
19
pensando que hasta de entre los muertos podría Dios resucitarle; por donde le recuperó también para servir de símbolo en el instante de peligro.
20
Por la fe dio Isaac las bendiciones de los bienes futuros a Jacob y a Esaú.
21
Por la fe, Jacob, moribundo, bendijo a cada uno de los hijos de José, apoyándose en la extremidad de su báculo.
22
Por la fe, José, estando para acabar, se acordó de la salida de los hijos de Israel y dio órdenes acerca de sus huesos.
23
Por la fe, Moisés, recién nacido, fue ocultado durante tres meses por su padres, que, viendo al niño tan hermoso, no se dejaron amedrentar por el decreto del rey.
24
Por la fe, Moisés, llegado ya a la madurez, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón,
25
prefiriendo ser afligido con el pueblo de Dios a disfrutar de las ventajas pasaj eras del pecado,
26
teniendo por mayor riqueza que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque ponía los ojos en la recompensa.
27
Por la fe abandonó el Egipto sin miedo a las iras del rey, pues, como si viera al Invisible, perseveró firme en su propósito.
28
Por la fe celebró la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el exterminador no tocase a los primogénitos de Israel.
29
Por la fe atravesaron el mar Rojo, como por tierra seca; mas, probando a pasar los egipcios, fueron sumergidos.
30
Por la fe cayeron los muros de Jericó después de haber sido rodeados siete días.
31
Por la fe, Rahab, la meretriz, no pereció con los incrédulos, por haber acogido benévolamente a los espías.
32
¿Y qué más diré? Porque me faltaría el tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los profetas,
33
los cuales por la fe subyugaron reinos, ejercieron la justicia, alcanzaron promesas, obstruyeron la boca de los leones,
34
extinguieron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, convalecieron de la enfermedad, se hicieron fuertes en la guerra, desbarataron los campamentos de los extranjeros.
35
Las mujeres recibieron sus muertos resucitados; otros fueron sometidos a tormento, rehusando la liberación por alcanzar una resurrección mejor;
36
otros soportaron irrisiones y azotes, aún más, cadenas y cárceles;
37
fueron apedreados, tentados, aserrados, murieron al filo de la espada, anduvieron errantes, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, necesitados, atribulados, maltratados;
38
aquellos de quienes no era digno el mundo, perdidos por los desiertos y por los montes, por las cavernas y por las grietas de la tierra.
39
Y todos éstos, con ser recomendables por su fe, no alcanzaron la promesa,
40
porque Dios tenía previsto algo mejor sobre nosotros, para que sin nosotros no llegasen ellos a la perfección.
Capítulo 12
Exhortación
 
1
Teniendo, pues, nosotros tal nube de testigos que nos envuelve, arrojemos todo el peso del pecado que nos asedia, y por la paciencia corramos el combate que se nos ofrece,
2
puestos los ojos en el autor y perfeccionador de nuestra fe, Jesús; el cual, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios.
3
Traed, pues, a vuestra consideración al que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo, para que no decaigáis de ánimo rendidos por la fatiga.
 
 
La corrección divina
 
4
Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado,
5
y os habéis ya olvidado de la exhortación que a vosotros como a hijos se dirige: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no desmayes reprendido por El;
6
porque el Señor, a quien ama, le reprende, y azota a todo el que recibe por hijo”.
7
Aguantad con vistas a la corrección. Como con hijos se porta Dios con vosotros. ¿Pues qué hijo hay a quien su padre no corrija?
8
Pero, si no os alcanzase la corrección, de la cual todos han participado, argumento sería de que erais bastardos y no legítimos.
9
Por otra parte, hemos tenido a nuestros padres carnales, que nos corregían, y nosotros los respetábamos; ¿no hemos de someternos mucho más al Padre de los espíritus para alcanzar la vida?
10
En efecto, aquéllos, según bien les parecía, nos corregían para proporcionarnos una felicidad de pocos días; pero éste, mirando a nuestro provecho, nos corrige, para hacernos participantes de su santidad.
11
Ninguna corrección parece por el momento agradable, sino dolorosa; pero al fin ofrece frutos apacibles de justicia a los ejercitados por ella.
 
 
Hay que tener alientos
 
12
Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas debilitadas,
13
y enderezad vuestros pasos, para que lo que es cojo no se disloque, antes bien sea curado.
14
Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor;
15
mirando bien que ninguno sea privado de la gracia de Dios, que ninguna raíz amarga, al brotar, cause turbación, inficcionando a muchos,
16
no sea que aparezca un fornicario, como Esaú, que vendió su primogenitura por una comida.
17
Bien sabéis cómo, queriendo después heredar la bendición, fue desechado y no halló lugar de penitencia, aunque con lágrimas lo buscó.
 
 
Excelencia de la nueva alianza
 
18
Que no os habéis allegado al monte tangible, al fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad, a la tormenta,
19
al sonido de la trompeta y a la voz de las palabras, que quienes las oyeron rogaron que no se les hablase más;
20
porque no podían soportar esta orden: Si un animal toca el monte, será apedreado.
21
Y tan terrible era la aparición, que Moisés dijo: “Estoy aterrado y tembloroso”.
22
Pero vosotros os habéis allegado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial y a las miríadas de ángeles, a la asamblea,
23
a la congregación de los primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de todos, y a los espíritus de los justos perfectos,
24
y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel.
25
Mirad que no recuséis al que habla, porque si aquéllos, recusando al que en la tierra les hablaba, no escaparon al castigo, mucho menos nosotros si desechamos al que desde el cielo nos habla,
26
cuya voz entonces estremecía la tierra y ahora hace esta promesa: “Todavía una vez, yo conmoveré no sólo la tierra, sino también el cielo.”
27
Este “todavía una vez” muestra el cambio de las cosas movibles, por razón de haberse ya cumplido, a fin de que permaneciesen las no conmovibles.
28
Por lo cual, ya que recibimos el reino inconmovible, guardemos la gracia, por la cual serviremos agradablemente a Dios con temor y reverencia,
29
porque mostró Dios ser un fuego devorador.
Capítulo 13
Diversos preceptos morales
 
1
Permanezca entre vosotros la fraternidad;
2
no os olvidéis de la hospitalidad, pues por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles.
3
Acordaos de los presos como si vosotros estuvierais presos con ellos, y de los que sufren malos tratos, como si estuvierais en su cuerpo.
4
El matrimonio sea tenido por todos en honor; la unión conyugal sea sin mancha, porque Dios ha de juzgar a los fornicarios y a los adúlteros.
5
Sea vuestra vida exenta de avaricia, contentándoos con lo que tengáis, porque el mismo Dios ha dicho: “No te dejaré ni te desampararé”.
6
De manera que animosos podemos decir: “El Señor es mi ayuda, no temeré; ¿qué podrá hacerme el hombre?”.
7
Acordaos de vuestros jefes, que os predicaron la palabra de Dios, y, considerando el fin de la vida, imitad su fe.
8
Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
9
No os dejéis llevar de doctrinas varias y extrañas; porque es mejor fortalecer el corazón con la gracia que con viandas, de las que ningún provecho sacaron los que a ellas se apegaron.
10
Nosotros tenemos un altar, del que no tienen facultad de comer los que sirven el tabernáculo.
11
Los cuerpos de aquellos animales cuya sangre, ofrecida por los pecados, es introducida en el santuario por el pontífice, son quemados fuera del campamento.
12
Por lo cual también Jesús, a fin de santificar con su propia sangre al pueblo, padeció fuera de la puerta.
13
Salgamos, pues, a El fuera del campamento, cargados con su oprobio,
14
que no tenemos aquí ciudad permanente, antes buscamos la futura.
15
Por El ofrezcamos de continuo a Dios sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre.
16
De la beneficencia y de la mutua asistencia no os olvidéis, que en tales sacrificios se complace Dios.
17
Obedeced a vuestros pastores y estadles sujetos, que ellos velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y sin gemidos, que esto sería para vosotros sin utilidad.
18
Orad por nosotros. Confiados en que tenemos buena conciencia y que queremos vivir bien en todo.
19
Sobre todo os ruego que hagáis oración para que yo os sea pronto restituido.
20
El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús,
21
os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
 
 
Conclusión
 
22
Os ruego, hermanos, que deis acogida a este discurso de exhortación, porque en verdad os he escrito brevemente.
23
Sabe que ha sido puesto en libertad nuestro hermano Timoteo, en cuya compañía, si viniere pronto, os he de ver.
24
Saludad a todos vuestros jefes y a todos los santos. Os saludan los de Italia.
25

La gracia sea con todos vosotros. Amén.

C.R.Y&S