LA BIBLIA DEL SIGLO XXI - LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO

 CRISTO RAÚL DE YAVÉ Y SIÓN

EPÍLOGO UNIVERSAL

 

 

LA BATALLA FINAL

 

Todos los hijos de Dios, “no de esta Creación”, en efecto, vieron la Gloria del Rey de reyes y Señor de señores del Paraíso de Dios, Gloria de Dios Hijo Unigénito, “Increado, no creado, de la misma Naturaleza que el Padre”, conforme al Dogma revelado al mundo por Dios Padre a través de, en y por la Iglesia Católica de Roma.

Así que, despejada la Duda sobre la veracidad Divina del Rey de reyes y Señor de señores del Imperio del Cielo, argumento con el que la Muerte, en y por la boca de Satán, uno de ésos hijos “no de esta creación”, incendió el Paraíso, llamó Dios a todos sus hijos a doblar sus rodillas ante su Ley.

La Confianza de Dios Padre puesta en que la Obediencia que viene del Amor, sería reforzada por la que procede del Temor, dejó el Proceso de Formación del Hombre en las manos de sus hijos, “los dioses de muy antiguo”, entre quienes se contaba, en cuanto hijo de Dios, el mismo Satán que “ya acorneara” la Paz en el Cielo durante los Días de la Creación, antes de la creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra.

Y sin embargo la Batalla Final entre Dios y la Muerte seguía en el aire.

Aun cuando la Muerte se escondiese a la espera de una mejor ocasión para asestar su golpe fatal, y el Género Humano alcanzase la Inmortalidad, más tarde o más temprano la Muerte volvería a extender su Fuerza sobre la Creación para conducirla a su Destrucción.

Que los hijos de Dios, consciente de la Naturaleza de la Ley, elevada a la Naturaleza del Verbo, cayesen en la Tentación y amparándose en el Amor de Dios por sus hijos invocasen al Padre en Dios en contra del Juez en Dios, esto estaba por verse.

El hecho es que todos los hijos de Dios tenían que decir su última palabra sobre el Modelo de Creación que la Muerte y Dios, cada uno, habían puesto sobre la mesa del Infinito y la Eternidad: Verdad, Justicia y Paz, o Mentira, Corrupción y Guerra.

Dios, confiando en el Temor a su Verbo, dejó el Futuro del Género Humano en las manos de sus hijos, los dioses de muy antiguo. Pues desde el origen de los tiempos de la vida en la Tierra los hijos de Dios habían estado bajando del Cielo a la Tierra y regresando de la Tierra al Cielo con toda la libertad del mundo.

La Hora de dejar en el Pasado las Guerras del Cielo, había llegado. Dando a conocer su Ley, “y la Ley es el Verbo, y el Verbo es Dios”, Dios dejó a sus hijos en Libertad para que en la plenitud de sus facultades mentales e intelectuales se adhirieran a la Ley o se alzasen contra ella.

Y pasó lo que Dios jamás quiso que pasara, y la Sabiduría Increadora sabía que habría de pasar, pero que no estando los ojos de su Señor abiertos a la visión de su Enemigo, la Muerte, Ella no podría impedir que sucediese.

Aquéllos hijos de Dios que antes se conjuraran para abrirle al Infierno las puertas del Paraíso del Cielo, se conjuraron de nuevo para, usando al Hombre como Hacha de guerra, declararle la Guerra al Modelo de Creación que la Ley buscaba edificar por la Eternidad.

El Hombre, habiendo sido formado a la Imagen de Dios, teniendo su propia Palabra por Ley, “a imagen y semejanza de Dios”, ignorante de la Ciencia del Bien y del Mal, que conocía como se conoce una Historia por otros vivida, pero de cuyo Fruto, la Guerra, jamás había comido, sin conocimiento de causa comió del Fruto Prohibido: la Guerra Santa.

Históricamente hablando tenemos el efecto final de la formación de las familias del género humano a imagen y semejanza de los hijos de Dios en la creación del primer reino que conoció el mundo, el reino del primer Hombre, el Adán bíblico, aquel Alulim sumerio “sobre cuya cabeza descendió la corona que bajó del Cielo”.

Así pues, una vez consumada la Revolución Neolítica forjadora de las primeras ciudades mesopotámicas, la aproximación de los pueblos de la Tierra al reino de Dios un proyecto a asumir con el paso de los siglos bajo el imperio de la Ley, la Perversión de aquéllos hijos de Dios que en pleno uso de sus facultades intelectuales se decidieron por obligar a Dios a legitimar la Guerra como Privilegio de los reyes de su Imperio : los condujo a engañar al Primer Hombre usando su amor a la Palabra como lanza con la que atravesar el costado de Dios.

No conociendo la Mentira, el Hombre no podía ver en la Palabra de Satán, “la serpiente antigua”, sino Palabra de Dios. Y en consecuencia el primer Hombre se alzó en Guerra Santa contra todas las familias de la Tierra a fin de conducirlas a todas al reino de Dios.

La Astucia de la Serpiente no podía ser más odiosa en razón de la Ignorancia del Hombre sobre la Maldad y la Causa que arrastraba a “la serpiente antigua” a usarle como Hacha de Guerra.

No el Hombre, la Ley era el Enemigo de la Serpiente que Satanás llevaba dentro.

Pero si su triunfo le supo a mieles, su Transgresión dejaba ver su Locura: ¿Una simple criatura se atrevía a retar a Dios Increado, Creador del Campo de las galaxias y de los dioses del Cielo, a una Guerra Total? ¿No había podido derrotar el Dragón satánico a los dioses, criaturas como son, y se atrevía a declararle la Guerra al mismísimo Dios, Creador de los dioses? ¿¡Qué locura era ésa!?

La Batalla Final se acababa de declarar. La inmensidad de la locura de sus hijos rebeldes, la Sabiduría lo sabía, no podía sino abrirle los ojos a su Señor. Mientras la Muerte no fuera desconectada de la Vida, la Creación estaría siempre en Guerra. Fuerza ciega, la Muerte, desde el principio sin principio de la Eternidad actuando en complementariedad con la Vida, seguiría lloviendo Infierno sobre el Paraíso.

Lo había hecho ya por dos veces, lo volvía a hacer por tercera vez, y seguiría haciéndolo hasta encontrar en la Creación su lugar.

Únicamente Dios podía llevarla la Desconexión entre la Vida y la Muerte. De aquí que la Sabiduría, conociendo a su Señor, viese venir la Batalla Final.

Declarada la Guerra, la Caída del Hombre un hecho consumado, la locura de sus hijos rebeldes delante de sus ojos, Dios abrió los ojos a su verdadero Enemigo, el Enemigo de su Creación, y actuó en consecuencia.

Si por Amor a su hijo Adán, arrastrado en su Ignorancia a la Transgresión, Dios perdonaba su Delito: la Elevación de la Ley a la Naturaleza Divina se vendría abajo, y su Reino quedaría expuesto a las pasiones de sus hijos. El Hombre había comido y su reino, alzado en Guerra Santa, tenía que sufrir la Pena debida al Delito.

Mas existiendo Ignorancia por la parte del Hombre sobre la verdadera Causa de la Manipulación de la que fuera objeto, y considerando que de haber conocido la Maldad de “la serpiente” el Hombre jamás hubiera Transgredido: en su Justicia no podía Dios dejar de sujetar su Pena a Redención.

Pero aunque sujeta la Pena a Redención, dicha Pena había de cumplir su tiempo.

La Tragedia del Género Humano estaba servida.

Ahora bien, pues que la Historia de la Redención está escrita, debemos atenernos al efecto de la Visión de Dios de su Enemigo, la Muerte, y como esta Visión venía a afectarle a su Creación entera.

 

LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

 

El Odio de Dios hacia la Ciencia del bien y del mal está enraizado en una experiencia eterna. Si bien su Casa ha conocido su Fruto: la Guerra, el hecho es que su Casa no había conocido los efectos de la Ciencia del bien y del mal hasta vivir ése odio, que Él había conocido en su Juventud, un odio enraizado en una repugnancia visceral ilimitada contra la Mentira, la Corrupción, el Poder por el poder…

Su Creación entera tenía que vivir ese Odio, vivir esa repugnancia, entrar en su Ser y sentir el Infierno que Él viviera y que, no deseando para nadie, ni volver a vivir Él, debía conocer su Creación.

Y si su Creación, cuanto más su Hijo Unigénito.

Pues el as que “la serpiente satánica” guardaba en la manga era tentar al mismísimo Unigénito y Primogénito de Dios con el Fruto de la Ciencia del bien y de mal, y, ganándoselo para su Causa, suscitando en Él la pasión por la Guerra, por Amor al Hijo obligar al Padre a bendecir la conversión de su Imperio en una Corte de dioses más allá del bien y del mal.

¿Si el Hijo de Dios se unía a los “dioses rebeldes”, qué haría entonces su Padre?

La diana de la Muerte era, en definitiva, el Hijo.

Pero si Dios había abierto sus ojos a su Enemigo, su Hijo tendría que abrirlos igualmente.

La Caída un Acontecimiento irreversible en razón de la Divinidad del Verbo, siendo la Redención el efecto natural de la Ignorancia del Hombre, la propia Necesidad de abrir su Mente a toda su Casa, conduciría al Hijo de Dios a ver a su Enemigo, y, siendo “Dios Verdadero de Dios Verdadero”, no albergando su Padre duda sobre la última Palabra de su Hijo sobre y contra la Muerte, de la redención de la Casa de Adán la Historia del Género Humano pasaría a la Historia de la Salvación de la Plenitud de las naciones de la Tierra.

Porque, en efecto, del Acontecimiento del Niño en el Templo vemos cómo al entrar en nuestra Historia, vestido de la sangre y la carne de Adán, su padre en José y María, el Hijo de Dios bajó del Cielo movido por el Celo del Verbo, y en su condición de Rey de reyes y Señor de señores vino a conquistar la Tierra con las armas de David, y arrojando de su reino al enemigo de su Corona, Satán y sus ángeles rebeldes, extender la Ciudadanía del Cielo a todos los pueblos del género humano. En este espíritu entró en el Templo de Jerusalén, porque en este espíritu bajó del Cielo.

Los Hechos sucedieron de esta manera.

El Acontecimiento de la Caída del Hombre implicó a Dios, dando Él por hecha su Victoria sobre la Muerte, en la toma de nuevas medidas revolucionarias sobre las que refundar su Reino. La primera de todas era la Necesidad de que su Hijo viese al Enemigo de su Corona, y la segunda que el Hijo descubriese al Dios de la Increación en el Padre. Pues el Futuro de la Creación dependía exclusivamente de la Respuesta del Hijo al Conocimiento del Espíritu Santo del Dios de la Increación.

Así pues, ateniéndonos al Libro de la Revelación, con el que Dios cerró su Libro, y cuya Puerta selló a fin de que nadie, sino el Heredero de Cristo abriese, el Padre tomó al Hijo y le santificó con su Palabra, que el Hijo, una vez hecho hombre, nos daría a conocer a todos en el Evangelio.

Inmediatamente nos lo envió a nosotros, y encarnándose en el seno de la Virgen, cuyo nombre todos conocemos, María de Nazaret, nos lo dio a todas las familias de la Tierra como el Campeón que, naciendo de la hija de Eva, habría de alzarse para aplastarle la cabeza a la Serpiente y redimir el Pecado de todos los hombres.

Esto hecho, la Encarnación, por obra y gracias del Espíritu Santo acontecida, pues “el Hijo es Dios, y Dios es el Espíritu Santo”, el Padre Eterno se sentó en su Trono, y llamando a todos sus hijos “no de esta creación” decretó que todos los príncipes de su Imperio depositasen sus coronas a sus pies.

Pero Satán y sus aliados en el Eje de la Serpiente se negaron.

No siendo hallado sitio para Satán en el Cielo, Dios ordenó su Expulsión y lo arrojó a la Tierra, donde, conociendo que el Día de Yavé, Día de Venganza, había nacido, Satán se dio a perseguir a la Virgen que había de concebir al Redentor, “Príncipe de la Paz, Consejero Maravilloso, Padre Sempiterno, Dios con nosotros”.

Ya conocemos lo que sucedió.

José de Belén, en quien Dios había dejado la Guarda y Custodia de su Hijo, tomó a la Madre y al Niño y cruzando las aguas escondió al Niño y a la Madre en el Barrio Judío de Alejandría del Nilo.

Ya sabemos lo que pasó al Regreso de la Sagrada Familia a Israel. Y porqué el Niño desobedeciendo “a sus padres” se internó en el Templo para darse a conocer como el Mesías.

Aquel Episodio cambió al Hijo de Dios para siempre. Jesús descubrió a Cristo, y en Cristo descubrió Jesús al Dios de la Increación.

Lo que Cristo Jesús vio es lo que Cristo Raúl ha escrito en la Historia Divina.

 

FUNDACIÓN DEL REINO UNIVERSAL DE DIOS

 

El Hijo vio a su Enemigo, la Muerte. Y conoció las medidas revolucionarias que el Padre había adoptado para refundar su Creación sobre la Roca Incorruptible, Indestructible, del Espíritu Santo, que está en el Padre y en el Hijo.

Dios abolía el Imperio y fundaba un Reino Universal cuya Corona sempiterna le era dada a Él, Jesucristo, Dios Hijo Unigénito y Primogénito.

Al igual que sus hermanos “no de esta creación” habían puesto sus coronas a los pies de Dios, mismamente le tocaba al Rey de reyes y Señor de señores hacer lo mismo, y  como Ciudadano del Reino de Dios doblar las rodillas ante la Sabiduría del Dios Señor del Infinito y la Eternidad.

Y el Hijo así lo hizo.

El Hijo entró en nuestro mundo como Rey de reyes y Señor de señores del Imperio del Cielo, murió como un Ciudadano más del Reino de su Padre, y subió al Cielo para sentarse en el trono del Rey Universal en cuyas manos ponía Dios su creación entera. De aquí Dios dijera: “Lo glorifiqué y lo volveré a glorificar”.

En efecto, Cabeza de todos los Pueblos, todos los Ciudadanos del reino de Dios le deben Obediencia única y exclusivamente al Rey, Jesucristo; cualquier decreto que atente contra esta Obediencia a la Ley del Rey – ley de Paz y Vida –  es Traición a la Corona de Dios, su Castigo es la Expulsión del transgresor de los límites de la Creación.

Con la Corona Universal Sempiterna heredó el Hijo todos los Atributos naturales a quien se sienta en el Trono de Dios: Todopoder y Sabiduría para alzarse como Juez Universal ante cuyo Cetro responden todas los Pueblos de la Creación, los que existen como los que existirán, incluyendo en esta Gloria el Poder de Absolución Universal del Género Humano en el origen de la Esperanza de Salvación Universal.

Pero si esta primera medida revolucionaria, ¡abolición del Imperio y su Transfiguración en Reino Universal Sempiterno!, condujo a Cristo Jesús a la Cruz, haciendo de la ley humana un espejo en la que se refleja su Obediencia a la Ley del Cielo, con su Resurrección Dios llevó a su Reino un Cuerpo Sacerdotal cuya Religión es la del Espíritu Santo hecho Hombre: Cristo. 

En Cristo el Espíritu Santo, que está en el Padre y en el Hijo, adquirió un Cuerpo Visible, a fin de que habiendo sido criado en los fuegos de la Ciencia del Bien y del Mal el Paraíso de Dios se halle inmunizado para siempre contra la Mentira y el Pecado.

Rey Universal; y Juez Todopoderoso; y Sumo Pontífice Universal, que viviendo en Dios, pues en Él está Dios, se acerca al Padre vestido del Espíritu Santo para santificar a todas las iglesias al hacerlas a todas su Cuerpo.

Pues en efecto, en el Señor Jesús todas las iglesias de todos los Pueblos de la Creación se unen en una Religión. Para que, así como los hijos de Dios han sido hecho participes de la Jurisdicción Universal sobre todo el Reino, – en lo referente a la Política y a la Defensa –, igualmente el Cuerpo de los Siervos del Señor Jesús adquieren Jurisdicción Universal en lo tocante a la Religión sobre todas las iglesias del Reino del Espíritu Santo, que está en el Padre y en el Hijo.

Medidas revolucionarias que implicaban, en efecto, la continuación de la tragedia del género humano; pero que dada la necesidad de Dios, una vez sus ojos abiertos a la Muerte, de Refundar su Creación: hacían inevitable. Era necesario, en verdad, que toda la Creación viese con sus ojos el fin hacia el que conduce la Ciencia del bien y del mal a todo mundo fundado sobre su ley: ley de guerra entre las naciones y odio entre los hermanos.

Pero no sólo los hijos de Cielo, también los hijos de Dios de la Tierra debíamos ver cara a cara a la Muerte, de manera que acogiéndonos a la Ley del Rey determinase Dios, por la Fe, la No-necesidad de la Consumación del Pecado.

 

PRIMER MILENIO DE LA ERA DE CRISTO

 

A fin de que la Muerte fuese vista por los hijos de Dios del Cielo, ordenó Dios, tras la Elevación de su Hijo al Trono del Rey Universal, que el Diablo, Satanás, la serpiente antigua, fuese encadenada y alejada de la Tierra durante el Primer Milenio de la Era de Cristo; y a fin de acelerar la Consumación del Pecado ordenó Dios que al principio del Segundo Milenio de nuestra Era el Diablo fuese liberado de su prisión y dejado en libertad en la Tierra.

Tenía también Dios necesidad de que sus hijos, tanto del Cielo como de la Tierra, viésemos con nuestros ojos que la disposición de Satanás contra el Espíritu Santo es eterna. Pues Misericordioso es Dios, en cuanto Padre Creador, para abrazar a quienes habiéndose perdido suplican el perdón por sus actos insensatos y malignos.

Apenas liberado de su prisión en al año Mil, el Diablo se entregó a la Destrucción de su Enemigo.

Romper la Unidad de las iglesias era de necesidad maligna para dividiendo a las naciones conducirlas a las guerras mundiales que habrían de abrirle la puerta a la destrucción de la Humanidad. Ya lo había profetizado Dios, el Maligno sembraría la Cizaña de la División de las iglesias.

Expulsado primero del Cielo y después de la Tierra durante Mil años, esta Siembra Maligna comenzaría tras el año Mil.

 

EL CISMA DE ORIENTE

 

El Odio encubado durante los Mil años de prisión encontró en un hombre perverso, Miguel Cerulario, su instrumento más fiel.

La Muerte había labrado el terreno en el que su Príncipe Maligno habría de sembrar su Cizaña maldita. Por un lado tenemos en el siglo X, la Pornocracia Vaticana, y del otro el error anticristiano en el que la Iglesia Ortodoxa había caído negando la existencia de Espíritu Santo en el Hijo. Negación que implica la Negación de la Divinidad del Hijo, negación que el propio Satán sostuviera antes de la Creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra, y desencadenase las guerras del Cielo. Pues siendo el Espíritu Santo:  Dios, y el Hijo es Dios, negar que el Espíritu Santo se derrama en las iglesias en razón de quien es su Cabeza, el señor Jesús, esta Negación es una Rebelión abierta contra la Divinidad del Padre y del Hijo. Negación que determinara la Destrucción de la Iglesia Ortodoxa Bizantina, destrucción que alcanzó a su sucesora, la Iglesia Ortodoxa Rusa, y destrucción hacia a que se acerca la iglesia Ortodoxa Griega de mantenerse en la División. Negación en la que de persistir, Dios se alzará contra las iglesias ortodoxas de origen bizantino para desgajándolas del árbol de las iglesias echarlas al fuego preparado para el Diablo y sus ángeles rebeldes.

Sin embargo la destrucción de Bizancio ya estaba en el aire desde el día en que desobedeciendo el decreto de Dios, que ordenaba a todas las iglesias separarse del Imperio Romano, la iglesia ortodoxa bizantina se dio al Emperador de Constantinopla como sierva y garante de su imperio. Por amor a ella pretendió la iglesia bizantina obligar a Dios a anular su Decreto contra el Imperio Romano de Oriente.

En efecto, esta trampa fue la trampa en la que quiso el Diablo atrapar a Dios al arrastrar a Adán a su Caída. Trampa en la que no cayó Dios, y perseverando en la cual la iglesia ortodoxa bizantina condujo al pueblo griego medieval a su ruina.

 

LA LUCHA DE LAS INVESTIDURAS

 

Moviéndose hacia el Occidente, buscando siempre dirigir los siglos hacia la confrontación universal absoluta entre cuyos fuegos apocalípticos debía desaparecer toda vida sobre la Tierra, el Diablo encontró en el pueblo alemán un siervo fervorosísimo.

Pueblo bárbaro desde su cuna; enemigo de la civilización desde sus comienzos, el pueblo alemán cometió el terrible pecado de querer hacer de la Iglesia Católica, la Esposa del Señor Jesús, la prostituta imperial de su Emperador, escribiendo su fracaso el Acontecimiento llamado la Lucha de las Investiduras.

 

 

LA REFORMA

 

Apenas vencido por Gregorio VII, pueblo homicida desde su adolescencia, se alzó Alemania contra Italia para llevar el fuego del Infierno a las misma puertas de la Casa de Cristo en la Tierra. Fuego infernal que cultivó el Diablo entre los muros de los palacios de unos príncipes que no pudiendo tolerar más religión ni ley que la del hierro y el fuego  de la guerra, se entregó a Satanás en cuerpo y alma, y engendrando ese aborto del Diablo llamado Martín Lutero, pues que Alemania no pudo hacer de la Esposa de Cristo su prostituta imperial, se alzó contra el Espíritu Santo para destruir su Obra y conducir a todas las naciones cristianas europeas a su primera guerra mundial, la llamada Guerra de los Treinta Años.

Pero si Alemania se entregó al Infierno, no menos lo hizo Suiza engendrando ese siervo del Diablo llamado Calvino, quien, vistiéndose de sabiduría, acusó a Dios Padre de haber determinado la Caída y haber elegido a un hijo suyo, Satanás, para escondiéndose detrás de sus vestiduras ocultar su Mano Todopoderosa y Eterna.

Siguiendo con su obra de destrucción de la Obra de Cristo, el Diablo engendró a su Anticristo, el tal Enrique VIII de Inglaterra, quien, alzándose como cabeza de la iglesia, se erigió en Dios de las Islas británicas.

La burla sonó con ecos infernales cuando el monstruo británico mostró sus dos cabezas, una de varón y otra de hembra.

Decapitando a la iglesia inglesa, cuya cabeza era Cristo Jesús, Cabeza de todas las iglesias, y siendo Dios por su Divinidad y en su Divinidad adquieren todas la Santidad debida a Dios, el Diablo le entregó a su monstruosa criatura el imperio, con el que la división entre las naciones cristianas se hizo absoluta.

 

NACIMIENTO DEL IMPERIO ESPAÑOL

 

La Muerte, que en su día patrocinara la Caída, y al siguiente la persecución contra los Cristianos, de un sitio, y la Destrucción del Cristianismo mediante los Bárbaros, del otro, tal cual labrara el terreno a fin de que a su salida de su Prisión su Príncipe encontrase tierra fértil donde su Cizaña diese fruto, movió todas sus fuerzas en la Tierra para aprovechando la división de las iglesias asaltar la Europa Cristiana, Baluarte del Reino de Dios en el mundo. Ya estaban los ejércitos de la Muerte para invadir la Cristiandad, cuando estando a las puertas de Viena, suscitó Dios su espíritu de Victoria en el pueblo más fiel que jamás tuvo la Iglesia, el Español.

Cual se avanza un peón inofensivo con el que nadie cuenta, pero que está llamado a llegar a la meta de su coronación tras la caída de su reina, vistió Dios al Español de su Fuerza, y nacido para vencer a la Muerte una vez tras otra, puso el Señor Dios a su servicio todas las riquezas de las Américas, con las que se enfrentó a los ejércitos de la Muerte a costa de perder sus mejores hombres y unas riquezas que de haber dejado en su Tesoro hubiera hecho de España la nación más poderosa de la Tierra por muchos siglos.

Vencida la Muerte en aquella contienda, los siervos del Diablo se lanzaron contra la nación elegida por el Señor Dios de Abraham, para devorarse en la guerra mundial europea de los Treinta Años. Tales fueron las gracias que recibiera el pueblo español de aquéllos pueblos a los que salvara de la ruina y de la desolación que de haberle dado España las espaldas a Europa los ejércitos de la Muerte hubieran sembrado en las tierras de Alemania, Austria y Francia.

 

GOG Y MAGOG

 

Disuelta la Unidad entre las naciones cristianas, el odio de las unas hacia las otras cultivado con el poder heredado por Satán de la Muerte, el camino hacia las guerras mundiales, hacia la Batalla entre Gog y Magog, quedaba despejado. Disuelto el Imperio Español, la pérdida de la Autoridad Doctrinal de la Iglesia Católica abandonada a su suerte, el Diablo volvió sus ojos hacia los dos pueblos en los que su Cizaña había encontrado tierra fértil, el pueblo Ruso y el pueblo Alemán. Incapacitados para ver el error en que cayeron al alzarse contra la Esposa de Cristo y enfrentados por la hegemonía mundial, Gog y Magog hicieron del siglo XX su campo de batalla.

 

EL SIGLO XXI, EL DIA DE LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

 

Y sin embargo, Dios había dispuesto el tiempo de la Liberación del Diablo en la Tierra por Mil años. Pasados los cuales, siguiendo la pauta de Abraham y Sara, el Rey engendraría Descendencia de su Esposa, y con esta Descendencia nacería el Día por el Espíritu Santo anunciado: El día de la gloria de la Libertad de los hijos de Dios: ¡Día de Revolución Mundial! Pues habiendo decretado Dios la Expulsión del Diablo de la Tierra, diciendo:

“Que no sea hallado lugar para Satanás en la Tierra”,

el decreto de Abolición de todas las Coronas que implicó al Cielo, había de ser oído.

Y en efecto, nacido el Nuevo Día, así dice Dios:

“Pongan todos los reyes de la Tierra sus coronas a los pies del Trono del Rey del Cielo; la nación que desobedezca será destruida como vasija golpeada por Vara de hierro”.

Y en mi salud yo, hijo de Dios, digo:

“Que el mundo despierte a la Verdad”.

 

 En el Nombre de Jesucristo, Dios Hijo Unigénito, Rey Universal Sempiterno, Señor y Cabeza Sacerdotal de todas las iglesias de los pueblos que son y serán. Que su Ley gobierne la Tierra como lo hace en el Cielo.

 

 

FIN DE LA BIBLIA DEL SIGLO XXI, HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO

Segunda Edición

10/11/2018

 

Editada por Raúl Palma Gallardo

"El Vencedor Ediciones"

10/11/2018