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CAPÍTULO
SEGUNDO
“YO SOY EL ALFA
Y LA OMEGA” HISTORIA DE JESUS DE NAZARET
PRIMERA PARTE
LA SAGA DE LOS RESTAURADORES
4
Partido
Saduceo versus Sindicato Fariseo
La exaltación
por la Independencia conquistada elevó la moral del pueblo. El grito
de victoria que la Guerra de los Macabeos engendró en el mundo judío
levantó en el pueblo la esperanza.
Lo que sucedió
a continuación no se lo esperaba nadie. La satisfacción de vivir
la Libertad endulzaba aún sus almas. Se puede decir que gozaban
de la ebriedad del dulce vino de la libertad cuando a la vuelta
de la esquina y emprender la recta el viejo fantasma del fratricidio
de Caín despertó de su letargo.
¿Vino de
improviso? ¿O tal vez no? ¿Cómo afirmarlo? ¿Cómo negarlo? ¿Lo vieron
venir, no lo vieron venir? ¿En qué estaban pensando cuando miraron
para atrás? ¿No aprendían nunca? Quienes propiciaron desde dentro
la solución final de Antíoco IV Epífanes ¿no volverían a romper
de nuevo la paz, sembrando en el día de la libertad la cizaña de
las pasiones violentas por el control de los Tesoros del Templo?
¿No fueron
los saduceos, el partido sacerdotal, quienes empujaron a Antíoco
IV Epífanes a decretar la solución final contra el judaísmo? La
Biblia dice que sí. Da nombres, detalles. Sumos sacerdotes que matan
a sus hermanos, padres que asesinan a sus hijos en el nombre del
Templo.
También
luego, cuando las hordas criminales del Cuarto de los Antíocos se dieron a la faena, los saduceos fueron los primeros en abandonar
la religión de sus padres. Eligieron la vida, desertaron del Dios
de sus padres, sacrificaron a los dioses griegos. Cobardes, se rindieron
a la Muerte, doblaron sus rodillas, se vendieron al mundo, y lo
que es peor, vendieron a los suyos.
Lógico pues
que al desencadenarse la Guerra de los Macabeos los fariseos, el
sindicato de los doctores de la Ley y directores de las sinagogas
nacionales y extranjeras, tomaran las riendas del Movimiento de
Liberación Nacional, rodearan al Macabeo de la gloria del general
que les había suscitado el Señor y se lanzasen a la victoria con
la confianza del que es proclamado vencedor desde el primer día
de su alzamiento.
¡Cosas de
la vida! Una vez escrita la Historia de los Macabeos empezó a escribirse
la historia de las envidias. Los viejos fantasmas de la lucha entre
el partido saduceo y el sindicato fariseo amenazaron otra vez tormenta.
El viento empezó a moverse. Así que la lluvia no tardaría en caer.
¿Pidió el clero aaronita perdón por los pecados cometidos
durante la dominación seleúcida?
El clero aaronita no pidió perdón público
por sus pecados. Los saduceos no doblaron la cabeza, no aceptaron
meas culpas. El Templo les pertenecía por derecho divino.
No
Dios, ellos eran los dueños de los Tesoros del Templo. Lo contrario,
que los fariseos tomaran el control del Templo ¿no significaría
una rebelión de los siervos contra sus señores?
Por supuesto
que sí. Desde el punto de vista del partido saduceo cualquier movimiento
del sindicato de los doctores de la Ley en la dirección contraria
sería tomado como una declaración de guerra civil.
¡Lo
que es el ser humano! Apenas acababa la Nación de romper sus cadenas
ya sus jefes empezaban a afilar uñas. ¿Cuánto tiempo tardaría el
ultimátum en venir?
La verdad, lo que se dice la verdad,
el ultimátum no tardó en dejar oír su proclama fratricida. “O se
les devolvía el poder -amenazaron los saduceos- o coronaban rey
en Jerusalén”.
Hubo tirones de pelos, quebraderos de
cabeza, túnicas rasgadas, cenizas pidiendo paso, amenazas pariendo
fantasmas, lanzas que se rompían solas, hachas de guerra que se
perdían y se dejaban encontrar como quien no quiere la cosa. ¡Saduceos
y fariseos estaban por matarse en nombre de Dios!
¿Quién
los detendría? ¿Quién les pararía los pies?
La amenaza
de guerra civil flotó en la atmósfera de Jerusalén lo que duró el
gobierno de Juan Hircano I. Dios les prohibió a los judíos darse
rey fuera de la Casa de David. Los saduceos no sólo pensaron en
un hijo de los Macabeos por rey sino que pasaron del pensamiento a los hechos consumados.
Los fariseos alucinaron. Cuando descubrieron la jugada
maestra de jaque a la Ley que los saduceos estaban pensando los
fariseos pusieron el grito en el cielo.
“¿Somos
acaso una Nación sin sesos?” se preguntaban sus sabios públicamente.
“¿Por qué volvemos a caer una vez y otra vez en la misma trampa?
¿Qué nos pasa? ¿Cuál es la naturaleza de nuestra condena por el
pecado de nuestro padre Adán? Cada vez que el Señor nos da la vida
se nos va la mano al fruto del árbol prohibido. Ahora quiere Caín
retar a Dios a impedirle que mate a su hermano Abel. ¿Y nosotros
vamos a permitir que los pastores arrojen el rebaño al barranco
de sus pasiones? Si reina un hijo de los Macabeos traicionamos a
Dios. Hermanos, se nos ha puesto más allá del dilema. Antes morir
luchando por la verdad que vivir de rodillas adorando al Príncipe
de las Tinieblas”.
Fueron muchas
las palabras que se cruzaron. Se veía a las claras de una noche
de luna llena que la guerra civil acabaría rompiendo la paz al alba.
Por mucho que Abel amase a su hermano Caín, la locura de Caín al
retar a Dios obligaba a Abel a defenderse.
Los tiempos
habían cambiado. El primer Abel cayó sin ejercer su derecho a la
autodefensa porque nació desnudo, vivió desnudo delante de sus padres
y de su hermano. Jamás le alzó la mano a nadie. La paz era su problema.
Todo Abel era paz. ¡Quien era todo paz cómo podía imaginarse la
existencia de un corazón oscuro alimentado de tinieblas justo en
el pecho de su propio hermano! La inocencia de Abel fue su tragedia.
Y su gloria a los ojos de Dios.
Caín no pensaba
con la cabeza, pensaba con los músculos. Creía el hombre que la
fuerza de la inteligencia y la de los músculos existen sujetas a
alguna misteriosa ley de correspondencia. El que tiene el brazo
más poderoso es el más fuerte. El más fuerte es el rey de la selva.
En consecuencia el destino de los débiles
es servir al más fuerte o perecer.
Como Caín, los saduceos
cayeron en la trampa de sus ambiciones personales. Así que la guerra
civil por el Poder tarde o temprano habría de estallar. Tal vez
más tarde que temprano. Era lo mismo. Tampoco nadie podía predecir
el cuándo, la fecha exacta. La cosa es que la guerra civil se estaba
cuajando en el ambiente. La atmósfera se estaba cargando. Era algo
que se olía en el aire. Un día, un día… Pero no adelantemos acontecimientos.
Estaba el pueblo celebrando todavía la victoria contra
el Imperio de los Seleúcidas cuando de pronto se corrió la voz del delito abominable
cometido por el hijo de Juan Hircano I. No contento con el sumo
sacerdocio, que la nación aceptó contra su propia conciencia pero calló pensando en las circunstancias, el hijo de Juan Hircano
I se ciñó la corona.
Con su coronación los Asmoneos le
sumaron a un delito malo, contra natura, otro aún peor. A la cabeza
de semejante violación de las leyes sagradas fueron hallados los
saduceos. El Partido Saduceo -recordemos sus orígenes- fue una creación
espontánea de la casta sacerdotal. Se creó para defender sus intereses
de clase. Los intereses de los clanes sacerdotales tenían que ver
con el control del Tesoro Templario. Con el paso del tiempo y una
caña los cambios en la cúpula del Templo fueron engendrando poderosos
clanes, cuyos familiares se fueron sumando por inercia al Sanedrín,
especie de Senado Romano al estilo de las tradiciones más salomónicas.
La lucha entre esos clanes por el control del Templo fue la máquina
que condujo a los judíos a la situación de solución final adoptada
por Antíoco IV, solución final que tanta sangre inocente vertiera
en el cáliz de la ambición maligna de los padres de estos mismos
saduceos que ahora coronaban contra la Ley de Dios al hijo de Hircano
I como rey de Jerusalén.
Creadores indirectos de la solución
final antijudía, los saduceos perdieron las riendas del Templo todos
los años que duraron las gestas de los Macabeos. Judas el Macabeo
los expulsó del Templo. Purgó a Martillo lo que la guadaña de la
Muerte respetó. ¡Lógico que a ojos de los saduceos los Macabeos
fuesen unos dictadores!
El Sindicato
Fariseo -entremos un poco en la oposición- procedía de las bases
encargadas de la recaudación del Diezmo. El Sindicato era el aparato
del que se servía el Partido para mantener corriendo desde todo
el mundo hacia las arcas del Templo aquél río de oro en el origen
de la lucha fratricida entre los distintos clanes sacerdotales.
Funcionarios al servicio del clero aaronita, los fariseos vivían
de la recaudación del Diezmo y de las ofrendas por los pecados cometidos
por los particulares.
Cuando los saduceos empezaron a
matarse entre ellos por el control de la Gallina de los Huevos de
Oro, los fariseos asumieron la dirección de los acontecimientos
y emplearon las ofrendas del pueblo para equipar a los jóvenes voluntarios
que desde todo el mundo vinieron corriendo a luchar a las órdenes
de los Macabeos. Así que al término de la Guerra de Independencia
las tornas se habían cambiado y era el Sindicato Fariseo el que
estaba al mando de la situación. El Partido Saduceo, como es de
comprender, no iba a sufrir este cambio por mucho tiempo.
La
contraofensiva del Partido Saduceo no fue ni elegante ni brillante,
pero sí efectiva. Todo lo que había que hacer era meterse en la
piel de la Serpiente y tentar a los Asmoneos con la fruta prohibida
de la corona de David.
Aquella batalla interna entre
el Partido y el Sindicato por el control del Templo levantó en el
mundo vanguardista hebreo un clamor espontáneo de indignación y
cólera. Fue entonces cuando los mismos recursos en su día puestos
al servicio de la Independencia saltaron a escena dispuestos a destronar
al usurpador.
Entre fariseos y saduceos estaban convirtiendo
la nación en una visión abominable a los ojos del Señor.
Urgía
hacer algo, urgía declararle la guerra
a los intereses privados del Partido y del Sindicato, restaurar
el status nacional acorde al modelo descrito en las Escrituras.
Urgía.
Urgían tantas
cosas.
Y no urgía
nada.
Según los
sabios más eminentes de las escuelas más elegantes de Alejandría
del Nilo, de Atenas y de Babilonia la Nueva, llamémosla Seleucia del Tigris, todos los judíos del mundo tenían la santa obligación
de tomar el reinado de los Asmoneos como un gobierno de transición
entre la Independencia y la Monarquía Davídica.
No señor,
a la fragilidad de la Independencia recién conquistada no le convenía
atrapar la gripe de la guerra civil. En aras del fortalecimiento
de la Libertad reconquistada todas las sinagogas tenían que mantenerse
unidas y apoyar al rey de Jerusalén. Según se fuera viendo cómo
progresaban los acontecimientos ya se tomarían las medidas necesarias
para avanzar en la dirección del traspaso de la corona de una casa
a la otra.
-¡Ya, los
sabios, siempre sabios! Se creen que lo saben todo y al final no
saben nada - les empezaron a responder las nuevas generaciones.
La indignación de las nuevas generaciones por la situación aceptada
tardó en saltar al escenario. Pero acabó haciéndolo a raíz de la
Matanza de los Seis Mil.
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