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HISTORIA DE LOS MUSULMANES ESPAÑOLES HASTA LA CONQUISTA DE ANDALUCÍA POR LOS ALMORAVIDES. (711-1110.)LIBRO I
LAS GUERRAS CIVILES.
CAPÍTULO IV.
Moawia,
antes de su muerte, Babia recomendado a su hijo Yezid que tuviera
constantemente fijos los ojos sobre Hosain, hijo
segundo de Alí (Hasam el primogénito había muerto), y
sobre el emigrado Abdallah,
hijo de aquel Zobair que había disputado el trono al yerno del Profeta. Estos
dos hombres eran en efecto, peligrosos. Habiendo Hosain tropezado con Abdallah en Medina, donde ambos
vivían, le dijo: «Tengo motivos fundados para creer que el Califa ha
muerto.—¿Qué vas a hacer en este caso? «le preguntó Abdallah.—Nunca,
replicó Hosain, nunca reconoceré á Yezid por
soberano; es un borracho, un libertino y tiene una pasión frenética por la
caza.» El otro se calló, pero el pensamiento de Hosain era también el suyo.
Yezid no tenía ni la moderación de su padre ni su
respeto a las conveniencias, ni su amor al ocio y a las comodidades. Era la
fiel imagen de su madre, altiva Beduina, que como ella decía en hermosos
versos, prefería el silbido de la tempestad en el Desierto a la mejor música, y
un pedazo de pan, bajo la tienda, a los manjares exquisitos que la ofrecían en
el soberbio palacio de Damasco. Educado por ella en el Desierto de los Beni-Kelb, Yezib trajo al trono las
cualidades de un joven jeque de tribu, más bien que las de un monarca y un
soberano pontífice. Menospreciando el fausto y la etiqueta, afable con todo
el mundo, jovial, generoso, elocuente, buen poeta, amante de la caza, el vino,
el baile y la música, tenía pocas simpatías por la fría y austera religión, de
que el azar le había hecho jefe, y contra la que su abuelo había combatido
inútilmente. La devoción, muchas veces falsa, la piedad muchas veces ficticia
de los veteranos del Islamismo, repugnaba a su franco natural, no disimulaba su
predilección por el tiempo que los teólogos llamaban «de la ignorancia,»
abandonándose sin escrúpulo a placeres prohibidos por el Corán; gustaba de
satisfacer todos los caprichos de su espíritu fantástico y veleidoso, y no se
reprimía por nadie.
Se le aborrecía, se le execraba en Medina;—en la Siria
se le adoraba de rodillas. Como de ordinario, el partido de los antiguos
musulmanes contaban jefes en abundancia, y carecía de soldados. Hosain que, después de haber engañado la vigilancia del
demasiado crédulo gobernador de Medina, se había refugiado con Abdallah en el territorio sagrado de la Meca, recibió pues
con extraordinaria alegría cartas de los Árabes de Cufa,
que le instaban vivamente a ponerse a su cabeza,
prometiendo reconocerle por Califa y hacer que se declarara en su favor toda la
población del Irac. Los mensajeros de Cufa se sucedían rápidamente, el último era portador de una
petición monstruosa: las firmas que contenía no llenaban menos de ciento
cincuenta fojas. En vano amigos previsores le suplicaban y le conjuraban que
no se lanzara en tan audaz empresa, y que desconfiara de las promesas y del
ficticio entusiasmo de unas gentes que habían engañado y hecho traición a su
padre: Hosaín, enseñando con orgullo las
innumerables peticiones que había recibido, y que, como él decía, a un camello
le costaría trabajo trasportar, prefirió escuchar los consejos de su funesta
ambición. Obedeció a su destino, partió para Cufa con gran contento de su pretendido amigo Abdallah que, incapaz de luchar en la opinión pública contra el nieto del Profeta, se
regocijaba para sus adentros viéndole caminar voluntariamente a su perdición,
y llevar espontáneamente su cabeza al verdugo.
La devoción no entraba para nada en la adhesión que el
Irak mostraba a Hosain. Esta provincia se hallaba en
una situación excepcional. Moawia, aunque originario
de la Meca, había fundado una monarquía esencialmente siriaca. En su reinado,
la Siria llegó a ser la provincia preponderante. Damasco fue desde entonces la
capital del Imperio:—en el califato de Alí, Cufa había tenido este honor. Heridos en su orgullo los Árabe del Irak, mostraban
desde luego un espíritu muy turbulento, muy sedicioso, muy anárquico, muy árabe
en una palabra. La provincia llegó a ser la cita de todos los tramoyones
políticos, y el asilo de los ladrones y de los asesinos. entonces Moawia confió su gobierno Ziyad su hermano bastardo.
Ziyad no contuvo las cabezas alborotadas, las cortó. No saliendo nunca sino
rodeado de soldados, de agentes de policía y de verdugos, ahogaba con mano de
hierro la menor tentativa de turbar el orden político o social. Pronto la más
completa sumisión y la mayor seguridad reinaron en la provincia; pero al mismo
tiempo, el más horrible despotismo. He aquí por qué el Irak estuvo pronto a
reconocer a Hosain.
Pero ya el miedo dominaba los ánimos, más de lo que los
mismos habitantes de la provincia sospechaban. Ziyad no existía, pero había
dejado un hijo digno de él, que se llamaba Obaidallah.
A este fue a quien Yezid confió la tarea de sofocar la conspiración en Cufa, pues que el gobernador de la cuidad, Noman, bijo de Baxir, daba prueba de una moderación que parecía sospechosa
al Califa. Saliendo de Basora a la cabeza de sus tropas Obaidallah,
mandó hacer alto a alguna distancia de Cufa. Luego,
habiéndose puesto un velo para ocultarse el rostro, entró en la ciudad al
anochecer, acompañado de solo diez hombres. A fin de sondear los intentos de
sus habitantes, habla apostado en su camino algunas personas que le saludaron
como si fuera Hosain. Muchos vecinos, de la nobleza,
le ofrecieron al punto hospitalidad, pero el supuesto Hosain desechó sus ofertas, y rodeado de una multitud tumultuosa que gritaba: ¡viva Hosain! se fue derecho al castillo. Noman hizo cerrar las puertas precipitadamente. «Abrid, le dijo Obaidallah,
a fin de que pueda entrar el nieto del Profeta.«¡Volveos por donde habéis
venido! le respondió Noman; preveo vuestra ruina y
no quisiera que se pueda decir: Hosain, el hijo de
Alí, ha sido muerto en el castillo de Noman.»
Satisfecho con esta respuesta Obaidallad se quitó el
velo con que encubría el rostro. Reconociendo su fisonomía, la multitud se
dispersó al punto llena de terror y espanto, mientras que Noman vino a saludarlo respetuosamente suplicándole entrase en el Castillo. A la
mañana siguiente Obaidallah anunció al pueblo reunido
en la mezquita, que sería un padre para los buenos y un verdugo para los malos.
Hubo una sedición, pero fue reprimida; desde entonces nadie se atrevió a hablar
más de rebelarse.
El desdichado Hosain, supo
estas fatales nuevas cerca de Cufa. Apenas llevaba
consigo un centenar de hombres, parientes en su mayor parte; sin embargo
continuó su camino, la loca y ciega credulidad, que parece ser como el sino de
los pretendientes, no le abandonó: estaba convencido de que en llegando a las
puertas de Cufa sus habitantes se armarían a su
favor. Cerca de Kerbelá, se encontró frente a frente
con las tropas que Obaidallah habla enviado a su
encuentro, ordenándoles expresamente que lo trajesen muerto o vivo. Obligado a
rendirse parlamentó. El general de las tropas omeyas no cumplió sus órdenes,
vacilaba. Era un Coreiscita, hijo de uno de los
primeros discípulos de Mahoma, y le repugnaba la idea de verter la sangre de un
hijo de Fátima. Pidió, pues, nuevas instrucciones a sus jefes haciéndoles saber
las proposiciones de Hosain. Habiendo recibido este
mensaje, el mismo Obaidallah tuvo un momento de
duda. «Y qué! le dijo entonces Chamir, noble de Cufa y general del ejército onmiada,
Árabe de los antiguos como su nieto, al que más tarde hemos de encontrar en
España; ¿y qué! la suerte ha puesto al enemigo en vuestras manos, y le vais a
dejar ir? No, es preciso que se rinda a discreción.»
Obaidallah dio la orden en este sentido al general de sus tropas; Hosain reusó rendirse sin condiciones, y sin embargo, no se le atacó. Entonces Obaidallah mandó nuevas fuerzas con Chamir,
a quien dijo: «Si el coreiscita persiste en no
querer pelear le cortarás la cabeza y tomarás el mando.» Pero una vez llegado Chamir al campo, no dudó más el coreiscita,
y dio la señal de ataque. En vano gritaba Hosain a
sus enemigos: «Si creéis en la religión fundado por mi abuelo, cómo podréis
justificar vuestra conducta el día de la resurrección?» —En vano la hizo atar Coranes a las lanzas:—dada orden por Chamir,
se le cargó espada en mano, y se le mató. Casi todos sus campañeros quedaron en el campo de batalla, después de haber vendido caramente sus vidas.
(10 de Octubre de 680.)
La posteridad que siempre se conduele de la suerte de
los pretendientes desgraciados, y que de ordinario tiene poco en cuenta el
derecho, el reposo de los pueblos y las desgracias que produce una guerra
civil, si no se sofoca en sus principios,—la posteridad ha visto en Hosain la víctima de un crimen abominable. El fanatismo
persa hizo lo demás: ha imaginado un santo donde no había más que un
aventurero, precipitado a su perdición por una extraña aberración de ideas, y
una ambición que rayaba en delirio. La inmensa mayoría de sus contemporáneos
lo juzgaba de otro modo: veía en Hosain un perjuro,
reo de alta traición puesto que en vida de Moawia había prestado juramento de fidelidad a Yezid, y que no tenía ningún título ni
podía ostentar ningún derecho para pretender el califato.
El que ocupó la plaza de pretendiente que la muerte de Hosain acababa de dejar vacante, fue menos temerario, y se
creyó más hábil. Era Abdallah, hijo de Zobair. había
sido ostensiblemente amigo de Hosain, pero sus
verdaderos sentimientos no eran un misterio ni para este ni para sus amigos.
«Quédate tranquilo y satisfecho, hijo de Zobair,» había dicho Abdallah hijo de Abbas cuando se hubo despedido de Hosain, después de haberle conjurado inútilmente a no
emprender el viaje de Cufa, y recitando tres versos
muy conocidos entonces, continuó así: «El aire es libre para tí, oh golondrina! Pon tus huevos, gorjea y escarba
cuanto quieras;... he aquí a Hosain que parte para
el Trac y que te abandona el Hidjáz.» No obstante,
aunque tomó secretamente el título de Califa, desde que la marcha de Hosain le dejó el campo libre, el hijo de Zobair fingió un
profundo dolor cuando la noticia de la catástrofe de Hosain llegó a la ciudad santa, y se apresuró a pronunciar un discurso muy patético.
Retórico por naturaleza, ninguno era más ducho que él en la frase, ninguno
poseía en igual grado el gran arte de disimular sus pensamientos y de fingir
sentimientos que no experimentaba; ninguno sabia ocultar mejoría sed de
riquezas y de poder que lo devoraban, bajo las nobles palabras de deber, de
virtud, de religión y de piedad. En esto consistía el secreto de su fuerza,
por esto se imponía al vulgo. Ahora que Hosain no
podía hacerle sombra, lo proclamó Califa legítimo, elogió sus virtudes y su
piedad, prodigó los epítetos de pérfidos y engañadores a los Árabes del Irak,
concluyendo su discurso con estas palabras que Yezid podía aplicarse, si lo
juzgaba conveniente: «Jamás se vio a este santo varón preferir la música a la
lectura del Corán, los cantos afeminados a la compunción producida por el
temor de Dios, los desarreglos del vino al ayuno, los placeres de la caza a
las conferencias destinadas a piadosas conversaciones.... No tardarán esos
hombres en recoger el fruto de su conducta perversa»
Preciso le era ganar ante todo a su causa a los jeques
más influyentes de los Emigrados; presentía que no podía engañarles tan
fácilmente como a la plebe acerca de los verdaderos motivos de su rebelión,
previó que encontraría obstáculos, sobre todo en Adballah,
hijo del Califa Ornar que era un hombre verdaderamente desinteresado,
verdaderamente piadoso y muy perspicaz. Sin embargo, no se desalentó. El hijo
del Califa Ornar tenía una mujer tan devota como crédula. Era preciso comenzar
por ella, demasiado lo sabía el hijo de Zobair, Fué,
pues a verla, la habló con su facundia ordinaria de su celo por la causa de
los Defensores, de los Emigrados, del Profeta y de Dios, y cuando vio que tan
melosas palabras habían hecho en ella una profunda mella, la rogó persuadiese a
su marido que lo reconociera por Califa. Ella le prometió hacer todo lo
posible, y por la noche mientras servía la cena a su marido le habló de Abdallah, haciéndole los mayores elogios y concluyó
diciendo: «Ah! verdaderamente no busca más que la gloria del Eterno!—«Vistes
tú, respondió fríamente su marido, vistes tú el magnífico cortejo que llevaba Moawia en su peregrinación, sobre todo, aquellas soberbias
mulas blancas cubiertas «de gualdrapas de púrpura y montadas por jóvenes que
deslumbraban con sus adornos, coronadas de perlas y de diamantes; has visto
esto, no es verdad? Pues bien lo que busca tu santo varón son aquellas mulas.»
Y continuó su cena sin querer escuchar más.
Ya hacía un año que el hijo de Zobair se hallaba en
abierta rebelión contra Yezid, y este, sin embargo lo dejaba en paz. Era más de
lo que tenía derecho a esperar de parte de un Califa que no contaba la
paciencia y la mansedumbre entre sus cualidades más acentuadas; pero juzgaba
por una parte que Abdallah no era muy peligroso,
puesto que más prudente que Hosain no salía de la
Meca, y por otra no quiera sin que le obligara una necesidad absoluta,
ensangrentar un territorio, que ya durante el paganismo había gozado el
privilegio de ser asi lo inviolable de hombres y animales. Sabía demasiado que
tal sacrilegio había de colmar la irritación de los devotos.
Pero su paciencia se agotó al cabo. Por última vez
intimó a Abdallah que lo reconociera. Abdallah rehusó. Entonces enfurecido el Califa juró no
recibir su juramento de fidelidad, sino cuando tuviera al rebelde en su
presencia con el cuello y las manos cargadas de cadenas.
Pasado, sin embargo, el primer ímpetu de cólera, como
era bueno en el fondo, se arrepintió de su juramento, y obligado, sin embargo a
mantenerlo, imaginó un expediente para cumplirlo sin humillar demasiado el
orgullo de Abdallah. Resolvió, pues, enviarle una
cadena de plata, y con ella una soberbia capa, con la que podría cubrirse, a
fin de ocultar la cadena a los ojos de todos.
Diez eran las personas a quienes el Califa designó para
llevar estos singulares presentes al hijo de Zobair. A su cabeza iba el
Defensor Noman, hijo de Baxir,
mediador ordinario entre el partido piadoso y los Onmiadas;
sus colegas menos conciliadores eran jeques de las diferentes tribus
establecidas en la Siria.
Habiendo llegado los diputados al lugar de su destino, Abdallah como era fácil prever reusó aceptarlos regalos
del Califa, sin embargo Noman, lejos de desaminares
por esta negativa trató de atraerlo a la sumisión con prudentes discursos.
Estas conversaciones que por lo demás no produjeron ningún resultado, eran
frecuentes y como permanecían secretas para los otros diputados, despertaron
las sospechas de uno de ellos, de ibn-Idhah, jeque de
la tribu de los Acharitas, la más numerosa y la más
potente en Tiberiades. «Después de todo, pensaba,
este Noman es un Defensor, y bien podrá ser capaz de
vender al Califa el que es traidor a su partido y a su tribu.» Y un día que
encontró a Abdallah llegóse a él y le dijo:
—«Hijo de Zobair, puedo jurarte que ese Defensor no ha
recibido del Califa, más instrucciones que las que se nos han comunicado a los
demás. Es nuestro jefe, no hay otra cosa. Pero ¡por Dios! preciso es que te lo
confiese no sé qué pensar de esas conferencias secretas. Un Defensor y un
Emigrado son pájaros de la misma pluma y Dios sabe si se trama algo.
—¿Qué tienes tú que meterte? le respondió Abdallah con un aire de supremo desdén. Mientras que esté
aquí haré todo lo que me acomode. Soy aquí tan inviolable, como esa paloma que
vez protegida por la santidad del lugar: no es verdad que no te atreverías a
matarla, porque sería un crimen, un sacrilegio?
—¿Crees tú que me detendría semejante consideración?
Y volviéndose hacia un paje que llevaba sus armas:
—¡Hola! muchacho, le dijo: mi arco y mis flechas.
Luego que el paje cumplió su mandato, cogió el jeque
una flecha, la colocó en medio del arco, y comenzó a decir:
—¿Paloma, es dado al vino Yezid, hijo de Moawia? Si te atreves, di que sí, y en este caso, por Dios
que te atravieso con esta flecha.... ¿Paloma, pretendes tu despojar de la
dignidad de califa a Yezid hijo de Moawia, separarte
del pueblo mahometano y quedar impune, porque te hallas en un territorio inviolable? Di que este es tu pensamiento y te atravieso con
este dardo.
—Bien ves que el ave no puede contestarte, le replicó Abdallah con ademan de lástima, pero pretendiendo en vano
disimular su turbación.
—Es verdad que el ave no puede responderme, pero tú si
puedes, hijo de Zobair .. Escúchame bien; yo te juro que has de prestar
juramento a Yezid, de grado o por fuerza, o que verás flotar en este valle la
bandera de los Acharitas, y no he de respetar
entonces poco ni mucho los privilegios que reclamas para este sitio.
El hijo de Zobair palideció ante esta amenaza. Trabajo
le costaba creer tanta impiedad aúnen un Sirio, y se aventuró a preguntar con
voz tímida y temblorosa:
—¿Se atreverá alguno, por ventura, a cometer el
sacrilegio de derramar sangre en este sagrado territorio?
—Se atreverá, respondió el jeque sirio con entera
calma, y que caiga la responsabilidad sobre el que ha elegido este lugar para
conspirar contra el jefe del Estado y de la religión.
Si Abdallah hubiera estado
más convencido de que este jeque era el intérprete de los sentimientos que
animaban a sus compatriotas, acaso hubiera evitado entonces muchos males al
mundo musulmán, y a sí mismo, porque el hijo de Zobair va a sucumbir como había
sucumbido el yerno y el nieto del Profeta; como sucumbirán todos los
musulmanes de antigua estopa; los hijos de los compañeros y de los amigos de
Mahoma: inauditas desgracias, terribles catástrofes, nacidas unas de otras,
era lo que a todos esperaba; sin embargo, a él todavía no le había llegado su
hora. Estaba decretado por el destino que antes la desgraciada Medina había de
expiar con una ruina completa y con el destierro y la muerte de sus hijos el
funesto honor de haber ofrecido un asilo al Profeta fugitivo, y da haber dado a
luz a los verdaderos fundadores del Islam a esos héroes fanáticos, que, suyugando la Arabia en nombre de una nueva fe, habían dado
al Islamismo tan sangrienta cuna.
HISTORIA DE LOS MUSULMANES ESPAÑOLES HASTA LA CONQUISTA DE ANDALUCÍA POR LOS ALMORAVIDES. (711-1110)
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