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LOS IMPERIOS DEL ANTIGUO ORIENTEIDel Paleolítico a la mitad del segundo milenioTraducción:
Genoveva Dieterich & Jesús Sánchez Maza
|
INTRODUCCIÓN
Para hacer
la apología de una nueva síntesis histórica es suficiente recordar al lector,
que tal vez se sorprenda de ver aparecer tantas, el hecho de que, pese a la
unidad y la coherencia de los sucesos que nos relatan, su multiplicación está
determinada sobre todo por la multiplicidad misma de los historiadores. Decir
historiadores no es solamente hacer referencia a una mirada «profesional»
lanzada hacia el pasado, sino también a los diversos puntos de vista desde los
cuales puede éste observarse.
Por otra
parte, se trata de una «Historia antigua» —y ninguna hay más antigua que la que
se narra en el presente volumen, pues en él se la toma desde su mismo
nacimiento en ese antiguo Oriente que la vio aparecer—; en historia antigua
los documentos son siempre escasos, en proporción a la enormidad del tiempo
transcurrido, son difíciles de comprender y se hallan sometidos a crítica y
revisión constantes por parte de especialistas que no cesan de pensar en ellos
para comprenderlos mejor; en ella la incansable investigación, las frecuentes
excavaciones, nos traen sin cesar nuevos datos del principio de los tiempos,
confirmando a veces las ideas que ya se tenían sobre una época más o menos
vasta del pasado, precisándolas a veces y otras alterándolas por completo y
obligando a ver las cosas de un modo distinto; en esta materia, por tanto, no
es solamente útil, sino indispensable, incluso para los historiadores de
oficio, que de vez en cuando se haga una revisión de los conocimientos que se
poseen sobre ese océano sin límites que es la investigación del pasado.
1. Prehistoria
e historia primitiva de Asia anterior
|
Georg Friedrich Grotefend |
Hasta fines
del siglo XVIII las fuentes de la historia antigua del Próximo Oriente se
limitaban a las noticias transmitidas por el Antiguo Testamento y la tradición
clásica antigua. El paso decisivo para acceder a los documentos originales del
Antiguo Oriente se dio en 1802, al descifrar G. F. Grotefend, al menos
parcialmente, ciertas inscripciones en escritura cuneiforme persa. Los textos
que C. Niebuhr copió fielmente en los palacios de Persépolis pertenecían a los
reyes aqueménidas Darío y Jerjes, conocidos a través de tradiciones griegas y
del Antiguo Testamento. Dichos textos estaban redactados en tres escrituras y
en tres lenguas diferentes. Una vez descifrada la versión persa antigua, que
correspondía a la lengua de los reyes, se obtuvo la clave para la lectura e
interpretación de las otras dos versiones. Una de ellas estaba redactada en
lengua elamita, la lengua de Susa; la otra, en lengua asirio-babilónica. Esta
última planteó numerosas dificultades por su extremada complicación. Hacia
1857 las dificultades se habían superado. La interpretación de la versión
asirio-babilónica tuvo importantes consecuencias, pues en esta lengua,
perteneciente a la familia de las lenguas semitas —llamada hoy lengua acadia (o
akkadia), según su denominación original—, está redactada la mayor parte de los
documentos orientales de la Antigüedad.
Austen Henry Layard |
Desde
mediados del siglo XIX el interés despertado por los intentos de interpretación
condujo a grandes excavaciones en las antiguas capitales del Imperio Nuevo
asirio: en Nínive, frente a la actual Mosul; en Khorsabad, la efímera
residencia de Sargón II (722-705), y en Nimrud, la antigua Kalkhu.
Investigadores franceses e ingleses como P. E. Botta, E. Flandin y A. H.
Layard dieron las primeras noticias sobre los monumentales palacios y templos,
cuyos relieves ornamentales y figuras colosales pasaron pronto a formar parte
de las colecciones del Louvre y del British Museum. Gracias a un azar feliz se
descubrió en Nínive la biblioteca de Asurbanipal (Ashshurbanapli, 669-627), el
último gran rey asirio, quien había coleccionado todas las obras literarias y religiosas
de babilonios y asirios, así como de los antiguos sumerios, disponibles en su
época.
Las ruinas
de Babilonia, el país vecino situado al sur, resultaron menos ricas en
hallazgos. Desde 1887 estaban en marcha, bajo la dirección de E. de Sarzec, las
excavaciones de Tello, antigua Girsu, donde se hicieron los primeros
descubrimientos de época sumeria. Entre ellos, las estatuas del príncipe de
Gudea (hacia 2143-2124) y dos inscripciones cilíndricas, las más antiguas
composiciones literarias halladas en terreno babilónico. Estos documentos
hicieron posible la reconstrucción de esta antigua lengua sobre la base de
genuinas tradiciones sumerias. Excavaciones americanas de 1889 hallaron en
Nippur, en un barrio residencial del siglo, el mayor conjunto de textos
literarios sumerios encontrados hasta hoy. Desde 1899 arqueólogos alemanes
participaron también en las excavaciones: R. Koldewey en Babilonia y, desde
1903, W. Andrae en Asur (Ashshur). Su objetivo era reconstruir las dos grandes
capitales. En 1913 se iniciaron, bajo la dirección de J. Jordán, las
excavaciones en Uruk, las ruinas más importantes al sur de Babilonia.
Hugo Winckler |
Mientras
tanto también se habían iniciado investigaciones fuera del ámbito
asirio-babilónico. En Susa, J. de Morgan descubrió la cultura de Elam que, a
pesar de su estrecha relación con la vecina Babilonia, conservó su carácter
peculiar. En 1887 se había descubierto ya casualmente, en la ciudad egipcia de
Amarna, la correspondencia política de los pequeños y grandes monarcas del
Próximo Oriente con Amenofis III y IV (1400-1344), redactada en escritura
cuneiforme. En 1907 H. Winckler descubrió en Bogazkoy—la antigua capital hitita
Khattusha, situada en Anatolia central— un archivo de escritos cuneiformes que
permitió la reconstrucción de la lengua y la tradición hititas.
Junto a las
tablillas descubiertas en excavaciones oficiales, innumerables documentos de
las diferentes regiones del Antiguo Oriente y de todas las épocas,
provenientes de excavaciones piráticas, enriquecieron las colecciones de los
museos de todo el mundo.
Después de
la interrupción ocasionada por la Primera Guerra Mundial, se inició una gran
actividad arqueológica. Aquí daremos sólo unos cuantos datos: las excavaciones
en Ur realizadas por L. Woolley sacaron a la luz los hallazgos sensacionales
de la necrópolis real de Ur, que pertenecen a la época protodinástica tardía
(hacia el 2450 a. C.). En Uruk surgió ante los arqueólogos la historia más
remota (3000-2700 antes de C.). En excavaciones americanas realizadas en el
curso inferior del Diyala se descubrieron, bajo la dirección de H. Frankfort,
plantas de templos de toda la época protodinástica. En Nuzi, junto a la actual
Kirkük, se descubrió un asentamiento de los siglos XV y XVI a. C. que
proporcionó datos valiosos sobre una época poco conocida. Mari, situada en el
curso medio del Éufrates, ofreció, gracias a las excavaciones dirigidas por A.
Parrot, hallazgos importantes de la época protodinástica que completan los
hallazgos de la región del Diyala. En un gran palacio se descubrió el archivo
real, de más de 10.000 tablillas, de la turbulenta época en que Hammurabi de
Babilonia intentaba unificar su imperio. Anteriormente, F. A. Schaeffer
había iniciado la investigación en Ras Shamra, la antigua Ugarit, en la costa
mediterránea. A él se debe el hallazgo de tablillas de barro con una
escritura alfabética hasta entonces desconocida que proporcionaron, a través
de los mitos y poemas épicos que contenían, una visión clara de la literatura y
la mitología cananeas. Las excavaciones reanudadas en Bogazkóy por K. Bittel
aclararon la historia de la capital del reino hitita. A la cabeza de una
expedición americana, E. Herzfeld y E. Schmidt investigaron las monumentales
ruinas de los palacios aqueménidas de Persépolis. Durante estos años
despertaron mucho interés las excavaciones realizadas en asentamientos
prehistóricos del Próximo Oriente, que proporcionaban datos sobre las etapas de
desarrollo más antiguas.
Como a raíz
de la Primera Guerra Mundial, las excavaciones se volvieron a reanudar después
de la Segunda Mundial. A los trabajos llevados a cabo en los antiguos lugares
de investigación, como Bogazkoy, Ugarit, Mari, Nimrud, Nippur, Uruk y Susa se
añadieron expediciones que se dedicaban sistemáticamente a los problemas
prehistóricos, especialmente a las cuestiones relativas a la época de
transición al neolítico. Hay que resaltar que actualmente participan en la
labor arqueológica los gobiernos de los diversos países del Próximo Oriente con
sus propios equipos de colaboradores.
Esta
enumeración sucinta representa el balance orgulloso de aquellos esfuerzos
realizados por reconstruir la historia que fueron coronados por el éxito. Sin
embargo, hay que recordar dos hechos: desde hace algún tiempo la investigación,
ante la avalancha de nuevos materiales, tiene dificultades en mantenerse al
día. Por otro lado, el mapa histórico ofrece en muchas regiones y en muchos
períodos espacios en blanco, aún por rellenar, si quiere lograrse la
reconstrucción fiel de la historia antigua del Próximo Oriente.
El núcleo
geográfico del que partieron hacia finales del período prehistórico y durante
la época histórica los impulsos decisivos se halla en la depresión formada por
el Tigris y el Eufrates en época geológica relativamente reciente, y que
alcanza desde la actual Bagdad hasta la desembocadura de los dos ríos en el
Golfo Pérsico, el cual, en la Antigüedad, llegaría algo más al norte que en
nuestros días. Desde el punto de vista climático, esta zona—más tarde
Babilonia—se caracterizaba por largos meses de verano extremadamente calurosos
y escasas e irregulares lluvias en otoño e invierno. La agricultura dependió
en esta zona desde un principio del riego artificial.
Este
territorio, con una superficie cultivable limitada, da con sus fronteras
surorientales al actual Khuzistán, antiguamente Susiana, donde reinan
condiciones climáticas parecidas, con la diferencia de que las zonas próximas a
las montañas están favorecidas por lluvias copiosas. Las laderas de la
cordillera iraní están bordeadas por un cinturón de valles en los que la
agricultura se rige por las lluvias. Generalmente están separados los unos de
los otros por montañas, de modo que raras veces llegaron a formar unidades
políticas mayores. La comunicación con las altiplanicies iraní y armenia se
establece a través de unos pocos puertos de montaña transitables, que conducen
de Susa a Fars, del territorio del Diyala superior a Hamadán y Kermanshah, del
territorio asirio oriental, a través del puerto de Rowanduz, a la región que
rodea el lago de Urmia. Por estos puertos penetraron los pueblos del vasto
territorio iraní en la llanura asiria y en las tierras bajas de Babilonia.
El
territorio de lo que más tarde sería Asiria, que comienza al norte del Jebel
el-Hamrin y se extiende en el este y el norte hasta las montañas es bastante
amplio. La franja de terreno cultivable es muy estrecha en la orilla derecha
del Tigris, pero se ensancha a la altura del actual Mosul, creando un cómodo
acceso a las tierras situadas al pie de la sierra mesopotámica.
Fig. 1. Asia anterior en época prehistórica y protohistórica (hasta el siglo XVIIIa. C., aproximadamente).
Al oeste y
noroeste de Babilonia la franja de tierra no cultivable, que hasta muy entrada
la época histórica fue mucho más ancha que en la actualidad (pues el Eufrates
ha desplazado en época relativamente reciente su curso hada el oeste,
acercándose a la ladera abrupta que une la meseta arábiga con la llanura),
sólo está habitada por nómadas pastores. Sin embargo, hasta que no fue
domesticado el camello, es decir, hasta fines del segundo milenio antes de
Cristo, los nómadas no podían alejarse más que unas jomadas de la tierra
cultivada. Río arriba el territorio cultivado se estrecha en ambas orillas,
encajonado entre la estepa de la meseta arábiga y las regiones casi desérticas
del este, con sus terrenos calcáreos, dejando sitio únicamente a una cadena de
oasis como la actual Ane. En la región de la antigua Mari y en las orillas de
los afluentes del Eufrates, Khabur y Balikh, se vuelven a ampliar los terrenos
cultivables, que comunican con la zona periférica mesopotámica y sus
posibilidades de colonización intensiva.
El
territorio situado al sur del Tauro, entre la costa mediterránea, el Eufrates y
la zona de Siria media y Palestina, está constituido por numerosos territorios
pequeños independientes. La vida de la costa, que albergó sobre todo durante la
época fenicia excelentes puertos, se orienta hacia el Mediterráneo. La cadena
montañosa del Tauro oriental exterior, antiguamente cubierta de bosque, y más
al sur, los montes del Líbano y Antilíbano proveyeron Egipto, pero también la
lejana Babilonia y más tarde Asiria, de valiosas maderas para la construcción y
de resinas aromáticas. El ciclo sumerio de Gilgamesh y los poemas acadios e
hititas influidos por éste reflejan, en el relato del combate que tuvo lugar
entre el heroico rey de Uruk y el poderoso Khuwawa, señor de los bosques de
cedros, estos hechos. La depresión entre Líbano y Antilíbano, que se prolonga
en el valle del Jordán, constituyó una vía de comunicación muy transitada en
ambas direcciones. Frente a la ladera oriental del Antilíbano se hallaban varias
ciudades-oasis, entre las que destaca Damasco con la fértil Guta.
Palestina
forma una región por sí misma, con zonas relativamente fértiles en las laderas
occidentales de las montañas de Judea y Galilea, zonas desérticas en las
montañas de Judea y en el Negev y vegetación subtropical en el valle del
Jordán. Hacia Egipto el país estaba cerrado, por lo menos hasta poco antes del
3000 a. C., por los desiertos de Sinaí y el Negev del Sur. Al este del Jordán
hay regiones que tuvieron una densidad de población tan importante en la
Antigüedad como en época romana.
Buenas rutas
montañeras conducen de la llanura mesopotámica y Cilicia a la meseta central
anatólica. El núcleo territorial se situaba en torno al río Halys (Kizil
Irmak). Fuera de él sólo tenía alguna importancia el territorio del Sangarios
superior (Sakarya) y la llanura de Konya, como centro de colonización intensa.
Las montañas del Ponto, al menos en la época del imperio hitita, estaban
pobladas sólo por tribus nómadas y semi-nómadas. El occidente y la parte
suroccidental de Turquía se orientaban principalmente hacia el mar. La región
montañosa de Anatolia está tan fragmentada en núcleos territoriales pequeños
por las altas cadenas montañosas que en poquísimos casos se logró la fusión en
comunidades más amplias.
Asia
Anterior estaba, pues, constituida por innumerables núcleos territoriales,
generalmente de dimensiones reducidas. La consecuencia fueron formaciones
étnicas y políticas reducidas que surgieron sobre todo en las regiones
encajadas entre las montañas. Las condiciones naturales para formaciones más
amplias se daban, por el contrario, en la región que más tarde sería Babilonia,
en el territorio asirio y mesopotámico, en Anatolia central y en la meseta
iraní. La franja interior que se extiende entre el creciente fértil y los
desiertos de la meseta arábiga y que fue en todos los tiempos zona de pastoreo
de los nómadas de lengua semita constituye un caso especial. Conviene indicar
aquí que muchos de los pueblos que aparecen en el curso de la historia antigua
del Próximo Oriente como fundadores de grandes imperios territoriales (así los
hititas, los mitanios indoarios, los medos y los persas) habían alcanzado la
unidad étnica e importante densidad numérica en los amplios espacios de Europa
suroriental y oriental mucho antes de su aparición en el Cercano Oriente.
La tendencia
al aislamiento de las diferentes regiones se veía reducida por la distribución
irregular de los yacimientos de importantes materias primas. Las necesidades
de materia prima variaban, naturalmente, según la época histórica, según
variaban los objetos más requeridos. Primero fueron la obsidiana, el sílex y
el asfalto; más tarde, las piedras para vasijas y, sobre todo, los metales. Ya
en los primeros asentamientos encontramos materiales traídos de regiones
lejanas. El intercambio de materias debió intensificarse extraordinariamente
con la colonización de Babilonia. Al menos desde la época en que se desarrolló
la cultura urbana babilónica dicho intercambio se extendería a regiones
situadas fuera del ámbito estricto del Próximo Oriente. Los países del Golfo
Pérsico y el lejano valle occidental del Indo suministraban importantes y
codiciadas materias primas, así como Afganistán, con sus yacimientos de
lapislázuli, y los países que producían el cinc necesario para la fabricación
del bronce.
III. SOBRE
LA CRONOLOGÍA
Aún no
podemos establecer una cronología absoluta que proporcione una exacta
correlación con nuestro calendario para muchos períodos de la historia antigua
del Oriente. La lista de epónimos anuales asirios alcanza hasta el 910 a. C.
Las listas de reyes nos proporcionan posibilidades de datación hasta el 1450
a. C. en los casos de Babilonia y Asiria, que con un margen de error de diez
años son bastante exactas. En el caso de Siria y Asia Menor tenemos que
servimos de sincronismos con Babilonia y Asiria, pero sobre todo con Egipto,
que dispone de una cronología bastante segura durante este período. La fecha
del tratado de paz firmado entre Ramsés II y el rey hitita Khattushili III en
1270 a. C. constituye un importante punto de orientación cronológica. Más allá
del 1450 antes de C. carecemos hasta tal punto de datos que no ha podido
establecerse el nexo con el período cronológicamente seguro que abarca desde la
dinastía de Akkad (Acad) hasta el final de la dinastía de Hammurabi de
Babilonia. De la duración que se atribuya a esta «época oscura» depende la
datación del fin de la I dinastía de Babilonia y del comienzo de la dominación
casita en Babilonia. Nosotros seguiremos la llamada «cronología media» (según
S. Smith y M. Sidersky) que sitúa el final de la I dinastía de Babilonia en
1595 a. C. y el reinado de Hammurabi de Babilonia entre 1792-1750. El comienzo
de la dinastía de Akkad tendría lugar hacia el 2340 antes de C. La llamada
«cronología mínima» (según W. F. Albright y F. Comelius) precede en sesenta y
cuatro años —es decir, un período de Venus— las fechas de la «cronología
media».
De la época
anterior a la dinastía de Akkad sólo podemos proporcionar datos aproximados de
la fase final de la época protodinástica basándonos en la lista de reyes de
Lagash, desde Urnanshe hasta Urukagina, que reinaron aproximadamente ciento
veinte años. La lista de reyes sumerios, que enumera a los monarcas de
Babilonia desde la época «en que la monarquía descendió del cielo» hasta el fin
de la dinastía de Isin (1794 a. C.) no es fuente fidedigna para la época
anterior a la dinastía de Akkad. Los nombres reales están transmitidos
fielmente, salvo por algunos errores de transcripción; algunos reyes de la
época protodinástica citados en la lista están atestiguados por documentos
originales. Sin embargo, el valor documental de la compilación se ve mermado por
el modo en que utiliza los datos de que dispone sobre la época primitiva. La
compilación da por supuesto que en Babilonia no reinaron nunca varias
dinastías a un tiempo. A esto se añade el empeño de los compiladores en no
omitir ninguno de los nombres tradicionales, con lo que dinastías simultáneas
fueron registradas en orden consecutivo. Así sucede que el período que abarca
desde Meskalamdug de Ur hasta Lugalzagesi de Uruk, último rey de la época
protodinástica anterior a Sargón de Akkad, contiene 45 monarcas, mientras que
en Lagash, cuya lista de reyes nos es conocida sin lagunas, hubo en el mismo
espacio de tiempo ocho soberanos, de los que algunos no reinaron más de unos
pocos años. Otra deficiencia de la lista es su documentación incompleta, que por
otra parte no puede asombramos dada la distancia entre la redacción definitiva
de la lista y la época protodinástica. Así faltan todos los príncipes de
Lagash, algunos de los cuales hubieran merecido formar parte de la lista de
reyes babilónicos.
La duración
de los períodos de la época protodinástica anteriores a Urnanshe de Lagash y
de los períodos históricos primitivos puede establecerse aproximadamente según
los datos proporcionados por el análisis de los diversos estratos de
construcción de cada período y por el desarrollo de la escritura en Babilonia.
En Egipto se han hallado objetos pertenecientes a un período anterior a la
llamada «unificación del Reino» (Naqada II), fechada hacia el 3000 a. C., que
tienen relación indiscutible con obras de la época primitiva de Babilonia y
que, por tanto, permiten establecer un sincronismo aproximado entre las dos
culturas. En el caso de uno de los períodos de la época primitiva—estrato
Uruk IV— disponemos de una fecha, conseguida por el método del «radiocarbono»
(C14), que sitúa ciertos restos de madera provenientes del templo C de esta
capa en el 2815 + 85 a. C. Esta fecha se sitúa un poco más tarde que la
establecida para el sincronismo babilónico-egipcio, el cual corresponde
también a la época primitiva de Babilonia.
Actualmente,
el creciente número de fechas proporcionadas por el método del radiocarbono
para las etapas prehistóricas del antiguo Oriente Próximo, gracias al estudio
de los asentamientos de Palestina, Cilicia, Anatolia, Iraq e Irán establece,
junto con los datos correspondientes de Egipto y los Balcanes, una red
cronológica bastante densa, que permite calcular las diferencias de tiempo
entre las diversas etapas de desarrollo, así como la velocidad de este último.
IV.
PREHISTORIA DE LA ANTIGUA ASIA ANTERIOR
Los primeros
testimonios de la existencia de seres humanos y de su legado material han sido
durante mucho tiempo escasos en el Próximo Oriente, y aún hoy lo son, si se
comparan con los resultados de las amplias investigaciones realizadas en
Europa. Sin embargo, las sistemáticas investigaciones de los últimos tiempos,
que se han apoyado en las más diversas disciplinas científicas, han conseguido
dar una imagen bastante clara de las fases del desarrollo paleolítico y
neolítico. Los lugares donde se han hallado objetos prehistóricos creados por
el hombre se extienden desde las cuevas del Carmelo próximas a Haifa y la
región montañosa de Judea hasta el sur de Turquía, la costa occidental turca y
Anatolia central, atravesando la zona costera siria; desde Jordania, a través
de la meseta arábiga hasta el Eufrates y el Kurdistán occidental. En el
Carmelo y en Shánidár, en el Kurdistán iraquí, se han hallado esqueletos del
tipo del hombre de Neandertal en capas del Musteriense cuya edad oscila entre
los sesenta mil y los cuarenta mil años. Sobre estas capas se superponen capas
del Paleolítico superior cuya edad se calcula en treinta y cinco mil años, del
Mesolítico y del Neolítico precerámico. Esta serie de capas, que llega en la
capa más reciente al año 9000 a. C., seguramente no contiene todas las fases
del desarrollo. Así, por ejemplo, encontramos un intervalo después de la capa
Musteriense, y suponemos que al final de esta época el hombre de Neandertal
fue expulsado de esta región por un cambio catastrófico de las condiciones
climáticas.
Los
resultados principales de las investigaciones sistemáticas de los últimos
quince años se refieren a una de las más importantes fases de toda la época
prehistórica, la fase en la que el hombre pasó de recoger su alimento
(food-collecting stage) a producirlo (food-producing stage). Este hecho ha sido
llamado con razón la «revolución neolítica», y dio comienzo a un proceso de
desarrollo que—en lo que se refiere al dominio de la naturaleza por el hombre—se ha visto coronado hace unos doscientos años por la «revolución industrial».
«Revolución» en este caso no se refiere a un acontecimiento súbito, sino al
proceso total de formación del Neolítico, que se extendió durante varios
milenios.
En la época
situada entre los años 9000 y 6750 a. C. se inició en el Próximo Oriente, donde
ya debían de existir condiciones climáticas muy parecidas a las actuales, una
fase de domesticación de animales y de cultivo de las plantas más importantes.
Hacia 6750 a. C. la nuera fase está completamente desarrollada. Sus
adquisiciones más importantes son la domesticación de la oveja, la cabra, el
cerdo y la vaca, la selección y siembra de trigo, cebada y lino. El cultivo
del trigo condujo necesariamente a la vida sedentaria y a la formación de
comunidades rurales en el momento en que se extendió y entró a formar parte
decisiva de la alimentación.
El paso a la
producción de alimentos tuvo lugar únicamente en determinadas regiones, donde
existían ya en estado salvaje los animales domesticables y las futuras plantas
de cultivo. Es decir, en los valles de montaña y en las zonas periféricas de
pastos de las montañas del Irán, Iraq, Turquía, Siria y Palestina. En esta zona
se registran las suficientes precipitaciones para el cultivo, que en las
actuales condiciones climáticas del Próximo Oriente sólo es posible en regiones
con una media anual de lluvia superior a los 200 mm.
Los cambios
que trajo consigo la «revolución neolítica» aún no pueden precisarse
totalmente. Es difícil calcular, por ejemplo, las consecuencias que tuvo
dentro de la alimentación humana el paso a los cereales. Es seguro, sin
embargo, que con la vida sedentaria se inició un crecimiento rápido de la
población, ya que la mortandad infantil debió reducirse en comparación con las
épocas anteriores, al mismo tiempo que aumentaba la media de vida de los
adultos. Un testimonio claro de este proceso lo constituye la gran extensión
del territorio de cultivo de las laderas de las montañas hacia la llanura, allí
donde las lluvias de invierno garantizaban una cosecha segura, y la creación
de una red densa de pueblos en el lapso de pocos milenios, tiempo en que el Paleolítico
solía producir transformaciones apenas registrables. Podemos suponer que en
esta época, y sobre la base de las primeras comunidades rurales, se formó un
tipo de vida nómada con manadas de cabras y ovejas que encontraba medios de
existencia también en las altas montañas y en regiones situadas fuera de la
zona de cultivo. Estos nómadas seguramente jugaron un importante papel en el
desarrollo histórico posterior, una vez formada una capa de población
numerosa. Es muy posible que ellos formaran la vanguardia cuando llegó el
momento de buscar nuevos territorios de cultivo.
Para los
habitantes más antiguos de los pueblos, la convivencia en los nuevos
asentamientos significaba, entre otras cosas, que había que crear nuevas formas
de vida y nuevas bases legales que hicieran posible la convivencia en un
espacio limitado. También en el terreno de la religión hubo seguramente
cambios importantes. Los agricultores y los pastores se esforzarían en ganarse
a las potencias divinas, a las que atribuían la fertilidad de los animales o
el poder sobre la lluvia vivificadora. Las prácticas mágicas, que correspondían
al modo de vida del cazador, eran ya insuficientes.
La fase
inicial de la producción de alimentos, hacia 9000 antes de C., está
atestiguada en toda Palestina, en la zona orientada hacia el Mediterráneo y en
las regiones más secas del este (Natufia), en el Líbano, en Siria y en el
Kurdistán iraquí e iraní. En aquella época se seguían utilizando cuevas para
vivienda humana, pero también en algunos casos, quizá sólo en las épocas más
cálidas del año, había asentamientos a la intemperie. En Palestina (Ain
Malláha) y en territorio curdo (Mlaffa at y Zawi Chemi Shánidár) se han hallado
restos de cabañas redondas que pueden interpretarse como imitaciones de
tiendas redondas. Molinos hallados en estos lugares demuestran que había
cultivo de cereales. Los animales domésticos habituales eran seguramente cabras
y ovejas.
Un ejemplo
típico de asentamiento rural primitivo es Jarmó, al este de Kirkük, en las
montañas curdas. En doce estratos, que en líneas generales atestiguan un grado
de desarrollo unitario, se hallaron casas sencillas con varias habitaciones
rectangulares. Estaban construidas con barro prensado y en parte tenían
cimientos de piedras no labradas. En total sumaban unas 20-25 casas, que
albergarían a unos 150 habitantes del pueblo. Los cereales cultivados eran la
cebada, derivada de la clase salvaje Hordeum spontaneum, y dos clases de trigo.
Los animales domésticos más extendidos en los estratos más tardíos eran la
cabra, la oveja y el cerdo; los demás restos de animales no permiten
establecer si se trataba de animales domésticos. Entre los instrumentos de
piedra, generalmente microlitos, buena parte era de obsidiana, cristal
volcánico traído de muy lejos, ya que los yacimientos más próximos se hallan a
400 km. Son característicos de esta fase ciertos recipientes de piedra,
trabajados con esmero, también fuera de Jarmó. En el tercio superior de los
estratos se encontraron las primeras vasijas portátiles de barro. Figuras de
barro, entre ellas la de una mijer embarazada, forman parte de la larga cadena
de creaciones prehistóricas dedicadas al mito de la fertilidad. Las fechas
obtenidas con el C14 sitúan el comienzo del estrato más antiguo hacia 6750 a.
C.
Al mismo
tiempo e incluso antes, el nivel alcanzado en Jarmó había sido superado en
otras regiones. En Jericó, que por su situación a 200 m bajo el nivel del mar y
por ser un oasis muy fértil en una zona seca al pie de los montes de Judea
constituye un caso especial, el antiguo asentamiento acerámico —cuyo principio
se puede situar, gracias al C14, en 7000 a. C.— contiene una muralla que debió
rodear una zona de más de 3,6 Ha. La muralla está construida en piedra, tiene
un grosor de 1,75 m y en algunas partes aún conserva una altura de 3,55 m. En
una de las partes interiores se yergue una torre redonda de más de 8 m de alto,
a la que se subía por una escalera interior. Las casas construidas con
adobes de barro tienen planta redonda. Es muy interesante la costumbre de
guardar los cráneos de los muertos separados de los esqueletos, enterrados bajo
el suelo de la casa, aunque esta costumbre se encuentra en otras partes del
Próximo Oriente. En una fase posterior del asentamiento amurallado los
cráneos se rellenaban con yeso y los huesos faciales se moldeaban con yeso de
los parietales para abajo, realzándose los ojos con conchas. Las casas de
este estrato tienen grandes habitaciones rectangulares. Parece que los diversos
estratos ya contienen vestigios de lugares de culto.
El
asentamiento acerámico de Ugarit, en la costa mediterránea, también estuvo
amurallado. La muralla de tierra y piedras estaba revestida en su parte
exterior con grandes piedras.
Hacia 5500
a. C. las conquistas de los períodos anteriores se perfeccionan al
desarrollarse plenamente la cultura de los pueblos. Por hallazgos aislados de
metal trabajado podemos situar esta etapa parcialmente en el Calcolítico, en el
cual, junto al uso predominante de instrumentos de piedra, aparece el uso de
instrumentos metálicos de cobre puro batido. Los poblados surgen en las
llanuras, al pie de las montañas, en la zona dedicada al cultivo. Los
yacimientos arqueológicos más importantes son Catal-Hüyük y Hacilar en Turquía
suroccidental, Mersin y Tell Judeide en la región de Cilicia y norte de Siria,
Tell Halaf en Mesopotamia central, Tell Hassüna junto a Mosul, Tepe Sialk en la
meseta iraní y Tell-i Bakün en Fars. En la amplia zona de expansión se formaron
probablemente otros núcleos, como refleja la cerámica hallada en toda la
región. Las vasijas son aún, en general, muy simples, con decoración de muescas
y hendiduras, incrustaciones en color blanco e inicios de pinturas. Las casas
tienen habitaciones rectangulares y el material de construcción consiste en
barro prensado o ladrillos de barro sin cocer. En Catal-Hüyük, en la llanura
de Konya, ha sido hallado un mural con escenas de caza adornando una casa. A
la misma época, aunque a una etapa cultural más antigua, pertenecen
probablemente las pinturas rupestres de Kilwa, en el sur de Jordania, que
representan escenas de la caza de la cabra montesa. Numerosas figuras femeninas
de barro provenientes de Hacilar, que resaltan por su tamaño (hasta 24,5 cm),
constituyen por su estilo naturalista un importante testimonio del arte y del
mundo religioso de sus creadores.
Descubierto inicialmente en 1958,
el sitio de Çatalhöyük no atrajo la atención mundial
hasta las excavaciones de James Mellaart,
llevadas a cabo entre 1961 y 1965, las cuales revelaron que
esta región de Anatolia fue un foco
de cultura avanzada durante el período Neolítico. Pero Mellaart fue expulsado de Turquía debido a su implicación en el asunto Dorak, al haber publicado los
dibujos de unos artefactos de la Edad del Bronce supuestamente
importantes, que luego desaparecieron.
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Fig. 2.
Recipientes de cerámica de la fase de Tell Halaf.
Durante esta
época aumentó probablemente el número de clases de animales domésticos. Están
atestiguados la cabra, la oveja, el cerdo, el ganado bovino y el perro, aunque
debieron de existir peculiaridades de región a región. Junto a las clases de
trigo cultivadas ya anteriormente aparecieron las lentejas, los guisantes, el
algarrobo y el lino. No disponemos de datos seguros sobre los comienzos del
cultivo de la viña, el olivo y los árboles frutales, que en época histórica se
consideraban precisamente característicos del creciente fértil. El hecho de
que estas plantas existan en esta zona en estado salvaje permite suponer que se
cultivarían en época muy temprana.
El período
posterior se caracteriza por un apogeo de la pintura en cerámica que sustituyó
casi por completo a las otras formas de decoración. Su área de extensión es más
amplia que el de la fase anterior, y abarca la región de Anau, en el Turquestán suroccidental, que seguramente fue poblada desde un centro iraní. Por
aquel tiempo se fundaron en Bagüz, en el curso medio del Eufrates, y en
Samarra, a orillas del Tigris, poblados situados fuera del área de cultivo
tradicional. Los centros más importantes de esta época de cerámica multicolor
llevan los nombres de los primeros yacimientos: Tell Halaf, en el nacimiento
del Khabur; Samarra, Tepe Sialk y Tell-i Bakun en el Irán. La cerámica pintada
alcanzó en aquella época un nivel muy alto. La decoración de las vasijas, que
consistía en general en dibujos geométricos, pero también naturalistas o
derivados de éstos, da testimonio del talento artístico de los alfareros. Las
vasijas más difundidas provenían de Tell Halaf en Mesopotamia, y llegaban
hasta Siria y Cilicia, Asiria oriental e incluso Armenia. En el momento de su
mayor apogeo llevaban decoración polícroma; las pinturas utilizadas adquirían
un brillo esmaltado al ser cocidas a altas temperaturas. El ámbito de las
vasijas de Samarra era más reducido. Su centro se hallaba en Asiria oriental,
pero su influencia se extendía hacia occidente, cruzando el Tigris, y hacia el
Eufrates, donde estaba la avanzadilla de Bagüz. Las diferencias de decoración,
los diversos símbolos, que seguramente correspondían a un contenido religioso—la cabeza de toro, vista de frente; el llamado «bucranio», la cruz de Malta y
la cruz gamada, que aparece como motivo decorativo en la cerámica de Samarra—,
atestiguan diferentes concepciones religiosas que reflejan realidades étnicas
distintas.
Alrededor del 6000 a. C. la población se habría trasladado a las estribaciones de los montes del norte de Mesopotamia, donde había la suficiente lluvia como para permitir la «agricultura seca» en algunos lugares. Serían los primeros asentamientos neolíticos de agricultores en el extremo norte de Mesopotamia. Allí realizarían la cerámica de estilo Hassuna (diseños lineales con tintura rojiza). La población de Hassuna vivía en pequeñas aldeas o caseríos. En el Tell Hassuna, las viviendas de adobe se construían en torno a patios abiertos centrales. La cerámica fina pintada sustituyó en niveles anteriores a la cerámica sin cocer. Hachas, hoces, piedras de moler, recipientes, hornos de pan y numerosos huesos de animales domésticos reflejan la vida sedentaria agrícola. Las figuras femeninas encontradas han sido relacionadas con adoraciones y los enterramientos con recipientes con alimentos, hacen suponer una creencia del más allá. La relación de la cerámica Hassuna con la de Jericó, sugiere que la cultura de aldeas se está generalizando. |
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Fig. 3.
Recipiente de cerámica de la fase de Samarra.
En el área
de Tell Halaf aparecen, junto a casas constituidas por habitaciones
rectangulares, siguiendo antiguas tradiciones, construcciones redondas, a las
que a menudo se añade una antecámara rectangular. Este tipo de casa corresponde
a las modernas «casas-colmena» del norte de Siria, pero está atestiguado ya en
relieves neoasirios. Esta planta, que se encuentra en Tepe Gaura, Tell Hassuna,
junto a Mosul, y Yünus, junto a Karkemish, en el curso medió del Éufrates,
estuvo tan extendida por Mesopotamia que tenemos que considerarla un elemento
importante, máxime si recordamos la fuerte tradiciona- lidad de las formas de
vivienda. Es posible que existan correspondencias con las construcciones
redondas que están atestiguadas en la época del Neolítico acerámico.
Constituyen
un testimonio valioso de las concepciones religiosas del área de Tell Halaf
las figuras femeninas policromadas en posición agachada. Los pechos, bajo los
que se cruzan los brazos, aparecen exagerados, y los muslos, macizos. La cabeza
está apenas formada. Entre las figuras de animales había una predilección por
las terracotas de ganado bovino, que seguramente están en relación con el
signo del «bucranio» de la cerámica policromada.
Durante el
Calcolítico, en la época de apogeo de la cultura de Tell Halaf en Mesopotamia,
fue colonizado el territorio aluvial de Iraq del Sur, más tarde Babilonia.
Sobre una época anterior, en la que sin duda acamparían en aquellas regiones
nómadas de origen campesino, no disponemos de testimonios, aunque es de suponer
la existencia de una fase nómada antes del establecimiento de comunidades
rurales. Una serie de circunstancias climáticas y geográficas fue la causa de
que esta región, donde en poco tiempo se desarrollarían las grandes culturas de
Asia Anterior, entrara tan tarde a formar parte de la zona cultivada: la
llanura babilónica, con su clima extremadamente seco, no podía ser atractiva
para el hombre primitivo. Los dos ríos que la encuadran tienen manifestaciones
imprevisibles, sobre todo el Tigris. Cuando las aguas del deshielo de las
montañas descienden al valle, los ríos sólo pueden controlarse con los
mayores esfuerzos, ya que el desnivel que existe entre su entrada en el
territorio aluvial y su desembocadura —350 km— es de 34 m. Una y otra vez
Tigris y Eufrates han cambiado de curso. Y no es de extrañar que en este país
se situara el mito del Diluvio Universal. La región estaba entonces cubierta
por pantanos y cañaverales más extensos que los actuales, y los colonos
primitivos, incluso en Babilonia del Norte, tenían que crear espacio para sus
viviendas cortando las cañas, como aún hoy hacen los árabes Ma'dán en zonas
inundadas. Sin embargo, la razón principal era que Babilonia no permitía la
irrigación natural, base de la vida sedentaria de las zonas vecinas, ya que se
hallaba fuera de la zona en que puede contarse con una media anual de lluvia de
200 mm. Es más, entre la zona de cultivo de lluvia y Babilonia se extiende una
franja de unos 200 km de ancho de pluviosidad tan insegura que sólo permitía la
existencia de pastores trashumantes. Los primeros agricultores que se
establecieron en Babilonia tuvieron que dar el paso importante, aunque
difícil, del cultivo de lluvia al cultivo de regadío. Aun cuando al principio
sólo se construyeran sistemas de irrigación de extensión limitada, éstos
exigían un esfuerzo colectivo, cosa desconocida para el campesino de las zonas
vecinas. Pero hasta la transformación de Babilonia en el ager totius orientis
fertilissimus el sistema de regadío tuvo que ampliarse, perfeccionarse y
sostenerse en un constante y duro esfuerzo.
La
intensidad del trabajo dedicado a las instalaciones de riego dependía,
naturalmente, del número de colonos y de su organización. Por desgracia no
podemos calcular ni siquiera aproximadamente la densidad de colonización del
país en época primitiva. Sabemos que entonces todas las partes de Babilonia
estaban habitadas, pero no podemos establecer la extensión de los diversos
poblados ni su número y densidad. Esto se debe a que los restos de los estratos
más antiguos se hallan a gran profundidad bajo ruinas habitadas hasta época
histórica, por lo cual son difícilmente accesibles, y esto únicamente en una
superficie muy limitada; los asentamientos habitados durante un período breve
han quedado tan bajos que se encuentran enterrados bajo una capa aluvial de
unos dos metros de espesor, acumulada entre la época primitiva y hoy.
La época prehistórica de Babilonia se divide en tres fases principales, caracterizadas fundamentalmente por su cerámica:
1) la de Eridu, considerada hasta ahora como
la fase más antigua de la vida sedentaria babilónica, está atestiguada por una
larga serie de estratos descubiertos en Eridu, en el extremo sur del país.
También se presenta en Ur, Tell el-Obéd junto a Ur, en la qala de Hajji
Mohammed al oeste de Uruk, en el sur de Babilonia, así como en Nippur en
Babilonia central y en Ras el-Amyá en Babilonia del Norte. La cerámica
está trabajada en torno lento y es en general monocolor, aunque a veces muestra
dibujos geométricos realizados a manera de acuarela sobre fondo blanco. Las
representaciones naturalistas aparecen raras veces. Los colores varían según el
grado de cocción; abundan los tonos violeta y verde. La forma básica es un
plato con borde ancho y profusa decoración interior. Generalmente faltan pico y
asas.
Fig. 4.
Recipiente de cerámica de la fase de Eridu y representación del dios En.
2) La fase
de el-Obeid: La segunda fase de la evolución prehistórica babilónica aparece
también en Eridu, paralelamente a la
cerámica de Eridu, durante largo tiempo, y en Ur y Uruk en numerosos estratos.
Su área de extensión alcanzaba desde el sur hasta el curso inferior del Diyála,
al noreste de Bagdad. La cerámica con decoración en color marrón oscuro
sobre fondo verdoso es característica de esta fase. Los dibujos suelen ser,
como en la cerámica de Eridu, geométricos; se dan casos de representaciones
naturalistas, sobre todo en Girsu y en Tell ‘Uqér, en el norte de Babilonia. En
el curso del tiempo se puede observar un empobrecimiento de los dibujos y un
descuido progresivo en la factura que denotan una verdadera decadencia de la
cerámica policromada. Las formas de los recipientes son, sin embargo, más
variadas que en la fase anterior; a menudo aparecen picos, pero las asas siguen
siendo poco corrientes. Aunque se puede establecer cierta continuidad entre la
cerámica de Eridu y la de el-Obeid, la nueva fase debió corresponder a
impulsos específicos. Su origen, sin embargo, no ha sido establecido todavía.
Fig. 5.
Cerámica de la fase de el-‘Obeid.
3) Fase de
Uruk: En esta fase de la evolución, observada sobre todo en Uruk, pero
extendida por toda Babilonia y aún más lejos, como veremos más adelante, pierde
su predominio la cerámica policromada. En su lugar aparece un tipo de cerámica
sin policromar y otro tipo cubierto de pintura roja o gris. El tipo gris
suele ir adornado con incisiones lineares (decoración «en peine»). Son
característicos los recipientes con asas torneadas y las jarras con pico
doblado hacia abajo. En general, la cerámica se trabajaba ya en el torno
rápido. También la cerámica de la fase de Uruk coexiste durante algún tiempo
con la cerámica de el-Obeid, hasta la desaparición de la cerámica
policromada.
Fig. 6.
Cerámica de la fase de Uruk.
Las tres
fases prehistóricas de Babilonia ocuparon un largo período de tiempo. En Uruk,
donde las excavaciones más profundas han alcanzado sólo los estratos más
recientes de la fase de el-Obeid, se han acumulado, hasta fines de la
prehistoria, diversos estratos hasta alcanzar un grosor de 16 m. En Eridu se
observa un espesor parecido. Sin embargo, conviene tener en cuenta que en
aquella época los poblados se erigían lo más alto posible, para evitar los
efectos de las inundaciones. Disponemos de una fecha por C14 para la capa más
profunda de Uruk: 4114 + 160 a. C. Por tanto, podemos situar las tres fases
prehistóricas de Babilonia, apoyándonos también en los datos que tenemos
sobre la cerámica de Tell Halaf, hacia 5000-3100 a. C.
Los poblados
prehistóricos de Babilonia nos muestran comunidades rurales que vivían de la
agricultura, la horticultura, la ganadería, la pesca y la caza. Los animales
domésticos conocidos eran la oveja, la cabra, la vaca, el perro y seguramente
también el asno. Se cultivaban las mismas clases de cereales y de plantas que
en las zonas de cultivo de lluvia, con la diferencia de que el olivo no se
daba en Babilonia y sí, en cambio, la palmera. La tradición babilónica sitúa el
lugar de origen de ésta en Tilmun, es decir, la isla de Bahrain, en el Golfo
Pérsico, y la tierra firme inmediata a ella. La tradición pudo basarse en
hechos antiguos, como sucede con el recuerdo del origen del trigo babilónico
en los países montañosos vecinos, que se conservó de manera asombrosa: en un
mito sumerio, cuya copia data del siglo XVIII a. C., se relata que el dios del
cielo, Anu, bajó trigo, cebada y cáñamo del cielo a la tierra. Enlil, el dios
del reino sumerio, amontonó todo en las montañas y «cerró las montañas como con
una puerta». Entonces los dioses Ninazu y Ninmada decidieron «dar a conocer el
trigo a Sumer, el país que no conoce el trigo».
La aventura
de trasplantar las plantas, de las regiones montañosas y próximas a las
montañas del creciente fértil al clima diferente de la llanura aluvial y a un
terreno regado artificialmente, se vio coronada por el éxito. La cebada
cultivada en la zona del creciente fértil, perteneciente a una variedad de dos
filas de granos por espiga, produjo en las condiciones completamente
diferentes de la llanura una mutación con seis filas de granos que más tarde se
extendió por todo el mundo antiguo. Asimismo aumentó en la zona de regadío el
tamaño de los granos del lino, con el consiguiente incremento de la producción
de aceite y fibras de linof.
Las viviendas construidas con adobes sin cocer o barro prensado fueron adquiriendo ya en la fase de el-Obeid, tras unos comienzos primitivos, una cierta regularidad. A menudo servían de vivienda cabañas cubiertas de juncos, como las que se utilizan aún hoy en el Iraq, sobre todo en las zonas pantanosas. La evolución de los edificios del culto fue más rápida; comenzó en Eridu, con pequeñas construcciones de una estancia, y desarrolló en la fase de el-'Obeid un tipo de construcción que se mantuvo hasta finales de la época prehistórica. Sobre una terraza artificial se yergue un edificio rectangular (24 x 12,5 m) con dos alas laterales que flanquean un espacio central donde se hallan el altar y el pedestal. Podemos considerar este tipo de construcción como precursor del «zigurat», o templo-torre, que es la forma de construcción religiosa más característica de Babilonia. La gigantesca torre escalonada de Nabucodonosor en Babilonia (605-562) es uno de sus ejemplos más tardíos. El templo de Eridu está construido en el mismo lugar donde se levanta el «zigurat» de Enki, el dios sumerio de la sabiduría, que data de la época de la II dinastía de Ur (hacia 2050 a. C.), lo cual da testimonio de una tradición de culto ininterrumpida.
Fig. 7.
Templo del estrato VII de Eridu.
El
inventario de los poblados prehistóricos babilónicos contiene todos los
utensilios correspondientes al nivel de la época. Además de la cerámica, que
fue pasando a ser objeto de uso en medida creciente, hallamos piedras de sílex
y obsidiana tallados, hoces de barro y clavos de barro curvado cuyo uso
práctico aún no se ha descubierto. Muchos de los objetos fabricados con
materiales perecederos, como madera, cuero y fibras, no han dejado restos. Es
importante subrayar que en aquella época no se dependía exclusivamente de las
materias primas indígenas. El sílex se traía de la meseta arábiga; la
obsidiana, de Mesopotamia; el asfalto necesario para la fabricación de
herramientas y, sobre todo, para la construcción de barcos, provenía de
Hit, en el curso medio del Éufrates, o de los actuales campos petrolíferos
de Kirkük o Mosul. El metal no aparece en las ruinas babilónicas de la fase de
el-Obeid, pero debió utilizarse en Babilonia desde época muy temprana, ya que
era conocido en la fase de Tell Halaf. Un modelo de barro de un barco de vela
hallado en una tumba de fines de la fase de el-Obeid hace suponer que en
aquella época existían comunicaciones con los territorios periféricos del
Golfo Pérsico. Babilonia participaba seguramente en un importante intercambio
de productos. Es difícil averiguar qué clase de productos producía Babilonia
para este intercambio, pues eran, si no exclusivamente, al menos en su mayor
parte, de materiales perecederos. Entre los productos agrícolas predominarían
los cereales, especialmente la cebada de seis filas de granos y los dátiles.
Quizá se intercambiaran ya en aquel tiempo tejidos, como más tarde en época
histórica. Para Babilonia también es válido el principio según el cual una
economía puramente agraria no puede absorber totalmente los aumentos de
población sin exportación y comercio exterior.
Las creencias religiosas de los primitivos habitantes de Babilonia están atestiguadas en los importantes templos dedicados al dios principal en Eridu. Los sacrificios de pescados y la situación de los templos bajo el posterior «zigurat» del dios Enki demuestran una tradición constante hasta la época histórica; Enki se representa en época posterior con surtidores de agua en los que nadan peces saliendo de sus hombros. Son también muy interesantes las figuras de barro que aparecen en todos los poblados de la época de el-Obeid. Una figurita de barro que representa a una mujer en posición de dar a luz pertenece aún a la fase de Eridu y tiene cierta relación con las figuras femeninas de la época de Tell Halaft. Las figuras de barro de el-Obeid representan en general hombres y mujeres de pie. Las cabezas se alargan hacia atrás en forma de pico. La colocación oblicua de los ojos da a las estatuillas una expresión de reptil. Las figuras masculinas tienen a menudo los brazos formados como alas. Entre los animales representados predominan, como en la fase de Tell Halaf, el toro y la vaca, pero también existen figuras de animales salvajes. A veces se colocaban terracotas en las tumbas.
La presencia
de accesorios funerarios en las tumbas, generalmente cerámica, atestigua la
creencia en una vida ultraterrena, aunque naturalmente no nos comunican nada
específico sobre esta creencia. Algo más concreto nos dicen los hallazgos de
perros de caza en las tumbas, colocados sobre el pecho del dueño y provistos
de un plato con carn. El modelo de barro de un velero, citado más arriba,
indica que se creía poder conservar por medio de fórmulas mágicas la profesión
ejercida en la tierra también en el más allá. Esta creencia puede relacionarse
con la costumbre, atestiguada esporádicamente durante la época protodinástica,
de enterrar a los personajes importantes con sus criados. Pero difiere de ésta
decisivamente, ya que, en la época de el-Obeid, el difunto no tenía que
continuar en el más allá al servicio de una persona superior.
Disponemos
de pocos datos sobre la antropología de la época prehistórica de Babilonia.
Los esqueletos de una necrópolis de el-Obeid tardío hallados en Eridu,
enterrados en cistas de adobes y tumbados, tienen unas dimensiones asombrosas,
mientras que los esqueletos de la primera época dinástica corresponden a una
población de estatura reducida. Tanto estos esqueletos como los más
antiguos de Tell Hassuna, junto a Mosul, y los de Tepe Gaura, de la primera
época de Tell Halaf, se atribuyen a la raza mediterránea, a la que, por
tanto, se debería la creación de la antiquísima cultura de Babilonia y, en
general, de la cultura rural del Oriente Próximo.
Poco podemos
decir de la condición étnica de los habitantes prehistóricos del país.
Unicamente apoyándonos en los hechos de la época primitiva, en la que está
atestiguado, con bastante seguridad, que los sumerios eran la fuerza motriz de
la época, podemos deducir que éstos entrarían algún tiempo antes en el país, es
decir, lo más tarde en la fase de Uruk, sin que por eso se pueda relacionar con
su llegada la desaparición de la cerámica policromada. Es posible que los
sumerios formaran ya parte de los primeros pobladores.
Analizando
la cultura de los habitantes prehistóricos de Babilonia descubrimos relaciones
claras con el este y el sureste, o sea con Susiana, donde se han hallado, en
Tell Jówi y Jafarábád, piezas de cerámica idéntica a la cerámica de Eridu,
pero también con la meseta iraní, especialmente con Fars. Por otro lado hay
relaciones evidentes con la cultura de Tell Halaf en Mesopotamia. Da la
impresión de que el territorio aluvial de Babilonia fue poblado por
agricultores del norte y del este. Probablemente, el rápido aumento de
población en las zonas de agricultura artificialmente irrigada obligó a una
parte de ésta a roturar nuevos territorios.
Durante el
tiempo en que Babilonia realizaba las tres fases de su evolución prehistórica
tuvieron lugar, en las regiones vecinas del norte y del noroeste,
transformaciones que corresponden de modo sorprendente a los acontecimientos
observados en Babilonia. Después del apogeo de la cerámica de Tell Halaf se
registra en toda la zona de su influencia una clara decadencia de la
policromía; un poco más tarde se hace patente en todas partes la ruptura que
provoca en el sur la aparición de la cerámica sin pintar de Uruk. La evolución
paralela es tan evidente que podemos hablar de una fase de el-Obeid y de una
fase de Uruk en las zonas vecinas de Babilonia, aunque no se alcanzaba una
identidad cultural total en todo este amplio territorio. A pesar de la claridad
con que se refleja esta amplia evolución en los materiales hallados, es difícil
interpretar los acontecimientos. De momento se puede establecer con seguridad
que ya entonces existieron relaciones entre las diferentes zonas del Próximo
Oriente, fomentadas por un intercambio intenso de productos. ¿Basta este hecho
para explicar por completo la estrecha evolución paralela? Nuestros
conocimientos de la época primitiva y de los períodos posteriores, en los que
aparecen unidades étnicas colonizando zonas limitadas, nos recuerdan que
tenemos que contar con repetidas y gigantescas migraciones de pueblos. Estas no
podían provenir de las zonas en las que aún no se había dado paso a la cultura
rural, ya que la densidad de población se mantendría allí en el bajo nivel de
la época de los cazadores, o de los nómadas pastores. Por el contrario, la
zona central de la cultura rural, el creciente fértil, con su rápido aumento de
población, estaba obligada a la expansión. La colonización de Babilonia es el
ejemplo más claro de ello. También en Anatolia y en el Irán fueron colonizados
por agricultores amplios territorios. Incluso zonas tan poco favorecidas
climáticamente como la región norte del Negev, en Palestina, fueron
colonizadas en aquel tiempo.
Actualmente
se discute la cuestión de la influencia de las culturas rurales del Próximo
Oriente, en especial si participaron decisivamente en el desarrollo de las
culturas rurales neolíticas de Europa o si éstas, por el contrario, fueron
creaciones autóctonas de la región situada en el curso medio e inferior del
Danubio.
Fig. 8. Templo de Uruk (estratos V-IVb).
En el curso
de la larga prehistoria de Babilonia se inicia una evolución, cuyo origen y
cuyas fuerzas impulsoras aún no puede establecer la arqueología, pero cuyo
resultado se presenta ante nosotros como un hecho completamente nuevo: la
cultura urbana de los sumerios. Sus características son la arquitectura
monumental religiosa, el gran desarrollo de la escultura y del relieve y,
además, el inicio de la escritura. La nueva época surgió sin ruptura del
último período prehistórico, de la fase de Uruk. En los nuevos poblados
continuaban los antiguos pueblos, con la diferencia de que algunos se
desarrollaban hasta formar verdaderas ciudades. Los templos siguen el esquema
de la época de el-Obeid. La cerámica sigue, de momento, las líneas de la época
de Uruk.
En Uruk,
donde se ha podido analizar con mayor claridad, en todas sus peculiaridades, la
fase antigua de la cultura, se ha hallado en el estrato IV de Eanna el recinto
sagrado de la diosa Inanna, diosa de la estrella Venus, de la lucha y del amor,
donde había grandes depósitos de barritas de barro utilizadas para la
decoración de muros, como sólo se encuentran en construcciones religiosas de
importancia. La muralla que rodea el gran santuario se remonta al menos a este
estrato. Aparecen también allí unos sellos cilindricos de un tipo muy extendido
en el estrato IVb. El templo más antiguo conservado pertenece al estrato
V-IVb. Está construido sobre una base de piedra calcárea que debía asegurarle
una larga duración, y mide 75 x 29 m, es decir, es siete veces más grande que
el último templo de la fase de el-Obeid que se halla en Eridu. Las piedras para
la construcción provenían de la ladera de la meseta arábiga, a unos 60 km del
emplazamiento del templo. El plano sigue el esquema del templo de Eridu, con espacio
central y dos alas laterales. La forma en T de la nave central y la cabecera
transversal con tres estancias, de las cuales la central está dedicada al
culto, constituyen una novedad. A esta construcción monumental, cuya
disposición simétrica atestigua gran maestría arquitectónica, pertenece otro
templo más pequeño, situado perpendicularmente al «templo de piedra calcárea»,
sobre una terraza baja. Entre ambos templos se halla un patio, cuyas paredes
estaban decoradas parcialmente con un mosaico tricolor de barritas de barro.
Desde el patio se tenía acceso a una sala de pilares y a la terraza. En el
siguiente estrato —IVa— encontramos otra vez dos templos juntos, uno de los
cuales, muy reconstruido, mide 83 x 253 m. El segundo está conservado por completo
y mide 55 x 22 m. Unidos a un edificio de entrada forman un conjunto
arquitectónico de amplias dimensiones, Otro templo de la capa IV ha sido
descubierto a unos 300 m al noroeste del «templo de piedra calcárea». Sus muros
están construidos, sobre una base de piedra calcárea, en yeso puro, siguiendo
una técnica de vaciado muy poco habitual en esta región. Los muros exteriores,
la nave central y la muralla del patio están decorados con mosaicos de piedra y
de barritas de barro. Es fácil hacerse una idea del trabajo que requería una
construcción de esta envergadura.
Fig. 9.
Templo del estrato IVa de Uruk.
En el
estrato III se han hallado, en el área de los templos del estrato V-IV, debajo
del centro del santuario posterior de Eanna (donde Urnammu y Shulgi
levantaron un «zigurat» hacia 2100 a. C.) restos precursores de un «zigurat»
que no tardó en adquirir dimensiones muy amplias. Complejos arquitectónicos
Fig. 10.
Reconstrucción del zigurat de Anu de Uruk.
De la misma
época que los templos descritos datan importantes testimonios del arte de los
sellos. Mientras que en la prehistoria de Babilonia y de las zonas vecinas se
utilizó exclusivamente el sello de estampa, en Uruk comenzó a utilizarse, en
el estrato IV lo más tarde, el sello cilindrico, que predominó en Babilonia y
más allá de sus fronteras hasta época tardía. En comparación con el formato
limitado del sello de estampa, el sello cilindrico ofrecía al artista una mayor
superficie sobre la que representar temas extensos. El sello cilindrico se
utilizaba preferentemente para sellar vasijas con contenido valioso, cerradas
con una tapa de barro. Posteriormente también servían para sellar tablillas de
barro escritas.
Los sellos
cilindricos de la época primitiva babilónica se dividen en cuatro grupos
diferentes. Nos dedicaremos a ellos con algún detalle, ya que las diferencias
de contenido y de estilo que muestran permiten sacar conclusiones históricas
importantes: el primer grupo está formado por sellos cilindricos grandes,
sobre los que el artista creaba figuras plásticas. Junto a escenas referentes
al culto, delante de templos y de altares, y representaciones de naves con
carácter sagrado, aparecen escenas de luchas, entre las que se encuentra un
combate de carros; y escenas de caza y lucha con animales salvajes para
defender los rebaños. También hay representaciones de animales peleando. Las
escenas de la vida cotidiana son poco corrientes. La figura principal es el
soberano, que se reconoce por su estatura y su indumentaria, por el pelo
recogido con una cinta, la barba y la falda de red que le llega hasta los
tobillos. Se le representa en actividades religiosas o profanas. Los sellos de
este tipo predominan en Uruk, pero son raros en el norte de Babilonia y no se
hallan en la región del Diyála. El grupo más corriente de Uruk, después del
anterior, es el decorado con composiciones «heráldicas», en las que a menudo
aparecen grupos antitéticos. Son características las representaciones de
serpientes o seres mixtos, cuyos cuellos se entrelazan. Al tercer grupo,
extendido sobre todo en la región del Diyala, pero también en Babilonia del
norte, y que aparece aisladamente en Uruk, pertenecen pequeños sellos cilindricos,
que se distinguen de los otros grupos por el material. Las decoraciones
—animales esquemáticos, que se disuelven en rayas, peces, vajillas, figuras con
trenzas, y formas que recuerdan arañas—, están realizadas en una técnica simple
sin mucho refinamiento. El cuarto grupo, extendido asimismo por la región del
Diyála y norte de Babilonia, pero que no llegó a consolidarse hasta la época
primitiva, lleva adornos abstractos, como el trébol de cuatro hojas y la cruz
de Malta.
De los
sellos del primer grupo derivan los relieves. En ellos volvemos a encontrar al
soberano luchando con arco y flechas contra los leones, o encabezando una
procesión que lleva ofrendas a una sacerdotisa de la diosa Inanna o a la diosa
misma. Muy difundidas estaban las vasijas de piedra decoradas con relieves, en
los que los artistas podían expresar su preferencia por el altorrelieve.
Los restos
de obras de bulto redondo son escasos en esta época. Un fragmento de una
estatuilla representa posiblemente al soberano, tal y como nos lo muestran los
sellos y los relieves. La cabeza, muy mal conservada, de una figura femenina de
grandes dimensiones puede ser la representación más antigua de una divinidad en
figura humana, ya que conserva restos de un polos y de una doble tiara cornuda.
La tiara cornuda es en el arte babilónico la insignia de la divinidad. La
obra, con mucho, más importante es una cabeza femenina de Uruk, que, a pesar
del estado deteriorado en que ha llegado hasta nosotros, transmite una idea de
la madurez y de la calidad del arte babilónico. Los artistas de esta época
han creado obras maestras en la escultura de animales, que debieron servir como
amuletos.
Fig. 11.
Sellos cilindricos de la época primitiva.
La creación
más importante de la época primitiva, la que separa esta época decisivamente
de la prehistoria y ha tenido mayores consecuencias, es la escritura. Los
primeros testimonios del estrato IVa, de Uruk, representan la fase primitiva de
toda escritura en Babilonia. Cada signo escrito se graba con un fino buril de
caña en el barro aún húmedo. Los signos son en parte claramente figurativos y
corresponden a las decoraciones de relieves y sellos del primer grupo, citado
más arriba; es de destacar que sólo a las de este grupo. La mayoría de los
signos escritos representa lo significado en abreviaciones muy conscientes,
que no podían pertenecer exclusivamente al mundo imaginario de un solo
artista. Por ejemplo, el signo «mujer» se representaba por un triángulo. Los
signos complicados, por ejemplo, los referidos a personas en actitudes
determinadas, como los que aparecen a menudo en la escritura egipcia, se
evitaban; los inventores de la escritura buscan, por el contrario, desde un
principio, un medio de comunicación para el uso cotidiano. La escritura se
transformó pronto en una escritura cursiva para el uso corriente, en la cual
los signos habían perdido, hacia fines de la época primitiva, su carácter de
imagen. El número de signos fue muy grande al principio, aproximadamente unos
2000. En el curso de la evolución hasta el desarrollo completo de la escritura,
hacia fines de la época protodinástica, fueron descartados casi dos tercios,
que naturalmente se sustituyeron con otras posibilidades nuevas.
La escritura
babilónica es, por su sistema interior, una escritura de conceptos; es decir,
a cada concepto corresponde un signo o grupo de signos. Una escritura basada en
tal principio pronto tendrá que buscar medios para ampliar sus posibilidades
de expresión y claridad. Estos consisten, principalmente, en el empleo de
signos iguales para palabras de sonido igual, pero significado diferente, y,
por consiguiente, en el desarrollo de signos silábicos. El nombre de persona
«en-líl-ti» que figura en una tablilla de Jemdet Nasr, en Babilonia del norte,
perteneciente a la misma época que los documentos del estrato Illb de Uruk,
constituye un buen ejemplo de esta evolución. Este nombre puede interpretarse
sobre la base de analogías posteriores como «El dios Enlil (dios principal de
Nippur) conserve en vida». El signo para «vida, conservar en vida» es una
flecha. En principio este signo correspondía al concepto sumerio «ti» = flecha,
pero se trasladó al homónimo «ti(l)» = vida, difícil de representar pictográficamente.
Del mismo modo, la escritura egipcia derivó de la imagen del escarabajo (khpr),
el signo khpr, «devenir», aunque en el sistema egipcio se representa
únicamente la escritura consonántica, quedando sin precisar la vocálica. El
punto de partida para la formación de signos silábicos está en la acentuación
del elemento sonoro ligado a un signo, elemento que se convierte en portador de
un significado. La pervivencia de signos conceptuales junto a signos silábicos
es rasgo característico de la escritura babilónica —la llamada cuneiforme—
hasta su desaparición en el siglo primero después de Cristo, y se conservó
también cuando otros pueblos, como el acadio, el hurrita y el hitita, adoptaron
la escritura babilónica para representar sus propias lenguas.
Los
testimonios escritos más antiguos son documentos administrativos, relacionados
con la economía de los grandes templos. No aparecen crónicas históricas y obras
literarias escritas hasta época posterior, en la época protodinástica. Sin
embargo, ya en la fase más antigua de la escritura se enseñaba el arte de
escribir en el templo y en las escuelas con ayuda de listas de palabras. Estas
listas, halladas ya en Jemdet Nasr en Babilonia del norte, se transmitieron con
texto idéntico durante mucho tiempo, hasta la época de la dinastía de Akkad
(desde 2340 a. C.). Eran los libros de texto sobre los que se basaba el
aprendizaje de la escritura en toda Babilonia, y más tarde en Elam y Asiria.
¿Qué lengua
anima los monumentos literarios de la época primitiva y quiénes eran los
inventores de la escritura, creadores a la vez de toda la cultura de la etapa
primitiva de Babilonia? Como los signos conceptuales no reflejan nada de la
forma sonora de las palabras designadas, sólo tienen valor informativo para
nosotros los casos en que se utilizan signos conceptuales para términos
homónimos, o aquéllos en que aparecen signos silábicos. En el caso de la fase
Uruk IIIb está atestiguado, por el referido nombre de en-líl-ti, «¡Enlil
conserve en vida!», que se trataba de la lengua sumeria, pues sólo en ésta son
homónimos «ti», «flecha» y «til», «vivir». En la fase Uruk IVa aún no se ha
hallado ningún caso seguro de empleo de un signo conceptual para una palabra
homónima de significado distinto, ni tampoco de escritura silábica. Pero, en
vista de que los demás datos no atestiguan, entre los estratos IVa y IIIb de
Uruk, ningún cambio de población, podemos considerar a los sumerios como
inventores de la escritura y creadores de la cultura primitiva de Babilonia.
Probablemente
nunca se podrá precisar de dónde provenían los sumerios que se instalaron en la
región aluvial del Iraq. Su entrada en el país se produjo en época
prehistórica, y el material arqueológico prehistórico raras veces responde a
cuestiones que por su naturaleza son históricas. El sumerio pertenece a las
lenguas aglutinantes, que combinan según leyes fijas palabras invariables. En
este tipo se incluyen el elamita, el proto- khatti y el hurrita-urarteo,
ninguno de los cuales se relaciona con el sumerio. Tampoco se han podido
establecer relaciones con las demás lenguas aglutinantes —las del grupo
finougrio, el mongol, las lenguas turcas, el vasco y algunas lenguas
caucásicas como el georgiano—. Las lenguas aglutinantes pueden dividirse
según antepongan o pospongan los elementos gramaticales formativos o utilicen
ambas posibilidades, pero el tipo sumerio, que emplea la anteposición y la
posposición, corresponde al georgiano, a algunas lenguas del mismo tronco y al
vasco, es decir, está demasiado extendido para que podamos deducir de esta
característica conclusiones seguras. El sumerio se presenta, pues,
completamente aislado.
Afirmar que
los sumerios fueron en la época primitiva, y tanto en el terreno político como
en el cultural, la clase dirigente de Babilonia, no quiere decir que fueran el
único grupo étnico allí establecido. Tenemos que contar con la presencia de
pobladores de lengua semita, a los que podemos atribuir algunos préstamos muy
antiguos al sumerio. Desgraciadamente, es muy difícil discernir otras capas
lingüísticas en el sumerio; tampoco el hecho de que numerosos topónimos
babilónicos no puedan interpretarse a partir del material lingüístico sumerio
ni, en general, parezcan sumerios, permite sacar conclusiones seguras por el
momento.
Por el
contrario, está claro que el sumerio no se extendió fuera de las fronteras de
Babilonia. La vecina Elam no adoptó la escritura sumeria, pero al conocerla
desarrolló, hacia fines de la época primitiva babilónica, la llamada «escritura
protoelamita». La ausencia de escritura en el ámbito asirio hasta la época de
la dinastía de Akkad (desde 2340 a. C.) demuestra que esta región se
diferenciaba étnica, económica y políticamente del mediodía sumerio. Las
diferencias que revelan la glíptica primitiva y la difusión de los grupos de
sellos indican que el territorio del Diyala no participaba más que
parcialmente de la cultura sumeria. Las zonas que lindaban con Babilonia al
norte y al este estaban habitadas —como aún en época histórica lo estaban en
parte— por pueblos que ocupaban territorios relativamente reducidos. Algo
parecido debió suceder en época prehistórica, aunque entonces parece que
existían grandes provincias culturales.
La historia
de los sumerios como pueblo estaba, según parece, determinada por la falta de
inmigrantes del propio pueblo o de grupos étnicos emparentados, que ampliaran o
completaran su número. En este punto se hallaban en desventaja frente a los
habitantes de lengua semita de las estepas occidentales, que recibían
constantemente refuerzos. Los sumerios acabaron por disolverse en cuanto pueblo
en una nueva comunidad, en la que predominaba el grupo semita, y su lengua dejó
de hablarse. Esto sucedió hacia 1900 a. C. La labor de este grupo
numéricamente reducido, que determinó de manera decisiva la cultura babilónica
hasta época tardía, e influyó en todo el Oriente Próximo, es por esta razón
aún más meritoria.
La época de
la cultura primitiva fue una época de apogeo en Babilonia. Los centros
culturales eran ciudades, que se habían formado en parte por fusión de varios
poblados. No sabemos cuántas ciudades existieron entonces pero, seguramente,
todas las que alcanzaron alguna importancia en época posterior habían salido
ya en la época primitiva de la fase rural. Estos centros serían, de sur a
norte: Eridu, Ur, Uruk, Badtibira, Lagash (hoy al-Hibá), Nina (hoy Surgul),
Girsu (hoy Tello), Umma (hoy Jókha), Nippur y, en el norte de Babilonia, Kish,
Sippar, Akshak. El centro de gravedad se hallaba en el sur, donde Uruk
ocupaba el primer puesto. Hay que notar que las ciudades entonces eran
abiertas, a pesar de que se conocen asentamientos amurallados en el neolítico
temprano. Podemos deducir de ello que la situación política de Babilonia era
relativamente estable durante la época primitiva.
El cultivo
de los cereales según un sistema de regadío ya desarrollado y la cría de
ganado bovino y menor constituían la base de la subsistencia, como nos muestran
las imágenes de una vasija de culto hallada en Uruk: encima de una línea
ondulada, que representa el agua, crecen cereales, más abajo caminan ovejas en
fila. Los temas de los sellos y de las vasijas de piedra adornadas con
relieves dan también testimonio de la importancia capital de la vida
campesina. El trabajo del campo se realizaba con diversos instrumentos:
carros, angarillas y, sobre todo, el arado. Las representaciones gráficas, y
más aún la escritura, que, por ejemplo, derivó 31 signos, para denominar
diversas clases de ganado menor, del signo «oveja», atestiguan los resultados
positivos de la ganadería. El cerdo aún no era un animal tabú, como lo sería
más tarde.
En las
ciudades gran número de artesanos se encargaban de producir los bienes
necesarios. Parece que eran muy numerosos los canteros, que fabricaban los
bloques para las grandes construcciones religiosas, las barritas de piedra para
las paredes de mosaico y las vasijas de piedra. También los artesanos del
metal disponían de grandes conocimientos técnicos y figuras de animales. En la
constante renovación de los grandes santuarios trabajaban muchos artesanos,
fabricando ladrillos y barritas de barro para los mosaicos. Los artesanos
disponían, como muestran nuestros hallazgos, de grandes cantidades de materia
prima importada. Estas materias se importaban de los mismos lugares de donde se
traerían en época histórica posterior: el oro de Melukhkha y la región
occidental del Indo, el lapislázuli de Badakhshán en Afganistán, las piedras
para las vasijas de las montañas periféricas del este iraní, la plata de la
«sierra de Plata» en el Tauro cilícico, el cobre de Magan y la zona costera
del océano Indico, las maderas valiosas para la construcción, de las montañas
occidentales, que seguramente no estaban tan erosionadas como en época
histórica posterior. Todo esto refleja un denso intercambio comercial en la
primitiva Babilonia. Parece que el comercio se dirigía con preferencia hacia
el este y el sureste, aprovechando en parte los vientos monzones para los
largos transportes por barco. El asentamiento de la época primitiva descubierto
en Tell Brak, a orillas del Jagjaga, afluente del Khabur, atestigua un intento
de controlar las rutas comerciales de Mesopotamia central, pues en él aparece
material cultural típicamente sumerio en un ambiente diferente del de origen.
Los centros
de la vida económica durante la época primitiva fueron los templos, aunque
seguramente pocos santuarios alcanzaron la importancia del templo de Eanna en
Uruk, que ocupaba una superficie aproximada de nueve hectáreas. Las exigencias
de los templos hicieron nacer la escritura, necesaria para dominar las extensas
propiedades. Que las tablillas de barro más antiguas se hayan encontrado
exclusivamente en el recinto de los templos y que los documentos registren
generalmente transacciones económicas demuestra que la escritura estaba
destinada a servir a la economía de los templos. Para zonas con otro tipo de
economía la escritura no era inútil, pero sí innecesaria. Sobre los sellos y
en los relieves vemos a menudo rebaños marcados con un signo simbólico como
propiedad de los dioses, es decir, de sus templos. En el recinto de Eanna, en
Uruk, se han descubierto tallares de alfareros, canteros y fundidores. El
material encontrado, unido a la cantidad de los productos artesanales y su
calidad, indica que en aquel tiempo se había alcanzado una cierta división del
trabajo, que, como es característico de toda cultura urbana, liberaba a una
parte importante de la población de la producción de alimentos. Esta podía
entonces dedicarse a producir los bienes necesarios para cubrir las propias
necesidades, pero también para compensar las grandes importaciones del
extranjero.
La economía
de los templos estaba encabezada por el rey, el «hombre con falda de red»
representado en las obras de arte. No podemos precisar el título que llevaba
entonces. Probablemente se llamaba «en», que corresponde a nuestro «señor»;
aunque nuestro término no expresa su rango de sumo sacerdote o de suma
sacerdotisa. La tradición iconográfica del «hombre con falda de red» nos
transmite precisamente esta asociación de actividades sacras y profanas, que
nosotros desde nuestro punto de vista solemos separar. Una sola vez aparece en
un documento del estrato IIIb el título de lugal, «rey», utilizado en época
histórica y que significa literalmente «hombre grande». El «hombre de la falda
de red» está representado en un sello cilíndrico como «buen pastor», título
que llevaban a menudo los reyes de Babilonia en época posterior; a un lado y
otro de la figura real dos ovejas con melena, levantadas sobre las patas
traseras, muerden las hojas de dos ramas. La escena tiene seguramente un
significado religioso, como demuestran los símbolos de la diosa Inanna —el
llamado «haz de juncos»— que enmarcan el grupo simétrico.
Según lo que
revelan los materiales de época primitiva, o sea, tanto los hallazgos
arqueológicos como los documentos escritos, podemos remontar la forma de
organización de la «ciudad-templo sumeria», que en nuestras fuentes escritas
no se refleja claramente hasta fines de la primera época dinástica, a la época
primitiva. En este sistema, el representante terreno de la divinidad
administra los bienes del templo. Se encarga de la construcción y reparación de
los templos y organiza las ceremonias del culto. También corren a su cargo la
planificación del sistema de regadío, que permite el cultivo de las tierras del
templo, y la dirección de las múltiples actividades de los miembros del
templo. Otra de sus obligaciones es la defensa del recinto sagrado. Se tratará
con más detalle este tema en el capítulo dedicado a la época protodinástica.
Las fuentes,
bastante poco explícitas, no nos informan acerca de las dimensiones de las
unidades políticas que durante la época primitiva se formaron sobre la base de
los diversos templos. El que la escritura aparezca ya en el estrato más
antiguo —Uruk IVa— de Kish, en Bdtulonia del norte; el que en el estrato III
fuera medio de comunicación habitual en todo el país y estuviera al servicio de
los templos, y el que las listas de palabras por las que se aprendía la
escritura fueran unitarias en toda Babilonia, refleja una relación estrecha
entre las diversas partes del país, pero no demuestra que un centro tuviera la
hegemonía en Babilonia. En la tradición histórica posterior no se conservaban,
según parece, noticias directas y fidedignas de la fase decisiva de la época
primitiva. La lista de reyes sumeria registra cinco dinastías en el período de
tiempo que abarca desde los principios «cuando la monarquía descendió del
cielo» y el «diluvio universal». Estas se reparten entre las ciudades Eridu,
Badtibira, Larak, una ciudad aún no identificada de Babilonia central, Sippar
en Babilonia del norte y Shuruppak, la actual Fára, en Babilonia central. El
último rey debió ser Ziusudra de Shuruppak, héroe del relato sumerio sobre el
«diluvio universal». Pues la tradición sobre la «época anterior al diluvio»
que se añadió a la lista de reyes sumeria nace del mito sumerio del diluvio,
que cita las mismas cinco ciudades como los centros más importantes de la época
primitiva. Hay que destacar que las excavaciones de Shuruppak no han revelado
ninguna prueba de la existencia de un asentamiento primitivo comparable
siquiera con Uruk, mientras que las extensas ruinas de Badtibira podrían
ocultar una ciudad importante por esta época. Ni Uruk ni Lagash están incluidas
en la lista, aunque ambas ciudades tendrían derecho a figurar en ella. Uruk no
aparece hasta la segunda dinastía de la «época posterior del diluvio», detrás
de una dinastía de Kish, cuyos reyes llevan generalmente nombres acadios, que
demuestran las diferencias ya existentes entre el sur sumerio y el norte de
Babilonia influido por Akkad. Ambas dinastías, que según consta existieron al
mismo tiempo, pertenecen ya a la época protodinástica.
Quizá la
tradición religiosa sumeria haya guardado un recuerdo más fiel de la época
primitiva que el transmitido por la lista de reyes. Ya dijimos que la tradición
cultural, desde la fase de el-Obeid hasta época histórica, se conservó
ininterrumpida en Eridu, y seguramente en otros lugares. Esto no quiere decir
que allí se venerara siempre a las mismas divinidades bajo los mismos nombres,
y aún menos que no cambiaran fundamentalmente las concepciones religiosas en
el curso de tan larga evolución. Durante la época primitiva, las divinidades se
representaban en la mayoría de los casos —tanto en los monumentos artísticos
como en la escritura— por medio de símbolos. Los más conocidos son el «haz de
juncos» de la diosa Inanna de Uruk y el «estribo» del dios de la luna de Ur,
Nanna. Existían también representaciones antropomorfas de divinidades, como
atestigua el fragmento ya citado de una cabeza con doble tiara cornuda, la
insignia divina más corriente en la época tardía de Babilonia. El texto de un
documento de Uruk, estrato Illb, reúne en un campo los signos «fiesta»,
«estrella», «Inanna», «día», «ponerse», que significan: «Fiesta en el día en
que se pone la estrella de la diosa Inanna». Es evidente que Inanna es la
divinidad astral, la diosa de la estrella Venus de época histórica. Esto, sin
embargo, quiere decir que la evolución decisiva de la concepción antigua,
probablemente totemista, a la concepción antropomorfa de la divinidad tuvo
lugar ya en la época primitiva babilónica, aun cuando se conservaran los
antiguos símbolos en la iconografía de las divinidades transformadas. La
posterior tradición sumeria conoce algunas divinidades, que califica de
«antiguas», que pueden representar viejas formas culturales. «Antiguos» eran
Gatumdu, «madre de Lagash»; Nisaba de Eresh, Nunbarshegunu de Nippur, Belili,
la hermana de Dumuzi, y Bilulu. Se trata en todos estos casos de diosas y sus
nombres son sumerios. Nisaba es una palabra que se usa para el trigo;
Nunbarshegunu contiene el nombre sumerio de la «cebada manchada» (flordeum
rectum nigruní). De momento no sabemos si el culto a estas diosas se remonta
hasta la época primitiva. Sin embargo, hay que notar que en algunos poblados
antiguos una diosa encabezaba el panteón local. Se les atribuían maridos que
tenían un rango muy inferior. En Lagash tenemos a Gatu-mdu-Baba con Ningirsu;
en Nina, a Nanshe con Nindara; en Keshi, a Nintu con Shulpa’ea. Habría que
nombrar también a Inanna y Dumuzi, aunque en este caso el cónyuge de la diosa
era un mortal. Es muy interesante el hecho de que estas parejas divinas no
corresponden a la familia patriarcal, que fue la forma familiar habitual en la
Babilonia histórica. Es posible que en otro tiempo predominaran otras formas,
como atestigua una inscripción de Urukagina de Lagash (hacia 2350 antes de C.)
que habla de una diandria permitida en época primitiva, pero prohibida en su
época. En una cultura basada en la agricultura y la ganadería es comprensible
que los principios sobrenaturales, una vez alcanzada la etapa de representación
antropomórfica de las divinidades, tuvieran rasgos femeninos, como Nisaba,
que representaba el trigo, o Turdur, la oveja madre, y otras diosas que
garantizaban la fertilidad de la tierra, de los animales o de las personas.
Mientras en
Babilonia se desarrollaba y llegaba a su apogeo la cultura urbana, las regiones
vecinas permanecieron en un nivel inferior. Unicamente el territorio elamita
registró, bajo la influencia de Babilonia, una evolución análoga. Las
diferencias de nivel cultural se hacían patentes en las extensas relaciones
comerciales que Babilonia mantenía con los países vecinos. Las huellas de estos
amplios contactos aparecen claramente en los monumentos arqueológicos. Existían
comunicaciones regulares con la región situada en el curso inferior del
Diyala, cuyo centro se hallaba en Eshnunna, actualmente Tell Asmar. Desde allí
se extendieron algunos tipos de sellos cilindricos hacia el norte y también el
sur de Babilonia. En Susa, la influencia babilónica es tan fuerte que se ha
pensado en una dominación sumeria. Pero la existencia de una escritura
independiente, aunque de inspiración babilónica, en la época del estrato III
de Uruk, demuestra un grado de independencia incompatible con el sometimiento
político. En Susa estuvieron difundidos los tipos de sello babilónicos con
escenas de caza y, sobre todo, los sellos heráldicos, pero también tipos que
podrían provenir de la región del Diyala. Paralelamente se desarrolló un estilo
propio. Las pequeñas figuras de animales de Susa están estrechamente
relacionadas con creaciones babilónicas.
Parece que
las relaciones con la región asiria no eran tan estrechas. Un sello cilindrico
hallado en Tell Billa con una escena de viaje litúrgico en barca tiene réplicas
exactas en Uruk, estratos III y IV, y, por tanto, puede ser una pieza
importada. En la vecina Tepe Gaura se han descubierto, en estratos que
corresponden a la época primitiva de Babilonia, templos basados en una larga
tradición local. Pueden estar emparentadas con los santuarios atestiguados por
primera vez en el estrato de el-Obeid de Babilonia, pero tienen rasgos propios.
El modelo más cercano es el templo dedicado a Inanna construido mil quinientos
años más tarde por el rey casita Kara’indash en Uruk (hacia 1430 a. C.). El
sello de estampa todavía no había sido sustituido, como en el sur, por el
sello cilindrico; éste aparece en Tepe Gaura en las capas correspondientes a
la época protodinástica de Babilonia y a la época de la dinastía de Akkad. El
motivo principal de los sellos cilindricos es la cabra montesa; existen pocas representaciones
de animales domésticos. Muy raras veces aparecen figuras humanas. La escritura
sumeria es desconocida.
En Tell
Brak, en Mesopotamia central, se han descubierto, por el contrario,
numerosas piezas de carácter marcadamente babilónico, pertenecientes a la época
primitiva tardía, entre ellas un mosaico de barritas de barro en la pared
exterior de un templo de tipo parecido al de los templos de Uruk. Símbolos en
forma de anteojos, como aparecen en Babilonia y en la región del Diyala, han
sido desarrollados y convertidos en formas con grandes ojos. De este modo los
símbolos, que en parte llevan gorros altos o poloi, adquieren un aspecto humano
y se acercan a las cabezas de alabastro allí encontradas, que parecen
relacionadas con el fragmento de la cabeza de figura divina hallado en Uruk.
La transformación de los símbolos va unida seguramente a la nueva concepción
antropomórfica de las divinidades. También corresponden a tipos babilónicos
las numerosas figuras de animales, que a menudo, y al igual que las figuras
análogas del sur, están trabajadas como sellos de estampa en la parte
inferior.
En
comparación con ruinas como las de Nínive y Tepe Gaura, donde se han
descubierto estratos contemporáneos, el número de testimonios culturales
influidos por Babilonia es extraordinario en Tell Brak. Por tanto, habrá que
considerar a éste un enclave babilónico; al mismo tiempo se impone la
comparación con las construcciones situadas allí sobre la ruina primitiva —un
palacio de Narámsin de Akkad (2260-2223 antes de C.) y la ruina de un edificio
nuevo de este recinto de la época de la III dinastía de Ur (hacia 2100 a. C.)—.
El palacio de Narámsin fue construido para asegurar el dominio sobre
Mesopotamia y controlar la ruta comercial; en cambio, no puede afirmarse con
seguridad que las construcciones primitivas de Tell Brak, que debieron existir
durante un período bastante largo, tuvieran la misma finalidad, ya que entonces
habría que contar en época muy temprana con una expansión militar y política de
los sumerios. Sin embargo, cabría recordar al respecto las numerosas escenas
que en los sellos cilindricos representan a prisioneros delante del «hombre con
la falda de red»; en estos casos no puede tratarse de disensiones internas, ya
que no podría comprenderse cómo las ciudades carecían de murallas protectoras.
También en
Siria media y del Norte, en Palestina y en Asia Menor los hallazgos esporádicos
atestiguan claramente una relación con la cultura sumeria de Babilonia.
Incluso en Egipto se han descubierto en la época Naqada II, poco antes de la
«unificación del reino», testimonios culturales de origen babilónico. Esto nos
da un valioso apoyo cronológico, ya que esta época puede situarse con razones
sólidas hacia el año 3000 a. C. de la historia egipcia. Las irradiaciones de la
cultura sumeria no tuvieron, sin embargo, una influencia decisiva sobre la
evolución egipcia. Carece, pues, de base sólida la tesis según la cual la
escritura egipcia deba su origen al contacto con la escritura sumeria.
A fines de
la época primitiva se registra en Babilonia una marcada decadencia. Durante el
último período las artes plásticas, especialmente en los sellos cilindricos y
los amuletos ani- malísticos, degeneran visiblemente. La falta de esmero en la
ejecución técnica, la renuncia a la plasticidad de bulto redondo y la tosquedad
de las figuras, grabadas someramente con líneas de contorno, están tan
generalizadas que no pueden atribuirse a la falta de habilidad ocasional de los
artistas. La variedad y novedad del arte de la época siguiente —la época
protodinástica— no permiten en absoluto esta interpretación. No sabemos con
detalle cómo se produjo el derrumbamiento, pero sí conocemos la causa: la
invasión masiva del territorio babilónico por grupos de lengua semita
provenientes del norte y noroeste.
La
literatura sumeria utiliza a menudo para catástrofes de todas clases (también
para las conmociones provocadas por las inmigraciones de pueblos extranjeros)
la imagen del «diluvio» o «inundación», haciendo referencia a un fenómeno
natural muy corriente en Babilonia. Los compiladores de la lista de reyes
sumeria, al situar la «inundación» en el momento de paso de la época primitiva
a la época protodinástica, hacen referencia con esta imagen a la invasión
de los pueblos acadios. Es difícil saber cómo los compiladores pudieron
disponer de noticias sobre un acontecimiento tan antiguo; quizá su propia
experiencia de las invasiones de tribus cananeas en Babilonia, la segunda gran
oleada de pueblos de lengua semita hacia principios del año
2000 a. C., influyera en su descripción de los acontecimientos antiguos. En
todo caso, difícilmente podían haber dado con una imagen más exacta para
caracterizar los sucesos tal y como se presentaban a los ojos sumerios: como la
inundación de su país por pueblos extranjeros.
Cuadro
cronológico I. — Épocas prehistórica y primitiva
Shanidar:
hombre de Neandertal .........................60 000-40 000 a. C.
Paleolítico
superior, Mesolítico, Neolítico.............. 35
000-9000
Comienzos de
la domesticación de
Asentamiento
más antiguo de Jarmó hacia .......................6750
Fases de Eridu, el-Obeid y Uruk...............................5000-3100
Época primitiva de Uruk..........................................3000-2750
Templo C de Uruk....................................................2815 +- 85