web counter

CRISTORAUL.ORG

La Batalla Final

EL VENCEDOR EDICIONES

info@cristoraul.org

el autor, Cristo Raul, abre acceso a sus libros en las distintas versiones de lenguas superiores internacionales, español, inghles, francés e italiano texto completo de los libros de la sagrada biblia, Antiguo y NUevo Testamento, de acuerdo a la Versión Católica Nacar-Colunga

READING HALL"THE DOORS OF WISDOM"

SALLE DE LECTURE "FRENCH LIBRARY"

LOS IMPERIOS DEL ANTIGUO ORIENTE

I

Del Paleolítico a la mitad del segundo milenio

Traducción: Genoveva Dieterich & Jesús Sánchez Maza

 

INTRODUCCIÓN

Para hacer la apología de una nueva síntesis histórica es suficiente recordar al lector, que tal vez se sorprenda de ver aparecer tantas, el hecho de que, pese a la unidad y la coherencia de los sucesos que nos relatan, su multiplicación está determinada sobre todo por la multiplicidad misma de los historiadores. Decir historiadores no es solamente hacer referencia a una mirada «profesional» lanzada hacia el pasado, sino también a los diversos puntos de vista desde los cuales puede éste observarse.

Por otra parte, se trata de una «Historia antigua» —y ninguna hay más antigua que la que se narra en el presente volumen, pues en él se la toma desde su mismo nacimiento en ese antiguo Oriente que la vio aparecer—; en historia antigua los documentos son siempre escasos, en proporción a la enormidad del tiempo transcurrido, son difíciles de comprender y se hallan sometidos a crítica y revisión constantes por parte de especialistas que no cesan de pensar en ellos para comprenderlos mejor; en ella la incansable investigación, las frecuentes excavaciones, nos traen sin cesar nuevos datos del principio de los tiempos, confirmando a veces las ideas que ya se tenían sobre una época más o menos vasta del pasado, precisándolas a veces y otras alterándolas por completo y obligando a ver las cosas de un modo distinto; en esta materia, por tanto, no es solamente útil, sino indispensable, incluso para los historiadores de oficio, que de vez en cuando se haga una revisión de los conocimientos que se poseen sobre ese océano sin límites que es la investigación del pasado.

Así, pues, en este volumen y en los dos siguientes se ofrece una síntesis, que hemos procurado actualizar al máximo, de la historia más antigua de este Próximo Oriente en el que nació nuestra civilización.

Pero, en lugar de encomendar toda la labor a un autor único, obligado a trabajar en un campo en el que sería imposible a cualquiera, aunque fuera un genio, dominar tantas escrituras y lenguas diferentes y difíciles, y consultar centenares de miles de documentos de todas clases, cuya comprensión y aprovechamiento requieren práctica en técnicas heterogéneas, resultaba preferible confiar a diversos especialistas las épocas y zonas que mejor conociera cada uno de ellos por haberlas estudiado directamente.

Para preparar la presente obra, estos especialistas han trabajado en equipo, leyendo y criticando cada uno de ellos los trabajos de sus colegas, sin por ello sentirse obligados a imitarse unos a otros. A excepción de los rigurosos métodos que nuestro oficio nos obliga a emplear desde hace mucho tiempo, y de la atención que debe ponerse en todos los datos importantes, incluidos los resultados de las últimas excavaciones y los más recientes análisis, la única convención a que todos nos hemos sometido ha sido la de buscar, cada uno a su manera, un equilibrio entre la exposición de los hechos (sucesión de los pueblos, de las dinastías, de los monarcas y de las peripecias de sus reinados) y los progresos de la cultura, suscitados o determinados por estos hechos. Dentro de este doble aspecto, y remitiendo al lector curioso de conocer las fuentes originales o aficionado a detalles más completos a obras especializadas enumeradas en una sucinta bibliografía, hemos intentado abarcar lo esencial y señalar claramente la trayectoria.

Esperamos que nuestra obra responderá así a la finalidad de la Colección en la que se incluye: constituir para el hombre culto un vademécum, una guía sencilla y segura de las innumerables salas sucesivas de este enorme Museo que es la Historia.

14 de mayo de 1964

Elena Cassin, Jean Bottéro y Jean Vercoutter

 

1. Prehistoria e historia primitiva de Asia anterior

I. FUENTES DE LA HISTORIA ANTIGUA DE ASIA ANTERIOR

 

Georg Friedrich Grotefend

Hasta fines del siglo XVIII las fuentes de la historia antigua del Próximo Oriente se limitaban a las noticias transmitidas por el Antiguo Testamento y la tradición clásica antigua. El paso decisivo para acceder a los documentos originales del Antiguo Oriente se dio en 1802, al descifrar G. F. Grotefend, al menos parcialmente, ciertas inscripciones en escritura cuneiforme persa. Los textos que C. Niebuhr copió fielmente en los palacios de Persépolis pertenecían a los reyes aqueménidas Darío y Jerjes, conocidos a través de tradiciones griegas y del Antiguo Testamento. Dichos textos estaban redactados en tres escrituras y en tres lenguas diferentes. Una vez descifrada la versión persa antigua, que correspondía a la lengua de los reyes, se obtuvo la clave para la lectura e interpretación de las otras dos versiones. Una de ellas estaba redactada en lengua elamita, la lengua de Susa; la otra, en lengua asirio-babilónica. Esta última planteó numerosas dificultades por su extremada complicación. Hacia 1857 las dificultades se habían superado. La interpretación de la versión asirio-babilónica tuvo importantes consecuencias, pues en esta lengua, perteneciente a la familia de las lenguas semitas —llamada hoy lengua acadia (o akkadia), según su denominación original—, está redactada la mayor parte de los documentos orientales de la Antigüedad.

Austen Henry Layard

Desde mediados del siglo XIX el interés despertado por los intentos de interpretación condujo a grandes excavaciones en las antiguas capitales del Imperio Nuevo asirio: en Nínive, frente a la actual Mosul; en Khorsabad, la efímera residencia de Sargón II (722-705), y en Nimrud, la antigua Kalkhu. Investigadores franceses e ingleses como P. E. Botta, E. Flandin y A. H. Layard dieron las primeras noticias sobre los monumentales palacios y templos, cuyos relieves ornamentales y figuras colosales pasaron pronto a formar parte de las colecciones del Louvre y del British Museum. Gracias a un azar feliz se descubrió en Nínive la biblioteca de Asurbanipal (Ashshurbanapli, 669-627), el último gran rey asirio, quien había coleccionado todas las obras literarias y religiosas de babilonios y asirios, así como de los antiguos sumerios, disponibles en su época.

Las ruinas de Babilonia, el país vecino situado al sur, resultaron menos ricas en hallazgos. Desde 1887 estaban en marcha, bajo la dirección de E. de Sarzec, las excavaciones de Tello, antigua Girsu, donde se hicieron los primeros descubrimientos de época sumeria. Entre ellos, las estatuas del príncipe de Gudea (hacia 2143-2124) y dos inscripciones cilíndricas, las más antiguas composiciones literarias halladas en terreno babilónico. Estos documentos hicieron posible la reconstrucción de esta antigua lengua sobre la base de genuinas tradiciones sumerias. Excavaciones americanas de 1889 hallaron en Nippur, en un barrio residencial del siglo, el mayor conjunto de textos literarios sumerios encontrados hasta hoy. Desde 1899 arqueólogos alemanes participaron también en las excavaciones: R. Koldewey en Babilonia y, desde 1903, W. Andrae en Asur (Ashshur). Su objetivo era reconstruir las dos grandes capitales. En 1913 se iniciaron, bajo la dirección de J. Jordán, las excavaciones en Uruk, las ruinas más importantes al sur de Babilonia.

Hugo Winckler

Mientras tanto también se habían iniciado investigaciones fuera del ámbito asirio-babilónico. En Susa, J. de Morgan descubrió la cultura de Elam que, a pesar de su estrecha relación con la vecina Babilonia, conservó su carácter peculiar. En 1887 se había descubierto ya casualmente, en la ciudad egipcia de Amarna, la correspondencia política de los pequeños y grandes monarcas del Próximo Oriente con Amenofis III y IV (1400-1344), redactada en escritura cuneiforme. En 1907 H. Winckler descubrió en Bogazkoy—la antigua capital hitita Khattusha, situada en Anatolia central— un archivo de escritos cuneiformes que permitió la reconstrucción de la lengua y la tradición hititas.

Junto a las tablillas descubiertas en excavaciones oficiales, innumerables documentos de las diferentes regiones del Antiguo Oriente y de todas las épocas, provenientes de excavaciones piráticas, enriquecieron las colecciones de los museos de todo el mundo.

Después de la interrupción ocasionada por la Primera Guerra Mundial, se inició una gran actividad arqueológica. Aquí daremos sólo unos cuantos datos: las excavaciones en Ur realizadas por L. Woolley sacaron a la luz los hallazgos sensacionales de la necrópolis real de Ur, que pertenecen a la época protodinástica tardía (hacia el 2450 a. C.). En Uruk surgió ante los arqueólogos la historia más remota (3000-2700 antes de C.). En excavaciones americanas realizadas en el curso inferior del Diyala se descubrieron, bajo la dirección de H. Frankfort, plantas de templos de toda la época protodinástica. En Nuzi, junto a la actual Kirkük, se descubrió un asentamiento de los siglos XV y XVI a. C. que proporcionó datos valiosos sobre una época poco conocida. Mari, situada en el curso medio del Éufrates, ofreció, gracias a las excavaciones dirigidas por A. Parrot, hallazgos importantes de la época protodinástica que completan los hallazgos de la región del Diyala. En un gran palacio se descubrió el archivo real, de más de 10.000 tablillas, de la turbulenta época en que Hammurabi de Babilonia intentaba unificar su imperio. Anteriormente, F. A. Schaeffer había iniciado la investigación en Ras Shamra, la antigua Ugarit, en la costa mediterránea. A él se debe el hallazgo de tablillas de barro con una escritura alfabética hasta entonces desconocida que proporcionaron, a través de los mitos y poemas épicos que contenían, una visión clara de la literatura y la mitología cananeas. Las excavaciones reanudadas en Bogazkóy por K. Bittel aclararon la historia de la capital del reino hitita. A la cabeza de una expedición americana, E. Herzfeld y E. Schmidt investigaron las monumentales ruinas de los palacios aqueménidas de Persépolis. Durante estos años despertaron mucho interés las excavaciones realizadas en asentamientos prehistóricos del Próximo Oriente, que proporcionaban datos sobre las etapas de desarrollo más antiguas.

Como a raíz de la Primera Guerra Mundial, las excavaciones se volvieron a reanudar después de la Segunda Mundial. A los trabajos llevados a cabo en los antiguos lugares de investigación, como Bogazkoy, Ugarit, Mari, Nimrud, Nippur, Uruk y Susa se añadieron expediciones que se dedicaban sistemáticamente a los problemas prehistóricos, especialmente a las cuestiones relativas a la época de transición al neolítico. Hay que resaltar que actualmente participan en la labor arqueológica los gobiernos de los diversos países del Próximo Oriente con sus propios equipos de colaboradores.

Esta enumeración sucinta representa el balance orgulloso de aquellos esfuerzos realizados por reconstruir la historia que fueron coronados por el éxito. Sin embargo, hay que recordar dos hechos: desde hace algún tiempo la investigación, ante la avalancha de nuevos materiales, tiene dificultades en mantenerse al día. Por otro lado, el mapa histórico ofrece en muchas regiones y en muchos períodos espacios en blanco, aún por rellenar, si quiere lograrse la reconstrucción fiel de la historia antigua del Próximo Oriente.

 

II. EL ÁMBITO HISTÓRICO DE LA ANTIGUA ASIA ANTERIOR

 

El espacio en el que tuvieron lugar múltiples procesos de evolución desde la época de los primeros testimonios de la existencia humana hasta el final de la historia independiente del Antiguo Oriente Cercano no coincide siempre con el territorio que acostumbramos a llamar hoy Próximo Oriente. En la época de las primitivas comunidades rurales se limita en líneas generales al espacio del «creciente fértil», es decir, al territorio situado en el arco formado por las montañas iraníes al este de Babilonia y Asiria, y las cadenas montañosas del Tauro y el Líbano, incluidas las llanuras situadas al pie de estas cordilleras. Una parte importante de la costa turca va a dar al mar Egeo y, por tanto, debe considerarse en el marco del desarrollo griego y balcánico. La costa del mar Negro estuvo seguramente poco poblada en la época anterior a la colonización griega. El norte y el sur de Arabia, donde existieron diversas culturas prehistóricas hasta el Neolítico y el Calcolítico, no entran en el terreno histórico hasta el primer milenio antes de Cristo, en la época del Imperio Nuevo asirio. Las fronteras con el Irán, sobre todo en la altiplanicie iraní, fueron siempre fluctuantes.

El núcleo geográfico del que partieron hacia finales del período prehistórico y durante la época histórica los impulsos decisivos se halla en la depresión formada por el Tigris y el Eufrates en época geológica relativamente reciente, y que alcanza desde la actual Bagdad hasta la desembocadura de los dos ríos en el Golfo Pérsico, el cual, en la Antigüedad, llegaría algo más al norte que en nuestros días. Desde el punto de vista climático, esta zona—más tarde Babilonia—se caracterizaba por largos meses de verano extremadamente calurosos y escasas e irregulares lluvias en otoño e invierno. La agricultura dependió en esta zona desde un principio del riego artificial.

Este territorio, con una superficie cultivable limitada, da con sus fronteras surorientales al actual Khuzistán, antiguamente Susiana, donde reinan condiciones climáticas parecidas, con la diferencia de que las zonas próximas a las montañas están favorecidas por lluvias copiosas. Las laderas de la cordillera iraní están bordeadas por un cinturón de valles en los que la agricultura se rige por las lluvias. Generalmente están separados los unos de los otros por montañas, de modo que raras veces llegaron a formar unidades políticas mayores. La comunicación con las altiplanicies iraní y armenia se establece a través de unos pocos puertos de montaña transitables, que conducen de Susa a Fars, del territorio del Diyala superior a Hamadán y Kermanshah, del territorio asirio oriental, a través del puerto de Rowanduz, a la región que rodea el lago de Urmia. Por estos puertos penetraron los pueblos del vasto territorio iraní en la llanura asiria y en las tierras bajas de Babilonia.

El territorio de lo que más tarde sería Asiria, que comienza al norte del Jebel el-Hamrin y se extiende en el este y el norte hasta las montañas es bastante amplio. La franja de terreno cultivable es muy estrecha en la orilla derecha del Tigris, pero se ensancha a la altura del actual Mosul, creando un cómodo acceso a las tierras situadas al pie de la sierra mesopotámica.

Fig. 1. Asia anterior en época prehistórica y protohistórica (hasta el siglo XVIIIa. C., aproximadamente).

 

Al oeste y noroeste de Babilonia la franja de tierra no cultivable, que hasta muy entrada la época histórica fue mucho más ancha que en la actualidad (pues el Eufrates ha desplazado en época relativamente reciente su curso hada el oeste, acercándose a la ladera abrupta que une la meseta arábiga con la llanura), sólo está habitada por nómadas pastores. Sin embargo, hasta que no fue domesticado el camello, es decir, hasta fines del segundo milenio antes de Cristo, los nómadas no podían alejarse más que unas jomadas de la tierra cultivada. Río arriba el territorio cultivado se estrecha en ambas orillas, encajonado entre la estepa de la meseta arábiga y las regiones casi desérticas del este, con sus terrenos calcáreos, dejando sitio únicamente a una cadena de oasis como la actual Ane. En la región de la antigua Mari y en las orillas de los afluentes del Eufrates, Khabur y Balikh, se vuelven a ampliar los terrenos cultivables, que comunican con la zona periférica mesopotámica y sus posibilidades de colonización intensiva.

El territorio situado al sur del Tauro, entre la costa mediterránea, el Eufrates y la zona de Siria media y Palestina, está constituido por numerosos territorios pequeños independientes. La vida de la costa, que albergó sobre todo durante la época fenicia excelentes puertos, se orienta hacia el Mediterráneo. La cadena montañosa del Tauro oriental exterior, antiguamente cubierta de bosque, y más al sur, los montes del Líbano y Antilíbano proveyeron Egipto, pero también la lejana Babilonia y más tarde Asiria, de valiosas maderas para la construcción y de resinas aromáticas. El ciclo sumerio de Gilgamesh y los poemas acadios e hititas influidos por éste reflejan, en el relato del combate que tuvo lugar entre el heroico rey de Uruk y el poderoso Khuwawa, señor de los bosques de cedros, estos hechos. La depresión entre Líbano y Antilíbano, que se prolonga en el valle del Jordán, constituyó una vía de comunicación muy transitada en ambas direcciones. Frente a la ladera oriental del Antilíbano se hallaban varias ciudades-oasis, entre las que destaca Damasco con la fértil Guta.

Palestina forma una región por sí misma, con zonas relativamente fértiles en las laderas occidentales de las montañas de Judea y Galilea, zonas desérticas en las montañas de Judea y en el Negev y vegetación subtropical en el valle del Jordán. Hacia Egipto el país estaba cerrado, por lo menos hasta poco antes del 3000 a. C., por los desiertos de Sinaí y el Negev del Sur. Al este del Jordán hay regiones que tuvieron una densidad de población tan importante en la Antigüedad como en época romana.

Buenas rutas montañeras conducen de la llanura mesopotámica y Cilicia a la meseta central anatólica. El núcleo territorial se situaba en torno al río Halys (Kizil Irmak). Fuera de él sólo tenía alguna importancia el territorio del Sangarios superior (Sakarya) y la llanura de Konya, como centro de colonización intensa. Las montañas del Ponto, al menos en la época del imperio hitita, estaban pobladas sólo por tribus nómadas y semi-nómadas. El occidente y la parte suroccidental de Turquía se orientaban principalmente hacia el mar. La región montañosa de Anatolia está tan fragmentada en núcleos territoriales pequeños por las altas cadenas montañosas que en poquísimos casos se logró la fusión en comunidades más amplias.

Asia Anterior estaba, pues, constituida por innumerables núcleos territoriales, generalmente de dimensiones reducidas. La consecuencia fueron formaciones étnicas y políticas reducidas que surgieron sobre todo en las regiones encajadas entre las montañas. Las condiciones naturales para formaciones más amplias se daban, por el contrario, en la región que más tarde sería Babilonia, en el territorio asirio y mesopotámico, en Anatolia central y en la meseta iraní. La franja interior que se extiende entre el creciente fértil y los desiertos de la meseta arábiga y que fue en todos los tiempos zona de pastoreo de los nómadas de lengua semita constituye un caso especial. Conviene indicar aquí que muchos de los pueblos que aparecen en el curso de la historia antigua del Próximo Oriente como fundadores de grandes imperios territoriales (así los hititas, los mitanios indoarios, los medos y los persas) habían alcanzado la unidad étnica e importante densidad numérica en los amplios espacios de Europa suroriental y oriental mucho antes de su aparición en el Cercano Oriente.

La tendencia al aislamiento de las diferentes regiones se veía reducida por la distribución irregular de los yacimientos de importantes materias primas. Las necesidades de materia prima variaban, naturalmente, según la época histórica, según variaban los objetos más requeridos. Primero fueron la obsidiana, el sílex y el asfalto; más tarde, las piedras para vasijas y, sobre todo, los metales. Ya en los primeros asentamientos encontramos materiales traídos de regiones lejanas. El intercambio de materias debió intensificarse extraordinariamente con la colonización de Babilonia. Al menos desde la época en que se desarrolló la cultura urbana babilónica dicho intercambio se extendería a regiones situadas fuera del ámbito estricto del Próximo Oriente. Los países del Golfo Pérsico y el lejano valle occidental del Indo suministraban importantes y codiciadas materias primas, así como Afganistán, con sus yacimientos de lapislázuli, y los países que producían el cinc necesario para la fabricación del bronce.

 

III. SOBRE LA CRONOLOGÍA

Aún no podemos establecer una cronología absoluta que proporcione una exacta correlación con nuestro calendario para muchos períodos de la historia antigua del Oriente. La lista de epónimos anuales asirios alcanza hasta el 910 a. C. Las listas de reyes nos proporcionan posibilidades de datación hasta el 1450 a. C. en los casos de Babilonia y Asiria, que con un margen de error de diez años son bastante exactas. En el caso de Siria y Asia Menor tenemos que servimos de sincronismos con Babilonia y Asiria, pero sobre todo con Egipto, que dispone de una cronología bastante segura durante este período. La fecha del tratado de paz firmado entre Ramsés II y el rey hitita Khattushili III en 1270 a. C. constituye un importante punto de orientación cronológica. Más allá del 1450 antes de C. carecemos hasta tal punto de datos que no ha podido establecerse el nexo con el período cronológicamente seguro que abarca desde la dinastía de Akkad (Acad) hasta el final de la dinastía de Hammurabi de Babilonia. De la duración que se atribuya a esta «época oscura» depende la datación del fin de la I dinastía de Babilonia y del comienzo de la dominación casita en Babilonia. Nosotros seguiremos la llamada «cronología media» (según S. Smith y M. Sidersky) que sitúa el final de la I dinastía de Babilonia en 1595 a. C. y el reinado de Hammurabi de Babilonia entre 1792-1750. El comienzo de la dinastía de Akkad tendría lugar hacia el 2340 antes de C. La llamada «cronología mínima» (según W. F. Albright y F. Comelius) precede en sesenta y cuatro años —es decir, un período de Venus— las fechas de la «cronología media».

De la época anterior a la dinastía de Akkad sólo podemos proporcionar datos aproximados de la fase final de la época protodinástica basándonos en la lista de reyes de Lagash, desde Urnanshe hasta Urukagina, que reinaron aproximadamente ciento veinte años. La lista de reyes sumerios, que enumera a los monarcas de Babilonia desde la época «en que la monarquía descendió del cielo» hasta el fin de la dinastía de Isin (1794 a. C.) no es fuente fidedigna para la época anterior a la dinastía de Akkad. Los nombres reales están transmitidos fielmente, salvo por algunos errores de transcripción; algunos reyes de la época protodinástica citados en la lista están atestiguados por documentos originales. Sin embargo, el valor documental de la compilación se ve mermado por el modo en que utiliza los da­tos de que dispone sobre la época primitiva. La compilación da por supuesto que en Babilonia no reinaron nunca varias dinastías a un tiempo. A esto se añade el empeño de los compiladores en no omitir ninguno de los nombres tradicionales, con lo que dinastías simultáneas fueron registradas en orden consecutivo. Así sucede que el período que abarca desde Meskalamdug de Ur hasta Lugalzagesi de Uruk, último rey de la época protodinástica anterior a Sargón de Akkad, contiene 45 monarcas, mientras que en Lagash, cuya lista de reyes nos es conocida sin lagunas, hubo en el mismo espacio de tiempo ocho soberanos, de los que algunos no reinaron más de unos pocos años. Otra deficiencia de la lista es su documentación incompleta, que por otra parte no puede asombramos dada la distancia entre la redacción definitiva de la lista y la época protodinástica. Así faltan todos los príncipes de Lagash, algunos de los cuales hubieran merecido formar parte de la lista de reyes babilónicos.

La duración de los períodos de la época protodinástica anteriores a Urnanshe de Lagash y de los períodos históricos primitivos puede establecerse aproximadamente según los datos proporcionados por el análisis de los diversos estratos de construcción de cada período y por el desarrollo de la escritura en Babilonia. En Egipto se han hallado objetos pertenecientes a un período anterior a la llamada «unificación del Reino» (Naqada II), fechada hacia el 3000 a. C., que tienen relación indiscutible con obras de la época primitiva de Babilonia y que, por tanto, permiten establecer un sincronismo aproximado entre las dos culturas. En el caso de uno de los períodos de la época primitiva—estrato Uruk IV— disponemos de una fecha, conseguida por el método del «radiocarbono» (C14), que sitúa ciertos restos de madera provenientes del templo C de esta capa en el 2815 + 85 a. C. Esta fecha se sitúa un poco más tarde que la establecida para el sincronismo babilónico-egipcio, el cual corresponde también a la época primitiva de Babilonia.

Actualmente, el creciente número de fechas proporcionadas por el método del radiocarbono para las etapas prehistóricas del antiguo Oriente Próximo, gracias al estudio de los asentamientos de Palestina, Cilicia, Anatolia, Iraq e Irán establece, junto con los datos correspondientes de Egipto y los Balcanes, una red cronológica bastante densa, que permite calcular las diferencias de tiempo entre las diversas etapas de desarrollo, así como la velocidad de este último.

 

IV. PREHISTORIA DE LA ANTIGUA ASIA ANTERIOR

Los primeros testimonios de la existencia de seres humanos y de su legado material han sido durante mucho tiempo escasos en el Próximo Oriente, y aún hoy lo son, si se comparan con los resultados de las amplias investigaciones realizadas en Europa. Sin embargo, las sistemáticas investigaciones de los últimos tiempos, que se han apoyado en las más diversas disciplinas científicas, han conseguido dar una imagen bastante clara de las fases del desarrollo paleolítico y neolítico. Los lugares donde se han hallado objetos prehistóricos creados por el hombre se extienden desde las cuevas del Carmelo próximas a Haifa y la región montañosa de Judea hasta el sur de Turquía, la costa occidental turca y Anatolia central, atravesando la zona costera siria; desde Jordania, a través de la meseta arábiga hasta el Eufrates y el Kurdistán occidental. En el Carmelo y en Shánidár, en el Kurdistán iraquí, se han hallado esqueletos del tipo del hombre de Neandertal en capas del Musteriense cuya edad oscila entre los sesenta mil y los cuarenta mil años. Sobre estas capas se superponen capas del Paleolítico superior cuya edad se calcula en treinta y cinco mil años, del Mesolítico y del Neolítico precerámico. Esta serie de capas, que llega en la capa más reciente al año 9000 a. C., seguramente no contiene todas las fases del desarrollo. Así, por ejemplo, encontramos un intervalo después de la capa Musteriense, y suponemos que al final de esta época el hombre de Neandertal fue expulsado de esta región por un cambio catastrófico de las condiciones climáticas.

Los resultados principales de las investigaciones sistemáticas de los últimos quince años se refieren a una de las más importantes fases de toda la época prehistórica, la fase en la que el hombre pasó de recoger su alimento (food-collecting stage) a producirlo (food-producing stage). Este hecho ha sido llamado con razón la «revolución neolítica», y dio comienzo a un proceso de desarrollo que—en lo que se refiere al dominio de la naturaleza por el hombre—se ha visto coronado hace unos doscientos años por la «revolución industrial». «Revolución» en este caso no se refiere a un acontecimiento súbito, sino al proceso total de formación del Neolítico, que se extendió durante varios milenios.

En la época situada entre los años 9000 y 6750 a. C. se inició en el Próximo Oriente, donde ya debían de existir condiciones climáticas muy parecidas a las actuales, una fase de domesticación de animales y de cultivo de las plantas más importantes. Hacia 6750 a. C. la nuera fase está completamente desarrollada. Sus adquisiciones más importantes son la domesticación de la oveja, la cabra, el cerdo y la vaca, la selección y siembra de trigo, cebada y lino. El cultivo del trigo condujo necesariamente a la vida sedentaria y a la formación de comunidades rurales en el momento en que se extendió y entró a formar parte decisiva de la alimentación.

El paso a la producción de alimentos tuvo lugar únicamente en determinadas regiones, donde existían ya en estado salvaje los animales domesticables y las futuras plantas de cultivo. Es decir, en los valles de montaña y en las zonas periféricas de pastos de las montañas del Irán, Iraq, Turquía, Siria y Palestina. En esta zona se registran las suficientes precipitaciones para el cultivo, que en las actuales condiciones climáticas del Próximo Oriente sólo es posible en regiones con una media anual de lluvia superior a los 200 mm.

Los cambios que trajo consigo la «revolución neolítica» aún no pueden precisarse totalmente. Es difícil calcular, por ejemplo, las consecuencias que tuvo dentro de la alimentación humana el paso a los cereales. Es seguro, sin embargo, que con la vida sedentaria se inició un crecimiento rápido de la población, ya que la mortandad infantil debió reducirse en comparación con las épocas anteriores, al mismo tiempo que aumentaba la media de vida de los adultos. Un testimonio claro de este proceso lo constituye la gran extensión del territorio de cultivo de las laderas de las montañas hacia la llanura, allí donde las lluvias de invierno garantizaban una cosecha segura, y la creación de una red densa de pueblos en el lapso de pocos milenios, tiempo en que el Paleolítico solía producir transformaciones apenas registrables. Podemos suponer que en esta época, y sobre la base de las primeras comunidades rurales, se formó un tipo de vida nómada con manadas de cabras y ovejas que encontraba medios de existencia también en las altas montañas y en regiones situadas fuera de la zona de cultivo. Estos nómadas seguramente jugaron un importante papel en el desarrollo histórico posterior, una vez formada una capa de población numerosa. Es muy posible que ellos formaran la vanguardia cuando llegó el momento de buscar nuevos territorios de cultivo.

Para los habitantes más antiguos de los pueblos, la convivencia en los nuevos asentamientos significaba, entre otras cosas, que había que crear nuevas formas de vida y nuevas bases legales que hicieran posible la convivencia en un espacio limitado. También en el terreno de la religión hubo seguramente cambios importantes. Los agricultores y los pastores se esforzarían en ganarse a las potencias divinas, a las que atribuían la fertilidad de los animales o el poder sobre la lluvia vivificadora. Las prácticas mágicas, que correspondían al modo de vida del cazador, eran ya insuficientes.

La fase inicial de la producción de alimentos, hacia 9000 antes de C., está atestiguada en toda Palestina, en la zona orientada hacia el Mediterráneo y en las regiones más secas del este (Natufia), en el Líbano, en Siria y en el Kurdistán iraquí e iraní. En aquella época se seguían utilizando cuevas para vivienda humana, pero también en algunos casos, quizá sólo en las épocas más cálidas del año, había asentamientos a la intemperie. En Palestina (Ain Malláha) y en territorio curdo (Mlaffa at y Zawi Chemi Shánidár) se han hallado restos de cabañas redondas que pueden interpretarse como imitaciones de tiendas redondas. Molinos hallados en estos lugares demuestran que había cultivo de cereales. Los animales domésticos habituales eran seguramente cabras y ovejas.

Un ejemplo típico de asentamiento rural primitivo es Jarmó, al este de Kirkük, en las montañas curdas. En doce estratos, que en líneas generales atestiguan un grado de desarrollo unitario, se hallaron casas sencillas con varias habitaciones rectangulares. Estaban construidas con barro prensado y en parte tenían cimientos de piedras no labradas. En total sumaban unas 20-25 casas, que albergarían a unos 150 habitantes del pueblo. Los cereales cultivados eran la cebada, derivada de la clase salvaje Hordeum spontaneum, y dos clases de trigo. Los animales domésticos más extendidos en los estratos más tardíos eran la cabra, la oveja y el cerdo; los demás restos de animales no permiten establecer si se trataba de animales domésticos. Entre los instrumentos de piedra, generalmente microlitos, buena parte era de obsidiana, cristal volcánico traído de muy lejos, ya que los yacimientos más próximos se hallan a 400 km. Son característicos de esta fase ciertos recipientes de piedra, trabajados con esmero, también fuera de Jarmó. En el tercio superior de los estratos se encontraron las primeras vasijas portátiles de barro. Figuras de barro, entre ellas la de una mijer embarazada, forman parte de la larga cadena de creaciones prehistóricas dedicadas al mito de la fertilidad. Las fechas obtenidas con el C14 sitúan el comienzo del estrato más antiguo hacia 6750 a. C.

Al mismo tiempo e incluso antes, el nivel alcanzado en Jarmó había sido superado en otras regiones. En Jericó, que por su situación a 200 m bajo el nivel del mar y por ser un oasis muy fértil en una zona seca al pie de los montes de Judea constituye un caso especial, el antiguo asentamiento acerámico —cuyo principio se puede situar, gracias al C14, en 7000 a. C.— contiene una muralla que debió rodear una zona de más de 3,6 Ha. La muralla está construida en piedra, tiene un grosor de 1,75 m y en algunas partes aún conserva una altura de 3,55 m. En una de las partes interiores se yergue una torre redonda de más de 8 m de alto, a la que se subía por una escalera interior. Las casas construidas con adobes de barro tienen planta redonda. Es muy interesante la costumbre de guardar los cráneos de los muertos separados de los esqueletos, enterrados bajo el suelo de la casa, aunque esta costumbre se encuentra en otras partes del Próximo Oriente. En una fase posterior del asentamiento amurallado los cráneos se rellenaban con yeso y los huesos faciales se moldeaban con yeso de los parietales para abajo, realzándose los ojos con conchas. Las casas de este estrato tienen grandes habitaciones rectangulares. Parece que los diversos estratos ya contienen vestigios de lugares de culto.

El asentamiento acerámico de Ugarit, en la costa mediterránea, también estuvo amurallado. La muralla de tierra y piedras estaba revestida en su parte exterior con grandes piedras.

Hacia 5500 a. C. las conquistas de los períodos anteriores se perfeccionan al desarrollarse plenamente la cultura de los pueblos. Por hallazgos aislados de metal trabajado podemos situar esta etapa parcialmente en el Calcolítico, en el cual, junto al uso predominante de instrumentos de piedra, aparece el uso de instrumentos metálicos de cobre puro batido. Los poblados surgen en las llanuras, al pie de las montañas, en la zona dedicada al cultivo. Los yacimientos arqueológicos más importantes son Catal-Hüyük y Hacilar en Turquía suroccidental, Mersin y Tell Judeide en la región de Cilicia y norte de Siria, Tell Halaf en Mesopotamia central, Tell Hassüna junto a Mosul, Tepe Sialk en la meseta iraní y Tell-i Bakün en Fars. En la amplia zona de expansión se formaron probablemente otros núcleos, como refleja la cerámica hallada en toda la región. Las vasijas son aún, en general, muy simples, con decoración de muescas y hendiduras, incrustaciones en color blanco e inicios de pinturas. Las casas tienen habitaciones rectangulares y el material de construcción consiste en barro prensado o ladrillos de barro sin cocer. En Catal-Hüyük, en la llanura de Konya, ha sido hallado un mural con escenas de caza adornando una casa. A la misma época, aunque a una etapa cultural más antigua, pertenecen probablemente las pinturas rupestres de Kilwa, en el sur de Jordania, que representan escenas de la caza de la cabra montesa. Numerosas figuras femeninas de barro provenientes de Hacilar, que resaltan por su tamaño (hasta 24,5 cm), constituyen por su estilo naturalista un importante testimonio del arte y del mundo religioso de sus creadores.

 

Descubierto inicialmente en 1958, el sitio de Çatalhöyük no atrajo la atención mundial hasta las excavaciones de James Mellaart, llevadas a cabo entre 1961 y 1965, las cuales revelaron que esta región de Anatolia fue un foco de cultura avanzada durante el período Neolítico. Pero Mellaart fue expulsado de Turquía debido a su implicación en el asunto Dorak, al haber publicado los dibujos de unos artefactos de la Edad del Bronce supuestamente importantes, que luego desaparecieron. Después del escándalo, el yacimiento permaneció inactivo hasta el 12 de septiembre de 1993, cuando comenzaron las investigaciones dirigidas por Ian Hodder, entonces en la Universidad de Cambridge. Dichos trabajos están entre los proyectos de excavación más ambiciosos en marcha según, entre otros, Colin Renfrew. Además del uso extensivo del método arqueológico, se buscan también interpretaciones psicológicas y artísticas del simbolismo de las pinturas murales. Hodder, un antiguo discípulo de Mellaart, escogió el lugar como el primer ensayo real a nivel mundial de su entonces controvertida teoría académica de la arqueología postprocesual. El éxito de la excavación ha validado el método posprocesual como un nuevo enfoque que ha creado escuela.

 

Fig. 2. Recipientes de cerámica de la fase de Tell Halaf.

 

Durante esta época aumentó probablemente el número de clases de animales domésticos. Están atestiguados la cabra, la oveja, el cerdo, el ganado bovino y el perro, aunque debieron de existir peculiaridades de región a región. Junto a las clases de trigo cultivadas ya anteriormente aparecieron las lentejas, los guisantes, el algarrobo y el lino. No disponemos de datos seguros sobre los comienzos del cultivo de la viña, el olivo y los árboles frutales, que en época histórica se consideraban precisamente característicos del creciente fértil. El hecho de que estas plantas existan en esta zona en estado salvaje permite suponer que se cultivarían en época muy temprana.

El período posterior se caracteriza por un apogeo de la pintura en cerámica que sustituyó casi por completo a las otras formas de decoración. Su área de extensión es más amplia que el de la fase anterior, y abarca la región de Anau, en el Turquestán suroccidental, que seguramente fue poblada desde un centro iraní. Por aquel tiempo se fundaron en Bagüz, en el curso medio del Eufrates, y en Samarra, a orillas del Tigris, poblados situados fuera del área de cultivo tradicional. Los centros más importantes de esta época de cerámica multicolor llevan los nombres de los primeros yacimientos: Tell Halaf, en el nacimiento del Khabur; Samarra, Tepe Sialk y Tell-i Bakun en el Irán. La cerámica pintada alcanzó en aquella época un nivel muy alto. La decoración de las vasijas, que consistía en general en dibujos geométricos, pero también naturalistas o derivados de éstos, da testimonio del talento artístico de los alfareros. Las vasijas más difundidas provenían de Tell Halaf en Mesopotamia, y llegaban hasta Siria y Cilicia, Asiria oriental e incluso Armenia. En el momento de su mayor apogeo llevaban decoración polícroma; las pinturas utilizadas adquirían un brillo esmaltado al ser cocidas a altas temperaturas. El ámbito de las vasijas de Samarra era más reducido. Su centro se hallaba en Asiria oriental, pero su influencia se extendía hacia occidente, cruzando el Tigris, y hacia el Eufrates, donde estaba la avanzadilla de Bagüz. Las diferencias de decoración, los diversos símbolos, que seguramente correspondían a un contenido religioso—la cabeza de toro, vista de frente; el llamado «bucranio», la cruz de Malta y la cruz gamada, que aparece como motivo decorativo en la cerámica de Samarra—, atestiguan diferentes concepciones religiosas que reflejan realidades étnicas distintas.

Alrededor del 6000 a. C. la población se habría trasladado a las estribaciones de los montes del norte de Mesopotamia, donde había la suficiente lluvia como para permitir la «agricultura seca» en algunos lugares. Serían los primeros asentamientos neolíticos de agricultores en el extremo norte de Mesopotamia. Allí realizarían la cerámica de estilo Hassuna (diseños lineales con tintura rojiza). La población de Hassuna vivía en pequeñas aldeas o caseríos. En el Tell Hassuna, las viviendas de adobe se construían en torno a patios abiertos centrales. La cerámica fina pintada sustituyó en niveles anteriores a la cerámica sin cocer. Hachas, hoces, piedras de moler, recipientes, hornos de pan y numerosos huesos de animales domésticos reflejan la vida sedentaria agrícola. Las figuras femeninas encontradas han sido relacionadas con adoraciones y los enterramientos con recipientes con alimentos, hacen suponer una creencia del más allá. La relación de la cerámica Hassuna con la de Jericó, sugiere que la cultura de aldeas se está generalizando.

Fig. 3. Recipiente de cerámica de la fase de Samarra.

 

En el área de Tell Halaf aparecen, junto a casas constituidas por habitaciones rectangulares, siguiendo antiguas tradiciones, construcciones redondas, a las que a menudo se añade una antecámara rectangular. Este tipo de casa corresponde a las modernas «casas-colmena» del norte de Siria, pero está atestiguado ya en relieves neoasirios. Esta planta, que se encuentra en Tepe Gaura, Tell Hassuna, junto a Mosul, y Yünus, junto a Karkemish, en el curso medió del Éufrates, estuvo tan extendida por Mesopotamia que tenemos que considerarla un elemento importante, máxime si recordamos la fuerte tradiciona- lidad de las formas de vivienda. Es posible que existan correspondencias con las construcciones redondas que están atestiguadas en la época del Neolítico acerámico.

Constituyen un testimonio valioso de las concepciones religiosas del área de Tell Halaf las figuras femeninas policromadas en posición agachada. Los pechos, bajo los que se cruzan los brazos, aparecen exagerados, y los muslos, macizos. La cabeza está apenas formada. Entre las figuras de animales había una predilección por las terracotas de ganado bovino, que seguramente están en relación con el signo del «bucranio» de la cerámica policromada.

Durante el Calcolítico, en la época de apogeo de la cultura de Tell Halaf en Mesopotamia, fue colonizado el territorio aluvial de Iraq del Sur, más tarde Babilonia. Sobre una época anterior, en la que sin duda acamparían en aquellas regiones nómadas de origen campesino, no disponemos de testimonios, aunque es de suponer la existencia de una fase nómada antes del establecimiento de comunidades rurales. Una serie de circunstancias climáticas y geográficas fue la causa de que esta región, donde en poco tiempo se desarrollarían las grandes culturas de Asia Anterior, entrara tan tarde a formar parte de la zona cultivada: la llanura babilónica, con su clima extremadamente seco, no podía ser atractiva para el hombre primitivo. Los dos ríos que la encuadran tienen manifestaciones imprevisibles, sobre todo el Tigris. Cuando las aguas del deshielo de las montañas descienden al valle, los ríos sólo pueden controlarse con los mayores esfuerzos, ya que el desnivel que existe entre su entrada en el territorio aluvial y su desembocadura —350 km— es de 34 m. Una y otra vez Tigris y Eufrates han cambiado de curso. Y no es de extrañar que en este país se situara el mito del Diluvio Universal. La región estaba entonces cubierta por pantanos y cañaverales más extensos que los actuales, y los colonos primitivos, incluso en Babilonia del Norte, tenían que crear espacio para sus viviendas cortando las cañas, como aún hoy hacen los árabes Ma'dán en zonas inundadas. Sin embargo, la razón principal era que Babilonia no permitía la irrigación natural, base de la vida sedentaria de las zonas vecinas, ya que se hallaba fuera de la zona en que puede contarse con una media anual de lluvia de 200 mm. Es más, entre la zona de cultivo de lluvia y Babilonia se extiende una franja de unos 200 km de ancho de pluviosidad tan insegura que sólo permitía la existencia de pastores trashumantes. Los primeros agricultores que se establecieron en Babilonia tuvieron que dar el paso importante, aunque difícil, del cultivo de lluvia al cultivo de regadío. Aun cuando al principio sólo se construyeran sistemas de irrigación de extensión limitada, éstos exigían un esfuerzo colectivo, cosa desconocida para el campesino de las zonas vecinas. Pero hasta la transformación de Babilonia en el ager totius orientis fertilissimus el sistema de regadío tuvo que ampliarse, perfeccionarse y sostenerse en un constante y duro esfuerzo.

La intensidad del trabajo dedicado a las instalaciones de riego dependía, naturalmente, del número de colonos y de su organización. Por desgracia no podemos calcular ni siquiera aproximadamente la densidad de colonización del país en época primitiva. Sabemos que entonces todas las partes de Babilonia estaban habitadas, pero no podemos establecer la extensión de los diversos poblados ni su número y densidad. Esto se debe a que los restos de los estratos más antiguos se hallan a gran profundidad bajo ruinas habitadas hasta época histórica, por lo cual son difícilmente accesibles, y esto únicamente en una superficie muy limitada; los asentamientos habitados durante un período breve han quedado tan bajos que se encuentran enterrados bajo una capa aluvial de unos dos metros de espesor, acumulada entre la época primitiva y hoy.

La época prehistórica de Babilonia se divide en tres fases principales, caracterizadas fundamentalmente por su cerámica:

1) la de Eridu, considerada hasta ahora como la fase más antigua de la vida sedentaria babilónica, está atestiguada por una larga serie de estratos descubiertos en Eridu, en el extremo sur del país. También se presenta en Ur, Tell el-Obéd junto a Ur, en la qala de Hajji Mohammed al oeste de Uruk, en el sur de Babilonia, así como en Nippur en Babilonia central y en Ras el-Amyá en Babilonia del Norte. La cerámica está trabajada en torno lento y es en general monocolor, aunque a veces muestra dibujos geométricos realizados a manera de acuarela sobre fondo blanco. Las representaciones naturalistas aparecen raras veces. Los colores varían según el grado de cocción; abundan los tonos violeta y verde. La forma básica es un plato con borde ancho y profusa decoración interior. Generalmente faltan pico y asas.

 

 

Fig. 4. Recipiente de cerámica de la fase de Eridu y representación del dios En.

 

2) La fase de el-Obeid: La segunda fase de la evolución prehistórica babilónica aparece también en Eridu, paralelamente a la cerámica de Eridu, durante largo tiempo, y en Ur y Uruk en numerosos estratos. Su área de extensión alcanzaba desde el sur hasta el curso inferior del Diyála, al noreste de Bagdad. La cerámica con decoración en color marrón oscuro sobre fondo verdoso es característica de esta fase. Los dibujos suelen ser, como en la cerámica de Eridu, geométricos; se dan casos de representaciones naturalistas, sobre todo en Girsu y en Tell ‘Uqér, en el norte de Babilonia. En el curso del tiempo se puede observar un empobrecimiento de los dibujos y un descuido progresivo en la factura que denotan una verdadera decadencia de la cerámica policromada. Las formas de los recipientes son, sin embargo, más variadas que en la fase anterior; a menudo aparecen picos, pero las asas siguen siendo poco corrientes. Aunque se puede establecer cierta continuidad entre la cerámica de Eridu y la de el-Obeid, la nueva fase debió corresponder a impulsos específicos. Su origen, sin embargo, no ha sido establecido todavía.

 

Fig. 5. Cerámica de la fase de el-‘Obeid.

 

3) Fase de Uruk: En esta fase de la evolución, observada sobre todo en Uruk, pero extendida por toda Babilonia y aún más lejos, como veremos más adelante, pierde su predominio la cerámica policromada. En su lugar aparece un tipo de cerámica sin policromar y otro tipo cubierto de pintura roja o gris. El tipo gris suele ir adornado con incisiones lineares (decoración «en peine»). Son característicos los recipientes con asas torneadas y las jarras con pico doblado hacia abajo. En general, la cerámica se trabajaba ya en el torno rápido. También la cerámica de la fase de Uruk coexiste durante algún tiempo con la cerámica de el-Obeid, hasta la desaparición de la cerámica policromada.

 

 

Fig. 6. Cerámica de la fase de Uruk.

 

Las tres fases prehistóricas de Babilonia ocuparon un largo período de tiempo. En Uruk, donde las excavaciones más profundas han alcanzado sólo los estratos más recientes de la fase de el-Obeid, se han acumulado, hasta fines de la prehistoria, diversos estratos hasta alcanzar un grosor de 16 m. En Eridu se observa un espesor parecido. Sin embargo, conviene tener en cuenta que en aquella época los poblados se erigían lo más alto posible, para evitar los efectos de las inundaciones. Disponemos de una fecha por C14 para la capa más profunda de Uruk: 4114 + 160 a. C. Por tanto, podemos situar las tres fases prehistóricas de Babilonia, apoyándonos también en los datos que tenemos sobre la cerámica de Tell Halaf, hacia 5000-3100 a. C.

Los poblados prehistóricos de Babilonia nos muestran comunidades rurales que vivían de la agricultura, la horticultura, la ganadería, la pesca y la caza. Los animales domésticos conocidos eran la oveja, la cabra, la vaca, el perro y seguramente también el asno. Se cultivaban las mismas clases de cereales y de plantas que en las zonas de cultivo de lluvia, con la diferencia de que el olivo no se daba en Babilonia y sí, en cambio, la palmera. La tradición babilónica sitúa el lugar de origen de ésta en Tilmun, es decir, la isla de Bahrain, en el Golfo Pérsico, y la tierra firme inmediata a ella. La tradición pudo basarse en hechos antiguos, como sucede con el recuerdo del origen del trigo babilónico en los países montañosos vecinos, que se conservó de manera asombrosa: en un mito sumerio, cuya copia data del siglo XVIII a. C., se relata que el dios del cielo, Anu, bajó trigo, cebada y cáñamo del cielo a la tierra. Enlil, el dios del reino sumerio, amontonó todo en las montañas y «cerró las montañas como con una puerta». Entonces los dioses Ninazu y Ninmada decidieron «dar a conocer el trigo a Sumer, el país que no conoce el trigo».

La aventura de trasplantar las plantas, de las regiones montañosas y próximas a las montañas del creciente fértil al clima diferente de la llanura aluvial y a un terreno regado artificialmente, se vio coronada por el éxito. La cebada cultivada en la zona del creciente fértil, perteneciente a una variedad de dos filas de granos por espiga, produjo en las condiciones completamente diferentes de la llanura una mutación con seis filas de granos que más tarde se extendió por todo el mundo antiguo. Asimismo aumentó en la zona de regadío el tamaño de los granos del lino, con el consiguiente incremento de la producción de aceite y fibras de linof.

Las viviendas construidas con adobes sin cocer o barro prensado fueron adquiriendo ya en la fase de el-Obeid, tras unos comienzos primitivos, una cierta regularidad. A menudo servían de vivienda cabañas cubiertas de juncos, como las que se utilizan aún hoy en el Iraq, sobre todo en las zonas pantanosas. La evolución de los edificios del culto fue más rápida; comenzó en Eridu, con pequeñas construcciones de una estancia, y desarrolló en la fase de el-'Obeid un tipo de construcción que se mantuvo hasta finales de la época prehistórica. Sobre una terraza artificial se yergue un edificio rectangular (24 x 12,5 m) con dos alas laterales que flanquean un espacio central donde se hallan el altar y el pedestal. Podemos considerar este tipo de construcción como precursor del «zigurat», o templo-torre, que es la forma de construcción religiosa más característica de Babilonia. La gigantesca torre escalonada de Nabucodonosor en Babilonia (605-562) es uno de sus ejemplos más tardíos. El templo de Eridu está construido en el mismo lugar donde se levanta el «zigurat» de Enki, el dios sumerio de la sabiduría, que data de la época de la II dinastía de Ur (hacia 2050 a. C.), lo cual da testimonio de una tradición de culto ininterrumpida.

Fig. 7. Templo del estrato VII de Eridu.

El inventario de los poblados prehistóricos babilónicos contiene todos los utensilios correspondientes al nivel de la época. Además de la cerámica, que fue pasando a ser objeto de uso en medida creciente, hallamos piedras de sílex y obsidiana tallados, hoces de barro y clavos de barro curvado cuyo uso práctico aún no se ha descubierto. Muchos de los objetos fabricados con materiales perecederos, como madera, cuero y fibras, no han dejado restos. Es importante subrayar que en aquella época no se dependía exclusivamente de las materias primas indígenas. El sílex se traía de la meseta arábiga; la obsidiana, de Mesopotamia; el asfalto necesario para la fabricación de herramientas y, sobre todo, para la construcción de barcos, provenía de Hit, en el curso medio del Éufrates, o de los actuales campos petrolíferos de Kirkük o Mosul. El metal no aparece en las ruinas babilónicas de la fase de el-Obeid, pero debió utilizarse en Babilonia desde época muy temprana, ya que era conocido en la fase de Tell Halaf. Un modelo de barro de un barco de vela hallado en una tumba de fines de la fase de el-Obeid hace suponer que en aquella época existían comunicaciones con los territorios periféricos del Golfo Pérsico. Babilonia participaba seguramente en un importante intercambio de productos. Es difícil averiguar qué clase de productos producía Babilonia para este intercambio, pues eran, si no exclusivamente, al menos en su mayor parte, de materiales perecederos. Entre los productos agrícolas predominarían los cereales, especialmente la cebada de seis filas de granos y los dátiles. Quizá se intercambiaran ya en aquel tiempo tejidos, como más tarde en época histórica. Para Babilonia también es válido el principio según el cual una economía puramente agraria no puede absorber totalmente los aumentos de población sin exportación y comercio exterior.

Las creencias religiosas de los primitivos habitantes de Babilonia están atestiguadas en los importantes templos dedicados al dios principal en Eridu. Los sacrificios de pescados y la situación de los templos bajo el posterior «zigurat» del dios Enki demuestran una tradición constante hasta la época histórica; Enki se representa en época posterior con surtidores de agua en los que nadan peces saliendo de sus hombros. Son también muy interesantes las figuras de barro que aparecen en todos los poblados de la época de el-Obeid. Una figurita de barro que representa a una mujer en posición de dar a luz pertenece aún a la fase de Eridu y tiene cierta relación con las figuras femeninas de la época de Tell Halaft. Las figuras de barro de el-Obeid representan en general hombres y mujeres de pie. Las cabezas se alargan hacia atrás en forma de pico. La colocación oblicua de los ojos da a las estatuillas una expresión de reptil. Las figuras masculinas tienen a menudo los brazos formados como alas. Entre los animales representados predominan, como en la fase de Tell Halaf, el toro y la vaca, pero también existen figuras de animales salvajes. A veces se colocaban terracotas en las tumbas.

La presencia de accesorios funerarios en las tumbas, generalmente cerámica, atestigua la creencia en una vida ultraterrena, aunque naturalmente no nos comunican nada específico sobre esta creencia. Algo más concreto nos dicen los hallazgos de perros de caza en las tumbas, colocados sobre el pecho del dueño y provistos de un plato con carn. El modelo de barro de un velero, citado más arriba, indica que se creía poder conservar por medio de fórmulas mágicas la profesión ejercida en la tierra también en el más allá. Esta creencia puede relacionarse con la costumbre, atestiguada esporádicamente durante la época protodinástica, de enterrar a los personajes importantes con sus criados. Pero difiere de ésta decisivamente, ya que, en la época de el-Obeid, el difunto no tenía que continuar en el más allá al servicio de una persona superior.

Disponemos de pocos datos sobre la antropología de la época prehistórica de Babilonia. Los esqueletos de una necrópolis de el-Obeid tardío hallados en Eridu, enterrados en cistas de adobes y tumbados, tienen unas dimensiones asombrosas, mientras que los esqueletos de la primera época dinástica corresponden a una población de estatura reducida. Tanto estos esqueletos como los más antiguos de Tell Hassuna, junto a Mosul, y los de Tepe Gaura, de la primera época de Tell Halaf, se atribuyen a la raza mediterránea, a la que, por tanto, se debería la creación de la antiquísima cultura de Babilonia y, en general, de la cultura rural del Oriente Próximo.

Poco podemos decir de la condición étnica de los habitantes prehistóricos del país. Unicamente apoyándonos en los hechos de la época primitiva, en la que está atestiguado, con bastante seguridad, que los sumerios eran la fuerza motriz de la época, podemos deducir que éstos entrarían algún tiempo antes en el país, es decir, lo más tarde en la fase de Uruk, sin que por eso se pueda relacionar con su llegada la desaparición de la cerámica policromada. Es posible que los sumerios formaran ya parte de los primeros pobladores.

Analizando la cultura de los habitantes prehistóricos de Babilonia descubrimos relaciones claras con el este y el sureste, o sea con Susiana, donde se han hallado, en Tell Jówi y Jafarábád, piezas de cerámica idéntica a la cerámica de Eridu, pero también con la meseta iraní, especialmente con Fars. Por otro lado hay relaciones evidentes con la cultura de Tell Halaf en Mesopotamia. Da la impresión de que el territorio aluvial de Babilonia fue poblado por agricultores del norte y del este. Probablemente, el rápido aumento de población en las zonas de agricultura artificialmente irrigada obligó a una parte de ésta a roturar nuevos territorios.

Durante el tiempo en que Babilonia realizaba las tres fases de su evolución prehistórica tuvieron lugar, en las regiones vecinas del norte y del noroeste, transformaciones que corresponden de modo sorprendente a los acontecimientos observados en Babilonia. Después del apogeo de la cerámica de Tell Halaf se registra en toda la zona de su influencia una clara decadencia de la policromía; un poco más tarde se hace patente en todas partes la ruptura que provoca en el sur la aparición de la cerámica sin pintar de Uruk. La evolución paralela es tan evidente que podemos hablar de una fase de el-Obeid y de una fase de Uruk en las zonas vecinas de Babilonia, aunque no se alcanzaba una identidad cultural total en todo este amplio territorio. A pesar de la claridad con que se refleja esta amplia evolución en los materiales hallados, es difícil interpretar los acontecimientos. De momento se puede establecer con seguridad que ya entonces existieron relaciones entre las diferentes zonas del Próximo Oriente, fomentadas por un intercambio intenso de productos. ¿Basta este hecho para explicar por completo la estrecha evolución paralela? Nuestros conocimientos de la época primitiva y de los períodos posteriores, en los que aparecen unidades étnicas colonizando zonas limitadas, nos recuerdan que tenemos que contar con repetidas y gigantescas migraciones de pueblos. Estas no podían provenir de las zonas en las que aún no se había dado paso a la cultura rural, ya que la densidad de población se mantendría allí en el bajo nivel de la época de los cazadores, o de los nómadas pastores. Por el contrario, la zona central de la cultura rural, el creciente fértil, con su rápido aumento de población, estaba obligada a la expansión. La colonización de Babilonia es el ejemplo más claro de ello. También en Anatolia y en el Irán fueron colonizados por agricultores amplios territorios. Incluso zonas tan poco favorecidas climáticamente como la región norte del Negev, en Palestina, fueron colonizadas en aquel tiempo.

Actualmente se discute la cuestión de la influencia de las culturas rurales del Próximo Oriente, en especial si participaron decisivamente en el desarrollo de las culturas rurales neolíticas de Europa o si éstas, por el contrario, fueron creaciones autóctonas de la región situada en el curso medio e inferior del Danubio.

Fig. 8. Templo de Uruk (estratos V-IVb).

 

V. LOS COMIENZOS DE LA HISTORIA EN BABILONIA

En el curso de la larga prehistoria de Babilonia se inicia una evolución, cuyo origen y cuyas fuerzas impulsoras aún no puede establecer la arqueología, pero cuyo resultado se presenta ante nosotros como un hecho completamente nuevo: la cultura urbana de los sumerios. Sus características son la arquitectura monumental religiosa, el gran desarrollo de la escultura y del relieve y, además, el inicio de la escritura. La nueva época surgió sin ruptura del último período prehistórico, de la fase de Uruk. En los nuevos poblados continuaban los antiguos pueblos, con la diferencia de que algunos se desarrollaban hasta formar verdaderas ciudades. Los templos siguen el esquema de la época de el-Obeid. La cerámica sigue, de momento, las líneas de la época de Uruk.

En Uruk, donde se ha podido analizar con mayor claridad, en todas sus peculiaridades, la fase antigua de la cultura, se ha hallado en el estrato IV de Eanna el recinto sagrado de la diosa Inanna, diosa de la estrella Venus, de la lucha y del amor, donde había grandes depósitos de barritas de barro utilizadas para la decoración de muros, como sólo se encuentran en construcciones religiosas de importancia. La muralla que rodea el gran santuario se remonta al menos a este estrato. Aparecen también allí unos sellos cilindricos de un tipo muy extendido en el es­trato IVb. El templo más antiguo conservado pertenece al estrato V-IVb. Está construido sobre una base de piedra calcárea que debía asegurarle una larga duración, y mide 75 x 29 m, es decir, es siete veces más grande que el último templo de la fase de el-Obeid que se halla en Eridu. Las piedras para la construcción provenían de la ladera de la meseta arábiga, a unos 60 km del emplazamiento del templo. El plano sigue el esquema del templo de Eridu, con espacio central y dos alas laterales. La forma en T de la nave central y la cabecera transversal con tres estancias, de las cuales la central está dedicada al culto, constituyen una novedad. A esta construcción monumental, cuya disposición simétrica atestigua gran maestría arquitectónica, pertenece otro templo más pequeño, situado perpendicularmente al «templo de piedra calcárea», sobre una terraza baja. Entre ambos templos se halla un patio, cuyas paredes estaban decoradas parcialmente con un mosaico tricolor de barritas de barro. Desde el patio se tenía acceso a una sala de pilares y a la terraza. En el siguiente estrato —IVa— encontramos otra vez dos templos juntos, uno de los cuales, muy reconstruido, mide 83 x 253 m. El segundo está conservado por completo y mide 55 x 22 m. Unidos a un edificio de entrada forman un conjunto arquitectónico de amplias dimensiones, Otro templo de la capa IV ha sido descubierto a unos 300 m al noroeste del «templo de piedra calcárea». Sus muros están construidos, sobre una base de piedra calcárea, en yeso puro, siguiendo una técnica de vaciado muy poco habitual en esta región. Los muros exteriores, la nave central y la muralla del patio están decorados con mosaicos de piedra y de barritas de barro. Es fácil hacerse una idea del trabajo que requería una construcción de esta envergadura.

 

Fig. 9. Templo del estrato IVa de Uruk.

 

En el estrato III se han hallado, en el área de los templos del estrato V-IV, debajo del centro del santuario posterior de Eanna (donde Urnammu y Shulgi levantaron un «zigurat» hacia 2100 a. C.) restos precursores de un «zigurat» que no tardó en adquirir dimensiones muy amplias. Complejos arquitectónicos religiosos análogos a las terrazas y templos de Eridu se han descubierto en Uruk en la misma zona donde fue venerado en época posterior el dios sumerio Anu, dios máximo del panteón babilónico. Una construcción idéntica a ésta fue descubierta en Tell ‘Uqér, en el norte de Babilonia. Sobre los muros de este templo se conservaban restos de pintura que representan animales y una procesión religiosa.

 

Fig. 10. Reconstrucción del zigurat de Anu de Uruk.

 

De la misma época que los templos descritos datan importantes testimonios del arte de los sellos. Mientras que en la prehistoria de Babilonia y de las zonas vecinas se utilizó exclusivamente el sello de estampa, en Uruk comenzó a utilizarse, en el estrato IV lo más tarde, el sello cilindrico, que predominó en Babilonia y más allá de sus fronteras hasta época tardía. En comparación con el formato limitado del sello de estampa, el sello cilindrico ofrecía al artista una mayor superficie sobre la que representar temas extensos. El sello cilindrico se utilizaba preferentemente para sellar vasijas con contenido valioso, cerradas con una tapa de barro. Posteriormente también servían para sellar tablillas de barro escritas.

Los sellos cilindricos de la época primitiva babilónica se dividen en cuatro grupos diferentes. Nos dedicaremos a ellos con algún detalle, ya que las diferencias de contenido y de estilo que muestran permiten sacar conclusiones históricas importantes: el primer grupo está formado por sellos cilindricos grandes, sobre los que el artista creaba figuras plásticas. Junto a escenas referentes al culto, delante de templos y de altares, y representaciones de naves con carácter sagrado, aparecen escenas de luchas, entre las que se encuentra un combate de carros; y escenas de caza y lucha con animales salvajes para defender los rebaños. También hay representaciones de animales peleando. Las escenas de la vida cotidiana son poco corrientes. La figura principal es el soberano, que se reconoce por su estatura y su indumentaria, por el pelo recogido con una cinta, la barba y la falda de red que le llega hasta los tobillos. Se le representa en actividades religiosas o profanas. Los sellos de este tipo predominan en Uruk, pero son raros en el norte de Babilonia y no se hallan en la región del Diyála. El grupo más corriente de Uruk, después del anterior, es el decorado con composiciones «heráldicas», en las que a menudo aparecen grupos antitéticos. Son características las representaciones de serpientes o seres mixtos, cuyos cuellos se entrelazan. Al tercer grupo, extendido sobre todo en la región del Diyala, pero también en Babilonia del norte, y que aparece aisladamente en Uruk, pertenecen pequeños sellos cilindricos, que se distinguen de los otros grupos por el material. Las decoraciones —animales esquemáticos, que se disuelven en rayas, peces, vajillas, figuras con trenzas, y formas que recuerdan arañas—, están realizadas en una técnica simple sin mucho refinamiento. El cuarto grupo, extendido asimismo por la región del Diyála y norte de Babilonia, pero que no llegó a consolidarse hasta la época primitiva, lleva adornos abstractos, como el trébol de cuatro hojas y la cruz de Malta.

De los sellos del primer grupo derivan los relieves. En ellos volvemos a encontrar al soberano luchando con arco y flechas contra los leones, o encabezando una procesión que lleva ofrendas a una sacerdotisa de la diosa Inanna o a la diosa misma. Muy difundidas estaban las vasijas de piedra decoradas con relieves, en los que los artistas podían expresar su preferencia por el altorrelieve.

Los restos de obras de bulto redondo son escasos en esta época. Un fragmento de una estatuilla representa posiblemente al soberano, tal y como nos lo muestran los sellos y los relieves. La cabeza, muy mal conservada, de una figura femenina de grandes dimensiones puede ser la representación más antigua de una divinidad en figura humana, ya que conserva restos de un polos y de una doble tiara cornuda. La tiara cornuda es en el arte babilónico la insignia de la divinidad. La obra, con mucho, más importante es una cabeza femenina de Uruk, que, a pesar del estado deteriorado en que ha llegado hasta nosotros, transmite una idea de la madurez y de la calidad del arte babilónico. Los artistas de esta época han creado obras maestras en la escultura de animales, que debieron servir como amuletos.

 

Fig. 11. Sellos cilindricos de la época primitiva.

 

La creación más importante de la época primitiva, la que separa esta época decisivamente de la prehistoria y ha tenido mayores consecuencias, es la escritura. Los primeros testimonios del estrato IVa, de Uruk, representan la fase primitiva de toda escritura en Babilonia. Cada signo escrito se graba con un fino buril de caña en el barro aún húmedo. Los signos son en parte claramente figurativos y corresponden a las decoraciones de relieves y sellos del primer grupo, citado más arriba; es de destacar que sólo a las de este grupo. La mayoría de los signos escritos representa lo significado en abreviaciones muy conscientes, que no podían pertenecer exclusivamente al mundo imaginario de un solo artista. Por ejemplo, el signo «mujer» se representaba por un triángulo. Los signos complicados, por ejemplo, los referidos a personas en actitudes determinadas, como los que aparecen a menudo en la escritura egipcia, se evitaban; los inventores de la escritura buscan, por el contrario, desde un principio, un medio de comunicación para el uso cotidiano. La escritura se transformó pronto en una escritura cursiva para el uso corriente, en la cual los signos habían perdido, hacia fines de la época primitiva, su carácter de imagen. El número de signos fue muy grande al principio, aproximadamente unos 2000. En el curso de la evolución hasta el desarrollo completo de la escritura, hacia fines de la época protodinástica, fueron descartados casi dos tercios, que naturalmente se sustituyeron con otras posibilidades nuevas.

La escritura babilónica es, por su sistema interior, una escritura de conceptos; es decir, a cada concepto corresponde un signo o grupo de signos. Una escritura basada en tal principio pronto tendrá que buscar medios para ampliar sus posibilidades de expresión y claridad. Estos consisten, principalmente, en el empleo de signos iguales para palabras de sonido igual, pero significado diferente, y, por consiguiente, en el desarrollo de signos silábicos. El nombre de persona «en-líl-ti» que figura en una tablilla de Jemdet Nasr, en Babilonia del norte, perteneciente a la misma época que los documentos del estrato Illb de Uruk, constituye un buen ejemplo de esta evolución. Este nombre puede interpretarse sobre la base de analogías posteriores como «El dios Enlil (dios principal de Nippur) conserve en vida». El signo para «vida, conservar en vida» es una flecha. En principio este signo correspondía al concepto sumerio «ti» = flecha, pero se trasladó al homónimo «ti(l)» = vida, difícil de representar pictográficamente. Del mismo modo, la escritura egipcia derivó de la imagen del escarabajo (khpr), el signo khpr, «devenir», aunque en el sistema egipcio se representa únicamente la escritura consonántica, quedando sin precisar la vocálica. El punto de partida para la formación de signos silábicos está en la acentuación del elemento sonoro ligado a un signo, elemento que se convierte en portador de un significado. La pervivencia de signos conceptuales junto a signos silábicos es rasgo característico de la escritura babilónica —la llamada cuneiforme— hasta su desaparición en el siglo primero después de Cristo, y se conservó también cuando otros pueblos, como el acadio, el hurrita y el hitita, adoptaron la escritura babilónica para representar sus propias lenguas.

Los testimonios escritos más antiguos son documentos administrativos, relacionados con la economía de los grandes templos. No aparecen crónicas históricas y obras literarias escritas hasta época posterior, en la época protodinástica. Sin embargo, ya en la fase más antigua de la escritura se enseñaba el arte de escribir en el templo y en las escuelas con ayuda de listas de palabras. Estas listas, halladas ya en Jemdet Nasr en Babilonia del norte, se transmitieron con texto idéntico durante mucho tiempo, hasta la época de la dinastía de Akkad (desde 2340 a. C.). Eran los libros de texto sobre los que se basaba el aprendizaje de la escritura en toda Babilonia, y más tarde en Elam y Asiria.

¿Qué lengua anima los monumentos literarios de la época primitiva y quiénes eran los inventores de la escritura, creadores a la vez de toda la cultura de la etapa primitiva de Babilonia? Como los signos conceptuales no reflejan nada de la forma sonora de las palabras designadas, sólo tienen valor informativo para nosotros los casos en que se utilizan signos conceptuales para términos homónimos, o aquéllos en que aparecen signos silábicos. En el caso de la fase Uruk IIIb está atestiguado, por el referido nombre de en-líl-ti, «¡Enlil conserve en vida!», que se trataba de la lengua sumeria, pues sólo en ésta son homónimos «ti», «flecha» y «til», «vivir». En la fase Uruk IVa aún no se ha hallado ningún caso seguro de empleo de un signo conceptual para una palabra homónima de significado distinto, ni tampoco de escritura silábica. Pero, en vista de que los demás datos no atestiguan, entre los estratos IVa y IIIb de Uruk, ningún cambio de población, podemos considerar a los sumerios como inventores de la escritura y creadores de la cultura primitiva de Babilonia.

Probablemente nunca se podrá precisar de dónde provenían los sumerios que se instalaron en la región aluvial del Iraq. Su entrada en el país se produjo en época prehistórica, y el material arqueológico prehistórico raras veces responde a cuestiones que por su naturaleza son históricas. El sumerio pertenece a las lenguas aglutinantes, que combinan según leyes fijas palabras invariables. En este tipo se incluyen el elamita, el proto- khatti y el hurrita-urarteo, ninguno de los cuales se relaciona con el sumerio. Tampoco se han podido establecer relaciones con las demás lenguas aglutinantes —las del grupo finougrio, el mongol, las lenguas turcas, el vasco y algunas lenguas caucásicas como el georgiano—. Las lenguas aglutinantes pueden dividirse según antepongan o pospongan los elementos gramaticales formativos o utilicen ambas posibilidades, pero el tipo sumerio, que emplea la anteposición y la posposición, corresponde al georgiano, a algunas lenguas del mismo tronco y al vasco, es decir, está demasiado extendido para que podamos deducir de esta característica conclusiones seguras. El sumerio se presenta, pues, completamente aislado.

Afirmar que los sumerios fueron en la época primitiva, y tanto en el terreno político como en el cultural, la clase dirigente de Babilonia, no quiere decir que fueran el único grupo étnico allí establecido. Tenemos que contar con la presencia de pobladores de lengua semita, a los que podemos atribuir algunos préstamos muy antiguos al sumerio. Desgraciadamente, es muy difícil discernir otras capas lingüísticas en el sumerio; tampoco el hecho de que numerosos topónimos babilónicos no puedan interpretarse a partir del material lingüístico sumerio ni, en general, parezcan sumerios, permite sacar conclusiones seguras por el momento.

Por el contrario, está claro que el sumerio no se extendió fuera de las fronteras de Babilonia. La vecina Elam no adoptó la escritura sumeria, pero al conocerla desarrolló, hacia fines de la época primitiva babilónica, la llamada «escritura protoelamita». La ausencia de escritura en el ámbito asirio hasta la época de la dinastía de Akkad (desde 2340 a. C.) demuestra que esta región se diferenciaba étnica, económica y políticamente del mediodía sumerio. Las diferencias que revelan la glíptica primitiva y la difusión de los grupos de sellos indican que el territorio del Diyala no participaba más que parcialmente de la cultura sumeria. Las zonas que lindaban con Babilonia al norte y al este estaban habitadas —como aún en época histórica lo estaban en parte— por pueblos que ocupaban territorios relativamente reducidos. Algo parecido debió suceder en época prehistórica, aunque entonces parece que existían grandes provincias culturales.

La historia de los sumerios como pueblo estaba, según parece, determinada por la falta de inmigrantes del propio pueblo o de grupos étnicos emparentados, que ampliaran o completaran su número. En este punto se hallaban en desventaja frente a los habitantes de lengua semita de las estepas occidentales, que recibían constantemente refuerzos. Los sumerios acabaron por disolverse en cuanto pueblo en una nueva comunidad, en la que predominaba el grupo semita, y su lengua dejó de hablarse. Esto sucedió hacia 1900 a. C. La labor de este grupo numéricamente reducido, que determinó de manera decisiva la cultura babilónica hasta época tardía, e influyó en todo el Oriente Próximo, es por esta razón aún más meritoria.

La época de la cultura primitiva fue una época de apogeo en Babilonia. Los centros culturales eran ciudades, que se habían formado en parte por fusión de varios poblados. No sabemos cuántas ciudades existieron entonces pero, seguramente, todas las que alcanzaron alguna importancia en época posterior habían salido ya en la época primitiva de la fase rural. Estos centros serían, de sur a norte: Eridu, Ur, Uruk, Badtibira, Lagash (hoy al-Hibá), Nina (hoy Surgul), Girsu (hoy Tello), Umma (hoy Jókha), Nippur y, en el norte de Babilonia, Kish, Sippar, Akshak. El centro de gravedad se hallaba en el sur, donde Uruk ocupaba el primer puesto. Hay que notar que las ciudades entonces eran abiertas, a pesar de que se conocen asentamientos amurallados en el neolítico temprano. Podemos deducir de ello que la situación política de Babilonia era relativamente estable durante la época primitiva.

El cultivo de los cereales según un sistema de regadío ya desarrollado y la cría de ganado bovino y menor constituían la base de la subsistencia, como nos muestran las imágenes de una vasija de culto hallada en Uruk: encima de una línea ondulada, que representa el agua, crecen cereales, más abajo caminan ovejas en fila. Los temas de los sellos y de las vasijas de piedra adornadas con relieves dan también testimonio de la importancia capital de la vida campesina. El trabajo del campo se realizaba con diversos instrumentos: carros, angarillas y, sobre todo, el arado. Las representaciones gráficas, y más aún la escri­tura, que, por ejemplo, derivó 31 signos, para denominar diversas clases de ganado menor, del signo «oveja», atestiguan los resultados positivos de la ganadería. El cerdo aún no era un animal tabú, como lo sería más tarde.

En las ciudades gran número de artesanos se encargaban de producir los bienes necesarios. Parece que eran muy numerosos los canteros, que fabricaban los bloques para las grandes construcciones religiosas, las barritas de piedra para las paredes de mosaico y las vasijas de piedra. También los artesanos del metal disponían de grandes conocimientos técnicos y figuras de animales. En la constante renovación de los grandes santuarios trabajaban muchos artesanos, fabricando ladrillos y barritas de barro para los mosaicos. Los artesanos disponían, como muestran nuestros hallazgos, de grandes cantidades de materia prima importada. Estas materias se importaban de los mismos lugares de donde se traerían en época histórica posterior: el oro de Melukhkha y la región occidental del Indo, el lapislázuli de Badakhshán en Afganistán, las piedras para las vasijas de las montañas periféricas del este iraní, la plata de la «sierra de Plata» en el Tauro cilícico, el cobre de Magan y la zona costera del océano Indico, las maderas valiosas para la construcción, de las montañas occidentales, que seguramente no estaban tan erosionadas como en época histórica posterior. Todo esto refleja un denso intercambio comercial en la primitiva Babilonia. Parece que el comercio se dirigía con preferencia hacia el este y el sureste, aprovechando en parte los vientos monzones para los largos transportes por barco. El asentamiento de la época primitiva descubierto en Tell Brak, a orillas del Jagjaga, afluente del Khabur, atestigua un intento de controlar las rutas comerciales de Mesopotamia central, pues en él aparece material cultural típicamente sumerio en un ambiente diferente del de origen.

Los centros de la vida económica durante la época primitiva fueron los templos, aunque seguramente pocos santuarios alcanzaron la importancia del templo de Eanna en Uruk, que ocupaba una superficie aproximada de nueve hectáreas. Las exigencias de los templos hicieron nacer la escritura, necesaria para dominar las extensas propiedades. Que las tablillas de barro más antiguas se hayan encontrado exclusivamente en el recinto de los templos y que los documentos registren generalmente transacciones económicas demuestra que la escritura estaba destinada a servir a la economía de los templos. Para zonas con otro tipo de economía la escritura no era inútil, pero sí innecesaria. Sobre los sellos y en los relieves vemos a menudo rebaños marcados con un signo simbólico como propiedad de los dioses, es decir, de sus templos. En el recinto de Eanna, en Uruk, se han descubierto tallares de alfareros, canteros y fundidores. El material encontrado, unido a la cantidad de los productos artesanales y su calidad, indica que en aquel tiempo se había alcanzado una cierta división del trabajo, que, como es característico de toda cultura urbana, liberaba a una parte importante de la población de la producción de alimentos. Esta podía entonces dedicarse a producir los bienes necesarios para cubrir las propias necesidades, pero también para compensar las grandes importaciones del extranjero.

La economía de los templos estaba encabezada por el rey, el «hombre con falda de red» representado en las obras de arte. No podemos precisar el título que llevaba entonces. Probablemente se llamaba «en», que corresponde a nuestro «señor»; aunque nuestro término no expresa su rango de sumo sacerdote o de suma sacerdotisa. La tradición iconográfica del «hombre con falda de red» nos transmite precisamente esta asociación de actividades sacras y profanas, que nosotros desde nuestro punto de vista solemos separar. Una sola vez aparece en un documento del estrato IIIb el título de lugal, «rey», utilizado en época histórica y que significa literalmente «hombre grande». El «hombre de la falda de red» está representado en un sello cilíndrico como «buen pastor», título que llevaban a menudo los reyes de Babilonia en época posterior; a un lado y otro de la figura real dos ovejas con melena, levantadas sobre las patas traseras, muerden las hojas de dos ramas. La escena tiene seguramente un significado religioso, como demuestran los símbolos de la diosa Inanna —el llamado «haz de juncos»— que enmarcan el grupo simétrico.

Según lo que revelan los materiales de época primitiva, o sea, tanto los hallazgos arqueológicos como los documentos escritos, podemos remontar la forma de organización de la «ciudad-templo sumeria», que en nuestras fuentes escritas no se refleja claramente hasta fines de la primera época dinástica, a la época primitiva. En este sistema, el representante terreno de la divinidad administra los bienes del templo. Se encarga de la construcción y reparación de los templos y organiza las ceremonias del culto. También corren a su cargo la planificación del sistema de regadío, que permite el cultivo de las tierras del templo, y la dirección de las múltiples actividades de los miembros del templo. Otra de sus obligaciones es la defensa del recinto sagrado. Se tratará con más detalle este tema en el capítulo dedicado a la época protodinástica.

Las fuentes, bastante poco explícitas, no nos informan acerca de las dimensiones de las unidades políticas que durante la época primitiva se formaron sobre la base de los diversos templos. El que la escritura aparezca ya en el estrato más antiguo —Uruk IVa— de Kish, en Bdtulonia del norte; el que en el estrato III fuera medio de comunicación habitual en todo el país y estuviera al servicio de los templos, y el que las listas de palabras por las que se aprendía la escritura fueran unitarias en toda Babilonia, refleja una relación estrecha entre las diversas partes del país, pero no demuestra que un centro tuviera la hegemonía en Babilonia. En la tradición histórica posterior no se conservaban, según parece, noticias directas y fidedignas de la fase decisiva de la época primitiva. La lista de reyes sumeria registra cinco dinastías en el período de tiempo que abarca desde los principios «cuando la monarquía descendió del cielo» y el «diluvio universal». Estas se reparten entre las ciudades Eridu, Badtibira, Larak, una ciudad aún no identificada de Babilonia central, Sippar en Babilonia del norte y Shuruppak, la actual Fára, en Babilonia central. El último rey debió ser Ziusudra de Shuruppak, héroe del relato sumerio sobre el «diluvio universal». Pues la tradición sobre la «época anterior al diluvio» que se añadió a la lista de reyes sumeria nace del mito sumerio del diluvio, que cita las mismas cinco ciudades como los centros más importantes de la época primitiva. Hay que destacar que las excavaciones de Shuruppak no han revelado ninguna prueba de la existencia de un asentamiento primitivo comparable siquiera con Uruk, mientras que las extensas ruinas de Badtibira podrían ocultar una ciudad importante por esta época. Ni Uruk ni Lagash están incluidas en la lista, aunque ambas ciudades tendrían derecho a figurar en ella. Uruk no aparece hasta la segunda dinastía de la «época posterior del diluvio», detrás de una dinastía de Kish, cuyos reyes llevan generalmente nombres acadios, que demuestran las diferencias ya existentes entre el sur sumerio y el norte de Babilonia influido por Akkad. Ambas dinastías, que según consta existieron al mismo tiempo, pertenecen ya a la época protodinástica.

Quizá la tradición religiosa sumeria haya guardado un recuerdo más fiel de la época primitiva que el transmitido por la lista de reyes. Ya dijimos que la tradición cultural, desde la fase de el-Obeid hasta época histórica, se conservó ininterrumpida en Eridu, y seguramente en otros lugares. Esto no quiere decir que allí se venerara siempre a las mismas divinidades bajo los mismos nombres, y aún menos que no cambiaran fundamentalmente las concepciones religiosas en el curso de tan larga evolución. Durante la época primitiva, las divinidades se representaban en la mayoría de los casos —tanto en los monumentos artísticos como en la escritura— por medio de símbolos. Los más conocidos son el «haz de juncos» de la diosa Inanna de Uruk y el «estribo» del dios de la luna de Ur, Nanna. Existían también representaciones antropomorfas de divinidades, como atestigua el fragmento ya citado de una cabeza con doble tiara cornuda, la insignia divina más corriente en la época tardía de Babilonia. El texto de un documento de Uruk, estrato Illb, reúne en un campo los signos «fiesta», «estrella», «Inanna», «día», «ponerse», que significan: «Fiesta en el día en que se pone la estrella de la diosa Inanna». Es evidente que Inanna es la divinidad astral, la diosa de la estrella Venus de época histórica. Esto, sin embargo, quiere decir que la evolución decisiva de la concepción antigua, probablemente totemista, a la concepción antropomorfa de la divinidad tuvo lugar ya en la época primitiva babilónica, aun cuando se conservaran los antiguos símbolos en la iconografía de las divinidades transformadas. La posterior tradición sumeria conoce algunas divinidades, que califica de «antiguas», que pueden representar viejas formas culturales. «Antiguos» eran Gatumdu, «madre de Lagash»; Nisaba de Eresh, Nunbarshegunu de Nippur, Belili, la hermana de Dumuzi, y Bilulu. Se trata en todos estos casos de diosas y sus nombres son sumerios. Nisaba es una palabra que se usa para el trigo; Nunbarshegunu contiene el nombre sumerio de la «cebada manchada» (flordeum rectum nigruní). De momento no sabemos si el culto a estas diosas se remonta hasta la época primitiva. Sin embargo, hay que notar que en algunos poblados antiguos una diosa encabezaba el panteón local. Se les atribuían maridos que tenían un rango muy inferior. En Lagash tenemos a Gatu-mdu-Baba con Ningirsu; en Nina, a Nanshe con Nindara; en Keshi, a Nintu con Shulpa’ea. Habría que nombrar también a Inanna y Dumuzi, aunque en este caso el cónyuge de la diosa era un mortal. Es muy interesante el hecho de que estas parejas divinas no corresponden a la familia patriarcal, que fue la forma familiar habitual en la Babilonia histórica. Es posible que en otro tiempo predominaran otras formas, como atestigua una inscripción de Urukagina de Lagash (hacia 2350 antes de C.) que habla de una diandria permitida en época primitiva, pero prohibida en su época. En una cultura basada en la agricultura y la ganadería es comprensible que los principios sobrenaturales, una vez alcanzada la etapa de representación antropomórfica de las divinidades, tuvieran rasgos femeninos, como Nisaba, que representaba el trigo, o Turdur, la oveja madre, y otras diosas que garantizaban la fertilidad de la tierra, de los animales o de las personas.

Mientras en Babilonia se desarrollaba y llegaba a su apogeo la cultura urbana, las regiones vecinas permanecieron en un nivel inferior. Unicamente el territorio elamita registró, bajo la influencia de Babilonia, una evolución análoga. Las diferencias de nivel cultural se hacían patentes en las extensas relaciones comerciales que Babilonia mantenía con los países vecinos. Las huellas de estos amplios contactos aparecen claramente en los monumentos arqueológicos. Existían comunicaciones regulares con la región situada en el curso inferior del Diyala, cuyo centro se hallaba en Eshnunna, actualmente Tell Asmar. Desde allí se extendieron algunos tipos de sellos cilindricos hacia el norte y también el sur de Babilonia. En Susa, la influencia babilónica es tan fuerte que se ha pensado en una dominación sumeria. Pero la existencia de una escritura independiente, aunque de inspiración babilónica, en la época del estrato III de Uruk, demuestra un grado de independencia incompatible con el sometimiento político. En Susa estuvieron difundidos los ti­pos de sello babilónicos con escenas de caza y, sobre todo, los sellos heráldicos, pero también tipos que podrían provenir de la región del Diyala. Paralelamente se desarrolló un estilo propio. Las pequeñas figuras de animales de Susa están estrechamente relacionadas con creaciones babilónicas.

Parece que las relaciones con la región asiria no eran tan estrechas. Un sello cilindrico hallado en Tell Billa con una escena de viaje litúrgico en barca tiene réplicas exactas en Uruk, estratos III y IV, y, por tanto, puede ser una pieza importada. En la vecina Tepe Gaura se han descubierto, en estratos que corresponden a la época primitiva de Babilonia, templos basados en una larga tradición local. Pueden estar emparentadas con los santuarios atestiguados por primera vez en el estrato de el-Obeid de Babilonia, pero tienen rasgos propios. El modelo más cercano es el templo dedicado a Inanna construido mil quinientos años más tarde por el rey casita Kara’indash en Uruk (hacia 1430 a. C.). El sello de estampa todavía no había sido sustituido, como en el sur, por el sello cilindrico; éste aparece en Tepe Gaura en las capas correspondientes a la época protodinástica de Babilonia y a la época de la dinastía de Akkad. El motivo principal de los sellos cilindricos es la cabra montesa; existen pocas representaciones de animales domésticos. Muy raras veces aparecen figuras humanas. La escritura sumeria es desconocida.

En Tell Brak, en Mesopotamia central, se han descubierto, por el contrario, numerosas piezas de carácter marcadamente babilónico, pertenecientes a la época primitiva tardía, entre ellas un mosaico de barritas de barro en la pared exterior de un templo de tipo parecido al de los templos de Uruk. Símbolos en forma de anteojos, como aparecen en Babilonia y en la región del Diyala, han sido desarrollados y convertidos en formas con grandes ojos. De este modo los símbolos, que en parte llevan gorros altos o poloi, adquieren un aspecto humano y se acercan a las cabezas de alabastro allí encontradas, que parecen relacionadas con el fragmento de la cabeza de figura divina hallado en Uruk. La transformación de los símbolos va unida seguramente a la nueva concepción antropomórfica de las divinidades. También corresponden a tipos babilónicos las numerosas figuras de animales, que a menudo, y al igual que las figuras análogas del sur, están trabajadas como sellos de estampa en la parte inferior.

En comparación con ruinas como las de Nínive y Tepe Gaura, donde se han descubierto estratos contemporáneos, el número de testimonios culturales influidos por Babilonia es extraordinario en Tell Brak. Por tanto, habrá que considerar a éste un enclave babilónico; al mismo tiempo se impone la comparación con las construcciones situadas allí sobre la ruina primitiva —un palacio de Narámsin de Akkad (2260-2223 antes de C.) y la ruina de un edificio nuevo de este recinto de la época de la III dinastía de Ur (hacia 2100 a. C.)—. El palacio de Narámsin fue construido para asegurar el dominio sobre Mesopotamia y controlar la ruta comercial; en cambio, no puede afirmarse con seguridad que las construcciones primitivas de Tell Brak, que debieron existir durante un período bastante largo, tuvieran la misma finalidad, ya que entonces habría que contar en época muy temprana con una expansión militar y política de los sumerios. Sin embargo, cabría recordar al respecto las numerosas escenas que en los sellos cilindricos representan a prisioneros delante del «hombre con la falda de red»; en estos casos no puede tratarse de disensiones internas, ya que no podría comprenderse cómo las ciudades carecían de murallas protectoras.

También en Siria media y del Norte, en Palestina y en Asia Menor los hallazgos esporádicos atestiguan claramente una relación con la cultura sumeria de Babilonia. Incluso en Egipto se han descubierto en la época Naqada II, poco antes de la «unificación del reino», testimonios culturales de origen babilónico. Esto nos da un valioso apoyo cronológico, ya que esta época puede situarse con razones sólidas hacia el año 3000 a. C. de la historia egipcia. Las irradiaciones de la cultura sumeria no tuvieron, sin embargo, una influencia decisiva sobre la evolución egipcia. Carece, pues, de base sólida la tesis según la cual la escritura egipcia deba su origen al contacto con la escritura sumeria.

A fines de la época primitiva se registra en Babilonia una marcada decadencia. Durante el último período las artes plásticas, especialmente en los sellos cilindricos y los amuletos ani- malísticos, degeneran visiblemente. La falta de esmero en la ejecución técnica, la renuncia a la plasticidad de bulto redondo y la tosquedad de las figuras, grabadas someramente con líneas de contorno, están tan generalizadas que no pueden atribuirse a la falta de habilidad ocasional de los artistas. La variedad y novedad del arte de la época siguiente —la época protodinástica— no permiten en absoluto esta interpretación. No sabemos con detalle cómo se produjo el derrumbamiento, pero sí conocemos la causa: la invasión masiva del territorio babilónico por grupos de lengua semita provenientes del norte y noroeste.

La literatura sumeria utiliza a menudo para catástrofes de todas clases (también para las conmociones provocadas por las inmigraciones de pueblos extranjeros) la imagen del «diluvio» o «inundación», haciendo referencia a un fenómeno natural muy corriente en Babilonia. Los compiladores de la lista de reyes sumeria, al situar la «inundación» en el momento de paso de la época primitiva a la época protodinástica, hacen referencia con esta imagen a la invasión de los pueblos acadios. Es difícil saber cómo los compiladores pudieron disponer de noticias sobre un acontecimiento tan antiguo; quizá su propia experiencia de las invasiones de tribus cananeas en Babilonia, la segunda gran oleada de pueblos de lengua semita hacia principios del año 2000 a. C., influyera en su descripción de los acontecimientos antiguos. En todo caso, difícilmente podían haber dado con una imagen más exacta para caracterizar los sucesos tal y como se presentaban a los ojos sumerios: como la inundación de su país por pueblos extranjeros.

 

Cuadro cronológico I. — Épocas prehistórica y primitiva

Shanidar: hombre de Neandertal .........................60 000-40 000 a. C.

Paleolítico superior, Mesolítico, Neolítico.............. 35 000-9000

Comienzos de la domesticación de

animales y del cultivo de alimentos hacia ................9000-6750

Estratos más antiguos (acerámicos) de Jericó hacia........ 7000

Asentamiento más antiguo de Jarmó hacia .......................6750

Comienzos del Calcolítico hacia .........................................5500

Fases de Eridu, el-Obeid y Uruk...............................5000-3100

Época primitiva de Uruk..........................................3000-2750

Templo C de Uruk....................................................2815 +- 85