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BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA |
LA GUERRA DEL ESPÍRITU SANTO
SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA
SEGUNDO DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOSTERCER DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOS
1. Los que padecen la locura arriana, según
parece, dando por hecho que se han convertido en apostatas y transgresores de
la verdad de una vez para siempre, pretenden afanosamente atraer contra sí
mismos aquello que está escrito: Cuando el impío alcanza el abismo de los
males, se engríe. En efecto, ni desisten cuando se les refuta ni cambian su
parecer cuando son avergonzados, sino que, al igual que la mirada de una
ramera, han perdido la vergüenza para con todos en sus impiedades,
Además, las expresiones que ellos alegaban como
pretexto (El Señor me creó, Habiendo llegado a ser superior a los
ángeles, Primogénito y Siendo fiel a quien lo hizo)
tienen una correcta interpretación, y muestran la genuina piedad hacia Cristo,
Por eso no sé cómo ellos otra vez, como embebidos de un veneno de serpiente,
sin fijarse en aquello en que conviene fijarse y no comprendiendo aquello que
leen, han comenzado después a ridiculizar también, como vomitándolo desde el
abismo de su impío corazón, aquello que fue dicho por el Señor: Yo estoy en el
Padre y el Padre está en mí. Ellos dicen: «¿Cómo es posible que el
Hijo tenga cabida en el Padre y
el Padre en Él? ¿O cómo es posible que el Padre, siendo más grande,
tenga cabida en el Hijo siendo éste más pequeño? ¿O qué hay de extraordinario
en que el Hijo esté en el Padre cuando de hecho también acerca de nosotros está
escrito: En Él vivimos, nos movemos y existimos?».
Pero esto les sucede como consecuencia de su perverso modo de pensar, pues
creen que Dios es un cuerpo y no comprenden ni lo que es un Padre verdadero y
un Hijo verdadero, ni qué es una luz invisible y eterna y su resplandor
invisible, ni qué es una hipóstasis invisible, una impronta incorpórea y una
imagen incorpórea. En efecto, si lo supiesen, no habrían hecho burla
blasfemando contra el Señor de la gloria, ni habrían sacado de quicio todo
aquello que estaba bien dicho, al tratar de entender corporalmente aquellas
cosas que son incorpóreas.
Por tanto, habría bastado únicamente que ellos, al escuchar al Señor decir
estas cosas, creyeran, puesto que la fe sencilla es mejor que el lenguaje
enrevesado, que es fruto de la sutileza. Pero, puesto que también
han intentado contaminar estas cosas con su propia herejía, es preciso refutar
su perverso modo de pensar y mostrar su sentido verdadero, para así poder
transmitir certeza a los creyentes. En efecto, cuando se dice: Yo estoy en
el Padre y el Padre en mí, no se intercambian el uno al otro
entre sí a modo de recipientes huecos que son llenados el uno por el otro -como
creen los arrianos-, de manera que el Hijo llena el vacío del Padre y el Padre
a su vez llena la entraña del Hijo y ninguno de los dos es un ser completo y
perfecto. Esto es ciertamente algo propio de los cuerpos, por lo que el mero
hecho de decirlo está repleto de impiedad. El Padre, en efecto, es completo y
perfecto, y el Hijo es la plenitud de la divinidad.
Tampoco está el Padre en el Hijo de la misma manera en que Dios los fortalecía,
llegando a estar en los santos, pues el Hijo mismo es la potencia y la
Sabiduría del Padre. Las cosas que han llegado a ser son santificadas en el
Espíritu ai participar del Hijo, mientras que Él no es Hijo por participar de
la sustancia, sino que es lo propio engendrado del Padre. El Hijo tampoco
está en el Padre de la misma manera en que nosotros vivimos, nos movemos y
existimos en El, porque el Hijo es como la vida que procede de la
fuente del Padre, en quien todas las cosas son engendradas para la vida y
tienen su consistencia. La vida, en efecto, no vive en la
vida (porque no sería entonces vida), sino que el Hijo es más bien quien engendra
todas las cosas para la vida.
2. Veamos también, por otro lado, la postura
de Asterio el sofista, que apoya la herejía, pues también él, emulando a los
judíos, ha escrito estas cosas con el mismo propósito; «Es evidente que el Hijo
dijo que estaba en el Padre y el Padre a su vez en Él por esta razón: porque
no dice que el discurso que ha pronunciado es suyo, sino del Padre,
y porque tampoco dice que tas obras son propias suyas, sino del Padre,
que le ha otorgado la potencia». Esto, si hubiese sido dicho
simplemente por un muchachillo, sería excusable por la edad, pero puesto que
quien lo ha escrito es el llamado sofista y el que hace alarde de
conocerlo todo, ¿de qué tamaña acusación será digno un sujeto semejante? ¿Y
cómo no va a mostrarse a sí mismo alejado del Apóstol cuando se engríe en
persuasivos argumentos de la sabiduría, creyendo que con ellos es
capaz de
engañar, y no piensa en lo que está diciendo ni en la persona de la que se
trata?
En efecto, las mismas cosas que el Hijo ha
dicho (y que son propias y se ajustan al único Hijo, Logos, Sabiduría e imagen
de la sustancia del Padre) las degrada Asterio al aplicarlas a todas las
criaturas y hacerlas comunes al Hijo y a éstas. Este injusto hombre también
dice que la potencia del Padre recibe potencia, de manera que de esta impiedad
suya se sigue lógicamente que también el Hijo ha sido hecho Hijo en el Hijo y
que el Logos recibió su poder del Logos. Y ya no quiere que haya dicho estas
cosas como Hijo, sino como quien las ha aprendido, y de esta manera lo sitúa
junto con todas las cosas que han sido hechas. Entonces, si se
debe a que las palabras que decía el Hijo no eran del Hijo, sino que eran del Padre,
y se trataba de la misma situación que las obras, ¿cómo es que el Hijo decía:
Yo estoy en el Padre y el Padre en mi?
También David dice: Voy a escuchar lo que Dios
va a decir en mí, y Salomón: Mis palabras han sido dichas por Dios.
Moisés dispensaba las palabras que venían de parte de Dios, y cada uno de los
profetas no decía sus propias palabras, sino las que provenían de Dios: Esto
dice el Señor. Y las obras que hacían los santos no eran algo
propio de ellos, sino que afirmaban que eran de Dios, que les había otorgado la
potencia, como cuando Elías y Eliseo invocaban a Dios para que Él mismo
resucitara a los muertos. Y si Eliseo, después de haber curado a Naamán de
la lepra, le dice: Para que sepas que hay un Dios en Israel; si Samuel
mismo, en los días de la siega, oraba también a Dios para que concediera la
lluvia; y si resulta que los apóstoles decían que no hacían los
signos con su
propia potencia, sino con la gracia del Señor, entonces es
evidente, según lo que dice Asterio, que semejantes palabras podrían ser
comunes a todos ellos, de modo que cada uno de ellos podría decir: Yo estoy en
el Padre y el Padre en mí, y en adelante el Hijo de Dios ya no es uno sólo, el
Logos y la Sabiduría, sino que también el Hijo resulta ser uno entre muchos.
Sin embargo, si el Señor hubiese hablado
de esa manera, no habría sido necesario que dijese: Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí, sino más bien: «También yo estoy en el Padre y el
Padre está también en mí». De este modo, no tendría esa gracia como algo propio
y distintivo de cara al Padre en cuanto Hijo, sino como algo compartido por
todos. Pero no es como ellos piensan. Los arrianos, en efecto, al no considerar
que es Hijo auténtico que procede del Padre, hablan falsamente en contra del
que es el auténtico, el único a quien corresponde decir: Yo estoy en el Padre
y el Padre en mí. Pues el Hijo está en el Padre, como es ciertamente
lícito pensar, ya que todo el ser del Hijo es propio de la sustancia del Padre
en la manera en que el resplandor procede de la luz y el río de la fuente. De modo
que quien ve al Hijo ve lo propio del Padre y entiende que el ser del Hijo,
proviniendo del Padre de esa manera, está en el Padre. Y también el Padre está
en el Hijo, puesto que el Hijo resulta ser aquello que es lo propio que procede
del Padre, lo mismo que el resplandor está en el sol, el pensamiento en la
palabra y la fuente en el río. Por eso ocurre que
quien contempla al Hijo, contempla lo propio de la sustancia del Padre y
entiende que el Padre está en el Hijo. En efecto, como el ser del Hijo es
la forma visible y la divinidad
4. El Padre y el Hijo no son una sola cosa
como lo que ha sido dividido en dos partes, que no resultan ser sino una sola
cosa, ni tampoco como una sola cosa que es nombrada con dos nombres distintos,
de tal modo que una misma cosa llegue a ser unas veces Padre y otras Hijo de sí
mismo (pues Sabelio, al haber pensado de esta manera, fue juzgado
como hereje), sino que son dos porque el Padre es Padre (y Él mismo no es Hijo)
y el Hijo es Hijo (y Él mismo no es Padre). Pero la naturaleza es una sola
(pues lo engendrado no es desemejante de quien lo ha engendrado, al ser imagen
suya) y todo lo del Padre es del Hijo. Por esta razón el Hijo no es tampoco
otro Dios (pues no es considerado como algo externo), ya que entonces los
dioses serían sin duda muchos al ser considerada su divinidad como algo ajeno
al Padre. En efecto, aunque el Hijo, en cuanto que es lo engendrado, es otro
distinto, no obstante es lo mismo en cuanto Dios, y Él y el Padre son una sola
cosa por el carácter propio y el parentesco en la naturaleza y por la identidad
de la única divinidad, como se ha dicho.
Sin duda el resplandor es luz, no es algo posterior al sol, y no es otra luz
distinta ni participa del sol, sino que es en sentido pleno lo engendrado
propio de él. Semejante luz, que ha sido engendrada de esta manera, es por
fuerza unlado, son
dos (el sol y el resplandor) y, por otro lado, una sola es la luz que procede
del sol e ilumina en el resplandor cuanto se encuentra por todas partes.
De igual manera también la divinidad del Hijo es del Padre, de donde se
sigue que es indivisible, y de esta manera Dios es uno sólo y no hay otro fuera
de Él. Por lo tanto, al ser el Padre y el Hijo una sola cosa en
esta forma, y al ser una sola la divinidad, se dicen acerca del Hijo las mismas
cosas que se dicen del Padre (a excepción del hecho de llamarse Padre), como
por ejemplo: «Dios» (El Logos era Dios), «Omnipotente» (Estas
cosas dice el que era, el que es y el que viene, el omnipotente),
«Señor» (Un único Señor, Jesucristo), el hecho de ser luz (Yo soy
la luz), el hecho de perdonar los pecados (pues dice: Para que
veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los
pecados...), y más cosas que puedes encontrar. En efecto, el Hijo
mismo dice: Todo lo del Padre es mío, y en otra
ocasión: Lo mío es tuyo.
5. El que escucha las palabras que son
propias del Padre aplicadas al Hijo verá también de esta manera al Padre en el
Hijo, y contemplará también al Hijo en el Padre, cuando se digan del Padre
aquellas cosas que se dicen del Hijo. ¿Por qué razón se aplican al Hijo las
palabras que corresponden al Padre, si no es porque el Hijo es lo engendrado
que procede de Él? ¿Y por qué lo del Hijo es propio del Padre, sí no es porque,
a su vez, el Hijo es lo engendrado propio de la sustancia del Padre? El
Hijo, como es lo engendrado propio de la sustancia del Padre, lógicamente se
atribuye a sí mismo las cosas que son propias del Padre. De manera que, como es
conveniente
y se sigue de la afirmación El Padre y Yo somos una sola cosa,
añadió: Para que conozcan que yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Y a esto añade en otra ocasión: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. El sentido es uno e idéntico en estas tres expresiones, pues el que ha conocido
que el Hijo y el Padre son una sola cosa de esa manera, sabe también
que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo. En efecto, esta divinidad
del Hijo es del Padre y está en el Hijo, y quien lo ha comprendido está
convencido de que el que ha visto al Hijo ha visto al Padre, ya que en el Hijo
se contempla la divinidad del Padre.
También uno podrá llegar a comprender estas cosas de manera más accesible a
partir del ejemplo de la imagen del rey. En la imagen del rey están la forma
visible y la forma del rey, y en el rey está la forma visible
que está en la imagen, pues la semejanza del rey que encontramos en la imagen
no es distinta. De este modo, quien se fija en la imagen ve en ella al rey, y,
a su vez, quien ve al rey reconoce que éste es el que está en la imagen. Por el hecho de no diferir en semejanza, la imagen podría decir a quien
quisiera contemplar al rey e ir más allá de la imagen: «Yo y el rey somos una
sola cosa, pues yo estoy en él y él en mí, y lo que ves en mí lo ves en él y lo
que has visto en él lo ves en mí». De este modo, quien adora la imagen está
adorando en ella al rey, ya que la imagen es la forma y la forma visible del
rey. Por consiguiente, dado que el Hijo es imagen del Padre, forzosamente hay
que entender que la divinidad y el carácter propio del Padre son el ser del
Hijo. Y éste es el sentido de las expresiones: El cual existiendo en la forma
de Dios y El Padre está en mí.
6. Y la forma de su divinidad no procede de
una parte, sino que el ser del Hijo es la plenitud de la
divinidad del Padre, y el Hijo es Dios totalmente. Por esta razón, aunque es
semejante a Dios, no consideró el ser semejante a Dios algo a lo que
aferrarse. Además, puesto que la divinidad y la forma visible del Hijo no son
propias de ningún otro sino del Padre, a esto precisamente se refería cuando
utilizó la expresión: Yo estoy en el Padre. Así es como Dios
estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, ya que el Hijo,
en quien la creación es reconciliada con Dios, es lo propio de la sustancia
del Padre. De esta manera las obras que hace el Hijo son obras del Padre, pues
el Hijo es la forma visible de la divinidad dei Padre, que es la que hace las
obras. También de esta manera quien ve al Hijo ve al Padre, ya que el Hijo está
en la divinidad paterna y se contempla en ella, y la forma visible paterna que
hay en el Hijo muestra a su propio Padre. Y así está el Padre en el Hijo,
mientras que el carácter propio y la divinidad que están en el Hijo y que
provienen del Padre muestran que el Hijo está en el Padre y que es siempre
inseparable de Él.
El que escucha y ve que las mismas cosas que se dicen del Padre se dicen del
Hijo --no como por una gracia o participación que ha sobrevenido a su
sustancia, sino porque el ser mismo del Hijo es lo engendrado propio de la
sustancia paterna-- entenderá bien lo que se ha dicho, como ya he indicado: Yo
estoy en el Padre y el Padre en mí, y también: Yo y el Padre somos
una sola cosa. En efecto, el Hijo es semejante al Padre por cuanto
que tiene todas las cosas que son propias del Padre. Por eso también se
hace referencia al Hijo junto con el Padre, pues nadie podría decir «Padre» si
no existiera un Hijo. Ciertamente el que llama «creador» a Dios no muestra
Por esta razón, también el que cree en el Hijo cree en el Padre, dado que cree
en lo que es propio de la sustancia del Padre. De esta manera una sola es la fe
en el único Dios, y el que adora y honra al Hijo adora y honra al Padre en el
Hijo, pues la divinidad es una sola. Y por ello la honra y la adoración
que se da en el Hijo, y que por medio de Él llega al Padre, es una sola, y el
que adora de esta manera adora un único Dios. En efecto, Dios es uno sólo y no
hay otro Dios sino Él. Por lo tanto, cuando se dice que únicamente
el Padre es Dios y que Dios es uno sólo y las
expresiones: Yo soy y fuera de mí no hay otro Dios y Yo soy el primero y yo
soy el que viene después de estas cosas, se dice correctamente,
pues Dios es uno sólo, único y primero. Sin embargo, estas cosas no se dicen
para excluir al Hijo. ¡De ningún modo! También Él existe en el uno, único y
primero, porque es el único Logos, Sabiduría y resplandor del uno, único y
primero. El Hijo también es primero, plenitud de la divinidad del primero y
único, siendo entera y plenamente Dios. Por consiguiente, no se
dicen las mencionadas expresiones por causa del Hijo, sino para aclarar que no
existe otro como el Padre y su Logos. Y ésta es claramente la idea del profeta
y es evidente para todos.
7. Sin embargo, puesto que los impíos y
quienes refieren estas cosas blasfeman contra el Señor y nos censuran
diciendo: «He aquí que Dios es llamado uno, único y primero, ¿cómo decís
vosotros que el El Hijo es Dios? Pues si fuese
Pero si el que conoce al Hijo conoce más bien
al Padre (por ser el Hijo quien le revela al Padre), entonces en el Logos verá
más bien al Padre, como se ha dicho, porque el Hijo no ha venido para
glorificarse a sí mismo, sino que ha glorificado al Padre, diciendo a quien se
le acerca: ¿Por qué me dices bueno? Nadie es bueno sino uno sólo, Dios,
y respondiendo a quien le pregunta cuál es el mandamiento más grande en la ley:
Escucha Israel, tu Dios, el Señor, es un solo Señor. Además dice a las
multitudes: Yo he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
del Padre que me ha enviado, y a los discípulos les enseña que el Padre es
mayor que yo y que el que me honra a mí honra al que me ha enviado.
Si ésta es la actitud del Hijo con respecto a su Padre, ¿qué clase de oposición
hay para que uno saque semejante conclusión acerca de tales expresiones? Y si
el Hijo es el Logos del Padre, ¿quién hay tan estúpido --a excepción de los que
combaten a Cristo-- como para pensar que Dios ha dicho semejantes cosas
desacreditando y excluyendo a su propio Logos? No es éste el modo
de pensar de los cristianos. ¡De ningún modo! En efecto, estas cosas no han sido
escritas a causa del Hijo, sino para excluir los falsos dioses que han sido
modelados por los hombres, y el sentido de semejantes palabras tiene una
explicación muy razonable.
8.Así pues, los que se arriman a los falsos
dioses se alejan del Dios verdadero; por esta razón, Dios, como es bueno, se
preocupa por los hombres y vuelve a llamar a aquellos que se han extraviado, y
dice: Yo soy el único Dios, y también: Yo soy y fuera de mí no hay
Dios alguno, y otras expresiones que son semejantes a éstas, para
desacreditar así lo que es falso y convertir a todos hacia sí. Y lo mismo
que si alguno, siendo de día y brillando el sol, pintase un simple leño que no
tuviese sino una apariencia de luz y dijera que esa imagen es la causa de la
luz, y el sol, al verlo, dijese: «Sólo yo soy la luz del día y no hay otra luz
del día fuera de mí», esto no lo dice el sol mirando a su propio resplandor,
sino haciendo frente al error causado por la imagen de madera y considerando
la desemejanza de la fútil apariencia; de igual manera ocurre también con las
expresiones: Yo soy, Yo soy el único Dios y No hay otro Dios fuera de mí, la
intención es apartar a los hombres de los falsos dioses y que aprendan en
adelante que Él es el Dios verdadero.
De hecho, cuando Dios decía estas cosas las decía por medio de su propio Logos,
a no ser que acaso los judíos de hoy día añadan que no ha dicho estas cosas por
medio del Logos. Sin embargo era así como las decía, por más que enloquezcan
quienes pertenecen al diablo, pues le vino al profeta la palabra de
Dios y se oían estas cosas. Y si se trataba de su Logos y
decía estas cosas, y resulta que no hay nada que Dios diga y haga que no diga y
haga en el Logos, entonces --¡oh arrianos que
combatís a Dios!- estas cosas no se dicen por causa suya, sino por causa de las
cosas que son diferentes al Logos y que no existen en realidad.
Y sin duda, de acuerdo con el ejemplo de la imagen que hemos puesto, si el
sol hubiese dicho aquellas palabras, no habría refutado el error y dicho semejantes
expresiones dejando a un lado su propio resplandor, sino refiriéndose a su
propia luz en el resplandor. Así pues, estas palabras no tienen por objeto
excluir al Hijo y no son dichas por causa suya, sino para suprimir lo que es
falso.
Por esa razón, Dios, en el principio, aunque el Logos, por medio del cual
fueron creadas todas las cosas, estaba con Él, no dirigió a Adán
semejantes palabras, pues no había ninguna necesidad, al no existir todavía
los ídolos. En cambio, cuando los hombres se alzaron contra la verdad y
nombraron para sí los dioses que quisieron, surgió entonces de veras la necesidad
de excluir a los dioses que no existían. Yo añadiría también que semejantes
palabras fueron dichas en previsión de la insensatez de los que combaten a
Cristo, para que de este modo entiendan que este dios que
proponen, externo a la sustancia del Padre, no es verdadero Dios, ni imagen,
ni tampoco Hijo del único y primero.
9. Por lo tanto, aunque se diga que el Padre
es el único verdadero, esto no se ha dicho para deshacerse del que
dice Yo soy la verdad, sino para excluir a los que no son verdaderos
por naturaleza, como lo son en cambio el Padre y su Logos. Por eso el
Señor mismo añadió inmediatamente: Y Jesucristo a quien tú enviaste. Si fuese
una criatura, no lo habría añadido ni se habría puesto al mismo nivel de quien
lo hubiera creado.
En efecto, ¿qué comunión hay entre el verdadero y el que no lo es? Pero ahora,
al haberse unido a sí mismo al Padre, ha mostrado que es de la naturaleza del
Padre, y nos ha dado a conocer que es lo realmente engendrado del verdadero
Padre.
Juan, que lo había aprendido, poniéndolo por
escrito en la carta, enseñaba: Y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Este es el Dios verdadero y la vida eterna. Y al decir el profeta,
refiriéndose a la creación: El único que ha desplegado el cielo,
y Dios, por su parte: Yo soy el único que extendí el cielo, ha
quedado claro a todos que cuando dice único también sé esta refiriendo al
Logos del que es único, Logos en quien todas las cosas llegaron a ser y sin Él
cual nada llegó a ser. Así pues, si han llegado a ser por medio del Logos y
por otro lado dice Yo soy el único, entonces se entiende que junto al único
también está el Hijo, por medio del cual llegó a existir también el cielo. De
modo que entonces, aunque se diga Dios es uno, Yo soy el único y Yo soy el
primero, en el uno, único, y primero se entiende que coexiste el Logos, como sucede
con el resplandor en la luz.
Y esto no se podría pensar de ningún otro sino
de uno sólo, el Logos. En efecto, todas las demás cosas han adquirido su
consistencia de la nada por medio del Hijo, y hay una gran diferencia en
naturaleza. El Hijo, en cambio, procede por naturaleza del Padre y es lo
engendrado verdaderamente de Él. Por eso la expresión; Yo soy el primero, que
ellos --necios-- consideraron que era útil para justificar su herejía, resulta
que más bien refuta su malvado modo de pensar. Dice Dios: Yo soy el primero y
yo soy el que viene después de estas cosas. Así pues, al decir que es
anterior a ellas, si perteneciese al número de las que existen después de Dios,
de modo que aquellas cosas vengan después de Él, entonces también Dios debería
ser, como pensáis
vosotros, una de las cosas que han sido hechas y las debería aventajar
únicamente en el tiempo. Sin embargo, tan sólo esto sobrepasa toda medida de
impiedad. En cambio, si ha dicho: Yo soy el primero, para demostrar que no
procede de ningún otro y que no existe nadie antes que Él, sino que Dios es el
principio y la causa de todas las cosas, y acabar con los mitos que hay entre
los griegos, entonces es también evidente que cuando se dice que el Hijo es primogénito
no se le llama primogénito porque se le incluya en la creación, sino para
mostrar que todo ha sido creado por el artífice y hecho hijo por medio del Hijo.
Y así como el Padre es primero, de igual manera también el Hijo es primero,
porque es imagen del primero y porque en Él está el que es primero, y, por
otro lado, es lo engendrado que procede del Padre y toda la creación es creada
y hecha hijo en Él.
10. No obstante, los arrianos tratan
nuevamente de luchar con denuedo también contra esto, ayudándose de los
propios mitos que se han inventado, diciendo que el Hijo y el Padre no son una
sola cosa ni semejantes en la forma en que la Iglesia lo predica, sino como
ellos quieren. Dicen que es «porque aquellas cosas que el Padre quiere las
quiere también el Hijo, y el Hijo no se opone al Padre ni con sus pensamientos
ni con sus juicios, sino que en todas las cosas está en sintonía con Él,
correspondiendo con la identidad de pareceres y con un razonamiento que sigue y
se adhiere a la enseñanza del Padre. Por esta razón el Hijo y el Padre son una
sola cosa».
En efecto, no sólo se han atrevido a decirlo, sino que algunos de ellos se han
atrevido incluso a escribirlo. ¿ Y qué podría decir alguno que sea más absurdo
e inconsistente que esto? Pues si por esa razón son una sola cosa el Hijo y el
Padre, y si es así como se asemeja el Logos al Padre, entonces he aquí
que también los ángeles y todas las demás criaturas que están por encima de
nosotros (los principados, potestades, tronos y dominaciones) y
las visibles (el sol, la luna y las estrellas) son como el Hijo. También de
ellos habrá que decir que son hijos, porque ellos y el Padre son una sola cosa
y cada uno de ellos es logos e imagen de Dios, ya que también ellos quieren
lo que quiere Dios y no discrepan con Dios ni con sus pareceres ni con sus
juicios, sino que son sumisos en todo a quien los ha hecho. Ciertamente no
habrían permanecido en la gloria que les pertenece, si no hubiesen querido
también aquellas cosas que ha querido el Padre. De este modo, aquél que no
permaneció, sino que perdió el juicio, escuchó: ¿Como ha
caído del cielo el lucero matutino que sale temprano?.
Siendo así las cosas, ¿cómo, pues, únicamente Él es el Hijo unigénito, el Logos
y la Sabiduría? ¿O cómo habiendo tantos semejantes al Padre, únicamente Él es
la imagen? Sin duda también entre los hombres se encontrarán muchos semejantes
al Padre, la mayoría de los cuales llegaron a ser mártires, y antes que ellos
los apóstoles, los profetas y también los patriarcas. E incluso ahora son
muchos los que han guardado el mandamiento del Salvador, siendo también
compasivos como el Padre que está en los cielos y observando la
exhortación: Sed, por tanto, imitadores de Dios como hijos amados y caminad en
el amor igual que Cristo os amó. Muchos han llegado a ser
imitadores de Pablo, igual que éste lo fue de Cristo. Y sin
embargo ninguno de éstos es Logos, ni Sabiduría, ni Hijo unigénito, ni imagen,
y ninguno de ellos se habría atrevido a decir: Yo y el Padre somos tena sola
cosa, ni
11. Así pues, después de quedar claro que ese
modo de pensar que ellos tienen es inapropiado y equivocado, es necesario
trasladar la semejanza y unidad a la sustancia misma del Hijo. En efecto, si no
se pudiese entender así y no apareciese que el Hijo tiene algo más que las
criaturas, como se ha dicho, entonces tampoco será semejante al Padre, sino
semejante a los pareceres del Padre. Y entonces es distinto del Padre, ya
que el Padre es padre, mientras que los pareceres y la enseñanza son algo que
pertenece al Padre. Por lo tanto, si el Hijo es semejante al Padre en los
pareceres y la enseñanza, el Padre será, según ellos, padre únicamente de
nombre, y el Hijo no será imagen perfecta, y aparecerá más bien que tampoco
tiene propiedad o semejanza alguna del Padre en absoluto. En efecto, ¿qué
clase de semejanza o propiedad hay en quien ha sido diferenciado del Padre?
Pablo, aunque ciertamente enseñaba cosas semejantes al Salvador, no era
semejante a Él en lo que respecta a la sustancia. Por consiguiente, los arrianos
se engañan, al pensar semejantes
cosas, y el Hijo y el Padre son una sola cosa en la forma en que se ha dicho.
El Hijo es semejante al Padre y procede del Padre mismo en la manera en que se
puede ver y entender a un hijo respecto de su padre y se puede ver el resplandor
respecto del sol. Al obrar el Hijo, en efecto, por el hecho de ser Hijo
de esta manera, es el Padre quien obra, y al llegar el Hijo hasta los santos,
es el Padre quien llega en el Hijo, como Él mismo anunciaba, cunado dice:
Vendremos yo y el Padre y haremos morada en él, como en la
imagen se contempla al Padre y en el resplandor está la luz.
Por esta razón, como ya hemos dicho un poco
antes, aunque el Padre dé la gracia y Ja paz, también ésta la
da el Hijo, según refiere Pablo a lo largo de todas sus cartas, cuando escribe:
La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor sea con vosotros.
En efecto, una sola e idéntica es la gracia de parte de Dios en el Hijo, igual
que la luz del sol, el resplandor y la iluminación del sol, que tiene lugar por
medio del resplandor, son una sola cosa. Así también, orando en otra
ocasión por los tesalonicenses, y diciendo: Que el mismo Dios y Padre nuestro y
el Señor Jesucristo dirija nuestro camino hasta vosotros,
salvaguardó la unidad del Padre y del Hijo, ya que no dijo «dirijan» (como si
una doble gracia fuese concedida por dos: por el Padre y por el Hijo), sino
dirija, con el fin de mostrar que el Padre la concede por medio del Hijo. Pero
aunque los impíos arrianos podrían avergonzarse por estas razones, no quieren.
12. En efecto, si no hubiese unidad y
el Logos no fuese lo engendrado propio de la sustancia del Padre (como lo es el
resplandor de la luz), sino que el Hijo estuviese separado del Padre por
naturaleza, bastaría entonces con que únicamente el
Padre la concediera, puesto que ninguna de las cosas que han llegado a ser
participa a modo de comunión con quien las ha hecho a la hora de conceder la
gracias. En el presente caso, en cambio, la donación muestra la unidad del
Padre y del Hijo, ya que ninguno, al rezar, habría pedido recibir del Padre
y de los ángeles o de alguna de las otras criaturas, ni habría dicho: «Que Dios
y el ángel te concedan», sino que habría pedido recibir del Padre y del Hijo,
a causa de la unidad y de la unicidad, en cuanto a la forma visible, que es lo
que caracteriza la donación. Por medio del Hijo, en efecto, se conceden
aquellas cosas que se dan, y no hay nada que el Padre no obre por medio del
Hijo. De esta manera el que recibe la gracia, la tiene también de forma segura.
Y aunque el patriarca Jacob, al bendecir a sus descendientes Efraín y Manases,
decía: El Dios que me alimentó desde mi juventud hasta este día, el ángel que
me rescató de todos los males bendiga a estos muchachos, sin embargo no
estaba uniendo una de las criaturas (como es el caso también de los ángeles por
naturaleza) al Dios que las ha creado, ni estaba pidiendo para sus
descendientes la bendición de un ángel, dejando a un lado a Dios que lo
alimentó, sino que al haber dicho: El que me rescató de todos los males, ha
mostrado que no era uno de los ángeles creados, sino el Logos de Dios, a quien
rezaba uniéndolo al Padre, y por medio del cual Dios rescata a quienes quiere.
Puesto que sabía que el Logos es llamado también «Ángel de la gran decisión» del Padre, el patriarca no estaba diciendo que fuera
otro, sino el Logos, el que bendice y salva de los males. Así pues, Jacob no
pedía que él fuera bendecido por Dios y, en cambio, quería que sus hijos fuesen
bendecidos por un ángel, sino que rezaba para que el mismo a quien invoca,
cuando dice: No te dejaré marchar si no me bendices (y éste era Dios, como el mismo dice: He visto el rostro de Dios cara a cara),
bendijese también a los hijos dejóse. Es propio de un ángel prestar
servicio a lo que Dios manda, y muchas veces caminaba por delante para expulsar
al amorreo y era enviado para proteger al pueblo en el camino. Sin embargo, tampoco estas cosas son suyas propias, sino de
Dios, que lo ha mandado y le ha enviado, y de quien es también propio el hecho
de rescatar a quienes quiera rescatar. Por esta razón no era otro sino el
Señor mismo, Dios, el que habiéndose aparecido a Jacob dijo: Y he aquí que yo
estoy contigo protegiéndote en todo el camino, donde quiera que vayas. Tampoco era otro sino Dios el que, habiéndose aparecido, contuvo
la maquinación de Labán, después de haberle ordenado que no dijese cosas malas
a Jacob. Y Jacob mismo no invoca a otro sino a Dios, diciendo:
Sálvame de la mano de mi hermano Esaú, pues le tengo miedo, y
ciertamente, al toparse con las mujeres, les decía: Dios no permitió a Labán
que me hiciese daño.
13. Por esta razón, cuando se trata de
ser rescatado, tampoco David invoca a otro sino a Dios mismo: He gritado a ti,
Señor, cuando estaba afligido, y me escuchaste; Señor, rescata mi alma de los
labios injustos y de la lengua mentirosa. Agradeciéndoselo
pronunció las palabras del canto que se encuentran en el salmo diecisiete, el
día en que el Señor le salvó de la mano de todos sus enemigos y de la mano de
Saúl, y dijo: Te amaré Señor, mi fuerza, Señor, baluarte mío, mi refugio y el
que me ha rescatado. Pablo, por su parte, habiendo resistido
numerosas persecuciones, no da gracias a otro sino a
diciendo: Pero de todas ellas me ha rescatado el Señor, y
también: Me salvará Aquél en quien he confiado. Y no es otro
sino Dios el que bendijo a Abrahán y a Isaac, y, cuando Isaac oraba por Jacob,
decía: Mi Dios te bendiga y te haga crecer y te conviertas en asamblea de las
naciones, y que te conceda la bendición de Abraham, mi padre.
Si no es propio de ningún otro sino de Dios el bendecir y rescatar, y no fue
otro quien salvó a Jacob sino el Señor mismo, y resulta que el patriarca
invocaba sobre sus descendientes a quien le había salvado a él, entonces es evidente
que en su plegaria no unió con Dios a ningún otro sino a su Logos, a quien
también llamó «ángel», porque es el único que revela al Padre. Esto es
precisamente lo que hacía el Apóstol cuando decía: La gracia y la paz de Dios
nuestro Padre y de Jesucristo el Señor esté con vosotros. En
efecto, de esta manera era segura la bendición, dada la inseparabilidad del
Hijo respecto del Padre, y también porque una sola e idéntica es la gracia
concedida. Así pues, aunque la dé el Padre, lo que se da viene por medio
del Hijo, y, aunque se diga que el Hijo es quien concede la gracia, es el Padre
quien la procura por medio del Hijo y en el Hijo. Ciertamente dice el Apóstol,
escribiendo a los corintios: Doy gracias a mi Dios por vosotros en toda ocasión
por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús.
Esto también lo puede uno ver en el caso de la luz y el resplandor, ya que
el resplandor esclarece precisamente aquello que la luz ilumina y, por otro
lado, aquello que el resplandor esclarece es precisamente aquello que viene
iluminado a partir de la luz. De igual manera, al ver al Hijo se ve al Padre
(pues es el resplandor del Padre), y así el Padre y el Hijo son una sola cosa.
14. Pero esto no lo podría decir nadie
acerca de las cosas que han llegado a ser y de las criaturas. En efecto, al
obrar el Padre, no sucede que algún ángel o alguna otra criatura obra esas
mismas cosas (pues ninguno de éstos es causa creadora, sino que pertenecen a
las cosas que llegan a ser, y además están separados y diferenciados del que
es único, pues son algo distinto respecto a su naturaleza y resulta que son
obras), ni son capaces de obrar las cosas que obra el Padre (porque parecería
entonces que son obra de sí mismas) ni, como he dicho anteriormente, cuando
Dios concede una gracia, la conceden juntamente con Él, ni nadie podría decir
que ha visto al Padre por el hecho de ver un ángel. En verdad los ángeles,
como está escrito, son espíritus dedicados al servicio divino y son enviados
para servir, y son los que anuncian los dones otorgados
por Dios a quienes los reciben a través del Logos.
El
ángel mismo que se aparece reconoce que ha sido enviado por su dueño, como
ocurre con Gabriel en el caso de Zacarías, y él mismo reconoció, en el caso de
María, a la Madre de Dios. Quien ve la aparición de los
ángeles sabe que ha visto un ángel y no a Dios. Zacarías vio un ángel, mientras
que Isaías vio al Señor; Manóah, padre de Sansón, vio un ángel,
pero Moisés contempló también a Dios; Gedeón vio un ángel,
mientras que Dios se apareció a Abraham. Y ni el que contemplaba
a Dios veía a un ángel, ni el que veía un ángel pensaba que estaba viendo a
Dios, ya que hay una gran diferencia, mejor dicho, una diferencia total en
cuanto a la naturaleza, entre las cosas que han llegado a ser y Dios que las
ha creado.
Y aunque en alguna ocasión, cuando se ha aparecido un ángel, el que lo veía
escuchaba la voz de Dios (como sucedió en
el caso de la zarza, pues se apareció el ángel del Señor en una llama de fuego
que provenía de la zarza y el Señor llamó a Moisés desde la zarza diciendo: Yo soy el Dios de tu Padre, el Dios de Abrabán, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob), sin embargo, el ángel no era el Dios de
Abraham, sino que Dios estaba hablando en el ángel, y el que se aparecía era
un ángel, mientras que el que hablaba en él era Dios. En efecto, lo mismo que
Dios hablaba con Moisés en la columna de nube dentro de la tienda,
de igual manera Dios aparece también hablando en los ángeles, y así es como
hablaba con el hijo de Nun, por medio de un ángel.
Las cosas que Dios dice es evidente que las dice por medio de su Logos y no por
medio de ningún otro, y por su parte el Logos, como no está separado del Padre
y no es desemejante ni extraño a su sustancia, obra aquellas cosas que son obra
del Padre y hace así que la obra del artífice sea una sola. En lo que se
refiere a las cosas que da el Hijo, la donación es obra del Padre. El que ha
visto al Hijo sabe que, una vez que lo ha visto, no ha visto un ángel, ni algo
mayor que los ángeles, ni en absoluto alguna de las criaturas, sino al Padre
mismo. Y quien escucha al Hijo sabe que escucha al Padre, al igual que lo que
ha sido esclarecido por el resplandor sabe que también ha sido iluminado por
el sol.
15. En efecto, queriendo que lo
entendiésemos así, la Sagrada Escritura también nos ha transmitido ejemplos,
como hemos dicho ya en lo precedente, con los cuales podemos no sólo avergonzar
a los traidores judíos, sino también acabar con la acusación de los griegos,
que dicen y piensan que por la Trinidad también nosotros hablamos de muchos
dioses. Como el mismo ejemplo ilustra, tampoco introducimos
tres principios o tres padres (como hacen los seguidores de Marción y los
seguidores de Mani), pues no hemos supuesto la imagen de tres soles, sino un sol,
un resplandor y una sola luz que viene del sol en el resplandor. De este modo
pensamos en un único principio y decimos que el Logos artífice no tiene ningún
otro tipo de divinidad sino la del único Dios, por el hecho de proceder de El
por naturaleza.
Por lo tanto, son más bien quienes padecen la locura arriana los que estarían
acusados de politeísmo o incluso de ateísmo, porque van parloteando que el Hijo
es una criatura que procede de fuera, y también que el Espíritu ha sido creado
de la nada. Pues o bien dicen que el Logos no es Dios o bien, si lo llaman Dios
(por el hecho de que está escrito), pero no es propio de la sustancia del
Padre, estarían introduciendo muchos dioses al diferir entre ellos en forma
visible, a no ser que se atrevan a decir que también el Logos es llamado Dios
por participación como todas las cosas. No obstante, cuando piensan esto
cometen una impiedad todavía mayor, diciendo que el Logos es una de las
criaturas. ¡Ojalá que esto no entre jamás en nuestro pensamiento! En efecto,
una sola es la forma visible de la divinidad, que es precisamente la que está
también en el Logos, y Dios es uno sólo, el Padre, que existe en sí mismo por
el hecho de estar por encima de todas las cosas, que se muestra en el Hijo por
el hecho de que se extiende a través de todas las cosas y en el Espíritu por el
hecho de obrar en Él en toda ocasión por medio del Logos. De este modo, por
medio de la Trinidad, reconocemos que Dios es uno sólo y hablamos mucho más
piadosamente de la divinidad que los herejes, quienes afirman que tiene
múltiples formas visibles y tiene múltiples partes, mientras que nosotros
pensamos en una única divinidad en la Trinidad.
16. Ahora bien, si no es así, sino que
el Logos es una cosa creada de la nada y una criatura, o bien no es Dios verdadero
por ser una de las criaturas, o bien, si los arrianos simplemente lo llaman
Dios al verse refutados por las Escrituras, por
fuerza entonces tienen que hablar de dos dioses (uno creador y otro creado),
adorar a dos señores (uno que no ha llegado a ser y otro que ha
llegado a ser y es una criatura), y tener una doble fé (una en el Dios
verdadero y la otra en el que ha sido hecho y modelado por ellos y es llamado
Dios). Al estar ellos cegados de esta manera, cuando adoren al que no ha
llegado a ser, darán la espalda por fuerza al que ha llegado a
ser; y, a su vez, cuando acudan a la criatura, por fuerza rechazarán
al creador. En efecto, no es posible ver al Padre en el Hijo, dado que las
naturalezas y las operaciones de ambos son extrañas y distintas. Y al pensar
así, sin duda introducirán también más dioses, pues ésta es la intención de los
que se han apartado del único Dios.
¿Por qué razón entonces los arrianos, que piensan y discurren semejantes
cosas, no se consideran a sí mismos como griegos? Pues tanto los arrianos como
los griegos adoran a una criatura en contra de Dios, que es quien ha creado
todas las cosas. Evitan, sin embargo, el nombre de
griegos para engañar a los insensatos, y tratan de disimular un modo de pensar
que es semejante al que ellos tienen. Sin lugar a dudas, la astuta
afirmación que suelen repetir («no hablamos de dos que no hayan llegado a ser»)
la usan para engañar a los incautos, pues al decir «no hablamos de dos que no
han llegado a ser» están hablando de dos dioses que además tienen naturalezas
distintas: uno tiene una naturaleza que ha llegado a ser y el otro una que no
ha llegado a ser. Y si los griegos adoran a uno sólo que no ha llegado a
ser y a muchos que han llegado a ser y éstos adoran a uno que ha llegado a ser
y a otro que no ha llegado a ser, entonces tampoco así se diferencian de los
griegos. En efecto, el Logos de los arrianos, que dicen que es uno solo, es uno
que ha llegado a ser entre muchos, y la mayoría de los dioses de los griegos
tienen la misma naturaleza que este Logos que es uno solo: tanto éste como
aquellos dioses son criaturas.
¡Desgraciados! Y tanto más por cuanto han sido trastornados al pensar en
contra de Cristo, pues se han alejado de la verdad y han rebasado la traición
de los judíos al negar a Cristo. Además, los impíos arrianos se han revolcado
con los griegos adorando a una criatura y a diversos dioses. En efecto,
Dios es uno sólo y no muchos, uno sólo es su Logos (y no muchos) y el Logos es
Dios, ya que sólo el Logos tiene la forma visible del Padre. Al
ser esto así, el Salvador mismo confundía a los judíos, diciendo: El Padre que
me ha enviado, El da testimonio de mí. No habéis oído nunca su voz ni habéis
visto nunca su forma visible y no tenéis su Logos (Palabnra) permaneciendo en vosotros
porque no creéis en Aquél a quien El envió. Ha unido
correctamente el Logos con la forma visible para mostrar que el Logos mismo de
Dios es la imagen, la impronta y la forma visible de su propio Padre y porque
los judíos, al no haber acogido a quien les estaba hablando, no recibieron al
Logos, que es precisamente la forma visible de Dios. También el patriarca
Jacob, al verlo, fue bendecido y fue llamado por Él «Israel», en lugar de
«Jacob», como atestigua la Sagrada Escritura cuando dice: El sol le salió
mientras pasó la forma visible de Dios. Ésta era la forma visible,
que dice: El que me ha visto a mí ha visto al Padre, Yo estoy en el Padre y
el Padre en mí, y Yo y el Padre somos una sola cosa. De
esta manera, Dios es uno sólo y una sola es la fe en el Padre y el Hijo.
Y como el Logos es Dios, el Señor nuestro Dios es un solo Señor, ya que el
Hijo es propio e inseparable del que es único, a causa del carácter propio y
del parentesco de la sustancia.
17. No obstante, ni aún así cambian de
parecer los arrianos, sino que dicen: «No es como vosotros decís, sino como
queremos nosotros. En efecto, aunque hayáis refutado nuestras primeras ideas,
hemos encontrado una más nueva y decimos que el Hijo y el Padre son una sola
cosa y que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre de la misma manera en
que nosotros hemos llegado a estar en el Hijo. Así está escrito en el
Evangelio de Juan, que es precisamente lo que el Señor pedía para nosotros,
cuando decía: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que
sean una sola cosa como lo somos también nosotros; y poco
después: No te pido sólo por éstos sino también por los que crean en mí por
medio de su palabra, para que todos sean una sola cosa, como tú, Padre, estás
en mí y yo en ti, para que también ellos sean una sola cosa en nosotros, de
manera que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la
gloria que tú me has dado, para que sean una sola cosa como también lo somos
nosotros, yo en ellos y tú en mí, para que sean perfeccionados en la unidad y
para que el mundo conozca que tú me has enviado». A
continuación, como sí hubiesen encontrado una justificación, los mentirosos
arrianos añaden estas cosas: «Si el Hijo y el Padre son una sola cosa de la
misma manera en que nosotros llegamos a ser una sola cosa en el Padre y
resulta que ésta es la manera en que el Hijo está en el Padre, ¿cómo es que,
por el hecho de que diga: Yo y el Padre somos una sola cosa y Yo
estoy en el Padre y el Padre en mí, vosotros decís que el Hijo es
propio del Padre y semejante a su sustancia? Pues es preciso o bien que
nosotros seamos propios de la naturaleza del Padre o bien que el Hijo sea
diferente, al igual que nosotros somos diferentes».
Éstas son las tonterías que ellos afirman en su desvarío y yo no veo en
semejante modo perverso de pensar ninguna otra
cosa sino una osadía irracional y una demencia diabólica, al decir ellos como
aquél: Subiremos al cielo y seremos semejantes al Altísimo.
En efecto, quieren que lo mismo que se ha concedido como una gracia a los
hombres se equipare a la divinidad de quien otorga esa gracia. De este modo,
por el hecho de escuchar que a los hombres se les da el nombre de hijos, han
pensado que también ellos mismos son semejantes al que es Hijo verdadero y por
naturaleza. Y al volver a escuchar ahora del Salvador: Para que sean una
sola cosa como también lo somos nosotros se engañan a sí mismos y
se muestran confiados, creyendo que también ellos estarán de la misma manera en
que está el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, sin ver la desgracia en la
que cayó su padre el diablo a raíz de semejante presunción.
18. Por tanto, como hemos dicho muchas
veces, si el Logos de Dios es igual que nosotros y únicamente se diferencia de
nosotros en el tiempo, entonces deberá ser semejante a nosotros y deberá tener
el mismo lugar que nosotros tenemos junto al Padre; y entonces que no se diga
que es unigénito, ni único Logos, ni Sabiduría del Padre, sino que se aplique
en común este mismo nombre a todos los que somos semejantes. En efecto, es
justo que quienes comparten una única naturaleza tengan también un nombre en
común, por más que difieran entre sí en razón del tiempo, pues Adán es un
hombre, pero también lo es Pablo y el que es engendrado ahora, ya que el
tiempo no altera la naturaleza de la especie. Por lo tanto, si resulta que el
Logos es distinto de nosotros únicamente en el tiempo, entonces nosotros
deberíamos ser como Él. Pero resulta que ni nosotros somos Logos o Sabiduría ni
Él es una criatura y una cosa hecha, pues ¿cómo se explica que todos hayamos
llegado a ser a partir de uno sólo y únicamente Él sea el Logos?
Si bien a los arrianos les conviene escuchar
semejantes cosas, a nosotros nos toca reflexionar sobre sus blasfemias. Pues
aunque tampoco habría sido necesario prestar una excesiva atención a estas
palabras (dado el sentido tan claro y piadoso que tienen y dada la recta fe
que profesamos), sin embargo, para que también a partir de ellas los impíos
sean puestos en evidencia, procedamos brevemente y, como hemos aprendido de
nuestros padres, refutemos a partir de la expresión misma su heterodoxia.
Es costumbre en la Escritura tomar los seres
naturales como imágenes y ejemplos para los hombres. Esto lo hace para ilustrar
aquellas acciones de los hombres que son fruto de una elección libre a partir
de aquellos cuyas acciones ocurren por naturaleza, y, de esta manera, muestra
su comportamiento perverso o justo. En este sentido, en el caso de las acciones
perversas lo hace a modo de prescripción: No seáis como el caballo y el mulo,
que no tienen inteligencia, o también, cuando reprende a los que han llegado
a ser así, dice: Un hombre que es tenido en estima no ha comprendido y se
parece a las bestias que carecen de entendimiento y es hecho semejante a ellas.
En otra ocasión la Escritura dice: Se han convertido en caballos locos por
las hembras. Y el Salvador, refiriéndose a qué clase de hombre
era Herodes, decía: Decid a esa zorra, mientras que a los apóstoles
les decía: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed por tanto
prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. El Salvador
no decía estas cosas para que nos convirtiéramos por naturaleza en bestias,
serpientes o palomas, pues no es así como nos ha hecho. Esto no ocurre, por lo
tanto, en la naturaleza, sino que lo dice para que nosotros evitemos las
inclinaciones irracionales y de esta manera, al conocerla astucia de la
serpiente, no seamos engañados por ella y asumamos la mansedumbre de la
paloma.
19. También en el caso de los hombres
divinos el Salvador habla usando las imágenes de los hombres: Sed compasivos
como vuestro Padre que está en los cielos, y también: Debéis ser
perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto. Esto lo decía
no para que llegásemos a ser como el Padre (pues es imposible que lleguemos a
ser como el Padre, porque somos una criatura y hemos venido a la existencia de
la nada), sino de manera semejante a como prescribió: No seáis como los
caballos, para que no nos convirtiéramos en bestias y no imitáramos
la irracionalidad que les es propia. De igual manera tampoco decía: Sed compasivos
como vuestro Padre, para que llegásemos a ser como Dios, sino
para que, dirigiendo nuestra mirada a las buenas obras del Padre, no hagamos
por los hombres las cosas buenas que hacemos, sino por el Padre mismo, y así
recibamos su recompensa y no la de los hombres. En efecto, de igual manera
que, aunque uno sólo es el Hijo por naturaleza, verdadero y unigénito,
nosotros también llegamos a ser hijos (no como el Hijo, que lo es por
naturaleza y realmente, sino conforme a la gracia del que lo ha llamado así),
y aunque somos hombres que procedemos de la tierra, se nos da el nombre de
«dioses» (no como lo es el Dios verdadero o su Logos, sino en la manera en que
Dios, que es el que da esta gracia, lo ha querido); de igual manera llegamos a
ser compasivos como Dios, sin por ello ponernos a su mismo nivel ni llegar a
ser verdaderos bienhechores por naturaleza (en efecto, el hecho de hacer bien
no es una invención nuestra, sino de Dios), para que así también nosotros
hagamos partícipes a otros, sin hacer distinciones, de aquellas mismas cosas
que nos han llegado como gracia de parte de Dios mismo, extendiendo sencillamente
a todos este buen obrar. Sólo en este sentido somos capaces de imitarlo de
alguna manera, pero de ninguna otra forma,
ya que repartimos a otros las cosas que recibimos de Dios.
Y al igual que entendemos esto adecuada y rectamente, de igual manera la
lectura de Juan tiene también el mismo sentido, pues no dice que nosotros
hayamos llegado a estar en el Padre de la misma manera en que el Hijo está en
el Padre. ¿Cómo podría ser esto posible cuando resulta que el Hijo es Logos y
Sabiduría de Dios, mientras que nosotros hemos sido modelados de la tierra, y
es Logos por naturaleza y sustancia y verdadero Dios? Por ello Juan dice:
Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para que
conozcamos al verdadero. Y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Éste es el verdadero Dios y la vida eterna. Nosotros, en cambio,
hemos sido hechos hijos por medio de El, por una disposición y por una gracia,
al participar de su Espíritu. Dice, en efecto: A cuantos lo recibieron les dio
poder para llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Por lo cual también el Hijo es la verdad y dice: Yo soy la verdad, y al dialogar con su propio Padre, decía: Santifícalos en tu verdad. Tu Logos
es la verdad, mientras que nosotros llegamos a ser perfectos e
hijos por imitación,
20. Así pues, el Hijo no decía: Para
que seáis una sola cosa como lo somos nosotros, con la intención
de que fuésemos como Él, sino para que así como el Hijo, al ser el Logos, está
en su propio Padre, de igual manera también nosotros, al tener un cierto modelo
y mirarle a Él, lleguemos a ser una sola cosa unos con otros, en concordia y en
la unidad del Espíritu, y no andemos en desacuerdo como los corintios, sino
que pensemos lo mismo, como ocurría con los cinco mil que aparecen en los Hechos
de los Apóstoles, que resultaban ser como uno sólo. Somos,
pues, como hijos, pero no como el Hijo; y somos dioses, pero no como Dios; y
compasivos a semejanza del Padre, pero no lo mismo que el Padre. Como se ha
dicho, aunque lleguemos a ser de esta manera una sola cosa como el Padre y el
Hijo, no estaremos sin embargo como el Padre está por naturaleza en el Hijo y
el Hijo en el Padre, sino en la medida en que puede nuestra naturaleza; nos es
posible ser conformados al modelo de allí y nos es posible aprender el modo en
el cual debemos llegar a ser una sola cosa, de forma similar a como aprendemos
también a ser compasivos.
En efecto, las cosas que son semejantes se unen por naturaleza a las que son semejantes, dado que toda carne se reúne según su especie. Por consiguiente, el Logos no es semejante a nosotros, sino semejante al Padre. Por esta razón es por naturaleza y verdaderamente una sola cosa con su propio Padre, mientras que nosotros, que compartimos unos con otros la especie (pues todos hemos llegado a ser a partir de uno sólo y una sola es la naturaleza de todos los seres racionales), llegamos a ser una sola cosa por la disposición que tengamos unos con otros, teniendo como modelo la unidad por naturaleza del Hijo con el Padre. Ciertamente, así como el Hijo nos enseñó su propia mansedumbre, diciendo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y no lo hizo para que fuéramos exactamente como Él (pues es imposible), sino para que, al mirarlo, nos mantengamos mansos en toda ocasión, así también en esta ocasión, queriendo que nosotros tengamos una disposición entre nosotros que sea verdadera, firme e inquebrantable, toma el ejemplo de sí mismo y dice: «Para que seáis una sola cosa como también lo somos nosotros (y la unidad que hay en nosotros es indivisible) y para que así, al haber aprendido de nosotros la naturaleza indivisible, también ellos observen cuidadosamente la armonía de los unos con los otros». Como se ha dicho, la imitación más segura para los hombres se toma de los
seres naturales, porque ésta permanece y nunca cambia, mientras que el
comportamiento de los hombres resulta muy cambiante. Es posible evitar las
cosas viles mirando a aquello de la naturaleza que no cambia, y también
disponerse uno mismo para las mejores. Y de esta manera, en efecto, también la
expresión: Para que ellos sean en nosotros una sola cosa,
tiene también a su vez un sentido que es recto.
21. Por lo tanto, si hubiese sido
posible que nosotros llegásemos a estar como el Hijo en el Padre, habría sido
necesario decir: «Para que ellos sean una sola cosa en ti, igual que el Hijo
está en el Padre». Ahora bien, no ha dicho esto, sino que al decir en nosotros,
ha mostrado la separación y la diferencia, ya que únicamente el Hijo está en
el único Padre, al ser el único Logos y Sabiduría, mientras que nosotros
estamos en el Hijo y, por medio de Él, en el Padre. Y al decir esto no quería
dar a entender otra cosa sino esto: «Que también ellos lleguen a ser en
nuestra unidad una sola cosa unos con otros, lo mismo que nosotros somos una
sola cosa por naturaleza y en verdad. No podrían llegar a serlo de otra manera,
sino aprendiendo en nosotros la unidad». Que la expresión en nosotros
tiene este sentido, es posible escuchárselo a Pablo, que dice: Esto me lo he
aplicado a mí mismo y a Apolo, para que aprendáis en nosotros a no ensalzaros
por encima de las cosas que están escritas. La expresión en
nosotros no significa ciertamente «en el Padre, en la manera en que el Hijo
está en Él», sino que se trata de un ejemplo e imagen en lugar de decir «que
aprendan de nosotros». En efecto, de la misma manera que Pablo es un modelo
y una lección para los corintios, así también la unidad del Hijo
y del Padre es un modelo y una lección
para todos, y por ella pueden aprender, mirando a la unidad del Padre y del
Hijo (que es por naturaleza), cómo deben llegar a ser una sola cosa unos para
con otros en sus pensamientos.
Si es necesario defender la expresión de otra manera distinta, la expresión
en nosotros puede también equivaler a decir: «En el poder del Padre y del Hijo,
para que lleguen a ser una sola cosa al decir lo mismo». En efecto, sin Dios es
imposible que ocurra. Esto nuevamente es posible encontrarlo en las
Sagradas Escrituras, como sucede con las expresiones: En Dios haremos cosas
poderosas, En Dios pasaremos por encima de la muralla, y En ti
abatiremos a nuestros enemigos. En consecuencia, es evidente que
en el nombre del Padre y del Hijo podemos tener, como el firme vínculo del
amor, el hecho de haber llegado a ser una sola cosa. En otra
ocasión (apliquemos pues el mismo sentido) dice el Señor: También yo les he
dado a ellos la gloria que tú me has dado, para que sean una sola cosa como lo
somos nosotros. Con razón tampoco ha dicho aquí: «Para que estén en ti como
lo estoy yo», sino que ha dicho: Como nosotros. Además, el que dice como no
indica identidad, sino una imagen o ejemplo de lo que dice.
22. Así pues, el Logos tiene, real y
verdaderamente, la identidad de naturaleza con el Padre, mientras que a
nosotros nos corresponde, si se da el caso, imitarlo, como se ha dicho.
Ciertamente añadió enseguida: Yo en ellos y tú
en mi, para que sean perfeccionados en la unidad. Aquí, por lo demás, el Señor
está pidiendo para nosotros algo mejor y más perfecto, pues es evidente que el
Logos llegó a estar en nosotros al haberse revestido de nuestro propio
cuerpo. «Tú en cambio estás en mí, Padre (pues soy tu Logos), y dado que tú
estás en mí,
Siendo éste el sentido de la expresión, la
diferente opinión que sostienen los arrianos, que combaten a Cristo, es refutada
todavía más. En efecto, y lo digo repitiéndolo una vez más, si hubiese dicho
«para que sean una sola cosa en ti» o «para que ellos y yo seamos una sola cosa
en ti», sin matizar ni especificar nada, entonces los que luchan contra Dios habrían
tenido una excusa, aunque fuese vergonzosa. Pero resulta que en esta ocasión no
habló sin matizar, sino que dijo: Como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, para que
todos sean una sola cosa. Y a su vez, al decir como, muestra
que los que han llegado a ser están lejos (no en distancia sino en
naturaleza) de estar en el Padre como lo está Él. En efecto, nada está lejos de
Dios en términos de distancia, sino que todas las cosas están lejos de Él
únicamente en términos de naturaleza. Como he dicho anteriormente, el
que utiliza la palabra «como» no indica una identidad o igualdad, sino un
ejemplo de lo qué esta diciendo, visto desde un cierto punto de vista.
23. Esto se puede aprender nuevamente
del Salvador, que dice: Así como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres
días y tres noches, así estará también el Hijo del hombre en el corazón de la
tierra. Pero resulta que Jonás no era como el
Salvador, ni Jonás bajó al infierno, ni el cetáceo era el infierno, ni
tampoco Jonás, después de ser engullido, sacó a quienes antes que él habían
sido engullidos por el cetáceo, sino que únicamente él fue devuelto, cuando se
le ordenó al cetáceo. Así pues, con la palabra «como» no se da a entender
ninguna identidad o igualdad, sino que cada término de la comparación es
distinto del otro. Da a entender que hay una cierta semejanza con Jonás por
tratarse de tres días. De la misma manera entonces, al decir el Señor
«como», nosotros no llegamos a estar como el Hijo está en el Padre ni como el
Padre en el Hijo, pues nosotros llegamos a ser una sola cosa, como el Padre y
el Hijo, en el modo de pensar y en la armonía del espíritu, y el Salvador, por
su parte, estará en la tierra como lo estuvo Jonás. Pero así como el Salvador
no es Jonás, ni bajó a los infiernos en la manera en que Jonás fue engullido,
sino que una y otra cosa son distintas, de la misma manera nosotros, aunque
lleguemos a ser una sola cosa de forma similar a como el Hijo está en el Padre,
no seremos como el Hijo ni iguales a Él, pues el Hijo y nosotros somos algo
distinto.
Por esta razón precisamente se añade en nuestro
caso la palabra «como», porque las cosas que no son por naturaleza, al
contemplar algo distinto, llegan a ser como aquellas. Se sigue entonces que el
Hijo mismo está en el Padre de forma absoluta y no por asociación alguna (pues
esto le pertenece a Él por naturaleza), mientras que nosotros, al no tener eso
por naturaleza, necesitamos una imagen y un ejemplo para que se pueda decir de
nosotros: Como yo en ti y tú en mí. El Hijo dice: «Cuando
éstos sean perfeccionados de esa forma, entonces también el mundo conocerá que
tú me has enviado. Pues si no hubiese venido y tomado su cuerpo,
ninguno de ellos habría sido perfeccionado, sino que todos habrían seguido
siendo corruptibles. Obra entonces en ellos, Padre, y así como me
has concedido tomar el cuerpo, concédeles también a ellos tu Espíritu, para que
también ellos lleguen a ser una sola cosa en El y sean perfeccionados en mí.
En efecto, su perfeccionamiento muestra que ha tenido lugar la venida de
tu Logos, y el mundo, viéndolos a ellos perfectos y tomados por Dios, creerá
del todo que tú me has enviado y que yo he venido. ¿De dónde, pues, les habría
podido venir el perfeccionamiento si yo, tu Logos, no me hubiese hecho hombre
tomando su cuerpo y hubiese llevado a su perfección, Padre, la obra que me has
confiado? Ahora bien, la obra ya ha sido llevada a su perfección, porque los
hombres, redimidos del pecado, ya no permanecen muertos sino que, habiendo
sido deificados, tienen entre ellos, mirándonos a nosotros, el vínculo del
amor».
24. Por lo tanto, ya hemos dicho de
muchas maneras en qué medida es posible entender, de una manera más sencilla,
las palabras de esta expresión. Pero el bienaventurado Juan, en su carta, con
pocas palabras y de un modo más perfecto que el nuestro, mostrará el sentido
de lo que está escrito, refutará el modo de pensar de los impíos y enseñará el
modo en que llegamos a estar nosotros en Dios y Dios en nosotros, el modo en el
que nosotros llegamos a ser una sola cosa en Él y en cuánto difiere el Hijo de
nosotros en lo que respecta a la naturaleza. Parará los pies, en adelante, a
los arrianos, para que ya no vuelvan a pensar que van a ser como el Hijo, de
manera que no tengan que oír: Tú eres un hombre y no Dios, y
también: No te consideres como rico tú que eres pobre.
Juan escribe así, diciendo: En esto conoceremos que permanecemos en Él y Él en
nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Así pues,
nosotros llegamos a estar en el Hijo,
¿Qué clase de semejanza y qué grado de igualdad tenemos entonces con el Hijo?
¿O cómo es que no son refutados por todos lados los arrianos, y sobre todo por
Juan, si el Hijo está en el Padre de manera diferente a la que nosotros hemos
llegado a estar en Él? Porque ni nosotros vamos a ser en algún momento como el
Hijo ni sucede que el Logos es como nosotros, a no ser que acaso se atrevan a
decir también ahora, como hacen en toda ocasión, que el Hijo también llegó a estar
en el Padre por la participación en el Espíritu y por la excelencia de su
obrar. Sin embargo, también esto vuelve a ser una impiedad incomparable, aunque
sólo sea el hecho de concebirlo en el pensamiento, ya que, como se ha dicho,
el Hijo mismo
es quien da el Espíritu y todo lo que tiene el Espíritu lo ha recibido del
Logos.
25. Así pues, cuando el Salvador
utiliza en nuestro caso la expresión: Como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, para
que también ellos sean una sola cosa en nosotros, no se está
refiriendo a la identidad que nosotros vamos a tener con Él (pues esto también
ha sido probado con el ejemplo de Jonás), sino que, como ha escrito Juan, es
una petición al Padre para que el Espíritu conceda a los creyentes la gracia
por medio del Hijo, mediante el cual pensamos también llegar a estar en Dios y
ser unidos en Él por el Espíritu. En efecto, puesto que el Logos está en
el Padre y el Espíritu es dado procediendo del Hijo, quiere que nosotros
recibamos el Espíritu para que, cuando lo recibamos, teniendo entonces el
Espíritu del Logos que está en el Padre, nosotros también parezcamos, alcanzado
por el Espíritu, una sola cosa en el Logos y, por medio de Él, en el Padre.
Aunque utilice la expresión: Como nosotros, no posee de nuevo otra intención,
sino que semejante gracia del Espíritu que se concede a los discípulos, llegue
a ser inquebrantable e irrevocable. Pues, como he dicho antes, quiere que
aquello que por naturaleza corresponde al Logos en el Padre, nos sea concedido
a nosotros de forma irrevocable por medio del Espíritu. Sabiendo esto
precisamente, el Apóstol decía: ¿Quién podrá apartamos del amor de Cristo?.
Pues los dones de Dios y la gracia de la vocación son irrevocables.
Ciertamente es el Espíritu el que se encuentra en Dios y no nosotros por
nosotros mismos; y lo mismo que somos hijos y dioses en razón del Logos que
está en nosotros, así también estaremos en el Hijo y en el Padre; y se pensará
que hemos llegado a ser una sola cosa por el hecho de estar en nosotros el
Espíritu, que es
precisamente el que está en el Logos que está en el Padre. De este modo,
cuando uno se aleja del Espíritu por algún mal, la gracia se mantiene
irrevocable para quienes la quieren, aunque alguno, habiéndose alejado, cambie
su modo de pensar. Pero el que se ha alejado ya no está en Dios (porque el
Espíritu Paráclito y Santo que está en Dios se ha separado de él), sino que
estará en aquél a quien el pecador se haya sometido, como sucedió en el caso
de Saúl: Se separó de él el Espíritu de Dios y lo afligía un espíritu maligno.
Al escuchar estas cosas, los que combaten a Dios deberían haberse
avergonzado en adelante y deberían haber dejado ya de hacerse a sí mismas
iguales a Dios. Pero ni comprenden (pues se dice que el impío no comprende el
conocimiento), ni soportan las palabras piadosas, pues les
resulta pesado incluso oírlas.
26. En efecto, he aquí que como no
desfallecen en sus impiedades, sino que están endurecidos como el Faraón, al escuchar y ver de nuevo los comportamientos humanos del Salvador
en los evangelios, se han olvidado completamente de la divinidad paterna del
Hijo, como hiciera el de Samosata, y, confiados en su lengua
audaz, dicen: «¿Cómo puede el Hijo proceder del Padre por naturaleza y ser por
sustancia semejante a Él, si dice: Me ha sido dado poder, El
Padre no juzga a nadie sino que ha dado todo juicio al Hijo, El
Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano y el que cree en el Hijo tiene
vida eterna, Todo me ha sido dado por mi Padre y ninguno conoce
al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar,
y Todo lo que me ha dado el Padre vendrá a
Los malvados arríanos añaden a esto: «Si
fuese potencia
no habría tenido miedo, sino que más bien habría procurado a otros ese poder».
Además dicen: «Si era la verdadera Sabiduría por naturaleza y la propia del
Padre, ¿cómo es que está escrito: Jesús progresaba en sabiduría, en edad y en
gracia ante Dios y ante los hombres, y después de haber llegado
a la región de Cesárea de Filipo preguntaba a los discípulos quién decía la
gente que era Él? ¿Y cómo es que al haberse presentado en
Betania pregunta dónde yace Lázaro y tambien preguntaba a los
discípulos: ¿Cuántos panes tenéis?». Y continúan
afirmando: «¿Cómo entonces va a ser la Sabiduría, si progresa en la
sabiduría y desconoce aquello que preguntaba a otros con el propósito de
aprenderlo?». También dicen esto otro: «¿Cómo puede ser el
Logos propio del Padre,
sin el cual no habría existido nunca el Padre y por medio del cual hace todas
las cosas, como vosotros pensáis, Aquél que subido a la cruz dice: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, y que antes oraba
diciendo: Glorifica tu nombre, y también: glorifícame Padre con
la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
Y rezaba en los desiertos y exhortaba a los discípulos a rezar para no caer en
tentación y les decía: El espíritu está pronto pero la carne es
débil, y Acerca del día y la hora nadie sabe, ni los ángeles ni
el Hijo». Y los desgraciados
todavía añaden más a esto, diciendo: «Si, como vosotros pensáis, existiese
eternamente junto al Padre no desconocería el día, sino que lo conocería por
ser el Logos, ni habría sido abandonado al coexistir con Él, ni habría pedido
recibir gloria por tenerla en el Padre, ni habría tenido que rezar en absoluto,
pues al ser Logos no habría carecido de nada. Sin embargo, puesto que es una
criatura y una de las cosas que han llegado a ser, decía semejantes cosas y pedía
aquellas cosas que no tenía, pues es propio de las criaturas carecer y pedir
aquellas cosas que no se tienen».
27. Tales son los argumentos a los que
apelan los impíos arrianos cuando hablan. Sin embargo, si piensan tales coas,
deberían haber dicho incluso con mayor atrevimiento: «¿Por qué razón entonces
el Logos llegó a ser carne?», y añadir después: «¿Cómo habría podido llegar a
ser hombre, si es Dios? ¿O cómo habría podido llevar un cuerpo, si es incorpóreo?»
O incluso haber dicho, de una manera más propia de los judíos, como Caifás:
«¿Porqué Cristo, si es totalmente un hombre, se hace a sí mismo Dios?». En
efecto, al ver estas cosas
y otras similares, los judíos murmuraban entonces, mientras que ahora, los que
padecen la locura arriana, al leerlas, no cteen y han incurrido en blasfemias.
Por tanto, si alguien colocase en paralelo sus palabras y las de los judíos,
con toda seguridad encontraría que los arrianos han incurrido en la misma
incredulidad y en un impío atrevimiento similar, y que tienen en común con los
judíos el hecho de combatir contra nosotros. Pues los judíos decían: «¿Cómo
puede ser Dios, si es un hombre?»; y los arrianos, por su parte, dicen: «Si
fuese Dios verdadero que procede de Dios, ¿cómo habría podido llegar a ser
hombre?». Los judíos se escandalizaban y se burlaban, diciendo: «Si fuese Hijo
de Dios no habría padecido la cruz»; y los arrianos, situados en el extremo
opuesto, nos dicen: «¿Cómo os atrevéis a decir que Aquél que tiene un cuerpo
capaz de sufrir esto es el Logos propio de la sustancia del Padre?».
Después, al estar buscando los judíos la manera de matar al Señor porque decía
que Dios era su propio Padre y se hacía a sí mismo igual a Dios al obrar las
cosas que obra el Padre, los arrianos han aprendido a decir
también ellos que ni es igual a Dios, ni Dios es el Padre propio y por
naturaleza del Logos. Al contrario, tratan de matar a los que piensan de esta
manera. Y nuevamente, al decir los judíos: ¿No es éste el hijo de José,
cuyo padre y madre conocemos?. ¿Cómo es que ahora dice: Antes
que Abraham llegara a ser Yo soy y He bajado del cielo?
También los arrianos prestan oído a lo mismo, diciendo: «¿Cómo puede ser Logos
o Dios quien dormía como un hombre, lloraba y preguntaba?». Unos y otros
niegan la eternidad y la divinidad del Logos en base a las cosas humanas que
el Salvador soportó a causa de la carne que tenía.
28. Por lo tanto, como semejante locura
es judaica y es propia de los judíos también la que procede de Judas el
traidor, entonces, o bien que reconozcan abiertamente una vez más que ellos
mismos son discípulos de Caifas y de Herodes (sin es conder su judaismo bajo el
nombre de cristianismo) y que nieguen absolutamente, según hemos
dicho con anterioridad, la presencia encarnada del Salvador (pues
este es el modo de pensar propio de su herejía); o bien, si tienen miedo de
judaizar abiertamente y circuncidarse para complacer a Constancio y por causa de aquellos a quienes han engañado, que no digan tampoco las cosas
que son propias de los judíos, ya que es justo que abandonen también el modo de
pensar de aquellos de quienes han rechazado el nombre. ¡Nosotros somos
cristianos, oh arrianos, nosotros! Y es algo propio nuestro el hecho de
entender correctamente los evangelios en lo que se refiere al Salvador, no
apedrearle junto con los judíos, cuando le oímos hablar de su
divinidad y eternidad, y no escandalizarnos junto con vosotros por aquellas cosas
que, como hom bre y por nosotros, pronuncia haciendo uso de palabras humildes.
Por lo tanto, si también vosotros queréis ser cristianos, desprendeos de la
locura arriana y de vuestro sermón ensuciado con palabras blasfemas, y lavaos
con los discursos propios de la piedad, sabiendo que, cuando dejéis de ser
arrianos, pondréis también fin inmediatamente al erróneo modo de pensar de los
judíos actuales y que, cuando os hayáis alejado de la oscuridad, la verdad
brillará para vosotros. Entonces ya no nos reprocharéis que hablemos de
«dos divinidades eternas», sino que también vosotros reconoceréis que el Señor
es verdadero y por naturaleza Hijo de Dios; y no eterno así sin más, sino que
sabréis que coexiste con la eternidad del Padre.
En efecto, hay cosas eternas de las cuales se dice que el Señor es el
artífice, pues en los Salmos está escrito: Alzad las puertas, príncipes
vuestros, y levantaos puertas eternas, y es evidente que estas
cosas también llegaron a ser por medio de ÉL Y si resulta que el Señor es
también el artífice de las cosas eternas, ¿quién de nosotros será capaz de
poner todavía en duda que está por encima incluso de estas cosas que son eternas?
El Señor no se caracteriza tanto por el hecho de ser eterno, cuanto porque
es el Hijo de Dios. Al ser Hijo es inseparable del Padre y no se ha dado el
caso de un tiempo en que no existiera, sino que ha existido siempre, y al ser
imagen y resplandor del Padre tiene también la eternidad del Padre.
Así
pues, es posible comprender de alguna manera, a partir de cuanto hemos venido
diciendo brevemente, que han sido refutados quienes entienden equivocadamente
las palabras que aludían como pretexto. Y es fácil entender, también en el caso
de las palabras que vuelven a tomar de los evangelios y que aducen como
pretexto, que muestran tener un pensamiento corrompido, sobre todo si tenemos
en cuenta también ahora el sentido de la fe, según la entendemos nosotros los
cristianos y, sirviéndonos de ella a modo de canon, como
dice el Apóstol, nos dedicamos a la lectura de la Escritura inspirada
por Dios. En verdad, los que combaten a Cristo, haciendo caso
omiso de estas cosas, se han alejado del camino de la verdad y
han tropezado con la piedra de tropiezo, pensando lo contrario
de aquello que hay que pensar.
29. Por tanto, éste es el sentido y el
carácter de la Escritura, como hemos dicho muchas veces: el doble anuncio que
en ella se hace acerca del Salvador. De una parte, que el Hijo es
Dios, y lo ha sido siempre, al ser Logos, resplandor y Sabi duría del Padre; y
de otra parte, que al haber tomado después carne por nosotros de la Virgen
María, Madre de Dios, ha llegado a ser hombre. Y es posible encontrar
referencias a esto a lo largo de toda la Escritura, que ha sido inspirada por
Dios, como ha dicho el Señor mismo: Escrutad las Escrituras, pues ellas son las
que dan testimonio de mí.
Pero para evitar que al recopilar todas estas frases me extienda mucho al
escribirlas, nos será suficiente, como sí se tratase de todos, mencionar por un
lado a Juan, que dice: En el principio existía el Logos y el Logos estaba junto
a Dios y el Logos era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo llegó
a ser por medio de El y sin Él no se hizo nada, y después: Y el
Logos llegó a ser carne y puso su tienda entre nosotros, y
por otro lado a Pablo, que escribe: El cual, existiendo en la forma de Dios, no
consideró el ser semejante a Dios algo a lo que aferrarse, sino que se despojó
a sí mismo tomando la forma de siervo y fue hallado en su figura como un
hombre. Se vació a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte
de cruz. En efecto, a partir de estos textos y recorriendo
toda la Escritura con este mismo sentido, uno verá cómo, por una parte, el
Padre dijo al Hijo en el principio: Queexista
la luz, que exista el firmamento, y Hagamos al
hombre, y por otra, en la plenitud de los tiempos,
lo envió al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por medio de Él. Y también está escrito: He aquí que la Virgen
concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel, que
traducido significa «Dios con nosotros».
30. Por lo tanto, el que se tope con la
Sagrada Escritura, que aprenda las expresiones que aparecen en los libros del
Antiguo Testamento, pero que contemple en los evangelios al Señor que ha
llegado a ser hombre. En efecto, la Escritura dice: El Logos llegó a ser carne
y puso su morada entre nosotros. Lo que ocurrió es que llegó a
ser hombre, no que entrase en un hombre. Así pues, es preciso también
entender eso, no sea que los impíos, errando en eso también, engañen a algunos
y piensen además que, de la misma manera que en los tiempos precedentes llegó a
cada uno de los santos, de esa misma manera también ahora el Logos ha entrado
a habitar en un hombre, santificándolo y apareciéndose como en los demás
casos.
Ahora, en cambio, puesto que el Logos de Dios, por medio del cual llegaron a
ser todas las cosas, soportó incluso llegar a ser Hijo del
hombre y se vació a sí mismo tomando la forma de siervo, por esta
razón la cruz de Cristo es escándalo para los judíos, mientras
que para nosotros Cristo es fuerza de Dios y Sabiduría de Dios.
En efecto, como dijo Juan, el Logos llegó a ser carne. Es
costumbre de la Escritura llamar «carne» al hombre, como dice por medio de!
profeta Joel: Derramaré de mi Espíritu sobre toda carné, y como
David
31. Antiguamente el Logos de Dios
llegaba hasta cada uno de los santos y santificaba a
quienes lo recibían auténticamente, pero ni se ha dicho que hubiese llegado a
ser hombre, cuando ellos nacieron, ni se dijo que padeciese cuando ellos
sufrían. En cambio, cuando se hizo presente procediendo de la Virgen María, en
una ocasión única, en la plenitud de los tiempos, para el perdón de los pecados (pues habiéndole parecido bien así el Padre envió a su propio Hijo nacido de
una mujer, nacido bajo la ley), entonces es cuando
se ha dicho que ha llegado a ser hombre, habiendo tomado carne, y en ella
padeció por nosotros, como dijo Pedro: Cristo padeció por nosotros en la carne,
para que así se mostrase y todos creyésemos que, aunque es siempre Dios y
santifica a aquellos hasta quienes ha llegado y dispone todas las cosas
conforme a la voluntad del Padre, no obstante, después llegó a ser también
hombre por nosotros y, como dice el Apóstol: La divinidad habitó corporalmente en la carne. Esto equivale a decir: «Aunque es Dios tuvo un cuerpo propio y,
sirviéndose de él como instrumento, llegó a ser hombre».
Las cosas que son propias de la carne se dicen del Logos porque existió en
ella, como son, por ejemplo, el hecho de tener hambre y sed, sufrir, cansarse y
demás cosas semejantes que la carne es capaz de experimentar. Por otro lado, el
Logos hacía,
por medio de su propio cuerpo, las obras que son propias del Logos mismo, como
son, por ejemplo, el hecho de que resucite muertos, devuelva la vista a los
ciegos y cure a la hemorroisa. De una parte, el Logos cargó sobre sí las
debilidades de la carne como propias (pues la carne era suya), y
de otra parte la carne obraba sometiéndose a las obras de la divinidad, ya que
la divinidad llegó a estar en ella (pues el cuerpo era de Dios). Acertadamente
el profeta ha dicho que cargó sobre sí y no que «cuidó de
nuestras debilidades», para evitar que, al estar fuera del cuerpo y habiéndolo
curado tan sólo, volviese a dejar a los hombres sometidos a la muerte. El Logos
carga sobre sí nuestras debilidades y lleva nuestros pecados,
para que se muestre que llegó a ser hombre por nosotros y que el cuerpo que
llevaba en sí nuestros pecados era el suyo propio. Y Él, como dice Pedro,
no era dañado en nada cuando subía nuestros pecados sobre el leño en su propio
cuerpo, mientras que nosotros, los hombres, éramos rescatados de
nuestros propios sufrimientos y colmados de la justicia del Logos.
32. De ello se sigue que, al haber
sufrido la carne, el Logos no estaba fuera de ella (y por esta razón se dice
que Él también sufrió) y que cuando hacía las obras del Padre, en cuanto Dios,
la carne no estaba fuera de Él, sino que en el cuerpo mismo el Señor hacía
también estas cosas. Y por esta razón, en efecto, después de haber llegado a
ser hombre, decía: Si no hago las obras de mi Padre no creáis en mí; pero si
las hago, aunque no me creáis a mí, creed en las obras y sabed que el Padre
está en mí y yo en Él. Naturalmente, cuando hubo necesidad de
levantar a la suegra de Pedro, que estaba afectada de fiebre, le
tendió la mano como hombre, pero estaba haciendo cesar
la enfermedad como Dios. En el caso del ciego de nacimiento liberaba un
esputo humano que provenía de la carne, pero como Dios le abría los ojos mediante
el barro. Y en el caso de Lázaro pronunciaba las palabras
como un hombre, pero como Dios resucitaba a Lázaro de entre los muertos.
Por tanto, si el cuerpo es de otro, a ése otro habría que atribuir entonces los
padecimientos, pero si la carne es del Logos (en efecto, el Logos llegó a ser
carne), es preciso también atribuir los padecimientos de la carne
a Aquél de cuya carne se trata. Y a Aquél a quien se le atribuyen los
padecimientos, como son principalmente el hecho de ser condenado, flagelado,
tener sed, la cruz, la muerte y demás debilidades del cuerpo, pertenecen
también el triunfo y la gracia. Por esta razón, entonces, como es lógico y
también conveniente, semejantes sufrimientos no se dicen de otro sino del
Señor, de modo que también la gracia venga de Él y no nos convirtamos en adoradores
de otro, sino en verdaderos hombres piadosos. Pues no invocamos a ninguna de
las criaturas ni a un hombre como nosotros, sino al que procede de Dios por
naturaleza y es Hijo verdadero, como Señor, Dios y Salvador, que en absoluto
deja de serlo también después de haber llegado a ser hombre.
33. ¿Y quién no se maravillaría de
esto? ¿O quién no estaría de acuerdo en que este asunto es algo verdaderamente
Por eso, al haber nacido la carne de María, la Madre de Dios, se dice que el Logos mismo (que es quien otorga a las demás cosas el llegar a la existencia) ha sido engendrado para trasladar a sí mismo nuestro modo de llegar a la existencia, y para que ya no volviésemos a la tierra (por el hecho de ser nosotros únicamente tierra), sino que, por haber sido unidos al Logos que proviene del cielo, seamos elevados al cielo por Él. Así
pues, no sin razón Él trasladó a sí mismo de igual manera todos los demás
padecimientos del cuerpo, para que tuviésemos parte en la vida eterna, no ya
como hombres, sino como propios del Logos. En efecto, ya no morimos en Adán,
conforme a nuestro anterior modo de llegar a la existencia, sino que en
adelante al haber sido trasladado al Logos nuestro modo de llegar a la
existencia y toda debilidad carnal, somos levantados de la tierra, siendo
anulada la maldición causada por el pecado gracias a Aquél que en nosotros ha
llegado a ser maldición por nosotros. Y muy a propósito,
porque así como, al proceder de la tierra, todos hemos muerto en Adán,
asi también, al haber vuelto a ser engendrados del agua y del Espíritu en Cristo, todos somos vivificados, siendo nuestra carne no ya
terrena sino asemejada al Logos, gracias a que el Logos de Dios llegó a ser
carne a favor nuestro.
34. Para que se pueda conocer con más
exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades
que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado
Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al
Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por
nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene
hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era
engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas
que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas:
«Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no
sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne»; «fue exaltado,
engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es
posible aparta de mí este cáliz, era
golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas
semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta
razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la
divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase
a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su
naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza.
Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos,
sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que
respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se
revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se
trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en
lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien
haciéndolas desaparecer y destruyéndolas. Los hombres, por su parte, al haber
trasladado sus propios padecimientos a Aquél que es impasible y haber sido
éstos borrados, llegan a ser también ellos en adelante y para siempre
impasibles y libres de ellos, como enseñaba Juan, diciendo: Y sabéis que Él se
manifestó para quitamos nuestros pecados y que no hay pecado en Él.
Siendo esto así, ningún hereje podrá hacer la
siguiente crítica: «¿Por qué resucita la carne, si resulta que es mortal por
naturaleza? Y aunque resucite, ¿por qué no vuelve a tener hambre y sed, a
padecer y a permanecer mortal? En efecto, ha llegado a ser procediendo de la
tierra. ¿Cómo entonces podría apartarse de ella lo que es tierra por
naturaleza?». Si la carne fuese capaz en ese momento de responder al hereje que
contiende de esa manera, diría: «Procedo de la tierra y soy por naturaleza
mortal, pero después ha llegado a ser la carne del Logos y Él, aunque era
impasible, cargó sobre sí mis padecimientos.
Yo, por mi parte, he llegado a ser liberada de ellos y ya no puedo ser esclava
de ellos gracias al Señor, que me ha librado de ellos. En efecto, si me echas
en cara la extinción de la corrupción que me pertenece por naturaleza, ten
cuidado de no echar en cara al Logos de Dios el hecho de haber tomado la forma
de esclavo que me pertenece». En efecto, así como el Señor,
al haberse revestido de un cuerpo, llegó a ser hombre, de la misma manera
nosotros, ios hombres, al haber sido asumidos por medio de su carne, somos
divinizados por el Logos y en adelante heredamos la vida eterna.
35. Hemos tenido que examinar estas
cosas necesariamente, para que así, cuando veamos a Cristo haciendo o diciendo
algo divino por medio del instrumento de su propio cuerpo, sepamos que hace
estas cosas porque es Dios. Y, a su vez, cuando le veamos hablando o
padeciendo humanamente, no olvidemos que, llevando la carne, llegó a ser
hombre, y así es como hace y dice estas cosas. En efecto, al conocer lo que es
propio de cada uno y viendo y comprendiendo que unas y otras son realizadas por
uno solo, creemos rectamente y ya no caeremos en el error. Pero si uno, viendo
aquellas que son realizadas por el Logos en cuanto Dios, negase el cuerpo, o
viendo aquellas cosas que son propias del cuerpo negase la venida en carne del
Logos, o pensase cosas bajas del Logos en razón de sus comportamientos
humanos, semejante persona considerará la cruz escándalo, como el
vendedor judío que mezcla el vino con el agua, y como un griego
tachará de locura el mensaje, que es precisamente lo que les ha
ocurrido también a los arrianos que combaten a Dios. En efecto, al ver las
cosas humanas del Salvador, han pensado que es una criatura. Habría sido
entonces necesario que, al ver las obras divinas
del Logos, ellos negasen también que su cuerpo ha llegado a ser y que así, en
adelante, entrasen a formar parte del grupo de los maniqueos.
Sin embargo, aunque sea un poco tarde, que aprendan que el Logos llegó a ser
carn. Nosotros en cambio, al tener el sentido de la fe, sabemos que las cosas
que ellos piensan erróneamente tienen una interpretación correcta. En
efecto, las expresiones: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano,
Todo me ha sido entregado por mi Padre, No puedo hacer nada por mí mismo, sino
que juzgo según lo oigo y todas las demás que son semejantes a ellas, no
pretenden dar a entender que haya un tiempo en que el Hijo no tuviera estas cosas.
En efecto, ¿cómo podría no tener eternamente las cosas que tiene el Padre Aquél
que es el único Logos por naturaleza del Padre y su Sabiduría, y que dice
también: Todas las cosas que tiene mi Padre son mías, y Mis cosas son del
Padre? Y si resulta que las cosas del Padre son del Hijo y el Padre tiene estas
cosas siempre, entonces es evidente que las cosas que tiene el Hijo, al ser del
Padre, están siempre en Él. Así pues, no decía estas cosas porque no las
tuviera en algún momento, pues el Hijo las tiene eternamente, al tener del
Padre todo lo que posee.
36. Para evitar que alguno, al ver al
Hijo que tiene todo cuanto tiene el Padre (en razón de la inalterable semejanza
e identidad de cuanto tiene), llevado a engaño como Sabelio, cometa la
impiedad de pensar que el Hijo es el Padre, por esta razón utilizó las
expresiones Me ha sido dado, Recibí, y Me ha sido entregado. El único
propósito es mostrar que el Hijo
no es el Padre, sino el Logos del Padre, y que el Hijo eterno tiene, por su
semejanza con el Padre, aquellas cosas que ha recibido de Él,
mientras que las tiene eternamente por ser el hecho de ser Hijo que procede del
Padre. Por ello, es posible comprender, incluso a partir de las
expresiones mismas: Me ha sido dado, Me ha sido entregado, y otras expresiones
semejantes, que no menoscaban la divinidad del Hijo. En efecto, si todo le ha
sido entregado, Él es, para empezar, distinto de todas las cosas
que ha recibido. Además, como es el heredero de todas las cosas,
es el Hijo mismo y sustancialmente lo propio del Padre, ya que, si fuese una
entre todas las cosas, no sería el heredero de todas ellas, sino que cada uno
recibiría también según quisiera y diese el Padre. Ahora bien, como el Hijo
recibe todas las cosas, es distinto de todas ellas y el único propio del
Padre.
Por otra parte, las expresiones: Me ha sido dado y Me ha sido entregado no indican
que no tuviese esas cosas en algún momento, como es posible comprenderlo a
partir de una expresión semejante y en todos los casos. El Salvador mismo, en
efecto, dice: Así como el Padre tiene vida en Él, así también le ha dado al
Hijo tener vida en Él. Al decir ha dado, está indicando que Él no
es el Padre, mientras que al decir así, muestra el carácter propio por
naturaleza del Hijo respecto del Padre y su semejanza. Por lo unto, si se
hubiese dado un tiempo en que el Padre no tenía vida, entonces sería evidente
que hubo un tiempo en que tampoco el Hijo la tenía, ya que de la misma manera
que sucede con el Padre sucede también con el Hijo. Pero si es impío decir esto
y por otro lado es más piadoso decir que el Padre siempre la tiene, ¿cómo no va
a ser absurdo, si el Hijo dice tener la vida de la misma manera que la tiene el
Padre, que los arrianos digan que el Hijo no la tiene de esta manera sino de
otra? El Logos es más digno de fe, y lo
que dice que ha recibido y tiene siempre, eso lo tiene habiéndolo recibido del
Padre, y el Padre no lo recibe de ningún otro, mientras que el Hijo lo tiene
del Padre.
En efecto, ocurre lo mismo que si en el caso del resplandor éste dijera: «La
luz me ha dado iluminar todo lugar y no ilumino por mí mismo, sino como quiere
la luz». Al decir esto, no da a entender que en algún momento no la tuviese,
sino «soy algo propio de la luz, y todo lo suyo es mío». De igual manera, e
incluso más, es posible pensar acerca del caso del Hijo, ya que el Padre ha
dado todas las cosas al Hijo y a su vez tiene todas las cosas en el Hijo, y al
tenerlas el Hijo, las tiene de nuevo el Padre. La divinidad del Hijo es, en
efecto, la divinidad del Padre, y de esta manera el Padre, en su providencia,
dispone de todas las cosas en el Hijo.
37. Éste es, por tanto, el sentido de
semejantes expresiones. Y, por otro lado, cuanto se dice humanamente del Salvador,
también tiene a su vez un significado piadoso. Por esta razón, en efecto, hemos
examinado detenidamente con anterioridad semejantes expresiones, para que
cuando le oigamos preguntar dónde yace Lázaro y cuando,
tras haber llegado a la región de Cesárea, trate de
averiguar: ¿Quién dicen los hombres que soy?, ¿Cuántos panes
tenéis?, y ¿Qué queréis que haga por vosotros?,
reconozcamos, a partir de cuanto se ha dicho anteriormente, el significado
correcto de las expresiones y no nos escandalicemos, como los arrianos que combaten
a Cristo.
Así
pues, a quienes cometen impiedad hay que preguntarles en primer lugar de dónde
piensan ellos que procede la ignorancia de Cristo. En efecto, el que pregunta
no tiene por qué ser completamente ignorante cuando pregunta, sino que es posible que quien, sepa algo pregunte acerca de lo que conoce con certeza.
Juan sabe, naturalmente, que cuando el Señor pregunta: ¿Cuántos panes tenéis?, no lo ignoraba, pues dice: Esto lo
decía tratando de probar a Felipe, pues El sabía qué iba a hacer.
Si sabía lo que hacía entonces no lo ignoraba, sino que lo pregunta sabiéndolo. Es ciertamente posible entender también los casos que
son similares a partir de éste, porque cuando el Señor pregunta no ignora dónde
yace Lázaro ni quién dicen los hombres que es Él, sino que lo pregunta a
propósito, sa hiendo lo que va a hacer. De esta manera se rechaza rápidamente
la sabia invención de los arrianos.
Pero si todavía quieren batallar por el hecho de que pregunte, deberán escuchar entonces que en la divinidad no se da la ignorancia, y que el hecho de ignorar es propio de la carne, como se ha dicho. Que esto sea verdad se ve por cómo el Señor mismo, que es quien pregunta dónde yace Lázaro, cuando no estaba presente, sino estando todavía lejos, dijo: Lázaro ha muerto, e indica dónde ha muerto. El mismo que ellos consideran ignorante es el que conoce de antemano los pensamientos de los discípulos y sabe lo que hay en el corazón de cada uno y qué hay en el hombre. Y lo que es más importante, únicamente El conoce al Padre y dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. 38. Así pues, para cualquiera es
evidente que el hecho de ignorar es propio de la carne, mientras que el Logos
mismo, en cuanto que es Logos, conoce todas las cosas incluso antes de que
lleguen a suceder. En verdad, no deja de ser Dios por el hecho de haber llegado
a ser hombre, como tampoco por el hecho de ser Dios huye de lo humano. ¡Que
esto no suceda! Sino que más bien, aunque era Dios, asumió la carne y, al vivir
en la carne, divinizó la carne. Y al igual que estando en ella preguntaba,
de la misma manera estando también en ella resucitó al muerto y mostró a todos
que Aquél que vivifica a los muertos y vuelve a llamar al alma,
con mucha más razón conoce lo que está escondido en todas las cosas y conocía
dónde yacía Lázaro. Lo preguntaba, no obstante, y esto lo hacía el Logos de
Dios, todo santo, el que soportó todos los sufrimientos por nosotros, para
que, al llevar nuestra ignorancia de esta manera sobre sí, nos concediera la
gracia de conocer a su único y verdadero Padre y a El mismo, el enviado por nosotros
para la salvación de todos. No podría haber una gracia mayor que ésta.
Por lo tanto, cuando el Salvador dice (y son éstas las expresiones que los
arrianos toman como excusa): Me ha sido dado todo poder, y Glorifica a
tu Hijo, y Pedro también afirma: Le ha sido dado todo poder,
debemos entender todas estas expresiones de la misma manera; es decir, que
dice todas estas cosas humanamente, por causa del cuerpo. En efecto, aunque el
Hijo no tenía necesidad, sin embargo se dice que ha tomado aquello que ha
recibido humanamente; de nuevo para que la gracia permaneciese firme al haberla
recibido el Señor y haber descansado sobre Él la donación. Así, cuando la
recibe alguien, que es solo un hombre, es posible que le sea arrebatada, y
esto ha quedado claro en el caso de Adán, el cual, después de
haberla recibido, la echó a perder. Pero para que la gracia no se pudiera
perder y fuese preservada firme para los hombres, el Señor hizo suya la
donación, y dice que ha recibido, en cuanto hombre, el poder que tenía siempre
en cuanto Dios. También afirma: «Glorifícame a mí, que soy el que glorifico a otros»,
para que se muestre que tiene una carne que necesita de estas cosas. Por tanto,
se dice que el Señor ha recibido, por que la carne ha recibido y porque la
carne que recibe está en El y al asumirla llegó a ser hombre.
39. Así pues, sí el Logos no hubiese
llegado a ser hombre, como muchas veces se ha dicho, entonces hay que atribuir
al Logos, como decís vosotros, el hecho de recibir, carecer de gloria e
ignorar. Pero si llegó a ser hombre (y efectivamente llegó a serlo) y es propio
del hombre el hecho de recibir, carecer de gloria e ignorar, ¿por qué razón
consideramos al que da como si fuese el que recibe, suponemos que está
necesitado el que provee a los demás, separamos al Logos del Padre como si fuera
imperfecto y tuviese necesidad, y despojamos a la hu manidad de la gracia?
En efecto, si resulta que el Logos mismo, en cuanto Logos, recibe y es
glorificado por causa de sí mismo y es el que es santificado y resucita según
la divinidad, ¿qué clase de esperanza hay entonces para los hombres?
Ciertamente, permanecerán como estaban, desnudos, temerosos y muertos, al no
tener parte alguna en aquello que es dado al Hijo. Y entonces, ¿por qué
razón el Logos habitó entre nosotros y llegó a ser hombre? Si lo hizo para
recibir aquellas cosas que dice que ha recibido, entonces carecía de ellas
antes, y sería más bien el Logos quien debería reconocerse agradecido al
cuerpo, ya que, cuando llegó a ser en el cuerpo, recibe estas cosas que no
tenía antes de su descenso a la carne. Y en base a esto, parece más que el
Logos mejora a causa del cuerpo que el cuerpo a causa de Él. Sin embargo, éste
es un modo de pensar propio de los judíos.
En cambio, si el Logos habitó entre nosotros para redimir el linaje humano y
llegó a ser carne para santificar y divinizar a los hombres (pues con este
propósito llegó a ser hombre), ¿a quién no le resulta ya evidente que aquellas
cosas que dice que ha recibido, cuando llegó a ser hombre, no las dice por
causa de sí mismo, sino por la carne? En efecto, estaba en
ella cuando hablaba y a ella pertenecían los dones que el Padre concede por
medio de El. Veamos entonces qué era lo que pedía y, en general, qué era lo que
decía que había recibido, para que así aquellos puedan ser capaces de darse
cuenta. Pedía, pues, gloria, y sin embargo decía: Todo me ha sido entregado;
y después de la resurrección afirma que ha recibido todo poder.
No obstante, también era Señor de todas las cosas antes de que dijese: Todo
me ha sido entregado, ya que todo llegó a ser por medio de El y
era el único Señor, por medio del cual son todas las cosas.
Y cuando pedía la gloria era y es Señor de la gloria, como dice Pablo: Pues si
lo hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria.
En efecto, cuando decía: Con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el
mundo existiese, tenía lo que estaba pidiendo.
40. Y el poder que dice que ha recibido
después de la resurrección, ése lo tenía también antes de recibirlo y antes de
la resurrección, ya que el Señor mismo recriminaba a Satanás en virtud de sí
mismo, diciendo: Apártate de mí, Satanás, y a sus
discípulos les daba poder contra él y, cuando volvieron, les decía: He visto a
Satanás cayendo como un relámpago desde el cielo. No obstante, se muestra nuevamente que aquello que dice que ha recibido lo
tiene antes de recibirlo, ya que Él mismo expulsaba los demonios y desataba lo
que Satanás había atado (como en el caso de la hija de Abraham),
perdonaba los pecados diciendo al paralítico y a la mujer que le untaba los
pies: Tus pecados te son perdonados, resucitaba a los muertos y
restauró el nacimiento del ciego concediéndole la gracia de la visión. Y todas estas cosas no las hacía
como
quien tiene la intención de hacerlo y espera el momento de recibir el poder,
sino siendo perfectamente poderoso. Por lo tanto, a partir de este hecho, es
evidente que, una vez que ha llegado a ser hombre y después de la resurrección,
se dice también que ha recibido en cuanto hombre aquellas cosas que tenía por
ser Logos, para que por causa suya los hombres, al haber llegado a ser
partícipes de la naturaleza divina, tengan en adelante poder
contra los demonios en la tierra, y reinen eternamente
en el cielo al haber sido liberados de la corrupción.
En general es necesario conocer que no ha recibido nada de lo que dice haber
recibido, como si no lo tuviera, ya que al ser el Logos de Dios tenía siempre
estas cosas. Y ahora se dice que lo ha recibido en cuanto hombre para que, al
haberlo recibido la carne que está en Él, a partir de aquella carne en adelante
aquello también permanezca para nosotros de manera firme. No hay duda de
que lo que Pedro dice tiene semejante sentido: Habiendo recibido de Dios la
honra y la gloria, y también: Habiendo sometido los ángeles a El.
Pues así como resucitó a Lázaro en cuanto Dios (aunque preguntaba como un
hombre), de igual manera también la expresión «recibió» se le atribuye en
cuanto hombre, y la sumisión de los ángeles muestra la divinidad del Logos.
41. Por consiguiente, poned fin a todo
esto, vosotros que sois odiosos a Dios, y no minimicéis al Logos ni le privéis
de su divinidad, que es precisamente la del Padre, como si necesitase de algo
o fuese ignorante, para no lanzar contra Cristo lo que os corresponde a
vosotros mismos, igual que hacían los judíos de entonces, cuando lo apedreaban.
En efecto, resulta
42. Siendo así las cosas, estudiemos
entonces también la expresión: Acerca del día y de la hora nadie sabe, ni los
ángeles ni el Hijo. En efecto, al tener
una ignorancia tan grande
sobre esto y estar aturdidos, los arrianos creen tener en esta afirmación un
gran pretexto para su herejía. Yo, por mi parte, veo que los herejes, al alegar
esto como pretexto y aparejándose con ello, luchan nuevamente contra Dios como
los Gigantes. En efecto, el Señor del cielo y de la tierra, por medio del cual
llegaron a ser todas las cosas, es juzgado por ellos en lo
que se refiere al día y la hora; el Logos, que conoce todas las cosas, es
acusado por ellos de no conocer el día; y el Hijo, que conoce al Padre, se dice
que desconoce la hora del día. ¡Caramba! ¿Qué estupidez más grande se
podría decir? ¿Con qué clase de locura podrá uno comparar estas cosas? Resulta
v que por medio del Logos llegaron a ser todas las cosas: los tiempos, las
ocasiones, la noche, el día y toda la creación, ¿y se dice que el Artífice
desconoce aquello que ha sido creado?
Pero el curso mismo de la lectura muestra que el Hijo de Dios conoce el día y
la hora, por más que los arrianos caigan en la ignorancia. Pues aunque ha
dicho ni el Hijo, refiere a sus discípulos todo aquello que antecede al día,
diciendo: «Sucederá esto y aquello y luego vendrá el fin». El que
refiere las cosas que preceden al día conoce también sin duda alguna ei día
que vendrá después de cuanto ha sido dicho con antelación, mientras que si no
hubiese conocido la hora tampoco habría indicado las cosas que sucederán antes
de ella, por no saber cuándo tendrá lugar la hora. Y de igual manera que si
uno, queriendo indicar una casa o ciudad a quienes no la conocen, señalase las
cosas que se encuentran antes de la casa y la ciudad y, una vez que ha dado
todas las indicaciones, dijera: «Luego, en seguida, está la ciudad y la casa»,
ésa persona que da las indicaciones conocería perfectamente dónde están la casa
y la ciudad (pues no habría indicado qué hay delante de aquellas, si no las
hubiese conocido, para evitar o bien que quienes le escuchan se alejen mucho
por causa de su ignorancia, o bien que, por hablar él, el sitio que indica pase
inadvertido y sea sobrepasado); de igual manera él Señor, al decir las cosas
que preceden al día y a la hora, conoce con precisión, y no ignora, cuándo
será la hora.
43. Así pues, es algo en lo que nadie
debe entrometerse el saber por qué no dijo entonces abiertamente a sus discípulos
aquellas cosas sobre las que guardó silencio. En efecto, ¿quién llegó a conocer
la mente del Señor y quién ha sido su consejero?. Pero pienso que ninguno de
los creyentes ignora la razón por la cual, aunque lo sabía, decía que tampoco
el Hijo lo conoce; es decir, afirmaba también esto, no obstante, en cuanto
hombre, a causa de la carne. En modo alguno esto es un defecto del Logos, sino
de la naturaleza humana de la cual es propio el hecho de ignorar. También
uno podría entenderlo, si con una buena conciencia considera detenidamente la
ocasión, en qué momento y a quiénes decía el Salvador estas cosas. No decía
estas cosas ciertamente cuando el cielo llegó a ser por medio de Él,
ni cuando estaba junto a Dios disponiendo todas las cosas armoniosamente, ni antes de llegar a ser hombre, sino cuando el Logos llegó a
ser hombre. Por esta razón es justo que todas aquellas cosas, que
dice en cuanto hombre después de haber llegado a ser hombre, se atribuyan también
a su humanidad. En efecto, es propio del Logos conocer las cosas que han
sido hechas y no desconocer su final, pues son obras suyas. Él sabe también
cuántas son y hasta cuándo les ha dado consistencia y, al conocer el origen y
el final de cada una de ellas, conoce perfectamente el final de todas ellas
en conjunto.
Naturalmente, cuando en el Evangelio dice de sí mismo en cuanto hombre: Padre,
ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, es evidente que como Logos conoce
también la hora del final de todas las cosas, mientras que como hombre lo ignora,
ya que es propio del hombre el hecho de ignorar, sobre todo estas cosas. Sin
embargo, también esto forma parte del amor del Salvador por los hombres,
puesto que, después de haber llegado a ser hombre, no se avergonzó de decir «no
lo sé»
a causa de la carne que no lo sabe, para mostrar que, aun que conoce en cuanto
Dios, no lo sabe carnalmente. Por eso no ha dicho: «Ni el Hijo de Dios sabe»,
para que no parezca que es la divinidad la que lo ignora, sino que dijo
simplemente ni el Hijo, para que la ignorancia pertenezca al Hijo que llega a
ser uno de los hombres.
44. También por esta razón, al hablar
de los ángeles, no ha dicho, ascendiendo más todavía, que «ni el Espíritu Santo
sabe», sino que ha guardado silencio mostrando dos cosas: si lo sabe el Espíritu,
con mayor razón lo sabe el Logos, en cuanto que es Logos, porque también el
Espíritu recibe de Él; y también, al haber guardado silencio acerca del
Espíritu, ha dejado claro que decía ni el Hijo refiriéndose al servicio divino
que presta su humanidad. Prueba de ello es que, al haber dicho en cuanto
hombre que ni el Hijo conoce, muestra sin embargo que conoce todas las cosas
en cuanto Dios, pues quien dice que el Hijo no conoce el día es el mismo Hijo,
que sin embargo conoce al Padre y afirma: Nadie conoce al Padre sino el Hijo.
Todo el mundo --a excepción de los arrianos--
estaría de acuerdo en reconocer que el que conoce al Padre conoce, con mucha
más razón, la totalidad de la creación, y en la totalidad está incluido también
el final de dicha creación. Y si el día y la hora ya están fijados por Dios, es
evidente que han sido fija dos por medio del Hijo, y que el Hijo conoce lo que
ha sido fijado por medio de Él, pues no hay nada que no haya llegado a ser o no
haya sido fijado por medio del Hijo. Así pues, como el Hijo es el artífice de
todas las cosas, conoce cómo son, su número y hasta cuándo el Padre ha
decretado que existan de esa manera, pues en el número y el hasta cuándo se
incluye el cambio que experimentan. Y a su vez, si todo lo del Padre es
del Hijo (esto, en efecto, lo dijo Él mismo) y es propio
del Padre conocer el día, entonces es evidente que también el Hijo lo conoce
por tener también eso como algo propio recibido del Padre. Además, si el Hijo
está en el Padre y el Padre en el Hijo, y resulta que el Padre conoce tanto el
día como la hora, entonces es claro que también el Hijo, al estar en el Padre
y conocer las cosas que hay en el Padre, conoce el día y la hora. Por otro
lado, si el Hijo también es imagen verdadera del Padre y resulta que el Padre
conoce el día y la hora, entonces es evidente que el Hijo también se asemeja al
Padre en el hecho de conocer dichas cosas.
Nada de extraño tiene que Aquél por medio del cual llegaron a ser todas las
cosas y en quien todo tiene su consistencia conozca
las cosas que han llegado a ser, y cuándo tendrá lugar el final de cada una de
ellas en particular y de todas ellas juntas. Sin embargo, la presente temeridad
que caracteriza a los seguidores de Arrio nos ha obligado a entrar en una extensa
defensa, ya que al incluir al Hijo de Dios, el Logos eterno, entre el
número de las cosas que han llegado a ser, poco a poco han venido a decir que
incluso el Padre mismo es inferior a la creación. En efecto, si quien conoce
al Padre no conoce el día y la hora, entonces me temo que será más importante,
como ellos podrían decir aquejados por la locura, el conocimiento de la
creación (o más bien el conocimiento de una pequeña parte de ella) que el
conocimiento del Padre.
45. Pero como blasfeman de esta manera
contra el Espíritu, que no esperen recibir en algún momento el perdón de esta
impiedad, como el Señor dijo. En cambio nosotros, amantes y
portadores de Cristo, sabemos que el Logos, en cuanto que es Logos, no dijo «no
sé» porque lo ignorase (pues lo sabía), sino para mostrar su humanidad, ya que
es propio de los hombres el hecho de ignorar y porque se revistió de la carne que
es ignorante, y estando en ella decía carnalmente: «No sé». De este modo,
después de haber dicho en ese momento: Ni el Hijo conoce, y poniendo como
ejemplo la ignorancia de los hombres del tiempo de Noé, añadió enseguida: Así
pues, estad vigilantes porque no sabéis tampoco vosotros qué día viene
vuestro Señor, y en otra ocasión [dijo]: En la hora en que no lo
pensáis viene el Hijo dél Hombre. «Es por vosotros que yo, al haber llegado a
ser como vosotros, he dicho: Ni el Hijo». Si lo hubiese ignorado en cuanto
Dios tendría que haber dicho: «Así pues, estad vigilantes porque yo no sé», o
también: «En la hora en que yo no pienso». Ahora bien, no ha dicho eso, sino
que al haber dicho: Vosotros no sabéis y en la hora en que no pensáis, ha
mostrado que el hecho de ignorar es algo propio de los hombres. Asumiendo por
ellos una carne semejante a la suya y habiendo llegado a ser hombre, decía: «Ni
el Hijo sabe, pues no conozco con la carne, aunque conozco como Logos».
También el ejemplo de Noé refuta la
desvergüenza de los que combaten a Cristo, ya que tampoco allí dijo: «No sé»,
sino: No lo supo hasta que llegó el diluvio. Los hombres, en efecto, no lo
sabían, pero el que dirigía el diluvio (que era el Salvador mismo) sabía el
día y la hora en que abrió las compuertas del cielo y rasgó los abismos y dijo a Noé: Entrad tú y tus hijos en el arca. Si no lo
hubiese sabido, no habría dicho con antelación a Noé: Todavía quedan siete
días y dirigiré el diluvio contra la tierra. Y si describe el
día, tomando como imagen lo que ocurrió con Noé, y conocía el día del diluvio,
sin duda sabía también el día de su propia venida.
46. Además, al haber establecido una
semejanza con el caso de las vírgenes, ha mostrado de una manera más clara todavía
quiénes son los que desconocen el día y la hora, diciendo: Así pues, estad
vigilantes, porque no sabéis el día ni la hora. Por lo tanto, cuando los
discípulos le preguntan de esta manera acerca del final, les dijo carnalmente,
por razón del cuerpo, en aquella ocasión: Ni el Hijo, para mostrar que no lo
sabe como hombre, ya que es propio de los hombres el hecho de ignorar.
Ciertamente, si es Logos y es el que viene, el juez y el esposo, entonces sabe
cuándo y a qué hora viene y cuándo va a decir: Despierta tú que duermes y
resucita de los muertos. En efecto, así como al haber llegado a
ser hombre tiene hambre, sed y padece junto con los hombres, de igual manera
como hombre entre los hombres no sabe, mientras que en cuanto Dios, estando en
el Padre, lo sabe como Logos y Sabiduría y no hay nada que ignore.
De la misma manera también pregunta humanamente acerca de Lázaro, Él que ha
sido enviado para resucitarlo y sabe de dónde [tiene que] reclamar el alma de Lázaro
(y es más relevante saber dónde está el alma que saber dónde ha sido colocado
el cuerpo). Y no obstante preguntó como hombre para resucitarlo como Dios.
También así pregunta a los discípulos, después que llegaron a la región de
Cesárea, aún sabiéndolo antes de que Pedro haya respondido. Pues
si el Padre ha revelado a Pedro aquello acerca de lo cual el Señor le estaba
preguntando, es evidente que la revelación ha tenido lugar por mediación del
Hijo, ya que dice: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo revele. Y si el
conocimiento del Padre y del Hijo es revelado a través del Hijo, no hay duda de
que el Señor mismo que está preguntando lo hacía humanamente después de haber
revelado previamente a Pedro aquello que procede del Padre, para mostrar
también que, aunque preguntaba
carnalmente, sabía en cuanto Dios lo que Pedro iba a decir. Por tanto, el Hijo
lo sabe, pues conoce todas las cosas y conoce a su propio Padre. No podría
darse un conocimiento ni mayor ni más perfecto que éste.
47. Estas cosas, pues, son suficientes
para refutarlos, pero quería preguntar a los arrianos para que así aparezcan
como notables enemigos de la verdad y que luchan contra Cristo. El Apóstol,
escribiendo en la segunda Epístola a los corintios, dice: Conozco a un hombre
en Cristo que hace catorce años, no sé si en el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios
lo sabe.... ¿Qué ha dicho entonces? ¿Sabe el Apóstol, aunque diga
no sé lo que ha experimentado en la visión, o no lo sabe? Pues si resulta
que no lo sabe, vigilad entonces, no sea que, habiendo aprendido a caer,
caigáis también en el delito de los frigios, quienes afirman que ni los
profetas, ni los demás que servían al Logos, tenían conocimiento de las cosas
que hacían ni de las cosas que anunciaban. Por el contrario, si resulta que
dice no sé, aunque lo sepa (pues tenía en sí mismo a Cristo, que es quien le
revelaba todas las cosas), ¿cómo no va a estar verdaderamente corrompido y autocondenado el corazón de los que combaten a Dios?
¡Afirman que el Apóstol, que dice no sé, sabe, y en cambio afirman que el
Señor, que dice no sé, no sabe! En efecto, puesto que Cristo está en él, si
Pablo sabe aquello que dice que no sabe, ¿cómo no va a saber más Cristo mismo,
aunque diga no sé? El Apóstol, por tanto, al revelárselo el Señor, sabe lo
que ha experimentado y ésta es entonces la razón por la que dice: Conozco un
hombre en Cristo. Al conocer a la persona conoce también cómo fue arrebatado.
De hecho Eliseo, al ver a Elias, sabe también
cómo fue elevado a lo alto, y no obstante, aunque lo sabe, como los hijos
de los profetas creían que Elias había sido arrojado a uno de los montes por el
Espíritu y le apremiaban (aunque él trataba de convencerlos, porque conocía la
causa que él mismo había visto), se mantuvo callado y accedió a que marcharan a
buscarlo. Así pues, ya que se calló, ¿no lo sabía
entonces? Lo sabía, y sin embargo accedió, como si no lo supiera, para que
aquellos, una vez que se hubiesen convencido, no volvieran a dudar ya más
acerca de la subida de Elías a lo alto. Con mayor razón, por tanto, Pablo, al
ser él mismo el que fue arrebatado, sabe también cómo fue el rapto. También
Elías lo sabía y, si alguno se lo hubiese preguntado, habría explicado cómo fue
llevado a lo alto.
No obstante, Pablo dice «no sé», y esto por dos razones: ¡a primera, según
creo yo y como él mismo dijo, para que, por causa de la excelencia de las
revelaciones, no se pensase que él era algo distinto y más grande
de lo que veían; la otra, porque habiendo dicho el Salvador no
sé, era propio que también él dijese no sé, para que no pareciese que él,
siendo el siervo, estaba por encima de su Señor y el discípulo por encima del
maestro.
48. Así pues, mucho más ha de conocer
Aquél que ha hecho que Pablo conociese. No hay duda de que, al describir las
cosas que anteceden al día, sabe también --como he dicho antes-- cuándo será el
día y la hora. Sin embargo, aunque lo sabe, dice: Ni el Hijo lo sabe. ¿Con qué
propósito dijo entonces que no sabía aquello que conocía como dueño? Como es
necesario que concluya la pregunta, eso lo hizo, pienso yo, buscando lo qué nos
convenía a nosotros. ¡Quiera el Salvador mismo en su voluntad darnos a entender
la verdad! En ambas cosas el Salvador mira por aquello que es provechoso para
nosotros. En efecto, por un lado nos ha mostrado las cosas que sucederán
antes del final, para que, como Él mismo dijo, cuando ocurran, no nos
extrañemos ni temamos, sino que por ellas conozcamos
el final que las sigue; y por otro lado, en lo que se refiere al día y a la
hora, no ha querido decir, en cuanto Dios, que «sabe», sino que ha dicho «no
sé», como ya hemos dicho antes, carnalmente, por causa de la carne que es
ignorante, para que ya no le pregunten más en el futuro, o para no entristecer
entonces a los discípulos por no habérselo dicho, o para evitar que, al
decirlo, hiciese algo que vaya en contra de lo que conviene a los discípulos y
a todos nosotros. Haga lo que haga, en cualquier caso, esto lo hace sin ninguna
duda por nosotros, ya que también por nosotros el Logos llegó a ser hombre,
y, por lo tanto, también por causa nuestra ha dicho aquello de ni el Hijo sabe.
Y
no mintió al decir esto (pues dijo «no sé» humanamente, en cuanto hombre), ni
dejó que sus discípulos le apremiaran, ya que, al haber dicho «no sé», puso fin
a sus preguntas. Asi en los Hechos de los Apóstoles está escrito que cuando
se colocó por encima de los ángeles, subiendo como hombre y llevándose arriba la carne que llevaba, y también cuando los discípulos, al ver
esto, volvían a preguntar; «¿Cuándo tendrá lugar el final y cuándo vendrás tú?»,
el Señor les dijo más claramente: No os toca a vosotros conocer los tiempos y
las ocasiones que el Padre ha dispuesto con su propia autoridad. Y no
dijo entonces «ni el Hijo», como había dicho antes en cuanto hombre, sino: No
os toca a Vosotros conocer, ya que en adelante la carne estaba resucitada,
desembarazada de la muerte y divinizada. Además ya no era apropiado que Él, al
estar subiendo al cielo, respondiese carnalmente, sino que en adelante, en
cuanto Dios, enseñase que no os toca a vosotros conocer
los tiempos y las ocasiones que el Padre ha dispuesto con su autoridad; sin
embargo recibiréis la potencia. ¿Y quién es la potencia del Padre
sino Cristo? En efecto, Cristo es la potencia de Dios y la Sabiduría de Dios.
49. Por lo tanto, al ser Logos, el Hijo
lo sabe, pues al decir esto dio a entender que «yo sé, pero no os toca a vosotros
conocer. También por vosotros dije, sentado en el monte, que ni el Hijo lo
sabe, por vuestra conveniencia y la de todos. En efecto, os conviene escuchar
de esta manera lo que se refiere a los ángeles y al Hijo a causa de los engaños
que vendrán después, de manera que, aunque los demonios tomen la forma de
ángeles e intenten hablar sobre el final de los tiempos, no les
creáis, porque ellos lo desconocen. E incluso si el anticristo, cambiando
su propia figura, dijese: «Yo soy el Cristo», y tratase de
hablar sobre el final de los tiempos para engañar a los que lo escuchasen,
puesto que vosotros habéis oído de mí mismo que ni el Hijo lo sabe, tampoco le
creáis a él. No conviene a los hombres saber cuándo será el final o el día del
final por otra razón: para que al saberlo no lleguen a despreciar el tiempo
intermedio mientras aguardan los días cercanos al final, pues sólo en ese
momento tendrían un motivo para cuidar de sí mismos».
Por esta razón también ha guardado silencio sobre el final de cada uno, la
muerte, para que los hombres, ensoberbecidos en razón del conocimiento, no
comiencen a abandonar el cuidado de sí mismos la mayor parte del tiempo. Por
tanto, no hay duda de que el Logos nos ha ocultado ambas cosas, el final
universal y el término de cada uno (pues también en el universal se incluye el
final de cada uno y en el término de cada uno el universal), para que, al no estar
claro el final y esperarlo cada día, como quienes son llamados, progresemos
tendiendo
hacía lo que está por delante, olvidándonos de lo que queda atrás. En efecto, ¿quién, al conocer el día del final, no descuidará el tiempo
intermedio, y quién, desconociéndolo no se preparará cada día? Por esta razón,
pues, el Salvador añadió otras palabras a éstas, diciendo: Así pues, estad
vigilantes, porque no sabéis vosotros tampoco qué día vendrá vuestro Señor,
y también: El Hijo del hombre vendrá en la hora en que no penséis.
Esto lo ha dicho, ciertamente, por la conveniencia que deriva del hecho de
ignorarlo. Y sin duda que, al decir esto, también quiere que nosotros estemos
preparados en todo momento. Dice: «Vosotros no lo sabéis, pero yo, el Señor, sí
sé cuándo voy a venir, por más que los arrianos no piensen que soy el Logos del
Padre».
50. Así pues, conociendo lo que es
conveniente para nosotros, el Señor fortalecía de esa manera a los discípulos,
y ellos, una vez aprendido, corregían a su vez a los tesalonicenses que iban a
equivocarse en este punto. Pero puesto que los arrianos, que
combaten a Cristo, ni siquiera así se retractan, aunque sé que tienen un corazón
más endurecido que el de Faraón, quiero volverles a preguntar
también acerca de lo siguiente. En el paraíso Dios pregunta, diciendo: Adán,
¿dónde estás?, y también interroga a Caín: ¿Dónde esta Abel, tu
hermano?. ¿Qué decís al respecto? Pues, si pensáis que Dios lo
ignora y que por esta razón lo pregunta, entonces os habéis alineado ya junto
con los maniqueos (semejante osadía, en efecto, es algo propio de ellos), pero
si por temor a ser llamados abiertamente maniqueos os veis obligados a decir
que pregunta sabiéndolo, ¿qué habéis visto de absurdo o extraño, para caer de
esa manera en el error, en que el Hijo mismo
pregunte a los discípulos en cuanto hombre, en quien en ese momento Dios estaba
preguntando, cubierto ahora de carne? A no ser, naturalmente, que habiéndoos
convertido en maniqueos queráis criticar también la pregunta dirigida entonces
a Adán, con el único fin de comportaros también vosotros como niños en
vuestros malos propósitos. En efecto, refutados en todos los argumentos,
ahora volvéis a murmurar por causa de lo que dice Lucas, quien lo dice bien,
pero vosotros interpretáis mal. Es necesario entonces exponer qué significa
esto para que también así se muestre vuestro corrupto modo de pensar.
51. Dice así Lucas: Y Jesús progresaba
en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres. Ésta es pues
la frase. Pero puesto que también tropiezan en ella, es necesario preguntarles
igualmente, como a los saduceos y fariseos, acerca de lo que dice Lucas. Y es
preciso hacerlo de la siguiente manera: ¿Jesucristo es un hombre como todos los
demás hombres o es Dios que lleva carne? Si resulta entonces que Él es
también un hombre común, como todos ios demás hombres, estoy de acuerdo en que
progrese como un hombre. Éste es precisamente el modo de pensar del de
Samosata, que es lo que en realidad pensáis también vosotros,
desmintiéndolo únicamente de palabra por causa de los hombres. Pero si es Dios
que lleva carne, puesto que se trata de algo real {el Logos llegó a ser carne y siendo Dios bajó a la tierra), ¿qué clase de progreso se da en quien es
semejante a Dios? ¿O en qué dirección podría crecer el Hijo que
está siempre en el Padre? Pues si progresa estando siempre en el Padre, ¿qué
hay más allá del Padre, para que pueda progresar también desde Él?
Además, es bueno repetir las mismas cosas que dijimos en el caso del hecho de
recibir y ser glorificado: si el Logos progresaba
después de haber llegado a ser hombre, entonces es evidente que era imperfecto
antes de llegar a ser un hombre, y que es más bien la carne la que fue la causa
de su perfeccionamiento, en lugar de ser El la causa del perfeccionamiento de
la carne. Y si resulta que siendo Logos progresa, ¿qué podría haber llegado a ser que sea más importante que Logos, Sabiduría, Hijo, Dios y
potencia? Pues el Logos es todas estas cosas y, si alguno pudiese de
alguna manera participar de El como un destello, semejante individuo sería el
más perfecto entre los hombres y llegaría a ser semejante a los ángeles. En
efecto, también los ángeles, los arcángeles, las dominaciones, las potencias y
los tronos, al participar del Logos, contemplan siempre el rostro de su Padre.
Por tanto, ¿cómo va a progresar junto con ellos Aquél que procura la perfección
a los demás? En efecto, los ángeles prestaron también sus servicios para el
nacimiento humano de Aquél, y lo que dice Lucas ha sido dicho
después del servicio de los ángeles. Así pues, ¿cómo es posible que estas
cosas se le pasen a uno por la cabeza? ¿O cómo es posible que la Sabiduría
progrese en sabiduría? ¿O cómo es posible que Aquél que da la gracia a los
demás (Pablo, en efecto, sabiendo que ia gracia nos viene dada por medio de Él,
dice a lo largo de todas sus epístolas: La gracia de nuestro Señor Jesucristo
este con todos vosotros), progrese Él mismo en gracia? Pues
o bien tendrán que decir que el Apóstol miente o bien que deberán atreverse a
decir que el Hijo tampoco es Sabiduría. Pero si es Sabiduría, como dijo Salomón
y Pablo escribió: Cristo es fuerza de Dios y Sabiduría de Dios,
¿qué clase de progreso experimentó la Sabiduría?
52. En efecto, los hombres, que son
criaturas, pueden tender hacia la virtud y progresar de algún modo en ella. En
este sentido, Enoc fue transportado de esa manera; Moisés, a
medida que iba creciendo, iba perfeccionándose; Isaac progresaba y se
convertía en alguien grande; y el Apóstol decía que tendía
cada día hacia lo que está por delante. Cada uno de ellos tenía,
en efecto, campo en el que progresar cuando miraba el paso que estaba delante
de él. Pero el Hijo de Dios, que es el único Hijo, ¿hacia que dirección podía
tender? Pues todas las cosas progresan mirándolo a Él, pero el Hijo es el
único que está en el único Padre, de quien tampoco se separa, sino que
permanece siempre en Él. Así pues, mientras que el hecho de progresar es
algo propio de los hombres, el Hijo de Dios, dado que no podía progresar por
ser perfecto y existir en el Padre, se vació a sí mismo por nosotros, para
que en su vaciamiento pudiésemos nosotros crecer mucho más. Y nuestro
crecimiento no consiste en otra cosa sino en apartarse de las cosas sensibles y
en acercarse al Logos, porque su vaciamiento no consiste en otra cosa sino en
tomar nuestra propia carne. No era entonces el Logos, en cuanto que es Logos,
el que progresaba (al ser perfecto, proceder del Padre perfecto y no carecer de
nada), sino que conducía a los demás hacia su progreso.
No
obstante, también en esta ocasión se dice que progresaba en cuanto hombre,
porque el hecho de progresar es también algo propio de los hombres. Y en
efecto, el evangelista, al hablar de esta manera con esmerada exactitud,
conectó la edad con el progreso, y el Logos y Dios no están medidos por la
edad, sino que las edades son algo propio de los cuerpos. Ciertamente el
progreso pertenece al cuerpo, ya que, al progresar
éste, progresó también en él la manifestación de la divinidad a quienes lo
veían. Y a medida que la divinidad se revelaba, tanto más crecía la gracia,
como si se tratase de la de un hombre junto a todos los hombres. Así, era
llevado como un niño y, una vez que llegó a ser un muchacho, se quedaba en
el templo y respondía a los doctores acerca de la ley. Al ir
creciendo el cuerpo poco a poco e ir manifestándose el Logos a sí mismo en él,
es reconocido después por Pedro en prima lugar, y después también por todos,
como verdaderamente el Hijo de Dios, aunque los judíos de
entonces y éstos de ahora quieran cerrar los ojos, para no ver que «progresar
en sabiduría» no significa que la Sabiduría misma progrese, sino más bien que
lo humano progresa en ella. Jesús, en efecto, progresaba en sabiduría y en
gracia, pero si también es necesario hablar de manera
persuasiva y con verdad, conviene decir que progresaba en sí mismo, pues la
Sabiduría se construyó a si misma una casa y en ella
misma hacía progresar la casa.
53. ¿Y cuál es el mencionado progreso,
como he dicho anteriormente, sino la divinización y la gracia hecha partícipe a
los hombres por la Sabiduría (una vez destruidos en ellos el pecado y la
corrupción que hay en ellos) a causa de la semejanza y parentesco de la carne
del Logos? En efecto, creciendo el cuerpo de esta manera en edad, a la vez se
daba también en él la manifestación de la divinidad, y se mostraba en medio de
todos que es templo de Dios y que Dios estaba en el cuerpo. Y si quieren
batallar porque el Logos que llegó a ser carne fue llamado Jesús y le atribuyen la expresión progresaba de la que hablamos, entonces que presten
atención, porque ni siquiera esto menoscaba la luz del Padre (que es
evidentemente el Hijo). Al contrario, muestra una vez más que el Logos llegó
a ser hombre y que llevó una carne verdadera. Y de la misma manera que hemos
dicho que padeció en la carne, tenía hambre en la carne
y se fatigaba en la carne, de igual manera se podría decir también con
propiedad que progresaba en la carne.
En efecto, el progreso al que nos hemos referido, sea del tipo que sea, no tuvo
lugar de ninguna manera estando el Logos fuera de la carne. En Él, en efecto,
estaba la carne que progresaba y a Él se le atribuye; y esto nuevamente tiene
como fin que el progreso de los hombres permaneciese libre de caídas gracias a
la comunión con el Logos. Por tanto, el progreso no es del Logos, ni la carne
es la Sabiduría, sino que la carne llegó a ser cuerpo de la Sabiduría, y por
esta razón, como hemos dicho antes, no es la Sabiduría en sí
misma, en cuanto que es Sabiduría, la que progresaba, sino que lo humano
progresaba en la sabiduría, superando poco a poco la naturaleza humana, siendo divinizado, llegando a ser instrumento de ella para la actuación de
la divinidad y mostrando en toda ocasión su brillo. Y por eso no dijo:
«El Logos progresaba», sino jesús, que fe es precisamente el nombre con el que
el Señor fue llamado una vez que llegó a ser hombre, de manera que el
progreso se atribuya a la naturaleza humana tal como hemos explicado en lo
anterior.
54. Así pues, de igual manera que, aunque progresaba la carne, se dice
que el Logos progresa porque el cuerpo le es propio, de idéntico modo es
necesario entender también en y ese mismo sentido las cosas que se dicen en
tomo al momento de su muerte, como es el hecho de turbarse y de llorar,
Ciertamente los arrianos, rondando de aquí para allá y como si fundamentaran de nuevo la herejía en base a estos hechos, dicen: «He aquí
que lloró y dijo: Ahora mi alma está turbada y pidió apartar el cáliz. ¿Cómo es posible entonces que sea
Dios y Logos del Padre, si ha dicho estas cosas?». Efectivamente --vosotros
que combatís a Dios--, está escrito que lloró, que se turbó, que en la cruz dijo: Eloí, Eloí, lema Sabactaní, lo cual significa;
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me han abandonado?, y pidió apartar
el cáliz. Ciertamente eso está escrito.
Sin embargo, quería que me respondierais una
vez más, pues es obligado oponerse de igual modo a cada uno de los argumentos
que habéis expuesto. Si el que habla es meramente un hombre, entonces que llore
y tema la muerte como un hombre, pero si es el Logos en la carne (pues no hay
que tener reparo en repetir siempre lo mismo), ¿qué podía temer si era Dios?
¿O por qué temía la muerte si Él mismo era la vida y redime a los demás de la
muerte? ¿O cómo es que tenía miedo quien afirma: No temáis a quien mata el
cuerpo? ¿O cómo es que Aquél que dice a Abrahán: No temas porque
yo estoy contigo, que anima a Moisés contra el Faraón y dice al
hijo de Nun: Sé fuerte y compórtate como un hombre, temía Él
mismo a Herodes y a Poncio [Pilato]? Ademas, llegando a ser una ayuda para que
los demás no teman (en efecto, la Escritura dice: El Señor es mi ayuda, no
temeré lo que me pueda hacer un hombre), ¿temía Él mismo a los
dirigentes, que son hombres mortales, y, aunque vino contra la muerte, temía la muerte? ¿Cómo no va a ser absurdo e impío decir que Él temía el infierno,
si al verlo a Él los que guardan las puertas del infierno se espantaron?
Y si, según vosotros, el Logos tenia miedo, ¿por qué razón no huyó, si hablaba
con mucha antelación
de la conspiración de los judíos, sino que cuando le preguntaron decía: Yo
soy? Así, podría no haber muerto cuando dice: Tengo poder para
dar mi vida y poder para volverla a recuperar, y nadie me la quita.
55.Sin embargo estas cosas no eran
propias de la naturaleza del Logos en cuanto que Logos. Al contrario, el Logos estaba en la carne que padecía semejantes cosas, ¡oh vosotros que combatís
a Dios y judíos ingratos! Así pues, estas cosas no se han dicho antes de la
carne, sino cuando el Logos llegó a ser carne y llegó a ser hombre;
está escrito que se dicen estas cosas entonces y en cuanto hombre.
Naturalmente que el Logos, de quien están escritas estas cosas, también resucitó
Él mismo a Lázaro de los muertos, convirtió el agua
en vino, agració al ciego de nacimiento con la visión y dijo: El Padre y yo somos una sola cosa. Por tanto, si
resulta que toman los comportamientos humanos como excusa para pensar cosas
bajas acerca del Hijo de Dios y lo consideran más bien un hombre que procede
simplemente de la tierra y no venido del cielo, ¿por qué razón no reconocen
también a partir de las obras divinas al Logos que está en el Padre, y
renuncian en adelante a su propia impiedad? En verdad, ellos pueden ver cómo es
el mismo el que hace estas obras y el que muestra un cuerpo que padece, al
dejar que este cuerpo llore y tenga hambre, y al aparecer en él las cosas que
son propias del cuerpo. En efecto, a partir de semejantes cosas daba a
conocer que, aunque era Dios impasible, tomó una carne que padece, mientras
que a partir de las obras mostraba que El era el Logos de Dios y que después
llegó a ser hombre, diciendo: Aunque no me creáis a mí (al verme rodeado de un
cuerpo humano),
A mí me parece que los que combaten a Cristo mantienen una postura de gran desvergüenza y blasfemia, ya que al escuchar: Yo y el Padre somos una sola cosa, tratan lentamente de retorcer el sentido y de separar la unidad del Padre y del Hijo, y en cambio, al escuchar que lloró, sudó y padeció, no lo ven ocurriendo en el cuerpo, sino que a partir de estas cosas incluyen en la creación a Aquél por medio del cual la creación llegó a ser. Así pues, en adelante, ¿en qué se diferencian ya los arrianos de los judíos? Al igual que aquellos blasfeman al atribuir las obras de Dios a Belcebú; así también éstos, al incluir en el número de las criaturas al Señor que ha obrado estas cosas, sufrirán el mismo castigo imperdonable que aquellos. 56. Habría sido necesario, por el contrario, que al escuchar: Yo y el Padre somos una sola cosa, los arrianos viesen la única divinidad y lo propio de la sustancia del Padre; mientras que al escuchar que lloró y cosas semejantes, habría sido necesario decir que éstas son cosas propias del cuerpo, sobre todo porque en ambos casos tienen una bien fundada explicación de que aquello está escrito como referido a Dios, mientras que esto se dice por causa de su cuerpo humano. En efecto, no habría podido tener lugar aquello que es propio del cuerpo en lo que es incorpóreo, si no hubiese tomado un cuerpo corruptible y mortal (pues Santa María, de la cual procedía también el cuerpo, era mortal). Por ello, al haber llegado a estar el Logos en un cuerpo que padece, llora y se fatiga, también hay que atribuirle necesariamente a Él, junto con el cuerpo, estas cosas que son propias de la carne. Por lo tanto, si lloró y se turbó no fue el
Logos en cuanto tal el que lloraba y se turbaba, sino que esto era propio de la
carne, y si pidió apartar el cáliz no fue la divinidad la que tenía miedo, sino
que esta pasión también era propia de la humanidad. Y de igual manera que el
hecho de decir: ¿Por qué me has abandonado?, de acuerdo con
las cosas que se han dicho antes, se le atribuye ciertamente a Él, aunque no
padeció nada (pues el Logos es impasible), de la misma manera los evangelistas
dijeron estas cosas porque el Logos llegó a ser hombre y estas cosas proceden y
se dicen como de un hombre, para que la dispusiese libre de ellos, al haber
aligerado Él mismo estos padecimientos de la carne. De donde se sigue que
tampoco es posible que el Señor fuese abandonado por el Padre, pues existe
siempre en El, no sólo antes de decir estas palabras, sino también cuando las
pronunciaba. Y tampoco está permitido decir que el Señor tenía miedo,
tratándose de Aquél ante quien se espantaron los que guardan las puertas del infierno, y le permitieron salir del infierno, y el mismo que abrió algunos
sepulcros y muchos cuerpos de los santos resucitaron y se aparecieron a los
suyos.
Póngase por tanto un bozal a todo hereje y se
abstenga de decir que el Señor tiene miedo, cuando la muerte huyó de Él como de
un dragón, hace temblar a los demonios y el mar, y por medio de quien los
cielos se dividieron en dos y todas las fuerzas se conmueven.
Así pues, cuando el Señor pregunta: ¿Por qué me has abandonado?,
el Padre mostraba que estaba en Él siempre y también entonces, ya que la
tierra, reconociendo en quien hablaba a su dueño, en seguida temblaba, el velo
se rasgaba en dos, el sol se ocultaba, las piedras se hacían pedazos y los
sepulcros, como he dicho anteriormente,
se abrían y los muertos que había en ellos resucitaban. Y lo que es más
asombroso aún, los que entonces estaban presentes y antes le negaban, después,
cuando vieron estas cosas,
confesaron que Este era verdaderamente el Hijo de Dios.
57. Y en lo que se refiere al hecho de que
el Señor diga: Si es posible, que se aparte este cáliz, aprendan
cómo es posible que habiendo dicho esto censure a Pedro afirmando: No
piensas las cosas de Dios. En efecto, el Señor quería aquello que rehusaba y
había venido para esto. Era característca suya el quererlo
(pues para esto vino), mientras que era propio de la carne el temer, y por eso
también lo decía en cuanto hombre. Y, a su vez, ambas cosas eran dichas por el
mismo, para mostrar por un lado que era Dios, queriéndolo, y porque, al haber llegado a ser hombre, tenía una carne que temía, por la cual ligó
su propia voluntad a la debilidad humana, de manera que al ocultar su voluntad
hiciera que los hombres confiaran ante la muerte.
He aquí, pues, algo realmente paradójico:
precisamente Aquél, a quienes los que combaten a Cristo consideran que habla
como por miedo, resulta que, con este supuesto temor, ha hecho que los hombres
confíen y no tengan miedo. Así, después de Cristo, los bienaventurados
apóstoles desdeñaban de tal manera la muerte en base a estas palabras que no se
preocupaban por quienes los juzgaban, sino que decían: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres, y los
otros santos mártires estaban en tal manera confiados que pensaban más estar
pasando a la vida que sufriendo la muerte. Por tanto, ¿cómo no va a ser
absurdo asombrarse de la valentía de los que servían al Logos y, por otro lado,
decir que el Logos mismo temía,
si por causa suya aquellos desdeñaban la muerte? A partir de la firmísima
convicción y valentía de los santos mártires se muestra que no era la divinidad
la que temía, sino que el Salvador estaba eliminando nuestro propio temor. En
efecto, así todo
lo humano humanamente, así también con su supuesto temor estaba eliminando
nuestro propio temor, y ha hecho que los hombres ya no teman en adelante la
muerte.
Por tanto, el Señor decía estas cosas y a la
vez actuaba, ya que por un lado era humano el hecho de decir: Que se aparte
este cáliz y Para qué me has abandonado, y
por otro, en cuanto Dios, Él mismo hacía que el sol se eclipsase y los muertos
resucitasen. Y de nuevo, aunque decía en cuanto hombre: Ahora mi alma está
turbada, decía también como Dios: Tengo poder para dar mi alma y
poder para recuperarla. Ciertamente, el hecho de turbarse es
propio de la carne, mientras que el hecho de tener poder para dar y recuperar
la vida cuando se quiera ya no es algo propio de los hombres, sino que
pertenece a la potencia del Logos. En efecto, un hombre no muere por virtud
propia, sino por una necesidad de la naturaleza y sin quererlo, mientras que el
Señor, que era inmortal, aunque tenía una carne mortal, podía retirarse del
cuerpo y retomarlo cuando quisiera por virtud propia en cuanto Dios. También David canta al respecto: No abandonarás mi alma en el infierno ni
dejarás que tu fiel vea la corrupción. Era conveniente, al ser
corruptible la carne, que ya no siguiese siendo mortal conforme a su propia
naturaleza, sino que permaneciese incorruptible por causa del Logos que se
revistió de ella. Pues de la misma manera que el Logos, al haber llegado a
estar en nuestro cuerpo, imitó las cosas que nos son
propias, de igual manera nosotros, al haberlo recibido del Logos, tenemos parte
en la inmortalidad que procede de Él.
58. Por tanto, en vano pretenden
escandalizarse los que están aquejados de la locura arriana y piensan cosas
nimias acerca del Logos cuando está escrito que se turbó y
que lloró. Pues parece que tampoco tienen una percepción clara de
lo humano, ya que desconocen la naturaleza de los hombres e ignoran cuanto es
propio de ellos. Por ello, habría que asombrarse más bien del hecho de que el
Logos estuvo en una carne semejante que padecía, de que no impedía a los que
conspiraban contra Él y de que no se vengaba de quienes le mataban (aunque Él,
que impedía a otros morir y resucitaba de entre los muertos a los que ya habían
muerto, tenía poder para hacerlo), y no porque dejara que el cuerpo padeciese.
Como he dicho antes, ésta es precisamente la razón por la que ha venido,
para padecer en la carne y hacer así que en adelante la carne
fuera impasible e inmortal, y pará que, como ya hemos dicho muchas veces, por
el hecho de alcanzarle a Él primero la afrenta y estos sucesos, estas cosas ya
no tocasen más a los hombres, sino que fueran completamente eliminadas por el
Logos, y en adelante los hombres, como templo suyo, permaneciesen incorruptibles por los siglos.
Si los que combaten a Cristo hubiesen
considerado también en este sentido estas cosas y hubiesen reconocido el
sentido de la Iglesia como el ancla de la fe, no habrían naufragado
en lo que concierne a la fe, ni habrían tenido tanta desvergüenza
como para resistir a quienes querían sacarlos del error en el que habían caído,
y como para considerar enemigos a quienes les amonestaban
encaminándolos hacia
la piedad. Sin embargo, según parece, el hereje es realmente perverso y se
encuentra por todos lados con el corazón corrompido hacia la impiedad. He
aquí, en efecto, que, refutados en todos sus argumentos y apareciendo que
carecen de toda razón, no se avergüenzan. Al contrario, sucede como con la bestia
que los mitos griegos llaman hidra, la cual, cuando eran aniquiladas sus
serpientes, engendraba después otras nuevas, combatiendo a quien trataba de
aniquilarla a base de lanzar otras serpientes. De manera similar también los
que son odiosos para Dios, como las hidras, cuando son aniquilados en aquellos
argumentos que lanzan, se inventan nuevos argumentos judaicos y necios y, como
si tuviesen a la verdad por enemigo, conciben otros nuevos para hacer ver más
todavía que combaten a Cristo de todas las formas posibles.
59. En efecto, después de tantas
refutaciones en su contra, por las que hasta el mismo diablo, que es su padre,
se habría retirado dándose la vuelta, los arrianos vuelven otra vez a murmurar
como concibiendo pensamientos que proceden de un corazón siniestro,
y van susurrando con esto y zumbando alrededor como los mosquitos con aquello,
diciendo: «De acuerdo, vosotros interpretáis estas cosas así y vencéis en los
argumentos y en las pruebas. Sin embargo hay que afirmar que el Hijo ha sido
engendrado por el Padre por su voluntad y querer». Y, en efecto, al traer a
colación la voluntad y el querer de Dios, hacen errar a muchos.
Si esto lo hubiese dicho sin más especificaciones uno de los que creen
rectamente, no habría que sospechar sobre lo dicho, ya que el sentido ortodoxo
prevalece sobre una más simple declaración de las palabras. Pero,
puesto que la afirmación procede de los herejes y las palabras que usan los
herejes son sospechosas y, como está escrito, los impíos urden engaños y sus palabras son traicioneras, aunque tan sólo hagan una
insinuación, dado que tienen el corazón corrompido, examinemos entonces también
lo que han dicho, no sea que, aunque han sido refutados en todas las cosas,
inventen como las hidras nuevas fórmulas, de manera que, por medio de semejante
lenguaje refinado y persuasivo engaño, siembren otra vez bajo una forma
distinta su impiedad. En efecto, el que dice: «El Hijo fue creado por
voluntad», da a entender lo mismo que el que dice: «Hubo un tiempo en que no
existió», y También: «Llego a ser de la nada y es una cria tura».
Sin embargo, como los arrianos han sido avergonzados al decir estas cosas, los
malvados han intentado dar a entender otra vez las mismas cosas, pero de una
manera diferente, trayendo a colación el término «voluntad», como hacen los
calamares con la tinta negra, para envolver con ella en sombras a los incautos
y para no abandonar en el olvido su propia herejía. Pues, ¿cuál es el origen
de la expresión «por voluntad y querer»? Que digan ellos, que son sospechosos
en sus palabras e inventores de la impiedad, en base a qué texto de la
Escritura vuelven a decir semejantes cosas. En efecto, el Padre, al revelar desde el cielo a su propio Logos, indicaba: Este es mi Hijo, el amado,
y decía por medio de David: Mi corazón ha liberado una palabra buena,
y a Juan le encargó decir: En el principio existía el Logos. También David, salmodiando, dice: Junto a ti está la fuente de la vida y en tu
luz veremos la luz, y el Apóstol escribe: El cual es resplandor
de la gloria;
60. Todos hablan por todas partes del
ser del Logos, pero no dicen en ninguna parte que procede de la voluntad ni
dicen en absoluto que fue hecho. ¿Dónde han encontrado ellos entonces una
voluntad y un querer que son anteriores al Logos de Dios, si no es,
naturalmente, habiendo abandonado las Escrituras e imitando el malvado modo de
pensar de Valentín? Ptolomeo, el seguidor de Valentín, dijo que el que no
había llegado a ser tenía dos yugos, pensamiento y querer;
primero pensó y después quiso, y aquellas cosas que pensaba, no era capaz de
producirlas sino cuando le sobrevenía también la potencia del querer. Los
arrianos, habiéndolo aprendido de aquí, buscan que el querer y la voluntad
precedan al Logos. Por tanto, que ellos emulen las ideas de Valentín.
Nosotros,
en cambio, nos mantenemos dentro de las Sagradas Escrituras y hemos escuchado
que únicamente el Logos está en el Padre y es imagen del Padre. Y hemos
leído que únicamente en el caso de las cosas que han llegado a ser, como hubo
un tiempo en que por naturaleza no existían y vinieron a existir después,
sucede que la voluntad y el querer preceden, como canta David en el salmo
ciento trece de la siguiente manera: Nuestro Dios está en el cielo e hizo en
la tierra todas aquellas cosas que quiso; y en el ciento diez:
Grandes son las obras del Señor, examinadas en toda ocasión las cosas que El ha
querido; y de nuevo, en el ciento treinta y cuatro: Todas las
cosas que ha querido el Señor las hizo en el cielo, en la tierra, en los mares
y en los abismos. Si resulta que el Logos es una obra, una cosa
hecha y una de todas las cosas, dígase entonces también que llegó a ser por
voluntad, ya que ésta es
la manera en la que la Escritura ha mostrado que las cosas hechas han llegado a
ser. :
También Asterio, que es un exponente de la
herejía al estar de acuerdo en esto, escribe así: «En efecto, o bien no es
digno del artífice el hecho de crear queriéndolo, y en tal caso niegúesele de
igual manera en toda ocasión el hecho de querer para preservar íntegra su
dignidad, o bien, si el hecho de tener voluntad corresponde a Dios, entonces
que también es el caso del primer engendrado esté presente, lo cual es más noble. Pues ciertamente no es posible que a un único y mismo Dios le
convenga querer, en el caso de las cosas creadas, y a la vez le corresponda no
querer con la voluntad».
Este sofista, habiendo reunido tan gran
cantidad de impiedad en sus escritos, al decir que lo engendrado es lo mismo
que lo que ha sido hecho y que el Hijo es uno más entre todos los seres que
han sido engendrados, ha añadido a todo ello que es apropiado decir que las
cosas hechas lo son por voluntad y querer.
61. Por consiguiente, si el Logos es
diferente de todas las cosas, como se ha mostrado en los argumentos anteriores
a éstos, y, lo que es más, las obras han llegado a ser por medio de Él,
entonces que no se diga «por voluntad», para evitar que [el Logos
llegue a ser de la misma manera que las cosas que han llegado a ser y tienen
su consistencia por medio de Él. Pablo, en efecto, aunque no lo era antes,
sin embargo llegó a ser apóstol por querer de Dios. Y nuestra
vocación, pues hubo un tiempo en que tampoco existía y ha sobrevenido ahora,
tiene también una voluntad que la precede y, como el mismo Pablo vuelve a decir,
ha llegado a darse conforme al beneplácito de suvoluntad. También
considero que las expresiones:
Hágase la luz, Surja la tierra y Hagamos al hombre,
dichas por medio de Moisés, son un signo de la voluntad de .quien las hace,
conforme se ha dicho también en lo precedente.
En efecto, el artífice quiere con su voluntad hacer aquellas cosas, que en un tiempo no existían y que sobrevinieron desde fuera. Pero
no delibera previamente cuando engendra a su propio Logos, que procede de Él
por naturaleza, ya que en el Logos hace el Padre las demás cosas que quiere
con su voluntad, y en Él actúa como artífice, como enseñaba el apóstol
Santiago, al decir: Habiéndolo querido por voluntad nos dio a luz con el
Logos de la verdad. Así pues, la voluntad de Dios, acerca de
todos los que han vuelto a ser engendrados y acerca de Jos
que han llegado a ser una sola vez, está en el Logos, en quien hace y vuelve
a engendrar las cosas que le parece.
Esto lo da a entender de nuevo el Apóstol cuando escribe a los
tesalonicenses: Pues éste es ela voluntad de Dios en Cristo Jesús para vosotros.
Y si en Aquél mismo, en quien hace las cosas, está también la voluntad y
resulta que en Cristo está el querer del Padre, ¿cómo es entonces posible que
también el Logos haya llegado a ser por obra de la voluntad y el querer? En
efecto, si resulta que también Él llegó a ser por obra de la voluntad, como
decís vosotros, entonces es necesario que la voluntad, que le tiene a Él por
objeto, se encuentre en algún otro logos, por medio del cual el Logos también
llega a ser, pues ha quedado mostrado que la voluntad de Dios no está en las cosas que
llegan a ser, sino en Aquél por medio del cual y en el cual llegan a ser las cosas que han sido hechas.
Además, puesto que es lo mismo decir
«por voluntad»
62. Así pues, si existe otro Logos de
Dios, ese Logos deberá estar también en él, pero si no hay otro (y ciertamente
no lo hay) y todas las cosas que el Padre ha querido con su voluntad han
llegado a ser por medio de Él, ¿cómo no se va a mostrar la multiforme argucia de los herejes? En efecto, después de haber sido puestos en
evidencia, cuando decían que el Logos de Dios era una cosa hecha y una
criatura, y que no existía antes de ser engendrado, ahora vuelven a decir de
otra forma distinta que es una criatura, trayendo a colación la voluntad y
diciendo: «Si no hubiese sido creado por voluntad, entonces Dios tendría al
Hijo por necesidad, aunque no lo quisiera». ¿Y quién es el que
le impone a Dios la necesidad? ¡Vosotros que sois los más perversos y que todo
lo arrastráis hacia vuestra propia herejía!
En verdad, los arrianos han visto lo que se opone a la voluntad, pero no han
contemplado lo que es más grande y está por encima de ella. En efecto, así como
lo que va contra el entendimiento se opone a la voluntad, de igual manera lo
que es conforme a la naturaleza está por encima y precede al querer de la
voluntad. En este sentido, una persona prepara una casa queriendo con la
voluntad, mientras que si engendra un hijo, lo hace conforme a la naturaleza; y
lo que ha sido preparado por voluntad ha comenzado a existir y está fuera de
quien lo hace, mientras que el hijo es lo engendrado propio de la sustancia
del padre y no está fuera de él. Por eso el padre tampoco
delibera acerca del hijo, para que no parezca que delibera también acerca de
sí mismo. Así pues, en la misma medida en que el hijo está por encima de algo
adquirido, en esa misma medida también lo que es conforme a la naturaleza está
por encima de la voluntad. Y habría sido necesario que los arrianos, al
escuchar «no por voluntad », pensasen en lo que es conforme a la naturaleza.
Los
arrianos, sin embargo, olvidándose de que lo que oyen se refiere al Hijo de
Dios, se atreven a aplicar a Dios contraposiciones que son propias de los
hombres («por necesidad» y «contra el entendimiento»), con el propósito de
negar que el Logos sea verdaderamente Hijo de Dios. Que nos respondan: el
hecho de que Dios sea bueno y compasivo, ¿es propio suyo por voluntad o no? Si
es por voluntad, entonces habrá que reconocer que comenzó a ser bueno, y que
puede darse el caso de que no sea bueno, ya que el querer de la voluntad y la
capacidad de elegir pueden inclinarse en ambas direcciones, y éste es un
fenómeno propio de la naturaleza racional. En cambio, si por ser absurdo
lo anterior resulta que no es compasivo y bueno por voluntad, deberán
escuchar precisamente lo que ellos mismos han dicho: es entonces bueno por
necesidad
y sin quererlo. ¿Y quién es el que le impone a Dios la necesidad? Pero si
es irracional hablar de una necesidad en Dios y por ello es bueno por
naturaleza, entonces mucho más, y más verdaderamente, tendría que ser Padre del
Hijo por naturaleza que por voluntad.
63. Los arrianos deberán decirnos también
esto (pues quiero todavía añadir a su desvergüenza una pregunta más osada, que
busca sin embargo la piedad --¡Señor, ten misericordia!): ¿El Padre existe
después de haber deliberado El mismo primero y habiendo
querido eso después, o existe tambien antes de haber deliberado? En efecto,
es necesario que los que se han atrevido a decir semejantes cosas
acerca del Hijo, también las escuchen ellos mismos, para que sepan que
semejante temeridad suya alcanza en primer término al Padre mismo. Por
tanto, si los arrianos, después de haber deliberado una sola vez acerca de la
voluntad, dicen que también Dios tiene su origen en la voluntad, ¿qué era
entonces antes de que deliberara o qué más tuvo después de haber deliberado,
como vosotros decís? Pero si semejante pregunta es absurda e incoherente, y no
se puede decir de ninguna manera algo semejante (basta, en efecto, con sólo
escuchar acerca de Dios, para que sepamos y entendamos que Él es el que es-),
¿cómo entonces no iba a ser absurdo también albergar en el ánimo semejantes
cosas acerca del Hijo de Dios y traer a colación la voluntad y el querer?
En efecto, basta únicamente que lo escuchemos también acerca del Logos, para
que sepamos y entendamos que el Dios que existe sin tener su origen en la
voluntad no tiene a su propio Logos por voluntad, sino por naturaleza. ¿Y
cómo no va a superar toda locura, aunque sólo sea el mero hecho de al bergarlo
en el ánimo, el pensar que Dios mismo delibera, reflexiona, elije y quiere
persuadirse a sí mismo para no estar privado de Logos y de Sabiduría?
En efecto, quien delibera sobre lo que pertenece a su propia substancia parece
deliberar acerca de sí mismo. Al ser, entonces, tanta la blasfemia que se encuentra en semejante modo de pensar, se podría decir piadosamente que
las criaturas han llegado a ser por beneplácito y voluntad, mientras que el
Hijo, que no ha llegado a serlo, como en el caso de la creación, no es obra del
querer del artífice, sino lo engendrado propio de la sustancia por
naturaleza. Ciertamente, como es Logos propio del Padre, no deja lugar a
que se conciba ninguna voluntad que le preceda a Él mismo, al ser la decisión viva, la potencia del Padre y el artífice de las cosas que le parecen al
Padre.
Esto también lo dice el Logos mismo en los
Proverbios, hablando de sí mismo: Mía es la decisión, mía es la seguridad, mío
es el pensamiento y mía es la fuerza. En efecto, así como el Logos es el
pensamiento en el que Dios preparó los cielos ’ y la
fuerza y la potencia (pues Cristo es potencia de Dios), sin
embargo ahora, separándose de la forma habitual de hablar ha
dicho: Mío es el pensamiento y mía la fuerza, lo mismo que cuando dice: Mía
es la decisión, pues el Logos es también la decisión viva del Padre,
y conforme a lo que hemos aprendido también
del profeta: el Logos llega a ser «ángel de gran decisión» y es
llamado «querer del Padre». Es necesario, pues, refutar de esta
manera a quienes piensan en términos humanos acerca de Dios.
64. Así pues, si las criaturas son
constituidas por voluntad y beneplácito, y toda la creación ha llegado a ser por
querer, Pablo fue llamado apóstol por querer de Dios, y
nuestra vocación ha tenido lugar por beneplácito y querer, y resulta,
por otro lado, que todo ha llegado a ser por medio del Logos,
entonces Él queda al margen de las cosas que han llegado a ser por voluntad, y
es más bien la decisión viva del Padre, en quien todas estas cosas llegaron a
ser y en quien el santo David daba gracias también, diciendo en el salmo
setenta y dos: Me has sujetado la mano derecha y en tu decisión he basado mi camino.
¿Cómo
es, pues, posible que el Logos, que existe como la decisión y la voluntad del
Padre, llegue a ser también Él por voluntad y querer, si no es porque los
arrianos, como he dicho antes, han vuelto a decir, enloquecidos, que ha llegado
a ser por medio de sí mismo o por medio de algún otro? ¿Y quién es entonces
aquél por medio del cual el Logos ha llegado a ser? Deberán modelar otro logos
y, emulando las doctrinas de Valentín, tendrán que dar el nombre de Cristo a
otro, ya que no está en la Escritura. Sin embargo, aunque lo modelasen, también éste llegaría a ser por medio de alguien. Y finalmenmte, al seguir
razonando nosotros así y examinando las consecuencias, se descubre que la
multiforme herejía de los ateos cae
en el politeísmo y en una locura desmedida. Con esta locura, como pretenden
que el Hijo sea una criatura y proceda de la nada, dan a entender estas mismas
cosas, pero de otra manera diferente, trayendo a colación la voluntad y el
querer, que con muchísima más propiedad se aplicarían a las cosas que han
llegado a ser y a las criaturas.
Por tanto, ¿cómo no va a ser impío trasladar al
Artífice aquellas cosas que son propias de las cosas que han llegado a ser? ¿O
cómo no va a ser blasfemo decir que hay una voluntad en el Padre que precede
al Logos? En efecto, si hay una voluntad en el Padre que le precede, el Hijo
no dice la verdad cuando afirma: Yo estoy en el Padre. O bien, si
es cierto que está en el Padre, pero ha de ser considerado como segundo,
tampoco habría sido adecuado que dijera: Yo estoy en el Padre, al haber una
voluntad que le precede, en la que todas las cosas han llegado a ser y Él ha
adquirido su consistencia, como vosotros decís. Pues por más que se distinga
en gloria, no deja de ser por ello ni mucho menos una de las cosas que tienen
su origen en la voluntad. Y, como hemos dicho en lo precedent, si éste es el caso, ¿cómo es que el Logos resulta ser Señor y en
cambio aquéllas siervas? El es absolutamente Señor, porque está unido al
señorío del Padre, mientras que la creación es absolutamente sierva, ya que
queda fuera de la unidad del Padre y llegó a ser sin haber existido un tiempo.
65. Ellos, al afirmar que el Hijo es
por voluntad, deberían haber dicho también que llegó a ser por obra del pensamiento,
ya que considero que pensamiento y voluntad son lo mismo. En efecto, aquello
acerca de lo que uno delibera, sin duda también lo piensa, y aquello que piensa
también es objeto de deliberación. De este modo, el Salvador mismo los unió s un tiempo, como si fuesen hermanos, diciendo: Mía es la decisión y la
seguridad, mío es el pensamiento y mía es la fuerza. Pues así
como la fuerza y la seguridad son lo mismo (son ciertamente la misma
capacidad), de la misma manera se puede decir que el pensamiento y la decisión
(el Señor es ciertamente ambas cosas) son lo mismo.
Sin embargo, los impíos arrianos, por un lado, no quieren que el Hijo sea el
Logos y la decisión viva del Padre, pero por otro se inventan la historia de
que en torno a Dios llegan a darse pensamiento, decisión y sabiduría al
modo humano, como una disposición que aparece y desaparece; y revuelven todo y
traen a colación la inteligencia y la voluntad de las que habla Valentín, con
el único propósito de separar al Hijo del Padre y no decir que el Hijo es el
Logos propio del Padre, sino una criatura. Así pues, que escuchen, como
también lo escuchó Simón Mago: ¡La impiedad de Valentín sea con vosotros para
vuestra perdición! Y que cada uno de ellos preste crédito más
bien a Salomón, que dice que el Logos es Sabiduría y pensamiento, ya que afirma:
Dios cimentó la tierra con su la biduría y dispuso los cielos en su
pensamiento. De igual mane era
en los Salmos encontramos: Los cielos fueron construidos por el Logos del Señor, y de forma similar: Hizo todas las cosas que quiso.
También en este sentido el Apóstol escribe a los tesalonicenses: El querer de
Dios está en Cristo Jesús. Ciertamente el Hijo de Dios en
persona es el Logos y la Sabiduría, Él es el pensamiento y la decisión viva, en
Él está el
querer del Padre, Él es la verdad, la luz y la potencia del Padre.
Y si la voluntad de Dios es la Sabiduría y el
pensamiento y, por otro lado, el Hijo es la Sabiduría, ¿no es verdad que aquél
que dice que el Hijo es por voluntad está diciendo que la Sabiduría ha llegado
a ser en la Sabiduría, que el Hijo ha sido hecho en el Hijo y que el Logos ha
sido creado por medio del Logos? Pero esto va contra Dios y contradice las
Escrituras que provienen de Él. Ciertamente el Apóstol no predicó que el
Hijo sea propio de la voluntad, sino resplandor e impronta propios de la sustancia
misma del Padre, cuando dice: Él es resplandor de su gloria e impronta de su
hipóstasis. Y si, como he dicho antes, la sustancia y la
hipóstasis paterna no proceden de la voluntad, está clarísimo que tampoco
podría proceder de la voluntad aquello que es propio de la hipóstasis paterna.
En efecto, tal como sea y como quiera que sea aquella bienaventurada
hipóstasis, así tal cual y en esa misma manera es necesario que sea también
aquello que es lo propio engendrado que procede de ella. Por eso el Padre
mismo no dijo: «Éste es el que ha llegado a ser Hijo por mi voluntad», ní
tampoco: «El Hijo que tuve conforme a mi beneplácito», sino que sencillamente
dijo: Mi Hijo, y más bien: En quien he hallado mi beneplácito.
Con ello ha mostrado que «Éste es Hijo por naturaleza y en Él reside el querer
de la voluntad de las cosas que me parecen».
66. Puesto que es Hijo por naturaleza y
no por volun-tad, ¿entonces el Hijo existe ahora sin que lo quiera el Padre y
aunque el Padre no lo quiera con su voluntad? Ciertamente no, sino que el Hijo
es también querido por el Padre y, como Él mismo dice: El Padre ama al Hijo y
le muestra todas las cosas. [En efecto, así como el hecho de
ser bueno no comenzó
por voluntad y, sin embargo, no es bueno sin quererlo con la voluntad y el
querer (pues lo que Él es, también es querido para Él), de igual manera el
hecho de que el Hijo también exista, aunque no comenzó por voluntad, no fue sin
embargó sin quererlo ni es contrario a su propósito. Así, igual que quiere
su propia hipóstasis, de igual forma al Hijo; al ser propio de su sustancia,
no es para Él algo no querido. Sea querido y amado entonces el Hijo por el
Padre, y que de esta manera se entienda piadosamente que es querido, y no
existe sin que lo quiera con la voluntad. Ciertamente el Hijo, por el mismo
querer con el que es querido por el Padre, Él mismo ama, quiere y honra al
Padre, y es un solo querer el que procede
del Padre en el Hijo, de modo que se puede contemplar a
partir de esto que el Hijo está en el Padre y el Padre está cu el Hijo.
Que en modo alguno se introduzca, como hace Valentín, una voluntad que sea
anterior, y que nadie, con la excusa de deliberar, se coloque entre el único
Padre y el único Logos, ya que uno se volvería loco al colocar una voluntad y
consideración entre el Padre y el Hijo. En efecto, una cosa es decir que «llegó
a ser por voluntad» y otra distinta decir que ama a su propio Hijo por
naturaleza y que lo quiere. Decir que «ha llegado a ser por voluntad» da a
entender, en primer lugar, que hay un tiempo en el que no existe, y en segundo lugar, que puede inclinarse en ambos sentidos, como ya se ha dicho, de
modo que uno puede pensar que también podría no haber querido al Hijo con la
voluntad. Y decir, en el caso del Hijo, que también podría no haber
existido, es impío, y esta osadía alcanza primero a la sustancia del Padre,
si resulta que precisamente aquello que es propio de ella podría no haber
existido. Es semejante a como si uno dijera que «el Padre podría no haber sido
bueno». Sin embargo de la misma manera en que el Padre es bueno siempre y por
naturaleza, de igual manera
también es siempre y por naturaleza progenitor.
Decir que «el Padre quiere al Hijo» y que «el
Logos quiere al Padre», no indica que haya una voluntad precedente, sino que da
a conocer el carácter genuino de la naturaleza, el carácter propio y la
semejanza de la sustancia. Al igual que, en el caso del resplandor y de la luz,
uno podría decir que el resplandor no tiene en la luz una voluntad que lo
precede, que es lo engendrado por su naturaleza, y que es querido por la luz
que lo ha engendrado (no en base a una consideración de la voluntad, sino por
naturaleza y en verdad); de la misma manera también en el caso del Padre y del
Hijo uno podría decir correctamente que el Padre ama y quiere al Hijo, y que
el Hijo ama y quiere al Padre.
67. Así pues, que no se diga que el
Hijo es obra del querer del artífice ni se introduzcan en la Iglesia las ideas
de Valentín, sino que es la decisión viva y lo engendrado verdaderamente por
naturaleza, como el resplandor lo es de la luz. En este mismo sentido
también el Padre ha dicho: Mi corazón ha proferido un Logos bueno,
y el Hijo, como consecuencia, afirmó: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí.
Si el Hijo está en el corazón, ¿dónde está la voluntad? Si el Hijo está en el
Padre, ¿dónde está el querer? Y si Él mismo es la voluntad, ¿cómo es posible
que la decisión esté en la voluntad?. En efecto, es absurdo que
el Logos llegue a estar en el Logos, el Hijo en el Hijo y la Sabiduría en la
Sabiduría, como muchas veces se ha dicho. Por tanto, el Hijo es todo lo del
Padre y no hay nada en el Padre que sea anterior al Logos, sino que la voluntad
también está en el Logos y por medio de Él se completa la obra de la voluntad,
como han mostrado las Sagradas Escrituras.
Querría, pues, preguntar ahora también a los impíos que han caído en tal manera
en el absurdo y que investigan acerca de la voluntad --no ya a sus mujeres que
dan a luz (a lascuales ellos preguntaban antes, diciendo: «¿Acaso tienes
un hijo antes de engendrarlo?»), sino a los padres-- y decirles: «¿Cómo llegáis
a ser padres, queriéndolo con la voluntad o por naturaleza?»; y también:
«Vuestros hijos, ¿son semejantes a vuestra voluntad o a vuestra naturaleza y
sustancia?». De este modo serán refutados, aunque sea por parte de sus progenitores, a quienes los hijos han preguntado por el provecho que se sigue de
engendrarlos y de quienes han esperado conocerlo. Ciertamente les
responderán: «Lo que hemos en gendrado no es semejante a nuestro querer, sino a
nosotros, y no hemos llegado a ser progenitores por el hecho de haber deliberado
antes, sino que el hecho de engendrar es algo propio de la naturaleza, puesto
que también nosotros somos imágenes de quienes nos han engendrado». Por lo
tanto, o bien deberán acusarse a sí mismos y dejar de interrogar a las mujeres : acerca del Hijo de Dios, o bien tendrán que aprender de ellos
que el Hijo no es engendrado por voluntad sino por naturaleza y en verdad.
La refutación a partir del caso de los hombres
es adecuada y es apropiada para los arrianos, puesto que ellos, en sus malas
intenciones, piensan cosas humanas acerca de la divinidad. ¿Por qué razón
entonces enloquecen todavía los qué combaten a Cristo? En efecto, también esta
propuesta suya, como sin duda también sucede con el resto de sus propuestas, ha
quedado en evidencia y ha sido refutada como una fantasía y una mera invención.
Y por eso están obligados a retractarse, aunque hayan visto tarde en qué gran
abismo de necedad han caído, y deberán huir de la trampa del diablo,
al ser advertidos por nosotros. Ciertamente, la Verdad, que es amiga del
hombre, grita, por todas partes: Si no creéis en mí (por causa del revestimiento
del cuerpo), creed a las obras, para que sepáis que yo estoy en el Padre y el
Padre en mí. Yo y el Padre somos una sola cos, y Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre. Y el Señor, como es su costumbre, tiene amor por el hombre y
quiere levantar de nuevo a todos aquellos que han sucumbido,
como dice la alabanza de David.
Los impíos, en cambio, al no querer escuchar la
voz del Señor y no soportar ver a Cristo, reconocido por todos como Dios e Hijo
de Dios --pobres de ellos--, van dando vueltas como los escarabajos junto con su
padre, el diablo, buscando excusas para la impiedad. ¿Cuáles va a ser
entonces las siguientes excusas y dónde podrán encontrarlas, si no es acaso
tomando prestadas las blasfemias de los judíos y de Caifás, y aceptando el
ateísmo de los griegos? Ciertamente las Sagradas Escrituras se han cerrado para
ellos y los arrianos, que son unos insensatos y que combaten a Cristo, han sido
refutados en todo a partir de ellas.
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