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BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA |
LA GUERRA DEL ESPÍRITU SANTO
SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA
DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOS
I. EL TRASFONDO DE LA OBRA: LA CONTROVERSIA
ARRIANA
La
vida y la obra de Atanasio de Alejandría se insertan en un tiempo y en un
espacio concretos. El siglo IV de nuestra era, en que le tocó vivir al
alejandrino, conoció una de las mayores crisis doctrinales que han tenido lugar
en la historia de la Iglesia: la crisis arriana. Esta crisis, como el mismo
nombre de los discursos indica, constituye el trasfondo de los discursos Contra Arrianos. Repasaremos ahora,
brevemente, la historia, así como algunos de los protagonistas y cuestiones
doctrinales implicados en dicha controversia.
1.
Los orígenes
La
controversia arriana comenzó siendo un conflicto local en Alejandría, pero se
convirtió rápidamente en un problema de todo el oriente cristiano y acabó por
involucrar más tarde también al occidente. Dada la situación política de la
época y la injerencia del poder civil en los asuntos eclesiásticos, se
convirtió a la vez en un problema general: la falta de unidad doctrinal en la
Iglesia suponía un peligro para la unidad del Imperio Romano, por lo que los
emperadores intervendrán activamente en la crisis.
Arrio
(256-336 d.C.), quien inició la controversia y dio nombre a la herejía, era un
presbítero de Alejandría (Egipto). En torno al 320 d. C. Alejandro, obispo de
Alejandría, convocó un sínodo en el que lo excomulgó por promover una postura
doctrinal que negaba la divinidad del Hijo.
2. El concilio de Nicea
Arrio,
no obstante, obtuvo el apoyo, entre otros, del obispo Eusebio de Nicomedia,
quien tenía influencia en la corte del emperador romano. A raíz de ello, la
controversia llegó a oídos del emperador Constantino, el cual convocó el
Concilio de Nicea (325 d.C.), buscando poner fin a una crisis que iba
adquiriendo, cada vez más, mayor extensión y magnitud. En este concilio se
condenaron las tesis arrianas que negaban la divinidad del Hijo, según las cuales,
el Hijo «hubo un tiempo en que no existía» y «fue creado de la nada».
La
ortodoxia quedó sancionada en el símbolo de la fe, que todavía hoy se sigue
profesando en la Iglesia. En dicha profesión de fe se confiesa que el Hijo es
«engendrado, no creado», «de la misma naturaleza que el Padre». Esta unidad de
sustancia entre el Padre y el Hijo (en griego «homoousios») zanjó por el
momento la cuestión doctrinal en contra de la postura mantenida por los
arrianos, pero no fue capaz de poner fin a la controversia arriana, que se
extendió a lo largo de casi todo el siglo IV.
Uno
de los participantes en el concilio de Nicea fue el joven diácono Atanasio de
Alejandría (296-373 d.C.), el autor de la presente obra que ofrecemos ahora en
su versión castellana, y que el año 328 sucedió a Alejandro como obispo de
Alejandría, siendo un notable y ardiente defensor de la fe de Nicea.
3. La controversia después del concilio de Nicea.
Los destierros de Atanasio
Como
se apuntaba más arriba, el Concilio de Nicea no supuso el fin de la
controversia arriana. Una vez que el concilio había sancionado el término
«homoousios», los herejes trataban de reinterpretarlo como indicativo de una
semejanza de sustancia, y no de una identidad (el Hijo se parece al Padre,
pero no tiene la misma sustancia). También apelaban como pretexto, para sus
posiciones doctrinales, el que dicho término no aparecía en la Escritura.
Atanasio
hizo frente, con valentía y decisión, a la herejía arriana, siendo desterrado
hasta cinco veces a partir del 335, por defender la genuina fe de la Iglesia.
Todo ello se entiende, como se explicará brevemente a continuación, por la
injerencia del poder político en el ámbito eclesiástico. Lo que preocupaba a
los emperadores en esta controversia no era la cuestión doctrinal, sino la
unidad y estabilidad del Imperio. El hecho de que los enemigos de Atanasio estuviesen
políticamente mejor posicionados explica por qué Atanasio sufrió tantos
destierros.
La
primera vez fue desterrado entre los años 335-337. Tras ser depuesto por un
sínodo local y ser rehabilitado Arrio (que moriría muy poco tiempo después),
Atanasio fue acusado falsamente de traición ante el emperador y desterrado.
Durante este periodo, que pasó en Tréveris (norte de las Galias), Atanasio
terminó de redactar su doble obra Contra
los paganos y La encarnación del
Verbo. Poco después de su vuelta a la sede de Alejandría murió el emperador
Constantino, dejando el Imperio Romano repartido entre sus tres hijos:
Constantino II, Constante y Constancio. A éste último le fue adjudicado el
oriente del Imperio, al que pertenecía la sede de Alejandría.
Tampoco
la muerte de Arrio (336) puso fin a la controversia arriana, ya que las
posturas que defendió siguieron contando con el apoyo -si bien con matices
propios- de importantes figuras como Asterio y el obispo Eusebio de Nicomedia.
Asterio, seguidor de Arrio y autor de una obra titulada «Syntagmation»,
distinguía en Dios dos sabidurías: la que era coeterna con el Padre y otra
sabiduría, creada y no coexistente con Dios, que es el Hijo. Atanasio se
refiere a él en diversas ocasiones a lo largo de los discursos y cita
textualmente varios fragmentos de su obra. Eusebio, obispo de Nicomedia y más
tarde de Constantinopla, aparece también citado en los discursos Contra Arrianos como uno de los
defensores del arrianismo. Se piensa que murió hacia el 342.
Poco
tiempo después de volver de su primer destierro, Atanasio es nuevamente
depuesto por un sínodo, convocado por Eusebio de Nicomedia, y se refugia en
Roma (339-346). La llegada de Atanasio a Roma supuso que el occidente cristiano
quedase también involucrado en la controversia arriana. En este periodo
escribió probablemente los discursos Contra
Arrianos, la obra que nos ocupa, y la Carta
a la muerte de Arrio, dirigida al obispo Serapión. El año 346 Atanasio
logra regresar a Alejandría, reemprendiendo su actividad pastoral, y escribe
la Apología contra los arrianos. Tras
la muerte de Constante en el año 350, Constancio, que hasta entonces era emperador
sólo del oriente, se hace con todo el Imperio.
Los
enemigos de Atanasio consiguen que el emperador Constancio convoque dos
concilios (Arlés en el 353 y Milán en el 355) en el que el Patriarca de
Alejandría es condenado nuevamente y desterrado. Durante este tercer destierro
Atanasio se esconde con unos monjes en Egipto. Se piensa que en este tiempo
escribe la Vida de Antonio y otras
cuatro Cartas a Serapión. La crisis
arriana sigue agudizándose, pero en el 361 Atanasio logra volver gracias a la
amnistía concedida por el nuevo emperador Juliano el Apóstata.
Es
desterrado por cuarta vez en el año 362 y logra regresar en el 364. Pero es
desterrado nuevamente en el 365 y se mantiene oculto por un año. En el 366
puede volver y muere en Alejandría en el 373.
II.
LOS DISCURSOS CONTRA ARIANOS
Con
esta obra Atanasio hace frente a las tesis heréticas arrianas acerca del Logos,
la segunda persona de la Trinidad. La discusión se centra sobre todo en la
interpretación de algunos pasajes de la Sagrada Escritura que los arrianos
alegaban como pretexto para negar la divinidad del Logos. Arrio y sus
seguidores afirmaban que el Logos no era coeterno con el Padre, que había sido
creado y que, por tanto, era mutable. El tono de la discusión es firme y
decidido -en algunos momentos incluso apasionado- y ha de entenderse a la luz
de las circunstancias históricas y eclesiásticas que Atanasio tuvo que vivir.
Según
nos dice el mismo Atanasio, se trata de una herejía que estaba engañando a
muchos, simulando ser cristiana al usar palabras de la Escritura. Estaba en
juego ni más ni menos que la divinidad del Hijo, y Atanasio va a hacer una
ardorosa defensa de la piadosa fe; la fe que el Concilio de Nicea, como hemos
visto, había sancionado: el Hijo es de la misma sustancia que el Padre,
engendrado pero no creado, coeterno con el Padre e inmutable. Se trata de una
defensa que retoma, uno a uno, los pasajes de la Escritura que los arrianos
usaban para fundamentar su herejía. La obra es, pues, todo un ejemplo de cómo
hacer exégesis bíblica. Por ejemplo, Atanasio lee la Escritura siempre a la luz
de la piadosa fe, y la lee como una unidad en la cual unos pasajes iluminan y
completan a otros.
La
clave de la argumentación de Atanasio está en distinguir cuándo la Escritura
está hablando del Logos en cuanto Logos divino y cuándo se está refiriendo al
Logos en cuanto que tomó carne. En el principio existía el Logos y el Logos
estaba junto a Dios y el Logos era Dios (Jn 1, 1), pero en la plenitud de los
tiempos el Logos llegó a ser carne (Jn1, 14). Estos dos textos del prólogo de
San Juan sintetizan perfectamente la doble perspectiva desde la que hay que
considerar el misterio del Logos encarnado. La herejía arriana no supo hacer
esta distinción y acabó por negar la divinidad del Hijo, mientras que hubo
otras herejías (como el docetismo) que llegaron al extremo opuesto, reduciendo
a mera apariencia la humanidad del Logos encarnado. Otra de las claves de la
argumentación de Atanasio es la identificación del Logos con el Hijo, la Imagen
y la Sabiduría del Padre. El hecho de ser Hijo e Imagen explica por qué el
Logos es de la misma naturaleza que el Padre, y el hecho de ser la Sabiduría
asegura la eternidad del Logos y su coexistencia con el Padre.
Atanasio
clarifica la distinción entre la vida intradivina y la economía de salvación,
pero a la vez no separa la vida divina de la historia de la salvación. Una vez
salvaguardada la integridad del Logos en cuanto Dios, Atanasio se ve obligado
a explicar por qué, no obstante la divinidad y eternidad del Logos, la
Escritura le atribuye en algunas ocasiones comportamientos y características
propias de las criaturas. Un ejemplo claro es el hecho de llegar a ser: el
Logos, en cuanto que es Logos, no llega a ser ni es una criatura, pero llegó a ser
hombre por nosotros.
Estas
reflexiones llevan a Atanasio a entrar directamente en consideraciones
soteriológicas y a no limitarse a la realidad divina del Logos. En este
sentido la obra es también muy enriquecedora y jugosa, pues Atanasio habla a menudo
de la conveniencia y de la necesidad de que fuese el Logos, y no otro, el que
nos salvase y tomase nuestra carne. Como repite en diversas ocasiones, si no se
tratase de la carne y el cuerpo del Logos, por un lado, y de una verdadera
carne humana por otro, nuestra salvación no tendría firmeza ni sería
definitiva. La carne de Cristo, como dice Atanasio bellamente, se ha convertido
en camino firme y seguro de salvación para los hombres.
Al
hablar del Hijo, Atanasio se refiere también, en diversas ocasiones, a las
otras dos personas de la Trinidad. Por la Encarnación la carne humana ha
quedado dispuesta para recibir el Espíritu y es el Hijo quien nos da el
Espíritu. Y si el Logos se encarna es porque Dios Padre es «amigo del hombre»
(«filanthropos») y todo lo que hace es por amor al hombre.
Atanasio
de Alejandría
DISCURSOS CONTRA LOS ARRIANOS
PRIMER DISCURSO
1. Todas aquellas
herejías que se apartaron de la verdad, al haberse propuesto una locura, han
quedado en evidencia. En efecto, el hecho de que los que han inventado
semejantes cosas se hayan apartado de nosotros, como escribió el bienaventurado
Juan, sería un signo claro de que el modo de pensar de tales individuos ni
estuvo, ni está ahora, con nosotros. También por esta razón, como dijo el
Salvador, al no recoger con nosotros
desparraman, y acechan junto con el diablo a los que duermen, para que, al haber
sembrado encima el veneno de su propia perdición, tengan quienes perezcan
juntamente con ellos.
Puesto
que una de las herejías, la más reciente que ha surgido ahora como precursora
del anticristo, la que es llamada arriana y es engañosa y perversa, viendo
abiertamente proscritas a sus hermanas mayores, las demás herejías, finge no
serlo ataviándose con expresiones tomadas de las Escrituras (como hiciera su
mismo padre, el diablo) y se esfuerza por entrar de nuevo en el paraíso de la
Iglesia, forjándose una apariencia cristiana para engañar a algunos y para
hacer que piensen en contra de Cristo, gracias a la fuerza persuasiva de sus falacias
(pues nada en ella está bien razonado); y puesto que ciertamente ya ha
extraviado a algunos incautos, de manera que no sólo los ha corrompido al
oírlas, sino que, como Eva, las han tomado y probado, y como consecuencia, al
ser ignorantes, piensan en adelante que lo amargo es dulce y llaman buena a la
abominable herejía. Por todo ello he considerado necesario, urgido por
vosotros, desenmascarar esta infame herejía y mostrar la pestilencia de su
estupidez, para que así, los que están todavía lejos de ella la eviten y los
que ya han sido engañados por ella cambien de parecer y, teniendo los ojos de
su corazón abiertos, se den cuenta de que al igual que la tiniebla
no es luz y la mentira no es verdad, así tampoco la herejía arriana es buena.
Pero también aquellos que llaman cristianos a los arrianos se equivocan de cabo
a rabo, porque ni han leído las Escrituras ni conocen en absoluto el
cristianismo y la fe que hay en él.
2. En efecto,
¿qué han visto en la herejía que se asemeje a la piadosa fe, para decir
semejante tontería, como si los arrianos no dijesen nada malo? Pues lo mismo
que decir que Caifás es cristiano, es también considerar a Judas, el traidor,
como perteneciente al grupo de los Apóstoles, y decir que aquellos que pedían a
Barrabás, en lugar de al Salvador, no han hecho nada malo. También es lo mismo
considerar a Himeneo y a Alejandro como personas sensatas, y decir que el
Apóstol miente contra ellos. Un cristiano, sin embargo, no tendría la
desvergüenza de escuchar esto, ni nadie supondría que quien se atreve a decir
esto está en sus cabales. En efecto, en lugar de Cristo está entre ellos
Arrio, igual que Maniqueo está entre los maniqueos; y en vez de Moisés y los
demás santos se encuentran entre ellos un tal Sótades, que también
es objeto de burla por parte de los griegos, y la hija de Herodías. Así,
el mismo Arrio, al escribir la Thalia, imita de aquél el carácter quebradizo y
afeminado, mientras que de ella ha emulado la danza, bailando y mofándose a
base de injurias contra el Salvador. De este modo, los que han sucumbido a la herejía
arriana pervierten su mente y piensan de forma contraria a como hay que
pensar, cambian el nombre del Señor de la gloria por una semejanza de la imagen
de un hombre mortal, son llamados en adelante arrianos, en vez de cristianos,
y tienen esto como signo distintivo de su impiedad.
Por
esta razón no deben excusarse ni, al verse censurados, acusar con falsedad a
los que no son como ellos, ni tampoco deben llamar a los cristianos a partir
del nombre de sus maestros, con el fin de poder ser así ellos mismos llamados
arrianos. Y que tampoco se burlen cuando se avergüencen de su propio nombre,
que es tan reprochable. Pero si se avergüenzan, entonces que se oculten o bien
que se aparten de sus propias impiedades. En efecto, tampoco ocurrió jamás que
un pueblo recibiera el nombre de sus obispos, sino del Señor, que es el objeto
de nuestra fe. Pues aunque los bienaventurados Apóstoles han sido nuestros
maestros y nos han transmitido el Evangelio del Salvador, no hemos sido
llamados con sus nombres, sino que somos cristianos y tenemos ese nombre a
partir de Cristo, En cambio, los que reciben de otros el origen de la fe que
profesan, reciben también con razón su mismo nombre, porque han pasado a ser
propiedad suya.
Siendo todos nosotros cristianos y siendo llamados con
ese nombre a partir de Cristo, es natural que en otro tiempo Marción, cuando
inventó una herejía, fuera expulsado y que aquellos que permanecieron con el
que lo expulsó siguieran siendo cristianos, mientras que los que siguieron a
ese Marción ya no fueran llamados en adelante cristianos, sino marcionitas.
También de modo semejante Valentín, Basílides, Maniqueo y Simón el Mago
hicieron partícipes de su propio nombre a sus seguidores, siendo denominados
unos valentinianos, otros basitidianos, otros maniqueos, otros simonianos, de
igual manera que otros son llamados catafrigios a partir de Frigia y nóvacianos
a partir de Novato. De igual forma también Melicio, expulsado por Pedro, el
obispo y mártir, ya no llamó a sus seguidores cristianos, sino melicianos. De
modo semejante, después que el bienaventurado Alejandro expulsó a Arrio,
aquellos que permanecieron con Alejandro siguieron siendo cristianos, mientras
que los que se marcharon con Arrío nos dejaron a nosotros, que estábamos con
Alejandro, el nombre del Salvador y ellos fueron llamados en adelante arrianos.
He aquí la razón por la que, después de la muerte de Alejandro, los que están
en comunión con Atanasio, su sucesor, y con aquellos con los que
Atanasio mismo está en comunión, tienen la misma marca distintiva, pues
ninguno de ellos lleva el nombre de Atanasio, ni éste es llamado a partir de
aquéllos con los que está en comunión, sino que todos son comúnmente llamados
cristianos. En efecto, aunque nuestros maestros tengan sucesores y nosotros
lleguemos a ser sus pupilos, sin embargo, cuando nos instruyen acerca de las
cosas que son de Cristo, no dejamos ní mucho menos por ello de ser, y ser
llamados, cristianos. En cambio, los seguidores de los herejes, aunque
tengan millares de sucesores, llevan, como es natural, el nombre del inventor
de la herejía. Sin duda que después de morir Arrio, aunque son
muchos los que le suceden, quienes piensan igual que Arrio son reconocidos a
partir de él y son llamados arrianos. Y la prueba más asombrosa de todo
esto es que los griegos que han abandonado la superstición de los ídolos y que
han entrado ahora en la Iglesia, no toman el sobrenombre de quienes los han
catequizado, sino del Salvador; y en vez de griegos, comienzan a ser llamados
cristianos, mientras que los que se han marchado con los griegos o quienes se
han pasado de la Iglesia a la herejía abandonan el nombre de cristianos y son
llamados en adelante arrianos. En efecto, ya no tienen fe en Cristo, sino que
se han convertido en sucesores de la locura de Arrio.
¿Cómo entonces van a ser cristianos aquellos que no son
cristianos, sino que padecen la locura de Arrio? ¿O cómo pueden pertenecer a la
Iglesia católica quienes han rechazado la fe apostólica, y se han convertido en
inventores de nuevos males, aquellos que habiendo abandonado por completo las
palabras de las Sagradas Escrituras llaman «nueva sabiduría» a la Thalia de
Arrio (y lo dicen con razón, pues están dando a conocer una nueva herejía)?
Por eso es asombroso que, habiendo sido muchos los que han escrito múltiples tratados y numerosos comentarios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y no habiendo sido ninguno de ellos autor de una Thalia (como tampoco sucede con los griegos más virtuosos, a excepción de aquellos que cuando están borrachos cantan semejantes cosas en fiestas, acompañados de aplausos y burlas, para que otros se rían de ellos), el sorprendente Arrio, no imitando nada honroso, desconociendo las obras de los más virtuosos y sustrayendo la mayoría de las cosas de otras herejías, haya emulado únicamente el lenguaje ridículo de Sótades. Ciertamente, queriendo danzar en contra del Salvador, ¿qué otra cosa habría podido ser apropiada que hiciera sino expresar las miserables expresiones de su impiedad mediante modos musicales disolutos y aflojados? Para que así como por la palabra que sale se conocerá al varón, como dice la Sabiduría, de igual manera se conozca también por aquellas palabras, el carácter afeminado de su alma y la corrupción de su mente. Pero ni aún así ha logrado esconderse el
impostor. En efecto, por más que se mueva para arriba y para abajo muchas veces
como la serpiente, sin embargo ha sucumbido al error de los que entonces eran
fariseos. Lo mismo que ellos, queriendo ir en contra de la ley, simulaban
preocuparse por la letra de la ley, y, queriendo negar al Señor esperado que
estaba presente, fingían apelar a Dios, y al ser refutados blasfemaban
diciendo: «¿Por qué tú siendo un hombre te haces igual a Dios y dices: Yo y el
Padre somos una sola cosa», así también el abominable Arrio, al estilo de
Sótades, finge hablar de Dios, porque se sirve de las expresiones de las
Escrituras, pero es refutado por todas partes como ateo, al negar al Hijo y contarlo
entre el número de las criaturas.
5. Éste es el
comienzo de la Thalia arriana, que tiene un carácter ligero y un modo musical
afeminado: «De acuerdo con la fe de los elegidos de Dios y de los entendidos de
Dios, hijos santos que la exponen correctamente al haber recibido el Espíritu
Santo de Dios, todas estas cosas las aprendí yo mismo por obra de los que
participan de la sabiduría, son educados, han sido adoctrinados por Dios y son
sabios en todas las cosas. He andado siguiendo sus huellas, avanzando con
igual gloria, yo el bien conocido, que he sufrido muchas cosas a causa de la
gloria de Dios, y conozco al haber aprendido la sabiduría y el conocimiento
por obra de Dios».
Las burlas aplaudidas por él en esa obra, que han de evitarse y que están
repletas de impiedad, son de este estilo: «Dios no fue siempre padre, sino que
hubo un tiempo en que Dios estaba solo y no era padre todavía, sino que fue más
tarde cuando sobrevino el hecho de ser padre; no siempre existió el Hijo, ya
que como todo ha llegado a ser de la nada y todas las cosas son criaturas y han
sido hechas, también el Logos mismo de Dios ha llegado a ser de la nada y hubo un tiempo en que no
existía; el Logos no existía antes de llegar a ser, sino que también su ser
creado tuvo un origen, pues Dios -dice él- estaba solo y todavía no existía el
Logos y la Sabiduría; después, al haber querido crearnos a nosotros, y sólo
entonces, hizo a uno solo y lo llamó Logos, Hijo y Sabiduría, para crearnos por
medio de Él».
Dice
[Arrio], por tanto, que hay dos sabidurías: una es la que es propia y
coexistente con Dios, mientras que el Hijo ha sido engendrado en esta sabiduría
y al participar de ella es llamado Sabiduría y Logos; pero sólo de nombre, pues
dice: «La Sabiduría existía en la sabiduría por el querer del Dios sabio». De
modo similar dice también que hay otro logos aparte del Hijo en Dios, y que el
Hijo es llamado Logos e Hijo al participar de ese logos por gracia.
Este modo de pensar, característico de su herejía, aparece también en otros de
sus escritos. Dice: «Hay muchas potencias, y una de ellas es propia de Dios
por naturaleza y eterna. Cristo no es potencia verdadera de Dios, sino que es
también una de las llamadas potencias, como por ejemplo la langosta y la oruga,
entre las cuales Cristo no es sólo considerado potencia, sino también gran
potencia. Las demás potencias son muchas y semejantes al Hijo y se trata de
aquellas acerca de las que canta David, diciendo: Señor de las potencias. El
Logos mismo es mutable por naturaleza, como todos, ymientras lo quiera sigue
siendo bueno por el ejercicio de su propia libertad. Sin embargo, si Él quiere
también puede cambiar, pues es mutable por naturaleza como nosotros. Por esta
razón, en efecto, al saber Dios de antemano -dice Arrio- que iba a ser bueno,
tomó con antelación la gloria que el Logos habría de recibir después por causa
de su virtud y se la concedió. De modo que el Logos, por sus propias obras (de
las que Dios tuvo conocimiento de antemano), ha llegado a ser ahora de esta
manera».
6. Pero además [Arrio]
se atrevió a decir: «El Logos tampoco es verdadero Dios. En efecto, aunque es
llamado dios, sin embargo no lo es verdaderamente, sino que es llamado dios
igual que todos los demás, por participación en la gracia y sólo de nombre. Y
así como todos los dioses son ajenos a Dios y distintos de Él en lo que se
refiere a la sustancia, de la misma manera también el Logos es diferente y
distinto de la sustancia y de la identidad del Padre en todos los aspectos. Pertenece
a las cosas que han llegado a ser y a las criaturas, y resulta ser una de
ellas».
Junto a estas cosas, y como si se hubiese convertido en
depositario de la temeridad del diablo, dejó escrito en la Thalia que, como
consecuencia, «el Padre resulta desconocido también para el Hijo, y el Logos no
es capaz de ver ni conocer plenamente y con exactitud a su propio Padre. Al
contrario, aquello que conoce y ve, lo conoce y lo ve en forma proporcionada
a su medida, de la misma manera en que nosotros también conocemos según nuestra
capacidad. Pues el Hijo -dice también Arrio- no sólo no conoce con exactitud al
Padre al no alcanzar a comprenderlo, sino que además él tampoco conoce su
propia sustancia».
Y también afirma: «Las sustancias del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo están, por naturaleza, divididas en partes, son ajenas unas
a otras, están separadas entre sí, son diferentes y no participan unas de
otras», y por esta razón -como Arrio mismo pronunció- permanecen para siempre
siendo absolutamente distintos entre sí, tanto en sustancia como en gloria».
Consecuentemente dice que, «por lo que respecta a la semejanza de gloria y
sustancia, el Logos es totalmente diferente a ambos», al Padre y al Espíritu
Santo (éstas son, en efecto, las palabras que ha pronunciado el impío Arrio), y
ha dicho que el Hijo «está en sí mismo separado y no participa del Padre en
nada». Éstas son una parte de las historietas que se encuentran en la ridicula
obra de Arrio.
7. ¿Quién,
entonces, tras haber escuchado semejantes cosas y los modos musicales de la Thalia, no va a aborrecer con justicia a Arrio, que se burla de estas cosas,
como sobre un escenario? ¿Quién no le ve a él, por el hecho de aparentar nombrar
a Dios y hablar acerca de Él, como a la serpiente que aconseja a la mujer? ¿Y
quién, al toparse con lo que viene a continuación, no es capaz de ver que la
impiedad de Arrio es como el engaño de la serpiente que vino después y al cual
condujo a la mujer a base de sofismas? Ante tantas blasfemias, ¿quién no se
pondría furioso? Ciertamente, como dice el profeta, el cielo se enfureció y la
tierra se estremeció ante la trasgresión de la ley, y el sol, indignándose más
y no soportando los ultrajes físicos que entonces se infligieron al amo común
de todos nosotros (ultrajes que Cristo quiso voluntariamente padecer por
nosotros), se retiró y, disminuyendo sus rayos, mostró aquel día sombrío. ¿Cómo no se va a conmover por el estupor toda la naturaleza humana, cómo no va
a taparse los oídos y cerrar los ojos ante las blasfemias de Arrio, para
evitar escuchar cosas semejantes y para no ver al que las ha escrito?¿Cómo no
iba a gritar, con toda razón, el Señor mismo contra estas cosas que son impías
y a la vez ingratas, y que ya predijo también por medio del profeta Oseas: ¡Ay
de ellos, porque se han alejado de mí! Son malvados, porque blasfemaron contra
mí. Yo los he rescatado, pero ellos han hablado falsamente contra mí, y un
poco después: Maquinaron males contra mí y se volvieron hacia la nada? En
efecto, habiendo dado la espalda al que era el Logos de Dios y habiéndose
modelado para sí uno que no lo es, han caído en la nada,
Por
esta razón también el concilio ecuménico expulsó de la Iglesia a Arrio, que
decía estas cosas, y lo anatematizó al no poder soportar la impiedad. En
adelante se consideró que la herejía de Arrio tenía un error mayor que las
demás herejías, ya que también fue llamado «el que lucha contra Cristo» y fue
considerado precursor del anticristo. Aunque semejante juicio contra la impía
herejía -como ya he dicho- es más que suficiente para convencer a todos que han
de alejarse de ella, sin embargo, puesto que algunos de los llamados
cristianos, ya sea por ignorancia o por hipocresía, como se ha dicho
anteriormente, opinan que no es posible distinguir la herejía de la verdad y
llaman cristianos a los que piensan estas cosas, desvelemos entonces la maldad
de la herejía, interrogándoles en la medida de nuestras posibilidades. Quizá
así, siendo atados de pies y manos, puedan ser silenciados y huyan
de la herejía como del rostro de una serpiente.
8. Por tanto, si
por haber escrito en la Thalia algunas expresiones de la Sagrada Escritura
piensan que las blasfemias son buenas palabras, entonces no hay duda de que
cuando vean a los judíos actuales leer la ley y los profetas, negarán por esta
razón también junto con ellos al Cristo, y por otro lado, al escuchar a los
maniqueos recitar algunas partes de los Evangelios, quizá negarán junto con
ellos la ley y los profetas. Y si se ven sacudidos de esa manera por culpa de
su ignorancia y parlotean semejantes cosas, entonces que aprendan de las
Escrituras que también el diablo, que ha concebido las herejías, a causa del
hedor propio de la maldad, toma prestadas las expresiones de las Escrituras
para, teniéndolas como tapadera, engañar a los incautos sembrando encima su
propio veneno. Así fue como engañó a Eva, así también llevó a cabo sus engaños
en las demás herejías y así también ahora ha convencido a Arrio para que
hablase y simulase ir manifiestamente contra las herejías y de esta manera
arrojar encima ocultamente su propia herejía.
No
obstante, ni aún así ha pasado inadvertido el malvado, ya que ha cometido
impiedad contra el Logos de Dios. En seguida ha quedado despojado de todo y ha
quedado patente a la vista de todos que ignoraba las demás cosas, que estaba
fingiendo y que no estaba pensado nada verdadero en absoluto. En efecto, ¿cómo
va a poder hablar verdaderamente del Padre quien niega al Hijo, que es
precisamente quien revela aquello que se refiere al Padre? ¿O cómo va a pensar
rectamente acerca del Espíritu si ultraja al Logos, que es quien nos lo
procura? ¿Quién iba a creer en uno que habla de la resurrección y a la vez
niega al Señor, que es quien ha llegado a ser por nosotros primogénito de entre
los muertos? ¿Y cómo no va a errar también acerca de su venida en carne quien
ignora abiertamente la auténtica y verdadera generación del Hijo a partir del
Padre?
En
efecto, de la misma manera, también los judíos de entonces, habiendo negado al
Logos y diciendo: No tenemos más Rey que el César, se vieron despojados a la
vez de todas las cosas y quedaron privados de la luz de la lámpara, de la
fragancia del ungüento, de la profecía, del conocimiento y de la Verdad misma,
y ahora son como aquellos que caminan en tinieblas sin entender nada. ¿Pues quién
escuchó jamás cosas semejantes? ¿O de dónde o de quién han escuchado estas
cosas los aduladores de la herejía y los que han sido encandilados por ella?
¿Quién, al ser catequizados, les habló de semejantes cosas? ¿Quién les ha
dicho: «Dejando por completo el culto a la creación, dirigid ahora vuestro
culto a una criatura y a una cosa que ha sido hecha»?
Pero
si incluso ellos mismos reconocen que han oído ahora por primera vez estas
cosas, que no nieguen entonces que esta herejía es diferente y que no proviene
de los padres. El hecho de que no procede de los padres sino que ha sido inventada
ahora, ¿qué otra cosa podría significar sino que es aquella acerca de la cual
el bienaventurado Pablo dijo, anticipándose: En los últimos tiempos algunos se
alejarán de la sana fe, haciendo caso a los espíritus de la perdición y a las
enseñanzas de los demonios, abandonando la verdad?
9. He aquí, en
efecto, que nosotros hablamos con valentía acerca de la piadosa fe a partir de
las Sagradas Escrituras, y, como colocando la lámpara sobre el candelero, decimos:
«Éste es Hijo verdadero por naturaleza e Hijo genuino del Padre, propio de su
sustancia, Sabiduría unigénita, Logos verdadero y único de Dios. No es una
criatura ni una cosa hecha, sino lo engendrado propio del Padre. Por lo cual Él
es Dios verdadero y existe siendo de la misma sustancia del Padre verdadero
(las demás cosas, por el contrario, a las que el Hijo ha dicho: Yo os dije,
sois dioses, tienen esta gracia que proviene del Padre sólo por participar del Logos
por medio del Espíritu), es impronta de la hipóstasis (Naturaleza) del Padre, luz que
procede de la luz y potencia e imagen verdadera de la sustancia del Padre, ya
que esto mismo lo dice también el Señor: El que me ha visto a mí ha visto al
Padre. Siempre existió y existe, y no ocurrió jamás que no existiera, dado que
al ser eterno el Padre también tendría que ser eterno su Logos y Sabiduría».
¿Qué es lo que ellos nos dicen tomado de la malintencionada
Thalia? O quizá que la lean primero imitando el estilo del que la escribió,
para que, cuando sea objeto de burla por parte de otros, comprendan en qué
clase de error se hallan; y que en adelante hablen de esa manera. ¿Y qué podrían
decir tomado de ella sino que «Dios no fue siempre Padre sino que llegó a
serlo después; que el Hijo no existió siempre porque no existió antes de ser
engendrado; que no procede del Padre, sino que también el Hijo adquirió su consistencia
de la nada; que no es propio de la sustancia del Padre, ya que es una es
criatura y una cosa que ha sido hecha; que Cristo no es verdadero Dios, sino
que también Él es divinizado por participación; que el Hijo no conoce con precisión
al Padre y el Logos no ve al Padre completamente, y que el Logos ni entiende al
Padre ni lo conoce con precisión; que no es el verdadero ni el único Logos del
Padre, sino que es llamado Logos y Sabiduría sólo de nombre y es llamado Hijo y
potencia por gracia; que no es inmutable como el Padre, sino mutable por
naturaleza como las criaturas, y no alcanza a conocer de manera comprensiva y
con precisión al Padre»?
La
herejía es ciertamente sorprendente y no tiene credibilidad, sino que siempre
se está imaginando lo que no es en contra de lo que es y continuamente va
lanzando ultrajes en vez de buenas palabras. Por tanto, si a uno, después de
haber examinado las cosas dichas por ambos, le fuese preguntado cuál de las dos
elegiría como fe o de quién diría que sus palabras corresponden a Dios (o
mejor, que sean los aduladores de la impiedad los que digan, al ser preguntados
acerca de Dios -dado que el Logos era Dios- qué es apropiado responder, pues
en base a esto se conocerá el conjunto de ambas posiciones), ¿qué es apropiado
entonces decir: «existía» o «no existía»?, ¿«siempre existió» o «antes de que
fuera engendrado»?, ¿que era «eterno» o «a partir de» y «desde cuándo»?,
¿«verdadero» o «por decreto», «participación» y «de acuerdo con el
pensamiento»?, ¿que Él es una de las cosas creadas o unirle con el Padre?, ¿que
es «distinto» del Padre en lo que se refiere a la sustancia o «semejante» y
«propio del Padre»?, ¿que Él es una criatura o que las criaturas han llegado a
ser por medio de Él?, ¿que Él es el Logos del Padre o que hay otro además de Él
y que Él ha llegado a ser por medio de ese otro logos y por medio de otra sabiduría,
y por lo tanto es llamado Sabiduría y Logos sólo por nombre y participa de
aquella sabiduría y es engendrado después de ella?
10.¿A
quién pertenecen entonces las expresiones que hablan de Dios y muestran que el
Hijo del Padre, nuestro Señor Jesucristo, es Dios? ¿Las que habéis eructado
vosotros o las que nosotros hemos dicho y decimos tomadas de las Escrituras?
Así pues, si resulta que el Salvador no es Dios, ni Logos, ni Hijo, entonces es
lícito, tanto para los griegos y los judíos actuales como para nosotros, decir
también nosotros lo que nos venga en gana. Pero si es Logos del Padre e Hijo
verdadero, Dios que procede de Dios y bendito sobre todas las cosas por los
siglos, ¿cómo no va a ser justo que sean suprimidas y borradas las demás expresiones
junto con la Thalia arriana, que es como la imagen de los males y está repleta
de toda impiedad? El que cae en esta impiedad no sabe que los nacidos de la
tierra perecen junto a ella y que se encuentra en la fosa del Hades.
Y
esto lo saben también ellos y lo ocultan como malvados, no atreviéndose a
decir estas cosas, sino utilizando en su discurso otras expresiones en vez de
éstas. En efecto, si las hubiesen dicho habrían sido acusados, y si hubiesen
sido objeto de sospecha habrían sido acribillados por todos con argumentos
tomados de las Escrituras. Por esta razón, entonces, al obrar inicuamente como
los hijos de este siglo, habiendo alimentado su pretendida lámpara con aceite
silvestre, y temiendo que se extinga rápidamente (en efecto, se dice que la
luz de los impíos se apaga, la esconden bajo el celemín de su hipocresía,
utilizan otras expresiones y proclaman la protección de sus amigos y el temor
de Constancio, de manera que los que se unen a ellos por causa de la hipocresía
y la difusión no sean capaces de ver la inmundicia de la herejía.
¿Cómo entonces no va a ser digna de ser odiada la herejía
también por esto, cuando se esconde incluso ante quienes le pertenecen, como si
no tuviese valor, y se retuerce como una serpiente? En efecto, ¿de dónde han
recogido estas expresiones? ¿O de quién las han tomado para haberse atrevido a
decir semejantes cosas? No habrían podido decir que alguno de los hombres les
había comunicado estas cosas, pues ¿quién hay de entre los hombres, sea griego
o bárbaro, que se atreva a decir que el Dios a quien confiesa es una de las
criaturas y que no existía antes de ser hecho? ¿O quién hay que no crea al Dios
en el que cree cuando dice: Éste es mi Hijo, el Amado, afirmando que no es
Hijo sino una cosa hecha? Seguro que todos se enojarán todavía más contra los
herejes al estar locos con tales cosas. Pues tampoco pueden encontrar ningún
pretexto en las Escrituras, dado que ya ha sido mostrado muchas veces, y lo
será también ahora, que esas ideas son extrañas a las Sagradas Escrituras. Así
pues, ya que sólo queda decir que han enloquecido por haberlas tomado del
diablo (en efecto, sólo aquél es quien las ha sembrado), hagámosle frente. En
efecto, tenemos que combatir contra el diablo a través de los arrianos, para que
con la ayuda del Señor y sucumbiendo aquél en las refutaciones, como suele
suceder, los arrianos se avergüencen al ver en apuros a quien les sembró la
herejía y aprendan, aunque sea un poco tarde, que siendo arrianos no son cristianos.
11. Habéis
dicho y pensado, por sugerencia del diablo, que «hubo un tiempo en que no
existía el Hijo». Ésta es pues la primera prenda de vuestro entendimiento de la
que hay que despojaros. Decid entonces, difamadores e impíos, por qué hubo un
tiempo en que no existía el Hijo. De esta manera, si hacéis mención del Padre,
mayor será vuestra blasfemia, pues no es lícito decir que el Padre existía en
un tiempo o dar a entender que existe en un tiempo, ya que existe siempre y
existe también ahora; existe existiendo también el Hijo y es el que es y Padre
del Hijo. Si decís que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, la respuesta
es estúpida y necia, pues ¿cómo es que el Padre existía y no existía?
Por
tanto, al encontraros confundidos en tales cosas, es forzoso que digáis a continuación:
«Hubo un tiempo en que el Logos no existía», ya que esto es precisamente lo que
significa vuestra expresión «un tiempo». Y aquello que habéis vuelto a decir,
al escribir: «No existía el Hijo antes de ser engendrado», es lo mismo que si
dijerais: «Hubo un tiempo en que no existía», dado que tanto esta expresión
como aquélla dan a entender que hubo tiempo antes del Logos.¿De dónde habéis
sacado semejante idea? ¿Con qué propósito también vosotros, como los gentiles,
os habéis envalentonado y albergáis vanas palabras contra el Señor y contra su
Cristo? En efecto, ninguno de los libros de las Sagradas Escrituras ha dicho
algo semejante acerca del Salvador, sino más bien que existe siempre, que es
eterno y que coexiste siempre con el Padre. En el principio existía el Logos y
el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios. Y en el Apocalipsis dice lo
siguiente: El que es, el que era y el que viene. ¿Y quién podría despojar de
su eternidad a Aquél que es y que era?
De hecho, Pablo rebatía también esto a los judíos en la
Carta a los romanos, diciendo: De los cuales procede según la carne Cristo, el
que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos; mientras que
dirigiéndose a los griegos les decía: Desde la creación del mundo lo invisible
de Dios es contemplado de manera inteligible en sus criaturas: su potencia
eterna y su divinidad. Pablo enseña además quién es la potencia de Dios al
decir: Cristo Jesús, potencia y Sabiduría de Dios, ya que no dice esto
refiriéndose al Padre, como muchas veces habéis cuchicheado entre vosotros,
cuando decís: «El Padre es su eterna potencia». Pero no es así, porque no ha
dicho «Dios mismo es la potencia» sino que Cristo es la potencia «de Él», y es
evidente para todos que «de Él» no es lo mismo que «Él». Y, sin embargo,
tampoco es algo extraño a Dios, sino más bien propio de Él. Leed también lo que
sigue a continuación de esas palabras y volveos hacia el Señor (pues El Señor
es el Espíritu) y veréis cómo esas palabras se refieren al Hijo.
12. Efectivamente,
cuando menciona la creación, a continuación escribe también acerca de la
potencia del artífice en la creación, que es precisamente el Logos de Dios, por
medio del cual llegaron a ser todas las cosas. Por tanto, aunque basta la
creación por sí misma, sin el Hijo, para conocer a Dios, vigilad para evitar
caer en el error de pensar que la creación ha llegado a ser también sin el
Hijo. Mas si ha llegado a ser por medio del Hijo y en El subsisten todas las
cosas, por fuerza, quien contempla adecuadamente la creación contempla también
al Logos, que la ha creado como artífice y, a través de Él, comienza a pensar
en el Padre. Y si, de acuerdo con el Salvador, ninguno conoce al Padre sino el
Hijo y aquél a quien el Hijo se lo revelare, y a Felipe, que le pedía: Muéstranos
al Padre, no le decía: «Mira la creación», sino: El que me ha visto a mí ha
visto al Padre, entonces Pablo, cuando recrimina a los griegos, que al
contemplar la armonía y el orden de la creación, no piensan acerca del Logos
que es su artífice (en efecto, las criaturas dan a conocer a su propio
artífice, de modo que por medio de las ellas piensen en el Dios verdadero y
pongan fin al culto de las criaturas), utilizó con toda razón la siguiente
expresión para referirse al Hijo: Su potencia eterna y su divinidad.
Los
santos, cuando dicen: El que existía antes de los siglos, y también: Por medio
del cual hizo los siglos, están proclamando el carácter eterno y sempiterno del
Hijo, en el cual incluyen también al Padre mismo. Así Isaías dice: Dios eterno,
que dispusiste las cimas de la tierra, también Susana afirma: El Dios eterno,
y Baruc escribió: Gritaré al Dios eterno en medio de mis días, y un poco
después: Pues yo esperé en nuestro eterno Salvador, y me llegó la alegría de
parte del Santo. Y puesto que al escribir a los Hebreos el Apóstol dice: El
cual es resplandor de la gloria e impronta de su hipostasis, y David canta en
el salmo ochenta y nueve: Y que la claridad de Dios venga sobre nosotros, e
igualmente:
En
tu luz veremos la luz, ¿quién es tan estúpido como para dudar que el Hijo
existe siempre? En efecto, ¿cuándo ha visto alguien la luz sin la claridad del
resplandor, como para decir acerca del Hijo que «hubo un tiempo en que no
existió» o que «no existió antes de ser engendrado»? Además, lo que se dice al
Hijo en el salmo ciento cuarenta y cuatro: Tu reinado es un reinado de todos
los siglos, no permite a nadie pensar, ni por una casualidad, en un intervalo
de tiempo en el cual no existía el Logos. Pues sí todo intervalo de tiempo se
mide dentro de los siglos, y el Logos es el rey y el hacedor de todos los
siglos, por fuerza, al no existir ni por asomo un intervalo de tiempo anterior
a Él, es una locura decir que hubo un tiempo en que el eterno no existía y que
el Hijo procede de la nada.
Por
otro lado, al decir el Señor mismo: Yo soy la verdad y no decir «Llegué a ser
la verdad», sino que siempre dice «soy» (Yo soy el pastor, Yo soy la luz, y en
otra ocasión: “¿No decís de mí: el Señor, el Maestro? Y decís bien, porque lo
soy”, y escuchar que semejantes palabras son dichas por Dios, por la Sabiduría
y por el Logos del Padre, que habla acerca de sí mismo, ¿quién puede todavía
vacilar acerca de la verdad y no creer inmediatamente que en el «soy» se da a
entender el carácter eterno y sin principio del Hijo antes de todos los
siglos?
13. Así
pues, ha quedado claro que, por cuanto se ha dicho, las Escrituras hablan del
carácter eterno del Hijo. Por otro lado, lo que se va a decir mostrará que
aquellas expresiones que utilizan precisamente los arrianos (diciendo «no existía»,
«antes de» y «cuando») las usan las Escrituras al hablar de las criaturas. En
efecto, Moisés, cuando describe el origen que nos corresponde a nosotros, dice:
Antes de que existiese sobre la tierra todo el verde del campo y antes de que
brotara la hierba del campo, pues Dios no había hecho llover sobre la tierra y
no existía el hombre para trabajar la tierra; y en el Libro del Deuteronomio:
Cuando el Altísimo separó las naciones. [Y el Señor, hablando por medio de sí
mismo, decía:
Si
me amaseis os habríais alegrado porque voy al Padre, pues el Padre es mayor que
yo. Ahora os lo he dicho con antelación antes de que suceda, para que cuando
suceda creáis; mientras que, por medio de Salomón, el Señor dice acerca de la
creación: Antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes de que
surgiesen las fuentes de agua, antes de que fueran creados los montes, antes
que todas las colinas, me creó, y también dice: Antes de que Abrahám existiera
yo soy. También por medio de Jeremías dice: Antes de formarte en el vientre
te conocía; y David canta: Señor, has sido para nosotros un refugio de
generación en generación. Antes de que fuesen creados los montes y fuera
modelada la tierra y el orbe, tú existes desde siempre. Y en el libro de
Daniel: Susana gritó con fuerte voz y dijo: Dios eterno, conocedor de cuanto
está oculto, que conoces todas las cosas antes de que existan.
Así pues, las expresiones «no existió un tiempo», «antes
de llegar a ser», «cuando» y demás expresiones semejantes es adecuado
atribuirlas a las cosas que han llegado a ser y a las criaturas que proceden de
la nada, pero son extrañas al Logos.
Si resulta que las Escrituras aplican estas expresiones a
las criaturas y la expresión «siempre» al Hijo, entonces el Hijo -vosotros que
lucháis contra Dios- no proviene de la nada ni pertenece en absoluto a las
cosas que han llegado a ser, sino que es imagen del Padre y Logos eterno, y no
se ha dado nunca un tiempo en el que no haya existido, sino que existe siempre
como resplandor eterno de la luz que es eterna. ¿Por qué entonces os imagináis
un tiempo anterior al Hijo? ¿O por qué razón blasfemáis diciendo que el Logos,
por medio de quien son los siglos, es posterior a los tiempos? En efecto, ¿cómo
es posible, conforme vosotros decís, que exista un tiempo o un siglo sin haber
aparecido todavía el Logos, por medio del cual llegaron a ser todas las cosas
y sin el cual no llegó a ser nada? ¿O por qué razón, si estáis dando a entender
que hay tiempo, no decís claramente «hubo un tiempo determinado en
que no existía el Logos»? Evitáis el sustantivo «tiempo» para engañar a los
incautos, y sin embargo no conseguís esconder vuestra propia manera de pensar,
sino que ni siquiera sois capaces de pasar inadvertidos, tratando de ocultarla.
En verdad, también estáis dando a entender tiempos determinados cuando decís:
«Hubo un tiempo en que no existía» y «No existía antes de ser engendrado».
14. Además
de plantear así estas cosas, tienen mayor desvergüenza todavía, y dicen: «Si no
hubo un tiempo en que no existía, sino que el Hijo es eterno y coexiste con el
Padre, entonces ya no estáis diciendo que es Hijo, sino hermano del Padre» ¡Necios
y amantes de la discordia! En efecto, si tan sólo hubiésemos dicho que coexiste
eternamente y que no es Hijo, su presunta piedad tendría algo de convicción,
pero si cuando decimos que es eterno reconocemos que Él es Hijo del Padre,
¿cómo es posible pensar que Aquél que es engendrado es hermano de quien lo
engendra? Y si nuestra fe tiene por objeto al Padre y al Hijo, ¿qué clase de
hermandad se da entre ellos? ¿O cómo puede el Logos ser llamado hermano de
Aquél del cual es Logos? No es ésta una objeción que procede de personas
ignorantes, ya que también ellos entienden la verdad, sino un pretexto judaico
y propio de quienes quieren, como dice Salomón, apartarse de la verdad. En
efecto, el Padre y el Hijo no fueron engendrados a partir de algún principio
preexistente de modo que puedan considerarse también hermanos, sino que el
Padre es el principio del Hijo y su progenitor y el Padre es padre y no llegó
a ser hijo de ninguno, y el Hijo es hijo y no un hermano.
Y
si se dice que es lo eterno engendrado del Padre se dice correctamente, ya que
la sustancia del Padre no fue en ningún momento imperfecta, como para tener
que sobrevenirle después lo que es propio de ella. Tampoco ha sido engendrado
el Hijo como lo es un hombre de otro hombre, de modo que tenga una existencia
posterior a la paterna, sino que es lo engendrado de Dios y, al ser algo
propio de un Dios que existe siempre, existe como Hijo eternamente. Ciertamente
es propio de los hombres el engendrar en el tiempo por causa de la
imperfección de su naturaleza, pero lo engendrado de Dios es eterno por el
hecho de ser siempre perfecta su naturaleza. Por tanto, si no es Hijo, sino
que ha llegado a ser una cosa hecha de la nada, entonces que lo demuestren
ellos primero y que pregonen, dando rienda a su imaginación, como si se tratara
de una cosa hecha, que hubo un tiempo en el que no existía, ya que las cosas
que han llegado a ser, no existiendo, llegaron a ser. Pero si es Hijo (pues
esto lo dice incluso el Padre y lo proclaman las Escrituras: que la expresión
«Hijo no significa otra cosa sino lo que ha sido engendrado del Padre y que
aquello que ha sido engendrado de Dios es su Logos, Sabiduría y resplandor),
¿qué es necesario decir sino que, cuando afirman: «Hubo un tiempo en el que no
existía el Hijo», como algunos ladrones, despojan a Dios del Logos y lo acusan
públicamente de existir un tiempo sin su propio Logos y Sabiduría, y alegan que
la luz existió un tiempo sin su brillo y que la fuente fue infecunda y seca?
En efecto, aunque aparentando temer el nombre de «tiempo»
digan, para que no los censuren, que el Logos existe «antes de los tiempos», sin
embargo, puesto que introducen ciertos intervalos de tiempo en los cuales se
imaginan que el Logos no existía, no dejan por ello de dar a entender tiempos y cometen impiedad grandemente al introducir en Dios una ausencia de
Logos
15. Y si reconocen junto con nosotros el nombre de Hijo
(por no querer ser acusados públicamente por todos), pero niegan que sea lo
propio engendrado de la sustancia del Padre (como si esto fuese posible sin
postular que está compuesto de partes y divisiones), están volviendo a negar
que sea verdadero Hijo, llamándole «Hijo» tan sólo de nombre. ¿Cómo no se van a
engañar en gran medida acerca del que es incorpóreo, cuando tienen en la mente
las cosas que son propias de los cuerpos y niegan, basándose en lo que es
debilidad de su propia naturaleza, lo que es natural y propio del Padre? En
efecto, es necesario que ellos, al no entender cómo es Dios o qué clase de cosa
es el Padre, nieguen también al Hijo, dado que esos insensatos miden también lo
engendrado del Padre en base a lo que ocurre con su propia naturaleza.
Ahora bien, al encontrarse ellos en esta situación y
creer que no es posible que sea el Hijo de Dios, son dignos de lastima y en
consecuencia hay que preguntarles y refutarles, para que así quizá puedan
entrar en razón. Por tanto, si según vosotros el Hijo procede de la nada y no
existía antes de ser engendrado, entonces sin duda ha sido llamado Hijo, Dios y
Sabiduría por participación, por ser ésta también la manera en que todas las
demás cosas han adquirido su consistencia y, siendo santificadas,
son glorificadas. Por consiguiente, estáis obligados a decir de quién participa
el Hijo. Ciertamente todas las demás cosas participan del Espíritu, ¿pero de
quién participa entonces el Hijo, según vosotros? ¿Del Espíritu? Y sin embargo
es más bien el Espíritu mismo quien recibe del Hijo, como Él mismo ha dicho, y
es absurdo decir que el Hijo es santificado por el Espíritu. Por lo tanto,
participa del Padre, pues ésta es la posibilidad que queda y es inevitable decirlo.
¿Y qué es entonces esto participado o de dónde viene? Si resulta que viene de
fuera como algo ideado por el Padre, entonces ya no estaría participando del
Padre, sino de aquello por lo que ha llegado a estar fuera; y entonces el Hijo
no sería el que viene en segundo lugar después del Padre, al estar lo
participado por delante de Él, ni tampoco podría ser llamado Hijo del Padre,
sino de aquello de lo que participa y en razón del cual ha sido llamado Hijo y
Dios. Pero si esto resulta absurdo e impío, porque el Padre dice: Éste es mi
Hijo, el amado, y el Hijo dice que su propio Padre es Dios, entonces está
claro que no procede de fuera, sino que lo participado proviene de la
sustancia del Padre. Por otro lado, si lo participado fuese otra cosa distinta
a la sustancia del Hijo se llegaría al mismo absurdo, pues otra vez se hallaría
un ser intermedio entre el Padre y la sustancia del Hijo, sea cual fuere.
Así pues, una vez que se ha mostrado que semejantes
razonamientos son absurdos y contrarios a la verdad, es preciso afirmar que el
Hijo es, en una palabra, lo que procede de la sustancia del Padre y es propio
de ÉL. En efecto, el hecho de que Dios sea participado plenamente equivale a
decir que Dios engendra. ¿Ya qué se refiere la expresión «engendra» sino al Hijo?
Del Hijo mismo, ciertamente, participan todas las cosas conforme a la gracia
del Espíritu que nos ha llegado de Él, y por esto resulta evidente que el Hijo
mismo no participa de nadie y que el Hijo es precisamente lo que es participado
proveniente del Padre. En efecto, cuando participamos del Hijo mismo se dice
que participamos de Dios, y a esto se refería Pedro cuando decía: Para que
lleguéis a tener parte en la naturaleza divina, al igual que dice también el
Apóstol: ¿No sabéis que sois templo de Dios?, y también: Nosotros somos
templos del Dios vivo. Y al ver al Hijo mismo vemos al Padre. Pues la
consideración y comprensión del Hijo supone un conocimiento acerca del Padre,
porque Él es lo propio engendrado de su sustancia. Al igual que ninguno de vosotros
podría ya decir que el hecho de ser participado es una pasión y un
fraccionamiento de la sustancia de Dios (pues habéis concedido y reconocido
que Dios es participado y que ser participado y engendrar son lo mismo), de
igual manera lo engendrado no es ni una pasión ni un fraccionamiento de aquella
bienaventurada sustancia.
Por
lo tanto no es imposible creer que Dios tenga un Hijo, lo engendrado de su
propia sustancia, ni tampoco damos a entender una pasión y un fraccionamiento
de la sustancia de Dios cuando decimos «Hijo» y «lo engendrado», sino que más
bien, al conocer al que es auténtico, verdadero y unigénito que procede de
Dios, creemos de esta manera. Una vez que ha quedado claro y se ha mostrado que
lo engendrado que procede de la sustancia del Padre es el Hijo, nadie podría
poner en duda en adelante, sino que sería evidente, que el Hijo es la Sabiduría
y el Logos del Padre, en quien y por medio de quien crea y hace todas las
cosas; que es su resplandor en el cual ilumina todas las cosas y se revela a
quienes quiere; y que su impronta e imagen, en quien es contemplado y conocido,
es razón por la cual Él y el Padre son una sola cosa. En efecto, quien lo ve a
Él, esto es, al Cristo en quien todas las cosas son redimidas y que además ha
obrado la nueva creación, ve también al Padre.
De
nuevo, siendo así el Hijo, no encaja, sino que incluso resulta bastante
peligroso, decir que Él es una cosa hecha que procede de la nada o que no
existía antes de ser engendrado. En efecto, quien se refiere de esta manera a
lo propio engendrado de la sustancia del Padre llega a blasfemar en primer lugar
contra el Padre mismo, pensando acerca del Padre aquellas mismas cosas que se
ha inventado e imaginado acerca de lo engendrado de ÉL
Ciertamente, por sí solo, esto basta para desmantelar la
herejía arriana. Pero también en base a estas cosas uno podría captar lo
heterodoxo que hay en ella. Si Dios es hacedor y creador, y resulta que por
medio del Hijo crea las cosas que han sido hechas y no hay otra forma de
entender las cosas que han llegado a ser sino como llegadas a ser por medio
del Logos, ¿cómo no va a ser blasfemo, siendo Dios el creador, decir que hubo
un tiempo en que su Logos artífice, y su Sabiduría, no existía? En efecto, esto
equivale a decir que tampoco Dios es creador, al no tener un Logos artífice
propio y que procede de Él sino introducido desde fuera, y que el Logos, en
quien Dios obra como artífice, resulta ser ajeno a Él y desemejante en lo que
se refiere a la sustancia.
Que
nos expliquen a continuación, o más bien puedan percibir a partir de esto, su
propia blasfemia, la cual se deriva de decir: «Hubo un tiempo en que no
existía» y «No existía antes de ser engendrado». Pues si el Logos no coexiste
eternamente con el Padre, entonces la eterna Trinidad no existe, sino que
primero existió una mónada y después, mediante una adición, llegó a ser una
Trinidad y, avanzando el tiempo, según ellos, creció y se constituyó el
conocimiento de la teología.
Además,
si el Hijo no es lo propio engendrado de la sustancia del Padre, sino que ha
llegado a ser de la nada, entonces la Trinidad se constituye a partir de la
nada y hubo un tiempo en que no existió la Trinidad, sino una mónada. Hubo un
tiempo en que la Trinidad estaba falta de algo y hubo otro tiempo en que estaba
completa (privada de algo antes de que el Hijo llegara a ser, completa cuando
llegó a ser), y en adelante aquello que ha llegado a ser se
cuenta junto con el creador, y aquello que hubo un tiempo en que no existió pasa a formar parte de la teología junto al que existe siempre y
es glo rificado junto con Él. Y lo que es más, la Trinidad resulta ser
desemejante respecto de sí misma, al estar constituida por naturalezas y
sustancias que son ajenas unas a otras y diversas.
Por tanto, ¿qué
clase de divinidad es ésta que ni siquiera resulta ser semejante a sí misma,
sino que ha sido completada con el tiempo mediante una adición, y que hubo un
tiempo en que no fue así y otro tiempo en que sí que es así? Luego entonces es
natural que pueda recibir un añadido otra vez, y esto hasta el infinito, si
sucede que una vez (al principio) adquirió su constitución mediante una
adición. Por otro lado, no hay duda de que también es posible que disminuya,
pues es evidente que aquello que ha sido añadido también puede ser sustraído.
Pero
no es así ¡De ningún modo! La Trinidad no es algo que ha llegado a ser, sino
eterna. Existe una única divinidad en la Trinidad y una sola es la gloria de
la Santa Trinidad, por más que os atreváis a dividirla entre diversas
naturalezas (pues siendo el Padre eterno, decís que hubo un tiempo en que no
existía el Logos que está sentado junto a Él, y estando el Hijo sentado junto
al Padre os proponéis alejarlo de Él). La Trinidad es creadora y artífice, ¿y
no tenéis tampoco reparo en abajarla hasta el nivel de las cosas que proceden
de la nada? ¿No os da vergüenza equiparar las criaturas serviles a la nobleza
de la Trinidad y poner juntos al Rey y Señor Sabaoth y a sus
súbditos? Dejad de unir aquello que no está mezclado, sobre todo aquellas cosas
que no son con Aquél que es.
No
es posible que quienes dicen estas cosas procuren gloria y honra al Señor, sino
más bien infamia y deshonra, pues quien deshonra al Hijo deshonra al Padre. En
efecto, si ahora en la Trinidad la teología está en su estado perfecto y ésta
es la verdadera y única divinidad, y resulta que esto es lo bueno y la verdad,
entonces era necesario que esto fuera así siempre, para evitar que lo bueno y
la verdad sobrevengan después y la plenitud de la teología se constituya
mediante una adición. Así pues, era necesario que esto sea eternamente así. En
efecto, si no hubiese sido eternamente así, necesariamente tampoco ahora sería
así, sino tal como vosotros habéis supuesto desde el principio, de modo que
tampoco ahora existiría una Trinidad.
Pero
ningún cristiano podría soportar a semejantes herejes, ya que estas ideas,
como el hecho de introducir una Trinidad que ha llegado a ser y equipararla a
las cosas que han llegado a ser, son propias de los griegos. En efecto, es
propio el admitir disminuciones y añadidos en las cosas que han llegado a ser,
mientras que la fe de los cristianos sabe que la bienaventurada Trinidad es
inmutable, perfecta y siempre tiene la misma disposición, y no añade nada más a
la Trinidad ni piensa que en un momento determinado ha llegado a estar falta de
algo. Ambas afirmaciones son ciertamente infames. Por ello también la fe sabe
que la Trinidad no está mezclada con las cosas que han llegado a ser; la adora
preservando la indivisible unidad de su divinidad y evita las blasfemias de los
arrianos, y reconoce y sabe que el Hijo existe siempre, pues es eterno como el
Padre, de quien es Logos eterno. Volveremos sin duda sobre ello en otro
momento.
Si
la fuente de la Sabiduría y de la vida es y se dice que es Dios, como sucede
por medio de Jeremías: Me abandonaron a mí, la fuente de agua viva; y en otra
ocasión: Trono elevado de gloria, nuestra santificación; Señor, espera de
Israel, que se avergüencen todos los que te han abandonado; escríbase sobre la
tierra que quienes se han alejado han abandonado al Señor, la fuente de la vida,
y en Baruc está escrito; Abandonasteis la fuente de la Sabiduría, entonces se
habría de seguir que la vida y la Sabiduría tampoco son ajenas a la sustancia
de la fuente, sino propias, y que no fueron en un tiempo algo inexistente, sino
que existen siempre,
Y el Hijo es estas cosas, el cual de hecho
dice: Yo soy la vida y también: Yo, la Sabiduría, pongo mi morada
en la prudencia. Entonces, ¿cómo no va a cometer impiedad el
que dice: «Hubo un tiempo en que no existió el Hijo»? En verdad equivale a
decir que hubo un tiempo en que la fuente estuvo seca, sin la vida y sin la
Sabiduría. Pero tal cosa no sería a la sazón una fuente, ya que aquello que no
genera a partir de sí mismo no es una fuente. ¡De cuánto absurdo están repletas
todas estas cosas! En efecto, Dios anuncia que aquellos que cumplen su voluntad
serán como una fuente a la que nunca faltó el agua, diciendo por medio de
Isaías el profeta: Y serás colmado conforme al deseo de tu alma y tus huesos se
robustecerán y será como un huerto regado y como una fuente a la que no faltó
el agua. Pero estos arrianos se han atrevido a infamar a Dios, que es
denominado fuente de la Sabiduría y es ofendido, al llamarlo infecundo y falto
de su propia Sabiduría durante un tiempo.
Sin embargo las cosas que ellos dicen son falsas, y la verdad da testimonio de
que Dios es la fuente eterna de su propia Sabiduría. Al ser eterna la fuente,
forzosamente es también necesario que lo sea la Sabiduría. En la Sabiduría,
efectivamente, todas las cosas llegaron a ser, como canta David: Todas las
cosas las hiciste en la Sabiduría, y Salomón dice: Dios cimentó
la tierra en la Sabiduría y dispuso los cielos en su inteligencia.
El Logos es la Sabiduría misma y, como dice Juan, por medio de El llegaron
a ser todas las cosas y sin Él no llegó a ser nada. Y el Logos
mismo es el Cristo: Uno sólo es el Padre de quien todo procede y nosotros somos
para Él, y uno sólo Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas y
nosotros por medio de Él.
Por tanto, si por medio del Logos son todas las cosas, Él no puede ser
considerado una de ellas. En efecto, quien se atreve a decir que Aquél por
medio del cual son todas las cosas es una de ellas, sin duda pensará de alguna
manera lo mismo acerca de Dios, de quien proceden todas las cosas. Además,
sí uno rechaza esto como algo absurdo y separa a Dios de todas las cosas como
algo distinto de todas las demás, como consecuencia habría que decir también
que el Hijo unigénito, que es propio de la sustancia del Padre, es algo
distinto de todas las cosas. Y como el Hijo no es una de ellas, no es lícito
aplicarle las expresiones «Hubo un tiempo en que no existía» y «No existía
antes de ser engendrado». Ciertamente, semejantes palabras encaja bien
decirlas de las cosas que han sido hechas, mientras que el Hijo mismo es tal
como es el Padre, de quien es también lo propio engendrado de su sustancia,
Logos y Sabiduría. Esto es lo propio del Hijo respecto al Padre, y lo que
muestra que el Padre es propio del Hijo, de modo que no se puede decir ni que
hubo un tiempo en que Dios careciera de Logos ni que hubo un tiempo en que el
Hijo no existía. Pues ¿por qué razón es Hijo, si no es porque procede de Él?
¿O por qué razón es Logos y Sabiduría, si no es siempre y propio del Padre?
20. ¿Cuándo, entonces, existió Dios sin
aquello que le es propio? ¿O cómo puede uno pensar en aquello que es propio
como si se tratara de algo ajeno y de sustancia diversa? En efecto,
las demás cosas (tal como sucede con las que han llegado a ser), no son
semejantes en nada, en lo que respecta a la sustancia, a quien las ha hecho,
sino que están fuera de Dios, al haber llegado a ser en su Logos por gracia y
voluntad, de tal modo que pueden volver a dejar de existir en algún momento si
lo quisiese quien las ha hecho, ya que ésta es la naturaleza de las cosas que
han llegado a ser. En cambio, aquello que es propio de la sustancia del
Padre (ya se ha reconocido, en efecto, que esto es el Hijo), ¿cómo no va a ser
atrevido e infame decir que procede de la nada y que no existió antes de ser engendrado,
sino que ha sobrevenido y puede volver a no existir en algún momento?
Quien piense estas cosas, aunque sólo sea en su
ánimo, reflexione cómo se despoja a la sustancia del Padre de su carácter
perfecto y completo; así podrá uno ver de nuevo más claramente el absurdo de
la herejía, si se tiene en cuenta que el Hijo es imagen, resplandor del Padre,
impronta y verdad. En efecto, sí cuando existe la luz, el resplandor es
imagen suya, y cuando existe la hipóstasis, su impronta está acabada, y cuando
existe el Padre, existe la Verdad, esto es, el Hijo, entonces quienes miden
con el tiempo la imagen y la forma de la divinidad deberán examinar en qué gran
abismo de impiedad han caído, puesto que si el Hijo no existió antes de ser
engendrado, la Verdad no podría estar siempre en Dios. Sin embargo no es
lícito decir esto, pues existiendo el Padre, siempre existió en Él la Verdad,
que es precisamente el Hijo y quien dice: Yo soy la verdad; y
existiendo la hipóstasis, es de todo punto necesario que inmediatamente exista
la impronta e imagen de ella. En efecto, no está escrito que la imagen de Dios
venga de fuera, sino que Dios mismo es quien la engendra y en ella se regocija
al verse a sí mismo en ella, como el Hijo mismo nos dice: Yo era aquella en la
cual se regocijaba. Ahora
21. Por tanto, veamos entonces las
cosas que son propias del Padre, para así llegar a conocer también si la
imagen es propia de Él. El Padre es eterno, inmortal, potente, luz, rey,
todopoderoso, Dios, Señor, creador y hacedor. Es necesario que estas cosas
estén también en la imagen para que en verdad quien ha visto al Hijo ha visto
al Padre. Si esto no es así, sino que, como piensan los
arrianos, el Hijo es algo que ha llegado a ser y no es eterno, entonces no es
la verdadera imagen del Padre, a no ser acaso que después hayan tenido el
descaro de decir que el hecho de llamar imagen al Hijo no es signo indicativo
de una semejanza de sustancia, sino que es imagen suya sólo de nombre. Pero,
una vez más, esto -vosotros que lucháis contra Cristo- no es ni una imagen ni
una impronta.
En efecto, ¿qué parecido puede darse entre las cosas que proceden de la nada y
Aquél que ha creado las cosas que no existían trayéndolas a !a existencia? ¿O
cómo es posible que aquello que no es sea semejante a lo que es, si resulta que
el Logos es inferior en el hecho de no existir en un tiempo y en el hecho de
tener su puesto entre las cosas que han llegado a ser?
Los arrianos, como quieren que el Logos sea de
esta manera, se procuran a sí mismos razonamientos, diciendo: «Si el Hijo es
lo engendrado del Padre e imagen suya y es semejante en todo al Padre, es
absolutamente necesario que, así como ha sido
engendrado, el Hijo también engendre y llegue a ser también Él padre de un
hijo; y que el que haya sido engendrado de él a su vez también engendre y así
sucesivamente hasta el infinito. Esto es lo que muestra que Aquél que ha sido
engendrado es semejante a quien lo ha engendrado».
Verdaderamente los que luchan contra
Dios son urdidores
de infamias, aquellos que con el fin de evitar reconocer que el Hijo es imagen
del Padre, piensan cosas corporales y terrenales acerca del Padre mismo,
atribuyéndole separaciones, emanaciones y flujos. Luego, si Dios es como un
hombre, entonces que llegue a engendrar también como un hombre, de modo que el
Hijo llegue también a ser padre de otro y que así sucesivamente lleguen a ser
procediendo unos de otros, de modo que aumente, como argumentan ellos, la
sucesión de los dioses hasta alcanzar una multitud. Pero si Dios no es como un
hombre (y ciertamente no lo es), no es necesario pensar acerca
de Él aquellas cosas que son propias de los hombres.
En efecto, los demás seres vivos y los hombres, en razón de su origen, como
obra de un artífice, son engendrados sucediéndose unos a otros, y el que es
engendrado, al haber sido engendrado de un padre que es a su vez engendrado, lógicamente
llega a ser también él padre de otro, porque tiene en sí mismo, procedente de
su padre, esa capacidad generadora en virtud de la cual también él llegó a ser.
Por esta razón en semejantes seres no se da en sentido pleno ser «padre» e
«hijo», ni se mantiene estable en ellos este ser «padre» e «hijo», pues el hijo
mismo llega a ser también padre y mientras que es hijo de quien lo ha
engendrado es padre del que es engendrado de él. En cambio en la divinidad
no ocurre así. En efecto, Dios no es como un hombre, el Padre no procede de un
padre, y por lo tanto tampoco engendra a uno que llegará a ser Padre, y el Hijo
no procede de una emanación del Padre ni ha sido engendrado
de un Padre que haya sido a su vez engendrado, y por lo mismo tampoco ha sido
engendrado para engendrar. De donde se sigue que, únicamente en el caso de
la divinidad, el Padre es padre en sentido pleno y el Hijo es hijo en sentido
pleno, y que en su caso, y sólo en su caso, permanece estable el hecho de que
el Padre sea siempre padre y el Hijo sea siempre hijo.
22.Por tanto, quien trate de averiguar
por qué razón el Hijo no engendra un hijo, trate de averiguar por qué razón el
Padre no tuvo un padre. Sin embargo, no hay duda de que ambas preguntas son
absurdas y están repletas de toda infamia. En efecto, de la misma manera que el
Padre siempre es padre y no podría llegar a ser hijo en algún momento, de igual
manera el Hijo siempre es hijo y no podría llegar a ser padre en algún
momento. Y en este hecho se muestra mejor que el Hijo es impronta e imagen del
Padre, en que permanece como es y no cambia, manteniendo la identidad que ha
recibido del Padre. Efectivamente, si el Padre cambia, debe cambiar también
la imagen, ya que de esta manera su imagen y resplandor se corresponde con
quien lo engendró; pero si el Padre es inmutable y permanece en la forma en
que es, forzosamente también la imagen permanece siendo aquello que es y no
cambiará. Es Hijo que procede del Padre y por lo tanto ningún otro llegará
a serlo sino Aquél que es precisamente propio de la sustancia del Padre. En
vano, pues, piensan también esto los necios arrianos cuando quieren arrancar
del Padre la imagen, con el fín de equiparar al Hijo con las cosas que han
llegado a ser.
Así pues, los seguidores de Arrio, al colocar al Hijo entre esas cosas,
siguiendo la enseñanza de Eusebio, y al pensar que el Hijo es
tal como son las cosas que han llegado a ser por medio de Él, se han apartado
de la verdad. Iban rondando y
recopilando para sí términos perniciosos desde el principio, cuando idearon
esta herejía, y hasta el día de hoy algunos de ellos, encontrándose con
muchachos en la plaza, los interrogan sin mencionar para nada las Sagradas
Escrituras, sino que, como vomitando aquellas cosas de las que rebosa su
corazón, dicen: «El que existe, ¿ha hecho al que
no existía a partir de la nada o al que existía? ¿Lo ha hecho entonces cuando
existía o cuando no existía?», y también: «Lo que no ha llegado a ser, ¿es una
sola cosa o son dos? ¿Posee libre voluntad y, aunque es de naturaleza mutable,
no cambia por una elección propia? En verdad no es como una piedra que
permanece inmóvil por sí misma». Después, acercándose
también a las muchachas, les dicen a su vez palabras con entonación femenina:
«¿Acaso tenías un hijo antes de darlo a luz? Pues así como tú no lo tenías, de
igual manera tampoco existía el Hijo de Dios antes de ser engendrado».
Burlándose con semejantes palabras se divierten, desvergonzados, y hacen a
Dios semejante a los hombres. Y aunque dicen que son cristianos, han cambiado
la imagen de Dios por una representación de la imagen de hombres corruptibles.
23. No era, pues, necesario responder
nada a semejantes argumentos, al ser tan absurdos y necios, pero para que no
parezca que su herejía tiene alguna solidez, es preciso, aunque sea como de
pasada, refutarlos también en semejantes argumentos, sobre todo por el hecho
de que las muchachas han sido ingenuamente engañadas por ellos.
Habría sido necesario que quienes dicen estas
cosas interrogasen también a un arquitecto: «¿Acaso puedes edificar sin
materia? Pues así como no puedes, tampoco Dios era capaz de hacer el conjunto
de las cosas sin materia subyacente». También habría sido necesario que ellos
preguntasen a cada uno de los hombres: «¿Acaso puedes existir sin un lugar?
Pues al igual que tú no puedes, así también Dios está en un lugar», para que de
esta manera puedan ser refutados incluso por los que los escuchan. ¿ O por qué
razón, si oyen que Dios tiene un Hijo, lo niegan, fijándose en lo que ocurre
con ellos mismos, y en cambio, si oyen que crea y hace, ya no
ponen como objeción lo que es característicamente humano? Habría sido
necesario que ellos considerasen, también en la acción de crear, el modo humano
y que postulasen una materia en Dios, de modo que negaran también que Dios es
creador y acabaran arrastrándose junto con los maniqueos.
Pero si la idea que se tiene acerca de Dios va más allá de estas cosas y, con
sólo haberlo oído, cualquiera cree y sabe que Dios no es como somos nosotros
(es, sin duda, como Dios) y que no crea como crean los hombres (crea, sin duda,
como Dios), entonces es evidente que tampoco engendra como engendran los
hombres (engendra, sin duda, como Dios). En efecto, Dios no imita a los
hombres, sino que, más bien, son los hombres mismos quienes son llamados
también padres de sus propios hijos a causa de Dios que es, en sentido pleno y
único, verdaderamente Padre de su propio Hijo. Pues de Él toma nombre toda
paternidad en los cielos y en la tierra. Si las cosas que dicen los arrianos
quedaran sin examinar, se les considerará como quienes han dicho algo razonable;
pero si uno las investiga desde el punto de vista lógico, serán hallados dignos
de gran risa y burla.
24.Para empezar, la primera pregunta,
tal como ellos la hacen, es necia y confusa, pues no indican acerca de quién
están preguntando (que es lo que permite al interrogado responder), sino que
dicen sin más: «El que existe al que no existía». ¿Quién es entonces,
arrianos, «el que existe» y quiénes «las cosas que no son»? ¿O quién es «el que
existe» y quién «el que no existía» y qué cosas decís que existen o no existen?
En efecto, «el que existe» es capaz de hacer no sólo las cosas que no existen,
sino también las que existen y las que anteriormente existieron. Así, un
carpintero, un orfebre y un alfarero trabajan, cada uno según su propia
técnica, una materia que ya existe incluso antes que ellos, fabricando los
utensilios que quieren. Así, el Dios de todo cuanto existe modela al hombre
después de haber tomado de la tierra polvo que existía y ya había llegado a
ser por obra suya. Por medio de su propio Logos,
ciertamente, hizo que esta tierra, que antes no existía, llegase después a
existir. Por consiguiente, si es así como preguntan, es evidente que la
creación no existía antes de llegar a ser, mientras que los hombres trabajan
sobre una materia que ya existe. Y entonces saldrá a la luz la inconsistencia
de su razonamiento, pues llegan a ser tanto cosas que existen como cosas que no
existen, como hemos dicho.
Pero si hablan acerca de Dios y de su Logos,
que suplan lo que falta a su pregunta y que pregunten de esta manera: «¿El Dios
que existe estuvo un tiempo privado de su Logos, y siendo luz,
estuvo sombrío? ¿O fue siempre Padre del Logos?»; o también de esta otra
manera: «¿El que es Padre ha hecho al Hijo que no existía o tiene siempre
junto a Él al que es su propio Logos y lo engendrado de su sustancia?», para
que así sepan que están tratando precisamente de Dios y del que
procede de Él y se están atreviendo a hacer elucubraciones. En efecto,
¿quién podrá soportar que ellos digan que Dios estuvo un tiempo privado del
Logos? Han vuelto a caer en el mismo error que los anteriores
herejes, por más que se hayan esforzado en evitarlo y ocultarlo con sus
propios sofismas. Sin embargo no lo han conseguido, ya que ninguno en absoluto
querría siquiera escucharlos cuando argumentan que Dios no fue siempre Padre,
sino que ha llegado a serlo después (con el fin de imaginarse también que hubo
un tiempo en que su Logos no existió), porque son muchos los argumentos expuestos
anteriormente contra ellos y porque Juan dice: Existía el Logos,
y Pablo escribe: El que es resplandor, y: El que es
sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos, amén.
25. Habría sido mejor que ellos se
callaran. Pero dado que no cejan en su empeño, ante semejante desvergonzada pregunta
que hacen, alguien, habiendo hecho acopio de una osadía equivalente a la suya,
podría después preguntarles lo siguiente. Quizá desistan de la lucha contra la
verdad al verse de este modo atrapados por semejantes incongruencias. Por
consiguiente, después de haber invocado antes muchas veces a Dios para que sea
propicio, uno podría salirles al paso de esta manera: «¿El Dios que existe: no
existiendo, llegó a existir? ¿O existe incluso antes de llegar a existir?
¿Existiendo se hizo a sí mismo? ¿O no procede de nada y, no existiendo nada, de
repente Él mismo apareció existiendo el primero?». Sí, es absurda tal
pregunta, absurda y llena de injuria, y no obstante es semejante a la de
aquellos, ya que, sea cual sea de las dos la respuesta que den, está repleta
de toda impiedad.
Mas si preguntar así acerca de Dios es blasfemo y está lleno de impiedad,
blasfemo sería también preguntar tales cosas acerca del Logos. Sin embargo,
para destruir semejante pregunta, irracional
y necia, que ellos hacen, es obligado responder de esta manera: que Dios,
existiendo, existe eternamente, y por lo tanto, al existir siempre el Padre
también existe eternamente su resplandor, que es precisamente su Logos;
además, que Dios, existiendo, tiene al Logos que existe y procede de Él, y que
ni el Logos ha sobrevenido no existiendo antes ni el Padre estuvo privado en
algún momento de su Logos. En efecto, su osadía contra el
Hijo conduce hacia arriba la blasfemia hasta el Padre, si resulta que concibió
para sí una Sabiduría, un Logos y un Hijo que vienen de fuera. En efecto,
cualquiera de estos nombres que menciones se refiere a lo engendrado que
procede del Padre, como se ha dicho, de manera que esa pregunta que ellos hacen
es inconsistente, como es lógico, pues al negar al Logos presentan una pregunta
que es también irracional.
Y al igual que si una persona, al ver el sol, tratase de hacer averiguaciones
acerca del resplandor y dijese: «¿El que existe ha hecho al que no existía o ha
hecho al que existía?», no se pensará que semejante persona tiene un modo de
pensar equilibrado, sino que sería una persona trastornada, sencillamente
porque considera lo que procede de la luz como venido de fuera y pregunta
acerca del resplandor cuándo, dónde, en qué momento y si ha sido hecho; de la
misma manera, quien piensa semejantes cosas acerca del Hijo y del Padre y trata
de hacer averiguaciones de esa manera, debería tener un castigo mucho más
grande, porque añade al Padre desde fuera el Logos que procede de Él y,
tomando confusamente lo engendrado por naturaleza, como si fuese una cosa
hecha, dice: «No existía antes de ser engendrado». Sin embargo, que también escuchen,
como respuesta a su pregunta, que el Padre que existía hizo al Hijo que ya existía,
pues el Logos llegó a ser carne,
26. Pero vosotros, arrianos, haciendo
memoria de vuestras propias palabras, decid: El que existía, ¿tenía necesidad
del que no existía para crear como artífice todas las cosas o tenía necesidad
del que ya existía? Pues habéis dicho: «Se preparó de la nada para sí, como
instrumento, al Hijo, a fin de hacer por medio de Él todas las cosas».
¿Qué es entonces mejor, aquello que tiene necesidad o lo que suple la
necesidad? ¿O acaso ambos suplen uno al otro la respectiva necesidad? En
efecto, cuando decís semejantes cosas mostráis más bien la debilidad de quien
se prepara el instrumento, al no haber sido capaz también Él, por sí solo, de
crear como artífice todas las cosas, sino que concibe para sí un instrumento
que viene de fuera, como un carpintero o un armador de barcos cualquiera, que
no es capaz de hacer lo que hace sin una azuela o una sierra. ¿Qué hay
entonces más impío que esto? ¿O por qué es absolutamente necesario emplear el
tiempo en estas cosas, como si fuesen tremendas, siendo suficientes las cosas que
ya hemos dicho para mostrar que lo que los arrianos sostienen no es más que
pura imaginación?
Y en lo que respecta a la otra muy estúpida y
necia pregunta que hacen, la que utilizan con las
muchachas, de nuevo tampoco habría sido necesario responder nada acerca de
ella, o únicamente esto que hemos dicho anteriormente, es decir, que no hay por
qué medir la generación que procede de Dios con
los mismos parámetros con los que medimos la naturaleza de los hombres. Sin
embargo, para que también en esto se condenen a sí mismos, es bueno salirles
otra vez ai paso a partir también de sus propios argumentos.
En general, si preguntan a los progenitores
acerca de un hijo, deben reflexionar de dónde procede el hijo engendrado. En
efecto, aunque el progenitor no tuviera un hijo antes de engendrarlo, sin
embargo no lo ha tenido venido de fuera y no es de naturaleza diversa, sino que
procede de sí mismo, es propio de su sustancia y obtuvo una imagen semejante,
de tal manera que el hijo es visto en el padre y el padre es contemplado en el
hijo. Por lo tanto, si entienden el tiempo de los que son engendrados a partir
de los parámetros humanos, ¿por qué razón no reflexionan también en base a esos
mismos parámetros acerca de la identidad de naturaleza y del carácter propio de
los que han sido engendrados respecto a sus progenitores, y en cambio, como
hacen las serpientes, recogen de la tierra únicamente aquello que es necesario
para su veneno?
Habría sido necesario que ellos, por el
contrario, a la hora de interrogar a los progenitores y decirles: «¿Acaso
tenías un hijo antes de engendrarlo?», hubiesen añadido y dicho lo siguiente:
«Si tuvieses un hijo, ¿acaso te vendría de fuera, como cuando compras una casa
o alguna otra propiedad?», de manera que te respondiese: «No viene de fuera,
sino que pro cede de mí. Pues las cosas que vienen de fuera son cosas que se
poseen y pasan de uno a otro, mientras que el hijo procede de mí, es propio de
mi sustancia, es semejante a mí y no ha llegado a mí de otro, sino que ha sido
engendrado procediendo de mí. Por lo cual también estoy completamente en él
permaneciendo yo mismo lo que soy». En efecto, es así como su cede. Y
aunque el progenitor difiera en el tiempo (por ser también él un hombre que ha
llegado a ser en el tiempo), no obstante también él habría tenido al hijo
coexistiendo siempre con él, si la naturaleza no lo hubiese obstaculizado y
hubiese impedido que fuese posible. Sin duda que Leví estaba en los lomos
de su bisabuelo antes que éste mismo fuera engendrado y el abuelo
lo fuese a engendrar. De este modo, cuando el hombre alcanza la edad en la que
la naturaleza procura lo necesario, enseguida el hombre que no esté dotado de
una naturaleza impedida llega a ser padre del hijo que procede de él.
27. Así pues, si han preguntado a los
progenitores por sus hijos y han llegado a saber que los que son hijos por naturaleza
no vienen de fuera, sino que proceden de sus progenitores, entonces que
reconozcan también acerca del Logos de Dios que todo Él procede del Padre. Que
digan también, al indagar acerca de la cuestión del tiempo, qué es lo que
puede ser impedimento para Dios (pues es preciso refutar a los impíos arrianos
tomando pie de aquello mismo que preguntaban a modo de burla). Que digan por
tanto qué es lo que impide a Dios ser siempre Padre del Hijo (pues el hecho de
que lo engendrado proviene del Padre ya se ha reconocido).
Pero para que también se acusen a sí mismos del todo por haber pensado
semejantes cosas acerca de Dios, de igual manera que han preguntado a las
muchachas acerca de la cuestión del tiempo, de esa misma manera deberían
preguntar también al sol acerca de su resplandor y a la fuente acerca de lo que
mana de ella, para que aprendan que, por más que estas cosas sean engendradas,
también existen siempre junto con aquellas de las cuales proceden. Y si
para semejantes progenitores vale aquello de «por naturaleza» y «siempre» con
respecto a aquellos a quienes engendran, ¿por qué razón entonces, si están
concibiendo a Dios como inferior a los seres creados, no sacan a la luz de una
manera más clara su impiedad? Pero si no se atreven a decirlo abiertamente, y
por otra parte se reconoce que el Hijo no viene de fuera sino que es por naturaleza
lo engendrado que procede del Padre, y resulta que tampoco hay nada que sea un
impedimento para Dios (¡pues Dios no es como un hombre, sino que
es incluso mayor que el sol, o mejor, es el Dios del sol), entonces es evidente
que el Logos no sólo procede del Padre, sino que también coexiste siempre con
Él, y que por medio del Logos el Padre hizo que vinieran a la existencia todas
las cosas que no existían.
Por tanto, que el Hijo no procede de la nada
sino que es eterno y procede del Padre lo demuestra incluso el hecho mismo; y
la pregunta que los arrianos dirigen a los progenitores refuta su propia mala
intención. En efecto, han reconocido el hecho de que es por naturaleza, y a
continuación también han sido puestos en evidencia en lo que respecta a la
cuestión del tiempo.
28. Pero que no es necesario equiparar
la generación de Dios a la naturaleza de los hombres y considerar que el Hijo
es una «parte» de Dios, o que en general la generación no significa
necesariamente una cierta pasión, nos hemos adelantado a decirlo
anteriormente y ahora repetimos lo mismo: Dios no es como un hombre.
En efecto, los hombres engendran experimentando pasión, porque tienen una
naturaleza caduca y están sujetos a los tiempos a causa de la debilidad de su
propia naturaleza. En cambio, no es posible decir esto en el caso de Dios,
pues Dios no existe como un compuesto de partes, sino que al ser impasible y
simple es Padre del Hijo sin pasión y sin división, y de esto hay, una vez más,
una gran prueba y demostración tomada de las Sagradas Escrituras. El Logos
de Dios es, en efecto, su Hijo, y el Hijo es el Logos del Padre y la Sabiduría.
Y el Logos y la Sabiduría no es ni una parte
de aquello de lo cual es el Logos ni es lo engendrado según pasión. La
Escritura entonces, al unir ambos, lo llamó por un lado «Hijo», para anunciar
como buena nueva que es lo engendrado por naturaleza y que procede
verdaderamente de la sustancia, mientras que, para que nadie pudiese suponer
que lo engendrado era un hombre, dice también, refiriéndose a su sustancia,
que Él es «Logos», Sabiduría y resplandor. En base a esto pensamos también en
la impasibilidad de su generación y en su ser eterno y adecuado a Dios.
Así pues, ¿qué clase de pasión o qué clase de
parte del Padre es entonces el Logos, la Sabiduría y el resplandor? Esto hasta
los mismos necios son capaces de comprenderlo. En efecto, de igual manera
que iban preguntando a las mujeres acerca del Hijo, que pregunten también de la
misma manera a los hombres acerca del Logos, para que comprendan que la palabraque pronuncian no es ni una pasión ni una parte de su
pensamiento. Y si la palabra de los hombres, aunque ellos estén sujetos a
pasión y estén compuestos de partes, es de esta manera, ¿por qué razón piensan
que hay pasiones y partes en el caso del Dios incorpóreo e indiviso, para así,
fingiendo naturalmente respetar a Dios, negar la generación verdadera y por
naturaleza del Hijo ? Que lo engendrado que procede de Dios no es una pasión ha
quedado suficientemente demostrado con lo que se ha dicho anteriormente. Pero
ahora ha quedado también mostrado en el caso particular que el Logos no ha
sido engendrado según pasión.
Por
otro lado, que escuchen también las mismas cosas acerca de la Sabiduría (Dios
no es como un hombre) y que también en este caso eviten imaginarse
cosas humanas acerca de Él. Siendo verdad que los hombres han llegado a ser
capaces de recibir a su vez la sabiduría, Dios, no participando de nada,
es Él mismo el Padre de la Sabiduría. Los que participan de ella suelen ser
llamados sabios, y esta Sabiduría misma no es una pasión ni una parte, sino lo
engendrado propio del Padre.
Por esta razón Dios es siempre Padre y no le
sobrevino el hecho de ser padre, para que no se piense que también es mutable.
En efecto, si es bueno que Él sea Padre pero no lo ha sido siempre, entonces
lo bueno no habría estado siempre en el Padre.
29. Sin embargo Asterio dice: «He aquí
que Dios también es siempre creador y no le ha sobrevenido la potencia para
crear como artífice; ¿acaso entonces, por el hecho de que sea el artífice, son
eternas también las cosas que han sido hechas y no es lícito tampoco decir que
no existían antes de ser engendradas?». ¡Insensatos arrianos! ¿Qué hay de
semejante entre un hijo y una cosa hecha para que estas cosas que se aplican
al Padre las apliquéis también a las cosas que han sido hechas por obra de
artífice? ¿Y cómo es que después de haber sido mostrada, en lo que precede, la
gran diferencia que existe entre lo engendrado y una cosa hecha, persistís en
la ignorancia? Por tanto hemos de volver a repetir lo mismo: que una cosa
hecha viene de fuera de quien la hace, como se ha dicho, mientras que el Hijo
es lo propio engendrado de la sustancia. Por esta razón no es necesario que la
cosa hecha exista siempre, pues cuando el artífice quiere la hace, mientras
que lo engendrado no está sometido a la voluntad, sino que es una propiedad
de la sustancia. Y el hacedor lo sería y se llamaría así aunque todavía no
existiesen sus obras, mientras que el Padre no sería llamado padre ni lo sería
sí no existiese un Hijo.
¿Tratan de averiguar por qué razón Dios pudiendo crear no crea siempre? Esta es
también una osadía propia de aquellos que no están en sus cabales, pues ¿quién
conoció la mente del Señor o quién fue su consejero?. ¿O cómo
dirá la figura
modelada al alfarero: por qué me has hecho así?. Pero para no
quedarnos callados, aunque hemos encontrado que el razonamiento es en algún
aspecto oscuro, escuchen ellos que, aunque Dios sea siempre capaz de crear, sin
embargo las criaturas no habrían podido ser eternas, porque proceden de la
nada y no existían antes de llegar a ser. Y aquellas cosas que no existían
antes de llegar a ser, ¿cómo habrían sido capaces de coexistir con el Dios que
existe siempre? Por lo cual, Dios, considerando su provecho, ha hecho todas
las cosas en el momento en que ha visto que podían permanecer después de haber
llegado a ser. Y así como pudiendo haber enviado también desde el principio, en
tiempos de Adán, Noé y Moisés, a su propio Logos, no lo envió sino en la
plenitud de los tiempos (pues supo que esto aprovechaba a toda la creación),
de la misma manera también hizo a las cosas que han llegado a ser cuando quiso
y fue provechoso para ellas.
En cambio, el Hijo, como no es una cosa hecha,
sino propio de la sustancia del Padre, existe siempre, pues al existir el
Padre siempre es necesario que también exista siempre lo que es propio de su
sustancia, que es precisamente su Logos y Sabiduría. Además, las criaturas,
aunque no existiesen nunca, no menoscabarían a su Hacedor, ya que tiene la capacidad
de crear como artífice cuando quiera, mientras que lo engendrado, si no
coexiste siempre con el Padre, supone una disminución de la perfección de su
sustancia. De donde se sigue que las cosas que han sido hechas fueron creadas,
cuando el Padre lo quiso, por medio de su Logos, mientras que el Hijo es
siempre lo propio engendrada de la sustancia del Padre.
30. Estas cosas alegran a los
creyentes, pero entristecen a los herejes al ver su herejía destruida. Además,
también aquella pregunta suya: «¿Lo que no ha sido engen drado es uno o son dos?», muestra una vez más que su modo de pensar no es correcto,
sino sospechoso y repleto de engaño. En efecto, no preguntan de ese modo para
honrar al Padre, sino para deshonrar al Logos. De este modo, si alguno,
ignorando su malicia, respondiese: «Lo no engendrado es uno solo», enseguida
vomitarían su propio veneno diciendo: «Entonces el Hijo forma parte de las
cosas que han llegado a ser y hemos dicho correctamente que no existía antes de
ser engendrado». En efecto, todo lo embrollan y revuelven, con el único
propósito de distanciar al Logos del Padre y contar al artífice de todo entre
el número de las cosas que han sido hechas.
En primer lugar, por tanto, los arrianos son
también merecedores de una condena, porque, al reprochar a los obispos que se
han reunido en Nicea el hecho de que se hayan servido de
expresiones que no se encuentran en la Escritura (las cuales,
no obstante, no son ignominiosas, sino que han sido puestas para destruir su
impiedad), han incurrido ellos mismos en su propia acusación, al hablar
utilizando expresiones que no se encuentran en la Escritura y concebir ultrajes
contra el Señor, no sabiendo ni lo que dicen ni sobre qué afirmaciones hacen.
Que pregunten entonces a los griegos, a quienes han oído esas expresiones
(pues no son una invención de la Escritura, sino de los griegos), para que,
después de haber escuchado cuántos significados tiene la expresión, aprendan
que ni siquiera
preguntan adecuadamente acerca de aquellas cosas que dicen saber.
En efecto, también yo he descubierto gracias a
ellos que se llama «no llegado a ser» a aquello que nunca ha
llegado a ser pero es capaz de llegar a ser, como la madera que todavía no ha
llegado a formar parte de un casco de navio, pero que puede llegar a serlo. También se llama «no llegado a ser» a aquello que, en efecto, no ha llegado a
ser, y tampoco es capaz de llegar a ser en momento alguno, como es el caso del
triángulo y el número par, ya que ni el triángulo ha llegado a ser en algún
momento un cuadrado ni podría llegar a serlo, así como tampoco el número par ha
llegado a ser en algún momento impar ni podría llegar a serlo. Pero
también se llama «no llegado a ser» a lo que existe sin haber sido engendrado
de nadie y que carece absolutamente de padre. Por su parte el perverso sofista
Asterjo, que es también defensor de la herejía, ha añadido
en su propio tratado que «no llegado a ser» es «lo que no ha sido
hecho pero existe siempre». Por consiguiente, habría sido
necesario que a la hora de preguntar, precisaran en qué sentido entienden la
expresión «no llegado a ser», de manera que la persona preguntada pueda
responderles adecuadamente.
31. Pero si piensan que preguntan
correctamente cuando dicen: «¿Lo que no ha llegado a ser es uno sólo o son
dos?», van a escuchar en primer lugar, como ignorantes que son, que son muchos
y también ninguno, pues las cosas que son capaces de llegar a ser son la
mayoría, mientras que no hay
ninguna cosa que sea lo que no es capaz de llegar a ser, como se ha dicho.
Pero si preguntan en el sentido en que
determinó Asterio entender la expresión («no llegado a ser» es aquello que no
es una cosa hecha sino que existe siempre), entonces que escuchen, no una vez
sino muchas, que también el Hijo podría ser llamado de esta forma «no llegado a
ser», de acuerdo con esta interpretación. En efecto, no es una de las cosas que
han llegado a ser ni una cosa hecha, sino que coexiste eternamente con el
Padre, como ya ha quedado también mostrado, por más que le den vueltas muchas
veces con el único propósito de decir contra el Señor que «procede de la nada»
y que «no existía antes de ser engendrado».
Por tanto, si privados de todo argumento quisiesen
después preguntar según aquel significado (de acuerdo con el cual
«no llegado a ser» se refiere a lo que existe pero que no ha sido engendrado de
nadie y no tiene un padre), también nos oirán decir a nosotros que en este
sentido se trata de uno sólo y que únicamente el Padre es «no llegado a ser», y
no podrán conseguir nada más al escuchar semejantes cosas. En efecto, el
hecho de que Dios sea llamado «no llegado a ser» de esta manera, tampoco
implica que el Hijo sea una cosa que ha llegado a ser, siendo evidente, de
acuerdo con las demostraciones precedentes, que el Logos es tal y como es el
que lo ha engendrado. Por tanto, si Dios no ha llegado a ser, entonces su imagen,
que es precisamente su Logos y Sabiduría, tampoco ha llegado a ser, sino que es
lo engendrado. ¿Pues qué parecido cabe entre lo que ha llegado a ser y lo
que no ha llegado a ser? No hay que temer, en efecto, repetir otra vez las
mismas cosas, puesto que si quieren que lo que ha llegado a ser sea semejante a lo que no ha llegado a see, de manera que quien
vea al
Logos vea al Padre, no están lejos de decir que también lo que no
ha llegado a ser es imagen de las criaturas. Y en adelante todo
se les embrolla (por un lado la equiparación de lo que ha llegado a ser con lo
que no ha llegado a ser y, por otro, la destrucción de lo que no ha llegado a
ser al medirse junto a las cosas que han sido hechas), con el único propósito
de hacer descender al Hijo al nivel de las cosas que han sido hechas.
32. No obstante tampoco creo que los
arrianos quieran todavía decir semejantes cosas, si es que hacen caso a Asterio, el sofista. Pues él, por más que se esfuerza en ser el defensor de la
herejía arriaría y dice que es uno sólo el que no ha llegado a ser, contradice
a los arrianos diciendo lo contrario que ellos, al afirmar que la Sabiduría de
Dios no ha llegado a ser y carece de principio. Y éstas son una parte de las
cosas que ha escrito: «Y no dijo el bienaventurado Pablo que predicaba a
Cristo, que es la potencia de Dios o la Sabiduría de Dios, sino
potencia y sabiduría de Dios, sin el añadido del artículo, predicando que es
otra la potencia propia de Dios mismo, la cual es innata a Él y coexiste con Él
sin haber llegado a ser».
Y de nuevo, un poco después: «Aunque ciertamente su eterna potencia y Sabiduría que, conforme dan a entender los razonamientos verdaderos, carece de principio y no ha llegado a ser, sería sin duda una sola y la misma». En efecto, aunque pensó que existían dos sabidurías por no haber entendido bien la expresión del Apóstol, sin embargo, en cualquier caso, por el hecho de haber dicho que la Sabiduría que coexiste con Dios no ha llegado a ser, ha afirmado que lo que no ha llegado a ser ya no es uno solo, sino que, junto con Dios, hay además otra cosa que no ha llegado a ser. Lo que coexiste, ciertamente, no lo hace consigo mismo, sino que coexiste con otro. Por consiguiente, o bien, haciendo caso a Asterio, no deberían preguntar en adelante «¿ Lo no llegado a ser es uno o son dos?», para que no luchen contra Asterio, como quienes están indecisos, o bien, si se oponen también a él, que no se apoyen en su tratado, para evitar destruirse entre ellos mordiéndose unos a otros. En pocas palabras, esto es lo que hay que decir frente a su ignorancia. En cambio, frente a su perversa resolución,
¿qué les podría decir uno suficientemente? ¿Quién no los odiaría con toda
razón a ellos, que están un fuera de sí? En efecto, dado que ahora ya no tienen
libertad para decir «procede de la nada» y «no existía antes de ser
engendrado», se han inventado el término «no llegado a ser», para que al decir
entre los incautos que el Hijo es algo que ha llegado a ser, signifique otra vez lo mismo
que aquellas otras expresiones («procede de la nada» y «hubo un tiempo en que
no existió»). Pues con ellas se refieren a las cosas que han llegado a ser y a
las criaturas.
33. Así pues, habría sido necesario
que, si confían en lo que dicen, se mantuviesen firmes en ellas y no cambiar su
postura de maneras tan diversas. Pero no van a querer. Creen que son capaces de
todo fácilmente si, encubriendo con este nombre la herejía, colocan al frente
el término «no llegado a ser». No hay duda de que este término mismo de «no
llegado a ser» no alcanza su significado al Hijo, aunque ellos refunfuñen,
sino frente a las cosas que han llegado a ser. Además, alguno
podría verlo como semejante a «Todopoderoso» y «Señor de las potencias». En
efecto, si el Padre de todas las cosas ejerce su poder y señorío por medio del
Logos, y
resulta que el Hijo reina sobre el Reino del Padre, y tiene el poder sobre
todas las cosas como Logos e imagen del Padre, entonces es muy claro que de
este modo ni el Hijo es contado entre todas las cosas, ni el Padre es llamado
todopoderoso y Señor por causa del Hijo, sino por causa de aquellas cosas que
han llegado a ser por medio del Hijo, sobre las cuales ejerce su poder y
señorío por medio del Logos. Y entonces el término «no llegado a ser» no
adquiere su significado por causa del Hijo, sino por causa de las cosas que han
llegado a ser por medio del Hijo. ¡Y con toda razón!, porque Dios no es como
las cosas que han llegado a ser, sino que es creador y artífice de ellas por
medio del Hijo.
Y así como el término «no llegado a ser»
adquiere su significado frente a las cosas que han llegado a ser, de la misma
manera el término «Padre» es indicativo del Hijo. El que llama «hacedor»,
«artífice» y «no llegado a ser» a Dios, mira y entiende las criaturas y las
cosas que han llegado a ser, mientras que el que llama «Padre» a Dios,
enseguida piensa en el Hijo y lo contempla. Por ello uno se podría
sorprender de la obstinación de los arrianos en la impiedad, ya que, aunque
también es cierto que el término «no llegado a ser» tiene el recto sentido que
hemos señalado anteriormente y es posible utilizarlo con piedad, ellos lo
pronuncian para deshonrar al Hijo, de acuerdo con su propia herejía, al no
haber leído que el que honra al Hijo honra al Padre y el que no honra al Hijo
no honra al Padre.
En efecto, si de veras les hubiese preocupado
la buena fama y la honra del Padre, habría sido necesario más bien (y esto
habría sido lo mejor y lo más grande) que ellos conocieran y hablasen de Dios
como Padre en lugar de llamarlo de aquella otra manera. Pues ellos, como se
ha dicho anteriormente, al llamar «no llegado a ser» a Dios a partir de las obras
que han llegado a ser, sólo llaman hacedor y artífice a Dios, creyendo que en
base a esto pueden referirse, conforme a su propio gusto, también al Logos como
una cosa que ha sido hecha. Por el contrario, el que llama «Padre» a Dios se
refiere a Él a partir del Hijo, sin ignorar que, existiendo el Hijo, todas las
cosas que han llegado a ser forzosamente fueron creadas por medio de ÉL.
Quienes dicen «no llegado a ser» se refieren al Padre únicamente a partir de
las obras y no conocen tampoco ellos, al igual que los griegos, al Hijo. Por
el contrario, el que llama a Dios «Padre» se refiere a Él a partir del Logos
y, al conocer al Logos, sabe que es artífice y comprende que por medio de Él
han llegado a ser todas las cosas .
34. Por consiguiente, sería mucho más
piadoso y más verdadero referirse a Dios a partir del Hijo y llamarlo Padre que otorgarle el nombre únicamente a partir de las obras y llamarlo «no
llegado a ser». Pues este nombre, no sólo individualmente -como he dicho-,
sino en conjunto, se refiere a todas las obras que han llegado a ser y
proceden de la voluntad de Dios por medio del Logos, mientras que el de «Padre»
se refiere únicamente al Hijo y surge en relación a Él. Y en la medida en
que dista el Logos de las cosas que han llegado a ser, tanto y aún más podría
distar el llamar a Dios «Padre» del llamarle «no llegado a ser». Además este
término no aparece en la Escritura, es sospechoso y tiene un significado muy variado,
de manera que lleva de aquí para allá, en varias direcciones, la mente del que
se pregunta acerca de su significado. El término «Padre», por el contrario, es
simple, está atestiguado en la Escritura, es más verdadero y se refiere
únicamente al Hijo. Además, el término «no llegado a ser» se encuentra entre
los griegos, que no conocen al Hijo, mientras que el término «Padre» ha sido
dado a conocer por el Señor nuestro y constituye una gracia.
Y sabiendo de quién es Hijo, Él mismo decía: Yo
estoy en el Padre y el Padre en mí, El que me ha visto a mí ha
visto al Padre, y: Yo y el Padre somos una sola cosa, y en
ningún lugar aparece Él llamando al Padre «no llegado a ser». Al contrario, al
enseñarnos a orar no dijo «Cuando oréis, decid: ¡oh Dios, no llegado a ser!»,
sino más bien: Cuando oréis, decid: Padre nuestro, que estás en los cielos.
Además quiso que lo capital de nuestra fe se dirigiese hacia esto, al
ordenaros bautizar no «en el nombre del no llegado a ser y del llegado a ser»
ni «en el nombre del que no es criatura y del que es criatura», sino: En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En efecto, siendo nosotros así perfeccionados y
perteneciendo al número de las criaturas, somos hechos hijos después,
y al pronunciar el nombre del Padre, llegamos a conocer también, a partir de
este nombre, al Logos que está en el Padre mismo. Ha quedado mostrado,
pues, que su intento de usar el término «no llegado a ser» es inútil y que no
tiene mayor relevancia que el hecho de ser una mera fantasía.
35. Y en lo que se refiere a su
pregunta de si el Logos es «mutable», está de más investigar sobre ello, pues
también basta únicamente con que yo, después de haber anotado las cosas que
dicen, muestre la osadía de su impiedad. En efecto, estas son las tonterías
que dicen, cuando preguntan: «¿Tiene libre voluntad o no? ¿Es entonces bueno
por una elección conforme a su libre voluntad y es capaz, si quisiese, de
mudarse al ser de naturaleza mutable? ¿Acaso no está en su mano el elegir
libremente moverse e inclinarse hacia una y otra dirección, como sucede con una
piedra y un madero?». No es entonces algo ajeno a su herejía el decir y
pensar semejantes cosas, pues, una vez que se han modelado un Dios que procede
de la nada
y un Hijo creado, se sigue lógicamente que también hayan escogido vocablos
tales que se ajustan bien a las criaturas. Y puesto que luchan continuamente
contra los que pertenecen a la Iglesia, aunque les escuchan hablar acerca del
verdadero y único Logos del Padre y se atreven a pronunciar tales cosas acerca
de Él, ¿quién podría ver algo más infame que esta doctrina? Con sólo
escucharlos a ellos, y aunque no fuese capaz de rebatirlos, ¿quién no se
espanta y se tapará los oídos extrañándose de las cosas que ellos dicen, y al
escuchar palabras inútiles que contienen inmediatamente y en su misma enunciación
la blasfemia?
En efecto, si el Logos es mutable y cambia, ¿dónde se detendrá entonces y cuál
será el término de su aumento? ¿O cómo será capaz el que es mutablede ser semejante al que es inmutable? ¿Cómo va a pensar que ha
visto al que es inmutable el que ha visto al que es mutable? ¿En
qué estadio de su desarrollo, sí llega a ser, podrá uno entonces ver en el Hijo
al Padre? Ciertamente, es claro que no siempre verá uno en Él al Padre por
el hecho de que el Hijo está siempre mudándose y es de naturaleza cambiante. El
Padre, en efecto, es inmutable y no puede cambiar, y permanece siempre del
mismo modo y es el mismo. Si el Hijo, en cambio, es mutable -como dicen ellos-
y no siempre es el mismo, sino que siempre tiene una naturaleza cambiante,
¿cómo alguien así va a poder ser imagen del Padre, si no se asemeja a Él en la
inmutabilidad? ¿Y de qué manera va estar completamente en el Padre,
si su elección está por determinar? Quizá al ser mutable y progresar cada día
todavía no es perfecto. ¡Que desaparezca semejante locura de los arrianos
y que la verdad brille y muestre que ellos deliran! En verdad, ¿cómo no va a
ser perfecto el que es igual a Dios? ¿O
cómo no va a ser inmutable el que es una sola cosa con el Padre y es Hijo suyo,
propio de su sustancia? AI ser inmutable la sustancia del Padre, también
tendría que ser inmutable lo propio engendrado de ella. Y si atribuyen
falsamente una alteración al que es verdaderamente el Logos, que aprendan dónde
peligra su argumentación; A partir del fruto también se conocerá el árbol.
También por esta razón el que ba visto al Hijo ha visto al Padre y el
conocimiento del Hijo es conocimiento del Padre.
56.
Así pues, la imagen del Dios inmutable no podría cambiar, ya que Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Y David, salmodiando
acerca de Él, dice: Y tú, Señor, desde el principio has cimentado la tierra y
los cielos son obra de tus manos. Ellos perecen, pero tú permaneces; y todos
envejecerán como un vestido, y los envolverás como un manto y serán
transformados. Tú en cambio eres el mismo y tus años no se acabarán.
El Señor, por su parte, dice de sí mismo por medio del profeta: Miradme,
mirad que yo soy, y no cambio. Aunque uno
puede también decir que esto se refiere al Padre, no obstante también es bueno
decirlo del Hijo, porque muestra, sobre todo al haber llegado a ser hombre, su
propia identidad y su carácter inmutable a los que consideran que por culpa de
la carne Él ha cambiado y ha llegado a ser algo distinto. Pero los santos, y
sobre todo el Señor, son más dignos de crédito que las necedades de los impíos.
Además, según la lectura de los Salmos
anteriormente citada, la Escritura, al indicar, por medio de la referencia al
cielo y a la tierra, que la naturaleza de todas las cosas que han llegado a ser
y de toda la creación es mutable y cambiante, y al mantener
por otro lado al margen de estas cosas al Hijo, muestra que Él no es «llegado a
ser» en modo alguno, sino que más bien enseña que el Hijo es el que cambia las
demás cosas sin que Él mismo cambie, utilizando estas palabras: Tú eres el
mismo, y tus años no se acabarán. Y lo dice muy a propósito, pues las
cosas que han llegado a ser, al provenir de la nada y no existir en modo alguno
antes de llegar a ser (porque no existiendo llegan a ser), tienen una
naturaleza cambiante, mientras que el Hijo, al proceder del Padre y ser lo
propio de su sustancia, no cambia y es inmutable como el Padre mismo.
En efecto, no es lícito decir que a partir de
la sustancia inmutable sea engendrado un Logos mutable y una Sabiduría
cambiante. ¿Pues cómo va a ser ya Logos si es mutable? ¿O cómo va a ser ya
Sabiduría lo que es cambiante? A no ser que quieran que el Logos esté en el
Padre como algo que sobreviene a su sustancia, como ocurre cuando alguna gracia
y hábito virtuoso han sobrevenido a una sustancia que tiene su propia identidad
y ha sido llamada logos, hijo y sabiduría en este sentido, de modo que puede
ser sustraída y añadida a la sustancia.
Ellos, en efecto, han pensado muchas veces
semejantes cosas y las han dicho, y sin embargo no es ésta la fe de los cristianos,
ya que no muestran que este Logos sea también el Hijo verdadero de Dios ni que
esta Sabiduría sea la verdadera Sabiduría. ¿Pues cómo va a poder ser verdadero
aquello que se muda y cambia sin detenerse en un único y mismo estado?
Además, resulta que el Señor dice: Yo soy la verdad. Por lo tanto,
si el Señor mismo dice esto acerca de sí mismo y muestra su carácter
inmutable, y los santos, habiéndolo aprendido, dan testimonio de ello (y por
otro lado también las ideas que se tienen acerca de Dios saben que esto es
piadoso), ¿de dónde han concebido ellos, impíos, estas cosas? Las han vomitado
por consiguiente de su corazón como procedentes de la corrupción.
37. Pero puesto que incluso aducen como
pretexto palabras de la Escritura y se esfuerzan con denuedo por malinterpretarlas conforme a su propia manera de pensarles obligado responderles
tanto como sea necesario para defender dichas palabras, mostrar que tienen un
significado correcto y que son ellos los que discurren de manera equivocada.
En este sentido, dicen que está escrito por el Apóstol: Por ello también
Dios lo ensalzó y lo agració con el nombre sobre todo nombre, para que en el
nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y por David: Por esta razón Dios, tu Dios, le ungió con óleo de
alegría por encima de tus partícipes. Luego añaden., como si estuviesen
diciendo algo sabio: «Si por esta razón fue ensalzado y obtuvo gracia y por
esta razón ha sido ungido, entonces recibió la recompensa de su elección, y
por el hecho de haber obrado por elección es realmente de naturaleza mutable».
Eusebio y Arrio no sólo se han atrevido a decir
estas cosas, sino incluso a escribirlas, y los que los siguen no vacilan en
proclamarlo en medio de la plaza, sin ver cuánta locura encierra su discurso.
En efecto, si hubiese recibido como recompensa de su elección aquellas
cosas que tenía, no las habría tenido si no hubiese aceptado la obra de Aquél
que se las dio y entonces, como resulta que las tiene por causa de su virtud y
su mejora, lógicamente es llamado Hijo y Dios por causa de estas cosas, pero no
es verdadero Hijo. En efecto, lo que procede de uno según la naturaleza es
realmente lo engendrado, como lo fue Isaac para Abrahán, José para Jacob y el
resplandor para el sol. En cambio, los que lo son por causa de la virtud y la
gracia lo son sólo de nombre, al tener la gracia como resultado de haberla
recibido (y no por naturaleza), y al ser algo distinto de aquello que se les ha
dado. Éste es el caso, por
ejemplo, de los hombres, que reciben el Espíritu por participación y acerca dé
los cuales también decía: He engendrada hijos y los he elevado, pero ellos me
rechazaron. Por esta razón, dado que no eran hijos por naturaleza,
es natural que Ies fuera arrebatado el Espíritu y fueran desheredados al
haberse extraviado, y también que Dios, quien al principio les ha concedido la
gracia de esta manera, los acogerá cuando se arrepientan y los llamará otra
vez hijos, dándoles la luz.
38. Por tanto, si dicen que también el
Salvador es de esta manera, se mostrará que no es verdadero, ni Dios, ni Hijo,
ni semejante al Padre, ni tiene en modo alguno a Dios como Padre de su ser,
según la sustancia, sino únicamente como padre de la gracia que le ha sido
concedida, y que tiene a Dios como creador de su ser según la sustancia,
conforme a su semejanza con todas las demás cosas. Y siendo el Salvador
tal como ellos dicen, aparecerá más claramente que tampoco desde el principio
posee el nombre «Hijo», si resulta que esto lo obtuvo como galardón por sus
obras y progreso, que no es otro sino el que tuvo lugar cuando ha llegado a ser
hombre y tomó la forma de siervo. En efecto, esto sucede en
el preciso momento en el que, habiendo llegado a ser obediente hasta la muerte,
se dice que es ensalzado y que ha recibido el nombre como gracia para que en
el nombre de Jesús toda rodilla se doble.
¿Qué era entonces antes de que sucediera esto, si es ahora cuando es ensalzado,
ahora cuando ha comenzado a ser adorado y ahora cuando es llamado Hijo; esto
es, cuando ha llegado a ser hombre? Parece ser que Él no ha mejorado en nada
la carne, sino más bien que Él ha sido mejorado por medio de ella, pues
resulta, según el malvado modo de pensar de ellos, que Él es ensalzado y
llamado Hijo en el preciso momento en que ha llegado a ser hombre. ¿Qué era
entonces antes de que sucediera
esto? En efecto, es obligado preguntarles de nuevo para que pueda contemplarse
la cima de su impiedad. Porque si el Señor es Dios, Hijo, Logos, pero no era
estas cosas antes de llegar a ser hombre, o bien era alguna otra cosa aparte
de éstas y después participó de ellas en razón de su virtud, como hemos dicho,
o bien están obligados a afirmar aquello otro que podría sin duda volverse
contra sus cabezas, es decir, que Él tampoco existía antes de esto, sino que es
completamente un hombre por naturaleza y nada más. Pero este no es el modo de
pensar de la Iglesia, sino del de Samosata y el de los
judíos de ahora.
¿Por qué entonces no se circuncidan como los
judíos si piensan como ellos y en cambio fingen ser cristianos y combaten
contra Cristo? Pues si el Logos no existía, o existe pero fue mejorado después,
¿cómo han llegado a ser todas las cosas por medio de Él, o cómo pudo
complacerse en Él el Padre, si resulta que no era perfecto? Por
otro lado, si el Logos fue mejorado ahora, ¿cómo habría podido regocijarse
antes de esto en el rostro del Padre? ¿Y cómo es que
aparece Abrahám adorándole en la tienda y Moisés en la zarza,
si obtuvo el ser adorado después de la muerte? ¿Y cómo vio Daniel que diez mil
miríadas y miles y miles lo servían? Si según ellos ahora
obtuvo la mejora, al recordar su propia gloria anterior y superior al mundo,
¿cómo habría dicho el Hijo mismo: Glorifícame Padre con la gloria que tenía
junto a ti antes que el mundo existies. Y si ahora ha sido ensalzado,
conforme ellos dicen, ¿cómo es que antes de esto inclinó el cielo y descendió,
y en otra ocasión el Altísimo dio la voz de Él? Así pues, si
antes que el mundo llegase a ser, el Hijo tenía la gloria y era Señor de la
gloria y Altísimo, y bajó del cielo y es siempre adorado,
entonces Él no fue mejorado al haber descendido, sirio que más bien mejoró
aquellas cosas que necesitaban de perfección. Y sí ha bajado con el fin de
mejorarlasentonces el Logos no tuvo como una recompensa el ser llamado Hijo y
Dios, sino que más bien nos hizo a nosotros hijos para el Padre y divinizó a
los hombres al haber llegado a ser Él mismo hombre.
39. Por tanto, no se trata de que
siendo hombre después haya llegado a ser Dios, sino que siendo Dios después ha
llegado a ser hombre, sobre todo para divinizaRNos a nosotros. Además, si fue
llamado Hijo y Dios en el preciso momento en que llegó a ser hombre, y por otro
lado Dios, antes de que llegase A ser Hombre, llamaba hijos a los pueblos de
la antigüedad y dispuso a Moisés como dios del Faraón, y son
muchos aquellos de quienes la Escritura dice: Dios está de pie en medio de la
asamblea de los dioses, es evidente que el Logos fue llamado Hijo
y Dios después de ellos. ¿Cómo es posible entonces que todas las cosas
hayan llegado a ser por medio de Él y que exista antes que todas
las cosas, o cómo va a ser primogénito de toda la creación,
si existen antes que Él los que son llamados hijos y dioses? ¿Y cómo es posible
que los qué son los primeros en participar no participen del Logos?
Esta
doctrina no es verdadera, se trata de una invención de los judaizantes de
ahora. En efecto, ¿cómo habrían podido ser algunos capaces de llegar a
conocer a Dios como Padre? Tampoco habría podido tener lugar la adopción filial
sin el Hijo verdadero, diciendo Él mismo que ninguno conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revele. Por otro lado,
¿cómo habría podido tener lugar la divinización sin el Logos y antes que Él,
cuando precisamente Él mismo dice a los judíos (los hermanos de los arrianos):
Si a aquellas ha llamado dioses, a quienes el Logos de Dios salió al encuentro?
Y si todos cuantos han sido llamados hijos y también dioses, ya sea sobre
la tierra, ya sea en los cielos, y son hechos hijos y son divinizados por
medio del Logos, y el Hijo en persona es el Logos, es evidente que todos
existen por medio de Él, que Él es anterior a todos, y sobre todo que Él es el
único Hijo verdadero y el único verdadero Dios que procede del Dios verdadero,
sin haber recibido estas cosas como recompensa por su virtud y sin ser otra
cosa distinta de éstas, sino siendo estas cosas por naturaleza conforme a su
sustancia. En efecto, el Hijo existe como lo engendrado de la sustancia del
Padre, de manera que tampoco se puede dudar que también el Logos es inmutable a
semejanza del Padre que es inmutable.
40. Hasta ahora, por tanto, hemos hecho
frente a las absurdas ideas de los arrianos sirviéndonos de las consideraciones
acerca del Hijo en la manera en que el Señor mismo ha permitido. Pero es bueno
también en adelante presentar junto a ellas las palabras de la Escritura, para
que incluso se demuestre todavía más el carácter inmutable del Hijo y su
naturaleza idéntica a la del Padre, que no es cambiante, y la mala intención
de los arrianos.
Escribiendo a los Filipenses, el Apóstol dice:
Meditad en vosotros aquello que se encuentra también en Cristo Jesús, el cual,
existiendo en la forma de Dios no consideró algo a lo que aferrarse el ser
igual a Dios, sino que se vació a sí mismo al haber tomado la forma de siervo,
llegando a ser semejante a los hombres, y siendo hallado en su figura como un
hombre se humilló a si mismo habiendo llegado a ser obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Por esta razón también Dios lo ensalzó y le agració
con el nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
profese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. ¿Qué podría haber más claro y constituir una prueba mayor que esto? Pues no ha
llegado a ser mejor a partir de una situación peor, sino que más bien,
existiendo como Dios, tomó la forma de siervo y no fue mejorado por el hecho
de tomarla, sino que se humilló a sí mismo. ¿Dónde está entonces, en estas
palabras, la «recompensa de la virtud» o qué clase de progreso o mejora hay en
el hecho de humillarse? En efecto, si siendo Dios ha llegado a ser hombre y
habiendo bajado de lo alto se dice que es ensalzado, ¿a dónde es ensalzado, si
es Dios, y es evidente, una vez más, que al ser Dios altísimo por fuerza
también debe ser altísimo su Logos? ¿Cuánto más podría ser ensalzado entonces
el que está en el Padre y es semejante en todo al Padre?
Por consiguiente, el Logos no está falto de ningún añadido y no es como
suponen los arrianos. Pues si ha bajado para ser ensalzado y estas cosas
están mencionadas en la Escritura, ¿qué necesidad hubo entonces de que también
se humillara a sí mismo con el fin de conseguir aquello que precisamente ya
tenía? ¿Qué clase de gracia recibió el que es dador de la gracia? ¿O cómo
recibió el nombre para ser adorado el que siempre es adorado en su propio
nombre? En efecto, ya antes de llegar a ser hombre lo invocaban los santos:
Dios, sálvame en tu nombre, y en otra ocasión: Éstos en sus
carros y aquéllos en sus caballos, pero nosotros en cambio nos gloriamos en el
nombre del Señor Dios nuestro. También era adorado por los
patriarcas, y acerca de los ángeles está escrito: Que lo adoren también todos
los ángeles de Dios.
41. Además, si, como cantó David en el
salmo setenta y uno, antes que el sol permanece su nombre y antes que la luna,
de generación en generación, ¿cómo es que ha recibido entonces
lo mismo que siempre tenía, incluso antes de recibirlo ahora? ¿O cómo era
ensalzado el que antes de ser ensalzado es altísimo? ¿O cómo pudo recibir el
ser adorado el que antes incluso de recibirlo es ahora adorado siempre? No
es un enigma, sino un misterio divino: En el principio existía el Logos, y el
Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios. Y después, por
causa nuestra, este Logos llegó a ser carne, y la expresión lo
ensalzó que se dice ahora no significa que la sustancia del Logos haya sido
elevada (pues siempre existió y es semejante a Dios), sino que la elevación
pertenece a su humanidad.
Ciertamente no se ha dicho esto antes (sino
cuando el Logos llegó a ser carne), para que quedase claro que la expresión se
humilló y la expresión ensalzó se atribuyen a lo humano, de quien es propio, en
efecto, la humillación y también el ser ensalzado. Y si la expresión se humilló
está escrita por causa de la asunción de la carne, es evidente que también la
expresión ensalzó lo es por la misma razón, pues el hombre estaba necesitado
de ello a causa de la humillación de la carne y de la muerte.
Así pues, dado que siendo imagen del Padre e
inmortal el Logos tomó la forma de siervo, y por nuestra causa
soportó como hombre la muerte en su propia carne, para así ofrecerse a sí mismo
al Padre en favor nuestro por medio de la muerte, por esta misma razón se dice
también que es ensalzado como hombre por causa nuestra y en favor nuestro, para
que así como en su muerte todos nosotros hemos muertoen Cristo,
así también en Cristo mismo seamos nosotros a su vez ensalzados, siendo
levantados de entre los muertos y subiendo a los cielos, donde entró Jesús,
precursor en favor nuestro, no en figura
de los verdaderos cielos, sino en el mismo cielo, manifestándose ante la
persona de Dios en favor nuestro. Y si Cristo entró ahora en el
mismo cielo en favor nuestro, incluso siendo antes de esto y siempre Señor y
artífice de los cielos, entonces también está escrito ahora que fue ensalzado
en favor nuestro.
Y así como Cristo, que santifica a todos, dice
en otra ocasión al Padre que se santifica a sí mismo en favor nuestro, no para que el Logos llegue a ser santo, sino para que Él nos
santifique a todos en sí mismo, de la misma manera entonces también la
expresión lo ensalzó que ahora se dice no es para que Cristo sea ensalzado
(pues es Altísimo), sino para que llegue a ser justicia en favor
nuestro, y nosotros seamos ensalzados en Él y entremos por las puertas de los
cielos que Él mismo volvió a abrir en favor nuestro. Al decir los precursores:
Alzad vuestras puertas, príncipes, levantaos, puertas eternas, y entrará el
rey de la gloria, no estaban, en efecto, cerradas allí las
puertas para el Señor y Hacedor de todas las cosas, sino que esto también está
escrito por nosotros, para quienes estaba cerrada la puerta del paraíso. Por lo cual también en cuanto hombre, por la carne que llevaba, se dicen acerca
de Él las expresiones alzad y entrará, como si se tratase de un hombre que
entra, mientras que en cuanto Dios (puesto que el Logos también es Dios)
se dice que es el Señor y el Rey de la gloria. Semejante elevación, que ha
tenido lugar para nosotros, la profetizaba el Espíritu en el salmo ochenta y
ocho, diciendo: Y en tu justicia serán ensalzados, porque el orgullo de sus
fuerzas eres tú. Y si el Hijo es la justicia, entonces Él no es
ensalzado porque esté necesitado, sino que somos nosotros los ensalzados en la
justicia, que Él mismo es.
42. Y, en efecto, tampoco la expresión
le agració está escrita en razón del Logos mismo (pues como ya
hemos dicho, ya antes de llegar a ser hombre era a su vez adorado por los ángeles
y por toda la creación, conforme al hecho de pertenecer, como algo propio, al
Padre), sino que una vez más esto se ha dicho de Él por causa y en favor
nuestro. En efecto, así como en cuanto hombre Cristo murió y fue ensalzado,
así también en cuanto hombre se dice que recibe aquello que precisamente
tenía siempre en cuanto Dios, para que nos alcanzase también a nosotros
semejante gracia que le había sido concedida a Él. Pues el Logos no llegó a
ser menos al haber tomado un cuerpo, de manera que tuviera que buscar el
recibir también la gracia, sino que más bien divinizó aquello con lo que precisamente
se revistió y con esto agració más al linaje humano.
Porque así como siempre era adorado por ser el Logos y existir en la forma de
Dios, de igual manera siendo el mismo y habiendo llegado a ser hombre y siendo
llamado Jesús, no obstante sigue teniendo bajo sus pies toda la creación,
en este nombre se doblan las rodillas ante Él y la creación
confiesa que, incluso el hecho de que el Logos haya llegado a ser carne y haya
soportado la muerte en su carne, no ha sucedido para deshonra de la divinidad,
sino para gloria de Dios Padre. Y la gloria del Padre
consiste en encontrar al que llegó a ser y se destruyó, en
vivificar al que estaba muerto y en que llegue a ser templo de Dios.
Y como resulta que las potencias que están en los cielos (ángeles y
arcángeles) adoran siempre al Señor y lo adoran también ahora en el nombre de
Jesús, esta gracia y elevación es sin duda nuestra, porque, a pesar de haber
llegado a ser hombre, el Hijo de Dios es adorado, y las potencias celestes no
se extrañarán cuando nos vean a todos
nosotros,
que somos concorpóreos con Él, entrando en sus moradas. Esto no habría podido
suceder de otra manera, si no es porque Aquél, que existía en la forma de Dios,
había tomado la forma de siervo y se había humillado a sí mismo,
consintiendo que su cuerpo alcanzase la muerte.
43. He aquí, por tanto, que lo que los
hombres consideran necedad de Dios, por causa de la cruz, ha
llegado a ser lo más preciado de todo. Ciertamente nuestra resurrección está
asegurada en Cristo. Y ya no sólo Israel, sino también todas las demás
naciones, como anticipó el profeta, abandonan sus propios
ídolos y reconocen al verdadero Dios, el Padre de Cristo, y se pone fin a la
fantasía de los demonios, mientras que sólo el que es verdaderamente Dios es
adorado en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
También el hecho de que el Señor, que ha
llegado a existir en un cuerpo y es llamado Jesús, sea adorado y se crea que
es el Hijo de Dios y que por medio de Él sea reconocido el Padre, sería signo
evidente de que -como se ha dicho- el Logos, en cuanto que es Logos, no recibió
semejante gracia, sino nosotros. En efecto, en razón del parentesco con su
cuerpo, también nosotros hemos llegado a ser templo de Dios y hemos
sido hechos en adelante hijos de Dios, de manera que el Señor es
adorado ahora también en nosotros y los que nos ven proclaman, como dijo el
Apóstol, que verdaderamente Dios está en nosotros, como también
Juan dice en su Evangelio: Pero a cuantos le recibieron, les dio a ellos poder
para llegar a ser hijos de Dios, mientras que en la carta
escribe: En esto conocemos que permanece entre nosotros: por su Espíritu, del
que nos ha dado.
Y es un signo distintivo de su bondad para con nosotros el hecho de que somos ensalzados por estar el Señor Altísimo entre nosotros, así como el hecho de que la gracia sea concedida en favor nuestro gracias a que el Señor, que es el dispensador de la gracia, llegara a ser hombre por nosotros. Por el contrario, Él, el Salvador, se humilló a sí mismo, al haber tomado nuestro humilde cuerpo, y tomó la forma de siervo, al haberse revestido de la carne esclavizada por el pecado. Y no obtuvo de nuestra parte nada que lo mejorase, porque el Logos de Dios no carece de nada y está colmado. Al contrario, somos más bien nosotros los que hemos sido mejorados por Él, pues el Logos es la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo. En vano se apoyan los arrianos en la conjunción
por esta razón, cuando Pablo dice: Por esta razón Dios lo ensalzó,
ya que no lo decía indicando un premio por la virtud ni una mejora a causa de
un progreso, sino refiriéndose a la causa de la elevación que nos ha llegado a
alcanzar a nosotros. ¿Y qué significa esto sino que Aquél que existe en la
forma de Dios, y que es Hijo del noble Padre, se humilló a sí
mismo y llegó a ser siervo en nuestro lugar y en favor
nuestro? En efecto, si el Señor no hubiese llegado a ser hombre, nosotros
no habríamos podido resucitar de entre los muertos y ser rescatados de
nuestros pecados, sino que habríamos permanecido muertos bajo la tierra. Ni
habríamos sido tampoco ensalzados a los cielos, sino que estaríamos tirados en
el infierno. Por causa nuestra, entonces, y en favor nuestro, se utilizan las
expresiones ensalzó y agració,
44. Pienso, por tanto, que éste es el
sentido de la expresión, y que está muy de acuerdo con el sentir de la
Iglesia. Sin
embargo, alguno podría intentar darle también otro significado a la expresión,
diciendo lo mismo con palabras similares: que no significa que el Logos mismo,
en cuanto que es Logos, sea ensalzado (pues, como se ha dicho un poco antes,
es altísimo al ser semejante al Padre), sino que la expresión muestra su
resurrección de los muertos que tiene lugar por causa de la Encarnación. De
este modo, al decir que se humilló a sí mismo hasta la muerte,
enseguida agregó la expresión por esta razón lo ensalzó,
queriendo mostrar que aunque como hombre se dice que ha muerto, sin embargo,
como es vida, ha sido ensalzado en la resurrección. En efecto, el que ha bajado
es el mismo que subió. Bajó, pues, corporalmente, pero resucitó
porque Él mismo era Dios en el cuerpo.
Y éste es el motivo por el cual también agregó,
con este sentido, la conjunción por esta razón, no para indicar una recompensa
por su virtud ni por su progreso, sino para mostrar la causa por la cual ha
tenido lugar la resurrección y por la cual los demás hombres, desde Adán hasta
ahora, murieron y permanecieron muertos, mientras que sólo
Cristo resucitó íntegro de entre los muertos. La causa, que Él mismo anticipó,
es ésta: que siendo Dios ha llegado a ser hombre. En efecto, todos los
demás hombres, al proceder únicamente de Adán, murieron y tenían la muerte
dominando sobre ellos, mientras que el Logos es el segundo
hombre que viene del cielo(pues el Logos llegó a ser carne).
Y se dice que semejante hombre procede del cielo y está sobre el cielo,
porque el Logos ha bajado del cielo, y por esta razón tampoco ha sido retenido
por la muerte. Pues aunque se humilló a sí mismo consintiendo
que su cuerpo alcanzase la muerte (el cuerpo, en efecto,
es capaz de recibir la muerte), sin embargo fue ensalzado desde la tierra
porque era el Hijo de Dios en un cuerpo.
De
este modo, lo mismo que ocurre con lo que se dice en este pasaje (la expresión
por esta razón Dios lo ensalzó), sucede también con aquello que Pedro dice en
los Hechos: A quien Dios resucitó una vez disipados los fuertes dolores de la
muerte, dado que no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio.
Pues así como en Pablo está escrito que, aunque existe en la forma de Dios, ha
llegado a ser hombre y se humilló a sí mismo hasta la muerte,
y por esta razón precisamente Dios lo ensalzó, de igual manera
también Pedro dice que ha llegado a ser hombre, aunque es Dios, y los signos y
portentos han probado también que es Dios, a quienes ven, y por esta razón es
capaz de no ser dominado por la muerte. Un mero hombre no
habría podido conseguir esto, pues la muerte es algo propio de los hombres. Por
esta razón el Logos, aunque es Dios, ha llegado a ser carne para que, muerto en
la carne, vivificase a todos con su propia
potencia.
45. Pero ya que se dice que Él mismo es
ensalzado y también que Dios le agració y los
arrianos lo consideran una disminución o una pasión en la sustancia del Logos,
hay que explicar también en qué sentido se dicen estas cosas. En efecto,
se dice que Él es ensalzado desde las partes más bajas de la tierra,
porque se dice también que la muerte es propia de Él. Pero ambas cosas se le
atribuyen porque al Logos le pertenecía, y no era de otro, el cuerpo que fue
ensalzado desde los muertos y subido a los cielos. Además, al ser su cuerpo y
no estar el Logos fuera de él, es lógico que, al ser ensalzado el cuerpo, se
diga que Él es ensalzado en cuanto hombre por razón del cuerpo.
Así pues, si no ha llegado a ser hombre, que no se digan estas cosas acerca de
Él, pero sí el Logos llegó a ser carn, hay que hablar de su resurrección y su
ensalzamiento como se haría acerca de un hombre, para que así como lo que
llamamos su muerte constituye el rescate de los pecados de los hombres (la
abolición de la muerte), así también su resurrección y ensalzamiento
permanezcan firmes para nosotros gracias a ÉL. En ambos casos ha dicho: Dios
lo ensalzó, y Dios lo agració, para mostrar con ello otra vez
que no es el Padre el que llega a ser carne, sino que es su Logos quien llega a
ser hombre, el cual recibe del Padre y es ensalzado por Él en cuanto hombre,
como se ha dicho. Por otro lado es evidente, y nadie podría dudar de ello, que
aquellas cosas que da el Padre las da por medio del Hijo.
Y es algo paradójico y verdaderamente capaz de
espantar, pues el Hijo mismo afirma recibir la gracia que Él da de parte del
Padre, y el Hijo, en cuanto que es Él mismo, es ensalzado en relación a aquel
ensalzamiento que el Hijo opera de parte del Padre. Él mismo, en efecto, que es
Hijo de Dios, ha llegado a ser también Hijo del hombre. Y en cuanto Logos
da las cosas de parte de Dios, ya que todas las cosas que hace y da el Padre,
las hace y concede por medio del Logos, mientras que, en cuanto Hijo del
hombre, se dice que Él recibe humanamente lo que proviene de sí mismo, el
cuerpo, que tiene una naturaleza capaz de recibir la gracia, por el hecho de no
ser de ningún otro sino de Él, como se ha dicho. El Logos recibía la gracia en
cuanto que el hombre es ensalzado, y el ensalzamiento consistía en que era
divinizado. Pero el Logos mismo teñía esto desde siempre, conforme a su propia
divinidad y perfección.
46. Así pues, lo escrito por el Apóstol tiene este sentido y refuta a los impíos. Por otro lado, también tiene el mismo significado recto lo que el salmista dice, significado que los arrianos tergiversan, pero que el salmista muestra de forma piadosa. En efecto, también él mismo dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos. Cetro de rectitud es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y odiado la impiedad; por esto Dios, tu Dios, te ungió a ti con óleo de alegría par encima de tus hermanos. Mirad y reconoced la verdad, arrianos, aunque sólo sea aquí. El salmista ha dicho que todos nosotros somos hermanos del Señor. Si procediese de la nada y fuese una de las cosas que han llegado a ser, también Él tendría que ser uno de los que participan, pero dado que le canta como Dios eterno, cuando dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, y ha quedado mostrado que todas las demás cosas participan de Él, ¿qué otra cosa es necesario pensar, sino que es distinto de las cosas que han llegado a ser y que sólo Él es el Logos verdadero del Padre, resplandor y Sabiduría, del cual participan todas las cosas que han llegado a ser y son santificadas por Él en el Espíritu? Y entonces en este pasaje no es ungido para
llegar a ser Dios (pues ya lo era antes de esto), ni tampoco para llegar a ser
rey (pues también eternamente reina, al existir como imagen de Dios, conforme
muestra el texto de la Escritura), sino que nuevamente también esto está
escrito en favor nuestro. También los reyes, según la costumbre de Israel,
llegaban a ser reyes en el preciso momento en que eran ungidos, y no eran reyes
antes, como en el caso de David, Ezequías, Josías y los demás. Pero en el caso
del Salvador sucede lo contrario, al ser Dios, reinar siempre sobre el reino
del Padre y ser Él mismo el dispensador del Espíritu Santo. No obstante, se
dice ahora que es ungido, nuevamente para que así como se afirma que es ungido
con el Espíritu en cuanto hombre (como sucede cuando es ensalzado y resucita),
así también prepare para nosotros los hombres la inhabitación y la
familiaridad del Espíritu.
Dando a entender esto mismo también el mismo
Señor decía de sí mismo en el Evangelio según Juan: Yo los he enviado al mundo
y en favor de ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados en la verdad. Al decir estas cosas mostraba que Él
no es el santificado, sino el que santifica. En efecto, no es santificado por
otro, sino que Él se santifica a sí mismo, para que nosotros seamos
santificados en la verdad. Y quien se santifica a sí mismo es Señor de la santificación.
¿Cómo entonces sucede esto? ¿Cómo dice esas cosas si no es porque «yo
mismo, que soy el Logos del Padre, me doy a mí mismo el Espíritu, una vez
llegado a ser hombre, y en Él me santifico a mí mismo, una vez que he llegado a
ser hombre, para que en adelante todos se santifiquen en mí, que soy la verdad
(tu Logos es la verdad)»?
47. Pero si el Señor se santifica a sí
mismo por nosotros y esto lo hace cuando ha llegado a ser hombre, es evidente
que el descenso del Espíritu que aconteció sobre Él en el Jordán también tuvo
lugar sobre nosotros, por llevar Él nuestro propio cuerpo. Y no ha tenido
lugar con el propósito de mejorar al Logos, sino nuevamente con vistas a
nuestra santificación, para que tomásemos parte en su unción y se pudiese decir
de nosotros: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en vosotros?. Así, cuando era lavado el Señor, como
hombre, en el Jordán, éramos nosotros los lavados en Él y por Él. Y al recibir
Él el Espíritu, éramos nosotros los que por Él éramos capacitados para
recibirlo.
Por esta razón tampoco Él ha sido ungido con óleo en la manera en que lo fueron
Aarón, David o todos los demás, sino de otra manera: por encima de todos sus
hermanos con óleo de alegría, que el Logos mismo interpreta que
es el Espíritu,
cuando dice por medio del profeta: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha ungido, de forma similar a como también ha dicho el
Apóstol: Como lo ungió Dios con el Espíritu Santo. ¿Cuándo,
pues, se ha dicho esto acerca de Él, sino cuando habiendo llegado a ser carne
era bautizado en el Jordán y había descendido sobre Él el Espíritu? Y el mismísimo Señor dice: El Espíritu tomará de lo mío, «yo
lo enviaré», y dice a los discípulos: Recibid el Espíritu
Santo. Y, no obstante, el que procura a otros, en cuanto Logos y resplandor
del Padre, se dice ahora que es santificado de nuevo, porque ha llegado a ser
hombre y el cuerpo que es santificado es suyo. De Aquél, por tanto, también
nosotros hemos comenzado a recibir la unción y el sello, pues Juan dice que también nosotros poseemos la unción que viene del Santo, y el Apóstol:
También vosotros habéis sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Así
pues, lo que se dice es por causa nuestra y en favor nuestro.
¿Qué clase de progreso, mejora y recompensa por
la virtud, o sencillamente por la actuación del Señor, se indica entonces con
esto? Porque si de no ser Dios hubiese llegado a ser Dios, y sin ser rey
hubiese sido promovido al reinado, vuestro discurso tendría una cierta
apariencia de verosimilitud. Pero si es Dios y el trono de su reino es eterno,
¿en qué dirección podía progresar Dios? ¿O qué le faltaba a Aquél que está
sentado en el trono del Padre? Y si, como el Señor mismo ha dicho,
el Espíritu es suyo y Él mismo toma del Espíritu y lo envía, no
es entonces el Logos, en cuanto que es Logos y Sabiduría, quien es ungido con
el Espíritu (que esdado
por Él), sino que es la carne que ha sido asumida por Logos la que en Él y
por Él es ungida, para que la santificación que ha tenido lugar para el Señor
como hombre, tenga lugar para todos los hombres por Él. En efecto, Él dice que
el Espíritu no hablapor sí mismo sino que es el Logos quien lo
concede a los que son dignos.
Esto es también semejante a la expresión que se
ha citado anteriormente, ya que así como el Apóstol escribió: El cual,
existiendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios algo a lo que
aferrarse, sino que se vació a sí mismo al haber tomado la forma de siervo,
de igual manera David canta al Señor, que por un lado es eterno Dios y rey y
por otro fue enviado a nosotros y tomó nuestro cuerpo que es mortal; a esto se
refiere, en efecto, cuando salmodia: Mirra, áloe y canela emanan de tus
vestidos. Esto es mostrado por Nicodemo y las mujeres
del grupo de María, cuando éste llegó llevando una mezcla de mirra y áloe de
cien libras y aquéllas los aromas que precisamente habían sido
preparados para la sepultura del cuerpo del Señor.
48. Así pues, una vez más, ¿qué clase
de progreso supone para quien es inmortal el tomar lo mortal? ¿O qué clase de
mejora supone para quien es eterno el haberse revestido de lo temporal? ¿Y qué
clase de recompensa más grande podría darse a quien es Dios eterno, rey y está
en el seno del Padre? ¿Es que no veis que también esto ha
sucedido y está escrito por nuestra causa y en favor nuestro, con el fín de
que, al hacerse hombre, el Señor nos dispusiese inmortales a nosotros, que
somos mortales y temporales, y nos introdujese en el reino eterno de los
cielos? ¿Es que no os ruborizáis al ser tergiversadores de las palabras de la
Escritura?
En efecto, una vez que nuestro Señor vino a habitar entre nosotros, hemos
sido mejorados tras haber sido liberados del pecado, mientras que
Él sigue siendo el mismo y no se mudó (una vez más hay que repetir lo mismo)
por el hecho de haber llegado a ser hombre, sino que, como está escrito, el Logos
de Dios permanece por los siglos. No hay duda de que al igual
que siendo Logos, antes de la Encarnación, dispensaba a los santos el Espíritu
como algo propio, así también, una vez que ha llegado a ser hombre, santifica a
todos con el Espíritu y dice a los discípulos: Recibid el
Espíritu Santo. También lo daba a Moisés y a los otros setenta,
y por medio de Él David rezaba al Padre diciendo: No apartes de mí tu Espíritu
Santo. Y una vez llegado a ser hombre decía: Os enviaré el
Paráclito, el Espíritu de la verdad, y lo envió
porque el Logos de Dios no es mentiroso.
Así pues, Jesucristo es el mismo, ayer y hoy, por los siglos,
permaneciendo inmutable; y es el mismo al dar y al recibir, dando como Logos
de Dios y recibiendo como hombre. Por tanto, no es el Logos, en cuanto Logos,
el que es mejorado (ya que tenía todas las cosas y las tiene siempre), sino que
son los hombres quienes en Él y por medio de Él tienen un principio para
recibir. En efecto, cuando ahora se dice que el Logos es ungido en cuanto
hombre, somos nosotros los que en Él somos ungidos, puesto que también al ser
Él bautizado, somos nosotros quienes somos bautizados en Él. Pero es el
Salvador quien más aclara todas estas cosas, cuando dice al Padre: También yo
les he dado a ellos la gloria que tu me has dado, para que sean una sola cosa,
como nosotros somos una sola cosa. Por causa nuestra, pues,
estaba pidiendo también la
gloria, y se ha dicho que recibió, fue agraciado y lo ensalzó, para que
nosotros recibiéramos, se nos agraciase y fuésemos ensalzados en Él; lo mismo
que también se santificó a sí mismo en favor nuestro, para que nosotros
fuéramos santificados en Él.
49. Pero si por el hecho de que en el
Salmo aparece por esta razón Dios te ungió, los arrianos toman
para sí la expresión por esta razón como pretexto para las cosas que ellos
quieren, deben saber ellos, desconocedores de las Escrituras y autores de la
impiedad, que tampoco aquí la expresión por esta razón se refiere a una
recompensa por la virtud o por el comportamiento del Logos, sino que vuelve a
señalar la causa de su descenso hasta nosotros y de la unción del Espíritu que
viene sobre El en favor nuestro.
En efecto, no dijo: «Por esta razón te ungió, para llegar a ser Dios, rey, Hijo
o Logos» (pues ya lo era antes de esto y lo es siempre, como ha quedado
mostrado), sino más bien: «Puesto que eres Dios y rey, por esta razón también
has sido ungido, porque la tarea de unir al hombre con el Espíritu Santo no era
propia de ningún otro sino de ti, que eres la imagen del Padre, según la cual
también hemos sido creados desde el principio, pues el Espíritu
también te pertenece». La naturaleza de las cosas creadas no
era fiable para este propósito, después de haber tenido lugar la trasgresión
de los ángeles y la desobediencia de los hombres. Por esta razón había
necesidad de Dios (y el Logos es Dios), para que liberase a
quienes habían llegado a estar sometidos a la maldición. Por
tanto, si el Logos hubiese sido creado de la nada, tampoco habría sido el
Cristo, por ser también Él uno más entre todos y partícipe. Pero puesto que es
Dios por ser Hijo de Dios, y es rey
eterno por existir como resplandor e impronta del Padre,
por esta razón es lógicamente el Cristo esperado, que el Padre
anuncia a los hombres, revelándolo a sus santos profetas; para que así como
hemos llegado a ser por medio de Él, de la misma manera también tenga lugar en
Él la redención de todos los pecados y reine sobre todas las
cosas.
Esta es la causa de la unción que tiene lugar sobre Él y de la presencia
encarnada del Logos, y al ponderarla, también el salmista alaba la divinidad y
su reinado paterno exclamando: Tu trono,
oh Dios, por los siglos de los siglos; cetro de rectitud es el cetro de tu
reino; y anunciando su descenso a nosotros dice: Por esta razón
te ungió Dios, Oh Dios, con óleo de alegría sobre tus hermanos .
50.¿Qué hay entonces de asombroso o de
increíble, si se dice que el Señor, el dador del Espíritu, es ahora ungido con
el Espíritu, si precisamente cuando lo requería en otro momento la necesidad
no rehusó incluso decir, a causa de su propia humanidad, que Él era inferior
al Espíritu? En efecto, cuando los judíos dijeron que Él expulsaba los demonios
por el poder de Belcebú, después de refutarles su blasfemia, les
respondió diciendo: Pero si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu
de Dios.... He aquí pues que el dador del Espíritu dice ahora
que expulsa los demonios con el poder del Espíritu. Pero esto no se dice sino
por causa de la carne. En efecto, como la naturaleza de los hombres no es capaz
por sí misma de expulsar los demonios si no es con la fuerza del Espíritu, por
esta razón decía en cuanto hombre: Pero si yo expulso los demonios con el
poder del Espíritu.... Sin duda también daba a entender que
la injuria que tiene lugar contra
Estas cosas las decía el Señor, como hombre, a los judíos. En cambio, mostrando
a sus discípulos su divinidad y majestad, y sin darles ya a entender que era
inferior a su propio Espíritu, sino semejante a Él, tes daba el Espíritu y les
decía: Yo lo envío, Él me glorificará, y Hablará
aquellas cosas que escuche. Por tanto, al igual que en el
otro lugar el Señor, siendo dador del Espíritu, no rehúsa decir que expulsa los
demonios con el poder del Espíritu en cuanto hombre, de igual
modo, aún siendo Él mismo el dador del Espíritu, no rehusó decir: El Espíritu de
Dios está sobre mí, por causa del cual me ha ungido(por el hecho
de haber llegado a ser carne, como dice Juan), para indicar en
ambos casos que se refiere a nosotros, quienes, para ser santificados, estamos
necesitados de la gracia del Espíritu y no somos capaces de expulsar demonios
sin la potencia del Espíritu. ¿Y por medio de quién y por quién era
necesario que el Espíritu fuera concedido sino por medio del Hijo, a quien
pertenece el Espíritu? ¿Cuándo habríamos sido capaces de recibirlo, sino cuando
el Logos ha llegado a ser hombre?
Y al igual que lo que dice el Apóstol muestra que no habríamos sido redimidos
y ensalzados, si quien existe en la forma de Dios no hubiese tomado la forma de
siervo, de igual manera también David muestra que no habríamos
participado
en modo alguno del Espíritu ni habríamos sido santificados, si el dador del
Espíritu, que es el Logos mismo, no hubiese dicho que Él era ungido con el
Espíritu en favor nuestro. Por esto también lo hemos recibido de forma
segura. En efecto, al haber sido santificada la carne primero en Él, y al haber
dicho Él que había recibido el Espíritu en cuanto hombre por causa de la
carne, nosotros tenemos la gracia del Espíritu que se sigue al haber tomado de
su plenitud.
51. Tampoco la expresión: Amaste la
justicia y odiaste la injusticia, se encuentra en el salmo, según
vosotros una vez más pensáis, como si el Logos estuviese indicando que su naturaleza
es mutable, sino más bien dando a entender su carácter inmutable también a
partir de ello. En efecto, puesto que la naturaleza de las cosas que han
llegado a ser es mutable y unos son transgresores y otros desobedientes, como
se ha dicho anteriormente, y su comportamiento no es estable, sino que muchas
veces admite que lo que ahora es bueno, después se mude y llegue a ser alguna
otra cosa (de modo que el que hace un momento era justo poco después es hallado
injusto), por esta razón hubo también necesidad de uno que fuera inmutable, de
manera que así los hombres tuvieran la invariabilidad de su justicia como
imagen y como modelo para la virtud.
Y este sentido alberga una causa muy lógica para quienes piensan
adecuadamente. En efecto, puesto que Adán, el primer hombre, se
mudó y por causa del pecado entró la muerte en el mundo, por esta
razón era necesario que el segundo Adán fuese inmutable, para
que, aunque la serpiente lo intentase de nuevo, el propio engaño de la
serpiente se debilitase por completo y la serpiente misma llegase a ser débil en
sus intentos para todos, ya que el Señor es inmutable y no cambia. Así, lo
mismo que por haber transgredido Adán el engaño pasó a todos los hombres,
de la misma manera al haber sido fuerte el Señor, semejante fuerza pasará
después a nosotros, de modo que cada uno de nosotros pueda decir: Pues no
desconocemos sus pensamientos. Por tanto, es lógico que el
Señor, que es siempre y por naturaleza inmutable amando la justicia y odiando
la injusticia, sea Él mismo ungido y enviado, para que,
siendo El mismo y permaneciendo lo mismo, habiendo tomado la carne mutable,
condenase en ella al pecado y la dispusiese libre para ser capaz de llevar en
adelante a plenitud en ella la justificación de la ley, de manera
que también se pueda decir: Nosotros no estamos en la carne sino en el
Espíritu, si verdaderamente el Espíritu de Dios habita en nosotros.
52. Así pues, arrianos, también ahora
se os ha ocurrido en vano semejante suposición y en vano habéis apelado a las
palabras de la Escritura como pretexto, pues el Logos de Dios es inmutable,
existe siempre y permanece igual; no así sin más, sino como el Padre. Porque,
¿cómo puede ser semejante sino es de esta manera? ¿O cómo puede ser del Hijo
todo lo del Padre, si no tiene también su carácter inmutable y
no cambiante? Y no ama la justicia y odia la injusticia como si estuviera
sometido a unas leyes y tuviera una inclinación hacia una y otra, de modo que
no elije lo contrario por miedo a caer y entonces aparecer nuevamente de otra
manera diferente y como mutable, sino que, como es Dios y Logos del Padre, es
un juez justo y amante de la virtud, o mejor dicho, incluso el
dispensador de la virtud. Por tanto, la razón por la que se dice
que ama la justicia y odia la injusticia es porque es justo y divino por naturaleza, que equivale a decir que ama y acoge a los virtuosos, pero odia
a los injustos y se aleja de ellos.
También las Escrituras dicen lo mismo del
Padre: Eres un Señor justo y has amado la justicia; Has odiado a
todos los que obraban fuera de la ley; Ama las puertas de Sión, mientras que a
las tiendas de Jacobno las tiene en gran consideración; Amó a
Jacob, pero odió a Esaú; y según Isaías es la voz de Dios la que
dice: Yo soy el Señor que amo la justicia y odio lo que ha sido arrebatado con
injusticia. Por lo tanto, o bien deben entender también aquellas
palabras como éstas (pues también aquellas están escritas
refiriéndose a la imagen de Dios) o bien, interpretando mal estas palabras
igual que hacen con aquellas, que deberán concebir también al Padre como
mutable. Pero si incluso el mero hecho de escuchar esto, cuando otros lo dicen,
no está exento de peligro, por esta razón sin duda hacemos bien en pensar que
la expresión «Dios ama la justicia y odia lo que ha sido arrebatado con
injusticia»no se dice como si Él tuviese una inclinación hacia
una u otra y pudiese escoger lo contrario, de modo que elije ésta y no escoge
aquélla (esto, en efecto, es propio de las cosas que han llegado a ser), sino
que se dice, porque como juez ama a los justos y los acoge, mientras que llega
a estar lejos de los malvados.
Como
consecuencia habría que pensar también acerca de la imagen de Dios que ama y
odia de esta manera, porque es necesario que la naturaleza de la imagen
sea tal como es su Padre, por más que los arrianos, que están ciegos, no vean
esto ni ninguna otra cosa de las Sagradas Escrituras. En efecto, habiendo
quedado desprovistos de los pensamientos que proceden de su corazón, o
más bien de sus locuras, se refugian nuevamente en las palabras de la
Escritura, y, por tratarse precisamente de aquellas mismas para las cuales han
mostrado a menudo una falta de sensibilidad, no son capaces de ver el sentido
que encierran, sino que, poniendo su propia impiedad como canon, tergiversan
en este sentido las palabras de la Escritura. Los arrianos, aunque sea
únicamente por el hecho de pronunciar estas cosas, no merecen escuchar otra
cosa sino esto: Os equivocáis al no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, y si persistieran, merecerían ser rebatidos y escuchar: «Devolved al
hombre lo que es del hombre, y a Dios lo que es de Dios».
53.Así, ellos dicen que está escrito
en los Proverbios: El Señor me creó como principio de sus caminos para sus
obras, y que el Apóstol, en la Epístola a los hebreos,
dice: Ha llegado a ser en tanto superior a los ángeles, cuanto ha heredado un
nombre más distinguido frente a ellos, y poco después: Por
tanto, hermanos santos, partícipes de una llamada celestial, considerad al
apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión, a Jesús, que es fiel a quien lo
ha hecho; y en los Hechos: Por tanto, que os quede claro,
casa toda de Israel, que Dios ha hecho a este Jesús, a quien vosotros
crucificasteis, Señor y Cristo.
Mencionando estas palabras por activa y por
pasiva y equivocándose en lo que se refiere al modo de entenderlas, han creído
a partir de ellas que el Logos de Dios es una criatura y una cosa que ha sido
hecha y que es una de las cosas que han llegado a ser. Y así engañan a los
incautos, alegando como pretexto estas palabras, y en lugar de su sentido
verdadero van sembrando encima el veneno de su propia herejía. En
efecto, si
lo hubiesen entendido, no habrían cometido esa impiedad contra el Señor de la
gloria ni habrían malinterpretado aquello que ha sido escrito
adecuadamente.
Así pues, si al haber adoptado después
abiertamente la posición de Caifas, han decidido judaizar, de
modo que ignoran lo que está escrito (que realmente Dios habitará en la tierra),
entonces que dejen de escrutar las palabras apostólicas,
porque esto no es propio de los judíos. Y si al haberse entremezclado también
con los ateos maniqueos, niegan que el Logos llegó a ser carne y su presencia encarnada, entonces que no hagan referencia a los Proverbios,
pues también esto es ajeno a los maniqueos. Pero si mantienen que
el Logos llegó a ser carne (porque les protege y por el beneficio que supone
para su codicia) y no se atreven a negarlo por su afección a las apariencias
(como de hecho está escrito), entonces o bien que entiendan correctamente las
palabras que están escritas acerca de esto y que se refieren a la presencia
corporal del Salvador, o bien, si niegan su sentido, que nieguen también que el
Señor ha llegado a ser hombre. Pues no cuadra reconocer que el Logos llegó
a ser carne y ruborizarse por aquello que está escrito acerca de Él y, por
este motivo, corromper su significado.
54. En efecto, está escrito: Habiendo
llegado a ser superior respecto a los ángeles. Esto es, pues, lo
que hay que examinar en primer lugar. Pero es necesario también, al igual que
conviene y es obligado hacer con toda la Sagrada Escritura, entender fielmente
también aquí en qué ocasión lo dijo el Apóstol, y la persona y el asunto por el
que lo escribió, para que quien lo lea no se quede fuera de su verdadero
sentido pordesconocer
estas cosas o una de ellas. Sabiendo esto, aquel eunuco deseoso de
aprender pedía a Felipe diciendo: Te ruego, ¿de quién lo dice el profeta? ¿De
sí mismo o de algún otro?, pues temía que si lo leía
equivocándose de persona se alejaría de su correcto sentido. Por su parte,
también los discípulos, que querían conocer la ocasión en que sucedería lo que
se había dicho, rogaban al Señor diciendo: Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿
Fcuál será el signo de tu venida?. Pues también ellos, al escuchar
del Salvador lo referente al final de los tiempos, querían saber la ocasión,
para no equivocarse ellos y para ser capaces de enseñarlo también a los demás.
De este modo, cuando lo supieron, corrigieron a aquellos tesalonicenses que
iban a equivocarse.
Por consiguiente, cuando se tiene un buen
conocimiento de estas cosas, se tiene también una correcta y sana comprensión
de la fe. Por el contrario, si uno entiende alguna de estas cosas
en un sentido diferente, cae en seguida en herejía. Así, por ejemplo, los
seguidores de Himeneo y Alejandro se equivocaron en lo que respecta a la
ocasión, diciendo que la resurrección ya había tenido lugar; y
los gálatas se equivocaron amando la circuncisión cuando ya había pasado su
momento. Por errar en la persona han sufrido y sufren hasta
hoy los judíos, creyendo que la expresión: He aquí que la virgen estará encinta
y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que traducido significa
Dios con nosotros, se refiere a uno de ellos; y cuando se dice:
Os suscitaré un profeta, creen que se dice acerca de uno de los
profetas, y no han aprendido de Felipe aquello de fue conducido como oveja al
degüello, sino que suponen que se dice acerca de Isaías o acerca
de algún otro de los profetas que existieron.
55. Por ello, al haberles sucedido esto
mismo, también los arrianos, que combaten a Cristo, han incurrido en la abominable
herejía. En efecto, si hubiesen conocido la persona, el asunto y la ocasión de
las palabras del Apóstol ellos, insensatos, no habrían cometido tanta impiedad
tomando aquellas cosas que son características de los hombres como si se
aplicasen a la divinidad. Y esto se puede ver cuando uno comprende el inicio de
la lectura. En efecto, el Apóstol dice: Habiendo hablado en muchas
ocasiones y de muchas maneras Dios antiguamente a nuestros padres en los
profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado en el Hijo, y
después, un poco más adelante, afirma: Habiendo hecho por medio de sí mismo la
purificación de los pecados se sentó a la derecha de la majestad, habiendo
llegado a ser superior en tanto a los ángeles. Las palabras
del Apóstol recuerdan ciertamente la ocasión en la cual nos habló en el Hijo,
cuando ha tenido lugar también la purificación de los pecados.
¿Pero cuándo nos ha hablado en el Hijo? ¿Cuándo ha tenido lugar la purificación
de los pecados sino cuando, después de los profetas, ha llegado a ser hombre
en estos últimos tiempos?
Después, tratándose de la economía
salvífica conforme a nosotros los hombres y hablando acerca de los últimos tiempos,
recordó a continuación que tampoco en los primeros tiempos Dios permaneció
callado para los hombres, pues les habló por medio de los profetas. Además,
dado que también los profetas prestaron servicio y la ley fue dada por medio de
ángeles, y el Hijo, a su vez, llegó a habitar entre nosotros y
vino para servir, tuvo que añadir forzosamente habiendo llegado
a ser en tanto superior a los ángeles, porque quería mostrar
también que, en la misma medida en que un hijo difiere del siervo,
en esa misma medida ha llegado a ser mejor el servicio del Hijo que el
servicio de los siervos.
Al distinguir, pues, el Apóstol el servicio
antiguo del nuevo, escribe con gran libertad a los judíos y les dice: Ha llegado
a ser en tanto superior a los ángeles. Y por esta razón no ha dicho
tampoco, equiparándolos, que ha llegado a ser «más grande» o «más honorable»,
para que nadie entienda que se trata de seres de semejante linaje, sino que ha
dicho superior para que se reconozca el carácter diferente de la naturaleza del
Hijo frente a las cosas que han llegado a ser. Y la prueba de esto la
tenemos en la Sagrada Escritura, ya que David canta: Superior es un día en tus
moradas a un millar de ellos; y Salomón eleva su voz diciendo:
Recibid la enseñanza y no el dinero, y el conocimiento que está por encima
del oro aquilatado; pues la sabidu ría es superior a las piedras preciosas y
todo lo valioso no es digno de ella. En efecto, ¿cómo no van
a ser de sustancias diversas y diferentes en lo que se refiere a la naturaleza
la sabiduría y las piedras que provienen de la tierra? ¿Qué clase de parentesco
cabe entre las moradas que están en el cielo y las casas que están en la
tierra? ¿O en qué se asemejan las cosas temporales y mortales a las eternas y
espirituales? Así también decía lo mismo Isaías: Esto dice el Señor a los
eunucos: a cuantos guardan mi sábado, elijen las cosas que yo quiero y
perseveran en mi alianza, yo les daré en mi casa y en mi muralla un lugar
renombrado; les daré un nombre eterno superior a los hijos e hijas que no se
acabará.
De este modo, entonces, no hay parentesco alguno entre el Hijo y los ángeles,
y al no existir parentesco, no se ha dicho la expresión superior a modo de
comparación sino de distinción,
en razón del carácter diferente de la naturaleza del Hijo respecto a la de los
ángeles. Así pues, el Apóstol mismo, cuando interpreta la expresión
superior, no lo aplica a ninguna otra cosa sino a la diferencia del Hijo con
respecto a las cosas que han llegado a ser, diciendo que Él es Hijo, mientras
que las demás son siervas; y que Él, como Hijo, está sentado a la derecha del
Padre, mientras que los ángeles, como siervos, asisten, son
enviados y prestan servicio.
56. Al estar escritas de esta manera,
tampoco se da a entender en estas expresiones -arrianos- que el Hijo haya
llegado a ser, sino más bien que es distinto de las cosas creadas y propio del
Padre, al existir en sus entrañas. Ciertamente la expresión
habiendo llegado a ser, que allí está escrita, no significa que
el Hijo haya llegado a ser, que es precisamente lo que vosotros pensáis. En
efecto, si simplemente hubiese dicho ha llegado a ser y se hubiese callado, los
arrianos tendrían una excusa. Pero aunque antes ha dicho Hijo,
probando a lo largo de todo el pasaje que es distinto de las cosas que han
llegado a ser, sin embargo, no ha escrito habiendo llegado a ser sin restricción
alguna, sino que añadió superior a la expresión habiendo llegado a ser, pues
consideró que la expresión no marcaba diferencia alguna, sabiendo que quien
aplica la expresión habiendo llegado a ser a quien es reconocido como genuino
Hijo, lo entiende como equivalente a ser engendrado y dice que es superior.
No supone diferencia alguna para aquello que es engendrado el que se diga que
ha llegado a ser o que ha sido hecho, mientras que no es posible decir que las
cosas que han llegado a ser han sido engendradas (siendo como son obra de un
artífice), a no ser, naturalmente, que se diga que también ellas han sido
engendradas después, al participar del Hijo engendrado;
y en ningún caso a causa de su propia naturaleza, sino por participar del Hijo
en el Espíritu. Además, la Sagrada Escritura, refiriéndose a las cosas que
han llegado a ser, conoce esta diferencia cuando dice: Todo llegó a ser por
medio de Él, y también: Todo lo hizo en la Sabiduría,
mientras que, al referirse a los hijos de las cosas que han llegado a ser,
dice: Job llegó a tener siete hijos y tres hijas, e
igualmente: Abrahám tenía cien años cuando llegó a tener a Isaac, su hijo; y Moisés decía: Si alguno llega a tener hijos.
Así pues, si el Hijo es distinto de las cosas
que han llegado a ser y el Hijo es el único propio engendrado de la sustancia
del Padre, se ha desvanecido para los arrianos la excusa basada en la expresión
habiendo llegado a ser. Y si, avegonzados por ello, tratan de decir
nuevamente que las expresiones han sido dichas a modo de comparación y que,
como consecuencia, los términos que se comparan tienen un linaje semejante (de
tal manera que el Hijo es de la naturaleza de los ángeles), van a ser los
primeros en ser avergonzados, como aquellos que emulan y pronuncian las
doctrinas de Valentín, Carpócrates y los demás herejes. Valentín
dijo que los ángeles eran del mismo linaje que Cristo, mientras que Carpócrates dice que los ángeles son los artífices del mundo. Al haberlo aprendido
quizá de ellos, también los arrianos comparan al Logos de Dios con los ángeles.
57. Sin embargo, semejantes ideas van a
ser refutadas por el Salmista, que dice: ¿Quién será asemejado al Señor entre
los hijos de Dios?, y: ¿Quién hay semejante a ti entre los dioses,
Señor? Y van a escuchar, no obstante, si es que han aprendido a hacerlo como
algo comúnmente reconocido, que la comparación tiene lugar entre términos que
comparten un mismo linaje, y no entre quienes tienen un linaje diferente. Nadie entonces compararía a Dios con los hombres, ni tampoco un hombre con
seres irracionales, ni la madera con las piedras, a causa de la falta de
semejanza en la naturaleza. Dios es algo incomparable, mientras que el hombre
se compara con el hombre, la madera con la madera y la piedra con la piedra; y
nadie utilizaría en estos casos el término «superior», sino «más» o «en mayor
cantidad». Así, por ejemplo, José fue más bello que sus hermanos,
y Raquel que Lía; y una estrella no es «superior» a otra
estrella, sino que más bien se diferencia en esplendor. Por
el contrario, en el caso de términos de linaje diverso, cuando uno los confronta
entre sí, es entonces cuando se dice «superior» (en razón de la diferencia),
como se ha dicho en el caso de la sabiduría y de las piedras.
Por consiguiente, si el Apóstol hubiese dicho «tanto más aventaja el Hijo a los
ángeles» o «es tanto mas grande», entonces sí tendríais una excusa, pues se
habría comparado al Hijo con los ángeles. Pero como en este caso dice que el
Hijo es superior y que se distingue tanto como un hijo se distancia de los
siervos, está mostrando que es distinto de la naturaleza angélica. Y, a su vez,
cuando dice que el Hijo es el que ha cimentado todas las cosas,
muestra que es distinto de todas las cosas que han llegado a ser. Y siendo
distinto y de una sustancia diferente a la naturaleza de las cosas que han
llegado a ser, ¿qué clase de comparación cabe con su sustancia o qué semejanza
hay con las cosas que han llegado a ser? Aunque en otra ocasión los arrianos
vuelvan a albergar alguna idea semejante,
Pablo los refutará diciendo lo mismo: ¿A quién de los ángeles dijo alguna vez:
Hijo mío eres Tú?, e igualmente: También a los ángeles les dice:
el que hace de sus ángeles espíritus y de sus servidores fuego inflamado.
58. He aquí que ser hecho es algo que
pertenece a las cosas que han llegado a ser, y por eso la Escritura dice que
son cosas que han sido hechas, mientras que en referencia al Hijo no habla de
hacer ni de llegar a ser, sino de su eternidad, de su reinado y de su papel
como artífice, diciendo: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos,
y también: Tú, Señor, desde el principio alimentaste la tierra y los cielos son
las obras de tus manos; ellos perecerán, pero tú permaneces. A
partir de estas afirmaciones también los arrianos podrían haber sido capaces de
entender, si hubiesen querido, que una cosa es el artífice y otra distinta
las obras del artífice; que el artífice es Dios y que las cosas que han llegado
a ser han sido hechas de la nada. Así pues, ahora no se dice que ellos
perecerán, como si la creación estuviera abocada a la destrucción, sino para
mostrar la naturaleza de las cosas que han llegado a ser a partir de su final.
En efecto, las cosas que pueden perecer, aunque no lo hagan debido a la gracia
de quien las ha hecho, sin embargo testimonian que han llegado a ser de la nada
y que hubo un tiempo en que no existían.
Como ellas tienen semejante naturaleza, se atribuye entonces al Hijo la
expresión pero tú, permaneces, para que quede claro su carácter eterno, pues al
no poder perecer (como sucede, en cambio, con las cosas que han llegado a ser)
y tener la capacidad de permanecer siempre, no se le puede aplicar la expresión
«No existía antes de ser engendrado», porque es característica suya el
hecho de existir siempre y permanecer con el Padre. Por tanto, aunque el
Apóstol no hubiese escrito estas
cosas en la Epístola a los hebreos, de todas las maneras otros pasajes de sus
epístolas y de toda la Escritura habrían impedido verdaderamente a los
arrianos tener tales fantasías acerca del Logos. Pero dado que lo escribió y se
ha mostrado en lo precedente que el Hijo es lo engendrado de la sustancia del
Padre y también el artífice, mientras que las demás cosas son creadas por Él
como artífice, y que es el resplandor, el Logos, la imagen y la Sabiduría del
Padre, mientras que las cosas que han llegado a ser están por debajo de la
Trinidad, asistiéndola y sirviéndola, entonces el Hijo es de otro linaje y de
una sustancia diferente a las cosas que han llegado a ser, y, sobre todo, es
propio de la sustancia del Padre y de su misma naturaleza. Por esta razón
el Hijo mismo no dijo: «Mi Padre es superior a mí» (para que ninguno pudiese
suponer que Él era extraño a aquella naturaleza), sino que era más grande,
no en importancia ni en tiempo, sino por el hecho de proceder por generación
del Padre mismo. Aparte de que al decir que es más grande, mostró otra vez el
carácter propio de su sustancia.
59. Y el Apóstol mismo no decía:
Habiendo llegado a ser en tanto superior a los ángeles,
queriendo comparar pricipalmente la sustancia del Logos con las cosas que han
llegado a ser (pues es incomparable, o mejor dicho, son cosas completamente
distintas), sino que, atendiendo a la presencia encarnada del Logos y a la
economía salvífica que tuvo lugar entonces por Él, quiso mostrar que el Logos
no era semejante a los que le precedieron. De este modo, en la
misma medida en que el Logos se distingue por naturaleza de los que fueron enviados
delante de Él, en esa misma medida, e incluso más, la gracia que nos ha llegado
de El y por medio de Él es superior al servicio obrado por los ángeles.
Pues era propio de los siervos reclamar únicamente los frutos, mientras que del
Hijo y dueño es propio perdonar las deudas y transferir la viña. Por lo tanto, las palabras del
Apóstol que traemos a colación
muestran la diferencia del Hijo respecto de las cosas que han llegado a ser,
cuando dice: Por esta razón es necesario que prestemos más atención a lo que
hemos escuchado, no sea que nos equivoquemos. Pues si la palabra pronunciada
por medio de los ángeles ha llegado a ser firme y toda trasgresión y desobediencia
recibió una justa retribución, ¿cómo vamos a escapar de ella si hemos
descuidado tan importante salvación, que es precisamente aquella que teniendo
su origen en la predicación del Señor nos ha sido confirmada por aquellos que
la escucharon?. Si el Hijo fuese una de las cosas que han llegado a ser no
sería entonces superior a ellas ni habría en la desobediencia un castigo mayor
por causa suya.
En efecto, dentro del servicio de los ángeles,
de acuerdo con cada uno de ellos, tampoco se daba en los transgresores el más y
el menos, sino que la ley era una sola y uno sólo el castigo para quienes la
desobedecían. Ahora bien, puesto que el Logos no es una de las cosas creadas,
sino que es Hijo del Padre, por esta razón, naturalmente, en la misma medida
en que Él es superior y lo que tiene lugar por medio de Él es superior y
singular, en esa misma medida también el castigo tendría que ser mayor. Que
contemplen entonces la gracia que nos llega por medio del Hijo y reconozcan que
incluso sus obras testimonian su diferencia con las cosas que han llegado a
ser y que sólo Él es el Hijo verdadero que está en el Padre y el Padre está en
Él. En cambio la ley fue dada por medio de ángeles
Antes era una figura lo que se mostraba, en cambio ahora se ha hecho patente la
verdad, y esto lo volvía a explicar después más claramente el mismo Apóstol,
cuando decía: El Señor ha llegado a ser garante de una alianza superior,
y en otra ocasión: Ahora ha obtenido un ministerio más señalado, en la medida
en que es también mediador de una alianza superior, la cual ha sido legalmente
fundada sobre unas promesas superiores; y también: La ley, en
efecto, no perfeccionó nada, sino que era introducción a una promesa superior;
y otra vez afirma: Es necesario, por tanto, que los signos de las
realidades celestiales sean purificados por ellas, y a su vez las cosas
celestes con sacrificios superiores a estos. De esta manera,
lo que es «superior», tanto aquí como en el resto de la epístola, lo atribuye
al Señor, que es superior y distinto de
las cosas que han llegado a ser, porque es superior el sacrificio que tiene
lugar por medio de Él, superior la esperanza en Él y las promesas de las que es
mediador; y no porque sean «grandes», en comparación con las que son
«pequeñas», sino por el hecho de ser distintas del resto en lo que se refiere a
su naturaleza, pues quien las administra también es superior a las cosas
creadas.
60. También la mencionada expresión ha
llegado a ser garante se refiere a la garantía que ha llegado por medio de
Él en favor nuestro. Pues así como, siendo Logos, llegó a ser carne
y nosotros pensamos que este llegar a ser se refiere a la carne (en efecto,
ésta es algo que llega a ser y existe como una criatura), lo mismo ocurre aquí
con la expresión ha llegado a ser, de manera que también entendamos esto de
acuerdo con el segundo significado, es decir, por haber llegado a ser hombre;
y para que se den cuenta los arrianos, amantes de contiendas, de que
también se equivocan a causa de su perverso modo de pensar. Escuchen que Pablo,
sabedor de que el Logos es el Hijo, la Sabiduría, el resplandor y la imagen
del Padre, no da a entender que la sustancia del Logos haya llegado a ser,
sino que también ahora atribuye el hecho de llegar a ser al servicio de la
alianza, en virtud de la cual la muerte, que en un tiempo reinaba, ha sido
vencida.
Ciertamente en este sentido el servicio que ha tenido lugar por medió de Él es
superior, porque aquello que la ley era incapaz de hacer, por cuanto era débil
debido a la carne, Dios lo hizo al haber enviado a su Hijo en semejanza de
carne de pecado y, en lo que se refiere al pecado, condenó el pecado en la
carne, apartando de ella la culpa en la que estaba siempre prisionera
hasta el punto de no poder aceptar el plan divino. Pero
al haber preparado la carne para poder recibir al Logos, ha conseguido que
nosotros ya no caminemos más según la carne, sino según el Espíritu, y digamos muchas veces: Nosotros no estamos en la carne, sino en el Espírit,
y que el Hijo de Dios ha venido al mundo, no para juzgar al mundo, sino para
rescatar a todosy para que el mundo se salve por medio de Él.
Antes, en efecto, el mundo era juzgado por la ley como deudor, pero ahora
el Logos ha recibido sobre sí mismo la condena y, por haber sufrido en su
cuerpo en favor nuestro, nos ha agraciado a todos con la salvación. Al ver esto
Juan ha exclamado: La ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad
han llegado por medio de Jesucristo. Y la gracia es superior a la ley, y la
verdad a la sombra.
61. Así pues, no habría sido posible
que el hecho de ser superior, como se ha dicho, ocurriera por medio de ningún
otro sino por el Hijo, que está sentado a la derecha del Padre. ¿Y a qué se
refiere esta expresión sino al carácter genuino del Hijo y al hecho de que la
divinidad del Padre es la misma que la del Hijo? En efecto, al reinar sobre el reino
del Padre, el Hijo está sentado en el mismo trono del Padre,
y, al ser contemplado en la divinidad del Padre, el Logos es Dios,
y quien ve al Hijo ve a! Padre, y de este modo Dios es uno solo.
Así, aunque está sentado a la derecha, no deja al Padre
a la izquierda, sino que el Hijo, que es quien dice: Todo lo que tiene el Padre
es mío, tiene también lo que está a la derecha y es honorable en el Padre.
Por esta razón, aunque está sentado a su derecha, también el Hijo mismo
contempla al Padre a su derecha,por
más que al haber llegado a ser hombre diga: Veía, delante al Señor, porque Él
está siempre a mi derecha. En este hecho se muestra otra vez que el Hijo está
en el Padre y el Padre en el Hijo, pues aunque el Padre esté
a la derecha también el Hijo está a la derecha, y el Padre está en el Hijo,
aunque el Elijo esté sentado a la derecha.
Los ángeles sirven,
subiendo y bajando, mientras que del Hijo dice: Que le adoren
todos los ángeles de Dios. Y cuando los ángeles sirven,
dicen: «He sido enviado a ti», y también: «El Señor me ha
ordenado»; en cambio el Hijo, aunque diga en cuanto hombre que
«he sido enviado», y también: «Vengo a cumplir la obra y a servir», dice no obstante, como Logos e imagen del Padre: Yo
estoy en el Padre y el Padre en mí, El que me ha visto a mí ha
visto al Padre, y El Padre que permanece en mi hace las obras (pues
las obras que uno ve en esta imagen son obras del Padre).
Así pues, estos argumentos son suficientes para
confundir a quienes luchan contra esta verdad. Pero si, al estar escrita la expresión
habiendo llegado a ser superior, no quieren que la expresión habiendo llegado
a ser, cuando se dice del Hijo, equivalga a «llegar a ser» y «existe», o si no
quieren aceptar y entender que la expresión habiendo llegado a ser se debe a
la superioridad de su servicio, como se ha dicho, sino que creen que se está
diciendo que el Logos ha llegado a ser, tomando pie en esta expresión, entonces
que escuchen una vez más todo ello en forma resumida, dado que se han olvidado
de lo dicho anteriormente.
62. Si el Hijo es uno de los ángeles,
que se le aplique tanto a Él como a ellos la expresión habiendo llegado a ser,
y que no se diferencie en nada de ellos en lo que respecta a la naturaleza.
Pero entonces que éstos sean también hijos o bien Él sea un ángel y que todos
juntos se sienten a la derecha del Padre o que el Hijo se presente como
espíritu que asiste y es enviado para servir, junto con ellos, y
sea semejante a ellos. Pero si resulta que Pablo separa al Hijo de las
cosas que han llegado a ser, cuando pregunta: ¿de quién de los ángeles dijo alguna
vez: Hijo mío eres?, y el Hijo es el artífice del cielo y
de la tierra mientras que los ángeles llegan a ser por Él, y el Hijo está
sentado junto al Padre mientras que los ángeles le asisten y le sirven, ¿quién
no va a tener claro entonces que la expresión habiendo llegado a ser no se
refería a la sustancia del Logos, sino al servicio que ha tenido lugar por
medio de Él? En efecto, así como siendo Logos llegó a ser carne,
de igual manera, al haber llegado a ser hombre, en su servicio llegó a ser
superior al servicio mediado por los ángeles en la misma medida
en que un hijo difiere de los siervos y un artífice de sus
obras. De manera que los arrianos deberán abandonar ya de tomar la expresión
habiendo llegado a ser como atribuida a la sustancia del Hijo (pues no
pertenece a las cosas que han llegado a ser) y deberán saber que la expresión
ha llegado a ser se refiere al servicio y a la economía salvífica que ha
tenido lugar.
Cuanto se ha dicho anteriormente muestra cómo el Logos ha resultado ser
superior en su servicio: por el hecho de ser superior en su naturaleza a las
cosas que han llegado a ser. Creo que así ellos podrían quedar avergonzados.
Pero si resulta que son amantes de las disputas, seguidamente habría que salir
al paso de su absurdo atrevimiento y hacerles frente con las palabras
semejantes que se dicen acerca del Padre mismo, para que, o bien, una vez
confundidos, guarden su lengua del mal, o bien conozcan a qué
grado de ignorancia han llegado. Así, está escrito: Llega a ser para mí un
Dios protector y un lugar de refugio donde me salve, y en
otra ocasión: El Señor llegó a ser un refugio para el pobre, y
todas aquellas citas semejantes que se encuentran en las Escrituras. Así
pues, si afirman que estas cosas se atribuyen al Hijo, lo cual es quizá incluso
más verdadero, sepan que los santos están pidiendo que el Hijo (que no es una
cosa que ha llegado a ser) pueda ser para ellos una ayuda y un lugar de
refugio, y entiendan en adelante que las expresiones habiendo llegado a ser, lo
hizo y lo creó hay que entenderlas referidas a su presencia encarnada. En
efecto, ha venido a ser ayuda y lugar de refugio en el preciso momento en que
subió al madero, en su propio cuerpo, nuestros pecados y decía:
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
63.En cambio, si dijesen que las
palabras se aplican al Padre, ¿acaso, puesto que también aquí aparecen escritas
las expresiones llega a ser y el llegó a ser
intentarán ir tan lejos como para decir que también Dios es una cosa que ha
llegado a ser? Sí, se atreverán, de igual manera que han pensado lo mismo
acerca del Logos, pues la lógica de su argumento les lleva a imaginarse también
acerca del Padre lo que se han imaginado acerca de su Logos. ¡Mas no suceda
algo semejante ni le pase nunca por la cabeza a ningún creyente! En efecto,
ni el Hijo es una de las cosas que han llegado a ser ni lo que está escrito
(las expresiones llega a ser y llegó a ser que aquí se mencionan)
se refiere a! comienzo de la existencia, sino a la ayuda que ha surgido para
los que estaban necesitados.
En efecto, Dios existe y es el mismo siempre, mientras
que los hombres han llegado a ser por medio del Logos después, cuando lo quiso
el Padre mismo; y Dios es invisible e inalcanzable para las cosas que han llegado a ser, sobre todo para los hombres que están en
la tierra. De este modo, cuando los hombres están débiles, piden auxilio;
cuando son perseguidos, piden ayuda; cuando sufren injusticia, rezan; y es
entonces cuando el invisible, porque ama al hombre, se manifiesta mediante su
favor y lo lleva a cabo por medio de su propio Logos y en Él. Por tanto, los
favores de la manifestación de Dios llegan hasta la necesidad de cada uno, y
así llega a ser fuerza para los débiles y refugio y lugar de
salvación para los perseguidos; y a los que sufren injusticia les
dice: Cuando todavía estés hablando te diré: he aquí que estoy junto a ti.
Por tanto, aquello que cada uno recibe por medio del Hijo como auxilio, es
precisamente lo que cada uno dice que Dios «ha llegado a ser» para él, dado que
también la ayuda que Dios mismo presta tiene lugar por medio del Logos. Éste es
el modo en el que acostumbran a expresarlo los hombres, y toos, sea quien
sea, deberán reconocer que está bien dicho.
Muchas veces, también algunos hombres han
llegado a ser ayuda para otros hombres: uno socorrió al que sufre la injusticia,
como Abraham a Lot; otro abrió su casa a un perseguido, como
Abdías a los hijos de los profetas; otro hace descansar al
forastero, como Lot a los ángeles; y otro sustenta a los
necesitados, como Job a quienes le pedían. Por tanto, de
igual manera, sí cada uno de los que han tenido esa buena
experiencia dijese: «Fulano ha llegado a ser para mí una ayuda», y otro
dijese: «Pues para mí un refugio y para éste un dispensador», al decirlo no se
estarían refiriendo al origen de su generación ni a la sustancia de aquellos
que les han hecho bien, sino al favor que les ha llegado por medio de ellos;
de la misma manera los santos, cuando dicen de Dios que ha llegado a ser y
llega a ser, no se refieren tampoco al origen de su generación (pues Dios
carece de origen y no es algo que haya llegado a ser), sino a la salvación que
El ha procurado a los hombres.
64 Y si entendemos esto así, habría
que mantener, en consecuencia, el mismo modo de pensar también en aquellas
ocasiones en que se dice del Hijo que llegó a ser y llega a ser, de modo que
al escuchar las mencionadas expresiones (habiendo llegado a ser superior a los
ángeles y llegó a ser) no piensen los arrianos en un comienzo del llegar a ser
del Logos ni se imaginen en absoluto que Él procede de las cosas que han
llegado a ser, sino que lo dicho por Pablo se entienda aplicado al servicio y a
la economía de la salvación, cuando llegó a ser hombre. En efecto, cuando
el Logos llegó a ser carne y puso su tienda entre nosotros y vino para servir y agraciar a todos con la salvación, en ese momento
llegó a ser salvación, llegó a ser vida y llego a ser
propiciación para nosotros; en ese momento su economía de
salvación en favor nuestro llegó a ser superior a los ángeles,
llegó a ser camino y llegó a ser resurrección.
Y así como la expresión llega a ser para mí un
Dios protector no se refiere a la generación de la sustancia de Dios mismo,
sino a su amor al hombre -según se ha dicho-, de la misma manera también ahora
las expresiones habiendo llegado a ser superior a los ángeles y llegó a ser y
en tanto llegó a ser Jesús un garante superior no significan que
la sustancia del Logos sea una cosa que ha llegado a ser, ¡de ningún modo!,
sino que se refieren al favor que se nos ha concedido a nosotros a partir de
su Encarnación, por más que los herejes sean unos desagradecidos y se obstinen
en la impiedad.
SEGUNDO DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOS |