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BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA

 

 

LA GUERRA DEL ESPÍRITU SANTO

 

SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA

 

DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOS

 

 

I. 

  EL TRASFONDO DE LA OBRA: LA CONTROVERSIA ARRIANA

La vida y la obra de Atanasio de Alejandría se insertan en un tiempo y en un espacio concretos. El siglo IV de nuestra era, en que le tocó vivir al alejandrino, conoció una de las mayores crisis doctrinales que han tenido lugar en la historia de la Iglesia: la crisis arriana. Esta crisis, como el mismo nombre de los discursos indica, constituye el trasfondo de los discursos Contra Arrianos. Repasaremos ahora, brevemente, la historia, así como algunos de los protagonistas y cuestiones doctrinales implicados en dicha controversia.

1. Los orígenes

La controversia arriana comenzó siendo un conflicto local en Alejandría, pero se convirtió rápidamente en un problema de todo el oriente cristiano y acabó por involucrar más tarde también al occidente. Dada la situación política de la época y la injerencia del poder civil en los asuntos eclesiásticos, se convirtió a la vez en un problema general: la falta de unidad doctrinal en la Iglesia suponía un peligro para la unidad del Imperio Romano, por lo que los emperadores intervendrán activamente en la crisis.

Arrio (256-336 d.C.), quien inició la controversia y dio nombre a la herejía, era un presbítero de Alejandría (Egipto). En torno al 320 d. C. Alejandro, obispo de Alejandría, convocó un sínodo en el que lo excomulgó por promover una postura doctrinal que negaba la divinidad del Hijo.

2.  El concilio de Nicea

Arrio, no obstante, obtuvo el apoyo, entre otros, del obispo Eusebio de Nicomedia, quien tenía influencia en la corte del emperador romano. A raíz de ello, la controversia llegó a oídos del emperador Constantino, el cual convocó el Concilio de Nicea (325 d.C.), buscando poner fin a una crisis que iba adquiriendo, cada vez más, mayor ex­tensión y magnitud. En este concilio se condenaron las tesis arrianas que negaban la divinidad del Hijo, según las cuales, el Hijo «hubo un tiempo en que no existía» y «fue creado de la nada».

La ortodoxia quedó sancionada en el símbolo de la fe, que todavía hoy se sigue profesando en la Iglesia. En dicha profesión de fe se confiesa que el Hijo es «engendrado, no creado», «de la misma naturaleza que el Padre». Esta unidad de sustancia entre el Padre y el Hijo (en griego «homoousios») zanjó por el momento la cuestión doctrinal en contra de la postura mantenida por los arrianos, pero no fue capaz de poner fin a la controversia arriana, que se extendió a lo largo de casi todo el siglo IV.

Uno de los participantes en el concilio de Nicea fue el joven diácono Atanasio de Alejandría (296-373 d.C.), el autor de la presente obra que ofrecemos ahora en su ver­sión castellana, y que el año 328 sucedió a Alejandro como obispo de Alejandría, siendo un notable y ardiente defen­sor de la fe de Nicea.

3. 

La controversia después del concilio de Nicea.

Los destierros de Atanasio

Como se apuntaba más arriba, el Concilio de Nicea no supuso el fin de la controversia arriana. Una vez que el concilio había sancionado el término «homoousios», los herejes trataban de reinterpretarlo como indicativo de una semejanza de sustancia, y no de una identidad (el Hijo se parece al Padre, pero no tiene la misma sustancia). También apelaban como pretexto, para sus posiciones doctrinales, el que dicho término no aparecía en la Escritura.

Atanasio hizo frente, con valentía y decisión, a la herejía arriana, siendo desterrado hasta cinco veces a partir del 335, por defender la genuina fe de la Iglesia. Todo ello se entiende, como se explicará brevemente a continuación, por la injerencia del poder político en el ámbito eclesiástico. Lo que preocupaba a los emperadores en esta controversia no era la cuestión doctrinal, sino la unidad y estabilidad del Imperio. El hecho de que los enemigos de Atanasio estuviesen políticamente mejor posicionados explica por qué Atanasio sufrió tantos destierros.

La primera vez fue desterrado entre los años 335-337. Tras ser depuesto por un sínodo local y ser rehabilitado Arrio (que moriría muy poco tiempo después), Atanasio fue acusado falsamente de traición ante el emperador y desterrado. Durante este periodo, que pasó en Tréveris (norte de las Galias), Atanasio terminó de redactar su doble obra Contra los paganos y La encarnación del Verbo. Poco después de su vuelta a la sede de Alejandría murió el emperador Constantino, dejando el Imperio Romano repartido entre sus tres hijos: Constantino II, Constante y Constancio. A éste último le fue adjudicado el oriente del Imperio, al que pertenecía la sede de Alejandría.

Tampoco la muerte de Arrio (336) puso fin a la controversia arriana, ya que las posturas que defendió siguieron contando con el apoyo -si bien con matices propios- de importantes figuras como Asterio y el obispo Eusebio de Nicomedia. Asterio, seguidor de Arrio y autor de una obra titulada «Syntagmation», distinguía en Dios dos sabidurías: la que era coeterna con el Padre y otra sabiduría, creada y no coexistente con Dios, que es el Hijo. Atanasio se refiere a él en diversas ocasiones a lo largo de los discursos y cita textualmente varios fragmentos de su obra. Eusebio, obispo de Nicomedia y más tarde de Constantinopla, aparece también citado en los discursos Contra Arrianos como uno de los defensores del arrianismo. Se piensa que murió hacia el 342.

Poco tiempo después de volver de su primer destierro, Atanasio es nuevamente depuesto por un sínodo, convocado por Eusebio de Nicomedia, y se refugia en Roma (339-346). La llegada de Atanasio a Roma supuso que el occidente cristiano quedase también involucrado en la controversia arriana. En este periodo escribió probablemente los discursos Contra Arrianos, la obra que nos ocupa, y la Carta a la muerte de Arrio, dirigida al obispo Serapión. El año 346 Atanasio logra regresar a Alejandría, reemprendiendo su actividad pastoral, y escribe la Apología contra los arrianos. Tras la muerte de Constante en el año 350, Constancio, que hasta entonces era emperador sólo del oriente, se hace con todo el Imperio.

Los enemigos de Atanasio consiguen que el emperador Constancio convoque dos concilios (Arlés en el 353 y Milán en el 355) en el que el Patriarca de Alejandría es condenado nuevamente y desterrado. Durante este tercer destierro Atanasio se esconde con unos monjes en Egipto. Se piensa que en este tiempo escribe la Vida de Antonio y otras cuatro Cartas a Serapión. La crisis arriana sigue agudizándose, pero en el 361 Atanasio logra volver gracias a la amnistía concedida por el nuevo emperador Juliano el Apóstata.

Es desterrado por cuarta vez en el año 362 y logra regresar en el 364. Pero es desterrado nuevamente en el 365 y se mantiene oculto por un año. En el 366 puede volver y muere en Alejandría en el 373.

II. 

LOS DISCURSOS CONTRA ARIANOS

 

Con esta obra Atanasio hace frente a las tesis heréticas arrianas acerca del Logos, la segunda persona de la Trinidad. La discusión se centra sobre todo en la interpretación de algunos pasajes de la Sagrada Escritura que los arrianos alegaban como pretexto para negar la divinidad del Logos. Arrio y sus seguidores afirmaban que el Logos no era coeterno con el Padre, que había sido creado y que, por tanto, era mutable. El tono de la discusión es firme y decidido -en algunos momentos incluso apasionado- y ha de entenderse a la luz de las circunstancias históricas y eclesiásticas que Atanasio tuvo que vivir.

Según nos dice el mismo Atanasio, se trata de una herejía que estaba engañando a muchos, simulando ser cristiana al usar palabras de la Escritura. Estaba en juego ni más ni menos que la divinidad del Hijo, y Atanasio va a hacer una ardorosa defensa de la piadosa fe; la fe que el Concilio de Nicea, como hemos visto, había sancionado: el Hijo es de la misma sustancia que el Padre, engendrado pero no creado, coeterno con el Padre e inmutable. Se trata de una defensa que retoma, uno a uno, los pasajes de la Escritura que los arrianos usaban para fundamentar su herejía. La obra es, pues, todo un ejemplo de cómo hacer exégesis bíblica. Por ejemplo, Atanasio lee la Escritura siempre a la luz de la piadosa fe, y la lee como una unidad en la cual unos pasajes iluminan y completan a otros.

La clave de la argumentación de Atanasio está en distinguir cuándo la Escritura está hablando del Logos en cuanto Logos divino y cuándo se está refiriendo al Logos en cuanto que tomó carne. En el principio existía el Logos y el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios (Jn 1, 1), pero en la plenitud de los tiempos el Logos llegó a ser carne (Jn1, 14). Estos dos textos del prólogo de San Juan sintetizan perfectamente la doble perspectiva desde la que hay que considerar el misterio del Logos encarnado. La herejía arriana no supo hacer esta distinción y acabó por negar la divinidad del Hijo, mientras que hubo otras herejías (como el docetismo) que llegaron al extremo opuesto, reduciendo a mera apariencia la humanidad del Logos encarnado. Otra de las claves de la argumentación de Atanasio es la identificación del Logos con el Hijo, la Imagen y la Sabiduría del Padre. El hecho de ser Hijo e Imagen explica por qué el Logos es de la misma naturaleza que el Padre, y el hecho de ser la Sabiduría asegura la eternidad del Logos y su co­existencia con el Padre.

Atanasio clarifica la distinción entre la vida intradivina y la economía de salvación, pero a la vez no separa la vida divina de la historia de la salvación. Una vez salvaguardada la integridad del Logos en cuanto Dios, Atanasio se ve obligado a explicar por qué, no obstante la divinidad y eternidad del Logos, la Escritura le atribuye en algunas ocasiones comportamientos y características propias de las criaturas. Un ejemplo claro es el hecho de llegar a ser: el Logos, en cuanto que es Logos, no llega a ser ni es una criatura, pero llegó a ser hombre por nosotros.

Estas reflexiones llevan a Atanasio a entrar directamente en consideraciones soteriológicas y a no limitarse a la realidad divina del Logos. En este sentido la obra es también muy enriquecedora y jugosa, pues Atanasio habla a menudo de la conveniencia y de la necesidad de que fuese el Logos, y no otro, el que nos salvase y tomase nuestra carne. Como repite en diversas ocasiones, si no se tratase de la carne y el cuerpo del Logos, por un lado, y de una verdadera carne humana por otro, nuestra salvación no tendría firmeza ni sería definitiva. La carne de Cristo, como dice Atanasio bellamente, se ha convertido en camino firme y seguro de salvación para los hombres.

Al hablar del Hijo, Atanasio se refiere también, en diversas ocasiones, a las otras dos personas de la Trinidad. Por la Encarnación la carne humana ha quedado dispuesta para recibir el Espíritu y es el Hijo quien nos da el Espíritu. Y si el Logos se encarna es porque Dios Padre es «amigo del hombre» («filanthropos») y todo lo que hace es por amor al hombre.

 

Atanasio de Alejandría

 

DISCURSOS CONTRA LOS ARRIANOS

 

PRIMER DISCURSO

 

1.  Todas aquellas herejías que se apartaron de la verdad, al haberse propuesto una locura, han quedado en evidencia. En efecto, el hecho de que los que han inventado semejantes cosas se hayan apartado de nosotros, como escribió el bienaventurado Juan, sería un signo claro de que el modo de pensar de tales individuos ni estuvo, ni está ahora, con nosotros. También por esta razón, como dijo el Salvador, al no recoger con nosotros desparraman, y acechan junto con el diablo a los que duermen, para que, al haber sembrado encima el veneno de su propia perdición, tengan quienes perezcan juntamente con ellos.

Puesto que una de las herejías, la más reciente que ha surgido ahora como precursora del anticristo, la que es llamada arriana y es engañosa y perversa, viendo abiertamente proscritas a sus hermanas mayores, las demás herejías, finge no serlo ataviándose con expresiones tomadas de las Escrituras (como hiciera su mismo padre, el diablo) y se esfuerza por entrar de nuevo en el paraíso de la Iglesia, forjándose una apariencia cristiana para engañar a algunos y para hacer que piensen en contra de Cristo, gracias a la fuerza persuasiva de sus falacias (pues nada en ella está bien razonado); y puesto que ciertamente ya ha extraviado a algunos incautos, de manera que no sólo los ha corrompido al oírlas, sino que, como Eva, las han tomado y probado, y como consecuencia, al ser ignorantes, piensan en adelante que lo amargo es dulce y llaman buena a la abominable herejía. Por todo ello he considerado necesario, urgido por vosotros, desenmascarar esta infame herejía y mostrar la pestilencia de su estupidez, para que así, los que están todavía lejos de ella la eviten y los que ya han sido engañados por ella cambien de parecer y, teniendo los ojos de su corazón abiertos, se den cuenta de que al igual que la tiniebla no es luz y la mentira no es verdad, así tampoco la herejía arriana es buena.

Pero también aquellos que llaman cristianos a los arrianos se equivocan de cabo a rabo, porque ni han leído las Escrituras ni conocen en absoluto el cristianismo y la fe que hay en él.

2.  En efecto, ¿qué han visto en la herejía que se asemeje a la piadosa fe, para decir semejante tontería, como si los arrianos no dijesen nada malo? Pues lo mismo que decir que Caifás es cristiano, es también considerar a Judas, el traidor, como perteneciente al grupo de los Apóstoles, y decir que aquellos que pedían a Barrabás, en lugar de al Salvador, no han hecho nada malo. También es lo mismo considerar a Himeneo y a Alejandro como personas sensatas, y decir que el Apóstol miente contra ellos. Un cristiano, sin embargo, no tendría la desvergüenza de escuchar esto, ni nadie supondría que quien se atreve a decir esto está en sus cabales. En efecto, en lugar de Cristo está entre ellos Arrio, igual que Maniqueo está entre los maniqueos; y en vez de Moisés y los demás santos se encuentran entre ellos un tal Sótades, que también es objeto de burla por parte de los griegos, y la hija de Herodías. Así, el mismo Arrio, al escribir la Thalia, imita de aquél el carácter quebradizo y afeminado, mientras que de ella ha emulado la danza, bailando y mofándose a base de injurias contra el Salvador. De este modo, los que han sucumbido a la herejía arriana pervierten su mente y piensan de forma contraria a como hay que pensar, cambian el nombre del Señor de la gloria por una semejanza de la imagen de un hombre mortal, son llamados en adelante arrianos, en vez de cristianos, y tienen esto como signo distintivo de su impiedad.

Por esta razón no deben excusarse ni, al verse censurados, acusar con falsedad a los que no son como ellos, ni tampoco deben llamar a los cristianos a partir del nombre de sus maestros, con el fin de poder ser así ellos mismos llamados arrianos. Y que tampoco se burlen cuando se avergüencen de su propio nombre, que es tan reprochable. Pero si se avergüenzan, entonces que se oculten o bien que se aparten de sus propias impiedades. En efecto, tampoco ocurrió jamás que un pueblo recibiera el nombre de sus obispos, sino del Señor, que es el objeto de nuestra fe. Pues aunque los bienaventurados Apóstoles han sido nuestros maestros y nos han transmitido el Evangelio del Salvador, no hemos sido llamados con sus nombres, sino que somos cristianos y tenemos ese nombre a partir de Cristo, En cambio, los que reciben de otros el origen de la fe que profesan, reciben también con razón su mismo nombre, porque han pasado a ser propiedad suya.

Siendo todos nosotros cristianos y siendo llamados con ese nombre a partir de Cristo, es natural que en otro tiempo Marción, cuando inventó una herejía, fuera expulsado y que aquellos que permanecieron con el que lo expulsó siguieran siendo cristianos, mientras que los que siguieron a ese Marción ya no fueran llamados en adelante cristianos, sino marcionitas. También de modo semejante Valentín, Basílides, Maniqueo y Simón el Mago hicieron partícipes de su propio nombre a sus seguidores, siendo denominados unos valentinianos, otros basitidianos, otros maniqueos, otros simonianos, de igual manera que otros son llamados catafrigios a partir de Frigia y nóvacianos a partir de Novato. De igual forma también Melicio, expulsado por Pedro, el obispo y mártir, ya no llamó a sus seguidores cristianos, sino melicianos. De modo semejante, después que el bienaventurado Alejandro expulsó a Arrio, aquellos que permanecieron con Alejandro siguieron siendo cristianos, mientras que los que se marcharon con Arrío nos dejaron a nosotros, que estábamos con Alejandro, el nombre del Salvador y ellos fueron llamados en adelante arrianos.

He aquí la razón por la que, después de la muerte de Alejandro, los que están en comunión con Atanasio, su sucesor, y con aquellos con los que Atanasio mismo está en comunión, tienen la misma marca distintiva, pues ninguno de ellos lleva el nombre de Atanasio, ni éste es llamado a partir de aquéllos con los que está en comunión, sino que todos son comúnmente llamados cristianos. En efecto, aunque nuestros maestros tengan sucesores y nosotros lleguemos a ser sus pupilos, sin embargo, cuando nos instruyen acerca de las cosas que son de Cristo, no dejamos ní mucho menos por ello de ser, y ser llamados, cristianos. En cambio, los seguidores de los herejes, aunque tengan millares de sucesores, llevan, como es natural, el nombre del inventor de la herejía. Sin duda que después de morir Arrio, aunque son muchos los que le suceden, quienes piensan igual que Arrio son reconocidos a partir de él y son llamados arrianos. Y la prueba más asombrosa de todo esto es que los griegos que han abandonado la superstición de los ídolos y que han entrado ahora en la Iglesia, no toman el sobrenombre de quienes los han catequizado, sino del Salvador; y en vez de griegos, comienzan a ser llamados cristianos, mientras que los que se han marchado con los griegos o quienes se han pasado de la Iglesia a la herejía abandonan el nombre de cristianos y son llamados en adelante arrianos. En efecto, ya no tienen fe en Cristo, sino que se han convertido en sucesores de la locura de Arrio.

¿Cómo entonces van a ser cristianos aquellos que no son cristianos, sino que padecen la locura de Arrio? ¿O cómo pueden pertenecer a la Iglesia católica quienes han rechazado la fe apostólica, y se han convertido en inventores de nuevos males, aquellos que habiendo abandonado por completo las palabras de las Sagradas Escrituras llaman «nueva sabiduría» a la Thalia de Arrio (y lo dicen con razón, pues están dando a conocer una nueva herejía)?

Por eso es asombroso que, habiendo sido muchos los que han escrito múltiples tratados y numerosos comentarios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y no habiendo sido ninguno de ellos autor de una Thalia (como tampoco sucede con los griegos más virtuosos, a excepción de aquellos que cuando están borrachos cantan semejantes cosas en fiestas, acompañados de aplausos y burlas, para que otros se rían de ellos), el sorprendente Arrio, no imitando nada honroso, desconociendo las obras de los más virtuosos y sustrayendo la mayoría de las cosas de otras herejías, haya emulado únicamente el lenguaje ridículo de Sótades. Ciertamente, queriendo danzar en contra del Salvador, ¿qué otra cosa habría podido ser apropiada que hiciera sino expresar las miserables expresiones de su impiedad mediante modos musicales disolutos y aflojados? Para que así como por la palabra que sale se conocerá al varón, como dice la Sabiduría, de igual manera se conozca también por aquellas palabras, el carácter afeminado de su alma y la corrupción de su mente.

Pero ni aún así ha logrado esconderse el impostor. En efecto, por más que se mueva para arriba y para abajo muchas veces como la serpiente, sin embargo ha sucumbido al error de los que entonces eran fariseos. Lo mismo que ellos, queriendo ir en contra de la ley, simulaban preocuparse por la letra de la ley, y, queriendo negar al Señor esperado que estaba presente, fingían apelar a Dios, y al ser refutados blasfemaban diciendo: «¿Por qué tú siendo un hombre te haces igual a Dios y dices: Yo y el Padre somos una sola cosa», así también el abominable Arrio, al estilo de Sótades, finge hablar de Dios, porque se sirve de las expresiones de las Escrituras, pero es refutado por todas partes como ateo, al negar al Hijo y contarlo entre el número de las criaturas.

5.  Éste es el comienzo de la Thalia arriana, que tiene un carácter ligero y un modo musical afeminado: «De acuerdo con la fe de los elegidos de Dios y de los entendidos de Dios, hijos santos que la exponen correctamente al haber recibido el Espíritu Santo de Dios, todas estas cosas las aprendí yo mismo por obra de los que participan de la sabiduría, son educados, han sido adoctrinados por Dios y son sabios en todas las cosas. He andado siguiendo sus huellas, avanzando con igual gloria, yo el bien conocido, que he sufrido muchas cosas a causa de la gloria de Dios, y conozco al haber aprendido la sabiduría y el conocimiento por obra de Dios».

Las burlas aplaudidas por él en esa obra, que han de evitarse y que están repletas de impiedad, son de este estilo: «Dios no fue siempre padre, sino que hubo un tiempo en que Dios estaba solo y no era padre todavía, sino que fue más tarde cuando sobrevino el hecho de ser padre; no siempre existió el Hijo, ya que como todo ha llegado a ser de la nada y todas las cosas son criaturas y han sido hechas, también el Logos mismo de Dios ha llegado a ser de la nada y hubo un tiempo en que no existía; el Logos no existía antes de llegar a ser, sino que también su ser creado tuvo un origen, pues Dios -dice él- estaba solo y todavía no existía el Logos y la Sabiduría; después, al haber querido crearnos a nosotros, y sólo entonces, hizo a uno solo y lo llamó Logos, Hijo y Sabiduría, para crearnos por medio de Él».

Dice [Arrio], por tanto, que hay dos sabidurías: una es la que es propia y coexistente con Dios, mientras que el Hijo ha sido engendrado en esta sabiduría y al participar de ella es llamado Sabiduría y Logos; pero sólo de nombre, pues dice: «La Sabiduría existía en la sabiduría por el querer del Dios sabio». De modo similar dice también que hay otro logos aparte del Hijo en Dios, y que el Hijo es llamado Logos e Hijo al participar de ese logos por gracia.

Este modo de pensar, característico de su herejía, aparece también en otros de sus escritos. Dice: «Hay muchas potencias, y una de ellas es propia de Dios por naturaleza y eterna. Cristo no es potencia verdadera de Dios, sino que es también una de las llamadas potencias, como por ejemplo la langosta y la oruga, entre las cuales Cristo no es sólo considerado potencia, sino también gran potencia. Las demás potencias son muchas y semejantes al Hijo y se trata de aquellas acerca de las que canta David, diciendo: Señor de las potencias. El Logos mismo es mutable por naturaleza, como todos, ymientras lo quiera sigue siendo bueno por el ejercicio de su propia libertad. Sin embargo, si Él quiere también puede cambiar, pues es mutable por naturaleza como nosotros. Por esta razón, en efecto, al saber Dios de antemano -dice Arrio- que iba a ser bueno, tomó con antelación la gloria que el Logos habría de recibir después por causa de su virtud y se la concedió. De modo que el Logos, por sus propias obras (de las que Dios tuvo conocimiento de antemano), ha llegado a ser ahora de esta manera».

6.  Pero además [Arrio] se atrevió a decir: «El Logos tampoco es verdadero Dios. En efecto, aunque es llamado dios, sin embargo no lo es verdaderamente, sino que es llamado dios igual que todos los demás, por participación en la gracia y sólo de nombre. Y así como todos los dioses son ajenos a Dios y distintos de Él en lo que se refiere a la sustancia, de la misma manera también el Logos es diferente y distinto de la sustancia y de la identidad del Padre en todos los aspectos. Pertenece a las cosas que han llegado a ser y a las criaturas, y resulta ser una de ellas».

Junto a estas cosas, y como si se hubiese convertido en depositario de la temeridad del diablo, dejó escrito en la Thalia que, como consecuencia, «el Padre resulta desconocido también para el Hijo, y el Logos no es capaz de ver ni conocer plenamente y con exactitud a su propio Padre. Al contrario, aquello que conoce y ve, lo conoce y lo ve en forma proporcionada a su medida, de la misma manera en que nosotros también conocemos según nuestra capacidad. Pues el Hijo -dice también Arrio- no sólo no conoce con exactitud al Padre al no alcanzar a comprenderlo, sino que además él tampoco conoce su propia sustancia».

Y también afirma: «Las sustancias del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo están, por naturaleza, divididas en partes, son ajenas unas a otras, están separadas entre sí, son diferentes y no participan unas de otras», y por esta razón -como Arrio mismo pronunció- permanecen para siempre siendo absolutamente distintos entre sí, tanto en sustancia como en gloria». Consecuentemente dice que, «por lo que respecta a la semejanza de gloria y sustancia, el Logos es totalmente diferente a ambos», al Padre y al Espíritu Santo (éstas son, en efecto, las palabras que ha pronunciado el impío Arrio), y ha dicho que el Hijo «está en sí mismo separado y no participa del Padre en nada». Éstas son una parte de las historietas que se encuentran en la ridicula obra de Arrio.

7.  ¿Quién, entonces, tras haber escuchado semejantes cosas y los modos musicales de la Thalia, no va a aborrecer con justicia a Arrio, que se burla de estas cosas, como sobre un escenario? ¿Quién no le ve a él, por el hecho de aparentar nombrar a Dios y hablar acerca de Él, como a la serpiente que aconseja a la mujer? ¿Y quién, al toparse con lo que viene a continuación, no es capaz de ver que la impiedad de Arrio es como el engaño de la serpiente que vino después y al cual condujo a la mujer a base de sofismas? Ante tantas blasfemias, ¿quién no se pondría furioso? Ciertamente, como dice el profeta, el cielo se enfureció y la tierra se estremeció ante la trasgresión de la ley, y el sol, indignándose más y no soportando los ultrajes físicos que entonces se infligieron al amo común de todos nosotros (ultrajes que Cristo quiso voluntariamente padecer por nosotros), se retiró y, disminuyendo sus rayos, mostró aquel día sombrío. ¿Cómo no se va a conmover por el estupor toda la naturaleza humana, cómo no va a taparse los oídos y cerrar los ojos ante las blasfemias de Arrio, para evitar escuchar cosas semejantes y para no ver al que las ha escrito?¿Cómo no iba a gritar, con toda razón, el Señor mismo contra estas cosas que son impías y a la vez ingratas, y que ya predijo también por medio del profeta Oseas: ¡Ay de ellos, porque se han alejado de mí! Son malvados, porque blasfemaron contra mí. Yo los he rescatado, pero ellos han hablado falsamente contra mí, y un poco después: Maquinaron males contra mí y se volvieron hacia la nada? En efecto, habiendo dado la espalda al que era el Logos de Dios y habiéndose modelado para sí uno que no lo es, han caído en la nada,

Por esta razón también el concilio ecuménico expulsó de la Iglesia a Arrio, que decía estas cosas, y lo anatematizó al no poder soportar la impiedad. En adelante se consideró que la herejía de Arrio tenía un error mayor que las demás herejías, ya que también fue llamado «el que lucha contra Cristo» y fue considerado precursor del anticristo. Aunque semejante juicio contra la impía herejía -como ya he dicho- es más que suficiente para convencer a todos que han de alejarse de ella, sin embargo, puesto que algunos de los llamados cristianos, ya sea por ignorancia o por hipocresía, como se ha dicho anteriormente, opinan que no es posible distinguir la herejía de la verdad y llaman cristianos a los que piensan estas cosas, desvelemos entonces la maldad de la herejía, interrogándoles en la medida de nuestras posibilidades. Quizá así, siendo atados de pies y manos, puedan ser silenciados y huyan de la herejía como del rostro de una serpiente.

8.  Por tanto, si por haber escrito en la Thalia algunas expresiones de la Sagrada Escritura piensan que las blasfemias son buenas palabras, entonces no hay duda de que cuando vean a los judíos actuales leer la ley y los profetas, negarán por esta razón también junto con ellos al Cristo, y por otro lado, al escuchar a los maniqueos recitar algunas partes de los Evangelios, quizá negarán junto con ellos la ley y los profetas. Y si se ven sacudidos de esa manera por culpa de su ignorancia y parlotean semejantes cosas, entonces que aprendan de las Escrituras que también el diablo, que ha concebido las herejías, a causa del hedor propio de la maldad, toma prestadas las expresiones de las Escrituras para, teniéndolas como tapadera, engañar a los incautos sembrando encima su propio veneno. Así fue como engañó a Eva, así también llevó a cabo sus engaños en las demás herejías y así también ahora ha convencido a Arrio para que hablase y simulase ir manifiestamente contra las herejías y de esta manera arrojar encima ocultamente su propia herejía.

No obstante, ni aún así ha pasado inadvertido el malvado, ya que ha cometido impiedad contra el Logos de Dios. En seguida ha quedado despojado de todo y ha quedado patente a la vista de todos que ignoraba las demás cosas, que estaba fingiendo y que no estaba pensado nada verdadero en absoluto. En efecto, ¿cómo va a poder hablar verdaderamente del Padre quien niega al Hijo, que es precisamente quien revela aquello que se refiere al Padre? ¿O cómo va a pensar rectamente acerca del Espíritu si ultraja al Logos, que es quien nos lo procura? ¿Quién iba a creer en uno que habla de la resurrección y a la vez niega al Señor, que es quien ha llegado a ser por nosotros primogénito de entre los muertos? ¿Y cómo no va a errar también acerca de su venida en carne quien ignora abiertamente la auténtica y verdadera generación del Hijo a partir del Padre?

En efecto, de la misma manera, también los judíos de entonces, habiendo negado al Logos y diciendo: No tenemos más Rey que el César, se vieron despojados a la vez de todas las cosas y quedaron privados de la luz de la lámpara, de la fragancia del ungüento, de la profecía, del conocimiento y de la Verdad misma, y ahora son como aquellos que caminan en tinieblas sin entender nada. ¿Pues quién escuchó jamás cosas semejantes? ¿O de dónde o de quién han escuchado estas cosas los aduladores de la herejía y los que han sido encandilados por ella? ¿Quién, al ser catequizados, les habló de semejantes cosas? ¿Quién les ha dicho: «Dejando por completo el culto a la creación, dirigid ahora vuestro culto a una criatura y a una cosa que ha sido hecha»?

Pero si incluso ellos mismos reconocen que han oído ahora por primera vez estas cosas, que no nieguen entonces que esta herejía es diferente y que no proviene de los padres. El hecho de que no procede de los padres sino que ha sido inventada ahora, ¿qué otra cosa podría significar sino que es aquella acerca de la cual el bienaventurado Pablo dijo, anticipándose: En los últimos tiempos algunos se alejarán de la sana fe, haciendo caso a los espíritus de la perdición y a las enseñanzas de los demonios, abandonando la verdad?

9.  He aquí, en efecto, que nosotros hablamos con valentía acerca de la piadosa fe a partir de las Sagradas Escrituras, y, como colocando la lámpara sobre el candelero, decimos: «Éste es Hijo verdadero por naturaleza e Hijo genuino del Padre, propio de su sustancia, Sabiduría unigénita, Logos verdadero y único de Dios. No es una criatura ni una cosa hecha, sino lo engendrado propio del Padre. Por lo cual Él es Dios verdadero y existe siendo de la misma sustancia del Padre verdadero (las demás cosas, por el contrario, a las que el Hijo ha dicho: Yo os dije, sois dioses, tienen esta gracia que proviene del Padre sólo por participar del Logos por medio del Espíritu), es impronta de la hipóstasis (Naturaleza) del Padre, luz que procede de la luz y potencia e imagen verdadera de la sustancia del Padre, ya que esto mismo lo dice también el Señor: El que me ha visto a mí ha visto al Padre. Siempre existió y existe, y no ocurrió jamás que no existiera, dado que al ser eterno el Padre también tendría que ser eterno su Logos y Sabiduría».

¿Qué es lo que ellos nos dicen tomado de la malintencionada Thalia? O quizá que la lean primero imitando el estilo del que la escribió, para que, cuando sea objeto de burla por parte de otros, comprendan en qué clase de error se hallan; y que en adelante hablen de esa manera. ¿Y qué podrían decir tomado de ella sino que «Dios no fue siempre Padre sino que llegó a serlo después; que el Hijo no existió siempre porque no existió antes de ser engendrado; que no procede del Padre, sino que también el Hijo adquirió su consistencia de la nada; que no es propio de la sustancia del Padre, ya que es una es criatura y una cosa que ha sido hecha; que Cristo no es verdadero Dios, sino que también Él es divinizado por participación; que el Hijo no conoce con precisión al Padre y el Logos no ve al Padre completamente, y que el Logos ni entiende al Padre ni lo conoce con precisión; que no es el verdadero ni el único Logos del Padre, sino que es llamado Logos y Sabiduría sólo de nombre y es llamado Hijo y potencia por gracia; que no es inmutable como el Padre, sino mutable por naturaleza como las criaturas, y no alcanza a conocer de manera comprensiva y con precisión al Padre»?

La herejía es ciertamente sorprendente y no tiene credibilidad, sino que siempre se está imaginando lo que no es en contra de lo que es y continuamente va lanzando ultrajes en vez de buenas palabras. Por tanto, si a uno, después de haber examinado las cosas dichas por ambos, le fuese preguntado cuál de las dos elegiría como fe o de quién diría que sus palabras corresponden a Dios (o mejor, que sean los aduladores de la impiedad los que digan, al ser preguntados acerca de Dios -dado que el Logos era Dios- qué es apropiado responder, pues en base a esto se conocerá el conjunto de ambas posiciones), ¿qué es apropiado entonces decir: «existía» o «no existía»?, ¿«siempre existió» o «antes de que fuera engendrado»?, ¿que era «eterno» o «a partir de» y «desde cuándo»?, ¿«verdadero» o «por decreto», «participación» y «de acuerdo con el pensamiento»?, ¿que Él es una de las cosas creadas o unirle con el Padre?, ¿que es «distinto» del Padre en lo que se refiere a la sustancia o «semejante» y «propio del Padre»?, ¿que Él es una criatura o que las criaturas han llegado a ser por medio de Él?, ¿que Él es el Logos del Padre o que hay otro además de Él y que Él ha llegado a ser por medio de ese otro logos y por medio de otra sabiduría, y por lo tanto es llamado Sabiduría y Logos sólo por nombre y participa de aquella sabiduría y es engendrado después de ella?

10.¿A quién pertenecen entonces las expresiones que hablan de Dios y muestran que el Hijo del Padre, nuestro Señor Jesucristo, es Dios? ¿Las que habéis eructado vosotros o las que nosotros hemos dicho y decimos tomadas de las Escrituras? Así pues, si resulta que el Salvador no es Dios, ni Logos, ni Hijo, entonces es lícito, tanto para los griegos y los judíos actuales como para nosotros, decir también nosotros lo que nos venga en gana. Pero si es Logos del Padre e Hijo verdadero, Dios que procede de Dios y bendito sobre todas las cosas por los siglos, ¿cómo no va a ser justo que sean suprimidas y borradas las demás expresiones junto con la Thalia arriana, que es como la imagen de los males y está repleta de toda impiedad? El que cae en esta impiedad no sabe que los nacidos de la tierra perecen junto a ella y que se encuentra en la fosa del Hades.

Y esto lo saben también ellos y lo ocultan como malvados, no atreviéndose a decir estas cosas, sino utilizando en su discurso otras expresiones en vez de éstas. En efecto, si las hubiesen dicho habrían sido acusados, y si hubiesen sido objeto de sospecha habrían sido acribillados por todos con argumentos tomados de las Escrituras. Por esta razón, entonces, al obrar inicuamente como los hijos de este siglo, habiendo alimentado su pretendida lámpara con aceite silvestre, y temiendo que se extinga rápidamente (en efecto, se dice que la luz de los impíos se apaga, la esconden bajo el celemín de su hipocresía, utilizan otras expresiones y proclaman la protección de sus amigos y el temor de Constancio, de manera que los que se unen a ellos por causa de la hipocresía y la difusión no sean capaces de ver la inmundicia de la herejía.

¿Cómo entonces no va a ser digna de ser odiada la herejía también por esto, cuando se esconde incluso ante quienes le pertenecen, como si no tuviese valor, y se retuerce como una serpiente? En efecto, ¿de dónde han recogido estas expresiones? ¿O de quién las han tomado para haberse atrevido a decir semejantes cosas? No habrían podido decir que alguno de los hombres les había comunicado estas cosas, pues ¿quién hay de entre los hombres, sea griego o bárbaro, que se atreva a decir que el Dios a quien confiesa es una de las criaturas y que no existía antes de ser hecho? ¿O quién hay que no crea al Dios en el que cree cuando dice: Éste es mi Hijo, el Amado, afirmando que no es Hijo sino una cosa hecha? Seguro que todos se enojarán todavía más contra los herejes al estar locos con tales cosas. Pues tampoco pueden encontrar ningún pretexto en las Escrituras, dado que ya ha sido mostrado muchas veces, y lo será también ahora, que esas ideas son extrañas a las Sagradas Escrituras. Así pues, ya que sólo queda decir que han enloquecido por haberlas tomado del diablo (en efecto, sólo aquél es quien las ha sembrado), hagámosle frente. En efecto, tenemos que combatir contra el diablo a través de los arrianos, para que con la ayuda del Señor y sucumbiendo aquél en las refutaciones, como suele suceder, los arrianos se avergüencen al ver en apuros a quien les sembró la herejía y aprendan, aunque sea un poco tarde, que siendo arrianos no son cristianos.

11. Habéis dicho y pensado, por sugerencia del diablo, que «hubo un tiempo en que no existía el Hijo». Ésta es pues la primera prenda de vuestro entendimiento de la que hay que despojaros. Decid entonces, difamadores e impíos, por qué hubo un tiempo en que no existía el Hijo. De esta manera, si hacéis mención del Padre, mayor será vuestra blasfemia, pues no es lícito decir que el Padre existía en un tiempo o dar a entender que existe en un tiempo, ya que existe siempre y existe también ahora; existe existiendo también el Hijo y es el que es y Padre del Hijo. Si decís que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, la respuesta es estúpida y necia, pues ¿cómo es que el Padre existía y no existía?

Por tanto, al encontraros confundidos en tales cosas, es forzoso que digáis a continuación: «Hubo un tiempo en que el Logos no existía», ya que esto es precisamente lo que significa vuestra expresión «un tiempo». Y aquello que habéis vuelto a decir, al escribir: «No existía el Hijo antes de ser engendrado», es lo mismo que si dijerais: «Hubo un tiempo en que no existía», dado que tanto esta expresión como aquélla dan a entender que hubo tiempo antes del Logos.¿De dónde habéis sacado semejante idea? ¿Con qué propósito también vosotros, como los gentiles, os habéis envalentonado y albergáis vanas palabras contra el Señor y contra su Cristo? En efecto, ninguno de los libros de las Sagradas Escrituras ha dicho algo semejante acerca del Salvador, sino más bien que existe siempre, que es eterno y que coexiste siempre con el Padre. En el principio existía el Logos y el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios. Y en el Apocalipsis dice lo siguiente: El que es, el que era y el que viene. ¿Y quién podría despojar de su eternidad a Aquél que es y que era?

De hecho, Pablo rebatía también esto a los judíos en la Carta a los romanos, diciendo: De los cuales procede según la carne Cristo, el que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos; mientras que dirigiéndose a los griegos les decía: Desde la creación del mundo lo invisible de Dios es contemplado de manera inteligible en sus criaturas: su potencia eterna y su divinidad. Pablo enseña además quién es la potencia de Dios al decir: Cristo Jesús, potencia y Sabiduría de Dios, ya que no dice esto refiriéndose al Padre, como muchas veces habéis cuchicheado entre vosotros, cuando decís: «El Padre es su eterna potencia». Pero no es así, porque no ha dicho «Dios mismo es la potencia» sino que Cristo es la potencia «de Él», y es evidente para todos que «de Él» no es lo mismo que «Él». Y, sin embargo, tampoco es algo extraño a Dios, sino más bien propio de Él. Leed también lo que sigue a continuación de esas palabras y volveos hacia el Señor (pues El Señor es el Espíritu) y veréis cómo esas palabras se refieren al Hijo.

12. Efectivamente, cuando menciona la creación, a continuación escribe también acerca de la potencia del artífice en la creación, que es precisamente el Logos de Dios, por medio del cual llegaron a ser todas las cosas. Por tanto, aunque basta la creación por sí misma, sin el Hijo, para conocer a Dios, vigilad para evitar caer en el error de pensar que la creación ha llegado a ser también sin el Hijo. Mas si ha llegado a ser por medio del Hijo y en El subsisten todas las cosas, por fuerza, quien contempla adecuadamente la creación contempla también al Logos, que la ha creado como artífice y, a través de Él, comienza a pensar en el Padre. Y si, de acuerdo con el Salvador, ninguno conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo revelare, y a Felipe, que le pedía: Muéstranos al Padre, no le decía: «Mira la creación», sino: El que me ha visto a mí ha visto al Padre, entonces Pablo, cuando recrimina a los griegos, que al contemplar la armonía y el orden de la creación, no piensan acerca del Logos que es su artífice (en efecto, las criaturas dan a conocer a su propio artífice, de modo que por medio de las ellas piensen en el Dios verdadero y pongan fin al culto de las criaturas), utilizó con toda razón la siguiente expresión para referirse al Hijo: Su potencia eterna y su divinidad.

Los santos, cuando dicen: El que existía antes de los siglos, y también: Por medio del cual hizo los siglos, están proclamando el carácter eterno y sempiterno del Hijo, en el cual incluyen también al Padre mismo. Así Isaías dice: Dios eterno, que dispusiste las cimas de la tierra, también Susana afirma: El Dios eterno, y Baruc escribió: Gritaré al Dios eterno en medio de mis días, y un poco después: Pues yo esperé en nuestro eterno Salvador, y me llegó la alegría de parte del Santo. Y puesto que al escribir a los Hebreos el Apóstol dice: El cual es resplandor de la gloria e impronta de su hipostasis, y David canta en el salmo ochenta y nueve: Y que la claridad de Dios venga sobre nosotros, e igualmente:

En tu luz veremos la luz, ¿quién es tan estúpido como para dudar que el Hijo existe siempre? En efecto, ¿cuándo ha visto alguien la luz sin la claridad del resplandor, como para decir acerca del Hijo que «hubo un tiempo en que no existió» o que «no existió antes de ser engendrado»? Además, lo que se dice al Hijo en el salmo ciento cuarenta y cuatro: Tu reinado es un reinado de todos los siglos, no permite a nadie pensar, ni por una casualidad, en un intervalo de tiempo en el cual no existía el Logos. Pues sí todo intervalo de tiempo se mide dentro de los siglos, y el Logos es el rey y el hacedor de todos los siglos, por fuerza, al no existir ni por asomo un intervalo de tiempo anterior a Él, es una locura decir que hubo un tiempo en que el eterno no existía y que el Hijo procede de la nada.

Por otro lado, al decir el Señor mismo: Yo soy la verdad y no decir «Llegué a ser la verdad», sino que siempre dice «soy» (Yo soy el pastor, Yo soy la luz, y en otra ocasión: “¿No decís de mí: el Señor, el Maestro? Y decís bien, porque lo soy”, y escuchar que semejantes palabras son dichas por Dios, por la Sabiduría y por el Logos del Padre, que habla acerca de sí mismo, ¿quién puede todavía vacilar acerca de la verdad y no creer inmediatamente que en el «soy» se da a entender el carácter eterno y sin principio del Hijo antes de todos los siglos?

13. Así pues, ha quedado claro que, por cuanto se ha dicho, las Escrituras hablan del carácter eterno del Hijo. Por otro lado, lo que se va a decir mostrará que aquellas expresiones que utilizan precisamente los arrianos (diciendo «no existía», «antes de» y «cuando») las usan las Escrituras al hablar de las criaturas. En efecto, Moisés, cuando describe el origen que nos corresponde a nosotros, dice: Antes de que existiese sobre la tierra todo el verde del campo y antes de que brotara la hierba del campo, pues Dios no había hecho llover sobre la tierra y no existía el hombre para trabajar la tierra; y en el Libro del Deuteronomio: Cuando el Altísimo separó las naciones. [Y el Señor, hablando por medio de sí mismo, decía:

Si me amaseis os habríais alegrado porque voy al Padre, pues el Padre es mayor que yo. Ahora os lo he dicho con antelación antes de que suceda, para que cuando suceda creáis; mientras que, por medio de Salomón, el Señor dice acerca de la creación: Antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes de que surgiesen las fuentes de agua, antes de que fueran creados los montes, antes que todas las colinas, me creó, y también dice: Antes de que Abrahám existiera yo soy. También por medio de Jeremías dice: Antes de formarte en el vientre te conocía; y David canta: Señor, has sido para nosotros un refugio de generación en generación. Antes de que fuesen creados los montes y fuera modelada la tierra y el orbe, tú existes desde siempre. Y en el libro de Daniel: Susana gritó con fuerte voz y dijo: Dios eterno, conocedor de cuanto está oculto, que conoces todas las cosas antes de que existan.

Así pues, las expresiones «no existió un tiempo», «antes de llegar a ser», «cuando» y demás expresiones semejantes es adecuado atribuirlas a las cosas que han llegado a ser y a las criaturas que proceden de la nada, pero son extrañas al Logos.

Si resulta que las Escrituras aplican estas expresiones a las criaturas y la expresión «siempre» al Hijo, entonces el Hijo -vosotros que lucháis contra Dios- no proviene de la nada ni pertenece en absoluto a las cosas que han llegado a ser, sino que es imagen del Padre y Logos eterno, y no se ha dado nunca un tiempo en el que no haya existido, sino que existe siempre como resplandor eterno de la luz que es eterna. ¿Por qué entonces os imagináis un tiempo anterior al Hijo? ¿O por qué razón blasfemáis diciendo que el Logos, por medio de quien son los siglos, es posterior a los tiempos? En efecto, ¿cómo es posible, conforme vosotros decís, que exista un tiempo o un siglo sin haber aparecido todavía el Logos, por medio del cual llegaron a ser todas las cosas y sin el cual no llegó a ser nada? ¿O por qué razón, si estáis dando a entender que hay tiempo, no decís claramente «hubo un tiempo determinado en que no existía el Logos»? Evitáis el sustantivo «tiempo» para engañar a los incautos, y sin embargo no conseguís esconder vuestra propia manera de pensar, sino que ni siquiera sois capaces de pasar inadvertidos, tratando de ocultarla. En verdad, también estáis dando a entender tiempos determinados cuando decís: «Hubo un tiempo en que no existía» y «No existía antes de ser engendrado».

14. Además de plantear así estas cosas, tienen mayor desvergüenza todavía, y dicen: «Si no hubo un tiempo en que no existía, sino que el Hijo es eterno y coexiste con el Padre, entonces ya no estáis diciendo que es Hijo, sino hermano del Padre» ¡Necios y amantes de la discordia! En efecto, si tan sólo hubiésemos dicho que coexiste eternamente y que no es Hijo, su presunta piedad tendría algo de convicción, pero si cuando decimos que es eterno reconocemos que Él es Hijo del Padre, ¿cómo es posible pensar que Aquél que es engendrado es hermano de quien lo engendra? Y si nuestra fe tiene por objeto al Padre y al Hijo, ¿qué clase de hermandad se da entre ellos? ¿O cómo puede el Logos ser llamado hermano de Aquél del cual es Logos? No es ésta una objeción que procede de personas ignorantes, ya que también ellos entienden la verdad, sino un pretexto judaico y propio de quienes quieren, como dice Salomón, apartarse de la verdad. En efecto, el Padre y el Hijo no fueron engendrados a partir de algún principio preexistente de modo que puedan considerarse también hermanos, sino que el Padre es el principio del Hijo y su progenitor y el Padre es padre y no llegó a ser hijo de ninguno, y el Hijo es hijo y no un hermano.

Y si se dice que es lo eterno engendrado del Padre se dice correctamente, ya que la sustancia del Padre no fue en ningún momento imperfecta, como para tener que sobrevenirle después lo que es propio de ella. Tampoco ha sido engendrado el Hijo como lo es un hombre de otro hombre, de modo que tenga una existencia posterior a la paterna, sino que es lo engendrado de Dios y, al ser algo propio de un Dios que existe siempre, existe como Hijo eternamente. Ciertamente es propio de los hombres el engendrar en el tiempo por causa de la imperfección de su naturaleza, pero lo engendrado de Dios es eterno por el hecho de ser siempre perfecta su naturaleza. Por tanto, si no es Hijo, sino que ha llegado a ser una cosa hecha de la nada, entonces que lo demuestren ellos primero y que pregonen, dando rienda a su imaginación, como si se tratara de una cosa hecha, que hubo un tiempo en el que no existía, ya que las cosas que han llegado a ser, no existiendo, llegaron a ser. Pero si es Hijo (pues esto lo dice incluso el Padre y lo proclaman las Escrituras: que la expresión «Hijo no significa otra cosa sino lo que ha sido engendrado del Padre y que aquello que ha sido engendrado de Dios es su Logos, Sabiduría y resplandor), ¿qué es necesario decir sino que, cuando afirman: «Hubo un tiempo en el que no existía el Hijo», como algunos ladrones, despojan a Dios del Logos y lo acusan públicamente de existir un tiempo sin su propio Logos y Sabiduría, y alegan que la luz existió un tiempo sin su brillo y que la fuente fue infecunda y seca?

En efecto, aunque aparentando temer el nombre de «tiempo» digan, para que no los censuren, que el Logos existe «antes de los tiempos», sin embargo, puesto que introducen ciertos intervalos de tiempo en los cuales se imaginan que el Logos no existía, no dejan por ello de dar a entender tiempos y cometen impiedad grandemente al introducir en Dios una ausencia de Logos

15. Y si reconocen junto con nosotros el nombre de Hijo (por no querer ser acusados públicamente por todos), pero niegan que sea lo propio engendrado de la sustancia del Padre (como si esto fuese posible sin postular que está compuesto de partes y divisiones), están volviendo a negar que sea verdadero Hijo, llamándole «Hijo» tan sólo de nombre. ¿Cómo no se van a engañar en gran medida acerca del que es incorpóreo, cuando tienen en la mente las cosas que son propias de los cuerpos y niegan, basándose en lo que es debilidad de su propia naturaleza, lo que es natural y propio del Padre? En efecto, es necesario que ellos, al no entender cómo es Dios o qué clase de cosa es el Padre, nieguen también al Hijo, dado que esos insensatos miden también lo engendrado del Padre en base a lo que ocurre con su propia naturaleza.

Ahora bien, al encontrarse ellos en esta situación y creer que no es posible que sea el Hijo de Dios, son dignos de lastima y en consecuencia hay que preguntarles y refutarles, para que así quizá puedan entrar en razón. Por tanto, si según vosotros el Hijo procede de la nada y no existía antes de ser engendrado, entonces sin duda ha sido llamado Hijo, Dios y Sabiduría por participación, por ser ésta también la manera en que todas las demás cosas han adquirido su consistencia y, siendo santificadas, son glorificadas. Por consiguiente, estáis obligados a decir de quién participa el Hijo. Ciertamente todas las demás cosas participan del Espíritu, ¿pero de quién participa entonces el Hijo, según vosotros? ¿Del Espíritu? Y sin embargo es más bien el Espíritu mismo quien recibe del Hijo, como Él mismo ha dicho, y es absurdo decir que el Hijo es santificado por el Espíritu. Por lo tanto, participa del Padre, pues ésta es la posibilidad que queda y es inevitable decirlo. ¿Y qué es entonces esto participado o de dónde viene? Si resulta que viene de fuera como algo ideado por el Padre, entonces ya no estaría participando del Padre, sino de aquello por lo que ha llegado a estar fuera; y entonces el Hijo no sería el que viene en segundo lugar después del Padre, al estar lo participado por delante de Él, ni tampoco podría ser llamado Hijo del Padre, sino de aquello de lo que participa y en razón del cual ha sido llamado Hijo y Dios. Pero si esto resulta absurdo e impío, porque el Padre dice: Éste es mi Hijo, el amado, y el Hijo dice que su propio Padre es Dios, entonces está claro que no procede de fuera, sino que lo participado proviene de la sustancia del Padre. Por otro lado, si lo participado fuese otra cosa distinta a la sustancia del Hijo se llegaría al mismo absurdo, pues otra vez se hallaría un ser intermedio entre el Padre y la sustancia del Hijo, sea cual fuere.

Así pues, una vez que se ha mostrado que semejantes razonamientos son absurdos y contrarios a la verdad, es preciso afirmar que el Hijo es, en una palabra, lo que procede de la sustancia del Padre y es propio de ÉL. En efecto, el hecho de que Dios sea participado plenamente equivale a decir que Dios engendra. ¿Ya qué se refiere la expresión «engendra» sino al Hijo? Del Hijo mismo, ciertamente, participan todas las cosas conforme a la gracia del Espíritu que nos ha llegado de Él, y por esto resulta evidente que el Hijo mismo no participa de nadie y que el Hijo es precisamente lo que es participado proveniente del Padre. En efecto, cuando participamos del Hijo mismo se dice que participamos de Dios, y a esto se refería Pedro cuando decía: Para que lleguéis a tener parte en la naturaleza divina, al igual que dice también el Apóstol: ¿No sabéis que sois templo de Dios?, y también: Nosotros somos templos del Dios vivo. Y al ver al Hijo mismo vemos al Padre. Pues la consideración y comprensión del Hijo supone un conocimiento acerca del Padre, porque Él es lo propio engendrado de su sustancia. Al igual que ninguno de vosotros podría ya decir que el hecho de ser participado es una pasión y un fraccionamiento de la sustancia de Dios (pues habéis concedido y reconocido que Dios es participado y que ser participado y engendrar son lo mismo), de igual manera lo engendrado no es ni una pasión ni un fraccionamiento de aquella bienaventurada sustancia.

Por lo tanto no es imposible creer que Dios tenga un Hijo, lo engendrado de su propia sustancia, ni tampoco damos a entender una pasión y un fraccionamiento de la sustancia de Dios cuando decimos «Hijo» y «lo engendrado», sino que más bien, al conocer al que es auténtico, verdadero y unigénito que procede de Dios, creemos de esta manera. Una vez que ha quedado claro y se ha mostrado que lo engendrado que procede de la sustancia del Padre es el Hijo, nadie podría poner en duda en adelante, sino que sería evidente, que el Hijo es la Sabiduría y el Logos del Padre, en quien y por medio de quien crea y hace todas las cosas; que es su resplandor en el cual ilumina todas las cosas y se revela a quienes quiere; y que su impronta e imagen, en quien es contemplado y conocido, es razón por la cual Él y el Padre son una sola cosa. En efecto, quien lo ve a Él, esto es, al Cristo en quien todas las cosas son redimidas y que además ha obrado la nueva creación, ve también al Padre.

De nuevo, siendo así el Hijo, no encaja, sino que incluso resulta bastante peligroso, decir que Él es una cosa hecha que procede de la nada o que no existía antes de ser engendrado. En efecto, quien se refiere de esta manera a lo propio engendrado de la sustancia del Padre llega a blasfemar en primer lugar contra el Padre mismo, pensando acerca del Padre aquellas mismas cosas que se ha inventado e imaginado acerca de lo engendrado de ÉL

Ciertamente, por sí solo, esto basta para desmantelar la herejía arriana. Pero también en base a estas cosas uno podría captar lo heterodoxo que hay en ella. Si Dios es hacedor y creador, y resulta que por medio del Hijo crea las cosas que han sido hechas y no hay otra forma de entender las cosas que han llegado a ser sino como llegadas a ser por medio del Logos, ¿cómo no va a ser blasfemo, siendo Dios el creador, decir que hubo un tiempo en que su Logos artífice, y su Sabiduría, no existía? En efecto, esto equivale a decir que tampoco Dios es creador, al no tener un Logos artífice propio y que procede de Él sino introducido desde fuera, y que el Logos, en quien Dios obra como artífice, resulta ser ajeno a Él y desemejante en lo que se refiere a la sustancia.

Que nos expliquen a continuación, o más bien puedan percibir a partir de esto, su propia blasfemia, la cual se deriva de decir: «Hubo un tiempo en que no existía» y «No existía antes de ser engendrado». Pues si el Logos no coexiste eternamente con el Padre, entonces la eterna Trinidad no existe, sino que primero existió una mónada y después, mediante una adición, llegó a ser una Trinidad y, avanzando el tiempo, según ellos, creció y se constituyó el conocimiento de la teología.

Además, si el Hijo no es lo propio engendrado de la sustancia del Padre, sino que ha llegado a ser de la nada, entonces la Trinidad se constituye a partir de la nada y hubo un tiempo en que no existió la Trinidad, sino una mónada. Hubo un tiempo en que la Trinidad estaba falta de algo y hubo otro tiempo en que estaba completa (privada de algo antes de que el Hijo llegara a ser, completa cuando llegó a ser), y en adelante aquello que ha llegado a ser se cuenta junto con el creador, y aquello que hubo un tiempo en que no existió pasa a formar parte de la teología junto al que existe siempre y es glo­ rificado junto con Él. Y lo que es más, la Trinidad resulta ser desemejante respecto de sí misma, al estar constituida por naturalezas y sustancias que son ajenas unas a otras y diversas.

 Por tanto, ¿qué clase de divinidad es ésta que ni siquiera resulta ser semejante a sí misma, sino que ha sido completada con el tiempo mediante una adición, y que hubo un tiempo en que no fue así y otro tiempo en que sí que es así? Luego entonces es natural que pueda recibir un añadido otra vez, y esto hasta el infinito, si sucede que una vez (al principio) adquirió su constitución mediante una adición. Por otro lado, no hay duda de que también es posible que disminuya, pues es evidente que aquello que ha sido añadido también puede ser sustraído.

Pero no es así ¡De ningún modo! La Trinidad no es algo que ha llegado a ser, sino eterna. Existe una única divinidad en la Trinidad y una sola es la gloria de la Santa Trinidad, por más que os atreváis a dividirla entre diversas naturalezas (pues siendo el Padre eterno, decís que hubo un tiempo en que no existía el Logos que está sentado junto a Él, y estando el Hijo sentado junto al Padre os proponéis alejarlo de Él). La Trinidad es creadora y artífice, ¿y no tenéis tampoco reparo en abajarla hasta el nivel de las cosas que proceden de la nada? ¿No os da vergüenza equiparar las criaturas serviles a la nobleza de la Trinidad y poner juntos al Rey y Señor Sabaoth y a sus súbditos? Dejad de unir aquello que no está mezclado, sobre todo aquellas cosas que no son con Aquél que es.

No es posible que quienes dicen estas cosas procuren gloria y honra al Señor, sino más bien infamia y deshonra, pues quien deshonra al Hijo deshonra al Padre. En efecto, si ahora en la Trinidad la teología está en su estado perfecto y ésta es la verdadera y única divinidad, y resulta que esto es lo bueno y la verdad, entonces era necesario que esto fuera así siempre, para evitar que lo bueno y la verdad sobrevengan después y la plenitud de la teología se constituya mediante una adición. Así pues, era necesario que esto sea eternamente así. En efecto, si no hubiese sido eternamente así, necesariamente tampoco ahora sería así, sino tal como vosotros habéis supuesto desde el principio, de modo que tampoco ahora existiría una Trinidad.

Pero ningún cristiano podría soportar a semejantes herejes, ya que estas ideas, como el hecho de introducir una Trinidad que ha llegado a ser y equipararla a las cosas que han llegado a ser, son propias de los griegos. En efecto, es propio el admitir disminuciones y añadidos en las cosas que han llegado a ser, mientras que la fe de los cristianos sabe que la bienaventurada Trinidad es inmutable, perfecta y siempre tiene la misma disposición, y no añade nada más a la Trinidad ni piensa que en un momento determinado ha llegado a estar falta de algo. Ambas afirmaciones son ciertamente infames. Por ello también la fe sabe que la Trinidad no está mezclada con las cosas que han llegado a ser; la adora preservando la indivisible unidad de su divinidad y evita las blasfemias de los arrianos, y reconoce y sabe que el Hijo existe siempre, pues es eterno como el Padre, de quien es Logos eterno. Volveremos sin duda sobre ello en otro momento.

Si la fuente de la Sabiduría y de la vida es y se dice que es Dios, como sucede por medio de Jeremías: Me abandonaron a mí, la fuente de agua viva; y en otra ocasión: Trono elevado de gloria, nuestra santificación; Señor, espera de Israel, que se avergüencen todos los que te han abandonado; escríbase sobre la tierra que quienes se han alejado han abandonado al Señor, la fuente de la vida, y en Baruc está escrito; Abandonasteis la fuente de la Sabiduría, entonces se habría de seguir que la vida y la Sabiduría tampoco son ajenas a la sustancia de la fuente, sino propias, y que no fueron en un tiempo algo inexistente, sino que existen siempre,

Y el Hijo es estas cosas, el cual de hecho dice: Yo soy la vida y también: Yo, la Sabiduría, pongo mi morada en la prudencia. Entonces, ¿cómo no va a cometer impiedad el que dice: «Hubo un tiempo en que no existió el Hijo»? En verdad equivale a decir que hubo un tiempo en que la fuente estuvo seca, sin la vida y sin la Sabiduría. Pero tal cosa no sería a la sazón una fuente, ya que aquello que no genera a partir de sí mismo no es una fuente. ¡De cuánto absurdo están repletas todas estas cosas! En efecto, Dios anuncia que aquellos que cumplen su voluntad serán como una fuente a la que nunca faltó el agua, diciendo por medio de Isaías el profeta: Y serás colmado conforme al deseo de tu alma y tus huesos se robustecerán y será como un huerto regado y como una fuente a la que no faltó el agua. Pero estos arrianos se han atrevido a infamar a Dios, que es denominado fuente de la Sabiduría y es ofendido, al llamarlo infecundo y falto de su propia Sabiduría durante un tiempo.

Sin embargo las cosas que ellos dicen son falsas, y la verdad da testimonio de que Dios es la fuente eterna de su propia Sabiduría. Al ser eterna la fuente, forzosamente es también necesario que lo sea la Sabiduría. En la Sabiduría, efectivamente, todas las cosas llegaron a ser, como canta David: Todas las cosas las hiciste en la Sabiduría, y Salomón dice: Dios cimentó la tierra en la Sabiduría y dispuso los cielos en su inteligencia. El Logos es la Sabiduría misma y, como dice Juan, por medio de El llegaron a ser todas las cosas y sin Él no llegó a ser nada. Y el Logos mismo es el Cristo: Uno sólo es el Padre de quien todo procede y nosotros somos para Él, y uno sólo Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas y nosotros por medio de Él.

Por tanto, si por medio del Logos son todas las cosas, Él no puede ser considerado una de ellas. En efecto, quien se atreve a decir que Aquél por medio del cual son todas las cosas es una de ellas, sin duda pensará de alguna manera lo mismo acerca de Dios, de quien proceden todas las cosas. Además, sí uno rechaza esto como algo absurdo y separa a Dios de todas las cosas como algo distinto de todas las demás, como consecuencia habría que decir también que el Hijo unigénito, que es propio de la sustancia del Padre, es algo distinto de todas las cosas. Y como el Hijo no es una de ellas, no es lícito aplicarle las expresiones «Hubo un tiempo en que no existía» y «No existía antes de ser engendrado». Cierta­mente, semejantes palabras encaja bien decirlas de las cosas que han sido hechas, mientras que el Hijo mismo es tal como es el Padre, de quien es también lo propio engendrado de su sustancia, Logos y Sabiduría. Esto es lo propio del Hijo respecto al Padre, y lo que muestra que el Padre es propio del Hijo, de modo que no se puede decir ni que hubo un tiempo en que Dios careciera de Logos ni que hubo un tiempo en que el Hijo no existía. Pues ¿por qué razón es Hijo, si no es porque procede de Él? ¿O por qué razón es Logos y Sabiduría, si no es siempre y propio del Padre?

20. ¿Cuándo, entonces, existió Dios sin aquello que le es propio? ¿O cómo puede uno pensar en aquello que es propio como si se tratara de algo ajeno y de sustancia diversa? En efecto, las demás cosas (tal como sucede con las que han llegado a ser), no son semejantes en nada, en lo que respecta a la sustancia, a quien las ha hecho, sino que están fuera de Dios, al haber llegado a ser en su Logos por gracia y voluntad, de tal modo que pueden volver a dejar de existir en algún momento si lo quisiese quien las ha hecho, ya que ésta es la naturaleza de las cosas que han llegado a ser. En cambio, aquello que es propio de la sustancia del Padre (ya se ha reconocido, en efecto, que esto es el Hijo), ¿cómo no va a ser atrevido e infame decir que procede de la nada y que no existió antes de ser engendrado, sino que ha sobrevenido y puede volver a no existir en algún momento?

Quien piense estas cosas, aunque sólo sea en su ánimo, reflexione cómo se despoja a la sustancia del Padre de su carácter perfecto y completo; así podrá uno ver de nuevo más claramente el absurdo de la herejía, si se tiene en cuenta que el Hijo es imagen, resplandor del Padre, impronta y verdad. En efecto, sí cuando existe la luz, el resplandor es imagen suya, y cuando existe la hipóstasis, su impronta está acabada, y cuando existe el Padre, existe la Verdad, esto es, el Hijo, entonces quienes miden con el tiempo la imagen y la forma de la divinidad deberán examinar en qué gran abismo de impiedad han caído, puesto que si el Hijo no existió antes de ser engendrado, la Verdad no podría estar siempre en Dios. Sin embargo no es lícito decir esto, pues existiendo el Padre, siempre existió en Él la Verdad, que es precisamente el Hijo y quien dice: Yo soy la verdad; y existiendo la hipóstasis, es de todo punto necesario que inmediatamente exista la impronta e imagen de ella. En efecto, no está escrito que la imagen de Dios venga de fuera, sino que Dios mismo es quien la engendra y en ella se regocija al verse a sí mismo en ella, como el Hijo mismo nos dice: Yo era aquella en la cual se regocijaba. Ahora bien, ¿cuándo no se veía el Padre a sí mismo en su propia imagen? ¿O cuándo no se regocijaba como para que alguno se haya atrevido a decir: «La imagen procede de la nada», y: «El Padre no se alegraba antes de que la imagen llegase a ser» ? Por otro lado, ¿cómo es posible que el Hacedor y Creador pudiese verse a sí mismo en una sustancia creada y que ha llegado a ser? En realidad es preciso que la imagen sea tal y como es el Padre de ella.

21. Por tanto, veamos entonces las cosas que son propias del Padre, para así llegar a conocer también si la imagen es propia de Él. El Padre es eterno, inmortal, potente, luz, rey, todopoderoso, Dios, Señor, creador y hacedor. Es necesario que estas cosas estén también en la imagen para que en verdad quien ha visto al Hijo ha visto al Padre. Si esto no es así, sino que, como piensan los arrianos, el Hijo es algo que ha llegado a ser y no es eterno, entonces no es la verdadera imagen del Padre, a no ser acaso que después hayan tenido el descaro de decir que el hecho de llamar imagen al Hijo no es signo indicativo de una semejanza de sustancia, sino que es imagen suya sólo de nombre. Pero, una vez más, esto -vosotros que lucháis contra Cristo- no es ni una imagen ni una impronta.

En efecto, ¿qué parecido puede darse entre las cosas que proceden de la nada y Aquél que ha creado las cosas que no existían trayéndolas a !a existencia? ¿O cómo es posible que aquello que no es sea semejante a lo que es, si resulta que el Logos es inferior en el hecho de no existir en un tiempo y en el hecho de tener su puesto entre las cosas que han llegado a ser?

Los arrianos, como quieren que el Logos sea de esta manera, se procuran a sí mismos razonamientos, diciendo: «Si el Hijo es lo engendrado del Padre e imagen suya y es semejante en todo al Padre, es absolutamente necesario que, así como ha sido engendrado, el Hijo también engendre y llegue a ser también Él padre de un hijo; y que el que haya sido engendrado de él a su vez también engendre y así sucesivamente hasta el infinito. Esto es lo que muestra que Aquél que ha sido engendrado es semejante a quien lo ha engendrado».

Verdaderamente los que luchan contra Dios son urdidores de infamias, aquellos que con el fin de evitar reconocer que el Hijo es imagen del Padre, piensan cosas corporales y terrenales acerca del Padre mismo, atribuyéndole separaciones, emanaciones y flujos. Luego, si Dios es como un hombre, entonces que llegue a engendrar también como un hombre, de modo que el Hijo llegue también a ser padre de otro y que así sucesivamente lleguen a ser procediendo unos de otros, de modo que aumente, como argumentan ellos, la sucesión de los dioses hasta alcanzar una multitud. Pero si Dios no es como un hombre (y ciertamente no lo es), no es necesario pensar acerca de Él aquellas cosas que son propias de los hombres.

En efecto, los demás seres vivos y los hombres, en razón de su origen, como obra de un artífice, son engendrados sucediéndose unos a otros, y el que es engendrado, al haber sido engendrado de un padre que es a su vez engendrado, lógicamente llega a ser también él padre de otro, porque tiene en sí mismo, procedente de su padre, esa capacidad generadora en virtud de la cual también él llegó a ser. Por esta razón en semejantes seres no se da en sentido pleno ser «padre» e «hijo», ni se mantiene estable en ellos este ser «padre» e «hijo», pues el hijo mismo llega a ser también padre y mientras que es hijo de quien lo ha engendrado es padre del que es engendrado de él. En cambio en la divinidad no ocurre así. En efecto, Dios no es como un hombre, el Padre no procede de un padre, y por lo tanto tampoco engendra a uno que llegará a ser Padre, y el Hijo no procede de una emanación del Padre ni ha sido engendrado de un Padre que haya sido a su vez engendrado, y por lo mismo tampoco ha sido engendrado para engendrar. De donde se sigue que, únicamente en el caso de la divinidad, el Padre es padre en sentido pleno y el Hijo es hijo en sentido pleno, y que en su caso, y sólo en su caso, permanece estable el hecho de que el Padre sea siempre padre y el Hijo sea siempre hijo.

22.Por tanto, quien trate de averiguar por qué razón el Hijo no engendra un hijo, trate de averiguar por qué razón el Padre no tuvo un padre. Sin embargo, no hay duda de que ambas preguntas son absurdas y están repletas de toda infamia. En efecto, de la misma manera que el Padre siempre es padre y no podría llegar a ser hijo en algún momento, de igual manera el Hijo siempre es hijo y no podría llegar a ser padre en algún momento. Y en este hecho se muestra mejor que el Hijo es impronta e imagen del Padre, en que permanece como es y no cambia, manteniendo la identidad que ha recibido del Padre. Efectivamente, si el Padre cambia, debe cambiar también la imagen, ya que de esta manera su imagen y resplandor se corresponde con quien lo engendró; pero si el Padre es inmutable y permanece en la forma en que es, forzosamente también la imagen permanece siendo aquello que es y no cambiará. Es Hijo que procede del Padre y por lo tanto ningún otro llegará a serlo sino Aquél que es precisamente propio de la sustancia del Padre. En vano, pues, piensan también esto los necios arrianos cuando quieren arrancar del Padre la imagen, con el fín de equiparar al Hijo con las cosas que han llegado a ser.

Así pues, los seguidores de Arrio, al colocar al Hijo entre esas cosas, siguiendo la enseñanza de Eusebio, y al pensar que el Hijo es tal como son las cosas que han llegado a ser por medio de Él, se han apartado de la verdad. Iban rondando y recopilando para sí términos perniciosos desde el principio, cuando idearon esta herejía, y hasta el día de hoy algunos de ellos, encontrándose con muchachos en la plaza, los interrogan sin mencionar para nada las Sagradas Escrituras, sino que, como vomitando aquellas cosas de las que rebosa su corazón, dicen: «El que existe, ¿ha hecho al que no existía a partir de la nada o al que existía? ¿Lo ha hecho entonces cuando existía o cuando no existía?», y también: «Lo que no ha llegado a ser, ¿es una sola cosa o son dos? ¿Posee libre voluntad y, aunque es de naturaleza mutable, no cambia por una elección propia? En verdad no es como una piedra que permanece inmóvil por sí misma». Después, acercándose también a las muchachas, les dicen a su vez palabras con entonación femenina: «¿Acaso tenías un hijo antes de darlo a luz? Pues así como tú no lo tenías, de igual manera tampoco existía el Hijo de Dios antes de ser engendrado». Burlándose con semejantes palabras se divierten, desvergonzados, y hacen a Dios semejante a los hombres. Y aunque dicen que son cristianos, han cambiado la imagen de Dios por una representación de la imagen de hombres corruptibles.

23. No era, pues, necesario responder nada a semejantes argumentos, al ser tan absurdos y necios, pero para que no parezca que su herejía tiene alguna solidez, es preciso, aunque sea como de pasada, refutarlos también en semejantes argumentos, sobre todo por el hecho de que las muchachas han sido ingenuamente engañadas por ellos.

Habría sido necesario que quienes dicen estas cosas interrogasen también a un arquitecto: «¿Acaso puedes edificar sin materia? Pues así como no puedes, tampoco Dios era capaz de hacer el conjunto de las cosas sin materia subyacente». También habría sido necesario que ellos preguntasen a cada uno de los hombres: «¿Acaso puedes existir sin un lugar? Pues al igual que tú no puedes, así también Dios está en un lugar», para que de esta manera puedan ser refutados incluso por los que los escuchan. ¿ O por qué razón, si oyen que Dios tiene un Hijo, lo niegan, fijándose en lo que ocurre con ellos mismos, y en cambio, si oyen que crea y hace, ya no ponen como objeción lo que es característicamente humano? Habría sido necesario que ellos considerasen, también en la acción de crear, el modo humano y que postulasen una materia en Dios, de modo que negaran también que Dios es creador y acabaran arrastrándose junto con los maniqueos.

Pero si la idea que se tiene acerca de Dios va más allá de estas cosas y, con sólo haberlo oído, cualquiera cree y sabe que Dios no es como somos nosotros (es, sin duda, como Dios) y que no crea como crean los hombres (crea, sin duda, como Dios), entonces es evidente que tampoco engendra como engendran los hombres (engendra, sin duda, como Dios). En efecto, Dios no imita a los hombres, sino que, más bien, son los hombres mismos quienes son llamados también padres de sus propios hijos a causa de Dios que es, en sentido pleno y único, verdaderamente Padre de su propio Hijo. Pues de Él toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra. Si las cosas que dicen los arrianos quedaran sin examinar, se les considerará como quienes han dicho algo razonable; pero si uno las investiga desde el punto de vista lógico, serán hallados dignos de gran risa y burla.

24.Para empezar, la primera pregunta, tal como ellos la hacen, es necia y confusa, pues no indican acerca de quién están preguntando (que es lo que permite al interrogado responder), sino que dicen sin más: «El que existe al que no existía». ¿Quién es entonces, arrianos, «el que existe» y quiénes «las cosas que no son»? ¿O quién es «el que existe» y quién «el que no existía» y qué cosas decís que existen o no existen? En efecto, «el que existe» es capaz de hacer no sólo las cosas que no existen, sino también las que existen y las que anteriormente existieron. Así, un carpintero, un orfebre y un alfarero trabajan, cada uno según su propia técnica, una materia que ya existe incluso antes que ellos, fabricando los utensilios que quieren. Así, el Dios de todo cuanto existe modela al hombre después de haber tomado de la tierra polvo que existía y ya había llegado a ser por obra suya. Por medio de su propio Logos, ciertamente, hizo que esta tierra, que antes no existía, llegase después a existir. Por consiguiente, si es así como preguntan, es evidente que la creación no existía antes de llegar a ser, mientras que los hombres trabajan sobre una materia que ya existe. Y entonces saldrá a la luz la inconsistencia de su razonamiento, pues llegan a ser tanto cosas que existen como cosas que no existen, como hemos dicho.

Pero si hablan acerca de Dios y de su Logos, que suplan lo que falta a su pregunta y que pregunten de esta manera: «¿El Dios que existe estuvo un tiempo privado de su Logos, y siendo luz, estuvo sombrío? ¿O fue siempre Padre del Logos?»; o también de esta otra manera: «¿El que es Padre ha hecho al Hijo que no existía o tiene siempre junto a Él al que es su propio Logos y lo engendrado de su sustancia?», para que así sepan que están tratando precisamente de Dios y del que procede de Él y se están atreviendo a hacer elucubraciones. En efecto, ¿quién podrá soportar que ellos digan que Dios estuvo un tiempo privado del Logos? Han vuelto a caer en el mismo error que los anteriores herejes, por más que se hayan esforzado en evitarlo y ocultarlo con sus propios sofismas. Sin embargo no lo han conseguido, ya que ninguno en absoluto querría siquiera escucharlos cuando argumentan que Dios no fue siempre Padre, sino que ha llegado a serlo después (con el fin de imaginarse también que hubo un tiempo en que su Logos no existió), porque son muchos los argumentos expuestos anteriormente contra ellos y porque Juan dice: Existía el Logos, y Pablo escribe: El que es resplandor, y: El que es sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos, amén.

25. Habría sido mejor que ellos se callaran. Pero dado que no cejan en su empeño, ante semejante desvergonzada pregunta que hacen, alguien, habiendo hecho acopio de una osadía equivalente a la suya, podría después preguntarles lo siguiente. Quizá desistan de la lucha contra la verdad al verse de este modo atrapados por semejantes incongruencias. Por consiguiente, después de haber invocado antes muchas veces a Dios para que sea propicio, uno podría salirles al paso de esta manera: «¿El Dios que existe: no existiendo, llegó a existir? ¿O existe incluso antes de llegar a existir? ¿Existiendo se hizo a sí mismo? ¿O no procede de nada y, no existiendo nada, de repente Él mismo apareció existiendo el primero?». Sí, es absurda tal pregunta, absurda y llena de injuria, y no obstante es semejante a la de aquellos, ya que, sea cual sea de las dos la respuesta que den, está repleta de toda impiedad.

Mas si preguntar así acerca de Dios es blasfemo y está lleno de impiedad, blasfemo sería también preguntar tales cosas acerca del Logos. Sin embargo, para destruir semejante pregunta, irracional y necia, que ellos hacen, es obligado responder de esta manera: que Dios, existiendo, existe eternamente, y por lo tanto, al existir siempre el Padre también existe eternamente su resplandor, que es precisamente su Logos; además, que Dios, existiendo, tiene al Logos que existe y procede de Él, y que ni el Logos ha sobrevenido no existiendo antes ni el Padre estuvo privado en algún momento de su Logos. En efecto, su osadía contra el Hijo conduce hacia arriba la blasfemia hasta el Padre, si resulta que concibió para sí una Sabiduría, un Logos y un Hijo que vienen de fuera. En efecto, cualquiera de estos nombres que menciones se refiere a lo engendrado que procede del Padre, como se ha dicho, de manera que esa pregunta que ellos hacen es inconsistente, como es lógico, pues al negar al Logos presentan una pregunta que es también irracional.

Y al igual que si una persona, al ver el sol, tratase de hacer averiguaciones acerca del resplandor y dijese: «¿El que existe ha hecho al que no existía o ha hecho al que existía?», no se pensará que semejante persona tiene un modo de pensar equilibrado, sino que sería una persona trastornada, sencillamente porque considera lo que procede de la luz como venido de fuera y pregunta acerca del resplandor cuándo, dónde, en qué momento y si ha sido hecho; de la misma manera, quien piensa semejantes cosas acerca del Hijo y del Padre y trata de hacer averiguaciones de esa manera, debería tener un castigo mucho más grande, porque añade al Padre desde fuera el Logos que procede de Él y, tomando confusamente lo engendrado por naturaleza, como si fuese una cosa hecha, dice: «No existía antes de ser engendrado». Sin embargo, que también escuchen, como respuesta a su pregunta, que el Padre que existía hizo al Hijo que ya existía, pues el Logos llegó a ser carne, y siendo el Logos Hijo de Dios, lo hizo también hijo del hombre en la plenitud de los tiempos; a no ser que acaso digan, de acuerdo con las doctrinas del de Samosata, que tampoco existía antes de llegar a ser hombre. Y en respuesta a su primera pregunta, bastan estas cosas por nuestra parte.

26. Pero vosotros, arrianos, haciendo memoria de vuestras propias palabras, decid: El que existía, ¿tenía necesidad del que no existía para crear como artífice todas las cosas o tenía necesidad del que ya existía? Pues habéis dicho: «Se preparó de la nada para sí, como instrumento, al Hijo, a fin de hacer por medio de Él todas las cosas». ¿Qué es entonces mejor, aquello que tiene necesidad o lo que suple la necesidad? ¿O acaso ambos suplen uno al otro la respectiva necesidad? En efecto, cuando decís semejantes cosas mostráis más bien la debilidad de quien se prepara el instrumento, al no haber sido capaz también Él, por sí solo, de crear como artífice todas las cosas, sino que concibe para sí un instrumento que viene de fuera, como un carpintero o un armador de barcos cualquiera, que no es capaz de hacer lo que hace sin una azuela o una sierra. ¿Qué hay entonces más impío que esto? ¿O por qué es absolutamente necesario emplear el tiempo en estas cosas, como si fuesen tremendas, siendo suficientes las cosas que ya hemos dicho para mostrar que lo que los arrianos sostienen no es más que pura imaginación?

Y en lo que respecta a la otra muy estúpida y necia pregunta que hacen, la que utilizan con las muchachas, de nuevo tampoco habría sido necesario responder nada acerca de ella, o únicamente esto que hemos dicho anteriormente, es decir, que no hay por qué medir la generación que procede de Dios con los mismos parámetros con los que medimos la naturaleza de los hombres. Sin embargo, para que también en esto se condenen a sí mismos, es bueno salirles otra vez ai paso a partir también de sus propios argumentos.

En general, si preguntan a los progenitores acerca de un hijo, deben reflexionar de dónde procede el hijo engendrado. En efecto, aunque el progenitor no tuviera un hijo antes de engendrarlo, sin embargo no lo ha tenido venido de fuera y no es de naturaleza diversa, sino que procede de sí mismo, es propio de su sustancia y obtuvo una imagen semejante, de tal manera que el hijo es visto en el padre y el padre es contemplado en el hijo. Por lo tanto, si entienden el tiempo de los que son engendrados a partir de los parámetros humanos, ¿por qué razón no reflexionan también en base a esos mismos parámetros acerca de la identidad de naturaleza y del carácter propio de los que han sido engendrados respecto a sus progenitores, y en cambio, como hacen las serpientes, recogen de la tierra únicamente aquello que es necesario para su veneno?

Habría sido necesario que ellos, por el contrario, a la hora de interrogar a los progenitores y decirles: «¿Acaso tenías un hijo antes de engendrarlo?», hubiesen añadido y dicho lo siguiente: «Si tuvieses un hijo, ¿acaso te vendría de fuera, como cuando compras una casa o alguna otra propiedad?», de manera que te respondiese: «No viene de fuera, sino que pro cede de mí. Pues las cosas que vienen de fuera son cosas que se poseen y pasan de uno a otro, mientras que el hijo procede de mí, es propio de mi sustancia, es semejante a mí y no ha llegado a mí de otro, sino que ha sido engendrado procediendo de mí. Por lo cual también estoy completamente en él permaneciendo yo mismo lo que soy». En efecto, es así como su cede. Y aunque el progenitor difiera en el tiempo (por ser también él un hombre que ha llegado a ser en el tiempo), no obstante también él habría tenido al hijo coexistiendo siempre con él, si la naturaleza no lo hubiese obstaculizado y hubiese impedido que fuese posible. Sin duda que Leví estaba en los lomos de su bisabuelo antes que éste mismo fuera engendrado y el abuelo lo fuese a engendrar. De este modo, cuando el hombre alcanza la edad en la que la naturaleza procura lo necesario, enseguida el hombre que no esté dotado de una naturaleza impedida llega a ser padre del hijo que procede de él.

27. Así pues, si han preguntado a los progenitores por sus hijos y han llegado a saber que los que son hijos por naturaleza no vienen de fuera, sino que proceden de sus progenitores, entonces que reconozcan también acerca del Logos de Dios que todo Él procede del Padre. Que digan también, al indagar acerca de la cuestión del tiempo, qué es lo que puede ser impedimento para Dios (pues es preciso refutar a los impíos arrianos tomando pie de aquello mismo que preguntaban a modo de burla). Que digan por tanto qué es lo que impide a Dios ser siempre Padre del Hijo (pues el hecho de que lo engendrado proviene del Padre ya se ha reconocido).

Pero para que también se acusen a sí mismos del todo por haber pensado semejantes cosas acerca de Dios, de igual manera que han preguntado a las muchachas acerca de la cuestión del tiempo, de esa misma manera deberían preguntar también al sol acerca de su resplandor y a la fuente acerca de lo que mana de ella, para que aprendan que, por más que estas cosas sean engendradas, también existen siempre junto con aquellas de las cuales proceden. Y si para semejantes progenitores vale aquello de «por naturaleza» y «siempre» con respecto a aquellos a quienes engendran, ¿por qué razón entonces, si están concibiendo a Dios como inferior a los seres creados, no sacan a la luz de una manera más clara su impiedad? Pero si no se atreven a decirlo abiertamente, y por otra parte se reconoce que el Hijo no viene de fuera sino que es por naturaleza lo engendrado que procede del Padre, y resulta que tampoco hay nada que sea un impedimento para Dios (¡pues Dios no es como un hombre, sino que es incluso mayor que el sol, o mejor, es el Dios del sol), entonces es evidente que el Logos no sólo procede del Padre, sino que también coexiste siempre con Él, y que por medio del Logos el Padre hizo que vinieran a la existencia todas las cosas que no existían.

Por tanto, que el Hijo no procede de la nada sino que es eterno y procede del Padre lo demuestra incluso el hecho mismo; y la pregunta que los arrianos dirigen a los progenitores refuta su propia mala intención. En efecto, han reconocido el hecho de que es por naturaleza, y a continuación también han sido puestos en evidencia en lo que respecta a la cuestión del tiempo.

28. Pero que no es necesario equiparar la generación de Dios a la naturaleza de los hombres y considerar que el Hijo es una «parte» de Dios, o que en general la generación no significa necesariamente una cierta pasión, nos hemos adelantado a decirlo anteriormente y ahora repetimos lo mismo: Dios no es como un hombre. En efecto, los hombres engendran experimentando pasión, porque tienen una naturaleza caduca y están sujetos a los tiempos a causa de la debilidad de su propia naturaleza. En cambio, no es posible decir esto en el caso de Dios, pues Dios no existe como un compuesto de partes, sino que al ser impasible y simple es Padre del Hijo sin pasión y sin división, y de esto hay, una vez más, una gran prueba y demostración tomada de las Sagradas Escrituras. El Logos de Dios es, en efecto, su Hijo, y el Hijo es el Logos del Padre y la Sabiduría. Y el Logos y la Sabiduría no es ni una parte de aquello de lo cual es el Logos ni es lo engendrado según pasión. La Escritura entonces, al unir ambos, lo llamó por un lado «Hijo», para anunciar como buena nueva que es lo engendrado por naturaleza y que procede verdaderamente de la sustancia, mientras que, para que nadie pudiese suponer que lo engendrado era un hombre, dice también, refiriéndose a su sustancia, que Él es «Logos», Sabiduría y resplandor. En base a esto pensamos también en la impasibilidad de su generación y en su ser eterno y adecuado a Dios.

Así pues, ¿qué clase de pasión o qué clase de parte del Padre es entonces el Logos, la Sabiduría y el resplandor? Esto hasta los mismos necios son capaces de comprenderlo. En efecto, de igual manera que iban preguntando a las mujeres acerca del Hijo, que pregunten también de la misma manera a los hombres acerca del Logos, para que comprendan que la palabraque pronuncian no es ni una pasión ni una parte de su pensamiento. Y si la palabra de los hombres, aunque ellos estén sujetos a pasión y estén compuestos de partes, es de esta manera, ¿por qué razón piensan que hay pasiones y partes en el caso del Dios incorpóreo e indiviso, para así, fingiendo naturalmente respetar a Dios, negar la generación verdadera y por naturaleza del Hijo ? Que lo engendrado que procede de Dios no es una pasión ha quedado suficientemente demostrado con lo que se ha dicho anteriormente. Pero ahora ha quedado también mostrado en el caso particular que el Logos no ha sido engendrado según pasión.

Por otro lado, que escuchen también las mismas cosas acerca de la Sabiduría (Dios no es como un hombre) y que también en este caso eviten imaginarse cosas humanas acerca de Él. Siendo verdad que los hombres han llegado a ser capaces de recibir a su vez la sabiduría, Dios, no participando de nada, es Él mismo el Padre de la Sabiduría. Los que participan de ella suelen ser llamados sabios, y esta Sabiduría misma no es una pasión ni una parte, sino lo engendrado propio del Padre.

Por esta razón Dios es siempre Padre y no le sobrevino el hecho de ser padre, para que no se piense que también es mutable. En efecto, si es bueno que Él sea Padre pero no lo ha sido siempre, entonces lo bueno no habría estado siempre en el Padre.

29. Sin embargo Asterio dice: «He aquí que Dios también es siempre creador y no le ha sobrevenido la potencia para crear como artífice; ¿acaso entonces, por el hecho de que sea el artífice, son eternas también las cosas que han sido hechas y no es lícito tampoco decir que no existían antes de ser engendradas?». ¡Insensatos arrianos! ¿Qué hay de semejante entre un hijo y una cosa hecha para que estas cosas que se aplican al Padre las apliquéis también a las cosas que han sido hechas por obra de artífice? ¿Y cómo es que después de haber sido mostrada, en lo que precede, la gran diferencia que existe entre lo engendrado y una cosa hecha, persistís en la ignorancia? Por tanto hemos de volver a repetir lo mismo: que una cosa hecha viene de fuera de quien la hace, como se ha dicho, mientras que el Hijo es lo propio engendrado de la sustancia. Por esta razón no es necesario que la cosa hecha exista siempre, pues cuando el artífice quiere la hace, mientras que lo engendrado no está sometido a la voluntad, sino que es una propiedad de la sustancia. Y el hacedor lo sería y se llamaría así aunque todavía no existiesen sus obras, mientras que el Padre no sería llamado padre ni lo sería sí no existiese un Hijo.

¿Tratan de averiguar por qué razón Dios pudiendo crear no crea siempre? Esta es también una osadía propia de aquellos que no están en sus cabales, pues ¿quién conoció la mente del Señor o quién fue su consejero?. ¿O cómo dirá la figura modelada al alfarero: por qué me has hecho así?. Pero para no quedarnos callados, aunque hemos encontrado que el razonamiento es en algún aspecto oscuro, escuchen ellos que, aunque Dios sea siempre capaz de crear, sin embargo las criaturas no habrían podido ser eternas, porque proceden de la nada y no existían antes de llegar a ser. Y aquellas cosas que no existían antes de llegar a ser, ¿cómo habrían sido capaces de co­existir con el Dios que existe siempre? Por lo cual, Dios, considerando su provecho, ha hecho todas las cosas en el momento en que ha visto que podían permanecer después de haber llegado a ser. Y así como pudiendo haber enviado también desde el principio, en tiempos de Adán, Noé y Moisés, a su propio Logos, no lo envió sino en la plenitud de los tiempos (pues supo que esto aprovechaba a toda la creación), de la misma manera también hizo a las cosas que han llegado a ser cuando quiso y fue provechoso para ellas.

En cambio, el Hijo, como no es una cosa hecha, sino propio de la sustancia del Padre, existe siempre, pues al existir el Padre siempre es necesario que también exista siempre lo que es propio de su sustancia, que es precisamente su Logos y Sabiduría. Además, las criaturas, aunque no existiesen nunca, no menoscabarían a su Hacedor, ya que tiene la capacidad de crear como artífice cuando quiera, mientras que lo engendrado, si no coexiste siempre con el Padre, supone una disminución de la perfección de su sustancia. De donde se sigue que las cosas que han sido hechas fueron creadas, cuando el Padre lo quiso, por medio de su Logos, mientras que el Hijo es siempre lo propio engendrada de la sustancia del Padre.

30. Estas cosas alegran a los creyentes, pero entristecen a los herejes al ver su herejía destruida. Además, también aquella pregunta suya: «¿Lo que no ha sido engen drado es uno o son dos?», muestra una vez más que su modo de pensar no es correcto, sino sospechoso y repleto de engaño. En efecto, no preguntan de ese modo para honrar al Padre, sino para deshonrar al Logos. De este modo, si alguno, ignorando su malicia, respondiese: «Lo no engendrado es uno solo», enseguida vomitarían su propio veneno diciendo: «Entonces el Hijo forma parte de las cosas que han llegado a ser y hemos dicho correctamente que no existía antes de ser engendrado». En efecto, todo lo embrollan y revuelven, con el único propósito de distanciar al Logos del Padre y contar al artífice de todo entre el número de las cosas que han sido hechas.

En primer lugar, por tanto, los arrianos son también merecedores de una condena, porque, al reprochar a los obispos que se han reunido en Nicea el hecho de que se hayan servido de expresiones que no se encuentran en la Escritura (las cuales, no obstante, no son ignominiosas, sino que han sido puestas para destruir su impiedad), han incurrido ellos mismos en su propia acusación, al hablar utilizando expresiones que no se encuentran en la Escritura y concebir ultrajes contra el Señor, no sabiendo ni lo que dicen ni sobre qué afirmaciones hacen. Que pregunten entonces a los griegos, a quienes han oído esas expresiones (pues no son una invención de la Escritura, sino de los griegos), para que, después de haber escuchado cuántos significados tiene la expresión, aprendan que ni siquiera preguntan adecuadamente acerca de aquellas cosas que dicen saber.

En efecto, también yo he descubierto gracias a ellos que se llama «no llegado a ser» a aquello que nunca ha llegado a ser pero es capaz de llegar a ser, como la madera que todavía no ha llegado a formar parte de un casco de navio, pero que puede llegar a serlo. También se llama «no llegado a ser» a aquello que, en efecto, no ha llegado a ser, y tampoco es capaz de llegar a ser en momento alguno, como es el caso del triángulo y el número par, ya que ni el triángulo ha llegado a ser en algún momento un cuadrado ni podría llegar a serlo, así como tampoco el número par ha llegado a ser en algún momento impar ni podría llegar a serlo. Pero también se llama «no llegado a ser» a lo que existe sin haber sido engendrado de nadie y que carece absolutamente de padre. Por su parte el perverso sofista Asterjo, que es también defensor de la herejía, ha añadido en su propio tratado que «no llegado a ser» es «lo que no ha sido hecho pero existe siempre». Por consiguiente, habría sido necesario que a la hora de preguntar, precisaran en qué sentido entienden la expresión «no llegado a ser», de manera que la persona preguntada pueda responderles adecuadamente.

31. Pero si piensan que preguntan correctamente cuando dicen: «¿Lo que no ha llegado a ser es uno sólo o son dos?», van a escuchar en primer lugar, como ignorantes que son, que son muchos y también ninguno, pues las cosas que son capaces de llegar a ser son la mayoría, mientras que no hay ninguna cosa que sea lo que no es capaz de llegar a ser, como se ha dicho.

Pero si preguntan en el sentido en que determinó Asterio entender la expresión («no llegado a ser» es aquello que no es una cosa hecha sino que existe siempre), entonces que escuchen, no una vez sino muchas, que también el Hijo podría ser llamado de esta forma «no llegado a ser», de acuerdo con esta interpretación. En efecto, no es una de las cosas que han llegado a ser ni una cosa hecha, sino que coexiste eternamente con el Padre, como ya ha quedado también mostrado, por más que le den vueltas muchas veces con el único propósito de decir contra el Señor que «procede de la nada» y que «no existía antes de ser engendrado».

Por tanto, si privados de todo argumento quisiesen después preguntar según aquel significado (de acuerdo con el cual «no llegado a ser» se refiere a lo que existe pero que no ha sido engendrado de nadie y no tiene un padre), también nos oirán decir a nosotros que en este sentido se trata de uno sólo y que únicamente el Padre es «no llegado a ser», y no podrán conseguir nada más al escuchar semejantes cosas. En efecto, el hecho de que Dios sea llamado «no llegado a ser» de esta manera, tampoco implica que el Hijo sea una cosa que ha llegado a ser, siendo evidente, de acuerdo con las demostraciones precedentes, que el Logos es tal y como es el que lo ha engendrado. Por tanto, si Dios no ha llegado a ser, entonces su imagen, que es precisamente su Logos y Sabiduría, tampoco ha llegado a ser, sino que es lo engendrado. ¿Pues qué parecido cabe entre lo que ha llegado a ser y lo que no ha llegado a ser? No hay que temer, en efecto, repetir otra vez las mismas cosas, puesto que si quieren que lo que ha llegado a ser sea semejante a lo que no ha llegado a see, de manera que quien vea al Logos vea al Padre, no están lejos de decir que también lo que no ha llegado a ser es imagen de las criaturas. Y en adelante todo se les embrolla (por un lado la equiparación de lo que ha llegado a ser con lo que no ha llegado a ser y, por otro, la destrucción de lo que no ha llegado a ser al medirse junto a las cosas que han sido hechas), con el único propósito de hacer descender al Hijo al nivel de las cosas que han sido hechas.

32. No obstante tampoco creo que los arrianos quieran todavía decir semejantes cosas, si es que hacen caso a Asterio, el sofista. Pues él, por más que se esfuerza en ser el defensor de la herejía arriaría y dice que es uno sólo el que no ha llegado a ser, contradice a los arrianos diciendo lo contrario que ellos, al afirmar que la Sabiduría de Dios no ha llegado a ser y carece de principio. Y éstas son una parte de las cosas que ha escrito: «Y no dijo el bienaventurado Pablo que predicaba a Cristo, que es la potencia de Dios o la Sabiduría de Dios, sino potencia y sabiduría de Dios, sin el añadido del artículo, predicando que es otra la potencia propia de Dios mismo, la cual es innata a Él y coexiste con Él sin haber llegado a ser».

Y de nuevo, un poco después: «Aunque ciertamente su eterna potencia y Sabiduría que, conforme dan a entender los razonamientos verdaderos, carece de principio y no ha llegado a ser, sería sin duda una sola y la misma». En efecto, aunque pensó que existían dos sabidurías por no haber entendido bien la expresión del Apóstol, sin embargo, en cualquier caso, por el hecho de haber dicho que la Sabiduría que coexiste con Dios no ha llegado a ser, ha afirmado que lo que no ha llegado a ser ya no es uno solo, sino que, junto con Dios, hay además otra cosa que no ha llegado a ser.

Lo que coexiste, ciertamente, no lo hace consigo mismo, sino que coexiste con otro. Por consiguiente, o bien, haciendo caso a Asterio, no deberían preguntar en adelante «¿ Lo no llegado a ser es uno o son dos?», para que no luchen contra Asterio, como quienes están indecisos, o bien, si se oponen también a él, que no se apoyen en su tratado, para evitar destruirse entre ellos mordiéndose unos a otros. En pocas palabras, esto es lo que hay que decir frente a su ignorancia.

En cambio, frente a su perversa resolución, ¿qué les podría decir uno suficientemente? ¿Quién no los odiaría con toda razón a ellos, que están un fuera de sí? En efecto, dado que ahora ya no tienen libertad para decir «procede de la nada» y «no existía antes de ser engendrado», se han inventado el término «no llegado a ser», para que al decir entre los incautos que el Hijo es algo que ha llegado a ser, signifique otra vez lo mismo que aquellas otras expresiones («procede de la nada» y «hubo un tiempo en que no existió»). Pues con ellas se refieren a las cosas que han llegado a ser y a las criaturas.

33. Así pues, habría sido necesario que, si confían en lo que dicen, se mantuviesen firmes en ellas y no cambiar su postura de maneras tan diversas. Pero no van a querer. Creen que son capaces de todo fácilmente si, encubriendo con este nombre la herejía, colocan al frente el término «no llegado a ser». No hay duda de que este término mismo de «no llegado a ser» no alcanza su significado al Hijo, aunque ellos refunfuñen, sino frente a las cosas que han llegado a ser. Además, alguno podría verlo como semejante a «Todopoderoso» y «Señor de las potencias». En efecto, si el Padre de todas las cosas ejerce su poder y señorío por medio del Logos, y resulta que el Hijo reina sobre el Reino del Padre, y tiene el poder sobre todas las cosas como Logos e imagen del Padre, entonces es muy claro que de este modo ni el Hijo es contado entre todas las cosas, ni el Padre es llamado todopoderoso y Señor por causa del Hijo, sino por causa de aquellas cosas que han llegado a ser por medio del Hijo, sobre las cuales ejerce su poder y señorío por medio del Logos. Y entonces el término «no llegado a ser» no adquiere su significado por causa del Hijo, sino por causa de las cosas que han llegado a ser por medio del Hijo. ¡Y con toda razón!, porque Dios no es como las cosas que han llegado a ser, sino que es creador y artífice de ellas por medio del Hijo.

Y así como el término «no llegado a ser» adquiere su significado frente a las cosas que han llegado a ser, de la misma manera el término «Padre» es indicativo del Hijo. El que llama «hacedor», «artífice» y «no llegado a ser» a Dios, mira y entiende las criaturas y las cosas que han llegado a ser, mientras que el que llama «Padre» a Dios, enseguida piensa en el Hijo y lo contempla. Por ello uno se podría sorprender de la obstinación de los arrianos en la impiedad, ya que, aunque también es cierto que el término «no llegado a ser» tiene el recto sentido que hemos señalado anteriormente y es posible utilizarlo con piedad, ellos lo pronuncian para deshonrar al Hijo, de acuerdo con su propia herejía, al no haber leído que el que honra al Hijo honra al Padre y el que no honra al Hijo no honra al Padre.

En efecto, si de veras les hubiese preocupado la buena fama y la honra del Padre, habría sido necesario más bien (y esto habría sido lo mejor y lo más grande) que ellos conocieran y hablasen de Dios como Padre en lugar de llamarlo de aquella otra manera. Pues ellos, como se ha dicho anteriormente, al llamar «no llegado a ser» a Dios a partir de las obras que han llegado a ser, sólo llaman hacedor y artífice a Dios, creyendo que en base a esto pueden referirse, conforme a su propio gusto, también al Logos como una cosa que ha sido hecha. Por el contrario, el que llama «Padre» a Dios se refiere a Él a partir del Hijo, sin ignorar que, existiendo el Hijo, todas las cosas que han llegado a ser forzosamente fueron creadas por medio de ÉL. Quienes dicen «no llegado a ser» se refieren al Padre únicamente a partir de las obras y no conocen tampoco ellos, al igual que los griegos, al Hijo. Por el contrario, el que llama a Dios «Padre» se refiere a Él a partir del Logos y, al conocer al Logos, sabe que es artífice y comprende que por medio de Él han llegado a ser todas las cosas .

34. Por consiguiente, sería mucho más piadoso y más verdadero referirse a Dios a partir del Hijo y llamarlo Padre que otorgarle el nombre únicamente a partir de las obras y llamarlo «no llegado a ser». Pues este nombre, no sólo individualmente -como he dicho-, sino en conjunto, se refiere a todas las obras que han llegado a ser y proceden de la voluntad de Dios por medio del Logos, mientras que el de «Padre» se refiere únicamente al Hijo y surge en relación a Él. Y en la medida en que dista el Logos de las cosas que han llegado a ser, tanto y aún más podría distar el llamar a Dios «Padre» del llamarle «no llegado a ser». Además este término no aparece en la Escritura, es sospechoso y tiene un significado muy variado, de manera que lleva de aquí para allá, en varias direcciones, la mente del que se pregunta acerca de su significado. El término «Padre», por el contrario, es simple, está atestiguado en la Escritura, es más verdadero y se refiere únicamente al Hijo. Además, el término «no llegado a ser» se encuentra entre los griegos, que no conocen al Hijo, mientras que el término «Padre» ha sido dado a conocer por el Señor nuestro y constituye una gracia.

Y sabiendo de quién es Hijo, Él mismo decía: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, El que me ha visto a mí ha visto al Padre, y: Yo y el Padre somos una sola cosa, y en ningún lugar aparece Él llamando al Padre «no llegado a ser». Al contrario, al enseñarnos a orar no dijo «Cuando oréis, decid: ¡oh Dios, no llegado a ser!», sino más bien: Cuando oréis, decid: Padre nuestro, que estás en los cielos. Además quiso que lo capital de nuestra fe se dirigiese hacia esto, al ordenaros bautizar no «en el nombre del no llegado a ser y del llegado a ser» ni «en el nombre del que no es criatura y del que es criatura», sino: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En efecto, siendo nosotros así perfeccionados y perteneciendo al número de las criaturas, somos hechos hijos después, y al pronunciar el nombre del Padre, llegamos a conocer también, a partir de este nombre, al Logos que está en el Padre mismo. Ha quedado mostrado, pues, que su intento de usar el término «no llegado a ser» es inútil y que no tiene mayor relevancia que el hecho de ser una mera fantasía.

35. Y en lo que se refiere a su pregunta de si el Logos es «mutable», está de más investigar sobre ello, pues también basta únicamente con que yo, después de haber anotado las cosas que dicen, muestre la osadía de su impiedad. En efecto, estas son las tonterías que dicen, cuando preguntan: «¿Tiene libre voluntad o no? ¿Es entonces bueno por una elección conforme a su libre voluntad y es capaz, si quisiese, de mudarse al ser de naturaleza mutable? ¿Acaso no está en su mano el elegir libremente moverse e inclinarse hacia una y otra dirección, como sucede con una piedra y un madero?». No es entonces algo ajeno a su herejía el decir y pensar semejantes cosas, pues, una vez que se han modelado un Dios que procede de la nada y un Hijo creado, se sigue lógicamente que también hayan escogido vocablos tales que se ajustan bien a las criaturas. Y puesto que luchan continuamente contra los que pertenecen a la Iglesia, aunque les escuchan hablar acerca del verdadero y único Logos del Padre y se atreven a pronunciar tales cosas acerca de Él, ¿quién podría ver algo más infame que esta doctrina? Con sólo escucharlos a ellos, y aunque no fuese capaz de rebatirlos, ¿quién no se espanta y se tapará los oídos extrañándose de las cosas que ellos dicen, y al escuchar palabras inútiles que contienen inmediatamente y en su misma enunciación la blasfemia?

En efecto, si el Logos es mutable y cambia, ¿dónde se detendrá entonces y cuál será el término de su aumento? ¿O cómo será capaz el que es mutablede ser semejante al que es inmutable? ¿Cómo va a pensar que ha visto al que es inmutable el que ha visto al que es mutable? ¿En qué estadio de su desarrollo, sí llega a ser, podrá uno entonces ver en el Hijo al Padre? Ciertamente, es claro que no siempre verá uno en Él al Padre por el hecho de que el Hijo está siempre mudándose y es de naturaleza cambiante. El Padre, en efecto, es inmutable y no puede cambiar, y permanece siempre del mismo modo y es el mismo. Si el Hijo, en cambio, es mutable -como dicen ellos- y no siempre es el mismo, sino que siempre tiene una naturaleza cambiante, ¿cómo alguien así va a poder ser imagen del Padre, si no se asemeja a Él en la inmutabilidad? ¿Y de qué manera va estar completamente en el Padre, si su elección está por determinar? Quizá al ser mutable y progresar cada día todavía no es perfecto. ¡Que desaparezca semejante locura de los arrianos y que la verdad brille y muestre que ellos deliran! En verdad, ¿cómo no va a ser perfecto el que es igual a Dios? ¿O cómo no va a ser inmutable el que es una sola cosa con el Padre y es Hijo suyo, propio de su sustancia? AI ser inmutable la sustancia del Padre, también tendría que ser inmutable lo propio engendrado de ella. Y si atribuyen falsamente una alteración al que es verdaderamente el Logos, que aprendan dónde peligra su argumentación; A partir del fruto también se conocerá el árbol. También por esta razón el que ba visto al Hijo ha visto al Padre y el conocimiento del Hijo es conocimiento del Padre.

56. Así pues, la imagen del Dios inmutable no podría cambiar, ya que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Y David, salmodiando acerca de Él, dice: Y tú, Señor, desde el principio has cimentado la tierra y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecen, pero tú permaneces; y todos envejecerán como un vestido, y los envolverás como un manto y serán transformados. Tú en cambio eres el mismo y tus años no se acabarán. El Señor, por su parte, dice de sí mismo por medio del profeta: Miradme, mirad que yo soy, y no cambio. Aunque uno puede también decir que esto se refiere al Padre, no obstante también es bueno decirlo del Hijo, porque muestra, sobre todo al haber llegado a ser hombre, su propia identidad y su carácter inmutable a los que consideran que por culpa de la carne Él ha cambiado y ha llegado a ser algo distinto. Pero los santos, y sobre todo el Señor, son más dignos de crédito que las necedades de los impíos.

Además, según la lectura de los Salmos anteriormente citada, la Escritura, al indicar, por medio de la referencia al cielo y a la tierra, que la naturaleza de todas las cosas que han llegado a ser y de toda la creación es mutable y cambiante, y al mantener por otro lado al margen de estas cosas al Hijo, muestra que Él no es «llegado a ser» en modo alguno, sino que más bien enseña que el Hijo es el que cambia las demás cosas sin que Él mismo cambie, utilizando estas palabras: Tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Y lo dice muy a propósito, pues las cosas que han llegado a ser, al provenir de la nada y no existir en modo alguno antes de llegar a ser (porque no existiendo llegan a ser), tienen una naturaleza cambiante, mientras que el Hijo, al proceder del Padre y ser lo propio de su sustancia, no cambia y es inmutable como el Padre mismo.

En efecto, no es lícito decir que a partir de la sustancia inmutable sea engendrado un Logos mutable y una Sabiduría cambiante. ¿Pues cómo va a ser ya Logos si es mutable? ¿O cómo va a ser ya Sabiduría lo que es cambiante? A no ser que quieran que el Logos esté en el Padre como algo que sobreviene a su sustancia, como ocurre cuando alguna gracia y hábito virtuoso han sobrevenido a una sustancia que tiene su propia identidad y ha sido llamada logos, hijo y sabiduría en este sentido, de modo que puede ser sustraída y añadida a la sustancia.

Ellos, en efecto, han pensado muchas veces semejantes cosas y las han dicho, y sin embargo no es ésta la fe de los cristianos, ya que no muestran que este Logos sea también el Hijo verdadero de Dios ni que esta Sabiduría sea la verdadera Sabiduría. ¿Pues cómo va a poder ser verdadero aquello que se muda y cambia sin detenerse en un único y mismo estado? Además, resulta que el Señor dice: Yo soy la verdad. Por lo tanto, si el Señor mismo dice esto acerca de sí mismo y muestra su carácter inmutable, y los santos, habiéndolo aprendido, dan testimonio de ello (y por otro lado también las ideas que se tienen acerca de Dios saben que esto es piadoso), ¿de dónde han concebido ellos, impíos, estas cosas? Las han vomitado por consiguiente de su corazón como procedentes de la corrupción.

37. Pero puesto que incluso aducen como pretexto palabras de la Escritura y se esfuerzan con denuedo por malinterpretarlas conforme a su propia manera de pensarles obligado responderles tanto como sea necesario para defender dichas palabras, mostrar que tienen un significado correcto y que son ellos los que discurren de manera equivocada. En este sentido, dicen que está escrito por el Apóstol: Por ello también Dios lo ensalzó y lo agració con el nombre sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y por David: Por esta razón Dios, tu Dios, le ungió con óleo de alegría por encima de tus partícipes. Luego añaden., como si estuviesen diciendo algo sabio: «Si por esta razón fue ensalzado y obtuvo gracia y por esta razón ha sido ungido, entonces recibió la recompensa de su elección, y por el hecho de haber obrado por elección es realmente de naturaleza mutable».

Eusebio y Arrio no sólo se han atrevido a decir estas cosas, sino incluso a escribirlas, y los que los siguen no vacilan en proclamarlo en medio de la plaza, sin ver cuánta locura encierra su discurso. En efecto, si hubiese recibido como recompensa de su elección aquellas cosas que tenía, no las habría tenido si no hubiese aceptado la obra de Aquél que se las dio y entonces, como resulta que las tiene por causa de su virtud y su mejora, lógicamente es llamado Hijo y Dios por causa de estas cosas, pero no es verdadero Hijo. En efecto, lo que procede de uno según la naturaleza es realmente lo engendrado, como lo fue Isaac para Abrahán, José para Jacob y el resplandor para el sol. En cambio, los que lo son por causa de la virtud y la gracia lo son sólo de nombre, al tener la gracia como resultado de haberla recibido (y no por naturaleza), y al ser algo distinto de aquello que se les ha dado. Éste es el caso, por ejemplo, de los hombres, que reciben el Espíritu por participación y acerca dé los cuales también decía: He engendrada hijos y los he elevado, pero ellos me rechazaron. Por esta razón, dado que no eran hijos por naturaleza, es natural que Ies fuera arrebatado el Espíritu y fueran desheredados al haberse extraviado, y también que Dios, quien al principio les ha concedido la gracia de esta manera, los acogerá cuando se arrepientan y los llamará otra vez hijos, dándoles la luz.

38. Por tanto, si dicen que también el Salvador es de esta manera, se mostrará que no es verdadero, ni Dios, ni Hijo, ni semejante al Padre, ni tiene en modo alguno a Dios como Padre de su ser, según la sustancia, sino únicamente como padre de la gracia que le ha sido concedida, y que tiene a Dios como creador de su ser según la sustancia, conforme a su semejanza con todas las demás cosas. Y siendo el Salvador tal como ellos dicen, aparecerá más claramente que tampoco desde el principio posee el nombre «Hijo», si resulta que esto lo obtuvo como galardón por sus obras y progreso, que no es otro sino el que tuvo lugar cuando ha llegado a ser hombre y tomó la forma de siervo. En efecto, esto sucede en el preciso momento en el que, habiendo llegado a ser obediente hasta la muerte, se dice que es ensalzado y que ha recibido el nombre como gracia para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble.

¿Qué era entonces antes de que sucediera esto, si es ahora cuando es ensalzado, ahora cuando ha comenzado a ser adorado y ahora cuando es llamado Hijo; esto es, cuando ha llegado a ser hombre? Parece ser que Él no ha mejorado en nada la carne, sino más bien que Él ha sido mejorado por medio de ella, pues resulta, según el malvado modo de pensar de ellos, que Él es ensalzado y llamado Hijo en el preciso momento en que ha llegado a ser hombre. ¿Qué era entonces antes de que sucediera esto? En efecto, es obligado preguntarles de nuevo para que pueda contemplarse la cima de su impiedad. Porque si el Señor es Dios, Hijo, Logos, pero no era estas cosas antes de llegar a ser hombre, o bien era alguna otra cosa aparte de éstas y después participó de ellas en razón de su virtud, como hemos dicho, o bien están obligados a afirmar aquello otro que podría sin duda volverse contra sus cabezas, es decir, que Él tampoco existía antes de esto, sino que es completamente un hombre por naturaleza y nada más. Pero este no es el modo de pensar de la Iglesia, sino del de Samosata y el de los judíos de ahora.

¿Por qué entonces no se circuncidan como los judíos si piensan como ellos y en cambio fingen ser cristianos y combaten contra Cristo? Pues si el Logos no existía, o existe pero fue mejorado después, ¿cómo han llegado a ser todas las cosas por medio de Él, o cómo pudo complacerse en Él el Padre, si resulta que no era perfecto? Por otro lado, si el Logos fue mejorado ahora, ¿cómo habría podido regocijarse antes de esto en el rostro del Padre? ¿Y cómo es que aparece Abrahám adorándole en la tienda y Moisés en la zarza, si obtuvo el ser adorado después de la muerte? ¿Y cómo vio Daniel que diez mil miríadas y miles y miles lo servían? Si según ellos ahora obtuvo la mejora, al recordar su propia gloria anterior y superior al mundo, ¿cómo habría dicho el Hijo mismo: Glorifícame Padre con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existies. Y si ahora ha sido ensalzado, conforme ellos dicen, ¿cómo es que antes de esto inclinó el cielo y descendió, y en otra ocasión el Altísimo dio la voz de Él? Así pues, si antes que el mundo llegase a ser, el Hijo tenía la gloria y era Señor de la gloria y Altísimo, y bajó del cielo y es siempre adorado, entonces Él no fue mejorado al haber descendido, sirio que más bien mejoró aquellas cosas que necesitaban de perfección. Y sí ha bajado con el fin de mejorarlasentonces el Logos no tuvo como una recompensa el ser llamado Hijo y Dios, sino que más bien nos hizo a nosotros hijos para el Padre y divinizó a los hombres al haber llegado a ser Él mismo hombre.

39. Por tanto, no se trata de que siendo hombre después haya llegado a ser Dios, sino que siendo Dios después ha llegado a ser hombre, sobre todo para divinizaRNos a nosotros. Además, si fue llamado Hijo y Dios en el preciso momento en que llegó a ser hombre, y por otro lado Dios, antes de que llegase A ser Hombre, llamaba hijos a los pueblos de la antigüedad y dispuso a Moisés como dios del Faraón, y son muchos aquellos de quienes la Escritura dice: Dios está de pie en medio de la asamblea de los dioses, es evidente que el Logos fue llamado Hijo y Dios después de ellos. ¿Cómo es posible entonces que todas las cosas hayan llegado a ser por medio de Él y que exista antes que todas las cosas, o cómo va a ser primogénito de toda la creación, si existen antes que Él los que son llamados hijos y dioses? ¿Y cómo es posible que los qué son los primeros en participar no participen del Logos?

Esta doctrina no es verdadera, se trata de una invención de los judaizantes de ahora. En efecto, ¿cómo habrían podido ser algunos capaces de llegar a conocer a Dios como Padre? Tampoco habría podido tener lugar la adopción filial sin el Hijo verdadero, diciendo Él mismo que ninguno conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revele. Por otro lado, ¿cómo habría podido tener lugar la divinización sin el Logos y antes que Él, cuando precisamente Él mismo dice a los judíos (los hermanos de los arrianos): Si a aquellas ha llamado dioses, a quienes el Logos de Dios salió al encuentro? Y si todos cuantos han sido llamados hijos y también dioses, ya sea sobre la tierra, ya sea en los cielos, y son hechos hijos y son divinizados por medio del Logos, y el Hijo en persona es el Logos, es evidente que todos existen por medio de Él, que Él es anterior a todos, y sobre todo que Él es el único Hijo verdadero y el único verdadero Dios que procede del Dios verdadero, sin haber recibido estas cosas como recompensa por su virtud y sin ser otra cosa distinta de éstas, sino siendo estas cosas por naturaleza conforme a su sustancia. En efecto, el Hijo existe como lo engendrado de la sustancia del Padre, de manera que tampoco se puede dudar que también el Logos es inmutable a semejanza del Padre que es inmutable.

40. Hasta ahora, por tanto, hemos hecho frente a las absurdas ideas de los arrianos sirviéndonos de las consideraciones acerca del Hijo en la manera en que el Señor mismo ha permitido. Pero es bueno también en adelante presentar junto a ellas las palabras de la Escritura, para que incluso se demuestre todavía más el carácter inmutable del Hijo y su naturaleza idéntica a la del Padre, que no es cambiante, y la mala intención de los arrianos.

Escribiendo a los Filipenses, el Apóstol dice: Meditad en vosotros aquello que se encuentra también en Cristo Jesús, el cual, existiendo en la forma de Dios no consideró algo a lo que aferrarse el ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo al haber tomado la forma de siervo, llegando a ser semejante a los hombres, y siendo hallado en su figura como un hombre se humilló a si mismo habiendo llegado a ser obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esta razón también Dios lo ensalzó y le agració con el nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua profese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. ¿Qué podría haber más claro y constituir una prueba mayor que esto? Pues no ha llegado a ser mejor a partir de una situación peor, sino que más bien, existiendo como Dios, tomó la forma de siervo y no fue mejorado por el hecho de tomarla, sino que se humilló a sí mismo. ¿Dónde está entonces, en estas palabras, la «recompensa de la virtud» o qué clase de progreso o mejora hay en el hecho de humillarse? En efecto, si siendo Dios ha llegado a ser hombre y habiendo bajado de lo alto se dice que es ensalzado, ¿a dónde es ensalzado, si es Dios, y es evidente, una vez más, que al ser Dios altísimo por fuerza también debe ser altísimo su Logos? ¿Cuánto más podría ser ensalzado entonces el que está en el Padre y es semejante en todo al Padre?

Por consiguiente, el Logos no está falto de ningún añadido y no es como suponen los arrianos. Pues si ha bajado para ser ensalzado y estas cosas están mencionadas en la Escritura, ¿qué necesidad hubo entonces de que también se humillara a sí mismo con el fin de conseguir aquello que precisamente ya tenía? ¿Qué clase de gracia recibió el que es dador de la gracia? ¿O cómo recibió el nombre para ser adorado el que siempre es adorado en su propio nombre? En efecto, ya antes de llegar a ser hombre lo invocaban los santos: Dios, sálvame en tu nombre, y en otra ocasión: Éstos en sus carros y aquéllos en sus caballos, pero nosotros en cambio nos gloriamos en el nombre del Señor Dios nuestro. También era adorado por los patriarcas, y acerca de los ángeles está escrito: Que lo adoren también todos los ángeles de Dios.

41. Además, si, como cantó David en el salmo setenta y uno, antes que el sol permanece su nombre y antes que la luna, de generación en generación, ¿cómo es que ha recibido entonces lo mismo que siempre tenía, incluso antes de recibirlo ahora? ¿O cómo era ensalzado el que antes de ser ensalzado es altísimo? ¿O cómo pudo recibir el ser adorado el que antes incluso de recibirlo es ahora adorado siempre? No es un enigma, sino un misterio divino: En el principio existía el Logos, y el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios. Y después, por causa nuestra, este Logos llegó a ser carne, y la expresión lo ensalzó que se dice ahora no significa que la sustancia del Logos haya sido elevada (pues siempre existió y es semejante a Dios), sino que la elevación pertenece a su humanidad.

Ciertamente no se ha dicho esto antes (sino cuando el Logos llegó a ser carne), para que quedase claro que la expresión se humilló y la expresión ensalzó se atribuyen a lo humano, de quien es propio, en efecto, la humillación y también el ser ensalzado. Y si la expresión se humilló está escrita por causa de la asunción de la carne, es evidente que también la expresión ensalzó lo es por la misma razón, pues el hombre estaba necesitado de ello a causa de la humillación de la carne y de la muerte.

Así pues, dado que siendo imagen del Padre e inmortal el Logos tomó la forma de siervo, y por nuestra causa soportó como hombre la muerte en su propia carne, para así ofrecerse a sí mismo al Padre en favor nuestro por medio de la muerte, por esta misma razón se dice también que es ensalzado como hombre por causa nuestra y en favor nuestro, para que así como en su muerte todos nosotros hemos muertoen Cristo, así también en Cristo mismo seamos nosotros a su vez ensalzados, siendo levantados de entre los muertos y subiendo a los cielos, donde entró Jesús, precursor en favor nuestro, no en figura de los verdaderos cielos, sino en el mismo cielo, manifestándose ante la persona de Dios en favor nuestro. Y si Cristo entró ahora en el mismo cielo en favor nuestro, incluso siendo antes de esto y siempre Señor y artífice de los cielos, entonces también está escrito ahora que fue ensalzado en favor nuestro.

Y así como Cristo, que santifica a todos, dice en otra ocasión al Padre que se santifica a sí mismo en favor nuestro, no para que el Logos llegue a ser santo, sino para que Él nos santifique a todos en sí mismo, de la misma manera entonces también la expresión lo ensalzó que ahora se dice no es para que Cristo sea ensalzado (pues es Altísimo), sino para que llegue a ser justicia en favor nuestro, y nosotros seamos ensalzados en Él y entremos por las puertas de los cielos que Él mismo volvió a abrir en favor nuestro. Al decir los precursores: Alzad vuestras puertas, príncipes, levantaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria, no estaban, en efecto, cerradas allí las puertas para el Señor y Hacedor de todas las cosas, sino que esto también está escrito por nosotros, para quienes estaba cerrada la puerta del paraíso. Por lo cual también en cuanto hombre, por la carne que llevaba, se dicen acerca de Él las expresiones alzad y entrará, como si se tratase de un hombre que entra, mientras que en cuanto Dios (puesto que el Logos también es Dios) se dice que es el Señor y el Rey de la gloria. Semejante elevación, que ha tenido lugar para nosotros, la profetizaba el Espíritu en el salmo ochenta y ocho, diciendo: Y en tu justicia serán ensalzados, porque el orgullo de sus fuerzas eres tú. Y si el Hijo es la justicia, entonces Él no es ensalzado porque esté necesitado, sino que somos nosotros los ensalzados en la justicia, que Él mismo es.

42. Y, en efecto, tampoco la expresión le agració está escrita en razón del Logos mismo (pues como ya hemos dicho, ya antes de llegar a ser hombre era a su vez adorado por los ángeles y por toda la creación, conforme al hecho de pertenecer, como algo propio, al Padre), sino que una vez más esto se ha dicho de Él por causa y en favor nuestro. En efecto, así como en cuanto hombre Cristo murió y fue ensalzado, así también en cuanto hombre se dice que recibe aquello que precisamente tenía siempre en cuanto Dios, para que nos alcanzase también a nosotros semejante gracia que le había sido concedida a Él. Pues el Logos no llegó a ser menos al haber tomado un cuerpo, de manera que tuviera que buscar el recibir también la gracia, sino que más bien divinizó aquello con lo que precisamente se revistió y con esto agració más al linaje humano.

Porque así como siempre era adorado por ser el Logos y existir en la forma de Dios, de igual manera siendo el mismo y habiendo llegado a ser hombre y siendo llamado Jesús, no obstante sigue teniendo bajo sus pies toda la creación, en este nombre se doblan las rodillas ante Él y la creación confiesa que, incluso el hecho de que el Logos haya llegado a ser carne y haya soportado la muerte en su carne, no ha sucedido para deshonra de la divinidad, sino para gloria de Dios Padre. Y la gloria del Padre consiste en encontrar al que llegó a ser y se destruyó, en vivificar al que estaba muerto y en que llegue a ser templo de Dios. Y como resulta que las potencias que están en los cielos (ángeles y arcángeles) adoran siempre al Señor y lo adoran también ahora en el nombre de Jesús, esta gracia y elevación es sin duda nuestra, porque, a pesar de haber llegado a ser hombre, el Hijo de Dios es adorado, y las potencias celestes no se extrañarán cuando nos vean a todos nosotros, que somos concorpóreos con Él, entrando en sus moradas. Esto no habría podido suceder de otra manera, si no es porque Aquél, que existía en la forma de Dios, había tomado la forma de siervo y se había humillado a sí mismo, consintiendo que su cuerpo alcanzase la muerte.

43. He aquí, por tanto, que lo que los hombres consideran necedad de Dios, por causa de la cruz, ha llegado a ser lo más preciado de todo. Ciertamente nuestra resurrección está asegurada en Cristo. Y ya no sólo Israel, sino también todas las demás naciones, como anticipó el profeta, abandonan sus propios ídolos y reconocen al verdadero Dios, el Padre de Cristo, y se pone fin a la fantasía de los demonios, mientras que sólo el que es verdaderamente Dios es adorado en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

También el hecho de que el Señor, que ha llegado a existir en un cuerpo y es llamado Jesús, sea adorado y se crea que es el Hijo de Dios y que por medio de Él sea reconocido el Padre, sería signo evidente de que -como se ha dicho- el Logos, en cuanto que es Logos, no recibió semejante gracia, sino nosotros. En efecto, en razón del parentesco con su cuerpo, también nosotros hemos llegado a ser templo de Dios y hemos sido hechos en adelante hijos de Dios, de manera que el Señor es adorado ahora también en nosotros y los que nos ven proclaman, como dijo el Apóstol, que verdaderamente Dios está en nosotros, como también Juan dice en su Evangelio: Pero a cuantos le recibieron, les dio a ellos poder para llegar a ser hijos de Dios, mientras que en la carta escribe: En esto conocemos que permanece entre nosotros: por su Espíritu, del que nos ha dado.

Y es un signo distintivo de su bondad para con nosotros el hecho de que somos ensalzados por estar el Señor Altísimo entre nosotros, así como el hecho de que la gracia sea concedida en favor nuestro gracias a que el Señor, que es el dispensador de la gracia, llegara a ser hombre por nosotros. Por el contrario, Él, el Salvador, se humilló a sí mismo, al haber tomado nuestro humilde cuerpo, y tomó la forma de siervo, al haberse revestido de la carne esclavizada por el pecado. Y no obtuvo de nuestra parte nada que lo mejorase, porque el Logos de Dios no carece de nada y está colmado. Al contrario, somos más bien nosotros los que hemos sido mejorados por Él, pues el Logos es la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo.

En vano se apoyan los arrianos en la conjunción por esta razón, cuando Pablo dice: Por esta razón Dios lo ensalzó, ya que no lo decía indicando un premio por la virtud ni una mejora a causa de un progreso, sino refiriéndose a la causa de la elevación que nos ha llegado a alcanzar a nosotros. ¿Y qué significa esto sino que Aquél que existe en la forma de Dios, y que es Hijo del noble Padre, se humilló a sí mismo y llegó a ser siervo en nuestro lugar y en favor nuestro? En efecto, si el Señor no hubiese llegado a ser hombre, nosotros no habríamos podido resucitar de entre los muertos y ser rescatados de nuestros pecados, sino que habríamos permanecido muertos bajo la tierra. Ni habríamos sido tampoco ensalzados a los cielos, sino que estaríamos tirados en el infierno. Por causa nuestra, entonces, y en favor nuestro, se utilizan las expresiones ensalzó y agració,

44. Pienso, por tanto, que éste es el sentido de la expresión, y que está muy de acuerdo con el sentir de la Iglesia. Sin embargo, alguno podría intentar darle también otro significado a la expresión, diciendo lo mismo con palabras similares: que no significa que el Logos mismo, en cuanto que es Logos, sea ensalzado (pues, como se ha dicho un poco antes, es altísimo al ser semejante al Padre), sino que la expresión muestra su resurrección de los muertos que tiene lugar por causa de la Encarnación. De este modo, al decir que se humilló a sí mismo hasta la muerte, enseguida agregó la expresión por esta razón lo ensalzó, queriendo mostrar que aunque como hombre se dice que ha muerto, sin embargo, como es vida, ha sido ensalzado en la resurrección. En efecto, el que ha bajado es el mismo que subió. Bajó, pues, corporalmente, pero resucitó porque Él mismo era Dios en el cuerpo.

Y éste es el motivo por el cual también agregó, con este sentido, la conjunción por esta razón, no para indicar una recompensa por su virtud ni por su progreso, sino para mostrar la causa por la cual ha tenido lugar la resurrección y por la cual los demás hombres, desde Adán hasta ahora, murieron y permanecieron muertos, mientras que sólo Cristo resucitó íntegro de entre los muertos. La causa, que Él mismo anticipó, es ésta: que siendo Dios ha llegado a ser hombre. En efecto, todos los demás hombres, al proceder únicamente de Adán, murieron y tenían la muerte dominando sobre ellos, mientras que el Logos es el segundo hombre que viene del cielo(pues el Logos llegó a ser carne). Y se dice que semejante hombre procede del cielo y está sobre el cielo, porque el Logos ha bajado del cielo, y por esta razón tampoco ha sido retenido por la muerte. Pues aunque se humilló a sí mismo consintiendo que su cuerpo alcanzase la muerte (el cuerpo, en efecto, es capaz de recibir la muerte), sin embargo fue ensalzado desde la tierra porque era el Hijo de Dios en un cuerpo.

De este modo, lo mismo que ocurre con lo que se dice en este pasaje (la expresión por esta razón Dios lo ensalzó), sucede también con aquello que Pedro dice en los Hechos: A quien Dios resucitó una vez disipados los fuertes dolores de la muerte, dado que no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio. Pues así como en Pablo está escrito que, aunque existe en la forma de Dios, ha llegado a ser hombre y se humilló a sí mismo hasta la muerte, y por esta razón precisamente Dios lo ensalzó, de igual manera también Pedro dice que ha llegado a ser hombre, aunque es Dios, y los signos y portentos han probado también que es Dios, a quienes ven, y por esta razón es capaz de no ser dominado por la muerte. Un mero hombre no habría podido conseguir esto, pues la muerte es algo propio de los hombres. Por esta razón el Logos, aunque es Dios, ha llegado a ser carne para que, muerto en la carne, vivificase a todos con su propia potencia.

45. Pero ya que se dice que Él mismo es ensalzado y también que Dios le agració y los arrianos lo consideran una disminución o una pasión en la sustancia del Logos, hay que explicar también en qué sentido se dicen estas cosas. En efecto, se dice que Él es ensalzado desde las partes más bajas de la tierra, porque se dice también que la muerte es propia de Él. Pero ambas cosas se le atribuyen porque al Logos le pertenecía, y no era de otro, el cuerpo que fue ensalzado desde los muertos y subido a los cielos. Además, al ser su cuerpo y no estar el Logos fuera de él, es lógico que, al ser ensalzado el cuerpo, se diga que Él es ensalzado en cuanto hombre por razón del cuerpo.

Así pues, si no ha llegado a ser hombre, que no se digan estas cosas acerca de Él, pero sí el Logos llegó a ser carn, hay que hablar de su resurrección y su ensalzamiento como se haría acerca de un hombre, para que así como lo que llamamos su muerte constituye el rescate de los pecados de los hombres (la abolición de la muerte), así también su resurrección y ensalzamiento permanezcan firmes para nosotros gracias a ÉL. En ambos casos ha dicho: Dios lo ensalzó, y Dios lo agració, para mostrar con ello otra vez que no es el Padre el que llega a ser carne, sino que es su Logos quien llega a ser hombre, el cual recibe del Padre y es ensalzado por Él en cuanto hombre, como se ha dicho. Por otro lado es evidente, y nadie podría dudar de ello, que aquellas cosas que da el Padre las da por medio del Hijo.

Y es algo paradójico y verdaderamente capaz de espantar, pues el Hijo mismo afirma recibir la gracia que Él da de parte del Padre, y el Hijo, en cuanto que es Él mismo, es ensalzado en relación a aquel ensalzamiento que el Hijo opera de parte del Padre. Él mismo, en efecto, que es Hijo de Dios, ha llegado a ser también Hijo del hombre. Y en cuanto Logos da las cosas de parte de Dios, ya que todas las cosas que hace y da el Padre, las hace y concede por medio del Logos, mientras que, en cuanto Hijo del hombre, se dice que Él recibe humanamente lo que proviene de sí mismo, el cuerpo, que tiene una naturaleza capaz de recibir la gracia, por el hecho de no ser de ningún otro sino de Él, como se ha dicho. El Logos recibía la gracia en cuanto que el hombre es ensalzado, y el ensalzamiento consistía en que era divinizado. Pero el Logos mismo teñía esto desde siempre, conforme a su propia divinidad y perfección.

46. Así pues, lo escrito por el Apóstol tiene este sentido y refuta a los impíos. Por otro lado, también tiene el mismo significado recto lo que el salmista dice, significado que los arrianos tergiversan, pero que el salmista muestra de forma piadosa. En efecto, también él mismo dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos. Cetro de rectitud es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y odiado la impiedad; por esto Dios, tu Dios, te ungió a ti con óleo de alegría par encima de tus hermanos. Mirad y reconoced la verdad, arrianos, aunque sólo sea aquí. El salmista ha dicho que todos nosotros somos hermanos del Señor. Si procediese de la nada y fuese una de las cosas que han llegado a ser, también Él tendría que ser uno de los que participan, pero dado que le canta como Dios eterno, cuando dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, y ha quedado mostrado que todas las demás cosas participan de Él, ¿qué otra cosa es necesario pensar, sino que es distinto de las cosas que han llegado a ser y que sólo Él es el Logos verdadero del Padre, resplandor y Sabiduría, del cual participan todas las cosas que han llegado a ser y son santificadas por Él en el Espíritu?

Y entonces en este pasaje no es ungido para llegar a ser Dios (pues ya lo era antes de esto), ni tampoco para llegar a ser rey (pues también eternamente reina, al existir como imagen de Dios, conforme muestra el texto de la Escritura), sino que nuevamente también esto está escrito en favor nuestro. También los reyes, según la costumbre de Israel, llegaban a ser reyes en el preciso momento en que eran ungidos, y no eran reyes antes, como en el caso de David, Ezequías, Josías y los demás. Pero en el caso del Salvador sucede lo contrario, al ser Dios, reinar siempre sobre el reino del Padre y ser Él mismo el dispensador del Espíritu Santo. No obstante, se dice ahora que es ungido, nuevamente para que así como se afirma que es ungido con el Espíritu en cuanto hombre (como sucede cuando es ensalzado y resucita), así también prepare para nosotros los hombres la inhabitación y la familiaridad del Espíritu.

Dando a entender esto mismo también el mismo Señor decía de sí mismo en el Evangelio según Juan: Yo los he enviado al mundo y en favor de ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Al decir estas cosas mostraba que Él no es el santificado, sino el que santifica. En efecto, no es santificado por otro, sino que Él se santifica a sí mismo, para que nosotros seamos santificados en la verdad. Y quien se santifica a sí mismo es Señor de la santificación. ¿Cómo entonces sucede esto? ¿Cómo dice esas cosas si no es porque «yo mismo, que soy el Logos del Padre, me doy a mí mismo el Espíritu, una vez llegado a ser hombre, y en Él me santifico a mí mismo, una vez que he llegado a ser hombre, para que en adelante todos se santifiquen en mí, que soy la verdad (tu Logos es la verdad)»?

47. Pero si el Señor se santifica a sí mismo por nosotros y esto lo hace cuando ha llegado a ser hombre, es evidente que el descenso del Espíritu que aconteció sobre Él en el Jordán también tuvo lugar sobre nosotros, por llevar Él nuestro propio cuerpo. Y no ha tenido lugar con el propósito de mejorar al Logos, sino nuevamente con vistas a nuestra santificación, para que tomásemos parte en su unción y se pudiese decir de nosotros: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?. Así, cuando era lavado el Señor, como hombre, en el Jordán, éramos nosotros los lavados en Él y por Él. Y al recibir Él el Espíritu, éramos nosotros los que por Él éramos capacitados para recibirlo.

Por esta razón tampoco Él ha sido ungido con óleo en la manera en que lo fueron Aarón, David o todos los demás, sino de otra manera: por encima de todos sus hermanos con óleo de alegría, que el Logos mismo interpreta que es el Espíritu, cuando dice por medio del profeta: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, de forma similar a como también ha dicho el Apóstol: Como lo ungió Dios con el Espíritu Santo. ¿Cuándo, pues, se ha dicho esto acerca de Él, sino cuando habiendo llegado a ser carne era bautizado en el Jordán y había descendido sobre Él el Espíritu? Y el mismísimo Señor dice: El Espíritu tomará de lo mío, «yo lo enviaré», y dice a los discípulos: Recibid el Espíritu Santo. Y, no obstante, el que procura a otros, en cuanto Logos y resplandor del Padre, se dice ahora que es santificado de nuevo, porque ha llegado a ser hombre y el cuerpo que es santificado es suyo. De Aquél, por tanto, también nosotros hemos comenzado a recibir la unción y el sello, pues Juan dice que también nosotros poseemos la unción que viene del Santo, y el Apóstol: También vosotros habéis sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Así pues, lo que se dice es por causa nuestra y en favor nuestro.

¿Qué clase de progreso, mejora y recompensa por la virtud, o sencillamente por la actuación del Señor, se indica entonces con esto? Porque si de no ser Dios hubiese llegado a ser Dios, y sin ser rey hubiese sido promovido al reinado, vuestro discurso tendría una cierta apariencia de verosimilitud. Pero si es Dios y el trono de su reino es eterno, ¿en qué dirección podía progresar Dios? ¿O qué le faltaba a Aquél que está sentado en el trono del Padre? Y si, como el Señor mismo ha dicho, el Espíritu es suyo y Él mismo toma del Espíritu y lo envía, no es entonces el Logos, en cuanto que es Logos y Sabiduría, quien es ungido con el Espíritu (que esdado por Él), sino que es la carne que ha sido asumida por Logos la que en Él y por Él es ungida, para que la santificación que ha tenido lugar para el Señor como hombre, tenga lugar para todos los hombres por Él. En efecto, Él dice que el Espíritu no hablapor sí mismo sino que es el Logos quien lo concede a los que son dignos.

Esto es también semejante a la expresión que se ha citado anteriormente, ya que así como el Apóstol escribió: El cual, existiendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios algo a lo que aferrarse, sino que se vació a sí mismo al haber tomado la forma de siervo, de igual manera David canta al Señor, que por un lado es eterno Dios y rey y por otro fue enviado a nosotros y tomó nuestro cuerpo que es mortal; a esto se refiere, en efecto, cuando salmodia: Mirra, áloe y canela emanan de tus vestidos. Esto es mostrado por Nicodemo y las mujeres del grupo de María, cuando éste llegó llevando una mezcla de mirra y áloe de cien libras y aquéllas los aromas que precisamente habían sido preparados para la sepultura del cuerpo del Señor.

48. Así pues, una vez más, ¿qué clase de progreso supone para quien es inmortal el tomar lo mortal? ¿O qué clase de mejora supone para quien es eterno el haberse revestido de lo temporal? ¿Y qué clase de recompensa más grande podría darse a quien es Dios eterno, rey y está en el seno del Padre? ¿Es que no veis que también esto ha sucedido y está escrito por nuestra causa y en favor nuestro, con el fín de que, al hacerse hombre, el Señor nos dispusiese inmortales a nosotros, que somos mortales y temporales, y nos introdujese en el reino eterno de los cielos? ¿Es que no os ruborizáis al ser tergiversadores de las palabras de la Escritura?

En efecto, una vez que nuestro Señor vino a habitar entre nosotros, hemos sido mejorados tras haber sido liberados del pecado, mientras que Él sigue siendo el mismo y no se mudó (una vez más hay que repetir lo mismo) por el hecho de haber llegado a ser hombre, sino que, como está escrito, el Logos de Dios permanece por los siglos. No hay duda de que al igual que siendo Logos, antes de la Encarnación, dispensaba a los santos el Espíritu como algo propio, así también, una vez que ha llegado a ser hombre, santifica a todos con el Espíritu y dice a los discípulos: Recibid el Espíritu Santo. También lo daba a Moisés y a los otros setenta, y por medio de Él David rezaba al Padre diciendo: No apartes de mí tu Espíritu Santo. Y una vez llegado a ser hombre decía: Os enviaré el Paráclito, el Espíritu de la verdad, y lo envió porque el Logos de Dios no es mentiroso.

Así pues, Jesucristo es el mismo, ayer y hoy, por los siglos, permaneciendo inmutable; y es el mismo al dar y al recibir, dando como Logos de Dios y recibiendo como hombre. Por tanto, no es el Logos, en cuanto Logos, el que es mejorado (ya que tenía todas las cosas y las tiene siempre), sino que son los hombres quienes en Él y por medio de Él tienen un principio para recibir. En efecto, cuando ahora se dice que el Logos es ungido en cuanto hombre, somos nosotros los que en Él somos ungidos, puesto que también al ser Él bautizado, somos nosotros quienes somos bautizados en Él. Pero es el Salvador quien más aclara todas estas cosas, cuando dice al Padre: También yo les he dado a ellos la gloria que tu me has dado, para que sean una sola cosa, como nosotros somos una sola cosa. Por causa nuestra, pues, estaba pidiendo también la gloria, y se ha dicho que recibió, fue agraciado y lo ensalzó, para que nosotros recibiéramos, se nos agraciase y fuésemos ensalzados en Él; lo mismo que también se santificó a sí mismo en favor nuestro, para que nosotros fuéramos santificados en Él.

49. Pero si por el hecho de que en el Salmo aparece por esta razón Dios te ungió, los arrianos toman para sí la expresión por esta razón como pretexto para las cosas que ellos quieren, deben saber ellos, desconocedores de las Escrituras y autores de la impiedad, que tampoco aquí la expresión por esta razón se refiere a una recompensa por la virtud o por el comportamiento del Logos, sino que vuelve a señalar la causa de su descenso hasta nosotros y de la unción del Espíritu que viene sobre El en favor nuestro.

En efecto, no dijo: «Por esta razón te ungió, para llegar a ser Dios, rey, Hijo o Logos» (pues ya lo era antes de esto y lo es siempre, como ha quedado mostrado), sino más bien: «Puesto que eres Dios y rey, por esta razón también has sido ungido, porque la tarea de unir al hombre con el Espíritu Santo no era propia de ningún otro sino de ti, que eres la imagen del Padre, según la cual también hemos sido creados desde el principio, pues el Espíritu también te pertenece». La naturaleza de las cosas creadas no era fiable para este propósito, después de haber tenido lugar la trasgresión de los ángeles y la desobediencia de los hombres. Por esta razón había necesidad de Dios (y el Logos es Dios), para que liberase a quienes habían llegado a estar sometidos a la maldición. Por tanto, si el Logos hubiese sido creado de la nada, tampoco habría sido el Cristo, por ser también Él uno más entre todos y partícipe. Pero puesto que es Dios por ser Hijo de Dios, y es rey eterno por existir como resplandor e impronta del Padre, por esta razón es lógicamente el Cristo esperado, que el Padre anuncia a los hombres, revelándolo a sus santos profetas; para que así como hemos llegado a ser por medio de Él, de la misma manera también tenga lugar en Él la redención de todos los pecados y reine sobre todas las cosas.

Esta es la causa de la unción que tiene lugar sobre Él y de la presencia encarnada del Logos, y al ponderarla, también el salmista alaba la divinidad y su reinado paterno exclamando: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos; cetro de rectitud es el cetro de tu reino; y anunciando su descenso a nosotros dice: Por esta razón te ungió Dios, Oh Dios, con óleo de alegría sobre tus hermanos .

50.¿Qué hay entonces de asombroso o de increíble, si se dice que el Señor, el dador del Espíritu, es ahora ungido con el Espíritu, si precisamente cuando lo requería en otro momento la necesidad no rehusó incluso decir, a causa de su propia humanidad, que Él era inferior al Espíritu? En efecto, cuando los judíos dijeron que Él expulsaba los demonios por el poder de Belcebú, después de refutarles su blasfemia, les respondió diciendo: Pero si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios.... He aquí pues que el dador del Espíritu dice ahora que expulsa los demonios con el poder del Espíritu. Pero esto no se dice sino por causa de la carne. En efecto, como la naturaleza de los hombres no es capaz por sí misma de expulsar los demonios si no es con la fuerza del Espíritu, por esta razón decía en cuanto hombre: Pero si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu.... Sin duda también daba a entender que la injuria que tiene lugar contra el Espíritu Santo era mayor que la injuria contra su humanidad, cuando decía: Quien hable contra el Hijo del hombre tendrá perdón, como era el caso de quienes decían: ¿No es éste el hijo del carpintero?, mientras que aquellos que blasfeman contra el Espíritu Santo y atribuyen al diablo las obras del Logos no podrán escapar al castigo.

Estas cosas las decía el Señor, como hombre, a los judíos. En cambio, mostrando a sus discípulos su divinidad y majestad, y sin darles ya a entender que era inferior a su propio Espíritu, sino semejante a Él, tes daba el Espíritu y les decía: Yo lo envío, Él me glorificará, y Hablará aquellas cosas que escuche. Por tanto, al igual que en el otro lugar el Señor, siendo dador del Espíritu, no rehúsa decir que expulsa los demonios con el poder del Espíritu en cuanto hombre, de igual modo, aún siendo Él mismo el dador del Espíritu, no rehusó decir: El Espíritu de Dios está sobre mí, por causa del cual me ha ungido(por el hecho de haber llegado a ser carne, como dice Juan), para indicar en ambos casos que se refiere a nosotros, quienes, para ser santificados, estamos necesitados de la gracia del Espíritu y no somos capaces de expulsar demonios sin la potencia del Espíritu. ¿Y por medio de quién y por quién era necesario que el Espíritu fuera concedido sino por medio del Hijo, a quien pertenece el Espíritu? ¿Cuándo habríamos sido capaces de recibirlo, sino cuando el Logos ha llegado a ser hombre?

Y al igual que lo que dice el Apóstol muestra que no habríamos sido redimidos y ensalzados, si quien existe en la forma de Dios no hubiese tomado la forma de siervo, de igual manera también David muestra que no habríamos participado en modo alguno del Espíritu ni habríamos sido santificados, si el dador del Espíritu, que es el Logos mismo, no hubiese dicho que Él era ungido con el Espíritu en favor nuestro. Por esto también lo hemos recibido de forma segura. En efecto, al haber sido santificada la carne primero en Él, y al haber dicho Él que había recibido el Espíritu en cuanto hombre por causa de la carne, nosotros tenemos la gracia del Espíritu que se sigue al haber tomado de su plenitud.

51. Tampoco la expresión: Amaste la justicia y odiaste la injusticia, se encuentra en el salmo, según vosotros una vez más pensáis, como si el Logos estuviese indicando que su naturaleza es mutable, sino más bien dando a entender su carácter inmutable también a partir de ello. En efecto, puesto que la naturaleza de las cosas que han llegado a ser es mutable y unos son transgresores y otros desobedientes, como se ha dicho anteriormente, y su comportamiento no es estable, sino que muchas veces admite que lo que ahora es bueno, después se mude y llegue a ser alguna otra cosa (de modo que el que hace un momento era justo poco después es hallado injusto), por esta razón hubo también necesidad de uno que fuera inmutable, de manera que así los hombres tuvieran la invariabilidad de su justicia como imagen y como modelo para la virtud.

Y este sentido alberga una causa muy lógica para quienes piensan adecuadamente. En efecto, puesto que Adán, el primer hombre, se mudó y por causa del pecado entró la muerte en el mundo, por esta razón era necesario que el segundo Adán fuese inmutable, para que, aunque la serpiente lo intentase de nuevo, el propio engaño de la serpiente se debilitase por completo y la serpiente misma llegase a ser débil en sus intentos para todos, ya que el Señor es inmutable y no cambia. Así, lo mismo que por haber transgredido Adán el engaño pasó a todos los hombres, de la misma manera al haber sido fuerte el Señor, semejante fuerza pasará después a nosotros, de modo que cada uno de nosotros pueda decir: Pues no desconocemos sus pensamientos. Por tanto, es lógico que el Señor, que es siempre y por naturaleza inmutable amando la justicia y odiando la injusticia, sea Él mismo ungido y enviado, para que, siendo El mismo y permaneciendo lo mismo, habiendo tomado la carne mutable, condenase en ella al pecado y la dispusiese libre para ser capaz de llevar en adelante a plenitud en ella la justificación de la ley, de manera que también se pueda decir: Nosotros no estamos en la carne sino en el Espíritu, si verdaderamente el Espíritu de Dios habita en nosotros.

52. Así pues, arrianos, también ahora se os ha ocurrido en vano semejante suposición y en vano habéis apelado a las palabras de la Escritura como pretexto, pues el Logos de Dios es inmutable, existe siempre y permanece igual; no así sin más, sino como el Padre. Porque, ¿cómo puede ser semejante sino es de esta manera? ¿O cómo puede ser del Hijo todo lo del Padre, si no tiene también su carácter inmutable y no cambiante? Y no ama la justicia y odia la injusticia como si estuviera sometido a unas leyes y tuviera una inclinación hacia una y otra, de modo que no elije lo contrario por miedo a caer y entonces aparecer nuevamente de otra manera diferente y como mutable, sino que, como es Dios y Logos del Padre, es un juez justo y amante de la virtud, o mejor dicho, incluso el dispensador de la virtud. Por tanto, la razón por la que se dice que ama la justicia y odia la injusticia es porque es justo y divino por naturaleza, que equivale a decir que ama y acoge a los virtuosos, pero odia a los injustos y se aleja de ellos.

También las Escrituras dicen lo mismo del Padre: Eres un Señor justo y has amado la justicia; Has odiado a todos los que obraban fuera de la ley; Ama las puertas de Sión, mientras que a las tiendas de Jacobno las tiene en gran consideración; Amó a Jacob, pero odió a Esaú; y según Isaías es la voz de Dios la que dice: Yo soy el Señor que amo la justicia y odio lo que ha sido arrebatado con injusticia. Por lo tanto, o bien deben entender también aquellas palabras como éstas (pues también aquellas están escritas refiriéndose a la imagen de Dios) o bien, interpretando mal estas palabras igual que hacen con aquellas, que deberán concebir también al Padre como mutable. Pero si incluso el mero hecho de escuchar esto, cuando otros lo dicen, no está exento de peligro, por esta razón sin duda hacemos bien en pensar que la expresión «Dios ama la justicia y odia lo que ha sido arrebatado con injusticia»no se dice como si Él tuviese una inclinación hacia una u otra y pudiese escoger lo contrario, de modo que elije ésta y no escoge aquélla (esto, en efecto, es propio de las cosas que han llegado a ser), sino que se dice, porque como juez ama a los justos y los acoge, mientras que llega a estar lejos de los malvados.

Como consecuencia habría que pensar también acerca de la imagen de Dios que ama y odia de esta manera, porque es necesario que la naturaleza de la imagen sea tal como es su Padre, por más que los arrianos, que están ciegos, no vean esto ni ninguna otra cosa de las Sagradas Escrituras. En efecto, habiendo quedado desprovistos de los pensamientos que proceden de su corazón, o más bien de sus locuras, se refugian nuevamente en las palabras de la Escritura, y, por tratarse precisamente de aquellas mismas para las cuales han mostrado a menudo una falta de sensibilidad, no son capaces de ver el sentido que encierran, sino que, poniendo su propia impiedad como canon, tergiversan en este sentido las palabras de la Escritura. Los arrianos, aunque sea únicamente por el hecho de pronunciar estas cosas, no merecen escuchar otra cosa sino esto: Os equivocáis al no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, y si persistieran, merecerían ser rebatidos y escuchar: «Devolved al hombre lo que es del hombre, y a Dios lo que es de Dios».

53.Así, ellos dicen que está escrito en los Proverbios: El Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras, y que el Apóstol, en la Epístola a los hebreos, dice: Ha llegado a ser en tanto superior a los ángeles, cuanto ha heredado un nombre más distinguido frente a ellos, y poco después: Por tanto, hermanos santos, partícipes de una llamada celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión, a Jesús, que es fiel a quien lo ha hecho; y en los Hechos: Por tanto, que os quede claro, casa toda de Israel, que Dios ha hecho a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Señor y Cristo.

Mencionando estas palabras por activa y por pasiva y equivocándose en lo que se refiere al modo de entenderlas, han creído a partir de ellas que el Logos de Dios es una criatura y una cosa que ha sido hecha y que es una de las cosas que han llegado a ser. Y así engañan a los incautos, alegando como pretexto estas palabras, y en lugar de su sentido verdadero van sembrando encima el veneno de su propia herejía. En efecto, si lo hubiesen entendido, no habrían cometido esa impiedad contra el Señor de la gloria ni habrían malinterpretado aquello que ha sido escrito adecuadamente.

Así pues, si al haber adoptado después abiertamente la posición de Caifas, han decidido judaizar, de modo que ignoran lo que está escrito (que realmente Dios habitará en la tierra), entonces que dejen de escrutar las palabras apostólicas, porque esto no es propio de los judíos. Y si al haberse entremezclado también con los ateos maniqueos, niegan que el Logos llegó a ser carne y su presencia encarnada, entonces que no hagan referencia a los Proverbios, pues también esto es ajeno a los maniqueos. Pero si mantienen que el Logos llegó a ser carne (porque les protege y por el beneficio que supone para su codicia) y no se atreven a negarlo por su afección a las apariencias (como de hecho está escrito), entonces o bien que entiendan correctamente las palabras que están escritas acerca de esto y que se refieren a la presencia corporal del Salvador, o bien, si niegan su sentido, que nieguen también que el Señor ha llegado a ser hombre. Pues no cuadra reconocer que el Logos llegó a ser carne y ruborizarse por aquello que está escrito acerca de Él y, por este motivo, corromper su significado.

54. En efecto, está escrito: Habiendo llegado a ser superior respecto a los ángeles. Esto es, pues, lo que hay que examinar en primer lugar. Pero es necesario también, al igual que conviene y es obligado hacer con toda la Sagrada Escritura, entender fielmente también aquí en qué ocasión lo dijo el Apóstol, y la persona y el asunto por el que lo escribió, para que quien lo lea no se quede fuera de su verdadero sentido pordesconocer estas cosas o una de ellas. Sabiendo esto, aquel eunuco deseoso de aprender pedía a Felipe diciendo: Te ruego, ¿de quién lo dice el profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?, pues temía que si lo leía equivocándose de persona se alejaría de su correcto sentido. Por su parte, también los discípulos, que querían conocer la ocasión en que sucedería lo que se había dicho, rogaban al Señor diciendo: Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿ Fcuál será el signo de tu venida?. Pues también ellos, al escuchar del Salvador lo referente al final de los tiempos, querían saber la ocasión, para no equivocarse ellos y para ser capaces de enseñarlo también a los demás. De este modo, cuando lo supieron, corrigieron a aquellos tesalonicenses que iban a equivocarse.

Por consiguiente, cuando se tiene un buen conocimiento de estas cosas, se tiene también una correcta y sana comprensión de la fe. Por el contrario, si uno entiende alguna de estas cosas en un sentido diferente, cae en seguida en herejía. Así, por ejemplo, los seguidores de Himeneo y Alejandro se equivocaron en lo que respecta a la ocasión, diciendo que la resurrección ya había tenido lugar; y los gálatas se equivocaron amando la circuncisión cuando ya había pasado su momento. Por errar en la persona han sufrido y sufren hasta hoy los judíos, creyendo que la expresión: He aquí que la virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros, se refiere a uno de ellos; y cuando se dice: Os suscitaré un profeta, creen que se dice acerca de uno de los profetas, y no han aprendido de Felipe aquello de fue conducido como oveja al degüello, sino que suponen que se dice acerca de Isaías o acerca de algún otro de los profetas que existieron.

55. Por ello, al haberles sucedido esto mismo, también los arrianos, que combaten a Cristo, han incurrido en la abominable herejía. En efecto, si hubiesen conocido la persona, el asunto y la ocasión de las palabras del Apóstol ellos, insensatos, no habrían cometido tanta impiedad tomando aquellas cosas que son características de los hombres como si se aplicasen a la divinidad. Y esto se puede ver cuando uno comprende el inicio de la lectura. En efecto, el Apóstol dice: Habiendo hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras Dios antiguamente a nuestros padres en los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado en el Hijo, y después, un poco más adelante, afirma: Habiendo hecho por medio de sí mismo la purificación de los pecados se sentó a la derecha de la majestad, habiendo llegado a ser superior en tanto a los ángeles. Las palabras del Apóstol recuerdan ciertamente la ocasión en la cual nos habló en el Hijo, cuando ha tenido lugar también la purificación de los pecados. ¿Pero cuándo nos ha hablado en el Hijo? ¿Cuándo ha tenido lugar la purificación de los pecados sino cuando, después de los profetas, ha llegado a ser hombre en estos últimos tiempos?

Después, tratándose de la economía salvífica conforme a nosotros los hombres y hablando acerca de los últimos tiempos, recordó a continuación que tampoco en los primeros tiempos Dios permaneció callado para los hombres, pues les habló por medio de los profetas. Además, dado que también los profetas prestaron servicio y la ley fue dada por medio de ángeles, y el Hijo, a su vez, llegó a habitar entre nosotros y vino para servir, tuvo que añadir forzosamente habiendo llegado a ser en tanto superior a los ángeles, porque quería mostrar también que, en la misma medida en que un hijo difiere del siervo, en esa misma medida ha llegado a ser mejor el servicio del Hijo que el servicio de los siervos.

Al distinguir, pues, el Apóstol el servicio antiguo del nuevo, escribe con gran libertad a los judíos y les dice: Ha llegado a ser en tanto superior a los ángeles. Y por esta razón no ha dicho tampoco, equiparándolos, que ha llegado a ser «más grande» o «más honorable», para que nadie entienda que se trata de seres de semejante linaje, sino que ha dicho superior para que se reconozca el carácter diferente de la naturaleza del Hijo frente a las cosas que han llegado a ser. Y la prueba de esto la tenemos en la Sagrada Escritura, ya que David canta: Superior es un día en tus moradas a un millar de ellos; y Salomón eleva su voz diciendo: Recibid la enseñanza y no el dinero, y el conocimiento que está por encima del oro aquilatado; pues la sabidu ría es superior a las piedras preciosas y todo lo valioso no es digno de ella. En efecto, ¿cómo no van a ser de sustancias diversas y diferentes en lo que se refiere a la naturaleza la sabiduría y las piedras que provienen de la tierra? ¿Qué clase de parentesco cabe entre las moradas que están en el cielo y las casas que están en la tierra? ¿O en qué se asemejan las cosas temporales y mortales a las eternas y espirituales? Así también decía lo mismo Isaías: Esto dice el Señor a los eunucos: a cuantos guardan mi sábado, elijen las cosas que yo quiero y perseveran en mi alianza, yo les daré en mi casa y en mi muralla un lugar renombrado; les daré un nombre eterno superior a los hijos e hijas que no se acabará.

De este modo, entonces, no hay parentesco alguno entre el Hijo y los ángeles, y al no existir parentesco, no se ha dicho la expresión superior a modo de comparación sino de distinción, en razón del carácter diferente de la naturaleza del Hijo respecto a la de los ángeles. Así pues, el Apóstol mismo, cuando interpreta la expresión superior, no lo aplica a ninguna otra cosa sino a la diferencia del Hijo con respecto a las cosas que han llegado a ser, diciendo que Él es Hijo, mientras que las demás son siervas; y que Él, como Hijo, está sentado a la derecha del Padre, mientras que los ángeles, como siervos, asisten, son enviados y prestan servicio.

56. Al estar escritas de esta manera, tampoco se da a entender en estas expresiones -arrianos- que el Hijo haya llegado a ser, sino más bien que es distinto de las cosas creadas y propio del Padre, al existir en sus entrañas. Ciertamente la expresión habiendo llegado a ser, que allí está escrita, no significa que el Hijo haya llegado a ser, que es precisamente lo que vosotros pensáis. En efecto, si simplemente hubiese dicho ha llegado a ser y se hubiese callado, los arrianos tendrían una excusa. Pero aunque antes ha dicho Hijo, probando a lo largo de todo el pasaje que es distinto de las cosas que han llegado a ser, sin embargo, no ha escrito habiendo llegado a ser sin restricción alguna, sino que añadió superior a la expresión habiendo llegado a ser, pues consideró que la expresión no marcaba diferencia alguna, sabiendo que quien aplica la expresión habiendo llegado a ser a quien es reconocido como genuino Hijo, lo entiende como equivalente a ser engendrado y dice que es superior.

No supone diferencia alguna para aquello que es engendrado el que se diga que ha llegado a ser o que ha sido hecho, mientras que no es posible decir que las cosas que han llegado a ser han sido engendradas (siendo como son obra de un artífice), a no ser, naturalmente, que se diga que también ellas han sido engendradas después, al participar del Hijo engendrado; y en ningún caso a causa de su propia naturaleza, sino por participar del Hijo en el Espíritu. Además, la Sagrada Escritura, refiriéndose a las cosas que han llegado a ser, conoce esta diferencia cuando dice: Todo llegó a ser por medio de Él, y también: Todo lo hizo en la Sabiduría, mientras que, al referirse a los hijos de las cosas que han llegado a ser, dice: Job llegó a tener siete hijos y tres hijas, e igualmente: Abrahám tenía cien años cuando llegó a tener a Isaac, su hijo; y Moisés decía: Si alguno llega a tener hijos.

Así pues, si el Hijo es distinto de las cosas que han llegado a ser y el Hijo es el único propio engendrado de la sustancia del Padre, se ha desvanecido para los arrianos la excusa basada en la expresión habiendo llegado a ser. Y si, ave­gonzados por ello, tratan de decir nuevamente que las expresiones han sido dichas a modo de comparación y que, como consecuencia, los términos que se comparan tienen un linaje semejante (de tal manera que el Hijo es de la naturaleza de los ángeles), van a ser los primeros en ser avergonzados, como aquellos que emulan y pronuncian las doctrinas de Valentín, Carpócrates y los demás herejes. Valentín dijo que los ángeles eran del mismo linaje que Cristo, mientras que Carpócrates dice que los ángeles son los artífices del mundo. Al haberlo aprendido quizá de ellos, también los arrianos comparan al Logos de Dios con los ángeles.

57. Sin embargo, semejantes ideas van a ser refutadas por el Salmista, que dice: ¿Quién será asemejado al Señor entre los hijos de Dios?, y: ¿Quién hay semejante a ti entre los dioses, Señor? Y van a escuchar, no obstante, si es que han aprendido a hacerlo como algo comúnmente reconocido, que la comparación tiene lugar entre términos que comparten un mismo linaje, y no entre quienes tienen un linaje diferente. Nadie entonces compararía a Dios con los hombres, ni tampoco un hombre con seres irracionales, ni la madera con las piedras, a causa de la falta de semejanza en la naturaleza. Dios es algo incomparable, mientras que el hombre se compara con el hombre, la madera con la madera y la piedra con la piedra; y nadie utilizaría en estos casos el término «superior», sino «más» o «en mayor cantidad». Así, por ejemplo, José fue más bello que sus hermanos, y Raquel que Lía; y una estrella no es «superior» a otra estrella, sino que más bien se diferencia en esplendor. Por el contrario, en el caso de términos de linaje diverso, cuando uno los confronta entre sí, es entonces cuando se dice «superior» (en razón de la diferencia), como se ha dicho en el caso de la sabiduría y de las piedras.

Por consiguiente, si el Apóstol hubiese dicho «tanto más aventaja el Hijo a los ángeles» o «es tanto mas grande», entonces sí tendríais una excusa, pues se habría comparado al Hijo con los ángeles. Pero como en este caso dice que el Hijo es superior y que se distingue tanto como un hijo se distancia de los siervos, está mostrando que es distinto de la naturaleza angélica. Y, a su vez, cuando dice que el Hijo es el que ha cimentado todas las cosas, muestra que es distinto de todas las cosas que han llegado a ser. Y siendo distinto y de una sustancia diferente a la naturaleza de las cosas que han llegado a ser, ¿qué clase de comparación cabe con su sustancia o qué semejanza hay con las cosas que han llegado a ser? Aunque en otra ocasión los arrianos vuelvan a albergar alguna idea semejante, Pablo los refutará diciendo lo mismo: ¿A quién de los ángeles dijo alguna vez: Hijo mío eres Tú?, e igualmente: También a los ángeles les dice: el que hace de sus ángeles espíritus y de sus servidores fuego inflamado.

58. He aquí que ser hecho es algo que pertenece a las cosas que han llegado a ser, y por eso la Escritura dice que son cosas que han sido hechas, mientras que en referencia al Hijo no habla de hacer ni de llegar a ser, sino de su eternidad, de su reinado y de su papel como artífice, diciendo: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, y también: Tú, Señor, desde el principio alimentaste la tierra y los cielos son las obras de tus manos; ellos perecerán, pero tú permaneces. A partir de estas afirmaciones también los arrianos podrían haber sido capaces de entender, si hubiesen querido, que una cosa es el artífice y otra distinta las obras del artífice; que el artífice es Dios y que las cosas que han llegado a ser han sido hechas de la nada. Así pues, ahora no se dice que ellos perecerán, como si la creación estuviera abocada a la destrucción, sino para mostrar la naturaleza de las cosas que han llegado a ser a partir de su final. En efecto, las cosas que pueden perecer, aunque no lo hagan debido a la gracia de quien las ha hecho, sin embargo testimonian que han llegado a ser de la nada y que hubo un tiempo en que no existían.

Como ellas tienen semejante naturaleza, se atribuye entonces al Hijo la expresión pero tú, permaneces, para que quede claro su carácter eterno, pues al no poder perecer (como sucede, en cambio, con las cosas que han llegado a ser) y tener la capacidad de permanecer siempre, no se le puede aplicar la expresión «No existía antes de ser engendrado», porque es característica suya el hecho de existir siempre y permanecer con el Padre. Por tanto, aunque el Apóstol no hubiese escrito estas cosas en la Epístola a los hebreos, de todas las maneras otros pasajes de sus epístolas y de toda la Escritura habrían impedido verdaderamente a los arrianos tener tales fantasías acerca del Logos. Pero dado que lo escribió y se ha mostrado en lo precedente que el Hijo es lo engendrado de la sustancia del Padre y también el artífice, mientras que las demás cosas son creadas por Él como artífice, y que es el resplandor, el Logos, la imagen y la Sabiduría del Padre, mientras que las cosas que han llegado a ser están por debajo de la Trinidad, asistiéndola y sirviéndola, entonces el Hijo es de otro linaje y de una sustancia diferente a las cosas que han llegado a ser, y, sobre todo, es propio de la sustancia del Padre y de su misma naturaleza. Por esta razón el Hijo mismo no dijo: «Mi Padre es superior a mí» (para que ninguno pudiese suponer que Él era extraño a aquella naturaleza), sino que era más grande, no en importancia ni en tiempo, sino por el hecho de proceder por generación del Padre mismo. Aparte de que al decir que es más grande, mostró otra vez el carácter propio de su sustancia.

59. Y el Apóstol mismo no decía: Habiendo llegado a ser en tanto superior a los ángeles, queriendo comparar pricipalmente la sustancia del Logos con las cosas que han llegado a ser (pues es incomparable, o mejor dicho, son cosas completamente distintas), sino que, atendiendo a la presencia encarnada del Logos y a la economía salvífica que tuvo lugar entonces por Él, quiso mostrar que el Logos no era semejante a los que le precedieron. De este modo, en la misma medida en que el Logos se distingue por naturaleza de los que fueron enviados delante de Él, en esa misma medida, e incluso más, la gracia que nos ha llegado de El y por medio de Él es superior al servicio obrado por los ángeles. Pues era propio de los siervos reclamar únicamente los frutos, mientras que del Hijo y dueño es propio perdonar las deudas y transferir la viña.    Por lo tanto, las palabras del Apóstol que traemos a colación muestran la diferencia del Hijo respecto de las cosas que han llegado a ser, cuando dice: Por esta razón es necesario que prestemos más atención a lo que hemos escuchado, no sea que nos equivoquemos. Pues si la palabra pronunciada por medio de los ángeles ha llegado a ser firme y toda trasgresión y desobediencia recibió una justa retribución, ¿cómo vamos a escapar de ella si hemos descuidado tan importante salvación, que es precisamente aquella que teniendo su origen en la predicación del Señor nos ha sido confirmada por aquellos que la escucharon?. Si el Hijo fuese una de las cosas que han llegado a ser no sería entonces superior a ellas ni habría en la desobediencia un castigo mayor por causa suya.

En efecto, dentro del servicio de los ángeles, de acuerdo con cada uno de ellos, tampoco se daba en los transgresores el más y el menos, sino que la ley era una sola y uno sólo el castigo para quienes la desobedecían. Ahora bien, puesto que el Logos no es una de las cosas creadas, sino que es Hijo del Padre, por esta razón, naturalmente, en la misma medida en que Él es superior y lo que tiene lugar por medio de Él es superior y singular, en esa misma medida también el castigo tendría que ser mayor. Que contemplen entonces la gracia que nos llega por medio del Hijo y reconozcan que incluso sus obras testimonian su diferencia con las cosas que han llegado a ser y que sólo Él es el Hijo verdadero que está en el Padre y el Padre está en Él. En cambio la ley fue dada por medio de ángeles y no perfeccionó a ninguno, necesitada como estaba de la presencia del Logos, como dijo Pablo. La presencia del Logos ha perfeccionado la obra del Padre. Antes, desde Adán hasta Moisés remó la muerte, pero la venida del Logos abolió la muerte y ya no morimos en Adán, sino que en Cristo todos somos vivificados. Y antes, desde Dan hasta Bersabé, se proclamaba la ley y Dios sólo era conocido en Judea, pero ahora la ley ha llegado a toda la tierray toda la tierra ha quedado llena del conocimiento de Díos, y los discípulos hicieron discípulos en todos los pueblos y han llevado ahora a cumplimiento lo que estaba escrito: Todos serán enseñados por Dios.

Antes era una figura lo que se mostraba, en cambio ahora se ha hecho patente la verdad, y esto lo volvía a explicar después más claramente el mismo Apóstol, cuando decía: El Señor ha llegado a ser garante de una alianza superior, y en otra ocasión: Ahora ha obtenido un ministerio más señalado, en la medida en que es también mediador de una alianza superior, la cual ha sido legalmente fundada sobre unas promesas superiores; y también: La ley, en efecto, no perfeccionó nada, sino que era introducción a una promesa superior; y otra vez afirma: Es necesario, por tanto, que los signos de las realidades celestiales sean purificados por ellas, y a su vez las cosas celestes con sacrificios superiores a estos. De esta manera, lo que es «superior», tanto aquí como en el resto de la epístola, lo atribuye al Señor, que es superior y distinto de las cosas que han llegado a ser, porque es superior el sacrificio que tiene lugar por medio de Él, superior la esperanza en Él y las promesas de las que es mediador; y no porque sean «grandes», en comparación con las que son «pequeñas», sino por el hecho de ser distintas del resto en lo que se refiere a su naturaleza, pues quien las administra también es superior a las cosas creadas.

60. También la mencionada expresión ha llegado a ser garante se refiere a la garantía que ha llegado por medio de Él en favor nuestro. Pues así como, siendo Logos, llegó a ser carne y nosotros pensamos que este llegar a ser se refiere a la carne (en efecto, ésta es algo que llega a ser y existe como una criatura), lo mismo ocurre aquí con la expresión ha llegado a ser, de manera que también entendamos esto de acuerdo con el segundo significado, es decir, por haber llegado a ser hombre; y para que se den cuenta los arrianos, amantes de contiendas, de que también se equivocan a causa de su perverso modo de pensar. Escuchen que Pablo, sabedor de que el Logos es el Hijo, la Sabiduría, el resplandor y la imagen del Padre, no da a entender que la sustancia del Logos haya llegado a ser, sino que también ahora atribuye el hecho de llegar a ser al servicio de la alianza, en virtud de la cual la muerte, que en un tiempo reinaba, ha sido vencida.

Ciertamente en este sentido el servicio que ha tenido lugar por medió de Él es superior, porque aquello que la ley era incapaz de hacer, por cuanto era débil debido a la carne, Dios lo hizo al haber enviado a su Hijo en semejanza de carne de pecado y, en lo que se refiere al pecado, condenó el pecado en la carne, apartando de ella la culpa en la que estaba siempre prisionera hasta el punto de no poder aceptar el plan divino. Pero al haber preparado la carne para poder recibir al Logos, ha conseguido que nosotros ya no caminemos más según la carne, sino según el Espíritu, y digamos muchas veces: Nosotros no estamos en la carne, sino en el Espírit, y que el Hijo de Dios ha venido al mundo, no para juzgar al mundo, sino para rescatar a todosy para que el mundo se salve por medio de Él. Antes, en efecto, el mundo era juzgado por la ley como deudor, pero ahora el Logos ha recibido sobre sí mismo la condena y, por haber sufrido en su cuerpo en favor nuestro, nos ha agraciado a todos con la salvación. Al ver esto Juan ha exclamado: La ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad han llegado por medio de Jesucristo. Y la gracia es superior a la ley, y la verdad a la sombra.

61. Así pues, no habría sido posible que el hecho de ser superior, como se ha dicho, ocurriera por medio de ningún otro sino por el Hijo, que está sentado a la derecha del Padre. ¿Y a qué se refiere esta expresión sino al carácter genuino del Hijo y al hecho de que la divinidad del Padre es la misma que la del Hijo? En efecto, al reinar sobre el reino del Padre, el Hijo está sentado en el mismo trono del Padre, y, al ser contemplado en la divinidad del Padre, el Logos es Dios, y quien ve al Hijo ve a! Padre, y de este modo Dios es uno solo. Así, aunque está sentado a la derecha, no deja al Padre a la izquierda, sino que el Hijo, que es quien dice: Todo lo que tiene el Padre es mío, tiene también lo que está a la derecha y es honorable en el Padre. Por esta razón, aunque está sentado a su derecha, también el Hijo mismo contempla al Padre a su derecha,por más que al haber llegado a ser hombre diga: Veía, delante al Señor, porque Él está siempre a mi derecha. En este hecho se muestra otra vez que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo, pues aunque el Padre esté a la derecha también el Hijo está a la derecha, y el Padre está en el Hijo, aunque el Elijo esté sentado a la derecha.

Los ángeles sirven, subiendo y bajando, mientras que del Hijo dice: Que le adoren todos los ángeles de Dios. Y cuando los ángeles sirven, dicen: «He sido enviado a ti», y también: «El Señor me ha ordenado»; en cambio el Hijo, aunque diga en cuanto hombre que «he sido enviado», y también: «Vengo a cumplir la obra y a servir», dice no obstante, como Logos e imagen del Padre: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, El que me ha visto a mí ha visto al Padre, y El Padre que permanece en mi hace las obras (pues las obras que uno ve en esta imagen son obras del Padre).

Así pues, estos argumentos son suficientes para confundir a quienes luchan contra esta verdad. Pero si, al estar escrita la expresión habiendo llegado a ser superior, no quieren que la expresión habiendo llegado a ser, cuando se dice del Hijo, equivalga a «llegar a ser» y «existe», o si no quieren aceptar y entender que la expresión habiendo llegado a ser se debe a la superioridad de su servicio, como se ha dicho, sino que creen que se está diciendo que el Logos ha llegado a ser, tomando pie en esta expresión, entonces que escuchen una vez más todo ello en forma resumida, dado que se han olvidado de lo dicho anteriormente.

62. Si el Hijo es uno de los ángeles, que se le aplique tanto a Él como a ellos la expresión habiendo llegado a ser, y que no se diferencie en nada de ellos en lo que respecta a la naturaleza. Pero entonces que éstos sean también hijos o bien Él sea un ángel y que todos juntos se sienten a la derecha del Padre o que el Hijo se presente como espíritu que asiste y es enviado para servir, junto con ellos, y sea semejante a ellos. Pero si resulta que Pablo separa al Hijo de las cosas que han llegado a ser, cuando pregunta: ¿de quién de los ángeles dijo alguna vez: Hijo mío eres?, y el Hijo es el artífice del cielo y de la tierra mientras que los ángeles llegan a ser por Él, y el Hijo está sentado junto al Padre mientras que los ángeles le asisten y le sirven, ¿quién no va a tener claro entonces que la expresión habiendo llegado a ser no se refería a la sustancia del Logos, sino al servicio que ha tenido lugar por medio de Él? En efecto, así como siendo Logos llegó a ser carne, de igual manera, al haber llegado a ser hombre, en su servicio llegó a ser superior al servicio mediado por los ángeles en la misma medida en que un hijo difiere de los siervos y un artífice de sus obras. De manera que los arrianos deberán abandonar ya de tomar la expresión habiendo llegado a ser como atribuida a la sustancia del Hijo (pues no pertenece a las cosas que han llegado a ser) y deberán saber que la expresión ha llegado a ser se refiere al servicio y a la economía salvífica que ha tenido lugar.

Cuanto se ha dicho anteriormente muestra cómo el Logos ha resultado ser superior en su servicio: por el hecho de ser superior en su naturaleza a las cosas que han llegado a ser. Creo que así ellos podrían quedar avergonzados. Pero si resulta que son amantes de las disputas, seguidamente habría que salir al paso de su absurdo atrevimiento y hacerles frente con las palabras semejantes que se dicen acerca del Padre mismo, para que, o bien, una vez confundidos, guarden su lengua del mal, o bien conozcan a qué grado de ignorancia han llegado. Así, está escrito: Llega a ser para mí un Dios protector y un lugar de refugio donde me salve, y en otra ocasión: El Señor llegó a ser un refugio para el pobre, y todas aquellas citas semejantes que se encuentran en las Escrituras. Así pues, si afirman que estas cosas se atribuyen al Hijo, lo cual es quizá incluso más verdadero, sepan que los santos están pidiendo que el Hijo (que no es una cosa que ha llegado a ser) pueda ser para ellos una ayuda y un lugar de refugio, y entiendan en adelante que las expresiones habiendo llegado a ser, lo hizo y lo creó hay que entenderlas referidas a su presencia encarnada. En efecto, ha venido a ser ayuda y lugar de refugio en el preciso momento en que subió al madero, en su propio cuerpo, nuestros pecados y decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.

63.En cambio, si dijesen que las palabras se aplican al Padre, ¿acaso, puesto que también aquí aparecen escritas las expresiones llega a ser y el llegó a ser intentarán ir tan lejos como para decir que también Dios es una cosa que ha llegado a ser? Sí, se atreverán, de igual manera que han pensado lo mismo acerca del Logos, pues la lógica de su argumento les lleva a imaginarse también acerca del Padre lo que se han imaginado acerca de su Logos. ¡Mas no suceda algo semejante ni le pase nunca por la cabeza a ningún creyente! En efecto, ni el Hijo es una de las cosas que han llegado a ser ni lo que está escrito (las expresiones llega a ser y llegó a ser que aquí se mencionan) se refiere a! comienzo de la existencia, sino a la ayuda que ha surgido para los que estaban necesitados.

En efecto, Dios existe y es el mismo siempre, mientras que los hombres han llegado a ser por medio del Logos después, cuando lo quiso el Padre mismo; y Dios es invisible e inalcanzable para las cosas que han llegado a ser, sobre todo para los hombres que están en la tierra. De este modo, cuando los hombres están débiles, piden auxilio; cuando son perseguidos, piden ayuda; cuando sufren injusticia, rezan; y es entonces cuando el invisible, porque ama al hombre, se manifiesta mediante su favor y lo lleva a cabo por medio de su propio Logos y en Él. Por tanto, los favores de la manifestación de Dios llegan hasta la necesidad de cada uno, y así llega a ser fuerza para los débiles y refugio y lugar de salvación para los perseguidos; y a los que sufren injusticia les dice: Cuando todavía estés hablando te diré: he aquí que estoy junto a ti. Por tanto, aquello que cada uno recibe por medio del Hijo como auxilio, es precisamente lo que cada uno dice que Dios «ha llegado a ser» para él, dado que también la ayuda que Dios mismo presta tiene lugar por medio del Logos. Éste es el modo en el que acostumbran a expresarlo los hombres, y to­os, sea quien sea, deberán reconocer que está bien dicho.

Muchas veces, también algunos hombres han llegado a ser ayuda para otros hombres: uno socorrió al que sufre la injusticia, como Abraham a Lot; otro abrió su casa a un perseguido, como Abdías a los hijos de los profetas; otro hace descansar al forastero, como Lot a los ángeles; y otro sustenta a los necesitados, como Job a quienes le pedían. Por tanto, de igual manera, sí cada uno de los que han tenido esa buena experiencia dijese: «Fulano ha llegado a ser para mí una ayuda», y otro dijese: «Pues para mí un refugio y para éste un dispensador», al decirlo no se estarían refiriendo al origen de su generación ni a la sustancia de aquellos que les han hecho bien, sino al favor que les ha llegado por medio de ellos; de la misma manera los santos, cuando dicen de Dios que ha llegado a ser y llega a ser, no se refieren tampoco al origen de su generación (pues Dios carece de origen y no es algo que haya llegado a ser), sino a la salvación que El ha procurado a los hombres.

64 Y si entendemos esto así, habría que mantener, en consecuencia, el mismo modo de pensar también en aquellas ocasiones en que se dice del Hijo que llegó a ser y llega a ser, de modo que al escuchar las mencionadas expresiones (habiendo llegado a ser superior a los ángeles y llegó a ser) no piensen los arrianos en un comienzo del llegar a ser del Logos ni se imaginen en absoluto que Él procede de las cosas que han llegado a ser, sino que lo dicho por Pablo se entienda aplicado al servicio y a la economía de la salvación, cuando llegó a ser hombre. En efecto, cuando el Logos llegó a ser carne y puso su tienda entre nosotros y vino para servir y agraciar a todos con la salvación, en ese momento llegó a ser salvación, llegó a ser vida y llego a ser propiciación para nosotros; en ese momento su economía de salvación en favor nuestro llegó a ser superior a los ángeles, llegó a ser camino y llegó a ser resurrección.

Y así como la expresión llega a ser para mí un Dios protector no se refiere a la generación de la sustancia de Dios mismo, sino a su amor al hombre -según se ha dicho-, de la misma manera también ahora las expresiones habiendo llegado a ser superior a los ángeles y llegó a ser y en tanto llegó a ser Jesús un garante superior no significan que la sustancia del Logos sea una cosa que ha llegado a ser, ¡de ningún modo!, sino que se refieren al favor que se nos ha concedido a nosotros a partir de su Encarnación, por más que los herejes sean unos desagradecidos y se obstinen en la impiedad.

 

SEGUNDO DISCURSO CONTRA LOS ARRIANOS