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ZOROASTRO( siglo XVI . -XV a.C.)
Gherardo Gnoli
La
presentación de la figura de Zoroastro (ésta es la forma más difundida del
nombre, derivada del griego, pero la forma más cercana al original iránico, es Zarathushtra, o Zaratrustra, que tuvo resonancia en Europa por el Así
hablaba Zarathustra, de F. Nietzsche) puede
hacerse en maneras diversísimas: el lector lo comprenderá muy fácilmente. Aquí
el autor ha seguido el criterio de proporcionar al público los términos
esenciales de las cuestiones que la investigación histórica y filológica se ve
obligada a abordar; de ilustrar en modo sintético los puntos principales y lo
que él considera el núcleo de la doctrina zoroastriana;
de presentar la figura de Zoroastro entre Oriente y Occidente —en primerísimo
lugar por lo que la misma ha representado en la cultura griega y helenística—,
tratando de brindar una reconstrucción sintética y más homogénea de la que a
menudo se halla en las obras especializadas. El lector debe considerar que el
hablar de Zoroastro de ninguna manera puede significar hacer una biografía —hasta
existen dudas acerca de la historicidad de este “protagonista”— y que lo único
positivo es ilustrar las ideas, los conceptos, los problemas, que en la
historia de la civilización están ya definitivamente relacionados con esta
figura. En este ensayo el autor prescinde voluntariamente de una historia del
zoroastrismo como religión fija en sus dogmas y en sus doctrinas
teológico-filosóficas, que se afirmará bajo la dinastía sasánida (226-651 d.C.)
como iglesia de estado, y que sobreviviera, luego de la conversión al Islam de
la Persia conquistada por los árabes, entre las exiguas comunidades mazdaítas del Irán, y sobre todo, entre aquellas que
emigraran a India (los parsos; de donde proviene el
nombre de parsismo que se da al mazdeísmo de nuestros días
La época
y la patria de Zoroastro
La figura de
Zoroastro y los orígenes de la religión que lleva su nombre son dos problemas
históricos que, en buena medida, no han sido resueltos aún. La historia y la
filología de los últimos ciento cincuenta años se interesaron largamente en estos
enigmas, proporcionando de tanto en tanto las soluciones más diversas y
contradictorias en cuanto a la época en que Zoroastro habría vivido, a su
ambiente histórico, y a la naturaleza misma de su obra, al significado de su
enseñanza, etcétera; por lo que, por una parte, se ha sostenido el origen medo
de Zoroastro, o iránico noroccidental, y por al otra,
su origen bactriano, sogdiano o corasmio, o iránico nor-oriental; por una parte se ha pensado en una cronología
muy alta, hacia los comienzos del milenio I a. C., y por la otra en una
cronología baja, hacia el siglo VI o V a. C. Además se ha puesto de relieve el
carácter “profético”, reformador, innovador de su enseñanza, que habría
revolucionado a un antiguo sistema religioso de tipo naturista, pariente
cercano de la religiosidad de la India antigua o de los Vedas, y por la otra se
lo ha considerado como una figura tradicionalista y conservadora, enemiga de
ciertas novedades. No sólo esto, sino que se ha llegado, en base a razonamientos
muy bien fundados, a negar que haya existido nunca un personaje histórico de
este nombre. A la pregunta espontánea de cómo ha sido posible formular tantas
opiniones opuestas, se debe responder que el estado y la naturaleza de las
fuentes, de las que hoy puede disponer el historiador, son tales que dan lugar
a un verdadero nudo de intrincadísimos problemas de todo tipo: de contenido,
exegéticos, históricos. Las fuentes pueden dividirse, groseramente, en dos
grandes grupos, las iránicas y las clásicas, sobre
todo griegas. Tanto unas como otras se ubican en períodos cronológicamente
largos, pero mientras las griegas cubren en realidad un lapso, no superior a
algunos siglos, agrupándose esencialmente en los períodos helenístico y
clásico, las iránicas pertenecen a épocas tan
diversas que plantean, como es natural, el problema de su continuidad y de su
tradición con urgencia y gravedad particulares. El período cubierto por las
fuentes iránicas puede ser tal vez superior a los
quince o dieciséis siglos, desde el siglo VI —si no más— a. C. al siglo X d. C.
Los dos núcleos principales en los que las mismas se reparten son el Avesta, el
libro sagrado del zoroastrismo, y la literatura religiosa en lengua pahlávica o medo-persa. El Avesta, conjunto de escritos
heterogéneos de varias épocas que no fueron registrados por escrito antes del
siglo IV d.C. contiene un pequeño grupo de textos, los Ghata(Cantos),
que la tradición atribuye al mismo Zoroastro y que, aun en el examen filológico,
resultan los más arcaicos de la colección que nos llegara en modo muy fragmentario.
Las partes más antiguas del Avesta no proporcionan, es cierto, ningún elemento
seguro para una cronología absoluta, pero permiten, mediante la constatación de
la total ausencia en las mismas de toda referencia al imperio medo o persa,
fijar un término ante quem para la obra de
Zoroastro, que entonces se puede datar con absoluta certeza antes del siglo VI.
Los autores griegos que hablan de Zoroastro, atribuyéndole una fecha, colocan al
sabio oriental seis mil años antes que Platón o Jerjes o cinco mil años antes
de la guerra de Troya: así Xanto el Lidio, Eudoxo de
Cnido, Aristóteles, Plutarco. Se trata, naturalmente, de una datación mística,
que no tiene nada de histórica, pera que sin embargo, resulta de gran
importancia porque se relaciona con una tradición irania, de la que se halla un
eco en el Denkart, antología religiosa zoroastriana del siglo IX d. C., que fija la fecha de la
creación espiritual del profeta seis mil años antes de su nacimiento material.
Resulta evidente, entonces, que la noticia recogida por los griegos deriva de
esta tradición, de la que se puede deducís que ya era conocida y difundida en
el siglo V a. C.; hecho este del máximo interés, que atestigua en cuanto a una
notable antigüedad de la figura “histórica” de Zoroastro. Es decir que en el
siglo V no sólo ya se había difundido tal transposición mítica, sí no que se
había difundido a tal punto fuera de los confines irónicos que había sido
acogida por los griegos.
La tradición zoroastriana más tardía, aquella documentada en la
literatura pahlávica en plena época islámica, sitúa a
Zoroastro doscientos cincuenta y ocho años antes que Alejandro Magno, y
recientes investigaciones tienden a restituirle a la misma aquel valor de
autenticidad que muchas veces había sido puesto en duda por numerosos
estudiosos. En base a esta tradición se han propuesto estos tres ciclos de
fechas para la vida de Zoroastro: 630-553, 628- 551 y 618-541, a. C. Sin
embargo, restan algunas dificultades. Primera entre todas: si Zoroastro vivió
efectivamente en este período, entre 630 y 541 aproximadamente, y si entonces,
a este período se deben remontar los Gatha,
¿cómo se explica que en estos textos, como también en las otras partes más
arcaicas del Avesta, no se halle ninguna noticia y tampoco ninguna mención del
imperio de los medos, ya extendido con toda probabilidad a las regiones
orientales del altiplano iraní, o de las zonas occidentales del Irán? ¿Cómo se
explica que estos textos carezcan de todo eco, aún lejanos, de la estructura
política instaurada por los pueblos medos, de la civilización urbana ya
difundida en Media y en Persia, de los sucesos, a menudo excepcionales, que
habían preparado la expansión y la afirmación de la potencia iránica en occidente? Son interrogantes a los que sería
posible dar respuestas satisfactorias con sólo retrodatar en algunos decenios
la cronología en cuestión. La cual, por otra parte, parece ser que debe
descartarse también por el hecho, recientemente revelado, de que la cifra de 25
años antes que Alejandro sólo tiene apariencia de historicidad y de precisión,
ya que se funda en un cálculo histórico totalmente arbitrario.
Pero si
muchas son las incertezas acerca de la época de Zoroastro, no lo son menos
aquellas acerca del ambiente histórico en el que éste habría actuado y vivido,
aun cuando ya se puede rechazar, en base a muchas consideraciones históricas y
lingüísticas, la tesis del Zoroastro medo u occidental, fundada en una tardía
tradición iránica, de época sasánida, que situaba en
la Media Atropatence, el actual Azergagian,
el centro sacro de la región y la patria del profeta, o en la simple homonimía entre el Vishtaspa avéstico, el príncipe protector de Zoroastro, y el Vishtaspa aqueménida, padre de Darío I, o en consideraciones de carácter lingüístico,
tendentes a clasificar la lengua del Avesta como una lengua iránica noroccidental.
En realidad,
ya se puede considerar cierto que la lengua en que están escritas los Gatha, los diecisiete himnos que constituyen la
parte central del Avesta, atribuidos al mismo Zoroastro, es iránica oriental. Pero aparte del asunto lingüístico, existen claras pruebas históricas
de que el ambiente que se refleja en estos antiguos textos no pueden ser otro
que el del Irán oriental: la toponomástica de los Gatha así como de las otras partes arcaicas del Avesta, es totalmente oriental; el
ambiente social en que se ve nacer la primitiva comunidad zoroastriana es también ciertamente oriental. Se puede decir en efecto que el mismo ignora
una civilización urbana propiamente dicha, como ya debía haberse desarrollado,
si bien dentro de ciertos límites, en las regiones occidentales, en Media y en
Persia, en contacto con las civilizaciones superiores del Cercano Oriente; y
que, como se ha dicho, no se tienen vestigios de las estructuras políticas que
allá se afirmaron. A comienzos del siglo VII el fenómeno de sedentarización de
las tribus medas y persas se disponía aceleradamente a dar sus resultados más
conspicuos, con la creación de monarquías militares modeladas según las de los
estados vecinos, Urartu, Elam, Asiria.
Entonces,
sería posible establecer que Zoroastro vivió en Irán oriental preaqueménida y muy probablemente, antes de que los Medos
extendieran su poder hacia el este, en regiones tales como Areia, Margiana, Bactriana, Sistán, pero todo ello es, en
realidad, un resultado un tanto magro: el Irán oriental tiene una extensión muy
vasta, desde las estepas del Asia central soviética a los territorios que
confinan con la región del Sind y con el Océano índico; en época antigua desde
Corasmia, desde Fergana, desde Sogdiana, a Bactriana,
a Areia, a Margiana, a
Drangiana, a Aracosia, a Gedrosia, es decir, hasta
las regiones meridionales del Sistan, de Beluchistán,
de Mekrán. La opinión actualmente difundida entre los
especialistas ubica a Zoroastro en una de las regiones nororientales, en
Corasmia, entendida por algunos en un sentido muy lato, en Sogdiana o en
Bactriana. En favor de la tesis militarían estos argumentos: esta región habría
podido efectivamente ser la sede de una sociedad fundada en una economía
esencialmente agrícola-pastoral, como la que se refleja en los Gatha, y se prestaría en modo particular a ser
identificada con la Airyana Vaejah (la Eranvej de los textos pahlávicos),
“el espacio ario”, en un segundo tiempo mitizado,
donde se habría desarrollado la obra de Zoroastro según la tradición.
Investigaciones recientes tienden a trasladar decididamente hacia el sudeste iránico a la patria del profeta y a la cuna de la religión,
entre la cadena del Hindukush y el Sistán, el
territorio ahora dividido entre Irán y Afganistán, que comprende las antiguas
provincias del imperio aqueménida que se denominaban Drangiana, la región en
torno a la cuenca lacustre del Namun y Aracosia. En favor de la hipótesis sistánica estaría un pasaje del historiador Diodoro Siculo, que
se remonta a Hecateo de Abdera, un contemporáneo de Alejandro, que rectamente
interpretado transmitiría la figura de un Zoroastro legislador de los ariaspaos, un pueblo que el macedónico encontró en su
marcha hacia oriente, establecido cerca del extremo meridional del río Hilmand, en la región del Hamun,
la antigua Drangiana, o de los Arianoi, nombre
“étnico” que era una designación que abarcaba a los pueblos del Irán sudoriental
(aríanos, en las fuentes griegas). Este testimonio
clásico es de la mayor importancia, ya que se remonta al período en que el Irán
oriental fue descubierto efectivamente por los griegos, mediante las
expediciones de Alejandro; y es natural entonces que desde que los
historiadores y los geógrafos griegos tuvieron conocimiento correcto de los
vastos territorios orientales del derrotado imperio asiático, llegaran a occidente
las primeras noticias históricamemte atendibles
acerca de Zoroastro.
Herodoto, que también escribiera era mucha exactitud sobre las costumbres y la religión de los persas, jamás menciana al personaje que había impreso sus huellas tan profundas en la espiritualidad del entero mundo iránico, y se debe aguardar a Ctesias, el médico griego de la corte aqueménida a quien la crítica moderna ha desvalorizado injustamente, para tener las primeras noticias sobre la figura de Zoroastro, envuelta en el mito y en la leyenda. En efecto, a Ctesias debe remontarse la tradición, que tuviera gran fortuna en el medioevo, que representa a un Zoroastro rey de los bactrianos, derrotado per los soberanos asirios, Nino y Semíramis. Por otra parte, el testimonio de Diodoro Sículo, que presenta a Zoroastro como legislador de los ariaspaos, un pueblo conocido por los griegos por sus leyes justas y por su particular grado de civilización, o de los arianoi, halla numerosas confirmaciones a la luz de una reciente revisión de la tradición zoroastriana en Drangiana. La leyenda de Zoroastro, que coloca el nacimiemo material del profeta en Sistán, y que está documentada en época muy tardía, en el libro VII del Denkart (siglo IX d. C.) adquiriría así un aspecto de mayor historicidad y confirmaría la tesis sistánica y una nueva integración del material mítico-legendario de las luchas entre Irán y Turan, trama esencial de la época nacional hasta, pleno período islámico. Este material, que se halla documentado en los Yasht avésticos más antiguos (himnos a entidades divinas) presentaría, en una investigación de su toponomástica, la que a menudo sólo es considerada simbólica, un fondo histórico que tuvo por teatro principal justamente a la región del Hamun. La época conjetural en que estos mitos eran historia (por lo menos en parte) se ubica en los siglos —cuántos no se puede decir con precisión— anteriores a la conquista aqueménida. La trama de esta historia está constituida esencialmente por las luchas perennes de las poblaciones sistánicas por la conquista y el control de las fuentes de agua y por la creación y el mantenimiento de vastos sistemas de canalización, que hacían posible una economía de tipo agrícola-pastoral y la misma cría de bovinos. Y esta última es una constatación muy importante, si se piensa que uno de los motives que indujeron a localizar el ambiente social en el que habría actuado Zoroastro en la Corasmia preaqueménida fue la necesidad de individualizar en las regiones iranias orientales un país en el que fuera posible la cría del ganado no sólo menor sino del bovino sobre todo. La sociedad gáthica, en efecto, atribuye al bovino una gran importancia, signo de que en la economía primitiva de aquellas tribus iránicas esta especie de ganado era particularmente apreciada porque constituía el elemento fundamental e indispensable. Por lo que muy probablemente el ambiente histórico de Zoroastro fue esta región sudoriental del altiplano iránico, donde por largo tiempo se mantuvieron las antiguas tradiciones relacionadas con santuarios locales muy venerados: una región aislada de las grandes rutas de comunicación que desde el occidente iraní llevaban a las provincias orientales, y de allí al Gandhara o a la India noroccidental; una región que se unía al resto del mundo iranio-oriental, a Areia, a Aracosia y entonces a Bactriana, por la que era prácticamente su única vía de comunicación, que seguía el curso del río Hilmand (el Hetimandro de los griegos) y que al mismo tiempo representaba su única gran riqueza. Una de las
más arcaicas entre las partes del Avesta, el Yasht XIX, dedicado al “esplendor” de los arios, ofrece una descripción minuciosa de
este país en lo que concierne a su aspecto hídrico; y probables referencias a
la geografía de la región regadiza del Hamun, rica en
aguas naturales y canalizadas, se hallan también en el antiguo Yasht X, dedicado al dios Mithra.
En conclusión, los elementos avésticos de la antigua mitología común indo-iraní
(por lo menos en parte reconstruible mediante la
comparación con los Yasht, parecen ambientados en los
vastos territorios sudorientales del altiplano entre la cadena del Hindukush y las regiones actuales del Sistán y del Beluchistán.
En este ambiente histórico, ya dado a la sedentarización, en el que las
unidades más importantes de la estructura vertical de la sociedad estaban
constituidas por el clan y la tribu, y la economía muy primitiva era de tipo agrícolo-pastoral, surgió el zoroastrismo, el movimiento
religioso que en el curso de los siglos conquistaría el entero mundo iránico y difundiría la fama de su fundador, ya fuera
mítico o histórico, convertido entonces en prototipo del sabio oriental, en el
mundo clásico y helenístico. En esta región la Misión Arqueológica Italiana del
Instituto Italiano para el Medio y el Extremo Oriente está empeñada actualmente
en varias campañas de excavación que ya dieron resultados de enorme
importancia: por las arenas del desierto sistánico se
descubrieron los restos de una ciudad de la época aqueménida que, con sus
grandes edificios públicos, representa un unicum en el Irán oriental. La fisonomía cultural del Sistán, sobre todo de la región
que recibía el nombre de Drangiana, que corresponde a la gran cuenca lacustre
del Hamun, se torna más clara y más neta, arrojando
nueva luz sobre los más intrincados problemas históricos de la civilización iránica antigua.
¿Historicidad
de Zoroastro?
Hasta ahora
se ha hablado de Zoroastro casi dando por descontado la existencia de un
personaje histórico de tal nombre, sin tener para nada en cuenta lo que se ha
dicho al comienzo, es decir, que algunas estudiosos, fundándose —como se verá—,
en argumentos muy válidos, llegaron a negar la historicidad de un personaje
tal. Conviene precisar que cuanto se ha dicho acerca del ambiente histórico de
Zoroastro, acerca de su época y de su país, no está en desacuerdo ni siquiera
con la tesis de estos estudiosos. En efecto, aún cuando Zoroastro fuera
sustancialmente y únicamente un mito, aunque su figura debiera interpretarse
desde un punto de vista simbólico, copio la creación sabia de una casta de
sacerdotes, de todos modos sería necesario investigar en qué ambiente histórico
un mito o un simbolismo tales se pudieron formar realmente.
Por lo que aquello que se ha dicho en cuanto al tiempo y al lugar de Zoroastro puede valer tanto para el personaje histórico como para el mítico. Por otra parte, también es cierto que estos dos personajes pueden no excluirse recíprocamente y necesariamente: no es improbable, en efecto, que sobre el personaje histórico se haya digamos, modelado el mítico, y que el “hombre” Zoroastro, real fundador de una nueva doctrina, con el correr del tiempo se haya tornado cada vez más opaco y evanescente en sus contornos de figura histórica, para dar vida a un tipo o a un prototipo sobrehumano, prácticamente divinizado. Pero también pudo haber ocurrido lo contrario: la inicial figura mítica y simbólica del fundador, creación y expresión de una casta sacerdotal, puede haberse ido transformando en un real personaje histórico, asumiendo el carácter de un “profeta” de tipo semítico. En la conciencia de los fieles se habría formado la figura de una personalidad innovadora y reformadora, que obró una gran revolución ética y monoteística en lucha con las tradiciones religiosas naturistas de tipo indo-iránico: no estamos lejos de la idea que de su profeta tienen los adeptos modernos de la vieja tradición iraní, los parsos. En efecto, un examen completo y
comparativo de todas las fuentes de que disponemos en ningún caso puede
reforzar la tesis de la historicidad de Zoroastro. Los partidarios de esta
tesis se fundan sobre todo en un pasaje importante de los Gatha,
del que deducen que en el núcleo más arcaico de la tradición la figura del
profeta, en un segundo tiempo idealizada en un simbolismo cargado de elementos
arquetípicos, se presentaría con los rasgos de una personalidad viva y real. Se
lee en este pasaje: “¿A qué país debe huir, adonde huir, marchar? Me rechaza mi
familia, el clan, y la tribu ya no me es favorable, ni los malditos tiranos del
país...” (Yasna, 46, 1). Muy sinceros y personales parecieron a algunos estos
acentos doloridos del profeta perseguido, pero, en realidad, estas palabras no
se referirían a una circunstancia histórica, a una “fuga” de Zoroastro de su
país natal para buscar en otra parte refugio y apoyo, sino que las mismas
formaban parte del cuadro de la figura ideal del justo que combate a las
potencias demoníacas y de la suerte a menudo amarga que la dura realidad de las
cosas le asigna. También en este pasaje, entonces, como en los pasajes
paralelos de los Gatha, en los que se habla de las
luchas que debe sostener el hombre adepto al orden divino, el valor simbólico
sería evidente. Además —se ha observado—, la tradición que habla de una “fuga”
del profeta causada por la persecución se halla solamente en un texto medieval
muy tardío. Es cierto que una biografía de Zoroastro fundada en la exégesis gáthica es una empresa desesperada y en el estado actual de
nuestros conocimientos, significa una tentación utópica, ya que la leyenda, o
el mito, constituye un conjunto en el que todas las componentes y todos los
motivos diversos, inexorablemente unidos los unos a los otros, revelan, en un
examen profundo, un sentido que halla su realidad solamente en el símbolo. Por
lo que los Gatha, en lugar de fuentes arcaicas de la
vida y de la evolución espiritual del profeta, parecen los testimonios más
antiguos de su leyenda: el texto gáthico presupone en
efecto que, por lo menos en los motivos esenciales, el mito de Zoroastro ya
estaba formado.
¿Cómo
resolver, entonces, la cuestión de la historicidad de Zoroastro? ¿Fue una
figura del mito o un personaje de la historia? Sólo es lícito afirmar, sin por
ello negar necesariamente la historicidad aún posible, que las concepciones más
antiguas de la persona y de la función del gran profeta iránico son aquellos que hacen de él una figura mítica, rica en elementos claramente
simbólicos, que se relacionan, como se verá, con la idea y la práctica de un
ritual muy complejo, pariente cercano de aquel hindú de los Veda. Como muy bien
ha sido afirmado, Zoroastro se asemeja más a un Orfeo que a un profeta de tipo
semítico. Y estas consideraciones valen tanto erra las fuentes iránicas como para aquellas clásicas más antiguas: los
griegos, desde los primeros que dan noticia de él, lo sitúan en un tiempo mítico,
cinco mil años antes de la guerra de Troya, seis mil años antes que Jerjes o
Platón, y Platón, el único entre éstos que se refiere a la genealogía de
Zoroastro, nos lo presenta como hijo del dios supremo Ahura Mazda.
La figura de
Zoroastro se nos presenta, entonces, entre el mito y la historia, y no hay
dudas de que sus aspectos más significativos, aquellos que pronto traspasaron
los límites del mundo iránico y que llegaron a
integrar la cultura compuesta de la civilización helenística, son justamente
aquellos que tienen profundas raíces en el mito, que nos reconduce
constantemente al ritual de la religión mazcaica.
Pero, personaje real o simbólico, Zoroastro es de todos modos uno de los más
grandes protagonistas de la historia.
La
herencia indo-iránica y la influencia mesopotámica
También
resulta ardua la evaluación del fenómeno que representa la obra de Zoroastro o
del surgimiento de un movimiento religioso creador del mito de Zoroastro. Lo
cierto es que este fenómeno no se produjo en un vacío, es decir, que el mismo
tuvo relaciones precisas con un ambiente histórico bien determinado. ¿Pero, de
qué naturaleza fueron esas relaciones? ¿Se trató de una reacción contra aquel
ambiente, de un desacuerdo, o de un desarrollo sustancialmente natural y
pacífico de ciertas premisas? La respuesta más común, y por cierto más cercana
a la realidad, es la de la reacción, del desacuerdo, aun cuando al formularla
muchos estudiosos no notaron, con frecuencia, que la misma no es del todo
inconciliable con aquella del desarrollo natural y espontáneo. En efecto, se
puede imaginar sin dificultades un movimiento de reacción contra determinadas
situaciones, que sin embargo esté fuertemente ligado a las mismas condiciones
ambientales. Investigar la naturaleza de estas relaciones significará averiguar
el verdadero sentido histórico del fenómeno zoroastriano,
el lugar que al mismo justamente le corresponde en la evolución de la
civilización humana.
La tradición mazdaica ha visto en Zoroastro al fundador de la
Buena Religión, aquel a quien, primero entre todos, le fue revelada por Ahura Mazda la doctrina de la Den (religión) en toda su
integridad. Según esta tradición, entonces, a Zoroastro se lo considera un
Hombre Perfecto, aparecido en el punto central de la historia cósmica, entre el
Primer Hombre, Gayomart, y el Salvador final, Soshans, superior a ambos, como corresponde a la más
perfecta de todas las criaturas.
En los
textos medievales mazdaicos, en los que se advierten
los reflejos de las polémicas religiosas, teológicas y filosóficas, de una
problemática típicamente islámica, Zoroastro aparece, como ya antes de él Maní
y Mahoma para sus adeptos, con el sello de los profetas: “el sello de los apóstoles,
de los mensajeros, de los enviados, de los profetas de la Buena Religión”.
Se lee en
uno de estos textos, muy autorizado entre los parsos:
“Se dice en la Buena Religión mazdaica: cuando
Zaratustra el Spitamis (del nombre gentilicio Spitama) inmortal sea su alma, fue a entretenerse con Ahura Mazda el Creador, éste le dijo: ¡Oh Zaratustra, yo te
he creado mejor que todos los Amesha Spenta y que (todos) los ángeles!
“Al oir estas palabras, Zaratustra se sintió asombrado, y dijo:
'Oh Creador bueno y santo, ¿me has creado mejor que Vohu Mana, que Asha Vahishta,
que Khshathra Vairya que Spenta Armaiti, que Haurvatat y que Ameyetat?’.
“Él dijo:
'Yo te he creado mejor que ellos, porque he creado a todas las criaturas del
mundo antes que a ti, y también que los reyes como Takhma Urupi, Yima Khshaeta, Kavi Haosravah y Manushcithra. A ellos
les he enseñado la Buena Religión mazdaica, pero
ninguno tuvo la potencia y la autoridad necesarias para difundirla. Tú eres el
único que ha venido y que la ha aceptado. Y es gracias a ti que ella se
propagará por el mundo entero, que llegará a todas las partes del mundo.
“Porque, el
mismo día que tú aceptaste de mí la religión, las corrientes de agua se
detuvieron, y los animales que tenían hierbas en la boca no lograban tragarla,
tan bella fue la voz con que recitabas el Avesta. Todos se detuvieron donde se
hallaban y escuchaban el Avesta.
“Y al
comienzo, cuando creé el cielo y la tierra, le dije a Todas las fravashi (doble preexistente del alma individual) de los
justos: ¡Mirad el cielo!; pero ninguna pudo mirarlo. Pero la fravashi de tu alma vino entonces y se puso a mirar una
mitad del cielo.
“Y ahora, yo
te he creado mejor que a todas las criaturas, los ángeles y los Amesha Spenta”.
“Estas
palabras no dejaron de maravillar a Zaratustra el Spitamis,
quien dijo: “Oh Ahura Mazda Creador, ¿tal vez me has
creado mejor que el Salvador? Él devolverá al mundo de aquí abajo su pureza y
tornará inmortales a los hombres cuando lo ordenes. Para resucitarlos, él les
recitará la religión y restablecerá la pureza de ellos, liberándolos de todos
los males. En cuanto a mí, yo soy incapaz de hacer cosas semejantes”.
“Ahura Mazda el Creador, dijo: 'Él podrá hacer todo ello
solamente porque es tu hijo; e igualmente gracias a la Buena Religión que tú
habrás difundido por el mundo. Ya que todas las buenas acciones y todos los
actos meritorios que el hijo realice serán como si hubieran sido realizados por
el padre mismo”. (Saddar Bundehesh .)
Esta figura
de Zoroastro como revelador de la Religión perfecta, la que tiene la misión de
derrotar al mal por doquier, a tal punto está radicada en el mazdaismo que constituye el centro de una “profetología” propiamente dicha que se formó en plena época
islámica, ciertamente por el estímulo del ambiente. A su vez tal profetología muestra evidentes puntos de contacto con la
idea gnóstica del Hombre Perfecto. En el fondo de esta ideología mazdaica, presente en la literatura medieval, del Profeta y
del Anthropos, se hallaba la conciencia de la casta
sacerdotal iránica de haber tenido también, al igual
que las otras religiones, un fundador histórico, Zoroastro, un personaje al que
no se podía ubicar en el tiempo o en el espacio a menos que se recurriera a
cálculos fantásticos.
La historia
y la filología europeas, por su parte, llegaron a un resultado parcialmente
análogo: Zoroastro fue un fundador de religión, o mejor, uno de los grandes
reformadores religiosos a situar casi en el gran “período asiático” de la
historia, junto a Buda y a Confucio.
Ya sea que
se parta de las premisas tradicionales del mazdeismo,
o de los resultados de la investigación científica, Zoroastro fue entonces un
hombre que realizó una profunda revolución religiosa y ética, que jugó un papel
relevante en la transformación del mundo antiguo.
La crítica
histórica de los últimos decenios tiende a ver en Zoroastro al reformador de un
tipo “arcaico” de religión, próximo a aquel que se refleja en los más antiguos
textos sagrados de la India; sobre el tronco de esta tradición indo-iránica o aria, Zoroastro habría instaurado la fe en un
solo dios supremo o en el dogma dualístico, o en una y otra cosa al mismo
tiempo, acompañados por un sólido sentido moral derivado de la contraposición
simétrica de Bien y Mal y por el lugar que él le atribuyera al hombre en esta
lucha. Para algunos, el centro de la enseñanza zoroastriana reside en el monoteísmo, para otros en el dualismo, entendido justamente como
una “protesta contra el monoteísmo”, para otros exclusivamente en el
significado ético de su mensaje. Además, hay quienes han deseado ver en la obra
de Zoroastro el resultado del encuentro de dos culturas esencialmente diversas,
producto de la influencia de concepciones semíticas (mesopotámicas por el
dualismo; hebraicas por el monoteísmo) sobre una tradición cultural del tipo
védico.
Debe
observarse antes que nada que la comparación indo-iránica resulta absolutamente indispensable para comprender no sólo los hechos
lingüísticos, sino también aquellos histórico-religiosos: así como la filología
comparada tornó accesible el Avesta y la literatura pahlávida,
así el método comparativo histórico-religioso permitió la exacta comprensión de
una cantidad de conceptos y de nociones fundamentales del mazdeísmo, que de no
ser así habrían quedado en las sombras. Estos conceptos y estas nociones, entendidas
en su conjunto y en su específico funcionamiento, constituyen en esencia la
base sobre la que tomó forma el zoroastrismo. Examinémolos,
entonces, en forma estricta, eligiendo un texto que ejemplifica cuanto se ha
dicho: un pasaje del himno avéstico a Haoma (Hom Yasht - Yasna IX-XI):
En la hora
de la preparación (del sacrificio) Haoma se acercó a Zaratustra quien, según el
rito, disponía el fuego y cantaba los Gatha.
Zaratustra le preguntó: ¿Quién eres tú, oh hombre, tú que me pareces el más
bello de los seres corpóreos, de vida esplendente como el sol inmortal?
Entonces el
santo Haoma que aleja la desventura me respondió: Oh Zaratustra, yo soy el
santo Haoma que aleja la desventura. Tómame, Oh Spitama,
exprímeme bien para beberme; canta en mi honor como los salvadores del futuro.
Entonces
Zaratustra dijo: ¡honor a Haoma! ¿Quien, como primer mortal, te preparó, oh
Haoma, para el mundo corpóreo? ¿Cuál suerte le fue asignada? ¿Cuál fortuna le
fue reservada?
Entonces el
santo Haoma que aleja la desventura me respondió: Vivahvant,
como primer mortal, me preparó para el mundo corpóreo; tal suerte le fue
asignada, tal fortuna le fue reservada, que le nació un hijo, Yima, el esplendente, el amo de una buena grey, el más
glorioso de todos los hombres, del aspecto del sol, quien en su reino salvó de
la muerte a las bestias y a los hombres, de la sequía a las aguas y a las
plantas, y tornó inagotable al alimento. Bajo el reinado del valeroso Tima no
hubo frío, ni calor, ni vejez ni muerte, ni envidia, obra de los demonios.
Padre e hijo parecían tener quince años, mientras reinó Yima,
amo de una buena grey, el hijo de Vivahvant.
¿Quien, como
segundo mortal, te preparó, oh Haoma, para el mundo corpóreo? ¿Cuál suerte le
fue asignada? ¿Cuál fortuna le fue reservada?
Entonces el
santo Haoma que aleja la desventura me respondió: Athwya,
como segundo mortal, me preparó para el mundo corpóreo; tal suerte le fue
asignada, tal fortuna le fue reservada, que le nació un hijo. Thraetaona, de poderosa estirpe; el cual mató a Azhi Dahaka, de las tres bocas,
de las tres cabezas, de las mil magias, a la fortísima Drug (= Mentira) demoníaca, malvada, funesta para los hombres, la Drug más fuerte que él Espíritu adverso haya creado contra
el mundo corpóreo, para destruir al mundo del Asha (Orden). (Yasna 9, 1-8).
En este
pasaje avéstíco hallamos un escenario claramente
indo-iránico: Haoma, aquí personificado, es el soma
de la India, la bebida del sacrificio; Yima es el
correspondiente iránico del Yama hindú, hijo de Vivasvant (= Vivahvant),
primer hombre de Irán con caracteres solares, hijo del sol y rey de los Elíseos
de India, señor de una época de oro, exenta de los males de la muerte, de la
vejez, etc.; Thraetaoma, hijo de Athwya,
matador del Dragón (Azhi), recuerda al védico Trita Aptya matador del monstruo Ahi: también aquí el mito iránico y el hindú revelan un trasfondo común, sí bien con intrincados problemas
comparativos, en el motivo del héroe vencedor del dragón, estrechamente ligado
con el mito de la liberación de las aguas. También se debe agregar que muy
probablemente el complejo mítico iránico tiene
caracteres de mayor arcaicidad y conservatividad que el hindú, que tal vez se transformó en contacto con la civilización anaria de Mohenjo-Daro. Además,
en el último parágrafo citado, se presenta la oposición de Drug-Asha (Mentira-Orden) que es la exacta contraparte iránica,
fundamental en la entera visión del mundo zoroastriano,
de la oposición védica druh-rta: en esta
oposición se debe ver el contraste entre un orden al mismo tiempo natural y
ritual (asha, rta),
con el desorden, la injusticia, la falsedad (drug, druh).
La
investigación completa del texto avéstico revela muchas otras analogías, que
sirven en modo óptimo para reconstruir el trasfondo cultural sobre el que se
formó el zoroastrismo. Se trata de analogías profundas y numerosas, tanto en el
plano del culto y del rito como en el plano del mundo divino y demoníaco, y en
el de las nociones fundamentales, así como en el del mito, como se ha visto.
Muchas de
las entidades divinas, que vemos orgánicamente incluidas en el sistema zoroastriano, como se refleja en los Tasht,
es decir, en los “Himnos”, son evidentemente indo-iránicas:
así Mithra, dios “mediador”, dios del “contrato”,
divinidad de la luz, pariente cercano del dios solar; así Vayu,
dios del viento y de la atmósfera, y así muchas otras divinidades menores,
pertenecientes a la clase de los daiva (ind. deva), es decir, de aquellas
entidades divinas contrapuestas a la otra clase indo-iránica de los ahura (ind.
asura) y que tuvieron en Irán la particular suerte de ser remitidas al rango
demoníaco, suerte que fue reservada en la India a sus opositoras asura.
Nos hemos
referido a la analogía cultural. Ahora, las semejanzas son realmente evidentes
y tales que hacen posible la reconstrucción, ya intentada por alguno, de una
liturgia indo-iránica: no hay dudas de que el rito iránico del haoma y el hindú del
soma tuvieron un mismo significado original. Tal rito es, en sustancia, un
sacrificio de comunión entre aquellos que toman parte en el culto y el licor
divino, que a menudo es personificado como un dios. Este dios, Haoma o Soma, es
matado durante el rito, y su planta es pisada y exprimida para extraerle el
licor, que luego es “bebido” por el sacerdote y los presentes, quienes, de tal
modo, participan de sus prerrogativas, en primer lugar de la inmortalidad, y
luego de todos sus poderes mágicos. Hubo quien descubrió una profunda analogía
entre el rito de haoma y la misa cristiana. También
se puede notar cierto paralelismo indo-iránico en lo
que respecta al puesto particular reservado al Fuego —Agni en India, Atar en
Irán— en el culto; y en cuanto a este argumento, se debe notar que tal analogía
se observa más en la función del fuego del sacrificio que en la idea del fuego
objeto de culto y epifanía divina, más típica del ambiente iránico.
En el campo
de las nociones fundamentales las semejanzas también son numerosísimas.
Conceptos como aquellos de “mente”, “poder”, “fuerza vital”, “luminosidad”,
“fuerza seminal”, “energía”, etcétera, se hallan en India y en Irán expresados
con mismas raíces nominales y con significados y valor del todo o casi
idénticos. Estos evidentes paralelismos permiten entrever una mentalidad común
indo-iránica muy arcaica, basada en la fundamental
identidad de concepciones fisiológicas, antropológicas y mágicas, subyacentes
en las practicas rituales y que determinan el desarrollo de las especulaciones
posteriores. El trasfondo cultural indo-iránico que
acabamos de mencionar debió sufrir, naturalmente, notables transformaciones en
los ámbitos históricos elegidos por los diversos grupos étnicos. En el caso de
las tribus medas y persas, que se asomaron a la historia en el siglo VII a.C.,
los substratos y estratos tuvieron ciertamente gran importancia. Medos y persas
se establecieron en regiones profundamente marcadas por la influencia de las
civilizaciones del Cercano Oriente, es decir, de la Mesopotamia y de sus
descendencias culturales. Así que, en lo que concierne al aspecto político y
social, como en lo que concierne al aspecto cultural en su significado más
amplio, se debe considerar que la civilización del Urartu (casi Armenia) y la
del Elam (región entre la Mesopotamia y Persia, la antigua Susiana)
influyeron enormemente en la profunda transformación cultural de las tribus
medas y persas, que habían elegido sedes fijas en las márgenes occidentales del
altiplano iránico. Así como cambió radicalmente la
estructura política de la sociedad, que se transformó, abandonando mera
organización tribal, en un tipo de monarquía militar que tenía sus modelos
evidentes en las monarquías asiria, urartea y
elamita, es preciso creer —y muchos elementos lo confirman— que también el
dominio religioso y las tradiciones de estos pueblos iránicos sufrieron en forma notoria la influencia del ambiente y sobre todo la vitalidad
expansiva de muchos motivos religiosos originales de Mesopotamia: de modo que
el sincretismo iránico- mesopotámico se debió afirmar
primero entre los medos y luego entre los persas propíamente dichos, dando vida a un tipo de "religión real” que sirvió como fundamento a la
creación política de la que fueron protagonistas los primeros soberanos de
la dinastía aqueménida, Ciro y Darío I sobre todo.
En la base
de esta religión se hallaba la creencia de un dios único, creador del cielo y
de la tierra y fuente de la autoridad soberana del Gran Rey: de las concepciones
arcaicas, difundidas en el Irán oriental y reflejadas en las secciones más
antiguas del Avesta, de un jefe tribal, príncipe-sacerdote dotado de poderes
mágicos y carismatícos (el kavi)
se pasó a la concepción más moderna de un “rey” investido por el dios supremo Ahura Mazda, sustituto y representante divino en la tierra,
absoluto por derecho divino (el khshayatiya del que procede el título actual de Shah, de la época meda y persa) según el modelo evidente de la idea mesopotámica del
monarca. Los aqueménidas sustituyeron al asirio Assur y al babilonio Marduk por el iránico Ahura Mazda, que tomó de su modelo mesopotámico el mismo
tipo iconográfico, el disco solar alado:
“Un gran
dios es Ahurmazda (los aqueménidas no descomponían el
nombre divino en sus dos elementos), quien creó esta tierra, quien creó al
hombre, quien creó la felicidad para el hombre, quien hizo rey a Darío, un solo
rey de muchos, un solo señor de muchos. Yo soy Darío el Rey, el Rey de los
reyes, el Rey de los países, el Rey en esta tierra, hijo de un Aqueménida.
Habla Darío el Rey: Ahuramazda, el máximo de los
dioses, él me creó rey, él me entregó este reino, grande, de los buenos
caballos, de los hombres valientes”; así reza una inscripción de Darío I, que
conmemora la fundación del palacio real de Susa, como también otras
inscripciones aqueménidas en las que se glorifica al soberano hecho rey “por
voluntad de Ahuramazda”. En estas inscripciones el
rey persa se halla con su dios en relación estrechamente análoga a aquella en
la que se hallaba en Asiria o en Babilonia el “rey de las cuatro partes del
mundo” con Assur o con Marduk. La influencia
mesopotámica sobre la religión aqueménida tuvo, entonces, proporciones notables
y se halló probablemente en la base de la formación del culto triádico (Ahuramazda, Anahita, la diosa de
la fecundidad y de las aguas, y Mithra), difundido en
todo el período del primer imperio persa y persistente aún en la época
sasánida, sobre todo en las regiones occidentales del Irán y en la Persia
propiamente dicha.
La fama
de Zoroastro en la antigüedad
Tales eran
el ambiente cultural y el trasfondo religioso en los que se fue afirmando el
zoroastrismo. ¿Fue el mismo una reacción contra este ambiente? ¿Se afirmó en
contraste con las antiguas creencias religiosas? ¿Fue un movimiento
revolucionario en el plano ético y eventualmente en el social? ¿O fue el
reflejo en el ámbito de la experiencia religiosa de una profunda transformación
económico-social, como la del pasaje de una sociedad nómade o de cazadores a
una sociedad sedentaria de agricultores-criadores? Todas estas preguntas, a las
cuales muchos estudiosos dieron diferentes respuestas, reflejan muy bien el
estado de incertidumbre en que se mueve la crítica histórica.
Se ha dicho
—y esto ha sido reconocido casi universalmente— que la novedad del zoroastrismo
se hallaría en su formulación ética y en efecto, no se puede negar que el
aspecto ético de la enseñanza zoroastriana es
particularmente importante pero no tal de explicar el fenómeno en su totalidad:
una cosa es una doctrina moral, otra cosa una religión; una cosa el filósofo,
otra el fundador de una religión, el profeta, el enviado divino. Otros desean
individualizar en el dualismo, que opone al Espíritu Benéfico (Spenta Mainyu), el Espíritu
Destructor (Angra Mainyu, es decir, Ahriman), la esencia del zoroastrismo, pero la constatación
de precedentes dualísticos tanto en Mesopotamia como, sobre todo, en la India
arcaica, donde se encuentra la contraparte precisa del dualismo iránico en la antítesis rta-druh,
circunscribe en buena medida el valor de esta tesis. Así también, contra
aquellos que insisten particularmente en el “monoteísmo” zoroastriano,
existe la gran dificultad de la exacta evaluación de tal monoteísmo. Otros, con
diversos matices, individualizan la novedad y la validez de la enseñanza zoroastriana en una revolución religiosa antirritualística, en una actitud espiritual e interior
contrapuesta a la exterioridad de tradiciones arcaicas, que se reducían a una
cantidad de ritos y de liturgias, caídas al plano de un magismo supersticioso.
Se trata de poner de relieve el carácter “mental” del dios gáthico (el “Señor Sabio”, Ahura Mazda, o el “Señor
Pensador”: en Mazda se tiene la misma raíz de “pensar”, es decir, man-) y del mismo “culto espiritual” que habría sido
prescripto por Zoroastro, en polémica tanto con la costumbre difundida del
sacrificio animal como con aquella del rito de haoma.
Pero desde el momento que las más recientes averiguaciones demostraron con
suficiente claridad la falacia de la tesis de que Zoroastro hubiera condenado
al culto de haoma en sí y por sí, porque —como fue
justamente observado— no se puede admitir que tal culto se haya convertido
desde los tiempos más antiguos en el rito central del zoroastrismo, a pesar de
tal condena, también esta última evaluación de la obra de Zoroastro pierde todo
su rigor, revelando su verdadera naturaleza: un juicio de valor determinado por
la trasposición de categorías actuales a una realidad histórica remota.
Así, se han
visto los límites de tedas estas evaluaciones, y se ha notado cómo cada una es
sustancialmente insuficiente para explicar en su verdadero significado el
fenómeno del zoroastrismo. También es cierto que todas estas evaluaciones no
siempre son falaces, es decir, que en todas hay algo de positivo, pero se debe
evitar el error de aceptarlas en conjunto y sumarlas, las unas a las otras,
aunque sea sólo por cuanto de bueno contienen.
Reconstruir
el sentido verdadero del zoroastrismo, aquel que sintéticamente lo distinguió y
que ciertamente debió hallarse en la base de la difusión de la fama de
Zoroastro hasta más allá de los límites del mundo iránico,
mediante la composición de elementos y de aspectos parciales, a veces aun
contradictorios, es sin duda muy artificioso: la suma de estos aspectos servirá
para completar la evaluación, perfeccionarla, pero esta evaluación deberá
buscar en otra parte su materia prima, en algo no demasiado complejo, ni
demasiado doctrinario, pero tal que represente una idea simple, fácilmente
delimitable y asimilable, porque sólo tal tipo de ideas es el que obra
profundamente en la historia.
Será oportuno recordar en este punto cuáles fueron las ideas y los conceptos principales que el nombre y la obra de Zoroastro sugirieron a los autores de la antigüedad clásica y helenística y a los cristianos de los primeros siglos. Recordando qué significó para los unos y los otros Zoroastro, haremos algo sumamente útil a nuestros fines, ya que nos enfrentaremos con una interpretación por así decirlo sintética del zoroastrismo antiguo; y será entonces nuestra tarea aclarar aquella interpretación a la luz de la realidad histórica, tal como aparece en los documentos y los datos actualmente a nuestra disposición. Tal interpretación deberá ser aceptada, si resulta sustancialmente conforme a las conclusiones de la investigación científica, o deberá ser rechazada, si se aleja de estas conclusiones. En efecto, muchos estudiosos tienden a esta última solución y marcan una neta distinción entre el Zoroastro histórico y el Zoroastro de los Magos llamados “helenizados”. Con esta definición se entienden los grupos de sacerdotes irónicos (Magos) que, establecidos durante el período aqueménida (539-330 a.C.) en las regiones occidentales del imperio persa, en Asia Menor, Siria, Babilonia, signadas por la civilización mesopotámica, tomaron contacto con los griegos y constituyeron el puente natural entre el iranismo y el helenismo. Entre los griegos y en toda la cultura helenística la figura de Zoroastro que prevaleció fue la de un sabio amo de los secretos del cielo y de la tierra. Él fue conocido como vidente, astrólogo, taumaturgo y como el inventor de la magia. Muchas escuelas filosóficas intentaron apoderarse de Zoroastro y buscaron analogías con las doctrinas que se le atribuían, como si el prestigio de este nombre confiriera mayor autoridad a sus sistemas. Así nacieron los pitagóricos, que llegaron a suponer un magisterio de Zoroastro sobre el mismo Pitágoras; los académicos, que nunca disimularon el vivo interés que sentían por el sabio persa, y los estoicos. Resulta interesante señalar que la fama de Zoroastro en el mundo greco-helenístico, en buena medida, se funda tanto en los aspectos doctrinarios o éticos de su enseñanza como en los aspectos prácticos y experimentales en la línea de la tradición de Demócrito y el filósofo de Abdera, a quien Diógenes Laercio colocaba en la escuela de los Magos y de los caldeos, es bien conocido por sus teorías sobre el “entusiasmo” y sobre la visión a distancia, que lo convierten en un típico representante de lo denominado “irracional” que fue parte importantísima de la civilización de Grecia, tanto clásica como arcaica. El Zoroastro de Heráclides Póntico era un Zoroastromaestro de las evocaciones y de los ultramundanos, vidente de las imágenes con las que las doctrinas de los Magos poblaban los aires, autor de un descenso en el submundo. Es en virtud de esta figura de psicógogo y taumaturgo que Zoroastro fue considerado como el exponente más significativo de la vía mágica, con poderes sobre las potencias obstaculizantes mediante voluntad activa y ritos apropiados, con el fin, que se había generalizado en los intereses más vitales del pensamiento helenístico, de liberarse de las cadenas de la Fatalidad y de la Necesidad, que gobiernan el orden natural, para acceder a un nuevo estado del ser, libre y creativo. Así, para Zósimo de Panópolis, un alto exponente de la alquimia, Zoroastro aparece como uno de los sabios que habrían afirmado la posibilidad, para los filósofos, de desvincularse del dominio de la Fatalidad, y más aún, de convertirse de dependientes en amos. La vía de Zoroastro se compendiaba, según Zósimo, en el conocimiento superior de las cosas y en la virtud mágica y material de los sonidos, de la palabra y de las fórmulas rituales. Por otra parte, los alquimistas ya se habían adueñado de Zoroastro, en la identificación que hacían del conocimiento del fármaco universal, la piedra filosofal, con el “misterio mitríaco” porque es cierto que Zoroastro era considerado —y por la propaganda de los mismos mitriastas— como el fundador de los Misterios. La fama de Zoroastro entre los cristianos fue cambiante: primero buena, luego mala. En el fondo de ambas figuras del
profeta iránico permanecía el retrato que de él
hiciera el sincretismo helénico: un maestro de los Magos y de los caldeos, y el
más alto exponente de la astrología. Pero la decadencia de la fama de Zoroastro
entre los cristianos se debió a hechos históricos bien precisos, ocurridos
después del siglo IV d.C., es decir, a las polémicas a menudo violentas
surgidas en el imperio sasánida, de la denominada ortodoxia de los magupat (jefes de los Magos) contra las otras
doctrinas religiosas. Polémicas que se dirigían tanto contra los cristianos
como contra los maniqueos u otras sectas, y que eran seguidas por persecuciones
en las que los perseguidores hallaban a menudo el apoyo de las minorías que de
tanto en tanto se salvaban. Fue en un clima de reacción que nacieron en Oriente
las diversas refutaciones cristianas a las doctrinas de los Magos, compiladas
en su mayoría por el estímulo de una diligencia fanática, que llegaba voluntariamente
a servirse de la calumnia para suscitar el escarnio y el desprecio. Zoroastro
tuvo, así, la misma suerte de Simón el Mago vencido por sus mismas magias: el
fuego celeste que. según las tradiciones irónicas, habría circundado el cuerpo
de Zoroastro sin quemarlo, en el momento de la declaración de su misión
profética, habría sido en realidad la causa de la muerte por consumación del
impío impostor, el iniciador de la estirpe de los Magos. Desde entonces
Zoroastro fue el maestro de las diabólicas artes de la brujería y al igual que
los representantes de las corrientes gnósticas, de la impostura.
Muy distinto
había sido, sin embargo, el retrato de Zoroastro, de sus discípulos y de sus
sucesores, entre los primeros cristianos y en el mismo ambiente del judaismo
helénico. Ahora es este retrato el que nos interesa especialmente.
Zoroastro fue considerado un profeta y un precursor de la fe cristiana, un sabio que al igual que los grandes profetas bíblicos, había preanunciado el advenimiento del Mesías, indicando aún el signo sobrenatural: la estrella que aparecería en Oriente y que habría guiado a los Magos —que la antigua tradición cristiana hacía provenir de Persia— a la gruta de Belén. Este halagador retrato de Zoroastro se había originado en la exégesis del pasaje del Evangelio de Mateo (2, 1-12) sobre los Magos que, al ver la estrella del Salvador, habían llegado a Belén para adorar al Mesías infante. Por una parte, los escritores cristianos
se empeñaron en demostrar que Zoroastro no era más que uno de los antiguos
profetas o personajes de la historia sacra, en parte continuando una tendencia
que ya se había afirmado entre los judíos y se había difundido entre los
gnósticos, y lo identificaron con Ezequiel, con Seth, con Nimrod,
con Baruch, o lo convirtieron en discípulo de Elias;
por otra parte hubo un esfuerzo, históricamente más consciente, por descubrir
las analogías entre cristianismo y mazdeísmo y por reconocer en Zoroastro, si
bien éste no pertenecía al pueblo elegido, a un profeta precristiano al fin, que trascendía a aquel del interés exegético del pasaje evangélico
sobre la Epifanía, para mostrar que también los más ilustres sabios paganos
habían preanunciado el nacimiento de Cristo y la fundación de la nueva
religión. Al investigar tales analogías estos escritores demostraron cierto
conocimiento de las doctrinas de los Magos y hallaron en la concepción irónica
del Saoshyant ( = Salvador; así en el avéstico; en pahlávico Soshans) lo que ellos
buscaban, ya sea para reforzar las bases de su fe, ya sea para inducir a los
persas a reconocer lo que ellos mismos reconocían: el advenimiento del Mesías,
Rey y Redentor del mundo.
Tal,
brevemente, la fama de Zoroastro en el mundo greco-helenístico y cristiano.
Ahora examinaremos más estrechamente las fuentes iránicas,
avésticas sobre todo y pahlávicas, para proceder,
luego, a una confrontación más general.
La
enseñanza zoroastriana
El mundo
sobrehumano de Zoroastro (que se considera aquí como compositor de los cinco Gatha, la parte más sacra y central de Yasna y de todo el
Avesta) está dominado por una concepción sustancialmente monoteística:
la figura de Ahura Mazda, el “Señor Sabio” o
“Pensador” o el “Señor” (Ahura) que crea o establece
o funda el manah, es decir, la fuerza mental
instrumento de la creación, que en la literatura exegética medieval será
definida como primera de las criaturas. Ahura Mazda
es el principio de todo lo que existe y de las leyes que reglan el universo: él
representa la respuesta, única posible, a los grandes interrogantes
existenciales; y es importante revelar que este dios de los Gatha no es presentado como un dato de hecho, al que por definición se reconduce todo
lo existente, sino como una realidad que es continuamente redescubierta o
reconocida por el sabio:
Esto te
pregunto, oh Señor; respóndeme verazmente:
¿Quién fue
por generaciones el padre del Orden, al principio?
¿Quién fijó
el sendero al sol y alas estrellas? ¿Quién, si no tú, es aquel por quien la
luna crece y decrece?
Esto, oh
Sabio, y otras cosas más deseo saber.
Esto te
pregunto, oh Señor; respóndeme verazmente:
¿Quién ha
fijado abajo a la tierra, y al firmamento para que no se caiga?
¿Quién las
aguas y las plantas?
¿Quién ha
uncido los dos corceles al viento y a las nubes?
¿Quién, oh
Sabio, es el creador del Buen Pensamiento?
Esto te
pregunto, oh Señor; respóndeme verazmente:
¿Cuál
artífice creó la luz y las tinieblas? ¿Cuál artífice creó el sueño y la
vigilia? ¿Quién (es aquel) gracias al cual existen la mañana, el mediodía y la
tarde, para indicar al sabio sus deberes?
Esto te
pregunto, oh Señor; respóndeme verazmente:
¿La Devoción
reforzará con su obra al Orden?
¿Como Buen
Pensamiento tú has instituido el Poder?
¿Por qué has
hecho a la vaca dadora de bienestar?
Esto te
pregunto, oh Señor; respóndeme verazmente:
¿Quién ha
hecho la Devoción, consagrada con el Poder?
¿Quién ha
hecho al hijo respetuoso en su corazón para con el padre?
Soy yo que
con estas preguntas deseo hacerte conocer, oh Sabio, como Buen Pensamiento,
como el creador de todas las cosas. (Yasna 44, 3-7.)
Esta serie
de preguntas no es, entonces, un ejercicio retórico: si la solución de estos
enigmas es obviamente el Señor Sabio, sin embargo está muy bien expresado el
esfuerzo cognoscitivo de Zoroastro que no se presenta como el creyente de una
doctrina ya constituida, sino como un iluminado que investiga y descubre la
verdad y reconoce en el Señor Sabio la única fuente de la que
procede todo lo creado. Y es tan verdadero este carácter, por así decirlo, reflejo y
cognoscitivo de la concepcióngáthica de Dios, que la
misma tiene un evidentísimo sabor iniciático:
Para el
iniciado la mejor de las doctrinas es aquella que enseña a él propicio, como
Orden, el Señor, el santo, que conoce también las doctrinas secretas, tú, oh
Sabio, por la fuerza del Buen Pensamiento. (Yasna 48, 3.)
Son
numerosos los pasajes gáthicos en los que se repite
este motivo del reconocimiento del Señor Sabio por parte de Zoroastro :
Con el
pensamiento, oh Sabio, te he reconocido como el primero y el último, como padre
del Buen Pensamiento, cuando yo te aferro con los ojos como al verdadero
creador del Orden, como el Señor en los actos de la fuerza vital. (Yasna 31,
8.)
Yo te
reconoceré como activo y santo, oh Sabio, cuando de la mano con que tú manejas
las suertes que asignas al malvado y al justo, a la llama de tu fuego
fortificado por el Orden, me llegará la fuerza del Buen Pensamiento. Te
reconozco como santo, oh Sabio Señor, cuando te observo en la generación de la
vida... (Yasna 43, 4-5.)
El Dios de
Zoroastro es, ante todo, el principio de la vida universal, aquel que ha puesto
en movimiento al universo mediante su Buen Pensamiento, en conformidad con el
Orden, gracias a su Poder. Un dios creador y omnisciente; y la omnisciencia fue
siempre la característica de Ahura Mazda en toda la
historia del mazdeísmo: Ahura Mazda vencerá al fin a
Angra Mainyu (en pahlávico: Ahriman) justamente en virtud de su omnisciencia, que
le permite evaluar los límites del adversario; límites que son fijados en una
duración del tiempo bien definido, al término del cual el Malvado se verá
totalmente desprovisto de su poder. Era distinta la concepción del Ahuramazda aqueménida: en las inscripciones de los Grandes
Reyes persas el dios es venerado como el más grande de los dioses, como un dios
supremo, sí, pero no como dios único, junto a este dios supremo, protector del
soberano y de la dinastía y dispensador del reinado, también están los “otros
dioses que existen” o los dioses del clan real o, como en ciertas inscripciones
desde Artajerjes II (405-359 a.C.) en adelante, el dios Mithra y la diosa Anahita.
El dualismo
Algunos
estudiosos se empeñaron especialmente en descubrir presuntas ilogicidades o confusiones o imperfecciones en la doctrina zoroastriana, ya sea en la de los Gatha o en la del llamado Avesta reciente o de la más tardía tradición mazdaica. Así, se ha afirmado que tal concepción del Dios
supremo y único, creador omnisciente, sería contradecida profundamente por la idea dualística: la existencia de un principio maligno
constituiría una incongruencia grave, tal vez explicable gracias a una
evolución del pensamiento de Zoroastro, estimulado por la preocupación por
proporcionar una solución al problema del Mal. En realidad, tales
consideraciones muestran una evidentísima tendencia a transferir nuestros
conceptos a un mundo muy distante de la mentalidad y de la sensibilidad
moderna. Téngase en cuenta, en efecto, que en los Gatha,
el Espíritu Destructor (Angra Mainyu) no se opone
directamente a Ahura Mazda, creador de todas las
cosas, padre del Buen Pensamiento y del Orden, sino al Espíritu Benéfico (Spenta Mainyu), de quien se dice
significativamente que es “gemelo”, y que antes bien el Señor Sabio los
trasciende a ambos:
En
principio los dos Espíritus, que son gemelos, (me) fueron revelados, cada uno
provisto de libre arbitrio. Sus dos maneras de pensar, de hablar, de actuar son
(respectivamente) la mejor y la peor. Entre ambos el sabio eligió el bien, no
la necedad. Y cuando estos dos Espíritus se encontraron, establecieron en
principio la vida y la no vida... (Yasna 30, 3-4).
Por lo que
el dualismo zoroastriano, que también fue un motivo
tan típico y constante de la religiosidad iránica, no
fue nunca un dualismo radical, ya que en los Gatha el
Señor Sabio trasciende netamente a los dos espíritus gemelos contrapuestos
simétricamente, mientras cuando se lo confunde con el Espíritu Benéfico y se lo
contrapone a Ahriman —en la literatura medieval—
generalmente se le presupone otra entidad, el Tiempo Infinito (Zurvan i akanarak), considerado
padre de Ohrmazd (forma pahlávica del nombre Ahura Mazda) y Ahriman.
No hay dudas
de que el dualismo es uno de los rasgos más característicos del mundo religioso iránico, a tal punto que con frecuencia se ha
exagerado al considerar iránico o de origen iránico a todo motivo dualístico encontrado en las
religiones del Cercano Oriente. Lo que resulta tanto más singular si se
considera que acerca de la misma interpretación del dualismo gáthico se está lejos del acuerdo: ¿dualismo ético?,
¿etnológico?, ¿metafísico?
Ya se ha
mencionado que en la base del dualismo zoroastriano se halla la oposición indoiránica rta-druh / asha-drug. Ahora, basándose en esta constatación y
en los resultados a los que ha llegado la investigación científica en el
estudio de la noción fundamental rta / asha, se debería explicar la concepción dualística iránica, dentro de los límites del dominio ritual: el
dualismo zoroastriano sería esencialmente, entonces,
un dualismo ritual. Naturalmente, tal explicación ritualística debe tener presente el carácter particularísimo del rito o del sacrificio en el
mundo indo-iránico, y todas sus diversas y posibles
implicaciones, pero no hay dudas de que, si bien con resultados y desarrollos
diferentes, las concepciones iránicas e hindúes del
sacrificio y del acto ritual, así en los Gatha y en
la tradición mazdaica como en los Brahmana de la India, tienen un evidente fondo común. Decir entonces que el dualismo de
Zoroastro es un dualismo ritual significa incluir la figura del denominado
profeta en las antiguas tradiciones sacerdotales y negar que en el centro de su
pensamiento existieran preocupaciones morales en el sentido en que hoy podemos
concebirlas: la elección que el hombre sabio (= “bien oferente, bien
sacrificador”) debe realizar en favor del Espíritu Benéfico y en contra del
Espíritu Destructor, es una elección ritual, relacionada con la importante
noción indo-iránica de zrazda / shraddha, es decir, de la “confianza”, de la
“fe” en la eficacia del sacrificio, presuposición indispensable para el buen logro
del mismo. Considérese, en efecto, que la misma tradición irónica nos presenta
a Ahriman originado por la “duda” de Zurvan sacrificante, es decir, por la falta de fe ritual, y
que tanto el origen como el fin de esta existencia se deben a actos de
sacrificio.
De cuanto
precede se deduce que la antítesis entre “Bien” y “Mal” para el zoroastrismo,
así como las oposiciones entre Orden y Mentira y entre Espíritu Benéfico y
Espíritu Destructor, es una antítesis original y eminentemente ritual: el
“bien” será entonces el bien ritual, el acto realizado según la regla justa, al
que se le atribuye una eficacia mágica, determinante y relacionante, y el “mal”
será el mal ritual, es decir, todo lo que transgrede la buena norma
tradicional. Es natural que se implicaran también otros valores en este
dualismo ritualístico, como, por ejemplo, la
oposición fundamental vida-no vida, repetida en el pasaje gáthico antes citado (Yasna 30, 3-4), pero ello se debía a una concepción del
sacrificio que reconducía todo al dominio ritual: la vida y la muerte, la
felicidad y la desventura, la potencia y la debilidad, la riqueza y la pobreza.
Y es igualmente natural que una concepción tal del rito ubicara al hombre en el
centro de la visión del mundo zoroastriano una visión
sustancialmente más mágica que religiosa, si a magia y a religión deseamos
atribuirles los significados más comunes. Se podría resumir de tal manera,
entonces, cuanto se ha dicho acerca de la coexistencia del dios creador y de
los dos principios, eje fundamental de la concepción gáthica:
en el Señor Sabio Zoroastro vio esencialmente el principio inteligente de la
vida universa], manifestada en el símbolo del Fuego (Atar), concebido como su
hijo; un principio vital, dispensador de fuerza, de potencia, de inteligencia,
creador de todas las cosas, que es descubierto, reconocido, penetrado en su
esencia por el sabio, el iniciado, por aquel que realiza con precisión el
sacrificio, con fe en los efectos del mismo, habiendo realizado ya la elección
del Espíritu Benéfico y expulsado a la duda, de la que se alimenta el Espíritu
Destructor; en estos dos Espíritus él vio las dos polaridades inherentes a todo
el universo, una gemela de la otra, como la muerte es la compañera de la vida.
Ninguna incongruencia, entonces, entre la concepción del Dios único creador y
la idea dualística de los dos Espíritus contrapuestas: el Espíritu Destructor
no es en efecto, el creador de una creación material zote, según la
terminología pahlavica) sino de una producción
demoníaca que él es incapaz de transferir de un plano puramente ideal (menok) al de la existencia concreta de la
naturaleza. Por otra parte Ahriman, por cuanto es
esencialmente un principio negativo de destrucción y de muerte, no existió
siempre ni será por siempre, ya que será aniquilado por el triunfo definitivo
del reinado de Ohrmazda.
Los
Benéficos Inmortales
Como
Espíritu Benéfico, por el Óptimo Pensamiento y por la acción y la palabra
conformes al Orden, el Sabio Señor nos dará, mediante el Poder y la Devoción,
Integridad e Inmortalidad. (Yasna 47, 1.)
En este
pasaje gáthico aparecen, completamente, los seis
Benéficos Inmortales. Éstos son aspectos y órganos del Señor Sabio y al mismo
tiempo, de Zoroastro como modelo del hombre perfecto, que ha elegido al
Espíritu Benéfico y realiza su deber sacerdotal según la norma. Ante todo,
obsérvese que en este texto los Benéficos Inmortales son presentados en tres
parejas: Buen (u Óptimo) Pensamiento y Orden. Poder y Devoción, Integridad e
Inmortalidad, según un sistema que tiene un reflejo preciso en la disposición
de los sacerdotes que realizan el sacrificio. Además, la bipolaridad
divina-humana de estas entidades se toma evidente aquí: el hombre desea obtener
la Inmortalidad e Integridad, gracias al Buen Pensamiento y al Orden a los que
se avienen sus palabras y sus acciones rituales, y mediante el Poder y la
Devoción. Los Benéficos Inmortales son, entonces, tanto divinos como humanos, y
toda discriminación de los mismos según la diversidad de los contextos y de las
acepciones es un error fatal para el intérprete o el traductor, que le impide
toda posibilidad de penetrar en el funcionamiento íntimo de la doctrina zoroastriana. Los pasajes en los que es posible captar esta
particular naturaleza de las entidades gáthicas, sólo
aparentemente dobles podrían multiplicarse aquí, pero será más oportuno ilustrar
algunos aspectos de la doctrina de los Benéficos Inmortales, como aparece en los
textos pahlávicos del siglo IX d.C. y especialmente
en el Denkart, pero dejando aclarado que no se
posee ningún motivo paca pensar en una solución de continuidad entre estos
textos y la enseñanza más antigua. Antes bien, se debe reconocer que, en que
concierne a esta doctrina, nos hallamos frente a una tradición exegética muy
coherente.
De estos
textos Denkart se
deduce que los Benéficos Inmortales son exclusivamente menok,
es decir, partícipes de una existencia no material, sino espiritual o ideal, y
que son esencialmente akhv, un término pahlávico que equivale al anhav avéstico “existencia, vida”, anhva, “impulso
volitivo, forma vita., creativa” e “impulso anímico”, ahu,
“señor, amo”, y que equivale aproximadamente a “energía vital, creativa,
dominadora” y “voluntad”. Se dice de ellos que tienen una esencia inmortal,
como el hombre, considerado por su componente anímico, y que tienen un
“revestimiento” corpóreo, separable. Tenemos, entonces, la clave para
comprender la doble naturaleza divina y humana de los Benéficos Inmortales de
los Gatha: el hombre, justamente como energía vital
material y corpórea, es decir, como impulso volitivo revestido de un cuerpo que le permite actuar en el mundo material,
participa, mediante su alma, de la misma esencia de los Benéficos Inmortales.
En efecto, mientras éstos son akhv incorpóreos
e inmortales, él es un akhv corpóreo mortal,
que sin embargo tiende a convertirse en inmortal mediante una determinada vía
de “purificación” o de “separación” de su esencia anímica del revestimiento
corpóreo. Así que, si él logra este particular estado de pureza, realiza un
perfecto dominio sobre la parte corpórea y sensitiva de su organismo y sobre el
mundo material. En tal estado él se hallará en comunión con los Benéficos
Inmortales y, considerándolo bien, se tomará en cierta medida más completo y
activo que éstos, quienes al estar desprovistos de una forma o de un
revestimiento corpóreo son, en realidad, incapaces de actuar concretamente en
el mundo material. El hombre realizará la transformación de su individualismo,
pasando de una existencia sujeta a la muerte a una existencia inmortal, en la
denominada “renovación” de la vida.
La
renovación de la vida y la purificación
Estas doctrinas conservadas en la literatura
medieval no son una innovación tardía y no representan una fase avanzada de
desarrollo con respecto al núcleo original, que la tradición relacionaba con el
mismo Zoroastro. Las mismas no son más que la lógica y coherente continuación
de la enseñanza gáthica: la concepción de la
renovación corresponde a una idéntica notación gáthica,
como también ocurre con la relativa al estado de pureza.
En realidad,
toda la doctrina gáthica se basa en la concepción de
la renovación de la vida y en la purificación, es decir, en la idea del
sacrificio.
El estado de
pureza le permite, a aquel que participa del mismo, obtener una “visión”
anímica o mental, diferente de la normal, que ocurre mediante los sentidos y
los órganos corpóreos; el participante entra en un estado psíquico tal en el
que puede ejercitar en toda su potencia su propia voluntad; de tal manera,
adquiere un poder eminentemente mágico, que es el mismo Poder de los Benéficos
Inmortales. El hombre llega a este estado durante la práctica ritual, con la
recitación de los cantos, de las fórmulas sacras, etcétera. La obtención de
este estado constituye la “recompensa” del practicante y —parece decir un
difícil pasaje gáthico (Yasna 53, 7)— se adecúa al
hombre a fin de que no disminuya su virilidad. Estas concepciones son una parte
esencial del denominado “vitalismo” tanto gáthico como mazdaico más en general, para el cual el “mal”
(he aquí otra acepción) es una disminución de las fuerzas vitales y el “bien”
se halla, en cambio, en el incremento de estas fuerzas, en el vigor físico y en
el ejercicio y en la expansión de la propia vitalidad.
La
renovación de la existencia o de la vida o del ser, es ante todo el fin al que
el oficiante aspira en la práctica del sacrificio: el mismo tiene, entonces, un
valor esencialmente ritual, desarrollándose a continuación de la realización de
un acto litúrgico. Pero, dada la particular concepción del sacrificio, común al
Irán y a la India, la renovación es también el fin de la creación: todas las
cosas, en efecto, están creadas con vistas a la renovación, la que, al ser el
fin natural, del creador y de la misma voluntad del Creador, está en algún modo
implícita en la creación misma. Justamente se ha sostenido, hace poco, que la
concepción de la renovación constituye la idea central de la entera visión zoroastriana del mundo. Un versículo de los Gatha (Yasna 30, 9) resulta particularmente importante:
“¡Ojalá seamos nosotros los que renueven esta vida!” Aquí se tiene una clara
coincidencia de la perspectiva escatológica y de lo ritual de la renovación:
todo sacrificador, durante el oficio del sacrificio, se identifica con el
Salvador futuro, así que la identificación de los participantes al sacrificio
con los salvadores “victoriosos”, que se halla en otros pasajes del denominado
Avesta reciente, se manifiesta también como una idea ya gáthica:
¡Ojalá
seamos nosotros los salvadores, ojalá seamos victoriosos, ojalá seamos los
amigos más caros del Señor Sabio y sus huéspedes: hombres justos de los buenos
pensamientos, de las buenas palabras, de las buenas acciones! (Yasna 70, ).
Entonces, el salvador es, en la doctrina zoroastriana, aquel que opera la renovación de la vida, realizando el sacrificio: el significado de su figura está al mismo tiempo en la actualidad ritual y en la perspectiva escatológica, que se cumplirá, ella misma, mediante un sacrificio final hecho con especies inmortales, del cual todo sacrificio actual constituye, a su vez, una repetición. Todo lo que precede induce a una evaluación más profundizada de algunos conceptos tradicionales atribuidos por la crítica histórica a Zoroastro, que conciernen a la “recompensa” que corresponde a aquel que actúa según el Orden. A menudo se pone el acento sobre la suerte del justo post mortem: él entraría en la “Morada de los Himnos”, residencia del Señor Sabio y de los Benéficos Inmortales. Una falaz analogía con conceptos que nos
son familiares ha inducido a menudo a los estudiosos a la confrontación con la
concepción cristiana del paraíso, entendido como recompensa del justo luego de
la muerte y como fin de la existencia humana. En realidad, la visión zoroastriana del mundo parece totalmente fundada en el
valor de esta vida y en la posibilidad que tiene el hombre adepto del Orden,
instruido en la práctica del sacrificio, bueno en sus pensamientos, en las
palabras y en las acciones, de realizar durante esta existencia una
transformación o una renovación de su ser, logrando un estado tal de pureza que
torna libres, activas y creadoras a sus energías vitales y a su voluntad. Este
hombre tendrá entonces el Buen Pensamiento y el Poder que le permitirán
dominar las potencias de Arhiman y obtener facultades extranormales, como la “visión anímica” o
“espiritual” que la tradición atribuía al mismo Zoroastro. Entonces, así como
la renovación, objeto del sacrificio, tiene una realidad actual en el rito y en
la vida terrena —por la cual la misma se presenta como una transformación de
esta existencia, en el hombre y en el cosmos— así la Morada de los Himnos
parece tener un mismo valor de actualidad en esta vida: la noción de un paraíso
únicamente concebido como recompensa de los justos luego de la muerte debe
haberse afirmado en el mazdeísmo en época relativamente tardía, probablemente
bajo la influencia de ideas cristianas e islámicas.
Antropocentrismo
La posición
del hombre en tal cuadro ideológico resulta, entonces, de primerísimo plano; se
puede decir muy bien que el hombre está ubicado en el centro de la visión zoroastriana del mundo, una visión no teocéntrica, sino
eminentemente antropocéntrica. El hombre es la suprema entre todas las
criaturas, que son dirigidas por él en la lucha victoriosa contra las potencias arimánicas, como que —según se lee en un pasaje del Denkart— él es la suma de
las naturalezas y de las fuerzas de todas las criaturas de los dos mundos, el
espiritual y el material. Su esencia es el alma, pero, gracias a su
revestimiento corpóreo, él puede actuar en modo eficaz combatiendo a la
Mentira: su semen, compuesto de alma espiritual y de forma material vencerá,
con el tiempo, a las potencias malignas. La historia sacra del mazdeísmo se
articula en tres grandes períodos: el primero está iniciado por Gayomart (avéstico: Gaya martan,
“vida mortal”), la vida que se torna mortal por el encuentro de los dos Espíritus,
el Benéfico y el Destructor; el segundo está iniciado por Zoroastro y coincide
con el período central de la creación, el Hombre Perfecto por excelencia,
superior a cualquier otra criatura, factor esencial de la evolución del mundo
hacia la renovación y la transformación de la vida; el tercero se abre con Soshans, el Salvador, que nacerá del semen de
Zoroastro, depositado en las aguas de un mítico mar, del que quedará grávida
una virgen. Tres Hombres Perfectos están ligados, entonces, a los tres grandes
períodos de la historia sacra: la creación, la revelación de la Buena Religión,
la renovación que aniquilará las potencias hostiles a la expansión y a la
evolución de la vida. El significado profundo de la doctrina gáthica no se puede entender si se prescinde de esta visión
antropocéntrica: lo que se considera zoroastrismo arcaico es esencialmente una
antroposofía y en los Gatha está expresada
notablemente la fe en las posibilidades infinitas de la naturaleza humana. El
rasgo característico de la enseñanza zoroastriana se
halla, entonces, en un tipo de humanismo mágico, en el que el hombre está
colocado en el centro de un universo, que es teatro de una lucha entre vida y
muerte, que evoluciona ineluctablemente hacia el triunfo de la vida.
El hombre,
que es la última generación del mundo, luego del cielo, el agua, la tierra, las
plantas, los animales, en un marco vitalista no estático sino dinámico y
evolutivo, es llamado a esta lucha inevitablemente victoriosa, y el
advenimiento del reino divino se realizará en modo coherente con estas premisas
vitalistas: el mismo no significará una transposición de la vida a los niveles
espirituales o místicos, separados de la realidad concreta del mundo físico y
material, no signará el fin de la existencia corpórea, sino que se verá
distinguido por una unión más perfecta y armoniosa de alma y cuerpo. La
sabiduría divina, convertida en sabiduría humana, purificará al mundo del
contagio de Arhiman y tornará inmortal a la vida,
carente de todo mal, definitivamente transformada por la voluntad creadora que
iguala lo humano a lo divino:
. . . a
fin de que ellas (las criaturas) renueven la vida, la tornen libre de la vejez,
imperecedera, incorruptible, inmarcesible, eternamente próspera y dotada de
libre poder, a fin de que los muertos resuciten y ocurra la inmortalidad del
ser viviente y que la vida se renueve según la voluntad (Yasht 19, 11).
La
leyenda de Zoroastro
La leyenda
de Zoroastro, se ha dicho al comienzo, hunde sus raíces en una realidad ritual,
como recientemente fuera demostrado en un gran trabajo sobre el culto, el mito
y la cosmología del Irán antiguo. Quien deseara descubrir un trasfondo
histórico cometería un grave error de perspectiva: los Gatha se refieren directamente a una realidad litúrgica, que tiene en su centro el
sacrificio del haoma y a esta realidad corresponden
una doctrina cosmológica y una antropológica, de las que se proporcionaron
algunos rasgos esenciales, y un mito que es justamente la leyenda del Profeta.
Esta estrechísima relación entre rito y mito es lo que obliga a callar acerca
del mismo problema de la historicidad de Zoroastro; todo lo que sabemos de este
personaje —y sobre todo lo que se puede recabar de los documentos más antiguos
nos conduce a esta realidad ritual. En el momento del sacrificio en que se
procede a una segunda preparación del haoma nace
Zoroastro y luego, durante otras tres acciones rituales realizadas para exprimir
de la planta el licor divino nacen sucesivamente los tres hijos de Zoroastro,
los Salvadores futuros, Ukhshyatereta, Ukhshyatnema y Astvatereta (literalmente: “Aquel que hará aumentar la verdad”, “Aquel que hará aumentar la
devoción”, “Verdad encarnada”), que el mito escatológico hacía nacer del semen
del Profeta y de una virgen.
Para la
reconstrucción completa de la leyenda de Zoroastro nos debemos servir de varias
fuentes, a menudo muy heterogéneas; de tal modo sería posible formar un cuadro
mítico y simbólico muy detallado de la “vida” del Profeta, un cuadro muy rico
en sucesos y detalles, todos, o casi todos, reconducibles a un preciso
trasfondo ritual. Bastará con recordar los aspectos salientes. Zoroastro
preexiste a su nacimiento material; el “esplendor” (khvarenah)
que es un fluido ígneo y una sustancia vital, ha descendido de esfera en esfera
hasta depositarse en el vientre de Dughdo, la futura
madre del Profeta; la iravashi, el “doble anímico”
preexistente, está contenida en una planta de haoma,
que durante el sacrificio es ingerida por Pourushaspa.
Zoroastro nace de la unión de estos dos personajes, depositario uno de su
“esplendor”, el otro de su alma preexistente. Su nacimiento está acompañado por
señales extraordinarias: el niño recita plegarias y fórmulas sacras, sonríe; su
cabeza está aureolada de luz; su cerebro late fuertemente; las aguas y las
plantas se regocijan, y también los Benéficos Inmortales y el Señor Sabio.
Dotado de todas las virtudes y de todas las cualidades posibles, logra superar
todas las pruebas y los obstáculos a que lo someten los malvados; se muestra
compasivo con un caballo y un perro; alimenta el fuego y vierte haoma en el agua; atraviesa el mar, vive retirado en una
montaña. Cumple los treinta años, desea ver al país de Irán y allí se dirige;
se encuentra con el Buen Pensamiento y atraviesa las aguas de un río; se
encuentra con el Señor Sabio, ve a los Benéficos Inmortales y se entretiene con
ellos; recibe la fuerza mental de la omnisciencia y una vista penetrante; ve el
pasado y el futuro: ve a Ahriman; conquista la
inmortalidad del alma; entra en la Morada de los Himnos: ve al fuego en un
estado espiritual; sale indemne del fuego; recibe y enseña la Buena Religión;
recita fórmulas mágicas contra Ahriman y derrota a la
Mentira y a los demonios; en diez años logra convertir a un solo hombre; durante
dos años intenta convertir a Vishtaspa, el príncipe
que se convertirá en su protector y en difusor de la Buena Religión, lo
consigue, venciendo la hostilidad de sus denigradores y calumniadores; se
convierte en el maestro de Vishtaspa, al que instruye
en el culto divino.
Tal, en
forma rápida, la figura del Profeta, que pronto se torna en modelo perfecto
para los adeptos de la religión mazdaica, según la
tradición iránica. Se podrían agregar otros datos,
como por ejemplo aquellos relativos a su muerte —fue matado por el brujo Tur i Bratrokhsh, que se había transormado en lobo— pero cuanto se ha dicho puede ser suficiente, para demostrar el
evidente trasfondo ritual que subyace en el mito de Zoroastro, así como a fines
de seguir los rastros de un proceso de idealización de la figura del Profeta,
que se desarrolló en fases más recientes, sobre todo, como parece, en los
períodos sasánida e islámico.
Conclusiones
El lector habrá comprendido que la interpretación de los Gatha y de los puntos salientes de la enseñanza zoroastriana, propuesta en las páginas precedentes, contrasta con la tesis, a la que nos hemos referido, de los Magos helenizados: el Zoroastro histórico no sería, en el fondo, tan distante, tan contradictoriamente diferente del Zoroastro que tuvo fortuna en el mundo griego, helenístico y cristiano primitivo. La figura del taumaturgo, del psicógogo, del iniciado conocedor de los secretos de los dos mundos, que la antigüedad clásica dejó en herencia a la cultura occidental —recuérdese al Zoroastro del hermetismo y de las corrientes mágicas, alquimistas y astrológicas— y la figura del Profeta anunciador del nacimiento de Rey Salvador, hunde sus raíces en la más antigua tradición iránica. Este o aquel retrato de Zoroastro
estuvieron determinados, naturalmente, por los intereses prevalecientes entre
los griegos y los cristianos, por lo que muy bien se puede decir que al sabio
oriental y a su gran fortuna se debería dedicar un entero capítulo de la historia de lo “irracional” en la civilización histórica. Menos adherente
al Zoroastro gáthico que la griega, que estaba
animada por el interés vitalísimo por los aspectos experimentales y operativos
de la vía mágica, la representación cristiana del Profeta asumió colores
particulares, que sólo en parte eran connaturales a las doctrinas irónicas más
arcaicas: así, señaladamente, la decidida historización del advenimiento del
Mesías, que hizo de Zoroastro, al igual que los profetas bíblicos, un heraldo
de un Cristo histórico, nacido en una gruta de Belén y crucificado en el Gólgota.
Se ha visto en cambio cómo la perspectiva escatológica, tanto en la entera
tradición iránica como, sobre todo, en los Gatha, se une y casi se identifica con una realidad actual
de orden ritual. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que aún en el mazdeísmo se
hallaba una aspiración viva y profunda en cuanto al advenimiento de un reino
divino en la tierra pensado como el triunfo de la vida, aun material, sobre la
muerte, y que, por otra parte, en el cristianismo —no en aquel triunfante y
oficial— no faltaron ciertamente corrientes que atenuaron y hasta negaron el
significado histórico de la figura de Cristo.
Así es que
se ha logrado la paz entre el Zoroastro irónico y el Zoroastro helenizado, y en
la manera, a decir verdad, más obvia y natural: este último no fue figura del
todo nueva e independiente, resultado de un complejo fenómeno sincretístico irónico mesopotámico, sino, más simplemente,
el mismo personaje de la tradición iránica revestido
de paños griegos, en un ambiente cultural, se entiende, muy propenso al
sincretismo y a la confrontación de las doctrinas y de las ideas. Zoroastro
aparece, en conclusión, como una figura más unitaria, ya no más auténtica y
falsa al mismo tiempo, no más singularmente contradictoria; y uno de los más
oscuros problemas históricos, el de la constitución y el desarrollo de una
presunta y casi voluntaria ficción, se disuelve y desaparece.
A.
V. W. Jackson, Zoroaster, the Prophet on Ancient Irán,
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