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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLO

NOVENA PARTE

Historia del Cristianismo

 

Al final del siglo primero, después de Nerón, abierta la veda de las persecuciones anticristianas, y para que su Pueblo no se dejase agobiar por la idea de haber sido abandonado a su suerte, el Hijo de Dios, sentado a la Diestra de su Padre, y desde su Trono Sempiterno le envió un ángel a su Discípulo Juan. Este Ministro del Rey que Dios le ha dado a toda su Creación, y no hay otro ni habrá jamás Rey alguno sobre las criaturas del universo fuera de Jesucristo, se le presentó al último Apóstol vivo, Juan, y le dio el libro que llamamos El Apocalipsis. En esta última revelación el Señor Jesús le anunciaba a su Pueblo la Caída del Imperio Romano.

Yavé Dios, Padre de Jesucristo, le había anunciado a su pueblo, los hijos de Israel, la Caída del Imperio Romano a través de la mano del profeta Daniel. Gran parte de la conducta de los judíos que se rebelaron contra el Imperio del César Tiberio tuvo en la profecía de Daniel su cuna. La de los Apóstoles, siendo hebreos de nacimiento, y precisamente porque lo fueron, se basaba igualmente en el texto de Daniel. Los Apóstoles creían en la próxima Caída del Imperio Romano porque así estaba escrito en el Antiguo Testamento. Interpretando a la luz de los tiempos la profecía de Daniel los Apóstoles consolaban a los Primeros Cristianos recordándoles cuál sería el futuro de sus verdugos. Pero aunque no hubieran tenido el testimonio profético de Daniel tenían el espíritu de Hijo que les descubría cómo el corazón del Padre ardía en fuego y sus llamas consumirían al César y toda su obra. Dios mismo, queriendo volver a dar Testimonio de la Promesa que hizo en Daniel, le dio libertad a su Hijo para que le enviara uno de sus Ministros a San Juan, y mediante escrito ratificase lo dicho: El Persa sería destruido por el Griego, el Griego por el Romano, y el Romano por Cristo, cuyo reino no sería destruido jamás.

Las palabras del propio Rey de la Gloria, Jesucristo, hablando del Castigo Divino contra el Imperio Romano fueron claras, contundentes y precisas: “Sal de ella, pueblo mío, para que no os contaminéis con sus pecados y para que no os alcance parte de sus plagas; porque sus pecados se amontonaron hasta llegar al Cielo, y Dios se acordó de sus iniquidades”. (Muchas consecuencias podemos destacar de esta Sentencia. Vemos que si el Hijo confirma la Sentencia Divina firmada por el Padre, siendo los Ministros de ambos, Daniel y Juan, uno en el mismo Espíritu Santo, en esta Confirmación se aprecia la advertencia y el consejo unidos en un mismo lazo. La Sentencia era firme y caería sin tener en cuenta quien mirase para atrás. La advertencia era para todos los cristianos y el consejo también. El Dios que le daría el doble a la Gran Ramera no detendría su látigo en consideración a los cristianos que se hallasen aún entre sus brazos. Obviamente en este terreno entra en juego la opinión de los herederos espirituales de Martín Lutero y Cía., gente en comunicación directa con el Espíritu Santo. Según la sabiduría infusa de tales herederos la Gran Babilonia de la profecía de Jesucristo ora es la Iglesia Católica ora son los Estados Unidos de América. De acuerdo a tales intérpretes el Universo ha nacido con ellos y dos mil años de pensamiento y experiencia no les valen para nada a ellos, que tienen por consejero privado al Espíritu Santo.

Mi consejo es que nadie confunda la Iglesia Católica con el obispado romano. Aunque el Papado haya pretendido relevar a Cristo de sus poderes y concentrarlos en las manos de la Curia Italiana, convirtiendo los Tesoros de la Iglesia en una Banca Privada, por cuyo control financiero las mafias púrpuras se matan -a imagen de los antiguos clanes aarónicos del Templo de Jerusalén-, bajo cuyo fuego pereció Juan Pablo I, según se cuenta, y precisamente por esta remodelación del Nuevo Templo a la imagen y semejanza del Antiguo nadie debe confundir la Realidad Sempiterna de la Iglesia con los intereses privados de un Obispado Metropolitano. Es mi consejo, la advertencia va implícita en la profecía).

Desgraciadamente no es este lugar para hacer un resumen de los crímenes contra la Humanidad cometidos por el Imperio de los Romanos. La lista de sus guerras civiles y de exterminio de todos sus enemigos, las memoirs de la corrupción de su way of life y la degeneración progresiva experimentada por su sistema social desde su fundación hasta la ascensión de la dinastía de los Claudios, estos pasos han sido descritos por historiadores de todos los tiempos y tendencias. Lo que aquí nos afecta es cómo a su inmensa lista de crímenes en nombre de la Civilización, por los que ya de por sí sólo el nombre Romano le hacía a Dios hervir la sangre, cómo esa larga lista de crímenes contra la Humanidad se completó el día en que, sin poder ser probada su culpabilidad en el origen del Incendio de Roma, miles de cristianos fueron asesinados sin nadie que defendiera su causa.

Destrozado como Padre y como Juez que oye el grito de justicia, Dios dio a conocer su Juicio sobre la Gran Babilonia, la Ramera que comerciaba con todas las naciones: “Dadle según lo que ella dio, y dadle el doble de sus obras; en la copa que ella mezcló mezcladle el doble; cuanto se envaneció y entregó al lujo, dadle otro tanto de tormento y duelo. Ya que se dijo en su corazón: Como reina estoy sentada, yo no soy viuda ni veré duelo jamás; por eso vendrán en un día sus plagas, la mortandad, el duelo y el hambre, y será consumida por el fuego, pues poderoso es el Señor Dios, que la ha juzgado”. (Cómo se puede manipular un texto y ponerlo al servicio de un odio personal contra una entidad concreta, sea la Iglesia Católica o los Estados Unidos de América, es uno de esos fenómenos a los que nos tienen acostumbrado los fanáticos y los fundamentalistas de todas las épocas. No importa la Escritura, sagrada o profana, que caiga en sus manos esos maestros de la justificación del crimen contra la Humanidad en doctrinas inspiradas en el amor a Dios, a la verdad o a cualquier otra excusa, no dudan en retorcer las palabras hasta que logran convertir el cerebro del ignorante en un chicle listo para ser escupido de la boca contra el prójimo, ese enemigo malvado, demoníaco y pérfido que no quiere doblar sus rodillas y prefiere morir de pie a vivir en pompa ante el genio de semejantes serpientes con lenguas de oro sacro. La interpretación que la Reforma puso de moda al principio, la Iglesia Católica era la Ramera del Apocalipsis, y al final ha desviado hacia los Estados Unidos de América es uno de esos fenómenos a los que se les ajusta perfectamente el proverbio: Tropezaron con la piedra angular y se partieron la cabeza).

Volviendo ahora a la actualidad, el Juicio de Dios contra el Imperio Romano era firme. Si para la fecha su declaración tenía que mover a risa a los romanos, cuyo Imperio se encontraba en alza después de la dinastía de los Claudios, su anuncio les sacó lágrimas de alegría a los cristianos. Estos lo saludaron con júbilo, lo saludaron con saltos de alegría, lo saludaron con canciones y salmos, lo saludaron con gracias al Cielo y gracias a la Creación entera. Lo que habían sufrido bajo Nerón y seguían sufriendo sus hijos bajo el Imperio de los Romanos no hay palabra en este mundo que pueda describirlo. A mí me gustaría levantarle un monumento a aquellas generaciones de mujeres y hombres, ancianos y niños asesinados por el solo delito de llamarse cristianos. A mí me gustaría que aquellos que ven cómo le matan a un padre sus hijos y lo acusan de monstruo cuando ese padre fuera de sí se levanta y desgarra y devora y descuartiza y se pinta la cara con la sangre de sus enemigos, a mí me gustaría que esos que levantan su voz pidiendo justicia contra ese padre en pleno trance de venganza fueran algo más que animales imitando al Hombre. Pero no es de esperar de quienes son incapaces de comprender este estado de ánimo que puedan siquiera comprender la justicia en el Anuncio de la Caída del Imperio contra el que se levantara la Creación entera. Que sigan predicando el pronto aniquilamiento de la Iglesia Católica y juzguen a los Estados Unidos de América por convivir con “esa Ramera” y lo condenen a la misma suerte. Del loco sus locuras. Que el cristianismo persiguió al paganismo hasta destruir todos sus ídolos y redujo sus templos a escombros, y sus sacerdotes cayeron bajo las piedras el día de la Caída de la Gran Ramera Romana, no seré yo quien lo niegue; ellos se sentenciaron a muerte a sí mismos cuando acusaron a los cristianos de haber incendiado Roma y siguieron acusándolo ante los emperadores, siendo los verdaderos artífices ideológicos detrás de las persecuciones. ¿Por qué va a lamentarse el hermano vivo de la muerte de los asesinos de sus hermanos? ¿Qué locura es esta que el Modernismo quiere imponer como salud mental? ¿De qué tenían que estar agradecidos los cristianos a los sacerdotes paganos del Imperio? Dicen los abogados del diablo que Constantino ordenó matar a sacerdotes paganos y despojó sus templos de sus riquezas para construirse su Ciudad. No dicen esos fiscales de Cristo que esos mártires fueron los asesinos que bajo el imperio de Diocleciano, a dos días a la vuelta del tiempo, asesinaron y expropiaron a miles de criaturas cuyo único crimen fue no doblar sus rodillas ante ningún emperador. Se callan esos genios de la manipulación que fue en aquel Oriente, contra el que Constantino dejó caer con más dureza su espada, donde Diocleciano y su César dejaron caer todo el peso de su odio anticristiano. El grito de venganza clamaba al Cielo entre las poblaciones salvadas de la destrucción por ese mismo Constantino al que llaman asesino esos jueces que no dejan pasar un mosquito y se tragan una piedra de molino. Y en fin, así podríamos estar refutando a los fiscales del Cristianismo hasta el milenio que viene. Uno de tales fiscales se lamenta de haber sido los antiguos templos convertidos en burdeles. Otro acusa al emperador de los cristianos de haber perseguido a los que persiguieron bajo Diocleciano y su César a todos los cristianos del Oriente. Hombre, ¿pero la ley no es la misma para todos? ¿O la ley que dice No matarás, excusa el crimen si el que muere es un perro cristiano? ¿O acaso la ley romana no tenía de toda la vida en las galeras y las minas sus campos de trabajo? ¿Se inventó algo nuevo Constantino? Otro genio culpa a los cristianos de la muerte por asesinato de Juliano el Apóstata, como si los generales romanos y el Senado no se llevasen matando antes del Nacimiento de Cristo y la muerte de aquel santo pagano que fue contra la corriente del universo, solo contra todos, como en las películas, no hubiera sido una cuenta más del rosario de crímenes que empezó ensartando la República y completó el Imperio con asesinatos para todos los gustos. Lo dicho, podría estar tocando este tema de la relación del Cristianismo con el Imperio, primero como perseguidos, y luego como Vencedores, hasta el próximo siglo. La Victoria no está en juego. El vencido es libre para justificar por qué persiguió durante tres siglos a los cristianos.

Lo importante -desde el estudio de los hechos consumados-es que Dios dijo y nada ni nadie en este mundo podría hacer que retirara Dios su Juicio. Como lo dijo, así se haría. Por su Honor y por su Gloria de Padre que el Imperio Romano desaparecería de la faz de la Tierra. Nada ni nadie en este mundo, ni aunque sus siervos contrataran por rey y señor al mismísimo Zar de las Rusias todopoderosas, nadie ni nada en este universo ni en ningún otro podría abolir la sentencia contra el Imperio Romano. Por la sangre de sus hijos aunque el emperador romano se escondiese en el mismísimo altar mayor, hasta allí lo alcanzaría el Juicio de Dios contra su Imperio.

Y vuelvo a recordar que la Sentencia fue dada después de la extinción de la dinastía de los Césares locos, cuando una vez más el Imperio de los Romanos parecía resurgir más fuerte de la prueba, como lo hiciera tantas veces de sus guerras civiles. Sin ir más lejos por esos años a la dinastía de los Claudios le sucedió la de los Antoninos, estirpe de generales nacidos para vencer y seguir machacando, olvidando ahora la cuestión cristiana, entre los que Trajano y Marco Aurelio marcaron épocas. Cualquiera que hubiera comparado el destino apocalíptico del Imperio con sus fronteras en el siglo II hubiera dado por locura la esperanza cristiana de ver morder el polvo a la Gran Ramera.

El hecho de seguir manteniendo aquellas Escrituras por Sagradas por fuerza tenía que levantar al emperador de su trono y obligarlo a lanzar su cólera contra aquellos profetas de mal agüero. En la persecución de Decio, la segunda más terrible entre la de Nerón y la de Diocleciano, el punto de mira se centró en los sacerdotes y los obispos precisamente buscando apartar de la conciencia del pueblo la profecía de la Caída del Imperio Romano. A los ojos del imperialismo aquella religión tenía por lógica pagana que dibujar en el cuerpo del imperio la mancha de un cáncer maligno, que había de ser extirpado a cualquier precio, empezando por quemar sus libros sagrados. Cuando esta medida no se mostró suficiente la necesidad arrastró a Diocleciano a decretar la solución final anticristiana, contra la que se vengara luego Constantino juzgando a todos los que se aprovecharon de la locura del Augusto del Oriente y su César para enriquecerse a costa de las propiedades de los cristianos: Nadie debe olvidar que la ley ponía en manos del denunciante las propiedades del acusado.

Insisto entonces, si Dios es Padre y los cristianos eran sus hijos ¿en qué era Dios de aquéllos hijos su Padre si retiraba el Brazo de la Justicia por amor a unos siervos que, haciendo oídos sordos a su Juicio, le dieron al emperador por refugio el altar de los altares, Tabernáculo Santísimo que sólo le corresponde al Señor Jesús, Cabeza de la Iglesia?

El Edicto de Milán del 313 firmó la paz entre el César y el Cristianismo, pero en ningún modo entre Dios y el Imperio. Los siervos no tenían ni tienen ninguna potestad para firmar en el nombre de su Señor Paz alguna o deshacer lo que Dios hace o hizo. Divide y vencerás, la estrategia más vieja del mundo en plena marcha desde los días de Diocleciano, aunque los siervos encerraran en el Tabernáculo del Santísimo al César y rodearan de rodillas el recinto pidiendo misericordia para aquélla Bestia nada ni nadie podía impedir que el Juicio Divino sobre la Gran Babilonia se cumpliera.

En el 330 con la declaración de Constantinopla como capital del imperio de oriente y en el 335 con la división del Imperio entre sus tres hijos aquella marcha del Imperio hacia su Caída Apocalíptica reemprendió el camino. La unión de las tres sendas a los pies de uno de los hijos de Constantino en el 350, y su paso por la puerta de la casa de Juliano el Apóstata en el 361, y precisamente por este regreso a la vieja historia, saldría de la casa de Teodosio el Grande en dirección a la Caída Anunciada bajo los reinados de sus hijos Honorio y Arcadio. Recordemos aquéllos preámbulos.

En su testamento Teodosio dejó a su hijo mayor, Arcadio, el Imperio Romano de Oriente, y a su hijo menor, Honorio, el Imperio Romano de Occidente. Los dos augustos tenían dieciocho y once años respectivamente, así que Teodosio les asignó tutores que actuarían como regentes durante su minoría de edad. Como tutor de Arcadio escogió a Rufino, un político de origen germano, y como tutor de Honorio a Estilicón, un general de origen vándalo. Estilicón estaba casado con una sobrina de Teodosio. Teodosio y Estilicón habían acordado que la hija de Estilicón se casara con Honorio. Por su parte Rufino pretendía casar a su hija con Arcadio, pero su plan fue frustrado por el eunuco Eutropio, de origen Armenio, que logró concertar el matrimonio de Arcadio con Eudoxia, la hija de un general franco. La boda se celebró y Rufino se encontró con que tenía tres enemigos poderosos: uno era Eutropio, que le disputaba el control sobre el monarca, otro era Estilicón, y el tercero era Alarico, el rey de los visigodos. Alarico consideraba que había servido fielmente a Teodosio y que, por lo tanto, debía haber sido él y no Rufino el tutor de Arcadio, así que condujo a sus hombres contra Constantinopla, pero pronto descubrió que la ciudad era prácticamente inexpugnable y se dedicó a su negocio, el pillaje. Tracia tembló.

Asesinado Rufino por Eutropio, favorito de la reina bizantina Eudoxia, Estilicón dejó Italia y avanzó Peloponeso arriba contra Alarico, al que venció. Pero para sorpresa de todos fue privado de la cabeza del Visigodo por obra y gracia de la astucia de Eutropio, que compró la cabeza del vencido al precio de levantar entre los dos imperios el muro de contención que en adelante sería el pueblo visigodo. Astucia que dos años más tarde le costaría la suya a manos de la reina a la que servía. Fuera porque Alarico viera a Estilicón detrás de la muerte de Eutropio o porque el bárbaro que llevaba dentro no se sentía bien enjaulado entre los dos imperios, Alarico avanzó contra Italia por primera vez. Era el año 400. Estilicón le obligó a retirarse. Tras la muerte de Estilicón volvió para saquear y devastar la ciudad eterna. Así comienza la Historia de los Visigodos.

Cuarenta años más tarde Atila se lanzó desde París sobre Roma, de cuyas puertas se retiró a raíz de su conversación con el obispo romano León. Cuatro años después sin embargo serían los vándalos quienes saquearían la Ciudad. Ante el vacío de poder el rey de los Visigodos nombró emperador a un títere galo, un tal Avito, mientras él se dedicaba a liberar la península ibérica de los suevos.

Depuesto el galo por un general romano subió al trono Mayorino. Un año más tarde, 457, apoyado en los alanos otro León se apoderó del trono de Constantinopla, donde, contra el espíritu profético del Señor de las iglesias, el patriarca de Bizancio se rebeló contra Dios proclamando al emperador su Vicario en la Tierra. Delito que pesaría sobre el mundo ortodoxo y conduciría a Bizancio a la ruina.

Para que su hermano el obispo de Roma hiciera otro tanto aún habrían de pasar muchas cosas. Por lo pronto el rey Teodorico II de los Visigodos regresó de Hispania dispuesto a enfrentarse al César de los Romanos. Al final se aliaron en vez de matarse. Al poco, 466, Eurico mató a su hermano Teodorico II. Eurico se declaró independiente de la ficción del Imperio Romano de Occidente y firmó su Caída al privar al César de su mejor y más poderoso aliado.

Diez años más tarde, en efecto, el último emperador de Roma, Rómulo Augústulo, sería depuesto por el general en jefe de sus ejércitos, un bárbaro de nacimiento llamado Odoacro. Era el año 476. Tres siglos habían pasado desde que Dios anunciara su Juicio contra la Gran Babilonia. Había dividido para destruir. La primera parte en caer sería la parte occidental. Pero si la parte oriental creyó que escondiendo al Emperador en el Tabernáculo podría cortarle el paso al ángel es que el patriarca ortodoxo había perdido el juicio y caminaba como un loco que corre cantando al precipicio.

La Primera Roma había caído. Le tocaba caer a la Segunda. Y habría una Tercera. Pero no habrá jamás una Cuarta.

Así pues, movido por la apariencia de salvación que al imperio de oriente le había dado la alianza entre el Patriarca y el Emperador, el obispo de Roma acabó por imitar su ejemplo. Cosa que, como todos sabemos, sucedió el día de navidad del año 800. León III era el nombre del rebelde a la Corona del Rey de los Cielos, el obispo que despreció la Corona de su Señor y les dio por rey a los cristianos un mortal. El nombre de su cómplice era Carlo Magno, rey de los Francos. ¿Cómo fue posible que un obispado que durante siglos de crisis vio con los ojos de su cara a la Iglesia Católica salir para adelante cada vez más bella, cada vez más fuerte, temblase como una hoja ante el impetuoso viento que soplaba desde los desiertos? Tal vez si extendemos la magnitud y la velocidad de esa amenaza podamos excusar lo inexcusable. Veamos:

 

611. Mahoma comienza su prédica.

622. Huida de Mahoma de La meca a Medina, la Hégira.

630. Mahoma conquista La Meca

635. Los árabes ocupan Damasco.

636. Conquistan Emesa, Heliópolis, Antioquía, Edesa y Alejandría.

637. Ocupan Jerusalén

638. Conquistan Mesopotamia.

639. Invaden Egipto

640. Conquistan Siria.

641. Derrotan a los persas.

646. Invaden Armenia.

647. Expulsan a los bizantinos del norte de África. Y conquistan Tripolitania y Cirenaica.

649. Ocupan Chipre.

651. Terminan la conquista de Persia.

654. Conquistan Rodas.

655. Derrotan a la poderosa escuadra bizantina en la batalla naval de Licia.

662. Realizan incursiones en Asia Menor

664. Llegan hasta Afganistán.

668. Comienzan el asedio de Constantinopla.

669. Invaden Sicilia

674. Vuelven a sitiar Constantinopla.

692. Conquistan Armenia.

697. Toman Cartago.

711. Invaden la península ibérica.

712. Conquistan Sevilla y asedian Mérida.

713. Caen Mérida y Toledo.

715. Llegan hasta la India.

724. Llegan al sur de Francia.

732. Carlos Martel vence en Poitiers a un ejército musulmán.

734. Ocupan Pamplona.

737. Carlos Martel los derrota en Arlés y Narbona.

739. León III el Isáurico los vence en Akroinón.

746. Constantino V los vence en Germanicia.

749. Y los persigue en Armenia y Siria.

750. La familia de los Omeya es perseguida y asesinada por los Abasidas, partidario de Abul Abas.

756. Proclaman a Abderramán I Omeya, el fugitivo de Bagdad, emir en Córdoba.

757. Nueva victoria de Constantino V en Teodosiopolis

785. Los musulmanes son expulsados definitivamente de Francia.

794. Alfonso II de España los vence en Lutos.

795. Carlomagno conquista Gerona.

801. Ludovico Pío conquista Barcelona.

806. Finalmente los musulmanes le impone una paz humillante a Bizancio.

823. Y vuelven al ataque. Conquistan Creta.

831. Se apoderan de Palermo en Sicilia.

832. Ocupan Heraclea.

842. Ocupan Mesina.

846. Una flota musulmana amenaza Roma.

 

Se hace evidente que el miedo a esta tormenta que amenazaba con asaltar Roma estuvo en el origen de la consagración del rey de los Francos. La cuestión es: ¿se puede justificar que quien decía ser el más grande de entre todos los sucesores de los Apóstoles por miedo a la muerte uniese las dos palabras que más odiaba el Señor al que servía, Imperio y Romano?

Miedo fue lo que tuvo San Pedro al negar a su Maestro. Miedo fue lo que motivó la Coronación del fundador del Primer Reich. Por culpa de ese miedo las dos palabras que Dios había desterrado de su diccionario y odiaba tanto como al mismo Diablo: Imperio y Romano, volvían a ser puesta juntas por el obispo de Roma al servicio de la nación de los alemanes. Andando el tiempo, para completar su delito, los alemanes pusieron la palabra Sacro delante de su Imperio, y el obispo de Roma, para extender su pecado a toda la Iglesia Católica, impuso que fuera llamada romana la Iglesia de Cristo. Como diría San Pablo de estar presente: Pero, queridos hermanos, si es de Roma no es de Cristo; mas si es de Roma entonces sí debe ser propiamente llamada así; pero si es de Cristo es Cristiana; de donde veis que “no puede tener dos señores un mismo siervo, pues o bien adhiriéndose al uno menospreciará al otro o bien aborreciendo al uno amará al otro”.

¿A quién le extraña entonces que entre la iglesia de Roma y la nación alemana encontrara el Diablo tierra fértil donde sembrar su Cizaña? Entre la nación alemana que, en su barbarie retó a Dios a destruir su Imperio Romano, cristianísimo, y el obispo de Roma que retó a su Señor a corregir su Infalibilidad, romanísima, el resto del mundo asistió alucinado, quien tirando hacia un lado quien hacia el otro, al espectáculo al que el amor al absolutismo más salvaje de ambos protagonistas arrastrara a odiarse y condenarse a muerte mutuamente. A pesar de los pesares la iglesia romana, según decreto pontificio, no erró jamás, ni puede errar, lo que se puede demostrar por la Sagrada Escritura tanto como por la Sagrada Escritura se puede demostrar que Lutero dijera en estas Tesis una sola verdad que no fuera conocida.

 

 

 

CAPITULO 63.

Los primeros sean postreros

 

-Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.

 

“Empero, dice el bárbaro, el sacrosanto evangelio de Dios es odiado, porque hace que los primeros sean postreros”. ¿Por quién es odiado el “sacrosanto evangelio”? ¿Quería decir el sacrosanto Lutero que todo el mundo que no lo amara a él odiaba en consecuencia a Jesucristo? ¿Cómo se podía mandar al resto del mundo al Infierno, proclamarse la medida a la que ajusta Dios su Juicio sempiterno y seguir llamándose cristianísimo? En fin ¿se puede refutar o demostrar por la Sagrada Escritura la declaración de locura que esta tesis convierte en principio bárbaro de sabiduría infalible: a saber, que todos los católicos son unos hijos del Diablo y se merecen el Infierno maldito? ¿Y también los judíos, y los pieles rojas, y los negros, y todos los gitanos, y todos los nacidos en el pecado y por sus pecados nacen ciegos, cojos, mancos, mudos, malitos del cerebro? Pero no desistamos de seguir escuchando la sabiduría de San Lutero. También de la locura se aprende.

 

 

 

CAPÍTULO 64.

Los postreros sean primeros

 

-En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.

 

El Diablo le dijo al demonio: eres un Satanás. Y los tres se partieron de risa.

El obispo de Roma dice: Mea culpa mea culpa, se pega un golpe en el pecho, le dan otro en la espalda y sigue reposando su cabeza sobre la piedra de los decretos papales de Gregorio el Desconocido, de número el 7.

Los Luteros, número de hombre, dicen entretanto: Es un suicidio mirar para atrás; recordad lo que le pasó a la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal. Hablando así niegan dos cosas vitales para el progreso de la inteligencia y de la sociedad. Una, que se aprenda de los errores. Y dos, que una vez cometida la equivocación pueda el hombre corregir su error.

Error, hermano Lutero. El tesoro de las indulgencias puso a los primeros postreros, y pues que el Juicio de Dios empieza por sus enemigos y termina por sus siervos, que tiemble el Vaticano entero cuando tengan que mirar cara a cara a quien para entonces el fuego de sus ojos devorará de una mirada por haber levantado entre el Hombre y su Salvador el muro del desprecio que viene del proverbio: de tal siervo tal Señor.

 

 

 

CAPÍTULO 65.

Los tesoros del evangelio

 

-Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.

 

Al buen abogado la difamación y cualquier arma que le sirva para ganar la contienda le está en justicia admitida. Personalmente pienso que de haber seguido su carrera el joven Lutero hubiera sido un brillante abogado. Cuando aquel santo obispo de Roma y su banda de sacros ladrones despreciaron al autor de estas Tesis por la imposibilidad de meterle mano por ningún sitio, porque no tiene por donde relacionárselas con el espíritu de Jesucristo, creo que aquéllos santos ladrones cometieron el error de aquella Eva que en atención a quien era el tentador no vio el peligro.

¿Se está burlando con esta tesis Lutero de la inteligencia de todos los cristianos o simplemente está poniendo sobre la mesa la clase de ignorancia de las naciones que secundaron su Buena Nueva? ¿Los tesoros del evangelio? ¿Cuáles son los tesoros del evangelio? ¿La acusación y condenación al infierno del hermano que está en el error, tal vez? ¿La traición a la muchedumbre de campesinos vendidos por treinta monedas de plata al matadero de los príncipes alemanes, pudiera ser? ¿Las propiedades en metálico, inmueble y suelo que le fueron quitadas a la Iglesia por aquéllos mismos príncipes que estrangularon, descuartizaron como si de perros rabiosos se tratara, en el nombre de Lutero, a tanto campesino inocente?

Sin embargo no emitamos un juicio demasiado rápido sin oír antes al omnisciente e infalible padre de la Reforma:

 

CAPÍTULO 66.

Los tesoros de las indulgencias

 

-Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.

 

La acusación no puede ser más directa. No hay que ser un Einstein para asociar y concluir. El sacrosanto tesoro del que se habla son las indulgencias, redes con las cuales la Iglesia se fue al mar de los milagros a pescar tesoros. Su verdad es tan evidente para el tiempo referido que el enjambre de preguntas se hace, y todas pueden resumirse en una: ¿Cuál será la paga del Señor a los siervos que con sus crímenes dieron lugar a la siembra de la Cizaña de la división?

Si yo fuera obispo de Roma vendería el Vaticano y todos sus tesoros y me iría a vivir a una choza de paja a la espera del Juicio de mi Señor, por los crímenes que en su Nombre cometieron sus predecesores, apartando de la salvación a tantas naciones. Si fuera obispo vendería mi palacio y mis joyas y viviría en la calle con los transeúntes a los que en el derecho canónico se les niega la condición de seres humanos, y esperaría el Juicio de mi Señor por haber apartado a tantas almas del camino de la Verdad.

Pero si quienes predicaron el odio como condición cristiana se creen mejores que los otros yo no quiero perderme el día que Lutero sea llamado ante el Tribunal de Dios a oír su Juicio: Dime, hermano Lutero, ¿a quiénes pescaste para tu causa sino a los reyes y a los príncipes del mundo? ¿Y a quiénes vendiste cuando tuviste que elegir entre los pobres y los ricos, entre los fuertes y los débiles, entre los primeros y los últimos? Hermano Lutero, tus palabras no fueron las de un discípulo de Cristo; tu vocación nunca muerta de abogado te traicionó. Fueron tus redes las que atraparon a todos los príncipes y reyes y entre ellos se repartieron las riquezas de la Iglesia junto con la de los pobres; en nombre de tu salvación, no en la de Jesucristo, mataron, expoliaron, decretaron guerras y provocaron el grito de aquella Contrarreforma: Más dura será la venganza. ¿De qué acusaste a quienes superaste tú mismo en maldad y miserable espíritu? Cierto, a un abogado toda arma retórica le está permitida, pero a un hombre sabio no todo le conviene. Si hubieras leído la Sagrada Escritura en la que eras Maestro no hubieras ignorado que todo nos está permitido pero no todo nos conviene. A quien sería pescador de coronas no le convenía acusar a su enemigo de ser pescador de fortunas. Amigo Lutero, hablabas más de lo que sabías; el problema era que tu pueblo sabía menos todavía. ¡Con aquél tribunal de ignorantes para juzgar tu causa cómo no ibas a ganarle al Diablo la partida que el Diablo se dejó ganar! ¿No escuchaste nunca a Jesucristo decir: Por sus obras los conoceréis? Por ellas se descubrió Judas. Por las tuyas te descubrimos ahora. Aunque claro, si las obras no contribuyen en nada a la salvación tampoco pueden contribuir en nada a tu perdición. Ciertamente eras un Maestro en Artes retóricas. Chapeau. De todos modos permíteme recordarte el juicio de tu Señor sobre la relación entre las Obras, la Fe y a quién sirve cada uno:

“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se recogen racimos de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos. No puede árbol bueno dar malos frutos, ni árbol malo frutos buenos. El árbol que no da buenos frutos es cortado y arrojado al fuego. Por los frutos, pues, los conoceréis”.

¿Ves lo que quería decir? Aunque claro un maestro en artes marciales retóricas siempre podrá encontrar la forma de negar que esos frutos sean las obras que nacen de la fe; no sé, negando que el hombre sea un árbol por ejemplo. Y sin embargo hasta esta estocada está condenada al fracaso. Escucha:

“Llegaron a Betsaida, y le llevaron un ciego rogándole que le tocara. Tomando al ciego de la mano lo sacó fuera de la aldea, y, poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó: ¿Ves algo? Mirando él, dijo: Veo hombres, algo así como árboles que andan. De nuevo le puso la mano sobre los ojos, y al mirar se sintió restablecido, viendo todo claramente de lejos. Y le envió a su casa diciéndole: Cuidado con entrar en la aldea”.

¿Tú, hermano Lutero, que estuviste bajo la Imposición de las Manos cómo negarás sin negar a Cristo tu Señor que las obras sean el fruto de los hombres y que por esos frutos son condenados o salvados? Ya sé que como el ciego que empezó a ver de lejos claramente tú renegaste del poder del sacerdocio y, al contrario que el agraciado ciego, regresaste a la aldea sin tener cuidado de lo que el don de la vista podía hacer con él.  

 

 

 

CAPÍTULO 67.

Los Predicadores de gracias máximas

 

-Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.

 

Si yo fuera protestante correría como el Jaguar de más caballos del mundo, pediría la confesión y el perdón por haber contribuido en mi ignorancia a la División del Reino de los cielos, me iría luego y con la alegría del hijo pródigo que celebra la fiesta de regreso al hogar lo celebraría con una buena cerveza, y allá que el obispo de Roma y Lutero se enfrenten con su Señor.

Vamos a ver, hermano Lutero, ¿quién estaba tan preocupado de las ganancias no sería porque estaba lampando por ellas? Riqueza, riqueza, es la palabra que al abogado frustrado metido a fraile por orgullo le salía como la baba por la boca. Estoy hablando de ti, amigo. Te cansaste de predicar tonterías: sed santos, sed buenos. Lo que querías predicar era: sed ricos y hacedme ricos a mí. ¿Los primeros en la Tierra no son los últimos en el Reino de los cielos, y viceversa? Dime: ¿No corrieron los reyes, los príncipes, los banqueros suizos y las grandes fortunas holandesas y ocuparon las primeras filas de tu iglesia? A qué tanta hipocresía, hermano Lutero, eras un abogado defendiendo tu causa, y tu causa era humana, no Divina, ¿por qué no ibas a poder aspirar a un obispado, a un cardenalato, al papado incluso? Estabas fascinado por el método de hacer dinero que tenía el obispado romano y sabías y creías que eras capaz de participar en el negocio, hacerlo más lucrativo, ganarte a Cristo y al Diablo, tenerlo a uno a tu izquierda y al otro a tu derecha. ¿Te moriste pobre? No, hermano Lutero, te moriste engañado. A los príncipes y reyes de Europa tu doctrina les importaba lo mismo que las amantes que mandaban quemar en las hogueras por brujas; los reyes y príncipes de Europa encontraron en ti al loco que andaban buscando, el loco que les diera las llaves de la expoliación de todos los bienes de la Iglesia. El obispado italiano lo sabía y por eso te trató de Judas, porque tú hiciste que los últimos fueran los primeros cuando Jesucristo lo que hizo fue que los primeros fueran los últimos.

Amigo Lutero, con los primeros el Juez entra fresco en la sala; después de un tiempo empieza a cansarse y a dictar sentencias rápidas; cuando llegan los últimos escucha la primera palabra y sentencia sin conceder dos. Jesucristo puso a los poderosos en la cola, tú hiciste que saltaran por el cadáver de los campesinos y se pusieran a la cabeza de la lista. Sobre tu cabeza tu necedad. Aunque claro si te echaron a la cola y los últimos serán los primeros...Me alucinas, hermano Lutero, sigues siendo un demonio de abogado. Qué bueno, qué bueno. Yo creo que hasta el propio Jesucristo si estuviera aquí se quitaría el sombrero. Como creo que lo hizo cuando te oyó decir:

 

CAPÍTULO 68.

La gracia de Dios

 

-No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.

 

Pero qué beatitud, qué estado de misticismo encumbrado, de piedad soberana e inmarcesible la de la hipocresía derramada en esta frase, corta como el puente de los suspiros que cuelga lánguido entre dos paredes enamoradas de la Luna veneciana, poderosa como esas piernas rojas que clavadas en la Bahía de San Francisco imitan a las del Coloso de Rodas, sutil como el velo de la reina Lucrecia Borgia. ¡¿Más pequeñas en comparación las ganancias de las indulgencias que esa gracia divina que se expande por el universo y de las estrellas hace enjambres de aves exóticas recorriendo horizontes lejanos?! ¡¿Más pequeña que el tesoro más fabuloso del mundo esa piedad de la Cruz que se levanta hasta los Cielos de los cielos y hasta a las mismas galaxias les saca un ave maría?! ¿Se puede comparar todas las riquezas de Salomón con un beso de los labios de aquella Sabiduría que a tantos sabios le diera, toda coqueta ella, por respuesta un “No todavía”? ¿Se puede comparar un día en el paraíso con una eternidad en el infierno? ¿O una sola palabra de Jesucristo con todos los libros escritos y firmados por Lutero, Calvino y Zuinglio? ¿En qué estabas pensando, hermano Lutero, para enseñar de esta manera el plumero? ¿No sabías que de Dios es la Venganza y de su Sabiduría la Respuesta? Te enfrentaste a siervos, a cual peor. Veamos ahora si tu obra aguanta el soplo de la palabra de un hijo de Dios.

 

 

DÉCIMA PARTE Sobre la Esperanza Cristiana