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LA SAGRADA BIBLIA

ANTIGUO TESTAMENTO

NUEVO TESTAMENTO

 

EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIA

INTRODUCCION ESPECIAL AL NUEVO TESTAMENTO

 

SAN MATEO Y SAN MARCOS

 

I

 

REGRESO A LA ETERNIDAD

 

Regresamos a la Eternidad. No que alguna vez nos hayamos ido, pero sí que la línea de Tiempo sobre la que nos movemos nos hace olvidar que la Creación está fundada sobre el Principio de la Participación en la Vida Eterna del Creador. La estructura de nuestro mundo no nos da para tener la cabeza continuamente en las cosas del Cielo mientras los pies pisan una Tierra sujeta a maldición por culpa, precisamente, del Hombre. El Hecho es que la Responsabilidad del Creador para con su Creación no es un invento del hombre. Dios asumió esta Responsabilidad una vez que se alzó como Creador de Vida a su Imagen y Semejanza. De no haber vencido este Reto de Creación a su Imagen y Semejanza no cabría en Dios pero que Responsabilidad de ninguna clase por el Futuro de la vida creada. Pero, Dios Venció. Ya lo expuse en la Historia Divina de Jesucristo.

En la Historia Divina traté el Tema de la Revolución que condujo a Dios a levantarse como el Brazo Creador en el Origen del Nuevo Cosmos. No me repetiré. El paso del Sistema de la Increación, es decir, el sistema cosmológico natural al Infinito y la Eternidad, al Sistema de la Creación, sistema cosmológico que tiene en el Ser Divino la Fuente de la Fuerza que le da su Origen, se consumó en la Victoria de todas la más Grande que podía alcanzar Dios: Dar Luz a Tú-Dios, su Hijo, Dios Verdadero de Dios Verdadero, Nacido de la Naturaleza Increada de Dios, Engendrado para ser la Causa Metafísica de su Creación y Creador Activo, por quien, para quien y en quien Dios Padre hace todas las cosas.

Esto dicho, el Hecho es que una vez consumado el Proceso de Formación de la Inteligencia del Dios en el Árbol de las Ciencias de la Creación, cerrado este ciclo con el Nacimiento de su Hijo, ya no cupo marcha atrás. La Increación dio paso a la Creación. Dios, Infinito y Eternidad devinieron una sola cosa: la Trilogía padre y madre del Nuevo Cosmos.

Sin embargo las cosas comenzaron a torcerse apenas la Creación comenzó su andadura. Crear seres para participar en la vida eterna de su Creador es una maravilla. Ahora bien, que Dios llame dioses a sus criaturas y que estas sean dioses verdaderos son dos cosas muy diferentes. No en vano, tratando este tema, Dios nos dejó su respuesta por escrito: “Dioses sois, pero moriréis como cualesquiera de los mortales”. Más claro, imposible.

La Vida eterna no es cuestión baladí. Vivir eternamente es algo muy serio. Cierto, para quien es Eterno por Naturaleza no cabe otra realidad ni le cabe imaginarse otra.

El Hecho es que el Paraíso que Dios creó para que a la luz de su Existencia compartieran vida los Mundos creados y por crear, según fueron pasando los días comenzó a emprender su cuesta abajo hacia el Infierno. ¡Fue descubierta la Guerra! ¡La Guerra como pasatiempo! ¡La Guerra como prerrogativa de los dioses!

La Guerra se hizo. Al Infierno se le abrieron las puertas del Paraíso.

Escándalo en las Alturas. Horror en la Tierra. Se había declarado la Guerra Total. La Muerte pedía paso, exigía en la Creación su espacio, si no el que tuvo en la Increación, cuando Vida y Muerte fueron las dos caras de la misma moneda, sí un Nuevo Espacio, no otro que el que ocupa el Campo de Batalla en el que los dioses, es decir, los hijos de Dios, se divertirían jugando a ser dioses. En efecto, la Muerte reclamaba el Paraíso como espacio para su Infierno.

La Creación estuvo al borde del Precipicio. ¡¿Qué trabajo le cuesta a Dios borrarlo todo y comenzar de nuevo?! Le basta provocar un nuevo big bang en el que toda la masa del universo se transforme en luz, como lo hizo al Principio. Y Fin de la Historia del Primer Imperio de Dios, Padre e Hijo.

Se falló en el Primer Intento. ¡Qué se le va a hacer, Hijo!

Las Intenciones fueron buenas, santas, benditas, pero ... pero no pudo ser. Todos, inocentes por pecadores, de regreso al polvo del que fueron tomado.

Y se acabó. La próxima vez Dios tendría más cuidado de no dejarle a la Muerte y su Infierno abiertas las puertas de su Nuevo Imperio.

Había que reconocer que lo de vivir eternamente podía ser no tan divertido para criaturas a las que se les hacía partícipe de la vida divina, pero que, al final del día, eran sólo eso, criaturas sacadas del polvo cósmico.

 

II

 

REGRESO AL DILEMA DE DIOS.

 

Mas el Problema con Dios está en su Espíritu. No crea para matar el aburrimiento. No crea para darse aires de Dalí. No crea para tener de rodillas, muerta de miedo, a su creación. No. Para nada. El Problema de Dios es su Espíritu. Dios es Pasión Pura. Su Pasión es un Fuego que no se consume nunca. Su Problema es el Amor. Dios ama ser quien ÉL es. Dios ama ser el que es. Dios no se oculta. NO se avergüenza, NO pide perdón por ser quien es. “YO SOY EL QUE SOY”.

Como las lentejas, las tomas o las dejas.

La decisión es de cada cual. El Problema no es Suyo. El Problema es de los que no les gusta como Él es. Él No crea ni para sentirse superior ni para que le aplaudan. Su Amor por la Creación es Pasión pura, un Fuego que no se consume nunca. Aunque toda su creación se levantase para contestarle su forma de ser, Él seguiría siendo el que es, un Creador de Mundos.

El Problema es de quien quiere ser dios ... contra natura.

Este Problema estuvo creciendo durante mucho tiempo en el seno de la Casa de los hijos de Dios, no de este Mundo, esos hijos, no de nuestro mundo entre los que Dios distribuyó las familias del Género Humano (recordad el Cántico de Moisés) antes de los días de Adán: hijos de Dios que adoptaron a los hombres para conducirlos hacia la Civilización.

Dios quiso cerrar esa locura (querer ser dioses verdaderos) que se había abierto espacio en la mente de algunos de sus hijos. En cuanto Creador, Dios, ciertamente, puede crear y crea Vida a su Imagen y Semejanza para hacerla Partícipe de su Existencia y gozar de la Vida Eterna a la Luz de la Ley de su Reino, Ley forjada en el Fuego de su Paternidad, y que como tal extiende sobre toda su Creación sus brazos de Padre amantísimo. Ahora bien, Dios no puede ser creado. Dios no es un estadio alcanzado por un ser que fue avanzando en la eternidad según fue recorriendo el infinito. Dios es Increado. Dios no puede crear a Dios. En fin, ya toqué este Tema en La Historia Divina de Jesucristo, no quiero repetirme en lo que ya está escrito. El Hecho es que esta Verdad Final marcó el Fin del Antiguo Cosmos y el Principio del Nuevo Cosmos en el que vivimos.

Esto dicho, en el Acontecimiento de la Caída del Primer Reino que se alzó sobre la faz de la Tierra, cuya Corona bajó del Cielo y fue depositada en la cabeza de Adán, el Alulim de la Lista Real Sumeria, padre de Noé, padre de Abraham, padre de Israel, padre de Judá, padre de David, padre de Salomón, rey, padre de Zorobabel, padre de Abiud, Padre de Jacob, padre de María, esposa de José, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo de Natán, profeta, hijo de David, hijo de Jacob, hijo de Abraham, hijo de Noé, hijo de Adán, esposo de Eva, madre de Sara, esposa de Abraham, padre de Israel, padre de David, padre de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, hijo de Noé, hijo de Adán, hijo de Dios; en el Acontecimiento de la Caída del primer rey que conoció la Historia de la Tierra, Dios se encontró con un Problema Definitivo, Total, Apocalíptico. Sobre la sangre del Género Humano una parte de la Casa de sus hijos se atrevía a reclamarle la Divinidad Natural que les corresponde a quienes son hijos de un Dios Verdadero, y siendo dioses, y por serlo, estando más allá de toda ley, heredan el Derecho y la Potestad de convertir la Creación en su Campo de Juego Preferido: la Guerra.

En el Acontecimiento de la Caída del reino de Adán, padre de David, padre de Jesús, hijo de María, el Creador se encontró delante de un Dilema para la Eternidad. Una de dos, o destruía en su Cólera toda su Obra, haciendo volver al polvo toda vida que del polvo creó, o se entregaba a producir la Revolución que habría de conducir a la Refundación de su Creación sobre una Nueva Base y Fundamento.

Como ya lo expuse en La Historia Divina de Jesucristo, la elección que Dios tomó fue la lógica. Hacer que inocentes paguen la culpa de los pecadores no va con su Espíritu.

 

III

 

REGRESO AL PARAÍSO DEL EDÉN

 

Pero una Persona es Dios y otra Persona es su Hijo. La Caída de Adán la sufrió el Primogénito de los hijos de Dios con el dolor de quien siente la muerte, por asesinato, de su hermano pequeño. En su Juventud y desde la Caída hasta que su Padre le dio a conocer su Elección para ser el Campeón del Género Humano, el Hijo de Dios reclamó para sí la Venganza de la sangre de su hermano pequeño. Desde el Día en que su hermano pequeño fue asesinado hasta que se hizo hombre su Corazón ardió en el deseo de ser Él el Elegido para ser el Campeón de cuyo Puño habría de servirse Dios para, en reclamación de la sangre de su hijo Adán, aplastarle la cabeza al asesino. Así nos lo presenta Dios al final de su Libro, entrando en la Escena de la Historia del Género Humano montado sobre su Caballo de Guerra, cubierto de sangre su Manto Regio, pintado con el Rojo de la Sangre de los enemigos de su Reino.

Fue con este Corazón de Venganza sin cuartel que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María de Nazaret. Él hijo de Dios se hizo hombre con el Corazón plantado en Liberar a la Tierra de la Ley de la Maldición, conquistar las naciones para su Creador, aplastarle la Cabeza al Traidor a su Creador y Restaurar la Historia de nuestro Mundo acorde a los fundamentos originales trazados por Dios, su Padre, al principio de los tiempos.

Y fue con este Corazón que el Hijo de Dios, hecho hombre, a la edad de doce años aproximadamente, irrumpió en el Templo, se plantó delante de todos los sabios, santos y doctores de la Ley de su Pueblo movido por la sanísima intención de descubrirse como el Hijo de David, ese Mesías anunciado por las Escrituras, nacido para heredar la Corona de su padre Adán, cuyo Trono se extendería desde un confín al otro extremo de las cuatro regiones de las Tierra, de esta manera abriéndole al Género Humano el Regreso al Paraíso.

¡Qué pena! Hubiera sido todo tan bonito. El Mundo de un Niño Divino. Todos felices, todos comiendo perdices. Al frente de su Pueblo el hijo de David derrumba al César, es investido rey en la Tierra con los poderes del Rey de reyes que era en el Cielo, la Paz del Mesías se extiende sobre todas las naciones y su Libertad cubre todas las regiones del planeta; el Hijo de Dios viene con la Inteligencia de quien “dijo y así se hizo”, Creador de Luz y Firmamento, el Ser Todopoderoso que le dijo a las estrellas, “poneos entre la luz y las tinieblas”, y asi lo hicieron. ¡Qué hermoso! De la barbarie inhumana del mundo romano a una Civilización fundada sobre los Principios de la Ciencia de la Creación. Alegría sobre alegría. ¿Por qué no lo hiciste? ¿Te dio miedo acaso el César? ¿Te measte en los pantalones al imaginarte a las legiones romanas frente a los ejércitos del Mesías, tu ejército?

NO, para nada. Era que descubriste allí mismo, en el Templo de Jerusalén, que Dios habla por la boca de su Creación, que al igual que se sirve del Brazo de un hombre para reclamar justicia, se sirve de la boca de un hombre para hablarle a otro hombre. Y en este caso, Jesús, Dios te estaba hablando a , directamente, por la boca de Simeón el Joven, ese Anciano ante quien tus padres, José y María, te presentaron en el Templo dando por ti Fe de Vida. Te estaba diciendo que Dios reclamaba la Muerte de Cristo. La Necesidad de la Muerte de Cristo era escatológica, de esa Muerte dependía la Salvación, no de este mundo solo, sino la de la Creación entera.

Duro descubrirlo. Duro oírlo. Tu Padre te mandó a la Tierra para ser su Cordero, ese Cordero sobre cuya Sangre y por cuya Sangre sería redimido el Pecado de todos los hombres de la Tierra.

Y ¿cómo se atreverían los hijos de Abraham a ponerle las manos encima al Hijo Primogénito de Dios, su Unigénito, el Hijo de sus entrañas, por el Amor al cual Dios daría por bueno la destrucción de todo el universo si esta disyuntiva se le plantase delante?

Gran dilema. Tremendo el problema. Los Judíos conocían a Yavé Dios, Padre de este Jesús sobre quien Él extendería su Paternidad eterna; si por la sangre de sus Profetas condenó Yavé Dios una y otra vez a los hijos de Israel al destierro y a su ciudad a la destrucción, de tocarle un cabello a su Hijo Amado ¿cuál sería el castigo que Yavé Dios, Señor de los Profetas, haría caer sobre Jerusalén y los Judíos? ¿Veinte siglos en el Exilio, perseguidos como perros, marcados como las bestias, masacrados sin piedad por todos los pueblos de la Tierra, eternos fugitivos de nación en nación, sin casa, hasta vivir la última de las penas: el exterminio de toda su raza? Ni locos pondrían los Judíos un dedo, ni la uña de un dedo sobre el hijo de David.

El hijo de David tenía, pues, un problema. La Necesidad de la Muerte de Cristo era escatológica. Dios entregaba su Cordero a fin de limpiar en su sangre el Pecado del Mundo en la Ignorancia del Pecador sobre el Origen de su Pecado.

Jesús debía ofrecerse a sí mismo como Cordero, es decir, como el Cristo de Dios, a fin de dar a conocer Dios su Responsabilidad en la Caída en tanto en cuanto Dios sabía que aquel “toro había ya acorneado antes”, y en cuanto dueño “le correspondía a su dueño pagar el rescate por el daño ocasionado a las víctimas”.

¡¿Qué iba a hacer Jesucristo?! Pedirles que les crucificasen para que la Redención se realizase sobre su sangre?!

¿Qué iba a pedirles Jesús a los Judios, que pusiesen las manos sobre el Ungido de Yavé Dios, quien para mayor inri era el mismo Hijo Primogénito de Dios, elegido por el Señor Dios para vengar la muerte de su hijo Adán?

Gran dilema. Tremendo problema. ¡Cómo hacer realidad la Redención sobre un Sacrificio Expiatorio que envolvería a los Judíos en la Muerte por asesinato del Mesías, del hijo de David, del hijo de aquel Adán hijo de Dios por cuya muerte otro hijo de Dios, no de este Mundo, ha sido condenado a Destierro Eterno de la Creación! Ni locos pondrían los Judíos las manos sobre Jesús, el hijo de David!

Y, sin embargo, si no lo hacían, si Cristo no moría, no habría Redención, o lo que es lo mismo, obligando, por temor a Dios, a Jesucristo a declararse Rey, lo ponían en el Trono, quisiese o no quisiese, para poniéndose al frente de su Pueblo hacer lo que de Niño su Padre le dijo que no hiciera a no ser que quisiese condenar a su Creación, en un Futuro no muy lejano, a su Destrucción Total.

¡Cómo proceder! ¡Cómo mover todas las cosas a fin de que los Judíos, expuestos ante la disyuntiva de ellos o Él, verse obligados a Crucificar al Cristo de las Profecías!

La Respuesta era clara. Los Judíos tenían que tomarlo por un loco. Los Judíos tenían que creer que el Poder de un dios lo había vuelto loco. Porque, en efecto, dónde está el cuerdo que teniendo el Poder de que todo lo que le sale por la boca se haga realidad al instante, se dedique a curar ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y deja para nunca el Hecho de los hechos, la Hazaña de las hazañas, ser el rey del mundo, el señor de todas las naciones, el hombre más poderoso del planeta. ¿Seguir a este Mesías? hasta el fin del mundo, sin condiciones, sin abrir la boca, sin decir palabra. Pero ¿al otro?, ¿a ese otro ese que resucita muertos, multiplica panes y peces, atrae hacia sí todas las muchedumbres, y cuando lo declaran y le piden que se declare rey de Israel en Jerusalén, se oculta, se pierde en la nada y aparece en ninguna parte? ¡Ese es un loco! Está loco. Ha perdido el juicio, tanto poder le ha nublado la razón. Nadie, ni Moisés ni Elías juntos, este Jesús de Nazaret tiene el poder de un dios, está bendecido por el Poder del mismísimo Dios, pero ... no está bien de la cabeza. Está loco.

¿Sería esa causa suficiente para obligarles a ponerles la mano encima al mismísimo Hijo de Yavé Dios, Señor de Abraham?

Estaba Roma. Las muchedumbres eran vigiladas, y cuando lo aclamaban rey, los romanos estaban allí para certificarle al Gobernador romano que una rebelión se estaba preparando, que el tal Mesías les daba largas, pero que les daba largas hasta que las muchedumbres fuesen tan numerosas como el desierto de Judá. El Sumo Sacerdote y su Corte de Jerusalén lo negaban todo, pero el hecho es que tampoco hacían nada y las muchedumbres eran cada año más numerosas, y cada año aclamaban más alto a su Mesías como su rey. Roma debía prepararse para aplastar a sangre y fuego una rebelión.

La Causa contra Cristo estaba servida, Jesús se la había servido a Roma. Jerusalén no estaba dispuesta a poner su mano sobe el Mesías. Porque Jerusalén había reconocido que ese Jesús de Nazaret era el Mesía. El Problema era que este Jesús de Nazaret ni se declaraba abiertamente el Mesías, ni reclamaba el trono de David que le correspondía por Herencia Divina y Humana. ¡Estaba loco! Jesús de Nazaret había perdido el juicio, se pasaba el tiempo curando cojos, mancos, tuertos, endemoniados, tontos, perdonando prostitutas, acusando a los doctores de Ley de perversión, llamando cueva de ladrones a los sacerdotes del Templo. Ni quería alzarse contra Roma ni ser alzado rey. ¿Qué quería el hijo de David? era la cuestión.

La Decisión Final Judía contra Cristo empezó a ser tomada cuando Pilato le juró al Sumo Sacerdote, Caifás, que, o acallaba el tumulto o lo callaba él a sangre y fuego, lanzaba sus legiones contra las muchedumbres, no dejaba cabeza sobre hombro. Inmediatamente después caerían las de todo el Sanedrín, desde la de Caifás hasta la del último doctor de la Ley. Era la vida de un hombre por la de todo un pueblo.

 

IV

 

REGRESO AL MUNDO DE LOS DIOSES

 

El Hijo de Dios hizo lo que hizo porque en sus manos estaba el Futuro de la Creación entera. La Cuestión de la Necesidad de la Muerte de Cristo tocaba tanto al Género Humano cuanto a los Mundos ya creados y a los que en la Eternidad han de venir a luz. La Creación tenía que cerrarle la Puerta a la Muerte. El Árbol de la Ciencia del bien y del mal tenía que ser talado, desmembrado y echado al fuego a fin de que su semilla no vuelva a encontrar su camino de regreso a la Creación. Podía o no podía hacerlo el Hijo de Dios. Era su Decisión. Dios le había dado todo el Poder sobre su Creación. Estaba en su Mano decidir proclamarse Rey en Jerusalén y reconducir la Historia del Género Humano hacia su Futuro Original. La Semilla del Árbol de la Guerra volvería a encontrar tierra buena entre los hijos de Dios, y más tarde o más temprano el Infierno volvería a caer sobre el Paraíso. Así una vez y otra hasta que Dios Padre decidiese destruir toda su Obra. Si esto es lo que Dios Hijo quería y decidía, así se haría. Habiendo Dios creado al Hombre para vivir y respetar su Libertad, con cuánta más voluntad respetaría la Libertad del Hijo de sus entrañas increadas. Ambas decisiones implicaban un dolor, una para ya, la otra para más allá.

La Muerte de Cristo firmaba la Sentencia contra los Judíos, una sentencia por la que su nación sería destruida y durante los dos próximos milenios serían perseguidos como perros por todas las naciones del mundo. La Muerte de Cristo implicaba al Género Humano en una Continuación de siglos sujeta a guerras sin fin, viviendo el Horror de estar viviendo en un Infierno cuya consumación sería un apocalipsis suicida global. La Muerte de Cristo implicaba una era de persecuciones contra los Cristianos que por amor a su Rey serían masacrados sin piedad por Judíos, Romanos, Bárbaros, Musulmanes, Rojos... La Muerte de Cristo era más de lo que había tenido el Género Humano durante los últimos milenios. La Muerte de Cristo habría de romperle el Corazón al propio Jesús.

¿Pan para Hoy y Hambre para Mañana? El Hijo de Dios decidió lo que era mejor para la Creación: sufrir un poco más este Infierno y vivir por siempre jamás en la Alegría de un Reino cuyo Paraíso de Paz y Libertad no será amenazado jamás por la eternidad de las eternidades.

La Muerte de Cristo representa el Fin de una Corona, la del Rey de reyes y Señor de señores del Imperio de Dios, y el principio de un Reino Universal Sempiterno gobernado por el mismo Dios en la Persona de su Hijo, Cabeza de un Cuerpo de hijos de Dios engendrados en el Fuego del Espíritu Santo, hecho Hombre, para la Inmunización de la Creación contra la Semilla de la Muerte, que es la Guerra.

Tal es la Historia que los Evangelios nos ponen delante de los ojos. Parece más que evidente que de haber conocido los Judíos el Pensamiento de Dios hubiesen preferido ser masacrados por Roma que haber entregado a su Hijo. Mas para haber estado en situación de tomar esta decisión hubiesen tenido que conocer el Pensamiento de Cristo, o lo que es lo mismo, hubiesen tenido que ser los confidentes de Jesús, lo cual hubiese hecho imposible que la Historia tomase la dirección que le estaban dando Padre e Hijo.

No olvidemos que ni los propios Discípulos entraron en esta Confidencia; el escándalo de los Discípulos cada vez que les decía su Maestro que el hijo del Hombre teñía que morir, está escrito. No fueron hechos partícipes del Pensamiento de Dios hasta Pentecostés, que el Paráclito, o el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, entró en ellos y por el Poder de Dios se les descubrió en instantes lo que durante años fueron, aun teniendo delante al Hijo de Dios, incapaces de descubrir por sí mismos. De haber conocido la dirección que el Maestro llevaba ellos mismos lo hubiesen creído un loco.

El caso de Judas Iscariote no deja dudas al respecto. El Templo no toma su decisión final de entregárselo a Pilatos sino cuando Judas le descubre a Caifás que el Maestro no tiene ninguna intención de declaraese rey y alzarse contra Roma; ni tiene intención tampoco de retirarse de su Oficio de Milagrero. Y Pilatos quería su cabeza ya. O para la próxima manifestación de la Muchedumbre sacaba la legión y procedía al exterminio de la Rebelión de los Judíos contra el César.

Lección Maravillosa de Señorío sobre la Historia Universal la que nos presenta Dios en el Evangelio de su Hijo. Produce, dirige y lo mueve todo acorde a su Sabiduría eterna, a cuya Razón se ordena la Creación entera.

Lógicamente si la Necesidad era de Muerte, la Resurrección era de Vida Eterna, pues la Creación entera reclamaba al Elegido de su Creador para sentarse en el Trono del Reino de Dios como Señor Todopoderoso sobre la Obra de las manos de su Padre,

En cuanto al Derecho Legítimo a la Encarnación del Hijo Unigénito de Dios para Vengar la Muerte de su hermano pequeño, la Ley fue firme en este Capítulo: De la sangre de un hombre por la mano de otro hombre reclama Dios justicia; y siendo Adán hijo de Dios, el Derecho asistía la Elección del hijo Primogénito de Dios. El Problema estaba en el Acto de la Encarnación. Ahora bien, considerando que el Primogénito de Dios es su Unigénito, y que siendo el Hijo Espíritu, como su Padre lo es, su Encarnación estaba en su Naturaleza. Acto que no hubiese podido ser cumplido de haber sido el Elegido otro cualquiera de los hijos de Dios, quienes al tener su Origen en la Materia, como todos, semejante Acto no procedía.

Alegría, por tanto, en el Cielo, y alegría en la Tierra. Ya lo anunció Dios antes de que la Encarnación cobrase Historia: “Voy a hacer una Obra que si os la contara no os la creeríais”.

Ellos no la creyeron; nosotros, sí.

 

INTRODUCION AL EVANGELIO DE SAN MATEO

 

 

Mateo era hijo de Alfeo y “publicano”, recaudador de las contribuciones que Roma imponía al pueblo judío. Cuando está ejerciendo su oficio, Cristo lo llama al apostolado y fue hecho apóstol. Su “telonio” lo tenía en Cafarnaúm. Allí debió de conocer a Cristo, y probablemente había presenciado algún milagro. En el primer evangelio se le llama Leví.

Dicho esto, una vez se abre su Evangelio se le localiza a Mateo, a primer golpe de vista, al lado de la Fuente de la que él bebe su Relato de la Infancia de Jesús. La Genealogía de Jesús que el Evangelista nos presenta es la Genealogía de María, hija de Jacob de Nazaret, hijo de Abiud, hijo de Zorobabel, hijo de Salomón, rey, hijo de David, rey, genealogía de la que se desprende el Derecho de Jesús a la Corona de David, y de aquí que la Introducción Oficial a este Evangelio concluya diciendo que la intención del Evangelista era demostrar que Jesús fue el Mesías.

Esta Genealogía no estuvo jamás en las manos de los Sumos Sacerdotes de Jerusalén por las razones presentadas en La Historia Divina de Jesucristo, Libro Primero, El Corazón de María.

La Sabiduría del Creador del Universo en relación al Futuro de su Reino selló una Estrategia de Batalla Final frente al Enemigo de su Creación a cuyas líneas maestras nadie, excepto sus Siervos los Profetas, tuvieron acceso. El Silencio de Dios sobre las Razones que elevaron la Necesidad de la Muerte de Cristo sobre el sufrimiento pasajero del Género Humano siguió persistiendo tras la Resurrección. Los Apóstoles, aunque viviendo en pleno conocimiento de esas Razones, debían limitarse a un TOTUS TUU sin condiciones ni discusiones. Les pertenecían en cuerpo y alma a su Señor y debían vivir como Discípulos de su Maestro, limitándose a la Doctrina de la Palabra que habían recibido de la Boca de Jesús. Se les pedía un TOTUS TUU absoluto, perfecto. Debían seguir siendo en cuerpo y alma la Voz del Mesías entre los hombres. Por esta razón los detalles humanos sobre la Familia de Jesús, ya durante su Infancia como durante su Juventud, no eran del asunto de los historiadores de las cosas de los hombres. Sí era del interés de todos el Conocimiento de la Genealogía de la Madre por la que su hijo recibía la Herencia de David, su padre bíblico. La Fuente de la que bebe el Evangelista es la propia Madre, de cuya Mano recibe el Rollo Genealógico que Zorobabel trajo de la Cautividad Babilónica y su hijo Abiud pasó a su heredero, este al suyo, hasta llegar a Jacob, padre de María, que a su vez debería pasarle la Herencia a su Primogénito, y así hasta que llegase el día del Mesías. El Mesías vino a ser Jesús, el hijo de María.

Es un hecho que el fracaso de los historiadores para penetrar en la Estructura de los Acontecimientos narrados en los Evangelios viene de querer aplicarle a la Historia Divina los principios científicos debidos a las ciencias históricas que tratan sobre las cosas de los hombres. Al hacerlo se olvidaron que la Estrella de la Historia del Cristianismo no es un Napoleón ni un Alejandro; fue el Hijo de Dios, Dios Hijo Unigénito, quien se hizo hombre. No es un hombre nacido de varón quien asume el papel estelar del hijo de Eva que había de enfrentarse a duelo a muerte con el asesino de su esposo Adán. Para nada, el Papel de la Estrella del Duelo a Muerte entre Cristo y el Diablo, encuentro profetizado desde el mismo día de la Caída de Adán, le fue entregado a Dios Hijo Unigénito, quien, en tanto en cuanto Primogénito de la Casa de los hijos de Dios estaba en su Derecho de asumir dicho Papel Estelar. Ni tampoco el Director y Productor de la Historia de ese Duelo a Muerte fue un Banquero, o una Corte de príncipes del Dinero. Para nada. Fue Dios, el Señor del Infinito y de la Eternidad, el Creador del Reino de las Galaxias en Persona quien Escribió el Guión que se Elegido había de Vivir. No era un Guión para un hijo de varón. El Enemigo al que tenía que enfrentarse al hijo de Eva era el mismo Satán, una criatura creada antes de la Creación de nuestro Mundo, una criatura de otro mundo cuya existencia se contaba por miles de millones de años, y que siendo hijo de Dios formó parte de la monarquía de dioses que al principio de los tiempos tutelaron el viaje del Homo Sapiens desde sus lugares de origen hasta Mesopotamia de las Cuatro Regiones donde tuvo su fundación el Reino del Primer Hombre. La Batalla que se iba a celebrar entre Cristo y el Diablo era un Duelo a Muerte entre dioses; y el campo de Batalla elegido era Israel.

¿A qué, pues, perderse en esos detalles en los que los historiadores de las cosas de los hombres gustan perderse, y enzarzarse en discusiones para necios? Los historiadores británicos, al servicio de sus majestades satánicas, siempre de rodillas, gustaban ligar al trono a un príncipe por su aspecto físico, y en opinión de tales vasallos la nobleza viene con la belleza y el porte. Como si por tener un grano en la oreja …  Napoleón dejase de ser tan Napoleón. El absurdo elevado a su enésima potencia. Si Jesucristo fue más o menos chato, o más o menos bajito, ¿qué? ¿La Grandeza del espíritu se mide por la estatura del cuerpo? En opinión de los historiadores oficiales de las cosas de los reyes, de la lectura de sus biografías, la respuesta es un sí. ¿Y que si Santiago y los hermanos de Jesús fueron más o menos tontos y menos o más guapos? ¿Qué tenía que ver tales detalles con el Acontecimiento para la Eternidad del Nacimiento del Dia de Yavé, “día de venganza y cólera, día de justicia”: y de victoria”, el Día en el que el hijo del Hombre, hijo de María, hijo de Sara, hijo de Eva, levantaría su Brazo, “el Brazo de Yavé”, y dejándolo caer contra la Serpiente Antigua, le aplastaría la Cabeza al Diablo?

La Revelación de la Concepción de Jesús fue un secreto que su Madre guardó en su Corazón todos los días de su vida; ya conté en El Corazón de María que la Madre abre su Corazón a los Discípulos durante la Noche que precede a la Mañana de la Resurrección. Pentecostés ya vivido, el Relato de la Encarnación del Hijo de Dios es asumido con toda naturalidad por el Evangelista. El Evangelista cuenta la Historia Divina tratada en su Evangelio sin pararse a considerar la Opinión o la Necesidad que tendrán los lectores de que se les explique por qué Dios tenía que enviar a su Hijo Amado, nada más ni nada menos que a su Amadísimo Hijo, el Hijo de sus entrañas increadas, para que lo crucificasen, y precisamente para que lo crucificasen. El Silencio es de Ley. La Fe es lo que procede. Si el Señor guardó Silencio, ¿quiénes eran sus siervos para romperlo? ¿O iban a cometer el mismo Delito de Desobediencia que Adán, su padre en la carne por Abraham? Obediencia sin límites. Sumisión ante la Sabiduría del Señor Dios Creador del Cosmos y de todo lo que existe sin mover un músculo. ¿Qué es el hombre para atreverse a corregir a su Creador? ¿Quién se cree que es el hombre, llame como se llame, para quitarle o añadirle una simple coma a una línea escrita por el Padre de la Creación?

El Texto del Evangelio sigue el mismo Principio Divino que vemos en el Génesis: Dios dice, Dios hace. La Palabra de Dios es Dios. Dios, en la Persona del Hijo, se ha encarnado por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, la Virgen de las Profecías, Madre del Mesías, Madre de Cristo, el Emmanuel de las Escrituras. Y punto. ¿Quién es el ignorante que le discutirá a Dios su Poder para realizar esa Obra Maravillosa? Poner en Duda el Poder Infinito de Dios es Negar la Existencia de la Veracidad Divina. La Virgen de la Profecía está más allá de la Duda: “Hágase en mí según tu Palabra”, y así lo estará desde entonces y para siempre todo el que se confiesa Cristiano. Y quien no lo confiesa, no es Cristiano. Quien no cree en este Poder de Dios para Obrar la Encarnación de su Hijo sólo encontrará en el Evangelio una Moral Cristiana, Modelo de Ley Moral insuperable y prototipo de todos los códigos morales modernos en los que las leyes beben para fundar sus Códigos. El Evangelista antepone el Poder y la Sabiduría de Dios a cualquier Principio Moral a fin de dejar claro y patente que la Ley no es un invento del hombre sino la expresión humana de la Ley que gobierna la Creación y es sostenida por el Creador a fin de mantener su Reino por la Eternidad sobre la Roca de la Verdad. Sin Verdad no hay Justicia, sin Justicia no hay Paz, y sin Paz ¿dónde está la Libertad? Y esta Verdad es superior a la concepción de la existencia de Dios por el hombre en cuanto una necesidad moral. La Existencia de Dios en cuanto Idea y la Vida de Dios en cuanto Ser Creador investido de Poder Infinito para producir las Obras que en su Sabiduría se plantea, son dos realidades que pueden acabar enfrentándose en un duelo a muerte, tal como vemos en este Evangelio. Dios no sólo existe, Dios reina. La Aceptación del Poder Infinito de Dios como Realidad que supera el Entendimiento de la Criatura, sea humana o de cualquier otra Creación, es Vital. Por esto el Evangelio abre su Puerta con esta Declaración de Fe sin límites que en la Respuesta de la Madre cobra Vida.

La Intención del Evangelista fue mostrar que Jesús es el Mesías de las Escrituras, cierto. Pero más allá de su puño y letra estaba quien movía su pluma para ponernos a todos delante de la Puerta de la Fe: Creer o no creer en Su Poder Infinito es nuestra Llave a la Ciudadanía de su Reino, por la cual y en la cual todo hombre recibe el Derecho a la Vida en su Mundo por la eternidad de las eternidades que la Creación tiene por delante.

 

INTRODUCCIÓN AL EVANGELIO DE SAN MARCOS

 

Origen del Poder de Los Apóstoles

 

 

El Derecho de Dios a dirigir la Historia de su Creación no es negociable, ni se sujeta a discusión. En tanto que Creador este Derecho es natural. Sólo faltara eso, que a un Picasso, por poner un ejemplo, se atreviese alguien a dictarle cuándo y cómo puede crear, y cómo debe y no debe cambiar alguna cualidad o detalle de su obra.

Afortunadamente la estupidez está reñida con el Derecho. Desgraciadamente la estupidez hace Derecho y ha desplazado el Derecho Natural al cubo de la basura.

Con todo, el Derecho Divino prima. El Todopoder lo defiende. Y la Omnisciencia lo pone en acto.

Que Dios en cuanto Creador disponga de su Creación acorde a su Omnisciencia es una Realidad que el Antiguo Testamento les sirvió a todos los hijos de Abraham desde los días de Moisés. No que dejase de hacerlo con el mismo Abraham y el propio Noé. Pero hasta entonces ese Derecho nunca había elevado la condición de la Criatura humana tan cerca de la de su Creador. Le bastaba a Moisés mover su Vara para que se hiciese acorde a su Voluntad.

Aun así, aunque Dios había preparado a su Pueblo para que alzase sus ojos a su Creador y entendiese que, hablando de Concepción de lo que el Poder es, entre Creador y Criatura hay un Puente sobre el Abismo, lo que vivieron los Apóstoles no encontraba en los diccionarios de las Lenguas Humanas palabras con las que narrar aquella Experiencia tan única, tan irrepetible, tan ...en una palabra... Divina. A aquel hijo de Dios le bastaba abrir la boca para que al instante su Palabra se hiciese Realidad.

“Dios dijo; y así se hizo”; con estas Palabras comienza el Antiguo Testamento. Es el Poder de Dios. Creado el Hombre a Imagen y Semejanza de Dios, ¿es antinatural que el Hombre gozase de este Poder? Es lo que habían vivido. ¡Punto! Es lo que estaban viviendo. ¡Y aparte!

En la Introducción al Evangelio de San Mateo vimos cómo ante semejante despliegue de Poder los Judíos concluyeron que el Poder de Dios había vuelto loco al Hombre. En lugar de conducir a Jerusalén al Pináculo de la Gloria desde cuya cumbre todos los reinos del mundo mirasen a la Ciudad Santa tal cual si fuera el Monte de Dios en la Tierra, el Hombre al que Dios le había dado la Gloria de Gozar del Poder del Omnipotente estaba conduciendo a Jerusalén a su Destrucción, y al Pueblo Judío a su extinción bajo el Martillo del César en la Palestina.

¿Pero, y si una vez enterrado el Muerto se enterrase su Memoria en el Cementerio de las Curiosidades de la Historia del Mundo? ¿Quién se acordaría del Cristo una vez que los siglos se tragasen la Memoria de su Existencia en las profundidades del Abismo del Olvido?

La Batalla de los Judíos por extirpar la Memoria de la Existencia del Hombre creado a la Imagen y Semejanza de su Creador de los Anales de la Historia de Jerusalén y de Roma comenzó apenas los Apóstoles clamaron Victoria a raíz del Acontecimiento de Pentecostés. Era una Batalla que los Apóstoles no estaban dispuestos a perder; con Mateo comenzó la Proyección de la Vida de Cristo a los Milenios.

San Mateo expuso el Origen Divino de la Doctrina de los Apóstoles. Ellos no se estaban inventando nada. Ellos no eran filósofos, no eran historiadores, no eran escritores. Los más eran pescadores; otros, como él, Mateo, eran funcionarios. No había entre ellos ningún sabio, ningún genio, ningún poeta de salmos, ningún creador de cuentos y novelas. La Vida que proclamaban a los cuatro vientos, y San Mateo pasaba al papel, no era un invento literario engendrado por la mano de un artista consumado en crear mitos y leyendas. La grandeza del Evangelista estaba en su total desconocimiento de las Artes Literarias. Los Apóstoles no eran hombres de Letras. Lo que habían visto y oído, lo que habían vivido, tocado, amado, sentido, llorado, esa era su Historia, su Verdad. Y esta Verdad viajaría por los siglos para ser Raíz de Revoluciones Sociales, el fruto final de cuyo Árbol sería la Integración de la Plenitud de las Naciones en el Reino de Dios. Nada ni nadie podía detener este Proceso Histórico. Dios lo había puesto en movimiento.

Dios había lanzado el Evangelio al Firmamento de los Milenios y, aunque muchos tratasen, con todos y por todos los medios a su alcance de derribar su Mensaje, la Palabra de Dios tiene el Poder de Dios de vencer en esa carrera de obstáculos que son los siglos.

Así de simple, así de sencillo. Era la Fe. Ayer como Hoy.

Pero volviendo al Ayer, la mentalidad del pueblo hebreo, formada por el espíritu de Justicia en Moisés, a fin de asentar la Veracidad del Testimonio expuesto delante del Tribunal de la Historia, exigía dos Testigos.

Es en este Contexto Histórico que aparece el Evangelio de San Marcos. San Marcos no le añade nada ni le quita nada al Evangelio de su San Mateo; se limita a afirmar el Testimonio de San Mateo presentando el suyo.

Pero si San Mateo se centra en la Doctrina, abriendo su Origen para que se vea en Dios su Fuente; San Marcos se ciñe al Poder del Salvador, cuyo Origen Divino es la Fuente del Origen del Poder de los Apóstoles. No hay espacio para la Duda, no hay espacio para la Discusión, no la hay para la Objeción, no cabe ni siquiera la posibilidad de un discurso de Demostración. Quien escribe este Evangelio está gozando del Poder de su Héroe. Quien escribe este Evangelio, amén de afirmar el de su Colega, lo avanza un paso más al Encuentro de una Verdad Infinita: La Palabra de Dios se ha realizado. Dijo Dios: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Y ese Hombre estaba vivo, ese Hombre estaba en Ellos.

Más, mucho más, la Gloria de esta Imagen y Semejanza había sido elevada al mismísimo Trono de Dios.

En efecto, al Principio distribuyó Dios entre sus hijos la Formación de las primeras familias humanas. La Tierra como Paraíso de vida en su etapa de Evolución Filogenética fue abierta a los hijos de Dios desde el Principio de su Creación. De qué rama del árbol de las especies vendría el Hombre fue en Enigma hasta que el Ántropos, en imitación de los hijos de Dios que se movían por los valles sobre sus dos piernas, abandonó el Bosque y comenzó a moverse a dos piernas en tierra firme. El Temor de las bestias a los hijos de Dios que bajando de las alturas se movían entre ellas sobre dos piernas, y regresaban a los cielos llevándose consigo ejemplares de las especies de todos los tiempos y lugares, ese Temor fue proyectado hacia aquel Ántropos que salió del Bosque: y gracias a este Temor el Ántropos impuso su dominio sobre todas las especies.

Luego, cuando el Ántropos dio paso al Homo Sapiens, en el que la Inteligencia suplió a la Fuerza como Vara de Poder entre las bestias y especies de la Tierra, y la comunicación entre las Familias del Homo Sapiens y “los dioses” fue bendecida por el Creador de todos, cada Familia Humana fue formada en la Civilización acorde al carácter y la personalidad de cada uno de los dioses tutelares de la aquella Humanidad. Proceso original que aún perdura en la lógica y forma de ver el mundo en los pueblos madres según las regiones del Planeta. El Fruto Final de aquel Movimiento que Dios puso en marcha se había de cerrar con la Unificación de aquellas Culturas humanas con Origen en las Culturas de otros Pueblos de los Cielos: en una Cultura Universal Integradora en la que los mismos hijos de Dios descubrirían un Puente de Unión entre sus propios Mundos.

El Hecho es que la Imagen del Creador en su Creación Humana sería una proyección de sus hijos en el Hombre.

Ya sabemos cómo acabó aquel Proceso. No hay necesidad de repetirse hasta el infinito.

El Caso que a nosotros nos toca es que gracias a la Promesa de Redención, Dios volvería a retomar el proceso no Consumado de la Creación del Género Humano a la Imagen y Semejanza de los Pueblos de los Cielos, creados para compartir su Existencia en el Mundo Eterno del Propio Dios Creador de todos y todas las cosas. Y esta Promesa se cumplió.

No podía ser de otra forma.

Conociendo a Dios en verdad no podía serlo.

Quien es Eterno no vive los siglos a la manera de quienes sujetos a la ley de la muerte contamos nuestras vidas por décadas. Si Mil años es un día para el Eterno, ¿qué son para Él cuatro décadas?

Y sin embargo para nosotros cuatro décadas es una vida entera.

Fin de discusión: Dios dijo, Dios hizo.

Dios prometió Redención, la Restauración del Proceso de Formación del Género Humano a la condición de los pueblos de la Creación, y nada ni nadie tenía el Poder, ni en el Cielo ni en la Tierra, para detener esta Restauración. Esta fue la Fe de Noé y de Abraham, esta fue la Fe de Moisés y de David. Era eso, sólo eso, cuestión de tiempo.

Y el tiempo llegó. Entonces vino a suceder algo increíble. Algo que no estuvo en el Plan Original anterior a la Caída. La Imagen que Dios vino a ponerle delante al Hombre no fue la de uno cualquiera de sus hijos. Para nada. Ni esa Imagen se nos presentó en su forma natural no de esta creación; para nada. Esa Imagen se hizo Hombre.

Y quien se hizo Hombre fue el mismísimo Hijo Primogénito de Dios. Y era acorde a este Modelo que el Hombre comenzó a hacer su Camino al Reino de Dios.

Más, mucho más. Como se prepara una vasija para recibir el oro fundido, y se funde el oro para que llene esa vasija, Dios hizo carne el Espíritu de su Hijo Unigénito para que el descender sobre la carne el hombre se llenase de su Espíritu y el hombre que caminase lo hiciese lleno del Espíritu del Hijo de Dios, es decir, donde hubo un Cristo Jesús, una vez regresado a su Mundo, fuesen hallados Doce aquí en la Tierra. Pero... sujetos todos a la misma Ley de Silencio y Servicio a la que voluntaria y libremente el Maestro de esos Doce dioses se sujetó.

No muchas, como al Principio, sino sólo una Imagen Divina le fue dado al Ser Humano para encontrar en el Ser de su Creador su vida. De aquí, que dijera el Apóstol: Nuestra Vida, que está en Cristo.

Así pues, a la vez que San Marcos afirma a San Mateo, para que se cumpla la Ley, que sobre el Testimonio de dos Testigos recibirá el Tribunal la Veracidad de lo testificado; San Marcos abre el Evangelio al Origen Divino del Poder de los Apóstoles; algo que afirma con la naturalidad de quien está gozando del pleno ejercicio de ese Poder Natural al Hijo de Dios.

Un Poder que recibieron los Apóstoles en Pentecostés como quien reciben en Herencia lo que pudieron disfrutar mientras el Hijo de Dios estuvo con ellos, y les fue retirado desde la Pasión.

Poder sin el cual es imposible entender la Victoria de los Apóstoles contra una Persecución Judía que contó con el respaldo del Imperio Romano, y respaldo hasta serle concedida a Jerusalén un Decreto de Solución Final contra los cristianos.

Poder sin cuyo ejercicio y disfrute es imposible comprender la apertura del Movimiento Apostólico hasta acabar asentando en Roma su base principal desde la que proyectar las raíces del Cristianismo a las naciones componentes del Imperio.

Poder ejercido sin alborotos, sin atraer a las muchedumbres al terreno peligroso de creerse ante la presencia de dioses bajados a la Tierra; Poder Divino para sanar todas las enfermedades; Poder peligroso que despertaba en los hombres la visión una fuente de riquezas y “poder”; Poder tan real y cierto como que ellos estaban vivos.

Curados estaban los hombres de los días del Imperio de los Césares de todo tipo de doctrinas y religiones. Aquel era un mundo en el que el hierro hacía la Ley; la tinta con la que se escribía la Historia era la sangre de los vencidos. No había en aquel mundo espacio para un Amor Divino reinando en el corazón del infierno en que se había convertido aquella Humanidad que un día soñó con ser un paraíso de libertad, paz y justicia. Si Dios quería hacer de la Cruz el signo sagrado final, Dios tenía que darles a los hombres algo más que “amad a vuestros enemigos”. La Doctrina Cristiana tenía que ir acompañada de un Poder sin medida para hacer lo que Dios en persona haría de estar entre los hombres, que fue precisamente lo que hizo su Hijo: sanar todas las enfermedades.

Tomando esta Base como Roca Fundacional de la Revolución Cristiana ¡qué ciego, mudo, cojo, paralítico, sordo, manco, endemoniado.... faltó a su cita con el Circo Romano? ¿Sin este Pan que bajó del Cielo y le fue suministrado a los pueblos por el Maestro en primera instancia, y por sus Discípulos después, qué futuro hubiese tenido la Doctrina del Reino de los cielos? Sin este Pan, Cristo hubiese pasado sin pena ni gloria, y hubiese sido recordado por el Futuro a la manera de Flavio Josefo, dedicándole una línea perdida en sus Guerras Judías. ¿De dónde salió aquel ejército que vino de todas las regiones de la Palestina Romana a informarse de lo que no podían creer, habían Crucificado al Hijo de David? Dios es, en verdad, Señor del Tiempo. La Noticia reuniría en Jerusalén a todos los que el Hijo de David liberó de las garras de la enfermedad, el pecado y la muerte. En Cuarenta días y Jerusalén sería un mar de hombres y mujeres, ancianos y niños sanados, los miles y miles de hombres y mujeres, ancianos y niños que recibieron el mayor don que puede recibir el ser humano: La Libertad que viene de la Salud en el Nombre de un Dios que es Amor y se descubre Padre de todos los hombres. Para aquellos miles de criaturas el Evangelio de Marcos no fueron sólo palabras; sus líneas les pertenecían; ellos eran testigos vivos de cada Palabra.

Una cuestión viene al caso: ¿De no haber tenido lugar Pentecostés en esos días en que la Noticia se confirmó: El Templo había entregado al Hijo de David al Gobernador Romano para que lo crucificase, qué hubiera sucedido en Jerusalén? ¿De no haber salido San Pedro a calmar los ánimos de aquellos miles de seres humanos que habían comido el Pan que bajó del Cielo y se sentían en la plenitud de la Fuerza que viene del Amor por Dios; de no haber saltado San Pedro para demostrarles que así había sucedido porque así lo había dispuesto Dios Padre en favor de la Redención de la Humanidad entera, a fin de que en la Sangre de su Cordero Expiatorio quedase demostrada ante el Cielo la Ignorancia del Primer Hombre; de no haber Cristo puesto en su boca el Discurso de Pentecostés, cuál hubiese sido la reacción de aquella muchedumbre de hombres y mujeres en respuesta al Delito del Homicidio contra el Hijo de David cometido por el Templo de Jerusalén?

¿La Omnisciencia Creadora, de verdad no implica el Señorío del Tiempo? Las línea del tiempo corre lejos del control de los poderes del mundo, pero Aquel que desde su Omnisciencia ve su camino por los siglos, por los milenios ¿no verá sus pasos en los días que tiene un mes? ¿Quien ha puesto las estrellas en los Cielos y pintado con ellas en el Firmamento un Mapa de Navegación se asustará de las consecuencias de los actos de criaturas separadas de las bestias irracionales por la Fe?

A San Marcos no le tiembla el pulso. Corrobora todo lo escrito por San Mateo. Le ha dado Dios la vida para que testifique y se cumpla la Ley. Quien disfruta de la Paternidad Divina no necesita dar explicaciones; no se detiene a explicar sus movimientos. Dios es Dios y el hombre es el hombre; que el hombre, sin la Imagen de Dios en su ser, pueda comprender a Dios es pedirle a las bestias que sigan el Discurso de Sócrates.

Pero basta, ¿quién era este Marcos? A lo largo de los siglos la polémica sobre la Identidad de este Evangelista ha dejado sus huellas en el pensamiento de las iglesias. La conclusión oficial admitida dice que este Marcos fue el discípulo de San Pedro, quien le redactó este Evangelio, sin que el mismo San Marcos hubiese conocido al Héroe sobre el que escribe. Ahora bien, esto es desconocer la relación de Dios con la Ley.

Un discípulo de San Pedro en ningún caso hubiera satisfecho el espíritu de aquella Justicia Divina que exige basar el Juicio sobre el Testimonio de dos Testigos Veraces, es decir, dos testigos que hayan vivido en sus carnes y huesos el relato que defienden.

Puesto que Dios es Veraz, Dios no admite dobleces. Este Evangelista, supuestamente identificado como discípulo de Pedro, si este San Marcos no hubiese sido uno de los Apóstoles, no hubiese podido presentar su Relato ante el mundo más que como Evangelio Apócrifo ... Pues que esta conclusión es elevar el absurdo a su máxima potencia de locura, ergo, este San Marcos fue uno de los Apóstoles.

Doce fueron los Testigos:

Pedro y Andrés

Santiago y Juan

Bartolomé

Santiago, el Menor

Judas Iscariote

Judas Tadeo

Mateo

Felipe

Simón

¿De los Doce quién pudo ser este Marcos?

¿Quién de los Doce desaparece de la escena y se diluye en el horizonte del Movimiento Apostólico sin aparentemente tener influencia de ninguna clase en su desarrollo internacional?

En efecto, es Juan, aquél jovencito a quien le dice Jesús desde la Cruz: “He ahí a tu Madre”, y a la Madre le dice: “He ahí a tu hijo”.

La vida de Juan quedó desde ese momento ligada a la Madre de Cristo. En el Libro Quinto de la Historia Divina de Jesucristo, tratando el Misterio del Rostro de la Madre de Cristo, toqué con la amplitud requerida este tema. Al Libro os envío para que esta Identificación quede sellada y fuera de discusión.

 

C.R.Y&S

 

 

 

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