EL EVANGELIKOMAPERTURA DEL TESTAMENTO UNIVERSALDE CRISTO JESÚS DE YAVÉ Y SIÓN
CAPÍTULO CUARTO
EL ESPÍRITU DE YAVÉ
"Espíritu de Sabiduría e Inteligencia,
de Entendimiento y Fortaleza,
de Consejo y Temor de Dios"
Dice la Biblia que al
principio Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y al igual que su Hijo
es el Señor entre todas las criaturas que le rodean asimismo creó al Hombre
para dominar sobre todas las criaturas de su mundo. Y sigue diciendo que la
gloria del ser humano fue objeto de la envidia de otro miembro de la Casa de
los hijos de Dios, quien, siendo malvado, deseó ese poder de unir todas las
almas en un sólo Pensamiento mirando a moverlas a su antojo criminal en el
tablero de su concepción infernal de la Creación.
El Evangelio dice que
como Jesús no empujó a Judas a traicionarle, aunque sabía que la traición
rondaba su corazón, Dios también conocía la posibilidad de la traición de
Satán, y para mantener lejos el pensamiento de la acción puso entre el Hombre y
todos sus hijos una ley por la cual fuera quien fuese quien interviniese en el
destino del Hombre lo pagaría con el Destierro de su Reino. En cuanto Padre,
Dios creyó que ninguno de sus hijos se atrevería a convertir en sabiduría la
locura de declararle la guerra a su Voluntad, y olvidándose de todo lo pasado
comenzarían una nueva Era, en la que, efectivamente, siendo el Hombre la
criatura más frágil del universo tendría la Gloria de quien con su Pensamiento
mantiene en la Unidad a todas las criaturas del Universo.
Como el miedo a tocar al
Hijo de Dios no detuvo a Judas tampoco el miedo a Dios detuvo a Satán y a sus
malvados aliados asesinos. Y es que Adán tenía un talón de Aquiles. Dios le dio
por horizonte de crecimiento su Omnisciencia, pero al no haber sido forjada su
mente en los hornos de la Ciencia del Bien y del Mal su alma era como la de un
niño.
Ninguna palabra que
podamos lanzar a las olas puede describirnos las propiedades del alma de Adán
mejor que las escritas por Salomón, su descendiente.
En ella hay un espíritu
inteligente, santo, único y múltiple, ágil, penetrante, inmaculado, claro,
inofensivo, benévolo, agudo, libre, bienhechor. Amante de los hombres, estable,
seguro, tranquilo, todopoderoso, omnisciente, que penetra en todos los
espíritus inteligentes, puros, sutiles. Porque la Sabiduría es más ágil que
todo cuanto se mueve, se difunde su pureza y lo penetra todo; porque es un
hálito del poder divino y una emanación pura de la gloria del Dios Omnipotente,
por lo cual nada manchado hay en ella. Es el resplandor de la luz eterna, el
espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su Bondad. Y siendo una todo lo
puede, y permaneciendo la misma todo lo renueva, y a través de las edades se
derrama en las almas santas, haciendo amigos de Dios y profetas; que Dios a
nadie ama sino al que mora con la Sabiduría. Es más hermosa que el sol; supera
a todo el conjunto de las estrellas, y comparada con la luz queda en primer
lugar. Porque a la luz sucede la noche, pero la maldad no triunfará de la
Sabiduría.
Habiendo sido forjada su
mente entre lirios y azucenas cultivados en los jardines del Conocimiento de
todas las cosas, el Primer Hombre era como un niño a la hora de hablar de la
mentira, del engaño, del falso testimonio, de la traición, de la envidia, de la
ambición, de la crueldad, de la violencia, de la guerra, de la injusticia, de
la corrupción, en definitiva, de la Ciencia del Bien y del Mal. Aquel Hombre
conocía la Ciencia del Bien y del Mal como el niño sabe que la electricidad
mata pero nunca ha metido los dedos en un enchufe, ni necesita meterlos para
saber que una descarga eléctrica mata, su padre se lo ha dicho, la palabra de
su padre es ley, y no necesita vivir la experiencia para descubrir en el valor
de la palabra la naturaleza del conocimiento.
De esta manera forjada
su mente en el espíritu del Verbo, la palabra es ley, todo lo que hacía falta
para engañar a Adán era hacer como que se venía en nombre de Dios. Esta simple
trampa significaría declararle la guerra al mismísimo Dios y exponerse al
Destierro ad eternum et ad infinitum de su Reino, pero ¿qué
era preferible -se dijeron los conjurados en la Traición de la Serpiente- vivir
en un mundo donde la Verdad, la Justicia y la Paz gobiernan el universo, o
morir luchando por la transformación del Universo en un Olimpo gobernado por
dioses todos más allá de la Justicia? Esta estructura perversa y maligna de
pensamiento dio lugar a la Caída de Adán.
Pero no a la destrucción
del Hombre. Un guerrero demoníaco, un asesino curtido en crímenes se había
alzado contra un niño y había utilizado su muerte como hacha para declararle la
guerra al padre de ese niño. La Biblia dice que traspasado su corazón por la
lanza de la traición Dios se vistió de guerra y alzando su Brazo al Cielo juró
por su gloria y su nombre delante de toda su Casa que acabaría con todos sus
enemigos, no dejaría cabeza sobre cuello. “Ciertamente yo alzo mi mano al Cielo
y juro por mi eterna vida; cuando yo afile el rayo de mi espada y tome en mis
manos el juicio, yo retribuiré con venganza a mis enemigos y daré su merecido a
los que me aborrecen, emborracharé de sangre mis saetas y mi espada se hartará
de carne, de la sangre de los muertos y los cautivos, de las cabezas de los
jefes enemigos” dijo.
Dice también la Biblia
que los asesinos de Adán se rieron de la amenaza de Dios. Pero lo que no dice
la Biblia es que las consecuencias de la Traición de la Serpiente le abrieron
los ojos a Dios y, viendo, descubrió a su verdadero enemigo, la Muerte. Una
Muerte de la que en su inocencia El se declaró su enemigo el día que
revolucionó la Realidad con su deseo de creación de vida inteligente a su
imagen y semejanza, sobre lo cual ya estaréis al corriente después de haber
leído la Historia de Jesús.
La Vida y la Muerte
formaron parte de la estructura de la Realidad desde el principio sin principio
de la Increación. Sin destruirse a sí misma la Increación no podía extirpar de
su cuerpo una Fuerza Ontológica que le era natural desde el Principio sin
principio de la Eternidad. Pero esta era la Revolución que Dios desató en el
Infinito al concebir una Nueva Realidad. Inconsciente sobre las consecuencias
cósmicas de su Revolución y, ante la imposibilidad de hacer que Dios
renunciase, la Muerte buscó la forma de coexistir en la Creación de Dios.
Primero tentó a Dios con el fruto de la Ciencia del Bien y del Mal y cuando
Dios lo rechazó levantó su Infierno contra la obra de sus manos. Como no pudo
hacerle desistir de su Deseo atacó directo al Corazón, buscando ahogarle en el
pozo de una Soledad sin fondo. Pero lo mismo esta vez que durante la anterior
la Vida se adelantó a sus planes transformando el Mal buscado en un Bien encontrado:
la transfiguración del Único Dios Verdadero en el Padre y el Hijo.
La explosión de alegría
sobre la que a partir del Nacimiento del Hijo quedaron establecidos los nuevos
fundamentos del Nuevo Universo le sirvió a la Muerte de pantalla tras de la que
esconderse y esperar su momento. La Vida le ofreció a Dios su fruto, el Cielo,
y Dios la amó. La Muerte le ofreció el suyo, el Infierno, y el Espíritu Santo
que estaba en Dios lo rechazó. Agazapada, al acecho, encontró su momento
durante la primera Semana de la Creación. Aprovechando las Eras de Regencia de
su Imperio por la Casa de Yavé y Sión la Muerte contraatacó, conquistó con el
fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que es la Guerra, a una parte
de los hijos de Dios y sumió al Paraíso bajo las olas de su Infierno. Por dos
veces la Guerra se hizo.
A raíz de las Dos
Guerras del Cielo -sobre las cuales habréis leído un resumen en la Tercera
Parte del Corazón de María- y a consecuencia de ellas, fue abriendo Dios los
ojos a la existencia de una Fuerza que estaba actuando en su Creación y la
estaba volviendo loca. Pero atribuyendo las causas a la soledad y al
aislamiento de sus hijos durante los Periodos Creacionales revolucionó la
estructura de su Mundo de la forma que habréis leído en la Historia de Jesús.
La primera de ellas consistió en la transformación de la Creación en un
Espectáculo abierto a todos los Pueblos del Universo, y la segunda medida fue
darle a su Hijo Primogénito el papel de la Estrella de ese Espectáculo. De
donde se entiende que se escribiera: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza”, es decir, hijo de Dios, y no a la semejanza de los dioses, según el
Diablo se lo dijera a Adán: “Seréis iguales que los dioses”.
Entonces, tomadas las
decisiones pertinentes, la Historia del Universo siguió su curso. Como dije en
la Historia de Jesús de entre las medidas que Dios adoptó contra el estallido
de una Tercera Guerra Universal figuró -como colofón especial- la creación del
Hombre. Alma Viviente, expresión carnal de su Pensamiento, reflejo de la
Realidad Divina, Espejo de su Bondad, que extendiéndose a toda la Creación
uniría a todos los Pueblos del Universo en una sola y única Sabiduría.
Y así fue; así se hizo.
Mas a la hora de alcanzar la meta, cuando Dios creyó que con la Formación del
Hombre podía darse por cerrada la era de las grandes guerras, estalló la temida
y temible Tercera Guerra Universal. Traspasado su Corazón, pero maravillada su
Inteligencia por la locura de sus hijos rebeldes, locura de la que El ya no
podía seguir echándose las culpas, viendo a su hijo Adán convertido en el hacha
de guerra desenterrada contra su Reino, Dios abrió los ojos y vio a su Enemigo
cara a cara.
Una Nueva Revolución
Cósmica se imponía. Pues sólo Dios podía desterrar del cuerpo de la Creación lo
que de siempre formó parte del cuerpo de la Increación. La Caída de Adán, la
Traición de la Serpiente, serían recordados por el futuro como se recuerdan los
malos momentos, mas si Él quería que esos malos momentos no volviesen, ni se
hiciesen crónicos y que con el tiempo se complicasen hasta arrastrar a todos al
Infierno, debía desterrar a la Muerte de su Creación y reconfigurar su Reino
para que el Conocimiento de la Ciencia del Bien y del Mal se quedase en eso, en
conocimiento.
Más que al Hombre y a su
salvación, pues, Dios debía mirar al Futuro de su Creación. Si a ésta no se le
garantizaba un futuro de qué le valía a nadie salvación para hoy y condenación
para mañana. Era el Edificio de su Reino el que tenía que volver a ser fundado
sobre una Roca Indestructible. Fundación que le tocaba a Él y sólo a Él porqué
era contra Él que la Muerte había alzado su Infierno. La primera parte de su
Libro, el Antiguo testamento, trata del Anuncio de esta nueva Reconfiguración
de su Mundo. Y como se ve de lo que se lee, sobre la naturaleza específica de
las medidas revolucionarias que se juró por su Gloria y Nombre consumar. Pero a
nadie le dijo Dios palabra, ni siquiera a su Primogénito. En la Historia de
Jesús, Apéndice 1, comenté que la transformación del Imperio en un Reino
sempiterno y universal fue la primera medida con la que se abrió esta
Revolución de la Vida contra la Muerte. La primera medida pero no la única.
La segunda parte de su
Libro, el Nuevo Testamento, trata de la Batalla entre la Vida y la Muerte, del
Cielo contra el Infierno, y glorifica la Victoria del Espíritu Santo contra el
espíritu Maligno, de Cristo sobre el Diablo. Dice el Libro de Dios en su
tercera parte que llegado el Día Anunciado le ordenó Dios a todos sus hijos
presentarse ante su Trono y deponer sus coronas a sus pies. De lo que se lee se
ve que unos lo hicieron y otros se negaron, y que en consecuencia los Rebeldes
que no lo hicieron fueron perseguidos, destronados y arrojados del Cielo.
De la lectura del Nuevo
Testamento se desprende que mientras los príncipes Fieles persiguieron a los
Rebeldes, Dios llamó a su Primogénito, le dio a conocer la Doctrina del Reino
de los Cielos e inmediatamente lo envió a nuestro mundo, donde se encarnó en la
Virgen María y nació bajo el reinado de los Herodes, en Belén de Judá, durante
los días del censo universal decretado por Octavio César Augusto. Ignorante y
desconocedor de las medidas revolucionarias que su Padre había proyectado y
empezaban a materializarse a raíz de su Encarnación, el Hijo de Dios descubrió
a Cristo durante el episodio que El mismo protagonizara en el Templo, a la edad
de los doce años aproximadamente. En Cristo descubrió el Pensamiento de Dios, y
lo que es más importante, descubrió el Origen del Espíritu Santo, que estaba en
su Padre, Único Dios Verdadero e Increado que conocieron el Infinito y la
Eternidad.
Se entiende de la
lectura del Nuevo Testamento que Dios le descubrió a su Hijo tanto la identidad
del verdadero Enemigo de su Reino cuanto la Naturaleza de la Revolución Cristiana
que sólo y nada más que Cristo Jesús podía y debía abrir. Cristo Jesús, el Rey
Mesías, el heredero de todas las promesas escritas en el Antiguo Testamento,
nacido del espíritu de Yavé: “espíritu de inteligencia y sabiduría, de
entendimiento y fortaleza, de consejo y temor de Dios”. Estando sin embargo
sujeto por su Origen a la estructura del Mundo Antiguo, y porque de entre todos
los príncipes del Cielo Jesús era el Rey de reyes, también a Él le tocaba
obedecer y sujetarse al decreto de Abolición del Imperio que su Padre dictara y
estuvo en la causa de la Batalla en el Cielo, de la que habla en su Libro,
Apocalipsis. Al igual que lo hicieron los Príncipes del Cielo también el Rey de
reyes y Señor de señores debía deponer su Corona a los pies de Dios.
Y así lo hizo. De manera
que sujeto a la condición de los particulares que bajo riesgo y cuenta propia
emprenden una revolución sin contar con más fuerza que el amor a la Verdad,
también Jesús fue atrapado por los poderes reaccionarios de este mundo, y, consecuentemente,
entregado a los jueces de Cristo para que fuera contado entre los malhechores
por enemigo de la Humanidad.
Pero lo que no sabía
nadie, porque nadie podía saberlo, era que al regresar a su Mundo Jesucristo lo
hacía como Rey Todopoderoso y Omnisciente a imagen y semejanza de su Padre, y
que Glorificado de esta manera llevaba a su Casa una Nueva familia, su propia
Familia: Una Esposa, engendrada para unir a todo el Universo en una misma
Iglesia, unos Hermanos, cuyo Poder es el de Dios, que está en su Palabra, y
unos Hijos, nacidos para unir todo su Reino en una misma Inteligencia .
He aquí el Misterio del
Espíritu Santo. La Cabeza es Cristo Jesús, el tronco es la Iglesia Católica, y
los dos Brazos son, el uno, los Hermanos y el otro los Hijos de Cristo. Aquí
está el espíritu de Inteligencia.
Pedid y no lo dudéis:
Inteligencia sin medida a la imagen y semejanza de la de nuestro Creador. Pedid
y recibiréis Inteligencia sin medida para alcanzar todos los secretos del
universo y de la naturaleza humana. Este es el Día de los hijos de Dios de la
descendencia de Cristo, fruto de su Matrimonio con la Iglesia. Este es el Día
sobre el que San Pablo escribiera:
“Tengo por cierto que
los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria
que ha de manifestarse en nosotros; porque la expectación ansiosa de la
creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios, pues las
criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las
sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la
servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los
hijos de Dios”.
Efectivamente, en El
están los tesoros de todas las Ciencias, presentes y futuras. En Él están todas
las respuestas a todas las Enfermedades y a todos los problemas referentes a la
Organización de la Plenitud de las Naciones. En Él están todos los secretos del
Universo y de la Naturaleza. Él es el Hijo, y pone a disposición de su
Descendencia la Omnisciencia de Dios, porque como muy bien lo dijera en
persona: Todo lo del Padre es mío.
CAPÍTULO QUINTO
EL
PONTIFICADO UNIVERSAL DE JESUCRISTO SEGÚN SAN PABLO
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