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EL CORAZÓN DE MARÍA
CAPÍTULO TERCERO “ YO SOY EL PRINCIPIO Y EL FIN ”
CUARTA PARTE HISTORIA DEL REINO DE DIOSXXXIII
¿No habéis visto nunca a
la mariposa blanca saltando alegre de flor en flor, cantando jocosa
cada segundo de sus veinticuatro horas de existencia? ¿No os ha
encantado jamás la canción del pájaro cantor entre los barrotes
de su jaula, preguntándoos qué haríais vosotros en su lugar? ¿Os
habéis parado alguna vez a contar las estrellas que caben en un
rincón del puerto, cuando el sol rocía flechas doradas sobre las
aguas del mediodía, capaces de enamorar a la dura piedra que algunos
tenemos por corazón?
¡Qué bello es ver feliz de
nuevo a quien se encontró perdido en los desiertos de su soledad
insoportable! ¿Por qué un hombre tiene que medir la inmensidad de
los cielos con el metro de la estatura de su cuerpo? ¿Cuántos años
luz a la redonda cubre el alma que sonríe dichosa entre pájaros
cantores y mariposas volando de galaxia en galaxia sin miedo a la
eternidad y al infinito?
Es Él, regresa, las estrellas
se levantan sobre sus columnas, las galaxias baten palmas, los dioses
cantan la danza de la victoria al fuego de la hoguera donde el Ave
Fénix renació de sus cenizas para no volver jamás a ser pasto de
sus llamas.
Dios sólo les dijo a sus
Hermanos estas palabras:
“Este es Jesús, mi Hijo Amado”.
Y en estas cinco palabras
estaba contenido todo el misterio del Futuro de la Creación entera.
Los dioses se arrodillaron y vivieron la felicidad de Dios Padre
con la misma intensidad que vivieron la tragedia del Hermano que
se fue. Les bastaba ver Su Felicidad para saber que Aquél era su
Igual, TÚ Dios, el Compañero que Él Dios buscó en ellos y no pudo
encontrar.
XXXIV
Entonces pasado este tiempo
de felicidad, del corazón de la Victoria de Dios Padre, el Espíritu
del Creador se despertó en Él Dios. Tomó Dios Padre a su Hijo Unigénito,
Jesús, dejó su Mundo en las manos de sus Hermanos los dioses, y
transformando el Cosmos en un campo de materia prima creó el Océano
de los Cielos. En este Océano de estrellas sembró el Espíritu Creador
la semilla del Árbol de la Vida. Y en alguna parte de aquel Universo
nació un mundo, con su Reino, el primero de los Pueblos que habrían
de morar para siempre en el Paraíso que Dios creó para su Hijo.
Dios cultivó la Civilización
del mundo de aquel Primer Día de la Primera Semana de la Creación,
le dio por sistema social una constitución monárquica, y engendró
en su rey un hermano para su Hijo. Luego tomó al Reino del Primer
Día de la Primera Semana de la Creación y lo condujo a su Morada
en el Paraíso de Dios.
Al llegar este Primer Reino
al Paraíso se encontró su Pueblo con que el Cielo es un espejo que
refleja todas las etapas de la evolución de la vida, desde las primeras
etapas de la Prehistoria hasta el alba de la Historia.
La Tierra de las Maravillas
la llamaron entonces los dioses.
Y así fue, hasta cinco veces
se produjo este Acontecimiento. Cinco veces sembró el Creador la
semilla de la Vida en el Universo de los Cielos. Cinco mundos nacieron
entre las estrellas del Universo, cada mundo con su Civilización,
cada Pueblo con sus características ontológicas personales, cada
uno un reino con su constitución social propia, con su rey a la
cabeza. Al término del Quinto Día de la Primera Semana de la Creación
el Paraíso de Dios se había transformado en un Imperio. Dios se
sentaba en la Cúpula del Poder como su Juez Universal Supremo, y
a su diestra el Rey de reyes y Señor de señores de su Imperio, su
Hijo Primogénito, Jesús, Dios Unigénito.
Durante aquéllos Cinco Días
de la Primera Semana de la Creación el gobierno de su Imperio lo
dejó Yavé Dios en las manos de sus Hermanos e Hijos. La Historia
de este Imperio está escrita en el Libro que trata sobre los Orígenes
e Historia del Cielo. El Día que nos toque a nosotros el turno de
subir al Mundo del que bajó Jesucristo tendremos la oportunidad
de conocer todas las cosas sobre la creación de los Cinco Mundos
que formaron el Imperio del Paraíso antes de la Creación de nuestro
Mundo, el Sexto en el Tiempo. Nombres, líneas evolutivas, constitución
astronómica, constitución social, etcétera. Todas estas cosas están
escritas en los libros que tratan de las Crónicas del Imperio de
Dios.
XXXV
Pasó pues que al Cuarto Día
de la Primera Semana de la Creación uno de aquellos Príncipes del
Imperio de Dios descubrió una semilla.
Era la semilla del árbol
de la Ciencia del bien y del mal.
Su primera manifestación
fue la Duda. Su consecuencia final, su fruto, la Guerra, fruto que
muy pronto todos los reinos del Imperio tendrían tiempo de probar.
Que Jesús, el Rey de reyes
y Señor de señores, era Dios Hijo Unigénito, esto todos los ciudadanos
del Imperio de Dios lo sabían.
Creerlo o no creerlo era
otra cuestión. Pero cuestión o no la Duda era algo que jamás a ningún
hijo de Dios se le ocurrió siquiera plantearse.
El hecho era que Dios y su
Hijo iban y venían del Imperio al Universo y del Universo al Imperio,
y entre la ida y la vuelta pasaban millones de años. En aquel Cuarto
Día de la Primera Semana de la Creación uno de los Príncipes vio
en la Duda sobre la veracidad de la Unigenitura de Jesús, el Rey
de reyes y Señor de señores, la puerta hacia la que reconfigurar
la estructura del Imperio del Cielo acorde a su pensamiento. ¿Por
qué no podría recibir la regencia del Imperio durante los Periodos
Creacionales él, Satán, hijo de Dios?
Este era un pensamiento que
jamás a nadie se le había ocurrido plantearse siquiera. Y que, curiosamente,
encontró orejas donde crecer. Y creció. De manera que sorprendidos
por la Rebelión de aquel hijo de Dios y sus aliados el Paraíso se
convirtió en un infierno.
Conjurados los Rebeldes en
lo que se llamó el Eje del Dragón, los ejércitos del Dragón se lanzaron
a la conquista del Trono del Rey de reyes y Señor de señores.
Fue la primera Guerra Mundial
del Cielo.
Satán a la cabeza del Eje
del Dragón sus ejércitos arrasaron las fronteras de los reinos vecinos
y avanzaron hacia Sión a la conquista del Trono del Rey de reyes.
Atónitos, maravillados por
lo que estaban viendo, sin capacidad de reacción ante la sorpresa,
los Hermanos y los hijos de Dios que se negaron a aceptar siquiera
la posibilidad de una reconfiguración semejante; desde las murallas
de la Ciudad de Dios los Príncipes de la Casa de Yavé y Sión contemplaron
el avance de las fuerzas del Dragón y la estampida de los Pueblos
del Imperio en dirección a la Jerusalén de los dioses.
En efecto, nada de lo que
los Hermanos y los hijos de Dios les dijeron para que bajaran las
armas les entró a Satán y los suyos en la cabeza. Así que superando
la primera sorpresa el contraataque se impuso.
Los dioses abrieron el Sello
de sus orígenes y los Príncipes se alimentaron de sus fuerzas. Los
Príncipes Gabriel, Miguel y Rafael se vistieron de la invencibilidad
de los dioses, arrasaron al enemigo, lo rechazaron hasta sus reinos,
los asediaron en sus fortalezas, los capturaron y los encerraron
en sus palacios hasta que el Juez de la Creación regresara y dictara
sentencia.
Pasó entonces que cuando
el Padre y el Hijo regresaron de los Cielos de la Creación trayendo
de la mano un nuevo Reino al Paraíso, los hijos de Dios les salieron
al encuentro, pero entre ellos no estaba Satán.
Le bastó a Dios una mirada
para descubrir el por qué. Pero queriendo dejarlo todo en la lección
aprendida y sin querer bajo ningún concepto que su Hijo descubriese
la existencia de la Ciencia del bien y del mal, ordenó que todos
sus hijos se presentasen ante Él para la celebración de la Fiesta
de Bienvenida del Reino del Cuarto Día de la Primera Semana de la
Creación.
Y ahí quedó la cosa.
Como venía siendo natural
el Imperio se vistió de gala para la Fiesta de Bienvenida. El Reino
del Cuarto Día de la Primera Semana de la Creación ocupó su Morada
en el Imperio del Hijo de Dios; su Rey fue presentado ante la Familia
de los dioses.
Alegría pues.
El recuerdo del Dragón encendiendo
con su aliento la Guerra se convirtió en el recuerdo de una pesadilla
que se fue y no volvería jamás.
Alegría en el perdón.
Así pues, rayó el alba del
Quinto Día de la Primera Semana de la Creación. De nuevo Dios y
su Hijo dejaron la Regencia de su Imperio en las manos de los Miembros
de la Casa “de Yavé y Sión”.
Y pasando los miles de años
lo increíble volvió a suceder.
Cual mulo que no aprende
jamás la lección, Satán volvió a moverse en las sombras. Encontró
aliados y se conjuraron a despertar al Dragón.
La decisión tomada, el plan
de conquista del Imperio sobre la mesa, la nueva guerra, la Segunda
Guerra Mundial del Cielo, se hizo.
Otra vez los dioses y los
príncipes del Cielo fueron cogidos por sorpresa.
¡Santo Dios, cómo explicar
que esta nueva rebelión les hubiera estallado en la cara! Aunque
ganasen, y sobre la Victoria no tenían ninguna duda, la incapacidad
de la Casa de Dios para mantener la paz quedaría ya demostrada para
siempre.
La reflexión se impuso.
¿Qué estaba pasando?
¿Cómo era posible que simples
criaturas de barro se atreviesen a poner en duda la Veracidad del
Hijo Unigénito de Dios?
¿O simplemente se atreviesen
a soñar con obligar a Dios a hacer su voluntad y dar luz verde a
la transformación del Imperio en un Olimpo de dioses sujetos a una
ley de inmunidad frente a las leyes del Cielo?
XXXVI
Y así fue, la Segunda Guerra
Mundial del Cielo acabó de la misma manera. El Dragón fue neutralizado,
encadenado y custodiado hasta el regreso del Juez del Imperio.
Pero aquella fue una victoria
amarga. Una victoria que no le supo a triunfo a los vencedores.
Le habían fracasado por segunda vez a quien durante Su ausencia
les entregó la regencia universal. ¿Qué sucedería a Su regreso?
¿Cómo explicar lo que ellos mismos no podían entender?
Al cabo Dios y su Hijo regresaron
del Océano de las estrellas. De la mano traían un nuevo Reino, como
siempre con su Príncipe a la cabeza.
Con aquella alegría del Padre
que acaba de dar a luz un nuevo hijo, del Hijo que saluda el nacimiento
de un hermano pequeño, el Padre y el Hijo regresaron a Casa.
Aquí volvió a suceder lo
mismo. Por un instante el Hijo descubrió en el tono de su Padre
dando la orden de presentarse todos sus hijos delante de Él algo...algo
misterioso. Pero no pasó de ahí.
Y de nuevo Dios volvió a
perdonar a los Rebeldes.
Sin embargo, Él sabía que
urgía la necesidad de tomar medidas revolucionarias. No podía permitir
que una Tercera Guerra Mundial estallase durante su ausencia del
Cielo.
O reconfiguraba la estructura
de su Imperio o más tarde o más temprano su Creación se convertiría
en un Olimpo de dioses jugando a la guerra con la responsabilidad
del que tiene inmunidad total y absoluta frente a las leyes.
Él no podía permitir que
eso ocurriese. Así que se paró a buscar la respuesta que le exigían
los hechos.
Y así se hizo.
Dios encontró la respuesta.
Los acontecimientos le exigían
abrir su Creación a todos sus hijos. Así que la próxima vez que
el Espíritu del Creador extendiese sus alas sobre el Universo todos
sus hijos le acompañarían.
Del Sexto Día en adelante
la Creación quedaría transformada en un Espectáculo abierto a todos
los mundos. Y lo que es más, todos sus hijos participarían en el
proceso de formación de los Nuevos Mundos.
Esta fue la primera medida
en lo que respecta a cerrar la vía por la que andando el tiempo
el Paraíso de Dios se les convertía a sus criaturas en una prisión.
Maravillosa y lo que quieras, pero una prisión.
En cuanto al porqué los Pueblos
de su Creación no acababan de concebir su existencia como un Árbol
del cual ellos eran sus Ramas, Dios concibió la Creación de un Pueblo
Nuevo, formado por todos sus hijos, y en el que realizándose la
fusión de todas sus Civilizaciones en Una Nueva y Única, una vez realizada
su entrada en el Paraíso este Pueblo Nuevo haría las veces de la
argamasa necesaria para que los ladrillos se pegasen y formasen
un edificio compacto, sólido e indestructible.
La proyección de las Cinco
Civilizaciones de los Reinos existentes sobre la Vida Humana operaria,
en su fusión, el Nacimiento de esta Nueva Civilización que, desparramándose
por el Paraíso, los uniría a todos en el alma de esta Nueva Civilización
en la que se reflejaban y Vivian todas y cada una de las existentes.
Creada no para el Poder sino para ser el cuerpo del espíritu de
la Sabiduría en su Creación, el Pueblo Humano realizaría la Fusión
sin la cual había sido posible la Duda, madre de la Guerra.
En lo que respecta a la Duda
sobre si el Rey de reyes y Señor de señores del Imperio del Cielo
era Dios Hijo Unigénito, con sus ojos iban a verlo.
Así que al nacer el Sexto
Día de la primera Semana de la Creación tomó Dios a todos sus hijos
y los condujo al lugar de Origen, el Universo.
Creó Dios los Cielos y creó
la Tierra.
Creó la Tierra más allá de
las fronteras de las galaxias.
Y la creó allí para que vieran
sus hijos lo que había más allá del Cosmos, el Abismo cubierto por
aquellas Tinieblas a las que redujo el Único Dios Verdadero el Cosmos
Increado en aquella Hora que precedió al Nacimiento del Padre y
del Hijo.
A la vez despejaba la incógnita
sobre qué hay tras las fronteras del campo de las galaxias. Con
este gesto Dios les decía a sus hijos lo que le pasaría a cualquiera
que se atreviese a volver a desenterrar el hacha de guerra. La pena
contra el Rebelde sería la pena de destierro a las Tinieblas, de
donde no regresaría jamás, y donde por la eternidad habría crujido
de huesos y castañear de dientes.
Entonces una vez el escenario
construido, se sentaron todos los espectadores. Miró Dios a su Hijo,
Éste avanzó, y abriendo su boca dijo:
“Haya luz”.
Y LA LUZ SE HIZO HOMBRE…
PARA EL QUE TODO QUE QUIERA
VIVIR
VIVA PARA SIEMPRE
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