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BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA |
Los primeros monjes cristianos.San Basilio. San Jerónimo.San Benito
EL MONACATO OCCIDENTAL (360-743)
250-356 Vida
solitaria de San Antonio en Egipto.
300 San Pacomio: las primeras fundaciones de conventos en Egipto.
345-420 San Jerónimo,
propagador del monaquismo oriental en Italia.
360-361 San Hilario
funda el monasterio de Poitiers.
370 Difusión de los
ideales del monaquismo oriental en Occidente: Vita Antonii,
de Evagrios de Antioquía.
372-400 San Martín,
obispo y fundador de diversos monasterios en Tours.
395 Nimiand, discípulo de San Martín, funda en Inglaterra
la abadía Candida Rosa.
431 San Patricio
organiza la vida eclesiástica de Irlanda en torno a los monasterios, sede del
obispo y centro de formación de los sacerdotes.
451 El concilio de
Calcedonia ordena que se sometan los monjes a los obispos de sus respectivas
diócesis.
529 San Benito funda Montecassino y redacta la regla benedictina. 563 Extensión de los
monasterios de disciplina irlandesa por Escocia y Northumbria.
590 Gregorio I, monje benedictino,
597 Misión benedictina a Kent:
600-650 Erección de
monasterios irlandeses en la Galia (Luxeuil, 590),
Italia (Bobbio, 613) y Alemania (Saint-Gall, 645).
690 Primeros monasterios
benedictinos en Frisia.
716-754 Bonifacio, monje
benedictino
743 Los monasterios franceses adoptan la regla
benedictina.
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Miniatura de un manuscrito del siglo IX que representa a un grupo de cristianos escapando por mar de la persecución de los arrianos (Biblioleca Nacional, Parts). La huida de la sociedad fue una solución que adoptaron con frecuencia los hombres de los primeros siglos para librarse de la justicia o de mayores molestias. Algunos cristianos huyeron al desierto en busca de mayor perfección. Anacoreta quiere decir, precisamente, "el que sube al desierto". |
Los comienzos de la
vida monástica en el cristianismo están envueltos en una neblina difícil de
desvanecer. El ascetismo monástico fluye espontáneamente de los llamados
consejos evangélicos, invitación suprema de Jesús a la perfección espiritual;
pero el Cristo no fue un asceta ni dijo que el ascetismo fuese la sola manera
perfecta de vivir, como lo predicó el Buda. No se concibe el budismo sin la
vida conventual; en cambio, pasaron para el cristianismo más de dos siglos sin
que se sintiera gran necesidad de organizar el retiro monástico. No quiere
esto decir que el cristianismo aprendiera nada del budismo, ni que la vida
monástica ni el principio de renunciación llegaran a la cristiandad desde la
India lejana. Es cierto que en Alejandría y en Antioquía se hablaba de los
monjes budistas y se conocía de la India más de lo que nos figuramos, pero no
hacía falta el ejemplo del budismo para estimular a los cristianos del siglo IV
a retirarse al desierto para hacer vida de anacoreta. Leyendas indias se
infiltraron en el santoral cristiano: San Jerónimo habla del nacimiento del
Buda de una virgen-madre; habla de los monjes budistas, gmnosofistas,
que quiere decir anacoretas, filósofos
del bosque; pero trascendió hasta provocar curiosidad ni espíritu de emulación entre las gentes
cristianas.
Más derechos tendrían
a presentarse como antecesores de los monjes cristianos los esenios y
terapeutas judíos. Estos últimos sobre todo se habían establecido al otro lado
de la laguna Mareotis, detrás de Alejandría, y en
aquella comarca aparecen las primeras colonias de anacoretas cristianos de la
montaña de Nitria; Eusebio los tuvo por monjes de la
primitiva Iglesia de Alejandría. Pero no hay que buscar antecedentes
históricos al monasticismo cristiano; el afán de
soledad, el goce en la contemplación lejos del bullicio mundano se manifiestan
espontáneamente en los individuos que se hallan dotados de una mediana
capacidad espiritual. El alma insiste en imponer el retiro y la quietud, más
favorables para elevarse hasta el Esposo, imagen de Jesús, y que en la mística
cristiana ha servido siempre para expresar las más altas relaciones
espirituales de la unión con Dios por el amor.
Jesús lo había
explicado claramente en la parábola de las vírgenes fatuas y las prudentes;
recordó a Marta, la hacendosa, que María tenía la mejor parte, e hizo el elogio
del celibato cuando dijo que hay quienes se hacen eunucos a sí mismos por ganar
el reino de los cielos. San Pablo insiste en la superior condición de la
virginidad, y lo mismo hacen Orígenes, Tertuliano y la mayoría de los Padres
de los siglos I y II. Así ya no es de extrañar que las actas de los mártires
nos presenten tantos casos de jóvenes santas que hacen alarde de su virginidad,
sin haber tenido otra protección que el retiro que ellas mismas se procuraron
en la casa paterna. En el concilio de Elvira (año 306) se delibera acerca de
las “vírgenes consagradas ai Señor”. San Atanasio las
llama ninfas o esposas de Cristo y, a lo que parece, vivían en comunidad en
Alejandría. Pero no se hace mención todavía de monjes asociados para la vida en
común.
La pasión por la vida
monástica no se manifestó en el cristianismo hasta después de la paz de la
Iglesia. Mientras duraron las persecuciones se creía cobardía escapar al
desierto. En las grandes capitales era donde los cristianos estaban más
vigilados y perseguidos, y allí debían permanecer las personas piadosas para
dar testimonio de su fe, al lado del obispo.
Con las donaciones de
Constantino y con las disputas teológicas del arrianismo, la atmósfera de las
iglesias se hizo irrespirable para muchos. Los cargos eclesiásticos, acompañados
de honores públicos y donativos, no eran siempre a propósito para mantener a
los beneficiados en una piadosa austeridad. Empezó pronto a notarse entre
clérigos y laicos este mal humor que en algunos aspectos perdura hasta
nuestros días. San Pacomio,
el fundador de la primera regla de monjes, aconseja a sus discípulos que eviten
el trato de las mujeres, así como el de los obispos. En cambio, San Agustín
afirma que entre los monjes ha encontrado los mejores y los peores cristianos.
La historia de los
monjes cristianos se hace siempre empezar por San Pablo, ermitaño, y San
Antonio. El primero, ermitaño egipcio, se supone que huyó al desierto cuando la
persecución de Decio, el año 250. Allí fue a
visitarlo, el año 340, San Antonio, clérigo de Alejandría. Pese a su soledad,
de casi un siglo, el ermitaño mostró su curiosidad preguntándole al recién
llegado: “¿Qué hacen los hombres? ¿Hay todavía ciudades? ¿Quién gobierna el
mundo? ¿Quedan aún gentes para ser presa del demonio? Un cuervo trájole aquel día doble ración de pan y, confortados por
una larga conversación, San Antonio se despidió de San Pablo. Cuando volvía a
visitarle, por el camino tuvo la inspiración de que había muerto. Halló helado
su cadáver, pero con las manos extendidas aún hacia lo alto; unos leones
excavaron la fosa, y San Antonio se llevó como reliquia la túnica de palma del
ermitaño. Esto es cuanto sabemos de San Pablo.
San Antonio, en
cambio, es una personalidad de gran relieve. Nació de familia poderosa del
Alto Egipto; sólo hablaba la lengua copta. No tuvo educación literaria ni
quería libros, pero se sabía de memoria los textos bíblicos. A los que le
reprochaban su ignorancia, les contestaba: “¿Qué fue primero, la inteligencia o
la ciencia? Mi libro es la Creación, que puedo leer siempre que quiero”. A
un monje ciego lo consolaba diciendo: “Hasta las moscas pueden ver con los ojos
de su cuerpo; pero con los ojos del alma, sólo nosotros y los ángeles, que ven
a Dios”. San Antonio repartió sus bienes entre los vecinos de su pueblo y se
marchó de allí para instalar su morada en uno de los sepulcros tallados en la
roca que tan abundantes son en la Tebaida. Después pasó veinte años solo, en
las ruinas de un castillo egipcio. De allí marchó al árido desierto entre el
Nilo y el mar Rojo, comiendo dátiles y pan, que le daban de limosna los
beduinos. Hasta allí iban los demonios, para tentarle con imágenes obscenas o
amedrentarle con dragones y fieras; pero “el demonio acaba las fuerzas si se le
combate con oración, penitencia y ayuno”.
Dos veces fue San
Antonio a Alejandría:
San Antonio no llegó
a organizar una comunidad, con su regla monástica, pero ya no vivió
completamente solo. Tenía a su alrededor varios discípulos y comunicaba con
ellos, y aun celebraban juntos los divinos oficios, reservando para la Pascua y
Pentecostés la túnica de hojas de palma que heredara de San Pablo el ermitaño.
El primer organizador
de las sociedades monásticas, el verdadero padre de la vida cenobítica, es San Pacomio, otro egipcio (nacido en 292) que había sido
soldado. Acaso el recuerdo de la disciplina militar le estimuló a organizar a
los monjes. La palabra monje viene de la griega moñacos,
que quiere decir solitario. Pero Pacomio comprendió
ya que el retiro perfecto sólo podía obtenerse
Por esto el Oriente mira a San Basilio, llamado el Grande, como el fundador monástico por excelencia. San Basilio es algo posterior a San Pacomio; nació el año 329 en Capadocia, en las tierras altas del Asia que lindan con el mar Negro. A la edad de veintidós años fue enviado a la universidad de Atenas, que se hallaba ya en el ocaso, pero gozaba todavía de cierta reputación. Allí se encontró con San Gregorio Nacianceno, su compañero entrañable desde entonces, y otro condiscípulo suyo en la universidad fue el propio sobrino de Constantino, que después tenía que ser Juliano el Apóstata. Terminados los estudios académicos, que imprimieron profunda huella en su carácter, Basilio acabó su preparación viajando por Palestina y Egipto. Allí vio a los monjes, la gran novedad de la época, cuya vida estudió a fondo, y los clasificó en cuatro clases, a saber: los anacoretas solitarios; los que viven en grupos; los que viven en comunidad, y, por fin, los ascetas itinerantes, sin morada fija, célibes y en peregrinación constante de iglesia en iglesia. Para San Basilio la vida monástica perfecta (¡quién sabe si no influirían en él los recuerdos de la Academia de Platón!) era la sociedad de personas espirituales, cuyas relaciones han sido fijadas de antemano por medio de reglamentos perpetuos, razonados, hoy diríamos científicos. |
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Detalle, de una
pintura sobre tabla, de Starnina, titulada “Tebaida”
(Galería Uffizi, Florencia).
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La vida de San Antonio
ha tentado la inspiración de muchos artistas. Las "Tentaciones", por S.
Dalí (Colección particular, Bruselas), son la plasmación de la lucha del santo
consigo mismo para privarse de toda comodidad material y llegar al perfecto
dominio de las pasiones.
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MONAQUISMO ORIENTAL Y
ESTADO BIZANTINO
Muchos de los monasterios orientales se hallaban situados en las ciudades (Constantinopla está llena de conventos) y en estrecho contacto con el pueblo. sobre el que tiene una influencia superior a la de la iglesia no regular. Los monjes proceden del pueblo y guardan por ello una facilidad de comunicació y una afinidad de intereses con éste. Grente a la discretio que aconsejaba San Benito, el monaquismo oriental es desde sus principios un monaquismo heroico, en el que los monmjes son verdaderos campeones del ascetismo y la penitencia. El pueblo seguía con devoción las hazañas de los monjes santos.La vida monástica es muy atractiva para las masas y son numerosas las personas que, jóvenes o maduras, ingresan en los conventos. No se pusieron, sin embargo, cortapisas a las donaciones piadosas, que, como en Occidente, convirtieron a los monasterios en potencias económicas. La influencia, el
prestigio, la independencia económica de le factores principales de la historia
del Imperio.
Los monjes forman a menudo el núcleo de la oposición al emperador si éste no les favorece suficientemente. Distintos de la Iglesia secular, sumisa y cortesana, los monjes son una fuerza irreductible por su número y el apoyo popular, en las disputas políticas o religiosas. Los monjes elaboran,
al margen del emperador y de la Iglesia constituida, su propia teología, que
para subrayar la independencia frente al estado, no dudará en llamar en su
auxilio al papado occidental.
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Los padres de la Iglesia llamados capadocios, San Basilio, San Gregorio Niseno y San Gregorio Nacianceno, en una miniatura del siglo IX (Biblioteca Nacional, París). San Basilio insistió, teórica y prácticamente, en que el medio normal de la vida monástica era la comunidad, a imitación de los primeros cristianos. Fundó un monasterio en su país, Capadocia, y tuvo continuos contactos teológicos con los dos Gregorios |
San Basilio empezó
por retirarse a la heredad paterna, en Capadocia, que describe en estos
términos: “Una alta montaña, cubierta de bosques, nos envía varias corrientes
de agua fresca y transparente. Estas aguas enriquecen el llano, embellecido por
grupos de espesos árboles que superan en belleza a los de la isla de Calipso,
cantada por Homero”. Hasta en sus escritos más piadosos, Basilio recuerda con
gusto a los clásicos, poetas, dramaturgos y filósofos. Continuando la descripción
de su heredad añade: “El lugar parece una isla, porque está encerrado entre
barrancos, y el río, después de precipitarse en cascada sobre el valle, forma
una corriente imposible de vadear... Allí yo soy el dueño y señor. Detrás de mi
casa, una cañada va subiendo hasta la cresta, desde donde se ve todo el llano.
El río, después de correr desbocado, acaba en un plácido lago. ¿Cómo encarecer
el perfume de la tierra, las brisas del aire, la multitud de flores y el canto
de los pájaros? Sin embargo, el mejor elogio del lugar es que, siendo a
propósito para producir toda clase de frutos, produce el más dulce para mí, o
sea la quietud”. En este lugar predilecto, a las márgenes del Iris, implantó
San Basilio su primera colonia de monjes regulares. Su hermana Macrina se reservó la casa paterna, al otro lado del río,
para un monasterio de religiosas.
Allí vivió Basilio
sólo tres años con su amigo Gregorio y algunos otros que se les fueron
asociando. Demasiado pronto, tanto él como San Gregorio, fueron arrancados de
aquel retiro para servir a la Iglesia como obispos. Pero, a pesar de sus
ocupaciones episcopales, San Basilio supo disponer de tiempo para escribir las
dos colecciones de Reglas que rigen todavía la vida monástica en Oriente. Y
recordemos que el propio Basilio dice que por Oriente hemos de entender las
Las dos colecciones
de Reglas de San Basilio no guardan la codificación sistemática que
encontramos más tarde en la Regla de San Benito. Las denominadas Reglas largas,
de San Basilio, están escritas en cincuenta y tres preguntas y respuestas,
confirmadas con citas de las Sagradas Escrituras. Las llamadas Reglas cortas
resuelven trescientos trece casos que pueden presentarse en la vida diaria del
monje que vive en comunidad. Aunque resulta bien claro el espíritu de las
Reglas, y en Oriente han servido hasta hoy, a los occidentales nos sorprende
la falta de organización y método de aquel catecismo monástico. Sin embargo,
una vez más se comprueba que lo que importa es la sinceridad, la fe, el buen
deseo, que no le faltaban a Basilio.
La vida ascética era
para él ni más ni menos que el cristianismo en toda su pureza. El monje es el
mejor cristiano. Por tanto, el monje procurará imitar a Jesús y a los apóstoles
hasta en las más pequeñas cosas. Los monjes deben estudiar las Escrituras, pero
sólo los que estén preparados y debidamente escogidos por el superior. Estos
monjes, versados en los textos bíblicos, forman un consejo, que es el que
elige al superior y puede amonestarlo en caso de error grave. A este mismo
consejo puede apelar el monje que se crea injustamente tratado por el superior.
Pero este consejo no es ejecutivo: “Debemos impedir —dice Basilio (Regla larga,
31)— que se desarrolle un régimen democrático”. Cuando falta el superior, uno
de los monjes letrados gobierna en su lugar. Hay que combatir “la tendencia a
la turbulencia”,dice San Gregorio Nacianceno, refiriéndose a los monasterios.
Por esto se da tanta importancia al cargo de superior; ya San Pacomio, en Egipto, había experimentado visiones en las
que los ángeles ayudaban a los superiores de sus monasterios.
Los monjes basilios debían siempre humildemente obedecer al superior.
Los casos de indisciplina se trataban primeramente como una enfermedad,
enviando a los díscolos al hospital. El superior era como un médico para los
que sufren. “Busca cuidadosamente tu guía; escoge uno que sea rico en
virtudes, que ame a Dios y esté versado en las Escrituras... Si encuentras un
hombre así, obedécele sin discutir.” “En realidad, todo el bien del monasterio
proviene del superior.” Si el tratamiento de la enfermedad de rebeldía no ha
curado al monje, “será necesario considerarle como un miembro corrompido c inútil
y extirparlo del cuerpo de la comunidad”. Esto es, será expulsado del
monasterio, porque “insubordinación y desconfianza son consecuencia de una
multitud de pecados, fe
Ocho veces al día se
reunirían los monjes para la oración; San Basilio describe poéticamente el
color místico de cada una de estas ocho horas. Pero no por esto los monjes estaban
dispensados de trabajar y los oficios más apropiados para ellos eran las faenas
del campo, tejer lana, hacer zapatos, obras de albañilería, carpintería y
herrería. La Regla larga repite las palabras de San Pablo: “El que quiera
comer, que trabaje”. Gregorio, el amigo de Basilio, y que ya hemos dicho que
estuvo a su lado en los primeros meses de la fundación de su monasterio, le
recuerda cómo ambos trabajaban en el huerto. “¡Ah, si pudiésemos volver a
aquellos días en que trabajábamos de la mañana a la tarde! A veces cortando
leña, otras desbastando sillares, plantando árboles, o arrastrando juntos la
pesada carreta, llegábamos a la noche con
Los monjes basilios pueden viajar para asuntos importantes, pero han
de ir dos en compañía; pueden tener bienes personales, y pueden hasta vivir
aislados en el monasterio. El objetivo no es establecer un modelo de
comunidad, sino procurar el mayor desarrollo espiritual de cada uno. Por esto
hay cierta laxitud en las Reglas, cierto respeto de conciencia que impidió la
sistematización en los escritos de San Basilio, pero es también
|
Pintura sobre tabla del siglo XIII que representa a San Martín de Tours con diversas escenas de su vida (Museo de Arte de Cataluña, Barcelona). Tras una juventud militar y una tardía conversión, San Martín fundó cerca de Poitiers un monasterio, el primero de la Galía, a imitación de la tradición egipcia. Arrebatado del monasterio para ser hecho obispo de Tours, siguió, incluso en el episcopado, el régimen de vida monástico |
Angulo interior de la cripta de la abadía de San Víctor, en Marsella. Esta construcción de tipo premerovingio se remonta al siglo IV, pues se sabe que Casiano fundó aquí un cenobio. Cuando el sur de Francia se pobló de monasterios, éste Jue el centro jurisdiccional de todos ellos. |
LOS MOVILES DE LOS PRIMEROS MONJES
Algo que ayuda a
comprender el fenómeno del monaquismo es la actitud aparecida en el
cristianismo de desconfianza hacia la carne, hacia la idoneidad de los apetitos
de la naturaleza humana y de los instintos humanos para dirigir la conducta
del hombre. No en vano en esta época va configurándose una de las doctrinas
fundamentales del cristianismo: el pecado original y la maldad que afecta a la
naturaleza del hombre. Doctrinas ya entonces controvertidas desde diferentes posturase intereses, y base del enfrentamiento moderno
entre cristianismo e Ilustración. Cuando el pensamiento postilustracionista ataca agudamente la "epidemia" del monasticismo, seguramente refleja algo de su gran dogma
sobre la bondad natural del hombre.
También ha de
señalarse, junto a la idea de huida escapista, lo que pueda haber de cierta búsqueda
de independencia del hombre en el caos político cultural del tiempo, a través
del total abandono a la total confianza y providencia de Dios. Renuncia al
mundo, sometimiento de la carne, pasión por la perfección cristiana y cierto modo de huir del mundo conflictual y de liberarse de
las convenciones y obligaciones ciudadanas. Contemporáneo de los movimientos monasticistas, Atanasio padecía destierro tras destierro y
luchaba por mantener una ortodoxia ya en conflicto con las diversas
aproximaciones filosóficas y vitales en su esfuerzo interpretante de la
doctrina evangélica. Mientras que en el monasticismo habitaba muchas veces la ignorancia y la superstición religiosa.
Sin embargo, este
tipo de generalizaciones no han de ser aplicadas de la misma manera a todos
los tipos de manifestaciones monásticas. Y es necesario, sin perder de vista
este punto de partida general, distinguir al menos los principales momentos de
su desenvolvimiento, para poder determinar su más precisa significación
histórica.
Hay un buen número de
movimientos que los historiadores califican de exagerados, desviados,
extravagantes, etc., pero que a veces, por lo mismo, se marginan como si no
tuvieran valor indicativo. Y, sin embargo, en las épocas de cambios profundos y
crisis los movimientos exagerados y radicales ayudan a delimitar las posturas
de tipo dominante y con pretensiones de equilibrio y de madura posesión de la
verdad. No es conveniente dejar en el olvido que unas y otras posturas pertenecen
en su generalidad y básicamente al
Entre los movimientos
de carácter extravagante se citan los estilitas, que vivían largos años de su
vida sobre una columna. Los inclusos, los cuales vivían en celdas totalmente
tapiadas y que conservaban un agujero de comunicación al exterior. Los
sarabaítas, que se consideraban inspirados por Dios y efectuaban las mayores
rarezas. Los remoboth, de Siria, especie de
iluminados que se aprovechaban de ello para adquirir estima en el pueblo. Los pabulatores, nómadas o vagabundos que decían
alimentarse de hierbas y raíces. Y, finalmente, los giróvagos, llamados así
porque andaban revoloteando de un lado para otro bajo el pretexto de una mayor
santidad... Y no era extraño que a veces algunos de ellos capitaneasen ataques
contra judíos y paganos. En ocasiones, sus características nómadas y su formación
en colonias recuerdan fenómenos contemporáneos, en desafío contra las
estructuras sociales dominantes.
Ahora bien, por
encima de una valoración particular de cada extravagancia, y teniendo en
cuenta que algunos de estos movimientos contribuían enormemente a que otras
manifestaciones monásticas más organizadas fueran desacreditadas -por algo los
obispos se preocuparon de tomar medidas enérgicas contra, los abusos-, estos
grupos sirven para valorar la abundancia de actitudes cristianas que negaban
los derechos de la organizada sociedad secular. Movimientos exagerados, pero patentizadorés de la repugnancia cristiana hacia la
estructura social clásica y hacia el mundo de la "razón" clásica. Es
decir, manifestaciones radicales de la incompatibilidad absoluta de la
Iglesia cristiana y estado imperial. Resistencia a que el cristianismo fuese
manejado por las pretensiones cesareopapistas de los
emperadores "conversos".
Pero, indudablemente,
esos movimientos no hubieran sido eficaces en su protesta y reivindicación si
no se hubiesen dado otras posturas que supieron reflexionar y fundamentar
bíblicamente su camino de soledad y renuncia, y que contaban con la aprobación
de la jerarquía eclesiástica. Es aquí donde cobra importancia la obra de
Antonio y Pacomio, que comenzaron a congregar en
torno a sí a los más diversos eremitas bajo una orden y regla común, con la pretensión
de encauzar el eremitis- mo incontrolado.
Una vez más será
necesario insistir
Es necesario volver a
recordar la situación de cambio revolucionario, militarización y
burocratización del estado, desfigurado por la tradición política
grecorromana, las cargas económicas al contribuyente, mientras el emperador
reclamaba adoración; protestas, revueltas campesinas, muertes violentas para
los emperadores, terrorismo, inflación económica y aparición de especuladores,
a quienes tanto se empeñó en combatir Diocleciano, etc. Período de crisis, al
que además faltó un análisis de tipo intelectual y mpral que orientase la mente grecorromana. De esta manera, al tradicional enfrentamiento
cristianismo-clasicismo vinieron a añadirse nuevas razones y circunstancias
históricas que favorecieron la huida al desierto.
No deja de ser
significativo que uno de los iniciadores de la vida ermitaña sea aquel rico
ciudadano de Tebas llamado Pablo, posteriormente San Pablo Ermitaño, a fines
del siglo III y principios del IV. Significativas
también aquellas palabras de San Cipriano: "Contempla las sendas cerradas
por bandidos, el mar bloqueado por piratas, el horror y esparcimiento de sangre
de la lucha universal. Chorrea el mundo de mutuas matanzas: el homicidio,
estimado crimen cuando lo perpetran los individuos, es tenido por virtuoso si
se le comete públicamente...". Y en otra ocasión escribía: "...Menos
y menos, bloques de mármol son extraídos de las exhaustas colinas; menos y
menos, los criaderos gastados ceden sus depósitos de oro y plata; día tras
día, las empobrecidas vetas se acortan hasta extinguirse. Faltan al campo,
labradores; al mar, marineros; al campamento, soldados. La inocencia abandona
el foro; la justicia, el tribunal; la concordia, la amistad; el ingenio, el
arte; la disciplina, la conducta". Así afirmaba San Cipriano en su
convicción de que la inminencia del fin estaba próxima.
J. M.a P.
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La torre de San Honorato en la isla del mismo nombre del archipiélago de Lerins. En esta isla, San Honorato fundó un monasterio del que irradió la devoción monástica, por lo que el lugar se convirtió en destacado centro de espiritualidad. Para rechazar los alagues de árabes y berberiscos, los monjes de San Honorato edificaron este torreón-refugio que aún se conserva. |
INTERESES MONACALESEn el año 349, los
clérigos y sus hijos fueron exentos de las cargas personales, de las
obligaciones curiales y de los impuestos sobre negocios. En el 361, después
de haber rechazado la descarada pretensión del sínodo eclesiástico de Aruminio (hacia el 359 ó 360)
acerca de la exención de obligaciones públicas sobre los iuga o unidades de tierra imponible, confirmando la inmunidad de los pequeños
negocios de clérigos, el espíritu general de la política estatal se expresó en
la exención de obligaciones para aquellos que se consagrasen a la "ley
cristiana", es decir, pára los monjes.
De esta manera, junto
a la bien conocida utilidad del trabajo de los monjes en el cultivo para
sustentar su organizada comunidad, vino a añadirse el inicio de una serie de
privilegios que haría de los monasterios lugares importantes en cuanto a su
riqueza y cobijo material, además de espiritual, de las personas necesitadas.
Sin embargo, sería
injusto resolver el planteamiento anterior en una explicación meramente
natural-historicista, en la que el monasticismo fuera
un mero producto de la crisis politicosocial y de un
oportunista cobijo bajo el favor constantinista. Son
muchos los historiadores, tanto actuales como antiguos, a pesar de los excesos
originales de la vida monástica, que logran descubrir en ella elementos de
genuino valor espiritual.
Estos elementos de
carácter espiritual se hicieron más patentes conforme los movimientos de monjes
fueron constituyéndose en formas más organizadas de vida, planteándose
consiguientemente sus racionalizadas maneras de supervivencia. Pero no se crea
que de buenas a primeras surgía una comunidad más o menos parecida a las que
luego vinieron a constituirse.
Eran muchos los que
estaban fuera del alcance de autoridades civiles y militares, no siendo, a
veces, nada fácil mantener la estabilidad. En adelante, para valorar exactamente
el proceso de las comunidades organizadas será necesario considerar el
desenvolvimiento diferente que unas y otras tendrán, con su consiguiente significación
diversa, tanto en Oriente como en Occidente.
Nacidas en un mismo
momento, se hallaron circunstanciadas por el diferente desarrollo histórico
del Imperio dividido. Entonces se comienza a valorar las obras de saneamiento
de terrenos baldíos y pantanosos, el desarrollo de la agricultura, etc. Pero
el posible elogio no habrá de ser hecho sin tener en cuenta esa profunda experiencia
de crisis que llevaba al pueblo a recogerse y ponerse bajo la protección de
comunidades organizadas -que con el tiempo encajarán en Occidente de lleno en
el sistema feudal- y que en Oriente supondrán un papel parecido aun con
estructura social diferente.
Naturalmente hay que
colocar dentro de un proceso evolutivo histórico el por qué estas comunidades
organizadas llegaron a prevalecer de tal manera en el pueblo, con un creciente
prestigio no sólo de orden religioso, sino también económico.
Sin duda, el favor
imperial, su exencióh de impuestos, el sentido de una
fe empobrecida que encaminaba a los pobres hacia los monasterios en busca de
consuelo moral y material configuró la vida de los monasterios en algo que
antes, tal vez, no pudo ser previsto por sus fundadores, pero que se halla
encuadrado perfectamente en el proceso del decadente Imperio y la aparición de
una nueva sociedad, tanto más amplia en Oriente, donde el monaquismo se veía
influido ciertamente por los esfuerzos que el Imperio hizo en sobrevivir,
aunque más como bizantino que como romano.
Así aumentó la
importancia del papel representado por los monjes, llegando a suponer, además
de una no muy pujante influencia religiosa -pues su formación religiosa no
siempre era loable y suficiente para combatir formas primarias de carácter más
o menos supersticioso, una importante fuerza política. Sus grandes posesiones y su aceptación por parte del pueblo
obligaba a los emperadores a buscar el acuerdo con los monjes, aumentándoles
sus privilegios.
Debido a estas
circunstancias, cuando posteriormente se produjo el famoso conflicto con los
iconoclastas-movimiento religioso y de carácter culturalista que, perteneciendo
a la región de donde era oriundo el emperador León el Isaurio,
se convirtió en el partido político dominante-, habrá de ser visto no
simplemente como una herejía, sino como una decidida voluntad, ante la presión
musulmana en las mismas puertas de Constantinopla, de arrancar a los monjes
una de sus fuentes de riqueza y de atracción religioso-moral (la venta de iconos),
como intento de salvar la necesidad de un poderoso ejército, dada la necesidad
de hombres y dinero.
Por todo ello, no es
extraño que al estudiar la historia económica de esos primeros siglos ocupen
tan importante lugar los monjes en el desarrollo de la economía agraria. Pero
tampoco será extraño que muy pronto el poder alcanzado con su agrupación,
además de ser instrumento de caridad de la providencia divina de cara al pobre
y al necesitado, sea estudiado como poderosa fuente de crédito en la difícil
situación de la sociedad occidental y oriental.
Para concluir, se
podría hacer referencia a los diversos modos de vida que se fuéron adoptando en los monasterios, así como la procedencia de los individuos que los
llenaban. A veces, casi sin querer, se proyectan modos modernos de entender
la vida espiritual y contemplativa, propios de tiempos relativamente recientes.
No se
En otras ocasiones,
el historiador no se libera suficientemente de unos criterios de
estratificación social pertenecientes a los tiempos modernos. Pero cuando se
lee a San Gregorio de Tours, a San Isidoro de Sevilla o a Venancio Fortunato
como importantes testigos de su tiempo, en el que la decadencia de ideas,
principios y creencias era patente, no es extraño que la vida monacal también
sufriera algo de esa desarticulación social. Al fin y al cabo, el cristianismo
ya no era entonces una sola línea de doctrina, sino que se había subdividido
en un complejo y variado torrente de teorías.
Las costumbres de la
nueva aristocracia romano-germánica penetraron en los monasterios. Venancio
Fortunato da la descripción de un refinado banquete en el monasterio de
Poitiers y de un juicio ante un tribunal eclesiástico, que juzgaba las
acusaciones de Chrodielda contra la abadesa Basina -hacia el año 590, según narra San Gregorio de Tours-, mostrandoque los
monasterios, que debían ser reductos donde se cultivase la vida ascética, recibían
tales influencias que había algunos monasterios de monjas que poseían baños y
en los que incluso estaba permitido jugar a los dados.
El mismo San Gregorio
de Tours hacía esta recomendación al abad Dagulfo,
con ocasión de que el monje San Columbano resultó
curioso al rey por sus cualidades de intransigencia, las cuales le diferenciaban
de los demás: "Esté ejemplo debe enseñar a los clérigos a no tener
comercio con las mujeres del prójimo, lo que les prohíben las leyes canónicas
así como todas las Santas Escrituras, y contentarse con aquellas que puedan
poseer sin crimen". Y San Isidoro testimoniaba como reflejo de su tiempo:
"Mucho mejor es que haya buenas costumbres que no riquezas: sin embargo,
hoy más se busca la riqueza o belleza que no la probidad de las costumbres".
Sin embargo, por
encima de interpretaciones disolutorias, lo mismo
que al margen de interpretaciones triunfalistas que se empeñan en ver lo que
la Historia no dice, el monaquismo a lo largo de los siglos fue saliendo
adelante, cón sus adaptaciones propias a las
diversas situaciones, con sus experiencias conflictuales en tiempos de
profundos cambios y crisis, y logró conservar ese impulso espiritual que entre
reformas y conflictos ha logrado pervivir a través de las más diversas
estructuras sociales.
J. M.“ P.
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San Jerónimo abandonando Roma para ir a retirarse a Belén, miniatura de una biblia del siglo IX (Biblioteca Nacional, París). Tras unos años de formación espiritual cerca de Antioquía, San Jerónimo fue a Roma, donde sirvió de secretario al papa Dámaso e hizo numerosos prosélitos para la causa del monaquismo. Trasladado a Belén, allí se estableció, dedicándose a la oración y al trabajo de la pluma. |
Miniatura del salterio de Carlos el Calvo, del siglo IX, que representa a San Jerónimo escribiendo (Biblioteca Nacional, París). Entre la producción literaria de San Jerónimo quedan muchas cartas personales de dirección espiritual, un tratado sobre los varones ilustres y la versión directa del hebreo al latín del Antiguo Testamento, texto de la Biblia Vulgata. |
San Benito, por Laurent Delvaux (Iglesia de Santa Gúdula, Bruselas). El patriarca del monaquisino occidental experimentó personalmente todas las formas monacales. Primero Jue anacoreta en la gruta de Subiaco, luego fue hecho superior de la reunión de cenobios de Vicóvaro y más tarde se trasladó a Monlecassino, donde fundó un gran monasterio y escribió la regla que rige aún hoy a la orden benedictina. |
¡Miniatura de un manuscrito de la escuela de Montecassino que representa al rey godo Totila en visita a San Benito (Biblioteca Vaticana). En este encuentro, cuenta la tradición que el santo reprendió al rey por su crueldad para con los pueblos vencidos y le impuso una dura penitencia. |
San Benito dando la regla a los monjes de Montecassino, miniatura de un manuscrito del siglo VIII (Biblioteca Real, Nápoles). La famosa regla de San Benito es el primer cuerpo ordenado y completo de normas de conducta monacal redactado en base a la Sagrada Escritura y a las obras de los padres del monacato oriental. |
Uno de los lados de la urna de madera pintada, procedente de la abadía de Lerinscon escenas de la vida de San Honorato (Catedral de Crasse) |
Angel copto , Museo de Atenas |