CURIOSIDADES MITOLÓGICAS

 

Averiguada cosa y cierta es que Tubal, hijo de Jafet, nieto de Noé, vino a España; mas en qué lugares hiciese su asiento, y qué parte primeramente comenzase a poblar y cultivar, no lo podemos averiguar, ni hay para qué adivinarlo, pues algunos piensan que fue en la Lusitania, otros que en aquella parte que se llama hoy Navarra. Así lo creen los Portugueses de Setúbal, pueblo de Portugal, los Navarros de Tafalla y Tudela, los cuales lugares más por la semejanza de los nombres que por prueba bastante que tengan para decir, sospechan fueron poblaciones de Tubal. Pensar y decir que toda la provincia se llamó Setubalia del nombre de su fundador (lo que algunos afirman sin probabilidad ni apariencia, ni a propósito aún para entremés de farsa) las orejas eruditas lo rehúyen oír, porque ¿qué otra cosa es sino desvarío y desatinar, reducir tan grande antigüedad como la de los principios de España a derivación latina, y juntamente afear la venerable antigüedad con mentiras y sueños desvariados como éstos hacen?, pues dicen que Setubalia es lo mismo que compañía de Tubal, como si se compusiese este nombre de coetus, que en latín quiere decir compañía, y de Tubal.

Otros contaron entre las poblaciones de Tubal a Tarragona y Sagunto, que hoy es Monviedro, cosa que en este lugar no queremos refutar ni aprobar. Lo que acontece sin duda muchas veces a los que describen regiones no conocidas y apartadas de nuestro comercio, que pintan en ellas montes inaccesibles, lagos sin término, lugares o por el hielo o por el gran calor desiertos y despoblados; además de esto ponen y pintan en aquellas sus cartas o mapas, para deleite de los que los miran, varias figuras de peces, fieras y aves, hábitos extraños de hombres, rostros de pintas extravagantes, lo cual hacen con tanto mayor seguridad, que saben no hay quien pueda convencerlos de la mentira; lo mismo me parece ha acontecido a muchos historiadores así de los nuestros como de los extraños, que donde faltaba la luz de la historia, y la ignorancia de la antigüedad ponía un como velo a los ojos para no saber cosas tan viejas y olvidadas, ellos con deseo de ilustrar y ennoblecer las gentes cuyos hechos escribían, y para mayor gracia de su escritura, y más en particular por no dejar interpolado como con lagunas el cuento de los tiempos, antes esmaltarlos con la luz y lustre de grandes cosas y hazañas, por sí mismos inventaron muchas hablillas y fábulas.

Dirás: concedido es a todos y por todos consagrar los orígenes y principios de su gente, y hacerlos muy más ilustres de lo que son, mezclando cosas falsas con las verdaderas: que si a alguna gente se puede permitir esta libertad, la Española por su nobleza puede tanto como otra usar de ella por la grandeza y antigüedad de sus cosas. Sea así, y yo lo consiento, con tal que no se inventen, ni se escriban para memoria de los venideros fundaciones de ciudades mal concertadas, progenies de Reyes nunca oídas, nombres mal forjados, con otros monstruos sin número de este género, tomados de las consejas de las viejas o de las hablillas del vulgo; ni por esta manera se afee con infinitas mentiras la sencilla hermosura de la verdad, y en lugar de luz se presenten a los ojos tinieblas y falsedades; yerro que estamos resueltos a no imitar, dado que pudiéramos de él esperar algún perdón por seguir en ello las pisadas de los que nos precedieron.

Y mucho menos pretendemos poner a la venta las opiniones y sueños del libro que poco hace salió a luz con el nombre de Beroso, y fue ocasión de hacer tropezar y errar a muchos. Libro, digo, compuesto de fábulas y mentiras por aquel que quiso con divisa y marca ajena, como el que desconfiaba de su ingenio, dar autoridad a sus pensamientos (a ejemplo e imitación de los mercaderes que para acreditar su mercadería usan de marcas y sellos ajenos), sin saber bastantemente disimular el engaño, pues ni habla seguidamente, ni están por tal manera trabadas y atadas las cosas unas con otras, las primeras con las de en medio, y éstas con las postreras, que no eche de ver la huella de la invención y mentira, mayormente si de la luz de los antiguos escritores que nos ha quedado (pequeña, cierto, y escasa, pero en fin alguna luz) nos queremos aprovechar. Así que lo que nació de la oficina y fragua del nuevo Beroso, que Noé después de largos caminos venido a España y fue el primero que fundó Noela en Galicia y Noega en las Asturias, es una mentira hermosa y aparente por su antigüedad, y aunque hacen Plinio, Estrabón y Ptolomeo mención de estos pueblos, como tal invención la desechamos. Ni queremos recibir lo que añade el dicho libro, que el río Ebro se llamó Ibero en latín, y toda España se dijo Iberia de Ibero hijo de Noé, como quiera que sea antes verosímil que los Iberos que moraban en el Ponto Euxino entre la Cólquide y la Armenia, cercados entre los montes Cáucasos vinieron en gran número en España, y fundado que hubieron la ciudad de Iberia cerca de donde hoy está Tortosa, comunicaron su nombre y le pusieron primero al río Ebro, después a toda la provincia de España; de la manera que algunos piensan del río Arga o Aragón que tomó este nombre de otro del mismo apellido que hay en aquella Iberia. El nombre de Celtiberia, con que también se llamó España, de los Iberos y de los Celtas se derivó y se compone; porque los Celtas, pasados los Pirineos, y venidos en España de la Galia comarcana (y también Apiano pone los Celtas en la España Citerior) mezclando la sangre y emparentando con los íberos, hicieron y fueron causa que de las dos naciones se forjase el nombre de Celtiberia. Ni es de mayor crédito lo que dicen que Idubeda hijo de íbero dio su nombre al monte Idubeda, de cuyos principios y progreso arriba se dijo lo que basta.

Añaden que Brigo, hijo de este Idubeda, por ver multiplicada mucho la gente de España en número, riquezas y autoridad, envió colonias y poblaciones a diversas partes del mundo, y entre éstas una fue Brigia dicha así de su nombre, que después se llamó Frigia en Asia, donde estaba situada la ciudad famosa de Troya; y que en los montes Alpes uno de los capitanes de Brigo fundó una Varóbriga, otra en la Galia Latóbriga. Para perpetuar, es a saber, ellos su memoria, y ganar de camino la gracia de su Señor, fundaron nuevas poblaciones de su nombre. Dióse crédito a esta mentira aparente porque Plinio refiere pasaron de Europa los Brigas, y de ellos cierta provincia de Asia se llamó Frigia, y como en España muchas ciudades se llamasen Brigas, como Miróbriga, Segóbriga, Flavióbriga, imaginaron que en ella había vivido y reinado algún Rey autor de los Brigas, y fundador de Troya y de muchas ciudades que tenían aquel nombre de Brigas en España. Como quiera que fuese necesario creer que los Brigas que pasaron en Asia, hubiesen salido de España. Además que Conon en la Biblioteca de Focio dice que Mida fue Rey de los Brigas cerca del monte Brimio, los cuales pasados en Asia se llamaron Frigios. Esto para lo que toca a los Brigas que pasaron a Frigia. De los pueblos que tenían el apellido de Brigas en España, era fácil entender que en la antigua lengua de España las ciudades se llamaron Brigas comúnmente, o lo que tengo por más verosímil, que las naciones septentrionales muy abundantes de gente, y en generación muy fecundas, en aquellos primeros tiempos habiéndose derramado en España, de Burgo, que en lengua alemana quiere decir pueblo, hicieron que las ciudades con poca mudanza de letras se llamasen acá Brigas, o si hay alguna otra razón de este nombre, que no sabemos: sólo se pretende que en la historia no tengan lugar las fábulas.

Haber después de Brigo reinado Tago (como lo dicen los mismos) es a propósito de dar razón porque el río Tajo se llamó así. Y en universal pretenden que ninguna cosa haya de algún momento en España, de cuyo nombre luego no se halle algún Rey, y esto para que se dé origen cierta de todo, y se señale la derivación y causa de los nombres y apellidos particulares, como si no fuese lícito parar en las mismas cosas sin buscar otras razones de sus apellidos, o fuese vedado pasar adelante, e inquirir la causa y derivación y los sagrados nombres que ponen a los Reyes; y aún es más probable que aquel río por nacer en la provincia Cartaginense haya tomado su nombre de Cartago, hoy Cartagena, como lo siente Isidoro al fin del libro trece de sus Etimologías.

De la misma forma y jaez es lo que añaden, que Beto sucesor de Tago dio nombre a la Bética, que hoy es Andalucía, dividida antiguamente en Turdetanos, Túrdulos y Bástulos, y por la grande abundancia y riquezas que tiene, celebrada grandemente de los poetas en tanto grado, que (como dice Estrabón) ponían en ella los Campos Elíseos, morada de los bienaventurados. El cual testifica también que usaban en su tiempo de leyes hechas en verso y promulgadas más de seis mil años antes, según ellos mismos lo decían; por ventura su año era más breve que el Romano, y constaba sólo de cuatro meses. Lo que es más probable, y dijeron historiadores más en número y en autoridad más graves, es que la Bética se dijo del río que pasa por medio de toda ella y la baña, al cual los naturales llamaron Cirito, los extranjeros Betis, puede ser en hebraico, por las muchas caserías, villas y lugares que al uno y al otro lado resplandecen a causa de la bondad de los campos que tiene. Porque Betis y Beth en hebreo es lo mismo que casa.

Esto baste de los reyes fingidos y fabulosos de España, de quien me atrevo a afirmar no hallarse mención alguna en los escritores aprobados ni de sus nombres ni de su reinado. Pero como es muy ajeno (según yo pienso) de la gravedad de la historia contar y relatas consejas de viejas, y con ficciones querer deleitar al lector, así no me atreveré a reprobar lo que graves autores testificaron y dijeron.

El primero que podemos contar entre los Reyes de España, por ser muy celebrado en los libros de griegos y latinos, es Gerión, el cual vino de otra parte a España, lo que da a entender el nombre de Gerión, que en lengua caldea significa peregrino y extranjero. Este venido que fue a España, gustó de la tierra y de las riquezas que en ella vio. Enriquecióse con los montes de oro, cuyo uso no era conocido, y por esta causa granos y terrones de este metal se hallaban por los campos, no afinados con el crisol y con el fuego, sino como nacían, por donde de los griegos fue llamado Criseo, que es tanto como de oro. Además de esto poseía muchos ganados, por la grande comodidad y aparejo de los pastos y dehesas, e industria que tenía en criarlos.

Con ocasión de riquezas tan grandes se entiende fue el primero que ejercitó la tiranía sobre los naturales de esta provincia, que eran de ingenios groseros, y a manera de fieras vivían apartados y derramados por los campos en aldeas sin tener gobernador cuyo imperio reconociesen, y por cuyo esfuerzo se defendiesen de la violencia de los más poderosos. Hecho Gerión tirano y apoderado de todo, se entiende que edificó un castillo y fortaleza de su apellido enfrente de Cádiz, por nombre Geronda, con cuya ayuda pensaba mantenerse en el imperio que había tomado sobre la tierra. Edificó asimismo otra ciudad de este apellido de Gerunda (si no engaña la conjetura del nombre) a las faldas de los Pirineos en los Ausetanos, que hoy es la ciudad de Gerona. Pretendía, es a saber, abrazar con estas dos fuerzas las marinas todas de España, y fortificarse para todo lo que sucediese.

Mas la seguridad y bonanza que con estas mañas se prometía, le duró hasta tanto que Osiris, al cual los Egipcios también ponen por el primero de sus Reyes, como lo siente Diodoro Sículo, y por otros nombres le llamaron Baco y Dionisio, no el hijo de Semele criado en la ciudad de Mero (de donde tuvo origen la fábula que decía le crió Júpiter su padre en su muslo, porque Meron en griego significa el muslo) sino el egipcio, turbó la paz que tenía España. Emprendió Osiris al principio una grandísima peregrinación, con que paseó y ennobleció con sus hechos casi toda la redondez de la tierra. Comenzó desde la Etiopía, y pasó hasta la India, Asia y Europa. En todos los lugares por donde pasaba enseñó la manera de plantar las viñas y de la sementera y uso del pan; beneficio tan grande, que por esta causa le tuvieron y canonizaron por dios.

Últimamente llegado a España, lo que en las demás partes ejecutara no por particular provecho suyo, sino encendido del odio que a la tiranía tenía, y a las demasías, que fue quitar los tiranos y restituir la libertad a las gentes, determinó hacer lo mismo en España, de la que se decía que se hallaba reducida en una miserable servidumbre, y sufrían con ella toda suerte de afrentas e indignidades. No tenía esperanza que el tirano, por estar confiado en sus riquezas y fuerzas, hubiese por voluntad de tomar el más saludable partido. Vino con él a las armas y trance de guerra, juntaron sus huestes ambas partes, y ordenadas sus haces, dióse (según dicen) la batalla que fue muy herida, en los campos de Tarifa junto al estrecho de Gibraltar, con grande coraje y no menos peligro de cada cual de las partes. La victoria y el campo, muertos y destruidos los Españoles, quedó por los egipcios. El mismo Gerión murió en la batalla, su cuerpo por mandado del vencedor sepultaron en lo postrero de la boca del estrecho en el lugar donde al presente se ve el pueblo dicho Barbate, allí se le hizo el túmulo. Fue Gerión tenido y consagrado por dios, como lo da bastantemente a entender el templo que Hércules edificó a Gerión en las riberas de Sicilia, y también el oráculo de Grecia que estaba en Padua famosísimo, al cual los príncipes tenían costumbre por devoción de ir a visitar muchas veces, como lo testifica Suetonio Tranquilo.

Restituida pues y fundada la paz de esta manera por beneficio de Osiris, y quitada la tiranía, el vencedor todavía tuvo por cosa áspera y de mal ejemplo castigar en los hijos los pecados de los padres. Parecióle cosa grave desposeer, poner en perpetua servidumbre o destierro tres hijos que de Gerión quedaban en edad niños y de grande hermosura, y que habían sido criados con esperanza de suceder en el reino de su padre. Además que ordinariamente en los generosos ánimos después de la victoria se sigue la benignidad para con los caídos. Creyendo pues que no serían tanta parte los vicios y malos ejemplos de su padre para hacerlos crueles, como su triste fin para hacerlos avisados, escogió personas de gran prudencia que rigiesen así la edad tierna de aquellos mozos, como el reino por algún tiempo, y habiendo él avisado a los mozos de lo que debían hacer y huir, púsolos en la silla y en el reino de su padre. Acabado esto, por gozar del fruto de tantos trabajos y tan larga peregrinación, y deseoso de sosegar en su casa, volvióse a Egipto.

Los hermanos Geriones venidos a mayor edad y acrecentadas las riquezas, luego que se encargaron del gobierno del reino de su padre, olvidados del beneficio recibido, y no de la injuria que se les hizo, como es ordinario que dura más la memoria del agravio que de las mercedes, tomaron resolución de vengar la muerte de su padre, y hacerle las honras con la sangre de su enemigo, cosa muy agradable a los que tratan de satisfacerse, y los hijos tienen por grande hazaña proseguir la enemiga de sus padres. Esto daban a entender, pero de secreto otro mayor cuidado les aquejaba, es a saber el deseo que tenían a ejemplo de su padre de restituirse en la tiranía y absoluto señorío de España, cosa que en vida de Osiris no creían poder alcanzar. Pensaban esto, y no hallaban camino para poner en ejecución negocio tan grave; parecióles sería bien conquistar para este efecto a Tifón, hermano de Osiris, y concertarse con él, de quien se entendía y tenían aviso ardía en deseo de reinar y quitar a su hermano el reino, ambición que pervierte todas las leyes de la naturaleza.

Despacharon sus embajadores para este efecto, los cuales fácilmente con presente que le dieron de parte de sus Señores, hallaron la entrada que pretendían: pusieron con él su amistad, prometiéronle toda ayuda para salir con sus intentos, concertaron que los mismos tuviesen por amigos y por enemigos. Asentado ello, le persuaden que habiendo muerto su hermano, acometiese con fuerza de armas y se apoderase del reino de Egipto. Concertóse todo esto, y ejecutóse la cruel muerte muy de secreto. El cuerpo del muerto fue buscado con mucha diligencia, e Isis la Reina viuda le sepultó en Abato, que es una isla de una laguna cercana a Menfis, que por esta causa vulgarmente llamaron Estigia, que quiere decir tristeza.

Pero tan grande traición no podía estar encubierta, ni hay secreto en las discordias domésticas que entre parientes resultan. Así Horus, que en aquel tiempo gobernaba la Escitia, vuelto con presteza en Egipto, vengó la muerte de su padre con darla a Tifón su tío. Descubrió juntamente y supo que los Geriones fueron participantes de la impía conspiración, y principales movedores de aquella maldad. Por esto encendido en deseo así de imitar la gloria de su padre, confirmó diversas naciones por todo el mundo en su obediencia, y ganó de nuevo la amistad de otras muchas. Además de esto por el arte de la medicina, que le enseñara su madre, vino a ser tenido por dios. Unos le llamaron Apolo, otros por la valentía y destreza en el pelear le pusieron nombre de Marte, y todos le llamaron Hércules. No fue este Hércules el hijo de Anfirión, sino el Libio, de quien se dice que domó los monstruos armado de una porra o maza, y vestido de una piel de león, que en aquel tiempo aún no usaban, ni habían inventado para destrucción del género humano las armas de acero.

Juntado pues un grande ejército y llegadas ayudas de todas partes, Hércules Horus entró en España contra los Geriones, y llegó finalmente a Cádiz, donde días antes ellos se retiraran y fortificaran, juntadas en uno las riquezas del reino, alzados los mantenimientos, y proveídos de bastimentos, si por ventura durase la guerra muchos días. Además de esto para valerse en aquel trance llamaron socorros de todas partes. La conciencia de la maldad cometida los acobardaba y espantaba; y por estar la provincia y la gente dividida en parcialidades, unos por ellos y otros contra ellos, y los ánimos de muchos despertados a la esperanza de recobrar la libertad, era dificultoso resolverse si de los suyos, si de los extraños les convenía más recatarse. El tener perdida la esperanza de la vida, si los egipcios venciesen, los encendía más, y los hacía furiosos y atrevidos. Pero el temor que tenían era mayor: por esta causa determinaron de fortificarse en lugares seguros y excusar el trance de la batalla. Al contrario Hércules ordenadas sus haces se presentó delante sus enemigos. Temía no durase mucho la guerra, y no tenía confianza que los enemigos viniesen en alguna honesta condición de paz; y cuando la quisiesen, juzgaba no sería decente dejar las armas antes de vengar a su padre con la sangre de los Geriones. Combatido pues de estos pensamientos, consideraba también que por ser tan grandes los ejércitos como juntaran de ambas partes, sería grande la matanza, si de poder a poder se diese la batalla.

Por huir estos inconvenientes acordó con un Rey de armas avisar a los Geriones, que si confiaban en la valentía de sus cuerpos (la cual era muy grande), si en la justicia de la causa que defendían, en que publicaban y se quejaban fueron de Osiris acometidos injustamente y agraviados primero del mismo, que les ofrecía de su voluntad un partido para concertar las diferencias tan aventajado para ellos, que ni aún por pensamiento les pasaría desearle tal y tan bueno. Este era, que castigasen solamente a aquellos que erraron y fueron causa de los daños pasados, perdonasen a la sangre inocente, y no fuesen ocasión de la carnicería que resultase forzosamente de ciudadanos y parientes, si la batalla se diese. Que él estaba determinado por la salud común de aquellos ejércitos y pobre gente de hacer campo él solo contra todos tres, y con su riesgo comprar la seguridad de muchos, pero con tal condición que había de pelear aparte con cada uno de ellos. Decía que se ponía a esto confiado en la justicia de su querella, y por esta causa de la ayuda de Dios, por cuya providencia todas las cosas humanas se gobiernan, y más principalmente los sucesos de la guerra.

Los Geriones aceptaron de buena gana este partido, que por ser tan aventajado no dudaban de la victoria. Pero salióles al revés, porque el día señalado como entrasen en el palenque y viniesen a las manos, los tres Geriones fueron vencidos y degollados por Hércules. Dióse a los cuerpos sepultura en la misma isla de Cádiz donde se hizo el campo, y desde aquel tiempo se entiende que se llamó Etritrea no sólo la isla de Cádiz, sino otra isla que estaba a ella cercana, y aún la parte de tierra firme que le cae enfrente. La causa de este apellido fueron ciertas gentes del mar Eritreo, conviene a saber del mar Rojo, que venidas a la conquista, y sosegada la provincia, con voluntad de Hércules se asentaron en aquellos lugares, poblaron e hicieron por allí sus moradas.

En conclusión, en la boca del estrecho de Cádiz Hércules después de esta victoria hizo echar en el mar grandes piedras y materiales con que levantó de la una parte y de la otra dos montes. De los cuales el de la parte de España se llama Calpe, y el otro que está en África, Abila. Estos montes se dijeron las columnas de Hércules, tan nombradas. Hecho esto, y dado orden y asiento en las demás cosas de España, nombró Hércules u Horus por Gobernador de ella uno de sus compañeros por nombre Híspalo, de cuya lealtad y prudencia en paz y en guerra estaba pagado y tenía mucha satisfacción. Y por tanto concluidas todas estas cosas, dio vuelta y pasó por mar a Italia.

Por cierta cosa se tiene haber Hispalo reinado en España después de los Geriones, y Justino afirma que de Hispalo se dijo España, en latín Hispania, trocada solamente una letra. Añaden otros que por su industria y de su apellido se fundó Sevilla, que en latín se dice Hispalis: ciudad que en riquezas, grandeza, concurso de mercaderes, por la comodidad del río Guadalquivir, y por la fertilidad de la campiña no da ventaja a ninguna otra de España. Dicen más, que por discurso de tiempo del nombre de Sevilla o Hispalis se llamó toda la provincia Hispania.

San Isidoro atribuye la fundación de esta ciudad a Julio César, en el tiempo es a saber que gobernó a España, y dice que la llamó Julia Rómula juntando en un apellido su nombre y el de la ciudad de Roma, y que el nombre de Hispalis se tomó de los palos en que estribaban sus fundamentos, que hincaban para levantar sobre ellos las casas por estar asentada esta ciudad en un lugar cenagoso y lleno de pantanos. Por ventura entonces la ensancharon y adornaron de edificios nuevos y grandes; diéronle nombre y privilegios de colonia Romana, pues es cierto que Plinio la llama Colonia Romulense. Mas decir que entonces se fundó la primera vez, carece de crédito, y no hay argumentos ni autores que tal cosa confirmen.

Plutarco escribe que venido que hubo el otro Dionisio o Baco, es a saber el hijo de Semele, a España, después que sujetó toda la provincia con armas victoriosas, uno de los compañeros que él mismo puso por Gobernador de todo, por nombre Pan, fue causa que toda la provincia primeramente se llamase Pania, después Spania, añadida una letra. Pero de estas cosas cada cual podrá libremente juzgar y sentir lo que le pareciere. Lo que algunos dicen, que Hispalo dejó un hijo por nombre Hispano, el cual haya reinado muerto su padre, no lo recibimos ni tiene probabilidad alguna, antes entendemos que a un mismo hombre diversos escritores llaman con ambos nombres, unos Hispalo, otros Hispano. Pues el nombre de Hispania y su derivación se atribuye a ambos, y los que ponen el uno, ninguna mención hacen del otro, fuera de sólo Beroso, cuyas fábulas poco antes desechamos no solo como tales, sino también como mal forjadas y compuestas.

Las cosas que hizo este Rey, como quiera que por la antigüedad del tiempo se ignorasen, nuestros historiadores para enriquecer y hacer más apacible y deleitosa la flaca historia de este tiempo (a la manera que con las aguas traídas de lejos se suelen fertilizar los campos secos) y porque no hubiese Rey a quien luego no atribuyan algún hecho o edificio para más ennoblecerle, dado que no trabase muy bien ni cuadrase lo que decían, escribieron que Hispalo fundó la ciudad de Segovia, y el acueducto que hay en ella, maravillosos así por su obra, como por su altura; como quiera que sea averiguado que el acueducto fue obra del Emperador Trajano, a lo menos hecha por aquello tiempos que él imperó.

Además de esto decir como afirman, que en el puerto dicho antiguamente Brigantino, y hoy de La Coruña, el mismo Hispalo levantó una torre con un espejo en ella, en que se veían las naves que venían de lejos, por la imagen que de ellas se representaba en el tal espejo, y se apercibían para el peligro. Procedió sin duda esta invención de la profunda ignorancia que se tenía así de la lengua latina, como de las historias, pues tomaron por el mismo nombre de Specula con que se significan semejantes torres y atalayas, y el de Speculum que significa espejo. Y es cosa averiguada que los moradores Brigantinos edificaron aquella torre a honra de Augusto César. El trazador fue Cayo Servio Lupo Lusitano, cuyo nombre aún en nuestra edad se ve entallado en las peñas allí cerca, por estar vedado por ley (la cual se ve entre las romanas en los Digestos) que ninguno escribiese su nombre en obra pública. Y aún Lidias en Atenas fue muerto porque quebrantada aquella ley entalló su imagen y la de Pericles en el escudo de Palas, bien que en hábito disfrazado; en lo cual también pudo ser que pretendiesen haber hecho aquel nobilísimo escultor injuria a la religión y ofendido aquella diosa.

Muerto Híspalo, en qué tiempo no concuerdan los autores, pero muerto que fue, Hércules desde Italia donde hasta entonces se detuvo, dejando allí por Gobernador a Atlante, de cuya grandeza de ánimo estaba muy satisfecho, por miedo de algún alboroto volvió a España, y en ella después que gobernó la república bien y prudentemente y fundó nuevas ciudades, entre las cuales cuentan Julia Líbica y Urgel en las faldas de los montes Pirineos, Barcelona y Tarragona en la España Citerior (como algunos sienten fueron poblaciones de Hércules) ya de grande edad pasó de esta vida.

Los Españoles con gran voluntad le consagraron por dios, y determinaron se le hiciesen honras divinas. Dedicáronle sacerdotes y templo donde el cuerpo de Hércules comenzó a ser honrado con solemnes sacrificios no sólo de los naturales, sino también de las naciones extranjeras que por devoción concurrían, de que recogían grande ganancia los ministros y el dicho templo se ennoblecía de cada día más. En qué parte de España aquel templo y sepulcro de Hércules haya estado, no concuerdan los autores. Y en cosas tan antiguas más fácil cosa es adivinar por conjeturas, que dar sentencia por la una o por la otra parte. Unos dicen que en Barcelona, donde junto a la Iglesia Mayor se ven rastros de una antigualla y de un soberbio sepulcro de que se habla adelante (y se tiene que Ataúlfo, rey godo, está allí sepultado), otros asienten que en Cádiz. Mas las personas de mayor autoridad y erudición piensan estuvo en Tarifa cerca del estrecho, pues es averiguado que aquella superstición se conservó allí por largo tiempo, y que un soberbio templo de Hércules se levantó antiguamente en aquella parte de Andalucía.

Murieron en España Híspalo y Hércules sin dejar sucesión; por esta causa Héspero, hermano de Atlante nacido en África, y uno de los compañeros de Hércules, fue por el mismo tiempo de su muerte nombrado para que le sucediese en lo de España. Su gobierno fue tan agradable a los naturales como el de cualquier otro. La fama de sus proezas y el crédito de su virtud le abonaban para con la gente de tal suerte, que como lo sienten algunos escritores Griegos y Latinos, España del nombre de Héspero desde aquel tiempo se comenzó a llamar Hesperia. Verdad es que otros, y entre ellos Macrobio e Isidoro, pretenden que se tomó este nombre de Hesperia del lucero de la tarde, que en latín se llama Héspero y se pone en España, y al cual miran los que navegan a estas partes.

Lo cierto es que la buena andanza que tuvo al principio este rey, en breve se trocó y se fue todo en flor, porque Atlante hermano de Héspero desde Italia, donde Hércules le dejó, codicioso de las riquezas y anchura de España, y agraviado de que su hermano le hubiese sido antepuesto en el señorío de España, acudió sin dilación; y ganadas las voluntades de los soldados por la gran fama que corría de su valor y hazañas, fácilmente se apoderó del reino. Héspero, desamparado de los suyos, fue forzado a recogerse a Italia, donde los de Toscana movidos de compasión de su desastre y destierro, en que cayera no por culpa suya sino por la ambición y deslealtad de su hermano, primeramente le acogieron y hospedaron muy bien. Después, por la experiencia de su bondad, y por la fama que corría de su virtud, le entregaron a su rey Corito (a quien otros también llaman Jano o Júpiter) que era de muy tierna edad, para que fuese su ayo, y como tal lo amaestrase en lo que saber le convenía, que fue una resolución muy acertada y muy agradable para toda aquella provincia. No les salió vana su esperanza, ni se engañaron en lo que se prometían de su bondad, como lo da a entender el nombre de Italia, mudado así mismo desde aquel tiempo a ejemplo de España, en el de Hesperia que también tiene, que fue prueba bastante de la aprobación de Héspero.

Llegaron las nuevas de todo esto a España. Atlas con recelo que si este aplauso no se atajaba al principio cundiría el mal, y podría ser que fortificado su hermano y pujante con el favor de la gente, primero le despojase del reino de Italia, y después le pusiese en condición el de España, consultado el negocio con los suyos, acordó de hacer grandes levas de gente, y con todo su poder pasar a Italia. Llevó de España gran número de soldados, y entre ellos muchos de los principales españoles con voz y muestra de honrarlos y ayudarse de sus fuerzas en aquella jornada. Mas a la verdad pretendía tenerlos consigo como en rehenes, y asegurar que en su ausencia no se levantasen algunos movimientos en la tierra con deseo de cosas nuevas, y de sacudir de sí el yugo del imperio y señorío extranjero. Hízose pues a la vela, pero como se levantasen recios temporales, corrió fortuna, derrotóse toda su armada, y en lugar de tomar a Italia que era lo que pretendía, fue arrebatado y llevado por los vientos a la isla de Sicilia. Eran grandes las riquezas de aquella tierra, su fertilidad y hermosura, por lo cual dicen dejó allí para que poblasen una buena parte de los Españoles que llevó consigo. Hecho esto, con lo demás de su ejército últimamente dio la vuelta y aportó a Italia, donde halló que ya su hermano Héspero era fallecido, con que le fue cosa fácil apoderarse de Corito rey de Toscana y hacerse Señor de todo.

De dos hijas que tenía, la una llamada Electra casó con Corito, cuyos hijos fueron Jasio y Dardano, de quien se tornará a hablar luego. La otra no se sabe con quién casase, sólo dicen que se llamó Rome, y que su padre la heredó en aquella parte de Italia por donde corre el río Tíber, que a la sazón se llamaba Albula, donde también dio asiento a parte de los españoles ya dichos. Añaden además de esto que esta Rome en el monte Palatino puso los cimientos de la ínclita ciudad de Roma, la cual de pequeños principios con el tiempo se hizo Señora del mundo. Alegan para esto por testigo a Fabio Pictor, autor muy antiguo y muy grave de las cosas romanas, dado que a Rome, fundadora de aquella nobilísima ciudad otros la hacen nieta de Eneas, hija de Ascanio. Otros son de parecer que después de la destrucción de Troya, una mujer nobilísima entre las cautivas, que se decía Rome, venido que hubo con Eneas en Italia, quemó los navíos de su gente que estaban surgidos a la ribera del Tíber, y les persuadió edificasen de nuevo un pueblo, que del nombre de aquella cautiva llamaron Roma. No hay duda sino que por testimonio de graves autores se muestra que Roma estaba fundada antes de Rómulo, y es averiguado que antiguamente tuvo aquella ciudad otro nombre, el cual los secretos de la religión y ceremonias no permitían se divulgase entre todos, y aún se sabe que Valerio Sarano por quebrantar este decreto pagó aquel desacato con la vida.

Verdad es que no se tiene noticia de aquel nombre, como así mismo es incierto lo que nuestros historiadores afirman que Roma fue fundación de españoles, si bien les concediésemos que la gente de Atlante por mandado de Rome su hija la fundó por este tiempo. Y parece más invención, y hablilla inventada a propósito de dar gusto a los españoles, que cosa examinada con diligencia por la regla de la verdad y antigüedad. Yo estoy determinado de mirar más bien que lo que es justo se ponga por escrito, y lo que va conforme a las leyes de la historia, que lo que haya de agradar a nuestra gente; pues no es justo que con flores de semejantes mentiras fuera de tiempo y sazón, se atavíe y hermosee la narración de esta historia. Ni el lustre y grandeza de las cosas de España tiene necesidad de semejantes arreos. Así que desechamos como cosa dudosa, por no decir más adelante, lo que inventaron nuestros historiadores, que Roma fue población de españoles.

De la misma manera no queremos recibir lo que nuestras historias modernas cuentan entre los reyes de España: es a saber Sicoro, Sicano, Siceleo y Luso, pues en las antiguas historias ningún rastro de ellos se halla, de sus hechos ni de sus nombres. Tampoco aprobamos lo que en esta parte añaden, que un hijo de Atlante llamado Morgete después de la muerte de su padre reinó en Italia, de cuyo nombre los españoles que siguieron a Atlante y asentaron en Italia, dicen se llamaron Morgetes, pues todo esto no estriba en mejor fundamento que lo demás arriba dicho. Yo creería más bien, que aquella gente tomó el apellido de Morgetes de las ciudades donde moraban en España, y de donde la sacaron para llevarla en Italia. Pues consta que en la Bética, hoy Andalucía, hubo dos pueblos llamados Murgis, el uno a la ribera del mar, que hoy se llama Mojácar, y el otro más adentro en la tierra, al cual hoy llaman Murga; el uno y el otro situados no lejos de la ciudad muy nombrada de Murcia, la cual asimismo algunos quieres fuese asiento de los Morgetes. De donde se puede entender que en Sicilia procedieron y se fundaron así bien la ciudad de Murgancio muy nombrada entre los antiguos, como los pueblos Murgentinos, sea en este mismo tiempo, sea en otro diferente; que tampoco esto no se puede averiguar, por estribar solamente y apoyarse todo en la semejanza de los nombres que los unos y otros tuvieron. Conjetura las más veces engañosa, incierta y flaca.

Por autoridad de Filistio Siracusano, sin embargo de todo lo dicho, se puede recibir como cosa verdadera que Sículo hijo de Atlante, después que su padre partió de España, como lugarteniente suyo y por su orden gobernó esta provincia por algún tiempo, y después de muerto le sucedió en todos sus reinos. Este príncipe, por el deseo que tenía de tomar la posesión del reino de Italia, y con intento de amparar lo que restaba en aquellas partes del ejército de su padre, con muy escogida gente se hizo a la vela y pasó en Italia. Principalmente que entre Jasio y Dardano, sobrinos suyos, habían resucitado debates y diferencias, las cuales pretendía apaciguar.

Fue así, que estos dos hermanos, después de la muerte de su padre Corito se hacían entre sí cruel guerra sobre la posesión de Toscana. Deseaba pues concertar los que de tan cerca le tocaban en parentesco, además que Jasio por sus cartas le importunaba por favor y ayuda, cuya justicia era más fundada, pero menores sus fuerzas. Con este intento partió de España, y de camino sea por su voluntad, sea arrebatado por la fuerza de los vientos y tormenta, llegó a Sicilia, donde fortificó y aumentó el poder de los amigos antiguos. Hizo también guerra a los Cíclopes y a los Lestrigones, gentes fieras y bárbaras. Esta guerra que hizo, y la victoria que ganó muy señalada de estas gentes (como algunos sospechas y Tucídides lo apunta al principio del libro sexto) fue causa que aquella isla llamada antes Trinacria de tres promontorios que tiene, tomase nuevos apellidos, el de Sicilia del Rey Sículo, y el de Sicania de los Españoles que levantó en aquella parte de España por donde pasa el río Sicoris o Segre, pues no hay duda sino que antiguamente moró por allí cierta gente llamada Sicana, los cuales dicen quedaron de guarnición en aquella isla. Otros dicen y añaden que aquella isla se llamó también Sicoria de cierta gente que moraba a las riberas de aquel río Sicoris, que eran los mismos, o diferentes, de los Sicanos. Sea lícito en cosas tan antiguas y escuras ir a las veces a tiento, sin poder tomar entera resolución.

Volviendo a Sículo, los mismo autores refieren que pasado en Italia ayudó a su hermana Rome, y la proveyó de nuevos socorros contra los Aborígenes, gente natural de la tierra, que ordinariamente le daban guerra, y la traían desasosegada. Esto dicen por causa que en buenos escritores y antiguos se hace mención que en aquellos lugares de Italia moraban pueblos llamados Sículos y Sicanos, que sospechan por este tiempo hicieron allí sus asientos, argumento poco bastante para asegurar sea verdad lo que con tanta resolución ellos afirman. Lo que se tiene por más probable es que, ordenadas las cosas a su voluntad primero en Sicilia y después en Italia, movió con sus gentes la vuelta de Toscana con intento de hacer rostro y allanar a Dardano su sobrino, que en la guerra que traía contra su hermano se hallaba acompañado de un poderoso ejército de Aborígenes.

Pero él, visto que no podría resistir al poder de Sículo, de corazón o fingidamente dejadas las armas, se puso en sus manos, confiado según él decía y daba a entender en la justicia de su querella, y persuadido no permitiría su mismo tío le quitasen por fuerza lo que demás de ser herencia de su padre había adquirido por su valentía y por las armas. Sin embargo se tomó asiento entre los dos hermanos, cual a Sículo pareció más conveniente para sosegar aquellos bullicios, con que las cosas parecía comenzaban a tomar mejor camino. Aseguróse con esto Sículo, y descuidóse Jasio, entendiendo había llaneza en aquel trato. Pero Dardano luego que hallo ocasión para ejecutar su mal propósito, dio muerte a su hermano, que confiado en el concierto estaba seguro, y en ninguna cosa menos pensaba que en semejante traición. Sículo como era razón, tomó esta injuria por suya, acudió a las armas y en una batalla famosa que se dio venció a Dardano, y le puso en necesidad de desamparar a Italia. Pasó con grande acompañamiento de Aborígenes a Samotracia, de donde pasado que hubo el Helesponto, que hoy es el estrecho de Gallípoli, fue el primero que en la provincia de Asia la menor y en la Frigia fundó la muy nombrada ciudad de Troya.

Quedó de Jasio un hijo por nombre Coribanto, el cual en lugar de su padre hizo Sículo rey de Italia. Compuestas las cosas de esta manera, dio Sículo la vuelta para España, donde no se sabe ni el tiempo que adelante vivió, ni otra cosa ni hazaña suya de que se pueda hacer memoria, si ya no queremos en lugar de historia publicar los sueños y desvaríos de algunos escritores modernos, que de nuevo tornan a forjar otros nuevos nombres de reyes de España sin mejor fundamento que los de arriba.

Estos son Testa, que hacen fundador de cierta población llamada así mismo Testa, autor y principio de los Contéstanos, gente muy conocida en España. Dicen otrosí fue natural de África, y llegó no sé por qué caminos a ser rey y Señor de España. Otro es Romo, al cual hacen fundador de Valencia, nombre que en latín significa lo mismo que en griego romo. El cual nombre de Roma dicen también tuvo aquella ciudad antiguamente, a la manera que la ciudad de Roma, según que lo dice Solino, se llamó antiguamente Valencia, y Evandro le mudó el nombre y el apellido en el que al presente tiene de Roma. El tercer rey que nombran es Palatuo, de quien dicen se llamaron los pueblos Palatuos, y también la ciudad de Palencia tomó este nombre del suyo, dado que muy distante de donde era el asiento de aquella gente dicha Palatuos antiguamente, que caía cerca de Valencia. Añaden que este Palatuo echó a Caco de la posesión y reino de España, al mismo en el monte Aventino, que es uno de los siete que en sí contiene Roma, por la huella de las vacas que hurtó, le halló y dio la muerte Hércules el Tebano. De este jaez es el rey Eritro, que fingen vino de allende el mar Bermejo, que se llama también el mar Eritreo, y aún quieren que de su nombre se le pegó a la isla de Cádiz el nombre que antiguamente tuvo de Eritrea. El postrero en el cuento de estos reyes es Melicola, que por otro nombre se llamó Gárgoris, mas de este en particular hace mención el historiador Justino.

Todo esto y los nombres de estos reyes, tales cuales ellos se sean, ni se debían pasar en silencio, como quien rodea algún foso o pantano que no se atreve a pasar, donde no sólo gente ordinaria sino personas muy doctas han tropezado y caído. Ni tampoco era justo aprobar lo que siempre hemos puesto en cuento de hablillas y consejas. A Sículo entiendo yo que llama Justino Sicoro. Esto se avisa porque a ninguno engañe la diferencia del nombre para pensar que Sículo y Sicoro sean dos reyes diversos y distintos.

Dificultosa cosa sería querer puntualmente ajustar los tiempos en que florecieron los reyes de España nombrados, los años que reinaron y vivieron, y en particular señalar el año de la creación del mundo en que sucedió cada cual de las cosas ya dichas. No faltaría diligencia y cuidado para rastrear y averiguar la verdad, si se descubriese algún camino seguro para hacerlo. Contentarnos hemos con conjeturas, por las cuales sin más particularizarlas sospecho que los Geriones poseyeron a España, y en ella reinaron, la cuarta o quinta edad después del diluvio. Sículo floreció más de doscientos años antes de la guerra de Troya.

En cuyo tiempo, o no muchos años después, una gruesa flota partió de Zacinto, isla puesta en el mar Jonio al poniente del Peloponeso y de la Morea (Peloponeso), y tomado que hubo tierra en aquella parte de España donde al presente está asentada la ciudad de Valencia, los que en aquella armada venían, tres millas de la mar levantaron un pueblo, que del nombre de su tierra llamaron Zacinto, y adelante mudado el apellido algún tanto se llamó Sagunto, hoy Monviedro. Pretendían que aquel castillo principalmente les sirviese de fortaleza para contrastar a los naturales, si se alborotasen contra ellos, y recoger en él la gran suma de oro y de plata que por bujerías de poco precio y quincallerías rescataban de los españoles, gente simple e ignorante de las grandes riquezas que en aquel tiempo poseía. Confiados en la seguridad que aquella fuerza les daba, se atrevieron a entrar más adelante en la tierra y calarla, y a descubrir las riberas y marinas comarcanas, donde algunos años después se dice que sesenta millas hacia el poniente en un sitio muy a propósito se determinaron de levantar un templo a la diosa Diana, el más famoso que hubo en España, del cual el promontorio Dianio, que es donde al presente está la villa de Denia, tomó aquel nombre. Este templo, conforme a la costumbre y superstición de los griegos, adornaron ellos con ídolos, derramaron en él mucha sangre de sacrificios que allí hacían ordinariamente. Con esto los naturales maravillados de tantas y tan nuevas ceremonias y de la majestad de todo el edificio, comenzaron a tener a esta gente por hombres venidos del cielo, y por superiores a las demás naciones. Y es averiguado que ninguna cosa hay más poderosa para mover al pueblo que el culto de la religión, sea verdadero sea fingido, por el natural conocimiento que los hombres tienen de Dios, y la reverencia que tienen a su divinidad. El enmaderamiento de este templo era de enebro, madera no menos olorosa que incorruptible, tanto que Plinio testifica se conservaba hasta su tiempo sin alguna corrupción ni carcoma.

Después de la venida de los de Zacinto refieren que el otro Dionisio o Baco hijo de Semeles, como ciento cincuenta años antes de la guerra de Troya, llegó a lo postrero de España, y en las albuferas o esteros de Guadalquivir, entre las dos bocas por donde en aquel tiempo se metía y descargaba en el mar, fundó Nebrija, dicha así de las Nébridas, que en griego significan pieles de ciervo, de que Dionisio y sus compañeros se vestían comúnmente, y más en particular cuando querían ofrecer sacrificios. El sobrenombre de Veneria que tuvo Nebrija los tiempos adelante se le dieron. Diodoro Sículo escribe que antiguamente hubo tres Dionisios o Bacos. El primero fue hijo de Deucalión, que es lo mismo que Noé, el cual entiendo yo fue el mismo que arriba llamamos Osiris Egipcio, de cuya venida a España se trató en su lugar. El segundo fue hijo de Proserpina o Ceres, al cual acostumbraban pintar con cuernos para dar a entender fue el primero que unció los bueyes, y enseñó por este modo arar y sembrar la tierra. El tercero fue hijo de Semeles, nació de adulterio, crióse en la ciudad de Mero, nombre que significa muslo, de donde tomaron los poetas ocasión para fingir que su mismo padre Júpiter le encerró y crió dentro de su muslo. De este postrero se dice que a imitación del primer Dionisio emprendió de discurrir y conquistar muchas y diversas provincias. Ennobleciólas con las victorias que ganó, en particular venido a España la limpió de las maldades y tiranías que de todas maneras en ella prevalecían.

En el mismo tiempo Milico hijo de Mírica (por ventura uno de los descendientes de Sículo) dicen tenía gran poder, riquezas y autoridad entre los españoles, y que los descendientes de este Milico no lejos donde al presente está Baeza fundaron Cástulon en los Oretanos, ciudad que antiguamente se contó entre las más nobles de España, asentada y puesta donde al presente quedan como rastros de la antigüedad los cortijos de Cazlona.

Al tiempo que Dionisio partió de España, dejó en ella dos de sus compañeros, que fueron el uno por nombre Luso, de quien procedieron los Lusitanos que son los portugueses. El otro Pan, al cual aquellos hombres groseros y dados a superstición de gentiles pusieron en el número de los dioses, y de él y de su nombre (como lo testifican Varrón y Plutarco) toda esta provincia se llamó primero Pania, y después añadida una letra Spania, que es lo mismo que España.

Jasón Tesalio, encendido en deseo de adquirir honra y riquezas se hizo corsario en el mar, ejercicio a la sazón de mucho interés por estar las marinas sin guarnición, y los hombres a maneras de pastores en chozas y cabañas derramados por los campos. Edificó para este efecto una nave de forma muy prima y capaz. El trazador y carpintero que la hizo se llamó Argos. Hecha y aprestada la nave, tomó en su compañía a Hércules el Tebano, a Orfeo y a Lino, a Cástor y Polux, con otro buen golpe de gente. Con este acompañamiento partió de Tesalia. En el discurso del viaje, que fue muy grande, acabó cosas muy extraordinarias. En particular junto al promontorio de Troya llamado Sigeo, libró de la muerte a Hesione hija del Rey Laomedonte. En Cólquide por industria de Medea hurtó la riqueza de oro que su padre tenía muy grande, y porque acostumbraban con pieles de carnero coger y sacer el oro de los arroyos que se derriban del monte Cáucaso, tomaron los poetas la ocasión de decir que había hurtado el vellocino de oro tan famoso y nombrado acerca de los antiguos. Fue en su compañía la dicha Medea.

Desde allí pasaron el estrecho Cimerio, llegaron a la laguna Meotis, y por el río Tanais arriba, por donde las dos partes del mundo, Asia y Europa, parten término, llevaron arrastrando la dicha nave todo lo más que pudieron. Después la desenclavaron, y la madera llevaron en hombros hasta dar en la ribera del mar Sarmático, donde se dice que de nuevo la juntaron y clavaron. De suerte que por las riberas de Alemania, Francia y España no pararon hasta dar en la boca del estrecho de Cádiz. Allí sobre el monte Calpe, que es en lo postrero del estrecho hacia el mar Mediterráneo, afirman que Hércules levantó un castillo, que de su mismo nombre se llamó Heraclea, y hoy es Gibraltar. Desde aquel castillo salieron diversas veces por la tierra a robar, y pelearon con los españoles que les salieron al encuentro, cuando próspera, cuando adversamente. Pasado en esto algún tiempo, y puesta en el castillo buena guarnición y los despojos en las naves, partieron primero para Sagunto, donde benignamente los recibieron por ser todos de nación griega y usar de una misma lengua. Desde Sagunto pasaron a la isla de Mallorca. Allí prendieron al rey de aquellas islas por nombre Bocoris, pero por entender que en ellas no se hallaba oro, hecho su matalotaje, y puestos en las naves muy hermosos bueyes, cuales son los de aquellas islas, se encaminaron la vuelta de Italia.

Allí Hércules dio la muerte en la cueva del monte Aventino a Caco, gran salteador, y que le había hurtado los bueyes que llevaba. Quitó asimismo la costumbre que tenían los de aquella tierra, de echar cada un año para aplacar a Saturno en el Tíber desde el puente Mole un hombre vivo, e hizo que en su lugar echasen ciertas estatuas de paja y de juncos. Acabadas estas cosas, por la Liguria (que hoy es el Genovés) se dice que deshecha otra vez la nave, la pasaron en hombros primero al río Po, y por él al mar Adriático o golfo de Venecia. Por este mar a cabo de tan largos caminos y de tantas vueltas como hicieron Jasón y Hércules y sus compañeros, sanos y salvos volvieron a su tierra. Pero no es de nuestro intento tratar de cosas extranjeras, pues hay harto que hacer en declarar las que propiamente a España tocan.

Un autor por nombre Hecateo niega esta venida en España de Hércules el Tebano hijo de Anfitrión, que por otro nombre llamaron Alceo. Mas Diodoro y todos los demás autores testifican lo contrario, además de los rastros del camino que en España y en los montes Pirineos y en la Galia Narbonense quedaron de este viaje y se conservaron por largos tiempos. Y aún en la misma entrada de Italia las Alpes Leponcias y Euganeas tomaron estos apellidos de dos compañeros de Hércules. Con que se muestra no sólo que Hércules vino a España, sino que parte de su gente pasó en Italia por tierra, y dejaron en algunos lugares por donde pasaron nombres y apellidos griegos. Virgilio atribuye a este Hércules la muerte de los Geriones, de que se trató arriba, con la libertad que suelen los poetas, y por la semejanza de los nombres entiendo se trocaron los tiempos.

Después de la venida de Hércules, y después de la muerte de Milico reinó en España Gargoris, famoso por la invención que halló de coger la miel, por donde asimismo le llamaron Melícola. En tiempos de este Rey concurrió la guerra muy famosa de Troya, la cual concluida, las reliquias de los ejércitos Griego y Troyano se derramaron e hicieron asiento en diversas partes del mundo, en particular vinieron a España y poblaron en ella no pocos capitanes de los Griegos. Tal es la común opinión de nuestros historiadores y gente, que muchas naciones antiguamente trasladadas a esta región, por la comodidad que hallaron, asentaron y poblaron en diversas partes de España.

En este cuento tiene el primer lugar Teucro, el cual después de la muerte desgraciada de su hermano Ayax, porque su padre Telamón no le permitió volver a su tierra solo, aportó primero a la isla de Chipre, y en ella edificó la ciudad de Salamina, hoy Famagusta, que llamó así del nombre de su misma patria. De Chipre pasó en España, y en ella donde al presente está Cartagena dicen edificó otra ciudad que de su nombre llamó Teucria. No hay duda sino que Justina y san Isidoro hacen mención de esta venida de Teucro a España. Y aún Justino en particular dice que se apoderó de aquella parte donde está situada Cartagena. Pero que allí haya fundado ciudad, y que la haya llamado Teucria, puede ser verdad mas ellos no lo dicen, ni se hallan algunos rastros de población semejante. Verdad es que todos concuerdan en que Teucro pasó el estrecho de Gibraltar, y vueltas las proas a la derecha más adelante del cabo de San Vicente y de las marinas de toda la Lusitania, paró en las de Galicia, y en ellas fundó la ciudad de Elellene, que la que al presente se llama Pontevedra. Y aún quieren que del nombre de uno de sus compañeros fundó otra ciudad llamada Amfiloquía, que los romanos llamaron Aguas Calientes, y los suevos que asentaron adelante por aquellas partes la llamaron Auria, nosotros la llamamos Orense.

Dicen otrosí que Diomedes hijo de Tideo aportó a las riberas de España. Pero como en todas las partes los naturales le hiciesen resistencia, rodeadas todas las riberas del mar Mediterráneo y gran parte del Océano, pasó de la otra parte de la Lusitania, y allí fundó del nombre de su padre la ciudad de Tuy, que en latín se llama Tude o Tide, entre las bocas de los ríos Miño y Limia a la ribera del mar.

Estrabón así mismo en el libro tercero refiere que Mnesteo Ateniense con su flota vino a Cádiz, y enfrente de aquella isla a la boca del río Belon, que hoy es Guadalete, por donde desemboca en la mar, se dice edificó una ciudad de su mismo apellido y nombre, donde al presente está y se ve el puerto de Santa María. Además, que entre los dos brazos de Guadalquivir edificó un templo que se llamó antiguamente Oráculo de Mnesteo, sobre el mismo mar, que fue de grande momento para acrecentar en España la superstición de los Griegos.

Por conclusión, Estrabón y Solino testifican que Ulises entre los demás vino a España, y que en la Lusitania o Portugal fundó la ciudad de Lisboa, cosa de que el mismo nombre de aquella ciudad da testimonio, que según algunos en latín se escribe Ulisipo. Si bien otros son de diferente parecer, movidos así del mismo nombre de aquella ciudad, del cual por antiguallas se muestra se debe escribir Olisipo y no Ulisipo, como también porque en las marinas de Flandes en diversos lugares se halla mención de las aras o altares de Ulises, dado que no pasó en aquellas partes. Por estos argumentos pretenden que conforme a la vanidad de los griegos pusieron a Ulises antiguamente en el número de sus dioses, y para honrarle en diversas partes le edificaron memorias. Lo cual dicen pudo ser sucediese en España, y que Lisboa por esta causa tomase el nombre de Ulises, sin que él ni su gente aportasen a estas partes.

Por este mismo tiempo el Rey Gárgoris tenía su reino de los Curetes, como lo dice Justino, en el bosque de los Tartesios, desde donde los antiguos fingieron que los Titanes hicieron guerra a los dioses. Este rey, las demás virtudes que se entiende tuvo muy grandes, afeó con la crueldad y fiereza de que usó con un su nieto llamado Abides. Nació este mozo de su hija fuera de matrimonio. El abuelo, con intento de encubrir aquella mengua de su casa, mandó que le echasen en un monte a las fieras para que allí muriese. Ellas, mudada su naturaleza, trataron al infante con la humanidad que el fiero ánimo de su abuelo le negaba, pues le criaron con su leche, y le sustentaron con ella algún tiempo. No bastó esto para amansarle, antes por su mandado de nuevo le pusieron en una estrecha senda para que el ganado por allí pasaba le hollase. Guardábale el cielo para cosas mayores: escapó del peligro así bien como del pasado. Usaron de otra invención, y fue que por muchos días tuvieron sin comer perros y puercos para que hiciesen presa en aquellas tiernas carnes. Libróle Dios de este peligro como de los dos ya referidos; las mismas perras con cierto sentimiento de misericordia dieron al infante leche. Por conclusión, el mismo mar donde le arrojaron, le sustentó con sus olas, y echado a la ribera, una cierva le crió con su regalo y con su leche.

Hace mucho al caso para mudar las costumbres del ánimo y del cuerpo la calidad del mantenimiento con que cada uno se sustenta, y más en la primera edad. Así fue cosa maravillosa por causa de aquella leche y sustento cuán suelto salió de miembros. Igualaba en correr los años adelante y alcanzaba las fieras. Y confiado en su ligereza, y por ser naturalmente atrevido y de ingenio muy vivo, hacía robos y presas por todas partes sin que nadie se atreviese a hacerle resistencia. Todavía molestados los comarcanos con sus insultos se concertaron de armarle un lazo en que cayó, y preso le llevaron a su abuelo. El cual, luego que vio aquel mancebo, por cierto sentimiento oculto de la naturaleza (de que muchas veces sin entenderlo somos tocados, y no sé qué cosa mayor de lo que se veía, resplandecía en su rostro), mirándole atentamente y las señales que siendo niño le imprimieron en su cuerpo, entendió lo que era verdad, que aquel mozo era su nieto, y que no sin providencia más alta había escapado de peligros tan graves. Con esto trocó el odio en benignidad, púsole por nombre Abides, túvolo consigo en tanto que vivió, con el tratamiento y regalo que era razón, y a su muerte le nombró por sucesor y heredero de su reino y de sus bienes. Suele ser ocasión de vencer grandes dificultades cuando el cuerpo se acostumbra a trabajos desde la mocedad. Además que era de grande ingenio, por donde en industria y autoridad aventajó a los demás reyes sus antepasados. Persuadió a sus vasallos, gente bárbara, y que vivían derramados por los campos, se juntasen en forma de ciudades y aldeas, con mostrarles cuanto importa para la seguridad y buena andanza la compañía entre los hombres, y el estar grabados entre sí con leyes y estatutos. Con la comodidad de la vida política y sociable ayuntó el ejercicio de las artes y de la industria. Con esto las costumbres fieras de aquellas gentes se trocaron y ablandaron. Restituyó el uso del vino, y la manera de labrar los campos, olvidada y dejada de muchos años atrás. Pues la gente se sustentaba sólo con las hierbas y con la fruta que de suyo por los campos nacía sin labrarlos ni cultivarlos. Ordenó leyes, estableció tribunales, nombró jueces y magistrados para tener trabados los mayores con los menores, y que todos viviesen en paz. Por esta forma y con esta industria ganó las voluntades de los suyos, y entre los extraños gran renombre. Vivió hasta la postrera edad, en que muy viejo trocó la vida con la muerte. Falleció el cuerpo, pero su fama ha durado y durará por todos los años y siglos.

Dícese que sus sucesores por largos tiempos poseyeron su reino, sin señalar ni los nombres que tuvieron ni los años que reinaron. Sólo se entiende que Abides y sus hazañas concurrieron con el tiempo de David rey del pueblo judaico. Justino parece le hace del mismo tiempo de los Geriones, y que reinó no en toda sino en cierta parte de España. Esto es lo que toca a Abides.

El tiempo adelante no tiene cosa que de contar sea, y que haya quedado por escrito, fuera de una señalada sequedad de la tierra y del aire, que se continuó por espacio de veintiséis años, y comenzó no mucho después de lo que queda contado. Muchos historiadores de común consentimiento testifican y afirman fue esta sequedad tan grande, que se secaron todas las fuentes y ríos fuera de Ebro y Guadalquivir, y que consumida del todo la humedad, con que el polvo se junta y se pega, la misma tierra se abrió, y resultaron grandes grietas y aberturas pr donde no podían escapar ni librarse los que querían para sustentar la vida irse a otras tierras. Por esta manera España principalmente en los lugares mediterráneos quedó desnuda de la hermosura de árboles y hierbas, fuera de algunos árboles a la ribera del Guadalquivir, yerma junto con esto de bestias y de hombres, y se redujo a soledad, y fue puesta en miserable destrucción.

El linajes de los reyes y de los grandes faltó de todo punto, que la gente menuda con la pobreza, y por no tener provisión para muchos días, se recogieron con tiempo a las provincias comarcanas y a los lugares marítimos. Añaden en conclusión que después de grandes vientos que se siguieron a esta sequía y arrancaron todos los árboles de raíz, las muchas lluvias que sucedieron sazonaron la tierra de tal suerte que los huidos mezclados con otras naciones (como luego diremos) volvieron a España a sus antiguos asientos, y tornaron a restituir el linaje de los españoles, que casi faltaron de todo punto. Esto dicen los más.

Otros autores de grande erudición e ingenio han procurado quitar el crédito a esta narración, que estriba en testimonio de nuestras historias y de nuestra gente, con estos argumentos. Dicen que ningún escritor griego ni latino, ni aún todas nuestras historias hacen mención de cosa tan grande y tan señalada, como quiera que declaren y cuenten muchas veces cosas muy menudas. Preguntan si han quedado rastros algunos o de la ida de los españoles, o de su vuelta, si letreros, si antiguallas. Cosas todas que por menores ocasiones se suelen levantar y conservar para perpetua memoria. Añaden ser imposible que con tan grande sequedad, y de tantos años como dicen fue ésta, se haya conservado alguna parte de humor en los ríos que dicen de Guadalquivir y Ebro, si se considera cuan gran parte de humedad y de agua en el discurso del verano por la falta de lluvias consume el calor del sol. En el cual tiempo muchas veces ríos muy caudalosos se secan, mayormente si la sequedad y el calor son extraordinarios por la fuerza de alguna maligna constelación y estrella. Dicen más, que con sequedad tan grande, y de tanto tiempo, no se abriera la tierra, antes se desmenuzara en polvo, pues con la humedad se cuajan los cuerpos, y con la sequedad se deshacen y resuelven, de que da bastante muestra el suelo de África y de Libia, donde consumida la humedad de la tierra con el ardor del cielo, hay arenales tan grandes que con los vientos a la manera del mar se levantan olas y montes de polvo.

Esto es lo que dicen ellos; a nos no parecía dejar la opinión recibida, la fama común y tradición de nuestra gente, y el testimonio conforme de muestras historias sin razón que fuerce para ello. Puédese entender y sospechar para excusar a los antiguos, que la fama solamente declara la suma de las cosas sin guardar el orden y razón de ellas, trastoca las personas, lugares y tiempos, y por lo menos aumenta todas las cosas, y las hace mayores de lo que a la verdad fueron, ca es semejante a los grandes ríos, los cuales mudadas las aguas, tanto cuanto más se alejan de su nacimiento y primeras fuentes, y mudado todo, sólo conservan el apellido y nombre primeros. Y es cosa averiguada que no sólo el intervalo del tiempo, sino la distancia de los lugares no muy grande altera a las veces la memoria. Todo esto entendemos sucedió en el negocio precedente. Que ni la sequía de aquel tiempo fue tan grande, ni tan larga como refieren, antes que llovió algunas, aunque pocas veces, y escasamente, e suerte que bastase para que la tierra no se resolviese en polvo, y no faltasen de todo punto y se consumiesen los ríos, pero no para que la tierra pudiese producir y sazonar los frutos y las mieses, ni para cerrar las aberturas y grietas que al principio se hicieron. Puédese demás de esto creer que lo que sucedió en tiempo de Faetón en las otras provincias, esto es que por el ardor del sol y la sequía extraordinaria las tierras se abrasaron (que fue el fundamento de la ficción y fábula de Faetón y el sol), la misma aflicción padeció España en el mismo tiempo, y aún mayor por ser más sujeta que las otras tierras a la sequedad del aire y falta de lluvias.

La fama de esta desolación de España movió a misericordia y a compasión a las gentes comarcanas, que consideraban la mudanza y vuelta de las cosas humanas. Junto con esto, pasado el trabajo, fue ocasión que gran muchedumbre de gente extranjera viniese a poblar en esta provincia. Parte de los que con sus ojos en tiempo de su prosperidad vieron los campos, policía y riqueza de los Españoles, parte por lo que por dicho de otros habían comenzado a estimar y desear esta tierra. Así venida la ocasión, con mujeres, hijos y hacienda vinieron los pueblos enteros a morar en ella, y de la provincia yerma cada cual ocupó aquella parte que entendía ser más a su propósito, sea para los ganados que traía, o por ser aficionado a la labor de la tierra. Por la industria de estos, y por la mucha y abundante generación que tuvieron, no en mucho tiempo se restituyó la antigua hermosura, policía y frecuencia de las ciudades, y con un nuevo lustre que volvió, cesó la avenida de tantos males.

Desde la Galia comarcana, pasados los Pirineos, los Celtas se apoderaron para habitación suya de todo aquel pedazo de España que se extiende hasta la ribera del Ebro. Y por la parte oriental del monte Idubeda, que goza de un cielo muy apacible y alegre, la ciudad de Tarazona que hoy se ve, Nertóbriga y Arcóbriga que han faltado, estaban en aquella parte. De estos Celtas y de los españoles que se llamaban íberos, habiéndose entre sí emparentado, resultó el nombre de Celtiberia con que se llamó gran parte de España. Multiplicó mucho esta gente, que fue la causa de dilatar grandemente sus términos hacia mediodía, de que dan bastante prueba Segóbriga, Belsino, Urcesia y otros lugares distantes entre sí, que de graves autores son contados entre los Celtíberos.

Lo mismo acaeció a muchas partes y pueblos de España, que con el tiempo tuvieron sus distritos ya más estrechos, ya más anchos, según y cómo sucedían las cosas. A la parte del septentrión a los confines de los Celtíberos caían los Arévacos, que eran donde al presente están asentadas Osma y Agreda, y con ellos los Duracos, los Pelendones, los Neritas, los Presamarcos, los Cilenos, todos pueblos comprendidos en el distrito de los Celtíberos, y emparentados con ellos. Y aún se entiende que todos estos pueblos a un mismo tiempo vinieron de la Galia y se derramaron por España, por conjeturas probables que hay para creerlo, pero ningún argumento que concluya.

Lo que tiene más probabilidad es que los de Rodas, por la grande experiencia que tenían en el mar, se hicieron y fueron Señores del mar por espacio de veintitrés años, así en las otras provincias como también es España para su fortificación, y para tener donde se recogiesen las flotas cuando la mar se alterase, demás de esto para la comodidad de la contratación con los naturales, edificaron castillos en muchos lugares. Particularmente a las faldas de los Pirineos, fundaron a Ródope o Roda, que hoy es Rosas, junto a un buen seno de mar, ciudad que antiguamente creció tanto, que en tiempos de los Godos fue catedral y tuvo obispo propio. Mas al presente es muy pequeña, y que fuera de las ruinas y rastros de su antigua nobleza, pocas cosas tiene que sean de ver.

Los Rodios, asimismo refieren, fueron los primeros que enseñaron a los españoles hacer gomenas y sogas de esparto, y tejer la pleita para diversas comodidades y servicios de las casas. Refieren otrosí que enseñaron a hacer las tahonas para moler el trigo con mayor facilidad que antes, cosa que por ser la gente tan ruda y por su poca maña costaba mucho trabajo. Dicen demás de esto que fueron los primeros que trajeron a España el uso de la moneda de cobre, con gran maravilla y risa al principio de los naturales que con un poco de metal de poco o ningún provecho se proveyesen y comprasen mantenimientos, vestidos y otras cosas necesarias. Fue sin duda grande invención la del dinero, y semejante a encantamiento, como lo toca Luciano en la vida de Demonacte. Finalmente, a propósito de dilatar el culto de sus dioses, y a imitación de los saguntinos, edificaron un templo a la diosa Diana, en que se usaban de extraordinarias ceremonias y sacrificios, sin declarar qué manera de sacrificios y ceremonias eran éstas. Puédese creer que conforme a la costumbre de los Tauros sacrificaban a aquella diosa los huéspedes y gente extranjera.

En particular dicen que edificaron a Hércules un oráculo, y ordenaron se le hiciesen sacrificios, los cuales no se celebraban con palabras alegres, ni rogativas blandas de los sacerdotes, sino con maldiciones y denuestos. Tanto que tenían por cierto que con ninguna cosa más se profanaban, que con decir (aunque fuese acaso) entre las ceremonias solemnes y sacrificios alguna buena palabra. De que daban esta razón: Hércules llegado a Lindo, que es un pueblo de Rodas, pidió a un labrador que le vendiese uno de los bueyes con que araba, y como quisiese venir en ello, tomóselos por fuerza entrambos. El labrador por no poder más vengó la injuria con echarle maldiciones, y decirle mil oprobios, los cuales por entonces Hércules estando comiendo oyó con alegría y grandes risotadas. Después de ser consagrado por dios, pareció a los ciudadanos de Lindo de conservar la memoria de este hecho con perpetuos sacrificios. Para esto edificaron un altar que llamaron Bucigo, que es lo mismo que yugo de bueyes. Criaron junto con esto al mismo labrador en sacerdote, y ordenaron que en ciertos tiempos sacrificase un par de bueyes, renovando juntamente los denuestos que contra Hércules dijo. Esta costumbre y ceremonia, conservada por los descendientes de estos, se puede entender vino en este tiempo a España tomada de la vanidad de los griegos, y que la trajeron los de Rodas con su venida.

Está Roses asentada enfrente de Ampurias, y apartada de ella por la mar espacio de doce millas a las postreras faldas de los Pirineos. Del cual monte se dice que por el mismo tiempo se encendió todo con fuego del cielo, o por inadvertencia y descuido de los pastores, o por ventura de propósito quemaron los árboles y los matorrales con intento de desmontar y romper los campos para que se pudiesen cultivar y habitar, y apacentar en ellos los ganados. Lo cierto es que este monte por los griegos fue llamado Pirineo, del fuego que en griego se llama pir, sea por el suceso ya dicho, sea como otros quieren, por causa de los rayos que por su altura muchas veces le combaten y abrasan. Porque lo que algunos fingen que vino este nombre y se tomó de Pirene, mujer amiga de Hércules, y falleció en estos lugares, o de un Pirro Rey antiguo de España, los más inteligentes lo reprueban como cosa fabulosa y sin fundamento.

Lo que se tiene por más cierto es que con la fuerza del fuego las venas de oro y plata, de que así aquellos montes como todo lo de España estaba lleno, tanto que decían que Plutón dios de las riquezas moraba en sus entrañas, se derritieron de fuerte que salieron arroyos de aquellos metales, y corrieron por diversas partes. Los cuales apagado el fuego cuajaron, y por su natural resplandor pusieron maravilla a los naturales, si bien los menospreciaron por entonces por no tener noticia de su valor. Mas las otras naciones entendido lo que pasaba, se encendieron en deseo de venir a España con esperanza que los de la tierra, como ignorantes que eran de tan grandes bienes, les permitirían de muy buena gana recoger todo aquel oro y plata, y por lo menos les sería cosa muy fácil rescatarlo por dijes y mercaderías de muy poco valor.

De los de Fenicia se dice fueron los primeros hombres que con armadas gruesas se atrevieron al mar, y para enderezar sus navegaciones tomaron las estrellas por guía, el carro mayor y menor, en especial el norte, que es como el quicio o eje sobre que se menea el cielo. Estos después que quitaron el señorío del mar a los de Rodas y a los de Frigia, partiendo de Tiro plaza nobilísima del Oriente, se dice que navegaron y vinieron en busca de las riquezas de España. Pero a qué parte de España primeramente llegaron, no concuerdan los autores. Aristóteles dice que los de Fenicia fueron los primeros que llegados al estrecho de Cádiz, rescataron al precio del aceite que traían, tanta copia de plata de los de Tartesos, que son los de Tarifa, cuanta ni cabía en las naves, ni la podían llevar, de suerte que fueron forzados a hacer de plata todos los instrumentos de las naves y las mismas áncoras. Pudo ser que el fuego de los montes Pirineos se derramó por las demás partes de España, o de las minas de que la Bética era abundante, se sacó tanta copia de oro y plata.

Lo que lleva más camino es que los de Fenicia en esta su empresa tocaron primero y acometieron las primeras partes de España, y que aquella muchedumbre de plata la tomaron de los Pirineos, que los naturales les dieron por las cosas que traían de rescate. Puédese también creer que Siqueo, hombre principal entre aquella gente, vino (como lo dicen nuestros historiadores) en España por capitán de esta armada, o no mucho después por continuar y hacerse siempre nuevas navegaciones y armadas, y que de ella llevó las riquezas que primeramente le fueron ocasión de casar con la hermana del Rey de Tiro llamada Dido, y después le acarrearon la muerte por el deseo y codicia que en Pigmalión su cuñado entró del oro de España.

Mas quedó en su intento burlado a causa que Dido, muerto su marido, puestas las riquezas, que ya el tirano pensaba ser suyas, en las naves, se huyó y fue a parar a Tarsis, que hoy se llama Túnez, ciudad con quien tenían los de Tiro grande amistad y contratación. Siguiéronla muchos, que por la compasión de Siqueo y por el odio del tirano mudaron de buena gana la patria en destierro. Para proveerse de mujeres de quien tuviesen sucesión, en Chipre donde desembarcaron robaron bastante número de doncellas, y con ellas fueron a Carquedón, lugar antiguamente fundado por Carquedón vecino de Tiro, y que estaba asentado doce millas de Túnez. Allí concertaron con los naturales les vendiesen tanta tierra cuanta pudiesen cercar con un cuero de buey. Vinieron los africanos en lo que aquella gente les pedía, sin entender lo que pretendían. Mas ellos, cortada la piel en correas muy delgadas, con ellas cercaron y rodearon tanta tierra, que pudieron en aquel sitio hacer y levantar una fortaleza, de donde la dicha fuerza se llamó Birsa, que significa cuero de buey. Esto escribe Justino en el libro décimo octavo, dado que nos parece más probable que Birsa en la legua de los Fenices, que era semejante a la hebrea, es lo mismo que Bosra, que en lengua hebrea significa fortaleza o castillo, y que esta fue la verdadera causa de llamarse aquella fortaleza Birsa. Para juntar la fortaleza con el lugar de Carquedón tiraron una muralla bien larga, y toda así junta se llamó Cartago. Sucedió esto setenta y dos años antes de la fundación de Roma. Concertaron de pagar a los africanos comarcanos ciertas parias y tributo, con que les ganaron las voluntades.

Pero dejemos las cosas de fuera porque la historia no se alargue sin propósito, y volvamos a Pigmalión, de quien se dice que habiéndose por la muerte de Siqueo dejado algunos años la navegación susodicha, con nuevas flotas partió de Tiro la vuelta de España, surgió y desembarcó en aquella parte de los Túrdulos y de la Andalucía, donde hoy se ve la villa de Almuñécar. Allí edificó una ciudad por nombre Axis o Exis para desde ella contratar con los nativos. Cargó con tanto la flota de las riquezas de España, volvió a su tierra, tornó segunda y tercera vez a continuar la navegación sin parar hasta tanto que llegó a Cádiz. La cual isla, como antes se llamase Eritrea de los compañeros de Horus según queda apuntado, desde este tiempo la llamaron Gadira, esto es vallado, sea por ser como valladar de España contrapuesto a las hinchadas solas del mar Océano, o porque el pueblo primero que los de Fenicia en ella fundaron, en lugar de muros le fortificaron de un seto y vallado. Levantaron otrosí un templo en el dicho pueblo a honra de Hércules enfrente de tierra firme, por la parte que aquella isla adelgazaba hasta terminarse en una punta o promontorio, que se dijo Hercúleo del mismo nombre del templo.

Cosas muy extraordinarias se refieren de la naturaleza de esta isla. En particular tenía dos pozos de maravillosa propiedad, y muy a propósito para acreditar entre la gente simple la superstición de los griegos, el uno de agua dulce y el otro de agua salada. El de la dulce crecía y menguaba cada día dos veces al mismo tiempo que el mar. El de agua salada tenía las mismas mudanzas al contrario, que bajaba cuando el mar subía, y subía cuando él bajaba. Tenía otrosí un árbol llamado de Gerión, por causa que cortado algún ramo destilaba como sangre cierto licor tanto más rojo cuanto más cerca de la raíz cortaban el ramo. Su corteza era como de pino, los ramos encorvados hacia la tierra, las hojas largas un codo, y anchas cuatro dedos. Y no había más de uno de estos árboles, y otro que brotó adelante cuando el primero se secó.

Volvamos a los de Fenicia, los cuales fundaron otros pueblos y entre ellos a Málaga y a Abdera, con que se apoderaron de parte de la Bética, y ricos con la contratación de España, comenzaron claramente a pretender enseñorearse de toda ella. Platón en el Timeo dice que los Atántides, entre los cuales se puede contar Cádiz por estar en el mar Atlántico, partidos de la isla Eritrea, aportaron por mar a Acaya, donde por fuerza al principio se apoderaron de la ciudad de Atenas. Mas después se trocó la fortuna de la guerra de suerte que todos sin faltar uno perecieron. Algunos atribuyen este caso a los de Fenicia por ser muy poderosos en las partes de Levante y de Poniente, que tendrían fuerzas y ánimo para acometer empresa tan grande.

En este mismo tiempo se abrían las zanjas y se ponían los cimientos de la ciudad de Roma. Juntamente reinaba entre los judíos el rey Ezequías, después que el reino de Israel, que contenía las diez tribus de aquel pueblo, destruyó Salmanasar gran rey de los Asirios. Hijo de este grande emperador fue Senaquerib. Este juntó un grueso ejército con pensamiento que llevaba de apoderarse de todo el mundo, destruyó la provincia de Judea, metió a fuego y a sangre toda la tierra, finalmente se puso sobre Jerusalén. Dábale pena entretenerse en aquel cerco, porque conforme a su soberbia aspiraba a cosas mayores. Dejó al capitán Rabsace con parte de su ejército para que apretase el cerco, que fue el año décimo cuarto del reino de Ezequías. Hecho esto, pasó a Egipto con la fuerza del ejército. Cercó la ciudad de Pelusio, que antiguamente fue Heliópolis y al presente es Damiata. Allí le sobrevino un grande revés, y fue que Taracón, el cual con el reino de Etiopias juntara el de Egipto, le salió al encuentro, y en una famosa batalla que le dio, le desbarató y puso en huida. Herodoto dijo que la causa de este desmán fueron los ratones, que en aquel cerco le royeron todos los instrumentos de guerra. Sospéchase que lo que le sucedió en Jerusalén, donde como dice la Escritura el Ángel en una noche le mató ciento y ochenta mil combatientes, lo atribuyó este autor a Egipto. Puede ser también que en entrambos lugares le persiguió la divina justicia, y quiso contra él manifestar en dos lugares su fuerza.

Sosegada aquella tempestad de los Asirios, luego que Taracón se vio libre de aquel torbellino, refieren que revolvió sobre otras provincias y reinos, y en particular pasó en España. Estrabón por lo menos testifica haber pasado en Europa. Nuestros historiadores añaden que no lejos del río Ebro en un ribazo y collado fundó de su nombre la ciudad de Tarragona, y que los Escipiones mucho tiempo adelante la reedificaron e hicieron asiento del Imperio Romano en España, y que esta fue la causa de atribuirles la fundación de aquella ciudad no sólo la gente vulgar, sino también autores muy graves, entre ellos Plinio y Solino. Si bien el que la fundó primero fue el ya dicho Taracón rey de Etiopía y de Egipto.

Después de estas cosas, y después que la reina Dido pasó de esta vida, los cartagineses se apercibieron de armadas muy fuertes, con que se hicieron poderosos por mar y por tierra. Deseaban pasar en Europa y en ella extender su imperio. Acordaron para esto en primer lugar acometer las islas que les caían cerca del mar Mediterráneo, para que sirviesen de escala para lo demás. Acometieron a Sicilia la primera, después a Cerdeña y a Córcega, donde tuvieron encuentros con los naturales, y finalmente en todas estas partes llevaron lo peor. Parecióles de nuevo emprender primero las islas menores porque tendrían menor resistencia.

Con este nuevo acuerdo, pasadas las riberas de Liguria, que es el Genovés, y las de la Galia, tomaron la derrota de España, donde se apoderaron de Ibiza, que es una isla rodeada de peñascos, de entrada dificultosa, si no es por la parte de Mediodía en que se forma y extiende un buen puerto y capaz. Está opuesta al cabo Denia, apartada de la tierra firme de España por espacio no más de cien millas; es estrecha y pequeña y que apenas en circuito boja veinte millas, a la sazón por la mayor parte fragosa y llena de bosques de pinos, por donde los griegos la llamaron Pityusa. En todo tiempo ha sido rica de salinas y dotada de un cielo muy benigno, y de extraordinaria propiedad, pues ni la tierra cría animales ponzoñosos ni sabandijas, y si los traen de fuera luego perecen. Es tanto más de estimar esta virtud maravillosa, cuanto tiene por vecina otra isla por nombre Ofyusa (que es tanto como isla de culebras) llena de animales ponzoñosos, y por esta causa inhabitable, según que lo testifican los cosmógrafos antiguos: juego muy de considerar y milagro de la naturaleza. Verdades que en este tiempo no se puede en certidumbre señalar qué isla sea ésta, ni en qué parte caía. Unos dicen que es la Formentera, a la cual opinión ayuda la distancia, por estar no más de dos mil pasos de Ibiza; otros quieren que sea la Dragonera, movidos de la semejanza del nombre, si bien está distante de Ibiza, y casi pegada con la isla de Mallorca. Los más doctos son de parecer que un monte llamado Colubrer, pegado a la tierra firme y contrapuesto al lugar de Peñíscola, se llamó antiguamente en griego Ofyusa, y en latón Colubraria, sin embargo que los antiguos geógrafos situaron a Ofyusa cerca de Ibiza, pues en esto como en otras cosas pudieron recibir engaño por caerles lo de España tan lejos.

Apoderado que se hubieron los cartagineses de la isla de Ibiza, y que fundaron en ella una ciudad del mismo nombre de la isla para mantenerse en su señorío, se determinaron de acometer las islas de Mallorca y Menorca, distantes entre sí por espacio de treinta millas, de las riberas de España sesenta. Los griegos las llamaron Gynesias por andar en ellas a la sazón la gente desnuda, que esto significa aquel nombre: ya Baleares, de las hondas de que usaban para tirar con grande destreza. En particular la mayor de las dos se llamó Clumba y la menor Nura, según lo testifica Antonino en su Itinerario, y de él lo tomó y lo puso Florián en su historia. Antes de desembarcar rodearon los Cartagineses con sus naves estas islas, sus entradas y sus riberas y calas; mas no se atrevieron a echar gente en tierra espantados de la fiereza de aquellos isleños: mayormente que algunos mozos briosos que se atrevieron a hacer prueba de valentía, quedaron los más en el campo tendidos, y los que escaparon, más que de paso se volvieron a embarcar.

Perdida la esperanza de apoderarse por entonces de estas islas, acudieron a las riberas de España por ver si podrían con la contratación calar los secretos de la tierra, o por fuerza apoderarse de alguna parte de ella, de sus riquezas y bienes. No salieron con su intento, ni les aprovechó esta diligencia por dos causas: la primera fue que los saguntinos, para donde de aquellas islas muy en breve se pasa, como hombres de policía y de prudencia, avisados de lo que los cartagineses pretendían, que era quitarles la libertad, los echaron de sus riberas con maña persuadiendo a los naturales no tuviesen contratación con los cartaginenses. Además de esto, las necesidades y apretura de Cartago forzaron a la armada a dar la vuelta y favorecer a su ciudad, la cual ardía en disensiones civiles, y juntamente los de África comarcanos le hacían guerra: fuera de una cruel peste, con que pereció gran parte de los moradores de aquella muy noble ciudad. Para remedio de estos males se dice que usaron de diligencias extraordinarias, en particular hicieron para aplacar a sus dioses sacrificios sangrientos e inhumanos, maldad increíble.

Ya vueltas las armadas por respuesta de un oráculo, se resolvieron de sacrificar todos los años algunos mozos de los más escogidos, rito traído de Siria, donde Melkón, que es lo mismo que Saturno, por los moabitas y fenicios era aplacado con sangre humana. Hacíase el sacrificio de esta manera: tenían una estatua muy grande de aquel dios con las manos cóncavas y juntas, en las cuales puestos los mozos, con cierto artificio caían en un hoyo que debajo estaba lleno de fuego. Era grande el alarido de los que allí estaban, el ruido de los tamboriles y sonajas, en razón que los aullidos de los miserables mozos que se abrasaban en el fuego, no moviesen a compasión los ánimos de la gente, y que pereciesen sin remedio. Fue cosa maravillosa lo que añaden, que luego que la ciudad se obligó y enredó con esta superstición, cesaron los trabajos y las plagas, con que quedaron más engañados, que así suele castigar muchas veces Dios con nuevo y mayor error el desprecio de la luz y de la verdad, y vengar un yerro con otro mayor. Esta ceremonia no muy adelante, ni mucho tiempo después de éste, pasó primero a Sicilia y a España con tanta fuerza que en los mayores peligros no entendían se podía bastantemente aplacar aquel dios, sino era con sacrificar al hijo mayor del mismo rey. Y aún las divinas letras atestiguan que el rey de los moabitas hizo esto mismo para librarse del cerco que le tenían puesto los judíos. Por ventura tenían en la memoria que Abraham, príncipe de la gente hebrea, por mandado de Dios quiso degollar sobre el altar a su hijo muy querido Isaac, que los malos ejemplos nacen de buenos principios. Y Filón en la Historia de los de Fenicia dice hubo costumbre que en los muy graves y extremos peligros el príncipe de la ciudad ofreciese al demonio vengador el hijo que más quería, en precio y para librar a los suyos de aquel peligro, a ejemplo e imitación de Saturno (al cual los fenicios llaman Israel) que ofreció un hijo que tenía de Anobret Ninfa, para librar la ciudad que estaba oprimida de guerra, y le degollaron sobre el altar vestido de vestiduras reales. Esto dice Filón. Yo entiendo que trastocadas las cosas, como acontece, este autor por Abraham puso Israel, y mudó lo demás de aquella hazaña y obediencia tan notable en la forma que queda dicha.

En este mismo tiempo, que fue seiscientos y veinte años antes del nacimiento de Cristo nuestro Señor, y de la fundación de Roma corría el año 132, concurrió la edad de Argantonio rey de Tartesos, el cual Silio Itálico dice vivió no menos de trescientos años. Plinio por testimonio de Anacreonte le da ciento y cincuenta. A este como tuviese gran destreza en la guerra, y por la larga experiencia de cosas fuese de singular prudencia, le encomendaron la república y el gobierno. Tenían los naturales confianza que con el esfuerzo y buena maña de Argantonio podrían rebatir los intentos de los Fenicios, los cuales no ya por rodeos y engaños, sino claramente se enderezaban a enseñorearse de España, y con este propósito de Cádiz había pasado a tierra firme. Valíanse de sus mañas: sembraban entre los naturales discordias y riñas, con que se apoderaron de diversos lugares. Los naturales al llamamiento del nuevo rey se juntaron en son de guerra, y castigado el atrevimiento de los Fenicios, mantuvieron la libertad que de sus mayores tenían recibida, y no falta quien diga que Argantonio se apoderó de toda la Andalucía o Bética, y de la misma isla de Cádiz: cosa hacedera y creíble, por haberse muchos de los Fenicios a la sazón partido de España en socorro de la ciudad de Tiro, su tierra y patria natural, contra Nabucodonosor emperador de Babilonia, el cual con un grueso ejército bajó a la Siria, y con gran espanto que puso se apoderó de Jerusalén, ciudad en riquezas, muchedumbre de moradores y en santidad la más principal entre las ciudades de Levante. Prendió demás de esto al rey Sedequías, el cual, junto con la demás gente y pueblo de los judíos, envió cautivo a Babilonia. Combatió por mar y por tierra la ciudad de Tiro, que era el más noble mercado y plaza de aquellas partes.

Los de Tiro como se vieron apretados, despacharon sus mensajeros para hacer saber a los de Cartago y a los de Cádiz cuán riesgo corrían sus cosas, si con presteza no les acudían. Decían que, fuese por el común respeto de la naturaleza, se debían mover a compasión de la miseria en que se hallaba una ciudad poco antes tan poderosa; fuese por consideración de su mismo interés, pues por medio de aquella contratación poseían sus riquezas, y ella destruida, se perdería aquel comercio y ganancia, no dilatasen el socorro de día en día, pues la ocasión de obrar bien, como sea muy presurosa, por demás después de perdida se busca. No les espantasen los gastos que harían en aquel socorro, que ganada la victoria los recobrarían muy aventajados. Por conclusión, no les retrajese el trabajo ni el peligro, pues a la que debían todas las cosas y la vida, era razón aventurarlo todo por ella. Oída esta embajada, no se sabe lo que los cartagineses hicieron.

Los de Cádiz, hechas grandes levas de gentes, y de españoles que llevaron de socorro, con una gruesa armada se partieron la vuelta de Levante. Llegaron en breve a vista de Tiro y de los enemigos. Ayudóles el viento, con el cual se atrevieron a pasar por medio de la armada de los babilonios y entrar en la ciudad. Con este nuevo socorro alentados los de Tiro, que se hallaban en extremo peligro y casi sin esperanza, cobraron un tal esfuerzo que casi por espacio de cuatro años enteros entretuvieron el cerco con encuentros y rebates ordinarios que se daban de una y otra parte. Quebrantaron por esta manera el coraje de los babilonios, los cuales por esto y porque de Egipto, donde les avisaban se hacían grandes juntas de gentes, les amenazaban nuevas tempestades y asonadas de guerra, acordaron de levantar el cerco. Parecióle a Nabucodonosor debía acudir a los de Egipto con presteza, antes que por su tardanza cobrasen más fuerza. Esta nueva guerra fue al principio variable y dudosa, mas al fin Egipto y África quedaron vencidas y sujetas al rey de Babilonia, de donde compuestas las cosas pasó en España con intento de apoderarse de sus riquezas y de vengarse juntamente del socorro que los de Cádiz enviaron a Tiro.

Desembarcó con su gente en lo postrero de España, a las vertientes de los Pirineos; desde allí sin contraste discurrió por las demás riberas y puertos sin parar hasta llegar a Cádiz. Josefo en las Antigüedades dice que Nabucodonosor se apoderó de España. Apellidáronse los naturales, y apercibíanse para hacer resistencia. El babilonio por miedo de algún revés que oscureciese todas las demás victorias y la gloria ganada, y contento de las muchas riquezas que juntara, y haber ensanchado su imperio hasta los últimos términos de la tierra, acordó dar la vuelta, y así lo hizo el año que corría de la fundación de Roma de 171.

Esta venida de Nabucodonosor en España es muy célebre en los libros de los hebreos. Y por causa que en su compañía trajo muchos judíos, algunos tomaron ocasión para pensar y aún decir, que muchos nombres hebreos en el Andalucía, y asimismo en el reino de Toledo que fue la antigua Carpetania, quedaron en diversos pueblos que se fundaron en aquella sazón por aquella misma gente. Entre estos cuentan a Toledo, Escalona, Novés, Maqueda, Yepes, sin otros pueblos de menor cuenta, los cuales dicen tomaron estos apellidos de los de Ascalón, Nobe, Magedon, Joppe, ciudades de Palestina. El de Toledo quieren que venga de toledoth, dicción que en hebreo significa linajes y familias, cuales fueron las que dicen se juntaron en gran número para abrir las zanjas y fundar aquella ciudad. Imaginación aguda sin duda, pero que en este lugar ni la pretendemos aprobar ni reprobar de todo punto. Basta advertir que el fundamento es de poco momento por no estribar en testimonio y autoridad de algún escritor antiguo.

Dejado esto, añaden nuestros escritores a todo los susodicho, que después de reprimido el atrevimiento de los fenicios como queda dicho, y vueltos de España los babilonios, los focenses así dichos de una ciudad de la Jonia en la Asia Menor llamada Focea, en una armada de galeras (de las cuales los focenses fueron los primeros maestros) navegaron la vuelta de Italia, Francia y España, forzados según se entiende de la crueldad de Elarpalo, capitán del gran emperador Ciro, y que en su lugar tenía el gobierno de aquellas partes.

Esta gente en lo postrero de la Lucania, que hoy es por la mayor parte la Basilicata, y enfrente de Sicilia edificaron una ciudad por nombre Velia, donde pensaban hacer su asiento. Pero a causa de ser la tierra malsana y estéril, y que los naturales les recibieron muy mal, parte de ellos se volvieron a embarcar con intento de buscar asientos más a propósito. Tocaron de camino a Córcega, desde allí pasaron a Francia, en cuyas riberas hallaron un buen puerto sobre el cual fundaron la ciudad de Marsella en un altozano que está por tres partes cercado de mar, y por la cuarta tiene la subida muy agria a causa de un valle muy hondo que está por medio.

Otra parte de aquella gente siguió la derrota de España, y pasando a Tarifa, que fue antiguamente Tarteso, en tiempo del rey Argantonio avecindados en aquella ciudad, se dice que cultivaron, labraron y adornaron de edificios hermosos a la manera griega ciertas islas que caían enfrente de aquellas riberas y se llamaban Afrodisias. Valió esta diligencia para que las que antes no se estimaban, sirviesen en lo de adelante a aquellos ciudadanos de recreación y deleite, las cuales todas han perecido con el tiempo, fuera de una que se llamaba Junonia. Siguióse tras esto la muerte de Argantonio el año poco más o menos 200 de la fundación de Roma. Para honrarle dicen le levantaron un solemne sepulcro, y alrededor de él tantas agujas y pirámides de piedra, cuantos enemigos él mismo mató en la guerra. Esto se dice por lo que Aristóteles refiere de la costumbre de los españoles, que sepultaban a sus muertos en esta guisa con esta solemnidad y manera de sepulcros.

Grandes movimientos se siguieron después de la muerte de Argantonio, y España a guisa de nave sin gobernalle y sin piloto padeció grandes tormentas. La fortuna de la guerra al principio variable y al fin contraria a los españoles, les quitó la libertad. La venida de los cartagineses a España fue causa de estos daños con la ocasión que se dirá.

Los fenicios, por este tiempo aumentados en número, fuerzas y riquezas, sacudieron el yugo de los españoles y recobraron el señorío de la isla de Cádiz, asiento antiguo de sus riquezas y de su contratación, fortaleza de su imperio, desde donde pensaban pasar a tierra firme con la primera ocasión que para ello se les presentase. Pensaban esto, pero no hallaban camino ni traza, ni ocasión bastante para emprender cosa tan grande. Parecióles que sería lo mejor cubrirse y valerse de la capa de la religión, velo que muchas veces engaña. Pidieron a los naturales licencia y lugar para edificar a Hércules un templo. Decían haberles aparecido en sueños y mandado hiciesen aquella obra. Con este embuste alcanzado lo que pretendían, con grandes pertrechos y materiales le levantaron muy en breve a manera de fortaleza. Muchos movidos por la santidad y devoción de aquel templo y del aparato de las ceremonias que en él usaban, se fueron a morar en aquel lugar, por donde vino en poco tiempo a tener grandeza de ciudad, la cual estuvo según se entiende donde ahora se ve Medina Sidonia, que el nombre de Sidón lo comprueba y el asiento que está enfrente de Cádiz dieciséis millas apartada de las marinas.

Poseían demás de esto otras ciudades y menores lugares, parte fundados y habitados de los suyos, parte quitados por fuerza a los comarcanos. Desde estos pueblos que poseían, y principalmente desde el templo hacían correrías, robaban hombres y ganados. Pasaron adelante, apoderándose de la ciudad de Turdeto, que antiguamente estaba puesta entre Jerez y Arcos, no con mayor derecho del que consiste en la fuerza y armas. De esta ciudad de Turdeto se dijeron los Turdetanos, nación muy ancha en la Bética, y que llegaba hasta las riberas del Océano, y hasta el río Guadiana. Los Bástulos, que era otra nación, corría desde Tarifa por las marinas del mar Mediterráneo hasta un pueblo que antiguamente se llamó Barea, y hoy se cree que sea Vera. Los Túrdulos desde el puerto de Mnesteo, que hoy se llama de Santa María, se extendían hacia el oriente y septentrión y poco abajo de Córdoba pasado el río Guadalquivir, tocaban a Sierra Morena y ocupaban lo mediterráneo hasta lo postrero de la Bética. Tito Livio y Polibio hacen los mismos a los Túrdulos y Turdetanos, y los más confunden los términos de estas gentes, por lo cual no será necesario trabajar en señalar más en particular los linderos y mojones de cada cual de estos pueblos, como tampoco los de otros que en ellos se comprendían, es a saber los Masienos, Selbisios, Curenses, Lignios y los demás, cuyos nombres se hallan en aprobados autores, y sus asientos en particular no se pueden señalar.

Lo que hace a nuestro propósito es que con tan grandes injurias se acabó la paciencia a los naturales, que tenían por sospechoso el grande aumento de la nueva ciudad. Trataron de esto entre sí; determinaron de hacer guerra a los de Cádiz. Tuvieron sobre ello y tomaron su acuerdo en una junta que en día señalado hicieron, en el cual se quejaron de las injurias de los Fenicios. Después que les permitieron edificar el templo que se dijo estar en Medina Sidonia, haber echado grillos a la libertad, y puesto un yugo gravísimo sobre las cervices de la provincia, como hombres que eran de avaricia insaciable, de grande crueldad y fiereza, compuestos de embustes y de arrogancia, gente impía y maldita, pues con capa de religión pretendían encubrir tan grandes engaños y maldades, que no se podían sufrir más sus agravios. Si en aquella junta no había algún remedio y socorro, que serían todos forzados, dejadas sus casas, buscar otras moradas y asiento apartado de aquella gente, pues más tolerable sería padecer cualquiera otra cosa que tantas indignidades y afrentas como sufrían ellos, sus mujeres, hijos y parientes. Estas y semejantes razones en muchos fueron causa de gemidos y lágrimas. Más sosegado el sentimiento y hecho silencio, Baucio Capeto, príncipe que era de los Turdetanos:

«De ánimo (dice) cobarde y sin brío es llorar las desgracias y miserias, y fuera de las lágrimas no poner algún remedio a la desventura y trabajos. ¿Por ventura no nos acordaremos que somos varones, y tomadas luego las armas vengaremos las injurias recibidas? No será dificultoso echar de toda la provincia unos pocos ladrones, si los que en número, esfuerzo y causa les hacemos ventaja, juntamos con esto la concordia de los ánimos. Para lo cual hagamos presente y gracia de las quejas particulares que unos contra otros tenemos, a la patria común, porque las enemistades particulares no sean parte para impedirnos el camino de la verdadera gloria. Además de esto no debéis pensar que en vengar nuestros agravios se ofende Dios y la religión, que es el velo de que ellos se cubren. Ca el cielo ni suele favorecer a la maldad, y es más justo persuadirse acudirá a los que padecen injustamente, ni hay para qué temer la felicidad y buena andanza de que tanto tiempo gozan nuestros enemigos. Antes debéis pensar que Dios acostumbra dar mayor felicidad y sufrir más largo tiempo sin castigo aquellos de quien pretende tomar más entera venganza y en quien quiere hacer mayor castigo, para que sientan más la mudanza y miseria en que caen.»

Encendiéronse con este razonamiento los corazones de los que presentes estaban, y de común consentimiento se decretó la guerra contra los Fenicios. Nombráronse capitanes, a los cuales fue mandado que hiciesen las mayores juntas de soldados y lo más secretamente que pudiesen, para que tomasen al enemigo desapercibido, y la victoria fuese más fácil. A Baucio encomendaron el principal cuidado de la guerra por su mucha prudencia y edad a propósito para mandar, y por ser muy amado del pueblo.

Con esta resolución juntaron un grueso ejército: dieron sobre los fenicios que estaban descuidados: venciéronlos; sus bienes y sus mercaderías dieron a saco, tomáronles las ciudades y lugares por fuerza en muy breve tiempo, así los conquistados por ellos y usurpados, como los que habían fundado y poblado de su gente y nación. La ciudad de Medina Sidonia, donde se recogió lo restante de los fenicios confiados en la fortificación del templo, con el mismo ímpetu fue cercada, y se apoderaron de ella, sin escapar uno de todos los que en ella estaban que no le pasasen a cuchillo: tan grande era el deseo de venganza que tenían. Pusiéronle asimismo fuego, y echáronla por tierra sin perdonar al mismo templo, porque los corazones irritados ni daban lugar a compasión, ni la santidad de la religión y el escrúpulo era parte para enfrenarlos.

En esta manera se perdieron las riquezas ganadas en tantos años y con tanta diligencia, y los edificios soberbios en poco tiempo con la llama del furor enemigo fueron consumidos: en tanto grado, que a los fenicios en tierra firme solo quedaron algunos pocos y pequeños pueblos, mas por no ser combatidos que por otra causa.

Reducidos con esto los vencidos en la isla de Cádiz, trataron de desamparar a España, donde entendían ser tan grande el odio y malquerencia que les tenían. Por lo menos no teniendo esperanza de algún buen partido o de paz, se determinaron de buscar por socorros de fuera. Esperar que viniesen desde Tiro en tan grande apretura, era cosa muy larga. Resolviéronse de llamar en su ayuda a los de Cartago, con los cuales tenían parentesco por ser de origen común, y por la contratación amistad muy trabada. Los embajadores que enviaron, luego que les dieron entrada y señalaron audiencia en el Senado, declararon a los Padres y Senadores como las cosas de Cádiz estaban en extremo peligro, sin quedar esperanza alguna sino era en su solo amparo. Que no trataban ya de recobrar las riquezas que en un punto habían perdido, sino de conservar la libertad y la vida; la ocasión que tantas veces habían deseado de entrar en España, ser venida muy honesta por la defensa de sus parientes y aliados, y para vengar las injurias de los dioses inmortales, y de la santísima religión, la cual era profanada habiendo derribado el templo de Hércules y quitado sus sacrificios, al cual dios ellos honraban principalmente. Añadían que ellos contentos con la libertad y con lo que antes poseían, los demás premios de la victoria (que serían mayores que nadie pensaba ni ellos decían), de buena gana se los dejarían.

El Senado de Cartago, oída la embajada de los de Cádiz, repondieron que tuviesen buen ánimo, y prometieron tener cuidado de sus cosas; que tenían grande esperanza que los españoles en breve por el sentimiento y experiencia de sus trabajos pondrían fin a las injurias, sufriésense solamente un poco de tiempo, y se entretuviesen en tanto que una armada apercibida de todo lo necesario se enviase a España, como en breve se haría. Eran en aquel tiempo señores del mar los cartagineses: tenían en él gruesas armadas, fuere por la contratación (que es título con que por estos tiempos las naves de Tarsis o Cartago se celebran en los divinos libros), o para extender el imperio y dilatarle, pues se sabe que poseían todas las marinas de África, y estaban apoderados en el Mar Mediterráneo de no pocas islas. Hasta ahora la entrada en España les era vedada por las razones que arriba se apuntaron. Por lo cual tanto con mayor voluntad la armada cartaginesa, cuyo capitán se decía Maharbal, partida de Cartago por las islas Baleares y por la de Ibiza, donde hizo escala con buenos temporales, llega a Cádiz, año de fundación de Roma 136. Otros señalan que fue esto no mucho antes de la primera guerra de los romanos con los cartagineses. En cualquier tiempo que esto haya sucedido, lo cierto es que abierta que tuvieron la entrada para el señorío de España, luego corrieron las marinas comarcanas, y robaron las naves que pudieron de los españoles. Hicieron correrías muchas y muy grandes por sus campos, y no contentos con esto, levantaron fortalezas en lugares a propósito, desde donde pudieron con más comodidad correr la tierra y talar los campos comarcanos.

Movidos por estos males los españoles, juntáronse en gran número en la ciudad de Turdeto, señalaron de nuevo a Baucio por general de aquella guerra, el cual con gentes que luego levantó, tomó de noche a deshora un fuerte de los enemigos de muchos que tenían, el que estaba más cerca de Tirdeto, donde pasó a cuchillo la guarnición, fuera de pocos y del mismo capitán Maharbal que por una puerta falsa escapó a uña de caballo. En prosecución de esta victoria pasó adelante e hizo mayores daños a los enemigos, venciéndolos y matándolos en muchos lugares. Las cuales cosas acabadas, Baucio tornó con su gente cargada de despojos a la ciudad.

Los cartagineses, visto que no podían vencer por fuerza a los españoles, usaron de engaño, propia arte de aquella gente. Mostraron gana de partidos y de concertarse, ca decían no ser venidos a España para hacer y dar guerra a los naturales, sino para vengar las injurias de sus parientes y castigar los que profanaron el templo sacrosanto de Hércules. Que sabían y eran informados, los ciudadanos de Turdeto no haber cometido cosa alguna ni en desacato de los dioses, ni en daño de los de Cádiz; por tanto no les pretendían ofender, antes maravillados de su valentía, deseaban su amistad, lo cual no sería de poco provecho a la una nación y a la otra. Que dejasen las armas y se diesen las manos, y respondiesen en amor a los que a él les convidaban; y para que entendiesen que el trato era llano, sin engaño ni ficción alguna, quitarían de sus fuerzas y castillos todas las guarniciones, y no permitirían que los soldados hiciesen algún daño o agravio en su tierra.

A esta embajada los turdetanos respondieron que entonces les sería agradable lo que les ofrecían, cuando las obras se conformasen con las palabras. La guerra, que ni la temían ni la deseaban; la amistad de los cartagineses ni la estimaban en mucho, ni ofrecida la desecharían. Aseguraban que los turdetanos eran de tal condición que las malas obras acostumbraban a vencer con buenas, y las ofensas con hacer lo que debían; que los desmanes pasados no sucedieron por su voluntad, sino la necesidad de defenderse les forzó a tomar las armas.

En esta guisa los cartagineses con cierto género de treguas se entretuvieron y repararon cerca de las marinas. Sin embargo, desde allí puestas guarniciones en los lugares y castillos, hacían guerra y correrías a los comarcanos. Si se juntaba algún grueso ejército de españoles con deseo de venganza, echaban la culpa a la insolencia de los soldados, y con muestra de querer nuevos conciertos engañaban a aquellos hombres simples y amigos de sosiego, y se pasaban a acometer a otros, haciendo mal y daño en otras partes. Era esto muy agradable a los de Cádiz que llamaron aquella gente. A los españoles por la mayor parte no parecía muy grave de sufrir, como quiere que no hagan caso ordinariamente los hombres de los daños públicos, cuando no se mezclan con sus particulares intereses.

Con esto el poder de los cartagineses crecía de cada día por la negligencia y descuido de los nuestros, bien así como por la astucia de ellos. Lo cual fue menos dificultoso por la muerte de Baucio que le sobrevino por aquel tiempo, sin que se sepa que haya tenido sucesor alguno heredero de su casa.

No se harta el corazón humano con lo que le concede la fortuna o el cielo: parecen soeces y bajas las cosas que primero poseemos, cuando esperamos otras mayores y más altas, grande polilla de nuestra felicidad, y no menos nos inquieta la ambición y naturaleza del poder y mando, que no puede sufrir compañía.

Muerto Baucio, los cartagineses, codiciosos del señorío de toda España, acometieron echar de la isla de Cádiz a los fenicios, sin mirar que eran sus parientes y aliados, y que ellos los llamaron y trajeron a España: que la codicia de mandar no tiene respeto a ley alguna. Y ganada Cádiz, entendían les sería fácil enseñorearse de todo lo demás. Tenían necesidad para salir con su intento de valerse de artificio y embustes. Comenzaron a sembrar discordias entre los antiguos isleños y los fenicios. Decían que gobernaban con avaricia y soberbia, que tomaban para sí todo el mando sin dar parte ni cargo alguno a los naturales; antes usurpadas las públicas y particulares riquezas, los tenían puestos en miserable servidumbre y esclavitud. Por esta forma y con estas murmuraciones, como ambiciosos que eran y de malas mañas, hombres de ingenios astutos y malos, ganaban la voluntad de los isleños, y hacían odiosos a los fenicios.

Entendido el artificio, quejábanse los fenicios de los cartagineses y de su deslealtad, que ni el parentesco, ni la memoria de los beneficios recibidos, ni la obligación que les tenían, los enfrenaban y detenían para que no urdiesen aquella maldad y la llevasen adelante. No aprovecharon las palabras por estar los corazones dañados, los unos llenos de ira, y los otros de ambición. Fue forzoso venir a las armas y encomendarse a las manos. Los de Fenicia acometieron primero a los cartagineses, que descuidados estaban y no temían lo que bien merecían. A unos mataron sin hallar resistencia, otros se recogieron a una fuerza que para semejantes ocasiones habían levantado y fortificado en lo postrero de la isla, enfrente del promontorio llamado Cronio antiguamente. Hecho esto, volvieron la rabia contra las casas y los campos de los cartagineses, que por todas partes les pusieron fuego, y saquearon sus riquezas. Ellos, aunque alterados con trabajo tan improviso, alegrábanse empero entre aquellos males de tener bastante ocasión y buen color para tomar las armas en su defensa, y echar a los fenicios de la ciudad, como en breve sucedió. Que recogidos los soldados que tenían en las guarniciones, y juntadas ayudas de sus aliados, se resolvieron de presentar batalla y acometer a aquellos de los cuales poco ante fueran agraviados, destrozados y puestos en huida. No se atrevía el enemigo a venir a las manos, ni dar la batalla, ni se podía esperar que por su voluntad vendrían en algún partido, por estar tan fresco el agravio que hicieron a los de Cartago.

Pusiéronse los cartagineses sobre la ciudad, y con sitio que duró por algunos meses, al fin la entraron por fuerza. En este cerco pretenden algunos que Pefasmeno, un artífice natural de Tiro, inventó de nuevo para batir los muros el ingenio que llamaron ariete. Colgaban una viga de otra viga atravesada, para que puesta como en balanzas, se moviese con mayor facilidad e hiciese mayor golpe en la muralla.

Esta desgracia y daño que se hizo a los fenicios dio ocasión a los comarcanos de concebir en sus pechos gran odio contra los cartagineses. Reprendían su deslealtad y felonía, pues quitaban la libertad y los bienes a los que demás de otros beneficios que les tenían hechos, los llamaron y dieron parte en el señorío de España. Que eran impíos e ingratos, pues sin bastante causa habían quebrantado el derecho de hospedaje, del parentesco, de la amistad y de la humanidad. Los que más en esto se señalaron fueron los moradores del puerto de Mnesteo, por la grande y antigua amistad que tenían con los fenicios. Echaban maldiciones a los cartagineses, amenazaban que tal maldad no pasaría sin venganza.

De las palabras y de los denuestos pasaron a las armas. Juntáronse grandes gentes de una y otra parte, pero antes de venir a las manos intentaron algún camino de concierto. Temían los cartagineses de poner el resto del imperio y de sus cosas en el trance de una batalla, y así fueron los primeros que trataron de paz. El concierto se hizo sin dificultad. Capitularon de esta manera: que de la una y de la otra parte volviesen a la contratación; que los cautivos fuesen puestos en libertad, y de ambas partes satisfaciesen los daños en la forma que los jueces árbitros que señalaron determinasen. Para que todo esto fuese más firme, pareció, a la manera de los atenienses, decretar un perpetuo olvido de las injurias pasadas, por donde se cree que el río Guadalete, que se mete en el mar por el puerto de Mnesteo, se llamó en griego Letes, que quiere decir olvido. Más cosas traslado que creo, por no ser fácil ni refutar lo que otros escriben, ni tener voluntad de confirmar con argumentos lo que dicen sin mucha probabilidad.

Añaden que sabidas estas cosas en Cartago por cartas de Maharbal, dieron gracias a los dioses inmortales, y que fue tanto mayor la alegría de toda la ciudad, que a causa de tener revueltas sus cosas, no podían enviar armada que ayudase a los suyos y les asistiese para conservar el imperio de Cádiz. Fue así que los de Cádiz llevaron lo peor, primero en una guerra que en Sicilia, después en otra que en Cerdeña hizo Macheo capitán de sus gentes. Siguióse un nuevo temor de una nueva guerra con los de África (de la cual se hablará luego) que hizo quitar el pensamiento del todo al Senado cartaginés de las cosas de España.

Por esta causa los cartagineses que estaban en Cádiz, perdida la esperanza de poder ser socorridos de su ciudad, con astucia y fingidos beneficios y caricias, trataron de ganar las voluntades de los españoles. Los que quedaron de los fenicios, contentos con la contratación para la que se les dio libertad (con la cual se adquieren grandes riquezas), no trataron más de recobrar el señorío de Cádiz. En el cual tiempo, que corría de la fundación de Roma el año de 252, España fue afligida de sequedad y de hambre, falta de mantenimientos, y de muchos temblores de tierra, con que grandes tesoros de plata y oro, que con el fuego de los Pirineos estaban en las cenizas de y en la tierra sepultados, salieron a luz por causa de las grandes aberturas de la tierra, que fueron ocasión de venir nuevas gentes a España, las cuales no hay para qué relatarlas en este lugar.

Lo que hace al propósito es que desde Cartago, pasado algún tiempo, se envió nueva armada, y por capitanes Asdrúbal y Amílcar, los cuales eran hijos del Magón, ya nombrado y ahora difunto. Estos de camino desembarcaron en Cerdeña, donde fue Asdrúbal muerto de los isleños en una batalla. Hijos de éste fueron Aníbal, Asdrúbal y Safón. Amílcar dejó la empresa de España, a causa que los sicilianos, sabida la muerte de Asdrúbal, y habiendo Leónidas Lacedemonio llegado con armada en Sicilia, se determinaron a mover con mayor fuerza la guerra contra los cartagineses. A esta guerra acudió, y en ella murió, Amílcar, el cual dejó tres hijos, que fueron Himilcón, Hannón y Gisgon.

Demás de esto, Darío hijo de Histaspe por el mismo tiempo tenía puestos en gran cuidado a los cartagineses con embajadores que les envió, para que les declarasen las leyes que debían guardar si querían su amistad, y juntamente les pidieses ayuda para la guerra que pensaba hacer en Grecia. Los cartagineses no se atrevían, estando sus cosas en aquel peligro y balance, a enojarle con alguna respuesta desabrida, si bien no pensaban enviarle socorro alguno, ni obedecer a sus mandatos. De este Darío fue hijo Jerjes, el cual el año tercero de su imperio, y de la fundación de Roma 271, a ejemplo de su padre trató de hacer guerra en Grecia. Y por esta causa los griegos que con Leónidas vinieron a Sicilia, fueron para resistirle llamados a su tierra.

Con esto el Senado cartaginés comenzó a cobrar aliento después de tan larga tormenta, y cuidando de las cosas de España, se resolvió de enviar en ayuda de los suyos a aquella provincia en cuatro naves novecientos soldados sacados de las guarniciones de Sicilia, con esperanza que daban de enviar en breve mayores socorros. Estos de camino echaron anclas y desembarcaron en las islas de Mallorca y Menorca: acometieron a los isleños, pero fueron por ellos maltratados. Pues tomando ellos sus hondas, de la cual arma usaban solamente, con un granizo de piedras maltrataron a los enemigos tanto que les forzaron a retirarse a la marina, y aún a desancorar y sacar las naves a alta mar, de donde arrebatados con la fuerza de los vientos llegaron últimamente a Cádiz. Con la venida de este socorro se disminuyó la fama del daño recibido en Sicilia y de la muerte del capitán Amílcar, y se quitó el poder de alterarse a los que estaban discordes contra los cartagineses.

En el cual tiempo dicen que desde Tarteso, que es Tarifa, se envió cierta población o colonia, y por su capitán Capión a aquella isla que hacía Guadalquivir con sus dos brazos y bocas. Lo cierto es que donde estaba el oráculo de Mnesteo, los de Tarteso edificaron una nueva ciudad, llamada por esta causa Ebora de los cartesios, a distinción de otras muchas ciudades que hubo en España de aquel nombre, y Tarteso antiguamente se llamó también Carteia. Demás de esto, en la una boca del Guadalquivir se edificó una torre llamada Capión. En qué tiempo no consta. Pero los moradores de aquella tierra se sabe que se llamaron Cartesios o Tartesios, que dio ocasión a ingenios demasiadamente agudos de pensar y aún decir que desde Tarteso se envió a aquella población o colonia, hasta señalar también el tiempo y capitán que llaman asimismo Capión, como si todo lo tuvieran averiguado muy en particular.

Corría por este mismo tiempo fama que toda África se conjuraba contra Cartago, que hacían levas y juntas de gentes, cada cual de las ciudades conforme a sus fuerzas. Y que unas a otras para mayor seguridad se deban rehenes de no faltar lo concertado. El demasiado poder de aquella ciudad les hacía entrar en sospecha. Además que no querían pagar el tributo, que por asiento y voluntad de la reina Dido tenían costumbre de pagar. Dábales otrosí atrevimiento lo que se decía de las adversidades y desventuras que en Sicilia y en Cerdeña padecieran. Los de Mauritania, si bien no se podían quejar de algún agravio recibido por los de aquella ciudad, se concertaron con los demás, con tanto furor y rabia que trataban de tirar a su partido a los españoles (que estaban divididos de aquella tierra por el angosto estrecho de Gibraltar) y apartarlos de la amistad de los cartagineses.

Movido por estas cosas el Senado cartaginés, determinó aparejarse a la resistencia, y juntamente enviar al gobierno de lo que en España tenían a Safón hijo de Asdrúbal, para que con su presencia fortificase y animase a los suyos, y sosegase con buenas obras y con prudencia las voluntades de los españoles para que no se alterasen. Lo cual, llegado que fue a España, hizo él con gran cuidado y maña: que llamados los principales de los españoles, les declaró lo que en África se trataba, y lo que los mauritanos pretendían. Pidióles por el derecho de la amistad antigua que tenían, no permitiesen que ellos o algunos de los suyos fueran atraídos con aquel engaño a dar socorro a sus enemigos; antes con consejo y con fuerzas ayudasen a Cartago.

Movidos los españoles con estas razones, consintieron que pudiese levantar tres mil españoles, no para hacer guerra ni acometer a los mauritanos con los cuales tenía España grandes alianzas y prendas, sino para resistir a los contrarios de Cartago, si de alguna parte se les moviese guerra. Tuvo Safón puestas al estrecho las compañías y escuadrones así de su gente como de los españoles, para ver si por miedo mudarían parecer los mauritanos, dejarían de seguir los intentos de los demás africanos. Pero como no desistiesen, pasado el estrecho puso a fuego y a sangre los campos y las poblaciones, robando, saqueando y poniendo en servidumbre todos los que por el trance de la guerra venían en su poder.

Movidos de sus males los mauritanos, hicieron junta en Tánger, que está en las riberas de África, enfrente de Tarteso o Tarifa, para determinar lo que debían hacer. En primer lugar, pareció enviar embajadores a España a quejarse de los agravios que recibían de los suyos (de aquellos que a Safón seguían), y alegar que los que les debían ayudar, esos les hacían contradicción y perjuicio. Mirasen a los que dejaban, y con quienes tomaban compañía. Que los cartagineses ponían asechanzas a la libertad de todos, y por tanto era más justo que juntando las fuerzas con ellos, vengasen las injurias comunes, y no tomasen a parte consejo, del cual les hubiese luego de pesar. Ora fuesen los cartagineses vencidos por el odio en que incurrían de toda África, ora fuesen vencedores, pues ponían a riego su libertad. Que los cartagineses por su soberbia y arrogancia pensaban de muy atrás enseñorearse de todo el mundo.

A esto los españoles se excusaron de aquel desorden, que sucedió sin que lo supiesen. Que a Safon se le dio gente de España no para hacer guerra, sino para su defensa. Que enviarían embajadores a África, por cuya autoridad y diligencia, sino se concertasen e hicieses paces, volverían los suyos de África. Como lo prometieron, así lo cumplieron. Con la ida de los embajadores se dejaron las armas, y se tomó asiento con tal condición, que el capitán cartaginés sacase su gente de la Mauritania, los mauritanos llamasen los suyos de la guerra que se hacía contra Cartago, pues de aquella ciudad no tenían queja alguna particular. Esto se concertó.

Pero como vuelto Safón en España todavía los mauritanos perseverasen en los reales de los africanos, tornó a moverles guerra y les hizo mayores daños. Y apenas se pudo alcanzar por los españoles que entraron de por medio, que fortificado de nuevas compañías de España que le ofrecían de su voluntad, dejada la Mauritania, entrase más adentro en África. En fin, se tomó este acuerdo, con que los ejércitos enemigos de Cartago fueron vencidos, pues los tomaron en medio por frente y por las espaldas, las gentes que salieron de Cartago por una parte, y por otra las que partieron de España. Saruco Barchino, así dicho de Barce, ciudad puesta a la parte oriental de Cartago (dado que Silio Itálico dice que de Barce compañero de Dido) se señaló en servir en esta guerra a los cartagineses. Por lo cual le hicieron ciudadano de aquella ciudad, y dio por este tiempo principio a la familia y parcialidad muy nombrada en Cartago de los Barchinos. Diose fin a esta guerra año de fundación de Roma de 283.

Safón vuelto en España, y ordenadas las cosas de la provincia, siete años después fue removido del cargo, y llamado a Cartago con color de darle el gobierno de la ciudad, y el cargo y magistrado más principal, el cual como dice Festo Pompeyo se llamaba Suffetes. La verdad era que les daba pena que un ciudadano con las riquezas de aquella riquísima provincia creciese más de lo que podía sufrir una ciudad libre. Dado que por hacerle más honra enviaron en su lugar tres primos suyos, Himilcón, Hannón y Gisgon, y a él, vuelto a su tierra, le hicieron grandes honras. Con lo cual se ensoberbeció tanto, que teniendo en poco la tiranía y señorío de su ciudad, trató de hacerse dios en esta forma. Juntó muchas avecillas de las que suelen hablar, y enseñóles a pronunciar y decir muchas veces tres palabras “gran dios Safón”. Dejólas ir libremente, y como repitiesen aquellas palabras por los campos, fue tan grande la fama de Safón por toda aquella tierra, que espantados con aquel milagro los naturales, en vida le consagraron por dios y le edificaron templos, lo que antes de aquel tiempo no aconteciera a persona alguna. Plinio atribuye este hecho a Hannón, la fama a Safón, confirmada y consagrada por el antiguo proverbio latino y griego, es a saber: gran dios Safón.

Himilcón y Hannón tomado el cargo de España, luego que pudieron se hicieron a la vela con su armada para ir a su gobierno. Acometieron de camino a los de Mallorca, si por ventura con maña y dávidas de poco precio pudiesen alcanzar de aquellos hombres groseros, y que no sabían semejantes artificios, que les diesen lugar y permitiesen levantar en aquella isla un fuerte, que fuese como escalón para quitarles la libertad. Dióles esta licencia, y aún dícese que en Menorca entre septentrión y poniente edificaron un pueblo que se llamó Jama, y otro al levante por nombre Magon. Algunos añaden el tercer lugar de aquella isla llamado Labon, y piensan que la causa de estos nombres fueron tres gobernadores de aquella isla enviados de Cartago sucesivamente.

Lo cierto es que Hannón llegado a Cádiz, con deseo de gloria y de saber nuevas cosas discurrió por las riberas del mar Océano hasta el promontorio sacro, que hoy es cabo de San Vicente en Portugal, y todo lo que vio y notó en particular lo escribió al Senado. Decía que tenía grande esperanza se podían descubrir con grande aprovechamiento de la ciudad las riberas de los mares Atlántico y Gálico, inaccesibles hasta entonces, y que corrían por grande distancia. Que le diesen licencia para aderezar dos armadas, y apercibidas de todo lo necesario para tan largas navegaciones y de tanto tiempo. Lo cual el año siguiente por permisión del Senado se hizo. Mandaron a Himilcón que descubriese las riberas de Europa, y los mares lo más adelante que pudiese. Hannón tomó cuidado de descubrir lo de África. Gisgon por acuerdo de los hermanos y con orden del Senado quedó en el gobierno de España. Acordado esto, y apercibido todo lo necesario, al principio del año que se contaba de la fundación de Roma 307, Hannón e Himilcón con sus armadas se partieron para diversas partes.

Himilcón partió de Gibraltar, que antiguamente se dijo Heraclea. Pasó por los Mesinos y por los Selbisios, los cuales estaban en los Bástulos. Dobló el cabo postrero del estrecho, que se dijo Herma o promontorio de Junon, y vueltas las proas a manderecha, llegó a la boca de Cylbo, río que entra en el mar entre los lugares Bejel y Barbate, como también el río que luego se sigue llamado Besilio descarga junto al cabo de San Pedro enfrente de Cádiz, y entra en el mar. Quedaba entre estos dos ríos en una punta de tierra que allí se hace, el famoso sepulcro de Gerión. Síguese luego la isla Eritrea, que era la misma de Cádiz, según algunos lo entienden. Otros la ponen por diferente, cinco estadios apartada de tierra firme. Al presente comida del mar en tanto grado que ningún resto de ella se ve. Más adelante vieron un monte lleno de bosques y espesura; informáronse y hallaron que se llamaba Tartesio del nombre común de aquellas marinas, y que de la cumbre de aquel monte salía y bajaba un río, el cual arriba se dijo que se llamaba Letes, y ahora es Guadalete.

Seguíanse ciertos pueblos de los turdetanos, llamados los cibicenos, que se extendían hasta la primera boca del Guadalquivir. En medio de aquellas sus riberas estaba edificada la torre Gerunda, obra de Gerión. Mas adentro en la tierra estaban los Ileates, el río Guadalquibir arriba, los Cempsios, los Manios, todos gente de la Turdetania. Entendióse también que aquel río que de otros era llamado Tartesio, nacía de la fuente llamada Ligóstica, que manaba y se hacía de una laguna puesta a las faldas del monte Argentarlo, el cual hoy se llama monte de Segura. Decían asimismo que dividido en cuatro brazos regaba los campos de la Bética, mentira que tenía apariencia, y por eso fue creída. Ca por ventura tenían entendido que tres ríos, los cuales se juntan con el Guadalquivir, eran los tres brazos del mismo, o sea que por ventura le sangraban y hacían acequias en diversas partes para riego de los campos, lo que apenas se puede creer de ingenios tan groseros como eran los de aquel tiempo.

Rufo Festio que escribió estas navegaciones, dice que Guadalquivir entraba en la mar por cuatro bocas. Los antiguos geógrafos hallaban dos tan solamente; nosotros, mudadas con el tiempo las cosas y alteradas las marinas, no hallamos más de una. Partido de allí, y pasadas las bocas del Guadalquivir, vieron las cumbres del monte Casio, rico de venas de estaño como lo da a entender el nombre; y aún quieren decir que del nombre de aquel monte el estaño por los griegos fue llamado casiteron. La llanura bajo de aquel monte poseían los Albicenos contados entre los tartesios.

Seguíase el río Ibero, que antiguamente fue término postrero de los tartesios, y al presente entre en el mar entre Palos y Huelva. De este río quieren algunos que España haya tomado el nombre de Iberia, y no del otro del mismo apellido que en la España citerior hoy se llama Ebro, y con su nobleza ha oscurecido la fama de este otro. Llámase hoy río del Acige, por la muchedumbre de esta tierra que en aquellos lugares se saca a propósito de teñir lanas y paños de negro. En la misma ribera hacia el poniente vieron la ciudad de Iberia, de la cual hizo mención Tito Livio, y era del mismo nombre de otra que estuvo asentada en la ribera del río Ebro no lejos de Tortosa. Seguíanse luego los esteros del mar por aquella parte que el promontorio dicho de Proserpina (por un templo de esta diosa que allí estaba) se metía el mar adentro. Doblada esta punta, vieron lo postrero de los montes Marianos por donde en el mar se terminan, y encima la cumbre del monte Zefirio que parecía llegar al cielo, cubierto de nubes y de niebla, aunque el mar sosegado a causa de los pocos vientos que en aquella parte soplan. Más adelante unas riberas llenas de pedregales y matorrales se tendían hasta el monte de Saturno. Luego después los Cenitas, por medio de los cuales corría Guadiana con dos islas opuestas, que la mayor llamaban Agonida.

Después doblado el promontorio sacro (hoy cabo de San Vicente) por riberas que hacen muchas vueltas, llegaron al puerto Cenis no lejos de la isla, dicha entonces Petanio y hoy Perseguero. Caían cerca los Dráganos, pueblos de la Lusitania, incluidos entre dos montes, Sephis y Cemphis, y que al norte tenían por término un seno de mar puesto enfrente de las islas dichas Strinias que estaban en alta mar. Tenían los Dráganos otra isla cerca llamada Acale, cuyas aguas eran azules extraordinariamente y de mal olor. Esta forma tenían entonces aquellas marinas; al presente habiéndose el mar retirado, todo está diferente de lo antiguo. Sobre la isla Acale en tierra firme se empinaba el monte Cepriliano, y muy adelante por aquellas riberas hallaron entre levante y septentrión a la isla Pelagia, de mucha verdura y arboledas. Pero no osaron saltar en ella por entender de muchos que era consagrada al dios Saturno, y que a los que a ella abordaban se les alteraba el mar, tal era la vanidad y superstición de aquella gente. Seguíanse en tierra firme los Sarios, gente inhumana y enemiga de extranjeros, por donde el cabo que en aquella parte hoy se dice Espichel, antiguamente por la fiereza de esta gente se llamó Barbario. Desde allí en dos días de navegación llegaron a la isla Strinia, deshabitada y llena de malezas a causa de que los moradores, forzados de las serpientes y otras sabandijas, la desampararon y buscaron otro asiento. Por esto los griegos la llamaron Ophiusa, que es tanto como de culebras.

Ofrecióse luego la boca de Tajo, donde los Sarios se terminaban con una población de griegos la cual se entiende no sin probabilidad que fuese Lisboa, ciudad en el tiempo adelante nobilísima. Hiciéronse desde allí a la vela, y tocaron las islas de Albanio y Lacia, las cuales hoy se cree que son las islas puestas enfrente de Bayona en Galicia. Llegaron a las riberas de los Nerios o Iernos, que se tendían hasta el promontorio Nerio que llamamos el cabo de Finisterre, junto al cual están muchas islas llamadas antiguamente Strénides, porque los moradores de la isla Strinia, huidos de allí a causa de las serpientes como se ha dicho, hicieron su asiento en aquellas islas. Decíanse también Casitérides por el mucho plomo y estaño que en ellas se sacaba.

Pasado el promontorio Nerio, Himilcón y sus compañeros vueltas las proas al Oriente, por falta de los vientos en aquellas riberas, y por los muchos bajíos y con las muchas ovas embarazados padecieron grandes trabajos. Mas prosiguieron en correr los puertos, ciudades y promontorios de los Ligores, Asturianos y Siloros, que por orden se seguían en aquellas marinas. De las cuales cosas no se escribe nada, ni se halla memoria alguna de lo que pasaron en el mar de Bretaña y en el Báltico, donde es verosímil que llegaron guiados del deseo de descubrir, calar y considerar las riberas de la Francia y de Alemania. Ni aún (que se sepa) hay memoria del camino que para volver a España hicieron, después que gastaron dos años enteros en ida y vuelta de navegación tan larga y dificultosa.

 

De la navegación de Hannón

 

La navegación de Hannón fue más larga, y la más famosa que sucedió y se hizo en los tiempos antiguos, y que se puede igualar con las navegaciones modernas de nuestro tiempo, cuando la nación española con esfuerzo invencible ha penetrado las partes de levante y de poniente, y aún aventajarse a ellas por no tener noticia entonces de la piedra imán y aguja, ni saber el uso así de ella como del cuadrante, por donde no se atrevían a meterse y alargarse muy adentro en el mar.

Juntada pues y apercibida una armada de sesenta galeras grandes, en la cual llevaban treinta mil personas, hombres y mujeres, para hacer poblaciones de su gente por aquellas riberas donde pareciese a propósito, se hicieron a la vela desde Cádiz. Pasadas las columnas de Hércules en dos días de navegación, llegados que fueron a una grande llanura, edificaron una gran ciudad que dijeron Thymiaterion. Vueltas luego las proas al poniente, seguíase el promontorio Ampelusio, que nosotros comúnmente llamamos cabo de Espartel; y aún sospecho es el que Arriano llamó Soloen, de mucha espesura de árboles y de muy grande frescura. Síguese el río Zilla, el cual sospecho que Polibio llamó Anatis; y en este tiempo junto a él está asentado un lugar por nombre Arcilla. Los lixios, gente que moraba y tomaba el nombre del río Lixio, el cual corre de la Libia y descarga por aquella parte en el Océano, estaban tendidos setecientas y treinta y cinco millas, conforme a la medida romana, más adelante del promontorio Ampelusio. Allí fingieron antiguamente que Hércules lucho con el gigante Anteo, y que en el mismo lugar estaban los jardines de las Hespérides y el espantoso dragón que las guardaba.

Seguíanse a igual distancia en espacio de cien millas (o veinticinco leguas) otros dos ríos; el uno se llamó Subur, donde estaba una población por nombre Bonosa; el otro Sala, con otra población del mismo nombre que hoy se llama Salen, en un buen asiento y fresco, pero molestado de las fieras por caelle cerca los desiertos del África. Partidos de aquellos lugares, llegaron al monte Atlante, el cual se termina en el mar en el cabo que los antiguos llamaron la postrera Chaunaria; después por los marineros fue comúnmente llamado el cabo Non, por estar persuadidos que el que con loco atrevimiento le pasaba, para siempre no volvía. Hoy le llamamos cabo del Boyador, si bien algunos ponen por diferentes el cabo Non y el cabo de Boyador.

Lo más cierto es que tiene enfrente la isla de Palma, puesta hacia el poniente, una de las Canarias, de la equinoccial distante veinte y ocho grados que tiene de altura. Pasado este promontorio, ofrecióseles una ribera muy tendida hasta una pequeña isla de cinco estadios en circuito, la cual ellos dejando allí una población llamaron Cerne. Yo entiendo que en nuestro tiempo se llama Arjin, y está pasado el cabo Blanco, asentado veinte y un grados más acá de la equinoccial; de la cual todo aquel golfo se llama el golfo de Arjin, que va tendido hasta el cabo Verde, y las diez islas que tiene enfrente, antiguamente llamadas Hespérides, entre las cuales la principal se llama de Santiago, y todas ellas se dicen las islas de cabo Verde. Este cabo o promontorio sospecho que Arriano le llama Cuerno Hesperio, y que el río muy ancho que antes de él entra en el mar, es el que Festo llama Asama, porque también en este tiempo con nombre muy diferente de lo antiguo se llama Sanaga. Cría cocodrilos y caballos marinos; crece otrosí y mengua en el estío a la manera del Nilo, por donde se entiende que tienen una misma origen estos dos ríos y naces de unas mismas fuentes. Los antiguos, y en particular Plinio, le llamaron Nigir. Entra en el mar por dos bocas, la que hemos dicho, y otra que está pasado cabo Verde. Y por su gran anchura vulgarmente se llama el río Grande.

Seguíanse las islas Gorgónides: así la llamó Hannón de unas mujeres monstruosas que allí vieron, las cuales los antiguos llamaron Górgonas. Cerca de aquellas islas vieron un monte muy empinado, que llamaron Carro de los dioses, por resplandecer con fuegos y porque tenía grande ruido de truenos. Los nuestros le llaman Sierra Leona, puesta ocho grados antes de la equinoccial. En Ptolomeo está demarcado el Carro de los dioses en cinco grado de altura y no más, sea que los números por descuido de los escribientes estén estragados, o que él mismo se engañó. Este monte por su altura ordinariamente resplandece con los relámpagos, demás que los moradores por causa del calor que por allí es muy excesivo, de día están encerrados en cuevas debajo de tierra, y las noches salen a trabajar y procurar su sustento con hachos encendidos, por donde los campos cercanos a aquel monte resplandecen de noche, y parece que arden en vivas llamas y en fuego, cosa que dio ocasión a Hannón y a sus compañeros a que pensasen de veras, o que de propósito fingiesen (como suele acontecer cuando se habla de cosas y lugares tan apartados) que de aquellas partes y campiñas corrían en el mar ríos de fuego, y que todas aquellas tierras comarcanas estaban yermas a causa de aquellas perpetuas llamas.

Pasado aquel monte descubrieron una isla habitada por hombres cubiertos de vello (así lo entendieron ellos), y para memoria de cosa tan señalada, de dos hembras que prendieron, porque a los machos no pudieron alcanzar por su gran ligereza, como no se amansasen las mataron y enviaron a Cartago las pieles llenas de paja, donde estuvieron mucho tiempo colgadas en el templo de Venus para memoria de tan grande maravilla. Los doctos ordinariamente, no sin razón, creen que esta isla es una que está debajo la equinoccial, frontero de un cabo de África, llamada de Lope González, sujeta en este tiempo a los portugueses y que se llama la isla de Santo Tomé. Tan rica de azúcares, que se dan muy bien en ella, como malsana, principalmente a los nuestros como quiera que los etíopes se hallen allí muy bien de salud. Los hombres cubiertos de vello entendemos que fueron cierto género de monas grandes, de las cuales en África hay muchas y diversas raleas, del todo en la figura semejante a los hombres, y de ingenios y astucias maravillosas.

Arriano escribe que Hannón y sus compañeros desde aquellos lugares y desde aquella isla dieron la vuelta a España forzados de la falta de mantenimientos. Plinio dice que Hannón llegó hasta el mar Rojo, pasado es a saber el cabo de Buena Esperanza, en el cual adelgazadas de entrambas partes las riberas, la África interior a manera de pirámide se termina. Dice más, que desde allí envió embajadores a Cartago (por tierra sin duda) con información de todo lo sucedido. En esto concuerdan, que volvió al quinto año de la partida de España, el cual de la fundación de Roma se contaba 312. Los que con él fueron, vueltos a porfía contaban milagros que les acontecieron en navegación tan larga, tormentas, figuras de aves nunca oídas, cuerpos monstruosas de fieras y peces, varias formas de hombres y de animales, vistas o creídas por el miedo, o fingidas de propósito para deleitar al pueblo, que abobado oía cosas tan extrañas y nuevas.

Hannón e Himilcón después de tan dificultosos viajes y tan largas navegaciones, vueltos en España, con deseo de descansar y de ver a su patria, sin dilación se partieron a Cartago, donde fueron con grande acompañamiento de los que salieron a recibirlos, con aplauso de todo el pueblo y solemnidad semejante a triunfo metidos en la ciudad. Todos alababan y engrandecían el vigor de sus ánimos, sus famosos acometimientos, y el alegre remate de sus empresas. Quedó Gisgon en el gobierno de España, al cual se le dio también licencia que dejado el cargo se volviese a Cartago. Lo que mucho importaba para continuar en su poder y autoridad, hicieron que Aníbal su primo, el cual era hermano de Safón, junto con Magón, pariente y amigo de los mismos, fuesen nombrados para suceder en el gobierno de España. De este Magón se dice que en las islas Baleares, donde se detuvo algunos años, edificó en Menorca una ciudad de su nombre. No hay duda sino que en aquella isla hubo antiguamente una ciudad que se llamó Magón; pero la semejanza del nombre no es conjetura bastante para asegurar que haya en particular sido fundada por este Magón, como quiera que no haya para comprobarlo otro testimonio de escritores antiguos.

Lo que se tiene por averiguado es que llegado que fue Aníbal a Cádiz, Gisgón, cargada la flota de las riquezas que él y sus hermanos juntaran muy grandes, se hizo a la vela. Pero no llegó a Cartago, porque corrió fortuna y se perdió con todas las naves por la violencia de ciertas tormentas, muchas y muy bravas, que por aquellos días trajeron muy alterado el mar, que fue año de la fundación de Roma de 315. Dícese también que Aníbal, en las riberas del mar Océano, antes de llegar al cabo de San Vicente, en un buen puerto fundó una ciudad que antiguamente se llamó puerto de Aníbal (ahora se llama Albor) cerca de Lagos, pueblo antiguamente dicho Lacobriga.

Por otra parte los tartesios, a la postrera boca del río Guadalquivir, edificaron un castillo con un templo consagrado a Venus, la cual estrella porque se llama también Lucífero o Lucero, el templo se dijo Lucífero, y hoy, corrompida la voz, se llama Sanlúcar; pueblo en este tiempo por la contratación de las Indias, y por ser escala de aquella navegación, entre los más nombrados de España. Así cuentan esta fundación nuestras historias, las cuales afirman también que por el mismo tiempo se encendió una guerra muy cruel entre los béticos, que hoy son los andaluces, y los lusitanos, las cuales gentes moraban de la una y de la otra parte del Guadiana. Dicen que comenzó de diferencias y riñas entre los pastores: que a los lusitanos favorecieron los cartagineses, a los béticos una ciudad principal por aquellas partes, la cual algunos sospechan que fuese la Iberia, de quien arriba se hizo mención, y que las mismas mujeres tomaron las armas: tan grande era la rabia y furia que tenían. La batalla fue muy herida: pelearon por espacio de un día entero sin declararse ni conocerse la victoria por ninguna de las partes; departióles la noche. Fueron pasados a cuchillo ochenta mil hombres, y entre ellos el principal caudillo de los cartagineses, cual (si esto es verdad) se puede con razón pensar fuese el mismo Aníbal. Añaden que Magón, movido de la fama de aquella batalla, partió luego de las Baleares Mallorca y Menorca en ayuda de los suyos y en busca de los enemigos, los cuales, por haber recibido en aquella batalla no menor daño que hecho, fueron forzados, quemada la ciudad, a buscar otros asientos por miedo de mayor mal.

Corría ya el año de la fundación de Roma de 321, en el cual año sucedió en Cartago grande mudanza: pues muertos en aquella ciudad casi en un tiempo Asdrúbal y Safón, hermanos de Aníbal, el crédito y autoridad de Hannón que ya flaqueaba, con la nueva del daño recibido en España, se perdió de todo punto por brotar, como acontece en las adversidades, el odio de muchos, que llevaban de mala gana se gobernase y se trastornase toda la ciudad a voluntad y antojo de un ciudadano, y que un particular pudiese más que los que tenía a su cargo el gobierno. Acordaron criar un magistrado de cien hombres, con cargo y autoridad de tomar cuenta a los capitanes que volviesen de la guerra. Forzaron pues a Hannón a pasar por la tela de este juicio. Ventilóse su negocio: condenáronle en destierro, que fue no menor envidia que ingratitud, principalmente que ninguna causa alegaban más principal para lo que hicieron, sino que era de ingenio e industria mayor que pudiese seguramente sufrirle una ciudad libre, pues había sido el primero de los hombres que se atrevió a amansar un león y hacerle tratable: que no se debía fiar la libertad de quien domaba la fiereza de las bestias.

La verdad es que las ciudades libres suelen concebir odio y siniestra opinión contra los ciudadanos que entre los demás se señalan. Y con envidia suelen maltratar a los príncipes de la república, a los cuales muchas veces fue cosa perjudicial y acarreó notable daño aventajarse en valor, industria y virtudes a los demás.

Algunos años se pasaron después de esto sin que sucediese en España cosa digna de memoria, hasta el año de la fundación de Roma de 327. En el cual tiempo partida toda la Grecia en dos partes, se hacía la Guerra Peloponesíaca. Justamente el segundo año de esta guerra una cruel peste se derramó casi por toda la redondez de la tierra. La cual como tuviese su principio en la Etiopía, de allí pasó a las demás provincias, y por remate en España asimismo mató y consumió hombres y ganados sin números y sin cuento. Hicieron mención de esta plaga Tucídides, Tito Livio y Dionisio Halicarnaso, y aún nuestras historias atribuyen la causa de esta mortandad a la sequedad del aire. Pero Hipócrates que vivió por el mismo tiempo afirma que para librar a Tesalia de esta peste hizo quemar los montes y bosques de aquella tierra.

Lo que a nuestro propósito hace es que para la guerra que en Sicilia traían los de Lentino y los caranenses contra los siracusanos, ciudad entonces la más populosa y poderosa de aquellas islas, Nicias y Alcibíades, aunque eran de poca edad, fueron de Atenas enviados con una armada de cien galeras en socorro de los leontinos. Esta era la voz, pero de secreto llevaban esperanza de apoderarse de toda la isla. Sucediérales como lo pensaban si Alcibíades, que se había al principio gobernado bien y quebrantado las fuerzas y orgullo de los siracusanos, no fuera acusado en la misma sazón en Atenas al pueblo de haber descubierto los misterios de Ceres, en ninguna cosa más solemnes y sagrados que en el silencio. Citáronle para que pareciese en juicio y se descargase. Él, por la conciencia del delito o por miedo de los contrarios se fue a Lacedominia, donde como fuese recibido benignamente por su excelente ingenio y por la fama de lo que había hecho, les persuadió por vengarse que enviasen en socorro de los siracusanos un valeroso capitán llamado Gilippo, con la llegada del cual se trocaron las cosas de tal suerte, que fueron vencidos los atenienses por mar y por tierra. Y el mismo Nicias con otros muchos vino en poder de sus enemigos los de Lacedemonia.

Poseían los cartagineses por aquel tiempo junto al promontorio Lilibeo, que ahora es cerca de Trapana y distaba de Cartago ciento ochenta millas, algunos pueblos de aquella isla. Los agrigentinos, que ahora se llaman de Gergento y eran comarcanos, llevaban mal que el poder de los cartagineses se continuase y envejeciese tanto tiempo en aquella isla, fuera de agravios particulares que les tenían hechos. Sucedió que los cartagineses salieron a un bosque no lejos de la ciudad de Minoa para hacer cierto sacrificio; acudieron los de Gergento, y pasaron a cuchillo los contrarios, por haber salido sin armas y sin recelo, todos los que no escaparon por los pies y se salvaron por aquellos bosques y montes. Sabido esto en Cartago, todo el pueblo se alteró y se movió a vengar aquel insulto. Con este acuerdo enviaron a Sicilia dos mil cartagineses y otros tantos soldados españoles. Juntaron con ellos quinientos mallorquines honderos, nuevo y extraordinario género de milicia. Los cuales, puesto que al principio fueron menospreciados del enemigo porque iban desnudos, venidos a las manos dieron a los suyos la victoria. Pues con una perpetua lluvia de piedras maltrataron y destrozaron el cuerpo y costado izquierdo de los enemigos, muchos de los cuales fueron en la pelea muertos, y mayor número en el alcance. Algunos se escaparon ayudados de la oscuridad de la noche, y se recogieron a la ciudad. Pero con cerco que le tuvieron de dos años, vino asimismo a poder de los cartagineses, año de la fundación de Roma de 346.

El fin de esta guerra fue principio de otra más grave. Dionisio el más viejo estaba apoderado tiránicamente de Siracusa. Era grande su poder y sus fuerzas muy temidas. Acudieron a él los de Gergento secretamente, pidiéronle los recibiese en su protección y librase aquella ciudad del poder y mando muy pesado de los cartagineses. Prometióles lo que pedían, por tener entendido que sus intentos de hacerse rey de toda aquella isla no podrían ir adelante en tanto que los cartagineses en ella tuviesen autoridad y mando. Dióles por consejo que en el entre tanto que él se aprestaba, saliesen todos muy secretamente de Gergento, y al improviso se apoderasen de Camarina y de Gela, pueblos comarcanos, desde donde podrían correr los campos de los enemigos; que lo demás él lo tomaba a su cargo. Ejecutóse luego esto, hiciéronse y recibiéronse daños de una y de otra parte.

Entonces Dionisio interpuso su autoridad: requirió a los cartagineses por sus embajadores que se hiciese satisfacción y se restituyesen los daños los unos a los otros como era justo. Principalmente hacía instancia que a los de Gergento se restituyese su ciudad, por lo menos que los desterrados y ahuyentados pudiesen volver a ella y gozar de las mismas libertades y franquezas que los de Cartago. Concluía que de otra manera no sufriría que sus parientes y aliados fuesen tratados como esclavos. A esto los cartagineses respondieron ser derecho de las gentes que los vencedores mandasen a su voluntad a los vencidos; que ellos no comenzaron la guerra, sino al contrario, los de Gergento los habían a ellos acometido y agraviado, junto con el desacato que hicieron a la deidad de los dioses. Que no harían bien ni debidamente si se metiese a la parte y amparase aquella gente malvada y sin Dios; en lo que decía que no pasaría por alto ni disimularía las injurias de los de Gergento, cuando quisiese tomase la demanda y las armas: que entendería lo que el poder invencible de los cartagineses y sus soldados envejecidos en las armas harían.

Con este principio, con esta demanda y respuesta, se rompió claramente la guerra. Dionisio recogía las fuerzas de toda aquella isla e incitaba contra los de Cartago así a las ciudades griegas como a Darío Notho, rey de Persia, con embajadas que le envió en esta razón. Ellos por el contrario levantaron quince mil infantes, parte de Cartago parte de África, y cinco mil caballos, con los cuales se juntaron diez mil españoles, y para más ganarles las voluntades y asegurarse más de ellos, restituyeron a Cádiz en su antigua libertad, en sus leyes y sus fueros. Solamente les vedaron el hacer y tener galeras. Quitaron las guarniciones de donde las tenían puestas: sólo conservaron el famoso templo de Hércules con algunas pocas atalayas por aquellas marinas. Hízose la masa de todas estas gentes en Cartago, de donde Himilcón Cipo nombrado por general, se partió con una armada muy gruesa, que al principio tuvo vientos frescos. Después arreció el tiempo de manera que derrotó las naves y surgieron en diversos puertos de Sicilia. Eran las naves españolas más fuertes y los pilotos más diestros, y así sufrieron la tempestad en alta mar; y luego que aflojó el viento se juntaron y tomaron el puerto de Camarina. Combatieron aquella ciudad por espacio de cuatro días, a cabo de los cuales la tomaron, y pasados a cuchillo todos los moradores, la pusieron a fuego. Grande crueldad, pero que atemorizó a los de Gela en tanto grado, que sin hacer resistencia desampararon la ciudad. Acudieron las demás naves a aquellos lugares, donde refrescado el ejército y los soldados con reposo de algunos días, se determinaron de presentar la batalla a Dionisio, del cual tenían aviso que traía grandes fuerzas por mar y por tierra.

Excusaron la batalla naval, por causa de que muchos de sus bajeles se volvieran a Cartago y a Cádiz. Acordaron sería mas expediente pelear con los enemigos en tierra. Estaba el cartaginés con esta resolución cuando Dionisio se les presentó delante. Juntáronse reales con reales a pequeña distancia. Ordenaron sus escuadrones y huestes para dar la batalla, primero Dionisio en esta manera: puso en igual distancia y a ciertos trechos los socorros que tenía de diversas ciudades; por frente y a entrambos lados la caballería. Los de Siracusa quedaron en la retaguardia. Himilcón al contrario, hechos tres escuadrones de su gente, salió al encuentro del enemigo. En medio y por frente estaban los españoles: en el un lado y en el otro los cartagineses con cada setecientos honderos, y los caballos que fortalecían los dos cuernos y costados. Dos mil infantes escogidos de todo el ejército quedaron de respeto y de socorros para las necesidades.

Dada que fue la señal de pelear, arremetieron todos con grande denuedo y cerraron. Fue la batalla por grande espacio dudosa sin declararse la victoria: reparaban y mezclábanse los escuadrones: muchos de entrambas partes caían sin reconocerse ventaja. Sólo la caballería de Dionisio comenzaba a llevar lo mejor y apretar los caballos cartagineses. Y hubieran salida con la victoria y retirado los contrarios, si Himilcón no se adelantara con las compañías que tenía de respeto, contra la caballería enemiga, la cual no pudo sufrir el nuevo ímpetu de aquellos soldados; y apretada a un mismo tiempo por frente y por las espaldas, muertos muchos de ellos, todos los demás se pusieron en huida. Los honderos en particular con un granizo de piedras herían en el enemigo, que quedó con los costados descubiertos. Puestos en huida los caballos sicilianos, revolvió Himilcón con su gente y con su caballería sobre la infantería siciliana, que todavía estaba trabada y peleaba valientemente. Con su llegada desbarató los escuadrones sicilianos.

Dionisio, que no solo se había mostrado prudente capitán, sino hecho oficio de esforzado soldado, y puesta en huida su caballería, apeado, con un escudo de hombre de a pie sustentó por largo espacio la pelea (ca acudía a todas partes, y donde quiera que veía trabajados a los suyos, allí hacía volver las banderas y acudir los escuadrones), a lo último, perdida la esperanza, se retiró con los suyos cogidos y poco a poco hacia sus reales, los cuales por ser ya noche no fueron tomados por el enemigo. Hizo aquella misma noche junta de capitanes: animó a los suyos. Díjoles que no perdiesen el ánimo, que los cartagineses no habían vencido por fuerza, sino con artificio y maña; que si por algún tiempo se entretenían, la caballería que quedaba entera, y grandes gentes de toda la isla en breve les acudirían. Hecho esto, mandó a los soldados que estaban sanos se fuesen a reposar, y a los heridos hizo curar con grande cuidado. Juntamente se aparejó para defender los reales. Pero toda aquella diligencia fue sin provecho, ca luego al día siguiente como concurriesen los enemigos, cegasen la cava, y combatiesen y pasasen las albarradas, entre los carros y el bagaje se renovó la pelea. En fin, Dionisio, perdida toda esperanza, con algunas heridas que llevaba, se puso en huida. Grande fue el número de los sicilianos que pereció en estas dos peleas, y aún de los cartagineses se dice que les costó harta sangre la victoria; de los cuales fueron muertos tres mil, y de los españoles dos mil.

Con la nueva de esta jornada muchas ciudades de Sicilia se entregaron a los vencedores. Pero ya que estaban apoderados de casi toda la isla, para muestra de la inconstancia de las cosas humanas, les sobrevino tal peste, que los ejércitos fueron destrozados y menguados, con tanto dolor y pena de la ciudad de Cartago cuando les llegó esta nueva, que no de otra manera que si la misma ciudad fuera tomada, se entristecieron los ciudadanos y se cubrieron de luto. Volvió con pocos el general, vestido de una esclavina suelta, sin ceñidor a manera de siervo, y acompañado de los sollozos del pueblo que le seguía, entrado en su casa, sin admitir a persona alguna que le hablase, ni aún a sus propios hijos, él mismo dio la muerte.

Después de esto quieren decir que Dionisio procuró por sus embajadores apartar a los españoles de la amistad de los de Cartago, y que al contrario los cartagineses con todo buen tratamiento y blandura los entretuvieron. Lo que consta es que por diligencia y buena maña de Dios, Siracusano se asentó paz por treinta años entre los sicilianos y cartagineses el año tercero de la Olimpíada noventa y cinco, que fue de la fundación de Roma de 356, paz que no duró mucho.

No falta quien diga que después de la pelea famosa llamada Leutrica, Dionisio envió socorros a los de Lacedemonia, entre los cuales se cuentan celtas y españoles, ya fuesen de las reliquias de Himilcón, ya llevados desde España para este efecto, y que con estos socorros Arquidamo, hijo de Agesilao, cerca de la ciudad de Mantinea venció y mató a Epaminondas, señalado capitán de los tebanos. Con lo cual libró la antigua ciudad de Lacedomonia de la destrucción que la amenazaba y del riesgo que corría.

Por el mismo tiempo como algunos cartagineses partiesen de España por mar, sea arrebatados contra su voluntad de algún recio temporal, sea con desea de imitar a Hannón, tomando la derrota entre Poniente y Mediodía y vencidas las bravas olas del gran mar Océano, con navegación de muchos días descubrieron y llegaron a una isla muy ancha, abundante de pastos, de mucha frescura y arboledas, y muy rica, regada de ríos que de montes muy empinados se derribaban, tan anchos y hondables que se podían navegar. Por las cuales causas y por estar yerma de moradores, muchos de aquella gente se quedaron allí de asiento; los demás con su flota dieron la vuelta, los cuales llegaron a Cartago, dieron aviso al Senado de todo. Aristóteles dice que tratado el negocio en el Senado, acordaron de encubrir esta nueva, y para este efecto hacer morir a los que la trajeron. Temían, es a saber, que el pueblo como amigo de novedades, y cansado con la guerra de tantos años, no dejasen la ciudad yerma, y de común acuerdo se fuesen a poblar a tierra tan buena: que era mejor carecer de aquellas riquezas y abundancia que enflaquecer las fuerzas de su ciudad con extenderse mucho.

Esta isla creyeron algunos fuese alguna de las Canarias, pero ni la grandeza, en particular de los ríos, ni la frescura concuerdan. Así los más eruditos están persuadidos es la que hoy llamamos de Santo Domingo o Española, o alguna parte de la tierra firme que cae en aquella derrota, la cual cuidaron ser isla por no haberla costeado y rodeado por todas partes, ni considerado atentamente sus riberas.

Ardían los cartagineses en deseo de tornar a la guerra de Sicilia, y para eso levantaban de nuevo soldados en Africa y en España. Los españoles no gustaban de esta guerra por caer tan lejos, y por haberles sucedido por dos veces tan mal, tenían la pérdida por mal agüero. Representábanseles los desastre y reveses pasados, y decían no ser cosa justa hacer a los sicilianos guerra, de los cuales ningún agravio recibieran. Viendo esto los cartagineses, determinan de disimular hasta tanto que con el tiempo hubiesen puesto en olvido los males pasados, o alguna ocasión se presentase que les pusiese en necesidad de abrazar la guerra, que por entonces tanto aborrecían.

Esto trataban los cartagineses sin descuidarse en juntar una gruesa flota, cuando muy a propósito, en España por falta de agua sobrevino una grande hambre, y tras ella, como es ordinario, una peste y mortandad no menor. De Sicilia también certificaban que Dionisio después de estar apoderado en gran parte de aquella isla, pasado con sus armadas en Italia, y tomando Reggio, ciudad puesta en lo más angosto del estrecho o faro de Mesina, tenía puesto sitio sobre Coirón, ciudad griega y marítima, por estar persuadido se aumentarían mucho sus fuerzas si se hacía señor de aquella plaza tan principal por su fortaleza y puerto, y que está puesta en lo último de Italia. Estas cosas movieron al Senado cartaginés a volver a la guerra de Sicilia. A los españoles a tomar las armas convidaron los trabajos que padecían: alistáronse en número de veinte mil peones y mil caballos, los cuales de camino en las naves de Mallorca a Cartago llevaron trescientos honderos. Estaba nombrado por general de esta empresa un hombre principal llamado Hannón, el cual con esta gente y otros diez mil africanos que tenía a punto, pasó luego a Sicilia. Tuvo Dionisio aviso de lo que pasaba y de la trama que se le urdía, por lo cual fue forzado a dejar a Italia y acudir a lo que más le importaba. La flota con que desde Reggio pasaban los soldados en Sicilia fue desbaratada y vencida por la cartaginesa, y muchas naves tomadas en las cuales estaba la ropa y recámara del mismo Dionisio, en que entre los demás papeles se hallaron cartas de un cartaginés llamado Sunniato escritas en griego, en las cuales avisaba a Dionisio del intento y aparato de aquella guerra, traición y felonía cometida contra su patria sólo por la envidia y rabia de que no le hubiesen encomendado a él aquella guerra, delito que a él le costó la vida, y en general fue ocasión de que se promulgase un decreto en que se proveyó que ningún cartaginés en lo de adelante pudiese estudiar las letras y lengua griega, con intento de que no se pudiesen sin intérprete comunicar con el enemigo ni de palabra ni por escrito. Después de esta victoria naval muchos pueblos y ciudades de Sicilia se entregaron a Hannón, y la guerra se proseguía con varios trances y sucesos, hasta tanto que últimamente el año dieciséis después que se comenzó (que a la cuenta de Eusebio de la fundación de Roma fue el de 386, o como otros mejor dicen de la Olimpíada noventa y nueve, año segundo, de Roma 371), Dionisio fue muerto por conjuración de los suyos.

Sucedióle un su hijo de pequeña edad, llamado asimismo Dionisio, de cuya enseñanza y del gobierno de la república se encargó su cuñado Dion, casado con una su hermana. Eran perversas las inclinaciones que en aquel mozo se descubrían: para criarle y amaestrarle hizo venir desde Atenas al famoso filósofo Platón. Con los de Cartago asentó treguas e hizo capitulaciones, pero toda esta diligencia y la prudencia de este insigne varón no fue bastante para que no se alterase aquella isla. Pero entre Dionisio (que con la edad se hacía más feroz y más bravo) y Dion su cuñado resultaron sospechas y desabrimientos por las cuales Dion fue forzado a desamparar la tierra. Dado que en breve se trocaron las cosas, y Dion hecho más fuerte por algún tiempo despojó a Dionisio del reino, y le forzó a dejar a Sicilia y andar desterrado, sin amigos, sin hacienda y sin reposo.

Esto fue lo que sucedió en Sicilia: volvamos a contar las cosas de España.

 

Ya se dijo cómo al principio de la guerra de Sicilia los cartagineses restituyeron a los de Cádiz en gran parte su libertad. Concluida aquella guerra, enviaron dos gobernadores desde Cartago a España, es a saber, Bostar para el gobierno de las islas Mallorca y Menorca, con orden que procurase ganar la voluntad de los saguntinos, y conquistarla con toda muestra de amistad y buenas obras, lo cual él hizo como era mandado. Pero ellos con deseo de la libertad tuvieron todas aquellas caricias por sospechosas, y las desecharon constantemente sin darle lugar de entrar en su ciudad con diversas excusas que alegaron para ello. A Hannón fue dado cuidado de gobernar a los de Cádiz, el cual como en el Andalucía apretase a los naturales, y con grande codicia metiese la mano en las riquezas así de particulares como del común (cosa que le fue mal contada), puso a los españoles en necesidad, comunicado el negocio entre sí, de levantarse contra los cartagineses. Tomaron súbitamente las armas, mataron muchos de los enemigos en los pueblos donde estaban derramados, y metieron a saco sus bienes. Hannón, perdida gran parte de los suyos, y desamparado de los españoles sus aliados, llamó en socorro gente de África, los cuales con correrías que hacían por aquella parte de España que hoy se llama Andalucía, trabajaron grandemente la tierra con estragos y crueldades. Lo cual, sabido que fue en Cartago, enviaron luego sucesor en lugar de Hannón, año de la fundación de Roma de 398, sin declarar cómo se llamase el sucesor, ni qué cosas hiciese en España. Por ventura se conformó con el tiempo, y quien quiera que fuese, regalando los naturales, les ganó las voluntades y amansó el odio que tenían contra los de Cartago, sin usar de otras armas ni violencia.

En Sicilia, allende de lo dicho, muerto Dion y vuelto Dionisio del destierro, se tornó a alterar la paz, pues los siracusanos hicieron rostro al tirano, y desde Corinto les fue enviado socorro, y Timoleón por su capitán. Los cartagineses, vueltas sus fuerzas a aquella guerra, es cosa verosímil que dejaron reposar a España, por donde gozó algún tiempo de grande sosiego y paz. Pero toda aquella alegría y buena andanza en breve se deshizo y trocó a causa de las grandes crecientes con que los ríos salieron de madre, e hicieron increíbles daños en los ganados, campos y edificios. Luego el año siguiente hubo grandes temblores de tierra, conque muchas ciudades a la ribera del mar Mediterráneo quedaron por esta causa maltratadas, y entre las demás Sagunto recibió tanto mayor daño, cuanto ella sobrepujaba en grandeza, hermosura y riquezas a las demás ciudades de España. El año tercero con bravas tormentas del mar y recios temporales sucedieron grandes naufragios en diferentes lugares; el cual año se contaba de la fundación de Roma 405.

Asimismo Hannón confiado en las grandes riquezas que juntara en Sicilia y España, e indignado por la afrenta de haberle quitado el gobierno (como se ha dicho), trató y acometió por este tiempo de hacerse tirano en Cartago, para lo cual se determinó de dar hierbas a todo el Senado, al pueblo y a los principales en un convite general que pensaba hacer en las bodas de una hija suya. Tuvieron los cartagineses aviso de lo que pasaba y se tramaba, pero sin pasar a mayor averiguación, se contentaron de acudir al peligro con hacer una pragmática en que se ponía tasa al gasto de los convites. Con esta disimulación quedó Hannón más orgulloso. Resolvióse de tomar las armas al descubierto, y para matar los principales y apoderarse de la ciudad, armó sus esclavos, que eran valientes y en gran número. Fue también descubierta esta práctica: acudieron contra él los ciudadanos, y en un castillo do se había recogido con veinte mil de los suyos, fue preso. Sacáronle los ojos, quebráronle los brazos y las piernas, y después de bien azotado le pusieron en una cruz. Sus hijos y parientes, así los que tenían parte en la conjuración, como los que estaban sin culpa, fueron por sentencia condenados a muerte, para que no quedase ninguno de aquella familia y ralea que pudiese imitar aquella maldad, ni vengar los justiciados, lo cual parece grande crueldad, si la gravedad del delito y el amor de la patria no la excusaran en gran parte.

A un mismo tiempo por muerte del gobernador que enviado en lugar de Hannón sucedió en Cádiz, Boodes desde Cartago vino al gobierno de España. Y de Sicilia certificaban que Dionisio forzado por los suyos que se habían conjurado contra él, y por Timoleón el de Corinto, desamparada la tierra, con sus tesoros particulares se había retirado y huido a la misma ciudad de Corinto, donde teniendo por más seguras las cosas y ejercicios más bajos, pasó la vida torpemente en los bodegones y casas públicas, y la acabó ocupado en enseñar a los niños de aquella tierra las primeras letras como maestro de escuela, que fue notable mudanza y señalado castigo de su vida desordenada.

Echado Dionisio de Sicilia, Timoleón se ensoberbeció de tal suerte, que pretendió echar a los cartagineses de toda aquella isla. Con este intento revolvió sobre ellos; dióles la batalla junto al río llamado Crinisio, venciólos, y mató diez mil de ellos. Tomóles asimismo los reales, lo cual no costó a Timoleón poca sangre. Antes, por quedar muy maltratado su ejército ni pudo salir con su pretensión de echar los cartagineses de la isla, ni aún tomarles ciudad alguna.

En este medio, por muerte de Boodes, o por haberle absuelto del gobierno, Maharbal vino por gobernador de España, del cual no se sabe alguna cosa que en ella hiciese, ni aún tampoco qué gobernadores cartagineses vinieron después de él en España. Lo que se dice por cierto es que los de Marsella, por haberse multiplicado en gran número, y por causa de la contratación, enviaron en muchas naves una población a España año de la ciudad de Roma de 419, y que parte de esta flota surtió e hizo asiento en las faldas de los Pirineos, enfrente de Rosas, y allí poblaron aquella parte de la ciudad de Ampurias (en latín se llamó Emporia por ser como mercado de muchas partes), que estaba hacia la mar. La cual parte aunque era de pequeño espacio, pero estaba dividida de lo restante de aquella ciudad con una muralla que para esto se tiró de una parte a otra. Por donde la dicha ciudad antiguamente en griego se llamó Palaeópolis, que quiere decir ciudad vieja, por lo más antiguo de ella; y también Dyóspolis, que significa ciudad doblada o dos ciudades. La otra parte de la armada de Marsella dicen que pasó adelante al cabo de Denia, y allí edificó un pueblo junto al templo de Diana que allí estaba, como arriba queda dicho.

Con la venida de esta flota tres cosas se supieron en España memorables, es a saber: que los romanos alcanzaban gran poder, y con grande lealtad sustentaban y ayudaban a sus amigos; que los siracusanos después de haber vuelto en su libertad y después de la muerte de Timoleón, capitán muy famoso, trataban de echar de aquella isla a los cartagineses. Demás de esto, que Alejandro, rey de Macedonia, el que por sus grandes hazañas tuvo nombre de Magno, y al principio de su reinado antes de tener veinte años cumplidos venciera los esclavones, los triballos y los de Tracia, y sujetara las ciudades de Grecia que poco antes eran libres; domadas después la Asia, la Siria y todo el Egipto, por conclusión vencido y hecho huir y después muerto el gran monarca Darío, se había apoderado del imperio de los persas sin parar hasta abrir con el hierro y con las armas camino, y a la manera de un rayo llegar hasta la India, donde tenía domadas gentes y reinos nunca oídos: todo en menos tiempo que otro lo pudiera pasar de camino.

Con la cual nueva, movidos los españoles que moraban a las riberas del mar Mediterráneo acordaron ganarle la voluntad con una embajada que le enviaron hasta Babilonia, ca pretendían ayudarse de él y valerse de sus fuerzas contra los cartagineses, los cuales abiertamente trataban de oprimir la libertad de aquella provincia. El principal de la embajada se llamó Maurino, según se lee en Paulo Orosio, el cual de camino, juntándose con los embajadores de la Galia que hacían el mismo viaje, últimamente llegó a Babilonia, donde los embajadores de Sicilia, de Cerdeña, de las ciudades de toda Italia y de África, y hasta de la misma ciudad de Cartago estaban por su mandado aguardando a Alejandro. El cual luego que fue llegado, señaló audiencia a los embajadores.

Los de España le declararon la causa de su venida, y lo que les era mandado. Que la fama de su esfuerzo y valor esparcida por todo el mundo era llegada a lo postrero de la tierra que es España, y por ella su nación se movió para con aquella embajada y por su medio saludarle y pedirle su amistad, cosa que no le sería de poco provecho, si después de domado el Oriente tratase, como era razón, de revolver son sus armas y banderas a las partes del Poniente, pues podría a su voluntad servirse de las riquezas de aquella muy rica provincia. Que los españoles trabajados no menos con disensiones de dentro, que con guerras de fuera y muy cercanos al peligro, tenían necesidad de no menor reparo que el suyo. Que jamás pondrían en olvido la merced que les hiciese, ni cometerían por donde en algún tiempo se desease en ellos lealtad y toda buena correspondencia. La costumbre de los españoles era tal, que ni trataban ligeramente amistad con alguno, y después de trabada la conservaban constantemente.

Esta embajada fue muy agradable a Alejandro, de tal manera que entonces le pareció haberse hecho señor de todo, como lo dice Arriano, pues desde lo postrero del mundo venían a poner en sus manos sus diferencias. Preguntóles muchas cosas del estado de su república, de las riquezas de la provincia, de la fertilidad de la tierra, de las costumbres y manera de los naturales, y de la contratación que tenían con los extranjeros. Además de esto prometió que por cuanto ordenadas las cosas de Asia, en breve pensaba mover con sus gentes la vuelta de África y del Occidente, que en tal ocasión tendría memoria y cuidado de lo que le suplicaban. Con esto y con muchos dones que les dio, los envió contentos a su tierra.

Ardía Alejandro en deseo de imitar la gloria de los romanos, y estaba enojado contra los cartagineses, de los cuales tenía aviso que después que Tiro fue por Alejandro destruida, y después que edificó en la misma raya de África la ciudad de Alejandría, el miedo que de él cobraron fue tan grande, que le enviaron a Amílcar, por sobrenombre Rodano, para que fingiendo que huía les sirviese de espía y con todo secreto avisase de los sucesos e intentos que Alejandro tuviese. Pero todos estos pensamientos y trazas atajó la muerte, que le sobrevino cuando menos pensaba, pues falleció en Babilonia a los 28 de junio el año primero de la Olimpíada 114, el cual año de la fundación de Roma se contaba 430. Algunos quitan dos años de este número, y es forzoso que la historia en la cuenta y razón de estos tiempos a las veces vaya con poca luz y casi a tiento.

Esta embajada de los españoles es verosímil que desagradó a los cartagineses, contra los cuales principalmente se enderezaba. Mas no les pudieron dar guerra por las alteraciones de Sicilia y por miedo de Agatocles. El cual sin embargo que era hijo de un ollero y nacido en Sicilia, y que había pasado la mocedad torpísimamente, por ser diestro en las armas y de mucha prudencia, fue por los siracusanos nombrado por su capitán para que los acaudillase en la guerra que traían contra los eneos. La cual concluida, como se sospechase que pretendía tiranizar aquella ciudad de Siracusa, fue enviado en destierro. Recibiéronle los murgantinos por la enemiga que con los siracusanos tenían. Hiciéronle gobernador primeramente de su ciudad y después su capitán, conque tuvo manera para apoderarse de Lentini, y también tomó a Siracusa por traición de Amilcar cartaginés, al cual ella llamara en su ayuda contra el poder de Agatocles. De la cual deslealtad y traición fuera castigado y pagara con su cabeza, que así estaba decretado y acordado por voto de todo el Senado de Cartago, si antes de volver a su tierra no falleciera en la misma Sicilia.

Sucedióle otro del mismo nombre, es a saber Amilcar hijo de Gisgon, el cual pasó en Sicilia con nuevo ejército de África, y nuevos socorros que de España le acudieron. Llegado a la isla, fue en busca de Agatocles. Dióle al principio una derrota, conque le encerró y cercó dentro de Siracusa. El peligro y el daño derriba a los cobardes y anima a los valientes. Fue así que Agatocles en aquella estrechura usó de una osadía maravillosa, pues después que persuadió a los suyos a sufrir el cerco animosamente, él con su flota pasó en África. Notable resolución, pues el que no tenía fuerzas para una guerra, ayudado del consejo salió vencedor en dos. Venció en batalla a Hannón, capitán de los cartagineses, que le saliera al encuentro, y le mató. Después, destruidos los campos, las villas y los pueblos abrasados, y robado gran número de hombres y de ganado, puso en gran temor y cuita a los de Cartago, en cuyos ojos las alquerías de la ciudad, sus labranzas y sus campos, todo el regalo y riqueza de los ciudadanos con el fuego humeaban. Además de esto de Sicilia se supo que Artandro, hermano del tirano, el cual había quedado en el cerco, con una salida que hizo, dio una arma tan brava sobre los enemigos, que descuidados estaban, que mató a su capitán y puso a míos demás en huida. Con esta nueva luego Agatocles dio vuelta a Sicilia, y allí por todas partes apretó a los cartagineses, de suerte que con muerte de muchos de ellos echó a los demás de toda aquella isla, y él quedó en todo sosiego.

Fue esta paz de poca duración porque Pirro rey de Epiro, que hoy es Albania, llamado por los de Tarento pasó en Italia, y en ella afligió y trabajó el poder de los romanos con dos derrotas que les dio una tras otra. De Italia pasó a Sicilia año de la fundación de Roma de 476 con esta ocasión: falleció Agatocles en Siracusa rico y dichoso. Su mujer e hijos (como él se lo dejó mandado) recogidos sus tesoros y preseas, se fueron a Egipto. Los de Cartago, sabido lo que pasaba, entraron en pensamiento de apoderarse de nuevo de toda aquella isla, para lo cual se apercibieron de un grueso ejército, y en particular nuestros historiadores afirman que de España llevaron en una flota para este efecto cinco mil peones y ciento y cincuenta caballos todos españoles, con más setecientos honderos mallorquines, y que sacaron otrosí de sus fortalezas los soldados que tenían de guarnición para llevarlos a esta empresa, y pusieron en su lugar soldados españoles que guardasen aquellas plazas. Los siracusanos al contrario, para contrastar a las fuerzas e intentos de Cartago, llamaron en su ayuda a Pirro, el cual por esta causa se nombró rey de Epiro y de Sicilia. Llegado, rompió en una batalla de tierra a los cartagineses que aún no tenían juntas todas sus fuerzas. Pero llegados los socorros de España, ya que Pirro trataba de volverse a Italia, fue desbaratado en una batalla de mar, y forzado a desamparar a Sicilia. Y aún poco después de Italia pasó a su tierra, perdido el señorío de Sicilia tan presto como lo había adquirido. Así lo refiere Justino.

Con la ida de Pirro, los de Siracusa encargaron el gobierno de su ciudad a Hierón. Después le hicieron su capitán contra los cartagineses, y finalmente rey. Fue hijo de Hieróclito, que descendía del linaje de Gelón, antiguo tirano de aquella isla; su madre fue mujer baja y aún esclava. Era grande el esfuerzo y las partes de Hierón, y no era menester menos reparo contra los cartagineses, los cuales fortalecían con muy gruesas guarniciones muchas ciudades de que estaban apoderados, y aspiraban al señorío de toda la isla.

Estando las cosas en este estado, se encendió de repente una nueva guerra, con la cual el poder y buena andanza de los cartagineses fue abatido por los romanos, los cuales entraron en Sicilia con esta ocasión. Los mamertinos (que así se llamaban del nombre del dios Marte por atribuirse a sí la gloria de las armas, y tenerse por más valientes que los demás) moraban en aquella parte de Italia que se llama Campania o tierra de labor, desde donde fueron llamados por los ciudadanos de Mesina, ciudad puesta sobre el estrecho de Sicilia con un muy bueno y seguro puerto, contra el poder de Agatocles que con los demás pretendía enseñorearse de aquella plaza. Los mamertinos llegados a Sicilia hicieron muy bien su deber, pero en premio de su trabajo quitaron la libertad a los ciudadanos antiguos de aquella ciudad, y se hicieron señores de todo. Además de esto dilataron su señorío por aquella isla. Con lo cual crecieron en tanta manera en riquezas y orgullo, que se atrevieron a tomar las armas primero contra Pirro rey de Epiro, y después acometer y hacer agravios a los de Siracusa. Pero como fuesen vencidos en una batalla que se dio junto al río dicho Longano, por Hierón capitán de los contrarios, fue tan grande la rota y matanza que en ellos se hizo, que los demás mamertinos reducidos dentro de la ciudad, apenas se podían defender con las murallas sin confiarse de sus fuerzas. Por lo cual determinaron buscar socorro de otra parte. No fueron todos de un parecer, ca parte de aquellos ciudadanos llamó en su socorro a los cartagineses, los cuales porque estaban cerca, acudieron presto y fueron recibidos en la ciudad y pueblos comarcanos.

Otros enviaron embajadores a Roma por ser grande la fama que corría de su esfuerzo, justicia y buena andanza. Los que fueron enviados, señalada que les fue audiencia, declararon en el Senado a lo que eran venidos. Tratado el negocio, muchos fueron de parecer que no era lícito hacer guerra a los cartagineses, que ninguna causa ni disgusto les habían dado. Los demás decían que no era bien esperar hasta tanto que apoderados de Sicilia pasasen en Italia, pues nadie se contenta con lo que tiene, y todos cuanto son más poderosos, tanto quieren pasar más adelante. Resolviéronse que debían acudir a los mamertinos, principalmente que en cierto asiento antiguo tomado con Cartago en el consulado de Publicóla y renovado ya por tres veces, se había puesto por condición que ni los unos ni los otros se entremetiesen en las cosas de Sicilia, lo que decían haber quebrantado los de Cartago. El cónsul Appio Claudio fue enviado en socorro con algunas compañías el año primero de la Olimpíada 129, que de la fundación de Roma se contaba 490.

Sabido esto en Mesina, parte de los ciudadanos tomaron las armas con las cuales echaron de su ciudad la guarnición de los cartagineses. Por este agravio que fue muy notable, irritados los cartagineses se concertaron con Hierón, y juntadas con él sus fuerzas, pusieron por mar y por tierra cerco a los de Mesina con intento, así de apoderarse de la ciudad, como para impedir el paso del estrecho a los romanos. Pero ellos, luego que llegaron, cubiertos de la oscuridad de la noche pasaron el estrecho, y recibidos que fueron dentro de la ciudad, salieron a dar la batalla al enemigo, en la cual vencieron a Hierón y tomaron los reales de los cartagineses. Siguieron el alcance y la victoria hasta la misma ciudad de Siracusa, donde tuvieron algún tiempo cercados a los sicilianos que de la matanza escaparon. Asimismo a lo cartagineses quitaron no pocas ciudades y pueblos. Trocadas las cosas de esta suerte, Hierón también se apartó de ellos y tomó asiento con los romanos. No desmayaron por esto los cartagineses; antes tanto con mayor diligencia y brío juntaron una nueva y gruesa armada, y levantaron nuevas compañías en España y por las marinas de la Galia, y por la Liguria (que hoy es lo de Génova) según que Polibio lo testifica. Con este aparato tornaron a la guerra contra los romanos, la cual fue larga y dificultosa. Pero no hace a nuestro propósito declarar todo lo que en ella sucedió, pues es bastante carga la que tomamos de relatar las cosas de España.

De la cual refieren nuestros escritores, sin señalar ni lugares ni nombres, que por este tiempo era trabajada de una guerra cruel y civil, sin perdonar ni excusar muertes, robos y quemas que de todas maneras sucedían. En Sicilia la guerra entre romanos y cartagineses se proseguía. Los trances y sucesos fueron varios: ya los vencidos vencían, ya eran vencidos los vencedores, hasta tanto que se dio una batalla naval, año de la fundación de Roma de 502, en la cual las fuerzas de los romanos fueron trabajadas, ca el general romano Cecilio Metelo fue vencido y puesto en huida, con pérdida, si creemos a Eusebio, de noventa naves. Al contrario los mallorquines se rebelaron contra los gobernantes de Cartago, y muerta la guarnición de cartagineses, con un granizo de piedras forzaron a la armada que estaba surta en el puerto, a salirse de él y echar áncoras en alta mar, y como la furia de aquellos hombres salvajes no se amansase, les fue necesario hacerse a la vela la vuelta de Cartago.

Para sosegar aquella revuelta y ganar aquellos isleños era menester esfuerzo, autoridad y maña. Por lo cual acordaron en Cartago de enviar para este efecto un varón de conocida prudencia y de gran fama en las armas, por nombre Amílcar Barquino. Este con la autoridad y destreza que tenía, juntó y se ayudó de grande afabilidad en su trato, con la cual sin usar de rigor ni de fuerza, redujo toda la isla al reposo y obediencia de antes. En el cual tiempo, en una isla llamada Ticuadra cercana a Mallorca, nació a Amílcar un hijo por nombre Aníbal, aquel que con la grandeza de sus hazañas y con la fama de su valor hinchó la redondez de la tierra. Plinio sin duda, si la letra no está errada, hace a Ticuadra patria de Aníbal. Nuestros cronistas añaden que nació de madre española, y que el gran Amílcar su padre, nombrado que fue por general para continuar la guerra contra los romanos, año de la fundación de Roma de 507, llevó a Sicilia en su armada a dos mil españoles y trescientos honderos con intento de recobrar el señorío de aquella isla, que los suyos habían perdido. Con estas gentes costeó y aún acometió las riberas de Italia, y últimamente surgió con su flota en aquella parte de Sicilia, donde está puesta la ciudad de Palermo con una ensenada y cala que allí había no mala para las naves. Está allí cerca un monte empinado, que por todas las partes tiene áspera la subida, debajo del cual se extendía y extiende una llanura de doce millas en circuito, muy fresca, hermosa y fértil a maravilla. En aquel monte se fortificó Amílcar, y en él puso a sus gentes con intento que no le forzasen a venir a las manos y dar la batalla de poder a poder, ca no quería aventurar el resto en una pelea, y sólo pretendía trabajar al enemigo con escaramuzas y rebates, convidar a los pueblos y ciudades comarcanas a tomar otro partido, y junto con esto hacerse señor de la mar.

Contra estos intentos el cónsul Cayo Luctacio, enviado que fue de Roma con una gruesa armada, llegó y dio fondo junto al promontorio Lilybeo, donde está asentada la ciudad de Trapana. Asimismo a instancia de Amílcar partió de Cartago una nueva armada, y por general de ella un hombre principal que se llamaba Hannón. Vinieron a las manos las dos armadas cerca del dicho promontorio Lilybeo o cabo de Trapana. La batalla fue brava y de las más famosas del mundo. La victoria quedó por los romanos, la armada cartaginesa destrozada, ca sesenta naves fueron tomadas por los romanos, y otras cincuentas echadas a fondo. El número de los muertos y prisioneros fue conforme al número de las naves y grandeza de la victoria.

El temor de la ciudad de Cartago cuando se supo la derrota fue tan grande, que se determinaron y trataron de tomar asiento con los romanos. Dióse el cuidado y comisión de hacer los conciertos y capitular a Amílcar, capitán de no menor valor para sufrir los reveses de la fortuna, que de esfuerzo para hacer la guerra. Hubo vistas de los dos generales en las cuales se trató de las condiciones, y últimamente se concluyó la paz en esta forma y con estas capitulaciones: los cartagineses saquen sus huestes y soldados de Sicilia y de las islas comarcanas; no hagan algún agravio o molestia a Hierón ni a los demás confederados de los romanos; paguen a ciertos tiempos y plazos dos mil y doscientos talentos euboycos, y esto por castigo y por los gastos hechos en la guerra; suelten los cautivos que tuvieren, sin rescate.

Estas condiciones no agradaron al pueblo romano. Por lo cual diez varones enviados con autoridad de corregir y concluir este tratado, añadieron mil talentos a la suma que estaba concertada. Además de esto mandaron que los cartagineses no solo saliesen de Sicilia, sino también de las otras islas que estaban puestas entre Sicilia e Italia. Con tanto, se dejaron las armas y se concluyeron las paces el año veinte y dos después que la guerra se comenzó, pero de tal manera que todos entendían no faltaba voluntad a los cartagineses de volver a la guerra y a las armas, y que lo harían luego que tuviesen fuerzas bastantes, con mayor brío y porfía que antes. Las condiciones que les pusieron eran muy pesadas, y por tanto se persuadían no las guardarían más de cuanto les fuese forzoso.

Fue este año desgraciado para España por la sequía que padeció y falta de agua, y por los ordinarios temblores de tierra, con los cuales una parte de la isla de Cádiz dicen se abrió y se hundió en el mar.

Nunca las adversidades paran en poco, antes vienen de ordinario enlazadas unas de otras, como se vio en la ciudad de Cartago que le sobrevinieron nuevos desastres y daños. Y fue que a un mismo tiempo en África y en Cerdeña se amotinaron los soldados cartagineses, porque no les daban las pagas que de mucho tiempo se les debían. En África los soldados que salieron de Sicilia, luego que se amotinaron, nombraron por sus capitanes a Coto Africano y a Sependio italiano de nación. Eran como sesenta mil hombres: la ciudad no les podía satisfacer por estar sus tesoros acabados con los gastos de aquella desastrada guerra. Volvieron su rabia contra los pueblos y los campos comarcanos, con que pusieron en gran cuidado y cuita a los de Cartago.

Los de Cerdeña, además de amotinarse, pasaron tan adelante que sus mismos soldados se conjuraron contra su capitán Hannón sin parar hasta ponerle en la cruz por haberse con ellos ásperamente. Fuera enviado este capitán para apaciguar el motín que allí se había levantado. Con su muerte se juntaron los soldados de Hannón con los amotinados de antes, y por algún tiempo tuvieron el señorío y mando de la isla, hasta tanto que echados por los naturales de ella, se huyeron y pasaron a los romanos, de los cuales de tal manera fueron recibidos y amparados, que no los tornaron a enviar a Cerdeña. Mas por otra parte ellos armaron muchas naves para quitar a los cartagineses, como lo hicieron, la posesión de aquella isla. Fue este grave sentimiento para los de Cartago, que consideraban cuantas fuerzas perdían con haberles antes quitado a Sicilia, y al presente despojado de Cerdeña. Los romanos se excusaban con el concierto y capitulaciones pasadas, por las cuales pretendían que los de Cartago debían partir mano y salirse de la una y de la otra isla. Para mitigar esta pena usaron de blandura y de maña. Y fue que sin ser requeridos enviaron trigo a Cartago para remedio de la hambre que se padecía gravísima en aquella ciudad, causada de la falta de labor por los alborotos que no dieron lugar a sembrar los campos, dado que Amílcar Barquino, nombrado de los suyos por capitán contra los amotinados de África, los había quebrantado y cansado con paciencia de tres años, y vencido después en una señalada batalla que les dio.

Reparadas las cosas con esta victoria, y disimulado el dolor de haberles quitado a Cerdeña, tornaron a tratar de lo de España, en la cual por caer tan lejos de Roma, pensaban podrían extender su señorío, y con mayores ventajas recompensar los daños pasados. Nombraron a Amílcar para aquel cargo con autoridad suprema de hacer y deshacer. El cual al partirse de Cartago, según la costumbre, hizo primero sus votos y ofreció sus sacrificios. Hallóse presente su hijo Aníbal, niño de nueve años, porque le quería llevar consigo a España. Hízole tocar el altar, y que jurase por expresas palabras que en siendo de edad, vengaría su patria contra los romanos, y tomaría contra ellos las armas. Tenía Amílcar otros tres hijos menores que Aníbal, es a saber Asdrúbal, Magón y Hannón. Hízose Amílcar a la vela, y luego que llegó a Cádiz, los turdetanos, que sin hacer mudanza se habían conservado en la amistad de Cartago, enviaron embajadores a darle la bienvenida y ofrecerle sus gentes y sus fuerzas, si las hubiese menester. Con esta ayuda Amílcar no sólo recobró lo que antiguamente los suyos poseían en tierra firme, pero aún se apoderó de toda la Bética, parte por fuerza, y parte por voluntad de los naturales, que fue el año de la fundación de Roma de 516.

Era esta gente por aquel tiempo tan rica, que como dice Estrabón, usaban de pesebres y de tinajas de plata. Añaden que costeando con su armada las riberas del mar Mediterráneo, se metió por Ebro arriba, donde fundó un pueblo que antiguamente llamaron Cartago la vieja, y hoy se entiende que sea Cantavecha, un pueblo pequeño de los caballeros y orden de San Juan, distante de la ciudad de Tortosa entre Poniente y septentrión por espacio de diez leguas, en los pueblos dichos antiguamente ilercaones, donde sin duda la puso Ptolomeo. Por lo cual claramente se entiende cómo se engañan los que sienten que Cartago la Vieja fuese o la misma ciudad de Tortosa, o, tres leguas hacia el levante donde sale el sol, una aldea llamada Perelló por ciertos paredones que allí hay, rastros manifiestos de edificio antiguo.

El año siguiente se apoderó de todas las marinas, donde los bastetanos y contéstanos se extendían hasta el mar, en las cuales comarcas hoy están las ciudades de Baza y Murcia, y no dista mucho de allí la de Sagunto. De la cual vinieron embajadores a Amílcar para darle el parabién de las victorias y traerle presentes, si bien los de aquella ciudad estaban muy lejos de entregársele, aunque fuese con muy honestos y aventajados partidos. Despidióles pues benignamente y con buenas palabras, pero el deseo que tenía de apoderarse de aquella ciudad era muy grande. Era menester buscar algún color para hacerlo, y para cubrir su mal ánimo con capa de honestidad. Acordó de persuadir a los turdetanos que en los términos de Sagunto edificasen una ciudad, la cual consta se llamó Turdeto, y algunos quieren que sea Teruel, apartada veinte leguas de Sagunto. Esto sienten movidos sólo por la semejanza del nombre, conjetura las más veces engañosa y flaca. Resultó de aquel principio y por aquella causa diferencia entre aquellas dos naciones o ciudades, ocasión a propósito para lo que pretendía Amílcar, que era apoderarse de los saguntinos y quitarles la libertad. Ellos por sospechar lo que era, se resolvieron de no alborotarse, ni tomar las armas contra los turdetanos.

A la boca del río Ebro hicieron los cartagineses fiestas y alegrías por todas las victorias pasadas, junto con celebrarse las bodas de Himilce, hija de Amílcar, con Asdrúbal, deudo del mismo, el año que se contaba de la ciudad de Roma 521. Hacíanse estos regocijos, y no por eso el capitán cartaginés se descuidaba de lo que a la guerra tocaba; antes desde allí envió embajadores a los principales de la Galia para ganarles las voluntades, por tener entendido que su amistad podría ser muy a propósito para la guerra que en teniendo a España sujeta, pensaba hacer contra los romanos. Granjeólos con dávidas y con oro de que ellos eran muy codiciosos y España muy abundante. Luego el año siguiente movió con su gente y armada hacia los Pirineos. Corrió y sujetó todas aquellas riberas desde Tortosa hasta el río que hoy llamamos Llobregat y antiguamente se llamó Rubricato. Poco adelante del cual fundó la nobilísima ciudad cabeza de Cataluña con nombre de Barcelona por los Barquino, del cual linaje él era. Otros atribuyen la fundación de Barcelona a Hércules el libio, otros a la ciudad de Barcilona que estaba en Asia en la provincia de Caria. Pero autores más en número y de mayor antigüedad cuentan a nuestra Barcelona entre las poblaciones cartaginesas, con lo que se refutan las dos opiniones postreras, y la primera se comprueba.

Trataba de estas cosas Amílcar, y juntamente pretendía apoderarse de Roses y de Ampurias, ciudades cercanas, y que resistían a sus intentos por estar aliadas con los saguntinos, cuando muy fuera de su pensamiento le sobrevino la muerte en los pueblos edetanos, donde era vuelto por causa de acudir a las alteraciones que en la Bética estaban levantadas. Fue muerto en una batalla que dio a los naturales que le salieron en gran número al encuentro, el noveno año poco más o menos que vino esta segunda vez a España. La pelea fue tan brava y sangrienta, que de pasados cuarenta mil hombres que llevaba consigo, más de las dos tercias partes murieron a cuchillo. Los demás, muerto su general, se salvaron por los pies, y con la oscuridad de la noche se pudieron recoger a las ciudades comarcanas de su devoción. Tito Livio dice que esta batalla se dio junto a un lugar y pueblo que se llamaba Castro Alto.

Las fuerzas y armas de los cartagineses después de esta derrota tan memorable refieren que revolvieron sobre la Bética o Andalucía, donde echaron por el suelo una población de los focenses, sin declarar que nombre tenía. Sólo dicen que fue la primera que se alborotara en aquellas partes. Así la que fue primera ocasión del daño, fue primeramente castigada. Esto en España.

En Cartago, sabida la muerte de Amílcar, se trató en aquel Senado de enviar sucesor en su lugar para el gobierno de España. Hubo gran debate sobre el caso, y no se conformaban los pareceres. La ciudad estaba toda dividida en dos bandos, los Edos y los Barquinos, las cuales dos parcialidades y familias en poder, riquezas y autoridad sobrepujaban a las demás. Los Barquinos querían que Asdrúbal fuese elegido para aquel cargo. Los Edos, por envidia que les tenían, pretendían enviar de su linaje gobernador a España de donde se recogían grandes riquezas. En tanto que por estos debates la resolución se dilataba y estas diferencias andaban, llegó Aníbal desde España muy a propósito a Cartago. Con su llegada confirmó las voluntades y fuerzas de su bando, y se enflaquecieron los intentos del contrario. En fin, con sus amigos, y por su autoridad y negociación hizo tanto, que el cargo de España se encomendó a Asdrúbal su cuñado.

Entró en el Senado, hizo un largo y estudiado razonamiento. Relató los trabajos de su padre, las cosas que gloriosamente había acabado, como por su esfuerzo quedaba domada España, su desgraciada muerte, la cual resultó no por alguna culpa suya, sino por la adversidad de la fortuna. Que dejaba fundadas nuevas ciudades, y en las antiguas puestas buenas guarniciones. Que la esperanza de sujetar todo lo demás de aquella provincia era grande, si por el mismo camino y traza se continuaba el gobierno. Erraban si creían que los ánimos feroces de los españoles se podían domar por sola fuerza. Que Asdrúbal era de edad a propósito, grande su autoridad, su esfuerzo y valentía, y no sólo en las armas era ejercitado, sino también en la elocuencia, y en particular tenía grande destreza y maña para tratar los ánimos de los naturales. Que en él solo las voluntades así de los ejércitos como de los confederados se conformaban. En señal de lo cual sacó un envoltorio de cartas que a su partida le dieron españoles y capitanes. Mirasen una y otra vez, que con la mudanza del gobierno y con nuevas trazas, no se enajenasen las voluntades de aquella nobilísima provincia, la cual ganada quedarían acrecentados con sus riquezas y fuerzas, y no tenían que temer adelante algún revés ni desastre. Con aquel razonamiento y con las cartas quedó convencido el Senado para que el cuidado y gobierno de España se encomendase a Asdrúbal, como se hizo, año de la fundación de Roma de 524.

El cual pasado, dado orden de las cosas de España, el mismo Asdrúbal, acompañado de los principales de su gobierno, se partió para Cartago, que pensaba y aún pretendía gobernar a su voluntad toda la república, y que él solo tendría más mano y poder que todos los demás magistrados. Esto pensaba él. Las cosas sucedieron muy al revés, pues por maña y artificio de la parcialidad contraria, el pueblo y el Senado se persuadió que con ayuda de su cuñado Aníbal pretendía hacerse rey y señor de aquella ciudad libre. Pasó la alteración por esta causa y las sospechas tan adelante, que fue forzado a dar la vuelta y embarcarse para España.

Estaba la provincia sosegada, por lo cual se determinó edificar en aquella parte por donde los contéstanos se tendían a la ribera del mar, una ciudad que llamaron Cartago la nueva, a distinción de la otra que (como dijimos) Amílcar fundó cerca del río Ebro. Llamóse también esta nueva ciudad Cartago Espartaría por el mucho esparto que hay por aquellas comarcas. Tiene otrosí un buen puerto, seguro de cualquier tormenta de vientos por los collados que lo rodean, como con un compás está cerrado, con una estrecha entrada, y para mayor seguridad una isleta que le está puesta por frente como baluarte. La cual los antiguos llamaron Hercúlea, los latinos Scombraria, de cierto género de pescado de que hay en aquellos lugares grande abundancia. Púdose esta población comparar antiguamente con cualquier grande ciudad en la anchura de los muros, hermosura de los edificios, arreo, nobleza y número de ciudadanos. Al presente, aunque reducida a pequeño número de moradores, todavía conserva claros rastros de su antigua nobleza.

Los romanos, avisados de todo lo que en España pasaba, maguer que ardían en deseos de contrastar a los intentos de los cartagineses y desbaratarles sus trazas, pero porque no pareciese eran ellos los primeros a quebrantar el concierto y asiento que tomaron poco antes, acordaron de disimular por entonces. Principalmente que eran avisados de la Galia Ulterior como aquella gente se conjuraba con los de la Galia Cisalpina, que hoy es Lombardía, en daño del pueblo romano. Contentáronse pues con enviar una embajada a Marsella con voz y son de desbaratar lo que pretendían los galos, mas hecho en verdad con intento de concertarse por medio de los de Marsella con los pueblos que tenían los de aquella ciudad por amigos en las marinas de España, lo que fácilmente alcanzaron, y se efectuó en odio de los cartagineses, de quien mucho todos se recelaban.

Los que primero hicieron alianza con los romanos fueron los de Ampurias, ciudad contada entre los pueblos que antiguamente se llamaron Indigetes, los cuales partían término con los laietanos por una parte, y por otra con los ceretanos, y se extendían desde el río dicho Sameroca, hoy Sambucha, hasta lo postrero de los Pirineos. Por medio de los de Ampurias, y a su instancia, se concertaron también los de Sagunto y los de Denia, que fue el principio y la ocasión de la nueva y gravísima guerra que no mucho después de esto se encendió entre los cartagineses y los romanos.

No se podían encubrir tan grandes prácticas y negociaciones que no las entendiese Asdrúbal, ni tampoco lo que los romanos pretendían, mas parecióle disimular hasta tanto que todo estuviese a punto para la guerra que quería darles. Trató de asegurar las ciudades de su devoción. Procuró por sus cartas que Aníbal volviese en España desde Cartago, donde hasta entonces le habían entretenido como por rehenes y seguridad de que Asdrúbal haría lo que era razón. Hubo grande dificultad en alcanzar del Senado la licencia para volver a España, a causa que Hannón, cabeza del bando contrario, hacía grande resistencia diciendo convenía que le acostumbrasen a vivir en igualdad con los demás ciudadanos, y como particular obedecer a las leyes, recato muy a propósito para conservar su libertad. Llegado a España, los soldados y los amigos le recibieron con grande muestra de alegría. Asdrúbal le nombró luego por su lugarteniente, que fue año de la fundación de Roma de 528, en el cual tiempo vinieron a España embajadores enviados de Roma.

Los cuales, luego que les fue dada audiencia, declararon la causa de su venida, es a saber que los de Cartago días había eran confederados y amigos del pueblo romano; que con el mismo de nuevo los españoles de la España Citerior se habían concertado y hecho paz. Por donde para que el un concierto no perjudicase al otro, pedían (lo que era muy justo) que los cartagineses en España tuviesen por término de su conquista y jurisdicción al río Ebro. Y sin embargo no tocasen los términos de los saguntinos, si bien estaban puestos de la otra parte del río. En conclusión, que los unos no hiciesen daño ni agravio a los amigos y aliados de los otros. Quien esto quebrantase, fuese visto contravenir a las leyes del concierto y alianza que tenían hecha. Esta embajada, como era razón, dio gran pesadumbre a los cartagineses, por adelantarse tanto los romanos que en provincia ajena pusiesen leyes a los vencedores. Con todo esto, por dar tiempo al tiempo, entre tanto que se apercibían de lo necesario para la guerra, consintieron y vinieron en todo lo que los embajadores pidieron en nombre de su ciudad. Tanto más que desde Italia avisaban como los galos transalpinos aunque iban juntos con los de la Cisalpina, y por el mismo caso más espantables, fueron desbaratados por los romanos en una grande batalla en la que quedaron muertos cuarenta mil de ellos, y diez mil presos. Partiéronse con tanto los embajadores.

Asdrúbal gastó tres años enteros en aparejar lo que para la guerra que pensaba hacer entendía ser necesario, como dineros, pertrechos y soldados, con todo lo demás. Pero sus pensamientos e intentos atajó la muerte cuando menos lo pensaba, que le sobrevino el año segundo de la Olimpíada, 139 de la fundación de Roma. Matóle un esclavo en venganza de su señor, y dado la muerte al dicho Asdrúbal junto al altar donde estaba sacrificando, que si bien fue luego preso, y le desmembraron y despedazaron con diversos tormentos, nunca dijo ni hizo cosa que mostrase tristeza, antes lo sufrió todo con rostro muy alegre y regocijado.