Averiguada
cosa y cierta es que Tubal, hijo de Jafet,
nieto de Noé, vino a España; mas en qué
lugares hiciese su asiento, y qué parte primeramente comenzase a poblar
y cultivar, no lo podemos averiguar, ni hay para qué adivinarlo, pues
algunos piensan que fue en la Lusitania, otros que en aquella parte
que se llama hoy Navarra. Así lo creen los Portugueses
de Setúbal, pueblo de Portugal, los Navarros de Tafalla y Tudela,
los cuales lugares más por la semejanza de los nombres que por prueba
bastante que tengan para decir, sospechan fueron poblaciones de Tubal.
Pensar y decir que toda la provincia se llamó Setubalia
del nombre de su fundador (lo que algunos afirman sin probabilidad
ni apariencia, ni a propósito aún para entremés de farsa) las orejas
eruditas lo rehúyen oír, porque ¿qué otra cosa es sino desvarío y
desatinar, reducir tan grande antigüedad como la de los principios
de España a derivación latina, y juntamente afear la venerable antigüedad
con mentiras y sueños desvariados como éstos hacen?, pues dicen que
Setubalia
es lo mismo que compañía de
Tubal, como si se compusiese este nombre de coetus, que en latín
quiere decir compañía, y de Tubal. Otros contaron
entre las poblaciones de Tubal a Tarragona
y Sagunto, que hoy es Monviedro, cosa que
en este lugar no queremos refutar ni aprobar. Lo que acontece sin
duda muchas veces a los que describen regiones no conocidas y apartadas
de nuestro comercio, que pintan en ellas montes inaccesibles, lagos
sin término, lugares o por el hielo o por el gran calor desiertos
y despoblados; además de esto ponen y pintan en aquellas sus cartas
o mapas, para deleite de los que los miran, varias figuras de peces,
fieras y aves, hábitos extraños de hombres, rostros de pintas extravagantes,
lo cual hacen con tanto mayor seguridad, que saben no hay quien pueda
convencerlos de la mentira; lo mismo me parece ha acontecido a muchos
historiadores así de los nuestros como de los extraños, que donde
faltaba la luz de la historia, y la ignorancia de la antigüedad ponía
un como velo a los ojos para no saber cosas tan viejas y olvidadas,
ellos con deseo de ilustrar y ennoblecer las gentes cuyos hechos escribían,
y para mayor gracia de su escritura, y más en particular por no dejar
interpolado como con lagunas el cuento de los tiempos, antes esmaltarlos
con la luz y lustre de grandes cosas y hazañas, por sí mismos inventaron
muchas hablillas y fábulas. Dirás: concedido
es a todos y por todos consagrar los orígenes y principios de su gente,
y hacerlos muy más ilustres de lo que son, mezclando cosas falsas
con las verdaderas: que si a alguna gente
se puede permitir esta libertad, la Española por su nobleza puede
tanto como otra usar de ella por la grandeza y antigüedad de sus cosas.
Sea así, y yo lo consiento, con tal que no se inventen, ni se escriban
para memoria de los venideros fundaciones de ciudades mal concertadas,
progenies de Reyes nunca oídas, nombres mal forjados, con otros monstruos
sin número de este género, tomados de las consejas de las viejas o
de las hablillas del vulgo; ni por esta manera se afee con infinitas
mentiras la sencilla hermosura de la verdad, y en lugar de luz se
presenten a los ojos tinieblas y falsedades; yerro que estamos resueltos
a no imitar, dado que pudiéramos de él esperar algún perdón por seguir
en ello las pisadas de los que nos precedieron. Y mucho menos
pretendemos poner a la venta las opiniones y sueños del libro que
poco hace salió a luz con el nombre de Beroso,
y fue ocasión de hacer tropezar y errar a muchos. Libro, digo, compuesto
de fábulas y mentiras por aquel que quiso con divisa y marca ajena,
como el que desconfiaba de su ingenio, dar autoridad a sus pensamientos
(a ejemplo e imitación de los mercaderes que para acreditar su mercadería
usan de marcas y sellos ajenos), sin saber bastantemente disimular
el engaño, pues ni habla seguidamente, ni están por tal manera trabadas
y atadas las cosas unas con otras, las primeras con las de en medio,
y éstas con las postreras, que no eche de ver la huella de la invención
y mentira, mayormente si de la luz de los antiguos escritores que
nos ha quedado (pequeña, cierto, y escasa, pero en fin alguna luz)
nos queremos aprovechar. Así que lo que nació de la oficina y fragua
del nuevo Beroso, que Noé después de largos
caminos venido a España y fue el primero que fundó Noela en Galicia y Noega en las
Asturias, es una mentira hermosa y aparente por su antigüedad, y aunque
hacen Plinio, Estrabón y Ptolomeo mención de estos pueblos, como tal
invención la desechamos. Ni queremos recibir lo que añade el dicho
libro, que el río Ebro se llamó Ibero
en latín, y toda España se dijo Iberia
de Ibero hijo de Noé, como quiera que sea
antes verosímil que los Iberos
que moraban en el Ponto Euxino entre la
Cólquide y la Armenia, cercados entre los
montes Cáucasos vinieron en gran número
en España, y fundado que hubieron la ciudad de Iberia cerca de donde
hoy está Tortosa, comunicaron su nombre y le pusieron primero al río
Ebro, después a toda la provincia de España; de la manera que algunos
piensan del río Arga o Aragón que tomó este nombre de otro del mismo
apellido que hay en aquella Iberia. El nombre de Celtiberia, con que
también se llamó España, de los Iberos y de los Celtas se derivó y
se compone; porque los Celtas, pasados los Pirineos, y venidos en
España de la Galia comarcana (y también Apiano pone los Celtas en
la España Citerior) mezclando la sangre y emparentando con los íberos,
hicieron y fueron causa que de las dos naciones se forjase el nombre
de Celtiberia. Ni es de mayor crédito lo que dicen que Idubeda hijo de íbero dio su nombre al monte Idubeda, de cuyos principios y progreso arriba se dijo lo
que basta. Añaden que
Brigo, hijo de este Idubeda, por
ver multiplicada mucho la gente de España en número, riquezas y autoridad,
envió colonias y poblaciones a diversas partes del mundo, y entre
éstas una fue Brigia dicha así de su nombre,
que después se llamó Frigia en Asia, donde estaba situada la ciudad
famosa de Troya; y que en los montes Alpes uno de los capitanes de
Brigo fundó una Varóbriga, otra en la Galia Latóbriga.
Para perpetuar, es a saber, ellos su memoria, y ganar de camino la
gracia de su Señor, fundaron nuevas poblaciones de su nombre. Dióse
crédito a esta mentira aparente porque Plinio refiere pasaron de Europa
los Brigas, y de ellos cierta provincia de Asia se llamó Frigia,
y como en España muchas ciudades se llamasen Brigas,
como Miróbriga, Segóbriga, Flavióbriga,
imaginaron que en ella había vivido y reinado algún Rey autor de los
Brigas, y fundador de Troya y de muchas
ciudades que tenían aquel nombre de Brigas en España. Como quiera que fuese necesario creer que
los Brigas que pasaron en Asia, hubiesen
salido de España. Además que Conon
en la Biblioteca de Focio dice que Mida
fue Rey de los Brigas cerca del monte Brimio, los
cuales pasados en Asia se llamaron Frigios. Esto para lo que toca
a los Brigas que pasaron a Frigia. De los pueblos que tenían el
apellido de Brigas en España, era fácil
entender que en la antigua lengua de España las ciudades se llamaron
Brigas comúnmente, o lo que tengo por más
verosímil, que las naciones septentrionales muy abundantes de gente,
y en generación muy fecundas, en aquellos primeros tiempos habiéndose
derramado en España, de Burgo, que en lengua alemana quiere decir
pueblo, hicieron que las ciudades con poca mudanza de letras se llamasen
acá Brigas, o si hay alguna otra razón de
este nombre, que no sabemos: sólo se pretende que en la historia no
tengan lugar las fábulas. Haber después
de Brigo reinado Tago
(como lo dicen los mismos) es a propósito de dar razón porque el río
Tajo se llamó así. Y en universal pretenden que ninguna cosa haya
de algún momento en España, de cuyo nombre luego no se halle algún
Rey, y esto para que se dé origen cierta de todo, y se señale la derivación
y causa de los nombres y apellidos particulares, como si no fuese
lícito parar en las mismas cosas sin buscar otras razones de sus apellidos,
o fuese vedado pasar adelante, e inquirir la causa y derivación y
los sagrados nombres que ponen a los Reyes; y aún es más probable
que aquel río por nacer en la provincia Cartaginense haya tomado su
nombre de Cartago, hoy Cartagena, como lo siente Isidoro al fin del
libro trece de sus Etimologías. De la misma
forma y jaez es lo que añaden, que Beto sucesor de Tago
dio nombre a la Bética, que hoy es Andalucía, dividida antiguamente
en Turdetanos, Túrdulos y Bástulos, y por la grande abundancia y riquezas
que tiene, celebrada grandemente de los poetas en tanto grado, que
(como dice Estrabón) ponían en ella los Campos Elíseos, morada de
los bienaventurados. El cual testifica también que usaban en su tiempo
de leyes hechas en verso y promulgadas más de seis mil años antes,
según ellos mismos lo decían; por ventura su año era más breve que
el Romano, y constaba sólo de cuatro meses. Lo que es más probable,
y dijeron historiadores más en número y en autoridad más graves, es
que la Bética se dijo del río que pasa por medio de toda ella y la
baña, al cual los naturales llamaron Cirito,
los extranjeros Betis, puede ser en hebraico, por las muchas caserías,
villas y lugares que al uno y al otro lado resplandecen a causa de
la bondad de los campos que tiene. Porque Betis y Beth en hebreo es
lo mismo que casa. Esto baste
de los reyes fingidos y fabulosos de España, de quien me atrevo a
afirmar no hallarse mención alguna en los escritores aprobados ni
de sus nombres ni de su reinado. Pero como es muy ajeno (según yo
pienso) de la gravedad de la historia contar y relatas consejas de
viejas, y con ficciones querer deleitar al lector, así no me atreveré
a reprobar lo que graves autores testificaron y dijeron. El primero
que podemos contar entre los Reyes de España, por ser muy celebrado
en los libros de griegos y latinos, es Gerión, el cual vino de otra
parte a España, lo que da a entender el nombre de Gerión, que en lengua
caldea significa peregrino y extranjero. Este venido que fue a España,
gustó de la tierra y de las riquezas que en ella vio. Enriquecióse
con los montes de oro, cuyo uso no era conocido, y por esta causa
granos y terrones de este metal se hallaban por los campos, no afinados
con el crisol y con el fuego, sino como nacían, por donde de los griegos
fue llamado Criseo, que es tanto como de
oro. Además de esto poseía muchos ganados, por la grande comodidad
y aparejo de los pastos y dehesas, e industria que tenía en criarlos. Con ocasión
de riquezas tan grandes se entiende fue el primero que ejercitó la
tiranía sobre los naturales de esta provincia, que eran de ingenios
groseros, y a manera de fieras vivían apartados y derramados por los
campos en aldeas sin tener gobernador cuyo imperio reconociesen, y
por cuyo esfuerzo se defendiesen de la violencia de los más poderosos.
Hecho Gerión tirano y apoderado de todo, se entiende que edificó un
castillo y fortaleza de su apellido enfrente de Cádiz, por nombre
Geronda, con cuya ayuda pensaba mantenerse
en el imperio que había tomado sobre la tierra. Edificó asimismo otra
ciudad de este apellido de Gerunda (si no
engaña la conjetura del nombre) a las faldas de los Pirineos en los
Ausetanos, que hoy es la ciudad de Gerona. Pretendía, es a saber,
abrazar con estas dos fuerzas las marinas todas de España, y fortificarse
para todo lo que sucediese. Mas la seguridad
y bonanza que con estas mañas se prometía, le duró hasta tanto que
Osiris, al cual los Egipcios también ponen por el primero de sus Reyes,
como lo siente Diodoro Sículo, y por otros nombres le llamaron Baco
y Dionisio, no el hijo de Semele criado
en la ciudad de Mero (de donde tuvo origen la fábula que decía le
crió Júpiter su padre en su muslo, porque
Meron en griego significa el muslo) sino
el egipcio, turbó la paz que tenía España. Emprendió Osiris al principio
una grandísima peregrinación, con que paseó y ennobleció con sus hechos
casi toda la redondez de la tierra. Comenzó desde la Etiopía, y pasó
hasta la India, Asia y Europa. En todos los lugares por donde pasaba
enseñó la manera de plantar las viñas y de la sementera
y uso del pan; beneficio tan grande, que por esta causa le tuvieron
y canonizaron por dios. Últimamente
llegado a España, lo que en las demás partes ejecutara no por particular
provecho suyo, sino encendido del odio que a la tiranía tenía, y a
las demasías, que fue quitar los tiranos y restituir la libertad a
las gentes, determinó hacer lo mismo en España, de la que se decía
que se hallaba reducida en una miserable servidumbre, y sufrían con
ella toda suerte de afrentas e indignidades. No tenía esperanza que
el tirano, por estar confiado en sus riquezas y fuerzas, hubiese por
voluntad de tomar el más saludable partido. Vino con él a las armas
y trance de guerra, juntaron sus huestes ambas partes, y ordenadas
sus haces, dióse (según dicen) la batalla
que fue muy herida, en los campos de Tarifa junto al estrecho de Gibraltar,
con grande coraje y no menos peligro de cada cual de las partes. La
victoria y el campo, muertos y destruidos los Españoles,
quedó por los egipcios. El mismo Gerión murió en la batalla, su
cuerpo por mandado del vencedor sepultaron en lo postrero de
la boca del estrecho en el lugar donde al presente se ve el pueblo
dicho Barbate, allí se le hizo el túmulo. Fue Gerión tenido y consagrado
por dios, como lo da bastantemente a entender el templo que Hércules
edificó a Gerión en las riberas de Sicilia, y también el oráculo de
Grecia que estaba en Padua famosísimo, al cual los príncipes tenían
costumbre por devoción de ir a visitar muchas veces, como lo testifica
Suetonio Tranquilo. Restituida
pues y fundada la paz de esta manera por beneficio de Osiris, y quitada
la tiranía, el vencedor todavía tuvo por cosa áspera y de mal ejemplo
castigar en los hijos los pecados de los padres. Parecióle
cosa grave desposeer, poner en perpetua servidumbre o destierro tres
hijos que de Gerión quedaban en edad niños y de grande hermosura,
y que habían sido criados con esperanza de suceder en el reino de
su padre. Además que ordinariamente en los
generosos ánimos después de la victoria se sigue la benignidad para
con los caídos. Creyendo pues que no serían tanta parte los vicios
y malos ejemplos de su padre para hacerlos crueles, como su triste
fin para hacerlos avisados, escogió personas de gran prudencia que
rigiesen así la edad tierna de aquellos mozos, como el reino por algún
tiempo, y habiendo él avisado a los mozos de lo que debían hacer y
huir, púsolos en la silla y en el reino
de su padre. Acabado esto, por gozar del fruto de tantos trabajos
y tan larga peregrinación, y deseoso de sosegar en su casa, volvióse a Egipto. Los hermanos
Geriones venidos a mayor edad y acrecentadas
las riquezas, luego que se encargaron del gobierno del reino de su
padre, olvidados del beneficio recibido, y no de la injuria que se
les hizo, como es ordinario que dura más la memoria del agravio que
de las mercedes, tomaron resolución de vengar la muerte de su padre,
y hacerle las honras con la sangre de su enemigo, cosa muy agradable
a los que tratan de satisfacerse, y los hijos tienen por grande hazaña
proseguir la enemiga de sus padres. Esto daban a entender, pero de
secreto otro mayor cuidado les aquejaba, es a saber el deseo que tenían
a ejemplo de su padre de restituirse en la tiranía y absoluto señorío
de España, cosa que en vida de Osiris no creían poder alcanzar. Pensaban
esto, y no hallaban camino para poner en ejecución negocio tan grave;
parecióles sería bien conquistar para este
efecto a Tifón, hermano de Osiris, y concertarse con él, de quien
se entendía y tenían aviso ardía en deseo de reinar y quitar a su
hermano el reino, ambición que pervierte todas las leyes de la naturaleza. Despacharon
sus embajadores para este efecto, los cuales fácilmente con presente
que le dieron de parte de sus Señores, hallaron la entrada que pretendían:
pusieron con él su amistad, prometiéronle
toda ayuda para salir con sus intentos, concertaron que los mismos
tuviesen por amigos y por enemigos. Asentado ello, le persuaden que
habiendo muerto su hermano, acometiese con fuerza de armas y se apoderase
del reino de Egipto. Concertóse todo esto,
y ejecutóse la cruel muerte muy de secreto.
El cuerpo del muerto fue buscado con mucha diligencia, e Isis la Reina
viuda le sepultó en Abato, que es una isla de una laguna cercana a
Menfis, que por esta causa vulgarmente llamaron Estigia, que quiere
decir tristeza. Pero tan grande
traición no podía estar encubierta, ni hay secreto en las discordias
domésticas que entre parientes resultan. Así Horus, que en aquel tiempo
gobernaba la Escitia, vuelto con presteza en Egipto, vengó la muerte
de su padre con darla a Tifón su tío. Descubrió juntamente y supo
que los Geriones fueron participantes de la impía conspiración, y
principales movedores de aquella maldad. Por esto encendido en deseo
así de imitar la gloria de su padre, confirmó diversas naciones por
todo el mundo en su obediencia, y ganó de nuevo la amistad de otras
muchas. Además de esto por el arte de la medicina, que le enseñara
su madre, vino a ser tenido por dios. Unos le llamaron Apolo, otros
por la valentía y destreza en el pelear le pusieron nombre de Marte,
y todos le llamaron Hércules. No fue este Hércules el hijo de Anfirión,
sino el Libio, de quien se dice que domó
los monstruos armado de una porra o maza, y vestido de una piel de
león, que en aquel tiempo aún no usaban, ni habían inventado para
destrucción del género humano las armas de acero. Juntado pues
un grande ejército y llegadas ayudas de todas partes, Hércules Horus
entró en España contra los Geriones, y llegó
finalmente a Cádiz, donde días antes ellos se retiraran
y fortificaran, juntadas en uno las riquezas del reino, alzados los
mantenimientos, y proveídos de bastimentos, si por ventura durase
la guerra muchos días. Además de esto para valerse en aquel trance
llamaron socorros de todas partes. La conciencia de la maldad cometida
los acobardaba y espantaba; y por estar la provincia y la gente dividida
en parcialidades, unos por ellos y otros contra ellos, y los ánimos
de muchos despertados a la esperanza de recobrar la libertad, era
dificultoso resolverse si de los suyos, si de los extraños les convenía
más recatarse. El tener perdida la esperanza de la vida, si los egipcios
venciesen, los encendía más, y los hacía furiosos y atrevidos. Pero
el temor que tenían era mayor: por esta causa determinaron de fortificarse
en lugares seguros y excusar el trance de la batalla. Al contrario
Hércules ordenadas sus haces se presentó delante sus enemigos. Temía
no durase mucho la guerra, y no tenía confianza que los enemigos viniesen
en alguna honesta condición de paz; y cuando la quisiesen, juzgaba
no sería decente dejar las armas antes de vengar a su padre con la
sangre de los Geriones. Combatido pues de
estos pensamientos, consideraba también que por ser tan grandes los
ejércitos como juntaran de ambas partes, sería grande la matanza,
si de poder a poder se diese la batalla. Por huir estos
inconvenientes acordó con un Rey de armas avisar a los Geriones, que si confiaban en la valentía de sus cuerpos (la
cual era muy grande), si en la justicia de la causa que defendían,
en que publicaban y se quejaban fueron de Osiris acometidos injustamente
y agraviados primero del mismo, que les ofrecía de su voluntad un
partido para concertar las diferencias tan aventajado para ellos,
que ni aún por pensamiento les pasaría desearle tal y tan bueno. Este
era, que castigasen solamente a aquellos que erraron y fueron causa
de los daños pasados, perdonasen a la sangre inocente, y no fuesen
ocasión de la carnicería que resultase forzosamente de ciudadanos
y parientes, si la batalla se diese. Que él estaba determinado por
la salud común de aquellos ejércitos y pobre gente de hacer campo
él solo contra todos tres, y con su riesgo comprar la seguridad de
muchos, pero con tal condición que había de pelear aparte con cada
uno de ellos. Decía que se ponía a esto confiado en la justicia de
su querella, y por esta causa de la ayuda de Dios, por cuya providencia
todas las cosas humanas se gobiernan, y más principalmente los sucesos
de la guerra. Los Geriones aceptaron de buena gana este partido, que por ser
tan aventajado no dudaban de la victoria. Pero salióles
al revés, porque el día señalado como entrasen en el palenque y viniesen
a las manos, los tres Geriones fueron vencidos
y degollados por Hércules. Dióse a los cuerpos
sepultura en la misma isla de Cádiz donde se hizo el campo, y desde
aquel tiempo se entiende que se llamó Etritrea
no sólo la isla de Cádiz, sino otra isla que estaba a ella cercana,
y aún la parte de tierra firme que le cae enfrente. La causa de este
apellido fueron ciertas gentes del mar Eritreo, conviene a saber del mar Rojo, que venidas a la conquista,
y sosegada la provincia, con voluntad de Hércules se asentaron en
aquellos lugares, poblaron e hicieron por allí sus moradas. En conclusión,
en la boca del estrecho de Cádiz Hércules después de esta victoria
hizo echar en el mar grandes piedras y materiales con que levantó
de la una parte y de la otra dos montes.
De los cuales el de la parte de España se llama Calpe, y el otro que
está en África, Abila. Estos montes se dijeron
las columnas de Hércules, tan nombradas. Hecho esto, y dado orden
y asiento en las demás cosas de España, nombró Hércules u Horus por
Gobernador de ella uno de sus compañeros por nombre Híspalo, de cuya
lealtad y prudencia en paz y en guerra estaba pagado y tenía mucha
satisfacción. Y por tanto concluidas todas estas cosas, dio vuelta
y pasó por mar a Italia. Por cierta
cosa se tiene haber Hispalo reinado en España
después de los Geriones, y Justino afirma
que de Hispalo se dijo España, en latín Hispania, trocada solamente
una letra. Añaden otros que por su industria y de su apellido se fundó
Sevilla, que en latín se dice Hispalis:
ciudad que en riquezas, grandeza, concurso de mercaderes, por la comodidad
del río Guadalquivir, y por la fertilidad de la campiña no da ventaja
a ninguna otra de España. Dicen más, que por discurso de tiempo del
nombre de Sevilla o Hispalis se llamó toda
la provincia Hispania. San Isidoro
atribuye la fundación de esta ciudad a Julio César, en el tiempo es
a saber que gobernó a España, y dice que la llamó Julia Rómula
juntando en un apellido su nombre y el de la ciudad de Roma, y que
el nombre de Hispalis se tomó de los palos
en que estribaban sus fundamentos, que hincaban para levantar sobre
ellos las casas por estar asentada esta ciudad en un lugar cenagoso
y lleno de pantanos. Por ventura entonces la ensancharon y adornaron
de edificios nuevos y grandes; diéronle nombre y privilegios de colonia Romana, pues es cierto
que Plinio la llama Colonia Romulense. Mas
decir que entonces se fundó la primera vez, carece de crédito, y no
hay argumentos ni autores que tal cosa confirmen. Plutarco escribe
que venido que hubo el otro Dionisio o Baco, es a saber el hijo de
Semele, a España, después que sujetó toda la provincia con
armas victoriosas, uno de los compañeros que él mismo puso por Gobernador
de todo, por nombre Pan, fue causa que toda la provincia primeramente
se llamase Pania, después Spania, añadida una
letra. Pero de estas cosas cada cual podrá libremente juzgar y sentir
lo que le pareciere. Lo que algunos dicen, que Hispalo
dejó un hijo por nombre Hispano, el cual haya reinado muerto su padre,
no lo recibimos ni tiene probabilidad alguna, antes entendemos que
a un mismo hombre diversos escritores llaman con ambos nombres, unos
Hispalo, otros Hispano. Pues el nombre de
Hispania y su derivación se atribuye a ambos, y los que ponen el uno,
ninguna mención hacen del otro, fuera de
sólo Beroso, cuyas fábulas poco antes desechamos
no solo como tales, sino también como mal forjadas y compuestas. Las cosas que
hizo este Rey, como quiera que por la antigüedad del tiempo se ignorasen,
nuestros historiadores para enriquecer y hacer más apacible y deleitosa
la flaca historia de este tiempo (a la manera que con las aguas traídas
de lejos se suelen fertilizar los campos secos) y porque no hubiese
Rey a quien luego no atribuyan algún hecho o edificio para más ennoblecerle,
dado que no trabase muy bien ni cuadrase lo que decían, escribieron
que Hispalo fundó la ciudad de Segovia,
y el acueducto que hay en ella, maravillosos así por su obra, como
por su altura; como quiera que sea averiguado que el acueducto fue
obra del Emperador Trajano, a lo menos hecha por aquello tiempos que
él imperó. Además de esto
decir como afirman, que en el puerto dicho
antiguamente Brigantino, y hoy de La Coruña, el mismo Hispalo
levantó una torre con un espejo en ella, en que se veían las naves
que venían de lejos, por la imagen que de ellas se representaba en
el tal espejo, y se apercibían para el peligro. Procedió sin duda
esta invención de la profunda ignorancia que se tenía así de la lengua
latina, como de las historias, pues tomaron por el mismo nombre de
Specula con que se significan semejantes
torres y atalayas, y el de Speculum que
significa espejo. Y es cosa averiguada que los moradores Brigantinos
edificaron aquella torre a honra de Augusto César. El trazador fue
Cayo Servio Lupo Lusitano, cuyo nombre aún en nuestra edad se ve entallado
en las peñas allí cerca, por estar vedado por ley (la cual se ve entre
las romanas en los Digestos) que ninguno escribiese su nombre en obra
pública. Y aún Lidias en Atenas fue muerto porque quebrantada aquella
ley entalló su imagen y la de Pericles en el escudo de Palas, bien
que en hábito disfrazado; en lo cual también pudo ser que pretendiesen
haber hecho aquel nobilísimo escultor injuria a la religión y ofendido
aquella diosa. Muerto Híspalo,
en qué tiempo no concuerdan los autores, pero muerto que fue, Hércules
desde Italia donde hasta entonces se detuvo, dejando allí por Gobernador
a Atlante, de cuya grandeza de ánimo estaba muy satisfecho, por miedo
de algún alboroto volvió a España, y en ella después que gobernó la
república bien y prudentemente y fundó nuevas ciudades, entre las
cuales cuentan Julia Líbica y Urgel en las faldas de los montes Pirineos,
Barcelona y Tarragona en la España Citerior (como algunos sienten
fueron poblaciones de Hércules) ya de grande edad pasó de esta vida. Los Españoles con gran voluntad le consagraron por dios, y determinaron
se le hiciesen honras divinas. Dedicáronle
sacerdotes y templo donde el cuerpo de Hércules comenzó a ser honrado
con solemnes sacrificios no sólo de los naturales, sino también de
las naciones extranjeras que por devoción concurrían, de que recogían
grande ganancia los ministros y el dicho templo se ennoblecía de cada
día más. En qué parte de España aquel templo y sepulcro de Hércules
haya estado, no concuerdan los autores. Y en cosas tan antiguas más
fácil cosa es adivinar por conjeturas, que dar sentencia por la una
o por la otra parte. Unos dicen que en Barcelona,
donde junto a la Iglesia Mayor se ven rastros de una antigualla y
de un soberbio sepulcro de que se habla adelante (y se tiene que Ataúlfo,
rey godo, está allí sepultado), otros asienten que en Cádiz. Mas las
personas de mayor autoridad y erudición piensan estuvo en Tarifa cerca
del estrecho, pues es averiguado que aquella superstición se conservó
allí por largo tiempo, y que un soberbio templo de Hércules se levantó
antiguamente en aquella parte de Andalucía. Murieron en
España Híspalo y Hércules sin dejar sucesión; por esta causa Héspero, hermano de Atlante nacido en África, y uno de los
compañeros de Hércules, fue por el mismo tiempo de su muerte nombrado
para que le sucediese en lo de España. Su gobierno fue tan agradable
a los naturales como el de cualquier otro. La fama de sus proezas
y el crédito de su virtud le abonaban para con la gente de tal suerte,
que como lo sienten algunos escritores Griegos
y Latinos, España del nombre de Héspero desde aquel tiempo se comenzó a llamar Hesperia. Verdad
es que otros, y entre ellos Macrobio e Isidoro, pretenden que se tomó
este nombre de Hesperia del lucero de la tarde, que en latín se llama
Héspero y se pone en España, y al cual miran los que navegan
a estas partes. Lo cierto es
que la buena andanza que tuvo al principio este rey, en breve se trocó
y se fue todo en flor, porque Atlante hermano de Héspero
desde Italia, donde Hércules le dejó, codicioso de las riquezas y
anchura de España, y agraviado de que su hermano le hubiese sido antepuesto
en el señorío de España, acudió sin dilación; y ganadas las voluntades
de los soldados por la gran fama que corría de su valor y hazañas,
fácilmente se apoderó del reino. Héspero, desamparado de los suyos, fue forzado a recogerse
a Italia, donde los de Toscana movidos de compasión de su desastre
y destierro, en que cayera no por culpa suya sino por la ambición
y deslealtad de su hermano, primeramente
le acogieron y hospedaron muy bien. Después, por la experiencia de
su bondad, y por la fama que corría de su virtud, le entregaron a
su rey Corito (a quien otros también llaman Jano o Júpiter) que era
de muy tierna edad, para que fuese su ayo,
y como tal lo amaestrase en lo que saber le convenía, que fue una
resolución muy acertada y muy agradable para toda aquella provincia. No
les salió vana su esperanza, ni se engañaron en lo que se prometían
de su bondad, como lo da a entender el nombre de Italia, mudado así
mismo desde aquel tiempo a ejemplo de España, en el de Hesperia que
también tiene, que fue prueba bastante de la aprobación de Héspero. Llegaron las
nuevas de todo esto a España. Atlas con recelo que si este aplauso
no se atajaba al principio cundiría el mal, y podría ser que
fortificado su hermano y pujante con el favor de la gente, primero
le despojase del reino de Italia, y después le pusiese en condición
el de España, consultado el negocio con los suyos, acordó de hacer
grandes levas de gente, y con todo su poder pasar a Italia. Llevó
de España gran número de soldados, y entre ellos muchos de los principales
españoles con voz y muestra de honrarlos y ayudarse de sus fuerzas
en aquella jornada. Mas a la verdad pretendía tenerlos consigo como
en rehenes, y asegurar que en su ausencia no se levantasen algunos
movimientos en la tierra con deseo de cosas nuevas, y de sacudir de
sí el yugo del imperio y señorío extranjero. Hízose pues a la vela,
pero como se levantasen recios temporales, corrió fortuna, derrotóse
toda su armada, y en lugar de tomar a Italia que era lo que pretendía,
fue arrebatado y llevado por los vientos a la isla de Sicilia. Eran
grandes las riquezas de aquella tierra, su fertilidad y hermosura,
por lo cual dicen dejó allí para que poblasen una buena parte de los
Españoles que llevó consigo. Hecho esto,
con lo demás de su ejército últimamente dio la vuelta y aportó a Italia,
donde halló que ya su hermano Héspero era
fallecido, con que le fue cosa fácil apoderarse de Corito rey de Toscana
y hacerse Señor de todo. De dos hijas
que tenía, la una llamada Electra casó con Corito, cuyos hijos fueron
Jasio y Dardano, de quien se tornará
a hablar luego. La otra no se sabe con quién casase, sólo dicen que
se llamó Rome, y que su padre la heredó en aquella parte de Italia
por donde corre el río Tíber, que a la sazón se llamaba Albula,
donde también dio asiento a parte de los españoles ya dichos. Añaden
además de esto que esta Rome en el monte Palatino puso los cimientos
de la ínclita ciudad de Roma, la cual de pequeños principios con el
tiempo se hizo Señora del mundo. Alegan para esto por testigo a Fabio
Pictor, autor muy antiguo y muy grave de
las cosas romanas, dado que a Rome, fundadora
de aquella nobilísima ciudad otros la hacen nieta de Eneas, hija de
Ascanio. Otros son de parecer que después de la destrucción de Troya,
una mujer nobilísima entre las cautivas, que se decía Rome, venido
que hubo con Eneas en Italia, quemó los navíos de su gente que estaban
surgidos a la ribera del Tíber, y les persuadió edificasen de nuevo
un pueblo, que del nombre de aquella cautiva llamaron Roma. No hay
duda sino que por testimonio de graves autores
se muestra que Roma estaba fundada antes de Rómulo, y es averiguado
que antiguamente tuvo aquella ciudad otro nombre, el cual los secretos
de la religión y ceremonias no permitían se divulgase entre todos,
y aún se sabe que Valerio Sarano por quebrantar
este decreto pagó aquel desacato con la vida. Verdad es que
no se tiene noticia de aquel nombre, como así mismo es incierto lo
que nuestros historiadores afirman que Roma fue fundación de españoles,
si bien les concediésemos que la gente de Atlante por mandado de Rome
su hija la fundó por este tiempo. Y parece más invención, y hablilla
inventada a propósito de dar gusto a los españoles, que cosa examinada
con diligencia por la regla de la verdad y antigüedad. Yo estoy determinado
de mirar más bien que lo que es justo se ponga por escrito, y lo que
va conforme a las leyes de la historia, que lo que haya de agradar
a nuestra gente; pues no es justo que con flores de semejantes mentiras
fuera de tiempo y sazón, se atavíe y hermosee la narración de esta
historia. Ni el lustre y grandeza de las cosas de España tiene necesidad
de semejantes arreos. Así que desechamos como cosa dudosa, por no
decir más adelante, lo que inventaron nuestros historiadores, que
Roma fue población de españoles. De la misma
manera no queremos recibir lo que nuestras historias modernas cuentan
entre los reyes de España: es a saber Sicoro,
Sicano, Siceleo y Luso, pues en las antiguas historias ningún rastro
de ellos se halla, de sus hechos ni de sus nombres. Tampoco aprobamos
lo que en esta parte añaden, que un hijo de Atlante llamado Morgete
después de la muerte de su padre reinó en Italia, de cuyo nombre los
españoles que siguieron a Atlante y asentaron en Italia, dicen se
llamaron Morgetes, pues todo esto no estriba en mejor fundamento que
lo demás arriba dicho. Yo creería más bien, que aquella gente tomó
el apellido de Morgetes de las ciudades
donde moraban en España, y de donde la sacaron para llevarla en Italia.
Pues consta que en la Bética, hoy Andalucía,
hubo dos pueblos llamados Murgis, el uno
a la ribera del mar, que hoy se llama Mojácar,
y el otro más adentro en la tierra, al cual hoy llaman Murga; el uno
y el otro situados no lejos de la ciudad muy nombrada de Murcia, la
cual asimismo algunos quieres fuese asiento de los Morgetes.
De donde se puede entender que en Sicilia procedieron y se fundaron
así bien la ciudad de Murgancio muy nombrada entre los antiguos, como los pueblos
Murgentinos, sea en este mismo tiempo, sea
en otro diferente; que tampoco esto no se puede averiguar, por estribar
solamente y apoyarse todo en la semejanza de los nombres que los unos
y otros tuvieron. Conjetura las más veces engañosa, incierta y flaca. Por autoridad
de Filistio Siracusano, sin embargo de todo lo dicho, se puede recibir como cosa verdadera
que Sículo hijo de Atlante, después que su padre partió de España,
como lugarteniente suyo y por su orden gobernó esta provincia por
algún tiempo, y después de muerto le sucedió en todos sus reinos.
Este príncipe, por el deseo que tenía de tomar la posesión del reino
de Italia, y con intento de amparar lo que restaba en aquellas partes
del ejército de su padre, con muy escogida gente se hizo a la vela
y pasó en Italia. Principalmente que entre Jasio y Dardano, sobrinos suyos,
habían resucitado debates y diferencias, las cuales pretendía apaciguar. Fue así, que
estos dos hermanos, después de la muerte de su padre Corito se hacían
entre sí cruel guerra sobre la posesión de Toscana. Deseaba pues concertar
los que de tan cerca le tocaban en parentesco, además que Jasio
por sus cartas le importunaba por favor y ayuda, cuya justicia era
más fundada, pero menores sus fuerzas. Con este intento partió de
España, y de camino sea por su voluntad, sea arrebatado por la fuerza
de los vientos y tormenta, llegó a Sicilia, donde fortificó y aumentó
el poder de los amigos antiguos. Hizo también guerra a los Cíclopes
y a los Lestrigones, gentes fieras y bárbaras. Esta guerra que hizo,
y la victoria que ganó muy señalada de estas gentes (como algunos
sospechas y Tucídides lo apunta al principio del libro sexto) fue
causa que aquella isla llamada antes Trinacria de tres promontorios
que tiene, tomase nuevos apellidos, el de Sicilia del Rey Sículo,
y el de Sicania de los Españoles que levantó en aquella parte de España
por donde pasa el río Sicoris o Segre, pues no hay duda sino que antiguamente moró
por allí cierta gente llamada Sicana, los cuales dicen quedaron de
guarnición en aquella isla. Otros dicen y añaden que aquella isla
se llamó también Sicoria de cierta gente
que moraba a las riberas de aquel río Sicoris,
que eran los mismos, o diferentes, de los Sicanos. Sea lícito en cosas
tan antiguas y escuras ir a las veces a tiento, sin poder tomar entera
resolución. Volviendo a
Sículo, los mismo autores refieren que pasado
en Italia ayudó a su hermana Rome, y la proveyó de nuevos socorros
contra los Aborígenes, gente natural de la tierra, que ordinariamente
le daban guerra, y la traían desasosegada. Esto dicen por causa que
en buenos escritores y antiguos se hace mención que en aquellos lugares
de Italia moraban pueblos llamados Sículos y Sicanos, que sospechan
por este tiempo hicieron allí sus asientos, argumento poco bastante
para asegurar sea verdad lo que con tanta resolución ellos afirman.
Lo que se tiene por más probable es que, ordenadas las cosas a su
voluntad primero en Sicilia y después en Italia, movió con sus gentes
la vuelta de Toscana con intento de hacer rostro y allanar a Dardano su sobrino, que en la guerra que traía contra su hermano
se hallaba acompañado de un poderoso ejército de Aborígenes. Pero él, visto
que no podría resistir al poder de Sículo, de corazón o fingidamente
dejadas las armas, se puso en sus manos, confiado según él decía y
daba a entender en la justicia de su querella, y persuadido no permitiría
su mismo tío le quitasen por fuerza lo que demás de ser herencia de
su padre había adquirido por su valentía y por las armas. Sin embargo
se tomó asiento entre los dos hermanos, cual a Sículo pareció más
conveniente para sosegar aquellos bullicios, con que las cosas parecía
comenzaban a tomar mejor camino. Aseguróse con esto Sículo, y descuidóse
Jasio, entendiendo había llaneza en aquel
trato. Pero Dardano luego que hallo ocasión
para ejecutar su mal propósito, dio muerte a su hermano, que confiado
en el concierto estaba seguro, y en ninguna cosa menos pensaba que
en semejante traición. Sículo como era razón, tomó esta injuria por
suya, acudió a las armas y en una batalla famosa que se dio venció
a Dardano, y le puso en necesidad de desamparar
a Italia. Pasó con grande acompañamiento de Aborígenes a Samotracia,
de donde pasado que hubo el Helesponto, que hoy es el estrecho de
Gallípoli, fue el primero que en la provincia de Asia la menor
y en la Frigia fundó la muy nombrada ciudad de Troya. Quedó de Jasio un hijo por nombre Coribanto,
el cual en lugar de su padre hizo Sículo rey de Italia. Compuestas
las cosas de esta manera, dio Sículo la vuelta para España, donde
no se sabe ni el tiempo que adelante vivió, ni otra cosa ni hazaña
suya de que se pueda hacer memoria, si ya no queremos en lugar de
historia publicar los sueños y desvaríos de algunos escritores modernos,
que de nuevo tornan a forjar otros nuevos nombres de reyes de España
sin mejor fundamento que los de arriba. Estos son Testa,
que hacen fundador de cierta población llamada así mismo Testa, autor
y principio de los Contéstanos, gente muy conocida en España. Dicen
otrosí fue natural de África, y llegó no sé por qué caminos a ser
rey y Señor de España. Otro es Romo, al cual hacen fundador de Valencia,
nombre que en latín significa lo mismo que en griego romo. El cual
nombre de Roma dicen también tuvo aquella ciudad antiguamente, a la
manera que la ciudad de Roma, según que lo dice Solino, se llamó antiguamente Valencia, y Evandro le mudó el nombre y el apellido en el que al presente
tiene de Roma. El tercer rey que nombran es Palatuo,
de quien dicen se llamaron los pueblos Palatuos,
y también la ciudad de Palencia tomó este nombre del suyo, dado que
muy distante de donde era el asiento de aquella gente dicha Palatuos
antiguamente, que caía cerca de Valencia. Añaden que este Palatuo
echó a Caco de la posesión y reino de España, al mismo en el monte
Aventino, que es uno de los siete que en sí contiene Roma, por la
huella de las vacas que hurtó, le halló y dio la muerte Hércules el
Tebano. De este jaez es el rey Eritro, que fingen vino de allende el mar Bermejo, que se
llama también el mar Eritreo, y aún quieren
que de su nombre se le pegó a la isla de Cádiz el nombre que antiguamente
tuvo de Eritrea. El postrero en el cuento de estos reyes es Melicola,
que por otro nombre se llamó Gárgoris, mas de este en particular hace mención el historiador Justino. Todo esto y
los nombres de estos reyes, tales cuales ellos se sean, ni se debían
pasar en silencio, como quien rodea algún foso o pantano que no se
atreve a pasar, donde no sólo gente ordinaria sino personas muy doctas
han tropezado y caído. Ni tampoco era justo aprobar lo que siempre
hemos puesto en cuento de hablillas y consejas. A Sículo entiendo
yo que llama Justino Sicoro. Esto se avisa
porque a ninguno engañe la diferencia del nombre para pensar que Sículo
y Sicoro sean dos reyes diversos y distintos. Dificultosa
cosa sería querer puntualmente ajustar los tiempos en que florecieron
los reyes de España nombrados, los años que reinaron y vivieron, y
en particular señalar el año de la creación del mundo en que sucedió
cada cual de las cosas ya dichas. No faltaría diligencia y cuidado
para rastrear y averiguar la verdad, si se descubriese algún camino
seguro para hacerlo. Contentarnos hemos con conjeturas, por las cuales
sin más particularizarlas sospecho que los Geriones poseyeron a España, y en ella reinaron, la cuarta
o quinta edad después del diluvio. Sículo floreció más de doscientos
años antes de la guerra de Troya. En cuyo tiempo,
o no muchos años después, una gruesa flota partió de Zacinto, isla puesta en el mar Jonio al poniente del Peloponeso
y de la Morea (Peloponeso), y tomado que
hubo tierra en aquella parte de España donde al presente está asentada
la ciudad de Valencia, los que en aquella armada venían, tres millas
de la mar levantaron un pueblo, que del nombre de su tierra llamaron
Zacinto, y adelante mudado el apellido algún
tanto se llamó Sagunto, hoy Monviedro. Pretendían que aquel castillo principalmente les
sirviese de fortaleza para contrastar a los naturales, si se alborotasen
contra ellos, y recoger en él la gran suma de oro y de plata que por
bujerías de poco precio y quincallerías rescataban de los españoles,
gente simple e ignorante de las grandes riquezas que en aquel tiempo
poseía. Confiados en la seguridad que aquella fuerza les daba, se
atrevieron a entrar más adelante en la tierra y calarla, y a descubrir
las riberas y marinas comarcanas, donde algunos años después se dice
que sesenta millas hacia el poniente en un sitio muy a propósito se
determinaron de levantar un templo a la diosa Diana, el más famoso
que hubo en España, del cual el promontorio Dianio,
que es donde al presente está la villa de Denia, tomó aquel nombre.
Este templo, conforme a la costumbre y superstición de los griegos,
adornaron ellos con ídolos, derramaron en él mucha sangre de sacrificios
que allí hacían ordinariamente. Con esto los naturales maravillados
de tantas y tan nuevas ceremonias y de la majestad de todo el edificio,
comenzaron a tener a esta gente por hombres venidos del cielo, y por
superiores a las demás naciones. Y es averiguado que ninguna cosa
hay más poderosa para mover al pueblo que el culto de la religión,
sea verdadero sea fingido, por el natural conocimiento que los hombres
tienen de Dios, y la reverencia que tienen a su divinidad. El enmaderamiento
de este templo era de enebro, madera no menos olorosa que incorruptible,
tanto que Plinio testifica se conservaba hasta su tiempo sin alguna
corrupción ni carcoma. Después de
la venida de los de Zacinto refieren que
el otro Dionisio o Baco hijo de Semeles,
como ciento cincuenta años antes de la guerra de Troya, llegó a lo
postrero de España, y en las albuferas o esteros de Guadalquivir,
entre las dos bocas por donde en aquel tiempo se metía y descargaba
en el mar, fundó Nebrija, dicha así de las Nébridas, que en griego significan pieles de ciervo, de que
Dionisio y sus compañeros se vestían comúnmente, y más en particular
cuando querían ofrecer sacrificios. El sobrenombre de Veneria
que tuvo Nebrija los tiempos adelante se le dieron. Diodoro Sículo
escribe que antiguamente hubo tres Dionisios
o Bacos. El primero fue hijo de Deucalión, que es lo mismo que
Noé, el cual entiendo yo fue el mismo que arriba llamamos Osiris Egipcio,
de cuya venida a España se trató en su lugar. El segundo fue hijo
de Proserpina o Ceres, al cual acostumbraban
pintar con cuernos para dar a entender fue el primero que unció los
bueyes, y enseñó por este modo arar y sembrar la tierra. El tercero
fue hijo de Semeles, nació de adulterio,
crióse en la ciudad de Mero, nombre que
significa muslo, de donde tomaron los poetas ocasión para fingir que
su mismo padre Júpiter le encerró y crió
dentro de su muslo. De este postrero se dice que a imitación del primer
Dionisio emprendió de discurrir y conquistar muchas y diversas provincias.
Ennobleciólas con las victorias que ganó,
en particular venido a España la limpió de las maldades y tiranías
que de todas maneras en ella prevalecían. En el mismo
tiempo Milico hijo de Mírica (por ventura
uno de los descendientes de Sículo) dicen tenía gran poder, riquezas
y autoridad entre los españoles, y que los descendientes de este Milico
no lejos donde al presente está Baeza fundaron Cástulon
en los Oretanos, ciudad que antiguamente se contó entre las más nobles
de España, asentada y puesta donde al presente quedan como rastros
de la antigüedad los cortijos de Cazlona. Al tiempo que
Dionisio partió de España, dejó en ella dos de sus compañeros, que
fueron el uno por nombre Luso, de quien procedieron los Lusitanos
que son los portugueses. El otro Pan, al cual aquellos hombres groseros
y dados a superstición de gentiles pusieron en el número de los dioses,
y de él y de su nombre (como lo testifican Varrón y Plutarco) toda
esta provincia se llamó primero Pania, y después añadida una letra Spania,
que es lo mismo que España. Jasón Tesalio,
encendido en deseo de adquirir honra y riquezas se hizo corsario en
el mar, ejercicio a la sazón de mucho interés por estar las marinas
sin guarnición, y los hombres a maneras de pastores en chozas y cabañas
derramados por los campos. Edificó para este efecto una nave de forma
muy prima y capaz. El trazador y carpintero que la hizo se llamó Argos.
Hecha y aprestada la nave, tomó en su compañía a Hércules el Tebano,
a Orfeo y a Lino, a Cástor y Polux, con otro buen golpe de gente. Con este acompañamiento
partió de Tesalia. En el discurso del viaje, que fue muy grande, acabó
cosas muy extraordinarias. En particular junto al promontorio de Troya
llamado Sigeo, libró de la muerte a Hesione hija del Rey Laomedonte.
En Cólquide por industria de Medea hurtó
la riqueza de oro que su padre tenía muy grande, y porque acostumbraban
con pieles de carnero coger y sacer el oro de los arroyos que se derriban
del monte Cáucaso, tomaron los poetas la ocasión de decir que había
hurtado el vellocino de oro tan famoso y nombrado acerca de los antiguos.
Fue en su compañía la dicha Medea. Desde allí
pasaron el estrecho Cimerio, llegaron a la laguna Meotis,
y por el río Tanais arriba, por donde las
dos partes del mundo, Asia y Europa, parten
término, llevaron arrastrando la dicha nave todo lo más que pudieron.
Después la desenclavaron, y la madera llevaron en hombros hasta dar
en la ribera del mar Sarmático, donde se dice que de nuevo la juntaron
y clavaron. De suerte que por las riberas de Alemania, Francia y España
no pararon hasta dar en la boca del estrecho de Cádiz. Allí sobre
el monte Calpe, que es en lo postrero del estrecho hacia el mar Mediterráneo,
afirman que Hércules levantó un castillo, que de su mismo nombre se
llamó Heraclea, y hoy es Gibraltar. Desde aquel castillo salieron
diversas veces por la tierra a robar, y pelearon con los españoles
que les salieron al encuentro, cuando próspera, cuando adversamente.
Pasado en esto algún tiempo, y puesta en el castillo buena guarnición
y los despojos en las naves, partieron primero para Sagunto, donde
benignamente los recibieron por ser todos de nación griega y usar
de una misma lengua. Desde Sagunto pasaron a la isla de Mallorca.
Allí prendieron al rey de aquellas islas por nombre Bocoris,
pero por entender que en ellas no se hallaba oro, hecho su matalotaje,
y puestos en las naves muy hermosos bueyes, cuales
son los de aquellas islas, se encaminaron la vuelta de Italia. Allí Hércules
dio la muerte en la cueva del monte Aventino a Caco, gran salteador,
y que le había hurtado los bueyes que llevaba. Quitó asimismo la costumbre
que tenían los de aquella tierra, de echar cada un año para aplacar
a Saturno en el Tíber desde el puente Mole un hombre vivo, e hizo
que en su lugar echasen ciertas estatuas de paja y de juncos. Acabadas
estas cosas, por la Liguria (que hoy es el Genovés) se dice que
deshecha otra vez la nave, la pasaron en hombros primero al río Po,
y por él al mar Adriático o golfo de Venecia. Por este mar a cabo
de tan largos caminos y de tantas vueltas como hicieron Jasón y Hércules
y sus compañeros, sanos y salvos volvieron a su tierra. Pero no es
de nuestro intento tratar de cosas extranjeras, pues hay harto que
hacer en declarar las que propiamente a España tocan. Un autor por
nombre Hecateo niega esta venida en España de Hércules el Tebano hijo
de Anfitrión, que por otro nombre llamaron Alceo. Mas Diodoro y todos
los demás autores testifican lo contrario, además de los rastros del
camino que en España y en los montes Pirineos y en la Galia Narbonense
quedaron de este viaje y se conservaron por largos tiempos. Y aún
en la misma entrada de Italia las Alpes Leponcias y Euganeas tomaron estos
apellidos de dos compañeros de Hércules. Con que se muestra no sólo
que Hércules vino a España, sino que parte de su gente pasó en Italia
por tierra, y dejaron en algunos lugares por donde pasaron nombres
y apellidos griegos. Virgilio atribuye a este Hércules la muerte de
los Geriones, de que se trató arriba, con
la libertad que suelen los poetas, y por la semejanza de los nombres
entiendo se trocaron los tiempos. Después de
la venida de Hércules, y después de la muerte de Milico reinó en España
Gargoris, famoso por la invención que halló de coger la miel,
por donde asimismo le llamaron Melícola.
En tiempos de este Rey concurrió la guerra muy famosa de Troya, la
cual concluida, las reliquias de los ejércitos Griego
y Troyano se derramaron e hicieron asiento en diversas partes del
mundo, en particular vinieron a España y poblaron en ella no pocos
capitanes de los Griegos. Tal es la común opinión de nuestros historiadores
y gente, que muchas naciones antiguamente trasladadas a esta región,
por la comodidad que hallaron, asentaron y poblaron en diversas partes
de España. En este cuento
tiene el primer lugar Teucro, el cual después de la muerte desgraciada
de su hermano Ayax, porque su padre Telamón
no le permitió volver a su tierra solo, aportó primero a la isla de
Chipre, y en ella edificó la ciudad de Salamina, hoy Famagusta,
que llamó así del nombre de su misma patria. De Chipre pasó en España,
y en ella donde al presente está Cartagena dicen edificó otra ciudad
que de su nombre llamó Teucria. No hay duda
sino que Justina y san Isidoro hacen mención de esta venida de Teucro
a España. Y aún Justino en particular dice que se apoderó de aquella
parte donde está situada Cartagena. Pero que allí haya fundado ciudad,
y que la haya llamado Teucria, puede ser verdad mas ellos no lo dicen, ni se hallan
algunos rastros de población semejante. Verdad es que todos concuerdan
en que Teucro pasó el estrecho de Gibraltar, y vueltas las proas a
la derecha más adelante del cabo de San Vicente y de las marinas de
toda la Lusitania, paró en las de Galicia, y en ellas fundó la ciudad
de Elellene, que la que al presente se llama
Pontevedra. Y aún quieren que del nombre de uno de sus compañeros
fundó otra ciudad llamada Amfiloquía, que
los romanos llamaron Aguas Calientes, y los suevos que asentaron adelante
por aquellas partes la llamaron Auria, nosotros
la llamamos Orense. Dicen otrosí
que Diomedes hijo de Tideo aportó a las
riberas de España. Pero como en todas las partes los naturales le
hiciesen resistencia, rodeadas todas las riberas del mar Mediterráneo
y gran parte del Océano, pasó de la otra parte de la Lusitania, y
allí fundó del nombre de su padre la ciudad de Tuy, que en latín se
llama Tude o Tide, entre las bocas de los ríos Miño y Limia a la ribera
del mar. Estrabón así
mismo en el libro tercero refiere que Mnesteo
Ateniense con su flota vino a Cádiz, y enfrente de aquella isla a
la boca del río Belon, que hoy es Guadalete,
por donde desemboca en la mar, se dice edificó una ciudad de su mismo
apellido y nombre, donde al presente está y se ve el puerto de Santa
María. Además, que entre los dos brazos de Guadalquivir edificó un
templo que se llamó antiguamente Oráculo de Mnesteo, sobre el mismo mar, que fue de grande momento para
acrecentar en España la superstición de los Griegos.
Por conclusión,
Estrabón y Solino testifican que Ulises
entre los demás vino a España, y que en la Lusitania o Portugal fundó
la ciudad de Lisboa, cosa de que el mismo nombre de aquella ciudad
da testimonio, que según algunos en latín se escribe Ulisipo.
Si bien otros son de diferente parecer, movidos así del mismo nombre
de aquella ciudad, del cual por antiguallas se muestra se debe escribir
Olisipo y no Ulisipo,
como también porque en las marinas de Flandes en diversos lugares
se halla mención de las aras o altares de Ulises, dado que no pasó
en aquellas partes. Por estos argumentos pretenden que conforme a
la vanidad de los griegos pusieron a Ulises antiguamente en el número
de sus dioses, y para honrarle en diversas partes le edificaron memorias.
Lo cual dicen pudo ser sucediese en España, y que Lisboa por esta
causa tomase el nombre de Ulises, sin que él ni su gente aportasen
a estas partes. Por este mismo
tiempo el Rey Gárgoris tenía su reino de
los Curetes, como lo dice Justino, en el bosque de los Tartesios,
desde donde los antiguos fingieron que los Titanes hicieron guerra
a los dioses. Este rey, las demás virtudes que se entiende tuvo muy
grandes, afeó con la crueldad y fiereza de que usó con un su nieto
llamado Abides. Nació este mozo de su hija fuera de matrimonio. El
abuelo, con intento de encubrir aquella mengua de su casa, mandó que
le echasen en un monte a las fieras para que allí muriese. Ellas,
mudada su naturaleza, trataron al infante con la humanidad que el
fiero ánimo de su abuelo le negaba, pues le criaron con su leche,
y le sustentaron con ella algún tiempo. No bastó esto para amansarle,
antes por su mandado de nuevo le pusieron en una estrecha senda para
que el ganado por allí pasaba le hollase. Guardábale
el cielo para cosas mayores: escapó del peligro así bien como del
pasado. Usaron de otra invención, y fue que por muchos días tuvieron
sin comer perros y puercos para que hiciesen presa en aquellas tiernas
carnes. Libróle Dios de este peligro como
de los dos ya referidos; las mismas perras con cierto sentimiento
de misericordia dieron al infante leche. Por conclusión, el mismo
mar donde le arrojaron, le sustentó con sus olas, y echado a la ribera,
una cierva le crió con su regalo y con su
leche. Hace mucho
al caso para mudar las costumbres del ánimo y del cuerpo la calidad
del mantenimiento con que cada uno se sustenta, y más en la primera
edad. Así fue cosa maravillosa por causa de aquella leche y sustento
cuán suelto salió de miembros. Igualaba en correr los años adelante
y alcanzaba las fieras. Y confiado en su ligereza, y por ser naturalmente
atrevido y de ingenio muy vivo, hacía robos y presas por todas partes
sin que nadie se atreviese a hacerle resistencia. Todavía molestados
los comarcanos con sus insultos se concertaron de armarle un lazo
en que cayó, y preso le llevaron a su abuelo. El cual, luego que vio
aquel mancebo, por cierto sentimiento oculto
de la naturaleza (de que muchas veces sin entenderlo somos tocados,
y no sé qué cosa mayor de lo que se veía, resplandecía en su rostro),
mirándole atentamente y las señales que siendo niño le imprimieron
en su cuerpo, entendió lo que era verdad, que aquel mozo era su nieto,
y que no sin providencia más alta había escapado de peligros tan graves.
Con esto trocó el odio en benignidad, púsole por nombre Abides, túvolo consigo en tanto que vivió, con el tratamiento y regalo
que era razón, y a su muerte le nombró por sucesor y heredero de su
reino y de sus bienes. Suele ser ocasión de vencer grandes dificultades
cuando el cuerpo se acostumbra a trabajos desde la mocedad. Además
que era de grande ingenio, por donde en industria y autoridad aventajó
a los demás reyes sus antepasados. Persuadió a sus vasallos, gente
bárbara, y que vivían derramados por los campos, se juntasen en forma
de ciudades y aldeas, con mostrarles cuanto importa para la seguridad
y buena andanza la compañía entre los hombres, y el estar grabados
entre sí con leyes y estatutos. Con la comodidad de la vida política
y sociable ayuntó el ejercicio de las artes y de la industria. Con
esto las costumbres fieras de aquellas gentes se trocaron y ablandaron.
Restituyó el uso del vino, y la manera de labrar los campos, olvidada
y dejada de muchos años atrás. Pues la gente se sustentaba sólo con
las hierbas y con la fruta que de suyo por los campos nacía sin labrarlos
ni cultivarlos. Ordenó leyes, estableció tribunales, nombró jueces
y magistrados para tener trabados los mayores con los menores, y que
todos viviesen en paz. Por esta forma y con esta industria ganó las
voluntades de los suyos, y entre los extraños gran renombre. Vivió
hasta la postrera edad, en que muy viejo trocó la vida con la muerte.
Falleció el cuerpo, pero su fama ha durado y durará por todos los
años y siglos. Dícese que
sus sucesores por largos tiempos poseyeron su reino, sin señalar ni
los nombres que tuvieron ni los años que reinaron. Sólo se entiende
que Abides y sus hazañas concurrieron con
el tiempo de David rey del pueblo judaico. Justino parece le hace
del mismo tiempo de los Geriones, y que
reinó no en toda sino en cierta parte de España. Esto es lo que toca
a Abides. El tiempo adelante
no tiene cosa que de contar sea, y que haya quedado por escrito, fuera
de una señalada sequedad de la tierra y del aire, que se continuó
por espacio de veintiséis años, y comenzó no mucho después de lo que
queda contado. Muchos historiadores de común consentimiento testifican
y afirman fue esta sequedad tan grande, que se secaron todas las fuentes
y ríos fuera de Ebro y Guadalquivir, y que consumida del todo la humedad,
con que el polvo se junta y se pega, la misma tierra se abrió, y resultaron
grandes grietas y aberturas pr donde no podían escapar ni librarse los que querían para
sustentar la vida irse a otras tierras. Por esta manera España principalmente
en los lugares mediterráneos quedó desnuda de la hermosura de árboles
y hierbas, fuera de algunos árboles a la ribera del Guadalquivir,
yerma junto con esto de bestias y de hombres, y se redujo a soledad,
y fue puesta en miserable destrucción. El
linajes
de los reyes y de los grandes faltó de todo punto, que la gente menuda
con la pobreza, y por no tener provisión para muchos días, se recogieron
con tiempo a las provincias comarcanas y a los lugares marítimos.
Añaden en conclusión que después de grandes vientos que se siguieron
a esta sequía y arrancaron todos los árboles de raíz, las muchas lluvias
que sucedieron sazonaron la tierra de tal suerte que los huidos mezclados
con otras naciones (como luego diremos) volvieron a España a sus antiguos
asientos, y tornaron a restituir el linaje de los españoles, que casi
faltaron de todo punto. Esto dicen los más. Otros autores
de grande erudición e ingenio han procurado quitar el crédito a esta
narración, que estriba en testimonio de nuestras historias y de nuestra
gente, con estos argumentos. Dicen que ningún escritor griego ni latino,
ni aún todas nuestras historias hacen mención de
cosa tan grande y tan señalada, como quiera que declaren y cuenten
muchas veces cosas muy menudas. Preguntan si han quedado rastros algunos
o de la ida de los españoles, o de su vuelta, si letreros, si antiguallas.
Cosas todas que por menores ocasiones se suelen levantar y conservar
para perpetua memoria. Añaden ser imposible que con tan grande sequedad, y de tantos años como dicen fue
ésta, se haya conservado alguna parte de humor en los ríos que dicen
de Guadalquivir y Ebro, si se considera cuan gran parte de humedad
y de agua en el discurso del verano por la falta de lluvias consume
el calor del sol. En el cual tiempo muchas veces ríos muy caudalosos
se secan, mayormente si la sequedad y el calor son extraordinarios
por la fuerza de alguna maligna constelación y estrella. Dicen más,
que con sequedad tan grande, y de tanto tiempo, no se abriera la tierra,
antes se desmenuzara en polvo, pues con la humedad se cuajan los cuerpos,
y con la sequedad se deshacen y resuelven, de que da bastante muestra
el suelo de África y de Libia, donde consumida la humedad de la tierra
con el ardor del cielo, hay arenales tan grandes que con los vientos
a la manera del mar se levantan olas y montes de polvo. Esto es lo
que dicen ellos; a nos no parecía dejar la opinión recibida, la fama
común y tradición de nuestra gente, y el testimonio conforme de muestras
historias sin razón que fuerce para ello. Puédese entender y sospechar
para excusar a los antiguos, que la fama solamente declara la suma
de las cosas sin guardar el orden y razón de ellas, trastoca las personas,
lugares y tiempos, y por lo menos aumenta todas las cosas, y las hace
mayores de lo que a la verdad fueron, ca es semejante a los grandes
ríos, los cuales mudadas las aguas, tanto cuanto más se alejan de
su nacimiento y primeras fuentes, y mudado todo, sólo conservan el
apellido y nombre primeros. Y es cosa averiguada que no sólo el intervalo
del tiempo, sino la distancia de los lugares no muy grande altera
a las veces la memoria. Todo esto entendemos sucedió en el negocio
precedente. Que ni la sequía de aquel tiempo fue tan grande, ni tan
larga como refieren, antes que llovió algunas, aunque pocas veces,
y escasamente, e suerte que bastase para que la tierra no se resolviese
en polvo, y no faltasen de todo punto y se consumiesen los ríos, pero
no para que la tierra pudiese producir y sazonar los frutos y las
mieses, ni para cerrar las aberturas y grietas que al principio se
hicieron. Puédese demás de esto creer que lo que sucedió en tiempo
de Faetón en las otras provincias, esto es que por el ardor del sol
y la sequía extraordinaria las tierras se abrasaron (que fue el fundamento
de la ficción y fábula de Faetón y el sol), la misma aflicción padeció
España en el mismo tiempo, y aún mayor por ser más sujeta que las
otras tierras a la sequedad del aire y falta de lluvias. La fama de
esta desolación de España movió a misericordia y a compasión a las
gentes comarcanas, que consideraban la mudanza y vuelta de las cosas
humanas. Junto con esto, pasado el trabajo, fue ocasión que gran muchedumbre
de gente extranjera viniese a poblar en esta provincia. Parte de los
que con sus ojos en tiempo de su prosperidad vieron los campos, policía
y riqueza de los Españoles, parte por lo que por dicho de otros habían comenzado
a estimar y desear esta tierra. Así venida la ocasión, con mujeres,
hijos y hacienda vinieron los pueblos enteros a morar en ella, y de
la provincia yerma cada cual ocupó aquella parte que entendía ser
más a su propósito, sea para los ganados que traía, o por ser aficionado
a la labor de la tierra. Por la industria de estos, y por la mucha
y abundante generación que tuvieron, no en mucho tiempo se restituyó
la antigua hermosura, policía y frecuencia de las ciudades, y con
un nuevo lustre que volvió, cesó la avenida de tantos males. Desde la Galia
comarcana, pasados los Pirineos, los Celtas se apoderaron para habitación
suya de todo aquel pedazo de España que se extiende hasta la ribera
del Ebro. Y por la parte oriental del monte Idubeda,
que goza de un cielo muy apacible y alegre, la ciudad de Tarazona
que hoy se ve, Nertóbriga y Arcóbriga que han faltado,
estaban en aquella parte. De estos Celtas y de los españoles que se
llamaban íberos, habiéndose entre sí emparentado, resultó el nombre
de Celtiberia con que se llamó gran parte de España. Multiplicó mucho
esta gente, que fue la causa de dilatar grandemente sus términos hacia
mediodía, de que dan bastante prueba Segóbriga, Belsino,
Urcesia y otros lugares distantes entre sí, que de graves
autores son contados entre los Celtíberos. Lo mismo acaeció
a muchas partes y pueblos de España, que con el tiempo tuvieron sus
distritos ya más estrechos, ya más anchos, según y cómo sucedían las
cosas. A la parte del septentrión a los confines de los Celtíberos
caían los Arévacos, que eran donde al presente están asentadas Osma
y Agreda, y con ellos los Duracos, los Pelendones, los Neritas, los Presamarcos, los Cilenos, todos
pueblos comprendidos en el distrito de los Celtíberos, y emparentados
con ellos. Y aún se entiende que todos estos pueblos a un mismo tiempo
vinieron de la Galia y se derramaron por España, por conjeturas probables
que hay para creerlo, pero ningún argumento que concluya. Lo que tiene
más probabilidad es que los de Rodas, por la grande experiencia que
tenían en el mar, se hicieron y fueron Señores del mar por espacio
de veintitrés años, así en las otras provincias como también es España
para su fortificación, y para tener donde se recogiesen las flotas
cuando la mar se alterase, demás de esto para la comodidad de la contratación con los
naturales, edificaron castillos en muchos lugares. Particularmente
a las faldas de los Pirineos, fundaron a Ródope o Roda, que hoy es
Rosas, junto a un buen seno de mar, ciudad que antiguamente creció
tanto, que en tiempos de los Godos fue catedral y tuvo obispo propio.
Mas al presente es muy pequeña, y que fuera de las ruinas y rastros
de su antigua nobleza, pocas cosas tiene que sean de ver. Los Rodios,
asimismo refieren, fueron los primeros que enseñaron a los españoles
hacer gomenas y sogas de esparto, y tejer la pleita para diversas
comodidades y servicios de las casas. Refieren otrosí que enseñaron
a hacer las tahonas para moler el trigo con mayor facilidad que antes,
cosa que por ser la gente tan ruda y por su poca maña costaba mucho
trabajo. Dicen demás de esto que fueron los primeros que trajeron
a España el uso de la moneda de cobre, con gran maravilla y risa al
principio de los naturales que con un poco de metal de poco o ningún
provecho se proveyesen y comprasen mantenimientos, vestidos y otras
cosas necesarias. Fue sin duda grande invención la del dinero, y semejante
a encantamiento, como lo toca Luciano en la vida de Demonacte. Finalmente, a propósito de dilatar el culto de
sus dioses, y a imitación de los saguntinos, edificaron un templo
a la diosa Diana, en que se usaban de extraordinarias ceremonias y
sacrificios, sin declarar qué manera de sacrificios y ceremonias eran
éstas. Puédese creer que conforme a la costumbre de los Tauros
sacrificaban a aquella diosa los huéspedes y gente extranjera. En particular
dicen que edificaron a Hércules un oráculo, y ordenaron se le hiciesen
sacrificios, los cuales no se celebraban con palabras alegres, ni
rogativas blandas de los sacerdotes, sino con maldiciones y denuestos.
Tanto que tenían por cierto que con ninguna cosa más se profanaban,
que con decir (aunque fuese acaso) entre las ceremonias solemnes y
sacrificios alguna buena palabra. De que daban esta razón: Hércules
llegado a Lindo, que es un pueblo de Rodas, pidió a un labrador que
le vendiese uno de los bueyes con que araba, y como quisiese venir
en ello, tomóselos por fuerza entrambos.
El labrador por no poder más vengó la injuria con echarle maldiciones,
y decirle mil oprobios, los cuales por entonces Hércules estando comiendo oyó con alegría y grandes risotadas. Después
de ser consagrado por dios, pareció a los ciudadanos de Lindo de conservar
la memoria de este hecho con perpetuos sacrificios. Para esto edificaron
un altar que llamaron Bucigo, que es lo
mismo que yugo de bueyes. Criaron junto con esto al mismo labrador
en sacerdote, y ordenaron que en ciertos tiempos sacrificase un par
de bueyes, renovando juntamente los denuestos que contra Hércules
dijo. Esta costumbre y ceremonia, conservada por los descendientes
de estos, se puede entender vino en este tiempo a España tomada de
la vanidad de los griegos, y que la trajeron los de Rodas con su venida.
Está Roses
asentada enfrente de Ampurias, y apartada de ella por la mar espacio
de doce millas a las postreras faldas de los Pirineos. Del cual monte
se dice que por el mismo tiempo se encendió todo con fuego del cielo,
o por inadvertencia y descuido de los pastores, o por ventura de propósito
quemaron los árboles y los matorrales con intento de desmontar y romper
los campos para que se pudiesen cultivar y habitar, y apacentar en
ellos los ganados. Lo cierto es que este monte por los griegos fue
llamado Pirineo, del fuego que en griego se llama pir, sea por el suceso ya dicho, sea como otros quieren, por
causa de los rayos que por su altura muchas veces le combaten y abrasan.
Porque lo que algunos fingen que vino este nombre y se tomó de Pirene, mujer amiga de Hércules, y falleció en estos lugares,
o de un Pirro Rey antiguo de España, los más inteligentes lo reprueban
como cosa fabulosa y sin fundamento. Lo que se tiene
por más cierto es que con la fuerza del fuego las venas de oro y plata,
de que así aquellos montes como todo lo de España estaba lleno, tanto
que decían que Plutón dios de las riquezas moraba en sus entrañas,
se derritieron de fuerte que salieron arroyos de aquellos metales,
y corrieron por diversas partes. Los cuales apagado el fuego cuajaron,
y por su natural resplandor pusieron maravilla a los naturales, si
bien los menospreciaron por entonces por no tener noticia de su valor.
Mas las otras naciones entendido lo que pasaba, se encendieron en
deseo de venir a España con esperanza que los de la tierra, como ignorantes
que eran de tan grandes bienes, les permitirían de muy buena gana
recoger todo aquel oro y plata, y por lo menos les sería cosa muy
fácil rescatarlo por dijes y mercaderías de muy poco valor. De los de Fenicia
se dice fueron los primeros hombres que con armadas gruesas se atrevieron
al mar, y para enderezar sus navegaciones tomaron las estrellas por
guía, el carro mayor y menor, en especial el norte, que es como el
quicio o eje sobre que se menea el cielo. Estos después que quitaron
el señorío del mar a los de Rodas y a los de Frigia, partiendo de
Tiro plaza nobilísima del Oriente, se dice que navegaron y vinieron
en busca de las riquezas de España. Pero a qué parte de España primeramente
llegaron, no concuerdan los autores. Aristóteles dice que los de Fenicia
fueron los primeros que llegados al estrecho
de Cádiz, rescataron al precio del aceite que traían, tanta copia
de plata de los de Tartesos, que son los
de Tarifa, cuanta ni cabía en las naves, ni la podían llevar, de suerte
que fueron forzados a hacer de plata todos los instrumentos de las
naves y las mismas áncoras. Pudo ser que el fuego de los montes Pirineos
se derramó por las demás partes de España, o de las minas de que la
Bética era abundante, se sacó tanta copia de oro y plata. Lo que lleva
más camino es que los de Fenicia en esta su empresa tocaron primero
y acometieron las primeras partes de España, y que aquella muchedumbre
de plata la tomaron de los Pirineos, que los naturales les dieron
por las cosas que traían de rescate. Puédese también creer que Siqueo,
hombre principal entre aquella gente, vino (como lo dicen nuestros
historiadores) en España por capitán de esta armada, o no mucho después
por continuar y hacerse siempre nuevas navegaciones y armadas, y que
de ella llevó las riquezas que primeramente le fueron ocasión de casar
con la hermana del Rey de Tiro llamada Dido, y después le acarrearon
la muerte por el deseo y codicia que en Pigmalión su cuñado entró
del oro de España. Mas quedó en
su intento burlado a causa que Dido, muerto
su marido, puestas las riquezas, que ya el tirano pensaba ser suyas,
en las naves, se huyó y fue a parar a Tarsis, que hoy se llama Túnez,
ciudad con quien tenían los de Tiro grande amistad y contratación.
Siguiéronla muchos, que por la compasión
de Siqueo y por el odio del tirano mudaron
de buena gana la patria en destierro. Para proveerse de mujeres de
quien tuviesen sucesión, en Chipre donde desembarcaron robaron bastante
número de doncellas, y con ellas fueron a Carquedón,
lugar antiguamente fundado por Carquedón
vecino de Tiro, y que estaba asentado doce millas de Túnez. Allí concertaron
con los naturales les vendiesen tanta tierra cuanta pudiesen cercar
con un cuero de buey. Vinieron los africanos en lo que aquella gente
les pedía, sin entender lo que pretendían. Mas ellos, cortada la piel
en correas muy delgadas, con ellas cercaron y rodearon tanta tierra,
que pudieron en aquel sitio hacer y levantar una fortaleza, de donde
la dicha fuerza se llamó Birsa, que significa
cuero de buey. Esto escribe Justino en el libro décimo octavo, dado
que nos parece más probable que Birsa en
la legua de los Fenices, que era semejante a la hebrea, es lo mismo
que Bosra, que en lengua hebrea significa fortaleza o castillo, y
que esta fue la verdadera causa de llamarse aquella fortaleza Birsa.
Para juntar la fortaleza con el lugar de Carquedón
tiraron una muralla bien larga, y toda así junta se llamó Cartago.
Sucedió esto setenta y dos años antes de la fundación de Roma. Concertaron
de pagar a los africanos comarcanos ciertas parias y tributo, con
que les ganaron las voluntades. Pero dejemos
las cosas de fuera porque la historia no se alargue sin propósito,
y volvamos a Pigmalión, de quien se dice que habiéndose por la muerte
de Siqueo dejado algunos años la navegación
susodicha, con nuevas flotas partió de Tiro la vuelta de España, surgió
y desembarcó en aquella parte de los Túrdulos y de la Andalucía, donde
hoy se ve la villa de Almuñécar. Allí edificó una ciudad por nombre
Axis o Exis para desde ella contratar con
los nativos. Cargó con tanto la flota de las riquezas de España,
volvió a su tierra, tornó segunda y tercera vez a continuar la navegación
sin parar hasta tanto que llegó a Cádiz. La cual isla, como antes
se llamase Eritrea de los compañeros de Horus según queda apuntado,
desde este tiempo la llamaron Gadira, esto
es vallado, sea por ser como valladar de España contrapuesto a las
hinchadas solas del mar Océano, o porque el pueblo primero que los
de Fenicia en ella fundaron, en lugar de muros le fortificaron de
un seto y vallado. Levantaron otrosí un templo en el dicho pueblo
a honra de Hércules enfrente de tierra firme, por la parte que aquella
isla adelgazaba hasta terminarse en una punta o promontorio, que se
dijo Hercúleo del mismo nombre del templo. Cosas muy extraordinarias
se refieren de la naturaleza de esta isla. En particular tenía dos
pozos de maravillosa propiedad, y muy a propósito para acreditar entre
la gente simple la superstición de los griegos, el uno de agua dulce
y el otro de agua salada. El de la dulce crecía y menguaba cada día
dos veces al mismo tiempo que el mar. El de agua salada tenía las
mismas mudanzas al contrario, que bajaba
cuando el mar subía, y subía cuando él bajaba. Tenía otrosí un árbol
llamado de Gerión, por causa que cortado algún ramo destilaba como
sangre cierto licor tanto más rojo cuanto más cerca de la raíz cortaban
el ramo. Su corteza era como de pino, los ramos encorvados hacia la
tierra, las hojas largas un codo, y anchas cuatro dedos. Y no había
más de uno de estos árboles, y otro que brotó adelante cuando el primero
se secó. Volvamos a
los de Fenicia, los cuales fundaron otros pueblos y entre ellos a
Málaga y a Abdera, con que se apoderaron de parte de la Bética, y
ricos con la contratación de España, comenzaron claramente a pretender
enseñorearse de toda ella. Platón en el Timeo dice que los Atántides,
entre los cuales se puede contar Cádiz por estar en el mar Atlántico,
partidos de la isla Eritrea, aportaron por
mar a Acaya, donde por fuerza al principio se apoderaron de la ciudad
de Atenas. Mas después se trocó la fortuna de la guerra de suerte
que todos sin faltar uno perecieron. Algunos atribuyen este caso a
los de Fenicia por ser muy poderosos en las partes de Levante y de
Poniente, que tendrían fuerzas y ánimo para acometer empresa tan grande.
En este mismo
tiempo se abrían las zanjas y se ponían los cimientos de la ciudad
de Roma. Juntamente reinaba entre los judíos el rey Ezequías, después
que el reino de Israel, que contenía las diez tribus de aquel pueblo,
destruyó Salmanasar gran rey de los Asirios. Hijo de este grande emperador
fue Senaquerib. Este juntó un grueso ejército con pensamiento que
llevaba de apoderarse de todo el mundo, destruyó la provincia de Judea,
metió a fuego y a sangre toda la tierra, finalmente se puso sobre
Jerusalén. Dábale pena entretenerse en aquel
cerco, porque conforme a su soberbia aspiraba a cosas mayores. Dejó
al capitán Rabsace con parte de su ejército
para que apretase el cerco, que fue el año décimo cuarto del reino
de Ezequías. Hecho esto, pasó a Egipto con la fuerza del ejército.
Cercó la ciudad de Pelusio, que antiguamente
fue Heliópolis y al presente es Damiata.
Allí le sobrevino un grande revés, y fue que Taracón,
el cual con el reino de Etiopias juntara el de Egipto, le salió al
encuentro, y en una famosa batalla que le dio, le desbarató y puso
en huida. Herodoto dijo que la causa de
este desmán fueron los ratones, que en aquel cerco le royeron todos
los instrumentos de guerra. Sospéchase que
lo que le sucedió en Jerusalén, donde como dice la Escritura el Ángel
en una noche le mató ciento y ochenta mil combatientes, lo atribuyó
este autor a Egipto. Puede ser también que en entrambos lugares le
persiguió la divina justicia, y quiso contra él manifestar en dos
lugares su fuerza. Sosegada aquella
tempestad de los Asirios, luego que Taracón
se vio libre de aquel torbellino, refieren que revolvió sobre otras
provincias y reinos, y en particular pasó en España. Estrabón por
lo menos testifica haber pasado en Europa. Nuestros historiadores
añaden que no lejos del río Ebro en un ribazo y collado fundó de su
nombre la ciudad de Tarragona, y que los Escipiones mucho tiempo adelante la reedificaron e hicieron
asiento del Imperio Romano en España, y que esta fue la causa de atribuirles
la fundación de aquella ciudad no sólo la gente vulgar, sino también
autores muy graves, entre ellos Plinio y Solino.
Si bien el que la fundó primero fue el ya dicho Taracón
rey de Etiopía y de Egipto. Después de
estas cosas, y después que la reina Dido pasó de esta vida, los cartagineses
se apercibieron de armadas muy fuertes, con que se hicieron poderosos
por mar y por tierra. Deseaban pasar en Europa y en ella extender
su imperio. Acordaron para esto en primer lugar acometer las islas
que les caían cerca del mar Mediterráneo, para que sirviesen de escala
para lo demás. Acometieron a Sicilia la primera, después a Cerdeña
y a Córcega, donde tuvieron encuentros con los naturales, y finalmente
en todas estas partes llevaron lo peor. Parecióles de nuevo emprender primero las islas menores porque
tendrían menor resistencia. Con este nuevo
acuerdo, pasadas las riberas de Liguria, que es el Genovés, y las
de la Galia, tomaron la derrota de España, donde se apoderaron de
Ibiza, que es una isla rodeada de peñascos, de entrada
dificultosa, si no es por la parte de Mediodía en que se forma y extiende
un buen puerto y capaz. Está opuesta al cabo Denia, apartada de la
tierra firme de España por espacio no más de cien millas; es estrecha
y pequeña y que apenas en circuito boja veinte millas, a la sazón
por la mayor parte fragosa y llena de bosques de pinos, por donde
los griegos la llamaron Pityusa. En todo
tiempo ha sido rica de salinas y dotada de un cielo muy benigno, y
de extraordinaria propiedad, pues ni la tierra cría animales ponzoñosos
ni sabandijas, y si los traen de fuera luego perecen. Es tanto más
de estimar esta virtud maravillosa, cuanto tiene por vecina otra isla
por nombre Ofyusa (que es tanto como isla de culebras) llena de animales
ponzoñosos, y por esta causa inhabitable, según que lo testifican
los cosmógrafos antiguos: juego muy de considerar y milagro de la
naturaleza. Verdades que en este tiempo no se puede en certidumbre
señalar qué isla sea ésta, ni en qué parte caía. Unos dicen que es
la Formentera, a la cual opinión ayuda la distancia, por estar no
más de dos mil pasos de Ibiza; otros quieren que sea la Dragonera,
movidos de la semejanza del nombre, si bien está distante de Ibiza,
y casi pegada con la isla de Mallorca. Los más doctos son de parecer
que un monte llamado Colubrer, pegado a
la tierra firme y contrapuesto al lugar de Peñíscola, se llamó antiguamente
en griego Ofyusa, y en latón Colubraria, sin
embargo que los antiguos geógrafos situaron
a Ofyusa cerca de Ibiza, pues en esto como en otras cosas pudieron
recibir engaño por caerles lo de España tan lejos. Apoderado que
se hubieron los cartagineses de la isla de Ibiza, y que fundaron en
ella una ciudad del mismo nombre de la isla para mantenerse en su
señorío, se determinaron de acometer las islas de Mallorca y Menorca,
distantes entre sí por espacio de treinta millas, de las riberas de
España sesenta. Los griegos las llamaron Gynesias
por andar en ellas a la sazón la gente desnuda, que esto significa
aquel nombre: ya Baleares, de las hondas de que usaban para tirar con grande destreza. En particular
la mayor de las dos se llamó Clumba y la
menor Nura, según lo testifica Antonino
en su Itinerario, y de él lo tomó y lo puso Florián en su historia.
Antes de desembarcar rodearon los Cartagineses con sus naves estas
islas, sus entradas y sus riberas y calas; mas no se atrevieron a
echar gente en tierra espantados de la fiereza de aquellos isleños:
mayormente que algunos mozos briosos que se atrevieron a hacer prueba
de valentía, quedaron los más en el campo
tendidos, y los que escaparon, más que de paso se volvieron a embarcar.
Perdida la
esperanza de apoderarse por entonces de estas islas, acudieron a las
riberas de España por ver si podrían con la contratación calar los
secretos de la tierra, o por fuerza apoderarse de alguna parte de
ella, de sus riquezas y bienes. No salieron con su intento, ni les
aprovechó esta diligencia por dos causas: la primera fue que los saguntinos,
para donde de aquellas islas muy en breve se pasa, como hombres de
policía y de prudencia, avisados de lo que los cartagineses pretendían,
que era quitarles la libertad, los echaron de sus riberas con maña
persuadiendo a los naturales no tuviesen contratación con los cartaginenses.
Además de esto, las necesidades y apretura de Cartago forzaron a la
armada a dar la vuelta y favorecer a su ciudad, la cual ardía en disensiones
civiles, y juntamente los de África comarcanos le hacían guerra: fuera
de una cruel peste, con que pereció gran parte de los moradores de
aquella muy noble ciudad. Para remedio de estos males se dice que
usaron de diligencias extraordinarias, en particular hicieron para
aplacar a sus dioses sacrificios sangrientos e inhumanos, maldad increíble.
Ya vueltas
las armadas por respuesta de un oráculo, se resolvieron de sacrificar
todos los años algunos mozos de los más escogidos, rito traído de
Siria, donde Melkón, que es lo mismo que Saturno, por los moabitas y fenicios
era aplacado con sangre humana. Hacíase
el sacrificio de esta manera: tenían una estatua muy grande de aquel
dios con las manos cóncavas y juntas, en las cuales
puestos los mozos, con cierto artificio caían en un hoyo que debajo
estaba lleno de fuego. Era grande el alarido de los que allí estaban,
el ruido de los tamboriles y sonajas, en razón que los aullidos de
los miserables mozos que se abrasaban en el fuego,
no moviesen a compasión los ánimos de la gente, y que pereciesen sin
remedio. Fue cosa maravillosa lo que añaden, que luego que la ciudad
se obligó y enredó con esta superstición, cesaron los trabajos y las
plagas, con que quedaron más engañados, que así suele castigar muchas
veces Dios con nuevo y mayor error el desprecio de la luz y de la
verdad, y vengar un yerro con otro mayor. Esta ceremonia no muy adelante,
ni mucho tiempo después de éste, pasó primero a Sicilia y a España
con tanta fuerza que en los mayores peligros no entendían se podía
bastantemente aplacar aquel dios, sino era con sacrificar al hijo
mayor del mismo rey. Y aún las divinas letras atestiguan que el rey
de los moabitas hizo esto mismo para librarse del cerco que le tenían
puesto los judíos. Por ventura tenían en la memoria que Abraham, príncipe
de la gente hebrea, por mandado de Dios quiso degollar sobre el altar
a su hijo muy querido Isaac, que los malos ejemplos nacen de buenos
principios. Y Filón en la Historia de los de Fenicia dice hubo costumbre
que en los muy graves y extremos peligros el príncipe de la ciudad
ofreciese al demonio vengador el hijo que más quería, en precio y
para librar a los suyos de aquel peligro, a ejemplo e imitación de
Saturno (al cual los fenicios llaman Israel) que ofreció un hijo que
tenía de Anobret Ninfa, para librar la ciudad
que estaba oprimida de guerra, y le degollaron sobre el altar vestido
de vestiduras reales. Esto dice Filón. Yo entiendo que trastocadas
las cosas, como acontece, este autor por Abraham puso Israel, y mudó
lo demás de aquella hazaña y obediencia tan notable en la forma que
queda dicha. En este mismo
tiempo, que fue seiscientos y veinte años antes del nacimiento de
Cristo nuestro Señor, y de la fundación de Roma corría el año 132,
concurrió la edad de Argantonio rey de Tartesos,
el cual Silio Itálico dice vivió no menos de trescientos años. Plinio
por testimonio de Anacreonte le da ciento y cincuenta. A este como
tuviese gran destreza en la guerra, y por la larga experiencia de
cosas fuese de singular prudencia, le encomendaron la república y
el gobierno. Tenían los naturales confianza que con el esfuerzo y
buena maña de Argantonio podrían rebatir los intentos de los Fenicios,
los cuales no ya por rodeos y engaños, sino claramente se enderezaban
a enseñorearse de España, y con este propósito de Cádiz había pasado
a tierra firme. Valíanse de sus mañas: sembraban
entre los naturales discordias y riñas, con que se apoderaron de diversos
lugares. Los naturales al llamamiento del nuevo rey se juntaron en
son de guerra, y castigado el atrevimiento de los Fenicios, mantuvieron
la libertad que de sus mayores tenían recibida, y no falta quien diga
que Argantonio se apoderó de toda la Andalucía o Bética, y de la misma
isla de Cádiz: cosa hacedera y creíble, por haberse muchos de los
Fenicios a la sazón partido de España en socorro de la ciudad de Tiro,
su tierra y patria natural, contra Nabucodonosor emperador de Babilonia,
el cual con un grueso ejército bajó a la Siria, y con gran espanto
que puso se apoderó de Jerusalén, ciudad en riquezas, muchedumbre
de moradores y en santidad la más principal entre las ciudades de
Levante. Prendió demás de esto al rey Sedequías,
el cual, junto con la demás gente y pueblo de los judíos, envió cautivo
a Babilonia. Combatió por mar y por tierra la ciudad de Tiro, que
era el más noble mercado y plaza de aquellas partes. Los de Tiro
como se vieron apretados, despacharon sus mensajeros para hacer saber
a los de Cartago y a los de Cádiz cuán riesgo corrían sus cosas, si
con presteza no les acudían. Decían que, fuese por el común respeto
de la naturaleza, se debían mover a compasión de la miseria en que
se hallaba una ciudad poco antes tan poderosa; fuese por consideración
de su mismo interés, pues por medio de aquella contratación poseían
sus riquezas, y ella destruida, se perdería aquel comercio y ganancia,
no dilatasen el socorro de día en día, pues la ocasión de obrar bien,
como sea muy presurosa, por demás después de perdida se busca. No
les espantasen los gastos que harían en aquel socorro, que ganada
la victoria los recobrarían muy aventajados. Por conclusión, no les
retrajese el trabajo ni el peligro, pues a la que debían todas las
cosas y la vida, era razón aventurarlo todo por ella. Oída esta embajada,
no se sabe lo que los cartagineses hicieron. Los de Cádiz,
hechas grandes levas de gentes, y de españoles que llevaron de socorro,
con una gruesa armada se partieron la vuelta de Levante. Llegaron
en breve a vista de Tiro y de los enemigos. Ayudóles
el viento, con el cual se atrevieron a pasar por medio de la armada
de los babilonios y entrar en la ciudad. Con este nuevo socorro alentados
los de Tiro, que se hallaban en extremo peligro y casi sin esperanza,
cobraron un tal esfuerzo que casi por espacio de cuatro años enteros
entretuvieron el cerco con encuentros y rebates ordinarios que se
daban de una y otra parte. Quebrantaron por esta manera el coraje
de los babilonios, los cuales por esto y porque de Egipto, donde les
avisaban se hacían grandes juntas de gentes, les amenazaban nuevas
tempestades y asonadas de guerra, acordaron de levantar el cerco.
Parecióle a Nabucodonosor debía acudir a los de Egipto con
presteza, antes que por su tardanza cobrasen más fuerza. Esta nueva
guerra fue al principio variable y dudosa, mas
al fin Egipto y África quedaron vencidas y sujetas al rey de Babilonia,
de donde compuestas las cosas pasó en España con intento de apoderarse
de sus riquezas y de vengarse juntamente del socorro que los de Cádiz
enviaron a Tiro. Desembarcó
con su gente en lo postrero de España, a las vertientes de los Pirineos;
desde allí sin contraste discurrió por las demás riberas y puertos
sin parar hasta llegar a Cádiz. Josefo en las Antigüedades dice que
Nabucodonosor se apoderó de España. Apellidáronse
los naturales, y apercibíanse para hacer resistencia. El babilonio por miedo
de algún revés que oscureciese todas las demás victorias y la gloria
ganada, y contento de las muchas riquezas que juntara, y haber ensanchado
su imperio hasta los últimos términos de la tierra, acordó dar la
vuelta, y así lo hizo el año que corría de la fundación de Roma de
171. Esta venida
de Nabucodonosor en España es muy célebre en los libros de los hebreos.
Y por causa que en su compañía trajo muchos judíos, algunos tomaron
ocasión para pensar y aún decir, que muchos nombres hebreos en el
Andalucía, y asimismo en el reino de Toledo que fue la antigua Carpetania,
quedaron en diversos pueblos que se fundaron en aquella sazón por
aquella misma gente. Entre estos cuentan a Toledo, Escalona, Novés,
Maqueda, Yepes, sin otros pueblos de menor cuenta, los cuales dicen
tomaron estos apellidos de los de Ascalón,
Nobe, Magedon, Joppe, ciudades de Palestina. El de Toledo quieren que venga
de toledoth, dicción que en hebreo significa
linajes y familias, cuales fueron las que
dicen se juntaron en gran número para abrir las zanjas y fundar aquella
ciudad. Imaginación aguda sin duda, pero que en este lugar ni la pretendemos
aprobar ni reprobar de todo punto. Basta advertir que el fundamento
es de poco momento por no estribar en testimonio y autoridad de algún
escritor antiguo. Dejado esto,
añaden nuestros escritores a todo los susodicho, que después de reprimido
el atrevimiento de los fenicios como queda dicho, y vueltos de España
los babilonios, los focenses así dichos de una ciudad de la Jonia
en la Asia Menor llamada Focea, en una armada
de galeras (de las cuales los focenses fueron los primeros maestros)
navegaron la vuelta de Italia, Francia y España, forzados según se
entiende de la crueldad de Elarpalo, capitán del gran emperador Ciro, y que en su lugar
tenía el gobierno de aquellas partes. Esta gente
en lo postrero de la Lucania, que hoy es
por la mayor parte la Basilicata, y enfrente de Sicilia edificaron
una ciudad por nombre Velia, donde pensaban hacer su asiento. Pero a causa de ser
la tierra malsana y estéril, y que los naturales les recibieron muy
mal, parte de ellos se volvieron a embarcar con intento de buscar
asientos más a propósito. Tocaron de camino a Córcega, desde allí
pasaron a Francia, en cuyas riberas hallaron un buen puerto sobre
el cual fundaron la ciudad de Marsella en un altozano que está por
tres partes cercado de mar, y por la cuarta tiene la subida muy agria
a causa de un valle muy hondo que está por medio. Otra parte
de aquella gente siguió la derrota de España, y pasando a Tarifa,
que fue antiguamente Tarteso, en tiempo
del rey Argantonio avecindados en aquella ciudad, se dice que cultivaron,
labraron y adornaron de edificios hermosos a la manera griega ciertas
islas que caían enfrente de aquellas riberas y se llamaban Afrodisias.
Valió esta diligencia para que las que antes no se estimaban, sirviesen
en lo de adelante a aquellos ciudadanos de recreación y deleite, las
cuales todas han perecido con el tiempo, fuera de una que se llamaba
Junonia. Siguióse tras esto la muerte de Argantonio el año poco más
o menos 200 de la fundación de Roma. Para honrarle dicen le levantaron
un solemne sepulcro, y alrededor de él tantas agujas y pirámides de
piedra, cuantos enemigos él mismo mató en la guerra. Esto se dice
por lo que Aristóteles refiere de la costumbre de los españoles, que
sepultaban a sus muertos en esta guisa con esta solemnidad y manera
de sepulcros. Grandes movimientos
se siguieron después de la muerte de Argantonio, y España a guisa
de nave sin gobernalle y sin piloto padeció grandes tormentas. La
fortuna de la guerra al principio variable y al fin contraria a los
españoles, les quitó la libertad. La venida de los cartagineses a
España fue causa de estos daños con la ocasión que se dirá. Los fenicios,
por este tiempo aumentados en número, fuerzas y riquezas, sacudieron
el yugo de los españoles y recobraron el señorío de la isla de Cádiz,
asiento antiguo de sus riquezas y de su contratación, fortaleza de
su imperio, desde donde pensaban pasar a tierra firme con la primera
ocasión que para ello se les presentase. Pensaban esto, pero no hallaban
camino ni traza, ni ocasión bastante para emprender cosa tan grande.
Parecióles que sería lo mejor cubrirse y
valerse de la capa de la religión, velo que muchas veces engaña. Pidieron
a los naturales licencia y lugar para edificar a Hércules un templo.
Decían haberles aparecido en sueños y mandado hiciesen aquella obra.
Con este embuste alcanzado lo que pretendían, con grandes pertrechos
y materiales le levantaron muy en breve a manera de fortaleza. Muchos
movidos por la santidad y devoción de aquel templo y del aparato de
las ceremonias que en él usaban, se fueron a morar en aquel lugar,
por donde vino en poco tiempo a tener grandeza de ciudad, la cual
estuvo según se entiende donde ahora se ve Medina Sidonia, que el
nombre de Sidón lo comprueba y el asiento que está enfrente de Cádiz
dieciséis millas apartada de las marinas. Poseían demás
de esto otras ciudades y menores lugares, parte fundados y habitados
de los suyos, parte quitados por fuerza a los comarcanos. Desde estos
pueblos que poseían, y principalmente desde el templo hacían correrías,
robaban hombres y ganados. Pasaron adelante, apoderándose de la ciudad
de Turdeto, que antiguamente estaba puesta
entre Jerez y Arcos, no con mayor derecho del que consiste en la fuerza
y armas. De esta ciudad de Turdeto se dijeron
los Turdetanos, nación muy ancha en la Bética, y que llegaba hasta
las riberas del Océano, y hasta el río Guadiana. Los Bástulos, que
era otra nación, corría desde Tarifa por las marinas del mar Mediterráneo
hasta un pueblo que antiguamente se llamó Barea, y hoy se cree que
sea Vera. Los Túrdulos desde el puerto de Mnesteo,
que hoy se llama de Santa María, se extendían hacia el oriente y septentrión
y poco abajo de Córdoba pasado el río Guadalquivir, tocaban a Sierra
Morena y ocupaban lo mediterráneo hasta lo postrero de la Bética.
Tito Livio y Polibio hacen los mismos a los Túrdulos y Turdetanos,
y los más confunden los términos de estas gentes, por lo cual no será
necesario trabajar en señalar más en particular los linderos y mojones
de cada cual de estos pueblos, como tampoco los de otros que en ellos
se comprendían, es a saber los Masienos, Selbisios,
Curenses, Lignios
y los demás, cuyos nombres se hallan en aprobados autores, y sus asientos
en particular no se pueden señalar. Lo que hace
a nuestro propósito es que con tan grandes injurias se acabó la paciencia
a los naturales, que tenían por sospechoso el grande aumento de la
nueva ciudad. Trataron de esto entre sí; determinaron de hacer guerra
a los de Cádiz. Tuvieron sobre ello y tomaron su acuerdo en una junta
que en día señalado hicieron, en el cual se quejaron de las injurias
de los Fenicios. Después que les permitieron edificar el templo que
se dijo estar en Medina Sidonia, haber echado grillos a la libertad,
y puesto un yugo gravísimo sobre las cervices de la provincia, como
hombres que eran de avaricia insaciable, de grande crueldad y fiereza,
compuestos de embustes y de arrogancia, gente impía y maldita, pues
con capa de religión pretendían encubrir tan grandes engaños y maldades,
que no se podían sufrir más sus agravios. Si en aquella junta no había
algún remedio y socorro, que serían todos forzados, dejadas sus casas,
buscar otras moradas y asiento apartado de aquella gente, pues más
tolerable sería padecer cualquiera otra cosa que tantas indignidades
y afrentas como sufrían ellos, sus mujeres, hijos y parientes. Estas
y semejantes razones en muchos fueron causa de gemidos y lágrimas.
Más sosegado el sentimiento y hecho silencio, Baucio
Capeto, príncipe que era de los Turdetanos: «De ánimo (dice)
cobarde y sin brío es llorar las desgracias y miserias, y fuera de
las lágrimas no poner algún remedio a la desventura y trabajos. ¿Por
ventura no nos acordaremos que somos varones,
y tomadas luego las armas vengaremos las injurias recibidas? No será
dificultoso echar de toda la provincia unos pocos ladrones, si los
que en número, esfuerzo y causa les hacemos
ventaja, juntamos con esto la concordia de los ánimos. Para lo cual
hagamos presente y gracia de las quejas particulares que unos contra
otros tenemos, a la patria común, porque las enemistades particulares
no sean parte para impedirnos el camino de la verdadera gloria. Además
de esto no debéis pensar que en vengar nuestros agravios se ofende
Dios y la religión, que es el velo de que ellos se cubren. Ca el cielo
ni suele favorecer a la maldad, y es más justo persuadirse acudirá
a los que padecen injustamente, ni hay para qué temer la felicidad
y buena andanza de que tanto tiempo gozan nuestros enemigos. Antes
debéis pensar que Dios acostumbra dar mayor
felicidad y sufrir más largo tiempo sin castigo aquellos de quien
pretende tomar más entera venganza y en quien quiere hacer mayor castigo,
para que sientan más la mudanza y miseria en que caen.» Encendiéronse con este razonamiento los
corazones de los que presentes estaban, y de común consentimiento
se decretó la guerra contra los Fenicios. Nombráronse
capitanes, a los cuales fue mandado que hiciesen las mayores juntas
de soldados y lo más secretamente que pudiesen, para que tomasen al
enemigo desapercibido, y la victoria fuese más fácil. A Baucio
encomendaron el principal cuidado de la guerra por su mucha prudencia
y edad a propósito para mandar, y por ser muy amado del pueblo. Con esta resolución
juntaron un grueso ejército: dieron sobre los fenicios que estaban
descuidados: venciéronlos; sus bienes y
sus mercaderías dieron a saco, tomáronles
las ciudades y lugares por fuerza en muy breve tiempo, así los conquistados
por ellos y usurpados, como los que habían fundado y poblado de su
gente y nación. La ciudad de Medina Sidonia, donde se recogió lo restante
de los fenicios confiados en la fortificación del templo, con el mismo
ímpetu fue cercada, y se apoderaron de ella, sin escapar uno de todos
los que en ella estaban que no le pasasen a cuchillo: tan grande era
el deseo de venganza que tenían. Pusiéronle asimismo fuego, y echáronla
por tierra sin perdonar al mismo templo, porque los corazones irritados
ni daban lugar a compasión, ni la santidad de la religión y el escrúpulo
era parte para enfrenarlos. En esta manera
se perdieron las riquezas ganadas en tantos años y con tanta diligencia,
y los edificios soberbios en poco tiempo con la llama del furor enemigo
fueron consumidos: en tanto grado, que a los fenicios en tierra firme
solo quedaron algunos pocos y pequeños pueblos, mas
por no ser combatidos que por otra causa. Reducidos con
esto los vencidos en la isla de Cádiz, trataron de desamparar a España,
donde entendían ser tan grande el odio y malquerencia que les tenían.
Por lo menos no teniendo esperanza de algún buen partido o de paz,
se determinaron de buscar por socorros de fuera. Esperar que viniesen
desde Tiro en tan grande apretura, era cosa muy larga. Resolviéronse
de llamar en su ayuda a los de Cartago, con los cuales tenían parentesco
por ser de origen común, y por la contratación amistad muy trabada.
Los embajadores que enviaron, luego que les dieron entrada y señalaron
audiencia en el Senado, declararon a los Padres y Senadores como las
cosas de Cádiz estaban en extremo peligro, sin quedar esperanza alguna
sino era en su solo amparo. Que no trataban ya de recobrar las riquezas
que en un punto habían perdido, sino de conservar la libertad y la
vida; la ocasión que tantas veces habían deseado de entrar en España,
ser venida muy honesta por la defensa de sus parientes y aliados,
y para vengar las injurias de los dioses inmortales, y de la santísima
religión, la cual era profanada habiendo derribado el templo de Hércules
y quitado sus sacrificios, al cual dios ellos honraban principalmente.
Añadían que ellos contentos con la libertad y con lo que antes poseían,
los demás premios de la victoria (que serían mayores que nadie pensaba
ni ellos decían), de buena gana se los dejarían. El Senado de
Cartago, oída la embajada de los de Cádiz, repondieron
que tuviesen buen ánimo, y prometieron tener cuidado de sus cosas;
que tenían grande esperanza que los españoles en breve por el sentimiento
y experiencia de sus trabajos pondrían fin a las injurias, sufriésense
solamente un poco de tiempo, y se entretuviesen en tanto que una armada
apercibida de todo lo necesario se enviase a España, como en breve
se haría. Eran en aquel tiempo señores del mar los cartagineses: tenían
en él gruesas armadas, fuere por la contratación (que es título con
que por estos tiempos las naves de Tarsis o Cartago se celebran en
los divinos libros), o para extender el imperio y dilatarle, pues
se sabe que poseían todas las marinas de África, y estaban apoderados
en el Mar Mediterráneo de no pocas islas. Hasta ahora la entrada en
España les era vedada por las razones que arriba se apuntaron. Por
lo cual tanto con mayor voluntad la armada cartaginesa, cuyo capitán
se decía Maharbal, partida de Cartago por las islas Baleares y por
la de Ibiza, donde hizo escala con buenos temporales, llega a Cádiz,
año de fundación de Roma 136. Otros señalan que fue esto no mucho
antes de la primera guerra de los romanos con los cartagineses. En
cualquier tiempo que esto haya sucedido, lo cierto es que abierta
que tuvieron la entrada para el señorío de España, luego corrieron
las marinas comarcanas, y robaron las naves que pudieron de los españoles.
Hicieron correrías muchas y muy grandes por sus campos, y no contentos
con esto, levantaron fortalezas en lugares a propósito, desde donde
pudieron con más comodidad correr la tierra y talar los campos comarcanos.
Movidos por
estos males los españoles, juntáronse en
gran número en la ciudad de Turdeto, señalaron
de nuevo a Baucio por general de aquella guerra, el cual con gentes que
luego levantó, tomó de noche a deshora un fuerte de los enemigos de
muchos que tenían, el que estaba más cerca de Tirdeto,
donde pasó a cuchillo la guarnición, fuera de pocos y del mismo capitán
Maharbal que por una puerta falsa escapó a uña de caballo.
En prosecución de esta victoria pasó adelante e hizo mayores daños
a los enemigos, venciéndolos y matándolos en muchos lugares. Las cuales
cosas acabadas, Baucio tornó con su gente
cargada de despojos a la ciudad. Los cartagineses,
visto que no podían vencer por fuerza a los españoles, usaron de engaño,
propia arte de aquella gente. Mostraron gana de partidos y de concertarse,
ca decían no ser venidos a España para hacer y dar guerra a los naturales,
sino para vengar las injurias de sus parientes y castigar los que
profanaron el templo sacrosanto de Hércules. Que sabían y eran informados,
los ciudadanos de Turdeto no haber cometido
cosa alguna ni en desacato de los dioses, ni en daño de los de Cádiz;
por tanto no les pretendían ofender, antes maravillados de su valentía,
deseaban su amistad, lo cual no sería de poco provecho a la una nación
y a la otra. Que dejasen las armas y se diesen las manos, y respondiesen
en amor a los que a él les convidaban; y para que entendiesen que
el trato era llano, sin engaño ni ficción alguna, quitarían de sus
fuerzas y castillos todas las guarniciones, y no permitirían que los
soldados hiciesen algún daño o agravio en su tierra. A esta embajada
los turdetanos respondieron que entonces les sería agradable lo que
les ofrecían, cuando las obras se conformasen con las palabras. La
guerra, que ni la temían ni la deseaban; la amistad de los cartagineses
ni la estimaban en mucho, ni ofrecida la desecharían. Aseguraban que
los turdetanos eran de tal condición que las malas obras acostumbraban
a vencer con buenas, y las ofensas con hacer lo que debían; que los
desmanes pasados no sucedieron por su voluntad, sino la necesidad
de defenderse les forzó a tomar las armas. En esta guisa
los cartagineses con cierto género de treguas se entretuvieron y repararon
cerca de las marinas. Sin embargo, desde allí puestas guarniciones
en los lugares y castillos, hacían guerra y correrías a los comarcanos.
Si se juntaba algún grueso ejército de españoles con deseo de venganza,
echaban la culpa a la insolencia de los soldados, y con muestra de
querer nuevos conciertos engañaban a aquellos hombres simples y amigos
de sosiego, y se pasaban a acometer a otros, haciendo mal y daño en
otras partes. Era esto muy agradable a los de Cádiz que llamaron aquella
gente. A los españoles por la mayor parte no parecía muy grave de
sufrir, como quiere que no hagan caso ordinariamente los hombres de
los daños públicos, cuando no se mezclan con sus particulares intereses.
Con esto el
poder de los cartagineses crecía de cada día por la negligencia y
descuido de los nuestros, bien así como por
la astucia de ellos. Lo cual fue menos dificultoso por la muerte de
Baucio que le sobrevino por aquel tiempo,
sin que se sepa que haya tenido sucesor alguno heredero de su casa.
No se harta
el corazón humano con lo que le concede la fortuna o el cielo: parecen
soeces y bajas las cosas que primero poseemos, cuando esperamos otras
mayores y más altas, grande polilla de nuestra felicidad, y no menos
nos inquieta la ambición y naturaleza del poder y mando, que no puede
sufrir compañía. Muerto Baucio, los cartagineses, codiciosos del señorío de toda España,
acometieron echar de la isla de Cádiz a los fenicios, sin mirar que
eran sus parientes y aliados, y que ellos los llamaron y trajeron
a España: que la codicia de mandar no tiene respeto a ley alguna.
Y ganada Cádiz, entendían les sería fácil enseñorearse de todo lo
demás. Tenían necesidad para salir con su intento de valerse de artificio
y embustes. Comenzaron a sembrar discordias entre los antiguos isleños
y los fenicios. Decían que gobernaban con avaricia y soberbia, que
tomaban para sí todo el mando sin dar parte ni cargo alguno a los
naturales; antes usurpadas las públicas y particulares riquezas, los
tenían puestos en miserable servidumbre y esclavitud. Por esta forma
y con estas murmuraciones, como ambiciosos que eran y de malas mañas,
hombres de ingenios astutos y malos, ganaban la voluntad de los isleños,
y hacían odiosos a los fenicios. Entendido el
artificio, quejábanse los fenicios de los
cartagineses y de su deslealtad, que ni el parentesco, ni la memoria
de los beneficios recibidos, ni la obligación que les tenían, los
enfrenaban y detenían para que no urdiesen aquella maldad y la llevasen
adelante. No aprovecharon las palabras por estar los corazones dañados,
los unos llenos de ira, y los otros de ambición. Fue forzoso venir
a las armas y encomendarse a las manos. Los de Fenicia acometieron
primero a los cartagineses, que descuidados estaban y no temían lo
que bien merecían. A unos mataron sin hallar resistencia, otros se
recogieron a una fuerza que para semejantes ocasiones habían levantado
y fortificado en lo postrero de la isla, enfrente del promontorio
llamado Cronio antiguamente. Hecho esto,
volvieron la rabia contra las casas y los campos de los cartagineses,
que por todas partes les pusieron fuego, y saquearon sus riquezas.
Ellos, aunque alterados con trabajo tan improviso, alegrábanse
empero entre aquellos males de tener bastante ocasión y buen color
para tomar las armas en su defensa, y echar a los fenicios de la ciudad,
como en breve sucedió. Que recogidos los soldados que tenían en las
guarniciones, y juntadas ayudas de sus aliados, se resolvieron de
presentar batalla y acometer a aquellos de los cuales poco ante fueran
agraviados, destrozados y puestos en huida. No se atrevía el enemigo
a venir a las manos, ni dar la batalla, ni se podía esperar que por
su voluntad vendrían en algún partido, por estar tan fresco el agravio
que hicieron a los de Cartago. Pusiéronse los cartagineses sobre la
ciudad, y con sitio que duró por algunos meses, al fin la entraron
por fuerza. En este cerco pretenden algunos que Pefasmeno,
un artífice natural de Tiro, inventó de nuevo
para batir los muros el ingenio que llamaron ariete. Colgaban una
viga de otra viga atravesada, para que puesta
como en balanzas, se moviese con mayor facilidad e hiciese mayor golpe
en la muralla. Esta desgracia
y daño que se hizo a los fenicios dio ocasión a los comarcanos de
concebir en sus pechos gran odio contra los cartagineses. Reprendían
su deslealtad y felonía, pues quitaban la libertad y los bienes a
los que demás de otros beneficios que les tenían hechos, los llamaron
y dieron parte en el señorío de España. Que eran impíos e ingratos,
pues sin bastante causa habían quebrantado el derecho de hospedaje,
del parentesco, de la amistad y de la humanidad. Los que más en esto
se señalaron fueron los moradores del puerto de Mnesteo, por la grande y antigua amistad que tenían con los
fenicios. Echaban maldiciones a los cartagineses, amenazaban que tal
maldad no pasaría sin venganza. De las palabras
y de los denuestos pasaron a las armas. Juntáronse
grandes gentes de una y otra parte, pero antes de venir a las manos
intentaron algún camino de concierto. Temían los cartagineses de poner
el resto del imperio y de sus cosas en el trance de una batalla, y
así fueron los primeros que trataron de paz. El concierto se hizo
sin dificultad. Capitularon de esta manera: que de la una y de la
otra parte volviesen a la contratación; que los cautivos fuesen puestos
en libertad, y de ambas partes satisfaciesen
los daños en la forma que los jueces árbitros que señalaron determinasen.
Para que todo esto fuese más firme, pareció, a la manera de los atenienses,
decretar un perpetuo olvido de las injurias pasadas, por donde se
cree que el río Guadalete, que se mete en el mar por el puerto de
Mnesteo, se llamó en griego Letes,
que quiere decir olvido. Más cosas traslado que creo, por no ser fácil
ni refutar lo que otros escriben, ni tener voluntad de confirmar con
argumentos lo que dicen sin mucha probabilidad. Añaden que
sabidas estas cosas en Cartago por cartas de Maharbal,
dieron gracias a los dioses inmortales, y que fue tanto mayor la alegría
de toda la ciudad, que a causa de tener revueltas sus cosas, no podían
enviar armada que ayudase a los suyos y les asistiese para conservar
el imperio de Cádiz. Fue así que los de Cádiz llevaron lo peor, primero
en una guerra que en Sicilia, después en otra que en Cerdeña hizo Macheo
capitán de sus gentes. Siguióse un nuevo
temor de una nueva guerra con los de África (de la cual se hablará
luego) que hizo quitar el pensamiento del todo al Senado cartaginés
de las cosas de España. Por esta causa
los cartagineses que estaban en Cádiz, perdida la esperanza de poder
ser socorridos de su ciudad, con astucia y fingidos beneficios y caricias,
trataron de ganar las voluntades de los españoles. Los que quedaron
de los fenicios, contentos con la contratación para la que se les
dio libertad (con la cual se adquieren grandes riquezas), no trataron
más de recobrar el señorío de Cádiz. En el cual tiempo, que corría
de la fundación de Roma el año de 252, España fue afligida de sequedad
y de hambre, falta de mantenimientos, y de muchos temblores de tierra,
con que grandes tesoros de plata y oro, que con el fuego de los Pirineos
estaban en las cenizas de y en la tierra sepultados, salieron a luz
por causa de las grandes aberturas de la tierra, que fueron ocasión
de venir nuevas gentes a España, las cuales no hay para qué relatarlas
en este lugar. Lo que hace
al propósito es que desde Cartago, pasado
algún tiempo, se envió nueva armada, y por capitanes Asdrúbal y Amílcar,
los cuales eran hijos del Magón, ya nombrado y ahora difunto. Estos
de camino desembarcaron en Cerdeña, donde fue Asdrúbal muerto de los
isleños en una batalla. Hijos de éste fueron Aníbal, Asdrúbal y Safón.
Amílcar dejó la empresa de España, a causa que
los sicilianos, sabida la muerte de Asdrúbal, y habiendo Leónidas
Lacedemonio llegado con armada en Sicilia, se determinaron a mover
con mayor fuerza la guerra contra los cartagineses. A esta guerra
acudió, y en ella murió, Amílcar, el cual dejó tres hijos, que fueron
Himilcón, Hannón y Gisgon.
Demás de esto, Darío hijo de Histaspe por el mismo tiempo tenía puestos en gran cuidado
a los cartagineses con embajadores que les envió, para que les declarasen
las leyes que debían guardar si querían su amistad, y juntamente les
pidieses ayuda para la guerra que pensaba hacer en Grecia. Los cartagineses
no se atrevían, estando sus cosas en aquel peligro y balance, a enojarle
con alguna respuesta desabrida, si bien no pensaban enviarle socorro
alguno, ni obedecer a sus mandatos. De este Darío fue hijo Jerjes,
el cual el año tercero de su imperio, y de la fundación de Roma 271,
a ejemplo de su padre trató de hacer guerra en Grecia. Y por esta
causa los griegos que con Leónidas vinieron a Sicilia, fueron para
resistirle llamados a su tierra. Con esto el
Senado cartaginés comenzó a cobrar aliento después de tan larga tormenta,
y cuidando de las cosas de España, se resolvió de enviar en ayuda
de los suyos a aquella provincia en cuatro naves novecientos soldados
sacados de las guarniciones de Sicilia, con esperanza que daban de
enviar en breve mayores socorros. Estos de camino echaron anclas y
desembarcaron en las islas de Mallorca y Menorca: acometieron a los
isleños, pero fueron por ellos maltratados. Pues tomando ellos sus
hondas, de la cual arma usaban solamente, con un granizo de piedras
maltrataron a los enemigos tanto que les forzaron a retirarse a la
marina, y aún a desancorar y sacar las naves a alta mar, de donde
arrebatados con la fuerza de los vientos llegaron últimamente a Cádiz.
Con la venida de este socorro se disminuyó la fama del daño recibido
en Sicilia y de la muerte del capitán Amílcar, y se quitó el poder
de alterarse a los que estaban discordes contra los cartagineses.
En el cual
tiempo dicen que desde Tarteso, que es Tarifa,
se envió cierta población o colonia, y por su capitán Capión
a aquella isla que hacía Guadalquivir con sus dos brazos y bocas.
Lo cierto es que donde estaba el oráculo de Mnesteo,
los de Tarteso edificaron una nueva ciudad, llamada por esta causa
Ebora de los cartesios,
a distinción de otras muchas ciudades que hubo en España de aquel
nombre, y Tarteso antiguamente se llamó también Carteia.
Demás de esto, en la una boca del Guadalquivir
se edificó una torre llamada Capión. En
qué tiempo no consta. Pero los moradores de aquella
tierra se sabe que se llamaron Cartesios
o Tartesios, que dio ocasión a ingenios demasiadamente agudos de pensar
y aún decir que desde Tarteso se envió a aquella población o colonia, hasta señalar
también el tiempo y capitán que llaman asimismo Capión,
como si todo lo tuvieran averiguado muy en particular. Corría por
este mismo tiempo fama que toda África se conjuraba contra Cartago,
que hacían levas y juntas de gentes, cada cual de las ciudades conforme
a sus fuerzas. Y que unas a otras para mayor seguridad se deban rehenes
de no faltar lo concertado. El demasiado poder de aquella ciudad les
hacía entrar en sospecha. Además que no querían pagar el tributo, que por asiento y voluntad
de la reina Dido tenían costumbre de pagar. Dábales
otrosí atrevimiento lo que se decía de las adversidades y desventuras
que en Sicilia y en Cerdeña padecieran. Los de Mauritania, si bien
no se podían quejar de algún agravio recibido por los de aquella ciudad,
se concertaron con los demás, con tanto furor y rabia que trataban
de tirar a su partido a los españoles (que estaban divididos de aquella
tierra por el angosto estrecho de Gibraltar) y apartarlos de la amistad
de los cartagineses. Movido por
estas cosas el Senado cartaginés, determinó aparejarse a la resistencia,
y juntamente enviar al gobierno de lo que en España tenían a Safón
hijo de Asdrúbal, para que con su presencia fortificase y animase
a los suyos, y sosegase con buenas obras y con prudencia las voluntades
de los españoles para que no se alterasen. Lo cual, llegado que fue
a España, hizo él con gran cuidado y maña: que
llamados los principales de los españoles, les declaró lo que en África
se trataba, y lo que los mauritanos pretendían. Pidióles
por el derecho de la amistad antigua que tenían, no permitiesen que
ellos o algunos de los suyos fueran atraídos con aquel engaño a dar
socorro a sus enemigos; antes con consejo y con fuerzas ayudasen a
Cartago. Movidos los
españoles con estas razones, consintieron que pudiese levantar tres
mil españoles, no para hacer guerra ni acometer a los mauritanos con
los cuales tenía España grandes alianzas y prendas, sino para resistir
a los contrarios de Cartago, si de alguna parte se les moviese guerra.
Tuvo Safón puestas al estrecho las compañías
y escuadrones así de su gente como de los españoles, para ver si por
miedo mudarían parecer los mauritanos, dejarían de seguir los intentos
de los demás africanos. Pero como no desistiesen, pasado el estrecho
puso a fuego y a sangre los campos y las poblaciones, robando, saqueando
y poniendo en servidumbre todos los que por el trance de la guerra
venían en su poder. Movidos de
sus males los mauritanos, hicieron junta en Tánger, que está en las
riberas de África, enfrente de Tarteso o
Tarifa, para determinar lo que debían hacer. En primer lugar, pareció
enviar embajadores a España a quejarse de los agravios que recibían
de los suyos (de aquellos que a Safón seguían), y alegar que los que les debían ayudar, esos
les hacían contradicción y perjuicio. Mirasen a los que dejaban, y
con quienes tomaban compañía. Que los cartagineses ponían asechanzas
a la libertad de todos, y por tanto era más justo que juntando las
fuerzas con ellos, vengasen las injurias comunes, y no tomasen a parte
consejo, del cual les hubiese luego de pesar. Ora fuesen los cartagineses
vencidos por el odio en que incurrían de toda África, ora fuesen vencedores,
pues ponían a riego su libertad. Que los cartagineses por su soberbia
y arrogancia pensaban de muy atrás enseñorearse de todo el mundo.
A esto los
españoles se excusaron de aquel desorden, que sucedió sin que lo supiesen.
Que a Safon se le dio gente de España no
para hacer guerra, sino para su defensa. Que enviarían embajadores
a África, por cuya autoridad y diligencia, sino se concertasen e hicieses
paces, volverían los suyos de África. Como lo prometieron, así lo
cumplieron. Con la ida de los embajadores se dejaron las armas, y
se tomó asiento con tal condición, que el capitán cartaginés sacase
su gente de la Mauritania, los mauritanos llamasen los suyos de la
guerra que se hacía contra Cartago, pues de aquella ciudad no tenían
queja alguna particular. Esto se concertó. Pero como vuelto
Safón en España todavía los mauritanos perseverasen
en los reales de los africanos, tornó a moverles guerra y les hizo
mayores daños. Y apenas se pudo alcanzar por los españoles que entraron
de por medio, que fortificado de nuevas compañías de España que le
ofrecían de su voluntad, dejada la Mauritania, entrase más adentro
en África. En fin, se tomó este acuerdo, con que los ejércitos enemigos
de Cartago fueron vencidos, pues los tomaron en medio por frente y
por las espaldas, las gentes que salieron de Cartago por una parte, y por otra las que partieron de España.
Saruco Barchino,
así dicho de Barce, ciudad puesta a la parte
oriental de Cartago (dado que Silio Itálico
dice que de Barce compañero de Dido) se señaló en servir en esta guerra
a los cartagineses. Por lo cual le hicieron ciudadano de aquella ciudad,
y dio por este tiempo principio a la familia y parcialidad muy nombrada
en Cartago de los Barchinos. Diose
fin a esta guerra año de fundación de Roma de 283. Safón vuelto en España, y ordenadas
las cosas de la provincia, siete años después fue removido del cargo,
y llamado a Cartago con color de darle el gobierno de la ciudad, y
el cargo y magistrado más principal, el cual como dice Festo Pompeyo
se llamaba Suffetes. La verdad era que les daba pena que un ciudadano
con las riquezas de aquella riquísima provincia creciese más de lo
que podía sufrir una ciudad libre. Dado que por hacerle más honra
enviaron en su lugar tres primos suyos, Himilcón, Hannón
y Gisgon, y a él, vuelto a su tierra, le hicieron grandes honras.
Con lo cual se ensoberbeció tanto, que teniendo
en poco la tiranía y señorío de su ciudad, trató de hacerse dios en
esta forma. Juntó muchas avecillas de las que suelen hablar, y enseñóles a pronunciar y decir muchas veces tres palabras
“gran dios Safón”. Dejólas
ir libremente, y como repitiesen aquellas palabras por los campos,
fue tan grande la fama de Safón por toda
aquella tierra, que espantados con aquel milagro los naturales, en
vida le consagraron por dios y le edificaron templos, lo que antes
de aquel tiempo no aconteciera a persona alguna. Plinio atribuye este
hecho a Hannón, la fama a Safón,
confirmada y consagrada por el antiguo proverbio latino y griego, es a saber: gran dios Safón. Himilcón y
Hannón tomado el cargo de España, luego que pudieron se hicieron
a la vela con su armada para ir a su gobierno. Acometieron de camino
a los de Mallorca, si por ventura con maña y dávidas
de poco precio pudiesen alcanzar de aquellos hombres groseros, y que
no sabían semejantes artificios, que les diesen lugar y permitiesen
levantar en aquella isla un fuerte, que fuese como escalón para quitarles
la libertad. Dióles esta licencia, y aún dícese que en Menorca entre septentrión
y poniente edificaron un pueblo que se llamó Jama, y otro al levante
por nombre Magon. Algunos añaden el tercer
lugar de aquella isla llamado Labon, y piensan
que la causa de estos nombres fueron tres gobernadores de aquella
isla enviados de Cartago sucesivamente. Lo cierto es
que Hannón llegado a Cádiz, con deseo de
gloria y de saber nuevas cosas discurrió por las riberas del mar Océano
hasta el promontorio sacro, que hoy es cabo de San Vicente en Portugal,
y todo lo que vio y notó en particular lo escribió al Senado. Decía
que tenía grande esperanza se podían descubrir con grande aprovechamiento
de la ciudad las riberas de los mares Atlántico y Gálico, inaccesibles
hasta entonces, y que corrían por grande distancia. Que le diesen
licencia para aderezar dos armadas, y apercibidas de todo lo necesario
para tan largas navegaciones y de tanto tiempo. Lo cual el año siguiente
por permisión del Senado se hizo. Mandaron a Himilcón que descubriese
las riberas de Europa, y los mares lo más adelante que pudiese. Hannón
tomó cuidado de descubrir lo de África. Gisgon
por acuerdo de los hermanos y con orden del Senado quedó en el gobierno
de España. Acordado esto, y apercibido todo lo necesario, al principio
del año que se contaba de la fundación de Roma 307, Hannón
e Himilcón con sus armadas se partieron para diversas partes. Himilcón partió
de Gibraltar, que antiguamente se dijo Heraclea. Pasó por los Mesinos y por los Selbisios, los
cuales estaban en los Bástulos. Dobló el cabo postrero del estrecho,
que se dijo Herma o promontorio de Junon,
y vueltas las proas a manderecha, llegó a la boca de Cylbo,
río que entra en el mar entre los lugares Bejel y Barbate, como también
el río que luego se sigue llamado Besilio
descarga junto al cabo de San Pedro enfrente de Cádiz, y entra en
el mar. Quedaba entre estos dos ríos en una punta de tierra que allí
se hace, el famoso sepulcro de Gerión. Síguese luego la isla Eritrea, que
era la misma de Cádiz, según algunos lo entienden. Otros la ponen
por diferente, cinco estadios apartada de tierra firme. Al
presente comida del mar en tanto grado que ningún resto de
ella se ve. Más adelante vieron un monte lleno de bosques y espesura;
informáronse y hallaron que se llamaba Tartesio
del nombre común de aquellas marinas, y que de la cumbre de aquel
monte salía y bajaba un río, el cual arriba se dijo que se llamaba
Letes, y ahora es Guadalete. Seguíanse ciertos pueblos de los turdetanos,
llamados los cibicenos, que se extendían
hasta la primera boca del Guadalquivir. En medio de aquellas sus riberas
estaba edificada la torre Gerunda, obra
de Gerión. Mas adentro en la tierra estaban los Ileates,
el río Guadalquibir arriba, los Cempsios,
los Manios, todos gente
de la Turdetania. Entendióse
también que aquel río que de otros era llamado Tartesio, nacía de
la fuente llamada Ligóstica, que manaba
y se hacía de una laguna puesta a las faldas del monte Argentarlo,
el cual hoy se llama monte de Segura. Decían asimismo que dividido
en cuatro brazos regaba los campos de la Bética, mentira que tenía
apariencia, y por eso fue creída. Ca por ventura tenían entendido
que tres ríos, los cuales se juntan con el Guadalquivir, eran los
tres brazos del mismo, o sea que por ventura
le sangraban y hacían acequias en diversas partes para riego de los
campos, lo que apenas se puede creer de ingenios tan groseros como
eran los de aquel tiempo. Rufo Festio que escribió estas navegaciones, dice que Guadalquivir
entraba en la mar por cuatro bocas. Los antiguos geógrafos hallaban
dos tan solamente; nosotros, mudadas con el tiempo las cosas y alteradas
las marinas, no hallamos más de una. Partido de allí, y pasadas las
bocas del Guadalquivir, vieron las cumbres del monte Casio, rico de
venas de estaño como lo da a entender el nombre; y aún quieren decir
que del nombre de aquel monte el estaño por los griegos fue llamado
casiteron. La llanura bajo de aquel monte
poseían los Albicenos contados entre los
tartesios. Seguíase el río Ibero, que antiguamente
fue término postrero de los tartesios, y al presente entre en el mar
entre Palos y Huelva. De este río quieren algunos que España haya
tomado el nombre de Iberia, y no del otro del mismo apellido que en
la España citerior hoy se llama Ebro, y con su nobleza ha oscurecido
la fama de este otro. Llámase hoy río del Acige,
por la muchedumbre de esta tierra que en aquellos lugares se saca
a propósito de teñir lanas y paños de negro. En la misma ribera hacia
el poniente vieron la ciudad de Iberia, de la cual hizo mención Tito
Livio, y era del mismo nombre de otra que estuvo asentada en la ribera
del río Ebro no lejos de Tortosa. Seguíanse
luego los esteros del mar por aquella parte que el promontorio dicho
de Proserpina (por un templo de esta diosa que allí estaba) se metía
el mar adentro. Doblada esta punta, vieron lo postrero de los montes
Marianos por donde en el mar se terminan, y encima la cumbre del monte
Zefirio que parecía llegar al cielo, cubierto
de nubes y de niebla, aunque el mar sosegado a causa de los pocos
vientos que en aquella parte soplan. Más adelante unas riberas llenas
de pedregales y matorrales se tendían hasta el monte de Saturno. Luego
después los Cenitas, por medio de los cuales corría Guadiana con dos
islas opuestas, que la mayor llamaban Agonida.
Después doblado
el promontorio sacro (hoy cabo de San Vicente) por riberas que hacen
muchas vueltas, llegaron al puerto Cenis
no lejos de la isla, dicha entonces Petanio
y hoy Perseguero. Caían cerca los Dráganos, pueblos de la Lusitania,
incluidos entre dos montes, Sephis y Cemphis, y que al norte tenían por término un seno de mar
puesto enfrente de las islas dichas Strinias
que estaban en alta mar. Tenían los Dráganos otra isla cerca llamada
Acale, cuyas aguas eran azules extraordinariamente y de mal
olor. Esta forma tenían entonces aquellas
marinas; al presente habiéndose el mar retirado, todo está diferente
de lo antiguo. Sobre la isla Acale en tierra
firme se empinaba el monte Cepriliano, y muy adelante por aquellas riberas hallaron entre
levante y septentrión a la isla Pelagia,
de mucha verdura y arboledas. Pero no osaron saltar en ella por entender
de muchos que era consagrada al dios Saturno, y que a los que a ella
abordaban se les alteraba el mar, tal era la vanidad y superstición
de aquella gente. Seguíanse en tierra firme los Sarios,
gente inhumana y enemiga de extranjeros, por donde el cabo que en
aquella parte hoy se dice Espichel, antiguamente
por la fiereza de esta gente se llamó Barbario.
Desde allí en dos días de navegación llegaron a la isla Strinia,
deshabitada y llena de malezas a causa de que los moradores, forzados
de las serpientes y otras sabandijas, la desampararon y buscaron otro
asiento. Por esto los griegos la llamaron Ophiusa,
que es tanto como de culebras. Ofrecióse luego la boca de Tajo, donde
los Sarios se terminaban con una población
de griegos la cual se entiende no sin probabilidad que fuese Lisboa,
ciudad en el tiempo adelante nobilísima. Hiciéronse
desde allí a la vela, y tocaron las islas de Albanio
y Lacia, las cuales hoy se cree que son las islas puestas enfrente
de Bayona en Galicia. Llegaron a las riberas de los Nerios
o Iernos, que se tendían hasta el promontorio Nerio que llamamos el cabo de Finisterre, junto al cual están
muchas islas llamadas antiguamente Strénides,
porque los moradores de la isla Strinia,
huidos de allí a causa de las serpientes como se ha dicho, hicieron
su asiento en aquellas islas. Decíanse también
Casitérides por el mucho plomo y estaño
que en ellas se sacaba. Pasado el promontorio
Nerio, Himilcón y sus compañeros vueltas
las proas al Oriente, por falta de los vientos en aquellas riberas,
y por los muchos bajíos y con las muchas ovas embarazados padecieron
grandes trabajos. Mas prosiguieron en correr los puertos, ciudades
y promontorios de los Ligores, Asturianos y Siloros, que por orden se seguían en aquellas marinas. De
las cuales cosas no se escribe nada, ni se halla memoria alguna de
lo que pasaron en el mar de Bretaña y en el Báltico, donde es verosímil
que llegaron guiados del deseo de descubrir, calar y considerar las
riberas de la Francia y de Alemania. Ni aún (que se sepa) hay memoria
del camino que para volver a España hicieron, después que gastaron
dos años enteros en ida y vuelta de navegación tan larga y dificultosa.
De la navegación
de Hannón La navegación
de Hannón fue más larga, y la más famosa
que sucedió y se hizo en los tiempos antiguos, y que se puede igualar
con las navegaciones modernas de nuestro tiempo, cuando la nación
española con esfuerzo invencible ha penetrado las partes de levante
y de poniente, y aún aventajarse a ellas por no tener noticia entonces
de la piedra imán y aguja, ni saber el uso así de ella como del cuadrante,
por donde no se atrevían a meterse y alargarse muy adentro en el mar.
Juntada pues
y apercibida una armada de sesenta galeras grandes, en la cual llevaban
treinta mil personas, hombres y mujeres, para hacer poblaciones de
su gente por aquellas riberas donde pareciese a propósito, se hicieron
a la vela desde Cádiz. Pasadas las columnas de Hércules en dos días
de navegación, llegados que fueron a una grande llanura, edificaron
una gran ciudad que dijeron Thymiaterion. Vueltas luego las proas al poniente, seguíase el promontorio Ampelusio,
que nosotros comúnmente llamamos cabo de Espartel;
y aún sospecho es el que Arriano llamó Soloen,
de mucha espesura de árboles y de muy grande frescura. Síguese
el río Zilla, el cual sospecho que Polibio
llamó Anatis; y en este tiempo junto a él está asentado un lugar
por nombre Arcilla. Los lixios, gente que
moraba y tomaba el nombre del río Lixio,
el cual corre de la Libia y descarga por aquella parte en el Océano,
estaban tendidos setecientas y treinta y cinco millas, conforme a
la medida romana, más adelante del promontorio Ampelusio.
Allí fingieron antiguamente que Hércules lucho con el gigante Anteo,
y que en el mismo lugar estaban los jardines de las Hespérides y el
espantoso dragón que las guardaba. Seguíanse a igual distancia en espacio
de cien millas (o veinticinco leguas) otros dos ríos; el uno se llamó
Subur, donde estaba una población por nombre Bonosa; el otro Sala, con otra población del mismo nombre
que hoy se llama Salen, en un buen asiento y fresco, pero molestado
de las fieras por caelle cerca los desiertos
del África. Partidos de aquellos lugares, llegaron al monte Atlante,
el cual se termina en el mar en el cabo que los antiguos llamaron
la postrera Chaunaria; después por los marineros
fue comúnmente llamado el cabo Non, por estar persuadidos que el que
con loco atrevimiento le pasaba, para siempre no volvía. Hoy le llamamos
cabo del Boyador, si bien algunos ponen
por diferentes el cabo Non y el cabo de Boyador.
Lo más cierto
es que tiene enfrente la isla de Palma, puesta hacia el poniente,
una de las Canarias, de la equinoccial distante veinte y ocho grados
que tiene de altura. Pasado este promontorio, ofrecióseles
una ribera muy tendida hasta una pequeña isla de cinco estadios en
circuito, la cual ellos dejando allí una población llamaron Cerne.
Yo entiendo que en nuestro tiempo se llama Arjin,
y está pasado el cabo Blanco, asentado veinte y un grados más acá
de la equinoccial; de la cual todo aquel golfo se llama el golfo de
Arjin, que va tendido hasta el cabo Verde,
y las diez islas que tiene enfrente, antiguamente llamadas Hespérides,
entre las cuales la principal se llama de Santiago, y todas ellas
se dicen las islas de cabo Verde. Este cabo o promontorio sospecho
que Arriano le llama Cuerno Hesperio, y que el río muy ancho que antes
de él entra en el mar, es el que Festo llama Asama,
porque también en este tiempo con nombre muy diferente de lo antiguo
se llama Sanaga. Cría cocodrilos y caballos marinos; crece otrosí y
mengua en el estío a la manera del Nilo, por donde se entiende que
tienen una misma origen estos dos ríos y naces de unas mismas fuentes.
Los antiguos, y en particular Plinio, le llamaron Nigir.
Entra en el mar por dos bocas, la que hemos dicho, y otra que está
pasado cabo Verde. Y por su gran anchura vulgarmente se llama el río
Grande. Seguíanse las islas Gorgónides: así la llamó Hannón
de unas mujeres monstruosas que allí vieron, las cuales los antiguos
llamaron Górgonas. Cerca de aquellas islas vieron un monte muy empinado,
que llamaron Carro de los dioses, por resplandecer con fuegos y porque
tenía grande ruido de truenos. Los nuestros le llaman Sierra Leona,
puesta ocho grados antes de la equinoccial. En Ptolomeo está demarcado
el Carro de los dioses en cinco grado de
altura y no más, sea que los números por descuido de los escribientes
estén estragados, o que él mismo se engañó. Este monte por su altura
ordinariamente resplandece con los relámpagos, demás que los moradores
por causa del calor que por allí es muy excesivo, de día están encerrados
en cuevas debajo de tierra, y las noches salen a trabajar y procurar
su sustento con hachos encendidos, por donde los campos cercanos a
aquel monte resplandecen de noche, y parece que arden en vivas llamas
y en fuego, cosa que dio ocasión a Hannón
y a sus compañeros a que pensasen de veras, o que de propósito fingiesen
(como suele acontecer cuando se habla de cosas y lugares tan apartados)
que de aquellas partes y campiñas corrían en el mar ríos de fuego,
y que todas aquellas tierras comarcanas estaban yermas a causa de
aquellas perpetuas llamas. Pasado aquel
monte descubrieron una isla habitada por hombres cubiertos de vello
(así lo entendieron ellos), y para memoria de cosa tan señalada, de
dos hembras que prendieron, porque a los machos no pudieron alcanzar
por su gran ligereza, como no se amansasen las mataron y enviaron
a Cartago las pieles llenas de paja, donde estuvieron mucho tiempo
colgadas en el templo de Venus para memoria de tan grande maravilla.
Los doctos ordinariamente, no sin razón, creen que esta isla es una
que está debajo la equinoccial, frontero de un cabo de África, llamada
de Lope González, sujeta en este tiempo a los portugueses y que se
llama la isla de Santo Tomé. Tan rica de azúcares, que se dan muy
bien en ella, como malsana, principalmente a los nuestros como quiera
que los etíopes se hallen allí muy bien de salud. Los hombres cubiertos
de vello entendemos que fueron cierto género de monas grandes, de
las cuales en África hay muchas y diversas raleas, del todo en la
figura semejante a los hombres, y de ingenios y astucias maravillosas.
Arriano escribe
que Hannón y sus compañeros desde aquellos
lugares y desde aquella isla dieron la vuelta a España forzados de
la falta de mantenimientos. Plinio dice que Hannón
llegó hasta el mar Rojo, pasado es a saber el cabo de Buena Esperanza,
en el cual adelgazadas de entrambas partes las riberas, la África
interior a manera de pirámide se termina. Dice más, que desde allí
envió embajadores a Cartago (por tierra sin duda) con información
de todo lo sucedido. En esto concuerdan, que volvió al quinto año
de la partida de España, el cual de la fundación de Roma se contaba
312. Los que con él fueron, vueltos a porfía contaban milagros que
les acontecieron en navegación tan larga, tormentas, figuras de aves
nunca oídas, cuerpos monstruosas de fieras y peces, varias formas de hombres
y de animales, vistas o creídas por el miedo, o fingidas de propósito
para deleitar al pueblo, que abobado oía cosas tan extrañas y nuevas.
Hannón e Himilcón después de tan
dificultosos viajes y tan largas navegaciones, vueltos en España,
con deseo de descansar y de ver a su patria, sin dilación se partieron
a Cartago, donde fueron con grande acompañamiento de los que salieron
a recibirlos, con aplauso de todo el pueblo y solemnidad semejante
a triunfo metidos en la ciudad. Todos alababan y engrandecían el vigor
de sus ánimos, sus famosos acometimientos, y el alegre remate de sus
empresas. Quedó Gisgon en el gobierno de
España, al cual se le dio también licencia que dejado el cargo se
volviese a Cartago. Lo que mucho importaba para continuar en su poder
y autoridad, hicieron que Aníbal su primo, el cual era hermano de
Safón, junto con Magón, pariente y amigo de los mismos, fuesen nombrados para suceder en el gobierno de
España. De este Magón se dice que en las islas Baleares, donde se
detuvo algunos años, edificó en Menorca una ciudad de su nombre. No
hay duda sino que en aquella isla hubo antiguamente una ciudad
que se llamó Magón; pero la semejanza del nombre no es conjetura bastante
para asegurar que haya en particular sido fundada por este Magón,
como quiera que no haya para comprobarlo otro testimonio de escritores
antiguos. Lo que se tiene
por averiguado es que llegado que fue Aníbal a Cádiz, Gisgón,
cargada la flota de las riquezas que él y sus hermanos juntaran muy
grandes, se hizo a la vela. Pero no llegó a Cartago, porque corrió
fortuna y se perdió con todas las naves por la violencia de ciertas
tormentas, muchas y muy bravas, que por aquellos días trajeron muy
alterado el mar, que fue año de la fundación de Roma de 315. Dícese
también que Aníbal, en las riberas del mar Océano, antes de llegar
al cabo de San Vicente, en un buen puerto fundó una ciudad que antiguamente
se llamó puerto de Aníbal (ahora se llama Albor) cerca de Lagos, pueblo
antiguamente dicho Lacobriga. Por otra parte los tartesios, a la postrera boca del río Guadalquivir,
edificaron un castillo con un templo consagrado a Venus, la cual estrella
porque se llama también Lucífero o Lucero, el templo se dijo Lucífero,
y hoy, corrompida la voz, se llama Sanlúcar; pueblo en este tiempo
por la contratación de las Indias, y por ser escala de aquella navegación,
entre los más nombrados de España. Así cuentan esta fundación nuestras
historias, las cuales afirman también que por el mismo tiempo se encendió
una guerra muy cruel entre los béticos, que hoy son los andaluces,
y los lusitanos, las cuales gentes moraban de la una y de la otra
parte del Guadiana. Dicen que comenzó de diferencias y riñas entre
los pastores: que a los lusitanos favorecieron los cartagineses, a
los béticos una ciudad principal por aquellas partes, la cual algunos
sospechan que fuese la Iberia, de quien arriba se hizo mención, y
que las mismas mujeres tomaron las armas: tan grande era la rabia
y furia que tenían. La batalla fue muy herida: pelearon por espacio
de un día entero sin declararse ni conocerse la victoria por ninguna
de las partes; departióles la noche. Fueron
pasados a cuchillo ochenta mil hombres, y entre ellos el principal
caudillo de los cartagineses, cual (si esto es verdad) se puede con
razón pensar fuese el mismo Aníbal. Añaden que Magón, movido de la
fama de aquella batalla, partió luego de las Baleares Mallorca y Menorca
en ayuda de los suyos y en busca de los enemigos, los cuales, por
haber recibido en aquella batalla no menor daño que hecho, fueron
forzados, quemada la ciudad, a buscar otros asientos por miedo de
mayor mal. Corría ya el
año de la fundación de Roma de 321, en el cual año sucedió en Cartago
grande mudanza: pues muertos en aquella ciudad casi en un tiempo Asdrúbal
y Safón, hermanos de Aníbal, el crédito y autoridad de Hannón que ya flaqueaba, con la nueva del daño recibido en
España, se perdió de todo punto por brotar, como acontece en las adversidades,
el odio de muchos, que llevaban de mala gana se gobernase y se trastornase
toda la ciudad a voluntad y antojo de un ciudadano, y que un particular
pudiese más que los que tenía a su cargo el gobierno. Acordaron criar
un magistrado de cien hombres, con cargo y autoridad de tomar cuenta
a los capitanes que volviesen de la guerra. Forzaron pues a Hannón
a pasar por la tela de este juicio. Ventilóse
su negocio: condenáronle en destierro, que fue no menor envidia que ingratitud,
principalmente que ninguna causa alegaban más principal para lo que
hicieron, sino que era de ingenio e industria mayor que pudiese seguramente
sufrirle una ciudad libre, pues había sido el primero de los hombres
que se atrevió a amansar un león y hacerle tratable: que no se debía
fiar la libertad de quien domaba la fiereza de las bestias. La verdad es
que las ciudades libres suelen concebir odio y siniestra opinión contra
los ciudadanos que entre los demás se señalan. Y con envidia suelen
maltratar a los príncipes de la república, a los cuales muchas veces
fue cosa perjudicial y acarreó notable daño aventajarse en valor,
industria y virtudes a los demás. Algunos años
se pasaron después de esto sin que sucediese en España cosa digna
de memoria, hasta el año de la fundación de Roma de 327. En el cual
tiempo partida toda la Grecia en dos partes, se hacía la Guerra Peloponesíaca.
Justamente el segundo año de esta guerra una cruel peste se derramó
casi por toda la redondez de la tierra. La cual como tuviese su principio
en la Etiopía, de allí pasó a las demás provincias, y por remate en
España asimismo mató y consumió hombres y ganados sin números y sin
cuento. Hicieron mención de esta plaga Tucídides,
Tito Livio y Dionisio Halicarnaso, y aún nuestras historias atribuyen
la causa de esta mortandad a la sequedad del aire. Pero Hipócrates
que vivió por el mismo tiempo afirma que para librar a Tesalia de
esta peste hizo quemar los montes y bosques de aquella tierra. Lo que a nuestro
propósito hace es que para la guerra que en Sicilia traían los de
Lentino y los caranenses contra los siracusanos,
ciudad entonces la más populosa y poderosa de aquellas islas, Nicias y Alcibíades, aunque eran de poca edad, fueron de Atenas
enviados con una armada de cien galeras en socorro de los leontinos. Esta era la voz, pero de secreto llevaban esperanza
de apoderarse de toda la isla. Sucediérales
como lo pensaban si Alcibíades, que se había al principio gobernado
bien y quebrantado las fuerzas y orgullo de los siracusanos, no fuera
acusado en la misma sazón en Atenas al pueblo de haber descubierto
los misterios de Ceres, en ninguna cosa más solemnes y sagrados que
en el silencio. Citáronle para que pareciese
en juicio y se descargase. Él, por la conciencia del delito o por
miedo de los contrarios se fue a Lacedominia,
donde como fuese recibido benignamente por su excelente ingenio y
por la fama de lo que había hecho, les persuadió por vengarse que
enviasen en socorro de los siracusanos un valeroso capitán llamado
Gilippo, con la llegada del cual se trocaron
las cosas de tal suerte, que fueron vencidos los atenienses por mar
y por tierra. Y el mismo Nicias con otros
muchos vino en poder de sus enemigos los de Lacedemonia. Poseían los
cartagineses por aquel tiempo junto al promontorio Lilibeo,
que ahora es cerca de Trapana y distaba
de Cartago ciento ochenta millas, algunos pueblos de aquella isla.
Los agrigentinos, que ahora se llaman de
Gergento y eran comarcanos, llevaban mal
que el poder de los cartagineses se continuase y envejeciese tanto
tiempo en aquella isla, fuera de agravios particulares que les tenían
hechos. Sucedió que los cartagineses salieron a un bosque no lejos
de la ciudad de Minoa para hacer cierto sacrificio; acudieron los de Gergento, y pasaron a cuchillo los contrarios, por haber salido
sin armas y sin recelo, todos los que no escaparon por los pies y
se salvaron por aquellos bosques y montes. Sabido esto en Cartago,
todo el pueblo se alteró y se movió a vengar aquel insulto. Con este
acuerdo enviaron a Sicilia dos mil cartagineses y otros tantos soldados
españoles. Juntaron con ellos quinientos mallorquines honderos, nuevo
y extraordinario género de milicia. Los cuales, puesto que al principio
fueron menospreciados del enemigo porque iban desnudos, venidos a
las manos dieron a los suyos la victoria. Pues con una perpetua lluvia
de piedras maltrataron y destrozaron el cuerpo y costado izquierdo
de los enemigos, muchos de los cuales fueron en la pelea muertos,
y mayor número en el alcance. Algunos se escaparon ayudados de la
oscuridad de la noche, y se recogieron a la ciudad. Pero con cerco
que le tuvieron de dos años, vino asimismo a poder de los cartagineses,
año de la fundación de Roma de 346. El fin de esta
guerra fue principio de otra más grave. Dionisio el más viejo estaba
apoderado tiránicamente de Siracusa. Era grande su poder y sus fuerzas
muy temidas. Acudieron a él los de Gergento
secretamente, pidiéronle los recibiese en
su protección y librase aquella ciudad del poder y mando muy pesado
de los cartagineses. Prometióles lo que pedían, por tener entendido que sus intentos
de hacerse rey de toda aquella isla no podrían ir adelante en tanto
que los cartagineses en ella tuviesen autoridad y mando. Dióles
por consejo que en el entre tanto que él se aprestaba, saliesen todos
muy secretamente de Gergento, y al improviso
se apoderasen de Camarina y de Gela, pueblos
comarcanos, desde donde podrían correr los campos de los enemigos;
que lo demás él lo tomaba a su cargo. Ejecutóse
luego esto, hiciéronse y recibiéronse daños
de una y de otra parte. Entonces Dionisio
interpuso su autoridad: requirió a los cartagineses por sus embajadores
que se hiciese satisfacción y se restituyesen los daños los unos a
los otros como era justo. Principalmente hacía instancia que a los
de Gergento se restituyese su ciudad, por lo menos que los desterrados
y ahuyentados pudiesen volver a ella y gozar de las mismas libertades
y franquezas que los de Cartago. Concluía que de otra manera no sufriría
que sus parientes y aliados fuesen tratados como esclavos. A esto
los cartagineses respondieron ser derecho de las gentes que los vencedores
mandasen a su voluntad a los vencidos; que ellos no comenzaron la
guerra, sino al contrario, los de Gergento
los habían a ellos acometido y agraviado,
junto con el desacato que hicieron a la deidad de los dioses. Que
no harían bien ni debidamente si se metiese a la parte y amparase
aquella gente malvada y sin Dios; en lo que decía que no pasaría por
alto ni disimularía las injurias de los de Gergento,
cuando quisiese tomase la demanda y las armas: que entendería lo que
el poder invencible de los cartagineses y sus soldados envejecidos
en las armas harían. Con este principio,
con esta demanda y respuesta, se rompió claramente la guerra. Dionisio
recogía las fuerzas de toda aquella isla e incitaba contra los de
Cartago así a las ciudades griegas como a Darío Notho,
rey de Persia, con embajadas que le envió en esta razón. Ellos por
el contrario levantaron quince mil infantes, parte de Cartago parte
de África, y cinco mil caballos, con los cuales se juntaron diez mil
españoles, y para más ganarles las voluntades y asegurarse más de
ellos, restituyeron a Cádiz en su antigua libertad, en sus leyes y
sus fueros. Solamente les vedaron el hacer y tener galeras. Quitaron
las guarniciones de donde las tenían puestas: sólo conservaron el
famoso templo de Hércules con algunas pocas atalayas por aquellas
marinas. Hízose la masa de todas estas gentes en Cartago, de donde
Himilcón Cipo nombrado por general, se partió con una armada muy gruesa,
que al principio tuvo vientos frescos. Después arreció el tiempo de
manera que derrotó las naves y surgieron en diversos puertos de Sicilia.
Eran las naves españolas más fuertes y los pilotos más diestros, y
así sufrieron la tempestad en alta mar; y luego que aflojó el viento
se juntaron y tomaron el puerto de Camarina. Combatieron aquella ciudad
por espacio de cuatro días, a cabo de los cuales la tomaron, y pasados
a cuchillo todos los moradores, la pusieron a fuego. Grande crueldad,
pero que atemorizó a los de Gela en tanto
grado, que sin hacer resistencia desampararon la ciudad. Acudieron
las demás naves a aquellos lugares, donde refrescado el ejército y
los soldados con reposo de algunos días, se determinaron de presentar
la batalla a Dionisio, del cual tenían aviso que traía grandes fuerzas
por mar y por tierra. Excusaron la
batalla naval, por causa de que muchos de sus bajeles se volvieran
a Cartago y a Cádiz. Acordaron sería mas
expediente pelear con los enemigos en tierra. Estaba el cartaginés
con esta resolución cuando Dionisio se les presentó delante. Juntáronse
reales con reales a pequeña distancia. Ordenaron sus escuadrones y
huestes para dar la batalla, primero Dionisio en esta manera: puso
en igual distancia y a ciertos trechos los socorros que tenía de diversas
ciudades; por frente y a entrambos lados la caballería. Los de Siracusa
quedaron en la retaguardia. Himilcón al contrario, hechos tres escuadrones de su gente,
salió al encuentro del enemigo. En medio y por frente estaban los
españoles: en el un lado y en el otro los cartagineses con cada setecientos
honderos, y los caballos que fortalecían los dos cuernos y costados.
Dos mil infantes escogidos de todo el ejército quedaron de respeto
y de socorros para las necesidades. Dada que fue
la señal de pelear, arremetieron todos con grande denuedo y cerraron.
Fue la batalla por grande espacio dudosa sin declararse la victoria:
reparaban y mezclábanse los escuadrones: muchos de entrambas partes caían
sin reconocerse ventaja. Sólo la caballería de Dionisio comenzaba
a llevar lo mejor y apretar los caballos cartagineses. Y hubieran
salida con la victoria y retirado los contrarios, si Himilcón no se
adelantara con las compañías que tenía de respeto, contra la caballería
enemiga, la cual no pudo sufrir el nuevo ímpetu de aquellos soldados;
y apretada a un mismo tiempo por frente y por las espaldas, muertos
muchos de ellos, todos los demás se pusieron en huida. Los honderos
en particular con un granizo de piedras herían en el enemigo, que
quedó con los costados descubiertos. Puestos en huida los caballos
sicilianos, revolvió Himilcón con su gente y con su caballería sobre
la infantería siciliana, que todavía estaba trabada y peleaba valientemente.
Con su llegada desbarató los escuadrones sicilianos. Dionisio, que
no solo se había mostrado prudente capitán, sino hecho oficio de esforzado
soldado, y puesta en huida su caballería, apeado, con un escudo de
hombre de a pie sustentó por largo espacio la pelea (ca acudía a todas
partes, y donde quiera que veía trabajados a los suyos, allí hacía
volver las banderas y acudir los escuadrones), a lo último, perdida
la esperanza, se retiró con los suyos cogidos y poco a poco hacia
sus reales, los cuales por ser ya noche no fueron tomados por el enemigo.
Hizo aquella misma noche junta de capitanes: animó a los suyos. Díjoles
que no perdiesen el ánimo, que los cartagineses no habían vencido
por fuerza, sino con artificio y maña; que si por algún tiempo se entretenían, la caballería que quedaba
entera, y grandes gentes de toda la isla en breve les acudirían. Hecho
esto, mandó a los soldados que estaban sanos se fuesen a reposar,
y a los heridos hizo curar con grande cuidado. Juntamente se aparejó
para defender los reales. Pero toda aquella diligencia fue sin provecho,
ca luego al día siguiente como concurriesen los enemigos, cegasen
la cava, y combatiesen y pasasen las albarradas, entre los carros
y el bagaje se renovó la pelea. En fin, Dionisio, perdida toda esperanza,
con algunas heridas que llevaba, se puso en huida. Grande fue el número
de los sicilianos que pereció en estas dos peleas, y aún de los cartagineses
se dice que les costó harta sangre la victoria; de los cuales fueron
muertos tres mil, y de los españoles dos mil. Con la nueva
de esta jornada muchas ciudades de Sicilia se entregaron a los vencedores.
Pero ya que estaban apoderados de casi toda la isla, para muestra
de la inconstancia de las cosas humanas, les sobrevino tal peste,
que los ejércitos fueron destrozados y menguados, con tanto dolor
y pena de la ciudad de Cartago cuando les llegó esta nueva, que no
de otra manera que si la misma ciudad fuera
tomada, se entristecieron los ciudadanos y se cubrieron de luto. Volvió
con pocos el general, vestido de una esclavina suelta, sin ceñidor
a manera de siervo, y acompañado de los sollozos del pueblo que le
seguía, entrado en su casa, sin admitir a persona alguna que le hablase,
ni aún a sus propios hijos, él mismo dio la muerte. Después de
esto quieren decir que Dionisio procuró por sus embajadores apartar
a los españoles de la amistad de los de Cartago, y que al contrario
los cartagineses con todo buen tratamiento y blandura los entretuvieron.
Lo que consta es que por diligencia y buena maña de Dios, Siracusano se asentó
paz por treinta años entre los sicilianos y cartagineses el año tercero
de la Olimpíada noventa y cinco, que fue de la fundación de Roma de
356, paz que no duró mucho. No falta quien
diga que después de la pelea famosa llamada Leutrica,
Dionisio envió socorros a los de Lacedemonia, entre los cuales se
cuentan celtas y españoles, ya fuesen de las reliquias de Himilcón,
ya llevados desde España para este efecto, y que con estos socorros
Arquidamo, hijo de Agesilao, cerca de la
ciudad de Mantinea venció y mató a Epaminondas, señalado capitán de los tebanos. Con lo cual
libró la antigua ciudad de Lacedomonia de
la destrucción que la amenazaba y del riesgo que corría. Por el mismo
tiempo como algunos cartagineses partiesen de España por mar, sea
arrebatados contra su voluntad de algún recio temporal, sea con desea
de imitar a Hannón, tomando la derrota entre Poniente y Mediodía y vencidas
las bravas olas del gran mar Océano, con navegación de muchos días
descubrieron y llegaron a una isla muy ancha, abundante de pastos,
de mucha frescura y arboledas, y muy rica, regada de ríos que de montes
muy empinados se derribaban, tan anchos y hondables que se podían
navegar. Por las cuales causas y por estar yerma de moradores, muchos
de aquella gente se quedaron allí de asiento; los demás con su flota
dieron la vuelta, los cuales llegaron a Cartago, dieron aviso al Senado
de todo. Aristóteles dice que tratado el
negocio en el Senado, acordaron de encubrir esta nueva, y para este
efecto hacer morir a los que la trajeron. Temían, es a saber, que
el pueblo como amigo de novedades, y cansado con la guerra de tantos
años, no dejasen la ciudad yerma, y de común acuerdo se fuesen a poblar
a tierra tan buena: que era mejor carecer de aquellas riquezas y abundancia
que enflaquecer las fuerzas de su ciudad con extenderse mucho. Esta
isla creyeron
algunos fuese alguna de las Canarias, pero ni la grandeza, en particular
de los ríos, ni la frescura concuerdan. Así los más eruditos están
persuadidos es la que hoy llamamos de Santo Domingo o Española,
o alguna parte de la tierra firme que cae en aquella derrota, la cual
cuidaron ser isla por no haberla costeado y rodeado por todas partes,
ni considerado atentamente sus riberas. Ardían los
cartagineses en deseo de tornar a la guerra de Sicilia, y para eso
levantaban de nuevo soldados en Africa y
en España. Los españoles no gustaban de esta guerra por caer tan lejos,
y por haberles sucedido por dos veces tan mal, tenían la pérdida por
mal agüero. Representábanseles los desastre y reveses pasados, y decían
no ser cosa justa hacer a los sicilianos guerra, de los cuales ningún agravio recibieran. Viendo esto los cartagineses, determinan
de disimular hasta tanto que con el tiempo hubiesen puesto en olvido
los males pasados, o alguna ocasión se presentase que les pusiese
en necesidad de abrazar la guerra, que por entonces tanto aborrecían.
Esto trataban
los cartagineses sin descuidarse en juntar una gruesa flota, cuando
muy a propósito, en España por falta de agua sobrevino una grande
hambre, y tras ella, como es ordinario, una peste y mortandad no menor.
De Sicilia también certificaban que Dionisio después de estar apoderado
en gran parte de aquella isla, pasado con sus armadas en Italia, y
tomando Reggio, ciudad puesta en lo más angosto del estrecho o faro
de Mesina, tenía puesto sitio sobre Coirón, ciudad griega y marítima,
por estar persuadido se aumentarían mucho sus fuerzas si se hacía
señor de aquella plaza tan principal por su fortaleza y puerto, y
que está puesta en lo último de Italia. Estas cosas movieron al Senado
cartaginés a volver a la guerra de Sicilia. A los españoles a tomar
las armas convidaron los trabajos que padecían: alistáronse
en número de veinte mil peones y mil caballos, los cuales de camino
en las naves de Mallorca a Cartago llevaron trescientos honderos.
Estaba nombrado por general de esta empresa un hombre principal llamado
Hannón, el cual con esta gente y otros diez
mil africanos que tenía a punto, pasó luego a Sicilia. Tuvo Dionisio
aviso de lo que pasaba y de la trama que se le urdía, por lo cual
fue forzado a dejar a Italia y acudir a lo que más le importaba. La
flota con que desde Reggio pasaban los soldados en Sicilia fue desbaratada
y vencida por la cartaginesa, y muchas naves tomadas en las cuales
estaba la ropa y recámara del mismo Dionisio, en que entre los demás
papeles se hallaron cartas de un cartaginés llamado Sunniato
escritas en griego, en las cuales avisaba a Dionisio del intento y
aparato de aquella guerra, traición y felonía cometida contra su patria
sólo por la envidia y rabia de que no le hubiesen encomendado a él
aquella guerra, delito que a él le costó la vida, y en general fue
ocasión de que se promulgase un decreto en que se proveyó que ningún
cartaginés en lo de adelante pudiese estudiar las letras y lengua
griega, con intento de que no se pudiesen sin intérprete comunicar
con el enemigo ni de palabra ni por escrito. Después de esta victoria
naval muchos pueblos y ciudades de Sicilia se entregaron a Hannón,
y la guerra se proseguía con varios trances y sucesos, hasta tanto
que últimamente el año dieciséis después que se comenzó (que a la
cuenta de Eusebio de la fundación de Roma fue el de 386, o como otros
mejor dicen de la Olimpíada noventa y nueve, año segundo, de Roma
371), Dionisio fue muerto por conjuración de los suyos. Sucedióle un su hijo de pequeña edad,
llamado asimismo Dionisio, de cuya enseñanza y del gobierno de la
república se encargó su cuñado Dion, casado con una su hermana. Eran
perversas las inclinaciones que en aquel mozo se descubrían: para
criarle y amaestrarle hizo venir desde Atenas al famoso filósofo Platón.
Con los de Cartago asentó treguas e hizo capitulaciones, pero toda
esta diligencia y la prudencia de este insigne varón no fue bastante
para que no se alterase aquella isla. Pero entre Dionisio (que con
la edad se hacía más feroz y más bravo) y
Dion su cuñado resultaron sospechas y desabrimientos por las cuales
Dion fue forzado a desamparar la tierra. Dado que en breve se trocaron
las cosas, y Dion hecho más fuerte por algún tiempo despojó a Dionisio
del reino, y le forzó a dejar a Sicilia y andar desterrado, sin amigos,
sin hacienda y sin reposo. Esto fue lo
que sucedió en Sicilia: volvamos a contar las cosas de España. Ya se dijo
cómo al principio de la guerra de Sicilia los cartagineses restituyeron
a los de Cádiz en gran parte su libertad. Concluida aquella guerra,
enviaron dos gobernadores desde Cartago a España, es a saber, Bostar
para el gobierno de las islas Mallorca y Menorca, con orden que procurase
ganar la voluntad de los saguntinos, y conquistarla con toda muestra
de amistad y buenas obras, lo cual él hizo como era mandado. Pero
ellos con deseo de la libertad tuvieron todas aquellas caricias por
sospechosas, y las desecharon constantemente sin darle lugar de entrar
en su ciudad con diversas excusas que alegaron para ello. A Hannón
fue dado cuidado de gobernar a los de Cádiz, el cual como en el Andalucía
apretase a los naturales, y con grande codicia metiese la mano en
las riquezas así de particulares como del común (cosa que le fue mal
contada), puso a los españoles en necesidad, comunicado el negocio
entre sí, de levantarse contra los cartagineses. Tomaron súbitamente
las armas, mataron muchos de los enemigos en los pueblos donde estaban
derramados, y metieron a saco sus bienes. Hannón,
perdida gran parte de los suyos, y desamparado de los españoles sus
aliados, llamó en socorro gente de África, los cuales con correrías
que hacían por aquella parte de España que hoy se llama Andalucía,
trabajaron grandemente la tierra con estragos y crueldades. Lo cual,
sabido que fue en Cartago, enviaron luego sucesor en lugar de Hannón,
año de la fundación de Roma de 398, sin declarar cómo se llamase el
sucesor, ni qué cosas hiciese en España. Por ventura se conformó con
el tiempo, y quien quiera que fuese, regalando los naturales, les
ganó las voluntades y amansó el odio que tenían contra los de Cartago,
sin usar de otras armas ni violencia. En Sicilia,
allende de lo dicho, muerto Dion y vuelto Dionisio del destierro,
se tornó a alterar la paz, pues los siracusanos hicieron rostro al
tirano, y desde Corinto les fue enviado socorro, y Timoleón por su
capitán. Los cartagineses, vueltas sus fuerzas a aquella guerra, es
cosa verosímil que dejaron reposar a España, por donde gozó algún
tiempo de grande sosiego y paz. Pero toda aquella alegría y buena
andanza en breve se deshizo y trocó a causa de las
grandes crecientes con que los ríos salieron de madre, e hicieron
increíbles daños en los ganados, campos y edificios. Luego el año
siguiente hubo grandes temblores de tierra, conque muchas ciudades
a la ribera del mar Mediterráneo quedaron por esta causa maltratadas,
y entre las demás Sagunto recibió tanto mayor daño, cuanto ella sobrepujaba
en grandeza, hermosura y riquezas a las demás ciudades de España.
El año tercero con bravas tormentas del mar y recios temporales sucedieron
grandes naufragios en diferentes lugares; el cual año se contaba de
la fundación de Roma 405. Asimismo Hannón
confiado en las grandes riquezas que juntara en Sicilia y España,
e indignado por la afrenta de haberle quitado el gobierno (como se
ha dicho), trató y acometió por este tiempo de hacerse tirano en Cartago,
para lo cual se determinó de dar hierbas a todo el Senado, al pueblo
y a los principales en un convite general que pensaba hacer en las
bodas de una hija suya. Tuvieron los cartagineses aviso de lo que
pasaba y se tramaba, pero sin pasar a mayor averiguación, se contentaron
de acudir al peligro con hacer una pragmática en que se ponía tasa
al gasto de los convites. Con esta disimulación quedó Hannón más orgulloso. Resolvióse
de tomar las armas al descubierto, y para matar los principales y
apoderarse de la ciudad, armó sus esclavos, que eran valientes y en
gran número. Fue también descubierta esta práctica: acudieron contra
él los ciudadanos, y en un castillo do se había recogido con veinte
mil de los suyos, fue preso. Sacáronle los ojos, quebráronle
los brazos y las piernas, y después de bien azotado le pusieron en
una cruz. Sus hijos y parientes, así los que tenían parte en la conjuración,
como los que estaban sin culpa, fueron por sentencia condenados a
muerte, para que no quedase ninguno de aquella familia y ralea que
pudiese imitar aquella maldad, ni vengar los justiciados, lo cual
parece grande crueldad, si la gravedad del delito y el amor de la
patria no la excusaran en gran parte. A un mismo
tiempo por muerte del gobernador que enviado en lugar de Hannón
sucedió en Cádiz, Boodes desde Cartago vino
al gobierno de España. Y de Sicilia certificaban que Dionisio forzado
por los suyos que se habían conjurado contra él, y por Timoleón el
de Corinto, desamparada la tierra, con sus tesoros particulares se
había retirado y huido a la misma ciudad de Corinto, donde teniendo
por más seguras las cosas y ejercicios más bajos, pasó la vida torpemente
en los bodegones y casas públicas, y la acabó ocupado en enseñar a
los niños de aquella tierra las primeras letras como maestro de escuela,
que fue notable mudanza y señalado castigo de su vida desordenada.
Echado Dionisio
de Sicilia, Timoleón se ensoberbeció de tal suerte, que pretendió
echar a los cartagineses de toda aquella isla. Con este intento revolvió
sobre ellos; dióles la batalla junto al
río llamado Crinisio, venciólos, y mató diez
mil de ellos. Tomóles asimismo los reales,
lo cual no costó a Timoleón poca sangre. Antes, por quedar muy maltratado
su ejército ni pudo salir con su pretensión de echar los cartagineses
de la isla, ni aún tomarles ciudad alguna. En este medio,
por muerte de Boodes, o por haberle absuelto
del gobierno, Maharbal vino por gobernador
de España, del cual no se sabe alguna cosa que en ella hiciese, ni
aún tampoco qué gobernadores cartagineses vinieron después de él en
España. Lo que se dice por cierto es que los de Marsella, por haberse
multiplicado en gran número, y por causa de la contratación, enviaron
en muchas naves una población a España año de la ciudad de Roma de
419, y que parte de esta flota surtió e hizo asiento en las faldas
de los Pirineos, enfrente de Rosas, y allí poblaron aquella parte
de la ciudad de Ampurias (en latín se llamó Emporia por ser como mercado
de muchas partes), que estaba hacia la mar. La cual parte
aunque era de pequeño espacio, pero estaba dividida de lo restante
de aquella ciudad con una muralla que para esto se tiró de una parte
a otra. Por donde la dicha ciudad antiguamente en griego se llamó
Palaeópolis, que quiere decir ciudad vieja,
por lo más antiguo de ella; y también Dyóspolis, que significa ciudad doblada o dos ciudades. La
otra parte de la armada de Marsella dicen que pasó adelante al cabo
de Denia, y allí edificó un pueblo junto al templo de Diana que allí
estaba, como arriba queda dicho. Con la venida
de esta flota tres cosas se supieron en España memorables, es a saber:
que los romanos alcanzaban gran poder, y con grande lealtad sustentaban
y ayudaban a sus amigos; que los siracusanos después de haber vuelto
en su libertad y después de la muerte de Timoleón, capitán muy famoso,
trataban de echar de aquella isla a los cartagineses. Demás
de esto, que Alejandro, rey de Macedonia, el que por sus grandes hazañas
tuvo nombre de Magno, y al principio de su reinado antes de tener
veinte años cumplidos venciera los esclavones, los triballos
y los de Tracia, y sujetara las ciudades de Grecia que poco antes
eran libres; domadas después la Asia, la Siria y todo el Egipto, por
conclusión vencido y hecho huir y después muerto el gran monarca Darío,
se había apoderado del imperio de los persas sin parar hasta abrir
con el hierro y con las armas camino, y a la manera de un rayo llegar
hasta la India, donde tenía domadas gentes y reinos nunca oídos: todo
en menos tiempo que otro lo pudiera pasar de camino. Con la cual
nueva, movidos los españoles que moraban a las riberas del mar Mediterráneo
acordaron ganarle la voluntad con una embajada que le enviaron hasta
Babilonia, ca pretendían ayudarse de él y valerse de sus fuerzas contra
los cartagineses, los cuales abiertamente trataban de oprimir la libertad
de aquella provincia. El principal de la embajada se llamó Maurino,
según se lee en Paulo Orosio, el cual de
camino, juntándose con los embajadores de la Galia que hacían el mismo
viaje, últimamente llegó a Babilonia, donde los embajadores de Sicilia,
de Cerdeña, de las ciudades de toda Italia y de África, y hasta de
la misma ciudad de Cartago estaban por su mandado aguardando a Alejandro.
El cual luego que fue llegado, señaló audiencia a los embajadores.
Los de España
le declararon la causa de su venida, y lo que les era mandado. Que
la fama de su esfuerzo y valor esparcida por todo el mundo era llegada
a lo postrero de la tierra que es España, y por ella su nación se
movió para con aquella embajada y por su medio saludarle y pedirle
su amistad, cosa que no le sería de poco provecho, si después de domado
el Oriente tratase, como era razón, de revolver son sus armas y banderas
a las partes del Poniente, pues podría a su voluntad servirse de las
riquezas de aquella muy rica provincia. Que los españoles trabajados
no menos con disensiones de dentro, que con guerras de fuera y muy
cercanos al peligro, tenían necesidad de no menor reparo que el suyo.
Que jamás pondrían en olvido la merced que les hiciese, ni cometerían
por donde en algún tiempo se desease en ellos lealtad y toda buena
correspondencia. La costumbre de los españoles era tal, que ni trataban
ligeramente amistad con alguno, y después de trabada la conservaban
constantemente. Esta embajada
fue muy agradable a Alejandro, de tal manera que entonces le pareció
haberse hecho señor de todo, como lo dice Arriano, pues desde lo postrero
del mundo venían a poner en sus manos sus diferencias. Preguntóles
muchas cosas del estado de su república, de las riquezas de la provincia,
de la fertilidad de la tierra, de las costumbres y manera de los naturales,
y de la contratación que tenían con los extranjeros. Además de esto
prometió que por cuanto ordenadas las cosas de Asia, en breve pensaba
mover con sus gentes la vuelta de África y del Occidente, que en tal
ocasión tendría memoria y cuidado de lo que le suplicaban. Con esto
y con muchos dones que les dio, los envió contentos a su tierra. Ardía Alejandro
en deseo de imitar la gloria de los romanos, y estaba enojado contra
los cartagineses, de los cuales tenía aviso que después que Tiro fue
por Alejandro destruida, y después que edificó en la misma raya de
África la ciudad de Alejandría, el miedo que de él cobraron fue tan
grande, que le enviaron a Amílcar, por sobrenombre Rodano,
para que fingiendo que huía les sirviese de espía y con todo secreto
avisase de los sucesos e intentos que Alejandro tuviese. Pero todos
estos pensamientos y trazas atajó la muerte, que le sobrevino cuando menos pensaba, pues
falleció en Babilonia a los 28 de junio el año primero de la Olimpíada
114, el cual año de la fundación de Roma se contaba 430. Algunos quitan
dos años de este número, y es forzoso que la historia en la cuenta
y razón de estos tiempos a las veces vaya con poca luz y casi a tiento. Esta embajada
de los españoles es verosímil que desagradó a los cartagineses, contra
los cuales principalmente se enderezaba. Mas no les pudieron dar guerra
por las alteraciones de Sicilia y por miedo de Agatocles. El cual
sin embargo que era hijo de un ollero y nacido en Sicilia, y que había
pasado la mocedad torpísimamente, por ser diestro en las armas y de
mucha prudencia, fue por los siracusanos nombrado por su capitán para
que los acaudillase en la guerra que traían contra los eneos.
La cual concluida, como se sospechase que pretendía tiranizar aquella
ciudad de Siracusa, fue enviado en destierro. Recibiéronle
los murgantinos por la enemiga que con los
siracusanos tenían. Hiciéronle gobernador
primeramente de su ciudad y después su capitán, conque tuvo manera
para apoderarse de Lentini, y también tomó
a Siracusa por traición de Amilcar cartaginés,
al cual ella llamara en su ayuda contra el poder de Agatocles. De
la cual deslealtad y traición fuera castigado y pagara con su cabeza,
que así estaba decretado y acordado por voto de todo el Senado de
Cartago, si antes de volver a su tierra no falleciera en la misma
Sicilia. Sucedióle otro del mismo nombre, es
a saber Amilcar hijo de Gisgon,
el cual pasó en Sicilia con nuevo ejército de África, y nuevos socorros
que de España le acudieron. Llegado a la isla, fue en busca de Agatocles.
Dióle al principio una derrota, conque le encerró y cercó
dentro de Siracusa. El peligro y el daño derriba a los cobardes y
anima a los valientes. Fue así que Agatocles
en aquella estrechura usó de una osadía maravillosa, pues después
que persuadió a los suyos a sufrir el cerco animosamente, él con su
flota pasó en África. Notable resolución, pues el que no tenía fuerzas
para una guerra, ayudado del consejo salió vencedor en dos. Venció
en batalla a Hannón, capitán de los cartagineses,
que le saliera al encuentro, y le mató. Después, destruidos los campos,
las villas y los pueblos abrasados, y robado gran número de hombres
y de ganado, puso en gran temor y cuita a los de Cartago, en cuyos
ojos las alquerías de la ciudad, sus labranzas y sus campos, todo
el regalo y riqueza de los ciudadanos con el fuego humeaban. Además
de esto de Sicilia se supo que Artandro, hermano del tirano, el cual había quedado en el
cerco, con una salida que hizo, dio una arma tan
brava sobre los enemigos, que descuidados estaban, que mató
a su capitán y puso a míos demás en huida. Con esta nueva luego Agatocles
dio vuelta a Sicilia, y allí por todas partes apretó a los cartagineses,
de suerte que con muerte de muchos de ellos echó a los demás de toda
aquella isla, y él quedó en todo sosiego. Fue esta paz
de poca duración porque Pirro rey de Epiro, que hoy es Albania, llamado
por los de Tarento pasó en Italia, y en ella afligió y trabajó el
poder de los romanos con dos derrotas que les dio una tras otra. De
Italia pasó a Sicilia año de la fundación de Roma de 476 con esta
ocasión: falleció Agatocles en Siracusa rico y dichoso. Su mujer e
hijos (como él se lo dejó mandado) recogidos sus tesoros y preseas,
se fueron a Egipto. Los de Cartago, sabido lo que pasaba, entraron
en pensamiento de apoderarse de nuevo de toda aquella isla, para lo
cual se apercibieron de un grueso ejército, y en particular nuestros
historiadores afirman que de España llevaron en una flota para este
efecto cinco mil peones y ciento y cincuenta caballos todos españoles,
con más setecientos honderos mallorquines, y que sacaron otrosí de
sus fortalezas los soldados que tenían de guarnición para llevarlos
a esta empresa, y pusieron en su lugar soldados españoles que guardasen
aquellas plazas. Los siracusanos al contrario,
para contrastar a las fuerzas e intentos de Cartago, llamaron en su
ayuda a Pirro, el cual por esta causa se nombró rey de Epiro y de
Sicilia. Llegado, rompió en una batalla de tierra a los cartagineses
que aún no tenían juntas todas sus fuerzas. Pero llegados los socorros
de España, ya que Pirro trataba de volverse a Italia, fue desbaratado
en una batalla de mar, y forzado a desamparar a Sicilia. Y aún poco
después de Italia pasó a su tierra, perdido el señorío de Sicilia
tan presto como lo había adquirido. Así lo refiere Justino. Con la ida
de Pirro, los de Siracusa encargaron el gobierno de su ciudad a Hierón.
Después le hicieron su capitán contra los cartagineses, y finalmente
rey. Fue hijo de Hieróclito, que descendía del linaje de Gelón, antiguo tirano
de aquella isla; su madre fue mujer baja y aún esclava. Era grande
el esfuerzo y las partes de Hierón, y no era menester menos reparo
contra los cartagineses, los cuales fortalecían con muy gruesas guarniciones
muchas ciudades de que estaban apoderados, y aspiraban al señorío
de toda la isla. Estando las
cosas en este estado, se encendió de repente una nueva guerra, con
la cual el poder y buena andanza de los cartagineses fue abatido por
los romanos, los cuales entraron en Sicilia con esta ocasión. Los
mamertinos (que así se llamaban del nombre
del dios Marte por atribuirse a sí la gloria de las armas, y tenerse
por más valientes que los demás) moraban en aquella parte de Italia
que se llama Campania o tierra de labor, desde donde fueron llamados
por los ciudadanos de Mesina, ciudad puesta sobre el estrecho de Sicilia
con un muy bueno y seguro puerto, contra el poder de Agatocles que
con los demás pretendía enseñorearse de aquella plaza. Los mamertinos
llegados a Sicilia hicieron muy bien su deber, pero en premio de su
trabajo quitaron la libertad a los ciudadanos antiguos de aquella
ciudad, y se hicieron señores de todo. Además de esto dilataron su
señorío por aquella isla. Con lo cual crecieron en tanta manera en
riquezas y orgullo, que se atrevieron a tomar las armas primero contra
Pirro rey de Epiro, y después acometer y hacer agravios a los de Siracusa.
Pero como fuesen vencidos en una batalla que se dio junto al río dicho
Longano, por Hierón capitán de los contrarios,
fue tan grande la rota y matanza que en ellos se hizo, que los demás
mamertinos reducidos dentro de la ciudad,
apenas se podían defender con las murallas sin confiarse de sus fuerzas.
Por lo cual determinaron buscar socorro de otra parte. No fueron todos
de un parecer, ca parte de aquellos ciudadanos llamó en su socorro
a los cartagineses, los cuales porque estaban cerca, acudieron presto y fueron recibidos
en la ciudad y pueblos comarcanos. Otros enviaron
embajadores a Roma por ser grande la fama que corría de su esfuerzo,
justicia y buena andanza. Los que fueron enviados, señalada que les
fue audiencia, declararon en el Senado a lo que eran venidos. Tratado
el negocio, muchos fueron de parecer que no era lícito hacer guerra
a los cartagineses, que ninguna causa ni disgusto les habían dado.
Los demás decían que no era bien esperar hasta tanto que apoderados
de Sicilia pasasen en Italia, pues nadie se contenta con lo que tiene,
y todos cuanto son más poderosos, tanto quieren pasar más adelante.
Resolviéronse que debían acudir a los mamertinos,
principalmente que en cierto asiento antiguo tomado con Cartago en
el consulado de Publicóla y renovado ya
por tres veces, se había puesto por condición que ni los unos ni los
otros se entremetiesen en las cosas de Sicilia, lo que decían haber
quebrantado los de Cartago. El cónsul Appio
Claudio fue enviado en socorro con algunas compañías el año primero
de la Olimpíada 129, que de la fundación de Roma se contaba 490. Sabido esto
en Mesina, parte de los ciudadanos tomaron las armas con las cuales
echaron de su ciudad la guarnición de los cartagineses. Por este agravio
que fue muy notable, irritados los cartagineses se concertaron con
Hierón, y juntadas con él sus fuerzas, pusieron por mar y por tierra
cerco a los de Mesina con intento, así de apoderarse de la ciudad,
como para impedir el paso del estrecho a los romanos. Pero ellos,
luego que llegaron, cubiertos de la oscuridad de la noche pasaron
el estrecho, y recibidos que fueron dentro de la ciudad, salieron
a dar la batalla al enemigo, en la cual vencieron a Hierón y tomaron
los reales de los cartagineses. Siguieron el alcance y la victoria
hasta la misma ciudad de Siracusa, donde tuvieron algún tiempo cercados
a los sicilianos que de la matanza escaparon. Asimismo
a lo cartagineses quitaron no pocas ciudades y pueblos. Trocadas las
cosas de esta suerte, Hierón también se apartó de ellos y tomó asiento
con los romanos. No desmayaron por esto los cartagineses; antes tanto
con mayor diligencia y brío juntaron una nueva y gruesa armada, y
levantaron nuevas compañías en España y por las marinas de la Galia,
y por la Liguria (que hoy es lo de Génova) según que Polibio lo testifica.
Con este aparato tornaron a la guerra contra los romanos, la cual
fue larga y dificultosa. Pero no hace a nuestro propósito declarar
todo lo que en ella sucedió, pues es bastante carga la que tomamos
de relatar las cosas de España. De la cual
refieren nuestros escritores, sin señalar ni lugares ni nombres, que
por este tiempo era trabajada de una guerra cruel y civil, sin perdonar
ni excusar muertes, robos y quemas que de todas maneras sucedían.
En Sicilia la guerra entre romanos y cartagineses se proseguía. Los
trances y sucesos fueron varios: ya los vencidos vencían, ya eran
vencidos los vencedores, hasta tanto que se dio una batalla naval,
año de la fundación de Roma de 502, en la cual las fuerzas de los
romanos fueron trabajadas, ca el general romano Cecilio Metelo fue vencido y puesto en huida, con pérdida, si creemos
a Eusebio, de noventa naves. Al contrario
los mallorquines se rebelaron contra los gobernantes de Cartago, y
muerta la guarnición de cartagineses, con un granizo de piedras forzaron
a la armada que estaba surta en el puerto, a salirse de él y echar
áncoras en alta mar, y como la furia de aquellos hombres salvajes
no se amansase, les fue necesario hacerse a la vela la vuelta de Cartago.
Para sosegar
aquella revuelta y ganar aquellos isleños era menester esfuerzo, autoridad
y maña. Por lo cual acordaron en Cartago de enviar para este efecto
un varón de conocida prudencia y de gran fama en las armas, por nombre
Amílcar Barquino. Este con la autoridad y destreza que tenía, juntó
y se ayudó de grande afabilidad en su trato, con la cual sin usar
de rigor ni de fuerza, redujo toda la isla al reposo y obediencia
de antes. En el cual tiempo, en una isla llamada Ticuadra
cercana a Mallorca, nació a Amílcar un hijo por nombre Aníbal, aquel
que con la grandeza de sus hazañas y con la fama de su valor hinchó
la redondez de la tierra. Plinio sin duda, si la letra no está errada, hace a Ticuadra patria de
Aníbal. Nuestros cronistas añaden que nació de madre española, y que
el gran Amílcar su padre, nombrado que fue por general para continuar
la guerra contra los romanos, año de la fundación de Roma de 507,
llevó a Sicilia en su armada a dos mil españoles y trescientos honderos
con intento de recobrar el señorío de aquella isla, que los suyos
habían perdido. Con estas gentes costeó y aún acometió las riberas
de Italia, y últimamente surgió con su flota en aquella parte de Sicilia,
donde está puesta la ciudad de Palermo con una ensenada y cala que
allí había no mala para las naves. Está allí cerca un monte empinado,
que por todas las partes tiene áspera la subida, debajo del cual se
extendía y extiende una llanura de doce millas en circuito, muy fresca,
hermosa y fértil a maravilla. En aquel monte se fortificó Amílcar,
y en él puso a sus gentes con intento que no le forzasen a venir a
las manos y dar la batalla de poder a poder, ca no quería aventurar
el resto en una pelea, y sólo pretendía trabajar al enemigo con escaramuzas
y rebates, convidar a los pueblos y ciudades comarcanas a tomar otro
partido, y junto con esto hacerse señor de la mar. Contra estos
intentos el cónsul Cayo Luctacio, enviado
que fue de Roma con una gruesa armada, llegó y dio fondo junto al
promontorio Lilybeo, donde está asentada la ciudad de Trapana. Asimismo a instancia de
Amílcar partió de Cartago una nueva armada, y por general de ella
un hombre principal que se llamaba Hannón.
Vinieron a las manos las dos armadas cerca del dicho promontorio Lilybeo
o cabo de Trapana. La batalla fue brava
y de las más famosas del mundo. La victoria quedó por los romanos,
la armada cartaginesa destrozada, ca sesenta naves fueron tomadas
por los romanos, y otras cincuentas echadas a fondo. El número de los muertos
y prisioneros fue conforme al número de las naves y grandeza de la
victoria. El temor de
la ciudad de Cartago cuando se supo la derrota fue tan grande, que
se determinaron y trataron de tomar asiento con los romanos. Dióse
el cuidado y comisión de hacer los conciertos y capitular a Amílcar,
capitán de no menor valor para sufrir los reveses de la fortuna, que
de esfuerzo para hacer la guerra. Hubo vistas de los dos generales
en las cuales se trató de las condiciones, y últimamente se concluyó
la paz en esta forma y con estas capitulaciones: los cartagineses
saquen sus huestes y soldados de Sicilia y de las islas comarcanas;
no hagan algún agravio o molestia a Hierón ni a los demás confederados
de los romanos; paguen a ciertos tiempos y plazos dos mil y doscientos
talentos euboycos, y esto por castigo y
por los gastos hechos en la guerra; suelten los cautivos que tuvieren,
sin rescate. Estas condiciones
no agradaron al pueblo romano. Por lo cual diez varones enviados con
autoridad de corregir y concluir este tratado,
añadieron mil talentos a la suma que estaba concertada. Además de
esto mandaron que los cartagineses no solo saliesen de Sicilia, sino
también de las otras islas que estaban puestas entre Sicilia e Italia.
Con tanto, se dejaron las armas y se concluyeron las paces el año
veinte y dos después que la guerra se comenzó, pero de tal manera
que todos entendían no faltaba voluntad a los cartagineses de volver
a la guerra y a las armas, y que lo harían luego que tuviesen fuerzas
bastantes, con mayor brío y porfía que antes. Las condiciones que
les pusieron eran muy pesadas, y por tanto se persuadían no las guardarían
más de cuanto les fuese forzoso. Fue este año
desgraciado para España por la sequía que padeció y falta de agua,
y por los ordinarios temblores de tierra, con los cuales una parte
de la isla de Cádiz dicen se abrió y se hundió en el mar. Nunca las adversidades
paran en poco, antes vienen de ordinario enlazadas unas de otras,
como se vio en la ciudad de Cartago que le sobrevinieron nuevos desastres
y daños. Y fue que a un mismo tiempo en África y en Cerdeña se amotinaron
los soldados cartagineses, porque no les daban las pagas que de mucho
tiempo se les debían. En África los soldados que salieron de Sicilia,
luego que se amotinaron, nombraron por sus capitanes a Coto Africano
y a Sependio italiano de nación. Eran como
sesenta mil hombres: la ciudad no les podía satisfacer por estar sus
tesoros acabados con los gastos de aquella desastrada guerra. Volvieron
su rabia contra los pueblos y los campos comarcanos, con que pusieron
en gran cuidado y cuita a los de Cartago. Los de Cerdeña,
además de amotinarse, pasaron tan adelante que sus mismos soldados
se conjuraron contra su capitán Hannón sin
parar hasta ponerle en la cruz por haberse con ellos ásperamente.
Fuera enviado este capitán para apaciguar el motín que allí se había
levantado. Con su muerte se juntaron los soldados de Hannón
con los amotinados de antes, y por algún tiempo tuvieron el señorío
y mando de la isla, hasta tanto que echados por los naturales de ella,
se huyeron y pasaron a los romanos, de los cuales de tal manera fueron
recibidos y amparados, que no los tornaron a enviar a Cerdeña. Mas
por otra parte ellos armaron muchas naves para quitar a los cartagineses,
como lo hicieron, la posesión de aquella isla. Fue este grave sentimiento
para los de Cartago, que consideraban cuantas fuerzas perdían con
haberles antes quitado a Sicilia, y al presente despojado de Cerdeña.
Los romanos se excusaban con el concierto y capitulaciones pasadas,
por las cuales pretendían que los de Cartago debían partir mano y
salirse de la una y de la otra isla. Para mitigar esta pena usaron
de blandura y de maña. Y fue que sin ser requeridos enviaron trigo
a Cartago para remedio de la hambre que se
padecía gravísima en aquella ciudad, causada de la falta de labor
por los alborotos que no dieron lugar a sembrar los campos, dado que
Amílcar Barquino, nombrado de los suyos por capitán contra los amotinados
de África, los había quebrantado y cansado con paciencia de tres años,
y vencido después en una señalada batalla que les dio. Reparadas las
cosas con esta victoria, y disimulado el dolor de haberles quitado
a Cerdeña, tornaron a tratar de lo de España, en la cual por caer
tan lejos de Roma, pensaban podrían extender su señorío, y con mayores
ventajas recompensar los daños pasados. Nombraron a Amílcar para aquel
cargo con autoridad suprema de hacer y deshacer. El cual
al partirse de Cartago, según la costumbre, hizo primero sus votos
y ofreció sus sacrificios. Hallóse presente su hijo Aníbal, niño de nueve años, porque
le quería llevar consigo a España. Hízole
tocar el altar, y que jurase por expresas palabras que en siendo de
edad, vengaría su patria contra los romanos, y tomaría contra ellos
las armas. Tenía Amílcar otros tres hijos menores que Aníbal, es a
saber Asdrúbal, Magón y Hannón. Hízose Amílcar a la vela, y luego que llegó a Cádiz,
los turdetanos, que sin hacer mudanza se habían conservado en la amistad
de Cartago, enviaron embajadores a darle la bienvenida y ofrecerle
sus gentes y sus fuerzas, si las hubiese menester. Con esta ayuda
Amílcar no sólo recobró lo que antiguamente los suyos poseían en tierra
firme, pero aún se apoderó de toda la Bética, parte por fuerza, y
parte por voluntad de los naturales, que fue el año de la fundación
de Roma de 516. Era esta gente
por aquel tiempo tan rica, que como dice Estrabón, usaban de pesebres
y de tinajas de plata. Añaden que costeando con su armada las riberas
del mar Mediterráneo, se metió por Ebro arriba, donde fundó un pueblo
que antiguamente llamaron Cartago la vieja, y hoy se entiende que
sea Cantavecha, un pueblo pequeño de los
caballeros y orden de San Juan, distante de la ciudad de Tortosa entre
Poniente y septentrión por espacio de diez leguas, en los pueblos
dichos antiguamente ilercaones, donde sin duda la puso Ptolomeo. Por
lo cual claramente se entiende cómo se engañan los que sienten que
Cartago la Vieja fuese o la misma ciudad de Tortosa, o, tres leguas
hacia el levante donde sale el sol, una aldea llamada Perelló por
ciertos paredones que allí hay, rastros manifiestos de edificio antiguo.
El año siguiente
se apoderó de todas las marinas, donde los bastetanos y contéstanos
se extendían hasta el mar, en las cuales comarcas hoy están las ciudades
de Baza y Murcia, y no dista mucho de allí la de Sagunto. De la cual
vinieron embajadores a Amílcar para darle el parabién de las victorias
y traerle presentes, si bien los de aquella ciudad estaban muy lejos
de entregársele, aunque fuese con muy honestos y aventajados partidos.
Despidióles pues benignamente y con buenas
palabras, pero el deseo que tenía de apoderarse de aquella ciudad
era muy grande. Era menester buscar algún color para hacerlo, y para
cubrir su mal ánimo con capa de honestidad. Acordó de persuadir a
los turdetanos que en los términos de Sagunto edificasen una ciudad,
la cual consta se llamó Turdeto, y algunos
quieren que sea Teruel, apartada veinte leguas de Sagunto. Esto sienten
movidos sólo por la semejanza del nombre,
conjetura las más veces engañosa y flaca. Resultó de aquel principio
y por aquella causa diferencia entre aquellas dos naciones o ciudades,
ocasión a propósito para lo que pretendía Amílcar, que era apoderarse
de los saguntinos y quitarles la libertad. Ellos por sospechar lo
que era, se resolvieron de no alborotarse, ni tomar las armas contra
los turdetanos. A la boca del
río Ebro hicieron los cartagineses fiestas y alegrías por todas las
victorias pasadas, junto con celebrarse las bodas de Himilce,
hija de Amílcar, con Asdrúbal, deudo del mismo,
el año que se contaba de la ciudad de Roma 521. Hacíanse
estos regocijos, y no por eso el capitán cartaginés se descuidaba
de lo que a la guerra tocaba; antes desde allí envió embajadores a
los principales de la Galia para ganarles las voluntades, por tener
entendido que su amistad podría ser muy a propósito para la guerra
que en teniendo a España sujeta, pensaba hacer contra los romanos.
Granjeólos con dávidas y con oro de que ellos eran muy codiciosos y España
muy abundante. Luego el año siguiente movió con su gente y armada
hacia los Pirineos. Corrió y sujetó todas aquellas riberas desde Tortosa
hasta el río que hoy llamamos Llobregat y antiguamente se llamó Rubricato.
Poco adelante del cual fundó la nobilísima ciudad cabeza de Cataluña
con nombre de Barcelona por los Barquino, del cual linaje él era.
Otros atribuyen la fundación de Barcelona a Hércules el libio, otros
a la ciudad de Barcilona que estaba en Asia en la provincia de Caria. Pero
autores más en número y de mayor antigüedad cuentan a nuestra Barcelona
entre las poblaciones cartaginesas, con lo que se refutan las dos
opiniones postreras, y la primera se comprueba. Trataba de
estas cosas Amílcar, y juntamente pretendía apoderarse de Roses y
de Ampurias, ciudades cercanas, y que resistían a sus intentos por
estar aliadas con los saguntinos, cuando muy fuera de su pensamiento
le sobrevino la muerte en los pueblos edetanos, donde era vuelto por
causa de acudir a las alteraciones que en la Bética estaban levantadas.
Fue muerto en una batalla que dio a los naturales que le salieron
en gran número al encuentro, el noveno año poco más o menos que vino
esta segunda vez a España. La pelea fue tan brava y sangrienta, que
de pasados cuarenta mil hombres que llevaba consigo, más de las dos
tercias partes murieron a cuchillo. Los demás, muerto su general,
se salvaron por los pies, y con la oscuridad de la noche se pudieron
recoger a las ciudades comarcanas de su devoción. Tito Livio dice
que esta batalla se dio junto a un lugar y pueblo que se llamaba Castro
Alto. Las fuerzas
y armas de los cartagineses después de esta derrota tan memorable
refieren que revolvieron sobre la Bética o Andalucía, donde echaron
por el suelo una población de los focenses, sin declarar que nombre
tenía. Sólo dicen que fue la primera que se alborotara en aquellas
partes. Así la que fue primera ocasión del daño, fue primeramente
castigada. Esto en España. En Cartago,
sabida la muerte de Amílcar, se trató en aquel Senado de enviar sucesor
en su lugar para el gobierno de España. Hubo gran debate sobre el
caso, y no se conformaban los pareceres. La ciudad estaba toda dividida
en dos bandos, los Edos y los Barquinos, las cuales dos parcialidades y familias
en poder, riquezas y autoridad sobrepujaban a las demás. Los Barquinos
querían que Asdrúbal fuese elegido para aquel cargo. Los Edos,
por envidia que les tenían, pretendían enviar de su linaje gobernador
a España de donde se recogían grandes riquezas. En tanto que por estos
debates la resolución se dilataba y estas diferencias andaban, llegó
Aníbal desde España muy a propósito a Cartago. Con su llegada confirmó
las voluntades y fuerzas de su bando, y se enflaquecieron los intentos
del contrario. En fin, con sus amigos, y por su autoridad y negociación
hizo tanto, que el cargo de España se encomendó a Asdrúbal su cuñado.
Entró en el
Senado, hizo un largo y estudiado razonamiento. Relató los trabajos
de su padre, las cosas que gloriosamente había acabado, como por su
esfuerzo quedaba domada España, su desgraciada muerte, la cual resultó
no por alguna culpa suya, sino por la adversidad de la fortuna. Que
dejaba fundadas nuevas ciudades, y en las antiguas puestas buenas
guarniciones. Que la esperanza de sujetar todo lo demás de aquella
provincia era grande, si por el mismo camino y traza se continuaba
el gobierno. Erraban si creían que los ánimos feroces de los españoles
se podían domar por sola fuerza. Que Asdrúbal era de edad a propósito,
grande su autoridad, su esfuerzo y valentía, y no sólo en las armas
era ejercitado, sino también en la elocuencia, y en particular tenía
grande destreza y maña para tratar los ánimos de los naturales. Que
en él solo las voluntades así de los ejércitos como de los confederados
se conformaban. En señal de lo cual sacó un envoltorio de cartas que
a su partida le dieron españoles y capitanes. Mirasen una y otra vez,
que con la mudanza del gobierno y con nuevas trazas, no se enajenasen
las voluntades de aquella nobilísima provincia, la cual ganada quedarían
acrecentados con sus riquezas y fuerzas, y no tenían que temer adelante
algún revés ni desastre. Con aquel razonamiento y con las cartas quedó
convencido el Senado para que el cuidado y gobierno de España se encomendase
a Asdrúbal, como se hizo, año de la fundación de Roma de 524. El cual pasado,
dado orden de las cosas de España, el mismo Asdrúbal, acompañado de
los principales de su gobierno, se partió para Cartago, que pensaba
y aún pretendía gobernar a su voluntad toda la república, y que él
solo tendría más mano y poder que todos los demás magistrados. Esto
pensaba él. Las cosas sucedieron muy al revés, pues por maña y artificio
de la parcialidad contraria, el pueblo y el Senado se persuadió que
con ayuda de su cuñado Aníbal pretendía hacerse rey y señor de aquella
ciudad libre. Pasó la alteración por esta causa y las sospechas tan
adelante, que fue forzado a dar la vuelta y embarcarse para España.
Estaba la provincia
sosegada, por lo cual se determinó edificar en aquella parte por donde
los contéstanos se tendían a la ribera del mar, una ciudad que llamaron
Cartago la nueva, a distinción de la otra que (como dijimos) Amílcar
fundó cerca del río Ebro. Llamóse también
esta nueva ciudad Cartago Espartaría por
el mucho esparto que hay por aquellas comarcas. Tiene otrosí un buen
puerto, seguro de cualquier tormenta de vientos por los collados que
lo rodean, como con un compás está cerrado, con una estrecha entrada,
y para mayor seguridad una isleta que le está puesta por frente como
baluarte. La cual los antiguos llamaron Hercúlea, los latinos Scombraria, de cierto género de pescado de que hay en aquellos
lugares grande abundancia. Púdose esta población
comparar antiguamente con cualquier grande ciudad en la anchura de
los muros, hermosura de los edificios, arreo, nobleza y número de
ciudadanos. Al presente, aunque reducida a pequeño número de moradores,
todavía conserva claros rastros de su antigua nobleza. Los romanos,
avisados de todo lo que en España pasaba, maguer que ardían en deseos
de contrastar a los intentos de los cartagineses y desbaratarles sus
trazas, pero porque no pareciese eran ellos los primeros a quebrantar
el concierto y asiento que tomaron poco antes, acordaron de disimular
por entonces. Principalmente que eran avisados de la Galia Ulterior
como aquella gente se conjuraba con los de la Galia Cisalpina, que
hoy es Lombardía, en daño del pueblo romano. Contentáronse pues con enviar una embajada a Marsella con
voz y son de desbaratar lo que pretendían los galos, mas
hecho en verdad con intento de concertarse por medio de los de Marsella
con los pueblos que tenían los de aquella ciudad por amigos en las
marinas de España, lo que fácilmente alcanzaron, y se efectuó en odio
de los cartagineses, de quien mucho todos se recelaban. Los que primero
hicieron alianza con los romanos fueron los de Ampurias, ciudad contada
entre los pueblos que antiguamente se llamaron Indigetes, los cuales
partían término con los laietanos
por una parte, y por otra con los ceretanos, y se extendían desde
el río dicho Sameroca, hoy Sambucha, hasta lo
postrero de los Pirineos. Por medio de los de Ampurias, y a su instancia,
se concertaron también los de Sagunto y los de Denia, que fue el principio
y la ocasión de la nueva y gravísima guerra que no mucho después de
esto se encendió entre los cartagineses y los romanos. No se podían
encubrir tan grandes prácticas y negociaciones que no las entendiese
Asdrúbal, ni tampoco lo que los romanos pretendían, mas parecióle
disimular hasta tanto que todo estuviese a punto para la guerra que
quería darles. Trató de asegurar las ciudades de su devoción. Procuró
por sus cartas que Aníbal volviese en España desde Cartago, donde
hasta entonces le habían entretenido como por rehenes y seguridad
de que Asdrúbal haría lo que era razón. Hubo grande dificultad en
alcanzar del Senado la licencia para volver a España, a
causa que Hannón, cabeza del bando
contrario, hacía grande resistencia diciendo convenía que le acostumbrasen
a vivir en igualdad con los demás ciudadanos, y como particular obedecer
a las leyes, recato muy a propósito para conservar su libertad. Llegado
a España, los soldados y los amigos le recibieron con grande muestra
de alegría. Asdrúbal le nombró luego por su lugarteniente, que fue
año de la fundación de Roma de 528, en el cual tiempo vinieron a España
embajadores enviados de Roma. Los cuales,
luego que les fue dada audiencia, declararon la causa de su venida,
es a saber que los de Cartago días había eran confederados y amigos
del pueblo romano; que con el mismo de nuevo los españoles de la España
Citerior se habían concertado y hecho paz. Por donde para que el un
concierto no perjudicase al otro, pedían (lo que era muy justo) que
los cartagineses en España tuviesen por término de su conquista y
jurisdicción al río Ebro. Y sin embargo no tocasen los términos de
los saguntinos, si bien estaban puestos de la otra parte del río.
En conclusión, que los unos no hiciesen daño ni agravio a los amigos
y aliados de los otros. Quien esto quebrantase, fuese visto contravenir
a las leyes del concierto y alianza que tenían hecha. Esta embajada,
como era razón, dio gran pesadumbre a los cartagineses, por adelantarse
tanto los romanos que en provincia ajena pusiesen leyes a los vencedores.
Con todo esto, por dar tiempo al tiempo, entre tanto que se apercibían
de lo necesario para la guerra, consintieron y vinieron en todo lo
que los embajadores pidieron en nombre de su ciudad. Tanto más que
desde Italia avisaban como los galos transalpinos
aunque iban juntos con los de la Cisalpina, y por el mismo caso más
espantables, fueron desbaratados por los romanos en una grande batalla
en la que quedaron muertos cuarenta mil de ellos, y diez mil presos.
Partiéronse con tanto los embajadores. Asdrúbal gastó
tres años enteros en aparejar lo que para la guerra que pensaba hacer
entendía ser necesario, como dineros, pertrechos y soldados, con todo
lo demás. Pero sus pensamientos e intentos atajó
la muerte cuando menos lo pensaba, que le sobrevino el año segundo
de la Olimpíada, 139 de la fundación de Roma. Matóle
un esclavo en venganza de su señor, y dado la muerte al dicho Asdrúbal
junto al altar donde estaba sacrificando, que
si bien fue luego preso, y le desmembraron y despedazaron con diversos
tormentos, nunca dijo ni hizo cosa que mostrase tristeza, antes lo
sufrió todo con rostro muy alegre y regocijado.
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