cristoraul.org

LOS CRONICONES

 

CRÓNICAS VISIGODAS

 

 

Los Godos comúnmente se cree que salieron de los países helados del Norte, y buscando climas más templados y más fértiles, se establecieron en las riberas de la laguna Meótida y del mar Negro hacia las bocas del Danubio. Los antiguos historiadores les dan el nombre de Socitas y Getas, palabra que era común a todas las tribus y naciones que habitaban las partes septentrionales de la Europa y del Asia, que les eran poco conocidas. Estos bárbaros, habiendo llegado a los confines del Imperio Romano, empezaron a hacer correrías en las provincias vecinas a su país únicamente para robar, y luego llenos de botín se volvían a sus antiguas moradas. Con el tiempo se hicieron más audaces; y antes de concluirse el segundo siglo de la Era cristiana habían pasado el Danubio y penetrado hasta la Tracia. Poco tiempo después saquearon la Macedonia. Es muy regular que muchas tribus de estos salvajes se reunirían bajo unos mismos jefes con el deseo de enriquecerse a ejemplo de los demás, y así formarían una nación poderosa que tantas veces hizo temblar a los Romanos antes de destruir su imperio. Quizás tomó el nombre de Godos porque la tribu de estos era la más fuerte, y los Generales que la gobernaban eran más valerosos y más prudentes.

Los Godos se dividieron en Ostrogodos o Godos orientales, y Visigodos o Godos occidentales, llamando así a los primeros porque vivían a la parte izquierda del Danubio que es la oriental, y Visigodos a los que ocupaban la parte derecha del mismo rio que es la occidental. No se sabe cuándo se hizo esta división, pero constaron toda certeza que en tiempo del Emperador Valente formaban ya dos naciones muy poderosas, que cada una de ellas tenía su Rey diferente. Atanarico lo era de los Ostrogodos, y Fritigernes gobernaba los Visigodos, los cuales atacaron el Imperio diferentes veces, siendo unas vencedores y otras vencidos. En tiempo de Teodosio el Grande estuvieron quietos y tranquilos, más después de su muerte bajo el mando de Radagaiso y de Alarico invadieron la Italia. Estilicón fue en busca del primero con un ejército poderoso, y habiéndolo encontrado cerca de Florencia, apenas vieron los bárbaros las águilas Romanas se llenaron de terror y espanto, y se retiraron a las asperezas del Apenino, donde fueron sitiados y el hambre les obligó a rendirse a discreción, y su General fue cogido y pagó con la vida su temeridad.

Los Vándalos , los Suevos, los Silingos y los Alanos, naciones salvajes que estaban establecidas en Alemania, aprovechándose de estas turbulencias, pasaron poco tiempo después el Rin, y saqueando y quemando las provincias de las Galias llegaron hasta los Pirineos sin resistencia.

Alarico al mismo tiempo se dirigió a la Italia pidiendo el tributo que le habían prometido alguna provincia donde fijar su residencia. Las legiones Romanas que había en Inglaterra proclamaron Emperador a Constantino, soldado raso y sin ningún mérito, y habiendo pasado a las Galias derrotaron a los bárbaros cerca de Cambray. Esta victoria llenó de orgullo al usurpador, el cual para asegurarse en el trono hizo ocupar los desfiladeros de los Alpes, y conociendo que su principal apoyo había de ser la España, envió a ella Legados para atraerla a su partido. Dídimo y Veriniano, parientes de Honorio, levantaron gentes para defender la España de la irrupción de los bárbaros, y mantenerla en la devoción del Emperador legítimo, y fueron a ocupar los pasos de los Pirineos. Constantino envió con tropas a su hijo Constante, que había sacado de un Monasterio, y le había nombrado César y sucesor en el trono: derrotó fácilmente el ejército de los Pirineos, persiguió a los dos hermanos que huyeron hacia la Lusitania, y con nuevas tropas que levantaron, tentaron otra vez la suerte de la batalla; pero fueron desbaratados y presos. Toda la España quedó sujeta a Constantino; y Constante desando por Gobernador al Conde Geroncio con las tropas auxiliares de los bárbaros que tenía en su ejército, se volvió a las Galias, llevando consigo los prisioneros Dídimo y Veriniano, a quienes mandó decapitar su padre en Arlés. Se dice que en este tiempo Alarico en virtud del tratado que había hecho con Honorio el año anterior, se puso en marcha con su ejército para librar a las Galias y a la España del imperio del tirano, y que al pasar por los Alpes Cotios fue derrotado por el General Saulo que Estilicón había enviado contra él, violando expresamente sin conocimiento de Honorio la fe de los tratados; y que irritado Alarico por esta perfidia, volvió con sus tropas hacia la Italia y se encaminó a Roma.

En este mismo año los Vándalos con su Rey Gunderico, los Alanos mandados por Attace, los Suevos bajo las órdenes de Ermenerico, y los Silingos que tenían a su frente al General Respendial, que todos se habían reunido después de haber sido derrotados por Constantino, convidados por los bárbaros que guardaban los pasos de los Pirineos, que eran sus amigos, pasaron a gozar de las riquezas de España y a establecerse en ella.

Luego que estas naciones feroces entraron en España, empezaron a destruir y a quemar cuantos pueblos encontraban, degollando a niños, mujeres y viejos; de manera que todas las gentes llenas de terror y espanto se refugiaban en las ciudades fuertes llevando consigo lo que podían; pero encerrados en ellas, y faltos de comestibles, padecieron un hambre tan cruel que se comían hasta los animales más inmundos, y hubo madres que se comieron a sus hijos. Entradas estas ciudades por la fuerza todo lo pasaban a degüello sin tener ninguna compasión; de manera que muchos huyeron a los montes queriendo más vivir con las fieras que con hombres que eran más feroces que ellas: los lobos y otros animales mon­teses cebados con la carne humana, no hallando cadáveres, embestían a los vivos, los despedazaban y los devoraban; y para colmo de la desgracia se encendió una peste tan horrorosa que casi quedó enteramente desierta.

Alarico engañado muchas veces por Honorio sin querer jamás consentir en hacer la paz, puso sitio a Roma, la tomó, la saqueó, y la destruyó. Después se encaminó a Sicilia, y habiendo embarcado una gran parte de su ejército para pasar al África, en las costas de Sicilia le acometió una tempestad tan horrorosa, que naufragó a su misma vista. Esta desgracia le causó tanto sentimiento que murió de repente en Cosenza: el ejército le lloró, y lo enterró en el rio Busento con las alhajas más preciosas del saco de Roma.

Después de la muerte de Alarico subió al trono Ataulfo, que era hermano de su mujer, general activo, que había dado muchas pruebas de valor en los combates en que se había hallado, y se encaminó a la conquista de los dominios de la Galia y España que se habían cedido a los Godos, llevando consigo a Gala Placidia hermana del Emperador que se había hecho prisionera en el saco de Roma. En este tiempo el Conde Geroncio que había sido dos años antes depuesto por Constante, para vengarse de esta injuria, pasó los Pirineos con un cuerpo de bárbaros, quitó el gobierno de la España a Justo, y le mató; y reunidas con él las tropas imperiales veteranas que éste tenía, hizo proclamar Emperador a Máximo, y dejándolo en Tarragona volvió a Francia para hacer la guerra a los tiranos: se apoderó de Viena, y hecho prisionero Constante, luego le quitó la vida: desde allí pasó a Arlés donde estaba el tirano Constantino y puso sitio a esta ciudad; mas habiendo llegado contra él el conde Constancio, General del Emperador Honorio, le abandonaron la mayor parte de los soldados, y con los pocos que le quedaron se huyó a España. Constancio puso sitio a Arlés, se apoderó de Constantino y de su hijo Juliano, y les envió a Honorio el cual les mandó quitar inmediatamente la vida. Llegado Geroncio a España, los soldados se alborotaron contra él, y retirado á su casa se defendió contra ellos mientras tuvo armas: los alborotados pusieron fuego en ella, y viéndose sin recurso para salvarse, mató a su mujer Noniquia, a un criado suyo, y después a sí mismo para no caer en manos de sus enemigos.

Las naciones bárbaras que habían entrado en España sortearon entre sí de común acuerdo las provincias donde debían establecerse: a los Suevos con algunos Vándalos cupo el Reino de Galicia, que entonces comprendía Asturias y tierra de Campos hasta el rio Duero : los Alanos se establecieron en la Lusitania, que entonces comprendía la Extremadura con los Obispados de Coria , Ciudad-Rodrigo y Salamanca; y los Vándalos en la mayor parte de la Bética.

El tirano Máximo viéndose sin fuerzas para sostenerse en el trono, abandonó la púrpura y se pasó a los bárbaros que ocupaban las otras partes de España. Ataulfo entrado en las Galias con su ejército saqueaba todos los pueblos; y para apresurar la paz que tanto deseaba, hizo proponer a Honorio que si quería consentir en ella le enviaría las cabezas de los dos tiranos Jovino y Sebastián su hermano que se habían le­vantado contra él. Honorio accedió a la proposición ofreciéndole a él y a los Godos la Aquitania para establecerse en ella como súbditos del Imperio, y darles sueldos y víveres para que viviesen en paz con tal que le restituyese a su hermana Gala Placidia. Ataulfo admitió estas condiciones, y luego se apoderó de los dos tiranos y se los envió. El Conde Constancio volvió a las Galias para que Ataulfo, en cumplimiento del tratado, le entregase la hermana del Emperador; mas como el Godo estaba enamorado de ella se excusó con diferentes pretextos, y fue necesario venir a las armas. Los Godos se apoderaron de muchas ciudades marítimas con pérdida de mucha gente porque se defendieron con el mayor valor, y puso su cuartel general en Narbona con el ánimo de continuar sus conquistas. En esta ciudad celebró en público su matrimonio con Gala Placidia, con la mayor pompa y solemnidad. Las tropas de los Romanos le incomodaban por todas partes, y por este motivo pasó a España, y se apoderó de Barcelona. Poco tiempo después de haber llegado a esta ciudad fue asesinado hacia el mes de Agosto o de Setiembre en la caballeriza de su palacio por un criado suyo llamado Dobio para vengar la muerte del Príncipe Saro, a quien él había servido antes y estimaba mucho; Ataulfo encargó antes de su muerte a su hermano, que no se nombra, que entregase su mujer Placidia a Honorio, y conservase la paz que tenía sentada con los Romanos, después de lo cual murió y fue enterrado en Barcelona.

Subió al trono de los Godos Sigerico, hermano de Saro, a quien Ataulfo había mandado matar; y luego que fue proclamado Rey hizo quitar la vida a todos los hijos que Ataulfo había tenido de su primera mujer, y trató con el mayor desprecio a Gala Placidia haciéndola andar a pie delante de su caballo cuando salía a paseo. Siete días después de haber subido al trono fue asesinado, y fui proclamado en su lugar Walia, el cual hizo la paz con los Romanos contra la voluntad de sus gentes. Los Vándalos sospechando que los Godos habían venido a hacerles la guerra, empezaron a hacer irrupciones en las provincias de los Romanos llevándolo todo a sangre y fuego, obligando a los labradores y otras gentes del campo a refugiarse en las ciudades fortificadas para librarse de su furor. Walia se embarcó con los suyos en la gran flota que había quedado de su predecesor para pasar a África; mas apenas se habían hecho a la mar fueron acometidos de una tempestad tan deshecha, que se vieron en peligro de perderse, y volvieron a tomar tierra en España.

En vista de esta desgracia todos se inclinaron a hacer la paz con los Romanos, y Honorio que deseaba recobrar a su hermana que tanto tiempo había estado cautiva, consintió en ello; y por medio de su Embajador Empluciano se concluyó un tratado con las condiciones siguientes : que los Godos entregasen a Gala Placidia : que echasen a los bárbaros de España y restituyesen al Imperio las provincias que ocupaban: que por parte del Emperador se les darían tierras en la Aquitania para establecerse y 6oo fanegas de trigo para sustentarse, quedan­do dependientes y confederados del Imperio. Fir­mado este tratado por ambas partes, Walia entregó al Embajador a Gala Placidia, y empezaron a hacer los preparativos para la guerra contra los bárbaros. Luego que llegó Gala Placidia a la corte, Honorio la casó con el Conde Constancio, que había dado tantas pruebas de valor, para asegurarse más de su fidelidad, y después puso a su man­do las tropas del Imperio. Walia se dirigió con sus gentes a la Andalucía para atacar a los Vándalos, y habiéndolos encontrado en los campos de Córdova los derrotó, les fue siguiendo, y cerca de Cádiz donde estaban ya reunidos les dio otra batalla, consiguió una victoria completa, y toda esta provincia quedó sometida al Imperio de los Ro­manos, refugiándose los restos de esta nación feroz con su Rey Gunderico en los estados de los Suevos en Galicia.

El año siguiente (418) Walia continuó sus conquistas por la Lusitania , derrotó enteramente a los Alanos quedando muerto en la batalla su Rey Attace, y se juntaron los que escaparon de la derrota con los Vándalos que ocupaban la parte occidental de Galicia; y así la Lusitania volvió otra vez al poder de los Romanos. Los Vándalos y Suevos, temerosos de las armas de Walia, pidieron la paz al Conde Constancio, ofreciéndole que vivirían sujetos y dependientes del Imperio. El General Romano condescendió con sus súplicas, y mandó suspender las hostilidades a los Godos; y confirmada la paz que se había hecho con ellos, pasaron los Pirineos a tomar posesión de las tierras de Aquitania, y Walia estableció su corte en Tolosa, donde murió con gran sentimiento de sus súbditos, desando una hija que casó con 457 un caballero Suevo de los que estaban en Galicia, la cual fue madre del famoso Ricimer.

Sucedió en el trono de los Godos Teodoredo pariente de Walia, que otros llaman Teodorico. En este tiempo se hicieron una cruel guerra los Vándalos y Suevos que estaban en Galicia. Ermenerico Rey de los Suevos, que con tanta generosidad había recibido en sus estados a los Vánda­los cuando estaban del todo perdidos, fue atacado por estos, y habiendo sido derrotado se retiró a la aspereza de los montes Nervasios, donde lo sitió Gunderico; mas el Conde Asterio, que gobernaba la España por el Emperador, voló a su socorro y obligó a los Vándalos a levantar el sitio. Irritados estos se echaron sobre la Lusitania, y saquearon y destruyeron Braga y las demás ciudades de esta provincia. Después (421) entraron en la Bética, y sin que los Generales Romanos se atreviesen a medir las armas con ellos, se apoderaron de todas las costas del Mediterráneo hasta el Ebro derramando por todas partes el terror. El Emperador Honorio entró en la mayor consternación: levantó nuevas tropas y pidió socorro a Teodorico Rey de los Godos; y el año siguiente para exterminar de una vez a estos bárbaros envió un ejército muy fuerte compuesto de Romanos, Godos y Francos bajo las órdenes del General Castino; y para asegurar mejor la empresa hizo pasar también a España al Conde Bonifacio con las tropas que mandaba en África. Castino lleno de arrogancia le trató con mucho desprecio y le hizo volver a su provincia: después se fue a atacar a los Vándalos y tuvo al principio algunos sucesos favorables, de manera que les obligó a encerrarse en una ciudad donde estaban tan apretados que querían rendirse a discreción; mas Gunderico, ganados los Godos y los Francos teniendo con ellos correspondencias secretas, salió a dar la batalla a Castino. El combate empezó por una y otra parte con el mayor denuedo; mas habiéndose retirado los Godos, la victoria se declaró por los Vandalos, quedando enteramente destrozado el ejército Romano, y Castino para salvar su vida huyó a Tarragona de donde pasó a Italia, dejando a los enemigos dueños de toda la Andalucía.

Gunderico aprestó una armada, y con ella pasó a saquear las Islas Baleares y las costas de Cataluña y Valencia: después puso sitio a Cartagena donde halló más resistencia de la que él pensaba; pero al fin habiéndola tomado por fuerza, la saqueó y la demolió entregándola a las llamas. Al mismo tiempo Ermenerico Rey de los Suevos em­pezó a hacer irrupciones en la Galicia saqueando y destruyendo las ciudades: los Gallegos se reunieron, cayeron sobre ellos, los derrotaron, y les quitaron todo el botín que habían hecho. Gunderico pasó desde Cartagena por lo interior de la Bética hasta Sevilla saqueándolo todo, y habiendo tomado por fuerza esta ciudad, cometió mil atrocidades en ella no perdonando a ninguna clase de personas: después queriendo saquear el templo de S. Vicente Mártir, apenas puso el pie en la Iglesia cuando quedó muerto de repente. Los Vándalos eligieron para sucederle en el trono a su hijo natural Genserico, joven de mucho valor y de grandes talentos militares. El Conde Bonifacio pasó el año siguiente (426) por orden de la Emperatriz Placidia a España para tratar de la paz con los Vándalos, la que se concluyó inmediatamente, porque a Genserico le convenía librarse de estos ene­migos tan poderosos para asegurarse más en el trono.

El Rey de los Godos Teodorico, queriendo dilatar su imperio en las Galias, puso sitio a Arlés. Placidia envió al socorro de la plaza al General Aecio. Anaulfo ó Ataulfo le salió al encuentro con un ejército considerable, y habiendo venido a las manos fue derrotado por los Romanos, y Teodorico se vio precisado a levantar el sitio y retirarse; y pedida la paz, la Emperatriz Placidia se la concedió. El Conde Bonifacio, que mandaba en África y había hecho tantos servicios al Imperio, derribado de la gracia de la Emperatriz por los artificios y calumnias del ambicio­so Aecio, se sublevó y llamó a su socorro a los Vándalos con quienes tenía contraída una estrecha amistad y parentesco por medio de su mujer. Placidia envió un ejército para reducirlo por fuerza a la obediencia, mas fue derrotado por Bonifacio, y como había perdido mucha gente en diferentes acciones, volvió a instar a Genserico a que pasase con sus tropas a África, lo que ejecutó sin pérdida de tiempo. Entre tanto Ermengario Rey de los Suevos, viendo que los Vándalos habían atravesado el Estrecho, se entró por la Lusitania llevándolo todo a sangre y fuego. Sabida esta noticia por Genserico retrocedió inmediatamente con su ejército, fue en busca de los Suevos, y hallándolos cerca de Mérida los hizo pedazos; de manera que Ermengario para salvarse huyó a uña de caballo, y habiendo entrado en el Guadiana se ahogó. Estando ya por esta parte seguro Genserico, volvió a pasar el Estrecho para ayudar al Conde Bonifacio y conquistar las provincias de África. Los Suevos eligieron por su Rey a Ermenerico, el cual, para asegurarse en el trono, vivió en paz con los Gallegos.

En el año siguiente floreció el famoso poeta Draconcio, que escribió en verso exámetro un poema de los seis primeros días de la Creación del Mundo, y una elegía al Emperador Teodosio el menor; comúnmente se cree que fue Español. Los Vándalos sitiaron a Hipona, y durante el sitio murió el gran S. Agustín Obispo de aquella ciudad que con tanta gloria ilustró la Iglesia con sus escritos. Los Suevos empezaron a saquear a los Gallegos, los cuales no teniendo fuerzas bastantes para resistirles, imploraron la pro­tección del General Aecio que estaba en las Galias, enviándole para este fin al Obispo Idacio. Al mismo tiempo los Gallegos que se habían retirado a los lugares y castillos fuertes, reunidos, hicie­ron algunas salidas, mataron y cautivaron a muchos de los enemigos. El General Aecio por medio del Conde Censorio, que envió al Rey Ermenerico, restableció la tranquilidad en aquel reino. Viendo la Emperatriz que no podía arrojar a los Vándalos del África con sus armas, propuso la paz a Genserico, el cual la aceptó con mucho gus­to, porque habiendo perdido mucha gente en las dos últimas batallas, necesitaba reforzar sus ejércitos para asegurarse en la conquista. Teodorico, Rey de los Godos, que estaba lleno de ambición, no haciendo caso de los tratados, empezó a extender sus dominios conquistando muchos pueblos. Llegado a Narbona, puso sitio a esta ciudad, y guando estaba ya muy apretada, el Capitán Litorio entró por medio de los enemigos en la pla­za introduciendo los víveres que llevaba. Entre­tanto juntó un grande ejército Aecio para castigar la insolencia de los Godos y arrojarles de todas las Galias, pero al mismo tiempo quiso asegurarse de los Suevos haciendo con ellos una firme confederación. Por su parte Teodorico también quiso atraer a Ermenerico Rey de los Suevos enviándole un Embajador para solicitar que hiciese con él una liga ofensiva y defensiva, preparándose él al mismo tiempo contra los Romanos. Aecio pasó con un ejército muy numeroso a las Galias, y en varios encuentros que tuvo contra los Godos les mató mucha gente, pero sin llegar a darse una batalla decisiva : al mismo tiempo Ermenerico que se ha­llaba bastante debilitado por los achaques que padecía, con consentimiento de los principales señores, trasladó la corona a su hijo Rechila, joven de mucho espíritu y de grandes talentos militares, el cual habiendo juntado luego un ejército se entró por Andalucía saqueando todos los pueblos; y habiéndole salido al encuentro Andeboto General de los imperiales, junto al rio Genil vinieron a las manos los dos ejércitos en la comarca de Antequera: la victoria quedó por los Suevos, y se apoderaron de todo aquel país. Aecio, que deseaba acabar de su­jetar a los Godos, envió contra ellos con un ejército fuerte al General Litorio, y cerca de Narbona se dio una batalla que fue muy reñida. El Rey Teodorico y el General imperial hicieron por su parte quinto pudieron para animar a los soldados: la victoria estuvo mucho tiempo indecisa; pero después de haber combatido una gran parte del día quedó vencedor el Rey de los Godos y hecho prisionero Litorio; mas como la pérdida que había tenido Teodorico había sido muy grande, pidió la paz a Aecio y se concluyó sin dificultad ninguna.

Al mismo tiempo continuaba sus conquistas el Rey de los Suevos, rindió á Mérida, y se apoderó de casi toda la Lusitania. Para contener sus progresos el Emperador Valentiniano le envió por Embajador al Conde Censorio, pidiéndole en virtud de los tratados que se abstuviese de con­quistas y de inquietar a los súbditos del Imperio. Rechila despreció sus proposiciones, y el Conde tuvo que retirarse a Mertola, lugar situado cerca del rio Guadiana, que antiguamente se llamaba Mirtilis. Los Suevos le siguieron con su ejército, pusieron sitio a la plaza, y la tomaron quedando prisionero el Embajador (441). El Rey Ermenerico murió en Mérida después de haber sufrido una lar­ga enfermedad, y habiéndole sepultado con la magnificencia correspondiente a su dignidad, Re­chila se puso en campaña, conquistó muchos pueblos de Andalucía, puso sitio a Sevilla, y a poco tiempo se le rindió. Tomadas las demás ciudades de la Bética sin hallar oposición, redujo a su obediencia la Carpetania que hoy se llama el reino de Toledo. Al mismo tiempo los soldados de la provincia Tarraconense, porque no se les pagaba, se juntaron con los bandidos y todo lo llenaron de robos y muertes. El Emperador Valentiniano envió al Conde Asturio con tropas para perseguir y castigar a estos forajidos y ladrones, el cual luego que llegó a la provincia cumplió tan bien con su comisión, que la dejó limpia de gente tan malvada matando a muchos de ellos en diferentes acciones que tuvo, y haciendo quitar la vida a los que cogía prisioneros. El año siguien­te se le envió por sucesor en el mando a su yerno Merobaudes, que se cree fue Español, el cual acabó de exterminar a los forajidos que se habían retirado a los montes ásperos que hay entre Vizcaya y Navarra. Los Suevos en este año parece que estuvieron quietos y no continuaron sus conquistas.

Los Vándalos infestaron con sus naves las costas del Mediterráneo y del Océano saltando en tierra en muchas partes, robando y matando a las gentes: en las costas de Galicia hicieron un desembarco (445), y habiendo apresado muchas personas, las llevaron cautivas a Cartago. El Emperador Valentiniano envió con un ejército al General Avito a España para recobrar las provincias de la Bética y de Cartagena, que los Suevos le habían conquista­do. Las tropas auxiliares de los Godos que llevaba en su ejército cometían tantos robos, y el General Romano hacia tales exacciones en los naturales, que todo el país estaba más descontento de ellos que de sus enemigos. Rechila le salió al encuentro, y habiendo venido a las manos le derrotó tan completamente, que apenas se salvó el General con algunos pocos huyendo; y después de esta victoria entró en las provincias del Imperio, llevándolo todo a sangre y fuego. Concluida esta campaña se retiró a sus Estados lleno de gloria y de rique­zas, cayó enfermo, y murió en el mes de Agosto. Después de su muerte le sucedió en el trono su hijo Rechiario.

  El Conde Censorio, que estaba prisionero en Sevilla hacia algunos años , trataba en secreto de hacer levantar la ciudad y declararse por el Emperador, lo cual sabido por el Gobernador de ella llamado Ayulfo, le mandó degollar (449). Rechiario pidió por su esposa una hija de Teodorico Rey de los Godos, y habiéndosela concedido salió a recibirla hacia los confines de Navarra, y saqueó todos aquellos pueblos. Poco tiempo después una cuadrilla de bandidos, que tenían por Capitán a uno llamado Basilio, entraron en Tarazona, y engañando con falsas promesas a los vecinos que se habían hecho fuertes en la Iglesia, los pasaron todos a cuchillo sin perdonar al Obispo. En el mes de Julio Rechiario pasó a Francia a verse con su suegro Teodorico para tratar con él negocios importantes de Estado; y cuando se volvía, unido con los bandidos, saqueó todo el territorio de Zaragoza: después hizo lo mismo con Lérida y los pueblos de su comarca; y se volvió lleno de riquezas y con muchos prisioneros a sus estados, concluida esta expedición, más de ladrones que de conquistadores, estuvieron los Suevos quietos y tranquilos, ocupándose Rechiario en arreglar los negocios de sus Estados y en el gobierno de las provincias. El Rey Genserico de los Vándalos, que había casado a su hijo Hunerico con una hija de Teodoredo Rey de los Visigodos, poco tiempo después de celebrado el matrimonio sospechando que su nuera le quería matar con veneno para que su marido subiese al trono, sin hacer más informaciones la mandó cortar las narices y las orejas y la envió a su padre; y temeroso de que no había de dejar esta injuria sin venganza, envió Embajadores a Atila Rey de los Hunos para que hiciese la guerra a los Godos, pues vencidos éstos le sería fácil apoderarse de las Galias, de la España, y de todas las Provincias del Imperio. Atila se dejó persuadir fácilmente porque estaba lleno de ambición, y juntó un ejército de 500,000 hombres para esta empresa. Los Godos y los Romanos hicieron entre sí una liga ofensiva y defensiva para resistirle, levantaron gentes, y juntaron un ejército formidable compuesto de visigodos, Romanos, Francos y otras naciones, siendo Generalísimo de todos ellos Aecio, que ya en otras ocasiones había dado pruebas de valor y prudencia. Atila al principio de la primavera sa­lió de las Panonias, atravesó la Alemania, y en­tró en las Galias saqueando y quemando todos los pueblos : una división de su ejército sitió Orleans, y guando ya había capitulado esta plaza y los sitiadores habían entrado en ella, llegaron los aliados, y casi todos los Hunos fueron dego­llados dentro de la ciudad. Después fueron si­guiendo a Atila que se iba retirando con el fin de ponerse en una situación propia para dar la batalla. Los dos ejércitos llegaron a unos llanos muy dilatados llamados Campos Cataláunicos, y habiendo descansado una noche, a la mañana siguiente se prepararon para dar la batalla. Los aliados dividieron su ejército en tres cuerpos: ocu­paba la derecha Teodorico mandando a los visigodos : la izquierda Meroveo con los Francos; y el centro Aecio con los Romanos y con las otras tropas de su ejército. Atila distribuyó de la misma manera el suyo: puso en la derecha a los Ostrogodos mandados por el Rey Valamiro y sus dos hermanos: en la izquierda los Gépidas estaban con su Rey Alarico, y él mismo mandaba el centro con los Hunos. Se empezó el combate con la mayor obstinación y furor, que duró sin intermisión hasta el anochecer en que se retiró Atila a sus reales dejando muertos en el campo 200,000 hombres: de parte de los aliados quedó tam­bién el campo cubierto de muertos, y entre ellos el Rey Teodorico, que todo el día había animado la tropa peleando con el mayor valor. Aecio que podía haber acabado con Atila, lo dejó esca­par y volverse a las Panonias. Los Visigodos después de haber enterrado con la mayor magnificencia a Teodorico, eligieron por su Rey a Turismundo su hijo mayor, y vueltos a Tolosa fue proclamado solemnemente como tenían de costumbre.

El Rey Rechiario de los Suevos, mientras que los imperiales y Visigodos estaban ocupados en esta guerra, se entró por las provincias de los Romanos saqueando y destruyéndolo todo (452). Valentiniano y Aecio le enviaron de Embajadores a Mansueto y Frontón para quedarse de la infracción del tratado. Atila volvió a las Galias reforzado su ejército. Turismundo le salió al encuentro, le dio la batalla, le derrotó, le hizo retirar a su país, y se volvió a Tolosa triunfante y lleno de gloria, donde sus dos hermanos Teodorico y Frederico le asesinaron; y después el primero fue proclamado Rey por los Godos.

Frederico pasó con sus tropas a la provincia Tarraconense, a solicitación de Valentiniano, para exterminar a los bandidos que la infestaban; y se dio tan buena maña en perseguirles, que en poco tiempo dejó tranquila la provincia. Aecio, que era la única columna del Imperio, hecho sospechoso al Emperador Valentiniano por las calumnias con que le había infamado el ambicioso Senador Máximo, fue llamado a palacio y muerto a puñaladas. Los soldados de su guardia que lo estimaban se llenaron de indignación, y a persuasión del mismo Máximo asesinaron a Valentiniano, y le proclamaron Emperador. Este hombre ambicioso, calumniador y artificioso obligó a la Emperatriz Eudoxia, viuda del difunto Valentiniano, a casarse con él. La Emperatriz irritada por la esclavitud en que estaba imploró la protección de Genserico Rey de los Vándalos, suplicándole encarecidamente que tomase las armas y viniese a vengar la muerte de su fiel aliado el Emperador, y sacarla a ella del cautiverio. Genserico, que era sumamente avaro y deseaba saquear Roma, inmediatamente se hizo a la vela con una escuadra poderosa y desembarcó en el puerto de Ostia. Con esta noticia tan inesperada se consternó Roma, y todos se salían apresuradamente para salvarse. Máximo viéndose sin defensa intentó escaparse, mas el pueblo y los soldados le cogieron, le quitaron la vida, arrastraron su cadáver, y lo echaron en el Tíber. Genserico entró sin obstáculo en la ciudad y la entregó a saqueo catorce días; y después llevándose riquezas inmensas, muchos cautivos, y a la Emperatriz Eudoxia con sus dos hijas Eudoxia y Placidia, se volvió a Cartago (456).

Teodorico Rey de los Godos hizo elegir Emperador a Avito, General de las tropas imperiales de las Galias, el cual agradecido a este favor hi­zo con él una estrechísima alianza ofensiva y de­fensiva. Entre tanto Rechiario se entró en la provincia Cartaginense, y se apoderó sin resistencia de los principales pueblos de ella. Avito le envió Embajadores para reclamar el cumplimiento de los tratados. El Rey de los Suevos los recibió con el mayor desprecio, y les mandó salir inmediatamente de sus estados, y después se entró por la provincia Tarraconense saqueando sus pueblos y cometiendo en ellos muchas atrocidades. Teodorico le envió Embajadores amenazándole que si despreciaba su mediación, y no desistía de su empresa, se vería en la precisión de usar de las armas. Rechiario lleno de orgullo respondió que tenía fuerzas para resistir a su Rey y aun para conquistar Tolosa, y los despidió con esta insolente respuesta. Teodorico pasó a España para castigar esta injuria. Rechiario se re­tiró de Tarragona, y reforzado el ejército en sus estados, salió a atacar a Teodorico que le seguía. Los dos ejércitos se encontraron a cuatro leguas de Astorga junto al rio Orbigo en el lugar llamado el Páramo: vinieron a las manos, se combatió con mucho valor por una y otra parte, los Sue­vos fueron vencidos, y su Rey herido se salvó huyendo a lo último de Galicia. Teodorico le siguió con la mayor presteza, púsose sobre la ciu­dad de Braga que hallándose sin defensa le abrió las puertas, y la entregó al saqueo de los soldados mandándoles que no derramasen sangre, y pusiesen presos a los principales Suevos. Rechiario fue preso en la ciudad de Porto donde se hallaba enfermo de la herida que había recibido en la batalla; y traído a presencia de Teodorico le hizo quitar la vida con los Suevos que habían fomentado su orgullo, y a los demás les dio libertad.

Los Hérulos que infestaban las costas del Océano llegaron con siete naves a las de Galicia, y saltaron en tierra hacia la parte de Mondoñedo: los Gallegos se reunieron, y les obligaron a retirarse mal de su grado. Después desembarcaron en las costas de Cantabria, y habiendo saqueado muchos pueblos se retiraron a su país.

Teodorico continuó las conquistas por la Lusitania para restituirla a los Ro­manos: se apoderó de Mérida que era su capital, donde habiendo sabido la muerte del Emperador Avito, se retiró de España con parte de sus tropas mandando que las demás pasasen a tierra de Campos; y luego que llegaron, una partida de soldados entró en Astorga con el pretexto de que iban a asegurarla de orden del Emperador. Poco tiempo después sobrevinieron las demás tropas, y sin hacer diferencia de edad ni de sexo pasaron a todos los habitantes a cuchillo y entregaron la plaza a las llamas, haciendo lo mismo con Palencia y los demás pueblos de tierra de Campos; y habiendo llegado a Coyanca, plaza fuerte situada sobre el Ezla, la pusieron sitio: los sitiados se defendieron con el mayor valor e intrepidez; y el General viendo que sacrificaba y perdía tanta gente, abandonó su empresa y se fue a la Aquitania.

A Avito sucedió en el Imperio Mayorano, el cual tomó inmediatamente las medidas correspondientes para la defensa de las provincias, y envió por General a las Galias al Conde Egidio. Ayulpho, que se había escapado de las manos de los Godos, quiso hacer levantar de nuevo a los Suevos; pero cogido en Braga fue degollado

Mayorano pasó a las Galias para asegurar la tranquilidad de ellas, reducir las ciudades que no querian reconocerle, y contener a los Godos. Los Suevos pidieron permiso a Teodorico para elegir un Rey que los gobernase, el cual parece se lo concedió, aunque no se sabe con qué condiciones; lo que consta es, que habiéndose juntado para la elección, se dividieron en dos partidos, y unos eligieron a Franta, y otros a Maldras. Teodorico aprobó la elección de Franta, y muerto éste en la Pascua del mismo año, los de su partido eligieron a Remismundo. Los de Maldras se entraron por la Lusitania en las posesiones de los Romanos y lo saquearon todo: se apoderaron de Lisboa, e hicieron lo mismo con esta ciudad: después volvieron sus armas a la parte de Galicia que baña el Duero, cometiendo los mismos desórdenes en este país. Teodorico volvió a enviar otro ejército a España bajo el mando de Cyrila, el cual entró en Andalucía en el mes de Julio, y se fue apoderando de las ciudades que estaban por los Romanos. Mayorano y sus Generales en las Galias extendían sus conquistas haciendo retirar a los Godos, lo que obligó a Teodorico llamar a Cyrila, que era un General excelente, enviando en su lugar a Suenerico con algunas tropas de refuerzo. Poco tiempo después de haber llegado tuvo una acción con Egidio que mandaba las tropas Romanas en que perdió mucha gente, lo que humilló a los Godos y les obligó a hacer la paz con Mayorano. Los Suevos que eran del partido de Maldras hicieron las acostumbradas irrupciones en la Lusitania para saquear y robar; y los del partido de Remismundo hicieron lo mismo con los Gallegos que estaban bajo la dependencia de los Romanos, los cuales habiéndose reunido para defenderse, se dio una batalla en que de una y otra parte hubo muchos muertos. Nepociano, que había llegado a España con refuer­zo de tropas para defender las posesiones del Imperio, hizo saber a los Gallegos que estuviesen firmes que pronto les socorrería. Al mismo tiem­po de orden del Emperador Mayorano se estaba preparando una escuadra poderosa para pasar al África a hacer la guerra a Genserico, que se había apoderado de todas aquellas provincias. Los Hérulos volvieron este año a desembarcar en las costas de Galicia, donde cometieron muchas crueldades saqueando los pueblos y cautivando las gentes, y desde allí pasaron a las de Andalucía. El Rey Maldras en este tiempo mató a su hermano y se hizo dueño de la ciudad de Porto.

Mayorano, habiendo juntado un ejército po­deroso en las Galias (460), pasó a España con el ánimo de hacerse a la vela en la escuadra que tenía preparada en las costas de Cartagena, para hacer la guerra a los Vándalos en África. Genserico, que estaba advertido de todo lo que pasaba, hizo inmediatamente salir la suya, pasó a las costas de España, y sorprendida la del Emperador que estaba desprevenida, quemó una gran parte de ella, apresó la otra y se volvió a África; y Mayorano se retiró a las Gallias con sus tropas para pasar a Italia. Maldras fue asesinado por los suyos, y en su lugar eligieron a Frumario. Los del partido de Remismundo sorprendieron la ciudad de Lugo en tiempo de Pascua, y pasaron a cuchillo a sus habitantes y a la guarnición. Con esta noticia tan funesta los Generales Romano y Godo enviaron tropas para castigar esta crueldad, las cuales habiendo saqueado va­rios pueblos de la comarca de Lugo, se incorpo­raron con las demás que había en la provincia. Frumario pasó con un cuerpo de Suevos a la ciudad de Aguas Flavias, que hoy es Chaves en la frontera de Portugal, la saqueó, y la hizo en gran parte demoler; se llevó preso al Obispo, y después de tres meses lo puso en libertad. Remismundo con los suyos hizo incursiones por las cos­tas de Galicia, y por todo el territorio de Iria y de Orense, y encontrándose con Frumario, se dió la batalla, y quedando con pérdidas iguales hicieron entre sí la paz, y de común consentimiento enviaron Embajadores a Teodorico para pedírsela. Entre tanto Suenerico General Godo se apoderó de Scalabis, que hoy es Samaren en Portugal.

Genserico para asegurar las conquistas que había hecho en África, envió Embajadores a Mayorano (614) que estaba aún en las Galias, la cual se ajustó muy en breve, porque le convenía no tener enemigo alguno que le divirtiese para reducir al tirano Recimer que estaba apoderado de la Italia. Llegado Mayorano a Dertona fue asesinado por la tropa, y en su lugar fue elegido Severo. El Conde Egidio que mandaba las tropas de las Galias no quiso reconocer por Emperadores a los usurpadores, mas estos para reducirle confirmaron la paz antigua con Teodorico, entregándole la ciudad de Narbona y sus dependencias. En virtud de este tratado Teodorico hizo apresurar la paz con los Gallegos, y con su orden, y la del usurpador Severo, el General Suenerico y el Conde Nepociano pasaron a las Galias con sus tropas quedando Arborio en España por Gobernador de las Provincias del Imperio. Los Suevos no obstante la paz que se había hecho con los Gallegos, con­tinuaban en hacer entradas y saqueos en su país; y por medio del Embajador Cyrila que Teodorico les envió, se asentó y firmó la paz de nuevo entre todos en Lugo, la que poco después que Cyrila se volvió a Tolosa, se quebrantó por los Suevos, haciendo sufrir las mismas violencias y vejaciones a los Gallegos; de manera que fue necesario que Teodorico volviese a enviar a Cyrila para ajustar sus diferencias y disensiones. Muerto Frumario, todos los Suevos se reunieron sujetándose a Remismundo y reconociéndole por su Rey, el cual viéndose ya tranquilo en el trono envió Embajadores a Teodorico a pedirle una hija suya para casarse con ella. El Rey de los Godos consintió en esta solicitud, y la envió con los mis­mos Embajadores con mucha dote y acompañada de un cuerpo de tropas; y luego que llegó se celebraron las bodas con mucha solemnidad y alegría de sus súbditos. Teodorico continuaba haciendo la guerra al Conde Egidio: envió contra él un ejército poderoso bajo las órdenes de su hermano Frederico, el cual pasando el Loira entró en la Galia Armórica, en donde se dio una batalla y fueron derrotados los Godos quedando muerto en el campo su General.

El Conde Egidio, para vengar la muerte de Mayorano y poder sujetar a los tiranos Severo y Ricimer, pidió a Genserico que les hiciese la guerra en la Italia. Remismundo que se había hecho más orgulloso con el parentesco de Teodorico, y deseaba con ansia extender sus dominios, se apoderó de Coimbra con engaño; y de resultas de haberse hecho Arriano a persuasión de su mujer, hubo algunos alborotos en sus Estados. Teodorico envió a llamar al General Arborio para que le informase de lo que pasaba. Entre tanto Remismundo no dejaba de extender sus dominios por la Galicia: se apoderó por sorpresa de Aunona, pueblo situado entre Duero y Miño, que acaso en lo antiguo se llamó Abona por estar situa­do sobre el Rio Abus, que hoy se llama Abes: sus habitantes imploraron la protección de Teodorico, el cual envió Embajadores a Remismundo para que no los molestase y los desase en libertad; pero éste los despreció y no hizo caso de su media­ción. Poco tiempo después Teodorico fue asesinado por algunos Godos que estaban descontentos, excitados para este fin por Evarico o Eurico su hermano.

Eurico, Euborico, Ebarico, o Eutorico, subió al trono (457) y fue proclamado Rey porque era muy estimado por su gran valor e intrepidez. Luego que se vio en la pacífica posesión del Reino hizo alianza con Remismundo Rey de los Suevos, y unidas sus fuerzas, estos dos reyes hicieron la guerra a los Romanos. Remismundo conquistó Lisboa y la mayor parte de la Lusitania. Eurico entró por las demás provincias, y habiéndolas saqueado se retiró a la Galia.

Reforzado su ejército pasó los Pirineos, tomó Pamplona casi sin resistencia, se apoderó de Zaragoza y de otras plazas, derrotó un ejército que le salió al encuentro; y en poco tiempo se hizo dueño de Cataluña, Valencia y de todas las posesiones de los Romanos. Estableció un gobierno justo en los países conquistados, y dejando la tropa necesaria para su defensa, se volvió a Tolosa.

No contento Eurico con las conquistas que acababa de hacer en España, quiso extender también sus dominios por las provincias de las Galias que ocupaban los Romanos, y derrotado Siagrio su General se apoderó de Tours, Bourges, Clermont; y después puso su corte en Burdeos donde recibió con una magnificencia Real los Embajadores de todos los Príncipes vecinos.

Deseoso siempre de aumentar su imperio conquistó las plazas que Odoacro Rey de Italia le había cedido por el tratado que había hecho con él. Arlés y Marsella, después de alguna resistencia se le rindieron, y derrotados los Borgoñones que habían hecho una irrupción en sus estados, se retiró a Arlés, donde estando ya quieto y tranquilo estableció reglas fijas para el gobierno de sus esta­dos. Hizo compilar en un código las leyes que él y sus predecesores habían publicado, y después de haber gobernado su reino con mucha prudencia y valor, murió en el mes de Setiembre del año 484 el 19 de su reinado.

Su hijo Alarico II que había tenido de Rabachílda su mujer fue proclamado Rey con la mayor alegría de todos sus súbditos, porque era de un carácter amable, y había dado muchas pruebas de su valor en tiempo de sus padres. Casó con Teudicoda, hija natural de Teodorico Rey de los Ostrogodos, que se había apoderado de Italia. Poco tiempo después se encendió la guerra entre Alarico y Clodoveo Rey de los Franceses, la cual se hizo con el mayor furor: se dio una batalla cerca de Poitiers, en la cual fueron derrotados los visigodos y Alarico perdió la vida. Algunos Generales de los visigodos se retiraron a España con Amalarico, hijo único de Alarico y de la Reyna Teudicoda, mas los demás Godos no quisieron reconocerle por su Rey y proclamaron a Gesalaico su hijo natural, el cual habiendo ido a atacar a los Borgoñones para recobrar sus estados, fue derrotado por éstos y se refugió en España (507).

Iba, General de Teodorico, reconquistó lo que los Visigodos habían perdido en las Galias : después pasó a España persiguiendo al usurpador que se había apoderado de Barcelona, tomó esta ciudad, y le obligó a pasar al África, donde Trasimondo Rey de los Vándalos le recibió bajo su protección. Teodorico se quedó con la Provenza para recompensarse de los gastos de la guerra, y encargó a Teudis, Ostrogodo de nacimiento y hombre de un gran mérito y de mucha prudencia, la educación del joven Amalarico y el gobierno de sus estados.

Gesalaico, llamado por sus partidarios, hizo esfuerzos para recobrar el trono que había perdido, y tentada la suerte de la batalla fue derro­tado por las tropas de Teodorico (513), y se vio precisado a huirse a las Galias; pero habiendo caído en una partida de los Ostrogodos le quitaron la vi­da, y así se quedaron tranquilos los visigodos.

Teudis gobernaba con mucha prudencia los estados de Amalarico, y aunque executiva con puntualidad las órdenes de Teodorico, no dejaba de serle muy sospechoso porque no podía hacerlo volver a Italia para dar cuenta de su administración. Teudis casó con una Española muy rica, levantó dos mil hombres que le servían para la guardia de su persona. Para librarse Teodorico de los temores que le causaba Teudis por su demasiado poder, y asegurar a su nieto sobre el trono, mandó que se le pusiera en posesión de los estados de su padre, y obedeciendo sus órdenes fue proclamado Amalarico. Muerto Teodorico dejó por su sucesor a su nieto Atalarico, que era hijo de Amalasunta y de Eutarico, y para precaver todas las disputas que pudieran nacer entre éste y Amalarico, se convino que el Ródano sería la frontera de los dos Estados; que las rentas de España no irían a Italia; y que Atalarico restituiría todos los tesoros que Teodorico había cobrado. Concluido este tratado Amalarico casó con Clotilde hija de Clodoveo, y las bodas se celebraron con la mayor pompa y solemnidad creyendo todos que harían la felicidad del Rey y la tranquilidad del reino.

Poco tiempo después de haberse casado empezaron las divisiones entre estos dos esposos por ser de diferente religión, lo que encendió la guerra entre Childeberto y Amalarico: los dos se pusieron en campaña con fuerzas muy considerables, y se dio la batalla que fue muy reñida (531). Derrotados los visigodos Amalarico huyó, y se dice que perdió la vida a manos de sus súbditos en Barcelona, o por los enemigos en Narbona. Childeberto se apoderó de todos sus tesoros, entre los cuáles se hallaban muchos cálices y patenas de oro que dis­tribuyó a las iglesias de su reino, y se llevó consigo a Clotilde su hermana.

La familia Real de los visigodos quedó enteramente extinguida con la muerte de Amalarico; y la corona que hasta entonces había sido hereditaria se hizo enteramente electiva disponiendo de ella a su arbitrio los Grandes de la nación. Teudis fue elegido el primero, porque era bien conocida su prudencia y su valor desde el tiempo que había gobernado el reino en la menor edad del difunto Amalarico: reconquistó las plazas que los Franceses le habían quitado; y algunos años después, habiendo reunido sus fuerzas Childeberto y Clotario, Príncipes Franceses, hicieron la guerra a los visigodos, les tomaron muchas plazas que tenían en las Galias, y entrados en la España pusieron sitio a Zaragoza (543). Teudis, no teniendo fuerzas para resistirles, mandó a su General Teudiselo que ocupase los desfiladeros de los Pirineos para atacarles en su retirada. Los habitantes de Zaragoza se defendieron con valor, y los Franceses abandonaron el sitio retirándose con todo el botín que habían hecho. Teudiselo les siguió incomodándoles en su retirada, y dada la batalla los derrotó enteramente. Los dos Reyes viendo la imposibilidad de retirarse consiguieron por el dinero lo que no podían por la fuerza, y así pasaron las gargantas de los Pirineos y salvaron la mayor parte del ejército.

Acabada esta guerra con los Franceses volvió las armas Teudis contra las tropas del Em­perador Justiniano que sitiaban Ceuta; pero antes de llegar el socorro se había ya rendido la plaza. Sin embargo se puso sobre ella para reconquistarla; pero los sitiados hicieron una salida, le mataron mucha gente, y le obligaron a levantar el sitio. Retirado a España(548), cuando estaba más descuidado se acercó a él uno que se fingía loco, le hirió con una espada, y poco tiempo después murió.

Después de su muerte los grandes eligieron a Teudiselo, 0 Teodigelo, Teodiges, que man­daba el ejército, el cual luego que subió al trono se hizo muy odioso por su sensualidad, pues para satisfacerla se servía muchas veces de los medios más crueles haciendo morir a las personas más distinguidas, por cuyo motivo tomaron la resolución de quitarle la vida; y así en un convite, guando estaba ya tomado del vino, los conjurados apagadas las luces se echaron sobre él y le asesinaron el año 549, después de haber reinado un año y algunos meses, y pusieron sobre el trono a Agila. Los demás Grandes con muchas ciudades del reino no quisieron reconocerle. Córdova se declaró la primera, y luego siguieron otras su ejemplo, y proclamaron a Atanagildo que era de los más ilustres de los Godos, pero tan ambicioso, que él mismo formó este partido para subir al trono. Pidió socorro al Emperador Justiniano ofreciéndole que le cedería una parte de las provincias meridionales de España; y habiéndole enviado un ejército bajo el mando del General Liberio, reunidas sus fuerzas fueron en busca de Agila, le dieron la batalla y le derrotaron, y habiéndose encerrado en Mérida fue asesinado por los de su partido. Atanagildo fue proclamado Rey por el ejército de común consentimiento, y se quedó pacífico poseedor del trono.

Este príncipe de un genio amable y bondado­so se granjeó la estimación de todos sus súbditos. Los Imperiales extendían sus posesiones, o por la fuerza, o por el artificio, o excitados de los mismos naturales, que aborrecían el imperio de los Godos porque eran Arríanos. Irritado Atanagildo reunió sus fuerzas, recobró lo que le habían qui­tado, y se hizo temer y respetar de los Imperiales. Casó a Brunehilda su hija menor, que era de una rara hermosura y de mucho talento, con Sigiberto Rey de Austrasia, y celebradas sus bodas se hizo luego Católica. Su hija primera llamada Galsuinda casó el año siguiente con Chilperico Rey de Soissons , que era el más joven de los príncipes Franceses. Atanagildo consintió con el mayor dolor en este matrimonio porque el Príncipe Francés era un joven vicioso, cruel, y que tenía ya dos mujeres. Galsuinda fue tan desgraciada en este matrimonio que su marido a instigación de la infame Fredegunda le quitó la vida. Atanagildo después de haber reinado trece años con mucha gloria murió el año 567.

Después de su muerte hubo un interregno de cinco meses, porque los Grandes llenos de ambición y de envidia no se convenían en la elección; entre tanto los Imperiales se apoderaban de muchas plazas, y los Señores hacían sentir el peso de su autoridad a sus vasallos, lo que excitó las quejas de todo el pueblo, especialmente de las ciudades principales, y les obligó a proceder inmediatamente a la elección de un Rey. Para aplacar al pueblo se juntaron, y de común consenti­miento eligieron a Liuva, Gobernador de la Galia Gótica, hombre de una piedad conocida, de prudencia y de valor, y de otras virtudes que le hacían digno del trono.

Luego que supo su elección, propuso a los Grandes que asociasen a su imperio a su hermano Leovigildo para que de este modo pudieran mejor defender los estados de la Galia contra los Príncipes Franceses, y los de España contra los Imperiales. El pueblo aplaudió esta generosa resolución y les obligó a aprobarla. Liuva reinó felizmente conservando la paz y la tranquilidad en su reino, y haciendo felices a sus súbditos: murió con gran sentimiento de todo el rey no dejando a Leovigildo solo Rey de los Godos.

Leovigildo era un hombre poderoso, y de las familias más ilustres, que había casado en primeras nupcias con Teodosia hija de Severiano, Duque o Gobernador de la provincia de Cartagena, que se cree fue hijo de Teudis. De ella tuvo dos hijos antes de subir al trono (572), a saber, Hermenegildo y Recaredo. Después casó con Gosuinda, viuda de Atanagildo, lo que contribuyó mucho a confirmar su autoridad: levantó un ejército poderoso y atacó a los Imperiales que ocupaban las provincias meridionales: sitió Medina Sidonia, en donde halló una fuerte resistencia; pero entrada la plaza por traición todos fueron pasados a cuchillo para inspirar terror a los que en las últimas turbaciones se habían sublevado: después pa­só a Córdova que estaba por los Imperiales, la cual hizo una resistencia obstinada, pero por medio del oro se apoderó de ella y sometió las demás plazas y fortalezas, más por el terror de sus armas que por la fuerza: así lo redujo todo a su obediencia y obligó a los Grandes a someterse o por el temor o por afecto: les insinuó que convenía al bien del Estado que sus dos hijos fuesen asociados al trono y declarados herederos presun­tivos de la corona; y por común consentimiento fueron proclamados Príncipes de los Godos. He­cho esto volvió sus armas contra los Cántabros que se habían rebelado, y los redujo a su obe­diencia obligándoles a someterse a la forma de gobierno que estableció, lo que aumentó su au­toridad y reputación. Sometidos los Cántabros se fue con su ejército a castigar a los Suevos que habían auxiliado a los rebeldes; pero Mir o Miron, Rey de ellos, le envió Embajadores prome­tiéndole obediencia y sumisión, y de este modo apartó la tempestad que le amenazaba. Después sujetó a los habitantes del monte Orospeda, y los castigó rigorosamente porque por dos veces se habían rebelado. Pacificados los Estados casó a Hermenegildo con Ingunde hija de Brunehilda y nieta de Gosuinda, Princesa de mucha piedad y re­ligión, y les dio la Bética para que pudiesen vivir con todo el aparato y magnificencia Real. Hermenegildo puso su corte en Sevilla, se hizo Católico a persuasión de su mujer y de las instrucciones de S. Leandro Arzobispo de aquella ciudad; y luego se encendió la guerra entre el padre y el hijo: mas éste, abandonado de los Im­periales que le habían ofrecido su socorro, se vio en la precisión de rendirse y echarse a los pies de su padre, el cual le hizo despojar de sus vestidos Reales y lo envió preso a Toledo. Leovigildo se ir­ritó contra los Católicos que estaban a favor de su hijo y empezó a perseguirles: la Reina Brunehilda intercedió por el Príncipe y su hija, pero fue desatendida. Los Vascones se rebelaron contra Leovigildo, pero fueron luego reducidos a su obe­diencia; mas ellos por no estar sometidos a un Príncipe Arriano abandonaron su país, pasaron los Pirineos, se apoderaron de una parte de la Aquitania, y se establecieron en ella dándole el nombre de Vasconia o Gascuña. Entre tanto Hermenegildo se escapó de la prisión y se fue a Sevilla contando con el socorro de los Suevos. Mir, que era su Rey, levantó pronto tropas y se fue a socorrerle; pero Leovigildo hizo tanta diligencia que se puso con un ejército poderoso entre los dos, les cortó enteramente la comunicación, y el Suevo se vio precisado a retirarse y hacer la paz. Leovigildo, tomada Mérida y las otras plazas, se puso sobre Sevilla en donde estaba encerrado su hijo, el cual viéndose muy apretado salió de ella y se fue a Córdova. Rendida Sevilla se fue a sitiar a su hijo en aquella ciudad, y habiéndole hecho prisionero lo envió a Sevilla cargado de cadenas. Después lo pasó a Tarragona, mas acercándose a esta ciudad el General de los Im­periales para librarle, fue vuelto a Sevilla y encerrado en una torre, donde por no querer recibir la comunión de un Obispo Arriano fue decapitado en secreto por orden de su padre el 13 de Abril del año 584. Tuvo de la Princesa Ingunde un hijo llamado Atanagildo como su abuelo, que después de la muerte del padre fue enviado a Constantinopla.

Leovigildo continuó en hacer la guerra a los Imperiales con tanta actividad y diligencia, que no teniendo fuerzas bastantes para resistirle, el Patricio le pidió la paz y se concluyó con las condiciones más ventajosas para los Godos. Desembarazado de estos enemigos fue a atacar a los Suevos que estaban dominados por el usurpador Andeca, el cual había arrancado el cetro de las manos de Evorico su legítimo Soberano, y le había encerrado en un monasterio, por cuyo motivo se había conciliado el odio de toda la nación; y así hallando poca resistencia se fue en derechura a poner sitio a Braga que era la corte en donde estaba el usurpador. La plaza, aunque fuerte, no tardó en rendirse; y hecho prisionero Andeca fue enviado a Badajoz, se le cortó el cabello, y se le ordenó de Presbítero; y toda la nación de los Suevos quedó reunida bajo un mismo Soberano. Al mismo tiempo los Franceses con el pretexto de vengar la muerte de Hermenegildo, invadieron sus estados. El Rey que estaba viejo, y conocía que su presencia era necesaria en España, envió a su hijo Recaredo con un ejército poderoso, el cual obró con tanta prudencia y valor que los hizo retirar, y el año siguiente los derrotó enteramente; y restablecida la tranquilidad en la Galia Narbonense, se volvió a España y se casó con Bada hija de uno de los principales Señores Godos. Poco tiempo después murió su padre Leovigildo al fin del año 585 después de haber reinado diez y ocho años. Fue el héroe de su tiempo con una mezcla de vicios y virtudes, ambicioso y avaro en extremo, severo e inflexible sin medida, valiente, de mucha economía, justo, y amigo de que todos sus súbditos siendo obedientes gozasen de toda su protección. Restableció el orden en el estado, publicó leyes buenas para el gobierno acomodadas al tiempo y a las circunstancias: estableció el Fisco Real, y puso orden en la hacienda : mostró en to­das las ocasiones mucha grandeza de alma, firmeza, prudencia y majestad: ningún Príncipe de los Godos se hizo obedecer y respetar mejor que él, ya por el temor, ya por la persuasión en que estaban de que su gobierno era excelente : poseía perfectamente el talento de saberse acomodar a las circunstancias en que se hallaba; y así hacia servir sus vicios y sus virtudes para refirmar su au­toridad. Corrigió los defectos que tenía el gobierno de sus predecesores: restableció la disciplina militar en el ejército; y teniendo siempre la tropa ocupada en guerras, hizo respetar su autoridad de los Cántabros y de los Montañeses, haciéndose obedecer igualmente de todos sus súbditos. Su habilidad principal consistía en saber ganar a sus enemigos con dinero, dividirlos entre sí para ata­carlos separadamente y vencerlos, y los engañaba con mucha facilidad. Hacía grandes preparativos para emprender contra alguno de ellos la guerra según se creía , y de repente hacia secretamente la paz con él y se iba a atacar a los otros que estaban desprevenidos : supo aprovecharse de todas las circunstancias, y tomar tan bien todas las medidas, que jamás le salió mal ningún proyecto. Los Imperiales le temieron y respetaron, venció a los Suevos, y agregó toda la España a su Imperio.

Recaredo su hijo, que había manifestado tanto valor en las campañas contra los Franceses, fue generalmente reconocido y proclamado Rey, y luego trató de restablecer la paz con los Reyes de Francia; pero al mismo tiempo, Sisberto Capitán de las guardias de Leovigildo, el cual había asesinado a Hermenegildo, tramó una conjuración contra el Rey, la cual descubierta perdió la vida en un cadalso. Gontran Rey de Orleans y de Borgoña, que no había querido hacer la paz, se entró en los estados que los Godos tenían en las Galias. Sus tropas, mandadas por Didier y Austrobaldo, al principio hicieron grandes progresos y pusieron en huida las tropas de Recaredo. Didier llegó hasta Carcasona, donde reunidos los Godos cayeron sobre él y le hicieron pedazos. Después fueron a atacar a Austrobaldo, lo derrotaron, y reconquistaron todos sus estados. En el mes de Octubre propuso el Rey, que estaba ya convertido a la Religión por el celo de Leandro Metropolitano de Sevilla, a los Grandes y los Obispos Arríanos que se introdujera la Religión Católica en todos sus estados, y todos manifestaron su aprobación y contento (587); pero al principio del año siguiente se excitó un alboroto por Autolaro Obispo Arriano muy celoso de su secta, tomaron las armas, y echándose sobre los Católicos mataron a mu­chos. Las tropas del Rey cayeron sobre los re­beldes, y en un momento aplacaron la sedición. No bien se había apagado ésta guando Sunna Obispo Arriano con algunas personas principales excitó otra rebelión mucho más peligrosa en Mé­rida, la que habiendo sido descubierta fueron presos los principales conjurados y castigados severísimamente. El año siguiente la Reina Gosuinda, viuda de Atanagildo y de Leovigildo, se conjuró con Ubila Obispo Arriano para matar al Rey; pero también se descubrió por más precauciones que tomasen los conjurados, y el Obispo fue desterrado de los dominios del Rey: y guando se trataba el género de pena que se había de imponer a la Reina viuda, se murió de rabia, de dolor y desesperación; y Recaredo resolvió, para precaver semejantes alteraciones, que se quemasen todos los libros de los Arrianos. Después renovó las negociaciones de paz con Gontran, el cual se mostró más inflexible que nunca, pues habiendo reforzado sus ejércitos Austrobaldo se apoderó de Carcasona; y Bosón, que mandaba sesenta mil hombres, fue derrotado completamente por el ejército de los Godos mandado por Claudio, que era Gobernador de la Lusitania.

El Rey Recaredo, para desarraigar totalmente la herejía, juntó un Concilio en Toledo, donde se ratificó por un acto nacional la conversión de los visigodos a la Fé Católica; pero Argimundo, que era uno de los empleados en el palacio Real, y Gobernador de una provincia, hizo una conspiración contra el Rey, la cual fue descubierta y todos los cómplices principales castigados como era justo. Muerta la Reyna Bada, Recaredo casó con Clodosuinda hija de Brunehilda y hermana de Ingonda, y después escribió al Papa San Gregorio el Grande suplicándole que le enviase un extracto de los tratados que el Rey Atanagildo había hecho con el Emperador Justiniano, para saber con qué título poseían los Imperiales las tierras que tenían en España: reprimió al General de éstos que hacia incursiones en sus estados, y aunque superior en fuerzas, no quiso desposeerlos de sus tierras, y les concedió condiciones de paz razonables. Dos años después los Gascones o Cántabros que se habían retirado en tiempo de su padre a la Aquitania, pasaron con armas los Pirineos para volver a recobrar las tierras que habían abandonado; pero las tropas de Recaredo los echaron de ellas, y les obligaron a repasar a Francia; y luego que se restableció la tranquilidad, se aplicó a arreglar los negocios del Estado y a corregir las leyes de los Godos, acomodándolas a los usos y costumbres de su tiempo; y guando estaba ocupado en estos negocios le sobrevino una enfermedad que le hizo bajar al se­pulcro con sentimiento universal de todos los súbditos.

Liuva su hijo, que había tenido antes de subir al trono de una mujer de bajo nacimiento, le sucedió por elección de los Grandes siendo de edad de 20 años; y aunque fuese un Príncipe de grandes esperanzas, fue asesinado por Viterico y los principales oficiales del ejército corrompidos por este traidor, el cual fue proclamado Rey por los cómplices de tan infame atentado. Continuó la guerra que el infeliz Liuva había empezado contra los Imperiales, y los derrotó completamente cerca de Segoncia, lo que le adquirió alguna reputación y aquietó al pueblo; mas habiendo sabido después que era Arriano, se sublevó todo el rey no, y los que estaban más irritados contra él entraron en palacio guando estaba comiendo, le asesinaron, y el populacho lleno de furor lo arrastró por las calles, llenándole de injurias y haciendo mil imprecaciones contra su persona; y después lo enterraron en el lugar destinado para los criminales.

Después de la muerte de este usurpador, fue elegido y proclamado Rey Gundemaro, que procuró conservar la buena armonía con los Reyes de Francia; y sabido que los Gascones se habían rebelado, fue con su ejército a sujetarlos, entró en su país, y todo lo puso a sangre y fuego, obligando a sus habitantes a huir a las montañas. El año siguiente volvió las armas contra los Imperiales, que hacían incursiones en sus estados, los derrotó completamente, y puso en estado de no poder hacer, en mucho tiempo ninguna invasión. A la vuelta de esta expedición cayó enfermo, y murió llorado de todos por su piedad, valor y celo por el bien del Estado.

Sisebuto subió al trono por consentimiento unánime de todos los electores, que conocían muy bien las virtudes que le hacían digno de ocuparlo. Los Asturianos y los Rucones se rebelaron , pero luego los sujetó enviando dos ejércitos al mando de Rechila y de Suintila: después juntó un poderoso ejército para ejecutar el proyecto que tantas veces habían intentado sus predecesores de arrojar de la España los Imperiales: se puso inmediatamente en marcha, y luego que lo supo el Patricio Cesáreo salió con sus tropas al encuentro de este Príncipe, se dio la batalla, y los Imperiales fueron enteramente derrotados. Sisebuto como gran Capitán aprovechándose de la victoria se apoderó de muchas plazas: entre tanto Cesáreo levantó tropas y reforzó su ejército para tentar de nuevo la suerte de la guerra , y se dio otra batalla de poder a poder, en la cual la victoria estuvo mucho tiempo indecisa; pero al fin se declaró por los Godos, y los Impe­riales fueron enteramente derrotados con mucha mayor pérdida; de manera que viendo Cesáreo que ya no podía restablecer su ejército le envió Embajadores para pedir la paz (615). Sisebuto dictó las condiciones a su voluntad, y Cesáreo las aceptó con la protesta de enviarlas al Emperador Heraclio para que ratificase el tratado. El Emperador lo ratificó con la condición de que arrojase de todos sus estados a los Judíos, cedió todos los dominios que tenía en la España, y no se reservó sino el reino de Algarbe que poseía en Portugal. Sisebuto puso en buena defensa todas las plazas, para que siendo acometidas por los Imperiales pudieran defenderse: después de acabar una conquista tan importante, pasó con todas sus tropas a castigar a los habitantes de la costa de África que con sus piraterías infestaban las de España. Desembarcó en la Mauritania Tingitana, se apoderó de Tánger, de Ceuta, y de las otras plazas marítimas, y dejando en ellas buenas guarniciones se retiró a España; y habiéndose ocupado algún tiempo en arreglar los negocios de su reino, viviendo con tranquilidad y sin temor de sus enemigos, murió en paz con gran sentimiento de todos sus súbditos en la primavera del año 621.

Después de su muerte fue proclamado Rey su hijo aunque muy joven con el nombre de Recaredo II, en el cual veían todos las raras cualidades de su padre, por cuyo motivo se aplaudió generalmente la elección que los Grandes habían hecho de él, prometiéndose todos un feliz reinado; pero apenas se había sentado en el trono, bajó al sepulcro, y luego después de su muerte fue elegido Suintila, el cual había ya manifestado mucha prudencia y valor mandando los ejércitos, y se había adquirido la reputación de un General feliz. Empezó su reinado arreglando la administración de justicia para asegurar la tranquilidad interior de sus súbditos. Los Gascones hicieron una irrupción en sus estados, causando la desolación de todos los pueblos donde penetraron. Llegada al Rey esta noticia mandó a los Gobernadores de las provincias se apoderasen de los desfiladeros de las montañas, y él se puso en marcha con un ejército numeroso de soldados aguerridos para castigarles. Estos se retiraron precipitada­mente; mas viéndose rodeados por todas partes imploraron la clemencia del Rey, prometiendo someterse a todo lo que les mandase. Suintila recibió con bondad a los diputados, les mandó dejar todo el botín que habían hecho, les hizo trabajar en la construcción de una ciudad para impedir en adelante semejantes incursiones, y les permitió volverse a su país; y concluida esta expedición se volvió triunfante a Toledo, donde fue recibido con demostraciones de la mayor alegría. Poco tiempo después formó el proyecto de arrojar enteramente a los Imperiales del pequeño reino de los Algarbes que poseían, y se puso en marcha para esta expedición con un ejército fuerte. El Patricio que gobernaba salió a su encuentro, se dio la batalla, y fue muerto en ella. El que le sucedió en el mando se defendió con el mayor valor, y el Rey no pudo penetrar en este pequeño reino. La corte Imperial envió un nuevo Patricio para defenderlo, el que inmediatamente reunió todas las tropas, y dio las órdenes necesarias para hacer la mayor defensa. Viendo el Rey esta generosa resolución, no quiso exponer el ejército que le había hecho tan buenos servicios, y le mandó decir al Patricio que si quería retirarse con unas tropas tan valientes como las que tenía, le concedería las condicio­nes que pidiese. El Patricio aceptó estas ofertas, y arreglada la evacuación del país, y recibidas las recompensas proporcionadas a lo que abandonaban, quedó Suintila enteramente dueño de toda España.

Concluida esta expedición con tanta felicidad (625), consiguió de los Grandes que su hijo Ricimer fuese asociado al trono como heredero presuntivo de la corona; y hecho esto se convirtió de un Príncipe justo y moderado, en un tirano y perseguidor. Se llenó de orgullo, de sensualidad y de avaricia; trató con desprecio a los Grandes, y cometía violencias con los que no aprobaban su conducta; impuso tributos insoportables a sus pueblos reduciéndolos a la mayor miseria, lo que causó un descontento general, y dispuso los ánimos a la revolución. En este tiempo gobernaba la Galia Narbonense Sisenando, hombre de la primera distinción, de raras cualidades para el gobierno acompañadas de la ambición más excesiva, el cual ins­truido de lo que pasaba en España formó el pro­yecto de subir al trono, e hizo entrar en su intriga muchos Españoles, y ganó con regalos a Dagoberto Rey de Francia para que le ayudase en su empresa, y éste mandó que las tropas que tenía en Borgoña bajo la conducta de Abundancio, juntas con las que Benerando tenía en Tolosa a sus órdenes, pasasen con Sisenando a España. Luego que Suintila tuvo aviso de esta rebelión, se puso al frente de sus tropas, y se fue a buscar al usurpador. Los dos ejércitos se encontraron en Zaragoza, y guando se disponía para darla batalla, quedó sorprendido al oír a su ejército proclamar por Rey a Sisenando, y de ver que Geilán su hermano era uno de los más acalorados; y así se retiró para conservar su vida pues había perdido la corona. Poco después llegado al campo Sisenando fue recibido con las mayores aclamaciones, hi­zo grandes regalos a los generales Franceses los cuáles volvieron a pasar los Pirineos, y él se fue a Toledo, entró triunfante en la ciudad, y fue de nuevo proclamado Rey con gran satisfacción de los Godos (632).

Apenas había subido al trono, Geilán tramó una conjuración contra él, la cual descubierta le causó su ruina; fue despojado de todos sus empleos, confiscados todos sus bienes, y pasó lo restante de su vida despreciado y abandonado de todos. El año tercero de su reinado se juntó el Concilio IV de Toledo, el cual mandó que se observase inviolablemente la Fé jurada al Príncipe, prohibiendo con pena de excomunión atacar su autoridad y su vida. El Rey Sisenando después de un reinado de cinco años murió pacíficamente en el mes de Marzo del año 636.

Chintila fué elegido y proclamado Rey, el cual la primera cosa que hizo fue convocar un Concilio en Toledo para arreglar los negocios del Estado y de la Iglesia. Este Concilio igualmente declara que será excomulgado el que falte a la fidelidad que debe a su Soberano, y que incurrirá en la misma pena el que se atreva a maldecirle. Dos años después este piadoso Príncipe declaró que quería que todos sus súbditos y soldados pro­fesasen la Religión Católica, y arrojó de todos sus estados a los Judíos: después se juntó el VI Concilio de Toledo, y este Príncipe justo continuó gobernando sus estados con la mayor equidad y moderación, granjeándose la estimación y amor de sus súbditos, haciéndoles gozar de una profunda paz dentro y fuera del reino, y murió al principio del año 640 llorado generalmente de todos.

Le sucedió en el trono su hijo Tulga por la elección que los Grandes hicieron de él, conformándose con los deseos de toda la nación. Este joven era muy semejante a su padre en la piedad, la caridad y las demás virtudes; pero por ser de tan pocos años, hubo algunos Godos que despreciando su autoridad cometieron excesos muy perjudiciales al bien público : este desorden se aumentó de manera que con el pretexto de remediarlo e impedir la ruina de la nación, los principales de los Godos convinieron en hacerle descender del trono, y poner en su lugar a Chindasvinto que era un viejo respetable por su edad y por sus talentos. Este hombre ambicioso aceptó la proposición que se le hizo, y ayudado de sus partidarios, destronó al joven Tulga, le hizo cortar el cabello a fin de inhabilitarle para el trono como era de costumbre.

Chindasvinto empezó a reinar en el mes de Mayo del año 642, mas apenas se había sentado en el trono guando se encendió una guerra civil casi por todo el reino, no queriendo someterse los Godos a un hombre que había usurpado por violencia el cetro. Chindasvinto reunió su ejército y muy en breve los redujo a todos a su obediencia. El año sexto de su reinado se celebró el Concilio VII de Toledo, el cual hizo diversos cánones para mantener la autoridad Real, excomulgando por toda la vida a los que recurriesen a los extranjeros para sostener la rebelión, y si son Eclesiásticos los condena a ser degradados. El Rey gobernaba con tanta prudencia y humanidad, que se granjeó el respeto y el amor de todas las gentes, y los Grandes consintieron en que su hijo Recesvinto fuese asociado al trono: después pasó la vida con más tranquilidad ocupándose en las letras y en los ejercicios de piedad. Era gran político, conocía a fondo la constitución de los visigodos, y procuró restablecerla en su vigor y fuerza: envió al Obispo Tajón de Zaragoza a Roma a buscar las obras del Papa San Gregorio el Grande : se dice que fundó el Monasterio de San Román de Ornija, pueblo que está entre Toro y Tordesillas cerca del Duero. Chindasvinto murió el 1 de Octubre del año 650 de edad de 90 años y a los once de su reinado.

Después de su muerte fue reconocido Rey Recesvinto por la mayor parte de los Grandes, aunque hubo muchos muy descontentos de su elección, y esperaron coyuntura favorable para declarar sus resentimientos y levantarse. Froya era del número de estos, hombre rico, poderoso, y que tenía muchos amigos y partidarios. Tomó las armas e hizo entrar en su partido a los Gascones que estaban resentidos por haberles arrojado de su país Suintila la primera vez que entraron en él. Luego que pasaron los Pirineos estos hombres feroces, lo llevaron todo a sangre y fuego sin perdonar ninguna clase de personas, ni las Iglesias, ni los Monasterios. Recesvinto cayó sobre ellos con un ejército aguerrido, y los hizo pedazos quedando la mayor parte muertos: Froya se salvó con muy pocos repasando los Pirineos. Después de esta victoria el Rey publicó una amnistía general, prometiendo satisfacer los agravios que hubiesen sufrido las ciudades rebeldes, y de este modo se pacificó todo y fue generalmente reconocido. El 17 de Diciembre del año 653 se convocó el VIII Concilio de Toledo, en el cual se arregló todo lo que debía hacerse para hacer cesar el desorden que había causado la rebelión, y precaver en adelante semejantes abusos; y después de este tiempo gobernó pacíficamente y con mucha tranquilidad ocupándose más en la felicidad pública que en la suya propia, de manera que se granjeó la estimación y el amor de todos sus súbditos. Los Sarracenos hacían grandes conquistas en el África, lo que tenía al Rey con mucha inquietud porque se habían acercado a la Mauritania Tingitana, y derrotado al Conde Gregorio en una acción que tuvo con ellos. La proximidad de estos enemigos le causó tal sobresalto que cayó enfermo, se fue al lugar de Gérticos que está en el territorio de Salamanca a cuarenta leguas de Toledo para restablecer su salud con la mudanza de aires; mas su enfermedad se aumentó y murió el 1 de Septiembre del año 672 el veinte y cuatro de su reinado, justamente llorado de todos sus súbditos.

Después de haber celebrado las exequias de este Príncipe con la mayor solemnidad, los Obispos y Señores de la corte eligieron a Wamba de común consentimiento, porque sus virtudes y la experiencia que tenia de los negocios eran bien conocidas. Wamba se resistió a admitir la elección, y no cedió hasta que amenazado con la espada por uno de los electores, se le dio a escoger entre la corona y la muerte; y entonces consintió en tomar el cetro con la condición que se dilataría su coronación hasta que toda la nación aprobase su elección. Pusiéronse en camino para Toledo, y el 19 de Septiembre del año 672 fue coronado con aplauso general de todos los Grandes y del pueblo. Los Gascones de España y los Asturianos se rebelaron con el pretexto de que estaban sobrecargados de impuestos, y guando trataba de re­ducirlos a la obediencia, le llegó noticia de que Hilderico Conde de Nimes, ayudado de otras gentes principales, había ganado toda la tropa que tenía en las Galias, y se había levantado con todos sus Estados de la Narbonense. El Rey envió contra ellos una gran parte de sus tropas veteranas bajo las órdenes del Conde Paulo, Ca­pitán viejo, de mucho valor y prudencia; mas apenas entró en la provincia Tarraconense guando formó el proyecto de levantarse Rey, y para efectuar este detestable designio ganó a su partido al Duque Ranosindo y al Gardingo Hidegiso que mandaban las tropas de la provincia. Descubierta esta traición Argebaudo Arzobispo de Narbona le quiso cerrar las puertas de la ciudad; pero Paulo hizo tanta diligencia, que antes de disponerse para resistirle se había apoderado de esta plaza. Este Prelado fiel a su Rey no dejaba de darle aviso de todo lo que pasaba: entretanto el Conde Paulo tomaba todas las medidas para hacerse elegir Rey, y engañar de este modo los soldados y al pueblo. En una junta que tuvo de los principales oficiales del ejército y del pueblo fue proclamado Rey; e Hilderico mismo que se había rebelado se declaró también por él, y los Franceses le ofrecieron socorrerle con hombres y dinero para mantenerse en el trono. Los habitantes de Cataluña abrazaron su partido, y luego hizo ocupar las plazas que están al pie de los Pirineos y las gargantas de estos montes, para tener tiempo de levantar tropas y for­mar un ejército considerable. El Rey se hallaba entonces en las fronteras de Navarra, y sabida la rebelión tomó consejo de los principales del ejército, y aunque algunos querían que se volviese a Toledo para aumentar más gente, y poder resistir a los enemigos, Wamba que era un Capitán viejo y de mucha experiencia les declaró con gran resolución que no era decente a la Majestad huir delante de los rebeldes, y que estaba resuelto a sujetar primero los Gascones, y pasar inmediatamente los Pirineos para castigar a los traidores: dio las órdenes correspondientes para que todas las tropas del reino se pusieran en movimiento para los puntos señalados, y a la flota que se presentase delante de las costas de Francia y esperase allí el ejército: entró en Navarra, y llevándolo todo a sangre y fuego, llenó de tanta consternación a los habitantes que imploraran su clemencia : les perdonó con mucha benignidad, les agregó a su ejército, y a marchas forzadas se puso luego sobre Barcelona, se apoderó de ella y de las demás ciudades sin resistencia porque no estaban preparadas para la defensa: después dividió en cuatro cuerpos todo su ejército, pasó los Pirineos por diferentes puntos, y con el cuarto formó el cuerpo de reserva. Él ejército no halló resistencia sino en un fuerte que los rebeldes defendieron con la mayor desesperación, mas fue tomado muy pronto, y se cogieron en él a Ranosindo e Hildegiso, los cuáles fueron enviados al Rey atados de pies y manos: de allí pasaron a Sardonia donde mandaba Witimiro General del rebelde, el cual lleno de terror tomó el partido de retirarse antes que llegase el ejército, y las tropas se rindieron sin hacer resistencia. Pasados los Pirineos se reunieron todos los cuerpos: Wamba les mandó poner sitio a Narbona donde se hallaba encerrado Paulo, el cual no creyéndose seguro, se escapó a Nimes dejando el mando con una guarnición fuerte a Witimiro. Luego que pusieron sitio a la plaza citaron a Witimiro que se rindiese, pero su respuesta fue fiera e insolente: irritados los Generales y toda la tropa dieron el asalto, los sitiados se defendieron tres horas con un valor que no tiene ejemplo; pero las tropas del Rey la tomaron, y todo lo pasaron a cuchillo. Witimiro se refugió con algunos soldados en una Iglesia donde se defendió con la última desesperación: un soldado le descargó un golpe y le echó en tierra, y atado y preso con los demás oficiales fue enviado al Rey. Las demás ciudades entraron en la obediencia, y las guarniciones se retiraron a Nimes donde estaba el rebelde Paulo, el cual como Capitán experimentado hizo todos los pre­parativos para la mejor defensa. El ejército Real se presentó delante de esta plaza dividido en cuatro cuerpos todos mandados por Generales muy hábiles, y la invistieron por todas partes. Los sitiados los despreciaban porque eran más en nú­mero, y aun querían salir a atacarles si Paulo no los hubiera contenido. Los Generales irritados, y llenos de vanidad y de orgullo por la victoria que habían conseguido en Narbona, dieron el asalto; pero fueron rechazados con tanta pérdida, que sin nuevo socorro era imposible continuar el sitio. El Rey les envió un cuerpo de diez mil hombres de la tropa mejor que tenía, los cuales llegaron al tiempo que se iba a dar un nuevo asalto a la plaza. Paulo lleno de terror con esta noticia, disi­muló y animó a la tropa a la defensa: se empezó el ataque, y de una parte y de otra se combatió con un furor obstinado y desesperado. Los Franceses se cansaron, y temerosos de ser pasados a cuchillo se amotinaron contra el rebelde, lo que causó una confusión grande en todo el ejército. Los sitiadores se aprovecharon de este momento, continuaron el ataque y tomaron la plaza. Los habitantes de la ciudad se echaron contra los Españoles del partido de Paulo , acusándolos de traición mientras que la tropa lo pasaba todo a cuchillo. Paulo con sus más celosos partidarios se retiró al Anfiteatro llamado Arenas que estaba bien fortificado, y no era fácil forzarle: a la noche cesó la matanza, y restablecida la tranquilidad, se celebró la victoria con grandes fiestas y alegría. Después de tres días el Rey se acercó a ella con su ejército. Paulo y sus cómplices le enviaron a Argebaudo Metropolitano de Narbona para implorar su clemencia, el cual lo hizo en términos tan patéticos y tiernos, que el Rey prometió perdonar a los rebeldes, pero sin hacer mención de las cabezas de la rebelión: después entró en la ciudad, y mandó que las tropas se pusiesen en las montañas para impedir que los Franceses viniesen al socorro de sus aliados. Rendido Paulo fue presentado al Rey, llevándole dos Ca­pitanes de caballería agarrado de sus cabellos: estando en su presencia se arrodilló, se quitó él mismo el cíngulo militar, que era degradarse, y des­pués fue puesto bajo buena guardia con los demás oficiales que habían sido hechos prisioneros. Mandó restituir a las Iglesias, Monasterios, y a las personas particulares lo que se les había quitado, y reedificar las murallas de la ciudad. Hecho esto puso en orden de batalla la tropa alrededor del tribunal que había mandado erigir donde estaba él sentado, los Generales de su ejército y demás señores, e hizo traer a Paulo y a sus cóm­plices, y puestos en su presencia le preguntó si le había ofendido en alguna cosa, o le había hecho alguna injusticia, o le habida dado algún motivo de disgusto; y el reo le respondió que no había recibi­do sino beneficios, que la misma confianza que le había manifestado había sido causa de su rebelión, y que no tenía razón alguna para justificarla; los demás confesaron lo mismo. Después se leyó el juramento de fidelidad y de obediencia que habían prestado al Rey, y las leyes contra los rebeldes; y los jueces pronunciaron la sentencia de muerte contra todos ellos. El Rey la moderó contentándose con que se les rasurase el cabello y se les encerrase por toda su vida para hacer penitencia. Puso buenos Gobernadores en las plazas con las guarniciones correspondientes para su defensa, recompensó a los soldados que se habían distinguido más, y se volvió a Toledo donde entró triunfante con su tropa ricamente vestida. Los rebeldes iban en una carreta en medio de la tropa raídas las cejas, la barba, y los cabellos, con los pies descalzos, malos vestidos, y entre ellos se distinguía Paulo que llevaba una corona de cuero negro: el Rey cerraba la marcha, y todo el pueblo lo recibió con grandes vivas y aclamaciones. Después se fue a la Iglesia a dar gracias a Dios, despidió las tropas, y se aplicó a remediar los desórdenes que había en el estado y en la Igle­sia empezando por su capital: juntó dos Concilios, el uno en Braga y el otro en Toledo, en los cuáles se hicieron muchos cánones para corregir algunos abusos que se habían introducido entre los Eclesiásticos, y se arregló la extensión y límites de las diócesis. Cuando estaba más ocupado en arreglar su estado, los Árabes infestaban las costas de España con sus flotas: Wamba reunió sus fuerzas navales para contenerles y castigarles: los Sarracenos juntaron una escuadra muy consi­derable para destruir de una vez las fuerzas de la España y hacer desembarco en ella: se dio una batalla naval, en la cual los Godos no mostraron menos valor que en las de tierra. Por una y otra parte se hicieron esfuerzos extraordinarios; pero al fin los Godos vencieron, hicieron un inmenso botín y muchos esclavos. Los Sarracenos perdieron doscientas setenta embarcaciones, y esta pérdida retardó las desgracias que después causaron en la España por la indolencia de sus sucesores.

Mientras Wamba estaba ocupado en conservar el honor del trono de la nación, Ervigio, hijo de Ardabasto, dominado de la ambición maquinaba el modo de derribarle de él; y para conseguirlo, le dio una bebida ponzoñosa que le hizo perder el juicio por algún tiempo , y estando en este estado le hizo cortar los cabellos y vestir el hábito de pe­nitente. Vuelto en sí el Rey, aunque conocía el artificio de que se habían servido para ponerlo en este estado, disimuló, y prefiriendo la tranquilidad del Estado y el bien de sus súbditos, y evitar una guerra civil que les había de ser fatal, nombró por su sucesor a Ervigio, y él se retiró al Monasterio de Pampliega para consagrar lo restante de sus días al servicio de Dios.

Ervigio fue proclamado Rey en virtud del nombramiento de Wamba y consentimiento de la nobleza el 10 de octubre del año 680, y el día siguiente fue consagrado por Juliano Metropolitano de Toledo, que sin saber nada de la trama había contribuido a la ambición de Ervigio. Este Príncipe se sentó pacíficamente en el trono aun­que subió a él por una acción tan execrable, la que muchos no dejaban de murmurar; y temeroso de que sucediera algún alboroto general, hizo juntar un Concilio para hacerse confirmar en la posesión del trono de una manera auténtica. El Concilio se celebró el año siguiente desde el 9 de enero hasta el 25 del mismo mes, en el cual se hicieron algunos cánones para calmar el espíritu del pueblo, y refirmarle sobre el trono; y para aplacar el resentimiento de la familia de Wamba, casó su hija Cigilona con Egica, sobrino y heredero de este Monarca: esto no obstante hubo algunas revoluciones o levantamientos en algunas provincias que Ervigio supo apagar con su valor y pru­dencia. Después procuró ganar el amor de sus súbditos evitando todo lo que podía descontentarles, y ocupándose más que ninguno de sus predecesores en hacerlos felices; y así por más descon­tento que tuvieran algunos Señores contra él, lo disimularon, porque vieron que el pueblo, la mayor parte de la nobleza, y la clerecía lo estimaban. Para remediar los males que afligía a la Iglesia y al Estado hizo celebrar otros dos Concilios en los años siguientes. Después hubo una grande hambre en España, a la cual siguió una epidemia que hizo morir muchísimas gentes. Puestos en buen orden los negocios públicos, y establecida la tranquilidad en el Estado que no podía gozar en su con­ciencia, cayó enfermo de una enfermedad muy grave que él juzgó mortal. Nombró por su sucesor a Egica el 14 de agosto del año 687, le hizo jurar que administraría justicia a todo el mundo, y habiendo absuelto el juramento de fidelidad que le habían prestado los Señores, se hizo rasurar, tomó el hábito de penitente, y poco después murió el año octavo de su reinado cuando Wamba vivía todavía en el Monasterio, donde supo con mucha alegría que la corona había recaído en aquel para quien él mismo la destinaba.

Egica fue proclamado Rey con gran satisfacción de todos sus súbditos por el grande amor y respeto que tenían a su tío Wamba, que todavía vivía en el Monasterio de Pampliega, donde murió algún tiempo después lleno de gloria y de virtudes, y en opinión de santidad (688). El Rey hizo celebrar un Concilio en Toledo, en el cual se revocaron algunas cosas del año precedente. Presentóles él mismo una memoria manifestando los motivos de su convocación, y pidiéndoles consejo sobre el modo de cumplir los juramentos que Ervigio había exigido de él que le parecían contradictorios, es a saber, de administrar justicia a todos sus súbditos, y de proteger y sostener en todo a la mujer, hijos, yernos, y demás parientes de su predecesor, deseando saber hasta dónde se extendía esta obligación de proteger a la familia del difunto Rey contra los que le pedirían justicia por haberles despojado de sus bienes y habér­selos dado a su familia; y suplicaba al Concilio que le dijese a cuál de los dos juramentos había de dar la preferencia. Los Padres del Concilio, después de una madura deliberación, le respondieron que la justicia se debe a todo el mundo, y que solo debía proteger a la familia de Ervigio cuando se pidiese alguna cosa injusta contra ella; que el juramento que es contrario a la justicia no obliga, y ni los Jueces ni las demás per­sonas deben guardarlo. Dos años después de este Concilio murió Juliano Arzobispo de Toledo y le sucedió Sisberto, hombre de un ilustre nacimiento entre los Godos, pero orgulloso y lleno de ambición, el cual poco tiempo después de estar en la silla tramó la conspiración más horrible contra el Rey para quitarle la vida a él, a su mujer, y a todos sus hijos, haciendo entrar en su infame proyecto una infinidad de personas de todas clases y condiciones. Descubierta la conjuración, el Rey hizo prender al Arzobispo, convocó un Concilio en Toledo, donde juzgado este turbulento Prelado fue depuesto; y el Rey se contentó, por respeto al carácter, con desterrarle de su Reino. El año siguiente hizo juntar otro Concilio para determinar sobre la conjuración que habían tramado los Judíos dispersados por todo el Reino juntamente con los de Africa, y se tomaron en él las medidas correspondientes; y el Rey por su parte dio las órdenes para tenerlos sujetos.

Los Sarracenos después de haber conquistado la Mauritania, infestaban nuestras costas con su flota: el Rey hizo equipar la suya, y dio el mando de ella a Teodemiro, joven de una rara prudencia y valor, que era hijo 0 yerno de Egica, el cual se hizo a la vela en busca de los Sarracenos y con ánimo de atacarles donde quiera que los hallase. Los Sarracenos llenos de orgullo, y despreciando al Almirante Español por su poca edad y experiencia, le atacaron : la batalla fue terrible: los Godos pelearon con un valor extraordinario, y fueron derrotados los Musulmanes. Después se encendió la guerra con los Franceses, acaso por haber hecho los Duques de la Gascuña una irrupción en la Es­paña o en la Galia Narbonense. Egica envió un ejército considerable, se dieron tres batallas consecutivas, en las cuáles los dos partidos perdieron mucha gente, y se quedaron reducidos a los mismos dominios que antes tenían. Dejó buenas guarniciones en las plazas para su defensa, y así se les quitó la gana de hacer nuevas inva­siones. Hallándose ya muy viejo, y deseando que su hijo Witiza subiese al trono, propuso a los Grandes del Reino la intención que tenia de asociarlo al Imperio para conservar mejor la tranquilidad del Estado, y no dejarlo expuesto a las turbaciones que acompañan las elecciones de un nuevo Monarca. Los Grandes aprobaron esta asociación. Egica dio a su hijo el gobierno de la antigua Galicia, y estableció su corte en Tuy para que de este modo aprendiera el arte de gobernar una monarquía tan vasta guando fuese solo Rey de una nación tan poderosa. Luego que vio Egica que su hijo se había ganado el afecto del pueblo por sus talentos y bellas cualidades, convocó un Concilio en Toledo para hacer confirmar esta elección que los Grandes habían aprobado, lo que se ejecutó como él mismo deseaba; y así después de un largo y feliz reinado, murió de enfermedad en el mes de octubre del año 700.

Luego que Witiza supo la muerte de su padre pasó a Toledo, y por los actos de clemencia y de liberalidad que ejerció se granjeó la estimación de todos sus súbditos, concedió inmediatamente una amnistía general, llamó a los que su padre había desterrado por la traición contra Wamba y la conspiración de Sisberto, les devolvió todos sus bienes, y los restableció en sus cargos; perdonó a todos los pueblos de su vasta monarquía todas las contribuciones atrasadas que estaban debiendo, mandando echar al fuego todos los registros; su nombre se pronunciaba con admiración, y le llenaron de elogios; esto quizás, y la ponzoña de los aduladores de la corte, corrompió su corazón que era de un carácter dulce y generoso, y poco a poco se hizo cruel, sensual, y cayó en los últimos excesos del vicio y del crimen.

El primer año de su reinado convocó un Concilio en Toledo, que fue presidido por Gunderico Metropolitano de la misma Ciudad, hombre muy virtuoso, y de tanto celo y firmeza que representó al Rey los perniciosos efectos que de sus vicios se habían de seguir, debilitando su autoridad, y corrompiendo sus súbditos: se dice que en este mismo Concilio se hizo un Cánon por el cual se permitía a los Sacerdotes seculares casarse, poniendo de este modo un freno al libertinaje de los Eclesiásticos.

Witiza después de la muerte de su padre soltó la rienda a sus pasiones, y se abandonó a la disolución más desenfrenada : esta pasión aumentó en él el deseo de mandar, y luego le hizo injusto, abandonó a la Reina, y cometió el crimen con las mujeres casadas: de este modo perdió muy pronto la estimación del público, y se hizo execrable a todos, sordo a las advertencias que se le hacían. Engañado con los testimonios de fidelidad que le daban, creyó que le habían de conservar siempre el amor que sus virtudes habían hecho nacer al principio; mas pasados algunos años conoció que sus súbditos le aborrecían, lo que animó a los Grandes a tomar las armas contra él. Descubierta esta trama se hizo más cruel, y por esta razón cayó en mayor execración. Continuando sus vicios atropello sin respeto ninguno el pudor de las mujeres y de las hijas de los Grandes: esta conducta tan imprudente y tan infame irritó tanto a estos hombres poderosos que formaron muchas conjuraciones contra él, las cuales descubiertas se contentó con desterrarlos. La vida de Witiza se hizo más licenciosa después de la muerte de Gunderico Metropolitano de Toledo, a quien tenía algún respeto; y el pueblo con el ejemplo del Príncipe y las personas de las demás clases del Estado, cayeron en el lujo, en la indolencia, y se dejaron arrastrar de los vicios , lo que hizo perder la estimación a la nación, y la llevó poco a poco a su ruina.

Muza, uno de los Generales del Califa Walid, había ya conquistado la mayor parte de la Mauritania, y estaba resuelto a acabar de arrojar a los Godos de todo lo que poseían en esta costa, y se puso con un ejército formidable sobre Ceuta. El Conde D. Julián que se dice estaba casado con la hermana de Witiza y de Oppas, defendió la plaza con tanto valor e intrepidez, que el General Árabe después de haber perdido mucha gente se vio precisado a levantar el sitio: se puso en la mar con una poderosa flota que también fue derrotada por la de los Godos mandada por Teodemiro, lo que llenó de furor a Muza y le hizo buscar los medios para vengar su honor. Estas empresas de los Sarracenos deberían de haber excitado a Witiza a poner las costas del reino en estado de defensa, mas estaba este Príncipe ciego tan sepultado en sus vicios, que era insensible a los peligros que le amenazaban. Por otra parte siendo aborrecido de sus súbditos no se atrevía a poner tropas en las diferentes partes del Reino porque no volvieran las armas contra él. Esto mismo parece que convidaba a los Moros, nación inquieta y belicosa a hacer una invasión, y ponía a los Godos en la impotencia de resistirles. En este desorden en que se hallaba toda la nación, las provincias que estaban más distantes de la cor­te perdieron todo el respeto a su autoridad. D. Rodrigo hijo de Teodefredo se aprovechó de esta co­yuntura para subir al trono, y se encendió la guerra civil que fue el principio de nuestra ruina. Witiza lleno de confusión no pensó sino en la seguridad de su persona y de su familia : los descontentos y revoltosos en reforzar su partido; y los Sarracenos siempre vigilantes y atentos para aprovecharse de la primera ocasión que se presentase, en extender sus conquistas y entrar en España para saquear, robar, y matar. Para ejecutar este proyecto y satisfacer sus deseos, Muza conoció que era necesario tener un puerto o alguna plaza dentro del Reino, y así envió a Tarif, o Tarifa Abuzara, con un pequeño cuerpo de tropas para apoderarse de alguna de ellas; desembarcó en Calpe y se apoderó de este pueblo, que él llamó Geizira Haladra, que quiere decir Isla verde, de donde se ha formado por corrupción Algeciras; y al cabo y fortaleza que hizo construir en él llamó Gebel Tarif, de donde se ha formado el nombre de Gibraltar: esta es la primera entrada de los Moros en España, y el primer paso que dieron para su conquista.

Entre tanto la guerra civil continuaba entre Witiza y D. Rodrigo, hasta que la muerte del primero dejó al segundo en la posesión del Reino; mas Eba y Sisebuto hijos de Witiza continuaron la guerra civil para subir al trono de su padre, pidieron socorro a los Sarracenos, y estos hicieron pasar un ejército a España. El Conde D. Julián sin que se sepa el motivo les facilitó la entrada acaso para vengarse de alguna injuria personal que había recibido. Oppas Metropolitano de Sevilla, y tío de Witiza, contribuyó también mucho para este efecto; y así a persuasión de todos estos envió Muza un cuerpo de siete mil hombres bajo el mando de un General llamado Tarif Abdalahy acom­pañado del Conde D. Julián, y desembarcó cerca de Gibraltar desde donde hizo entradas en las tierras vecinas; y noticioso de las divisiones de los Godos y de las pocas fuerzas que tenía D. Rodrigo para resistirle, determinó con este pequeño ejército conquistar toda la España. Avisó a Muza del plan que había formado, y para que no fuera trastornado por sus soldados, hizo quemar todos los barcos para quitarles la esperanza de volver al África. Muza no aprobó este proyecto por que juzgó que no tenía fuerzas bastantes para ejecutarlo, mas estaba sumamente contento de saber que tenía un puerto y una plaza donde poder desembarcar sus tropas guando lo necesitase : reunió muchas embarcaciones, y puso en ellas doce mil hombres levantados en la Mauritania, y los hizo pasar al puerto donde estaban los primeros nombrando por General de todo el ejército a Tarif Abincier, con orden de continuar sus conquistas lo más lejos que le fuese posible, sin exponer demasiado el ejército internándose en el país. Este General se puso en campaña en el verano del año 711. Empezó sus hostilidades haciendo correrías con su caballería por todo el país inmediato, cometiendo horribles crueldades en los pue­blos y sobre los habitantes desarmados y sin defensa, por consejo del Conde D. Julián, para inspirar terror y hallar menos resistencia.

D. Rodrigo viendo que estando solamente a la defensa su ejército se disipaba y arruinaba los pueblos, y que por otra parte no tenía fuerzas bastantes para acometer por las divisiones que había entre los Españoles, hizo proponer a los hijos de Witiza un tratado de reconciliación, los cuáles aceptaron las ofertas del Rey, y vinieron a reunir sus fuerzas con las suyas. Sabido esto por Tarif avisó a Muza pidiéndole refuerzos para poder venir a las manos con los Godos, o para defenderse en caso de ataque. Muza le envió cinco mil hombres con los cuáles se creyó bastante fuerte para sostenerse, y aun para dar la batalla si se veía en la necesidad de ello. D. Rodrigo tenía más fuerzas y la flor de la nobleza consigo, y conocía muy bien que no podían estar las cosas en este mismo estado, si no daba la batalla y obligaba a los Moros a repasar al Africa, y así preparó todas sus cosas para una acción que fuera decisiva: animó a sus tropas con un discurso breve y enérgico, inspirándoles la esperanza de la victoria, y acordándoles el antiguo valor que los había llenado de gloria. Este discurso hizo tanta impresión sobre ellos, que pidieron a grandes gritos de venir a las manos con los Moros llenos de ardor y de vivos deseos de librarse de una vez para siempre de vecinos tan incómodos y peligrosos. El Rey dio las órdenes correspondientes a sus Generales, y luego se empezó el combate: los dos ejércitos se hallaron en un llano cerca de Jerez de la Frontera en las riberas del Guadalete a tres leguas de Arcos. Los Godos acometieron con todo el furor que inspira la desesperación; mas los Moros, que eran soldados viejos y aguerridos, los recibieron con tanta intrepidez y firmeza, que por más esfuerzos que hicieron nunca pudieron romperlos, conservando siempre los oficiales excelentes que tenían los Moros el orden en la tropa; y guando ya los Godos estaban cansados, la caballería enemiga cayó precipitadamente sobre ellos, los puso en desorden y confusión, dejó el campo cubierto de muertos, y consiguieron una victoria tan completa que el ejército de los Godos quedó enteramente dispersado, y fue imposible poderlo reunir. No se sabe el número de muertos y prisioneros que hicieron. Esta famosa batalla, que puso fin a la monarquía de las Godos, se dio el día 11 de Noviembre del año 711 0 712, porque en esto no convienen los historiadores. La suerte de D. Rodrigo se ignora; lo que consta es que manifestó el mayor valor y prudencia en esta batalla, y así es muy regular que fuese herido en ella o acaso muerto, pues si no hubiera sido así se habría retirado a alguna de las provincias más distantes, reunido todas las fuerzas, e instruido por la experiencia hubiera ocupado los terrenos más escabrosos para poder defenderse mejor allí, aumentar sus fuerzas, y salvar a lo menos una parte de sus estados.

Tarif se aprovechó de la victoria y de la consternación en que se hallaban los pueblos: se apoderó de Sevilla, Córdova, y otras ciudades que no estaban en estado de resistir, y permitió a sus soldados ejercer toda especie de crueldades, para que de este modo consternados los demás pueblos perdiesen el valor y se sometiesen a las condiciones que quisiera imponerles. Luego avisó a Muza de todo lo que había pasado, de lo fácil que era apoderarse de toda la España, y que si él venía con algunos refuerzos podría penetrar hasta las extremidades del reino, porque las tropas que tenía a su mando no eran suficientes sino para guardar las ciudades y proteger el país conquistado. Muza reunió tantas fuerzas, que no tenía barcos suficientes para poderlas transportar: desembarcó en Gibraltar o en sus cercanías, juntó un consejo de guerra, y se resolvió emprender a un mismo tiempo la conquista de todo el reino. A consecuencia de esta resolución dividió el ejército en tres cuerpos, el primero fue mandado por Abdalasis su hijo con orden de conquistar las costas del Mediterráneo, el segundo fue dado a otro General para conquistar las del Océano, y con el tercero, que era el más considerable, él mismo emprendió la conquista de lo interior del reino llevando consigo por su teniente a Tarif. Dio orden a los tres Generales que concediesen una honrosa capitulación a las plazas que se rindiesen, y las que hiciesen resistencia las entregasen a discreción del soldado. Muza se presentó delante de Mérida, los habitantes se defendieron con valor, pero al fin tuvieron que rendirse con la condición de que se les dejara li­bre el ejercicio de su religión y conservarían sus leyes. Desde allí pasó a Toledo: Sinderedo su Arzobispo se había ido a Roma abandonando su grey en el mayor peligro : muchos Eclesiásticos de esta, y de las demás ciudades, llevándose las riquezas de sus Iglesias, se retiraron a las montañas de León y de Asturias. Los principales señores y cortesanos que hasta entonces habían estado con la mayor indolencia sin hacer nada en defensa de la patria, cuando supieron que se acercaban los Moros, abandonadas sus casas huyeron; mas D. Oppas que acompañaba a Muza les siguió con un cuerpo de caballería, y habiéndolos alcanzado los hizo pedazos para vengarse del desprecio que habían mostrado a su familia. Los habitantes de Toledo aunque se defendieron con el mayor valor, tuvieron que rendirse estipulando que los Cristianos conservarían siete Igle­sias para su uso, y que se gobernarían por sus leyes; y para seguridad del tratado los diputados de la ciudad declararon que no querían sino la palabra de Muza.

El General encargado de la conquista de las costas occidentales entró en Portugal, arruinó las ciudades de Egitania y Ossonova que le habían hecho resistencia. Ébora, Lisboa, Viseo, y Lamego, llenas de consternación se rindieron por capitulación. Coimbra, que hizo una vigorosa defensa, fue enteramente destruida, y quedó todo el reino reducido. El General Abdalacid entró por las tierras de Jaén, Granada, Valencia, y Murcia, y su caballería lo desoló todo. El Príncipe Teodemiro que les había vencido en dos batallas navales, había juntado un pequeño ejército en los confines de Valencia, con el cual estaba resuelto a defender el honor de la nación, en varias acciones incomodó de tal manera a los Moros que les impidió pasar adelante hasta dar aviso a Muza. Este General envió parte de su ejército para envolver a Teodemiro, y le obligó a hacer una capitulación honrosa, la cual se puso por escrito y se firmó, quedando en virtud de ella Gobernador del país como era antes.

Hecho esto dividió su ejército en dos cuerpos para acabar de conquistar la España, el uno se dirigió a Castilla la Vieja y León, el cual destruyó las ciudades que le hicieron resistencia, y llegó hasta las montañas de Asturias, al mismo tiempo que Abdalasis se apoderó de todas las provincias hasta Tarragona. Esta ciudad después de haber hecho una resistencia bastante gloriosa capituló con las mejores condiciones que le fue posible, y el General Moro conquistó toda la Cataluña. Muza se adelantó per el reino de Aragón rindiendo todas las ciudades hasta llegar a los Pirineos. Así todos los Godos que no quisieron ceder a los Moros, buscáron su seguridad en las montañas de Asturias, de Burgos, de Vizcaya, de Navarra, de Aragón, y Cataluña. El Califa Walid llamó a Damasco a Muza para dar cuenta de su conducta porque tenía disensiones con Tarif, atribuyéndose éste todos los buenos sucesos, y aquél todo el fruto de sus conquistas. Muza obraba como Soberano independiente, y después que había recogido inmensas riquezas, deseaba hacer sentir a Tarif todos los efectos de la ira y de la indignación que tenía contra él. Cuando se embarcó llevó para el Califa tesoros inmensos de oro, plata, y piedras preciosas, y muchos esclavos de los Godos de ambos sexos, y con ellos a Tarif para que no hiciese daño en España, y a Teodemiro para que el tratado que había concluido con Abdalasis fuese confirmado por el Califa. Muza fue muy mal recibido, pero Teodemiro por el contrario fue tratado con el mayor decoro así por Walid como por Solimán su hermano sucesor en el Califato. Abdalasis se quedó con el gobierno general de España, y por medio de éste se hizo una descripción general de este reyno, y de todos los tributos que debía pagar, visitando por sí mismo las provincias, tratando con la mayor benignidad a sus habitantes, y concediéndoles muchas gracias. Mandó a los Gobernadores de las ciudades que hiciesen reparar sus ruinas y construir fortalezas; restableció el comercio interior del reino para que todos gozasen de los frutos de la paz, y estuviesen contentos con el nuevo gobierno. Abdalasis tenía talento, vivía con gran magnificencia, y estaba lleno de ambición y con una inclinación violenta a las mujeres. En su serrallo tenia a Egilona viuda del Rey D. Rodrigo, a la cual amaba tiernamente, y aun se dice que se casó con ella. Sus Oficiales irritados de que les trataba con demasiada dureza tomaron la resolución de asesinarle, y solo esperaban la ocasión oportuna para ejecutar su depravado designio; y así un día que fue a la Mezquita acompañado con muy pocas gentes, Ayud Oficial viejo, entró con los demás conjurados cuando estaba haciendo oración, y le dieron de puñaladas pretextando que era traidor al Califa, y que se quería hacer Rey de España. Después eligieron a Ayud por Gobernador interino hasta que el Califa nombrase otro, el cual gobernó con mucha sabiduría, moderación y vigilancia, lo que no impidió sin embargo que se cometiesen mil vejaciones contra los Cristianos en las provincias. Entretanto llegó Alahor, Virrey nombrado por el Califa, fijó su residencia en Córdova, llamó a los Gobernadores de las provincias, y castigó los excesos que habían cometido. Hecho esto juntó un ejército muy numeroso para acabar de conquistar todos los estados de los Godos en cumplimiento de la orden que Omar II, que había sucedido a Soliman en el Califato, le había enviado. Abrió su campaña llevándolo todo a sangre y fuego para llenar de terror a todos los habitantes: pasó los Pirineos, y en muy pocas semanas se apoderó de Elna, Carcasona, Agreda, Narbona, Béziers, Nimes, y de toda la Galia Gótica; de manera que no quedaron por los Godos sino los países ásperos y montañosos de la península.