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SALA DE LECTURA B.T.M. |
LOS IMPERIOS DEL ANTIGUO ORIENTE. El fin del segundo milenio
Compilado por
Elena Cassin,
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Egipto en tiempos
del Imperio Nuevo.
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II.
LOS
RAMESIDAS (1309-1080)
a) Comienzos de la
Dinastía XIX: Ramsés I y Sethi I
Cuando Horemheb, antes general, pasó a ser rey, puso su confianza en Paramsés, oficial también del ejército y apenas algo más joven que él. La carrera de Paramsés se puede reconstruir con todo detalle gracias a las inscripciones de dos estatuas, en las que está representado en cuclillas y leyendo, que por merced real se le permitió colocar frente al décimo pilono del templo de Karnak, junto a las estatuas del respetado visir y sabio Amenhotep, hijo de Hapu, de tiempos del rey Amenofis III. También contribuyen a esta reconstrucción las inscripciones de dos sarcófagos (el interior de granito rojo y el exterior de granito gris oscuro) que Paramsés proyectó para un cementerio cerca de la actual Gurob, próximo a la entrada del oasis del Fayum. Las estatuas todavía revelan que Paramsés, aunque en principio no fue sino un «jefe de arqueros», ya había avanzado a través de varios grados militares hasta el cargo de visir, portador de las plumas a la derecha del rey, lugarteniente de Su Majestad en el alto y bajo Egipto y príncipe hereditario en todo el país. En una fecha más tardía se hicieron modificaciones en los dos sarcófagos que muestran que ya había sido honrado por entonces con el título de hijo del rey, y que ya omitía el artículo definido, demasiado coloquial, con el que comenzaba su nombre, dejándolo en Ramsés, y enmarcándolo con el cartucho real, añadiéndole, incluso, el epíteto miamun, «amado de (el dios) Amón». En lugar del epíteto funerario habitual «de palabra verdadera» tras de su nombre se indicaba ahora solamente «señor de la humanidad», que por lo demás sólo se empleaba como epíteto del propio dios Osiris. En resumen, no sólo era el primer personaje de Egipto después de Horemheb, sino también el presunto heredero del trono.
Así, pues, el futuro
rey era de nuevo un hombre de ascendencia no real, ya que el título de «hijo del rey» era puramente honorífico: Ramsés no
era hijo de Horemheb ni de ningún otro
rey, sino de un «jefe de arqueros», llamado Sethi,
cuyo nombre dio Ramsés al hijo que tuvo con su mujer Tiu,
insignificante cantora del dios Ra. La familia era oriunda de la parte nordeste
del Delta, que, desde tiempo inmemorial, era la región del culto al impopular
dios Seth, hermano y asesino del dios Osiris. El nombre de Sethi que llevaban el padre y el hijo de Ramsés no es sino una abreviatura del de
aquél; probablemente la pronunciación egipcia del nombre era Setoye, de donde proviene la forma griega Sethos que aparece en la historia de Manetón. Parece que la
familia consideró posteriormente a Seth como su primer antepasado. Tanto
Ramsés como su hijo fueron durante algún tiempo comandantes de la fortaleza de Tjel (Sile en tiempos griegos),
que defendía a Egipto por el nordeste, y se sabe que Sethi hijo fue sacerdote de varias divinidades del Delta.
Al igual que antes, en el
caso de Horemheb, las razones de que el heredero al trono sea un soldado
resultan obvias. Se trataba de la necesidad de una persona enérgica que se
enfrentara a los inquietos vecinos orientales de Egipto en Palestina y Siria.
Sin embargo, cuando murió Horemheb, tras un reinado bastante largo, Ramsés (el
Ramsés I de los historiadores modernos) era demasiado anciano para atender a
sus muchos deberes y tuvo que delegar parte de sus funciones en su hijo, como
más tarde manifiesta Sethi en la dedicatoria que
ordenó poner en la capilla funeraria que construyó para su padre en Abidos. No está claro cuánto territorio poseyó Ramsés I en
Palestina o en Siria. Es cierto que en un templo de Betshán,
cerca del mar de Galilea, se encontró un depósito de fragmentos de cerámica
para cimientosque llevaban el cartucho de Ramsés, pero
es posible que se pusieran allí una vez
que la plaza se reconquistó durante el reinado de Sethi.
Que el reinado de Ramsés I
fue muy breve, queda insinuado en la nueva tumba que como rey se hizo preparar
en el tradicional lugar de enterramiento de los reyes de la XVIII Dinastía, el
«Valle de los Reyes», en Tebas. La tumba es pequeña; contiene una cámara, ya
que otras varias sólo se empezaron a construir. Tanto la decoración de la
cámara mortuoria como la del nuevo sarcófago de granito, aunque muy cuidadas
son sólo pictóricas y no esculpidas. La antigua tumba de los dos sarcófagos de Gurob había quedado abandonada; los huesos encontrados en
el sarcófago de granito rojo pertenecía a un jorobado menor de treinta años,
razón por la que no podían ser los de Ramsés I, un hombre mayor con un hijo ya
crecido y que había sido oficial. Sigue siendo inexplicable por qué el
sarcófago interior fue transportado a Tebas, ya que se encontró oculto,
enterrado fuera del rincón noroeste del muro que cercaba el templo de Medinet Habu.
De hecho la única
inscripción fechada que poseemos del reinado de Ramsés I es una estela que se
halló en un nicho a la izquierda de la puerta del pilono del templo de Buhen (cerca del actual Wadi Halfa). Está fechada en su «año 2, segundo mes de la
estación de invierno, día 20», y conmemora la instauración de ofertas en el
templo. Sin embargo, sus últimas líneas revelan que quien erigió realmente la
estela fue su hijo y sucesor en el trono, Sethi I. Su
texto es prácticamente idéntico al de otra estela situada a la derecha de la
puerta; ambas son simétricas, pero esta última lleva la fecha de «año I, cuarto
mes de verano, último día», de Sethi I. Por esta
razón parece que ambas estelas fueron erigidas en la misma época y que sus dos
fechas son muy próximas, con mayor probabilidad dentro del mismo año del
calendario. Si ello es así, Ramsés I murió en el segundo año de su reinado.
La importancia de Ramsés I
se debe menos a las realizaciones de su breve reinado que al hecho de haber
llevado al poder una nueva dinastía. Esta dinastía, la decimonona en la estimación
de Manetón, se esforzó enérgicamente en restaurar el imperio fundado por sus
predecesores y en preservarlo de ataques procedentes del exterior.
Es igualmente posible que
el prenombre de Menpehtire, nombre que adoptó Ramsés
I cuando subió al trono, sea el origen de Menofres,
con el cual el astrónomo griego Teón de Alejandría da comienzo a una era a la
que llama «apó Menophreós».
Normalmente se coincide en considerar que no se trata sino del periodo sotíaco que comienza en el 1320 a.C. Si los nombres de Menpehtire y Menofres realmente
fueran idénticos se podría obtener una datación astronómica válida en torno a
la cual se podría fijar con bastante seguridad el reinado de Ramsés I. Los
especialistas aceptan hoy como fecha de su muerte la de 1309 o 1304, obtenida
por otros medios. La existencia de un nuevo período sotíaco cuyo comienzo coincidiera con el del reinado de Sethi I esclarecería asimismo la razón de que los dos primeros años de este reinado
reciban el nombre de «Repetición del Nacimiento» y la de que el propio rey
adoptara la expresión «Repetidor del Nacimiento» como uno de sus nombres o
títulos: el llamado de las «Dos Damas». Todo ello se referiría en tal caso a la
nueva era y sería entonces bajo el reinado de Ramsés I cuando durante cuatro
años, a principios del período sotíaco, la estrella
Sirio (Sothis) apareció al amanecer en el mismo
momento que el sol.
Pero aun cuando se llegara
a demostrar que la hipótesis aquí expuesta era inaceptable, el nombre
«Repetidor del Nacimiento» debe de alguna forma darnos a entender la decisión
del nuevo faraón de hacer partir de su reinado un nuevo período de la historia
egipcia con miras a recuperar el primitivo poderío y gloria de la nación. Como
llegó al trono poco después de los cincuenta años, tuvo la suficiente energía y
vigor para poner en práctica su decisión, y a su muerte, ocurrida unos quince
años más tarde, transmitió a su sucesor un imperio que igualaba en extensión
cualquiera de los conquistados anteriormente por un soberano egipcio. Sin
embargo, para alcanzar tales objetivos, hubieron de tener lugar grandes
combates en las tres fronteras del país.
Los relieves e
inscripciones de los muros exteriores septentrional y oriental de la gran sala
hipóstila del tempo de Karnak, son la fuente más extensa sobre las guerras de Sethi I. Sus escenas de batallas a gran escala son las
primeras muestras existentes de un género que fue más tarde imitado por algunos
de los sucesores de Sethi. Estos relieves se
complementan últimamente con las listas de las ciudades y países conquistados,
del tipo de las que los faraones acostumbraban a poner en sus monumentos desde
tiempos del gran conquistador Thutmosis III. Por último, algunas estelas de Sethi I encontradas en distintos lugares de Palestina,
Siria y Nubia, a las que volveremos a referirnos individualmente, han aportado
nuevos pormenores.
Los relieves de Karnak
están colocados en los muros de una manera casi desordenada, y para que den una
descripción de las campañas deben, en primer lugar, ordenarse de acuerdo con lo
que parece ser su orden lógico. Actualmente constan de veinte escenas
separadas, ya que algunas otras de la hilera superior se han perdido.
Tan pronto como Sethi I ascendió al trono se puso en marcha (o, mejor
dicho, condujo su carro de combate) por el camino que llevaba desde la
fortaleza fronteriza egipcia de Sila (hoy Tell Abu Safah,
cerca de el-Kantarah), y a través del desierto de la
península del Sinaí a poca distancia del Mediterráneo, hasta Rafia (actual
Rafa) en la frontera de Palestina. El camino está flanqueado por algunos pozos,
excavados con el fin de que abastecieran del agua necesaria durante la travesía
del desierto; todos ellos están fortificados, precaución necesaria contra los
merodeadores shasu, nómadas semitas. No está
suficientemente claro si la incursión contra éstos y su derrota tuvo lugar en
este momento o al regreso del norte. La última de estas hipótesis parece más
probable; los shasu, aunque eran molestos, no
eran, sin embargo, lo suficientemente peligrosos como para impedir que el rey
se dirigiera con rapidez hacia Palestina. .
Hay otras tres escenas que
se refieren a la campaña. La primera representa la toma de una ciudad
fortificada de Canaán, que no se nombra; parece que estuvo situada cerca del
término del camino del desierto y podría tratarse de la importante ciudad de
Gaza. La segunda escena describe otra batalla y la posterior rendición de la
ciudad de Jenoam. Evidentemente a esto siguió la
sumisión de los reyes del Líbano que se muestra en la tercera escena. Los reyes
se esfuerzan en ganarse las simpatías de su conquistador mediante la adulación
y la tala de cedros de los que tan urgente necesidad tenían los egipcios para
la construcción de sus grandes embarcaciones y de los mástiles de éstas. La
ciudad de «Zeder de la tierra de Hinnom»
aparece junto al bosque de cedros; ni la ciudad ni el país nos son conocidos
por otras fuentes. Existen muchas probabilidades de que pueda identificarse
con la moderna Tell el-Naam, a nueve kilómetros al
suroeste del mar de Galilea, lo que por sí solo constituiría una prueba de que,
ya en su primer año de reinado, Sethi I penetró hasta
la frontera septentrional de Palestina. Afortunadamente esto queda confirmado
por dos estelas que erigió en Betshán y que amplían
con numerosos detalles la escasa información geográfica de los relieves de Karnak.
La primera de estas estelas, también fechada en el año I y bastante bien
conservada, narra cómo el enemigo establecido en Hamath había reunido un gran ejército y había tomado Betshán,
y cómo habiéndose aliado con los habitantes de Pahal impidió al rey de Rahab salir de su ciudad. El
faraón, cuyo cuartel general no se menciona, envió tres destacamentos de su
ejército contra Hamat, Betshán y Jenoam, que tomaron en un solo día estas tres
ciudades. Pahal (actual Fahal)
se encuentra al este del Jordán. La parte superior de una estela de Sethi I en la actual Tell el-Shihab, a bastante distancia
al este del Jordán, atestigua las conquistas de Sethi en estos lugares. Rahab está situada enfrente, junto
al margen occidental del río, y Betshán, donde se
descubrió la estela, a cierta distancia de Rahab por
el norte. Sin embargo, el combate tuvo lugar al suroeste del mar de Galilea, y Betshán había sido, y siguió siendo, una vez recuperada,
uno de los puntales de la ocupación egipcia en la zona. La otra estela de Betshán es sólo un fragmento y la fecha está rota. Pese a
ello, la escritura de su inscripción sigue una dirección poco habitual, de
izquierda a derecha, lo que hace suponer que esta estela estaba situada
simétricamente frente a la primera estela completa y que por esta razón, como
esta última, estaba también fechada en el año 1. Un estudió detenido de su muy
desgastada superficie ha sacado a relucir el relato del enojo del faraón
cuando se le informó de que los apiru de la montaña
de Yarmatu unidos a los tayaru estaban atacando a los habitantes de Ruhma. Envió a
la infantería y a los carros de combate que rápidamente restablecieron la paz
y regresaron en el término de dos días. Los lugares mencionados en esta segunda
estela aún no pueden identificarse, pero no deben estar muy lejos de Betshán.
Piensan algunos autores
que los apiru son los hebreos nómadas y seminómadas
que, desde hacía unos cincuenta años, habían ido penetrando en Palestina desde
el este y que se habían establecido allí, haciendo la guerra a la población
aborigen.
Se ha admitido que Sethi I siguió en su guerra asiática la estrategia antes
adoptada por Thutmosis III en su conquista de Palestina y Siria. Por tanto
posiblemente Sethi I, una vez conquistada esta
primera, siguió en dirección oeste hasta el mar con el fin de dejar seguros los
puertos antes de volver a aventurarse por el interior de Siria. No cabe duda
de que tuvo lugar una campaña semejante a lo largo de las costas, aunque quizá
no en el primer año de su reinado. Desgraciadamente se han perdido los relieves
de la hilera superior de Karnak, que se supone hacían referencia a esta parte de
las guerras de Sethi I. Sin embargo, la lista de
países y ciudades que conquistó contiene un buen número de nombres que pueden,
con una cierta garantía, identificarse con localidades modernas que se
extienden aproximadamente entre Betshán y la costa de Acco, ya que fueron seguidas por otras durante la
marcha hacia el norte a lo largo de la costa, hasta más allá de Tiro.
Desde la costa (y quizá
también en este caso en un periodo posterior de su reinado) Sethi I penetró en el interior de Siria, ya que el único relieve conservado en la
hilera superior de la derecha de la puerta de la sala hipóstila habla de la
conquista de la tierra de Amurra y de la ciudad de Kadesh más al norte del río Orantes. De hecho se ha confirmado que Sethi I tomó esta ciudad gracias al fragmento de una estela
que lleva su nombre encontrado en Tell Nebí Mend, emplazamiento de la antigua Kadesh.
Cerca de allí hubo de tener lugar la batalla que Sethi I libró contra los hititas que, procedentes del norte, habían penetrado en
Siria. El, desde luego, presenta la batalla como una victoria. Esto puede haber
sido cierto, pero los acontecimientos del reinado de su hijo y sucesor
demuestran que no se trató de un éxito en modo alguno definitivo.
En fecha desconocida, Sethi I combatió también en la Frontera occidental de
Egipto, y entre los relieves de Kárnak figuran dos
batallas victoriosas contra los libios, y una estela de su cuarto u octavo
año, encontrada en Amara, en el Sudán occidental, relata su campaña contra una
desconocida tierra nubia de Irem. No obstante es probable que el poder de los
egipcios en Nubia no fuera objeto en ningún momento de amenazas serias. En Jebel Barkal se encontró una estela del undécimo año de Sethi I que es la última conocida de su reinado, y, aunque
está muy dañada; se lee en ella una referencia a «La Montaña Sagrada», nombre
egipcio de Jebel Barkal, lo que prueba que la estela
se hallaba en su emplazamiento originario.
Sethi I, para hacer más fácil el viaje a través del árido desierto hasta las
minas de oro próximas al Mar Rojo, mandó cavar un pozo a unos 56 kilómetros al
este de Idfu, en el alto Egipto, y cerca de él se
excavó en la roca un pequeño templo. Una inscripción de su noveno año, sobre
los muros del templo, narra el nombramiento de «lavadores de oro» en las minas
con el fin de proporcionar oro para el templo de Abidos.
Este templo de dos pilónos, dos patios, dos salas
hipóstilas y numerosos santuarios dedicados a distintos dioses en su parte
trasera, está construido enteramente de piedra caliza y adornado con relieves
que figuran entre los ejemplares más bellos del arte egipcio. Estos relieves
son verdaderos relieves y no los «relieves en hueco» de los sucesores de Sethi I; aunque no tan vigorosos como los relieves de los
Imperios Antiguo y Medio, superan a éstos en delicadeza de línea y en la fina
elaboración del detalle. Detrás del templo hay una curiosa construcción
subterránea de la que se piensa que es un cenotafio de Sethi I. Este no llegó a concluir el templo ni el cenotafio y en particular su
decoración se llevó a término bajo sus dos sucesores inmediatos.
La auténtica tumba de Sethi I en el «Valle de los Reyes», en Tebas, es la mayor
de aquel lugar, pues sus corredores y salas penetran en la roca unos 100
metros. La decoración, inscripciones y representaciones de las delgadas capas
de estuco que cubren las paredes son de una calidad tan alta como las del
templo de Abydos, si bien no están todas en relieve;
algunas de las paredes no están terminadas y su decoración está aún sólo delineada.
Sin embargo, el templo
funerario de Tebas, que Sethi I construyó para su
padre, y para él en Kurnah, está construido completamente
con piedra arenisca, aunque es mucho menos perfecto que el templo de piedra
caliza de Abidos. La piedra arenisca para el templo
de Kurnah, igual que la de la grandiosa sala
hipóstila que Sethi I comenzó en Karnak (en cuyo muro exterior se encontraron los relieves de batallas), procedía de
las canteras de Jebel el-Silsile,
como atestigua una estela del año sexto de este lugar. El tamaño en que se
proyectaron estas construciones era excesivamente
grande para que pudieran concluirse en su relativamente corto reinado. Cuando Sethi I murió a sus sesenta y tantos años, aún fuerte y
bien conservado, tocó a su hijo y sucesor, Ramsés II, la tarea de terminar las
obras con éxito.
b) Ramsés II
El nuevo rey hubo de
resolver muy a comienzos de su reinado un importante problema: el nombramiento
de un alto sacerdote de Amón en Tebas. Este era el cargo sacerdotal de más peso
en el país, y quedó vacante a la muerte del alto sacerdote Nebentér,
cuyo hijo Paser había sido visir desde tiempos de Sethi I, con lo que ocupaba el segundo puesto en la
administración, inmediatamente tras el rey. Ramsés deseaba apartar del alto
sacerdocio a esta poderosa familia tebana. Coniguió que ocupara el cargo un
hombre nuevo, Nebuenenef, que había sido alto
sacerdote de Onuris (Enhúre)
en Tinis, cerca de Abidos.
El nombramiento tuvo lugar durante la celebración del festival tebano de Opet al que asistió personalmente Ramsés II. Nebuenenef fue presentado oficialmente como el elegido ‘del
propio dios Amón-Ra. Cuando la estatua del dios era llevada en procesión por
la capital se había ido sometiendo a su elección los nombres de varias personas,
entre las cuales figuraban cortesanos, soldados y sacerdotes. El dios no hizo
el menor signo de aprobación hasta que se mencionó el nombre de Nebuenenef, Parece indudable que se atendió con ello al
deseo del rey, el cual hizo un alto en su viaje hacia el norte de Tebas para
dar en persona la noticia a Nebuenenef e, imponerle
las insignas de su nuevo cargo. Con este motivo
Ramsés visitó el cercano Abidos, donde ordenó
completar el templo funerario de su padre, que quedó inconcluso a la muerte de Sethi I.
Se dice que, desde Abidos, Ramsés se dirigió hacia el norte a Pi-Ramsés-miamun, «Casa de Ramsés miamun»,
ciudad del nordeste del Delta que había sido elegida como residencia. Está en
la parte de Egipto de donde procedían los antepasados de Ramsés; su situación
cerca de Palestina y Siria, posesiones que pronto tuvo que defender Ramsés, la
hacían mucho más adecuada para residencia y capital, que la apartada Tebas. Es
evidente que si ya en los primeros años del reinado se hacen referencias a la
ciudad, es porque no era una ciudad de nueva planta, sino que debía tratarse de
un antiguo asentamiento al que Ramsés puso un nuevo nombre, Ramsés-miamun, es decir, «Ramsés amado de Amón», que era entonces
la forma completa de su nombre de rey. Más tarde, tras las campañas asiáticas,
el nombre de la ciudad se alargó: «Casa-de-Ramsés-amado-de-Amón-Grande-en-las-Victorias»;
en los reinados siguientes se hace referencia a ella como «Casa-de-Ramsés-miamun-el-Gran-Espíritu-del-Sol-Horus-en-el-Horizonte».
Aunque no cabe dudas sobre el emplazamiento aproximado de la ciudad, su
posición exacta ha sido objeto de múltiples controversias y ano no se ha
establecido ni mucho menos. Se ha propuesto identificarla con una ciudad
próxima al mar en la frontera de Asia, que posteriormente se llamó Pelusio; algunos especialistas, en cambio, afirman que
estaba un poco al oeste de Pelusio y que era
simplemente la Avaris dejos hicsos, la Tanis de los
tiempos posteriores a la XXI Dinastía. Otras hipótesis más difícilmente
justificables señalan a la actual Kantir, a unos 20
kilómetros al sur de Tanis. La mejor atribución parece ser Tanis, tanto porque
el tamaño de sus ruinas, actualmente en San-el-Hagar,
es lo bastante importante para una capital norteña, como porque aún hoy el
lugar está plagado de restos de numerosos monumentos de Ramsés II.
Ramsés II, antes de pasar
a ocuparse de Asia, tuvo que hacer frente a un ataque de los piratas sharden, luego habitantes de Cerdeña, a la que dieron
nombre, si bien probablemente en aquella época estuvieran establecidos en las
islas del mar Egeo. Ramsés logró aplastar con éxito el desembarco de los sharden y debió hacer gran número de cautivos que
quedaron incorporados al ejército egipcio. La derrota se menciona en una inscripción
del año 2, razón por la que es evidente que tuvo lugar a comienzos del reinado.
Algunos años más tarde los belicosos sharden figuran
como guardia personal del rey, de la mayor confianza de éste. Parece verosímil
que el ataque marítimo de los sharden se acompañara
o coincidiera con una invasión de los libios, vecinos occidentales de Egipto,
como volvió a suceder posteriormente, durante el reinado del sucesor de Ramsés
II. Sea como fuere, las guerras libias se nombran en el fragmento de una estela
de Ramsés II encontrado en el-Alamein, donde Ramsés construyó una fortaleza
para proteger sus fronteras occidentales.
Una vez seguros el norte y
el oeste del Delta, Ramsés pudo concentrar su esfuerzo en responder a la
situación mucho más grave que tenía planteada en el este, pues los hititas,
cuyo avance en Siria había detenido temporalmente Sethi,
volvían a reanudarlo hacia el sur bajo el rey Muwattalli.
Tres estelas de piedra de Ramsés II, una de ellas claramente fechada en su año
cuarto, encontradas en la desembocadura del río, hoy llamado Nahr-el-Kelb (al norte de
Beirut), muestran que en aquel tiempo los egipcios tenían asegurada la posesión
de la costa, de Amurru. Esto era un factor de gran
importancia, ya que el río Nahr-el-Kelb permitía el transporte rápido de los abastecimientos
traídos por mar. Sin embargo, Ramsés II, en su quinto año, emprendió con su
ejército la marcha por el norte hasta Siria, partiendo de la fortaleza
fronteriza de Tjel. Probablemente no encontró
resistencia a su paso por Palestina, ya que un mes más tarde los egipcios
estaban en el valle del río Orontes, en una posición desde la que tenían al
alcance de la, vista a la ciudad de Kadesh, que se
había convertido en aliada de los hititas.
Sobre la batalla que
entonces iba a comenzar tenemos más información que sobre cualquier otro hecho
de la historia militar egipcia. Procede aquélla de una obra literaria, antes
considerada erróneamente un poema, y de unos relieves de batallas acompañados
de leyendas muy detalladas. Una y otros se encuentran en las paredes de varios
templos de Egipto y Nubia; con ello se puede obtener una idea bastante clara de
los distintos momentos de la batalla.
El ejército egipcio, cuyas
fuerzas se calculan en unos 20.000 hombres,, había penetrado en el valle del
Orontes desde la costa y a través del Líbano y continuaba avanzando hacia el
norte en cuatro divisiones. Estas divisiones llevaban los nombres de los
principales dioses egipcios, ya que se conocían como las divisiones de Amón, Ra,
Ptah y Seth, y guardaban este orden en la marcha con un intervalo entre ellas.
Ramsés, con su guardia personal, marchaba al frente de la división de Amón. Un poco antes de que,
en Shabtuna (actual Ribleh),
cruzara el río Orontes desde su banda derecha a la izquierda, se unieron a
los egipcios dos beduinos que dijeron ser desertores del ejército hitita.
Según ellos dicho ejército estaba a unos 160 kilómetros al norte, cerca de
Alepo. Efectuado el paso del Orontes, Ramsés con su comitiva cruzó rápidamente
la llanura y se detuvo para acampar al noroeste de la fortificada Kadesh. Mientras que la división de Amón seguía
atravesando la llanura, la de Ra estaba a punto de cruzar el Orontes, y las
otras dos aún estaban mucho más al sur, y no se divisaban todavía. Para, atacar
la ciudad, Ramsés tenía que esperar la llegada de sus divisiones, y fue
entonces, a primera hora de la tarde, cuando se capturó a dos espías hititas en
las proximidades del campamento; golpeados con palos, revelaron noticias
sorprendentes: el rey hitita, con un poderoso ejército cuyos componentes había
reunido por toda Asia Menor, estaba oculto al otro lado de Kadesh,
al nordeste de la ciudad. A Ramsés no le sirvió de nada regañar a sus oficiales
por haber explorado mal el campo; más útil le fue, sin embargo, enviar al visir
y a otro mensajero en carros para que apresuraran el avance de las tropas.
Mientras tanto los hititas se habían trasladado con rapidez al sur de la
ciudad, allí cruzaron por otro vado e inmediatamente atacaron a la división de
Re, que aún estaba en plena marcha y sin la menor preparación para la lucha. La
división fue derrotada y comenzó a huir hacia el campamento y el lugar, donde
estaba el faraón. Ramsés, en su carro de combate, se precipitó en la batalla,
«solo, cuando nadie estaba con él», según solía decir después. Esto no parece probable
que sea completamente cierto; su guardia personal debió ayudarle a abrir brecha
entre los carros de combate hititas, que según él eran 2.500. Sea como fuere,
es un hecho que mostró un gran valor, pero lo que vino a salvar la situación
fue el retraso con que los hititas comenzaron el saqueo del campamento egipcio
después de haber penetrado en él. Ello permitió que un destacamento egipcio de
reclutas que venía del noroeste, de la costa de Amurru,
los sorprendiera y destruyera. La lucha abierta en la llanura debió durar
varias horas; finalmente los componentes del cuerpo de carros hititas fueron
muertos o rechazados hacia el Orontes, donde muchos de ellos se ahogaron,
mientras que su rey, que los veía desde la otra orilla del río, se encontraba
en la imposibilidad de ayudarlos. El relato egipcio contiene los nombres de
varios distinguidos guerreros hititas que perdieron la vida en la batalla, pero
las pérdidas egipcias no fueron menos graves. La mejor prueba de ello es que no
se dice que Kadesh fuera reconquistada; es evidente
que Ramsés se retiró hacia el sur con el fin de reorganizar su ejército. Al
menos las posteriores relaciones amistosas entre los hititas y la gente del
territorio de Amurru parece que lo sugieren así, si
bien las fuentes egipcias presentan los acontecimientos bajo un prisma
diferente. Según éstas, por la mañana se reanudaron los combates victoriosos
que continuaron hasta que el rey hitita envió una carta en la que ofrecía la
sumisión y la paz. Ramsés leyó el mensaje a sus oficiales, que no vieron el
menor inconveniente en aceptar la oferta, y, con la aprobación de éstos, Ramsés
se retiró con su ejército a Egipto y a su residencia , del Delta. Quizá podamos
interpretar estos hechos como una tregua momentánea ya que continuaron los
choques intermitentes contra los hititas, pues el relieve que presenta a Ramsés
luchando al frente de sus tropas contra Dapur,
«ciudad de hititas» próxima a Tunip, a medio camino
entre Kadesh y Alepo, debe referirse a un momento
posterior. También aquí Ramsés dio muestras de su valor personal, pues sólo se
puso su armadura después de dos horas de lucha. Se podría fijar la fecha de
esta hazaña en el caso de que la Dapur allí citada
fuese la Dapur de la tierra de Amurru que figura en una lista de ciudades que en su mayoría conquistó Ramsés II en
su octavo año. Otros nombres de la lista pertenecen, al parecer, a ciudades más
meridionales; entre ellas figura Caná de Galilea. En cualquier caso es
evidente que tres años después de la batalla de Kadesh aún había guerra en el norte de Palestina.
No se firmó un tratado de
paz entre Egipto y los hititas hasta el año vigésimo primero del reinado de
Ramsés. Dos mensajeros enviados por el rey Khattushili llegaron a la residencia del Delta llevando una tablilla de plata en la que
figuraba el texto del tratado en lengua babilónica y en escritura cuneiforme. Partes
de la versión babilónica se conservan en fragmentos de dos tablillas de arcilla
que se encontraron en la capital hitita (actual Bogazkóy),
y dos copias de la traducción al egipcio, una de ellas completa, han llegado
hasta nosotros en grandes estelas de dos templos de Tebas.
Las dos partes, Ramsés II
y Khattushili, recuerdan en primer lugar la paz
anterior y la guerra reciente, a continuación declaran válido el nuevo tratado
para su tiempo y el venidero, rehúndan a cualquier posterior conquista
territorial, y se prometen ayuda frente a los enemigos exteriores, así como la
mutua extradición de los refugiados y emigrantes políticos. Se pone por
testigos a varios dioses egipcios e hititas, se profieren maldiciones contra
cualquiera que, en el futuro, violare el tratado y se bendice al que lo observare.
Por desgracia, en el
tratado no se especifican las fronteras, por lo que no se conoce con seguridad
la extensión del poder egipcio en Siria; por supuesto, Palestina nunca había
sido objeto de disputa y estaba sin discusión en manos egipcias, aunque es
posible que esporádicamente fuera preciso intervenir en ella.
La paz se confirmó trece
años más tarde, cuando el rey hitita envió a su hija mayor, acompañada por una
larga comitiva portadora de regalos, para esposa del ya entrado en años Rámsés II. Todo esto se narra, junto con el correspondiente
elogio de Ramsés, en una larga inscripción de la que se han encontrado cuatro
ejemplares a bastante distancia, dos en Egipto y dos en Nubia. Y algo más tarde
se envió a Egipto a la hermana más joven de la princesa hitita, también con
muchos regalos; el texto que narra este episodio está suficientemente
fragmentado como para que no pueda saberse con seguridad si el fin del viaje
fue el matrimonio con Ramsés II o sólo una visita a su hermana.
El reinado de Ramsés II
tuvo la inusitada duración de sesenta y seis años. Durante este tiempo el
faraón llevó a cabo realizaciones arquitectónicas con una actividad de la que
es difícil darse idea. Muchas de sus construcciones, especialmente las de su
residencia del Delta, han desaparecido completamente, pero aún más al sur, en
el alto Egipto y Nubia, difícilmente se encuentra una, ciudad a la que no
dotara de algún monumento. En Abidos y Tebas, no
sólo terminó los templos funerarios de su padre, sino que construyó otros dos
para él. La calidad de la ejecución y la decoración del de Abidos puede casi parangonarse con la de su padre, pero el arte del templo de Tebas
(el Rameseo) es claramente inferior. Pese a ello su
tamaño y decoración impresionaron al historiador griego Diodoro, o a la fuente
de éste, que llama al edificio la tumba de Osimandias,
voz que no es más que una forma desfigurada de Usimare,
prenombre de Ramsés II. Las grandes escenas de batallas de Ramsés II, tanto las
de este lugar como todas las otras, contribuyeron en buena medida a configurar
el heterogéneo personaje de Sesostris, el gran rey conquistador egipcio de los
autores clásicos.
Ramsés terminó en Karnak
la gran sala hipóstila del templo de Amón, ampliándola hasta una extensión de
algo más de 5,5 metros cuadrados donde se contiene un bosque de 134 columnas
dispuestas en dieciséis hileras. Las columnas de las dos filas centrales, con
sus capiteles, miden más de 24 metros de altura y las otras más de 12.
En Nubia se excavaron,
total o parcialmente, seis templos en las piedras areniscas del estrecho valle
del Nilo en los actuales Beit el-Wali, Garf Husein,
es-Sebua, Derr y Abu Simbel.
Todos ellos estaban consagrados a los tres grandes dioses egipcios: Amón-Ra, de
Tebas; Ptah, de Menfis, y Harakhte, de Heliópolis;
sólo un pequeño templo de Abu Simbel estaba dedicado a la diosa Hathor y a
Nefertari, primera reina de Ramsés. Los dos templos de Abu Simbel están
excavados en la piedra completamente; a ambos lados de la entrada del mayor de
ellos hay dos pares de colosales estatuas sedentes de Ramsés II, también
talladas en la roca, cada una de las cuales mide más de 19 metros de altura. No
siendo el terreno adecuado para una excavación de este tipo por falta de
quebradas, tres templos situados más al sur (en Aksha,
en Amara y también probablemente en Jebel Barkal)
fueron construidos con bloques de piedra y gran parte de ellos ha desaparecido.
c) Merenptah y la invasión libia
Los doce hijos mayores del
prolífico Ramsés II murieron antes que su padre; por ello fue el treceavo, Merenptah (Mineptah) quien subió
al trono en el año 1223 a.C. Difícilmente puede ser casual el que no se
conserven escenas de batallas comparables a las de su padre y su abuelo; como
tampoco hay grabados de ningún hecho histórico que se le pueda atribuir, es
probable que él no guiara personalmente a su ejército, sino que dirigiera las
operaciones desde su residencia del Delta, llamada ahora (después de la muerte
de su padre) «Casa-de-Ramsés-Amado-de-Amón-el-Gran-Espíritu-de-Ra-Harakhte».
Los hititas, por el
extremo norte, no eran ya un peligro; su poder estaba en declive. Durante el
reinado de Ramsés II sus campos se habían visto azotados por años de malas
cosechas y Merenptah hubo de enviarles de nuevo
barcos con cargas de| grano. El peligro que esta vez amenazaba a Egipto
procedía del oeste. Durante generaciones, los libios habían ido
cruzando la frontera occidental e introduciéndose como emigrados en el Delta,
donde los egipcios habían abandonado grandes terrenos de pastos dejándolos a
los recién llegados. En el reinado de Merenptah la
penetración libia alcanzó el canal que parte del Nilo, desde Heliópolis, en
dirección nordoriental. Ahora había tiendas libias
plantadas frente a la ciudad de Bubastis, e incluso
Heliópolis y Menfis corrían peligro de quedar sumergidas por oleadas de libios.
Durante el quinto año de Merenptah hubo noticias de un vasto movimiento del pueblo
de Libu, que más tarde dio su nombre a Libia y que
con ello aparece por primera vez en la historia. Los mandaba su jefe Marayey, hijo de Did, al que
acompañaban sus doce mujeres y sus hijos, lo que indica a todas luces, su
intención de establecerse permanentemente en Egipto. Con él estaban aliados no
sólo los meskhenet, otra tribu libia que ya
conocían los egipcios por anteriores choques, sino también las gentes de Luka, Sharden, Akiwasha, Tursha y Sheklesh. Los luka y sharden ya habían sido
aliados de los hititas contra Ramsés II en la batalla de Kadesh,
y por aquel entonces debieron habitar las costas meridionales de Asia Menor.
Al igual que los akiwasha, tursha y sheklesh, en este momento se dirigían hacia el
oeste cruzando el Mediterráneo, con el fin de unirse a los libios en un intento
de invasión de Egipto. Debido a la semejanza de sus nombres se cree que los luka son los primitivos licios, y los sharden, akiwasha, tursha y sheklesh se han identificado con los sardos, aqueos, tirsios (esto es, etruscos) y sicilianos. Esta
identificación ha sido puesta en duda por algunos especialistas, pero tan gran
semejanza de nombres difícilmente puede ser fortuita.
Las primeras noticias de
esta amenaza procedente del oeste llegaron a Merenptah durante el segundo mes de la estación de verano; inmediatamente comenzó éste, a
reunir un gran ejército, tanto de infantería como de carros. El primer día del
tercer mes del verano ya estaba el enemigo en la frontera occidental de
Egipto, cerca de la ciudad de Pi-ire, cuya posición exacta no se ha logrado fijar aún. El ejército egipcio le atacó dos días más
tarde y tras seis horas de batalla le derrotó. El jefe Marayey pudo escapar, pero abandonando todas sus posesiones, incluso sus sandalias, su
arco y su carcaj. Sus mujeres fueron capturadas y seis de sus hijos perecieron
en la batalla. En cuanto a él, al abrigo de la noche, pasó ante la «Fortaleza
del Oeste» y volvió a su país, pero más tarde el comandante de la fortaleza
notificó que los libios habían nombrado jefe a uno de sus hermanos y que no se
sabía si él estaba vivo o muerto.
El descontento de los
libios con Marayey es muy comprensible si sus
pérdidas y las de sus aliados corresponden a las que dan los egipcios. Según
estos últimos; fueron capturados unos 9.000 hombres y unos 6.000 cadáveres
cubrieron el campo de batalla. A la residencia del faraón se llevaron las
manos y órganos genitales de los muertos y al salir aquél a la ventana se le
presentaron como prueba de la victoria. Esto confirma nuestra conjetura de que
el rey no había tomado parte activa en la batalla.
Un año más tarde el virrey
de Nubia, Mesuy, el «Hijo del Rey de Kush» según título oficial, hizo componer y grabar una
inscripción laudatoria de la victoria de Merenptah sobre los muros a la entrada de los templos de toda su provincia. Nos han
llegado cuatro versiones fragmentarias de esta inscripción en los templos de Vadi es-Sebua, Aksha y Amara; se puede reconstruir el texto prácticamente completo, y
gracias a él hemos conseguido algunos detalles complementarios, especialmente
en lo que se refiere al cruel destino de los prisioneros, que fueron empalados
al sur de Menfis. No es probable que se les trasladara a tanta distancia con
este solo objeto. y quizá podríamos suponer por esta razón que el campo de
batalla de Pi-ire no se encontraba lejos de allí. En
tal caso, los libios no llegaron a Egipto desde el oeste del Delta, sino que,
evitando las fortalezas fronterizas, atravesaron el desierto y entraron en
Egipto por algún lugar situado entre el Fayum y Menfis. El trato inhumano dado
a los prisioneros, sin paralelos en la historia egipcia, sólo se puede explicar
como castigo por los crímenes cometidos contra la pacífica población campesina egipcia «cuando (éstos) pasaban su tiempo
yendo de un lado a otro de la tierra en la lucha cotidiana por llenar sus
cuerpos» como pone en la inscripción de Merenptah en Karnak.
El panegírico de Mesuy contiene referencias a las medidas punitivas que se
adoptaron en Nubia, probablemente con motivo de rebeliones locales, pero no da
más detalles. Más importante es el calificativo que da a Merenptah de «su juzgador de Gazer», ciudad de Palestina; la
intervención militar de Merenptah en este país. está
confirmada por la estela de granito del rey descubierta en 1896 en el templo
funerario de Merentah, en Tebas. Aunque la finalidad
principal de la inscripción es exaltar la victoria del rey sobre los libios
(está fechada el mismo día de la batalla de Pi-ire)
las frases finales contienen interesantes referencias a la situación en Asia:
«Azotan a Canaán todos los males, se ha tomado Ascalón y sojuzgado Gazer, se ha hecho que Jenoam parezca no haber existido nunca, Israel está asolado
y no tiene grano, Kharu (o sea, Palestina y Siria)
ha pasado a ser viuda de Egipto». Por contener la mención más antigua fechada
del nombre de Israel, única conocida hasta ahora en los textos egipcios, la
inscripción se ha hecho famosa como «Estela de Israel», tanto más cuanto que
muchos especialistas habían pensado que Merenptah era
precisamente el faraón del éxodo. Se ha intentado explicar de diversas formas
la presencia de Israel en Palestina en los primeros años del reinado de un rey
del que se dice en la narración bíblica que murió con su ejército cuando
perseguía a los israelitas que abandonaban Egipto. Como cabe esperar que a
algunos lectores les interese saber la opinión de los egiptólogos sobre el
relato bíblico, tal vez no estén de más algunas líneas al respecto.
Sobre la estancia de los
israelitas en Egipto y sobre su éxodo no hay en las fuentes egipcias ni
información ni siquiera alusiones a ella. Como en el relato bíblico se dice que
los judíos trabajaron en la construcción de la ciudad de Ramsés (que
evidentemente recibió este nombre de un rey Ramsés) se solía concluir que el
faraón opresor era el gran constructor Ramsés II, y su sucesor Merenptah el faraón del éxodo. Se vio claro que éste no
podía haber muerto en el mar cuando en 1898 se encontró una momia depositada en
la tumba número 35 (de Amenofis II) del Valle de los Reyes de Tebas. El nombre
de la ciudad, Ramsés, claramente idéntico al de la residencia del Delta
Pi-Ramsés, sólo prueba que la narración bíblica se compuso después del reinado
de Ramsés II; otros nombres egipcios contenidos en la historia de José son
sumamente tardíos y muestran que la historia no pudo, escribirse con anterioridad
a los siglos X o IX a. C.Por tanto, los
especialistas del Antiguo Testamento y los egiptólogos, según sus creencias
religiosas, mantienen posturas que van desde la aceptación del relato bíblico
en todos sus detalles como literalmente cierto, hasta la de considerarlo un
puro invento. Aquí, como sucede con frecuencia, la verdad parece estar en algún
punto intermedio. Aunque no es posible aceptar el relato al pie de la letra,
es igualmente difícil descartarlo enteramente por falta de base histórica.
Parece que la presencia de los hicsos, un pueblo de evidente origen asiático, y
su expulsión a comienzos de la XVIII Dinastía, constituye una base suficiente
para la posterior elaboración de la historia de la estancia en Egipto y del éxodo
de los israelitas. En la Biblia no hay más rastro del reinado de Merenptah que dos referencias al nombre de un lugar al
noroeste de Jerusalén «fuente de las aguas de Neptoah» en
donde estaba la «fuente de Mineptah», olvidada e
ignorada durante mucho tiempo; en la época de Merenptah la guardaba, una guarnición egipcia.
Merenptah dejó muy poco en el
propio Egipto, excepción hecha de una tumba en Tebas; su templo funerario ha
desaparecido prácticamente. En muchos lugares se contentó con añadir su nombre
a monumentos que ya existían. Su reinado duró algo más de diez años.
d) El final de la XIX
Dinastía
Después de la brillante
era de sus primeros reyes, la Dinastía termina en un período oscuro y
escasamente documentado. Su historia se ha desentrañado parcialmente, pero sólo
después de algunas discusiones. La falta de documentos parece indicar, como es
frecuente en Egipto, disensiones en la dinastía reinante.
En el cementerio real del
Valle de los Reyes se pueden asignar a éste periodo con seguridad
tres tumbas reales: la de Amenmes, la de Sethi II y la de Merenptah-Siptah,
los cuales reinaron probablemente en este orden. Además de estos tres, hubo dos
personajes a quienes se les permitió el enterramiento en el Valle; se trata de
la reina Tuosre y del canciller Bay, y el privilegio
que se les otorgó muestra que debieron ser personas de importancia
excepcional, muy superior a la de su rango.
La posterioridad sólo
reconoció a Sethi II como faraón legítimo y corrió un
tupido velo tanto sobre Amenmes y Merenptah-Siptah como sobre Tuosre. Sethi II
debía su legitimidad al hecho de ser hijo de Merenptah.
Es más: se trata a todas luces del mismo «príncipe heredero, escriba del
rey, gran comandante del ejército, hijo mayor del rey Sethi-Merenptah»
que aparece a veces en compañía de su padre durante el reinado de éste. Su
madre fue evidentemente la reina de Mereptah, Esenofre, «la gran esposa del rey».
El reinado de Sethi II no fue largo: sabemos con seguridad que murió
durante el sexto año de aquél. Su nombre se encuentra a menudo en diversos
lugares, desde Abu Simbel, en Nubia, hasta el Delta. Sin embargo, sólo una de
las inscripciones de estos monumentos está fechada, en Jebel el-Silsile, y ésta es de su segundo año. Parece que
allí se extraía piedra arenisca, quizá con destino al pequeño templo que
construyó en el primer patio del templo de Amón-Ra, en Karnak. Hay noticias de
que en este mismo segundo año estuvo en su palacio de Menfis y ciertas
anotaciones sobre lascas de piedra caliza que los escribas que supervisaban,
las obras de su tumba en el Vallede los Reyes
arrojaban tras haber concluido sus informes para la autoridad superior, revelan
que este trabajo comenzó poco después de su subida al trono, y que aún
proseguía poco antes y después de la fecha de su muerte en el año sexto.
En estos documentos no hay
nada que señale ningún acontecimiento importante durante su reinado, y, sin
embargo, existen ciertas pruebas indirectas que muestran que éste debió verse
interrumpido durante un corto período por el gobierno de un usurpador, el rey Amenmes. Noticias de dos pleitos fechados en el sexto año de Sethi informan del robo de ciertos utensilios de cobre enterrados «después de la
guerra». Además, en el primer año del rey, uno de los dos capataces que
dirigían a los trabajadores de las obras de la tumba del rey es Neferhotep, cuyo lugar ocupa el sexto año el capataz Pnéb. Este cambio se debe a la muerte de Neferhotep, de quien se dice que fue muerto por «el
enemigo». Es evidente que aquí no nos encontramos con un enemigo externo fuera
de Egipto, sino con luchas en Tebas, probablemente entre los años segundo y quinto
de Sethi II, años de los que no tenemos documentos
fechados. Naturalmente, el trabajo de la tumba de Sethi se había interrumpido; esto explicaría el que aún se estuvieran realizando en
el año sexto, cuando el trabajo de una tumba real no tardaba en llevarse a cabo
generalmente más de los dos primeros años de un reinado.
El papiro en el que se
conserva la información respecto a la muerte violenta del capataz Neferhotep es una acusación que hace el hermano de éste a
su sucesor, Pnéb. Enumera varios delitos de ese
último, entre ellos sus amenazas de matar a Neferhotep;
éste se quejó al visir Amenmose, que castigó a Pneb, pero Pneb acusó al visir
ante Mose el cual lo destituyó. Como el visir ocupaba
el cargo más elevado de la administración, la decisión de destituirlo sólo
pudo tomarla el rey. En otras palabras, Mose es un
nombre poco respetuoso que se daba al rey de aquel tiempo; la única explicación
posible parece ser que Mose es un apodo del rey Amenmes, lo que no es sorprendente si se trataba de un
usurpador, que, parece claro, estaba buscando un pretexto para librarse de un
visir poco complaciente ya que recurría contra él a la queja injustificada de
un simple trabajador. El nombre de Amenmes se
encuentra añadido aquí y allá en monumentos de las regiones de Tebas y Armant, y en Nubia, por lo que su gobierno parece haberse
limitado al sur del país. Fue un gobierno corto, pero sí lo suficientemente
largo como para permitirle tener su propia tumba excavada y decorada en el
Valle de los Reyes; ésta es de regulares dimensiones, aunque está sin terminar.
Sin embargo, su decoración es bastante sencilla. No se sabe con seguridad si
llegaron a enterrarle en ella, pero tenía que esta muy oculta bajo los
escombros del Valle ya que una veintena de años más tarde los obreros que
excavaban la tumba de rey Sethnakht, desconociendo su
presencia, picaron directamente sobre ella. Probablemente fue entonces cuando
la decorador de la tumba saltó en pedazos y se blanquearon las paredes aunque
no de forma tan completa que quedaran borradas las figuras y el nombre de
cierta Takhae, madre del rey, evidentemente la madre
de Amenmes. Se conoce a una princesa de este mismo
nombre como hija de Ramsés II en los últimos años de éste. Quizá sea la misma
dama que aparece como madre de Amenmes, quien podría
en tal caso justificar su aspiración al trono como nieto de aquel gran
gobernante.
El hijo de Sethi II, Sethi-Merenptah, quien
figuraba junto a su padre como heredero al trono en los relieves de su triple
sepulcro en Karnak, no llegó nunca a ser rey. O bien murió antes que su padre o
bien fue desplazado por Ramsés-Siptah; la subida al
trono de este último fue paulatina. Ramsés-Siptah sólo puede haber sido un segundón, un hijo más joven de Sethi II; sin duda tuvo que superar alguna oposición ya que de otra forma su
contemporáneo, el canciller Bay, no hubiera tenido motivos para atribuirse
jactanciosamente el sobrenombre «el que estableció al rey en el trono de su
padre». Bay fue bajo Sethi II «escriba del rey y
despensero del rey», y ahora, bajo Ramsés-Siptah, era
«canciller» o «(gran) canciller de todo el país». Unas tablillas de cerámica
con su nombre se pusieron junto con las del rey en los depósitos de cimiento
del templo funerario real de Tebas, privilegio sin paralelo, y dos jarras que
se encontraron en el templo habían contenido vino de las «propiedades del
canciller de todo el país», pese a que, por lo general, los viñedos eran
propiedad de los templos o del trono. Ya hemos mencionado que tenía una tumba,
aunque pequeña, en el Vallé de los Reyes, lo que también es completamente excepcional.
En los depósitos de
cimiento, lo mismo que en otros lugares, Ramsés-Siptah aparece con su nuevo nombre de Merenptah-Siptah que adoptó
por motivos desconocidos algo antes del tercer año de su reinado. También
encontramos otro de los nombres de Bay, el de Ramsés-khaenter,
que probablemente se le dio más tarde en la corte, en un relieve de Asuán en el
que Bay está representado de pie detrás del rey, el cual está recibiendo a Sety, virrey de Nubia. La forma de este nuevo nombre,
similar a otros que llevaban en este periodo despenseros reales, unida al hecho
de que el propio Bay fue despensero del rey bajo Sethi II, sugiere que, cómo la mayoría de los despenseros reales de esta época,
también él era de origen extranjero, muy probablemente asiático.
Merenptah-Siptah no era más que un niño
cuando ocupó el trono; su momia atestigua que a su muerte, tras diez años de
reinado, aún era muy joven. Por esta razón es, comprensible que necesitara el
protector que encontró en la persona de Bay.
Era precisa tal protección
para enfrentarse a otro poderoso personaje de este tiempo: la reina Tuosre, la «gran esposa del rey» Sethi II. También ella tenía tumba en el Valle de los Reyes, en el cual algunos
egiptólogos antiguos dicen haber visto el título: «Heredera del trono». De ser
ello cierto tuvo que tratarse de una hija de Ramsés II o, lo que es más
probable, de la hija de Merenptah, hermana del propio Sethi II. Siendo viuda, puso en su tumba el título
«gran esposa del rey», y el rey en cuya compañía está representada es Merenptah-Siptah. Tras la muerte de éste, ella cambió en
todas partes su nombre por el nombre de su marido difunto, Sethi II. Es evidente que no era la madre de Merenptah-Siptah,
de otra forma podría haberse dado el nombre de «madre del rey» y no haber
borrado su nombre. Merenptah-Siptah no dejó
herederos. La propia Tuosre se hizo cargo del
gobierno, se dio a sí misma el nombre de «rey, del Alto y Bajo Egipto», «Señor
de las Dos Tierras» e incluso «hijo de Ra». También adoptó un segundo cartucho
de Sitre-meramun, además de su antiguo cartucho que
contenía el nombre de Tuosre. En estas nuevas
funciones aparece en los depósitos de cimiento de su propio templo funerario
de Tebas; por tal motivo la construcción de este último comenzó algo después de
que se acabara la tumba. El hecho de que su nombre aparezca en Kantir, en el Delta, revela que su poder alcanzó a todo
Egipto, y su recuerdo se conserva hasta en la historia de Manetón, quien da
como último rey de la XIX Dinastía a Thuoris, lo que
es sin lugar a dudas una corrupción de su nombre. No se sabe
hada acerca del destino de Bay durante el reinado de Tuosre;
da la impresión de que ésta acabó con su poder.
Dado lo insuficiente del
material disponible es difícil reconstruir la historia de la XIX Dinastía
después de la muerte de Merenptah. Fue, a todas
luces, un período poco brillante de luchas intestinas, pero no, desde luego,
como quisieron hacer creer posteriormente los reyes de la XX Dinastía, una
serie de años de anarquía completa. Según aquéllos a los años de anarquía
siguió el reinado de un usurpador sirio y sólo la XX Dinastía volvió a
implantar el orden en el país.
c) Sethnakht y Ramsés III
Nada se sabe acerca de la
transición entre las Dinastías XIX y XX, salvo el simple hecho de que
inmediatamente después de los débiles reinados de Merenptah-Siptah y de Tuosre vino el de Sethnakht,
cuya firme mano restableció el orden interior en el país. Las condiciones eran
similares entonces a las imperantes cuando Horemheb asumió el poder a fines de
la XVIII Dinastía, por lo que quizá pueda conjeturarse que también Sethnakht fuera un oficial del ejército cuyo gobierno se
aceptó cuando todo el mundo llegó a admitir que el peligro exterior que
amenazaba a Egipto requería una persona enérgica en el trono. Difícilmente
puede su reinado haber durado más de dos años; la última fecha documentada de
éste es el del. año segundo. Los trabajadores que, poco después de comenzar su
gobierno, excavaban su tumba en el Valle de los Reyes tropezaron con la tumba
de Amenmes, por lo que el lugar tuvo que ser
abandonado. Evidentemente no tubo tiempo de preparar
una tumba en otro sitio por lo cual Sethnakht fue
enterrado en la tumba de la reina Tuosre, usurpada
con este objeto.
Su hijo, Ramsés III,
estaba decidido a emular a su ilustre tocayo de XIX Dinastía, ya que no sólo
llevaba su nombre, sino que también dio a sus hijos los nombres de los hijos de
Ramsés II. Su actividad constructora alcanzó, a todo el país, aunque es muy
poco lo que de ello se ha conservado. Por fortuna, su templo funerario de Medinet Habu, en el extremo sur
de la larga fila de templos funerarios situados en la margen izquierda del
Nilo, en Tebas, resulta ser el templo egipcio de los tiempos faraónicos mejor
conservado, y nos permite vislumbrar, aunque de forma insuficiente, las
proezas militares de su reinado.
El templo, casi con las
mismas características que el templo funerario de Ramsés II, se erigió en medio
de un terreno rectangular de 210 por 315 metros. Adjunto a él por su lado sur
se construyó un palacio real. Señalaba el recinto un muro de ladrillo que lo
convertía en una sólida fortaleza preparada para albergar la administración de
la región entera, a cuyo fin, entre el muro y el templo, había unas
dependencias, así como casas para los sacerdotes y para la mayoría de la
población.
Casi todo el templo se
construyó en los primeros años del reinado. Ciertas inscripciones en las
canteras de piedra arenisca de Jebel el-Silsile, fechadas en el año quinto, hablan de trescientos
hombres empleados en extraer y transportar bloques con destino al templo.
También de este año es la más antigua inscripción fechada del templo. Apenas
puede decirse que tales inscripciones sean históricas, ya que contienen sólo un
puñado ¡.de sucesos dispersos a lo largo de una: extensa alabanza, poética del
rey y sus victorias. Afortunadamente vienen a completarlas cierto número de relieves
a gran escala que representan escenas de batallas y dé triunfos que nos
permiten componer un insuficiente relato de los acontecimientos del reinado.
Batalla naval de Ramsés III contra los pueblos del País del Mar. |
Las tres escenas de la
guerra de Nubia con toda probabilidad no son más que representaciones
simbólicas tradicionales y no se refieren a ningún hecho bélico real, ya que
Nubia había estado en manos egipcias durante varias generaciones. Sin embargo,
los otros relieves, cuyas leyendas están fechadas en los años quinto, octavo y
undécimo, se refieren a tres campañas de una considerable importancia
histórica.
La primera de ellas, del
año quinto, tuvo lugar contra los libios, que desde la derrota que les infligió Merenptah se habían ido infiltrando de nuevo en el
Delta y habían llegado hasta el mismo centro de éste, devastando las ciudades y
el campo del nomo de Xois. En esta ocasión aparecía,
junto a los libu y a los mashauash,
una nueva tribu, la de los seped, acerca de la
cual carecemos de otros datos. La lucha contra el enemigo, que esta vez
avanzaba por junto a la costa, tuvo lugar ; cerca de la ciudad de «Usimare-miamun-protege-de-los-temeh»; temeh es el nombre de otro pueblo libio, y Usimare-miamun el prenombre de
Ramsés III. La batalla, en la cual combatieron del lado egipcio mercenarios
extranjeros, principalmente sharden, fue apenas un
preludio de la guerra mucho más importante que tuvo lugar seis años más tarde,
aunque, según las fuentes egipcias, las pérdidas del enemigo se remontaron a
la considerable cifra de 12.535 muertos.
Los relieves de la guerra
libia debieron ser tallados en el muro algún tiempo después de que se
desarrollaron los acontecimientos, ya que la inscripción que los acompaña contiene
ciertas alusiones a un enemigo que se iba aproximando a la frontera egipcia por
el norte; otro testimonio indica que el conflicto con este nuevo enemigo no se
manifestó hasta el octavo año de Ramsés III. Este avance septentrional, procedente
de Asia Menor y de las islas del Egeo, hasta Siria y Palestina, formaba parte
de un vasto movimiento de pueblos emigrantes, entre los cuales los más
numerosos y famosos eran los peleset, tocados de
plumas, y los tjeker, con sus yelmos de cuerno.
Asolaron y ocuparon la costa de Amurru y pusieron fin
al gobierno egipcio en Siria. Aunque se dice que Ramsés III avanzó hasta
Palestina para encontrarse con ellos, no cabe duda de que en realidad Egipto
estaba completamente a la defensiva y que las batallas decisivas contra los
septentrionales se libraron, en última instancia, muy cerca de la frontera
egipcia. Dos riadas de enemigos se aproximaban a Egipto: una por tierra en
carros tirados por caballos, con las familias en carretas de bueyes, y otra por
mar en una flota que penetraba por las bocas del Nilo. Ambas fuerzas enemigas
fueron derrotadas. No se dice mucho de la batalla en tierra, pero los relieves
de la batalla, naval, la primera de este tipo que se conoce en la historia,
contienen algunos detalles interesantes.
Los egipcios, prevenidos
del avance del enemigo a través de Palestina y a lo largo de la costa, tuvieron
suficiente tiempo para reunir y equipar una armada con la que preparar una
emboscada a los invasores. Cuando el enemigo había penetrado en una de las
bocas del Nilo y, con las velas plegadas, estaban a punto de tomar tierra con
el fin de sorprender a la población, como acostumbraban a hacer en sus
expediciones piráticas, encontraron de pronto que la armada egipcia, formada
en orden y dispuesta para la batalla, les había cortado la retirada. Las
tripulaciones enemigas fueron presa del pánico, y los egipcios, utilizando
garfios de renzones para desgarrar las velas de los invasores,
rompieron los mástiles del enemigo e hicieron oscilar sus embarcaciones, que
estaban adornadas en sus extremos con una cabeza de pájaro. Pronto los navíos naufragaron,
las armas quedaron esparcidas por el agua y, junto a la costa, los cuerpos de
los guerreros enemigos muertos.
Aquellos que lograron
escapar a tierra fueron muertos o hechos prisioneros por el ejército egipcio
de tierra que estaba aguardándolos.
La victoria terrestre y la
naval permitieron a Ramsés III expulsar a los peleset y a los tjeker del territorio egipcio propiamente
egipcio, pero evidentemente los egipcios no contaban con las fuerzas
suficientes como para expulsarlos de Palestina y Siria. Los peleset se establecieron en la costa de Palestina y dieron a dicho país su nombre;
llamados filisteos, fueron posteriormente una continua fuente de inquietud
para los israelitas. Aun hacia fines de la Dinastía XX vio Wenamun,
ante la costa de Siria, embarcaciones tjeker.
Los peleset capturados fueron marcados con el nombre de Ramsés III e incluidos en el
ejército egipcio o reducidos a la esclavitud. En el año onceavo del reinado
del rey encontramos a éstos luchando junto con las tropas sharden y las nativas egipcias, en un intento de evitar un segundo asalto libio. Esta segunda
invasión, a juzgar por las cifras de 2.715 libios muertos y 2.052 capturados,
incluyendo mujeres y niños, fue de dimensiones menores que la primera. No hay
ningún motivo para dudar de la exactitud de unas cifras tan precisas, pero la
de unas cuarenta y dos cabezas de ganado que cayeron como botín en poder de
los egipcios parece algo pequeña.
Por otra parte, el
principal contingente de las fuerzas libias parece que estaba formado por
hombres de la tribu mashauash que, conducidos por Méshesher, hijo de Keper, y con
cinco jefes subordinados suyos, avanzaron desde el lejano oeste e invadieron,
en primer lugar, el territorio de otra tribu, los tehen,
antes de llegar a Egipto. Aparecen utilizando carros de combate, y entre sus
pérdidas figuran sus espadas, que tenían la longitud casi increíble de uno y
medio a dos metros. Los egipcios persiguieron al enemigo derrotado durante unas
diez millas, entre la ciudad de «Ramsés que está sobre la montaña de Up-ta» y la ciudad de Hasho («Mansión-de-las-arenas»), por alguna región próxima a la costa occidental de
Egipto, y tuvieron éxito, ya que capturaron incluso al propio jefe Meshesher. Keper, el padre de
éste, llegó posteriormente a suplicar la paz e interceder por la vida de su
hijo, pero no tenemos información sobre cuál fuera la suerte de Meshesher.
No se sabe con seguridad a
qué período del reinado de Ramsés III corresponden los relieves de Medinet Habu que representan al
rey al frente de sus tropas atacando a las ciudades de Arzawa en Cilicia y de Amurru y Tunip en Siria. Por otra
parte, podrían corresponder a acontecimientos reales producidos durante un
intento que llevó a cabo Ramsés III de recuperar parte del territorio perdido
de manos de los peleset y tjeker.
Sin embargo, también es posible que sean, como otras decoraciones murales de Medinet Habu, simples copias de
relieves más antiguos que representaban las hazañas de Ramsés II en estos
lugares, tanto más cuanto que en ninguna parte hay una clara referencia a que
Ramsés III tomara parte personalmente en ninguna de las batallas de su reinado.
Estas guerras ocuparon
completamente el primer tercio del reinado de Ramsés III. Considerando sus
resultados, se puede decir que fueron permanentes en el este. No vuelven a
tenerse noticias de amenazas en estas fronteras hasta el ataque sirio del siglo viii a.C., aunque las posesiones asiáticas se perdieron bajo Ramsés III o bajo sus
inmediatos sucesores. No obstante, en el oeste la tranquilidad fue sólo
temporal y la presencia de los libios en Egipto se menciona repetidamente más
tarde, en el curso de la XX Dinastía.
Sobre las condiciones
internas del país bajo Ramsés III, y principalmente sobre las condiciones
económicas, arroja mucha luz el llamado Gran Papiro Harris del British Museum. Se cree que este largo documento es un manifiesto
que leyó su sucesor el día de su elevación al trono en presencia de los
sacerdotes reunidos para tal ocasión. Su objeto era asegurar el apoyo de éstos
poniendo ante sus ojos los favores que Ramsés III había concedido a los dioses
y a sus templos durante su reinado. El papiro enumera, en efecto, las
donaciones del rey, que el nuevo rey confirma en aquel momento.
Se ha calculado, a partir
de las listas del papiro, que Ramsés III dio a los templos aproximadamente un
6 por 100 de la población total y un 10 por 100 de la tierra cultivable,
propiedades que se sumaron a las que aquéllos ya poseían. De este modo los
templos habían obtenido en aquel tiempo alrededor de un 30 por 100 de la
tierra cultivable y de un 20 por 100 de los habitantes del país. El principal
beneficiario, junto a los templos de Menfis y Heliópolis, era el dios Amón-Ra
de Tebas. Con ello el rey creó en la persona del gran sacerdote de Amón-Ra un
peligroso rival del poder real; sintieron el influjo de este alto dignatario
todos los sucesores de Ramsés III hasta fines de la XX Dinastía.
De un interés especial es
un grupo de tres papiros que nos da alguna información sobre una conspiración
de harén contra Ramsés III. La naturaleza del hecho es de tal género que nunca
se reveló ni aludió a ella en las inscripciones oficiales de los monumentos. Es
cierto que el «crimen» de los principales conspiradores, muchos de ellos
funcionarios y mayordomos del harén real, no se especifica. Sin embargo, en
uno de los documentos se habla de Ramsés III con el título de «el gran dios»,
epíteto que en este período no se aplicó nunca a un rey vivo, por lo cual
debemos llegar a la conclusión de que Ramsés III estaba muerto en la época de
este juicio. Lo más probable es que su muerte fuera la consecuencia de un
atentado contra su vida promovido por los conspiradores. Antes de su muerte
tuvo tiempo de reunir un tribunal de doce altos dignatarios judiciales,
encomendándoles que realizaran una investigación cuidadosa e imparcial. Se
demostró la culpabilidad de veintiséis hombres y de seis mujeres, y «les
alcanzó el castigo», es decir, fueron ejecutados, aunque a algunos se les
permitió el suicidio. Unos habían sido conspiradores activos, mientras que
otros sólo conocían los planes, pero no los habían denunciado. A otros cuatro,
que se habían unido a las mujeres durante los hechos o después de ellos y
habían participado en fiestas con ellas, se les cortaron las orejas y narices.
Sólo uno de los hombres quedó absuelto, aunque no se libró de una severa
amonestación.
No se sabe a ciencia
cierta cuáles fueron la causa y el designio de la «rebelión» contra el señor,
el rey. Sólo se menciona por su nombre a una mujer del harén, Teye, y a su
hijo Pentuér que conspiraba con ella; se suele
considerar que se trataba de una esposa secundaria del rey que conspiró contra
él para elevar a su hijo al trono en lugar del heredero legítimo.
Fue un triste final para
el gran rey en su trigesimosegundo año de gobierno.
f) Desde la muerte de
Ramsés III hasta el final de la XX Dinastía.
El resto de la XX Dinastía
son ocho reyes, todos los cuales se llaman Ramsés, aunque cada uno con un
prenombre distintivo. El primero de ellos, Ramsés IV, el único en todo éste
período cuyo reinado puede fijarse, reinó durante seis años; de los restantes,
Ramsés IX y Ramsés XI reinaron respectivamente diecisiete y veintisiete años
como mínimo, mientras que los reinados de todos los demás fueron de corta
duración. La duración completa de toda la dinastía, incluyendo a Sethnakht y a Ramsés III, se calcula aproximadamente en unos
ciento quince años. Todos ellos tienen tumbas en la Valle de los Reyes,
exceptuando a Ramsés VIII, cuya tumba es bastante improbable que pudiera haber
escapado a la atención de los excavadores; evidentemente, se trata de un rey
efímero que nunca fue enterrado allí.
No parece que el reinado
de Ramsés IV careciera de esplendor. Su actividad constructora podría haber sido considerable si
hubiera tenido tiempo para llevar a buen término sus proyectos, de los que nos
da una remota idea el hecho de que enviara varias grandes expediciones a las
canteras de pudinga gris de Uadi Hammamat para extraer piedra para los monumentos del rey en Coptos, Tebas y Armant. Prácticamente no queda nada de estos monumentos, si
es que llegaron a ser construidos realmente. El gran templo funerario cercano a Deir el-Bahari, que había
de superar incluso al construido por su padre en Medinet Habu, apenas había avanzado en la época de su muerte
más allá de los depósitos de cimiento y de las primeras capas de los muros. Su
nombre se encuentra en numerosos edificios de todo el país, pero siempre
añadido a monumentos erigidos por sus predecesores. Estas inscripciones, lo
misino que las de sus sucesores inmediatos (de Ramsés V al VIII), no mencionan
acontecimiento alguno de los respectivos reinados, pero suplen esta deficiencia
ciertos documentos administrativos de papiro, a juzgar por los cuales las
condiciones internas del país no eran precisamente satisfactorias.
Así un papiro de Turín,
que contiene una larga acusación contra un sacerdote de Elefantina, registra una
larga serie de delitos de éste que se prolongan desde tiempos de Ramsés III hasta un período avanzado del reinado
de Ramsés V. El hecho de que su actividad pudiera prolongarse durante
unos quince años atestigua la ineficacia de la administración y de la justicia
durante los reinados en cuestión.
Otro documento, el llamado
Papiro Wilbour, uno de los más largos papiros
egipcios que han llegado hasta nosotros, es el único ejemplar que se conserva
de un tipo de documentos del que debieron redactarse muchos anualmente.
Registra los resultados de una medición de tierra y del tributo impuesto en la
parte del país que se extendía desde la entrada del oasis del Fayum hasta el
lejano el-Minya, en el Egipto medio. El papiro,
fechado en el año cuarto de Ramsés V, confirma que gran parte de la tierra
pertenecía a los templos, en particular al de Amón-Ra de Tebas. Los
principales cargos sacerdotales del servicio de Amón-Ra estaban en manos de
una poderosa familia. Durante los reinados de Ramsés IV hasta el VI, el gran
sacerdote es Ramesenakht; su padre había sido el
principal administrador de contribuciones y su hijo no sólo ocupó este cargo,
sino también el de mayordomo de Amón de los bienes del templo del dios y el de
administrador de gran parte de la tierra real. De esta manera el faraón
dependía financieramente en buena medida del gran sacerdote de Amón-Ra.
Hay indicios de
disensiones en la familia real. Ramsés IV, del que sabemos que era hijo de
Ramsés III, fue contrario a los reinados de sus predecesores. En un cierto
número de monumentos puso su nombre en lugar del de Ramsés IV, y usurpó, sin
más, la tumba de Ramsés V, al que incluso es posible que destronara. En
relación con esto, de algún modo, podrían estar los sucesos registrados el año
primero de un rey al que no se nombra: hasta Tebas llegaron noticias de que un
pueblo enemigo había alcanzado la ciudad llamada Per-nebyt,
destruyéndola y quemando a sus habitantes. Como consecuencia, se concentró en
Tebas la policía de las inmediaciones para proteger la tumba del rey y se
ordenó a los obreros que trabajaban en ella que no abandonaran sus aldeas hasta
que pasara el peligro. Cabe la posibilidad de que estas hostilidades tengan
relación con el período de transición entre Ramsés V y Ramsés VI.
Otras varias alusiones
ponen de manifiesto que la victoria de Ramsés III sobre los libios de ningún modo había puesto fin a las
incursiones de éstos. La presencia de «habitantes del desierto», a los que a veces se da
el nombre de mashauash,
se menciona repetidas veces en la región de Tebas; sólo puede tratarse de
hordas nómadas de libios y, aunque nunca se habla de luchas con ellos, debieron
haber constituido una fuente de temores para la población. La mayor parte de
estas incursiones tuvieron lugar durante los reinados de Ramsés IX y X, hasta
que los intrusos se establecieron finalmente en los alrededores de
la ciudad de Hnes, al sur del Fayum, que llegó a ser
la cuna de la XXII Dinastía libia.
En el decimosexto año de Ramsés IX salió a la luz pública un gran escándalo cuando llegó a oídos de las autoridades, o, mejor dicho, cuando éstas se vieron obligadas a advertir que se estaban cometiendo robos en la necrópolis de Tebas; llegó un momento en que no pudieron seguir desentendiéndose de lo que estaba ocurriendo en la parte de la capital que se extiende al oeste del Nilo, donde estaban situados grandes cementerios, tanto reales como privados. Se han conservado varios extensos documentos en los que abundan detalles complicados de la investigación y en los que se contiene una información interesante sobre la vida y las condiciones de las clases bajas de Tebas. Más apasionante es, sin, embargo, la forma en que comenzó todo el asunto. La Tebas de aquella época estaba dividida en dos distritos administrativos: Né, la ciudad al este del río que incluía los templos de Amón-Ra y de las divinidades locales, y la ciudad al oeste del río, «Al oeste de Né», con la necrópolis, los templos funerarios reales, y una densa población de obreros, . de artesanos y de miembros del bajo sacerdocio empleados en los templos y cementerios. Cada lado del río estaba regido por un alcalde; en el año antes citado, el alcalde del lado oriental era Pesiur y el del occidental, Puero.
Cada uno de ellos desconfiaba del otro, por lo que no es sorprendente que Pesiur recibiera a dos escribas de «Al oeste de Né», que llegaron a su oficina para notificarle ciertos robos perpetrados en el cementerio en el otro lado del río. El estaba a punto de comunicar la información al faraón cuando se le anticipó Puero, que se vio forzado, dadas las circunstancias, a escribir e informar administrativamente al visir y a dos de los mayordomos del rey. Estos dignatarios enviaron inmediatamente una comisión compuesta por el escriba del visir y el escriba de la tesorería del faraón, el propio Puero, algunos funcionarios menores y la policía. La comisión investigó diez tumbas reales y las encontró intactas todas excepto una, la tumba y pirámide de Sebekemsaf, un rey de la XVIII Dinastía. Sin embargo, se encontraron con que muchas de las tumbas privadas habían sido forzadas y saqueadas por ladrones. Se envió un informe al visir y a los dos mayordomos, junto con una lista de ladrones arrestados e interrogados.
Al día siguiente el visir Khaemuese y Nesamun, uno de los
mayordomos del rey, fueron al Valle de las Reinas a inspeccionar las tumbas de
las damas reales; éstas se encontraron intactas, y se absolvió al calderero
que había sido acusado de los robos. Nesamun y el
visir enviaron a Né una multitud de trabajadores de
la necrópolis con la noticia del satisfactorio resultado de la inspección. La
multitud se manifestó ante la casa de Pesiur, que
discutió con ellos; él conocía varios delitos que habían sido cometidos en el
otro lado del río y dijo que informaría de ello al rey. Al oír esto, Puero envió una queja escrita al visir y solicitó una
investigación, diciendo también que los escribas de la necrópolis no debían haber
informado a Pesiur, sino directamente al visir, como
era costumbre. El alto tribunal que a consecuencia de ello se reunió en Tebas
decidió que las acusaciones de Pesiur carecían de
fundamento, pues el visir que presidía el tribunal manifestó que había inspeccionado
las tumbas señaladas por Pesiur y que las había
encontrado intactas. El tribunal dio la libertad al calderero sospechoso de los
robos.
Aunque Puero fue absuelto de la acusación de negligencia, nadie
podía negar que la tumba del rey Sebekemsaf había
sido robada efectivamente y que era preciso detener al ladrón o ladrones. Puero tuvo éxito, ya que los descubrió y arrestó casi
inmediatamente. Ocho hombres estaban complicados en ello; también se sabe que
su jefe, el albañil Amonpnúfe, fue destituido. Se
conserva un vivido relato del saqueo del enterramiento de Sebekemsaf y sus reinas. Sin embargo, también se
Amenhotep, cuyo nombre figura con
cierta frecuencia en estos juicios, era hermano de Ramesenakht al que sucedió en el gran sacerdocio de Amón-Ra, tras un corto intervalo durante
el cual ocupó el cargo su hermano mayor, Nesamun.
Dicho personaje estaba muy enterado de los asuntos de Tebas,
sobre todo porque el rey vivía casi siempre en su residencia del Delta. A
partir de Ramesenakht el poder del gran sacerdote
había ido aumentando continuamente. Cuando Ramsés IX, en el décimo año de su
reinado, otorgó a Amenhotep magníficos presentes en
oro, plata y joyas, como recompensa por la construcción que el gran sacerdote
había erigido a Amón-Ra en nombre del rey, Amenhotep hizo esculpir en relieve el acto de esta donación en
las paredes del templo de Karnak. Al elegir su
emplazamiento en el relieve, el gran sacerdote asumió una prerrogativa real
(ya que el rey era protocolariamente la única persona que aparecía junto al
dios en los muros de los templos) y, no contento con esto, se representó a sí
mismo de igual tamaño que el rey, mientras que los otros funcionarios que
asistían a la ceremonia sólo aparecen a la mitad del tamaño del rey y del gran
sacerdote.
El creciente poder de Amenhotep se vino abajo durante el año duodécimo del
reinado de Ramsés XI, en el curso de una guerra entre el alto sacerdote y el
virrey de Nubia, Pinehas o Panehesi,
el «hijo del rey de Kush». Sólo podemos conjeturar la
causa del conflicto. Nubia, en aquel tiempo completamente absorbida por
Egipto, era de una gran importancia para Egipto no sólo por ser territorio a
través del cual tenía que pasar todo el comercio con el Sudán y los países aún
más meridionales, sino también, y esto era mucho más importante, porque sus
minas de oro entre el Nilo y el mar Rojo producían una gran cantidad de dicho
material. Estas minas, si bien estaban en el territorio regido por el virrey,
durante siglos habían sido consideradas por los altos sacerdotes, al menos en
teoría, «países del oro de Amón». Parece ser que cuando Amenhotep,
en la cúspide de su poder, intentó sojuzgar a Nubia y a su virrey, Pinehas se negó a aceptar este cambio y no sólo resistió al
gran sacerdote, sino que se aventuró a una ofensiva. No tenemos información
directa sobre cuál de los dos dignatarios contaba durante esta guerra con las
simpatías de Ramsés XI; es posible que éste se declarara partidiario del enérgico virrey
con el fin de poner tasa al poderío, ya nada agradable, del gran sacerdote.
Nosotros apenas percibimos un eco distante de los acontecimientos en los
interrogatorios de ladrones y sospechosos durante un nuevo juicio por robo
de tumbas que tuvo lugar en Tebas unos siete u ocho años más tarde. Sabemos que Pinehas, con su ejército nubio, avanzaba hacia Egipto
desde Nubia; sus. tropas asaltaron el templo fortificado de Medinet Habu, que era en . aquel
tiempo un importante centro administrativo de la región de Tebas. Pinehas, en el duodécimo año de Ramsés XI, controlaba
Tebas y proyectaba permanecer en ella, ya que comenzó a repartir tierra entre
sus soldados extranjeros. Amenhotep había escapado
hacia el norte perseguido por Pinehas, cuyas tropas
incendiaron incluso la ciudad de Hardai, situada en
el Egipto medio, mucho más al norte.
Tras esta guerra civil no
se sabe nada más de Amenhotep; probablemente murió o
fue muerto en el conflicto. Su sucesor fue Herihor,
un oficial del ejército de alta graduación. Pinehas volvió a su provincia y, en el año diecisiete, el rey le escribió
recomendándole a su mayordomo Yenes, al que había enviado a una misión,
pidiendo que ambos hombres cooperaran. Pero dos años más tarde se trata a Pinehas como enemigo y a su pasada guerra contra Amenhotep como «transgresión». Ya se había declarado una
nueva guerra, esta vez entre Herihor y Pinehas. El mando del ejército egipcio se confió a Piánkhi, hijo de Herihor, que
consiguió evitar que Pinehas invadiera el territorio
egipcio propiamente egipcio, pero fue incapaz de deponer por sí mismo a Pinehas, aunque tal vez realizara algunas incursiones sin
consecuencia a su provincia. A partir de eritonces
Nubia dejó, de ser una provincia egipcia.
Las aspiraciones de Herihor comenzaron allí donde se habían detenido las de Amenhotep. Sobre las paredes del templo de Khonsu en Kárnak, al que mientras
que Herihor ocupó el cargo se añadió una sala
hipóstila y un patio delantero, está aquél representado en distintas funciones
sacerdotales, primero a la misma escala y al lado del rey, pero posteriormente
(en el patio delantero) solo. Con anterioridad había asumido las funciones de
visir, o había sido designado para ello, por lo que tenía también, en sus manos
la administración civil. Cuando finalmente se apropió de los títulos reales y
se otorgó cinco nombres enmarcados en cartuchos, no hizo más que proclamar
abiertamente lo que en realidad venía sucediendo: a saber, que era él quien
mandaba en Tebas. Evidentemente, su reivindicación de la realeza radicaba en
el hecho de ser gran sacerdote de Amón-Ra, ya que nunca renunció a dicho
título, que incluso'Constituía su prenombre real en
un cartucho. Hay que añadir, sin embargo, que esta aspiración al tronó se
limitaba , a las paredes del templo de Khonsu no se
sabe de ninguna otra parte en la que se diga que Herihor fuera rey.
Aunque en Tanis otro personaje, Nesubanedjeb, adquirió un gran poder sobre, el Delta, fue Ramsés XI que probablemente residía en Menfis, quien nominalmente siguió siendo faraón, gobernante supremo. Es cierto, sin embargo, que Herihor había introducido en Tebas una nueva era llamada «Repetición del Nacimiento», antigua expresión que significa aproximadamente «Aumento de Riqueza», y los años se fecharon de acuerdo con ella. Cuando Herihor murió en su séptimo año, se dejó de hacer así. Ramsés XI continuó reinando durante algún tiempo, sin que por ello dejara de existir el mencionado estado sacerdotal, pese a que el sucesor de Herihor, Piankhi, nunca aspiró de hecho a la realeza. La gran fuerza del estado sacerdotal de Tebas radica exclusivamente en su tradición religiosa; era el centro del culto al supremo dios Amón-Ra y la sede de su gran sacerdote. Este estado dentro del estado era económicamente débil, ya que había perdido la rica provincia de Nubia y estaba separado por el resto del país, especialmente por el Delta, del Mediterráneo y del comercio exterior. La. verdadera situación queda descrita con viveza en el informe de Wenamun, un mensajero de Herihor envió a Biblos para que comprase madera para la barca sagrada de Amón-Ra. La moneda de Wenamun fue robada en el camino y cuando llegó a Biblos trató sin éxito de obtener la madera sin pagarla. El rey de Biblos admitió de buena gana que Amón era un dios poderoso y que Egipto era el centro de la civilización, pero insistió en que Wenamun tenía que enviar un mensajero a Egipto para pedir prestado dinero a Nesubanedjeb de Tanis, y sólo se le entregó la madera cuando hubo llegado el dinero. Se desprende de esta información que el prestigio y el gobierno egipcio habían dejado de contar en Palestina y Siria, provincias que había perdido Egipto poco después de la muerte de Ramsés III. La ventajosa posición geográfica de Nesubanedjeb le permitió mantener un comercio floreciente con las anteriores colonias egipcias. Cuando murió Ramsés XI, y fue el último rey que se enterró en el Valle de los Reyes, el nuevo faraón no fue el gran sacerdote de Tebas, sino Nesubanedjeb (Smendes): el fundador de la XXI Dinastía tanita
.
CUADRO CRONOLOGICO
XIX DINASTIA (1309-1194)
|
|
Ramsés I | 1309-1308
|
Sethi I | 1308-1290 |
Ramsés II | 1290-1224 |
Merenptah | 1224-1214
|
Sethi II | 1214-1208
|
Amenmes | |
Ramsés-Siptah | 1208-1202
|
Tuoste | 1202-1194
|
XX DINASTIA (1184-1080)
|
|
Sethnakht | 1184-1182
|
Ramsés III | 1182-1151
|
Ramsés IV | 1151-1145
|
Ramsés V
|
1145-1141 |
Ramsés VI
|
1141-1134
|
Ramsés VII
|
1134-1127
|
Ramsés VIII
|
|
Ramsés IX
|
1127-1110
|
Ramsés X | 1110-1107
|
Ramsés XI
|
1107-1080
|