Sala de Lectura "Biblioteca Tercer Milenio" (cristoraul.org)MASONERIAJ. BOOR
PROLOGONACE
este libro como una necesidad viva, pues son muchos los españoles que, dentro y
fuera del país, anhelan conocer la verdad y alcance de una de las cuestiones
más apasionantes, pero a la propia vez, peor conocidas, de nuestro tiempo: la
de la masonería. Se hace indispensable el recoger en un texto hechos probados y
registrados en los anales españoles que, omitidos por la mayoría de los
historiadores liberales, destacan la magnitud del cáncer que corroe a nuestra
sociedad. Uno de los medios preferidos por la masonería para alcanzar sus fines
es el secreto. No se le podía favorecer el juego. Era preciso desenmascararla,
sacar a la luz y satisfacer la legítima curiosidad de tantos en ello
interesados. Movidos por esta necesidad es por lo que agrupamos bajo el título
de este libro una serie de artículos publicados en el diario Arriba desde 1946
hasta la fecha. Teniendo, pues, el lazo de unión de la materia común a que se
refieren y existiendo entre ellos un encadenamiento lógico, ofrecen al mismo
tiempo la particularidad de su independencia. Queremos decir que estaban
escritos para ser entendidos individualmente, porque así lo requerían las
circunstancias en que se publicaban. El conjunto de lectores de la Prensa es
una masa fluida para la cual si cada artículo hiciera referencia al anterior el
texto del mismo perdería sentido. Era preciso, por ello, insistir en los puntos
generales, a riesgo de repetirse. Esa nota es la que observará el que leyere,
pues hemos preferido recoger completos los textos de los susodichos artículos,
no sólo porque, en último término, parece aconsejable dejar bien sentados los
principios básicos de nuestra argumentación, sino, además, porque de esa forma
el que precise en un momento dado información sobre cualquiera de los temas
indicados en el índice no se verá obligado a la rebusca fatigosa de datos
complementarios entre el resto de las páginas.
Pero,
además, surge este libro como una defensa de la Patria. Como decimos en sus
principios: “no hubiéramos descubierto estas intimidades.., si la vesania y la
pasión de que contra nuestra Patria dan muestras no nos obligase en nuestro
puesto de vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios nos ha
puesto en nuestras manos”, Y ninguna más eficaz que desentrañar y hacer
públicas las actividades de esa secreta institución, con sus fines conocidos
(odio a Roma y a España) y sus hechos inconfesables.
Nos
hallamos ante uno de los secretos menos investigados de la Edad Moderna; ante
uno de sus más repugnantes misterios. Llevados de las apariencias, no son pocos
quienes con harta inocencia admiten que la masonería ni tiene la importancia
que se le quiere achacar, ni sus fines son tan innobIes,
ni sus procedimientos tan criminales. Y exponen como principal argumento el
hecho de que en Inglaterra la mayoría de la gente de más alta calidad social
pertenece a la masonería.
He
aquí, pues, el campo que es necesario deslindar. No atacamos a la masonería
inglesa, y poco nos preocuparía si se encerrase en los límites naturales de sus
dominios, porque lo que nos interesa no son tanto sus características como su
afán de extenderse desbordando sus fronteras. La masonería es un producto
inglés, al modo como el comunismo lo es ruso; un producto que ha logrado
nacionalizarse en otros países, como en Norteamérica, y especialmente en
Francia, a la manera que el comunismo lo ha hecho en Yugoslavia. Pero de la
misma forma que el comunismo, en Francia o en Italia, no respira más que
conforme a lo que le indican sus amos desde Moscú, de análoga forma la
masonería española cumplía aquellas consignas que partían de Londres o de
Paris. Que la masonería fue la activa socavadora de
nuestro imperio nadie puede negarlo. Ella fue quien logró la expulsión de los
jesuitas, uno de los hechos que causaron más daño a nuestra América. Ella,
quien llevó la guerra a nuestras colonias y quien convirtió a nuestro siglo XIX
en un rosario sin fin de revoluciones y de contiendas civiles. Para Inglaterra fue
el medio de activar la desmembración de un imperio que le hacia sombra; para
Francia, el mejor sistema de eliminar su frontera sur y una rival. A ninguna de
las dos naciones le convino jamás una España fuerte, y jugaron “al alimón” para
lograrlo. Si ello puede parecer a algunos natural y humano, más lógico, natural
y humano es que los españoles procuremos zafarnos de tan “generosos” amigos,
eliminando la peste que nos envían, aunque venga encubierta por la amistad; que
nunca nos han sido más dañinas las maniobras francoinglesas que cuando presentaban por delante la sonrisa de lo amistoso. La política
internacional no suele tener entrañas; en ella, amistades y sentimentalismos no
cuentan. Jamás un país suele llevar su celo por otro más allá de sus propios
intereses. Eso es la moneda corriente, y debemos sujetarnos a ella, Y porque el
derecho de protegerse es bueno para todas las naciones es por lo que en defensa
de su independencia y de sus legítimos intereses, trata España de precaverse de
la masonería. Desde que Felipe Wharton, uno de los hombres más pervertidos de
su siglo, fundó la primera logia de España hasta nuestros días, la masonería
puso su mano en todas las desgracias patrias. Ella fue quien provocó la caída
de Ensenada. Ella, quien eliminó a los jesuitas, quien forjó a los
afrancesados, quien minó nuestro Imperio, quien atizó nuestras guerras civiles
y quien procuró que la impiedad se extendiera. Ya en nuestro siglo, la
masonería fue quien derribó a Maura y quien se afanó siempre por atarnos de
pies y manos ante el enemigo, la que apuñaló a la Monarquía y, finalmente,
quien se debate rabiosa ante nuestro gesto actual de viril independencia. ¿Cómo
se nos puede negar el derecho de defendernos de ella? ¿Es que puede alguien
escandalizarse porque España la haya puesto fuera de la ley? Los masones en
España significan esto: la traición a la patria y la amenaza de la religión;
abyectas figuras que, por medrar, son capaces de vender sus hermanos al
enemigo.
Todo
esto es lo que se demuestra en estas páginas. El que quiera conocer cuánta
maldad, qué perversos planes, qué odiosos medios utiliza la masonería, que lea
estas páginas. Quien quiera encontrar las pruebas de por qué España acusa a la
masonería y la expulsa de su seno, que compulse este libro.
Que
después de leído, si lo hace atentamente, no puede quitarnos la razón.
MASONERIA Y COMUNISMO14 de
diciembre de 1946
TODO
el secreto de las campañas desencadenadas contra España descansa en estas dos
palabras: “masonería y comunismo”. Antagónicas entre sí, pues ambas luchan por
el dominio universal, la segunda le va ganando la partida a la primera, como en
la Organización de las Naciones Unidas se viene demostrando.
El
hecho no puede ser más natural. Así como la masonería mueve las minorías
políticas sectarias, el comunismo, más ambicioso, se apoya en una política de
masas explotando hábilmente los anhelos de justicia social; mientras la primera
carece de masas y tiene que vivir en la clandestinidad, que es su arma, el
segundo dispone de la “quinta columna”, con núcleos en los distintos países. La
pasión personal de determinados masones hizo olvidar la conveniencia de la
secta para enrolarse al carro de Moscú.
Todo
el conjunto de las deliberaciones de la O. N. U., la propuesta inopinada de Trygve Lie, grado 33 de la masonería, que no le priva, a su
vez, de estar al servicio de Moscú; la burda maniobra de Spaak,
grado 33 también de la masonería belga; el compadrazo de Giral, grado 33 de la española; la actuación de Padilla el mejicano, grado
33 de la de su país; la conducta de algunos delegados que, contra las órdenes
de sus Gobiernos, se ausentan o no votan, son señales inequívocas de que por
encima de la voluntad de los pueblos, de la conveniencia de las naciones y de
su propio prestigio, existe un poder internacional secreto mucho más terrible
que todos los fascismos habidos y por haber, pues se mueve en la
clandestinidad, maniobra y hace y deshace a capricho de los que pomposamente se
titulan representantes de la democracia.
No
hubiéramos descubierto estas intimidades, pues no somos amigos de inmiscuirnos
en las vidas ajenas —allá ellos con sus conciencias—, si la vesania y pasión de
que contra nuestra Patria dan muestras no nos obligase en nuestro puesto de
vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios ha puesto en nuestras
manos.
El
Alzamiento español contra todas las vergüenzas que la República encarnaba, para
salvar una Patria en trance de desmembración, fomentada a través de la
masonería por quienes aspiraban a aprovecharse de los “Azerbaijanes”
en Cataluña y en Vasconia, tuvo que extirpar de nuestro suelo dos males: el de
la masonería, que había sido el arma con que se había destruido el Imperio
español y fomentado durante siglo y medio sus revoluciones y revueltas, y el
comunismo internacional, que en las últimas décadas venía minando y destruyendo
toda la economía y el progreso de la Nación española, y que había llegado al
momento, por nadie discutido, de implantar por la fuerza el terrorismo del
comunismo soviético.
Toda
la protección que los rojos españoles encuentran en los medios internacionales
tiene una misma explicación y un mismo origen: o son los masones los que los
apadrinan y apoyan, o son las Embajadas soviéticas y sus agentes quienes los
mandan y los financian.
Masonería
y comunismo, enemigos a muerte y en franca lucha, se unen, sin embargo, en esta
ocasión a través de los Giral y de los Trygve Lie,
creyéndose cada uno capaz de ganar la partida a su contrario, con el desprecio
más absoluto al pueblo español y a sus derechos, olvidando que España con su
sangre y con sus armas se ha redimido hace diez años del cáncer que la corroía
y que los españoles saben lo que se juegan en todos esos cambios y aventuras
que los masones del extranjero les ofrecen. Puede en otras naciones no
católicas adoptar la masonería formas patrióticas y aun prestarles servicios en
otro orden; pero lo que nadie puede discutir, masones o no masones, es que la
masonería para España haya constituido el medio con que el extranjero destruyó
el Imperio español, y a caballo de la cual se dieron todas las batallas de
orden político revolucionario en nuestra Patria. La quema de las iglesias y
conventos de mayo de 1931, la expulsión de la Compañía de Jesús, así como
anteriormente la de las Ordenes religiosas y la incautación de sus bienes en el
pasado siglo por el masón Mendizábal; los asesinatos de Melquiades Álvarez, de
Salazar Alonso, de Abad Conde, de López Ochoa, de tantos y tantos republicanos
asesinados bajo el dominio rojo en Madrid, fueron obra criminal y meditada de
la masonería. ¿Qué de extraño tiene, en los que en aquella ocasión y tantas de
la Historia armaron la mano del asesino para eliminar a sus compañeros
arrepentidos, que hoy esgriman todos sus artificios, toda su maldad y todas sus
fuerzas contra quien en España encarna el espíritu antimasónico y le asegura la
tranquilidad y el orden? -
Si el
ataque de Moscú y de sus Quisling, los representantes de los pobres
pueblos sojuzgados e invadidos, tiene una explicación de orden comunista, la
conducta de otros delegados tiene esta fácil e incontrovertible demostración.
Han
marchado a la cabeza en el ataque dos representantes, aparte de los del lado
soviético: el belga y el francés. Valiéndose el primero de su experiencia
parlamentaria y masónica introdujo, contra la propia voluntad y sin votación,
palabras injuriosas que satisfacían a su odio y que representaban en sí una de
las infamias mayores que se hayan cometido en la Asamblea, esto es: que el
representante de una nación que tiene una mayoría católica en su Parlamento,
nación que se distingue por su cordura y su espíritu ecuánime, considerada como
uno de los pueblos más civilizados y progresivos de Europa, es traicionada por
su representante, que llevado de sus fobias personales y de su espíritu
masónico, sorprende a la Asamblea desprestigiando a su país y echándole encima
un baldón de ignominia. No es una sorpresa para los españoles la conducta del
señor Spaak; hace tiempo se especulaba en círculos
financieros de Madrid con el ataque; el pueblo belga podría hacer en este
sentido importantes investigaciones; para nosotros nos basta señalar su calidad
de masón y su obediencia al sectarismo y al odio masónico contra nuestro
Caudillo y contra nuestro Régimen. Es la “reprisse”
de aquella otra acción masónica que erigió en una plaza de Bruselas un
monumento al anarquista español Francisco Ferrer Guardia, masón grado 33,
fusilado por anarquista en Barcelona en la semana sangrienta del año 1909.
Por
cuanto a los franceses se refiere y a ese desdichado M. Jouhaux,
uno de los organizadores principales de las brigadas internacionales en nuestra
guerra de Liberación, no podíamos esperar otra cosa; el espíritu antiespañol y
de mala vecindad de la masonería francesa hace muchos años qué lo padecemos, ha
sido un medio de que se valió la nación francesa para suprimir una frontera.
Mas, no contenta con ello, aún aspiraba a más, y en el camino de su
“chauvinismo” y de sus ambiciones llegó durante nuestra guerra de Liberación a
repartir por el sur de Francia aquella célebre cuartilla con un mapa de nuestra
región pirenaica, lindante con su frontera, en el que en el río Aragón se unían
al norte de Huesca dos zonas, la de Catalunya, al Este, y la de Vasconia, al
Oeste; España, interpuesta por éstas, aparecía rotulada al Sur. Letreros
elocuentes destacaban sobre el dibujo, en azul: “Una España fuerte es la mosca
en la nuca de Francia”; y se excitaba en la hoja a ayudar a los rojos
españoles.
La masonería francesa, a través de lo que ella llama
“garante de amistad de los valles de España”, una especie de comisario político
de la masonería que en los últimos tiempos desempeñaba un sectario francés
llamado Feliciano Court, era la inspiradora de todas
estas agresiones contra nuestra Patria. Pero no ha quedado ahí; la ambición ha
sido tanta que no podemos callarla: Una voz autorizada, que no ha tenido la
menor réplica, ha asegurado que en los momentos en que la pobre nación polaca
sufría los rigores de la invasión germana y había que hacer efectivos los
compromisos internacionales por parte de la nación francesa, su Gobierno de
Frente Popular, que había firmado en España el Acuerdo Jordana-Berard, exigía de Inglaterra antes de cumplir su compromiso
de ir a la guerra por Polonia que en el caso de entrar España en la guerra,
como ellos temían, se le asegurase el poderse cobrar de la nación española con
las Baleares y la costa norte de Marruecos el precio a su intervención.
He
ahí al descubierto quién maquina contra quien. De esto existen pruebas en el
Ministerio de Asuntos Exteriores británico, y esto explica la conducta de los
representantes franceses, cualquiera que sea su procedencia política, en las
reuniones internacionales.
Mas
los españoles no nos engañamos y sabemos aprender de nuestros enemigos. Ellos
nos señalan dónde radica nuestra fortaleza y lo que se persigue con los
ataques. La respuesta la ha dado el pueblo español el día 9 de noviembre: “Con
Franco hasta la muerte”.
POLITICA INTERNACIONAL4 de enero de 1947
Si
examinamos fríamente la batalla entablada en la diplomacia internacional hemos
de reconocer, contra nuestro deseo, la pobreza y falta de continuidad de la
política de los occidentales ante la agudeza y firmeza de la diplomacia rusa.
Es desolador comprobar cómo al cabo de un cuarto de siglo de régimen soviético
éste continúa la línea tradicional de su política exterior, sin ninguna clase
de desviaciones y sin que nadie en el interior estorbe ni desvíe la trayectoria
fijada desde los primeros tiempos. Sus hombres, depurados por la revolución y
por veinticinco años de disciplina comunista, saben que su fracaso entraña la
muerte, y se entregan de cuerpo y alma a ejecutar los designios que les marca
su Estado.
Frente
a ello sólo vemos la inestabilidad, la mediocridad y la indecisión. Mientras
Stalin no necesita consultas ni confianzas, los otros padecen la inestabilidad
de la asistencia pública y están sujetos a los vaivenes, intrigas y
maquinaciones de los grupos políticos predominantes, muchas veces vendidos a
los enemigos de su propia nación.
Un
ejemplo clásico de este orden lo tenemos en la gran nación americana, que ve
malbaratada su victoria por la indecisión y la falta de autoridad de los
encargados de regirla. Hemos asistido recientemente a un espectáculo
lamentable, cual fue aquel que se dio en la Conferencia de París, y que costó
su cargo de ministro al de Comercio americano. Entonces se acusó la vacilación
de la política americana: mientras su representante negociaba, otro ministro,
con conocimiento presidencial, parecía desautorizarle. El que la solución haya
sido la normal en estos casos y la más grata al aliado británico no dejó de
quebrantar la autoridad del gerente del departamento de Estado y hasta la
propia presidencial.
¿Qué
habla pasado entre bastidores? Es lo que tratamos de comentar. Las democracias,
como las viejas Monarquías absolutas, tienen sus validos y sus Richelieu. Ya en
tiempo del llorado Presidente Roosevelt existía el Richelieu americano.
Entonces encarnaba el puesto aquel consejero privado llamado Harry Hopkins, que
acompañaba al Presidente en casi toda su jornada y aun se le encargaban
delicadas misiones de Estado. Hoy, muerto Hopkins, ha tenido un importante
sucesor, de mucha menos discreción que el finado. Mientras del primero apenas
si el mundo se enteró de su presencia, tales eran sus características de
discreción, el segundo ha producido ya en el orden internacional más de un
escándalo. El es el culpable de la dualidad y vacilación de la política exterior
americana. El motivó el caso más acusado de desunión entre los países
sudamericanos. Flota tras todas las tempestades, y cuando parece vencido lo
vemos de nuevo acudir a la carga. ¿Cuál es el secreto del nuevo valido? El
mismo que disfrutó, con mayor discreción y más capacidad, el antiguo consejero
del Presidente malogrado. Harry Hopkins fue ayer el jefe y paladín de la
escisión de la masonería americana; hoy es Braden, el multicapitalista rusófilo, el factótum de la misma masonería, que patrocina las ideas del
consejero fallecido.
Y
ésta es la razón de que entre la conveniencia de la nación y la política del
titular del departamento de Estado se crucen intereses más poderosos, que
acaban decidiendo en última instancia y a espaldas del país toda la política de
aquel inmenso Estado.
Se
aspira por medio de la masonería a reforzar la unión y dependencia
panamericana. Braden es el artífice de la idea, y su poder es tanto que, no
obstante el ruidoso fracaso de la batalla que entabló contra el régimen
argentino y el informe gravísimo contra él que el presidente de la Comisión de
Asuntos Exteriores del Senado elevó a aquel organismo, su poder sigue siendo
tan grande que hasta pudo darse el lujo de ser nombrado y declinar la
presidencia de las reuniones panamericanas.
Este
hecho tan importante de la política mundial, pero que, sin embargo, pareciera
no deber afectarnos, repercute, no obstante, de una manera grave en nuestras
relaciones con la gran nación americana. Dos cosas parecen estorbar a la
maquinación de absorción americana: la fe católica que allí dejaron nuestros
mayores y el carácter hispánico que caracteriza a las naciones alumbradas por
nuestro descubrimiento, y por eso con la Iglesia Católica hay que borrar el
prestigio de la vieja madre, desarticulándola en lo posible, por considerarla
en sí un obstáculo a la torpe maquinación. Y toda la buena fe y la
extraordinaria voluntad de España se estrellan ante este complejo en que
España, sin la menor relación con estos hechos, paga las consecuencias; pero
mientras esto ocurre, el comunismo, más hábil y preparado, aprovecha en su
favor estas torpes batallas.
Esta
política, realizada a espaldas y contra la voluntad del propio pueblo
americano, empieza a despertar el recelo de los pueblos sanos de aquel
continente, y es la que, malogrando los frutos dela victoria, caracteriza la
política vacilante de aquella gran nación.
¿DEMOCRACIA?4 de enero de 1947
El
espectáculo lamentable que la Organización de las Naciones Unidas ha dado
recientemente al mundo con el que ha dado en llamarse el “caso de España”, si
monstruoso resulta para el observador desde el exterior, cuando se conoce en su
interior revela el caso de inmoralidad mayor que registra la Historia. Dejando
a un lado los hechos, a todas luces ilegales, reconocidos una y otra vez por
los propios actores, de falta de jurisdicción, de quebrantamiento de los
propios Estatutos de la Organización, de falta a los deberes más elementales
por el secretario y presidente de la Organización, de incompatibilidad de
muchos de los componentes del Comité y Asamblea y de ausencia absoluta de
juridicidad en todos los actos realizados, que quitan todo valor y anulan los
acuerdos, que más temprano o más tarde habrá que revisar, existen otros hechos
en torno a lo ocurrido, merecedores de nuestra atención.
El
espectáculo se ha enunciado bajo la invocación de la democracia, y lo primero
es preguntar: ¿Dónde está la democracia? ¿Existe, por acaso, en Rusia, bajo el
imperio de la dictadura soviética, durante más de un cuarto de siglo; en la
Ucrania o en la Rusia Blanca, tan artificialmente representadas y donde está
universalmente reconocido no se disfrutan los menores derechos de la
personalidad humana? ¿Existe en Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania,
Yugoslavia y tantos otros pueblos bajo la tiranía de los agentes comunistas?
¿Se practica en las otras naciones, también representadas, de Gobiernos
elevados al poder por la revuelta o bajo dictaduras mejor o peor disfrazadas?
Se
había de examinar el origen y el disfrute de los derechos inseparables de la
persona humana, y una gran mayoría de los que allí alborotan tendrían que ser
expulsados de la Organización.
Mas
si a su soberanía e independencia miramos, se acusa todavía en mayor grado la
ficción. ¿Qué independencia de opinión tienen los países ocupados por los
Ejércitos enemigos, los integrantes de la propia dictadura soviética y esa
baraja de pequeños países que admiten sin rubor la coacción y el mandato de los
más poderosos?
Por
dondequiera que se examine y se busque a la democracia, no se la encuentra por
ninguna parte.
Si la
democracia es la expresión de la voluntad del pueblo, nunca más contrariada que
en este caso. La democracia viene falseándose desde hace muchos años por los
artificios de los partidos políticos, usurpadores y falseadores de la voluntad
popular. Unas cuantas alusiones aclararán más este hecho.
Bélgica
y Chile son dos países, entre otros varios, donde en sus Parlamentos existen
mayorías católicas afectas a la nación española y contrarias a la política
respecto a España de sus representantes, no obstante la campaña de calumnias y
falsedades con que se pretenden engañarlos. Y, sin embargo, sus representantes
en la Organización de las Naciones Unidas, por ese juego de usurpación de
poderes, que tanto se repite, harán caso omiso de su sentir; y, así, el
señor Spaak, belga, se convierte en el más encarnizado
enemigo del Régimen y de la Nación española, y el representante chileno, por su
parte, le hace coro a sus proyectos demagógicos. Sin embargo, España no sólo no
ha tenido a través de la Historia del último siglo la menor diferencia con
estas naciones, sino que ha mantenido con ellas la más cordial y correcta de
sus relaciones. El príncipe heredero de Bélgica fué acogido y atendido con toda solicitud por el Jefe del Estado español al ser
invadido su país, y el pueblo belga tuvo todo el afecto y la cordialidad de
España en la desgracia de sus dos contiendas. Chile fue la nación cuyo
representante más se distinguió en defensa de los refugiados en las Embajadas
cuando las persecuciones de la España roja, y el pueblo español y su Gobierno
se han distinguido por sus atenciones hacia esta nación. Pero sucede que por
encima de los deberes, de las obligaciones de carácter democrático y hasta
sobre el decoro político de los interesados, existe la pasión sectaria de los
individuos en cuestión. Y esto que ocurre en estos países existe también en una
gran parte de los que allí actuaron.
El
secreto es que hemos topado con la masonería, con esa lacra que ha invadido al
mundo en el siglo XIX, y que para España fue causa de todas sus desdichas, que
hoy reina y triunfa en los medios políticos internacionales del Occidente y es
la que ata, desata y se impone por encima de la voluntad de los propios pueblos
en las relaciones de las naciones, incluso sin respeto a la decencia política y
a la opinión pública, asombradas de los hechos; la masonería se constituye así
en el mayor enemigo de los principios democráticos. La democracia es pública,
la masonería es secreta; la democracia reconoce derechos, la masonería los
avasalla; la democracia sienta como principio el libre albedrío de los
asociados políticos, la masonería los sujeta con juramentos y pena de
irradiación o, en su caso, de muerte, a los dictados de sus superiores. López
Ochoa, Melquíades Álvarez, Salazar Alonso, Abad Conde, Darlan, fueron, entre
otros muchos, por ella asesinados. El masón está obligado a la obediencia por
encima de su propia conveniencia, del interés sagrado de su patria y de los
dictados de su propia fe. Se aprovecha de la democracia para traicionar a la
democracia. Al fenómeno no suele escapar ningún país.
Mas
así como el inglés, el judío o el mahometano es antes inglés, judío y
mahometano que masón, en el resto de los mortales la masonería pasa por encima
de cualquiera otra clase de consideraciones.
España
ha cometido el “gran pecado” de haber extirpado de su solar el cáncer masónico
que lo corroía, la traición encubierta en sus logias bajo los dictados de los
superestados masónicos al servicio del extranjero. Por ello, y por su
catolicidad, se ha constituido en blanco de las iras de la masonería atea y
polariza las maquinaciones extrañas de que otros Estados se salvan por la
condición de masones de sus Jefes de Estado o de la mayoría de sus gobernantes.
Este
es el gran secreto de las vergüenzas de la O. N. U., en que la voluntad de los
pueblos se ve suplantada por la omnímoda pasión y compromisos de logia de sus
representantes, y esta es la razón de que los asesinos y ladrones de nuestra
guerra de Liberación, amparados en la hermandad masónica, disfruten de la
benevolencia y de la amistad de los que a sí mismos se titulan representantes
de la democracia.
LA MASONERíA, SIGNO LIBERAL
5 de
febrero de 1947
CON
motivo de la publicación de unos artículos sobre la obra nefasta de la masonería
en España y de sus manejos en el orden internacional han sido muchísimos los
que, a través de este periódico, se han dirigido a nosotros pidiendo se les
aclaren ciertas dudas que sobre la masonería tienen, no pudiendo explicarse esa
diferencia, que en uno de aquellos trabajos se establecía, entre la masonería
atea continental y la masonería inglesa. La razón más convincente en este orden
es que la masonería inglesa, por alcanzar a quince millones de seres, nueve de
la Gran Logia de Inglaterra, y seis de la Logia de Escocia, según las últimas
estadísticas, comprende a la mayoría de los hombres no católicos de la Gran
Bretaña y, por lo tanto, están dentro de ella los ingleses protestantes,
cristianos, aunque bajo el error, pero no ateos, los que forzosamente tienen
que ver con repugnancia el ateísmo que caracteriza a la masonería continental.
Cuando
la masonería alcanza a la casi totalidad de un país hay que reconocer que
cuenta en sus filas con toda clase de elementos sociales, caballeros y
truhanes, ya que no todos los naturales de un país pueden ser estigmatizados
como pillos por el hecho de ser masones. En cambio, cuando la masonería vive en
los países de confesión católica, se nutre de los renegados, ateos y
disidentes, en cuyo núcleo, naturalmente, se encuentran los estafadores, los
malcasados, los libertinos y la mayoría de los tarados de la sociedad. Por eso
la masonería española, país eminentemente católico, viene a ser una canallería
suelta. Esto no quita para que en los tiempos de la República, por ambiciones y
falta de fe, hubieran caído otras gentes que, sin freno religioso, fueron
envueltas en la corriente masónica que la República representaba.
Otros
comunicantes quisieran conocer si la masonería es republicana exclusivamente o
ha existido también en el campo de la Monarquía, extrañándoles ver aseverar su
enemiga con el comunismo al considerarlos lobos de la misma camada. La
masonería es un producto liberal que existe con la Monarquía, con la República
y con el socialismo. La masonería gusta de lo liberal; por tanto, los partidos
eminentemente masónicos suelen ser los liberales, los radicales y los que, en
general, se titulan de izquierda. En cambio, no suelen ser masónicos, aunque lo
sean algunos de sus miembros, ni los socialistas ni los comunistas. En
Inglaterra, país monárquico, la masonería comprende a todos los partidos,
aunque tenga su predilección por el liberal y sea el Rey el gran maestre de la
Orden, ejerciendo su potestad por un gran duque. Y no se puede ser ministro, ni
embajador, ni almirante, ni ningún cargo responsable en aquel país si no se
pertenece a la organización masónica en sus dos grandes sectores: Gran Logia de
Inglaterra o Logia de Escocia. Esta es la razón de que los católicos en aquel
país no ocupen altos puestos.
En
España la masonería fue siempre más amiga de la República que de la Monarquía,
constituyendo aquélla su verdadero ideal; pero esto no quiere decir que en los
políticos monárquicos no hubiera habido numerosos masones a través de todas las
vicisitudes del siglo pasado y primeras décadas de éste. Y partido masónico por
excelencia fue en España el partido monárquico-liberal, cuya jefatura coincidió
en la mayoría de las ocasiones con la Gran Maestría o Gran Oriente de la
masonería española.
Al
llevarse a cabo la restauración en la persona de Don Alfonso XII se
incorporaron a la Monarquía Sagasta, el gran oriente de la masonería española,
con el simbólico de “hermano Paz”, con todos los “hijos de la viuda”, y desde
entonces, continuando por Moret y demás miembros liberales, la masonería anidó
con preferencia en las filas del partido liberal. Esto explica la simpatía con
que favorecieron la proclamación de la República y el entusiasmo con que le
sirvieron.
La
masonería es capitalista y burguesa, y sirve en cuanto puede al capitalismo.
Esto no quiere decir que no se haya extendido en algunos sectores españoles a
la masonería de alpargata, y no comprenda, sobre todo en la región de La Línea
y algunos puntos de Levante, a muchos elementos proletarios, más bien engañados
y engatusados por la masonería para intervenir e influir sobre las
organizaciones obreras.
El
marxismo y el comunismo no suelen ser masones, aunque muchas veces lo sean sus
dirigentes, pues éstos, en su batallar, han encontrado en la masonería
seguridades de impunidad. El comunismo no suele ser masón, pues no admite más
amo ni poder que el de Moscú. Y como uno y otro luchan por el predominio
universal, se enfrentan y se odian, aunque no lo exterioricen, y uno se
aprovecha de las ventajas que el otro en la práctica le ofrece. El comunismo es
anticapitalista.
La
masonería sirve, en cambio, al capitalismo. Ambos pescan en las mismas aguas;
pero así como la masonería es conquista de minorías bien colocadas, el
comunismo, hasta hoy, ha sido política de masas, aunque, copiando de la
masonería, pretenda hoy también conquistar a las minorías bien colocadas e
influyentes.
Otros
comunicantes me aseguran que determinadas personas que se tienen como masones
les consta que no lo son, por habérselo jurado los interesados. Yo les
preguntaría:
¿Por
quién le han jurado? ¿Por su Dios? ¡Si no creen! ¿Por su honor? ¡Si no lo
tienen! ¿Es que tiene valor el juramento de traidores? También decían que no
eran masones aquellos españoles acusados durante la República por nuestros
partidos de derecha, y, sin embargo, al llegar la revolución roja se destaparon
como tales.
Otro
comunicante no se explica el porqué del odio a España de la masonería. No
comprende que lo que en otros países pueda servir a su nación, en España sirva,
en cambio, a la traición. ¿Cómo es posible que los masones españoles toleren
esta monstruosidad contra su Patria? La explicación es muy sencilla. El que ha
vendido su conciencia no puede poner condiciones, y son muchos los que por esta
razón se han separado de la masonería.
La
implantación de la masonería en España coincide con su decadencia. La fundó en
1728 Felipe Wharton, primero y último duque inglés de Wharton, un verdadero
pillo y aventurero. Todos los atractivos y los vicios eran atesorados por este
personaje. Casó en segundas nupcias en España con Teresa O'Byrne,
hija del coronel del regimiento irlandés Hivernia, al
servicio de España, y dama de honor de la Reina española. Fue herido frente a Gibraltar (así escrito en el original) combatiendo contra sus compatriotas, y fue
nombrado coronel adjunto del regimiento irlandés, al tiempo que Inglaterra lo
repudiaba por traidor. Aunque se convirtió al catolicismo antes de su muerte,
fundó la primera Logia masónica en Madrid, bajo obediencia y buena relación con
la Gran Logia de Londres. En Madrid se impuso por el apoyo de la nobleza,
alcanzando prestigio social e influencia política. Mas la figura del duque de
Wharton, bello, generoso, elocuente, erudito, inteligente, ambicioso,
mentiroso, pillo, ladrón y borracho, como lo califican los historiadores de la
nación inglesa, bien merece, como padre de nuestra masonería, un capítulo
aparte.
TRADICIONES MASONICAS
1 de marzo de 1947
EL
opúsculo de Lequerica al libro del general Berenguer, que entraña un agudo
juicio sobre los acontecimientos políticos contemporáneos, y por ello se hace
digno de lectura y de madura reflexión, da a conocer un hecho de la historia
política de España hasta ahora inédito, y que durante muchos años inquietó a
numerosos españoles: se refiere a las presiones exteriores que originaron la
retirada del Poder de don Antonio Maura en los momentos en que una masa
juvenil, despertando a la política, le seguía con ilusión y ofrecía a la nación
una esperanza de progreso y de orden. El hecho, escuetamente relatado por
Lequerica, reza así:
‘‘Curioso
de conocer un dato decisivo sobre tan grave cuestión, me atreví a interrogar al
Soberano desterrado en Roma, la primavera del 38, en forma deliberadamente
indiscreta y pintoresca, preguntándole si el Rey Eduardo VII de Inglaterra le
había aconsejado prescindir del jefe conservador, como entonces se dijo mucho
y creyeron algunos. “No; el Rey Eduardo no me habló nunca de semejante asunto
—me contestó Su Majestad —. Fui yo quien tuvo que adoptar aquella medida, ante
la gravedad de las circunstancias. Teníamos noticia de que la presión de
fuera iba a ser tan potente que el régimen no podría resistirla y vendría
la revolución. Entonces, para evitar el bochorno de una claudicación ante la
acción exterior directa, se preparó el ánimo de los conservadores en forma que
pareciera un problema interno el cambio de jefatura y hubiera elementos del
partido dispuestos a gobernar sin Maura.”
Presión
del exterior, debilidad del régimen, miedo a la revolución y renuncia de
independencia. Con ello se abría un funesto precedente para nuevas y reiteradas
presiones.
¿Qué
España concebían los que tal aconsejaron? No olvidemos que entre los que tenían
acceso a los Consejos de la Corona predominaban elementos liberales
comprometidos en las Logias. Sin embargo, el hecho del “Maura, no” constituía
una de esas consignas que las Logias internacionales periódicamente nos
exportan y venía incubado de tres años atrás, de aquellos días del año 9, en
que, con motivo de la efervescencia de las cabilas vecinas a Melilla y de la
hostilidad a sus fronteras e integridad de su campo, el Gobierno se había visto
obligado a reforzar su guarnición y a solicitar un crédito de tres millones de
pesetas para los gastos. Las oposiciones liberales, íntimamente ligadas a la
masonería, venían haciendo de los sucesos nacionales motivo constante para la
crítica destructiva y para el desgobierno. El 6 de julio de aquel año,
Canalejas, en la oposición, comentaba:
“El
problema de Marruecos no traerá complicación alguna, y las medidas adoptadas
por el señor Maura son un verdadero e inexplicable exceso de previsión. Cuando
se abran las Cortes, el señor Moret planteará debate sobre este asunto, que
será muy empeñado.”
Sólo
tres días más tarde, el 9 de julio, tiene lugar la primera y más fuerte
agresión a nuestras tropas; las previsiones que el Gobierno Maura con este
motivo se ve obligado a tomar desencadenan la antipatriótica y demoledora
campaña de las izquierdas españolas.
Con
la disculpa del embarque de un batallón en Barcelona para Marruecos se
desencadenan los sucesos conocidos por los de la Semana Sangrienta. La acción
en Marruecos se iniciaba con el desagrado de Francia, que no disimulaba su mal
humor. La masonería fue, una vez más, el medio empleado para desatar nuestra
revolución y frenar nuestro progreso. La misma que en el siglo anterior utilizó
al hermano Riego para evitar el embarque de sus tropas para América, y la misma
que en el año 1898, por medio de una mayoría parlamentaria masónica, traiciona
a nuestro Ejército y manda sus comisionados a París a firmar aquella vergüenza,
estigma de todo un sistema.
La
desproporción y falta de relación del fin conseguido y de los medios empleados
se acusa al más ligero de los análisis. Aquel movimiento revolucionario de
Cataluña no tiene nada de social y si de político, y se caracterizó por su
sello irreligioso y ácrata, con corte de comunicaciones, voladura de puentes,
quema de templos y ataques y asesinatos de religiosos y agentes de la
autoridad. Su sello es inconfundible: se destruyen cuarenta iglesias y
conventos, pero ni una sola fábrica ni establecimiento privado o público.
Tres
condenas a muerte motivaron aquellos sucesos: dos “de menor cuantía”, un
desertor del Ejército llamado Malet, aprehendido por
pillaje e incendiario; un ex guardia de Seguridad llamado Hoyos, también
destacado en los sucesos. Ni uno ni otro pasaron a la Historia ni provocaron la
menor protesta interior ni exterior. Todos los honores se guardaron para el
anarquista y masón Francisco Ferrer Guardia, destacado elemento revolucionario
que habiendo ya tomado parte en la insurrección de Villacampa, expatriado y
huido a París, se había visto complicado de nuevo en aquel atentado criminal
del año 1906 contra Don Alfonso XIII el día de sus esponsales, y que había
quitado la vida a numerosas personas de las que contemplaban el desfile.
Acogido a indultos y a sobreseimientos, dirigía en Barcelona una escuela
llamada Moderna y una editorial anarquista y ácrata. De esta escuela salió
Mateo Morral, el desdichado anarquista autor del atentado.
Ferrer
había pertenecido a la Logia “La Verdad”, de Barcelona. Casado legítimamente,
tuvo cinco hijos. La primera, Trinidad, fue bautizada; los otros cuatro, Paz,
Luz, Sol y Riego, no lo fueron. Expatriado a Paris, ingresó con sus dos hijas
mayores en la Logia de la rue Cadet, donde ocupó
altos puestos. En 1893 se separó de su esposa, haciendo amistad con la señora
Meunier, que pagó sus campañas y acabó dejándole su fortuna. Su liberalidad
en Las Logias le había creado entre ellas una situación preponderante.
Probada
su culpabilidad en los sucesos de la Semana Sangrienta, que había desencadenado
con el dinero traído de Francia, fue condenado a muerte después del oportuno
proceso. La Prensa francesa, durante el mes de agosto, se desata en campañas
derrotistas al relatar los sucesos de nuestra Patria. En los periódicos belgas
y franceses, en los días anteriores a la detención de Ferrer, se fingen
entrevistas con él para que parezca que se encuentra en Bruselas y Paris y no
se le busque en Cataluña, donde, al fin, es aprehendido.
Cartas,
consignas masónicas, reuniones de izquierdas, viaje a España del barón de Bonet
a ver a Moret, fueron factores importantes de la masonería en aquellos días, y
cuando tiene lugar la ejecución estallan en todas las grandes poblaciones de
Europa las manifestaciones y las campañas violentas de Prensa contra tal
ejecución ¿Injusticia? Sí, la hubo en parte: se ejecutaba al jefe directo y a
dos pequeños autores materiales de los hechos; pero quedaban en la impunidad y
recogían el fruto los que le habían preparado el ambiente. Los liberales
masones se unen el día 18 en las Cortes a los republicanos para combatir al
Gobierno, negándole toda colaboración. El Gobierno dimite, y, en frase
histórica de Maura, “queda rota la normalidad constitucional”. La masonería
había ganado su primera batalla. En el suceso que Lequerica refiere ganó la
segunda. La tercera se dio en la casa de aquel prócer español en 1931, cuando
se reunían los políticos liberales masones para expulsar a la Monarquía. Por
mucho que se la quiera desfigurar, la Historia clama y acusa.
Entre
los grandes servicios prestados a nuestra Nación por la Cruzada, tal vez el
mayor es el de haber redimido a España de la masonería, y éste es el hecho que
constituye la causa real de la campaña indigna de difamación que contra nuestra
Nación y Régimen se ha desatado. No hay que engañarse con ella: o renunciamos a
nuestra soberanía, para entregarnos a la infamia de la traición dirigida desde
el extranjero, o hemos de tener como un timbre de honor el sufrir esos ataques,
que con nuestra unión se desharán en la impotencia.
Todo
cuanto pasa en el exterior y cuanto bordeando la traición contemplamos dentro,
todo obedece a las mismas consignas y propósitos. Los masones se revuelven, y
hemos de celar para que no retoñen, pues con ellos penetra el estigma de la
traición.
EL GRAN SECRETO4 DE ABRIL DE 1948
LA
paradoja que al mundo internacional ofrece con el reconocimiento pleno de las
amenazas soviéticas y de la política agresora del imperialismo ruso, de un
lado, y las reservas que hacia España se guardan, de otro nos lleva a descubrir
ante nuestros lectores las causas secretas que vienen sosteniendo el tinglado
en que la farsa internacional se asienta.
Descubiertos
hoy a los ojos del mundo los motivos de la ofensiva general que España y su
Régimen sufrieren por decisión soviética, ya que no en vano fue derrotado el
comunismo en nuestra nación, cuando ya había paladeado las mieles del triunfo,
dejando enterrados aquí a la flor y nata de sus elementos de choque, y
posteriormente rechazadas y maltrechas las divisiones de guerrilleros que en el
río revuelto de la liberación francesa intentaron invadir a nuestra nación, lo
mismo que hoy se hace con Grecia, parecía justo el confiar que el
reconocimiento público de la situación llevase emparejada la rectificación
plena de la política de hostilidad con que durante dos años los países del
Occidente de Europa habían distinguido a nuestra Patria, como igualmente
resulta inexplicable, en los momentos que el mundo internacional habla con
descaro de la necesidad de la colaboración española, que persista todavía en el
ánimo de algunos aquel viejo concepto de una España decadente y estúpida que
poder uncir graciosamente al carro de quienes en tal forma la ofenden y
hostilizan.
El
que dentro de nuestras fronteras haya quien pretenda llevar nuestro sentimiento
anticomunista más lejos de la propia dignidad no quiere decir que España vaya a
regalarle su favor a quienes en tal forma demuestran que nos detestan.
Conviene
no olvidemos que no ha sido el comunismo sólo el que se ha destacado en estos
años como enemigo de la España nacional, pues si aquél en tres ocasiones (en
1934, cuando la revolución asturiana; en 1936, bajo el Gobierno del Frente
Popular que patrocinó la revolución roja que provocó nuestra Cruzada, y en
1945, cuando los intentos de invasión de guerrilleros y terroristas a través de
la frontera de Francia, el terrorismo comunista) intentó asentarse en nuestra
Patria, hubo otros que le abrieron la puerta y le allanaron el camino,
pretendiendo aprovecharse de sus ofensivas y practicando el hipócrita sistema
de las acusaciones falsas, los entredichos y las campañas periodísticas que en
el mundo se sucedieron contra nuestra nación, con miras a aislarla de la vida
de relación y con el propósito de ahogarla y asfixiarla económicamente. Y es
que España, con el comunismo, había barrido de su solar otro mal endémico y,
por ello, más grave: el cáncer masónico que la corroía.
Si en
otras partes los campos del comunismo y la masonería aparecen claramente
delimitados, y hoy en franca y abierta oposición, en el sector de los españoles
viven en íntimo contubernio. Los principales supervivientes de las Brigadas
Internacionales que en España combatieron, antiguos miembros, por otra parte,
del Komintern, ocupan las Jefaturas de los Estados o son miembros de los
Gobiernos de los países que cayeron bajo el dominio de la Rusia soviética, o
continúan como jefes de los partidos comunistas de los otros Estados. Los
Martínez Barrio y demás conspicuos masones españoles, a Rusia sirvieron y con
Rusia continúan enlazados íntimamente. La masonería en España es como es y no
como los otros quisieran que fuese.
En
esa batalla, por tanto, que España dio (a la que debe que el mundo la mire hoy
como fuerte baluarte anticomunista) fue derrotada también aquella otra pequeña
turba de traidores, fomentadores durante más de un siglo de nuestras
revoluciones y servidores contra España de los intereses ocultos extranjeros, y
que durante toda su historia vinieron conspirando en sus logias o traslogias contra nuestra fe católica y el resurgir de la
nación, obedeciendo mandatos y consignas extrañas y traicionándonos en todos los
momentos cruciales de la Historia. Así, al esparcirse por el mundo, derrotados,
con el oro y los tesoros robados —¡hermosa ejecutoria!—, llevaron sus odios y
las miserias de su espíritu a las logias extranjeras, a las que parasitaron con
su turbia presencia.
Si
para otros países la masonería ha podido, en alguna forma, ser elemento
constructivo al servicio de su libertad o de su política exterior imperialista,
en España está claro y plenamente demostrado que ha constituido el instrumento
fatídico de la anti-España, más grave por su secreto poder y medios burgueses
en que se desenvolvía que el propio comunismo libertario, al que ellos abrieron
la puerta.
En
este apoyo torpe e irreflexivo de los masones de fuera a los traidores de
dentro, que hace que el mundo pueda juzgarlos con la misma medida, es donde
descansa el secreto de esas actuaciones personales que, incluso contra las
órdenes dictadas por sus propios Gobiernos o la voluntad de los países,
practican por su propia cuenta algunos políticos y diplomáticos desaprensivos
cuando de las cosas de España se trata, explotando hipócritamente la ofensiva
que al servicio de sus particulares intereses la nación soviética desencadena,
que los convierte por sectarismos en instrumentos dóciles de aquella política.
El que la ofensiva soviética haya producido la muerte de tantos conspicuos
masones internacionales, que han convertido a Rusia en el enemigo público número
uno de la masonería, no quiere decir que por ello hayan renunciado otros a
aquella política de hostilidad que España, en todas las etapas de su renacer,
fatalmente ha tenido que sufrir.
Hay,
sin embargo, en nuestra Patria quienes, obedeciendo a una consigna masónica,
intentan presentarnos a la masonería como una asociación filantrópica o
cultural inofensiva, ajena a las actividades políticas, al paso que otros
pretenden explotar el ambiente antirrepublicano para polarizar en el sector
izquierdista republicano exclusivamente el núcleo político de sus actividades,
cuando la masonería en España, constituida por una exigua minoría de varios
miles de afiliados, fue siempre eminentemente política y nació entre la nobleza
y elementos políticos aristocráticos para bajar luego, a través de la
burguesía, a algún que otro elemento de alpargata.
Un
rey, dos infantes y varios duques, marqueses y otros nobles ejercieron altas
jerarquías y hasta el cargo de gran comendador al correr del siglo XIX; rodean
el Trono en el reinado de Carlos III bajo la sombra del todopoderoso conde de
Aranda, de triste recordación. Un duque de Alba, contemporáneo de aquel
Monarca, fragua el motín de Esquilache, que luego achaca, hipócritamente, a los
padres jesuitas. A su muerte se retracta de sus yerros con el obispo de
Salamanca, ante quien se declara autor del motín, que había organizado por odio
que confesó tenía a la Compañía de Jesús. Participaron con atrevimiento en la
maniobra el masón francés duque de Choiseul, el conde
de Aranda, el de Campomanes, Azara y el entonces ministro de Estado don Ricardo
Wall. En el expediente secreto contra los jesuitas intervinieron igualmente
masones tan sólo, bajo la dirección y estrecha relación de Alba, como fueron
don Miguel María de Nava, don Pedro Rodríguez Campomanes, don Luis del Valle
Salazar y don Pedro Rico Egea, miembros todos destacadísimos de la gran logia
española.
El
asesinato del general Prim por las logias españolas, demostración elocuente de
la anarquía y criminalidad que en ellas reinaba, motivó la retirada del Rey
saboyano; tras el caos de la República, en que las logias vivieron en plena
anarquía y luchas intestinas, la restauración de Alfonso XII parecía que, por
las promesas solemnes hechas al tradicionalismo, iba a librarnos de aquella
influencia nefasta; pero la adhesión a la Monarquía del partido liberal
republicano, bajo la jefatura de don Práxedes Mateo Sagasta, llevó a los diez
meses al Poder a este ilustre masón, que, con el nombre simbólico de “hermano
Paz” y con el cargo de gran comendador de la masonería española, fue desde
entonces el inspirador de toda la política monárquico-liberal contemporánea.
La
masonería española se distinguió siempre por su carácter eminentemente ateo y
antinacional. La encontramos inspirando al Trono y dominando al Gobierno en la
primera expulsión de los jesuitas; se repite con la Reina Gobernadora, cuando
el masón Mendizábal pone a su firma el decreto-ley de disolución de las Ordenes
religiosas y el latrocinio de sus bienes; domina el Gobierno y las Cortes
españolas en los tiempos modernos, cuando de nuevo se disuelve la Compañía de
Jesús, se queman las iglesias y se promueven persecuciones. De origen masónico
fueron todos los movimientos revolucionarios que en siglo y medio se suceden
en nuestro territorio, y los de secesión de nuestros territorios de América, y
masones los gobernantes y generales comprometidos en todas las traiciones que
mutilaron nuestra Patria.
Masón
era Morayta y los que con él desde España alentaron
la insurrección cubana, y masones los que en las Cortes, y a espaldas de aquel
Ejército, los traicionaron para la renuncia y la rendición; masones eran muchos
de los políticos constitucionalistas que arrastraron con sus consejos en los últimos
tiempos en su caída a la Monarquía, y masones los que recogieron con la
República el fruto de aquella hipócrita traición, e igualmente masones los que
entregaron España a las Brigadas Internacionales y a las checas y comisarios de
Moscú.
Por
eso es legítima la posición española, pues lo mismo que otras naciones vienen
hoy eliminando de su administración o de los puestos clave a los comunistas,
por traidores y al servicio de otra potencia, España tiene un derecho soberano
sobre quienes, con una ejecutoria de maldad tan larga y continuada, en la misma
forma la vienen traicionando. Con una diferencia: que el comunismo, por su
falsa propaganda social, mueve e inspira sentimientos de masas, y ella, por lo
menos en España, sólo a unos contados millares de sinvergüenzas y logreros.
Nace
en nuestra tierra la masonería por la aventura de aquel desdichado duque de
Wharton, de triste recordación en la Gran Bretaña, que después de haber sido
jefe de su gran logia, expulsado de ella por sus traiciones e inmoralidades, fue
el fundador de nuestra masonería, la cual, después de una vida azarosa, plena
de personalismos, traiciones e influencias francesas, cayó bajo la triste y
desdichada República en el centro de atracción de ateos, libertinos,
estafadores y ambiciosos de la peor calaña.
Son
múltiples las publicaciones masónicas que al correr de los años han aportado
una prueba abrumadora de estas traiciones; pero no es necesario retroceder en
la Historia para constatar tales hechos. El año último se publica en América,
por la editorial Kler, de Buenos Aires, una novísima
edición del Diccionario Enciclopédico de la Masonería, redactado por dos
eruditos francmasones, don Lorenzo Frau Abrines y don
Rosendo Arus Arderíu,
grados 33 del rito escocés antiguo y aceptado, y el segundo de ellos gran
maestre de la gran logia regional catalano-balear. En
él aparecen retratados, con sus mandiles y atributos, muchos de los principales
personajes de las distintas naciones, a quienes por su alta jerarquía política
los consideran dignos de figurar en su libro de honor. No faltan en él las
figuras históricas españolas, y en el tercer tomo, en la parte histórica de la
masonería destinada a España, confirma con las siguientes palabras su acción
decisiva bajo nuestra República: “149 masones conocidos figuraron en las Cortes
Constituyentes de la República, aparte de los ministros, subsecretarios,
gobernadores civiles de las distintas provincias y directores generales”
(página 467 del tomo tercero). Pero aún hay más: en el mismo tomo, y en la
página 468 y siguientes, que dedica a la España masónica en el exilio, se
inserta un escrito elevado por el que titulan actual gran comendador, don
Enrique Varea Pérez, y el gran secretario general, Isidro Sánchez Martínez,
dirigido al Supremo Consejo de la jurisdicción Sur de los Estados Unidos en
Norteamérica, con sede en Washington, que éste publica en la Memoria del día 15
de octubre de 1945, y en el que, después de expresar un atajo de falsedades
sobre persecuciones y ejecución de masones, que dicen están ocurriendo en
España, apelan a los sentimientos de la fraternidad masónica para pedir “que
por su mandato se contribuya a formar alrededor del problema de España una
atmósfera, valiéndose de sus relaciones e influencias entre los cancilleres,
haciendo que los hermanos escritores, profesionales, etc., traten el tema en
sus periódicos y revistas en que ellos colaboren, por medio de conferencias,
por los procedimientos que su propia iniciativa determine, para reinstalar en
España las libertades que le han sido arrebatadas por la fuerza”. Si a esto se
une la calidad de masón de Trygve Lie —de los del
contubernio, de los que juegan a los dos paños, al masónico y al bolchevique— y
la de muchos de los miembros destacados que en la O. N. U. se asientan, se
explicará el hecho de que una minoría exigua de individuos contra el ambiente
universal, con clara injusticia y traicionando en muchos casos a sus propias
naciones, suplanten su voluntad llevando sus pasiones y su sectarismo al
terreno de lo internacional.
Este
es el gran secreto de que los medios internacionales, incluso contra su propia
conveniencia, persistan en esa malquerencia contra nuestra nación y se retrase
la proclamación solemne de lo que ya es indiscutible.
LOS QUE NO PERDONAN16 de
febrero de 1949
CON
motivo de las elecciones presidenciales de la nación portuguesa, su vieja
masonería intentó sacudir su aparente modorra y presentarse a hacer recuento de
sus fuerzas, para intentar en un futuro inmediato el asalto a la fortaleza del
vecino Estado. El que la alerta dada por su Ejército y el buen sentido del
pueblo portugués haya desecho la maniobra no quita valor ni enseñanza al hecho
que una vez más, la masonería haya pretendido explotar la coyuntura de
dificultades económicas en que en esta hora del mundo las naciones se debaten
para alcanzar sus turbios propósitos, aunque para ello hubiera de aliarse y
entregar el país al comunismo, pensando, sin duda, que otros habrían de
extinguir aquel foco y podrían, bajo su protección, edificar sobre las ruinas
aquella República masónica para todos de tan triste recordación.
¿Qué
pasó a última hora para que la maniobra se deshiciera? Dos hechos harto
importantes: el primero, la repulsa con que parte importante de la masonería
europea acogió el acuerdo con los comunistas, y el otro, la seguridad de que el
Ejército no consentiría la venta de la Patria ni la traición. Más valía, por
tanto, agazaparse y esperar una nueva y oportuna coyuntura, que los años pasan
pronto y el mariscal forzosamente no puede ser eterno.
El
que la masonería portuguesa intensificaba sus actividades era cosa conocida en
nuestra nación. No en vano, desde el término de nuestra Cruzada, desde allí
llegan las consignas para los por ellos denominados “Valles Ibéricos”, y desde
allí se pretende periódicamente, aunque con escaso éxito, el remover a los
“hermanos” españoles con vistas a alterar la paz de nuestras Universidades o
explotar la noble ingenuidad de nuestra juventud.
La
maniobra masónica sobre Portugal constituía una parte de los planes masónicos
contra España. El que este hecho masónico haya sido fácilmente superado no
excluye la gravedad de nuestra alarma, pues demuestra que, pese a la gravísima
crisis que la masonería europea viene sufriendo en la última década, y aun
frente a la amenaza peligrosísima que el comunismo representa, no descansa
aquélla en sus propósitos de restablecer sus viejas posiciones, aliándose
incluso con su propio verdugo, el comunismo, que en Polonia, Rumania,
Checoslovaquia y Hungría ha eliminado a los de un día sus poderosos hermanos
masones.
Esta
falta de realismo e inconsciencia de la masonería continental, esta ceguera en
sus pasiones, es lo que verdaderamente nos alarma, más que por lo que a España
se refiera, pues los conoce y sabe defenderse de sus ataques, por la
responsabilidad que conspicuos masones europeos tienen en el destino del
Occidente.
Buscó
la masonería en la democracia el medio para la extensión de su poder y el
sojuzgamiento de los pueblos, y la democracia fatalmente tenía que volverse
contra lo que representa la acción más antidemocrática que pueda concebirse.
¿Qué es, en síntesis, la masonería sino una secta secreta que asocia a grupos
minoritarios de los países para lograr por el complot, la astucia y la
protección extranjera, bajo una disciplina sin límites, apoderarse de la
dirección y del mando de las naciones? ¿Por qué se ocultan sus decisiones y
hasta su filiación al conocimiento del pueblo? Por constituir el vehículo
secreto en que se incubaron las revoluciones liberales de los tiempos modernos
imprimieron a la política liberal de muchos países una supeditación a los
poderes masónicos extranjeros que los patrocinaron. Y a las consignas de fuera
y al golpe de mallete de las grandes logias respondió toda la política exterior
e interior de los Estados por virtud de aquellos conspicuos masones que, con la
ayuda extraña, habían alcanzado el Poder en sus países.
Ni
los intereses supremos de la Patria, ni el general del pueblo, ni el respeto a
la conciencia religiosa de los más, ni los sentimientos del honor o de la
propia estimación representaron nada frente a la obediencia obligada a los
Poderes ocultos superiores. Y cuando en casos aislados se produjo la rebeldía a
la demanda o habló el patriotismo boca de sus gobernantes masones, la mano de
algún desalmado fanático comprado se encargó de la correspondiente ejecución
masónica. Prim, Canalejas, Melquiades Álvarez y Salazar Alonso fueron, entre
otros muchos, masones ejecutados por designio expreso de la masonería para
vengarse de su rebeldía.
Una
de estas repugnantes ejecuciones ha llegado a ser causa del hondo cisma en que
la masonería universal se debate. Varios han sido los asesinatos de este orden
cometidos durante la última contienda; pero uno sólo ha sido la causa de la
gran escisión: el del almirante Darlan, del que nadie se atreve a hablar. El
almirante Darlan estaba en inteligencia con Roosevelt y con la masonería
norteamericana; pero la figura de Darlan estorbaba a la concepción inglesa de
un De Gaulle britanizado, y ante la decisión americana de utilizar a Darlan en
el norte de África, la masonería europea se encargó de la eliminación. No
convenía a los intereses masónicos europeos, controlados por Inglaterra, la
preponderancia de Darlan, que Roosevelt y la masonería americana patrocinaban,
y no faltó la mano de un fanático que se prestara fácilmente a ello. A la
acción masónica correspondería hacer silencio sobre la muerte.
Así
ocurrió, pero la masonería americana lo supo y no lo perdonó. Un abismo se
abrió desde entonces entre las dos masonerías, que nada ni nadie logrará
llenar. No en vano la masonería es arma para el predominio y había sonado la
hora de la decadencia de los imperialismos europeos. La doctrina de Monroe
había arraigado en los medios masónicos americanos y la obediencia masónica
europea es sustituida a grandes pasos en aquel Continente por la disciplina
masónica americana.
En la
muerte del Presidente Roosevelt un episodio sentimental nos recuerda el
asesinato masónico del almirante francés. La última visita que antes de su
muerte hizo el malogrado Presidente en la tarde anterior a su fallecimiento, fue
al huérfano del sacrificado almirante. Víctima, como Roosevelt, de la parálisis
infantil, había sido recogido y trasladado por el Presidente a los Estados
Unidos, y su última visita fue para el pobre chico desamparado.
La
figura del prudente y discreto magnate masón Harry Hopkins, misterioso
consejero privado del Presidente Roosevelt, mucho podría aclarar a este
respecto; pero su naturaleza delicada no sobrevivió mucho a la del malogrado
Presidente.
Es
lástima que de sus interesantísimas Memorias se hubieran suprimido episodios
como éste, tan interesantes para la historia de la política americana en los
últimos años.
Otros
muchos episodios de la Europa actual podrían fácilmente comprenderse conociendo
la intriga masónica que los mueve; pero para explicarlos bien habría que
analizar lo que estas masonerías representan en cada uno de los países.
Creo
haberse dicho alguna vez en estos trabajos que quince millones de masones
existen en la nación británica; quince millones que obedecen a la disciplina
secreta de las logias, de la que el Rey de Inglaterra es poderoso soberano,
aunque tenga delegadas permanentemente sus funciones en uno de sus poderosos
duques y alto dignatario de la Corte. Lo que significa que a espaldas de la
democracia existe el montaje de una poderosísima organización obediente a las
consignas y golpes de mallete de sus “maestros soberanos” y descubre un
totalitarismo masónico que en vano se nos pretende ocultar.
Unos
nueve millones de afiliados figuran en los Boletines de la gran logia de
Inglaterra, y otros seis en la de Escocia. Quince millones en un conjunto de
cuarenta y ocho, hace que por razones de sexo y de edad, no se libren de esa
disciplina más que unos pocos millones de católicos.
Para
la masonería europea, la inglesa constituye la gran logia madre, de las que las
otras derivan; mas lo que en Inglaterra aparece como totalitarismo secreto y
masónico al servicio de Inglaterra y de su Imperio, en los países europeos es
cosa que sólo afecta a escasas minorías políticas o intelectuales, por cuyo
intermedio se sojuzga y mediatiza a la totalidad de las naciones. En la gran
mayoría de los otros países no pasaron en ninguna época de cien mil afiliados,
e incluso en los más sólo alcanza a algunas decenas de miles, preferentemente
elementos destacados de la política, de la Prensa y de la enseñanza.
Por
esta calidad de mayoría de la masonería inglesa y de exiguas minorías de las
continentales, y abarcar en la primera a casi todos los ingleses, del Rey al
proletario, pasando por la aristocracia, el comercio y los intelectuales, y que
por pertenecer sus miembros a la Iglesia protestante se presenta con apariencia
cristiana, aunque en el extranjero suela enmascarar con la acción de sus
pastores la dirección y el fomento de las logias no se puede juzgar a unas por
las otras, ya que la masonería continental reviste características totalmente
distintas. Es atea y afecta a reducidas minorías, que en los países católicos,
por razón de la excomunión que les alcanza, comprende a libertinos, ateos,
judíos, ambiciosos políticos o delincuentes a quienes la protección de las
logias salvó de la cárcel o del deshonor; pero que firmemente arraigados en la
política, las finanzas, la enseñanza y la intelectualidad —no se olvide otorgan
estas patentes— vienen dominando la política interior y exterior de estos países.
El
progresivo desbordamiento por la moderna política de masas de estas exiguas
minorías vino a poner en peligro el tinglado masónico, levantado a costa de
tantos esfuerzos. Mas la masonería se encargó de captar a los jefes y magnates
socialistas, y hoy sus Estados Mayores figuran casi todos en la disciplina
masónica. La victoria aliada ha hecho el resto, y a su amparo volvieron los
masones desplazados a ejecutar sus venganzas y a sentarse de nuevo en el Poder.
En la condena de Pétain, la prisión de Maurras, y no digamos la condena y
muerte de tantos buenos franceses, más pesó la venganza y el dejar hacer de las
logias que un espíritu de vindicta pública inexistente en Francia. Dígalo si no
el recibimiento hecho en el propio París por el buen pueblo francés al vencedor
de Verdún, muy pocos días antes de la llegada de las tropas aliadas, y que dejó
un testimonio fehaciente en los documentales cinematográficos de la época.
De
masónico igualmente podemos calificar el complot urdido contra España en los
conciliábulos internacionales. ¿Qué importa que el comunismo haya sido el que
haya lanzado la primera piedra, si los otros, en su servicio, con entusiasmo le
secundaron? ¿No aparece a todas luces extraño que países como Suecia, por cuyo
territorio pasaron los trenes militares alemanes para Finlandia y Noruega
durante varios años, y cuyas industrias estuvieron en su totalidad al servicio
del esfuerzo de guerra alemán; y Dinamarca, que se dejó invadir y convivieron
Rey, Gobierno y políticos con el invasor; que Suiza, cuya industria estuvo
movilizada en casi su totalidad al esfuerzo de guerra nazi, no hayan
constituido el menor problema para la estigmatización aliada, y, en cambio,
haya sido España, que resistió tenazmente a las pretensiones de las naciones
del Eje, prestando servicios valiosos que los propios gobernantes reconocieron,
y que constituyó el país que menos comerció con los alemanes, el blanco único
de los ataques de los órganos de opinión aliados, e incluso de alguno de los
países que tan blandos fueron frente a las pretensiones nazis? La presencia de
masones en la Jefatura de los Estados, en sus Gobiernos y entre sus principales
políticos, justifican la indulgencia y aclaran la injusticia.
La
filiación masónica de Bevin, de Blum, de Oriol, de
Trifón Gómez, de Madariaga y de algún que otro personaje monárquico liberal
español explica, igualmente, aquel complot propagandístico que como maniobra
contra la política favorable a España del general Marshall, se urdió y se frustró
en flor en el último verano. El alma masónica de las conjuras se acusa en todas
partes. Frente al peligro real de los avances y actividades comunistas en
Europa, trata la masonería, con su tradicional doblez, de formarle un frente
común, sin perjuicio de explotar y aprovechar sus fobias antimasónicas y sus
persecuciones. Así se explica la indiferencia y más la ineficacia de las
naciones ante los gravísimos atentados que la Iglesia Católica y sus jerarquías
vienen sufriendo, como también esa entrega hipócrita de Jerusalén y los Santos
Lugares a los fanáticos deicidas. La conciencia de setecientos millones de
cristianos del mundo, cuyos intereses espirituales se sacrifican por la
solapada acción masónica ante unos cuantos millones de judíos, se levanta como
una acusación perpetua contra la Sociedad de las Naciones y quienes pusieron
sus manos pecadoras en esta decisión.
Hemos
de convencernos que mientras la masonería aliente no es posible dormirse sobre
los laureles. Es necesario grabar en el ánimo de todos el que la masonería
acecha y no duerme ni descansa, que, firme en su propósito, aprovecha todas las
coyunturas. No por fuertes hemos de despreciar el peligro, que los tiempos son
difíciles y no tenemos enfrente a un enemigo noble, sino malicioso, hipócrita y
solapado, que explota la disidencia y el disgusto dondequiera que lo encuentre,
sembrando su cizaña. Una cosa es la caridad cristiana con los que erraron y
otra que se les permita trepar de nuevo hasta los puestos clave.
Mediten
nuestras palabras nuestros hermanos peninsulares y cierren de una vez las
puertas a estas coyunturas que el enemigo hábilmente puede explotar. La cosa es
de sobra importante para los dos países a los que la Naturaleza impone marchas
paralelas.
UN SECRETO DESVELADO 2 de marzo de 1949
La
muerte del general Giraud y la publicación en Francia de sus Memorias, en las
que se alude al asesinato del almirante Darlan, ocurrido en Argel bajo su
mandato, han sido motivo para sacar a la luz el gran misterio que hasta hoy
había rodeado el tenebroso crimen del ministro francés.
Un
sensacional artículo que el ilustre periodista Claude Lagarde ha publicado en Carrefour ha sido reproducido por el semanario español Domingo en su último
número, de 26 de junio, dando en España con este motivo actualidad a un suceso
que en los tiempos apasionados de la guerra se le había dedicado muy poca
extensión.
La
reivindicación que, terminada la guerra, se ha hecho del matador, destacando
sus buenas cualidades personales, así como la publicación de las anomalías,
precipitaciones y sigilo con que se liquidó el suceso, convierten el asunto,
con las nuevas aportaciones de Giraud, en uno de los más sensacionales de los
tiempos modernos, al rasgarse el velo que con tanto esmero lo encubrió.
Claude
Lagarde nos describe e! suceso con toda sencillez:
“El
24 de diciembre de 1942, hacia las siete de la tarde, e! general Giraud conoció
la noticia del asesinato de Darlan. Su asesino se llamaba Fernand Bonnier de la Chapelle.
“Giraud
se encontraba entonces en visita de inspección de la frontera de Argelia con
Túnez. Regresó a Argel, adonde llegó el 25 a las tres de la tarde. El mismo
día, Bonnier de la Chapelle fue condenado a muerte, y al día siguiente aquel muchacho de veinte años cayó
bajo las balas del pelotón de ejecución.”
Las
Memorias del general Giraud, destinadas a publicarse después de su muerte, al
referirse a estos hechos, dicen: “Era necesario hacer un escarmiento. Tomé
personalmente esta decisión (la de la ejecución de Bonnier de la Chapelle) en cuanto el interesado suministró
ciertos informes que fueron a parar a la instrucción.
“No
hay que ocultar que este atentado tiene causas profundas y lejanas, y que el
porvenir de Francia pudo resultar singularmente modificado.
“Darlan
murió, y su asesino pagó con su vida el crimen. Estimé que no había motivo para
revolver el cieno y atizar las pasiones. Los que más tarde abran el dossier me
juzgarán.”
Oigamos
a Lagarde: “Al ordenar la publicación póstuma de sus Memorias, Giraud parecía
pensar que había llegado el momento oportuno para que se abriera el dossier.
“¿Qué
razones impulsaron al general a mantenerse en silencio? ¿Por qué el ejecutor de
Darlan fue, a su vez, ejecutado sin haberse podido defender y sin escuchar a
los testigos? ¿Quién asume la responsabilidad del juicio y del fusilamiento de
un patriota de veinte años?
“Vosson, Chatel y el general Nogués no estaban de acuerdo.
El jefe de gabinete del general Nogués dijo claramente al padre del asesino que
el general Giraud se negaba a conceder cualquier medida de gracia y a todo
cumplimiento de investigación susceptible de hacer que la ejecución se
retrasara.
“¿Por
qué esta prisa por parte de un hombre que prácticamente tenía todos los poderes
y que, según parece, debía de conceder a un adolescente las garantías más
elementales que concede la justicia? Giraud era entonces jefe de las fuerzas
terrestres y aéreas. El Consejo Imperial le invistió el mismo día de la
ejecución de Bonnier de todos los poderes civiles y
militares.
“Cierto
que Giraud podía atrincherarse tras el juicio condenatorio del joven Bonnier; pero ¡qué juicio! Una corte marcial improvisada,
ningún testigo, ninguna instrucción, escrutinios secretos, proceso a puerta
cerrada, seguido de parodias de acción pública; todo ello, realizado en pocas
horas, y, por último, una sentencia dada en nombre del Mariscal de Francia,
jefe del Estado francés, que ordena poner en ejecución la sentencia.
“Aún
no había transcurrido un año desde el fusilamiento de Bonnier cuando Giraud reconoció que debía haberse avenido a los razonamientos de un
padre que reclamaba la rehabilitación de su hijo. Estimaba, aunque un poco
tarde, hallarse obligado a suscribir el homenaje que debía rendirse a la
memoria del asesino de Darlan el 21 de diciembre de 1945, mediante fallo de la
Cámara de revisión de la Audiencia de Argel”
El
examen de la personalidad de Darlan como jefe supremo militar en el norte de África,
y la investidura que a su muerte el Consejo Imperial le concede el mismo día de
la ejecución del agresor de todos los poderes civiles y militares impulsa al
escritor francés, sin duda por una falta de conocimiento interno de los hechos,
a arrojar sospechas sobre el honorable soldado a quien, por jerarquía y
prestigio, correspondió heredar el supremo puesto de gobierno en el
norte de África. El general Giraud puede haber sido, y lo ha sido, sin duda, un
Político torpe; pero no podemos dudar de que fuese un hombre de honor. Si en
algún momento pudo pensarse que a éste aprovechaba el crimen, su desinterés y
falta de vocación política, demostrados posteriormente, prueban lo contrario.
El provecho no era para el general Giraud. El almirante Darlan en aquellos
momentos representaba otro interés superior que le caracteriza y que hemos de
tener presente en todo momento: había llegado a ser el hombre de Norteamérica.
Veamos,
por otra parte, la personalidad del agresor: nos la presenta entonces como la
de un joven inquieto y patriota, y se acusa hoy con mayor fundamento.
Marcel Abulker, en el libro Argel y sus complots, nos
lo presenta “como un adolescente nutrido por una mística religiosa y patriótica
que le hicieron comprender que la muerte de Darlan era absolutamente necesaria.
Era necesario que Darlan dejase de vivir para que la Resistencia francesa y
norteafricana pudieran continuar respirando”.
Esto
es, que se hizo creer al adolescente patriota la necesidad de la muerte de
Darlan, y el patriota apuntó al blanco que otros le señalaron. Característica
especial de los crímenes de esta clase, en que el propio ejecutor cree estar
sirviendo a otros móviles, y que la justicia mediatizada se encargará de no
descubrir ante el apresamiento del autor material. ¡Crimen masónico por
excelencia!
Mas
volvamos al relato de Claude Lagarde. Este nos aclara: “Giraud conocía los
medios en que se desenvolvía Bonnier de la Chapelle, y un poco de pasada declara en sus Memorias que
dos hombres habían tenido una influencia profunda sobre el muchacho: uno, desde
un punto de vista espiritual, y el otro, desde un punto de vista personal.” Por
otra parte, tampoco ignoraba el dossier del asesino de Darlan y sabía que se
hallaba en presencia de un adolescente que desde todos los puntos de vista
merecería la estimación y la indulgencia.”
Quiénes
eran estos hombres constituye uno de los secretos de esta historia.
El
general Giraud, según Lagarde, ha dejado entrever que la decisión de condenar a
ser fusilado al joven Bonnier se había inspirado en
razones de Estado, para decirnos inmediatamente: “Fue, sin duda, en nombre de
estas razones de Estado por las que el féretro del joven Bonnier de la Chapelle estaba ya dispuesto desde antes que en
juicio se le hubiera condenado a muerte. Sí, exactamente. Aún no habla sido
condenado por el Tribunal y ya estaba esperando el féretro en que debían
enterrarle.
“Fue
probablemente también cómo fundándose en estas mismas razones de Estado dejaron
que Darlan muriese sin intentar salvarle ni hacer nada por salvarle de la
muerte, y sin recoger las declaraciones que pudo haber hecho en aquellos
instantes. Porque esto es la verdad: lo que se hizo fue apresurar la muerte de
Darlan, de la misma manera que se dieron prisa para ejecutar a Bonnier de la Chapelle.”
¿Puede
decirse más? Razones, y grandes razones de Estado tenían que existir para
acumular crimen sobre crimen, y que hubiesen quedado en la mayor impunidad los
instigadores del asesinato.
Algo,
sin duda, atormentaba la conciencia del veterano soldado en la hora de su
muerte. Había, sin duda, obrado con debilidad y falta de energía frente a las
pandillas que en Argel le empujaban y le mediatizaban. Se había callado y
sometido por el prestigio de Francia y unas mal entendidas razones de Estado,
que, ante la consideración de la responsabilidad material del ejecutor, le
arrastraron a cerrar los ojos y a no ahondar en la investigación sobre los
cómplices y los instigadores. En la hora de la muerte el recuerdo, sin duda, le
atormentaría.
Mas
sigamos al periodista, que aún tiene algo que decirnos. En su trabajo nos
asegura que “Darlan quería hablar, y aquí entra en juego la maquinación
inconcebible. Con el pretexto de detener una supuesta o real salida de sangre
le metieron un tapón en la boca. Así se le condenaba al silencio. Pero aún
había algo más extraño en este inconcebible asunto, y es que en lugar de
trasladarle tendido en un coche camilla hasta la clínica, le llevaron sentado
en uno de los asientos del coche, en condiciones de que en el caso de no ser
herida mortal habría muerto asfixiado.” Terminando con esta nueva sensacional
información: “He aquí otras cosas que se le han olvidado a Giraud relatar,
referentes todas ellas al asesinato de Darlan. Por ejemplo, que hasta el
momento final se hizo creer al joven Bounier que
dispararían contra él con pólvora sola. Lo mismo que se había logrado que
Darlan no hablara, por este procedimiento se lograría igualmente sellar los
labios del asesino.”
Estas
monstruosas anormalidades que aparecen rodeando el crimen y su justicia, y que
toda conciencia honrada se resiste a admitir, tienen, sin embargo, una clara
explicación: nos hallamos ante uno de esos tenebrosos crímenes que la masonería
fragua, y que al correr de la Historia se repiten, en que los ejecutores son
simples peleles. El asesinato de Darlan fue realizado por la masonería. Como el Intelligence Service, la
masonería desempeña en las guerras su papel. Darlan, masón, contra las órdenes de la masonería, había pasado a ser el hombre de los Estados
Unidos, y había que hacerlo desaparecer, como a tantos otros personajes
importantes durante la contienda. La presencia de Darlan en África, y su
nombramiento como jefe supremo, privaba a De Gaulle, considerado por los
ingleses como su hombre, del apoyo de las únicas fuerzas con que Francia
contaba entonces: las norteafricanas. Había que hacer desaparecer el
obstáculo.
He
aquí la poderosa razón de Estado que maniató a Giraud, prisionero de la
pandilla masónica de Argel, que lo mismo en este caso que en el de Pucheau, le obligó a callar y hasta entregar su honor de
soldado frente a lo que se le presentaba como una poderosa razón de Estado. Mas
lo que se quiso guardar como secreto no lo fue para las grandes logias, y el asesinato tuvo enorme repercusión en las relaciones masónicas, rompiéndose
a petición de Roosevelt y decisión de Hopkins, el alto consejero masónico
presidencial, los lazos y vinculaciones con la masonería europea.
Un
epilogo sentimental tuvo el crimen masónico. El que le puso Roosevelt al acoger
y llevarse a Norteamérica, para tratarle en una clínica, al hijo del
desgraciado almirante asesinado, en el que se daba la circunstancia de
padecer parálisis infantil, como el Presidente, cuya última visita en la tarde
anterior a su muerte fue para el hijo de Darlan.
Si
alguien de verdad quisiera aquilatar las pruebas de por qué a Darlan se le
taponó la boca y se le precipitó la muerte, y el porqué se engañó y fusiló a un
joven patriota, a quien luego se rehabilitó, que se airee el dossier a
que Giraud se refería, y que se continúe la investigación, por juez imparcial y
no masónico, sobre los cómplices e instigadores del crimen, del que los
archivos secretos de la masonería americana poseen abundantes datos; mas no
parece fácil que esto pretenda hacerse; hay demasiados masones en la dirección
de los pueblos interesados, y otra poderosa razón de Estado, en este caso la
del Estado masónico, hará, una vez más, desaparecer el sumario y borrar las
huellas. Lo masónico en el mundo se encubre con el silencio, y los crímenes masónicos
han de quedar impunes.
EL GRAN ODIO16 de julio de 1949
LA crisis
política de la nación belga trae al primer plano de la actualidad internacional
la paciente mansedumbre con que los pueblos vienen sufriendo la dictadura
oculta de una masonería encaramada en el Poder a través de las organizaciones
masónicas adueñadas de los resortes políticos de los partidos. Desde que el
liberalismo y la democracia hicieron su entrada en el ruedo político a lomos de
la bestia masónica, ésta no ha cesado de extender sus tentáculos a los sectores
más influyentes de los pueblos: política, Prensa, Universidad, justicia y radio
constituyen sus objetivos predilectos. Masones fueron los primeros liberales, y
masónicas las dinastías que desde las jefaturas de los partidos se crearon;
masones los dueños de los más importantes rotativos y muchos de sus directores
y jefes de Redacción; masones numerosos catedráticos, y masónicas la mayoría de
las organizaciones laicas e instituciones libres de enseñanza; masones las
altas jerarquías de la justicia y parte de los que vienen ocupando en ella los puestos
importantes; masones los propietarios de las más importantes radios y masones
una gran mayoría de sus cuadros de colaboración.
La
masonería constituyó el vehículo para alcanzar los puestos clave, y ministros,
subsecretarios y directores generales han ido en los países liberales formando
la cadena masónica que viene encabezando la política de los pueblos. Sólo en
los católicos los partidos llamados de derecha han podido librarse de aquel
dominio, pero no sin que algunos masones hayan intentado filtrarse entre sus
filas.
La
irrupción de las masas en el campo de la política con unos claros objetivos
sociales parecía que iba a dar al traste con el viejo poder de la masonería;
pero la traición acechaba, y en la lucha de clases que la precedió, el poder
masónico, por su influencia sobre la justicia, pudo captar y encuadrar a los
principales jefes de los partidos obreros. Así, tras la aparente máscara de la
democracia, refuerzan su dictadura los poderes masónicos.
El
mundo de buena fe no acierta, y con razón, a comprender los motivos del desvío
político hacia su Monarca de los dirigentes de los grupos políticos liberal y
socialista belgas. Dos hechos sólo se insinúan al hablar del caballeroso
Monarca desplazado: uno, el de no haber huido al extranjero y haber querido
seguir la suerte de sus soldados, a los que no abandonó ni en el duro trance de
la derrota, y otro, el del matrimonio morganático contraído durante el
cautiverio con la princesa de Rethy. Si el primero destaca
como un timbre de honor para un Rey y un soldado que el pueblo honrado
forzosamente ha de reconocer, no puede, por otra parte, ser la desigualdad
social y falta de aprobación por la nación de su segundo matrimonio la causa
determinante de la repulsa, teniendo, como tiene, asegurada con su primer
enlace la sucesión al Trono, resultando verdaderamente paradójico el ver
esgrimir tan débil argumento a quienes, como el partido socialista,
precisamente propugnan la igualdad de las clases. Nada se ha podido encontrar
en la conducta del Monarca exilado que no revista dignidad, honor o amor al
pueblo belga; ni las calumnias ni el tiempo consiguen borrar la estimación de
sectores importantísimos de aquel pueblo hacia su Monarca, al que el partido
católico, con razón y sensibilidad, desea ver restablecido prontamente en el
Trono.
Por
eso las causas no hay que buscarlas en la superficie ni en los hechos públicos,
sino en la tenebrosidad de lo oculto y de lo inconfesable. ¿Por qué estos
políticos rechazan al Rey legítimo y estiman, en cambio, al deudo sin derechos,
encargado hoy de la Regencia? ¿Cuál es la razón de que liberales y socialistas
se nieguen a colaborar en el Gobierno con el grupo católico que propugna la
vuelta Monarca? La causa no puede ser más clara. El Rey es un buen católico, y
la masonería no quiere perder la ocasión, que se le escapa, de colocar
definitivamente en la Jefatura del Estado a un miembro de la masonería, como el
Regente, o a un adolescente sin experiencia a quien pueda la masonería manejar
y aun convertir. Spaak, masón de alta jerarquía, así
como la casi totalidad de los jefes socialistas y de los primates liberales
juegan esta mala partida al pueblo católico de Bélgica y a los otros muchos
belgas de buena fe, a quienes se oculta cuidadosamente los compromisos
masónicos que presiden los acontecimientos.
Ninguna
clase de dificultades encontró el un día Rey de Dinamarca con los partidos ni
con las otras naciones europeas, no obstante haber dejado ocupar su territorio
y seguir reinando en su país una vez ocupado por los alemanes; ni el Rey de
Suecia, que, cargado de años, permitió durante la guerra el paso de las tropas
alemanas y su avituallamiento a través de su territorio; pero se da la
circunstancia de que ambos eran masones del más alto grado y gratos a los
poderes masónicos nacionales e internacionales. Lo mismo se había aceptado por
los aliados el reinado de Humberto de Saboya sobre Italia, si la rebelión de
parte importante de los masones de este país contra los designios de la
masonería internacional no hubiera dado al traste con el proyecto. A no ser por
esta circunstancia, hubiéramos visto a uno de los generales del Ejercito de
Mussolini aceptado como Jefe de Estado por sus enemigos en la guerra.
Humberto
era el primero de los príncipes de Saboya que por el destino de Italia bajo el
fascismo se había librado todavía de caer en manos de la masonería; pero la
suerte adversa de las armas le empujó a hacerse masón en el último año de la
guerra; pero pesó más el encono de los masones del interior que esa entrega y
arrepentimiento tardíos.
El
Rey de los belgas es el caso contrario: luchó con sus tropas al lado de los
aliados contra los alemanes, y quiso seguir la suerte de sus súbditos. Es un
buen católico, que ha rechazado todas las propuestas para apartarse del recto
camino: la masonería le considera inmanejable, y éste es su “pero”.
La
repulsa del partido liberal a formar parte del Gabinete de Van Zeeland, pese a las escasas diferencias de opinión en los
asuntos de gobierno, aparece, sin embargo, desde el punto de vista masónico,
como cosa obligada, ya que el partido liberal, como en la mayoría de los
países, es el partido masónico por excelencia y, por lo tanto, el más
comprometido en el complot de alejar al Monarca. No faltarán en él, sin duda,
belgas moderados que quisieran ver resuelto el problema dinástico que los
agobia; pero las irradiaciones y las persecuciones masónicas los contendrán. No
en vano está reciente un hecho similar puesto al descubierto bajo la República
masónica española en el año 1934, en que por colaborar con los partidos
católicos el partido radical, en esta etapa el más masónico, se escindió, y
fueron irradiados sus miembros de la masonería y aprovechada la revolución roja
para ser eliminados por sus propios “hermanos”: Salazar Alonso, Abad Conde,
Rico Abello, López Ochoa y Melquiades Álvarez, asesinados en Madrid, han sido,
entre otros muchos, víctimas de aquella “excomunión”.
Lo
mismo en Europa que en América, bajo el signo aparente de la democracia, son
muchos los pueblos que viven bajo una dictadura real de la masonería, que lo
mismo en la política interior de los Estados que en las Asambleas
internacionales, sacrifican el interés legítimo de los pueblos a las pasiones mesiánicas
de sus secuaces.
El
odio a lo católico de la masonería es proverbial, y le empuja a combatir lo que
tiene este signo y evitar por todos los medios el encumbramiento de los
católicos. Muchos son los países en que el ser católico cierra el camino a los
puestos principales de la nación. En Inglaterra, la de la “logia madre”, es
bien conocido que no se puede ser ministro, subsecretario, embajador, general
ni puesto principal siendo católico practicante, lo que, aunque no estando en
las leyes, por acuerdo tácito se viene practicando. Y muchos otros son los países
que intentan marchar por el mismo camino.
En la
Sociedad de las Naciones, la Secretaría y la casi totalidad de su personal está
constituido por masones, y a la masonería pertenece una parte muy importante de
los representantes de los distintos países, incluyendo a la pintoresca Mrs.
Roosevelt, masona conocidísima.
Esto
explica esa tibieza, convertida en complicidad, de la Sociedad de las Naciones
ante los monstruosos crímenes y persecuciones que sufre la Iglesia Católica en
Europa. La masonería, como el judaísmo, odia a la religión católica, y
predominando, como predominan, en los Gobiernos y en las Asambleas
internacionales, ¿cómo van a condenar ni tomar medidas contra lo que en su
fuero interno les agrada y aprovecha? ¡Qué diferencia entre el clamor que se
levantó cuando unos puñados de judíos eran blanco del racismo alemán, que
sirvió para arrastrar a algunos pueblos hacia la guerra, y esta indiferencia e
hipócrita condenación, que pasa como un relámpago por las agencias, por la
Prensa y por la radio intervenidas por aquellos Poderes!
Puede
extrañar a otros pueblos menos enterados el que los partidos políticos
pretendan cortar el paso hacia su Trono al Rey de los belgas; pero no a los que
conocemos las tretas y el obrar masónico y sabemos los esfuerzos de la masonería
para asentar en las jefaturas de los Estados a instrumentos propios.
Por
católico, patriota y caballero, hermoso título para que la masonería le
combata, rompo hoy esta lanza por el Rey de los belgas.
EL GRAN FRAUDE DEMOCRÁTICO6 de agosto de 1949
CON
motivo de las elecciones generales para diputados del Congreso de la República
mejicana se pone de manifiesto, una vez más, el enorme fraude de las
democracias, en que bajo un signo aparente de libertad los tentáculos de la
hidra masónica van aprisionando a los países y destruyendo su libertad y su
independencia. Cuando un español llega a Méjico dos cosas se le acusan: el
espíritu españolista de los distintos sectores de la sociedad y la
supervivencia de la fe católica, muy especialmente entre las gentes sencillas
de los pueblos. “Padrecito, bendígame usted a mi niño”, y las mujeres se
arrodillan con sus niños en brazos en los caminos al paso de los sacerdotes
españoles. “Padrecito, bendígame mi tienda, mi casa o los instrumentos de
trabajo”, repiten por doquier. Mantas o vestiduras echadas en el suelo para que
las pise el pie de algún prelado en su breve estancia por aquel país; masas
ingentes apiñadas en las iglesias católicas pidiendo por Dios unas palabras a
los padrecitos de la vieja Patria. Lo católico y lo español se enraízan en
aquella bendita tierra mejicana, aherrojada y azotada por tiranías despóticas
bajo el aparente signo de la democracia.
Cuando
le exponíamos a un ilustre hombre mejicano el contraste entre el pensamiento
íntimo de cuantos allí se tratan con la expresión externa de la política de sus
Gobiernos, nos respondía que el pueblo mejicano desde hace muchos años viene
pensando lo contrario de lo que representan sus gobernantes. Y cuando,
asombrados por la expresión, le replicábamos cómo un pueblo tan bravo y tan
viril lo consentía, nos descubría cuáles habían sido las vicisitudes a que esta
falsa democracia los habla conducido, y que durante muchos años ni la seguridad
personal ni la garantía de los bienes tenían la menor protección, que
hoy, sin embargo, existía un orden material y un respeto relativo de las
haciendas de los que no se oponían a la política imperante, lo que los forzaba
a aguantar la tiranía por un miedo natural a mayores males.
Así,
el fraude viene siendo consustancial con la política mejicana y los derechos
ciudadanos desaparecen totalmente bajo la omnipotencia presidencial y de las
camarillas de sus secuaces. Allí muchos españoles pudieron escuchar de boca de
un docto sacerdote que rige una parroquia en una de las poblaciones que lleva
nombre igual a una rica región española cómo en unas pasadas elecciones habían
obtenido aplastante mayoría los candidatos católicos por estar la fe católica
firmemente arraigada en toda la comarca, y cómo al publicarse los resultados
electorales se cambiaron éstos, otorgando al candidato gubernamental los votos
ganados por el católico, y a éste, en cambio, la efímera votación de su contrincante.
La burda maniobra provocó la indignación de aquellas gentes, que se
lanzaron a las calles pidiendo justicia, pero tropezaron con las ametralladoras
del Gobierno, solicitadas por la autoridad, que disolvieron la manifestación
popular tras un centenar de bajas entre muertos y heridos de los manifestantes.
El fraude quedaba consagrado con el respaldo violento de las armas.
De
este incidente tan grave ni los periódicos de las capitales pudieron hacerse
eco ni lo comentaron las radios del mundo, tan atentas al sensacionalismo sobre
lo ajeno, y la poderosa nación norteamericana, con su silencio y con su mano
tendida hacia los gobernantes dio su absolución a los masones impostores.
La
vida en muchas de las llamadas democracias americanas se desenvuelve así. La
decepción y el escepticismo de las gentes las aleja de la política, mirándola
como un mal incurable o como un azote que Dios les envía. Unas elecciones no
tienen hoy la menor importancia en tierra mejicana, pues la mayoría sabe que no
pueden alterar en lo más mínimo la situación presente.
Recientemente
se convocaron elecciones para elegir 147 diputados de la Cámara. Presentaron
candidatos tres partidos: el oficial del Gobierno, conocido por el nombre de
partido revolucionario institucional, el de Acción Nacional o partido católico,
y el partido popular o comunistoide en que se
convirtió el comunista de Vicente Lombardo Toledano. El empadronamiento, como
siempre, se ha llevado a cabo fraudulentamente, incluyéndose millares de
personas inexistentes, mientras desaparecían de las listas los nombres de los
afectos a partidos extraños al Gobierno, y así, al compás que había votantes y
rondas gubernamentales que votaban numerosas veces, los opositores se veían
privados de su voto en muchos casos y en otros suplantados en él, pues aquella
picaresca de la rotura de urnas y de la sustitución de actas tiene en aquel país
la más enraizada tradición. De este modo, por este sistema democrático y
popular, el partido del Gobierno se otorga 146 puestos de las 147 actas,
asignándole uno solo al partido católico de Acción Nacional. La mayoría, que
ésta debiera haber obtenido en buena ley, se la apropia el partido masónico
gubernamental. De 5.000.000 de votantes sólo figuraron empadronados 2.500.000,
dejando fuera a los que se consideraba adversos, y de aquéllos se le hurtan o
se le suplantan sus votos. Ante este “paraíso” no podemos menos que gritar:
“¡Viva la democracia!”
Discurre
la política en la mayoría de los países de Hispanoamérica en manos de las
logias masónicas. Masones fueron los partidos liberales y de izquierdas de
aquel país desde su emancipación; masones son la gran mayoría de los ministros
de esta filiación, sus subsecretarios, los secretarios y los directores
generales, porque siguiendo la consigna masónica, los masones siempre en sus
nombramientos de elección designan a individuos masones sujetos a sus logias.
Esto hace que la masonería, como una hiedra, invada y aprisione los puestos de
gobierno y acabe por secar el árbol ya marchito, que quiso ser fecundo, de la
nación emancipada.
En
Méjico se encuentra la verdadera negación de lo que pretendió ser la
democracia. El principio de respeto de la conciencia y de la práctica de la
religión se ve allí desvirtuado, en cuanto a los católicos se refiere, por la
prohibición de poseer bienes a la Iglesia católica, cuyas iglesias han pasado a
ser propiedad del Estado, y la prohibición legal de tener seminarios de
formación sacerdotal en el país obliga a sus jóvenes seminaristas a formarse en
un seminario en los Estados Unidos. ¿Puede darse un caso más grande contra el
derecho del individuo y de la ley divina?
Una
minoría atea desde el Poder lleva a la Constitución de aquel país cosas que
repugnan a la conciencia de la mayoría de los mejicanos, que tienen, en lo
religioso, que vivir sojuzgados y dependientes del favor o de la
tolerancia de los masones gobernantes, mientras las logias y toda la
desvergüenza organizada tienen garantizados sus derechos.
Con
este sistema insidioso y cruel se pretende extinguir la fe verdadera por
masones al servicio de lo anticatólico y de lo antiespañol. ¿Cómo puede
extrañarnos que en la Sociedad de las Naciones puedan aparecer países, como
Méjico, renegando de la Madre Patria, si desde su nacimiento constituyó para la
masonería lo católico y lo español el blanco principal de su pasión sectaria,
y por medio de ella se consiguió anular nuestro poderío y producir nuestra
decadencia?
Se
repite hoy en la nación mejicana, y en Sudamérica en general, lo que un día
hicieron otras naciones europeas con la nación española. Su poderío y su
riqueza despertaban la envidia y el odio de sus rivales, y no pudiéndola vencer
entera, la pretendieron rota, y fue la masonería el vehículo que la escindió, le apagó su alma y la entregó inerte a las intrigas de los de fuera. Lo
mismo les ocurre hoy a muchos de los pueblos de América: lo que un día sirvió
para separarlos de la Madre Patria sirve hoy para escindirlos, destruir su alma
y sojuzgarlos. Y, así, naciones que por sus riquezas naturales pudieron ser
grandes y soberanas, yacen mediatizadas por las naciones poderosas, sujetas a
su dictadura económica y política por intermedio de las logias, que de la
dependencia un día europea, inglesa o francesa, van entrando en la disciplina
de la masonería norteamericana.
El
propio Presidente actual de Méjico, el honorable señor Alemán, figura en los
recientes diccionarios editados por la masonería en Hispanoamérica como masón
perteneciente a la logia “Of City Mexico”,
de disciplina norteamericana, a la que se pasó después de causar baja en otra
logia de disciplina europea. La trascendencia de la filiación presidencial a lo
masónico no puede ser más importante, dada la omnipotencia de que los
presidentes disfrutan en aquellos países, pues cualquiera que pueda ser su
hombría de bien o su voluntad, éstas acaban pereciendo ante el dictado de las
logias. Por ello tenemos que resignarnos a presenciar a la querida nación
mejicana aherrojada por la masonería y a asistir a estos fraudes de la
democracia bajo el silencio protector de los afines.
Al
registrar estos hechos lamentables, no identificamos a la nación mejicana con
la pasión ni la tiranía masónicas que la gobiernan.
ALTA
MASONERÍA
9 de
agosto de 1949
LA
carta pública dirigida por el cardenal Spellman,
arzobispo de Nueva York, a Mrs. Franklin D. Roosevelt denunciando su historial
anticatólico, saca a la luz la faceta de sectarismo que presenta la política
actual norteamericana, de la que Eleanor Roosevelt se destaca como animadora.
Las palabras que con este motivo le dirige el cardenal no pueden ser más
elocuentes. Califica a la ley Barden, que priva a los niños católicos de su
derecho constitucional de igualdad con los demás niños norteamericanos, de infame
ley que injustamente discrimina contra los grupos minoritarios de niños de los
Estados Unidos, para terminar su carta expresando a la inquieta viuda: Su
“record” de anticatolicismo habla por sí solo; “record” que usted misma ha escrito en páginas de historia
que no pueden eliminarse, documentos de discriminación indignos de una madre
americana.
No se
trata de un caso personal, que no hubiera movido la pluma del cardenal, sino de
problema mucho más hondo; no estarnos ante el hecho aislado de una mujer
vesánica y sectaria que hace blanco de sus fobias a la Iglesia católica, sino
de todo un sistema que crece invadiendo el Estado, y del que la insensata
dama aparece como campeona.
El
asunto tiene para los católicos mucho más alcance. revista Life, de 28 de marzo de 1949, publica en una plana todo color un magnífico
retrato del Presidente Truman, adornado con todos sus atributos masónicos y su
cabeza aureolada por el resplandor de un globo terráqueo con la letra G,
inicial de la palabra god (Dios). El retrato,
pintado por Greta Kenton, destinado a la Gran Logia de San Luis, para nuestro
caso de una elocuencia abrumadora. Según texto de la expresada revista, el
Presidente Truman ostenta el grado 33, que le fue conferido en el otoño de
1945, al ocupar, a la muerte de Roosevelt, la Presidencia de los Estados
Unidos, un grado más alto que el de cualquier otro Presidente anterior.
Washington, Monroe, jackson, Polk, Buchanan, Johnson,
Garfield, McKinley, Theodore Roosevelt, Taft Harding
y Franklin Roosevelt han sido todos masones; pero, según expresión de la propia
revista, ninguno alcanzó el alto grado conseguido por Mr. Harry Truman; un
poquito más masón, por consiguiente, que los que le precedieron.
En Eleanor Roosevelt se da uno de esos casos que en España llamaríamos de marimachos o
mujeres “machorras” que ingresan en las logias y alcanzan en ellas, por su
sectarismo, un alto puesto. Eleanor Roosevelt es masona, masona activísima, que
patrocina el grupo de los sectarios anticatólicos. A ella
acudieron en fecha reciente los masones españoles para evitar la votación
favorable a España en la Asamblea de la O. N. U., y ella fue, según es público
y notorio en los Estados Unidos, la que apartó al Presidente Truman y al State Department de su propósito
de votar a favor de España en la Asamblea de la O. N. U., que oficiosamente
incluso se había hecho saber a la propia nación española. Mucho tiene que ser
el poder sectario de esta vieja masona para influir en tal medida, y en contra
de las propias conveniencias del país, expresadas por sus Estados Mayores, las
decisiones presidenciales.
En
tiempos del Presidente Roosevelt, uno de los más poderosos masones americanos
ocupó el puesto de consejero privado del Presidente, el de Richelieu americano,
como muchos le designaron; durante varios años trabajó este ilustre y discreto
masón porque, al igual que en Inglaterra, pudieran fundirse en la Presidencia
de los Estados Unidos el supremo poder ejecutivo y los supremos poderes
masónicos. Al ocupar la Presidencia, por la muerte del anterior Presidente, Mr.
Truman, de gran abolengo masónico, se acerca a aquella meta deseada con la
elevación de éste al más alto grado de la masonería americana.
Aprovecha
la masonería el ascenso de los Estados Unidos al primer puesto rector del
Occidente, como consecuencia de la victoria, para intentar sujetar el Universo al capricho de unas pasiones sectarias, que
acabarán esterilizando lo que intentan llamar el siglo de oro de Norteamérica.
Ignora su pasión atea que el destino colectivo de los pueblos está en la mano
del Dios verdadero, que muchas veces eleva al que más rápidamente va a dejar
caer. La masonería puede desempeñar el papel de azote en este caso. La
esterilidad de la victoria ya se viene acusando.
La
ofensiva a lo católico, y como inmediata consecuencia de la ofensiva a España,
no debe sorprendernos; la Iglesia católica viene siendo desde hace más de un
siglo el blanco de la masonería universal, y si accidentalmente,
por necesidades de la guerra y por el gran incremento de la fe católica en los
Estados Unidos, lo católico llegó a tomar estado y el poder espiritual del
Pontífice contemplado y cuidado por los Estados Unidos, terminada la guerra,
renueva la masonería su lucha sorda contra la Iglesia católica, de la que la
tristemente famosa ley Barden, que el cardenal Spellman apostrofa, es sólo un dato. El reconocimiento del Estado de Israel, su entrada
en la O. N. U., la conducta hipócrita e injusta con España, la enemiga contra
la Argentina, la oposición sistemática a los católicos para ocupar puestos
rectores en la justicia o en el gobierno del Estado, las mayores decisiones en
el orden nacional e internacional, obedecen exclusivamente a los dictados de la
masonería.
Repetidas
veces, al correr de estos años, leemos en la Prensa de los distintos países
noticias como las siguientes:
La
revista Time, en otoño de 1945, publica habérsele conferido el grado 33
de la masonería al Presidente Truman. En otro periódico de los Estados Unidos
se publica inmediatamente después: “Los representantes de las distintas
confesiones y sectas protestantes, obedeciendo consignas masónicas, han pedido
al Presidente Truman que retire del Vaticano a Myron Taylor, representante
oficioso de los Estados Unidos cerca de la Santa Sede.” En otro de Suiza: “Las
distintas sectas e iglesias protestantes, reunidas en un reciente Congreso
internacional en Suiza, acordaron organizar y emprender una ofensiva contra la
Iglesia católica.” A ello responde inmediatamente la Prensa de Norteamérica:
“El Presidente Truman ha acordado retirar a Myron Taylor, representante norteamericano
cerca de la Santa Sede, tan pronto como estén firmados los tratados de paz.” Y
es que lo protestante, así como lo judío y lo masónico, marchan en el mundo
íntimamente ligados.
Se da
el caso peregrino de que una Iglesia en decadencia, como la protestante,
fraccionada en varias decenas de ramas, que se atomizan a través del tiempo, y
en un país en el que existen más de treinta millones de ateos, financie en el
extranjero, con dinero del Tesoro americano, grandes colegios y misiones
protestantes en Cuba, las Antillas y países hispanoamericanos de lengua
española, con ánimo de romper la unidad católica de estos países y preparar el
camino para la dominación de la masonería sobre los mismos, que, sojuzgándolos
política y económicamente a través de hombres de gobierno masones bajo la
disciplina de las logias norteamericanas, traicionen el interés de sus países y
los subordinen a Norteamérica. ¿Por qué, si existen tantos millones de ateos en
los Estados Unidos, no se extrema allí el celo de los pastores para ganarlos
para su fe, en lo que encontrarían la facilidad del idioma y el invertir los
dineros en la propia nación, y, en cambio, se multiplican estas misiones,
provistas de millones de dólares, en los países extranjeros para pretender
rivalizar, y aun destruir, la verdadera Iglesia, de la que en mala hora se
separaron?
Detrás
de un aparente protestantismo, se alza el poder de la masonería, que invade el
campo de la política, el de la justicia, el de la enseñanza y todas las obras
filantrópicas en general. Quince mil trescientas logias diseminadas, según la
revista Look, y tres millones trescientos mil agentes distribuidos en el
país, explican claramente las fobias anticatólicas de la Administración
americana. No se nos arguya que hay en la confesión protestante hombres de
buena fe y aun masones decentes. No pretendemos negarlo. Son muchos los
incautos, los ignorantes o de débil fe que se dejan explotar por los más
maliciosos y falaces, y bastantes los masones engañados sujetos a los grados
inferiores y no iniciados en los designios verdaderos de la Orden; pero esto no
altera, antes justifica, el designio anticatólico y racionalista que la
masonería persigue, y que en otro trabajo ampliamente trataré de demostraros.
Si
hoy el mundo occidental reconoce la sabiduría del representante de Dios en la
tierra al condenar en forma explícita y contundente al comunismo y a cuantos
con él se alían y colaboran, no se olvide que en 20 de abril de 1884,
reiterando la condenación de sus antecesores, Su Santidad el Papa León XIII
publicó su gran encíclica Humanum Genus en la que condenaba de forma semejante a la
masonería.
BAJO LA DICTADURA MASÓNICA19 de
agosto de 1949
Los
trabajos publicados en este diario sobre las actividades modernas de la masonería
han venido a descubrir a los españoles las razones de la sinrazón que viene
caracterizando la política exterior e interior de muchos Estados. Los sucesos
contemporáneos de que somos espectadores: creación y reconocimiento del Estado
de Israel, su entrada en la O. N. U., conjuras reiteradas de hombres políticos
extranjeros contra la nación española, veto de los políticos masones al
Soberano católico belga, acción discriminatoria contra las escuelas católicas
en los Estados Unidos, entre otros muchos sucesos de menor interés, han puesto
a la luz la dictadura masónica que sobre el mundo se viene ejerciendo.
Muchas
son las cartas que el autor de estas líneas recibe en que personas destacadas
le confiesan haber creído hasta ahora que la masonería era cosa desplazada
perteneciente a otras épocas, desvirtuada ante la conquista por el hombre de la
libertad y del progreso, cuando precisamente se aperciben hoy de todo lo
contrario: que jamás alcanzó la masonería más extensión y más poder que en los
tiempos calamitosos que vivimos.
Lo
que empezó queriendo ser un movimiento filosófico de libertad se convirtió
desde los primeros momentos en un instrumento al servicio de la revolución en
la mayoría de los países, que, pretendiendo servir a las conquistas de la
democracia, terminó en una dictadura secreta maquinadora precisamente contra
aquellos principios democráticos que teóricamente todavía pretende representar.
El
poder que ejerce sobre sus miembros y la obediencia ciega debida por éstos a la
Orden, hacen que desde sus puestos de gobierno prevalezca aquella dictadura
sobre la voluntad de los pueblos y la propia conveniencia de las naciones, como
vemos constantemente demostrado en los gobiernos y en los parlamentos por esas
decisiones tomadas contra la propia opinión de los países y muchas veces de la
misma mayoría gubernamental, arrancadas a golpe de machete y en nombre de la
democracia por los que a sí mismos, al alcanzar los altos grados, se titulan
“príncipes” y “soberanos”.
La
masonería hoy se presenta más fuerte y más poderosa que antaño. Si durante
siglo y medio se debatió en diversidad de ritos y disciplinas, que perturbaban
el espíritu de universalidad a que la masonería aspiraba, hace ya bastantes
años, a partir del Convenio universal de Lausana de 22 de septiembre de 1875,
esta unidad se ha venido logrando, y ha sido consolidada en los tiempos ya
modernos por la constitución en 1921 de la Asociación Masónica Internacional,
órgano permanente del Gobierno masónico, en que, reunidos los más altos
representantes de las naciones europeas, ejercen el poder supremo desde una de
las naciones de Europa, donde, reunidos secretamente, dictan su ley a los
gobernantes y a las logias que de ellos dependen.
A la
gran crisis que la masonería sufrió con la subida al Poder de Mussolini y
Hitler, que elevaron a la gobernación de sus naciones a políticos nuevos, en su
casi totalidad extraños a la masonería, sucedió este otro período de revancha
masónica, en que masones y políticos desplazados se adueñan del Poder, y,
aprovechando el periodo de excepción inmediato a la posguerra, a través de los
tribunales populares y de las acciones ilegales de eliminación, logran la
desaparición o el encarcelamiento, con la disculpa de colaboracionistas, de los
intelectuales y patriotas que les eran adversos: la persecución de Maurras, la
prolongada prisión del venerable mariscal vencedor de Verdún y la cruel
negativa a la atenuación de su condena obedecen a la pasión sectaria y a la
decisión de las logias masónicas. De los millares de personas eliminadas en
Francia clandestinamente y sin proceso, una gran proporción correspondía a los
adversarios de la masonería o elementos irradiados de ella durante el Gobierno
de Pétain.
Mas
no necesitamos ir al exterior para encontrar muestras repetidas de la pasión
criminal y sectaria de los masones, ya que al desencadenarse la revolución roja
en España, las ciudades donde ésta triunfó fueron testigos de análogos crímenes
realizados bajo la inspiración e impunidad de las autoridades masónicas, que
señalaron a la vesania criminal, entre otros muchos patriotas y religiosos, a
sus propios “hermanos” irradiados. A Salazar Alonso se le llevó ante un
Tribunal popular, que le condenó a muerte sin la menor prueba de
culpabilidad, por el solo hecho de haber desarrollado una campaña moderada
desde el Ministerio de la Gobernación; pero, en realidad, por no haber
obedecido a los designios de las logias durante su gobierno. A Melquíades Álvarez,
que un día ocupó el puesto más elevado de la masonería en nuestra nación, no se le perdonó la condenación pública que hizo del movimiento
revolucionario de Asturias de 1934, manejado desde detrás de la cortina por las
logias; López Ochoa, masón también, se encontraba irradiado y sentenciado por
las logias por haberle tocado ejercer el mando de las tropas represoras en
Asturias en 1934; decapitado, su cabeza fue paseada en una pica por las hordas,
y su cadáver, expuesto posteriormente y registrada su fotografía con la cabeza
cortada y colocada entre las piernas abiertas en compás, postura simbólica a
que alude el juramento de los masones si traicionan. Abad Conde, político
también radical perteneciente a las logias, fue suprimido por la adhesión a su
jefe, que, como aquél, habla sido irradiado de la masonería bajo la dirección
del “gran Oriente” Martínez Barrio. A un ministro de la Gobernación de una de
las primeras situaciones republicanas no se le perdonó su hombría de bien y su
buena relación con las derechas, por lo que también había sido irradiado
igualmente de las logias. Notarios, abogados, hombres que en la política
aparecían como insignificantes, pagaron con sus vidas su colaboración con los
católicos y su consiguiente irradiación de la masonería.
La
escisión entre la masonería europea y la norteamericana por el asesinato de
Darlan, realizado por instigación de las logias inglesas, y al que en un
trabajo anterior nos referimos, no afectó en forma notoria a las decisiones
masónicas en general, cuando éstas no rozan la supremacía de la norteamericana
en su Continente, pues siendo los mismos los designios generales que una y otra
masonería persiguen, y distinguiéndose solamente por su grado de mayor o menor
moderación, lo anticatólico y, en consecuencia, lo antiespañol constituye en
uno y otro Continente el alma de sus empresas.
Si
analizamos la masonería americana, encontramos que la influencia norteamericana
y la unificación y dependencia de Nueva York de las principales logias de
aquellos países marcha paralela al aumentar el poder político y económico que
Nueva York viene ejerciendo sobre todo el Continente. Las logias, que un día
discurrieron en cada país casi independientes, ligadas solamente por el débil
nexo a la logia madre inglesa o a la disciplina francesa, hoy ya obedecen en
una gran extensión a los dictados de Norteamérica, que lo mismo que Inglaterra
en el Continente europeo consolidó, a través de las logias masónicas, su
influencia sobre la política interna de los otros Estados, hoy Norteamérica, a
través de sus logias, mediatiza y sujeta a su poder la política interna de los
otros Estados hispanoamericanos.
La
aparición de Rusia en el concierto universal con el poder surgido de la guerra,
acrecentado por la generosidad o torpeza de sus antiguos aliados, hace que ante
el peligro soviético se aproximen las masonerías de los dos Continentes. Si un
día la masonería utilizó el comunismo como instrumento de la revolución para el
logro de sus designios, hoy se siente rebasada por éste y desplazada de muchos
sectores de la influencia de las naciones, y así como Rusia permanece
hermética para el espionaje e influencia a través de las logias, pues
desde la revolución rusa fueron extirpadas en aquel país, en cambio, a
través de sus hombres de doble nacionalidad, ha filtrado sus agentes
en el mundo masónico de sus adversarios.
Trygve Lie, el tristemente célebre secretario de la Sociedad de las Naciones, es un
masón conspicuo de alto grado, de doble nacionalidad, por encontrarse al
servicio de Rusia como hombre prosoviético, y a la
que debe su pingüe colocación, y estar subordinado, por otra parte, a las
logias noruegas, de disciplina europea, y ligado por su juramento de masón de
alto grado, a las que continúa obedeciendo en cuanto no contrarie a Rusia; pero
que sirve también a aquéllas para realizar sus maquinaciones en las Naciones
Unidas. Las logias europeas y americanas tampoco se durmieron en este camino, y
hoy Trygve Lie se encuentra verdaderamente rodeado de
una legión de masones que los otros Estados se han apresurado a colocarle al
lado, sin contar aquellos otros indeseables masones y comunistas españoles
exilados, cubiertos de lacras morales, que en ese nido de enchufes que es la
Secretaria General de la O. N. U., Trygve Lie, por su
propia decisión, ha venido colocando. Si a esto unimos que aquellas naciones de
gobernantes masones, como eran una mayoría de los de la posguerra, y en
especial sus ministros de Asuntos Exteriores, han designado para su
representación en la Sociedad a calificados masones, se comprenderá la euforia
de la masonería y su apoyo decidido a una Sociedad de las Naciones que han
podido convertir en un templo masónico de primera naturaleza. Y si a ello
añadimos los medios de captación y propaganda y fondos disponibles, como jamás
ha conocido el mundo, se comprenderá mejor el poder e influencia masónicos en
la vida internacional moderna.
CONSPIRACIONES MASÓNICAS31 de
agosto de 1949
QUE
la masonería es una secta hostil a la Iglesia Católica, condenada por ésta al
correr de los dos últimos siglos, no admite discusión. Desde 1738, en que el
Papa Clemente XII dio la primera sentencia condenatoria contra la secta, es
muy raro el Pontífice que no se haya ocupado de recordarnos su excomunión. La Encíclica Humanum Genus, del Gran
Pontífice León XIII, recordada constantemente por sus sucesores, no puede ser
más elocuente. Constituye un documento perfecto de análisis y de enseñanza para
todos los católicos, que debieran leer y conocer, por los peligros que para la
sociedad y las naciones la masonería encierra, y que, pese a los años
transcurridos, mantiene su vigor ante el materialismo grosero que invade a la
sociedad moderna, que crea un caldo de cultivo favorable a la proliferación de
la secta, la que progresivamente va invadiendo los órganos de dirección,
educación, justicia, propaganda y difusión en todas las naciones.
Ni la
masonería ha rectificado lo más mínimo sus doctrinas desde aquellas fechas,
sino todo lo contrario, las refuerza y crece en insidia y en maldad,
aprovechando el ambiente que ella fomenta y que tanto hoy le favorece.
Si
filosóficamente constituye una doctrina racionalista, su espíritu ateo, su
carácter secreto y maquinador, sus prácticas criminales y su enemiga declarada
a lo católico, la elevan al primer plano en la condenación de nuestra Santa
Iglesia.
Se
frotan las manos estos días los masones al ver a su rival, el comunismo,
sentenciado y excomulgado por el representante de Dios en la tierra, procurando
ocultar que si una condenación de esta gravedad pesa en estos momentos sobre el
comunismo, ateo y perseguidor declarado de la fe de Cristo, la misma excomunión
viene pesando desde hace más de un siglo contra el mundo masónico, hipócrita y
maquinador, que, pese a sus formas aparentes, es para la sociedad moderna
todavía más peligroso que el comunismo que nos amenaza.
Mas
dejemos por esta vez al sabio Pontífice la calificación de cuanto la secta
representa, aunque por su extensión tengamos que espigar en su grandiosa
Encíclica. No se trata, pues, de la exposición de nuestro criterio, sino de la
declaración de uno de los más sabios y preclaros Pontífices que en la tierra
existieron.
El
párrafo quinto de su Encíclica nos dice así: “Puesta en claro la naturaleza e
intento de la secta masónica por indicios manifiestos, por procesos instruidos,
por la publicación de sus leyes, ritos y anales, allegándose a esto muchas
veces las declaraciones mismas de los cómplices, esta Sede Apostólica denunció
y proclamó abiertamente que la secta masónica, constituida contra todo derecho
y conveniencia, era no menos perniciosa al Estado que a la religión cristiana,
y amenazando con las mas graves penas que suele emplear la Iglesia contra los
delincuentes, prohibió terminantemente a todos inscribirse en esta sociedad.
Llenos de ira con esto sus secuaces, juzgando evadir, o debilitar a lo menos,
parte con el desprecio, parte con las calumnias, la fuerza de estas sentencias,
culparon a los Sumos Pontífices que las decretaron de haberlo hecho
injustamente o de haberse excedido en el modo.” Y después de acusar “el
fingimiento y la astucia de los afiliados a esta iniquidad', continúa en el
párrafo séptimo: “A ejemplo de nuestros predecesores, hemos resuelto
declararnos de frente contra la misma sociedad masónica, contra el sistema de
su doctrina, sus intentos y manera de seguir y obrar, para más y más poner en
claro su fuerza maléfica e impedir así el contagio de tan funesta peste.”
Acusa
igualmente la conspiración de las diversas sectas a la masonería
pertenecientes, diciéndonos “que hay en ellas muchas cosas semejantes a los
arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy exquisita diligencia, no
sólo a los extraños, sino a muchos de sus mismos adeptos, como son los últimos
y verdaderos fines, los jefes supremos de cada fracción, ciertas reuniones más
íntimas y secretas, sus deliberaciones, por qué vía y con qué medios se han de
llevar a cabo”. “Que tienen que prometer los iniciados, y aun de ordinario se
obligan a jurar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo alguno sus
compañeros, sus signos y sus doctrinas.” “Buscan hábilmente subterfugios,
tomando la máscara de literatos y sabios que se reúnen para fines científicos,
hablan continuamente de su empeño por la civilización, de su amor por la ínfima
plebe; que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a
cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. Cuyos propósitos, aunque
fueran verdaderos, no está en ellos todo. Además, deben los afiliados dar
palabra y seguridad de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y maestros,
estar preparados a obedecerlos a la menor señal y de no hacerlo así, a no
rehusar los más duros castigos ni la misma muerte. Y, en efecto, cuando se ha
juzgado que algunos han hecho traición al secreto o han desobedecido las
órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia y destreza, que el asesino
burla muy a menudo las pesquisas de la Policía y el castigo de la justicia.
Ahora bien. esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los hombres como a
esclavos con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de valerse para toda
maldad de hombres sujetos al capricho de otro, de armar los asesinos,
procurándoles la impunidad de sus crímenes, es una monstruosidad que la misma
naturaleza rechaza, y, por lo tanto, la razón y la misma verdad evidentemente
demuestran que la sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad
naturales.”
De su
conspiración contra los fundamentos del orden religioso nos habla en distintas
partes; así, en el párrafo noveno, nos dice que “de los certísimos indicios que
hemos mencionado resulta el último y principal de sus intentos, a saber: el
destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por
el cristianismo, levantando a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes
sacadas de las entrañas del naturalismo”. En el doce nos expresa: “Mucho tiempo
ha que se trabaja tenazmente para anular en la sociedad toda injerencia del
magisterio y autoridad de la Iglesia, y a este fin se pregona y contiende deber
separar la Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y administración de
la cosa pública el muy saludable influjo de la religión católica, de lo que se
sigue la pretensión de que los Estados se constituyan hecho caso omiso de las
enseñanzas y preceptos de la Iglesia. Ni les basta con prescindir de tan buena
guía como la Iglesia, sino que la agravan con persecuciones y ofensas. Se llega,
en efecto, a combatir impunemente de palabra, por escrito y en la enseñanza los
mismos fundamentos de la religión católica; se pisotean los derechos de la
Iglesia; no se respetan las prerrogativas con que Dios la dotó; se reduce casi
a nada su Iibertad de acción, y esto con leyes en
apariencia no muy violentas, pero en realidad hechas expresamente y acomodadas
para atarle las manos.”
Y
continúa, al tratar de la persecución a la Sede Apostólica, en su párrafo
trece, con las siguientes frases: “Por fin se ha llegado a punto de que los
fautores de las sectas proclamen abiertamente lo que en oculto maquinaron
largo tiempo; a saber: que se ha de suprimir la sagrada potestad del Pontífice
y destruir por entero al pontificado, instituido por derecho divino.” “Últimamente
han declarado ser propio de los masones el intento de vejar cuanto puedan a los
católicos con enemistad implacable, sin descansar hasta ver deshechas todas las
instituciones religiosas establecidas por los Papas.” La sujeción de la Iglesia
Católica en Méjico, no obstante practicar la fe católica las cuatro quintas
partes del país, a la iniquidad de estas leyes y decisiones masónicas ofrece
una elocuente confirmación.
Al
impugnar la corrupción de las costumbres que la masonería fomenta, nos aclara:
“Que la única educación que a los masones agrada, con que, según ellos, se ha
de educar a la juventud, es la que llaman laica, independiente, libre; es
decir, que excluya toda idea religiosa. Pero cuán escasa sea ésta, cuán falta
de firmeza y a merced del soplo de las pasiones, bien lo manifiestan los
dolorosos frutos que ya se ven en parte; como que en dondequiera que esta
educación ha comenzado a reinar más libremente, suplantando a la educación
cristiana, prontamente se han visto desaparecer la honradez y la integridad,
tomar cuerpo las opiniones más monstruosas y subir de todo punto la audacia de
los crímenes.”
“Tiene
puesta la mira con suma conspiración de voluntades, la secta de los masones, en
arrebatar para si la educación de los jóvenes. Ved cuán fácilmente pueden
amoldar a su capricho esta edad tierna y flexible y torcerla hacia donde
quieran, y nada más oportuno para formar para la sociedad una generación de
ciudadanos tal cual ellos se la forjan.” “Que hubo en la sociedad masónica
quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse con persuasión y maña
que la multitud se sacie de la innumerable licencia de los vicios, en la
seguridad de que así la tendrán sujeta a su arbitrio para atreverse a todo.”
“Que conviene que el Estado sea ateo; que no hay razón para anteponer una a
otra las varias religiones, sino todas han de ser igualmente consideradas.”
Al
tratar de sus peligros para el Estado y de su influencia sobre los príncipes y
gobernantes, nos anuncia con las siguientes palabras lo que luego vimos
repetirse en muchas naciones y Estados: “Al insinuarse con los príncipes
fingiendo amistad, pusieron la mira los masones en lograr en ellos socios y
auxiliares poderosos para oprimir la religión católica, y para estimularlos más
acusaron a la Iglesia con porfiadísima calumnia de contender, envidiosa, con
los príncipes sobre la potestad y reales prerrogativas. Afianzados ya y
envalentonados con estas artes, comenzaron a influir sobre manera en los
Gobiernos, prontos, por supuesto, a sacudir los fundamentos de los imperios y a
perseguir, calumniar y destronar a los príncipes siempre que ellos no se
mostrasen inclinados a gobernar a gusto de la secta.”
La
enemiga contra el Soberano belga en los tiempos modernos y la tolerancia con
los príncipes masones de Dinamarca, Noruega y Suecia son de una elocuente
confirmación.
Señalándonos
últimamente para cortar el mal el arrancar la máscara a los masones,
dictándonos el párrafo número 29, que realmente no tiene desperdicio. Dice así:
“Vuestra prudencia os dictará el modo mejor de vencer los obstáculos y las
dificultades que se alzarán; pero como es propio de la autoridad de nuestro
ministerio el indicaros Nos mismo algún medio que estimamos más conducente al
propósito, quede sentado que lo primero que procuréis sea arrancar a los
masones su máscara, para que sean conocidos tales cuales son; que los pueblos
aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con este fin, las malas
artes de semejantes sociedades para halagar y atraer la perversidad de sus
opiniones y la torpeza de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su
profesión de católico y su salvación juzgue serle licito por ningún título dar
su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo prohibieron nuestros
antecesores. Que a ninguno engañe aquella honestidad fingida; puede, en efecto,
parecer a algunos que nada piden los masones abiertamente contrario a la
religión y buenas costumbres; pero como toda la razón de ser y causa de la
secta estriba en el vicio y en la maldad, claro es que no es lícito unirse a
ellos, ni ayudarlos de modo alguno.”
Y
termina pidiéndonos nuestras obras y nuestra oración con estas palabras
proféticas: “Levántase insolente y regocijándose de
sus triunfos la secta de los masones, ni parece poner ya límites a su
pertinacia. Préstanse mutuo auxilio sus sectarios,
todos unidos en nefando consorcio y por comunes ocultos designios, y unos a
otros se excitan a todo malvado atrevimiento. Tan fiero asalto pide igual
defensa; es a saber: que todos los buenos se unan en amplísima coalición de
obras y oraciones. Les pedimos, pues, por un lado, que estrechando las filas,
firmes y de mancomún, resistan los ímpetus cada día más violentos de los
sectarios. Por último, que levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes
gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la religión cristiana; que
goce la Iglesia de la necesaria libertad; que vuelvan a la buena senda los
descarriados y al fin abran paso a la verdad los errores y los vicios a la
virtud.”
Sumemos
nuestra voz y rompamos nuestra lanza por las intenciones de aquel preclaro
Pontífice y que Dios confunda a los sectarios.
MASONERIA11 de diciembre de 1949
HA
sido práctica de la masonería a través de los tiempos el negar sus actividades
políticas y su importancia fuera de las logias y, amparándose en el prestigio
alcanzado por algunos masones, el presentarla como algo inocuo y sin
trascendencia; pero los que en España han vivido la masonería y están en el
secreto de cómo, a través de las logias, se fraguó su decadencia y se traicionó
a la nación, se rebelan contra esta propaganda que pretende enmascarar lo que
la masonería representa frente a la libertad y la independencia de la nación.
Esto
suscita un problema sobre el que la gente nos interroga: ¿Es la masonería
extranjera igual a la española, o es sólo la española la que reviste esas
características de traición a la Patria? Yo podría decirles que cada vez que en
estos escritos aludiendo a la masonería extranjera he pretendido marcar
diferencias, he recibido decenas de cartas de distintos puntos del universo en
que personas que aparentemente conocen bien a los masones se rebelan contra el
hecho de que nosotros podamos aminorar la importancia del enemigo de la
sociedad en que viven, diciéndonos que nos debía bastar el apoyo que la
masonería extranjera está dando a los masones españoles para demostrarnos su
identificación con la que aquí durante tantos años padecimos.
No
cabe duda de que si lo hemos de juzgar en el orden doctrinal y filosófico, la
masonería aparece ante los buenos católicos como condenable, pues sin referirse
a masonería en particular y sí a todas las masonerías, lo viene decretando así
en sus Encíclicas la Iglesia Católica Apostólica Romana; pero en el orden de la
delincuencia o de la perversidad hay tantos grados que hemos de juzgarlas por
su actuación y la calidad moral de los que las integran. Las leyes y
reglamentos por los que la masonería se rige es cierto que han llegado a ser
universales, pero la actuación de sus distintas ramas, como la de sus miembros,
se nos presenta muy diferenciada.
Proceden
todas las masonerías de la que llaman la “logia madre”, la logia de Inglaterra,
elevada al primer plano en el siglo XVIII bajo la dirección enérgica de Juan
Teófilo Desaguliers, pastor, filósofo y sectario,
hijo de otro pastor hugonote exilado de Francia con su familia, que supo hacer
de su hijo el pedagogo más importante de su época, que logra agrupar bajo su
dirección a los sectores más importantes de la intelectualidad y de la nobleza
de Inglaterra, tomando bajo él la masonería un carácter cristiano disidente. La
difusión que tuvo entre las clases aristocráticas de Inglaterra y su extensión
con el tiempo a todos los sectores de aquel país, hasta alcanzar el número de
quince millones que hoy compone el de sus afiliados, hace que el nivel moral de
la masonería en este país sea sensiblemente el mismo que el general de la
nación. Lógicamente, entre esos millones de seres existe análoga proporción de
caballeros y de granujas que en la masa general de cualquiera otra nación de
iguales religión y costumbres; el predominio del protestantismo en el país, tan
vinculado a la masonería, no ofrece, por otra parte, el menor obstáculo para su
desarrollo y poder militar en la secta.
De
Inglaterra pasa la masonería al Continente, y es acogida con entusiasmo
por la nobleza francesa, tocada del snobismo de la
intelectualidad; ansiosa de sacudirse el yugo de su monarca absoluto, conspira
contra él en las logias con los librepensadores de aquel tiempo; mas pronto se
emplebeyece ante el aluvión que le llega de las clases medias y comerciales, y
entonces, para matar el espíritu de igualdad, que repugna a las aristocracias,
ya sean de sangre o de inteligencia, se crean los grados, con los que en lo
sucesivo vemos diferenciados a los masones poderosos de los masones de
alpargata.
Naciendo
la masonería de una disidencia religiosa, el hecho religioso es el que viene
imprimiendo carácter a la masonería en las naciones. La disidencia protestante,
encabezada y dirigida por el propio rey de Inglaterra, acaba imponiendo a la
nación el imperio de su desvergüenza, y al huir del país los puritanos, la
masonería no encuentra obstáculos para su desarrollo, lo que no ocurre en
Francia ni en los países en que, siendo la nación eminentemente católica, la
masonería vive a espaldas de la ley, nutrida en general por ateos y
librepensadores, hombres sin religión enfrentados con la sociedad, que crean el
recipiente donde en lo sucesivo van a verterse arribistas, conspiradores y
delincuentes.
Al
quebrantarse por la revolución el poder absoluto de los monarcas, la masonería
asciende en su camino político y encabeza y propulsa los movimientos liberales
en las naciones para, superada esta primera etapa, discurrir por la pendiente
del izquierdismo y de la demagogia. Al extenderse así la masonería por las
distintas naciones tropieza con un pueblo enquistado en la sociedad en que
vive, que ve en la secta un campo ideal para las maquinaciones a que un
complejo secular de inferioridad y de rencor desde la dispersión le viene
arrastrando: son los judíos del mundo, el ejército de especuladores
acostumbrados a quebrantar o bordear la ley, que se acoge a la secta para
considerarse poderosos. Judaísmo, ateísmo y disidencia católica nutren desde
entonces las logias continentales.
Que
la masonería es eminentemente política, pese al carácter apolítico con que
quiere presentarse, nadie puede dudarlo: no hay más que examinar su doctrina y
las especificaciones y tesis de sus distintos grados, para demostrarse en el
propio orden doctrinal los objetivos políticos y su parcialidad. Si fuese su
actuación la que mirásemos, sus actividades nos parecerían como eminentemente
políticas.
Entre
la masonería inglesa y la otra masonería de Europa aparece una diferencia
esencial: esos pequeños sectores que en las otras naciones aparecen adueñados
de la masonería, en Inglaterra se pierden en la masa para constituir una
organización secreta superpuesta a la del Estado y persiguiendo iguales fines.
El mismo jefe une en su mano la potestad masónica y la potestad real: Su
Graciosa Majestad británica es el gran maestre y jefe nato de la gran logia de
Inglaterra, aunque las funciones ejecutivas estén confiadas a uno de sus reales
duques, en estos momentos el de Devonshire, que
desempeña la jefatura directa de la secta. La autoridad firme del soberano
sobre los súbditos queda de esta forma reforzada por la disciplina secreta, que
sujeta a todos los miembros de la masonería a su obediencia.
El
hecho de que sistemáticamente en Inglaterra se corte el paso a las altas
jerarquías y puestos de responsabilidad a los católicos, reducido sector de
aquel país, garantiza la eficacia y el perfecto funcionamiento al lado del
poder de la masonería. El ser, por otra parte, la casi totalidad de los
ingleses masones, hace que la masonería no haya interferido todavía la
política, estableciendo un lazo de unión que en los momentos graves pacifica
los espíritus a golpe de mallete. Un peligro, sin embargo, se vislumbra para el
porvenir en el horizonte de la Gran Bretaña: es la honda escisión que se acusa
en el pueblo inglés con motivo de la política laborista. La masonería es en su
esencia en Inglaterra burguesa, liberal, patriótica y jerarquizada, todo lo
contrario de lo que el laborismo proclama, y este movimiento de la masa es tan
fuerte y contrario que, a plazo corto, tendrá aquella que escindirse
enfrentando a la masa con sus directores.
Si la
masonería no rebasase los límites de lo nacional, sin proyectarse al exterior,
podría sernos indiferente cómo discurriese en cada uno de los otros países;
pero al no ser así y perseguir objetivos políticos sobre los otros pueblos,
éstos no pueden ser indiferentes a lo que contra ellos se trame o se conspire.
Esto se acentúa más en los países más fuertes y poderosos, que hasta ayer ha
venido empleando la masonería como instrumento secreto de su poder para minar,
dividir y traicionar a sus rivales o a sus vecinos. Así encontramos a la
masonería inglesa y francesa al correr de todo el siglo XIX y la mitad del XX,
interviniendo a través de las logias en la política interna de las otras
naciones. En la Gran Bretaña, donde la masonería se confunde con el propio
Estado, la vemos sirviendo a su política de dominio sobre los otros pueblos,
con ese enorme egoísmo que al inglés caracteriza, y constituir en el extranjero
el órgano más eficaz para sus servicios secretos y sus actividades
clandestinas. Esto explica la gran diferencia que tiene que haber entre el
juicio de los beneficiarios del sistema y el de aquellos que, como nosotros,
por católicos y por españoles, aparecemos entre sus víctimas.
En
las naciones en que la masonería constituye una exigua minoría dentro del país
los términos se invierten: las organizaciones del Estado y las de la masonería
discurren por caminos opuestos; aquéllas, al descubierto; éstas, soterradas en
la sombra, parasitando y minando sus organizaciones. Sobre los partidos
políticos y su disciplina impera la disciplina más fuerte de lo masónico, que
maneja como peleles a los primates políticos, acostumbrándonos a ver a un
hombre oscuro y desconocido mandar con poder absoluto, sin responsabilidad,
sobre los masones gobernantes. Así, sobre el sagrado interés de la nación y del
pueblo, triunfa el de la secta y de sus secuaces.
Los
masones de estos países no suelen aparecer vinculados a la nación, como les
ocurre a los ingleses. Se sienten más internacionales, obligados por los
dictados de la secta y de la masonería internacional, a la que acaban
sometiendo el interés de su propia nación. El tratarse de una minoría exigua
ligada con juramentos de obediencia a las órdenes y consignas de sus
superiores, por encima de otra cualquier consideración de equidad o de
conveniencia patria, la convierten por este solo hecho en materia execrable.
La
masonería francesa en este orden no podía dejar de ser influenciada por el
“chauvinismo” y el orgullo franceses, y al dominar durante tantos años a los
principales partidos gobernantes, es empleada por éstos para su política
interior y exterior; en la interior, para subordinarlos por la captación de sus
cabezas, miembros hoy de la secta, a los partidos obreros, y en la exterior,
para conspirar contra su unidad y debilitar a sus vecinos.
Supongo
las dudas que asaltarán ante estos hechos al lector: ¿Cómo gentes que tenemos
por rectas y honorables pueden llegar a esto? El materialismo y la ambición
todo lo pueden. ¡Cuántas gentes que considerábamos honorables nos han
sorprendido un día con el descubrimiento de su vida oculta! La persona
que no tiene religión ni frenos morales puede llegar a caer en abismos
insospechables para la conciencia humana. Se llega a ello no de una vez, sino
poco a poco, con pequeñas y sucesivas entregas. Es muy poco, en general, lo que
al iniciarse al masón se le pide en la logia: obediencia y disciplina por
encima de toda otra consideración, ausencia de sentimientos religiosos, que
poco a poco en la orden se le prueba y se le contrasta, y en caso de que le
vean dudar o no se doblegue, se le separa o se le irradia.
Ha
sido corriente a través de la Historia el que los masones rápidamente
encumbrados se vieran obligados a la obediencia y a la disciplina antes que su
ánimo y su grado los hubieran templado a través de las pruebas, y se han dado
casos frecuentes de rebeldía que la masonería hizo pagar con la vida. La gran
mayoría de los crímenes políticos que en los últimos años conocimos fueron
debidos a sentencias y ejecuciones de la secta frente a casos de independencia
o rebeldía.
Si a
España nos referimos, el caso es mucho más sangrante, pues al tratarse de un
país católico que conserva arraigados su fe y su espíritu, los miembros de la
masonería, como hombres excomulgados por la condenación pontificia, son
despreciados de la sociedad. Es rara la mujer que se une sabiéndolo, a un
masón, y ellos lo ocultan cuidadosamente. Solo en los años de la desvergonzada
República española un reducido número de masones de baja calidad se jactaron de
ello. Su calidad moral y sus sentimientos anticatólicos y ateos imprimieron
carácter a las leyes y a las pasiones de aquella época.
Por
haber existido en España durante varios siglos una Monarquía secular católica y
honorable, la masonería no encontró ambiente para su desarrollo, y sólo en el
grupo de monárquicos liberales influidos por la Enciclopedia se mantuvo
vergonzantemente en el país el espíritu de la secta, aunque dispuestos a
traicionarla en la primera ocasión y siempre a la hora de la muerte. Captado
ese pequeño grupo político, la masonería se nutría de un reducido número de
ateos, librepensadores y de la parte burguesa de la delincuencia de la nación,
que buscaba en la protección masónica el escapar al castigo. Desfalcadores de
fondos, malcasados y prevaricadores, amén de un numero reducido de desgraciados
hijos de masones a quienes desde su adolescencia sus padres o superiores
pervirtieron o iniciaron, son los que alimentaron sus filas.
Las
guerras civiles y movimientos políticos del siglo XIX, con el exilio
periódico de los derrotados, contribuyeron a formar esa exigua minoría de
masones políticos, que al expatriarse se afiliaban a las logias extranjeras, a
las que más tarde se veían subordinados. Al efectuarse, con los cambios
políticos, su retorno y escalar el poder como sacrificados, crearon los
partidos liberales y revolucionarios una especie de dinastía masónica, ante el
hecho de que todo masón no emplea ni concede puestos de elección ni de ventaja
a quienes no sean masones como él. El paso por el Poder de la primera República
española en el último tercio del siglo XIX consiguió por muchos años a la
política liberal unas verdaderas clientelas masónicas. Su jefe entonces, don
Práxedes Mateo Sagasta, fue el “hermano Paz”, durante algún tiempo el gran
Oriente de la masonería española.
La
irregularidad de la masonería española y sus escándalos internos ha sido
perenne en toda su historia, y demostrada por el hecho de que hasta muy
avanzado el actual siglo no haya sido admitida a las reuniones y a los acuerdos
internacionales, por el estado de verdadera anarquía y de irregularidad de sus
logias.
Mirando
a la masonería desde el ángulo de lo patriótico, su historia no puede ser más
triste y desgraciada. La masonería fue el arma que el extranjero introdujo en
España para destruir la autoridad real y dividir a los españoles, el medio con
que se minó y destruyó la fortaleza española, el instrumento que ingleses y
franceses utilizaron desde hace siglo y medio para influir y mediatizar a
nuestra nación. Todos cuantos sucesos revolucionarios se provocaron en el siglo
XIX fueron dirigidos y explotados por la masonería: la emancipación de los
pueblos de América, las traiciones de Riego y de Torrijos, la pérdida de las
Colonias, la revuelta sangrienta de Barcelona, la proclamación de las dos
Repúblicas, la revolución de Asturias en el año 34, todas cuantas desdichas en
siglo y medio España vino sufriendo, y hasta la impunidad de sus autores, es
obra de la traición masónica.
Si a
los tiempos presentes nos ceñimos, en ella encontraremos la base de la conjura
contra nuestra nación. Nuestro renacer católico y nuestra voluntad de grandeza
están en pugna con el destino que la masonería había marcado a nuestra nación.
No en balde religión católica y España fueron los blancos de la masonería
internacional a través de todos los tiempos.
Si
hemos de perseverar en nuestra fe y seguir persiguiendo nuestra independencia y
nuestra grandeza, hemos de resignarnos a llevar a la masonería por algún tiempo
colgada de los pies.
UNA FRASE LAPIDARIA11 de febrero de 1950
EXISTE
en los discursos de nuestro Caudillo una frase que yo mandaría grabar en las
paredes de los edificios y en los libros de historia para la enseñanza de los
muchachos, buscando una reacción refleja que anule para siempre, entre
nosotros, los gérmenes de la división; me refiero a aquella, fabricada en Gran
Bretaña, de “españoles contra españoles”, que les permitió alcanzar en pocos
años lo que no pudieron a pesar de todos las guerras que se nos promovieron. La
receta fue para nuestros enemigos tan eficaz y el apego que sienten hacia ella
tan grande, que desde hace diez años se viene esgrimiendo por los Gobiernos,
radios y Prensa hostiles para fomentar nuestra división, alimentando y estimulando
las escisiones.
La
esplendorosa floración del árbol español producía en sus siglos de grandeza
tanta sombra, que sus vecinos se confabularon para socavar sus raíces. Hoy, que
aquél brota con nuevos bríos y la promesa de nuevas y más grandiosas
floraciones, se pretende de nuevo por los adversarios de fuera y los traidores
de dentro sembrar en nuestro organismo los bacilos de la disociación. La
posdata de la carta de Prieto a Blum, documento sensacional publicado en
nuestro diario Arriba, es de una elocuencia abrumadora. Recordémosla:
“Los
datos que me dais de los trabajos masónicos entre los profesores y los
estudiantes de mi país son muy interesantes. Algo conocíamos de ello por
noticias de procedencia “monárquica”.
“Vuestra
pregunta acerca del entronque de esto con el Gobierno Albornoz ha de quedar sin
respuesta hoy. Buscaré; pero vos, mon cher, tenéis contactos sobrados con ellos, y más aún
los tiene Herriot.”
Todo
el sistema masónico está fundamentado en dominar a través de unas
exiguas minorías bien colocadas al resto de la nación, haciendo primar el
interés del grupo o de la secta sobre el general del pueblo; pero mientras unas
naciones constituyen el elemento activo de la conjura, otras son el sujeto
pasivo de la masonería extranjera, lo que viene ocurriendo en España y algunos
otros países desde que la masonería puso la planta en ellos.
La
masonería persigue la conquista de las personas bien colocadas por su posición
política, su cargo o su valer, que puedan facilitar a los masones, por su
influencia y protección, el vincular a la masonería los puestos clave del Poder
y de la influencia. Introducida a lomos de la intelectualidad, fue la política
su primer objetivo, y, alcanzados los aledaños del trono y la influencia en la
Corte, vinieron los presidentes masones y, con ellos, las dinastías masónicas
de subsecretarios y directores generales, el ofrecer a través de la masonería
el medio más eficaz para alcanzar las sinecuras. Nunca se habrá repetido
bastante que un deber impuesto al masón es elegir sus colaboradores entre los
masones y preferir a éstos sobre los profanos. Así, todo ministro masón ha
designado para subsecretario, secretario y colaboradores siempre a masones, y cuando no lo ha hecho ha tenido que enfrentarse con las iras y las sanciones
de la secta.
En
este camino los pasos más difíciles fueron los primeros, las primeras
conquistas facilitadas por el snobismo intelectual de
la aristocracia a principios del siglo XIX, que caracterizó a la invasión
enciclopédica. Las luchas políticas de aquel siglo, con sus exilios frecuentes
y la afiliación a los clubs y logias extranjeros de los expatriados,
desnaturalizó a la masonería española y la vinculó a una supeditación a Francia
e Inglaterra, en la última de las cuales la masonería constituía un timbre de
la aristocracia tan favorable al snobismo de muchos
españoles decadentes.
La
faceta de intelectualidad que a la masonería caracterizó en su principio llevó
a ésta a espigar en el campo fecundo de la Universidad, buscando, bajo el
tópico de la libertad del pensamiento y de la egolatría, en la que el
intelectual es tan propenso a caer, el medio para descristianizarle y alimentar
el espíritu revolucionario que el siglo XIX encarnaba.
Fue
así la alta sociedad española, la aristocrática, la política y la intelectual,
la que ejecutó en todo ese siglo desgraciado la consigna de “españoles contra
españoles”, que había de lograr que, sin pena ni gloria, se perdiese un imperio
donde no se ponía el sol. No constituía, como en verdad un día nuestro Caudillo
proclamó, decadencia del pueblo español ni de sus clases más numerosas, pues lo
mismo las medias que las humildes dieron destellos de valer y heroísmo durante
esta etapa, ya fuera en nuestro solar o en los secesionados, sino de las clases directoras, de esas minorías ambiciosas e insaciables, que lo mismo ayer, que hoy, que mañana, si no vigilan los
españoles, estarán siempre dispuestas a la traición.
El
tinglado masónico estaba tan bien montado y obedecía tan bien a las consignas
exteriores, que España se convertía en presa fácil para hacer que el lugar más
estratégico de Europa y el pueblo más recio y viril del Universo no contasen en
el concierto de los pueblos. Así, cuando España, repuesta de sus heridas, se
disponía a un nuevo quehacer en el norte africano, las logias al servicio del
extranjero suscitaron aquellos movimientos revolucionarios de las dos primeras
décadas del siglo, a que puso término la dictadura del general Primo de Rivera;
tiempos felices de las Exposiciones, que, al proyectar al exterior nuestro
resurgir, despertaron el recelo de los eternos rivales.
Las
logias entonces aparecían en plena decadencia por la calidad y el número de sus
afiliados, que apenas rebasaba una decena de miles; pero su germen vivía
latente en los hombres liberales y en aquella Institución Libre de Enseñanza,
de desgraciado recuerdo, que constituía un medio de captación y de recluta
entre lo más destacado de la juventud universitaria, que, como a Fausto, le
abría el camino de la fama mediante la venta de su alma.
No
podemos separar en este recuento al pequeño sector del mundo sin alma de las
finanzas, el de los vinculados a los intereses de fuera, que más tarde
habían de hacer el juego a la consigna masónica de difamación de la Hacienda
española y de la Dictadura. Mas faltaba el suceso de la calle que diera
apariencias de realidad popular a lo que estaba huero y falto de contenido. Y
fueron los masones de la Universidad, que callada e hipócritamente laboraban,
los que ofrecieron la noble cantera de la juventud ingenua y siempre dispuesta
al desvarío, como presa fácil para servir al interés extraño.
Se fué la Dictadura, aburrida y cansada, y cayó tras ella la
Monarquía, como fruta madura víctima de sus debilidades. Y a la proclamación de
la República salió a la luz toda la desvergüenza, y, sin pudor y alargando la
mano, muchos recibieron el precio de su traición, apareciendo los cabecillas y
revoltosos de la F. U. E. cobrando la letra de sus engaños sobre sus
compañeros, y en aquellos momentos de omnipotencia y de desenfreno masónico se
declararon como tales los más conspicuos de aquellos elementos.
La
noble reacción de la juventud no tardó en producirse, y al surgir el Movimiento
Nacional sale a la luz toda la basura de las logias y se descubre cómo en la
Universidad existían dos organizaciones, designadas en el argot masónico con
los nombres de F. U. E. externa y E. U. E. interna. La primera comprendía la
Federación Universitaria de Estudiantes, la pública, a la que la mayoría de los
estudiantes pertenecía, y la otra, la secreta, la masónica, constituida por sus
principales directivos y afiliados a la masonería, que recibían las consignas
del gran Oriente español y que engañaban y traicionaban a sus compañeros.
Organización ésta que no fue sólo española, pues se trasplantó, y hoy vive en
muchos países americanos, donde unas organizaciones de este mismo carácter y
disciplina secreta masónica están establecidas.
La
alusión en la carta de Prieto a los trabajos sobre la Universidad con el ánimo
de perturbarla, viene a confirmar nuestras observaciones sobre la periodicidad
de estos intentos, que hoy se desea repetir sin pensar que existen grandes y no
pequeñas diferencias: que entonces no había tenido lugar una guerra de
liberación y un tributo de sangre como el de nuestra juventud, que otorga una
fuerza moral indestructible a los Poderes públicos para extirpar con el mayor
rigor todo germen de resurgimiento de la traición; que, en parangón con
el régimen decadente entonces existente, tenemos hoy un Poder público fuerte y
alertado, que sabe lo que es la masonería y cómo trabaja, y no parece dispuesto
a darle plaza ni lugar. Y si fuera esto poco, que contamos con una juventud
ejemplar, que podrá ser sorprendida en su vehemencia y engañada en sus nobles
afanes, pero que bastaría una sola palabra para que se desencadenasen sus
nobles, generosas y temibles reacciones. Existen demasiados antecedentes sobre
los contaminados de la peste para que no fuese fácil realizar una enérgica y
segunda vuelta.
ENEMIGOS ETERNOS 22 de febrero de 1950
DEMOSTRADA
en forma incontrovertible la filiación masónica de los autores principales de
nuestras desgracias patrias, por haber constituido la masonería, al correr del
último siglo, el arma que se esgrimió para lograr la desmembración de nuestro
Imperio, la pérdida más tarde de los últimos restos coloniales y la caída en
tiempos contemporáneos de la Monarquía, bastaría esta larga y fatídica historia
para ser odiada y estigmatizada por todo buen español; pero si a ello se añade
la condenación explícita que los Pontífices vienen haciendo en todos los
tiempos de tan nefasta secta, contra la que han pronunciado los anatemas más
graves que la Iglesia reserva para los grandes males, se explica que un pueblo
católico como el español, en que la casi totalidad de sus naturales profesan la
verdadera fe de Cristo, se consideren incompatibles con una organización que
traiciona los dos grandes ideales que el pueblo profesa: el del Dios verdadero
y el del amor a la Patria.
No
existe, por otra parte, una sola actividad ni corporación que de manera clara
no repugne la doctrina y los procedimientos masónicos como conspiración sórdida
de quienes, por procedimientos inconfesables, pretenden alcanzar lo que no
obtendrían en el campo de las nobles competiciones.
El
que en algunas ocasiones hayan militado en la masonería personas destacadas de
la política, las ciencias o las letras no podrá borrar los fines condenables
que la masonería persigue y los daños que a la sociedad ocasiona. Si condenable
es toda confabulación secreta para ayudarse por encima de la ética y de la
equidad, lo es más cuando sus principales esfuerzos se dirigen a subvertir el
orden moral establecido y trabajar por la implantación de unas leyes en pugna
con la fe, la tradición y el sentir general del pueblo.
En
este ambiente justamente hostil que a la masonería rodea, ésta se refugia en e!
amparo que suelen prestarle los elementos extranjeros y las confesiones
disidentes, a los que sirve en justa correspondencia para sus intrigas y
maquinaciones en el país.
El
tipo clásico del masón español es el vergonzante que no se atreve a enfrentarse
con la condena general de la sociedad en que vive y que procura por todos los
medios ocultar hasta a la familia íntima su actividad sectaria, pero que en la mayoría
de los casos, y después de una vida más o menos perversa, acaban, en sus
postrimerías, por buscar en el seno de la Iglesia el perdón y el viático para
el gran viaje.
Esta
tragedia en que se desenvuelve la vida del masón en nuestro país hace que las
filiaciones a la masonería sean poco frecuentes, y que para unas docenas de
desgraciados hijos de ateos o de masones descreídos, a los que la falta de
formación religiosa facilitó su entrada, constituyen legión los que van a ella
forzados para salvarse del deshonor público por un desfalco u otra clase de
delincuencia, o los empujados por la ambición, vulgares logreros sin
escrúpulos, que en las épocas de predominio masónico pretenden trepar por la
escala que ésta les brinda hacia los puestos y las prebendas.
La
puerta para la entrada de la masonería se ofrece amplia y llana; todo son
facilidades para el neófito; muy poco es con lo que tropieza en su iniciación
que pueda estar en pugna con su buen natural cuando se carece de fe. Poseer
medios de vida, indiferencia religiosa, aparente discreción y conocer
someramente las obligaciones del aprendiz masón, que el masón presentante se ha
encargado ya de enseñarle, son todas las exigencias en un principio. Los
tópicos de hacer el bien, de que todas las religiones son buenas y otros
lugares comunes de la propaganda masónica es lo que oirá sonar en los primeros
tiempos, con los que le enmascaran los verdaderos fines.
En la
iniciación y pruebas hay que establecer una diferencia entre los que van a la
masonería como recurso de salvación y aquellos otros que, por el puesto que han
alcanzado en la sociedad o por el porvenir que ofrecen, la masonería ve con
agrado y se adelanta a su captación. Y así como a los primeros se les exigen
pruebas más duras y el desarrollo de una tesis filosófica o pensamiento
masónico que demuestre la entrega total del aspirante masón y lo deje sujeto
por su firma a las represalias de la masonería si faltase a su palabra, a los
segundos se les suele dispensar en parte o en todo de las pruebas, que pasan a
ser meras formalidades.
Entre
las tesis descubiertas en una logia española con motivo de la revolución
figuraba la exigida a un militar que había pasado por un difícil trance, en que
se desarrollaba una monstruosa diatriba contra el Ejército al que pertenecía y
contra la Patria que había jurado defender. El deshonor en que hubiera caído
ante toda la sociedad española caso de hacerse público lo entregaba atado de
pies y manos, para siempre, a las maquinaciones de la logia.
En
esto varían mucho las costumbres de unas logias a otras, según el lugar y la
calidad de sus miembros. No en vano las logias españolas se han distinguido
siempre por su irregularidad y su indisciplina, y ser la estafa y las
trapacerías moneda corriente entre los “hermanitos”.
Se
podrían llenar libros con hechos sucedidos de esta naturaleza, que van desde
aquel masón secretario de un capitán general de región española, que al
proclamarse la República se puso al descubierto cómo traicionaba a su general y
amigo, al venir entregando a los conspiradores republicanos las copias de las
cartas y escritos reservados que aquél recibía de su ministro, hasta aquel otro
masón que formando parte de un Tribunal de Honor contra otro compañero masón
por sus actividades masónicas, votó la expulsión del “hermanito” para
congraciarse con los otros elementos del Tribunal, aprovechando el secreto de
las votaciones. Desleales con la Patria, desleales con sus superiores y
desleales con sus propios hermanos.
Del
peligro que hombres de esta calaña alcancen los puestos de dirección de las
naciones nos previene aquel gran español que, al correr del siglo XVII, dedicó
las vigilias de sus largos viajes a través de Europa como embajador, a dar a su
Rey los frutos de su sabiduría y de su ingenio en el hermoso libro de las cien
empresas, dirigidas al príncipe cristiano, en cuya empresa 52 nos pone en
guardia contra lo que un día había de constituir el cáncer que corroyese a la
sociedad moderna, y con cuyas palabras voy a poner digno remate a esta otra
modesta empresa de divulgar entre los españoles lo que la masonería representa
para ellos.
Elige
Saavedra Fajardo el escorpión como símbolo para presidir su empresa, y por ello
nos dice:
“Aun
trasladado el escorpión al cielo y colocado entre sus constelaciones, no pierde
su malicia, antes es tanto mayor que en la tierra cuanto es más extendido el
poder de sus influencias venenosas sobre todo lo criado.”
“Consideren
bien los príncipes las calidades y partes de los sujetos que levantan a los
magistrados y dignidades, porque en ellas las inclinaciones y vicios naturales
crecen siempre y aun muchas veces peligran las virtudes, porque viéndose
fomentada y briosa la voluntad con el poder, se opone a la razón y la vence, si
no es tan compuesta y robusta la virtud que puede hacerle resistencia, sin que
le deslumbren y desvanezcan los esplendores de la prosperidad.”
“Si
los buenos se suelen hacer malos en la grandeza de los pueblos, los malos se
harán peores en ella. Y si aun castigado e infamado el vicio, tiene imitadores,
más los tendría si fuese favorecido y exaltado. En pudiendo la malicia llegar a
merecer los honores, ¿quién seguirá el medio de la virtud? Aquélla en nosotros
es natural; ésta, adquirida o impuesta. Aquélla arrebata, ésta espera los
premios, y el apetito más se satisface de su propia violencia que del mérito, y
como impaciente, antes elige pender de sus diligencias que del arbitrio ajeno”
“Premiar
al malo ocupándole en los puestos de la República es acobardar al bueno y dar
fuerzas y poder a la malicia. Un ciudadano injusto poco daño puede hacer en la
vida privada, contra pocos ejercitará sus malas costumbres; pero en el magistrado, contra todos, siendo árbitro de la justicia y de la
administración y gobierno de todo el cuerpo de la República. No se ha de poner
a los malos en los puestos donde puedan ejercer su malicia. Advertida de este
inconveniente, la Naturaleza no dio alas ni pies a los animales muy venenosos
porque no hiciesen mucho daño. Quien a la malicia da pies o alas, quiere que
corra o que vuele.”
“Suelen
los príncipes valerse más de malos que de buenos, viendo que aquéllos son
ordinariamente más sagaces que éstos; pero se engañan, porque no es sabiduría
la malicia, no puede haber juicio claro donde no hay virtud. Por esto el Rey Don
Alonso de Aragón y de Nápoles alababa la prudencia de los romanos en haber
edificado el templo de la Honra dentro del de la Virtud, en forma tal
que para entrar en aquél se habla de pasar por éste, juzgando que no era digno
de honores el que no era virtuoso, ni que convenía pasasen a los oficios y
dignidades los que no habían entrado por los portales de la virtud.”
Ateos,
descreídos, ambiciosos, malcasados, desfalcadores y desleales nutren en nuestra
nación las filas de la masonería, acusando en los miembros de la secta la falta
absoluta de virtudes. Todo cuanto Saavedra Fajardo considera nefasto para el
gobierno de los pueblos. En esto y sólo en esto hemos de buscar las causas de
nuestra decadencia y de las desgracias patrias.
CRÍMENES DE LAS LOGIAS19 de marzo de
1950
CON
motivo de mis trabajos sobre la masonería venimos observando dos fenómenos: el
de las personas que, conociendo los fines que la masonería persigue y sus
actividades en otros países, se quejan de que nos hayamos permitido hacer
determinadas concesiones a la masonería extranjera en orden a la calidad de sus
miembros, y otro, el representado por el boletín de noticias de una Embajada,
que pretende recordarnos que la masonería inglesa no es atea y sí cristiana.
Si
nos colocamos en el orden de los principios y de la moral, siendo unos mismos
los fines e iguales los estatutos y reglamentación, a todos debe alcanzar la
condena, y reconocemos, con nuestros lectores, que es más peligrosa la
masonería cuanto más se reviste con la piel del cordero y más correcta y
moderada se nos presenta. Basta el que constituya una secta secreta y esté
condenada por la Iglesia para que hayamos de considerarla como execrable, eso
nadie puede dudarlo; que sus procedimientos son los mismos en todas las logias
y que sus grados superiores, poseedores de los grandes secretos, se alcanzan
después de haber superado las pruebas y adquirido un crédito de absoluta
confianza a través de los grados inferiores, es también innegable; que la
obediencia a los mandatos superiores de la logia obliga a todos los afiliados
por encima de los dictados de la fe que se profese, de la propia conciencia y
de los intereses de la patria, expresa en sí lo suficiente en orden a su
reprobación; que la ayuda mutua entre los francmasones es obligada, por encima
de los principios de equidad y de la sana justicia, la Historia lo demuestra;
que el masón no puede desobedecer las órdenes de la logia en lo que de él
dependa, y que al que desobedece en materia grave dichos designios la masonería
se encarga de perseguir y castigar hasta la ejecución del sujeto, viene siendo
comprobado al correr de los tiempos por la cadena de los crímenes masónicos,
que en su casi totalidad vienen quedando en la más grave de las impunidades.
Ahora
bien: ¿conocen todos los masones los designios secretos de la masonería? Pues
si, como nosotros sabemos, existen masones enterados y masones comparsas, no es
posible que arrojemos la misma responsabilidad sobre los neófitos de los
primeros grados que sobre los que alcanzaron los superiores, en que ya tienen
acceso a los grandes secretos. Y aun entre la masa de los grados inferiores
tampoco podemos considerar la misma responsabilidad de los que entran en una
logia donde militan personas bien vistas de la sociedad que la de los que se
afilian a las compuestas en su casi totalidad por ateos, delincuentes y
libertinos.
Que
la masonería, lo mismo en España que fuera de España, ha venido constituyendo
un vehículo para la traición, queda suficientemente demostrado en la historia
política de las distintas secesiones. Logias inglesas fueron las que prepararon
la separación de Norteamérica de Inglaterra, volviéndose contra la logia madre,
y logias españolas, bajo la disciplina y consignas extranjeras, las que en el
siglo pasado fraguaron la secesión de toda Hispanoamérica.
Que
en la masonería se fraguan, además, crímenes políticos y de hermanos masones,
es cosa probada; pero que los masones desesperadamente niegan justificándose en
la impunidad que, debido a sus grandes influencias, quedan la gran mayoría de
sus crímenes.
No
podemos negar la técnica especial con la que las ejecuciones se llevan a cabo y
se preparan para que queden en la mayor impunidad. La vinculación de la
masonería con las organizaciones carbonarias, extremistas, anarquistas o de
pistoleros ha quedado demostrada en la historia de los crímenes políticos
españoles y extranjeros durante siglo y medio. La expansión de la masonería a
grandes sectores de la Prensa y de los puestos clave en la administración de
justicia permite desde los primeros momentos preparar la impunidad del crimen y
desviar la atención pública hacia otros móviles. iCuántos asesinatos de los que hoy se achacan al comunismo caen en la directa
responsabilidad de la masonería! Mas no tenemos que remontarnos en la Historia
para demostrar estos hechos.
Al
desencadenarse en julio del 36 el Movimiento Nacional se sucedieron en la zona
roja, bajo la presidencia y los Gobiernos masónicos, ejecuciones en masa de
masones que hablan sido irradiados de la masonería como consecuencia de la
revolución del año 1934, pese a estar en poder del Gobierno rojo todas las
fuerzas de seguridad y del Ejército de la zona que dominaban, y en el Gobierno,
los jefes de las organizaciones extremistas. Ni el estar en hospitales ni tras
los muros de la cárcel les sirvió de nada a aquellos desgraciados. En realidad,
no se hacía más que continuar la serie iniciada después de la revolución de
Asturias con el asesinato de aquel diputado melquiadista,
que en tiempos habla disfrutado en la masonería de un alto grado, pero que
había cometido el gran delito para las logias de, llevado de su hombría de
bien, condenar en las Cortes con toda energía las violencias de aquella
revolución. Mientras él, reconciliado con la Iglesia, moría perdonando a sus
enemigos y rogando no se ocupasen de ellos, el crimen quedaba, pese a las
pistas cIaras, en la mayor de las impunidades. Todos
los diputados radicales que cayeron en la zona roja, y que por colaboraciones
con los hombres católicos y de derechas habían sido irradiados de la masonería,
lo fueron bajo el brazo homicida que las logias, explotando la revolución,
habían armado.
No
alcanzan, sin embargo, estas ejecuciones solamente a los que, tachados de
traidores a la orden, ésta decreta su exterminio, sino que alcanza también a
los crímenes políticos más graves y trascendentes. A este respecto, hemos de
recordar la historia de un regicidio frustrado en tiempos relativamente
contemporáneos, y que vio la luz en época de la República por deseo expreso de
un caracterizado masón de que se publicase después de su muerte. Daba cuenta el
interesante escrito de cómo, con motivo de la visita a una base naval del
Monarca español, en una logia masónica de aquella ciudad se pretendió fraguar
su asesinato: un hermano masón se ofreció a atentar contra la vida de su Rey,
amparado en la vía libre que para acercarse a él le daba su uniforme. Sólo la
intervención enérgica y decidida del a la sazón jefe de la logia, aunque
incrédulo, hombre bondadoso y de recta conciencia, se opuso terminantemente a
la ejecución, pudiendo evitarse el regicidio que los otros hermanos preparaban.
Lo que hubiera pasado sin la presencia de aquel espíritu más recto nadie puede
dudarlo, pero el hecho importante que debemos anotar es el de que en una logia
española se fraguase en la mayor impunidad el asesinato de su Monarca.
Otro
crimen monstruoso tuvo lugar a raíz de la ocupación de Madrid, y que esta vez,
gracias al Movimiento Nacional, no quedó, como los otros, en la impunidad. Me
refiero al asesinato premeditado de un falangista español, que hubiera pasado
como un accidente casual si una investigación más despierta no hubiera
permitido descubrir los hilos de la trama y sacar a la luz toda la miseria
moral de los que la fraguaron.
Una
muchacha agraciada se ofrece como mecanógrafa para ayudar en los quehaceres de
la Falange Femenina en los primeros días después de la ocupación de Madrid, y
allí busca la amistad de un joven falangista que, habiendo tenido relación con
la masonería, colabora con un jefe de la Guardia Civil en el descubrimiento de
determinados sucesos masónicos. El muchacho no resiste a la atracción de Eva y
nace el noviazgo. Cuando uno de aquellos días conversan amorosos en un parque
solitario, la muchacha le propone contemplar la pistola, y, colocándola a cortísima
distancia sobre su vientre, la descarga sobre la víctima. Al acudir los transeúntes,
el muchacho es transportado al hospital más inmediato, donde es atendido por el
médico de guardia. Las únicas palabras que pronuncia en un momento de lucidez
antes de morir son: “Fulanita, ¡no te creía capaz de esto!”, expirando
seguidamente. Sin embargo, pasaban los días y la autora del crimen se paseaba
libremente. La mano de la masonería parecía librarla del peligro que la acechaba;
pero el muerto tenía amigos y camaradas que conocían que había trabajado a las
órdenes del comandante Gabaldón , misteriosa y bárbaramente asesinado con su
hija en los alrededores de Talavera. Era un secreto a voces entre algunos que
el crimen no era casual, que la muchacha era la hija de un conocido masón y que
en el hospital se sabía y comentaba entre algunos de los que le vieron morir
que sus últimas palabras acusaron a la muchacha.
Una
investigación se llevó a cabo, y, estrechada a preguntas, acabó confesando su
delito. Todo había sido pensado y preparado: su ofrecimiento en la Falange, la
atracción del muchacho, el noviazgo y la ejecución final. Había obrado
instigada por su padre, el cual desde los doce años había afiliado en la
masonería a aquella desgraciada. Comprobado el crimen, por esta vez el peso de
la ley cayó sobre aquellos desdichados.
No se
trata de un proceso quimérico, sino de una realidad viva de nuestros tiempos,
un crimen monstruoso y repugnante que ni los lazos filiales respeta. ¿Cómo ha
de ser para los españoles indiferente la vida de las logias en España? No es lo
mismo estar en el cañón que dispara o donde el proyectil hace sus efectos. Para
el que sin conciencia dispara el cañón, el juego puede ser hasta divertido;
pero para el que recibe los disparos el panorama no puede ser peor.
GRADOS Y PRUEBAS26 de
marzo de 1950
ENTRE
las actividades de la masonería no existe ninguna que los hermanos pretendan
ocultar mejor que la de los crímenes masónicos; cuando en alguna publicación se
ha desarrollado este tema o se han demostrado con documentación o testimonios
irrebatibles ejecuciones llevadas a cabo por orden de las logias, a ello respondió
la masonería con la consigna del silencio, no aludiendo ni siquiera para
desmentir los hechos gravísimos que se les imputan, y solamente cuando a ello
se ven directamente forzados quitan importancia al asunto, despreciándolo y
negando la existencia de tales crímenes, imputándolos a invenciones de sus
detractores; y cuando, en alguna ocasión, ante la prueba abrumadora de los
hechos, sale a la luz la participación activa de masones en algún crimen,
defienden la tesis de que porque unos masones cometan un cierto crimen, no por
ello deba caer la responsabilidad sobre la secta, lo mismo que si un sacerdote
comete un delito no puede por ello imputársele la responsabilidad a la Iglesia
a que pertenezca.
El
sistema, evidentemente, es eficaz y hábil, pues los hechos permanecen mientras
dura el comentario, más la dialéctica es demasiado barata, ya que el crimen
masónico no es el crimen vulgar que un masón pudiera cometer, sino aquel que se
ejecuta por designios secretos de la secta para eliminar a un determinado
sujeto, masón o no, al que la masonería condena, y que constituye todo un
sistema que se viene repitiendo al correr de los años.
No
quiere esto decir que nos echemos del lado de los que creen que el objetivo de
la masonería sea el de cometer crímenes, pero sí que entre sus acciones y
procedimientos figuran aquéllos para los casos graves de deslealtad, de
desobediencia en materia esencial o de conveniencia suprema para la orden, a
juicio de sus dirigentes.
Que
el caso no puede ser frecuente, la naturaleza de los propios hechos lo delata,
ya que si se abusase de ello las reacciones de la sociedad rebasarían todas las
previsiones y acabarían echando abajo todo el tinglado de las logias.
El
que de estas ejecuciones queden escasas huellas y sobre ellas no se escriba, es
cosa obligada el cuidado más elemental del que comete crímenes de esa
naturaleza, y mucho más cuando se trata de ejecuciones muy estudiadas y
preparadas, en que no median sino las personas indispensables de alta jerarquía
de la masonería; sin embargo, en los propios estatutos de la organización
masónica nos encontramos en varios de sus grados con la alusión directa a esta
clase de venganzas que comentamos.
Se
distribuyen los grados masónicos en simbólicos (grado primero al tercero), que
comprenden el período de prueba, y del que no suelen pasar los más; podríamos
llamarlo el noviciado de la masonería, fácilmente penetrable a la curiosidad de
los extraños; de ellos nos habla el masón renegado, sin alejarse por ello de la
verdad: veladas filosóficas, acuerdos intrascendentes, teorías laicas y
consignas políticas y de obediencia que de arriba les llegan. Grados
capitulares (del cuarto al décimo octavo), que empiezan en el maestro secreto y
acaban en el caballero rosa-cruz, en los cuales ya los masones se reúnen por
grados, a través de los cuales se va haciendo la formación completa del masón,
examinándole, dándole misiones de responsabilidad y probándole para que no
alcance los grados superiores ni los puestos clave si no demuestra toda la
discreción, fidelidad y obediencia que la masonería exige. Puede asegurarse que
a medida que se progresa en los grados, son mayores el secreto y la exigencia
de los juramentos, con el fin de que sólo lleguen a los superiores los más
sectarios y fanáticos.
El
grado decimo octavo de los capitulares, el de “caballero rosa-cruz”, ejerce
una acción de educación y gobierno sobre los otros grados capitulares
inferiores, siendo difícil poder desligar a éstos, y que van desde el maestro
secreto a este rosa-cruz que nos ocupa; pero entre ellos existe, sin embargo,
un grado, el noveno, más hermético, titulado “maestro elegido de los nueve”, y
al que vulgarmente se llama también “el de la venganza”. En las pruebas para
este grado se alude simbólicamente a la muerte de Hirám y a la ejecución “de uno de los asesinos por mano de uno de los nueve
elegidos”, de cómo Salomón mandó colocar la cabeza del traidor en la torre
oriental del templo y cómo premió a Joaben, el
vengador, así como a los ocho hermanos que le acompañaron, otorgándoles el
título de maestros elegidos de los nueve.
El
emblema de este grado es un brazo que sostiene por los cabellos
una cabeza humana y otro brazo armado de un puñal ensangrentado, y debajo la
divisa vinceri aut mori. En el juramento que se presta figuran las
siguientes frases: “Consiento que la espada de la justicia descargue sobre mi
cabeza si algún día fuese traidor a la institución o faltase a las promesas que
he prestado libre y espontáneamente.” En este grado noveno de los capitulares
es el primero en que el masón entra en la verdadera confianza real de la orden.
Vienen
luego los grados filosóficos (del 19 al 30), y, por último, los sublimes y de
máximos poderes (deI 31 al 33). De todos los grados
que oficialmente existen, la práctica hace que solamente se utilicen un número
contado de ellos, los más destacados e importantes, pasándose de unos a otros
por saltos, en los que a un mismo tiempo se conceden varios. De estos grados
filosóficos, el 30, de “caballeros Kadox”, con su
sobrenombre de “gran elegido”, se simboliza como el del ejecutor de la venganza
del que llaman el asesinato judicial de Jacobo de Molay,
último gran maestre de la Orden del Temple. La alusión a la muerte del
caballero de Molay, la promesa de castigar el crimen
y la tiranía y defender la inocencia al tiempo que se empuña un puñal; el lema
de “cumplir el deber sin mirar las consecuencias”; la alusión a la justicia
“que el verdadero Kadox ha de poseer como primera de
sus virtudes y no perderla de vista cuando trate de imponer castigos”; aquellas
palabras que en el acto de la promoción al grado le dirige el gran maestro de
ceremonias:
“Madura
tus proyectos, resérvalos con prudencia hasta que, llegada la hora, puedas
ponerlos en práctica con la seguridad de obtener el triunfo, y aleja de tu lado
con prudencia a los que no tengan su voluntad libre”, constituyen, entre otras
muchas alusiones, como aquellas en que se gozan de la violación de las tumbas
de Clemente V y de Felipe el Hermoso, una muestra del espíritu de
venganza y de organización para la violencia que a este grado caracteriza.
Las
frases: “Como sucesores de los templarios del siglo XIV, no hemos abandonado el
propósito de vengarlos”; o esta otra: “Nuestra obra de venganza no está, pues,
terminada”; y la pregunta que se dirige al recipiendario: “¿No te arredra el
peso de la responsabilidad moral que vas a adquirir si persistes en penetrar
nuestros secretos?”; y el juramento final: “Juro y prometo por la sagrada
memoria de los seres sacrificados por la ignorancia, la impostura y la tiranía
(aquí en los libros y documentos figura una línea sucesiva de puntos con que se
ocultan las frases que no quieren publicar), y me condeno a la deshonra, al
desprecio y a la infamia, así como al castigo de los grandes elegidos
caballeros Kadox, si soy traidor a mis juramentos
o si alguna vez paso al campo de los déspotas o de los impostores.”
Esto
es, que en la organización de la secta, en sus estatutos, en sus libros y
documentos oficiales figuran grados especializados en la venganza, que son el
eje de las ejecuciones.
Yo sé
que hay quienes, mordiendo el cebo que los masones les lanzan y desconociendo
la malicia y la maldad que la secta emplea, se resisten a creer que personas a
muchas de las cuales han podido tener por caballeros puedan pertenecer a
organización tan criminosa; yo les recomiendo, pues es aleccionador, el estudio
de la historia de nuestra nación de fines del XVIII y todo el siglo XIX, de los
movimientos revolucionarios en el mundo durante estos años, y podrán comprobar
los extremos a que en momentos de anormalidad llega la masonería.
Veamos
en este orden cómo la masonería opera. La táctica general masónica la ha
llevado, desde sus orígenes, a filtrarse con preferencia en los medios
políticos, invadiendo casi en su totalidad a los viejos partidos liberales, los
progresistas, los modernos radicales y radicales socialistas, y demás grupos de
izquierda, llegando hasta las planas mayores del socialismo, la mayoría de las
cuales pertenece o ha pertenecido a la masonería; sin que ni siquiera los
partidos conservadores se hayan visto libres de ellos, pues lo mismo que los
beligerantes filtran espías en el bando ajeno, así la masonería, por esencia
beligerante, ha logrado siempre el meter en sus cuadros a algún hermanito.
Otro
de los objetivos que la masonería ha perseguido, sobre todo desde que ha tomado
vuelos, es introducirse en los sectores de la Prensa, llegando a copar la
mayoría de la Prensa de izquierdas y muchos puestos en la de derechas e
independiente. Mas si todo esto le daba poder e influencia en la sociedad, no
bastaría a asegurarles la impunidad en los momentos de crisis y en que la logia
decide llevar a cabo ejecuciones. Por eso, desde su iniciación, viene apuntando
a los órganos de la administración de justicia, que desde hace cerca de dos
siglos cultivan con todo interés; así, la cartera ministerial de justicia es
uno de los primeros objetivos, lo mismo de la masonería que de los partidos
comunistas. Es para ellos la llave de la impunidad, considerando puestos claves
para la orden el contar en aquel Ministerio y en la judicatura con hermanos
masones bien colocados, así como en los puestos clave de la Policía, que no
necesitan ser puestos destacados, pues para ellos es suficiente el tener un
masón en el puesto de juez para que quede en la mayor impunidad el
crimen que se fraguó.
La
masonería no tiene prisa; sabe esperar, recuenta sus fuerzas, mueve sus peones,
los previene y el día tal a la hora prevista y en el distrito elegido,
generalmente el de un juez afecto, realiza su crimen. Un agente, o varios, de
Policía masones estarán prevenidos en los lugares próximos al suceso. Lo demás
es fácil: se borran las huellas, se falsea el atestado y el juez extrema
su celo masónico desviando la justicia, así como la Prensa o la opinión. Y si
aun así se fracasase, se cuenta con hermanos en las altas esferas para poder
evitar lo irremediable. Los indultos, las amnistías y hasta las fugas
preparadas hacen el resto.
Esto
en cuanto a la seguridad de los ejecutores, sean o no masones, ya que gran
parte de los crímenes masónicos no se realizan directamente por miembros de la
secta, sino por mano de otras organizaciones extremistas o de pistoleros, a
cuyos ejecutores se les facilita y se les instiga al crimen alentando sus
pasiones contra la sociedad, dándose el caso frecuente, cuando son
aprehendidos, de confesar con toda naturalidad el crimen y sus móviles y
sorprenderse muchas veces al conocer, ya en la prisión, que el sujeto
sacrificado no representaba lo que el asesino se creyó.
El
almirante Darlan, aparentemente asesinado por un patriota francés, y del que en
otro trabajo nos ocupamos, lo fue por la masonería inglesa, recelosa de su
inteligencia con los Estados Unidos, que estorbaba los designios degaullistas de la Gran Bretaña.
Hoy,
con los adelantos científicos modernos los crímenes se han hecho para la
masonería harto más fáciles, al no faltarle a la secta colaboraciones científicas
que pongan la ciencia al servicio del mal. De las catástrofes de aviación en
que perecieron jefes de Estado, destacados políticos o personajes odiados por
la secta, existe la seguridad de que la casi totalidad haya perecido por
sabotajes preparados en los aviones que los transportaban por agentes al
servicio de la masonería.
Hoy
mismo presenciamos en Francia un caso curioso de persecución masónica con el
asunto llamado tristemente “el affaire de los generales”. El espíritu
independiente del protagonista venía estorbando desde hacía dos años a los
designios de la secta, a la que un día había pertenecido. Esta necesitaba tener
al frente del Alto Estado Mayor francés a un instrumento dócil y en su
disciplina, y no al terco general irradiado, y se acudió primero a eliminarle
por procedimiento científico que no dejara rastro. Y un sistemático
envenenamiento a base de arsénico fue quebrantando su salud hace más de un año
hasta obligarle a guardar cama. Varios reconocimientos y análisis hechos por
orden de su médico de cabecera descubrieron el atentado que se estaba llevando
a cabo. Alarmado y puesto en guardia el interesado, el asunto parecía
completamente fracasado. Sin embargo, disfrutan de demasiado poder las logias
galas para que dejasen de lograr el objetivo propuesto.
Sí la
eliminación física se retrasaba, les quedaba, sin embargo, su influencia en
todos los órdenes del Estado para poder decretar su muerte civil. Eso fue lo
que perseguía el descubrimiento en poder de unos indochinos del Vietnam, como
consecuencia de una pendencia, del informe emitido por el general francés, que,
al parecer, los indiscretos y pendencieros espías llevaban sobre si para que la
policía se lo encontrase. Bastaba el escándalo que la Prensa provocaría para
lograr los efectos buscados, al tiempo que se servía al espíritu
antimilitarista que a las logias embarga.
Del
informe que el general había emitido existían varias copias, al parecer, en
poder de los entonces ministros de la Guerra y de la propia Presidencia de la
nación. ¿Por qué la indiscreción o el delito habían de partir del hasta
entonces pundonoroso general? Sin embargo, sobre éste solo se polarizó la
acusación.
Acusado
el general, éste, sin embargo, no se anonadó por ello. Se defendió con energía
y apuntó a las alturas, cuando una crisis oportuna, que retiró al ministro de
la Guerra, echó tierra al asunto, que amenazaba en convertirse en escándalo de
orden más grave; sin embargo, poco tiempo después alguien supo explotar la
inocencia americana en su afán sensacionalista, y al airearse en los Estados
Unidos por la Prensa ante la opinión pública lo que acabó llamándose “el affaire de los generales”, el jefe de Estado Mayor hubo de ser apartado por el nuevo
Gobierno, y el objetivo que otros perseguían, conseguido. El general, sin duda,
seguirá defendiéndose, pero su voz quedará sepultada bajo el manto del silencio
con que la encubrirá las consignas de las logias.
He
aquí cómo los crímenes y las persecuciones masónicas no son exclusivas de una
nación, sino, por esencia, universales, aunque su utilidad suele depender del
grado de necesidad y del clima moral del país en que se realizan.
HISTORIA MASÓNICA
2 de
abril de 1950
DISCUTEN
nuestros historiadores cuál ha sido el año de la introducción de la masonería
en nuestro país, y registran en el primer tercio del siglo XVIII la presencia
en una reunión internacional de un determinado individuo en representación de
una logia de Madrid. Sin embargo, la investigación histórica permite aclarar
que la masonería fué introducida en España en el año
1728 por Felipe Wharton, primero y último duque de Wharton, que, exilado de su
país, se puso en España al servicio de los Borbones.
Dos
libros, escritos en Inglaterra, compilan la vida azarosa de este gran
personaje, en el fondo un aventurero sin escrúpulos: The Life and Writings of Phillip late Duke of Wharton, Londres, 1732, y otro titulado Phillip Duke of Wharton, en 1913. Según sus historiadores, era encantador, de arrogante
figura, cabellos rubios, que le caían en grandes rizos sobre los hombros; ojos
azules, mirada altanera, que por su bella estampa le hacían cautivador de las
mujeres y que por su generosidad, elocuencia y erudición le convirtieron en el
arquetipo de la sociedad de los primeros años del siglo XVIIl. El reverso de la medalla estaba constituido por sus
grandes defectos: su ambición sin límites, su cinismo y su afición a la bebida
que le arrastraban a la deslealtad y al libertinaje.
Un
retrato curioso de la época que llega a nuestras manos puede satisfacer la
curiosidad de esta figura, que encierra la carrera más rápida que hombre alguno
haya podido hacer en la historia de Inglaterra, y que pobre y exilado fue a
morir entre los monjes de un convento, acogiéndose a última hora a las
oraciones de la Iglesia católica.
Su
abuelo fue el cuarto barón de Wharton, distinguiéndole los historiadores —sin
duda esto debía de tener en aquella época gran importancia—— por las más bellas
pantorrillas de Inglaterra. A fuerza de inteligencia y habilidad había amasado
una sólida fortuna. “Combatió a Carlos I sin comprometerse, favoreció a
Cromwell sin servirle, sirvió a Carlos II sin serle fiel”, dicen respecto a él
los historiadores. Su hijo Tomás Wharton, padre de nuestro sujeto. fue uno de
los primeros instigadores de la revolución de 1688, acusándosele de ser un
“presbiteriano ateo”, maestro del arte de la corrupción y de la mentira, quien
sostenía con cinismo “que una mentira aceptada valía tanto como la verdad”. Por
los cauces de la política y de la revolución había ganado dinero y gloria y
hasta los honores de ser el primer marqués de Wharton y del Malmesbury. Con
tales antecesores no es extraño que el nieto llegase a sobrepasar a sus
progenitores.
El
nacimiento de Felipe Wharton constituyó uno de los acontecimientos
aristocráticos de la Inglaterra del 1698. Apadrinado por Guillermo III y la que
más tarde habla de ser la Reina Ana, le fué concedido
al nacer el título de vizconde Winchendon. A su
formación dedicó su padre el marqués todos sus desvelos, y los clásicos, las
Ciencias Exactas y la elocuencia política no tuvieron secretos para el
adolescente. Al quererle apartar de las seducciones del catolicismo se le llevó
a caer en el más grande de los desenfados. A los diecisiete años se casó, en
contra de la voluntad paterna, con una sencilla muchacha que, aunque bella,
inteligente y buena, tenía para el orgulloso marqués la tacha imperdonable de
ser hija de un mayor general sin bienes de fortuna. Esta contrariedad, que derrumbaba
los castillos hechos en el aire sobre el porvenir de
su primogénito, llevó en contados meses a la muerte al marqués.
Pasados
los primeros tiempos del matrimonio y satisfecha su impetuosa pasión, Felipe
Wharton abandonó su hogar para ser el más destacado libertino entre todos los
jóvenes de su época. A los pocos meses de la muerte del padre siguieron las de
su madre y de su primogénito, que terminó de aflojar los lazos que le unían a
su desgraciada, pero fiel esposa. Dueño de una inmensa fortuna, se decidió a
terminar su educación viajando por Europa.
Sus
intrigas acerca del pretendiente Stuardo, caballero de San Jorge, y de su
madre, residentes en Francia, le hicieron ganar su confianza y la promesa de
hacerle duque de Northemberland; sin embargo, el
sujeto dilapidó el dinero que le entregaron para esta causa. Vuelto a
Inglaterra, en la Cámara de los Pares del reino de Irlanda, donde, pese a su
corta edad, le permitieron sentarse, defiende la causa de los Hannover, que
hace que el Rey Jorge IV le promueva a duque de Wharton a los diecinueve años
de edad, caso único en la historia de Inglaterra.
La
elevada posición y altanera inteligencia del joven duque acaparó en la sociedad
intelectual inglesa todos los halagos. Una corte de aduladores, poetas y
escritores celebraban su genio y le dedicaban sus libros, que él pagaba
pródigamente. En 1721 fué admitido en la Cámara de
los Lores. Su carrera política, desde el primer momento, fué en extremo explosiva; y adoptando una actitud de franca oposición a la dinastía
reinante, atacó y denunció a sus ministros por sus vicios y concupiscencias,
llegando a producir la muerte por impresión del viejo político Stanhope. Nadie mejor que él, que practicaba toda clase de
vicios, para desenmascarar a tales sujetos. Presidente de un club titulado
“Llamas del infierno”, con mascaradas impías, blasfemas y libidinosas,
perseguían en Londres la propagación del vicio. Su carencia de virtudes, su
ambición y su ateísmo forzosamente habían de llevarle hacia la masonería, que
le recibió con los brazos abiertos. Consideraba ésta que sin la participación
de la nobleza jamás podría adquirir el prestigio social y la influencia
política a que aspiraba, y el joven e ilustre miembro de la Cámara de los Lores
se le presentaba como una esplendorosa promesa.
Sin
embargo, la ambición de Warton no le hacía fácil para
la obediencia, y desde su entrada en la logia apuntó a la gran maestría de la
secta; para lograrla, aprovechando la ausencia del duque de Montague, a la
sazón su gran maestre, y a no haberse reunido la logia en el plazo debido para
su reelección, maniobró para colocarse de hecho en el puesto que tanto
codiciaba. Ni la prudencia de los otros ni el nombramiento que se hizo del
ortodoxo Desaguliers como adjunto suyo, pudieron
evitar que el cisma se declarase, estando a punto de dar al traste con toda la
organización masónica.
Alarmados
por sus actos, los masones trabajaron por desplazarle; y la pérdida por un voto
de la votación para el nombramiento formal de gran maestre fue la causa de su caída,
a la que siguió el ser expulsado de la logia, la que pronunciando las
tradicionales palabras “¡Jubelas, Jubelos, jubelum!” quemó en sesión solemne sus guantes y su
mandil.
Para
vengarse, y ayudado de sus secuaces, fundó en Londres otra sociedad secreta con
el nombre de “Gormogons”, que parodiando la antigüedad
salomónica a que la masonería regular hace remontar su origen, él
hizo remontar la suya a los primeros emperadores de la China. Así nació
una logia de renegados, de la que Felipe Wharton se erigió en jefe.
Muerta
pocos años después, de abandono y de dolor, su desventurada esposa, se lanzó de
lleno a la política estuardista, y acosado por sus
acreedores vendió parte de sus bienes y abandonó Londres. Vuelto así a la
gracia de los Estuardos, Jacobo III, a la sazón en Parma, le reconoció el
titulo de duque de Northumberland y le concedió la Orden de la Jarretiera.
Siendo
España en aquellos tiempos el centro de las intrigas europeas, allá se dirigió,
procurando por todos los medios interponer su influencia para lanzarla a la
guerra contra Inglaterra. Aquí conoció a una dama de la Reina, a María Teresa O'Byrne, hija del coronel O'Byrne,
del regimiento Hivernia, de irlandeses al servicio de
España, con la que casó abrazando la religión católica. Su conversión al
catolicismo fue, sin embargo, puramente formal, pues, pese a ella, en 1728
funda en Madrid la primera logia masónica de que hay noticias, y que establece
buenas relaciones con la masonería regular de la gran logia de Londres.
Hemos
de anotar el hecho de que haya sido un inglés el fundador de nuestra masonería
y que, pese a su historia repetida de traidor a todas las causas que en su
corta vida demostró, la logia por él fundada discurriese desde los primeros
momentos en íntima dependencia de la masonería inglesa, que más adelante, en el
siguiente siglo, había de verse reforzada por los nacionales con motivo de la
invasión francesa, que creó las logias de afrancesados de españoles traidores.
No
podía estar mucho tiempo tranquilo Wharton en nuestra nación; su actividad le
llevaba a todas partes. Pronto se le ve trabajar en Francia y en Italia en
favor de Jacobo III; mas estando en Roma, por sus borracheras y sus escándalos,
es expulsado de la ciudad pontificia. Vuelto a España, toma parte en el ataque
a Gibraltar, a las órdenes del conde de las Torres, en donde fué herido, siendo nombrado por el Rey coronel asociado del
regimiento irlandés al servicio de España, al tiempo que en Inglaterra es
expulsado de la Cámara de los Lores y confiscados sus bienes ubicados en el
país.
Vuelve
a París, se ofrece a Walpole, embajador inglés de los
Hannover, siendo rechazado; y tras una corta etapa en aquel país, en que con el
duque d'Harcourt la corre, bebe y caza, arruinado y
agobiado por los acreedores, regresa a España, donde reconocido su grado de
coronel va con su regimiento de guarnición en guarnición, siguiendo los azares
de sus tropas. En uno de sus viajes a través de las tierras de Tarragona
enferma gravemente, y transportado al monasterio de Poblet fallece, al parecer
cristianamente, rodeado de los rezos de la comunidad, el 31 de mayo de
1731 el hombre más execrado de los ingleses.
Si
tal origen y paternidad tuvieron en nuestra nación las logias españolas, no es
extraño que sirviendo intereses extranjeros discurrieran, al correr de los
tiempos, por los cauces de la anti-España.
PERSECUCIONES RELIGIOSAS9 de
abril de 1950
LA
publicación por L'Osservatore Romano de
un trabajo sobre “La Iglesia y la masonería”, del que es autor el maestro de
Teología del Sacro Palacio Mariano Cordovani, muerto
en estos mismos días, en el que con la autoridad del órgano del Vaticano y de
la competencia teológica del autor se protesta enérgicamente contra ciertas
noticias circuladas de pretendidos contactos entre polos tan opuestos, ha sido
causa de que se haya exteriorizado en el campo masónico esa hostilidad siempre
renovada contra la religión y la Iglesia, que el eminente padre Mariano Cordovan, nos recuerda en su escrito.
Salen
a la luz con este motivo voces intencionadas que pretenden quitar trascendencia
a la trayectoria de las sectas masónicas, haciéndolas aparecer como
asociaciones más o menos frívolas que no merecen las excomuniones y
reprobaciones de que la Iglesia Católica les hace objeto. Mas la Iglesia, en su
infinita sabiduría, mantiene en sus cánones 684 y 2.335 la condenación de la
masonería y la excomunión a todos cuantos dan el nombre propio a la masonería,
sin distinción de rito, apercibiendo de este modo a los católicos para que no
caigan en el engaño que las apariencias exteriores les presentan y en su ignorancia
pueden llegar a creer que se puede ser católico y masón.
El
que algunas logias, por la calidad media de las personas, por el ambiente de
paz en que se desenvuelve la política local en el país o por otras causas,
aparezcan como no hostiles a los principios de la fe católica y sus fines
parezcan reducirse a bailes, cabalgatas o diversiones profanas sin otra
trascendencia, no quiere decir el que formen organización aparte que las
exceptúe de aquel entredicho y excomunión. La iglesia, como bien dice el
teólogo italiano, “tiene un contenido doctrinal divino que es revelador de
Dios, una coherencia de vida que es una condición para la salvación eterna. Y
sobre estos elementos esenciales no puede haber compromiso, sino
fidelidad absoluta”.
Todas
las persecuciones que la Iglesia Católica viene sufriendo de los Poderes
públicos en los últimos dos siglos han sido obra exclusiva de la masonería y de
sus hijos. El que el comunismo polarice hoy, por la violencia de sus
persecuciones contra la Iglesia Católica, la atención mundial, no quita
trascendencia a la obra constante y renovada de los que le enseñaron el
camino, destruyendo en cuanto estuvo en su mano la autoridad moral y los
principios de una fe que hubieran hecho imposible las monstruosas persecuciones
de los comunistas de hoy. Ellos allanaron el camino en el centro de Europa para
que el comunismo penetrase, y su hipocresía, su malicia y su trabajo en la
sombra han sido cien veces más peligrosos que los ataques agudos que
estimulan a la defensa.
A la
masonería hay que juzgarla en los dos aspectos: el del orden práctico y el
doctrinal. Si examinamos sus hechos la encontramos, al correr de dos siglos,
constituyendo el vehículo de las revoluciones políticas liberales y más tarde
izquierdistas dentro de una sociedad burguesa. Ha sido el arma más terrible
esgrimida, bajo el secreto de las logias y los talleres, para la persecución de
la fe católica y de sus instituciones, así como para la destrucción sistemática
del espíritu católico de los pueblos a través de la escuela, la Universidad,
la Prensa y el libro. Instrumento de los imperialismos, ha venido siendo
esgrimida para preparar en la sombra de sus tenidas las revoluciones
emancipadoras de los pueblos de América. Los tronos que en Europa cayeron y
siguen cayendo lo han sido por la intriga y la conspiración masónicas, que
durante lo que va de siglo vienen explotando la revolución de las masas a
través de sus jefes, afiliados y subordinados a las logias.
No se
trata de acusaciones gratuitas que la Historia no haya reconocido, sino de lo
que las propias logias proclaman después de cada uno de sus triunfos. En
propios documentos masónicos y publicaciones ha quedado registrado el parto
masónico de las nuevas Repúblicas.
Pudiera
por esto parecer que por la parte principalísima que la masonería tuvo en la
emancipación de ciertos pueblos debiera ésta recoger el galardón que hábilmente
pretenden explotar de sus servicios a la libertad e independencia de las
sociedades humanas. El fin de la masonería, al trabajar por la emancipación de
determinadas comarcas y acoger en su seno a los caudillos y primates de la
revolución, no lo ha sido por su amor a la libertad ni por servir a las
doctrinas sobre la autodeterminación de los pueblos, sino por ayudar con ello
al imperialismo propio o pretender causar el máximo de daño a las naciones
rivales. A través de la masonería y de los hombres de esta doble disciplina,
las naciones poderosas han venido mandando y sojuzgando a muchos pueblos. Así,
que ni en el orden patriótico, ni en el religioso, ni tampoco en el moral puede
aceptarse la masonería, por los que la sufren, como algo innocuo y sin
trascendencia.
Si
del orden práctico nos trasladamos al doctrinal, al que nos presentan los
estatutos y la documentación pública de las sectas, en ella encontramos, a
través de los distintos grados, el mantenimiento de su carácter de sociedad
secreta, en la que el misterio y el secreto se van acentuando conforme
se asciende en grados, haciéndose los juramentos más solemnes y terribles. Si
la masonería careciese de malicia, ¿por qué ese Secreto y ese hermetismo
ante la sociedad y esas invocaciones a la responsabilidad que van a contraer
los que se inicien en un grado y que los grandes maestres les encarecen con
conminaciones terribles? El bien no teme la luz; sólo lo ilícito, los
malhechores o los criminales se ocultan en la oscuridad o en las sombras.
¿Por
qué esa ocultación, incluso a los propios miembros, de las razones y de los
fines, de las resoluciones de la secta, que sólo los altos iniciados conocen,
obligándose a los demás a una colaboración más o menos consentida para el logro
de objetivos que ignoran? Este secreto básico de las logias constituye uno de
los aspectos más esenciales para su general reprobación.
El
carácter judaico de la masonería se acusa a través de su literatura y de sus
ritos. El problema de si la masonería es una obra eminentemente judía o un
instrumento de que el judaísmo se aprovecha a partir del siglo XIX, no tiene
para nosotros trascendencia. El hecho es que marchan inseparablemente unidos y
que los judíos suelen ocupar en muchas de sus logias los principales puestos.
Pero
así como la masonería ha logrado dominar sobre la mayoría de los sentimientos
de sus miembros no ocurre lo mismo con el judaísmo; el hebreo es antes judío
que masón y subordina a su creencia y a su pasión judaica todos los intereses
de la orden, no obstante lo cual aparece ocupando los principales puestos de la
masonería. Esto justifica el que el ateísmo tradicional que en los países
católicos la masonería arrastra, se una en su actuación universal al
odio atávico que desde la venida de Cristo, su muerte y su resurrección siente
el judío hacia la religión verdadera, que alimenta su espíritu de lucha y de
destrucción del orden existente.
Mas
dejemos para otro día el seguir examinando aspectos tan interesantes de la
doctrina y estatutos masónicos, que aclararán muchos de los sucesos
internacionales de los que venimos siendo espectadores, ya que por hoy basta lo
expuesto para justificar ampliamente la condenación que de la masonería viene
haciendo nuestra Madre la Iglesia.
MASONERIA
ANTICATOLICA
16 de abril de 1950
MUCHOS
hablan de la masonería y pocos los que se han detenido a estudiarla y
analizarla. De la masonería hay una parte conocida y pública que figura en sus
reglamentos y publicaciones, y otra oculta cuyo secreto se guarda con
gravísimos juramentos y amenazas. Por eso cuando se habla de la masonería hay
que acudir a hechos incontrovertibles de su historia o a los textos y
documentos oficiales que de las logias se conocen, materia ésta farragosa en
que la literatura judaica se mezcla a una parodia de religión, con su liturgia,
templos, mandiles, candelabros, altares y atributos.
Todo
ello es causa de que muchos se pregunten: ¿Qué es la masonería? ¿Un sistema
filosófico, un nuevo orden moral, un postulado político o una organización
benéfica? Nosotros podríamos contestarles que de todo ello quiso la masonería
participar, pero que lo que pretendió ser una nueva filosofía no pasó de ser un
torpe anticatolicismo; lo que aspiró a constituir un sistema moral, degeneró en
instrumento destructor de los principios de la verdadera ética; la que aspiró a
encarnar la representación de la más pura justicia, prostituyó ésta con la impunidad masónica para sus afiliados, y la que ante los Poderes
públicos alardea de apolítica y neutral, patrocina las pasiones políticas más
desatadas y dirigió la mayoría de las revoluciones; y hasta la etiqueta
benéfica de que frecuentemente alardea no está respaldada por ninguna obra de
este género que se conozca.
Mas
no es necesario ahondar en su historia ni penetrar en sus grandes secretos para
su condenación; nos basta simplemente con asomarnos a sus estatutos, a sus
reglamentos o ritos para que salga a la luz la completa incompatibilidad de sus doctrinas con los principios de la fe verdadera, de la Iglesia Católica.
En
los 33 grados que la masonería comprende, tres simbólicos, 15 capitulares, 12
filosóficos y tres sublimes, a través de los cuales se hace la formación
completa del masón, aparecen repartidos los distintos puntos que las doctrinas
masónicas comprenden, unos de carácter político y otros religioso. Los de
carácter político, por haber sido en general incorporados a la legislación
liberal de la mayoría de los países, han ido cayendo en desuso en la casi
totalidad de las naciones, y los grados en que estos postulados figuran suelen
ser concedidos varios en una sola iniciación, y aunque se jura el cumplir sus
preceptos, viene careciendo en la práctica de la mayoría de los pueblos de
eficacia. Los de carácter religioso, al contrario, permanecen vivos, ya que
vivo está el objetivo perseguido, y aunque se abordan progresivamente en mayor
o menor escala en todos los grados de la masonería, se localizan principalmente
en los llamados grados capitulares, y entre ellos, en los más importantes.
En el
grado 13, de los “caballeros del real arco”, el gran maestre recuerda al que va
a ser recibido: “Cuando fuiste iniciado en nuestra Orden manifestasteis la idea
de Dios según vuestro criterio y en armonía con vuestras creencias religiosas.
Aunque aprobando nosotros vuestra manera de pensar sobre este importante
asunto, deseamos que os sirváis amplificar aquellas primeras opiniones acerca
de la existencia de Dios y decirnos si habéis establecido alguna modificación a
cuanto entonces expresasteis, como consecuencia de los estudios masónicos o de
los dictados de vuestra conciencia. Los francmasones no pueden fomentar la
existencia de Dios en el concepto sometido al efecto por las religiones
positivas, porque en este caso tendrían que mostrarse partidarios de una u otra
creencia religiosa, y bien sabéis que esto se opondría al principio de máxima
libertad consignado en sus estatutos.”
“El
estudio de Dios entra en el de nuestro pensamiento debidamente aconsejado por
la razón, y cada hombre es dueño de rendirle culto del modo que juzgue más en
armonía con su razón, concretándose nuestra augusta institución al
reconocimiento de la existencia de un principio regulador, absoluto e infinito
con el nombre de Gran Arquitecto del Universo, bajo cuya advocación, según
sabéis, trabajamos todos los francmasones.”
Aquí
vemos cómo el masón, que en los primeros grados se le respetó hasta cierto
punto su concepto de lo sobrenatural, en este de “caballero del real arco” se
le aprieta y se le examina para garantizarse del desarraigo de sus ideas
religiosas y la aceptación de la diosa razón por la que la masonería labora.
En el
grado 14, después de pasarle revista a los conceptos filosóficos desarrollados
en anteriores grados sobre los conceptos de la creación, la vida y la muerte se
contrae el siguiente juramento, que por su forma y expresión viene a constituir
una parodia indigna de las religiones, a saber: “Juramos ante esta copa sagrada
unirnos para siempre con el vinculo de la fraternidad y sostenemos y
defendernos contra todos los que se opongan a la proclamación de los derechos y
deberes del hombre. Y después de otra serie de frases de menor interés, termina
“Lo que une la virtud no puede separarlo la muerte.” Bebe u poco de vino
contenido en la copa, la pasa al recipiendario, que hace lo mismo, y todos los
hermanos la devuelven al gran maestre, éste la levanta en alto y dice: “La copa
está agotada. Hemos comido del mismo pan y bebido del mismo vino. ¡Sorno
hermanos! ¡La misma sangre corre por nuestras venas! ¡Que ningún otro liquido
pueda servirse en esta copa ni otros labio puedan profanarla!” La arroja contra
el suelo y la hace pedazos.
La
ceremonia no necesita comentarios. Muchas veces hemos visto en el “cine” o en
el teatro ese final aparatoso de la rotura de copas, sin pensar en el origen
masónico de la costumbre.
El
grado 18 de “caballero rosa-cruz”, supremo entre lo capitulares, es uno de los
más importantes de la masonería, su presidente, así como el capítulo
ejercen una acción decisiva sobre los otros grados inferiores, a los que
intervienen e inspeccionan.
En él
se define: “... que el bien y el mal son siempre resultados de las relaciones
entre los seres y no productos de entidades sobrenaturales”. Considera la
ciencia como patrimonio de la Humanidad, y procurando elevar a los hombres a la
mayor altura en sabiduría, no reconoce más criterio de verdad para la
inteligencia que el de la experiencia y la razón.
Al
dirigirse el muy sabio maestre a los reunidos, en el que llaman “santuario de
la masonería”, que dicen ha de estar en un sitio escabroso y oculto para que
ningún profano pueda vislumbrarlo, dice aquél: “Para recorrer el largo y penoso
sendero que a este santuario conduce, es preciso poseer entereza de carácter,
gran firmeza de voluntad y una fe hija de la razón y de una convicción tan
profunda que muy pocos pueden adquirir por falta de algunos de estos
requisitos.”
La
definición de la fe la establece de la siguiente manera:
“La
fe no es para nosotros el sentimiento inconsciente que arrastra al individuo
hacia la creencia de una cosa, aun no reconociéndola los sentimientos ni
comprendiéndola la razón. El hombre que posea tal concepto equivocado de la fe,
va en su ceguera a precipitarse en la sima del fanatismo, no puede distinguir
lo justo de lo injusto, el bien del mal; cree, pero no sabe y su creencia está
formada tan sólo por la imaginación, no por el entendimiento. Es la fe, según
os hemos dicho, la luz brillante de la libertad que ilumina nuestro espíritu en
el difícil a la par que glorioso camino de la ciencia.”
En
los principios de orden político que la masonería sostiene, y que el que llega
a los distintos grados jura por todos los medios defender, figuran muchos en
abierta pugna con doctrinas de la Iglesia Católica. Así, en el grado 19,
llamado “del gran pontífice” —el nombramiento ya se las trae—, se propugna el
principio de la ley del divorcio y se contrae la obligación de emplear todos
los medios para implantarlo. La República masónica que España padeció tuvo ésta
por una de sus principales preocupaciones. Se les había prometido a los
españoles una República de curas, pero se les servía una ley de divorcio.
En el
grado 20, en que se define el principio de la libertad de enseñanza, pero que
es el fundamento de la persecución en la enseñanza religiosa, el espíritu
antirreligioso impregna toda la literatura del grado. Su parcialidad llega a
extremos como los siguientes, que figuran en el interrogatorio del gran
maestre, jefe de la cámara, el recipiendario: “Nosotros queremos para
conseguirlo arrancarle el arma más poderosa que le sostiene y que el mismo
adelanto de la civilización puso a su alcance: la educación de las masas. La
confió al clero, que recogió el botín hasta que el primero nos postró a todos a
sus plantas y reyes y vasallos quedaron a merced del gran pontífice del templo
de lo absoluto.” “El exceso de la tiranía sacerdotal sublevó a los pueblos y la
primera explosión del cráter revolucionario destronó la unidad católica con el
protestantismo, y a cada sacudida del coloso van desapareciendo para siempre
las obras estupendas del orgullo de los viejos gobernantes.”
En
esta hipócrita libertad de enseñanza se ha venido fundando, a través del último
siglo, la persecución contra la enseñanza religiosa. En las frases apuntadas se
ve todo el odio a lo católico que destila la organización de la masonería.
En el
grado 30, del “caballero Kadox” (palabra hebrea que
significa: consagrado, santo, purificado), el más importante, sin duda, entre
todos los grados que la masonería registra, y en cuya cámara secreta se dicen y
planean lo que llaman “castigos de la secta”, el gran maestre en su discurso
nos revela hallarnos ante una pretendida religión al pronunciar las
siguientes palabras: “Al venir aquí con la serenidad de juicio que requieren
los conocimientos masónicos que posees, habrás deducido de tus estudios que los
grados filosóficos están dedicados a la fundación de una religión universal y
regenerada, que deberá conducir a la Humanidad a la participación relativa de
los resultados obtenidos por la práctica de los principios sustentados por la
institución francmasónica”.
Culminan
en este grado lo que llaman estudios filosóficos de la masonería, y en él se
llega a la siguiente conclusión: “Colocado entre estos dos infinitos, el
iniciado admirará el orden maravilloso que reina en la Naturaleza y llegará
poco a poco a penetrarse del deber que tiene de que todos sus actos estén en
armonía con las leyes inmutables en cuya virtud los seres en número infinito
evolucionan en el espacio también infinito”.
“Adquiere
entonces la noción del Gran Arquitecto del Universo y comprende que esta
potencia suprema no guarda relación alguna con el Dios de las religiones
positivas, ser hibrido creado por el hombre a su imagen y semejanza y, por lo
tanto, teniendo, como éste, sus vicios, su vanidad, su deseo de dominación y
hasta su crueldad e injusticia.”
“Se
ha hecho, en fin, sacerdote de esta religión natural; pero al contrario de los
sacerdotes de algunas religiones, que han justificado el antiguo aforismo que
dice “que el sacerdocio nace de las tinieblas y con él se extinguen todas las
luces”, este sacerdocio masónico ha nacido de los brillantes resplandores de
las bellísimas auroras que esparcieron sobre el mundo sus luces creadoras y
fecundas.”
¿Puede
alguien dudar, ante tan claras confesiones y tamañas blasfemias, las vehementes
razones que a la Iglesia Católica y a sus supremas jerarquías vienen asistiendo
para condenar y fulminar a los católicos que den su nombre a tan funesta secta?
LAS LOGIAS SON POLITICAS23 de abril de 1950
SIEMPRE
que se plantea el problema de la masonería en una nación pretende aquélla
presentarse como apolítica, reclamando los derechos inherentes a toda sociedad
legalmente constituida, merecedora del amparo de los Poderes públicos. Así
sucedió en tiempos de la Dictadura del general Primo de Rivera, en que las
logias masónicas de Andalucía se dirigieron al, a la sazón, subsecretario de la
Presidencia pidiéndole el amparo de los Poderes públicos para el funcionamiento
de las logias y que fuesen reintegrados a su función los jefes de las de
Córdoba y Málaga, al parecer detenidos por la autoridad gubernativa por sus
actividades clandestinas de carácter masónico. En la exposición que a los
Poderes públicos hicieron entonces afirmaban el carácter apolítico de la
masonería y su alejamiento de toda actividad política. El subsecretario les
escuchó con complacencia, prometiéndose que si los hechos eran como los
relataban no tendrían nada que temer y que se daría orden inmediata a los
gobernadores para que fueran puestos en libertad los detenidos y se permitiese
pleno funcionamiento a aquellas logias andaluzas, como así se cumplió. En los boletines oficiales de la masonería andaluza quedó registrada esta
efemérides, y hasta consta en sus publicaciones el proyecto de realizar un acto
de adhesión de aquellas logias a la Dictadura, que, según se expresa, evitó la
oportuna intervención de su jefe supremo, el “hermanito” Martínez Barrio, que,
con buen sentido, consideró no convenía comprometerse en una declaración de
adhesión semejante cuando este acto no era indispensable; mas pese a las
promesas y definiciones; falsas hechas en aquella ocasión a los Poderes
públicos, no pasó mucho tiempo sin que las logias aparecieran dirigiendo toda
la conspiración política, primero contra la Dictadura e inmediatamente contra
la Monarquía, que condujo a la instauración de aquella República que a sí misma
se definió como la más masónica que hubiera existido.
Que
la masonería es eminentemente política lo demuestra su historia y sus propios
estatutos, donde al lado de los fines antirreligiosos que en otros trabajos
demostramos, y que ya en sí encierran una posición política eminentemente
anticatólica, existen en casi todos sus grados unos objetivos políticos
definidos, que vienen nutriendo los programas políticos liberales o radicales
de la mayoría de los países.
Ella
misma se define declarándose en sus textos liberal y progresiva, o sea
política, constituyendo su ideal la forma republicana y propugnando la
soberanía de la asociación humana, defendiendo el principio de la delegación
voluntaria de los asociados en sus representantes. Sus palabras en el
grado séptimo, son: “El pueblo elige y depone, hace y deshace; es el que tiene
la voluntad y el movimiento propio. Suyo es el Poder legislativo”, aunque de
cómo se cumple luego la voluntad del pueblo hay mucho que hablar.
No es
que pretendamos con esto condenar los conceptos que vamos a recoger, en gran
parte incorporados al derecho público universal, sino el demostrar su entraña y
sus fines, por ellos mismos definidos de eminentemente políticos.
Hay
grados exclusivamente dedicados a las definiciones políticas, y que por haber
sido incorporadas al derecho positivo de los pueblos han caído, en general, en
desuso. Tal ocurre con el grado séptimo, que define los derechos del hombre:
“Naturales,
civiles y políticos.” Sin embargo, como de llevarse a cabo una interpretación
fiel de estos derechos podía peligrar el Poder en alguna de aquellas naciones a
las que la masonería sirve, fue necesario ponerle un estrambote, y por ello se
aclara: “Que para la distribución de los derechos políticos se necesita el
mayor tino y discernimiento con especialidad en países de distintas razas y en
los que los intereses encontrados existen en lucha permanente.” Hijuela de la
masonería son esas sociedades internacionales de los derechos del hombre, que,
extendidas por la masonería en todas las naciones, atraen, con el señuelo de la
defensa de esos derechos, casi universalmente aceptados, a elementos
intelectuales con los que se hace amistad y a los que se atrae hacia la Orden.
La
administración de Justicia es otro tema también objeto de definición en la
masonería, sentando como principio la subordinación a ella del Poder ejecutivo,
la administración del derecho de gracia, la constitución de los Tribunales
Supremos, la institución del Jurado, la extradición y su excepción cuando los
motivos sean religiosos o políticos. Todo se examina y se define en la
iniciación para algunos de los grados de la Orden.
La
organización del Municipio y del Estado, el concepto sobre contribuciones y
exacciones, los principios de educación y libertad de enseñanza, los derechos
de libertad e independencia de todas las naciones, la proclamación del derecho
de reunión, son objeto de definiciones concretas que el masón ha de jurar
defender. Todo el grado 17, de “caballero de Oriente y de Occidente”, está
precisamente dedicado a la defensa de ese derecho de reunión sin limitaciones,
que permite a la sociedad masónica discurrir y conspirar contra la sociedad en
general cuando ésta no se acomoda a su criterio.
La
ley del divorcio, definida como garantía de los derechos matrimoniales; la
teoría del libre cambio en beneficio de las naciones mejor dotadas; el habeas
corpus de la magna carta de Inglaterra, todo se especifica y jura defender
el masón en los distintos grados, lo mismo que una igualdad social considerada
como ley de la Naturaleza, que, sin embargo, viene contradicha por la
subordinación al principio liberal de la explotación del hombre por el hombre,
que predomina en Ia secta y que tiene su mas torpe
expresión en el grado 22, de “caballero de la real hacha a príncipe del
Líbano”, en el que al preguntar el “maestro muy sabio” al hermano masón que se
va a recibir:
“¿Creéis,
hermano, que el pueblo tenga derecho al trabajo o que el Gobierno debe
proporcionárselo si le falta?”, a lo que el recipiendario debe contestar: “Ese
es un delirio, y si tal error no pudo reinar en las edades de ignorancia en que
se suponía que el Gobierno era el padre de la nación, hoy seria necedad
detenerse a combatirlo. La perfección económica está en la independencia
absoluta de los trabajadores, como la política en la de los ciudadanos. El
trabajo, lo mismo que la conciencia y la razón, no sufren autoridades. Son
fuerzas o facultades primitivas y creadoras que obran por el derecho propio, y
el porqué de su existencia es el hombre mismo. Cada uno debe buscarse trabajo,
y si no hay el que le acomode en un lugar, que pase a otro. Los imbéciles son
los que necesitan de tutores que los apadrinen, no los pueblos.” Su elocuencia
no puede ser más arrebatadora! Sin embargo, ello no es óbice para que en la
masonería figuren captados por las logias y traicionando a los obreros la
mayoría de los jefes de sus asociaciones. Así, en España, como en Francia,
Inglaterra y otros países, los primates socialistas políticos suelen ser
siempre masones, y a la masonería pertenecen muchos otros jefes de las
organizaciones obreras. No podía aquella perderse baza tan importante.
Si
los propios estatutos de la masonería la definen como eminentemente política, y
por solemnes juramentos se obligan a cumplir los masones sus preceptos y
doctrinas y los masones están obligados a ejecutar en los países la política
que las logias les dicten, aun suponiendo que fuera licito lo que aquéllas les
mandasen, como tales políticos están a su servicio por encima del de sus
mandatarios, falseándose en el grado máximo el principio democrático. De aquí
que nos aparezca la masonería como incompatible con una leal interpretación de
la democracia, ya que por encima de la voluntad del pueblo se coloca la
omnímoda y secreta de la masonería, la que parasitando los partidos políticos y
filtrándose en ellos los sujeta a la obediencia de unos poderes ocultos por
encima de la propia conveniencia de la mayoría de las naciones. Cómo se
constituyen y a quiénes sirven estos poderes será objeto de un próximo trabajo.
MAQUINACIONES BÉLICAS30 de
abril de 1950
MUCHAS
son las ocasiones en que los escritores católicos se ocupan de los altos
poderes masónicos y de su influencia nefasta en la vida de los Estados, sin que
nadie se haya detenido a analizar la forma en que aquellos poderes están
constituidos y los fines que sus actividades persiguen, lo que permite a la malicia
masónica, perfectamente organizada, el extender la especie de que se trata de
un fantasma creado por la imaginación fanática de algunos católicos
apasionados.
Entre
los tolerantes con la masonería existen también quienes no aciertan a
comprender nuestro empeño de atacar tan grave mal, considerando que si
verdaderamente el poder de la masonería alcanza tal grado pudiera perjudicarnos
el poner a la luz sus estatutos, maquinaciones y fines secretos y condenables;
los que así piensan ignoran o no quieren conocer el que la masonería no
descansa ni cede en sus objetivos, y que la mediatización y anulación de
nuestra nación, por ser España y por católica, vive perenne en el propósito de
la masonería, cualquiera que sea el meridiano donde se ubiquen sus logias;
tendríamos que renunciar al resurgimiento español, a nuestra Independencia y a
los principios de esa espiritualidad tensa de nuestra fe católica si
aspirásemos a que la masonería nos dejase tranquilos; más ventajas y respeto
obtendremos conociéndola y sabiendo defendernos de ella que no abandonándole
nuestras posiciones y permitiendo nos introduzca en su “caballo de Troya” el
germen de la traición.
No
tuviera la masonería como fin la destrucción de la fe católica y la de nuestra
independencia y soberanía y la dejaríamos tranquila, sin ocuparnos de ella;
pero no realizaron nuestras juventudes una revolución para que, como españoles
e hijos fieles de la Iglesia, conociendo el mal, dejemos de atajarlo, al menos
en lo que esté en nuestra mano. Si de otra forma procediésemos pecaríamos
gravemente contra Dios y nuestra Patria y traicionaríamos la sangre de los que
cayeron con sus nombres sagrados en los labios.
Bastaría
el que la masonería huyera de la luz para sumergirse en las sombras de las
logias, bajo el secreto de sus juramentos y venganzas como lo punible y
delincuente; que examinada desde los puntos de vista católico, histórico
español y político nos demuestre sus actividades condenables; y que al
constituir un poder irresponsable y secreto, por encima de toda otra
consideración e interés legitimo popular, anule las esencias de la democracia,
para que las naciones tuviesen que inquietarse por la existencia en ellos de
esa dictadura secreta e irresponsable, que extiende sus tentáculos por todos
los lugares de la nación; mas si a todo esto añadimos su carácter internacional
y los objetivos que a este tenor persigue, veremos que no basta que sea
extirpada en un país para que éste se vea libre de ser sujeto pasivo de su saña
y de sus conjuras.
Nace
la masonería en Inglaterra como una secta nacional a principios del siglo
XVIII, con un carácter fisiológico e intelectual que pronto y a hombros de las
clases aristocráticas, va a ser acogida con entusiasmo por la nobleza decadente
de la nación francesa, que inconscientemente alimentará el instrumento que en
muy poco tiempo habrá de destruirla. Si dentro de las fronteras la vemos
perseguir objetivos religiosos, filosóficos o políticos, llevada al área del
exterior se convierte desde su nacimiento en instrumento de influencia y de
mediatización de otros países.
Con
las luces de la enciclopedia penetra la masonería en la mayoría de los países
europeos, deslumbrando en todas partes el torpe mariposear de las aristocracias
decadentes y sin un quehacer, que quemándoles las alas las va a dejar por
muchos años prisioneras del extranjero.
La
fundación de las logias de una determinada disciplina en un país creaba, al
lado de unos derechos para la fundadora, una dependencia y subordinación para
las nuevas difíciles de sacudir. Han pasado los años y muchas de las logias de
Hispanoamérica todavía discurren bajo la obediencia de las grandes logias
europeas. Nos encontrábamos en los primeros años del presente siglo y todavía
la influencia de las grandes logias de Inglaterra y Francia se hacía sentir
sobre la mayoría de los países europeos. Sin embargo, el espíritu nacional
pronto aparece en pugna con aquella subordinación y dependencia, y al
organizarse en la mayoría de las naciones grandes logias, grandes orientes o
supremos consejos con carácter nacional, se debilitan los lazos de aquella
dependencia. Esta evolución nacional se retrasó bastante en los países
católicos, en los que viviendo la masonería bajo el peso de las condenaciones
de la Iglesia, cuando no fuera de la ley, hubo de vivir bajo la protección
solapada de confesiones disidentes o de influencias extranjeras.
Esto
ocurre durante cerca de dos siglos con las logias de nuestra nación, que poco a
poco invaden a las clases directoras: nobleza, aristocracia, intelectuales de
izquierda, políticos liberales, progresistas, republicanos, primates
socialistas y algún que otro conservador militante en el conservadurismo para
mejor servicio de las logias, a los que resiste el pueblo católico y la
Iglesia. Está harto probado que nuestras desventuradas empresas en estos años
no se perdieron en los campos de batalla, sino en los talleres de la masonería,
con los que a través de ministros y parlamentarios masones, el extranjero regía
nuestros tristes destinos.
Aquella
independización progresiva de las masonerías de los diversos Estados con la
debilitación de las influencias masónicas de las naciones poderosas, en
contraste con el área cada vez mayor, de sus intereses, aconsejó a éstas el
tratar de integrar a la masonería bajo una suprema dirección, que por ellas
manejada pudiera ejercer su autoridad sobre las grandes logias, los grandes
orientes o los supremos consejos de todos los países. Una especie de Sociedad
de las Naciones masónica, sin luz ni taquígrafos, donde en la irresponsabilidad
del secreto masónico se interviniese y se mandase sobre los principales
Gobiernos.
Se
aprovechó la victoria aliada en la primera guerra universal para restablecer en
el Continente aquella hegemonía inglesa, que un día había logrado la logia
madre de Inglaterra través de las masonerías europeas de ella dependientes,
constituyendo una asociación masónica internacional bajo ese signo, que tiene
su alumbramiento el año 1921; sin embargo, la subida al Poder de Mussolini en
Italia y más tarde de HitIer en Alemania dieron al
traste con las previsiones aliadas y la masonería sufrió en uno y otro país la
más honda de las crisis, teniendo que volver en ellos a las sombras de la
clandestinidad, a la labor de zapa y a esa filtración que había de fructificar
en los días malos de la guerra en el complot real contra Mussolini y en el más
vasto del atentado contra el Führer de Alemania.
La
segunda guerra mundial y la victoria sobre los países del Eje en Europa
reforzaron de manera considerable la influencia y el poder masónicos. La
guerra, con sus sistemas de excepción y plenos poderes, la falta de normas para
la utilización del personal, llena las oficinas de la Administración y las
direcciones principales de los Estados beligerantes con las clientelas
masónicas de los masones en el Poder. A todo se atreven éstos con la disculpa
de la guerra.
El
carácter secreto de la masonería y las vinculaciones entre las logias favorecen
el establecimiento de los servicios de espionaje fructíferos, y la máquina, que
siempre se ofreció maravillosa para amparar las revoluciones, se presenta
igualmente eficaz para las intrigas de la guerra. El poder que con ello la
masonería alcanza es después difícil de desmontar.
La
existencia al frente de los destinos de los principales países de presidentes,
reyes y gobernantes masónicos caracteriza el afianzamiento de la invasión
masónica en la Administración de los Estados, que con los masones exilados
había de llevar a los países liberados el espíritu de pasión y de revancha para
la persecución y anulación de sus más importantes enemigos. Y, así, mientras a
reyes, príncipes y gobernantes masones colaboradores de Alemania e Italia se
les perdonan sus ayudas y su entendimiento con el Eje, a otros, como el
católico Rey de los belgas o a la nación española, se los sitia y se los busca
como blanco de la persecución masónica.
En el
occidente del Continente europeo existe una suprema autoridad masónica
internacional creada en el año 1921, que, reforzada considerablemente por esta
situación derivada de la guerra, ejerce su poderosa acción sobre la mayoría de
los Gobiernos nacionales desde las sombras de su templo.
Su organización y sus actividades las dejaremos para nuevo trabajo.
NTERNACIONALISMO17 de mayo de 1950
HEMOS
anunciado en trabajos anteriores la existencia en el mundo internacional de
unos altos poderes masónicos que desde la sombra de su templo mueven los hilos
de la política y de las relaciones entre los pueblos; sin embargo, la creencia,
muy generalizada, que echa sobre el judaísmo internacional el peso de la
conspiración descristianizadora que el mundo sufre,
viene desviando la atención pública de la causa verdadera, al ser la masonería
internacional el instrumento esencial del que unos y otros se sirven para esa
acción.
La
conspiración taimada que las fuerzas del mal han venido haciendo en el interior
de las naciones a través de la masonería se eleva al orden internacional con la
constitución de la Asociación masónica, que da carácter de universalidad a las
conspiraciones, antaño encerradas en el seno de las naciones y que no solían
rebasar el área bilateral de la nación influyente y de la influida.
Si
este acceso al área de lo internacional aparece siguiendo a la primera gran
contienda, y sus actividades dan comienzo en el año 1921 al lado de la antigua
Sociedad de las Naciones, sin embargo, su auge y su eficacia son relativamente
modernos, ya que los primeros años constituyeron para la Asociación masónica
una etapa de grandes dificultades, de resistencias que se presentaban como
insuperables, de pugnas doctrinales entre las masonerías anglosajonas con
reservas cristianas y el espíritu antidogmático y
ateo de las continentales, aportándose desde los primeros momentos de la
Asociación y quedando fuera de ella, con las logias norteamericanas, las de la
disciplina inglesa y de los países Bajos y prohibido su funcionamiento en
Rusia, Alemania e Italia.
El
haber alcanzado la Asociación a los diez años de constituida el reunir en su
seno a 34 potencias masónicas de
Europa
y América, obligó a la masonería inglesa, para no perder su influencia, a
pensar en incorporarse a la organización de que tanto recelaba, y en la que
llegó a tomar asiento con los honores e influencia correspondientes a la
considerada como logia madre, fundadora de logia y sin la cual la Asociación
masónica veía muy menguada su eficacia. La derrota de Alemania e Italia
posteriormente y la vuelta a la influencia en esas naciones de los masones
exilados, permitió completar el cuadro de los miembros de la Asociación,
alcanzando un poder e influencia hasta entonces insospechados.
Tras
una declaración de principios de respeto a la soberanía de las distintas
potencias masónicas, de considerarse una institución tradicional filantrópica,
filosófica y progresiva basada sobre la exaltación del principio de que todos
los hombres son hermanos y por fin la busca de la verdad y el estudio y la
práctica de la moral y de la solidaridad, intenta presentársenos a A. M. I. como persiguiendo el perfeccionamiento intelectual
y social de los humanos, a los que pretende extender los lazos fraternales que
unen a los francmasones.
Sus
estudios, por lo demás muy sintéticos, se ocupan de establecer las bases de la
Asociación, cuyo órgano soberano lo constituye el convento internacional en que
cada dos años se reúnen los delegados de las potencias masónicas asociadas. A
él se reservan las grandes decisiones de carácter público, la aprobación de
cuentas y resoluciones administrativas. El poder ejecutivo descansa en un
Comité ejecutivo compuesto por representantes de las potencias masónicas
designados por el convento, y cuyo número no puede ser superior a la cuarta
parte de sus miembros. Un Comité consultivo integrado por antiguos miembros de
la Asociación en número no superior a tres, y nombrado a propuesta del Comité
ejecutivo, con voz, pero sin voto, colabora y da continuidad a las decisiones
del Comité ejecutivo. Una Cancillería, bajo la autoridad soberana del convento
y del Comité ejecutivo, ejecuta las decisiones de éstos y mantiene la actividad
masónica y las relaciones con las potencias masónicas. Su personal pertenece
íntegro a la masonería en sus grados superiores.
Este
Comité ejecutivo de la Asociación masónica internacional constituye el órgano
secreto de gobierno que maneja los hilos invisibles que mueven el tinglado de
la política internacional, y del que parten las órdenes y consignas que en
servicio de sus fines cree prudente tomar. Se reúnen todos los días laborales,
y en él se examinan los problemas más importantes y graves que afectan a !a
política del mundo. Mantiene un enlace íntimo con las potencias principales a
él asociadas y recibe completa información de las potencias afiliadas, que le
permite estar al tanto y prevenir los distintos acontecimientos.
Si
nos limitamos a leer sus estatutos y por ello creemos juzgar de los fines que
persigue, se nos presenta como una Asociación pacifista que, sin embargo, no le
impidió en la última contienda tratar por todos los medios de incluir en ella a
las naciones neutrales. Sucede con la organización internacional masónica lo
mismo que con las masonerías nacionales, que necesitan vestirse con el ropaje
exterior de lo lícito para ocultar sus verdaderas actividades. Sin embargo, en
las distintas declaraciones recogidas en las actas de sus conventos se anuncia
como propósito: “el lograr una A. M. I. grande, fuerte y gloriosa”; “intentar
todo lo necesario para hacerse un organismo sólido capaz de hacer reinar la
masonería en el mundo”- “dar a la A. M. I. el reinado que debe tener';
“constituir un instrumento secreto y poderoso de las grandes logias ejecutoras
de sus fines en lo internacional”; “su decisión de participar en la
constitución de un mundo nuevo edificado sobre los principios de la moral
masónica”; “su propósito de establecer entre las potencias masónicas
solidaridad y contactos permanentes, con lo que su fuerza individual será
acrecentada y su reino extendido”. Sus ambiciones de dominio no pueden estar
más claras.
Se
presenta en público la Asociación como los paladines más preclaros del
pacifismo, después de haber patrocinado todas las revoluciones internas de los
pueblos durante siglo y medio. Si todo fuese licito, ¿para qué ese secreto y
esos terribles juramentos y amenazas con que se pretende encadenar a los
asociados?
Cuida
mucho la masonería internacional de aparecer como apolítica, de no presentarse
públicamente entremetiéndose en las actividades de los Estados; pero, sin
embargo, en la propia documentación de los congresos masónicos y publicaciones
queda huella perenne de esos fines políticos. Son apolíticos y neutrales
mientras se les permitan sus actividades clandestinas, infiltrarse en los
países y gobernarlos a su antojo; pero cuando la gran mayoría de la nación se
planta y se enfrenta con la conspiración o la traición, entonces se muestra
activamente política. En el convento internacional de 1927, de París, ha
quedado registrado cómo el hermano Costa Santos del gran oriente de Portugal,
llevó a aquella reunión de la Asociación Masónica Internacional los lamentos de
la masonería portuguesa, que dice estar “bajo el golpe de una dictadura militar
feroz”. El presidente de la asamblea les ofrece ayuda, quedando registradas
sólo las palabras prudentes:
“Hagamos
de forma que ningún eslabón de la A. M. I. sea roto.” Igualmente, con ocasión
del convenio del año 1925, en que el hermano Barcia asistió representando a la
masonería española, publicó éste una memoria en que explica cómo se suscitó en
la asamblea de Ginebra de la A. M. I. la cuestión de “intervenir o provocar la
intervención en Italia para proteger a sus afiliados” oprimidos, a lo que se
opuso el delegado del gran oriente italiano, general Capello, que se negó
resueltamente a esa iniciativa, afirmando de un modo solemne que se trataba de
un problema que exclusivamente tocaba resolver a la francmasonería italiana.
Las palabras del militar evitaron entonces toda polémica, y la A. M. I.,
“después de ofrecer su apoyo y su amparo a los hermanos de Italia”, acordó
abstenerse de toda intervención.
A
continuación refiere el mismo masonazo español que
“en el ánimo de los espíritus más avisados, de los hombres cumbres que dirigen
la Asociación nació una inquietud, brotó un nuevo sentimiento de sus deberes,
surgió una idea que habrá de ser objeto de reflexión y estudio y que
seguramente constituirá en el porvenir un empeño de la A. M. I.”, haciendo la
siguiente afirmación: “Si la francmasonería constituye una minoría
caracterizada por los principios morales que la informan, en disidencia y
oposición con una mayoría que le es hostil, mayoría que no la respeta, mayoría
que por fuerza llega a influir en los Poderes públicos, negando y desacatando
esos magnos preceptos de la tolerancia en la esfera del espíritu, en el campo
de las ideas y de los sentimientos, ¿no podría ser planteado el caso en
la Sociedad de las Naciones como de obligada protección a una minoría
perseguida? He aquí un problema que preocupa a estas horas a los hombres que
asumen la representación y son, a la vez, el órgano ejecutivo de la A. M. I.”
Como
se ve, trasluce el intento de intervención extraña cuando, por voluntad de la
gran mayoría de un país, se sacude o se imposibilita el progreso de esa lacra
que en el cuerpo nacional constituye la masonería. Y en la misma memoria, en la
página 29, explica “Como una de las cuestiones que siempre se trata y motiva
cambio de impresiones y “diálogos confidenciales” entre los más calificados
miembros de la A.M.I. (que no pasan a las actas) es la relativa a las
condiciones en que vive y se desenvuelve la orden dentro de cada país”.
Y no
hablemos, pues lo dejamos para otra ocasión, de Ias muchas diligencias desarrolladas por la masonería española antes de la guerra
en los años de la Monarquía, en la guerra de Liberación, en la guerra universal
y en los tiempos actuales, para lograr de la Asociación Masónica Internacional
y de las masonerías extranjeras una acción común contra su Patria, y de cuya
ejecución los españoles tienen amplia prueba.
Si la
masonería internacional constituye el compendio y suma de las masonerías
nacionales, forzosamente habrá de participar de las características que las
potencias masónicas como miembros le aportan, y lo mismo que en el área
nacional toda la política es interferida por la influencia nefasta e
irresponsabilidad de las logias, lo mismo en lo internacional la Asociación
masónica, a través de sus grandes logias y orientes de ella dependientes, viene
ejerciendo su acción en las resoluciones de los grandes asuntos interiores e
internacionales. El hecho de que la masonería americana permanezca apartada y
escindida de la masonería europea, si bien resta a la Asociación masónica parte
del poder omnímodo que de otra forma tendría, no está de ella tan lejos que no permita
los mutuos servicios masónicos y que a través de las logias dependientes
todavía de las masonerías europeas ubicadas en América, y que Norteamérica
aspira a incorporar, se realicen gestiones y se busquen apoyos de la masonería
americana.
ASOCIACIONES Y CONGRESOS21 de
mayo de 1950
PUBLICADO
en su tiempo el texto adoptado por el Congreso masónico internacional de
Génova, que tuvo lugar del 19 al 23 de octubre de 1921, con su declaración de
principios y adiciones votadas en el convenio de 1923 y 1927 y el baremo de las
contribuciones anuales votadas por el convenio de 1930 para su sostenimiento,
así como los boletines oficiales de sus legislaciones y Congresos durante casi
veinte años, nadie puede negar ya la existencia de una suprema organización
masónica que, reuniendo en su seno a la totalidad de las masonerías europeas y
a la mayoría de las iberoamericanas, dirige la acción masónica internacional
en una extensísima área.
La
actividad constante de sus Comités consultivo y ejecutivo, reunidos a diario en
la evacuación de las consultas y resolución de pleitos entre las obediencias,
la reunión cada dos años de sus Congresos, que vienen dejando huella en sus
boletines, demuestra, aun sin necesidad de introducirnos en el campo de sus
actividades secretas, la existencia de una actividad masónica internacional
sobre la casi totalidad del universo.
Conviene
no incurrir en esto en confusión, como a algunos sucede, y distinguir a la
“Asociación masónica internacional” que nos ocupa de la “Liga internacional de
francmasones”, que, aunque de existencia anterior, lleva vida precaria, pues
aun coadyuvando a un mismo fin aquélla es poderosa y une a las potencias
masónicas colectivamente organizadas, ejerciendo sobre ellas una acción
oficial, mientras la otra sólo acerca individualmente a hermanos de distintas
procedencias, persiguiendo que se traten y conozcan.
La
“Liga internacional de francmasones” fue en los primeros años de este siglo la
patrocinadora y el paladín en la propagación del esperanto como lengua de
entendimiento universal, adquiriendo entonces algún prestigio al dirigirla como
presidente el que fue gran maestre de la masonería portuguesa, Magalhaes Lima, muerto hace algunos años.
Existía
también entonces un “Bureau masónico internacional”, patrocinado por el muy
destacado masón Quartier Latante, con el que la Liga
estableció relaciones de inteligencia, que vino a perturbar el estallido de la
primera gran contienda universal.
Al
concretarse en la Asociación masónica internacional, al final de la primera
gran contienda, los ideales y propósitos que a Quartier La-tante y a tantos otros masones animaban, y adherirse a ella desde los
primeros momentos las más importantes logias europeas, desaparecieron los
papeles que desempeñaban el Bureau y la Liga; y pese a los esfuerzos que por
sobrevivirlos vienen haciendo sus partidarios, al compás que la A. M. I.
adquiere más pujanza languidece la Liga en sus actividades.
Si se
examina la vida de la Asociación masónica internacional en estos veinte años,
se ve que uno de los problemas que le dio más fuerza y prestigio entre las
“obediencias” fue el haberse encarado desde un principio con el problema de la
territorialidad: consumía a los masones el cáncer de las divisiones y
constituía una aspiración de las distintas masonerías el llegar a ejercer el
monopolio de la masonería en sus naciones respectivas.
El
que no pudieran en ellas crearse logias de otras obediencias, y que si se
creaban tropezaran con el boicot de las demás masonerías regulares, privándolas
de la solidaridad internacional; si a esto se unía el hondo problema de
soberanía, planteado de fecha remota en muchas de las que habían sacudido de
hecho su dependencia de las fundadoras se comprende el apoyo que había de
recibir de la masonería de la mayoría de las naciones pequeñas y medias,
deseosas de refrendar su independencia, y las reservas y apartamiento que había
de provocar entre las grandes logias fundadoras, que veían amenazados su
predominio e influencia.
En
los estatutos de la Asociación quedó establecido: que ninguna obediencia
adherida a la A. M. I. podría crear logias sobre territorio sometido a la
jurisdicción de otra, excepto para aquellos extranjeros a los que se les negase
la entrada en las logias nacionales. Y aunque se respetaban las situaciones
interiores, la A. M. I. hizo todos los esfuerzos para alcanzar la unidad de las
masonerías nacionales.
Todo
ello fué motivo de que, a su amparo, se regularizase
la situación de muchas obediencias y fuesen aceptadas por las naciones
fundadoras las autonomías conquistadas de hecho, así como que se sometiesen a
dependencia de los grandes orientes y grandes logias nacionales, logias de
disciplina extranjera enquistadas en el territorio de su soberanía. La
masonería alcanzaba así la unidad y universalidad que constituían la base de su
ideario.
El
mantenimiento de las logias de Norteamérica fuera de la organización masónica
internacional, siguiendo el primer impulso de la masonería anglosajona de
separación de la masonería atea y antidogmática del
continente europeo, sirviendo aparentemente al sentir del sector protestante de
aquella masonería, encubre en el fondo el deseo de seguir una política de manos
libres y de unificación masónica americana bajo la égida de los Estados Unidos,
que en los últimos diez años viene señalándose.
El
imperio del dólar trasciende así lo masónico y son muchas ya las Logias
captadas por la influencia norteamericana y muchísimas también las nuevamente
fundadas por Norteamérica que reciben a los masones pasados de las otras. Las
conquistas realizadas por Branden en este orden ante los países iberoamericanos
han sido tan notorias, que han llegado a alarmar a la masonería europea, que
viene echando en la cuestión el peso del prestigio e influencia de las viejas
logias y la experiencia de la logia madre inglesa, tan acostumbrada a estas
batallas; mas la escisión sigue, sin embargo, en pie por el abismo que el
asesinato del almirante Darlan abrió entre las dos masonerías, y que los
magnates de la masonería americana se encargan de mantener.
Si la
masonería, en el orden interior de las naciones en la que constituye una exigua
minoría, viene durante los dos últimos siglos patrocinando las revoluciones
interiores, amparando a delincuentes y revolucionarios, minando los tronos
estimulando su derrumbamiento, utilizándose como instrumento para fomentar la
traición en el campo de las naciones rivales y combatiendo por todos los medios
el desarrollo y la propagación de la fe católica, pese al principio democrático
de la ley de mayorías, burladas por la hipocresía y la traición masónicas, hay
que imaginarse lo que pasará en el orden internacional sin mayorías
interesadas que se opongan y en el que la confabulación de los masones viene
colocando a las naciones ante hechos consumados; pero el problema éste es en sí
tan importante que bien merece trabajo aparte.
LA DIPLOMACIA DEL TRIANGULO28 de
mayo de 1950
HEMOS
venido demostrando con citas de sus propios estatutos y de los boletines
masónicos como la masonería persigue en el interior de los pueblos miras
eminentemente políticas, dirigidas al establecimiento de Gobiernos de carácter
masónico, y hemos analizado cómo en los distintos grados se va definiendo su
ideario, lo mismo en lo religioso que en lo político. Si observamos, en cambio,
su táctica, la vemos perseguir la conquista metódica de los puestos clave que
permita a una reducida minoría el dominar y gobernar al resto del país. La
acción subsiguiente de la masonería, desarrollada desde los puestos de poder y
de influencia, facilita el progreso masónico, al atraer, por la protección que
ofrece, nuevos afiliados a la masonería.
La
táctica masónica es harto flexible, adaptándola a las circunstancias y a las
necesidades de los tiempos. Así, en su primera época, invade las organizaciones
políticas, a los partidos turnantes en el Gobierno,
especialmente los de carácter liberal o progresista; y cuando no logra alcanzar
por los caminos naturales sus objetivos, patrocina las revoluciones que le
permitan el lograr establecer a sus facciones en el Poder. Penetran en la
Universidad bajo la capa del patrocinio de las ideas enciclopédicas, estimulando
en aquélla el desvío de lo religioso. Se filtran en el Ejército y socavan su
disciplina, si así conviene al interés político revolucionario o secesionista.
Se introducen en la Prensa cuando ven a ésta alcanzar influencia y poder,
siendo pocos los periódicos diarios que se libran de la filtración masónica.
Atraen a las logias a los cabecillas sindicales cuando se aperciben que el peso
de sus masas va a ser decisivo en la política; y, así, en la sombra y sin dar
la cara, una exigua minoría francmasona manda y dispone sobre la mayoría en
gran parte de los países.
Cuando,
con motivo de la primera guerra mundial, toma importancia en los Estados la
política exterior, la masonería se adelanta a aprovecharse de su hora, ya que
no en vano lleva cerca de dos siglos preparándose para dominar en este campo.
Si se analizan los momentos en que fue concebida la primera Sociedad de las
Naciones, antes de terminar la primera gran contienda, por un masón, el
diputado André Lebey, miembro del Consejo superior
del gran oriente de Francia, que reunido con otros significados miembros de la
masonería en un Congreso masónico en París, que tuvo lugar del 28 al 30 de
junio de 1917, y en el que tomaron parte los representantes de las grandes
logias de Inglaterra, Francia y de los Estados neutrales, presentó un provecto
de la organización de una Sociedad de las Naciones concebida sobre los mismos
términos que más tarde dieron vida al pacto de la Sociedad de las Naciones, que
fue aceptado con entusiasmo por los reunidos; y si se revisan los acuerdos de
aquel Congreso, publicados en la Prensa masónica de aquellos días, se
demostrará la identidad entre lo concebido por los masones y lo más tarde
instaurado.
Un
solo párrafo de aquellas conclusiones nos dará una muestra de su paternidad
masónica: “Si en 1789 se proclamaron los derechos del hombre, la Liga de las Naciones
tendrá que proclamar, ante todo, los derechos de los pueblos. Ninguna nación
tiene el derecho de declarar la guerra a otra, puesto que la guerra es un
crimen de lesa humanidad. Toda disputa entre naciones será juzgada por el
Parlamento internacional. La nación que obre contrariamente a esta ley se
colocará fuera de la Liga de las Naciones.” Los otros pormenores de la asamblea
del Consejo del Tribunal de Arbitraje parecen casi calcados en los estatutos de
la Sociedad de las Naciones.
La
constitución en el año 1921 de la Asociación masónica internacional con la
misma sede, en Ginebra, que la Sociedad de las Naciones, después de las
declaraciones del publicista francés Valot en una
logia de Viena, en la que anunció el proyecto de establecer un círculo en
Ginebra donde se reunieran los masones que asistan a las asambleas de la
Sociedad de las Naciones, demostró la íntima relación que se buscaba entre las
dos organizaciones.
La
circunstancia de pertenecer Chamberlain, Briand, Benesch y una gran mayoría de los miembros fundadores de la Sociedad de las Naciones a
la masonería, así como Alberto Thomas, también masón, presidente de la Oficina
Internacional del Trabajo de la Sociedad de las Naciones, diese a conocer sus
estatutos a una asamblea de la Asociación masónica internacional, y que
posteriormente Stresemann, secretario de Estado alemán, al ingresar en la
Sociedad de las Naciones, en uno de sus discursos aludiese con desenfado al
“Gran Arquitecto del Universo”, justifican suficientemente la acusación que a
la Sociedad de las Naciones durante mucho tiempo se le ha venido haciendo de
encontrarse bajo el dominio y la influencia decisiva de la masonería.
Si,
por otro lado, se tiene en cuenta la gran pretensión masónica de definirse como
la institución pacifista por excelencia y considerarse los paladines más
esforzados de la paz y la fraternidad universales, se comprende el que
aprovechasen aquellos momentos en que los gobernantes masones de las naciones
aliadas eran omnipotentes para asentar su influencia decisiva en los destinos
internacionales.
Mas
antes de seguir adelante no podemos dejar sin replica esta pretensión masónica
de erigirse en campeones del pacifismo y de la fraternidad, tantas veces
desmentido durante dos siglos de revoluciones, de derramamientos de sangre, de
guerras civiles por ella estimuladas, cuando no dirigidas. Su pacifismo se
asienta, como el soviético, sobre el principio previo de la unificación y el
dominio sobre todos los países del universo, el sueño eterno de todos los
imperios.
Muchas
veces se vino acusando a la Sociedad de las Naciones de existir entre su sede y
la de la Asociación masónica internacional de la calle Bovy Lysberg una comunicación directa por la que se
consultaba a los altos magnates de la A. M. I. antes de decidir cualquiera
cuestión. Si este hecho pudo ocurrir en alguna ocasión, hemos de reconocer que
no lo necesitaba, pues normalmente los representantes masones en la Sociedad,
que constituían legión, y entre los que figuraban los delegados de los países
más influyentes, asistían frecuentemente a la sede de la masonería, de la que
recibían sus consignas.
La
vida de la Sociedad de las Naciones fue, sin embargo, bastante precaria. La
ausencia de ella de los Estados Unidos de América, la de Rusia hasta los
últimos tiempos y su total ineficacia frente a las conquistas de Abisinia y a
la invasión de Finlandia, acabó sumiéndola en el más grande de los
desprestigios, del que la masonería, que la había fundado y mantenido
hábilmente, se zafó para, con tenacidad digna de mejor causa, renacer, cual
nueva ave fénix, de sus cenizas, patrocinando, al revuelo de una situación
parecida, a la nueva Organización de las Naciones Unidas.
Las
circunstancias que concurrieron en el nuevo parto son harto conocidas:
aniquilada Alemania y destruido el fascismo en Italia la masonería cobraba su
victoria, los masones exilados se encaramaban en el Gobierno de los pueblos y
las persecuciones, la depuración de los tribunales populares, los asaltos a las
cárceles y las ejecuciones sin proceso permitían saciar la venganza masónica en
sus más preclaros y distinguidos enemigos. Mientras, en la primera asamblea de
la O. N. U. en San Francisco se abría pródiga la nómina de la nueva Sociedad de
las Naciones a varios miles de masones, de los más conspicuos, en una verdadera
apoteosis de la masonería.
LA “FERRERADA”
4 de
junio de 1950
DEMOSTRADA
en trabajos anteriores la influencia decisiva de la masonería en la Sociedad de
las Naciones, nos corresponde analizar la influencia de la nefasta secta en
cuantos problemas con Francia se relacionaron.
El
pararrayos masónico de definirse estrechamente como ajenos a la política y a
los problemas internos de los pueblos han hecho que muchos inscritos, aceptando
esa definición, no hayan dado trascendencia a las actividades ocultas de la
secta. Hemos de reconocer que en una nación constituida en “paraíso masónico”,
donde la mayoría de sus miembros militasen en la masonería, ésta tendría poco
que hacer en sus luchas internas de partidos, de que no debería favorecer a
unos hermanos en perjuicio de los otros; pero es el caso muy distinto cuando no
se ha alcanzado ese ideal masónico y la masonería está compuesta por una
minoría que lucha secretamente y por todos los medios para alcanzar su
predominio. La historia de la masonería en nuestra nación es elocuentísima a
este respecto.
El
que la Asociación masónica internacional, ante los problemas, escisiones y
recelos que a la masonería acompañan, y frente a la necesidad de presentarse
como Asociación pacífica y neutral, respetuosa ante los problemas internos de
las naciones, haya llevado a sus estatutos una definición clara de neutralidad
e indiferencia no representa en el fondo nada, pues los hermanos lo interpretan
dentro del mundo de los masones y no para su relación con los profanos; en
muchas de las decisiones del Comité ejecutivo de la Asociación Masónica
Internacional, así como en las actas de sus Congresos, se revela la protección
más absoluta a cuanto tiende a favorecer el dominio masónico y a prestar su
amparo y solidaridad a aquellos masones de las grandes logias o grandes orientes
que soliciten su ayuda.
No
hemos de perder nunca de vista que en la masonería hay dos actuaciones: la
publica de la que tiene conocimiento la mayoría de sus miembros, que se debate
en la solemnidad de las logias y se incluye en sus publicaciones, y la secreta,
en la que sólo intervienen determinados masones, y que tiene lugar en la traslogia o conciliábulo de los elegidos, de los que se
sabe poco y se conoce menos; sin embargo, nos basta sólo analizar lo que de
ello trasluce al exterior para que, atando cabos sueltos, nos apercibamos cómo
la actuación masónica desmiente sus enunciados y se entremete de manera
decisiva en los problemas políticos internos y externos de las naciones, muy
especialmente si en alguna forma éstos afectan a la masonería.
Nadie
será capaz de controvertir que el problema de la masonería española preocupa a
los masones internacionales en todo lo que va de siglo. Un síntoma gravísimo de
esto se ha tenido en aquella campaña desencadenada en Paris y Bélgica, conocida
por la “ferrerada”, que en 1909 realizaron las logias
continentales europeas más importantes con motivo de la sentencia de muerte y
ejecución del anarquista español y miembro de varias logias extranjeras,
Francisco Ferrer Guardia. Una acción de infundios, de calumnias contra nuestra
nación, de injurias a la monarquía y a la Iglesia Católica, se desarrolló
durante dos años en los medios internacionales de Paris y Bruselas.
El 31
de octubre de 1909 el Concejo comunal de Bruselas adoptaba por 31 votos contra
ocho —las izquierdas unidas contra los elementos de derecha del Municipio— el
orden del día presentado por el masón doctor Depage,
profesor en la Universidad libre de Bruselas, para condenar la muerte de Ferrer
como un atentado grave a las leyes de la civilización moderna, protestando con
indignación por la ejecución del masón anarquista y patrocinando la erección
por suscripción pública de un monumento digno de la capital frente a la
intolerancia española.
Dos
años duró la resaca de la propaganda masónica contra la nación española. Se
troqueló una medalla con la efigie del anarquista, con las fechas de su
nacimiento en Alella y de su ejecución en Montjuich.
Se le colocó una lápida en la Gran Plaza de la Villa de Bruselas con la
inscripción siguiente: “A la memoria de los condes d'Egmond y de Hornes, decapitados en este lugar por orden de
Felipe II en 1568 por haber defendido la libertad de conciencia. Este mármol
les fue dedicado por el comité internacional instituido para conmemorar la
muerte heroica de Francisco Ferrer, fusilado en Montjuich por la misma causa en 1909.”
Así
se reunía en una sola lápida la condenación de la obra de nuestro preclaro Rey
Felipe II y la del desdichado criminal, elevado por su filiación masónica a una
categoría insospechada.
A la
inauguración de la placa, en 21 de agosto, a las once de la mañana, entre
representantes de las distintas masonerías y la presencia de Soledad
Villafranca, la amiga del difunto, asistió una Comisión española, presidida por
el doctor Simarro, aquel masón que, con audacia
incomprensible, se permitió ofrecer un día a nuestro Monarca Alfonso XIII el
apoyo internacional de la masonería si aceptaba su afiliación a las logias.
Folletos,
reuniones literarias, mítines, actos culturales pro Ferrer, manifestaciones
diversas mantenidas muchas veces y organizadas por la Liga belga de los
derechos del hombre, Sociedad que es hijuela de la masonería, se repetían en
territorio belga para injuriar a la nación española, a tiempo que se recaudaban
fondos para el monumento que, con una altura de siete metros, se elevó en aquel
país.
No
existía entonces contra España la disculpa de la presencia de otro régimen que
el monárquico, constitucional y parlamentario; pero había que abrir a las
izquierdas masónicas revolucionarias y explotar la desgracia de aquel
desdichado anarquista ácrata para, saliendo en defensa del masón, cohibir con
la coacción el libre juego de nuestra política y con el “Maura, no”, fabricado
fuera de las fronteras, cerrar el camino legitimo de los partidos falseando la
democracia.
Ni
las ejecuciones de Núremberg, que llevaron la justicia hasta la venganza,
ahorcando a los jefes con los cuales se contendió, ni los asaltos a las
prisiones en Francia y la ejecución de verdaderos adversarios políticos movió
un ápice el sentimentalismo masónico, ya que en este caso la masonería era la
directora y la estimuladora de tales persecuciones.
Discurrían
los días de gobierno del General Primo de Rivera, de la pacificación completa
de Marruecos y de las Exposiciones de Sevilla y Barcelona, en que se daba al
mundo una muestra del resurgir español, cuando de nuevo los masones, doliéndose
de esta paz y progreso, maquinaban con los afiliados de España, intentando
explotar las ambiciones políticas de unos corros de politicastros despechados y
de cortesanos ambiciosos, para intentar abrir brecha en un Régimen secular y
acabar sustituyéndolo con aquella República masónica que padecimos.
No fue,
ciertamente, aguda la Dictadura del General Primo de Rivera en apreciar el mal.
Había muchas personas en España que, por haber convivido con la masonería en
nuestras campañas coloniales, parecían no asustarse gran cosa de ella y una
pereza mental nos hacía no profundizar en el análisis y mirarla como cuentos
antiguos de beatas o de reaccionarios. Existió, sin embargo, una voz de alarma.
El viaje de los Reyes a Italia puso en contacto al Dictador español y al Jefe
del Gobierno italiano. Ambos estaban en la luna de miel de sus respectivos años
de gobierno. El nuestro, todo nobleza, generosidad e hidalguía; el otro,
humano, sagaz y político. En los coloquios que con motivo de la visita se
celebraron previno Mussolini al Presidente del Consejo español cómo en la
requisa de la documentación de las logias italianas habían encontrado pruebas
de la actuación de la masonería contra la nación española; que la cosa era
mucho más seria y grave de lo que en España se apreciaba, que lo tuviera en
cuenta; que era una voz de amigo la que le avisaba; que para él las cosas se le
presentaban muy claras: o España cerraba el paso a la masonería, o ésta
acabarla a plazo fijo por destruir su obra y derribar a la Corona.
Agradeció
el Dictador el consejo del amigo, meditó en el viaje sobre su alcance y
consecuencias, y aunque la violencia estaba en pugna con su carácter y su
generosidad, proyectó el poner fuera de la ley el peligro que se le señalaba,
redactando en el viaje hacia España en unas cuartillas, que mandó poner en
limpio a uno de sus colaboradores, que vive todavía, el oportuno proyecto de
decreto.
Mas
llegado a Barcelona y cambiadas impresiones con el a la sazón Capitán
General de Cataluña (General Barrera, según una anotación manual en el libro),
éste le disuadió del propósito, repitiendo el cuento conocido de los
carbonarios, de la poca extensión en nuestra nación de la secta y de lo inofensivo
de la orden. “Pero, Miguel, ¿te acuerdas de Fulano y de Mengano?” Y así
surgieron, con el recuerdo de Cuba y Filipinas, los nombres de viejos
camaradas, masones inofensivos, que se habían adocenado militando en las
sectas. El decreto no vio jamás la luz.
CONSPIRACIONES ANTIESPAÑOLAS11 de
junio de 1950
SE
vive en el mundo bajo una frivolidad y una pereza mental, que existen muchos
sucesos contemporáneos que pasan inadvertidos para la mayoría de las gentes y
que pocos se detienen a analizar y a notar, cuando son base para explicarse
otros acontecimientos de la época difíciles de comprender sí no se tienen en
cuenta aquellos antecedentes. Así sucede con muchos hechos contemporáneos en
que la masonería ha sido la protagonista y que fueron anuncio de lo que
posteriormente había de suceder.
El
mayor beneficio que de esa pereza mental saca la masonería es el de esa tonta
benevolencia que ha conquistado en la sociedad moderna de considerarla como
asociación inofensiva en los tiempos bonancibles, pero que cuando la revolución
o la desgracia se presentan aparece controlando y dirigiendo como dueña y
señora las fuerzas ocultas de la revolución.
El
creerse que la masonería puede descansar es una quimera. La masonería es una
conspiración en marcha para conquistar el gobierno de los pueblos, que presenta
dos vidas: una, aparente, y otra, oculta y secreta, dinámica y real, que si
parece someterse externamente a las situaciones de hecho, no renuncia jamás a
sus fines y postulados, que a la luz o a la sombra, según el ambiente exterior
se le presenta, persigue con tenacidad implacable.
Ese slogan de la masonería inofensiva es el opio que se derrama sobre la víctima, a la que
por este procedimiento se coge desprevenida.
¿Qué
suerte podría esperarle al sujeto que, creyéndose sin enemigos, viviese alegre
y confiado, si un enemigo secreto conspirase y le acechase un día tras otro
para aprovechar sus menores descuidos para destruirle? En una o en otra
asechanza acabaría, sin duda, cayendo.
Pues
éste es el fin de la sociedad católica y de los Estados que repugnan lo
masónico ante la conspiración masónica que constantemente los acecha.
Pocos
se imaginaban en España, en aquellos tiempos bonancibles de la Dictadura del
general Primo de Rivera, que en las traslogias españolas se fraguase con toda intensidad la conspiración que poco tiempo
después había de destruir a nuestra Monarquía secular. Aquellas reuniones
inofensivas de San Sebastián, en que se pactaba la desmembración de la Patria,
parecían a los más quimera de locos o insensatos. Si alguien entonces quiso
interpretar agudamente las benevolencias de algunos personajes con la masonería
se le tachó de malicioso y visionario, y, sin embargo, muy poco tiempo después
la nación entera pagaba cara contribución a su generosidad y a su benevolencia
con los masones.
Leyendo
las actas y memorias, que quieren ser inocentes, de la documentación masónica
de aquellos días, aparece, sin embargo, entre muchos detalles, esa actitud tan
característica de la masonería española de pedir la intervención extranjera
para vencer sus contrariedades interiores, y la benévola acogida que algunos
personajes españoles, especialmente los extranjerizados, tenían para las
actuaciones masónicas, y que vistas en nuestros días nos definen toda una
trayectoria.
Corrían
aquellos días, que hoy tantos masones han de considerar felices, de la
Dictadura de nuestro llorado General, cuando se celebraba en Ginebra uno de
esos convenios en que cada dos años se reúnen en congreso los delegados
masónicos de los grandes orientes y grandes logias integrados en la Asociación
masónica internacional, y representaba al conocido masón Augusto Barcia, en
cuya memoria, presentada a su regreso a Madrid, refiere las gestiones llevadas
a cabo en Ginebra y en París en servicio dc las logias
españolas. Nos confiesa el autor cómo antes de partir consultó al consejo
federal simbólico del gran oriente español su criterio, aprobado por aquél,
respecto a la situación de la masonería en España, en que se recogían las
dificultades que las actividades de las logias encontraron en Andalucía y el
amparo que el subsecretario de la Presidencia, señor Nouvilas, les ofreció;
pero el temor de que volviesen a reproducirse las dificultades le hacía
expresarse con el siguiente y elocuente párrafo: “Si estos días de verdadera
adversidad y peligro llegasen, “sólo un apoyo exterior” podría ser el medio
eficaz para mantener a raya a nuestros enemigos.” Estimaba, en previsión de que
este suceso llegase a producirse, “la conveniencia de aprovechar la reunión de
Ginebra para hacer una información fidedigna y completa de nuestra situación”.
Por lo que consta en la memoria, fue aprobada y calurosamente aplaudida la
previsión del comisionado.
A su
tenor nos dice haber obrado al llegar a Ginebra, tratando con los miembros del
comité consultivo la situación española, con los que acordó esperar a que se
tratase en el Orden del día el caso de Italia para hacer él sus manifestaciones
sobre España. Llegado ese día se expresó en la sesión pública en los siguientes
términos: “Que sus inquietudes y persecuciones no nacían del Gobierno del
Directorio, sino del proceder de las autoridades locales bajo la presión de
elementos reaccionarios que aprovechaban esta coyuntura, que suponían
favorable, para combatirnos y vencernos.” En prueba de su tesis recordó “todo
lo ocurrido en Andalucía, donde las autoridades locales tuvieron que rectificar
todas las medidas que habían tomado contra la orden, en virtud de órdenes
concretas y terminantes emanadas de Madrid”.
Al
siguiente día de esta declaración, relata que llegó a su poder una “plancha”
del gran consejo federal simbólico haciéndose cargo de una iniciativa de la
gran logia del Nordeste, en la que se pedía “se gestionase un apoyo oficial de
las potencias masónicas reunidas en Ginebra para poner fin a las medidas
ilegales de mortificación y vejación de que eran objeto”, llegando a Ginebra
directamente un delegado de aquella gran logia portador de otra “plancha” en la
que constaban aquellos acuerdos y “demandando una gestión suficientemente
eficaz para lograr los apoyos solicitados”.
Después
de grandes cabildeos y considerar que no convenía hacer pública ante las otras
logias una confesión de importancia y recibir una tutela mortificante en su
condición de francmasones españoles, se acordó poner a los comisionados en
relación con el comité consultivo de la A. M. I., como así sucedió. Dice a este
respecto el masón Barcia en su memoria:
“Supe
entonces lo que habían sido las gestiones hechas en Basilea y que de ellas
había pendiente una que había de celebrar el gran oriente de Francia con
nuestro embajador en París. Como esto, aunque en forma atenuada, era una
intervención del exterior en nuestros asuntos de vida interior, expuse la
conveniencia de que esa gestión fuese hecha directamente por un español, que
bien podría ser el propio delegado de Barcelona. Me insinuó éste, con
delicadeza que agradecí y agradezco, que, siendo yo el representante del
consejo federal simbólico en la asamblea, yo era el llamado a cumplir esta
misión, y no dudé en aceptar y me ofrecí a ir a París.
“Allí
invité al delegado de la gran logia del Nordeste a que me acompañase en la
visita que yo había de llevar a cabo al día siguiente, ya que telefónicamente
había pedido ser recibido por nuestro embajador. El señor delegado extremó su
confianza en mí y su delicadeza hasta el límite de rogarme que yo fuese solo a
la entrevista, ya que la presencia de él podía coartar la libertad del
embajador, a quien no conocía personalmente.
“Celebrada
la visita, que duró dos horas, informé de ella detalladamente al señor delegado
de Barcelona de los términos en que el diálogo sostenido con el embajador se
había desarrollado y del resultado conseguido. Empecé por exponer, en los
mismos términos en que lo había hecho en Ginebra, nuestra situación actual en
relación con el Directorio, las persecuciones de que éramos objeto por parte de
las autoridades provinciales y locales en determinados sitios, de que ellas se
ajustaban al plan de persecución inspirado por elementos jesuíticos; los
sinsabores y disgustos que a nosotros nos podría producir una política de
hostilidad y acoso a la masonería, hoy universalmente estimada y respetada, si
se exceptúa Italia, donde las persecuciones obedecen a razones políticas y a
presiones de los elementos religiosos. Hice historia al embajador de nuestra
conducta y proceder desde el día en que se constituyó el Directorio Militar; de
cómo éste atendió nuestras quejas; de las resistencias de las autoridades
locales a seguir las normas que le fueron trazadas por el general Nouvilas, de
acuerdo con las declaraciones del general Primo de Rivera, distinguiéndose en
esta actitud las autoridades gubernativas de Barcelona, Sevilla, Córdoba y
Valladolid, en contraste con las de Madrid, Valencia, Alicante, Almería y
Oviedo, que jamás nos causaron daño ni molestia. También cuidé de insinuar con
toda transparencia el peligro en que estábamos, si las persecuciones proseguían
o no se rectificaba radicalmente la política de los Gobiernos Civiles de
Barcelona, Sevilla, Córdoba y Valladolid, de tener que realizar una acción
defensiva que pudiera tener repercusiones en el exterior, que todos estábamos
obligados a evitar por el buen nombre y prestigio de España.
“No
le oculté que dentro de la orden existía una corriente fuerte que, sintiéndose
humillada y vejada por estas persecuciones, que ya no se estilan en el mundo
civilizado, pedía una campaña de protesta franca y clara, tanto más necesaria
cuanto que la masonería se abstenía de toda labor política y no participaba
para nada en ella”.
“Le
invité con viva insistencia a que me expusiese sin rodeos ni eufemismos su
criterio sobre este problema, que Podía ser para la masonería española de una
capital importancia. La contestación del embajador fue terminante: “En mi
próximo viaje a España me ocuparé de esta cuestión. Se la plantearé
personalmente al presidente del Directorio Militar, y, siendo cierto que
ustedes no hacen política ni se mezclan en ella, haré saber oficialmente mi
opinión de que no pueden ni deben ser ustedes molestados por nadie.”
“Para
conocimiento de todos los hermanos, debo consignar mi firme impresión, sacada
de este diálogo, de que el embajador en Paris está perfectamente informado de
nuestra labor en el extranjero, sigue con atención y conocimiento perfecto
nuestros trabajos, y, aunque el embajador es un hombre de ideas muy
conservadoras, conocedor de los fines y medios que nuestra institución persigue
y emplea, tiene para ella toda clase de respetos.''
De
cómo pagó a la Monarquía y al Directorio la masonería tanta comprensión y
generosidad, nos lo demuestran las conspiraciones desleales de la orden para el
derrocamiento del régimen y los cinco años de política masónica de
persecuciones y de vergúenzas nacionales. Una cosa es
lo que la masonería públicamente dice, y otra muy contraria, lo que en la
práctica realiza.
MASONERIA ESPAÑOLA17 de junio de 1950
LA
característica más acusada en la masonería española es la atea y antinacional.
Hemos visto en trabajos anteriores la expresión de sus fobias anticatólicas y
su ausencia absoluta de sentido español al servir los intereses extranjeros
contra su Patria y buscar la intervención extraña cuando, con razón, se sentían
más o menos amenazados.
Si
nos circunscribimos a los días de nuestra Cruzada, a aquellos tiempos de la
España sin ley en que una masa anarcocomunista, bajo
la dirección de capitostes masones, presidía los tristes destinos de la
República española, la encontramos de nuevo mendigando en el extranjero
acciones de violencia y de intervención contra su Patria.
En un
folleto publicado en la imprenta Lucifer, plaza de la Chapelle,
8, de Bruselas, en mayo de 1937, del que figura como autor el gran maestre
nacional adjunto del gran oriente español, Ceferino González, y dedicado por el masonazo español “a su muy excelente amigo Felicianne Court, uno de los más
puros valores de la francmasonería universal y el más entusiasta defensor de la
causa de los francmasones españoles”, personaje que ejerció durante muchos años
el cargo de “garante de amistad en los valles de España”, .algo así como el
comisario político masónico francés en la masonería española, se intenta
presentar al público una persecución cruel y sanguinaria de los masones en
nuestra Patria, al tiempo que se pretende arrojar sobre la Iglesia de Roma,
blanco constante de los odios de la secta, y sobre lo que el autor llama su
“rabiosa intolerancia”, las culpas de cuanto en España ocurría.
Invirtiendo
los términos del verdadero problema planteado, y sin duda para justificar las
terribles persecuciones religiosas de que hizo objeto a la Iglesia la República
española con sus quemas de conventos, disolución de jesuitas, leyes laicas, así
como el asesinato cometido en aquellos mismos días, en la jurisdicción de la
República, de más de siete mil entre obispos, religiosos y sacerdotes, pretende
levantar sobre la muerte, en las primeras revueltas de la guerra, de algunos
cabecillas rojos de filiación masónica, la monstruosa calumnia de que la
Iglesia Católica fuese la instigadora y la responsable directa de esas muertes.
La
falsedad absoluta con que la francmasonería obra se puede juzgar por el
siguiente párrafo que a continuación insertamos, copiado del folleto aludido, y
que sometemos al juicio sereno de cualquier conciencia honrada. Dice así:
“Todo
el mundo sabe también que el Levantamiento militar fue preparado no en los
cuarteles, sino en las oficinas de los altos dignatarios de la Iglesia, por los
cardenales, los arzobispos y otros eclesiásticos, los que han financiado la
revuelta, los que han dirigido las Juntas revolucionarias y los que han mandado
los pelotones de ejecución encargados de asesinar cobardemente la “élite” de la
población civil española, y marcadamente los francmasones.”
El
párrafo, como se ve, no tiene desperdicio. El odio de la masonería a la fé católica brota en la venenosa calumnia que el maestre
incluye en su mensaje al mundo masónico.
Si
masones eran los principales cabecillas rojos, los gobernadores, muchos jefes
de Policía y presidentes de Comités de salud pública, que desde los primeros
momentos de iniciarse el Glorioso Alzamiento Nacional ejercieron el mando en la
mayoría de los pueblos y lugares de España, ejecutando las órdenes circuladas
con meses de anticipación para desencadenar la acción general revolucionaria, a
la que el Movimiento Nacional salió al paso, ¿qué de particular tiene que hayan
podido caer algunos masones en los primeros encuentros? ¿Qué pretendían? ¿Que
cayeran los de abajo y se libraran los de arriba? ¿Qué de particular hay que en
una guerra civil tan pródiga en sangre caigan los que militan bajo una bandera
o se hacen responsables de crímenes monstruosos ante los Tribunales de Justicia
y que, según propia confesión del autor del folleto aludido, más se destacaron?
En la página 27 nos dice: “El valor y la heroica resistencia del Ejército
popular español, que a la presente es casi enteramente mandado por masones”, lo
que demuestra claramente que masones eran los principales actores de la España
roja.
Lo
que oculta, sin embargo, maliciosamente el masonazo español es que una gran parte de los masones asesinados en España lo fueron
mientras estaban en la cárcel bajo la autoridad de Gobiernos y de jefes
masónicos, y que esto se hizo cumpliendo órdenes de las logias para llevar a
cabo la venganza decretada por ellas contra los masones moderados que con
Lerroux y otros radicales colaboraron el último año de la República con las
derechas. Constituyen legión los diputados radicales masones que fueron
fusilados sin proceso, cuando se encontraban en las cárceles o en sus
domicilios, bajo la garantía de los Gobiernos y de las autoridades
republicanas. Se ve que de los masones caídos sólo interesan los que servían a
los rojos, pero no las víctimas del fratricidio masónico: el exministro Salazar
Alonso, juzgado y ejecutado por un Tribunal popular irregular, sin causa alguna
que pudiera justificarlo; Abad Conde, destacado masón republicano, asesinado
durante la persecución inicua decretada por las logias contra los partidarios
de Lerroux; Melquíades Álvarez, en un tiempo gran oriente español, asesinado en
la cárcel oficial, bajo la custodia de las fuerzas del Gobierno, con otros
muchos diputados y masones; López Ochoa, el destacado general masón, convertido
en héroe de la República, muerto en el hospital de Carabanchel, donde estaba
hospitalizado bajo la custodia militar del Gobierno republicano, por orden de
las logias; Rico Avello, asesinado, ciertamente, por no haberse querido someter
al dictado de las logias, y muchos otros diputados radicales, que en provincias,
y bajo el dominio de las autoridades republicanas, fueron sacados de sus
domicilios para ser ejecutados por el único motivo de la “depuración” que
querían hacer los masones entre los radicales. Todas estas personas pacíficas y
prestigiosas no cuentan para el hermano Ceferino González. Se necesita ser
cabecilla rojo o forajido para que el dolor masónico se acuse.
La
masonería española es así y no podrá dejar de serlo. No ha ocurrido episodio en
España durante siglo y medio en que, con motivo de cualquier clase de revuelta,
revolución o guerra civil, no la aprovechase la masonería para atacar con
monstruosas calumnias a lo que viene constituyendo desde su nacimiento el blanco
de sus odios: la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Quemas de iglesias,
persecuciones de frailes y de pacíficos sacerdotes, sin que jamás haya podido
demostrarse a través de la Historia la menor intervención de la Iglesia o de
sus representantes en las calumnias que se levantaron.
El
espíritu ateo y perseguidor de la fe católica vive perenne en la masonería
continental, y especialmente en la española; lo destila el calumnioso folleto
que comentamos, que acaba descubriéndonos sin pudor en los siguientes párrafos
su fobia anticatólica:
“Esto
debería hacernos pensar a nosotros los francmasones hasta qué límite debemos
llevar nuestra tolerancia, pues a causa de esto, de que la República española y
los francmasones han sido excesivamente tolerantes vis a vis de hombres
reaccionarios de la Iglesia, el que nosotros hayamos de sufrir este duro
calvario.
“No
se puede ser tolerante respecto de los que predican y de los que practican la
intolerancia, la persecución, el odio y la exterminación contra todos aquellos
que no quieran someterse sin condiciones a su tutela o a su tiranía. La
tolerancia en este caso
equivale
a una deserción del deber, a un pacto con el enemigo y muchas veces a una
traición.”
Después
de tan calumnioso y monstruoso exordio había de venir, como consecuencia
forzada, la apelación a la solidaridad masónica internacional, y entre otras
muchas razones destaca el siguiente párrafo:
“En
efecto, este gran conflicto ha puesto a prueba, frecuentemente con
consecuencias trágicas, a muchos de nuestros hermanos de España; pero al mismo
tiempo es justo y natural que deba poner a prueba también de una manera
imperativa, categórica, sin que nadie pueda escapar a sus deberes de ayuda y
solidaridad a todos los francmasones del universo, que no podrán jamás dejar de
solidarizarse, ni moralmente ni materialmente, con sus hermanos de España,
porque con ellos están sólidamente e indisolublemente unidos por sus
principios, por sus juramentos solemnes prestados y por sus compromisos
voluntariamente empeñados.”
Y no
he de cansar a los lectores transcribiendo sus jeremíacas e insidiosas
apelaciones a los sentimientos humanitarios de los pueblos por los bombardeos
de las poblaciones civiles, que la paz demostró estar solamente en la
imaginación masónica del autor; pero con ello se pretendía justificar el
asesinato en masa de los ministros de la fé católica
y movilizar a los elementos masónicos del universo para la conjura
internacional contra nuestra Patria, que con siete años de retraso fructificó
en la Organización de las Naciones Unidas donde tanto masón encuentra asiento.
LAS GRANDES CONJURAS25 de junio
de 1950
LA
influencia que en la política exterior europea ha tenido durante muchos años la
Gran Bretaña y el prestigio de que gozan las logias en aquel país, al
pertenecer a ellas los principales miembros de la familia real, de su nobleza y
la totalidad de sus gobernantes, ha trascendido al mundo diplomático y captado
para la masonería inglesa a muchos diplomáticos extranjeros desarraigados de
sus países, que fueron quedando uncidos al yugo de la influencia británica.
Personajes que en sus países de origen se avergonzarían de pertenecer a las
logias, por su descrédito y bajo nivel moral, no han tenido inconveniente en
figurar en las extranjeras.
En
las Memorias que de su puño y letra dejó escritas el último Presidente de la
República española, señor Azaña, presenta el caso de un diplomático español
que, desempeñando un alto cargo a sus órdenes, le escribe, y, al tiempo que le
confiesa su calidad de masón inglés, le acusa las bajas y despreciables
intrigas de los masones españoles a sus órdenes. Algunos de esos embajadores “amicisimos” a que alude en su libro el agudo conde de
Romanones, debieron a su filiación a las logias extranjeras el secreto de sus
aparentes triunfos en las cosas pequeñas, porque en las grandes sacrificaron
siempre los intereses de su nación a las consignas que las logias extranjeras
les dieron.
No
hay como las revoluciones para poder contemplar a esos individuos, pobres de
espíritu y sin frenos religiosos o espirituales, caldos en las redes masónicas
extranjeras, echarse decididamente en sus brazos, sujetos mimados y colocados
por el extranjero en pingües cargos.
Si se
examinan muchas de las personas que suelen concurrir a los Congresos
internacionales, se encuentra entre ellas una gran proporción de personajes
vinculados a la masonería, a los que los ministros masones suelen nombrar para
estas comisiones de libre elección, lo que explica el predominio de lo masónico
en la mayoría de las Asambleas internacionales.
Cuida
la masonería de lo internacional, porque en ese campo reside su principal
influencia, y aprovecha el desconocimiento que muchos de los Gobiernos tienen
de los problemas concretos internacionales para que esos representantes
masones, faltos de instrucciones determinadas de sus Gobiernos, puedan ejecutar
la voluntad omnímoda de las logias. La decisión sobre los asuntos suele quedar
en la mayoría de los casos abandonada al criterio personal del delegado, que,
tenidas en cuenta la malicia que la masonería utiliza sobre sus afiliados y el
número de masones influyentes colocados en las Direcciones y en las
Secretarías, puede asegurarse se desarrollará la táctica más conveniente a sus
propósitos. Unas veces se procura sorprender con las votaciones imprevistas a
aquellos a los que no se domina; en otras, en que la votación está perdida, se
trata sólo de disminuir la victoria contraria o buscar un aplazamiento, y así
vemos tantas y tantas malicias en las reuniones internacionales, que pocos
aciertan a explicarse, pero que tienen su base en las conjuras masónicas.
El
caso de España en las Asambleas internacionales de los últimos años es harto
elocuente. En él la conjura masónica brilló a alturas insospechadas, llegando
incluso a sacrificar el propio prestigio de la institución. En la historia de
las relaciones internacionales quedará el caso como un hito, el más monstruoso
y cínico que los tiempos modernos registran. Mientras Rusia destruía países, se
armaba hasta los dientes, amenazaba la paz y arrastraba al Occidente a destruir
los principios solemnemente proclamados de la Carta del Atlántico, se discutía
en el Consejo de Seguridad si una nación pacífica, con veintiocho millones de
habitantes y una modesta industria, neutral en las dos mayores conflagraciones
que la Historia conoce, podía constituir una amenaza en potencia para la paz.
Se olvidaban, asimismo, las ayudas y concesiones hechas a Alemania por los
principales países de Europa que cayeron bajo el área de su presión, en
holocausto a la filiación masónica de sus príncipes y de sus políticos, al
tiempo que se faltaba a las promesas públicas y solemnes que Roosevelt había
hecho a España en los momentos más críticos de la guerra.
Si
alguien pudo hacerse ilusiones con la nueva sociedad, ella se encargó de
desvanecerlas. Ni la carencia de causa, unánimemente reconocida, ni la barrera
de los propios estatutos, que prohiben a la O. N. U.
inmiscuirse en lo que es privativo de la soberanía de cada nación, ni la ética
internacional, pisoteada en este caso como nunca, sirvieron frente a la conjura
que las logias hablan preparado.
En
los pormenores se llegó a casos verdaderamente inauditos. Como el de uno de los
promotores en San Francisco, masón aprovechado, que cobró en oro de los
rojos españoles su intervención contra nuestra Nación; otro delegado que en el
Consejo de Seguridad, en Londres, emitió su voto contra lo que su Gobierno le
había ordenado, obedeciendo antes los mandatos de la masonería que la voz de su
país, y que hubo de ser sustituido; otros, a la hora de votar en Nueva York,
teniendo órdenes de su Gobierno de hacerlo favorablemente, se ausentaron de la
sala o se hicieron los enfermos. De todo hubo en las lamentables sesiones de
las Naciones Unidas para hacer un guiso de liebre sin liebre; pero si nos
asomamos a los órganos de trabajo de la Organización de las Naciones Unidas
tenemos que confesar que no podía ser de otra manera, ya que, como toda obra
inspirada por la masonería, colocó en su Secretariado a un destacadísimo masón,
a Trygve Lie, el que, ejecutando aparentemente la
consigna masónica de emplear en los puestos de él dependientes a sus afiliados,
con malicia y tenacidad llenó de masones de doble obediencia las oficinas del
organismo. Creían los masones que apoyaron su candidatura haber logrado con
ella una buena jugada masónica, pero pronto advirtieron su equivocación, ya que
el secretario, pese a su alta categoría masónica, tenía un nuevo amo:
pertenecía a los hombres de doble nacionalidad, a los súbditos secretos de
Moscú, y Moscú es el que entonces dicta y ordena en la Secretaría que Trygve Lie sirve.
La
urgente movilización por los Estados Unidos de Benjamín Cohen y Branden, para
unirlos como adjuntos a la Secretaría de las Naciones Unidas, sólo pudo paliar
en algo el mal. El caso de Trygve Lie es un ejemplo
que no debe olvidarse.
ACLARACION A UN ARTICULO27 de
junio de 1950
EN
nuestra redacción se ha recibido una carta con el ruego de que hagamos una
rectificación respecto al texto de uno de los artículos que bajo el título
general de “Masonería” viene publicando nuestro colaborador J. Boor.
Fácilmente
podemos complacer a nuestros amables comunicantes, puesto que nuestro
colaborador J. Boor, en artículo de fecha 18 de
junio, se refería, con carácter general, al afán que tenían los masones de
eliminar a todos los diputados radicales que no estuviesen dispuestos a
secundar sus planes.
Todos
nuestros lectores recordarán el abolengo masónico del partido radical. Sus
principales jefes, don Alejandro Lerroux y Martínez Barrio, nunca negaron su
afiliación a las logias, y casi todo el estado mayor que los rodeó antes y
después de su rompimiento estaba compuesto, en buena parte, por masones. Esto
no presupone que entre los dirigentes del partido radical no hubiese gentes
ajenas a la turbiedad de las logias. Cuando don Alejandro Lerroux y Diego
Martínez Barrio marcharon por diferentes caminos políticos, este último, como
Gran Oriente español, dispuso el ataque de la masonería contra el sector
enemigo de sus antiguos correligionarios. La escisión radical se sustanció de
un modo sangriento durante nuestra guerra, y el puro problema interno de esta
escisión llevó a la muerte a muchos radicales, unos masones y otros no.
Y es
que entre los diputados radicales los hubo quienes murieron como buenos
españoles, y su muerte se produjo en circunstancias bajo las cuales el problema
interno del partido radical quedó ampliamente rebasado por el problema de
España. Y a España entregaron su vida, generosamente, muchos diputados
radicales alevosamente asesinados en la zona marxista-masónica.
DE YALTA A POTSDAM2 de
julio de 1950
CON
motivo de mis trabajos sobre la masonería son varios los lectores que me piden
les aclare cuál es la situación de Rusia con la masonería y el porqué de las
concesiones que en Yalta, Teherán y Potsdam hicieron a Rusia masones tan
conspicuos como Roosevelt y Churchill, y aún han venido haciéndolas después de
haber faltado aquella a todo lo pactado.
Mis
lectores han tocado el punto más grave y delicado de toda la política
internacional contemporánea, el secreto que se guarda cuidadosamente como la
más trascendental de las vergüenzas. No ha de olvidarse que todo lo que en la
sombra se oculta suele ser malo, turbio y venenoso, y la masonería, que se
oculta en el secreto de las logias y en la severa disciplina de sus juramentos,
padece en todas las latitudes de esas mismas cualidades. Nada, por lo tanto,
puede sorprendernos de lo que en la masonería ocurra.
Nos
basta seguir los pasos de la secta para que descubramos mucho en el camino que
nos interesa. No existe la masonería en Rusia. Si no admite las sociedades
públicas, menos podrá admitir las secretas. Sin embargo, podemos afirmar que
Rusia conoce la masonería.
En
alguno de nuestros trabajos anteriores hemos aludido a un personaje interesante
de los años de la guerra, a Harry Hopkins, aquel consejero privado del
Presidente Roosevelt, a quien muchos llamaban el Richelieu americano, y que
acompañó hasta el último momento al Presidente en sus viajes y reuniones
internacionales. Nadie se detuvo a preguntar entonces qué representaba aquel
hombre en la vida del Presidente, nadie lo comentaba; seguía a Roosevelt como
la sombra al cuerpo, y hasta en muy breve plazo le siguió en su viaje al
“oriente eterno”, no muy cómodo, por cierto, para sus pecados.
Dicen
los que le conocieron que su consejo llegó a ser decisivo en todos los asuntos,
peculiaridad ésta de los consejeros privados que no comprendemos los hombres de
Europa, en la que los consejeros de los hombres de Estado contraen una
responsabilidad directa, como los ministros. El valido es aquí figura relegada
a la historia vieja del absolutismo de los reyes.
No
pretendemos cargar sobre el privado las graves responsabilidades que Roosevelt,
como Presidente, contrajo, ya que a él correspondía el no equivocarse, aunque
sobre el valido caiga la responsabilidad moral del mal consejo. Harry Hopkins
era hombre competente y discreto, pero fue, sin duda, el hombre de Rusia, al
que se le comisionaban las más delicadas misiones y el que parecía gozar en la
U.R.S.S. de cierta confianza. En momentos graves y decisivos de la guerra, y
pese a su delicado estado de salud, desempeñó importantísimas misiones
confidenciales en Moscú.
¿Qué
es lo que le unía y acercaba a Stalin? ¿Qué era lo que los atraía y los
obligaba que desconocemos? Tanta afición a la publicidad de documentos y libros
blancos en los Estados Unidos y quedan inéditos estos pasajes de tanto interés
para el análisis de las debilidades y de las intrigas de la posguerra.
En
una de las muchas informaciones que sobre el espionaje ruso aparecen en el
expediente sobre actividades antiamericanas ha visto la luz, y la recogió la
Prensa, la declaración de un aviador que afirmaba haber llevado durante la
guerra a Rusia uranio por orden superior, denunciando como autor de tales
envíos a Harry Hopkins, cuyas iniciales —H. H.— iban consignadas en la
expedición. ¿No es extraña esta coincidencia, el hombre grato a Stalin y los
envíos del uranio?
Otro
personaje americano para considerar, perteneciente al círculo de los masones
gobernantes, y que tras un ruidoso proceso acabó condenado por los tribunales
americanos, convicto de haber entregado a Rusia importantes secretos atómicos,
es Hiss, a quien en la desgracia el actual secretario
de Estado llegó a reiterarle su amistad.
La
presencia en la Secretaria de Estado americana durante toda la contienda de un
elevadísimo número de agentes secretos soviéticos, muchos de los cuales fueron
expulsados por la administración Truman, revela que los que dirigieron en
aquellos tiempos la guerra incurrieron en flaquezas o complacencias comunistas.
Espanta la facilidad con que el comunismo se movió en los puntos neurálgicos de
la política americana.
Si
enlazamos estos hechos con el del importante masón Trygve Lie, secretario de la O. N. U., positivamente bajo la influencia rusa,
comprenderemos las posibilidades que ofrece la masonería a un hombre astuto
como Stalin para el logro de sus propósitos. El hecho de que un masón de la
categoría del secretario de las Naciones aparezca traicionando a la orden y
sirviendo a Moscú, es harto elocuente para ser despreciado. Se olvida el
Occidente que se encuentra ante un enemigo inteligente, que vive para sus fines
exclusivamente y que cuando parece ceder no es que entrega nada, sino que le
conviene retroceder sus posiciones para un salto mayor. Cuestión exclusivamente
de táctica. La diferencia es bien profunda: mientras el Occidente teme la
guerra y vive para la paz, los soviets, desde que subieron al Poder, viven para
la revolución y para extender al mundo su dominio; en nada reparan y en nada se
detienen.
Los
agentes comunistas son elegidos entre los hombres más hábiles e intencionados
en un país de gran demografía, como Rusia, y preparados desde su juventud
concienzudamente. Lo particular, en Rusia, no distrae del servicio de los
soviets. El equivocarse es fatal en aquel meridiano. Treinta años llevan los
soviets estudiando y espiando el Occidente, preparando concienzudamente su
hora, sin reparar los medios; cuando su poder de captación no llega, su oro
sabe abrir las puertas.
No
pudo pasar inadvertido para Moscú quiénes eran los que mandaban en el mundo de
los occidentales, la filiación masónica de Roosevelt y de sus consejeros;
quiénes decidían, con o sin responsabilidad, en Europa y América, y puso su
sitio a la fortaleza, y evidentemente la conquistó. Rusia dispuso en el circulo
masónico de Roosevelt y de los gobernantes americanos durante mucho tiempo de
una influencia decisiva.
En el
mundo materialista, todo es cuestión de precio, y para los soviets el precio no
cuenta cuando el objetivo es codiciado.
No se
preocupen mis lectores: no hay masonería en los soviets, pero la conocen y la
compran cuando es menester.
MANIOBRAS MASÓNICAS9 de
Julio de 1950
AL
analizar los distintos sectores de las actividades masónicas nos hemos
encontrado frente al hecho incontrovertible de la influencia y las filtraciones
soviéticas en aquellos puntos clave que la masonería creía inaccesibles para
sus adversarios. Lo que a tantos “hermanitos” les hace rasgar las vestiduras y
clamar “ijubelas! ¡Jubelos!
¡Jubelum!” se presenta para nosotros como un hecho
natural correspondiente a la acción política que la masonería desarrolla. La
filtración de espías en el campo de los enemigos figuró siempre en el abecé de
las tácticas políticas. ¿Por qué habíamos de considerar a Stalin y a su
política tan torpes —que, por cierto, no han pecado de ello— para perdonar esta
fuente de información y de influencia que se les ofrece? ¿Es que se presenta
tan difícil en el mundo materialista de las logias el encontrar hombres que se
vendan o filtrar en ellas gentes hipócritas de segura disciplina? En esto pasó
lo que tenía que pasar, y lo que viene ocurriendo en muchos países desde que la
masonería es masonería.
El Boletín
de la Asociación de Estudios e Informaciones políticas Internacionales, publicación
bimensual, correspondiente al mes de julio actual, inserta en su número 29 una
crónica sobre Trygve Lie digna de ser divulgada, y
que viene a confirmar lo que en uno de nuestros últimos trabajos exponíamos
sobre el sometimiento a Moscú del secretario general de las Naciones Unidas. De
sus antecedentes nos dice:
“Trygve Lie, en tanto que funcionario dirigente del partido
socialdemócrata obrero noruego, una de las primeras secciones de la
Internacional comunista, ha pertenecido desde 1919 a esta organización hasta
1923, fecha de la ruptura entre su partido y Moscú. Poco después de esto, al
margen de las relaciones oficiales, quedó en excelentes relaciones personales
con el Estado soviético, cultivando el presente y preparando el porvenir.
“Convertido
en ministro de justicia, tuvo en 1936 ocasión de hacer a Stalin un servicio que
no deja lugar a dudas en cuanto a los lazos secretos, ya anudados, entre él y
el Poder soviético. El 13 de agosto de 1936 León Trotsky, refugiado en Noruega
desde junio de 1935, recibía la visita de la Policía noruega sin motivo ni
ocasión aparente. Al día siguiente Moscú anunciaba el primer proceso de los
antiguos dirigentes comunistas rusos Zinovicht, Ramenev y otros, tachados de diversos crímenes ficticios,
comprendidos entre ellos el del trotskysmo. Trvgve Lie estaba, pues, advertido y había rendido un
servicio al Kremlin sin siquiera esperar la apertura, todavía no iniciada, del
primer proceso.”
“En
aquella idea, puesta en obra por Stalin para exterminar la vieja guardia de su
partido, existía la connivencia de Trygve Lie con la
G. P. U. Cuando la Prensa noruega, debidamente movida, se puso bruscamente a
acusar de amenazas hitlerianas a un exilado, al cual hasta entonces nada había
habido que reprochar, todos sabían de dónde venia la inspiración y por quién
había sido transmitida. Trigve Lie obedecía con toda
disciplina a las instrucciones de Moscú.”
Liberamos
a nuestros lectores del relato que el Boletín publica sobre el celo
puesto por Trygve Lie contra su prisionero Trotsky,
las persecuciones e intervenciones de que le hace objeto, hasta que le obliga a
embarcar clandestinamente para Méjico, donde le esperaban los asesinos de la G.
P. U., que, cuatro años más tarde, cumplían las consignas policíacas estalinianas.
A este respecto, el Boletin acusa: “Que Lie se
comportó, no como ministro de Justicia de un Estado de civilización occidental,
sino como un aventurero político aliado con Moscú y un auxiliar consciente de
la dictadura y de la vindicta implacable de Stalin.”
Como
se ve, la figura de Lie no era una figura inédita. Muy conocido en su país,
destacaba por sus servicios al comunismo, y, sin embargo, medraba en las logias
y alcanzaba los más elevados grados de la masonería; pero no hacía falta ir a pozar en su vida pasada, pues muy recientemente, en 1945,
nos recuerda el Boletin que, siendo ministro
de Negocios Extranjeros del Gobierno noruego, propuso a la Unión Soviética una
defensa militar conjunta en Spitzberg, o sea, que un
mes antes del fin de la guerra europea pretendía entregar Spitzberg a Rusia y defenderlo conjuntamente, ¿contra quien? Evidentemente, contra
Inglaterra y Norteamérica. La proposición de Líe incluía, al parecer, la
fortificación del archipiélago Svalbard, comprendiendo en él la isla de los
Osos, en el Ártico. La iniciativa fué torpedeada
firmemente por la diplomacia británica; pero sin que esto impidiese que,
fracasada su candidatura para presidente de la Asamblea General de la O. N. U.,
fuese, sin embargo, aceptado para la Secretaria General, a propuesta de Rusia,
después de haber anunciado ésta su veto a la propuesta del embajador del Canadá
en Washington.
Hoy
el mundo internacional se siente alarmado ante la conducta de Trygve Lie, y a este propósito, el Boletín aludido
nos informa de los poderes excepcionales que la Secretaria General asume
diciéndonos “que Trygve Lie ha podido seleccionar a
su gusto su personal de secretarios adjuntos, a los ocho altos funcionarios que
dirigen a las 2.600 personas de su secretariado; que él ha nombrado en seguida
a Arcadi Savokf como adjunto para los negocios del
Consejo de Seguridad, posición clave de él; al puesto de agente para los
negocios sociales, a Henry Langier, bolchevizante
notorio, vicepresidente de la “Raprochement franc-sovietique”; el puesto de agente para los negocios
jurídicos, a Iván Kern, satélite checoslovaco; a las funciones de consejero y
director de la sección jurídica, a Abraham Feller, sovietófilo declarado, miembro de varios grupos relacionados con el comunismo, etc. Bajo
las órdenes de un tal Estado Mayor pululan los espías y los agentes a la Goubichev (aquél, recientemente condenado por un Tribunal
de Nueva York y expulsado de los Estados Unidos), y, sobre todo, a gentes que
se afirman no comunistas para mejor cumplir las necesidades conforme a la
política de Moscú; no se trata, pues, más que de una ideología, de complacencia
hacia un Estado corruptor, que sabe remunerar, intimidar o pervertir como
ninguna otra potencia”.
Acusa
igualmente el Boletín las maniobras de Trygve Lie en cuantos asuntos fueron sometidos al Consejo de Seguridad. Lo que pasó
sobre la guerra civil en Grecia, donde fueron comisionados por el secretario
general comunistas y agentes rusos de lo más destacado; la sustracción de
documentos en las Comisiones nombradas o las maniobras en la presentación de
los asuntos o en la eliminación del orden del día. Hechos relatados con cierta
minuciosidad que vienen a confirmar la entrega incondicional a Moscú del
secretario de la Organización de las Naciones Unidas.
Otro
punto neurálgico de esta filtración soviética que la masonería nos presenta es
la del Estado de Israel, donde, a pretexto de crear un Estado confesional
judío, se ha llevado a cabo una concentración de elementos ateos del centro de
Europa y de los bajos fondos internacionales, que acaban tachando de fariseos y
de atrasados a los ministros y representantes de la fe mosaica. Lo que quiso
ser un Estado judío edificado sobre los viejos moldes del judaísmo
internacional, se convierte así en foco de concentración de gentes sin fe y sin
arraigo, abiertas a las consignas y a las influencias extranjeras.
Una
vez más aprovecha Rusia el estado de cosas que la masonería le ofrece para
servir a su interés. Conocía Rusia la gran influencia del judaísmo en la política
americana, la presencia en muchos de los Gobiernos de Europa y de América de
destacados miembros de las sectas masónicas, el juramento contraído por éstos
al pasar por los grados XV y XVI de “caballeros de oriente o de la espada y de
príncipes de Jerusalén”, respectivamente; “de devolver al pueblo hebreo todo
aquello que perdió por la fuerza”, y mientras ayudaba y sostenía los atentados
terroristas del Stern en el Oriente Medio, trabajaba en las reuniones
internacionales para favorecer los ideales sionistas, que pondrían la bomba en
el campo de sus enemigos, pues para Rusia, antes de la guerra, en la guerra y
después de la guerra, las naciones que no se le someten son siempre su enemigo.
Nadie
más deseoso que las naciones occidentales en mantener la paz y el orden en el
Oriente Medio; pero ninguna tampoco más interesada que Rusia en crear un centro
de disociación en el frente unido que el Oriente Medio ofrecía a las ambiciones
de expansión soviética. El momento no podía ser más favorable. La creación de
Israel fue un parto soviético. Aquí, como en el caso de Lie, también el
presidente Bengurion se nos ofrece con la complejidad
de su doble nacionalidad, ya que con nombre diferente militó en las filas
comunistas.
No
perdamos de vista el diminuto Estado, que, si pequeño es su contenido, es
ambicioso en sus aspiraciones, que alcanzan los límites del Eufrates, que, por
disparatado que esto nos parezca, existe quien alimenta la hoguera que puede un
día convertirse en incendio devorador, tras el que irrumpan los tanques de los
bárbaros modernos.
ACCIONES ASESINAS16 de julio
de 1950
UNO
de los principales argumentos que la masonería esgrime en su defensa es el de
aprovechar las inexactitudes que algunas veces se escriben sobre la secta y
fundamentar sobre ellas el que son igualmente falsas las acusaciones verdaderas
que por tantos motivos se le hacen.
El
secreto con que la masonería obra y con el que defiende sus actividades
criminosas, así como la influencia e impunidad de que disfruta en muchos países,
le permite borrar con facilidad las huellas de sus acciones y que, por falta
muchas veces de pruebas materiales, pueda incurrirse en error.
En
otras muchas ocasiones se desvía la atención pública y acaba polarizando la
repulsa hacia otras autoridades secretas internacionales, como el comunismo y
el judaísmo, alejando de la masonería la sospecha.
Judaísmo,
masonería y comunismo son tres cosas distintas, que no hay que confundir,
aunque muchas veces las veamos trabajar en el mismo sentido y aprovecharse unas
de las conspiraciones que promueven las otras; sin embargo, la masonería es
entre ellas la más organizada y poderosa en el mundo occidental y la que mejor
aprovecha la susceptibilidad que en la opinión pública las otras provocan.
La
publicación y difusión que hace cerca de veinte años tuvo el famoso libro de H.
Ford El judío internacional, también llamado Los protocolos de los
sabios de Sion, provocó en la opinión pública del mundo una profunda
impresión, al conocer la participación del judaísmo en los acontecimientos
políticos internacionales que siguieron a la primera gran contienda, al ponerse
al descubierto las doctrinas talmúdicas y su conspiración para apoderarse de
los resortes de la sociedad, concentrándose sobre el judaísmo el recelo y la
suspicacia de la opinión pública de las naciones en los años siguientes y
desviándolas del verdadero centro de poder que la masonería encarnaba.
Recientemente,
con motivo de una importante pastoral que el señor obispo de Teruel dirigió a
sus fieles, y en que se ocupaba del gravísimo mal que la masonería
representaba, se utilizaron las alusiones que en el escrito se hacían de la
obra del judaísmo para, alimentando viejos recelos, excitar al mundo judío
contra nuestra Patria; así, al tiempo que se hacía una propaganda contra
España, se utilizaba al judaísmo como pararrayos que desviase las acusaciones y
condenaciones terminantes que el prelado, siguiendo las normas de la Iglesia,
hacía de la masonería en su pastoral, pastoral que la Prensa extranjera,
insidiosamente, convertía en un articulo de un periódico político suscrito por
un prelado.
El
que la Iglesia cuide y dedique preferente atención a cuanto trata de socavar la
fe y de impedir a través de leyes laicas y materialistas el ejercicio de su
apostolado y de sus fines espirituales y educativos, no sólo es cosa natural y
lícita, sino que constituye un deber que, por penoso que muchas veces se
presente, es ineludible para quienes por su jerarquía y responsabilidad tienen
encomendada la defensa y el cuidado de las almas. Pastorales análogas a la del
obispo de Teruel vimos publicadas en muchos países en los últimos años y
recientemente por la jerarquía de una de las Repúblicas hispanas que, al igual
que el obispo de Teruel, recordó a sus fieles las condenaciones expresas y
terminantes que la Iglesia había fulminado en todos los tiempos contra los miembros
de la masonería y la incompatibilidad expresa entre católicos y masones.
Por
todo esto es muy conveniente aclarar bien los papeles para no confundir las
cosas ni darles medios de defensa a los “hermanitos”, y que cada palo aguante
su correspondiente vela. Que lo español, por católico y por español, es
igualmente detestado por la masonería y el judaísmo, es evidente; pero judaísmo
no quiere decir pueblo hebreo, sino esa minoría judía conspiradora que utiliza
a la masonería como uno de sus instrumentos.
Desde
que la herejía luterana y la traición inglesa a la causa de la fe católica
desencadenaron en Europa las luchas de religión, España viene siendo el blanco
de la conspiración de las sectas disidentes. La leyenda negra por ellas
levantada se mantuvo viva y renovada periódicamente. Había que desprestigiar a
España en el exterior y minar su poderío en el interior, y la masonería fue el
instrumento más eficaz que, a través de los siglos XVIII y XIX, vino moviendo
los hilos de la conspiración.
Si
hemos de analizar, aunque sea someramente, los daños que la masonería en estos
siglos causó a la Nación española, es necesario conocer los prolegómenos de
aquel movimiento.
Se ha
pretendido, a través de la Historia, arrojar sobre España la acusación de su
espíritu antijudio, fundamentada sobre la expulsión
que los Reyes Católicos hicieron de los judíos existentes en su Reino, sin
tener en cuenta los artificiosos detractores de nuestra Nación que esto venía
ocurriendo en aquellos siglos en muchos países de Europa, y que antes de ser
expulsados de España, los judíos lo habían sido también de Inglaterra y de
Francia, y en alguna nación, por dos o tres veces.
La
expulsión de los judíos de España no revestía un carácter racial e incluso
religioso, ya que los judíos habían perdido este carácter para convertirse,
durante el siglo XV, en una secta fanática, incrédula y tenebrosa, carente de
fundamentos religiosos, pero que animados de un rencor profundo contra los
católicos conspiraban contra ellos con alevosa hipocresía.
En la
historia de las Cortes de Castilla y en las de Aragón y Navarra aparecen en el
último tercio de aquel siglo severas recriminaciones contra los hechos
gravísimos de que los judios eran actores. El
acontecer de aquellos siglos recogido por nuestros historiadores refleja hechos
tan elocuentes como el sucedido en Segovia, en que los judíos se hacen con una
hostia consagrada con ánimo de profanarla, y un hecho portentoso los aterra: el
que da lugar a una fiesta anual antiquísima que recuerda el milagro; pero no es
sólo en España, pues en la catedral de Bruselas se conserva también la hostia
de que brotó sangre al atravesarla los judíos con sus puñales, y que aquellas
generaciones llevaron a las vidrieras de sus cristales, que exponen los hechos
a los ojos del mundo.
Asesinatos
de niños y de adultos en reuniones secretas. El caso conocido del acólito de la
catedral de la Seo de Zaragoza, hijo del notario Sancho Valero, crucificado en
la pared de la “alajama” y atravesado por una pica
por el judío Mossed Albayucete,
que al descubrirse milagrosamente el cadáver convierte al rabino y a sus
secuaces.
En el
año 1454, en el Señorío de don Luis de Almansa, dos judíos mataron a un niño y
lo enterraron después de haberle arrancado el corazón para hacer con él un
maleficio.
Otras
dos tentativas de asesinato hubo en Toro en el año 1457, cometidas por judíos
de aquella ciudad bajo el imperio del descreído Monarca Don Enrique IV, el
Impotente, influido por judíos y conversos, que deja impunes tales
crímenes.
En
Sepúlveda, en 1468, un rabino llamado Salomón Pichot se apoderó de un niño y lo
asesinó cruelmente en complicidad con otros judíos del mismo pueblo, lo que
despertó la indignación popular contra la secta en la mayoría de los pueblos de
Castilla, provocando en muchos casos la justicia del pueblo por desasistencia
de la oficial. La influencia de los magnates judíos y de su dinero alcanzaban a
prostituir a la justicia.
En
Toledo, en la Puerta del Perdón, donde pedía limosna una pobre ciega, un hijo
pequeño suyo fue raptado por un falso converso de la guardia, llevado a una
caverna, donde fue azotado y crucificado, haciendo un simulacro de la Pasión de
Jesús, asesinando al niño y abriéndole el costado para sacarle el corazón, que fue
llevado por un malvado, llamado Masuras, a la
sinagoga de Zamora, lo que fue demostrado en el proceso abierto en Ávila, con
el que se escribió la historia del martirio del niño inocente. El asesinato en
Zaragoza, tres años después, del inquisidor San Pedro de Arbúes,
asesinato pagado por los judíos y abogados de la capital de Aragón, que provocó
una explosión del pueblo zaragozano contra los judíos y conversos, que evitó el
arzobispo don Alonso de Aragón.
En
1460, los grandes de Castilla ya habían pedido a Don Enrique el Impotente la expulsión de los judíos, no sólo de su Consejo, sino de sus Estados. No se
trataba de la destrucción de un movimiento religioso o de conciencias, sino de
la extirpación de unas sectas degeneradas, secretas, conspiradoras y
criminales, que si no eran ya una francmasonería, constituían un preludio de lo
que ésta había de ser.
Los
Reyes Católicos, al promulgar su decreto de la conversión o expulsión de los
judíos, no hacían más que satisfacer una necesidad nacional, demandada por el
pueblo a través de los últimos veinticinco años.
Que
en las medidas de expulsión de los judíos pudieran haber pagado justos por
pecadores, es cosa muy posible: no podía exigírsele mucho más a la justicia de
aquellos tiempos; pero lo que sí interesa afirmar es que la expulsión española
no fué sino una más de las que en Europa tuvieron
lugar e impuesta por la opinión pública contra las maquinaciones repetidas de
las sectas secretas.
No
desapareció, sin embargo, con la expulsión de unos judíos y la conversión de
otros el peligro que las sociedades secretas judías representaban para la
unidad religiosa y la paz interna de la Nación, pues aprovechando cualquier
coyuntura una parte de aquellos judíos conversos ejecutaban aquella consigna
que rodaba entonces entre los judíos por las ciudades españolas de “bautizar
los cuerpos, pero guardar las almas”.
A la
muerte de Don Fernando el Católico, surge entre los cristianos nuevos e
hijos de conversos de Aragón y Cataluña la intriga cerca de los validos del
nuevo Monarca, a los que se ofrecen montañas de oro por la supresión del Santo
Oficio siendo apoyados por muchos grandes y magnates dolidos por la política de
los Reyes Católicos, que había disminuido su Poder y su influencia. La figura
de Cisneros, en lucha firme y tenaz contra las insolencias de la nobleza y la
venalidad cortesana, se impuso, con el armamento de cuarenta mil labradores y
menestrales castellanos, a las intrigas, conspiraciones y rapacerías de los
descontentos.
Este
es el momento en que resurgen y toman cuerpo las comunidades de Castilla, tan
españolas como difamadas, y cuyo nombre, bastardeado, un día va a servir para
designar una de las ramas masónicas que envilecieron nuestro país.
DAÑOS
A ESPAÑA
23 de julio
de 1950
SI
queremos explicar los acontecimientos masónicos que tanto daño causaron a
nuestra Patria al correr de los dos últimos siglos, necesitamos examinar la
influencia que la gran apostasía de la un dia católica nación inglesa tuvo sobre la descristianización del occidente europeo
y su repercusión en. la revolución intelectual del siglo XVIII.
Cuando
se examina la Historia con la perspectiva que ofrece la distancia, se aprecian
los fenómenos de muy distinta manera de la que pudieron hacerlo los que han
vivido bajo el torbellino de aquellos acontecimientos.
El
nacimiento en Londres de la masonería en el alborear del siglo XVIII, al tiempo
que en Francia reinaba Luis XIV, cuya gloria y poder tenía humillada y
resentida a su nobleza, simpatizante con la revolución y que en los clubs y
salones intelectuales de París y Londres conspiraban contra su legítimo señor,
forzosamente había de tener una influencia decisiva en la preparación del
camino de la Revolución francesa.
La
muerte del Rey Sol fue la señal para la descomposición de la gran Monarquía
católica, y nada como el ambiente que rodeó a aquel trágico acontecimiento para
revelarnos el grado de degeneración en que había caído la nobleza gala. Son muy
elocuentes las palabras de un moderno historiador francés al referirse a
aquellos acontecimientos:
“En
el llano de San Denis el pueblo bajo corría para ver sus funerales,
amontonándose y riendo como en un espectáculo de feria. Una alegría tan
escandalosa no habría jamás estallado y no se hubiera mostrado si el ejemplo no
hubiese venido de más alto; aunque los altos poderes nada hubieran dicho, ni
nada mandado, el Regente, duque de Orleáns, había decidido dar el menor
esplendor posible a los funerales y la Corte se había abstenido de aparecer. En
la ceremonia de los grandes jesuitas no se vió ni a
diez cortesanos. Los duques y los pares, radiantes de alegría, se habían
precipitado a casa del Regente y no habían soñado más que en aprovechar la
ocasión que les ofrecía el destino para brillar y para mandar. Respiraban como
los niños a los cuales el maestro acaba de morir. Con Luis XIV pensaban ver
terminado un largo periodo en el que la nobleza no había conocido más que
desagrados y humillaciones.”
Con
la muerte de Luis XIV desaparecía el señor temido, que había tenido en su puño
a todo el país, que no consentía tibios ni toleraba traidores y en el que la
unidad de la fe católica rechazaba mixtificaciones y jansenismos.
No se
apercibía esta nobleza ambiciosa y decadente que con sus logias y clubs forjaba
el instrumento que a plazo fijo había de destruir su propia existencia. La
emancipación de esta nobleza imprime desde entonces un nuevo tono a la sociedad
europea. El ateísmo y el materialismo que desde el siglo XVII venían roncando
sordamente en Francia iban a tener ocasión de manifestarse al abrigo del snobismo intelectual de la nobleza. Los salones de Paris y
Londres se convirtieron en los centros de propaganda de aquella época. En ellos
y en sus logias polarizaban los visitantes extranjeros, y en sus tertulias se
forjaban las reputaciones intelectuales y se creaban los académicos, así como
se elevaban gobernantes y reformadores. Y aquella clase sin moral formaba cola en
los palacios de las favoritas, donde se administraban los favores de aquella
gran sociedad de socorros mutuos que constituía el intelectualismo del siglo
XVIII.
La
atracción que París y Londres ejercían sobre el extranjero crea un espíritu
cosmopolita, que lleva a los nobles a servir bajo banderas extranjeras y a los
matrimonios internacionales entre la nobleza, que habían de socavar el
patriotismo y las nobles tradiciones de las naciones que desaparecían ante el
empuje de las ideas nuevas de la sociedad materialista que nacía.
Pese
a la fe católica de nuestra España y al apego a sus tradiciones del pueblo, no
pudo aquélla aislarse del movimiento renovador, pues a ello contribuía de
manera decisiva el asentamiento en el Trono de España de la dinastía borbónica,
que imprimió a la Corte, nobleza y clases directoras el espíritu de la moda
francesa. Contra ello reaccionó, en la débil medida de sus posibilidades, el
buen pueblo español con aquellas algaradas que más que revoluciones podríamos
llamar explosiones de ironía y buen humor.
La
permanencia, pese a todas estas influencias, en el mapa dilatado de España de
un espíritu católico y tradicional, enraizado en el campo y en sus provincias,
acentuó el divorcio entre el pueblo y los que pozando en los pestilentes pantanos europeos pretendían traernos a hombros de una
fisonomía materialista las directrices políticas en que asentar la vida de la
Patria. Iniciándose desde entonces la enemiga contra nuestra nación de la
masonería europea, defraudada en sus afanes proselitistas al resistirse a su
invasión desde las trincheras de su fe y de sus tradiciones.
Es
necesario meditar sobre el estado de las clases directoras de aquella sociedad
europea masónica y atea para poder apreciar el daño gravísimo que iba a
extenderse en breve plazo por Europa y América.
El
anticristianismo y el ateísmo, que nacidos en Holanda tomaron pie en Inglaterra
por la apostasía del Soberano inglés y de la alta nobleza y medios cultivados y
aristocráticos, con la muerte de la fe católica en aquel país y la corrupción
subsiguiente de las autoridades y minorías directoras de otros países, tiene
tal influencia en el destino de los pueblos que nada más elocuente a estos
efectos que las palabras de San Alfonso Ligorio al juzgar la trascendencia de
la conducta en el camino de la fe de los príncipes y gobernantes: “Si yo logro
ganar un Rey, yo habré hecho más por la causa de Dios que si hubiera predicado
centenares y millares de Misiones. Lo que un Soberano tocado por la gracia de
Dios puede hacer en el servicio de la Iglesia y de las almas, mil Misiones no
lo harían jamás.” Si tanto puede, a juicio del Santo, el ejemplo y la virtud
del príncipe en el camino del bien y de la salvación de las almas, peor ocurre
cuando la impiedad o el ateísmo del príncipe y de los jefes es conocido por los
gobernados.
No
podríamos entrar en el análisis de los daños que la masonería causó a España en
estos siglos sin conocer el espíritu que reinaba en esta corrompida sociedad
europea, en que los papanatas de medio mundo se miraban.
FILOSOFIA MASONICA30 de julio de 1950
LA
aportación del extranjero a la historia de nuestra nación nos ha sido
generalmente adversa. Así, el entroncamiento con la Casa de Austria desvió a
España del camino que le trazaba el testamento de Isabel y Fernando,
posponiendo aquél a los intereses europeos de la nueva dinastía, que con sus
príncipes había de traernos su Corte de flamencos y la tolerancia con los
errores religiosos en boga en Europa, de lo que sólo pudo salvarnos la santa
intransigencia española; pero no sin pasar por el período precedente de
contagio.
Nacionalizada
la dinastía y vuelta España a la ruta de sus nobles empresas, la muerte del
último de los Austrias nos llevó, tras la guerra de la sucesión, al predominio
de la rama borbónica, que abrió nuestra nación a la influencia gala e inició la
etapa de nuestra decadencia, que los años siguientes habían de acelerar. Con
ella penetran en nuestro solar la masonería y el jansenismo, amenazando quebrar
la línea clara de nuestra fe y de nuestras tradiciones. El calor con que el
pueblo español respaldó la acción justiciera de los Tribunales inquisitoriales
permitió cortar en flor el mal que ya empezaba a corromper a nuestras
instituciones religiosas. La influencia, sin embargo, de la invasión de las
ideas extranjeras en el orden civil no pudo ser más perniciosa. El mal ejemplo
desplegado desde las alturas por gobernantes y favoritos adueñados de la
voluntad vacilante de los Monarcas, forzosamente había de propagar el mal entre
la nobleza y las clases directoras.
El
prestigio del progreso científico en Inglaterra y de las letras francesas, con
su pléyade de poetas y de literatos, reúne en Londres y en Paris a lo más
inquieto de la sociedad europea, que con un mimetismo suicida había de esparcir
muy pronto por el mundo, bajo la etiqueta prestigiosa de las ciencias y de las
letras, los errores y males de la época.
La
estafa, sin embargo, no podía ser mayor; detrás del nombre prestigioso de Isaac
Newton y del mundo selecto de los intelectuales reinaba en el pueblo inglés un
estado de miseria y abandono que no admitía comparación con otras épocas
anteriores. Los periódicos y libros de entonces registraban el caso de la
ciudad de Londres, invadida materialmente por los mendigos; el cuadro
espeluznante de los suicidios de muchos de estos desgraciados, colgados de los
árboles de los parques públicos o flotando sobre las riberas del Támesis. Los
asaltos a las diligencias en todos los caminos y la piratería con bandera
inglesa apoderada de las aguas de las Antillas. El espectáculo de las calles de
Londres, a juicio de los historiadores revelaba una ordinariez y una corrupción
tales que no se contemplaban más que crímenes y desenfrenos de todas clases.
Esta bestialidad de costumbres parecía no querer verse por la sociedad europea,
deslumbrada por los esplendores de la ciencia.
La
dama más importante de aquella época, la que dominaba la voluntad de la Reina
Ana y a través de ella mandaba en el país la duquesa de Marlborough,
no ocultaba su impiedad. De la degeneración de las logias era su más alta
expresión el club titulado “Llamas del infierno”, que, nutrido por la alta
sociedad, se ocupaba de blasfemar de Dios, de la Virgen y de sus Santos
mártires. Los clubs de sodomía eran también muy numerosos, y en un solo día la
Policía registra veinte casas en que tenían lugar estas reuniones,
considerándose impotente para dominar un mal fomentado por el ejemplo de la
vida depravada de los grandes. Los clubs se multiplicaban en la capital
inglesa, reuniéndose en las trastiendas de cada establecimiento varias veces
por semana.
Lógico
encontraríamos que se aprovechase aquel avance considerable que para el
progreso humano representaban los descubrimientos del sabio británico
transformando con las matemáticas todas las ciencias físicas y dando al mundo
la ley de la gravitación universal de los cuerpos. Lo que nadie puede
explicarse es que, amparados en el prestigio de la ciencia, se introdujesen en
Europa los vicios y las taras de aquella sociedad corrompida.
La
apostasía de la fe católica forzosamente habla de traer graves consecuencias
para la suerte del cristianismo en Europa. Las logias que tenían sus asambleas
en los cabarets de A l‘oie y et aut grill, A la couronne, Aut pommier y Aut Grand Verre et a la grapp de Raccine se funden en 24 de junio de 1717 para
constituir la Gran Logia de Inglaterra, que en quince años se había de
convertir en el centro de la masonería inglesa y europea.
La
antigua corporación de masones había gozado en las Islas Británicas, en los
siglos anteriores, de gran prestigio; constituía en su origen un sindicato
profesional, una hermandad como muchas de las existentes en Europa en la Edad
Media. La falta de arquitectos era sustituida por una técnica y práctica
profesional guardada en las corporaciones con sus planos secretos, que habían
venido de Oriente a través de los países de Europa. Los masones conservaban
esos secretos celosamente y los guardaban con juramento, dando a la hermandad
un carácter religioso y mítico.
Al
venir, con el Renacimiento, la decadencia del arte gótico y no construirse ya
las grandes catedrales de otras épocas, las sociedades secretas de albañiles y
constructores se convirtieron en puntos de reunión de conspiradores y
desplazados. La masonería va a cobijar desde ahora a cuantos se enfrentasen por
una causa u otra con la rigidez moral de la sociedad de entonces. Muere la
masonería profesional, para dar paso a la filosófica.
La
masonería no sólo no ha de encontrar enfrente resistencia religiosa ante el
error, sino que recibe todo el apoyo del protestantismo. No en vano el blanco
de sus pasiones lo constituyen desde el principio la Iglesia de Roma y las
Monarquías católicas europeas. El clero inglés entró en masa en la masonería,
que aporta nuevos elementos racionalistas a la decadente vida religiosa de
Inglaterra. La intimidad en que viven desde entonces la Iglesia reformada y las
logias establece una confusión, ofreciendo a la masonería una influencia
decisiva sobre los países.
Pastores
protestantes, comerciantes y nobles hugonotes que huyendo de Francia buscan en
Inglaterra asilo, así como realistas y partidarios ingleses de la Casa de
Stuardo refugiados en Francia, forman una sociedad internacional que nutre las
logias y los clubs de intelectuales y de conspiradores.
En el
primer cuarto del siglo XVIII lo inglés está de moda en Francia, donde Voltaire
es el niño mimado de los salones y por encima de las guerras y de las
veleidades predomina el lazo de los masones intelectuales.
El
nombre de Isaac Newton fue bandera esgrimida por las logias para su propaganda.
Sin embargo, Isaac Newton fue un creyente, que terminado el primer periodo de
su vida, de sus grandes descubrimientos matemáticos y físicos, se interesó por
las cuestiones religiosas, consagrando largas horas de su vida a su comentario
sobre el Apocalipsis y los Profetas. Newton, que es un hombre de ciencia, pero
no un sectario, se apercibe pronto de la impotencia de la Iglesia protestante,
atomizada, para contener las pasiones de los hombres y frenar sus instintos,
pero como protestante, así como sus íntimos, participaba del odio de sus
compatriotas contra el Papado y la Iglesia Católica.
El
papel que la Iglesia había desempeñado en la Edad Media en la sociedad pretende
desde entonces ocuparlo la masonería. El vendaval nacido en Inglaterra penetra
en nuestra nación por sus puertos y gobernantes, y las Marinas de guerra y
mercante, con los Consulados ingleses, van a extenderla en lo sucesivo por toda
América.
BATALLAS POLÍTICAS6 de agosto
de 1950
LA
importancia que la acción secreta de la masonería tiene en la vida política de
muchas naciones y la decisiva que tuvo en la destrucción del poderío español, y
que viene teniendo en su propósito de obstaculizar nuestro resurgimiento, me
han llevado a ir analizando de la vida de las sectas masónicas del occidente
europeo lo que ellas mismas publican de sus constituciones y reglamentos y su
influencia e intervención en la política internacional del Occidente que
pudiera afectarnos.
Creía
agotado lo que más podía interesarnos, y cuando después de un bosquejo general
del ambiente europeo del siglo XVIII iba a entrar en la intervención oprobiosa
de las logias españolas en el pasado siglo, los gravísimos acontecimientos de
la nación belga, dirigidos y desencadenados desde la sombra por la masonerías
vienen a exigir a mi pluma el no pasar por alto la provechosa lección que la
nación belga nos ofrece, recogiendo sucesos de tanta trascendencia para la
historia de la masonería de todos los tiempos.
La
honda crisis política que amenaza con dividir a la sensata y laboriosa nación
belga en dos bandos irreconciliables con motivo del regreso del soberano a su
país, no es más que la máscara con que se disfraza el poder maligno de la hidra
masónica, que extiende sus tentáculos a los mandos de las organizaciones
políticas y elementos directivos de las agrupaciones sindicales y a los
órganos, redacción y mando de los medios de difusión de periódicos y Radios.
En la
misma falta de contenido de las acusaciones de que el partido socialista ha
hecho objeto al caballero soberano, y a las que el liberal en gran parte se ha
sumado, se aprecia lo artificioso del problema y la desproporción entre el
supuesto pecado y los males que a la nación se han inferido por la pasión
vesánica de políticos y masones sin conciencia. Ni la supuesta negativa del
soberano de abandonar sus tropas en trance de derrota y refugiarse en el
extranjero, ni el haber contraído matrimonio morganático durante el cautiverio,
podrán justificar jamás ante la Historia la conducta política y los daños
inferidos a su Patria por quienes vienen actuando en este desdichado proceso. Un
rey huyendo y abandonando a sus soldados en la derrota es la figura ideal que
estos desdichados buscaban para su nación. Si el rey lo hubiera hecho, tal vez
hubiese momentáneamente y por un azar salvado su trono, pero a costa de su
honor y prestigio, hundiendo al hombre, que es lo que, sin duda, buscaban sus
debeladores. Entre los dos caminos que en aquel trágico trance al rey se le
ofrecían, el soberano belga eligió el más duro y penoso, pero el que le marcaba
el honor: el de seguir la suerte de sus buenos soldados.
¡Qué
fácil es, después de resuelta la guerra por el Supremo decidor de las batallas,
el definir lo que debiera haber sido más provechoso! Lo difícil es tomar
resolución cuando el futuro no está todavía determinado. Habría de recordar hoy
al pueblo belga cuáles eran los momentos en que su soberano hubo de tomar
partido, cómo se presentaba el porvenir en aquellos difíciles momentos en que
Hitler, victorioso en Europa, había derrotado a los ejércitos aliados, y los
ingleses, abandonando el campo, se refugiaban sobre sus islas en un
catastrófico Dunquerque. ¿Quién en aquellos momentos en que Rusia era una
colaboradora eficacísima de la victoria hitleriana y en que los ejércitos
alemanes, sin desgaste apreciable, habían ocupado los dos tercios de Europa y
nadie resistía ya en el continente podía augurar que, pasados tres años, la paz
iba a venir por el triunfo de las armas del Occidente? Sólo el que tiene en la
mano el supremo destino de los pueblos puede convertir en victoria la derrota,
lo que nadie en aquellos momentos era capaz de predecir.
La
conducta del soberano belga ningún mal le acarreó a su Patria; pero si la
guerra hubiera seguido otros derroteros, el sacrificio del soberano belga
hubiese sido de lo más beneficioso para su pueblo. El rey de los belgas hizo lo
que le correspondía a su honor de soberano y de soldado.
Si
comparamos este proceder con el de otros príncipes europeos, que ante la
amenaza extraña no resistieron, conviviendo con los invasores o les hicieron
concesiones que facilitaron sus planes militares, sin la menor oposición de sus
pueblos, ni de los partidos socialistas, ni de la masonería, resulta mucho más
meritoria, airosa y trascendente la conducta que el rey de los belgas tuvo como
patriota, como rey y como soldado. Nadie, en sus países ni fuera de estos
países, pide cuentas a soberanos ni a Gobiernos de aquellas debilidades. La
razón es muy clara: la cualidad masónica, en este caso, de los príncipes y
políticos que dirigieron o que aceptaron aquellos hechos; en cambio, en el caso
belga fueron los masones los que, abandonando a su país, huyeron como ratas al
extranjero, los que desde allí prepararon esta batalla difamando al príncipe
católico que estorbaba sus designios para, más tarde, buscar entre los propios
“hermanitos” el Caín que pudiera servir a sus propósitos.
De la
causa sentimental del matrimonio no es, sin duda, el pueblo sencillo y
romántico de Bélgica el que, asegurada la legítima sucesión por su primer
matrimonio, quiera pedir cuentas en estos tiempos a su rey de lo que en todos
los hogares belgas encuentra simpatía y comprensión. Sólo una nobleza
intolerante y apegada a sus viejas tradiciones podría, en su caso, demandarlo;
pero el hecho paradójico ha sido el de que esa hostilidad haya partido y se
haya formalizado precisamente en los medios populares por el partido
socialista, debelador de toda nobleza, tradición y jerarquía.
Las
razones verdaderas que han movido la inicua campaña que, pese a la victoria de
las urnas, ha terminado con el triunfo de la intriga de los malos, ha sido la
decisión masónica, tomada por los masones belgas con los internacionales
durante su exilio en Londres, de aprovechar la coyuntura para anular al
príncipe católico, que, por su recta conciencia, constituía un obstáculo en la realización
de las aspiraciones de dominio absoluto de su país por la masonería. Si la
resistencia del rey les obligaba a darle la batalla, entonces se hubiera
logrado de una sola vez el objetivo de la siguiente etapa: el ideal masónico de
derrocar a las monarquías e implantar la república masónica, desiderátum de la
secta.
En
esta batalla política que la masonería dio, que democráticamente debía perder,
pero que ha ganado, destaca la siniestra figura del potentado socialista M. Spaak, alma de la conspiración masónica, en que la pasión
sectaria pudo más que los supremos intereses de la patria ante la grave
situación internacional que al Occidente amenaza. Nadie podrá negarle habilidad
y valentía, pero lo que no podrá borrar jamás será su irresponsabilidad
sectaria como hombre de gobierno.
No
creo que se haya registrado en la historia de las democracias un hecho más
escandaloso que el que en estos momentos vivimos, en que una minoría de un
cuarenta y tres por ciento imponga su voluntad por la violencia a la mayoría
del cincuenta y siete por ciento del país, y que dentro de aquélla sea un grupo
exiguo de masones el que engañe y estafe, a través de la violencia y de las
huelgas, a un pueblo sencillo, y bueno, y digno de mejor suerte.
De
hoy en adelante, la nave de la nación belga pasará a manos más débiles y sin
experiencia, a quien la masonería maneje, o, en caso contrario, se apresurará
esa segunda etapa con que se fueron destruyendo los tronos que en Europa
existieron.
Que
la lección de Bélgica ilumine a los torpes y a los obcecados; ni la masonería
se detendrá jamás ante nada ni ante nadie ni los regímenes monárquicos
constitucionales y parlamentarios pueden tener otro final que el que en Europa
han tenido.
REVOLUCIONARISMO Y ATEISMO13 de agosto de 1950
LA
inquietud por sacar a la luz la obra siniestra de la masonería en el correr de
los tiempos constituye para nosotros una necesidad ineludible. Si queremos
corregir las causas que han conducido al mundo a la grave situación que
padecemos, forzosamente hemos de ir a buscarlas en la orientación que presidió
la marcha de las principales naciones en los últimos siglos.
El
que España en esta hora turbulenta del mundo permanezca como en un remanso de
paz, en el que parece refugiarse el espíritu del Occidente, tampoco es un hecho
ocasional, sino la consecuencia natural y directa del triunfo de las fuerzas
del espíritu sobre las del mal que venían aniquilándola.
Uno
de los más clarividentes apóstoles de nuestra fe anunciaba ya con voz profética
en el pasado siglo: “Que la ley ordinaria de la Providencia en el gobierno de
los pueblos es la ley de Talión; lo que las naciones hagan a Dios, eso hará
Dios con las naciones.”
“Que
el poder que ignora a Dios será ignorado de Dios.”
“Que
cuando se trata de naciones que no pueden recibir su castigo en la otra vida,
esta ley de Talión acaba siempre por cumplirse sobre la tierra.”
Clama
la voz autorizada de los Pontífices un siglo tras otro, en nombre del Dios
verdadero, contra los males de la época; pero el mundo oficial de las naciones
se manifiesta sordo a sus proféticas palabras.
“El
ateísmo legal erigido en sistema de civilización es el que ha precipitado al
mundo en un mar de sangre“, proclama Benedicto XV en su alocución de 1917 al
Sagrado Colegio Cardenalicio.
“Porque
los hombres se han alejado miserablemente de Dios y de Jesucristo han pasado de
su bienestar anterior a ser sumergidos en un mar de males”, expresa en su
Encíclica Urbi Arcano Dei consilio Su Santidad
Pío XI.
Todos
los grandes pensadores del universo vienen reconociendo “que el debilitamiento
del Derecho cristiano en Europa ha sido la señal de la decadencia y de la
inestabilidad de los poderes humanos”. Y es que del error de dejar el paso
libre a todos los errores nacen las impiedades legales que arrastran con sí
todos los males.
La fe
de las naciones está universalmente reconocido que se viene derrumbando desde
que los Gobiernos impíos o neutros escalan el Poder, y claman los pensadores
católicos con unanimidad contra la obra general de racionalización y
naturalismo, que hace que por donde ella pasa la vida cristiana se destruya
hasta en sus cimientos.
Mas
el origen de toda esta ola de males es la masonería, la que durante dos siglos
viene trabajando por descristianizar el universo con todos aquellos errores que
vienen definiéndose en las Encíclicas de nuestros Papas, y que están grabados
como objetivo a lograr en las constituciones de la masonería.
Al
triunfo de Trento, al divorcio de la España católica de entonces con la Europa
protestante y laica, había de suceder la filtración del mal a través de la
invasión enciclopédica de nuestros medios intelectuales. La batalla que a
principios del siglo XVIII se inició en Europa del mal contra el bien no podía
dejar de apuntar a la nación que, católica por excelencia, con su floración de
Santos, de genios, artistas y guerreros había cegado a Europa con sus
resplandores en el siglo anterior.
La
influencia que París y Londres ejercen sobre el mundo intelectual de aquella
época explica la influencia decisiva que sobre las clases directivas españolas
iban a tener las ideas en boga más allá de nuestras fronteras.
La
aceptación de extranjeros al servicio de nuestros reyes y la influencia que
lord Wellington y sus Estados Mayores tuvieron durante varios años sobre una
parte de la Corte y de la sociedad aristocrática de entonces, pesaron
notablemente para el nacimiento de las primeras logias. Si la fundación de la
primera logia en Madrid había precedido al nacimiento, en 1831, de la de Cádiz,
sin embargo, ésta iba a tener una influencia decisiva en el futuro sobre
nuestro mundo marinero y colonial.
A la
masonería se acogen desde entonces los residuos de viejas herejías y de las
organizaciones secretas de conspiradores que, con una etiqueta u otra, habían
intentado perturbar la vida de España en los siglos anteriores. Todo el que se
siente en lo sucesivo desplazado o perseguido busca refugio bajo la protección
o el secreto de las logias.
Ha
habido quien ha pretendido entroncar a nuestra masonería con aquellas
sociedades secretas y paganas que en los siglos XVI y XVII conspiraron contra
la unidad de la fe en nuestras ciudades o intentado relajar la moral de
nuestros monasterios, cuando el único lazo que unas y otras han tenido es el de
constituir distintas formas de la conspiración del espíritu del mal acogido a
las sombras de la secta. Lograron, sin embargo, los masones, al abrigo de
ciertas apariencias, el enlazar sus logias con sucesos anteriores de nuestra
historia, llegando las logias de Ávila a fechar sus planchas en el Oriente de
Mosén Rubí, para dar así a la masonería un rango y tradición de la que estaba
muy lejos.
Fue
siempre vana pretensión en la masonería el remontar a los primeros siglos de la
historia el nacimiento de la secta. Por ello, pese a los símbolos y apariencias
que en Ávila se ofrecen, nada tiene de particular se haya querido aprovechar
por las logias abulenses la coincidencia que les ofreció el extraño misterio de
la capilla de Mosén Rubí y las circunstancias que rodearon a la muerte de don
Diego de Bracamonte para hacerlos aparecer como predecesores.
El
misterioso suceso a que nos referimos atrae desde hace años la curiosidad local
de los eruditos. El mismo año en que en Aragón era decapitado Lanuza se
ajusticiaba en Ávila al noble caballero don Diego de Bracamonte, como
consecuencia y autor de los pasquines que, excitando a la rebelión contra el
Rey y su Gobierno, habían sido fijados profusamente en la capital de aquella
provincia. Fueron presos un cura, tres nobles, un médico, un escribano y un
licenciado. Don Diego fue degollado en la plaza del Mercado Chico en público
cadalso. Según los historiadores, fue conducido con gran acompañamiento de
frailes, pobres y Cofradías, sin que en el tránsito ni en la plaza se viese a
ningún caballero ni hidalgo. Hora y media estuvo confesándose el acusado; no
declaró ningún cómplice y proclamó la inocencia de dos de sus compañeros
presos.
El
cadáver de Bracamonte fue enterrado en su capilla de Mosén Rubí, cuya
estructura se acusa como muy caprichosa e irregular, por ser formada con tres
triángulos y ostentarse en los muros y en las vidrieras la escuadra y el
martillo. La estatua de Mosén Rubí saca la espada con la mano izquierda y la de
su esposa tiene la mano derecha sobre el antebrazo izquierdo, en actitud de
dolor, tildada de masónica. En los emblemas dominantes aparecen el compás, la
escuadra y el martillo, y el adorno que sirve de remate a la silla presidencial
del coro es una esfera o globo terrestre atravesado por un puñal blandido por
una mano. Las gentes hablan de un eco misterioso que al entrar en la iglesia se
produce en la bóveda del coro, en forma de golpes que van propagándose por todo
el espacio, sin que, al parecer, expliquen el motivo casual o acústico a que el
ruido de los repetidos golpes obedece.
El
que la hospedería fuese destinada a una obra de beneficencia más que de caridad
y que el personaje a quien se invistió del patronato hubiese residido largo
tiempo en Flandes, unido a la exención canónica de toda visita eclesiástica y
gobierno diocesano, a fin de que se la considerase como una institución legal y
civil, son extremos que echan profundas sospechas sobre sus fundadores y que,
sin duda, fueron motivo de que la Inquisición impidiera la conclusión de la
obra.
No
debemos olvidar que entre los teólogos que acompañaron al Emperador a Flandes,
y como consecuencia del trato con los protestantes, se apuntaron muestras de
contagio que nuestra Inquisición supo segar en flor. El que el fundador hubiese
sido uno de estos hombres contagiados durante su residencia en Flandes del
protestantismo, y que el arquitecto perteneciese a las organizaciones de
masones constructores de su época, y que el propio Mosén Rubí lo hubiera sido o
no lo fuese, no hay razón para derivar por su obra o sus emblemas un entronque
de la masonería actual con aquellos sucesos. La rebeldía de don Diego de
Bracamonte es una expresión de las pequeñas conspiraciones de los nobles de
aquella época, amparadas siempre en la sombra y en el secreto de las organizaciones
clandestinas, pero sin vinculo apreciable con la masonería, que vamos a ver
cómo acoge y ampara, desde su introducción en España, todas las rebeldías y
conspiraciones contra la fe católica de nuestra nación.
La
masonería en España no ha tenido aquel carácter filosófico que sus fundadores
pretendieron darle. Ha sido desde su nacimiento eminentemente atea, política y
revolucionaria. Nace arrullada por los cálidos vientos franceses, es impulsada
por la mano de extranjeros como Wellington y Napoleón y va a vivir consentida
por el mando débil y vacilante de los primeros Borbones.
UN DECRETO ANTIMASÓNICO20 de
agosto de 1950
No
pueden comprenderse los gravísimos males a que la masonería ha arrastrado a la
sociedad moderna cuando se vive en las tinieblas, a espaldas de la verdadera
fe. Se han de padecer los males que la generación presente sufre y todavía
permanecer ciegos a la luz divina que todo lo ilumina. ¿Cómo es posible que
puedan apreciarse los males de la descristianización de las naciones, cuando no
se cree en la existencia y en el poder de ese Dios que se desconoce? Si existe
un Dios y éste es todopoderoso, no puede dejar sin castigo los enormes crímenes
contra su Ley.
Todo
el misterio de la filosofía de la historia descansa en la voluntad y la
decisión divinas. La sociedad moderna camina hacia el abismo porque ha perdido,
con su espíritu, el alma. Un cuerpo sin alma es cadáver que a plazo fijo cae en
la descomposición. Se cumplen así las palabras de la Escritura:
“Aquellos
que abandonen al Señor serán consumidos.”
Alumbradas
las naciones a la luz del Evangelio, reciben de Dios la riqueza o la pobreza;
El las empuja a la victoria o las precipita en la derrota, hace aquélla
fructífera o estéril; les derrama bendiciones o les vierte castigos, según sean
fieles o rebeldes a su Ley.
Pueden
los pueblos nuevos de corta vida, que hoy verdaderamente empiezan a tejer,
cerrar los ojos a las clarividentes lecciones de la Historia; pero los viejos
pueblos católicos, que, como nuestra nación, vivimos íntimamente el recuerdo de
nuestras grandezas y arrastramos el peso de nuestras desgracias, no podemos
separar de nuestra conciencia el paralelismo que se establece entre nuestros
días de gloria y el resurgimiento de la fe católica en nuestro país: los hechos
brillantes de la Reconquista española, el descubrimiento y evangelización de
América, la victoria de Lepanto, los hechos portentosos de nuestros
conquistadores y capitanes, la misma reciente victoria de las armas nacionales
en nuestra Cruzada son frutos dorados de nuestra fe, regalo de la voluntad
divina, así como todas nuestras desgracias coinciden en tiempo y en lugar con
el alejamiento de Dios de nuestro pueblo y el abandono de la fe o apostasía de
nuestros príncipes y gobernantes. No en vano nuestra Santa Iglesia ha definido
“que cuando Dios se va de los Estados es el demonio el que entra; que el Estado
sin Dios es el Estado dirigido y conducido por el demonio y que la apostasía
social es el reinado en el mundo de Satán”.
Si
durante veinte siglos Europa conservó el centro de la civilización, no podemos
perder de vista que ese centro coincidió con el del catolicismo militante, y
que cuando, como ahora, éste decae, se abaten sobre ella las desgracias y el
centro de la civilización parece trasladarse a otros meridianos. Por todo ello,
los que sabemos el peso decisivo que la masonería ha tenido en estos males y
conocemos su conspiración taimada y tenaz contra el reinado del Dios verdadero,
no podemos callar.
Nace
la masonería en tierras de apostasía al calor del protestantismo inglés, por
esfuerzo y voluntad de un hugonote; enraíza en aquella sociedad en pugna con la
fe católica y en lucha sorda contra el Papado, y en sus constituciones
establece un programa completo de descristianización: secularización absoluta
de las leyes, de la educación, del régimen administrativo, de la Universidad y
de toda la economía social; secularización que implica la ruptura con el
principio divino. Cultivo y propagación del naturalismo, que haciendo
abstracción de la revelación pretende que las fuerzas solas de la razón y de la
naturaleza basten para conducir el hombre y la sociedad hacia la perfección.
Sus principios básicos son la libertad de conciencia y la secularización de las
leyes y de las instituciones, todo ello disfrazado bajo la máscara de la
abstención, la neutralidad, la igualdad de las religiones y la emancipación de
la sociedad humana del orden religioso, cuando sustraer la sociedad pública del
gobierno de la Ley de Dios es conducirla hacia una meta donde se encuentra la
apostasía. Libertad de conciencia que un cardenal famoso, con palabra certera,
tituló “libertad de blasfemia”. Todo el objeto de la ley laica es el formar
librepensadores.
No se
trata de las actividades o fines secretos de la secta que puedan escapar a
nuestra investigación, sino de sus fines públicos impresos en sus
constituciones y reglamentos. Males todos que durante dos siglos vienen
denunciándose en las Encíclicas y en las preocupaciones de nuestros Pontífices,
y que todos tienen su origen y su propagación en esa siembra que la masonería
viene haciendo en las distintas naciones.
Los
primeros blancos de la masonería forzosamente habían de ser la un día
cristianísima Francia, cuya nobleza había abierto sus puertas al mal que a
plazo fijo había de destruirla. Los Estados italianos, donde se ubicaban los
pontificios, y el reducto católico español, en cuyo recinto se había abierto un
portillo con la introducción de la dinastía francesa.
Si
los éxitos que la masonería pudo apuntarse en Francia y en Italia fueron muy
importantes, no puede decirse lo mismo en cuanto a España se refiere, ya que
durante la primera mitad del siglo XVIII la masonería lleva vida harto precaria
ante la natural resistencia del pueblo católico español a las innovaciones y la
alarma que la bula In menti, de Clemente XII,
produjo entre los medios religiosos. Y aunque la reacción en las esferas del
Poder fuese lenta, en 1751 se registra el primer real decreto contra la secta
masónica, dado por Fernando VI, en que por su propio texto se ve el escaso
conocimiento e importancia que se daba a su propagación. Por ser la primera
disposición del Estado contra ese mal lo considero digno de conocerse:
“Real
Decreto.—Hallándome informado de que la invención de los que se llaman
francmasones es sospechosa a la religión y al Estado, y que como tal está
prohibida por la Santa Sede debajo de excomunión y también por las leyes de
estos Reinos, que impiden las congregaciones de muchedumbres no constando sus
fines e instituto a su soberanía: he resuelto atajar tan grave inconveniente
con toda mi autoridad, y en su consecuencia prohíbo en todos mis Reinos las
congregaciones de los francmasones debajo de la pena de mi real indignación y
de las demás que tuviere por conveniente imponer a los que incurrieren en esta
culpa; y mando al Consejo que haga publicar esta prohibición por edicto en
estos mis Reinos, encargando en su observancia al celo de los intendentes,
corregidores y justicias aseguren a los contraventores, dándose cuenta de los
que fueren por remedio del mismo Consejo para que sufran las penas que
merezcan: en inteligencia de que he prevenido a los capitanes generales, a los
gobernadores de plaza, jefes militares, intendentes del Ejército y Armada naval
hagan notoria y celen la citada prohibición, imponiendo a cualquier oficial o
individuo de su jurisdicción mezclado o que se mezclare en esta congregación la
pena de privarle y arrojarle de su empleo con ignominia. Tendráse entendido mi Consejo y dispondrá su cumplimiento en la parte que le toca. En
Aranjuez, a 2 de julio de 1751.”
¿Cuál
era la extensión de la masonería en esta fecha? Es poco conocida. Sólo un dato
del mal que empezaba entonces a tomar incremento nos lo da el abate Hervás y
Panduro en el libro titulado Causas morales de la revolución francesa, en el que dice: “Que el embajador español en Viena avisó a nuestra Corte que el
año 1748 se había hallado en una logia alemana allí descubierta un manuscrito
intitulado Antorchas resplandecientes, en el cual, entre otras logias
correspondientes, se contaban las de Cádiz, y afiliados en ellas, ochocientos
masones.” Como se ve, el número no era muy grande; sin embargo, alcanzaba a las
clases elevadas e intelectuales y al sector de los puertos y de la Marina. El
cosmopolitismo de éstos, las visitas de los barcos extranjeros, el trato con
protestantes y navegantes extraños, así como con mercaderes y marinos
extranjeros, las escasas creencias religiosas y las costumbres libres, hicieron
que en los principales puertos españoles arraigase más que en otros lugares la
masonería.
En
Italia la propagación del mal fué rápida y notable, y
su infiltración en el Reino de Nápoles, entre su aristocracia y la familia
real, alcanzó limites insospechados. A través de ella y en la Corte se
concentraban las intrigas de Inglaterra y Francia para ganar sobre ella
influencia y poder.
El
advenimiento al Trono español de Carlos III, procedente de Nápoles, hizo que la
masonería en la Corte de Madrid tomara mayor incremento, pues si Carlos III no
pudo en ningún momento demostrarse que fuese masón, lo fueron, sin embargo, los
elementos de que se rodeó y los que desde Nápoles le acompañaron. Su reinado,
fecundo en muchos otros aspectos constructivos, fué,
sin embargo, nefasto para nuestra fe y en él se había de echar la semilla de
todos los males que nos aquejaron en el siguiente siglo.
EL MOTÍN DE ESQUILACHE27 de agosto de 1950
HEMOS
destacado en otros trabajos cuánta era la importancia que en la vida de los
pueblos tiene la formación moral de sus príncipes y gobernantes, y a cada paso
que damos en la Historia vemos destacar su trascendencia al análisis de los
acontecimientos. En el siglo XVIII, que venimos examinando, como consecuencia
de la apostasía de sus reyes, que arrastraron la de toda la nación, se nos
presenta Inglaterra con sus gobernantes y diplomáticos patrocinando la
expansión de la masonería por Europa; al paso que la debilidad y decadencia
borbónica, siguiendo los pasos de los Orleáns y la nobleza en sus complacencias
con las sectas, precipitan a la nación francesa por la pendiente de la
descristianización; pero lo que para unas naciones va a constituir un mal, va a
ser explotado por otras como una palanca de poder y de influencia; así
observamos al gran oriente inglés desarrollar a través de sus diplomáticos una
política de captación en los medios dirigentes y aristocráticos de las naciones
y por medio de ellos ejercer una intervención decisiva en la mayoría de los
acontecimientos políticos que tienen lugar en este siglo.
La
influencia británica sobre las logias de Italia avanza rápidamente, y en
Flandes la captación masónica sobre su nobleza llega hasta las gradas del
trono, alcanzando a muchos miembros de la familia real. El omnipotente Tanucci, ministro y consejero íntimo de la reina Carolina;
el príncipe Caracciolo, su ministro de Estado; el príncipe Caramanico,
virrey de Sicilia; el príncipe Otaiano, el duque de
la Rocca y muchos otros nobles, incluido gran número de los Caballeros de
Malta, gozantes en la Corte de influencia y poder, ingresan en la masonería, de
la que aparece como gran maestre el príncipe Caramanico.
No podría explicarse el rápido poder que adquiere la masonería y su influencia
sobre los años que van a seguir sin este precedente de la participación y
pernicioso ejemplo de los príncipes y clases directoras sobre los pueblos.
La
influencia que los masones llegaron a tener en la Corte española de Carlos III fue
igualmente decisiva. Poco importaba que el rey no hubiera llegado a ser masón
si consentía que sus ministros y consejeros obedecieran a las inspiraciones y
los dictados de las logias. La prueba de su influencia sobre la persona real
nos la da el hecho de que el rey hubiera nombrado ayo de su hijo, el príncipe Fernando, al príncipe de San Nicandro, francmasón
reconocido que, naturalmente, había de enseñarle poco y pervertirle mucho.
Si
fecundos pudieran considerarse en el orden material y constructivo los
dilatados años del reinado de Carlos III, en cuyo periodo la Administración
pública se distinguió por activa y eficaz, como lo pregonan las obras públicas
nacionales acometidas en aquella época, sin embargo, en el orden espiritual
para nuestro destino histórico no pudieron ser más dañinos. Sólo conociendo lo
que representó para la fe católica en general y para España en particular la
existencia de un Ignacio de Loyola y su grandiosa obra de la Compañía de Jesús,
se pueden apreciar la intención y alcance de aquella expulsión de los jesuitas,
que concibió la masonería y que en España ejecutaron, con la firma real, los
ministros masones que a Carlos III rodearon. He aquí, una vez más, demostrados
los males que pueden acarrearse a los países por la perversidad y filiación
masónica de sus ministros, así como las consecuencias de las debilidades,
torpezas o pobre formación de sus monarcas.
El
burdo motín llamado de Esquilache, tramado por determinados masones españoles
aparentemente con el fin de desplazar a los consejeros italianos de Su
Majestad, explotando la inocencia y buena fe del pueblo madrileño, siempre
presto “a tragarse caramelos envenenados”, tenía en el fondo un alcance mayor
que el que aparentemente presentaba. Lo de menos era el corte de las capas ni
el cambio de sombreros, que al pueblo, y con razón, tanto había enojado y que
el edicto real había mandado cumplir bajo la sanción de seis ducados, para
poner a la capital a la moda gala, lo que insensiblemente se venía realizando
por la burguesía, y que, pese al motín, acabó entre ella por imponerse; lo
importante era la anulación en los Consejos reales del católico marqués de la
Ensenada, la destrucción de la Compañía de Jesús y el alcanzar el poder y la
privanza real para aquellos masones a los que la masonería había destinado para
la dirección de nuestra Patria. Si entre los incidentes del motín se vislumbra
una determinada escisión masónica, ésta era un reflejo más de la lucha oculta,
puesta de manifiesto en Nápoles, de los masones de obediencia inglesa contra
los que, emancipándose, habían ya convertido la gran logia provincial de
Nápoles en logia nacional napolitana independiente.
La
obra nefasta de aquel embajador inglés, Keene, y la influencia que a través del
ministro Wall llegó a tener sobre la Corte española en el reinado de Fernando
VI explican muchas cosas de las que después acontecieron. Perseguía el
embajador destruir nuestro comercio con ultramar y nuestra pujante Marina, obra
predilecta del católico Ensenada, y a ello se prestaba la impiedad y el
sectarismo del ministro Wall, convertido, con su pandilla, en ejecutor fiel de
las maquinaciones británicas. De sello inglés venia siendo el partido que en
todas las Cortes europeas se formó en este año para reclutar adeptos en los
medios aristocráticos, literarios y de abogados, militares e indiferentes
contra el Papa y la Iglesia católica, y que apuntaba ya contra la forma monárquica
de los Gobiernos de los Estados.
Destacan
en el posterior motín de Esquilache varios hechos, que los historiadores
liberales, en buena parte masones, no quisieron desentrañar; pero que no
pudieron borrar de los escritos y documentos de la época. Nadie puede
explicarse que, iniciado el motín por grupos débiles y mal armados, se dejase
crecer sin tomar providencia; el porqué a la propuesta del duque de Arcos de
reducirlos cargando con su escuadrón de guardias sobre los amotinados, se opuso
el marqués de Sarriá, que ejercía el mando de la Guardia Española; ni menos
cómo se llegó a entregar a las turbas a un desgraciado guardia valona que,
habiendo disparado al aire frente a los perturbadores, se había refugiado entre
su fuerza, que fue entregado a los amotinados y en su presencia muerto a palos
y a pedradas por la turba. Lo que despide un claro tufo de cobardía y
complicación masónica.
Igualmente
quedó registrado en la historia de aquellos sucesos la seguridad de las turbas
de no ser atacadas y cómo, obedeciendo determinadas consignas, se movieron,
comieron y bebieron en las tabernas sin pagar el gasto, que determinados
sujetos avalaban, y que a los pocos días fué satisfecho por varios comisionados, que por tascas y bodegones pagaron los
gastos y perjuicios que, bajo su palabra, manifestaron los taberneros. Muchos y
muy elocuentes comentarios se suscitaron durante bastantes años sobre la lenidad
y forma en que se solventó el suceso, sin que hubiese el menor interés en las
alturas en averiguar lo que públicamente se venía acusando, e impidiendo,
incluso, se diese estado y se sacasen consecuencias de las gravísimas
acusaciones que el opulento y volteriano americano señor Hermoso hizo contra
los consejeros del monarca en el proceso que se le siguió, y al que se impidió
y cohibió en su natural defensa.
El
objetivo inmediato del motín era explotar el disgusto del pueblo y exacerbar
los ánimos para engañar al rey intimidándole, garantizándose por la dirección
de ambos bandos el control de los acontecimientos; pero lo que creemos no
pretendiesen y que no pudieron evitar fue que, desatadas las pasiones y
excitadas las turbas, éstas llegasen a denigrar y humillar a la majestad real,
obligando al rey a salir al balcón e inclinarse ante las exigencias de los
amotinados, empeñándoles su palabra de honor de acceder a cuanto en su
ultimátum le pedían. Llegó tan lejos la maniobra y fue tan fuerte la
intimidación del rey y de algunos de sus leales, que aquella misma noche, en
secreto y por una puerta falsa, huyeron de Madrid en cuatro coches la familia
real con el duque de Medinaceli, el de Arcos, el duque de Losada y el marqués
de Esquilache, llegando a la madrugada a Aranjuez, desde donde se mandó cortar
puentes, establecer avanzadas y concentrar fuerzas de artillería.
Temiendo
los conspiradores que la marcha del rey y las previsiones militares tomadas,
fuera ya del peso de la intimidación, pudieran significar una rectificación en
la voluntad del monarca, que podría volverse contra los promotores, decidieron,
con el pretexto de organizar una manifestación que fuese a Palacio a vitorear
al rey, desencadenar más graves alborotos, llegándose en el desvarío a
consentir se armase al pueblo, que, una vez más, fue el sujeto pasivo de sus
maquinaciones, y que una vez despejado para los promotores el horizonte y
asegurada la victoria, se sometió tras el cambio de mensajes que llevó y trajo
hasta la propia cámara real el tristemente ya histórico calesero Bernardo.
Acusan
algunos historiadores la vil ralea de los primeros grupos amotinados: gentuza
de mala condición, maleantes profesionales reclutados en los barrios de la
villa entre gente sin juicio; ni artesanos, ni el buen pueblo de Madrid
figuraban entre ellos en los primeros momentos; grupos que fueron creciendo al
sumárseles curiosos y aprovechados, envalentonados por las complicidades y
seguridad que tenían de que las fuerzas no se moverían. Lo falso de la
revolución lo acusa el que, a una consigna, los mismos que antes amenazaban,
vitoreasen sin el menor pudor, al muy amado monarca. Clientela asalariada de
las logias que vamos a ver intervenir en todos los sucesos revolucionarios del
siguiente siglo.
No
apuntaba sólo el motín a la privanza, sino que perseguía objetivos más
importantes e iba contra el renacimiento de la Marina española, de la que el
marqués de la Ensenada se consideraba el paladín. Estorbaba a la hegemonía que
Inglaterra ya se fabricaba y que su embajador, Keene, había perseguido, cuando
en el reinado de Fernando VI había logrado la caída de Ensenada. Una España
disociada y sin Marina haría que se viniese abajo todo lo de ultramar, y nada
más fácil que explotar a aquellos pobres que nada sabían de Ensenada ni de su
obra, para que pidiesen en el motín la vuelta de Ensenada, esperando que entre
los que rodeaban e intimidaban al monarca habría quien, prevenido, lo recogiese
y le diese estado. Su misma catolicidad sin tacha permitiría explotarlo
relacionándole con la Compañía de Jesús, que iba a ser el blanco principal de
la maniobra.
Aparece
hoy fuera de toda duda que el ministro Wall y el duque de Alba dirigieron, de
acuerdo con las inspiraciones del nuevo embajador inglés y la francmasonería,
las infames maniobras y el motín, y que en ellos tomaron parte el conde de
Aranda, Roda, Campomanes, Floridablanca, Azaña y demás francmasones impíos
captados por las propagandas masónicas y ateas.
No
parece, a la verdad, fácil en un pueblo consciente que este aceptara atribuir a
los jesuitas lo que ni por sus fines, ni por las personas puestas en juego, ni
por los procedimientos, podía estar más lejos de lo que la Compañía de Jesús
representa; pero todo es posible cuando se especula con la bondad e inocencia
de un pueblo y la bajeza y la maldad, elevadas a grado insospechado, se abrigan
en el corazón de los que ante el pueblo vienen pasando por nobles y poderosos.
Lo que, conocido por el pueblo, sin duda le llevaría a arrastrar sin piedad a
los infames maquinadores, se convierte en silencio y en complicidad cuando
desde el Poder se le deslumbra y se le engaña, y si a ello se une la
presentación de pruebas materiales aparentes, se comprenden fácilmente la
aceptación y el engaño.
Era
menester lograr estas pruebas materiales, y no se paró en ello: la conciencia
de los maquinadores responde a la buena escuela masónica de que, cuando no
existen pruebas, se fabrican. Así se ejecutó en este caso: se confeccionaron
cartas apócrifas, manifiestos e impresos supuestos que se atribuyeron a los
jesuitas; se compraron testigos, se sobornó a la Justicia con ascensos y
premios, y, aun así, poco o nada pudo conseguirse, pues las pruebas se
derrumbaban al primer contraste; pero, sin embargo, era lo suficiente para
arrancar al acobardado monarca el decreto real que se requería. Las cartas
supuestas, dirigidas a los jesuitas de Tucumán por su hermano el padre Rábago,
resultaron de una falsedad completa, así como las patrañas de que querían
insubordinar a las Misiones de Uruguay y Paraguay para formar una monarquía
independiente.
Los
triunfantes en el complot tuvieron todo en su mano para investigar sobre el
asunto. El haberse comisionado al conde de Aranda, masón e impío, a quien
Voltaire públicamente distinguió con su aprecio, el mando de Madrid, con poder
militar y político excepcionales, dejó en manos de la francmasonería medios
inigualables para poder demostrar el complot de que se acusaba a sus enemigos,
caso de haber éste existido; pero, lejos de esto, en lo que se ocupó fue en
encubrir y tapar las infames maquinaciones de la secta.
Que
el duque de Alba fue quien, de acuerdo con la masonería, fraguó el complot, que
montó el motín y lo achacó a los jesuitas, está ya en la Historia sobradamente
probado. Un historiador que no nos es afecto, el protestante Cristóbal Mur, en el tomo IX, página 229, de su Diario para la
historia de la literatura, afirma “que el duque de Alba, en 1776, estando
para morir, declaró haber sido el autor del motín y de las patrañas contra los
jesuitas”. Su narración se basaba en el testimonio de testigos que en 1780,
cuando esto escribía, todavía vivían.
Que
los ministros que engañaron a Carlos III eran enemigos de Dios y de la Iglesia
es cosa probada que el Papa Clemente XIII sostiene en su carta Tu quoque fili mi..., dirigida a
Carlos III. Que su ministro de Gracia y Justicia, Roda, era masón y perseguidor
enconado de la fe católica, se demuestra en su correspondencia con Choiseul, ministro de Luis XV, en carta fechada en 17 de
diciembre de 1767, en que le manifestaba: “Hemos matado al hijo; ya no nos
queda más que hacer otro tanto con la Madre, nuestra Santa Iglesia Romana.''
La
expulsión de siete mil españoles beneméritos, arrojados bajo el peso de
horrendas calumnias de la Patria con sanción de Su Majestad Católica, de un
modo inicuo e inhumano, fue el atentado más grave que sufrió el prestigio de la
fe católica en España y en sus colonias, de donde se vio salir como malhechores
a los que hasta entonces habían constituido la más firme vanguardia de la fe.
Los males que se derivarían de ello vamos a recogerlos en el próximo siglo.
INFILTRACION MASONICA3 de septiembre de 1950
GANADA
por la secta masónica la que ella misma designó como su principal batalla del
siglo XVIII, y desterrada de la Península Ibérica la Compañía de Jesús, se
produjo en nuestro país la más grave de las crisis religiosas de aquellos
tiempos, y a los muchos males que desde el Poder se producían se unió la falta
de defensas en el sector religioso, con la invasión jansenista y la relajación
del clero y de la Iglesia en muchas diócesis, llegando la infiltración masónica
a ser tan grande en la dirección de las instituciones seglares durante aquel
desgraciado reinado, que hasta el inquisidor Arce y el propio secretario del
Santo Oficio, el canónigo Llorente, figuraron bajo la obediencia de las logias,
haciendo que las causas de la institución constituyesen una pura burla. No
podía ser de otro modo cuando el Poder desciende a colocarse al servicio del
mal.
La
expulsión de los jesuitas fue la forma más fácil para facilitar la penetración
de la masonería y su extensión por España y América. El voto expreso de
obediencia al Pontífice los colocaba en la vanguardia de la fidelidad a los
dictados del Vaticano, así como la ilustración de sus miembros y el medio
social en que se movían los había alertado desde el primer momento de la
importancia del mal que otros no supieron ver tan claro.
Hemos
de reconocer, en favor de los que, por ignorancia o por pereza mental, se
inhibieron en aquella batalla, que la masonería, pese a las graves sanciones
pontificias decretadas, estaba casi inédita y se encubría fácilmente tras los
resplandores de los avances intelectuales y de los progresos de las ciencias,
aunque de aquel movimiento intelectual que del extranjero venía, y que llegó a
constituir la moda en los salones de las clases elevadas del siglo XVIII, sólo
se asimiló de aquellas figuras que trataban de emular lo fácil y chabacano, lo
negativo, lo que estaba al alcance de su cretinismo: el ateísmo que las
envilecía. La decadencia de los estudios filosóficos en aquella sociedad venia
ofreciendo amplio campo a la filosofía barata de los enciclopedistas,
facilitando que la desvergüenza pudiera cabalgar a lomos de la erudición.
Toda
la evolución del pensamiento político en el siglo XVIII aparece caracterizada
por esa conspiración contra el principio cristiano. Su objetivo inmediato fue
el de independizar a las constituciones humanas de la Ley de Dios, y desde que
la masonería toma estado en las distintas naciones, se presenta explotando
todas las revoluciones que desde entonces se suceden; poco importa que en ellas
fuese la secta la principal protagonista, pues aprovecha el río revuelto que
otros desencadenan para filtrar a sus “hermanos” entre los usufructuarios del
Poder; su intriga y su constancia acaban triunfando siempre sobre la buena fe y
la falta de previsión de las juventudes revolucionarias. Sólo en los tiempos
modernos una revolución se libra de este funesto destino, y es la Revolución
Nacional española, que vino precisamente a poner coto a los desastres que la
invasión masónico- comunista había acumulado durante dos siglos sobre la
Patria.
¿Fueron
los príncipes y gobernantes que consintieron o propulsaron el mal, conscientes
del daño que iban a ocasionar, u obraban sólo por debilidades y apetitos
personales de poder y de mando? No puede claramente determinarse. Que el Rey,
tibio de fe y torpe y débil frente a las maquinaciones de sus ministros, obraba
intimidado por éstos, se nos presenta como indiscutible; que los principales
directores de la masonería conocían la meta adonde se caminaba: de sustraer a
la sociedad pública del gobierno de la Ley de Dios por el camino y bajo la
máscara de la libertad de cultos y de la neutralidad de conciencia, de la
abstracción de todas las religiones, de la secularización de la ley y de la
educación y de todo cuanto caracteriza la vida política de los pueblos, nadie
puede dudarlo; pero en esta materia se nos presenta, una vez más, el grado de
responsabilidad distinto entre los que, habiendo alcanzado los grados
superiores de la masonería, estaban iniciados y eran conscientes de los fines
que aquélla perseguía, a los que prestaban juramento de servir y los
simplemente iniciados y todavía en los grados inferiores, que vienen
constituyendo comparsas explotados por la perversidad y la malicia de los
“santones”.
Muchísimos
han sido en España los masones afiliados a las logias y pertenecientes a sus
grados inferiores que, al alcanzar en la vida puestos superiores de gobierno y
de mando, y ser interesadamente elevados por la secta a los superiores, al
apercibirse de sus secretos y de los males que a la Patria la masonería
indudablemente arrastra, intentaron separarse de la secta; pero fueron
combatidos por ésta hasta los últimos extremos; y muchos otros constituyen
legión que, al finalizar sus vidas, y por miedo o por gracia divina, han
intentado liquidar sus cuentas en la Tierra, apercibiéndose entonces de todo el
daño que a su Patria y a la fe causaron, sin tiempo ya en la vida para
repararlo.
Más
que a la maldad y a la perversidad de príncipes o de gobernantes, hemos de
culpar de ello al desconocimiento por éstos y por las clases influyentes de los
verdaderos principios de la Ley divina, y su ignorancia o su desprecio de la
voz de la Iglesia; sin embargo, la extensión del daño se agigantó con el
ejemplo pernicioso dado desde las alturas. La pérdida de almas por el ateísmo
del Estado llega a ser en muchos casos infinita.
Si
estos males en España aparecen atenuados por un proceso de descomposición más
lento que el de otros países y por la repugnancia que la fe católica de nuestro
pueblo opuso a los principios ateos y libertinos que las clases directoras por
doquier extendían, no pudo, sin embargo, sustraerse a la ley fatal que a toda
Europa envolvía y que muy pronto en nuestra Patria había de alcanzar su punto
más álgido.
CONTRA LA COMPAÑIA DE JESUS10 de
septiembre de 1950
EL
triunfo obtenido por la masonería en nuestra nación al ser expulsada la
Compañía de Jesús de nuestros territorios y perseguidos sus miembros hasta el
extremo de serles negado el derecho a vivir sobre el suelo de su Patria, no
hizo decaer su fobia contra la Orden, sino todo lo contrario, ya que,
envalentonada con el triunfo, aspiraron los masones a bazas mayores; su malicia
y maldad iban mucho mas lejos de lo que toda conciencia honrada podría
imaginar; lo que habían logrado en España no era más que una parte del plan
general que la masonería había cuidadosamente preparado, y que los ministros
masones imponían a los príncipes en los distintos Estados. La presencia en
varios de los Tronos del occidente europeo de príncipes de la dinastía
borbónica facilitó al duque de Choiseul, primer
ministro francés y gran dignatario de la orden masónica, la firma del Pacto de
Familia, que, sellando la amistad de Francia, España, Sicilia y Parma, había de
facilitar a la masonería el desarrollo de su conspiración.
No
bastaba a las ambiciones de la secta el que la Compañía de Jesús fuese
expulsada de dos o varios Estados, y dada la resistencia que ofrecían Austria,
Prusia y Rusia a llevarlo a cabo, se hacía indispensable el lograr del propio
Pontífice la extinción completa de la Orden.
El
cerebro de esta conspiración satánica encarnaba en don Sebastián José de
Carvalho, conde de Ocyras y marqués de Pombal, primer
ministro de la nación portuguesa, enemigo declarado de Dios y de su Santa
Iglesia, que había roto el fuego, en el año 1759, con la expulsión de la
Compañía de Jesús de los territorios portugueses peninsulares y ultramarinos, y
que con sus campañas de publicidad, difamatorias contra la Orden, había creado
en el occidente de Europa y en los medios intelectuales y filosóficos un estado
de descrédito y de encono contra la Compañía de Jesús que los otros masones se
encargaban de mantener vivo. Si el duque de Choiseul y el conde de Aranda formaban parte del triunvirato masónico que dirigía la
conjura, Pombal, por su mayor celo masónico y odio obstinado contra la Iglesia
católica, fue el que verdaderamente puso toda la inteligencia y la tenacidad en
el empeño.
El
haber nacido la Compañía de Jesús al tiempo que Lutero extendía sus herejías y
haberse aplicado desde los primeros tiempos a combatir los falsos dogmas,
centró contra la Orden el odio protestante, que los masones hábilmente habían
de explotar; pero que se convierte en timbre de gloria para los apóstoles
defensores de la fe verdadera, ya que la enemiga masónica, como la cizaña,
ataca a las espigas más altas y granadas.
Si a
todo esto se une el celo desplegado por los jesuitas en las Misiones, en la
predicación y en la enseñanza, y la confianza que por su sabiduría, su
prudencia y sus virtudes se supieron ganar del pueblo y de los príncipes, no es
de extrañar que los que conspiraban contra el orden establecido, y que se
habían señalado como meta la destrucción de los Tronos y de la fe católica,
pretendan aniquilar a quienes constituyen su más sólido y poderoso valladar.
Asombra
al historiador cómo príncipes católicos, o que por tal se tenían, en naciones
tan católicas como Francia, Portugal y España, dejaran que la masonería llegase
a obtener una victoria como la que se apuntó en el siglo XVIII contra la
Compañía de Jesús; sólo conociendo la manera de actuar masónica podría
comprenderse el triunfo de la intriga y de la perfidia. Por eso el mejor
servicio que puede hacerse a la causa de la fe y de la justicia es el sacar a
la luz y descubrir esos sistemas de que la masonería se vale para anular la
voluntad de las naciones y uncirlas a la carroza de
sus ambiciones. La expulsión de la Compañía de Jesús de Portugal y Francia y el
intento de extinción de la Orden por intermedio del Papa, son piezas maestras
de la maldad masónica que es conveniente analizar.
Desde
que la masonería se extiende por el occidente europeo y nobles o intelectuales
masones escalan los Consejos de la Corona, la masonería está laborando en el
desarrollo de su plan con secreto, constancia y cautela. Estimulan los masones
la indolencia y la pereza reales con la idea cómoda de que el Rey sólo debe
reinar y ser feliz y dejar los cuidados del Gobierno a sus ministros. El
aislamiento del príncipe en su palacio y los favores que pueden dispensarse
desde el Poder, permite fácilmente a los masones encumbrados el crearle al Rey
el ambiente favorable. Cualquiera pasión o vanidad, el menor recelo que el
príncipe preste a otros príncipes, magnates o favoritos es explotado por los
masones en favor o en contra, según convenga a sus designios.
No
perdió el tiempo la masonería, y una de sus primeras consignas, esparcida a los
masones de Europa, fue la de preparar el futuro haciendo que la educación de
los príncipes cayese en manos de intelectuales afectos a la secta. Así sucedió
en España con nuestro Monarca, que habiendo pasado a los quince años a Italia,
y pese a la gran religiosidad de su augusta madre, Isabel de Farnesio, se
asimiló el ambiente de tolerancia hacia los masones que invadía la Corte de
Nápoles. Su poco afecto a la Compañía de Jesús, como consecuencia de ello, lo
expresa ya en su carta el omnipotente ministro Tanucci,
al ceder a su hijo tercero la Corona de las dos Sicilias, y en la que le
anuncia: “Te diré que también puedes llevar confesor, pero no jesuita.” Y si
bien este Rey se sometió a las costumbres españolas, lo hizo con poca simpatía,
eligiendo sus ministros entre los enciclopedistas y los masones, convirtiéndose
de hecho en juguete de sus maquinaciones. Sólo la presencia de la Reina madre,
mientras vivió, puso un obstáculo al avance de las conquistas masónicas.
El
caso portugués del marqués de Pombal es harto aleccionador. Nacido de una
familia pobre, después de desempeñar cargos importantes en Inglaterra y
Alemania y de haber penetrado en la intimidad de las logias hasta hacerse uno
de sus más altos dignatarios, aparece en Portugal tras la conquista del Poder,
y para llegar al favor del inexperto Rey José I, débil y timorato, busca el
tortuoso camino del confesor del Rey, el del jesuita padre Moreira, tras
introducir un hijo suyo en la Compañía de Jesús; en este camino lo difícil es
dar los primeros pasos; mas conseguido esto, la inteligencia de Pombal, su
audacia, su ambición y su falta de escrúpulos habían de facilitar el resto.
Capaz
y constructivo en muchos aspectos del gobierno, consigue destacar entre los
consejeros reales, pasar de primer secretario de Estado a primer ministro y
sujetar a su voluntad el ánimo débil y vacilante del Monarca, en el que vierte
el recelo y la envidia por la prestancia y simpatía del príncipe, su hermano,
al que hace aparecer ganándose con mal ánimo la voluntad popular, sembrando en
la conciencia del Monarca ser los jesuitas los que fomentan y apoyan la
maniobra; mas cuando en el ánimo del Rey se encuentra el asunto en sazón para
fulminar la tormenta contra la Orden, un hecho providencial, constituido por el
terremoto y voraz incendio de Lisboa, en 1753, contuvo la persecución. ¿Hecho
providencial, castigo divino? El caso es que la caridad de los hijos de Loyola
brilló en aquellos momentos a alturas inigualables. Amigos y enemigos
reconocieron los servicios en aquella ocasión prestados por la Orden, que
traspasaron los muros de la mansión real, llegando hasta las gradas del Trono.
Mas todo sería cuestión de tiempo y Pombal sabía esperar.
No
cejaba el primer ministro en su obra de propaganda desde el Poder contra la
Compañía de Jesús, y pronto vio la luz en Portugal, y traducida a los distintos
idiomas fue esparcida por las distintas naciones, la obra “Relación sucinta
acerca de la república de los jesuitas de las provincias de Paraguay, en
las posesiones ultramarinas y de la guerra que han ejecutado y sostenido contra
los ejércitos portugueses y españoles”. En ella figura la fábula de la
conspiración del Paraguay para convertir a un jesuita, con el nombre de Nicolás
I, en Emperador de aquel país, calumniando groseramente a la Compañía de Jesús
y haciéndola aparecer como dedicada a tráficos prohibidos por los cánones y
nadando en oro y abundancia frente a las miserias del pueblo.
Reinaba
en España todavía el buen Rey Fernando VI cuando Pombal intentó por vez primera
embarcarle en la aventura, que aquél rechazó de acuerdo con sus ministros,
excepto el duque de Alba, que figuraba ya en la intriga, y el Consejo de
Castilla, consecuente, mandó quemar públicamente el infame libelo; sin embargo,
en Francia y en Italia, más alejadas de la realidad, el libro hizo verdadero
daño. El odio de Pombal contra la religión católica no conoció límites: otra
muestra más fué un proyecto frustrado de cambiar ¡a
religión de Portugal por la anglicana, al pretender casar a la hija del Rey, la
infanta María, con el duque de Cumberland.
Un
suceso, al parecer imprevisto, que si la masonería no preparó sí aparece
explotándolo, aprovechó Pombal para desencadenar contra los jesuitas la
ofensiva tanto tiempo pensada. Ocurrió entonces que retirándose el Monarca
portugués a altas horas de la noche, en coche, a su palacio, en la madrugada
del 3 al 4 de septiembre de 1758, acompañado de su confidente Pedro Tejeira, fue
atacado por tres hombres montados y armados, que haciendo una descarga hirieron
al Rey en un brazo. Al hecho sucedió un silencio con que se pretendieron
ocultar las circunstancias del suceso, que las gentes enteradas afirmaban ser
consecuencia de un episodio amoroso en que se pretendió la vindicación de un
honor; mas a los cien días de cometido el atentado, cuando ya los efectos de la
propaganda desplegada desde el Poder creían haber calado en la sociedad, se
procedió a detener a determinados jesuitas y se hizo público un manifiesto en
que, después de anunciar el atentado contra Su Majestad, se invitaba con primas
y honores a todos los vasallos a que delatasen a los reos, siendo presos al día
siguiente de la publicación: el duque de Aveyro, los
marqueses de Tavora, de cuya casa, al parecer, había
salido el Monarca; sus hijos y su yerno y otras muchas personas de la nobleza
de Lisboa y de fuera a quienes se formó causa por desconfianza.
No
apareciendo pruebas en el sumario, frente a la rectitud del procurador fiscal,
don Antonio de Costa Freyre, se alzó el poder personal del valido, que le hizo
caer en desgracia y ser perseguido más tarde como cómplice del crimen,
sepultándolo en los calabozos de una prisión. Fue Pombal, según los
historiadores de la época, el que corrió desde aquel momento con la instrucción
de la causa, que a los treinta días dictó y escribió de su mano la sentencia,
condenando a la pena capital a los principales procesados. Ni el derecho, como
nobles, a ser juzgados por sus pares fue en ningún momento tenido en cuenta.
Pombal había iniciado en Portugal lo que, tanto en este país como en España, se
conoció por el Gobierno del “despotismo ilustrado”. Una real orden estableció
que el fallo era inapelable, y la sentencia fue cumplida..
En el
pensamiento de la opinión pública estaba arraigada la convicción de que aunque
el fallo atribuyese al duque de Aveyro el regicidio
frustrado, su autor era el joven marqués de Tavora,
arrebatado de celos contra el real seductor de su esposa, doña Teresa, aunque
arrojaban las sospechas sobre el propio marqués de Pombal, que explotó los
hechos para vengarse de la nobleza, que rehuía su trato; de la familia Tavora, que habla desdeñado a su hijo como pretendiente, y
destruir a la Compañía de Jesús, que iba a ser la víctima propiciatoria.
Muchos
años después, el 7 de abril de 1781, tuvo lugar la revisión del caso, que
estableció: “Que todas las personas, tanto vivas como muertas, que en virtud de
la sentencia del 12 de enero de 1759 habían sido ejecutadas, desterradas o
encarceladas eran inocentes del crimen que se les imputara.” Varios jesuitas
fueron injustamente envueltos en este proceso y considerados como cómplices, si
bien no se les impuso pena; se trataba de hombres ancianos y destacados por sus
virtudes, inocentes de cuanto se les imputaba: el confesor de la marquesa de Tavora, madre política de doña Teresa, el padre Matos,
emparentado con la familia de Riveira, aborrecido de Carvalho, y el padre Juan
Alejandro, de la amistad de los Tavora, hombre
envejecido en las Misiones y en el ejercicio de la caridad en Portugal y en sus
colonias; sin embargo, el día 19 de enero de 1759, por un real decreto se
condenó como reos de regicidio a todos los jesuitas de Portugal, Asia y
América; se les privó de sus bienes y se dispuso en carta a los obispos que los
difamasen, imputándoles multitud de delitos a fin de quitarles el aprecio de
los fieles. Los que de ellos se compadecieron fueron arrojados en calabozos y
perseguidos como malhechores, a ración de pan duro y agua, mientras se los
calumniaba y satirizaba.
Para
deshacer el mal efecto que la medida de violencia había de causar en los
católicos portugueses, se falsificó por el agente de Pombal en Roma, embajador
Armada, un rescripto pontificio en que se aprobaba la petición real de
autorización para proceder al castigo de muerte a los responsables del
regicidio, y en su consecuencia se condenó a muerte y descuartizó al padre
Moreira y a cuatro jesuitas más el día 31 de julio de 1759, festividad de San
Ignacio. Así pagó el padre Moreira su debilidad al haber presentado y protegido
en la iniciación de su carrera al sanguinario Pombal.
Los
obispos de Cangranón, Cochin y arzobispo de la Bahía
de Todos los Santos, que movidos de su celo apostólico elevaron una exposición
en vista de los trastornos que iban a producirse en las Misiones con la
expulsión, fueron expatriados, removidos sus cabildos y provistas nuevamente
sus sillas.
De
doscientos jesuitas que quedaron en los calabozos de Lisboa, ochenta y ocho
sucumbieron a los padecimientos, y en su saña, Pombal ordenó excluir del
calendario a los Santos de la Compañía. Las calumnias infames de los masones
portugueses, dirigidos por Pombal, iban a ejercer una influencia terrible en la
batalla masónica que contra la Iglesia la masonería había planteado. La
difamación y la corrupción figuraban como medio diabólico para alcanzarlo; las
coacciones sobre el Pontífice, las regalías y la provisión de sillas llegaron a
ser el pan nuestro de cada día.
El
efecto inmediato en España no fue, sin embargo, el que Pombal esperaba. Vivía
todavía la piadosa Reina Isabel de Farnesio; la batalla de los masones fue
entonces perdida, y el real decreto de 19 de febrero de 1761, firmado por
Carlos III, condenó la expulsión de los jesuitas de Portugal, que más adelante,
y muerta la Reina, había él mismo de ejecutar.
ACTIVIDADES EN FRANCIA17 de
septiembre de 1950
LA
persecución de la masonería contra la Iglesia católica tiene su precedente en
el cisma que Enrique VIII, el degenerado Monarca británico, introdujo en la
hasta entonces catolicísima Inglaterra, como consecuencia de sus luchas por
satisfacer sus pasiones libidinosas.
Creada
la masonería, y en estrecho maridaje con la Iglesia anglicana, fue el Pontífice
romano y la religión verdadera el blanco a que apuntaron la mayor parte de las
conspiraciones que las logias promovieron.
En
toda la literatura con la que en el siglo XVIII se realiza la propaganda contra
la Compañía de Jesús, fiel defensora de la doctrina pontificia, aparece la referencia
a la “conjuración de la pólvora” o “maquinación de la pólvora”, que falseando
la Historia y calumniando a la Orden pretendió en Inglaterra menoscabar el
crédito y el prestigio de que gozaba la Compañía de Jesús.
Desde
que en Inglaterra se desencadenó el cisma, todos aquellos obispos que se
negaron a reconocer la primacía del Rey en la Iglesia y admitir la nueva
liturgia —lo mismo que sucede hoy en tantos países caídos bajo la tiranía
comunista— fueron presos o desterrados, muriendo algunos de ellos, con muchos
sacerdotes, en las prisiones o en el exilio. Privados los católicos seglares de
la dirección prudente de sus sacerdotes y misioneros, emigrados éstos a otros países
y heridos aquéllos en lo más Intimo de su conciencia por la persecución,
concibieron el deshacerse del Rey, de sus ministros y de los miembros de las
Cámaras que dirigían o apoyaban la sañuda persecución haciéndoles votar en la
fecha del 5 de noviembre de 1605, señalada para la apertura del Parlamento.
La
Historia demostró que los jefes de aquella conspiración fueron dos señores de
la más rancia nobleza: Percy, de la Casa de Northumberland, y Catesvi, de otra gran familia inglesa, los que habiendo
alquilado una casa contigua al Parlamento, la comunicaron con él a través de un
pasadizo subterráneo que conducía debajo del lugar donde el Rey, unido con los
pares y diputados, inauguraría las sesiones. Treinta y seis grandes barriles de
pólvora y materias explosivas se habían almacenado al efecto.
La
Historia asigna a Percy la imprudencia de que, queriendo salvar a un gran amigo
que pertenecía al Parlamento, le hizo dirigir por mano extraña un aviso
misterioso aconsejándole no asistir a la ceremonia, lo que fue motivo a que,
hechas unas indagaciones por el Gobierno, se encontrasen la cueva y los
explosivos acumulados. Descubiertos los principales conjurados, se pusieron en
fuga, y, perseguidos por la fuerza pública, se defendieron, y los que no
murieron en el encuentro con sus perseguidores fueron conducidos a Londres,
donde sufrieron el último suplicio.
El
simple hecho de encontrarse aquel día en la capital de la Gran Bretaña los
antiguos misioneros de la Compañía de Jesús, Enrique Garnet y Eduardo Olldercone, ajenos por completo al suceso,
que no se habían movido de la ciudad ni antes ni después de los hechos, hizo
que con el tiempo fuesen también complicados en la causa y perseguidos a título
de autores y agentes secretos de la conspiración y que se les aplicara la pena
de muerte.
En
estos sucesos remotos del año 1605 y en la inicua ejecución de dos inocentes
tomó fundamento la campaña que, descrita con vivos colores por los enemigos de
la fe católica, hicieron correr los masones por el mundo en el siglo XVIII,
como antecedente para demostrar el espíritu de conspiración y rebeldía que
animaba a la Compañía de Jesús. La fábula del regicidio tomaba así estado en la
conciencia pública y hacía fácil en lo sucesivo el achacar el atentado contra
el rey José de Portugal y las conspiraciones futuras a quienes siendo por sus
virtudes y celo apostólico incapaces de tales hechos, y los más celosos
defensores de la fe, constituían el obstáculo más formidable que encontraban en
su camino las conspiraciones de la secta. “Maquinación de la pólvora” que
sirvió al sectario Consejo extraordinario que reunió el Rey de España como
antecedente para, unida a la canallesca persecución de Portugal, decidirle a
aquel acto inicuo de la expulsión.
Expulsada
la Compañía de Portugal y España y extendida por Francia la campaña que sus
gobernantes masones habían desencadenado con sus aportaciones calumniosas y
falsas, les fué fácil a los masones de la nación
vecina aprovecharse de ella para resucitar las viejas injurias que con motivo
del atentado de 5 de enero de 1757, en que un agresor llamado Damiens clavó un puñal en el pecho de Luis XV, se habían
arrojado sobre la Compañía de Jesús para apartarla del real favor, y que hasta
el propio Voltaire había rechazado por calumniosas, negándose a publicar una
calumnia tan monstruosa. Las frases que el conspicuo filósofo escribió entonces
a uno de los propagadores no dejaron lugar a dudas: “Ya debes de haber conocido
que no guardo consideraciones a los jesuitas. Pues bien: si ahora tratase de
acusarlos de un crimen de que los han justificado Damiens y la Europa entera, únicamente lograría sublevar la posteridad en favor suyo y
yo no sería más que un eco vil de los jansenistas.” Palabras bien claras y
terminantes de un enemigo de la fe y detractor de la Compañía, que por esta
cualidad no podía ser sospechoso.
No
obstante que la Historia había demostrado que el criminal Damiens,
si bien había servido en los primeros años de su juventud con los jesuitas,
cuando cometió su atentado era jansenista fogoso y se encontraba al servicio de
los filósofos y parlamentarios masones, éstos arrojaron calumniosamente sobre
los jesuitas la culpabilidad aprovechándose de hallar al frente de la nación un
Rey escéptico, falto de vigor para hacerse respetar y obedecer y prematuramente
avejentado, que, sumido en una insensibilidad voluptuosa, pasaba la vida entre
el desenfreno y los remordimientos, y que no obstante los esfuerzos del
virtuoso arzobispo de París, Cristóbal de Beaumont, y la buena disposición de
la Reina y del Delfín, entre los que los jesuitas disfrutaban de gran afecto y
crédito, los jansenistas y los filósofos ganaron las posiciones y acabaron
socavando a la propia Monarquía.
Conocían
los masones y conspiradores de la nación gala que en el frente que los buenos
consejeros pretendían establecer para la defensa de la Compañía existía un
portillo de más fácil acceso, constituido por la marquesa de Pompadour,
voluble, ambiciosa y disgustada, cuyo valimiento y benevolencia consiguieron
fácilmente captarse; y aunque en el ánimo de la favorita luchaban sus
sentimientos y pasiones con su vieja educación religiosa y la estimación
general de que disfrutaba, acabó, sin embargo, decidiéndose a ayudar a las
sectas al negarse el padre Desmarets, de la Compañía,
a dar la absolución y los santos sacramentos a Luis XV si no se separaba de la
favorita y se arrepentía con propósito de verdadera enmienda de la vida pasada.
Con el favor de la privada acabó perdiéndose el favor del Monarca, que
desencadenó la ira servil de muchos cortesanos, que desde entonces se sumaron a
los ataques de la secta contra los hijos de San Ignacio.
Contando
ya con la benevolencia real, desde entonces se gritó, se escribió, se calumnió
cuanto plugo a las sectas masónicas, y a las viejas y calumniosas diatribas se
agregaron otras más nuevas y monstruosas, cuando un suceso sobrevenido como
consecuencia de la guerra sostenida entre Francia e Inglaterra descargó sobre
los jesuitas la tormenta que desde hacia varios años se venía formando;
destruido por la guerra el comercio de la Martinica y derrumbada la economía de
aquella isla, se vino también abajo la prosperidad de que hasta entonces había
disfrutado una factoría que la actividad de un jesuita, el padre La Valette,
había creado para la mejora económica de los indígenas. Al no poder aquélla
satisfacer sus compromisos y suspender sus pagos, los masones y filósofos
desencadenaron sobre la Compañía una campaña de descrédito, queriendo descargar
sobre la institución la responsabilidad de los quebrantos de la factoría que
con independencia de la Orden venía rigiendo el activo misionero.
Aunque
la Compañía de Jesús demostró claramente su irresponsabilidad en los asuntos
que el padre La Valette, como colonizador, pudiera haber contraído y del
juramento que éste mismo hizo ante sus jueces “de que ni los superiores de la
Orden ni ningún individuo de ella habían tenido parte ni connivencia en sus
actos; que pedía perdón a todos sus hermanos por las calumnias que por causa
suya había sufrido la Compañía y rogaba al juez que con la sentencia mandase
publicar esta declaración, que hacía de su propia libertad, jurando que ninguno
le había compelido ni exhortado a que la diese”, siguieron los odios de los
enemigos, que ansiaban satisfacer su sed de venganza alentados por la
Pompadour, los jansenistas y los nuevos filósofos.
Muerto
en 26 de enero de 1761 el virtuoso primer ministro Belle Isle, y reemplazado en
aquel importante puesto por el duque de Choiseul,
hombre impío y vano, poseído de una desmedida ambición que le había entregado
al sectarismo más extremo, procedió éste a dar muerte al Instituto de San
Ignacio, entregando al Parlamento de París el cuerpo indefenso de la Compañía.
A pretexto de que decidiesen sobre un asunto comercial, único sobre el que
tenían competencia, entregó a los filósofos y jansenistas del Parlamento de
París, muchos de ellos masones, la resolución sobre la quiebra de la Martinica,
ocasión que los masones del Parlamento de París aprovecharon para trasladar la
cuestión al terreno de lo religioso y usurpando funciones revisar los estatutos
de la Compañía de Jesús, vedándoles que recibiesen a nadie en su seno y
continuasen enseñando la teología; poniendo en entredicho todas las bulas,
rescriptos y demás concesiones apostólicas que disfrutaban. De esta forma, al
tiempo que por un decreto se destruían las obras y congregaciones de jesuitas,
que se ocupaban de ejercicios de piedad de los fieles, se permitía la
multiplicación de las logias masónicas, que, desconocidas hasta entonces en
muchas provincias, se extendieron por todos los lugares dependientes de la
Corona de Francia, con menoscabo de la paz interna y de la doctrina del
Evangelio.
Alarmado
el Rey por el giro que tomaban los acontecimientos, convocó una asamblea de
obispos, en la cual se re unieron entre cardenales, arzobispos y obispos
cincuenta y un prelados, los que se pronunciaron en favor de los jesuitas por
cuarenta y cinco votos contra sólo seis, cinco de ellos supeditados a Choiseul, pero que sólo diferían de los demás en que
queriendo poner una vela a Dios y otra al diablo, proponían establecer
determinadas modificaciones en la Orden. Setenta prelados ausentes se
adhirieron al parecer de la mayoría.
La
autoridad de esta resolución exasperó a los masones, protestantes, jansenistas,
filósofos y demás enemigos de la Iglesia, que multiplicaron sus ataques con el
apoyo de Choiseul, que buscaba concentrar la atención
del país en estos sucesos y apartar de la gravísima situación que padecía con
una guerra larga y desgraciada que le obligaba a ceder a Inglaterra el Canadá.
En 1
de abril de 1762, al tiempo que se disponía el cierre de los establecimientos
que la Orden regía en Francia y sus colonias, se inundaba el país de obras y
folletos sacando a la luz todas las calumnias y falsedades que desde la
expulsión de Portugal corrían por el Occidente. Libelos en que no había delito
que no se imputase a los seguidores de San Ignacio, tachando ser la doctrina
del Instituto la de revolución permanente contra el Soberano, de sostenedores
en la opinión del regicidio y de maquinar contra el dogma y la moral.
La
campaña pronto dio sus resultados, y en 6 de agosto de 1762 el Parlamento de
Paris pronunció el fallo, en que, tras imputaciones falsas y calumniosas, “se
ordena a los jesuitas que renuncien a su regla, al uso de su hábito, a vivir en
comunidad, a tener correspondencia con los demás individuos de la Compañía y a
desempeñar ningún cargo sin jurar previamente estar de acuerdo con este
decreto”. Los Parlamentos de provincias, trabajados en sus minorías masónicas y
enemigas de la Iglesia, se asociaron por una escasa minoría, excepto uno de
ellos, al Acuerdo del de Paris, convirtiéndose en ejecutores inconscientes de
la condena masónica: unos, arrastrados por la adulación y las lisonjas de una
minoría influyente y maquinadora, y otros, ganados por las campañas de
difamación, la tendencia a las novedades, la envidia de la Orden por la
confianza y concepto de que gozaban los religiosos entre el pueblo y, en
general, por un deseo inmoderado de extender sus atribuciones.
Cogido
el Rey en la hábil maniobra que Choiseul le tendió,
aceptó la afrenta de sancionar con su firma la ley inicua, que estableció,
entre otras cosas, “que la Compañía de Jesús no sería admitida jamás en su
Reino, ni en sus tierras y señoríos de su Corona”, poniendo a sus miembros en
el monstruoso dilema “de abjurar de su Instituto y ratificar con su juramento
la certeza de las imputaciones hechas en sus condenas o su muerte civil”. Los
cuatro mil miembros de la Compañía eligieron sin vacilar el camino del
sacrificio.
Muy
pronto la dinastía francesa había de cobrar, con la maldición del cielo, la
letra que contra su Dios y Señor había extendido.
CRÍMENES
24 de septiembre de 1050
LA
expulsión de Francia de la Compañía de Jesús fue el paso decisivo para que en
el occidente de Europa se sumasen a la persecución otros Estados menores, como
los de Parma y Nápoles, que, por tener al frente de sus destinos a Infantes de
España, príncipes de la Casa de Borbón, quedaban dentro del Pacto de Familia y
de la influencia nefasta de los otros Borbones. Así, el duque de Parma,
sirviendo las intrigas de su valido el marqués de Felini,
gran magnate de la secta masónica, los expulsa a principios del 1768, y el rey
de Nápoles, en 22 de abril de este mismo año. Los intentos que se hicieron en
Viena y Alemania no tuvieron el éxito que se esperaba, pues pese a la calidad
masónica de Federico de Prusia, éste no quiso enfrentarse sin razón con la
opinión religiosa de muchos de sus súbditos, creando un problema que rompiese
la unidad en el interior, que él consideraba necesaria.
No
satisfacía lo alcanzado la pasión vesánica de los “hijos de la viuda”, ni de
los incrédulos herejes y jansenistas que los acompañaban en la ofensiva, cuando
no nutrían sus logias, que, llevados de su odio contra los discípulos de San
Ignacio, querían verlos aniquilados, convencidos de que mientras quedase en pie
esta Orden religiosa y un grupo de individuos permanecieran sujetos a su santa
regla, existía la amenaza de que la Compañía de Jesús resucitara, dando al
traste con todas sus conquistas. Había que alejar toda esperanza de que los
jesuitas volviesen, y a ello se prestó el genio malévolo del primer ministro
portugués, que encabezó las gestiones para lograr un frente común ante Roma que
decidiera al Papa a la extinción por si de la Orden, único medio de que los
propios católicos de las naciones se viesen obligados a cumplir el mandato
pontificio.
España
fue el primer país a quien se dirigió Pombal, por medio de su embajador, con
una Memoria en que, recapitulando sobre el estado de la corte romana el
supuesto predominio del General de los jesuitas y de la Compañía y la
importancia de sacar al Papa “de la oscuridad en que vivía”, se solicitaba una
acción común para obtener de Roma por la coacción lo que no obtenía a través de
los medios suaves. El Gobierno español convino en lo sustancial del designio,
y, aprobada por el rey, fue redactada por Grimaldi la respuesta y enviada al
ministro plenipotenciario español en Roma, don Tomás Azpuru,
para su entrega a Su Santidad. La hipocresía que rezuma el escrito descubre la
mano masónica que lo dirigió: “Movido el rey católico de estas razones,
penetrado del filial amor hacia la Iglesia, lleno de celo por su exaltación,
acrecentamiento y gloria por la autoridad legítima de la Santa Sede y por la
quietud de los reinos católicos, íntimamente persuadidos de que nunca se
conseguiría la felicidad pública mientras continuase este instituto..., suplica
con la mayor instancia a Su Santidad que extinga absoluta y totalmente la
Compañía de Jesús, secularizando a todos sus individuos, sin permitirles que
formen congregación ni comunidad bajo ningún título, ni que vivan sujetos a
otros superiores que a los obispos de las diócesis donde residiesen después de
secularizados.” En 16 de enero de 1769 quedó en manos del Papa la Memoria
española, y en los días 20 y 24 se recibían análogas peticiones de Francia y
Nápoles. Su Santidad respondió a los representantes extranjeros que el negocio
era grave y que exigía tiempo para su estudio.
La
muerte del Sumo Pontífice el 2 de febrero de 1769, solamente unos días después
de haber recibido la terrible coacción de los que llamaban embajadores de reyes
cristianos, echó sobre el futuro Cónclave un motivo de preocupación y discordia
por la presión que las naciones iban a desarrollar sobre los cardenales.
Llegados los purpurados extranjeros a Roma, se vio claramente que los ganados a
la causa de la extinción pretendían que el que hubiera de ceñir la triple
corona había de obligarse con papel firmado de su letra a realizarla
prontamente, pretensión que, calificada de demoníaca y repugnante, era
rechazada por la mayoría de las conciencias.
No
pudo sustraerse el Colegio Apostólico, no obstante su buena voluntad, a las
presiones enormes que los representantes de las naciones católicas y algunos de
sus purpurados ejercían para que la elección de Pontífice recayese en persona
de su confianza, de que carecía todo aquel que no apareciese como enemigo
declarado y partidario de la extinción de la Compañía de Jesús. Por uno de esos
azares que en las asambleas ocurren, en que la malicia de los menos acaba
triunfando sobre la buena fe de los más, después de muchos escrutinios sin que
nadie obtuviese la mayoría necesaria, cuando ya estaban sin esperanzas de que
saliese elegido ninguno de los candidatos, una propuesta del arzobispo de
Sevilla, Solís, aceptada por el cardenal Rezzonico,
que parecía dirigir a los enemigos de la extinción, para que fuese elegido
Pontífice el Cardenal, religioso franciscano, fray Lorenzo Ganganelli,
que, aunque nadie se había fijado hasta entonces en su persona para la dignidad
pontificia, aparecía, sin embargo, equidistante de los dos sectores en que se
hallaba dividido el Cónclave y ofrecía a los defensores de la Compañía la confiante particularidad de que siendo catedrático del
colegio de San Buenaventura, en Roma, había hecho grandes elogios de los
jesuitas, alcanzó la aprobación general; los españoles, que, por su parte,
mantenían con él relación estrecha, le consideraban un fácil servidor de su
causa, y en esta situación, el 19 de mayo de 1769 fue elegido Sumo Pontífice
con el título de Clemente XIV.
Desde
que el cardenal Ganganelli fué ascendido a la Silla de San Pedro, cayó sobre él la enorme influencia y presión
del marqués de Aubeterre, representante de Francia en
Roma, y de don José Moñino, nuevo representante de
Carlos III, encargado por éste de arrancar al Papa la promesa formal de la
extinción, y al que por ello se premió con el condado de Floridablanca. No era
fácil la situación del nuevo Pontífice frente a las presiones que recibía. Si
no complacía a los que se llamaban monarcas católicos, los embajadores le
amenazaban con un nuevo cisma dirigido desde las alturas; si lo hacía, aparte
de la monstruosa injusticia de convertirse en brazo ejecutor de las
maquinaciones sectarias contra los más fieles defensores de la fe, abría el
camino a los enemigos de la Iglesia para nuevas y más escandalosas
pretensiones.
Su
Santidad demoró cuanto le fue posible la solución del conflicto, excusándose
unas veces con lo grave del negocio, otras con la necesidad de oír al clero en
un concilio general, la falta de unidad en los monarcas en cuyos Estados
existían instituciones regidas por jesuitas y la necesidad de que pasase algún
tiempo y no pudiera pensarse que la extinción de la Compañía de Jesús
constituía un pacto previo a su elección; pero los monarcas y los masones no se
conformaban con la espera, y el representante de Carlos III, don José Moñino, llevó sus exigencias ante el Pontífice hasta la
amenaza y el desacato.
La
resistencia de Su Santidad en la ejecución de lo que se le pedía arrastró a los
reyes coligados a la vía de los hechos, e invadieron las provincias pontificias
de Aviñón, Benevento y Pontecorvo, y ante la amenaza
de la guerra y del cisma que amenazaba de establecer un patriarcado
independiente en cada nación, el desdichado Pontífice promulgó el breve “Dominus ac redemtor noster” de 21 de julio de 1773, en que, sin condenar la
doctrina, ni el sistema, ni las costumbres de los jesuitas, suprime la Compañía,
fundamentándolo en las quejas de algunos monarcas.
Si el
breve causó consternación en el mundo católico, la publicación en Roma produjo
general desagrado, que afligió al Colegio Cardenalicio y a todo el episcopado.
El virtuoso arzobispo de Paris, Cristóbal de Beaumont, tan destacado por su
sabiduría y santidad, contestó a consulta de Su Santidad que “la abolición de
la Compañía de Jesús era perjudicial a la Iglesia y que, por serlo, no
consentiría el clero de Francia que el breve se publicase en aquel reino”. En
Prusia y Rusia, sus reyes se negaron a extinguir a la Orden, pese a las
excitaciones que desde París les hacían los filósofos y masones. El mundo
católico consideró que el breve había sido arrancado por la coacción y que no
tenía virtualidad; sin embargo, la ejecución de la extinción de la Compañía fue
llevada a cabo por las potestades civiles, ocupados los colegios y apoderándose
de sus bienes; y en la propia Roma, bajo la jurisdicción vaticana, el general
Ricci, de los jesuitas, sus asistentes, el secretario de la Orden y otros
muchos religiosos fueron conducidos presos al castillo de Sant Angelo. Los archivos de la Compañía y los documentos de la
Orden fueron en las distintas naciones asaltados y confiscados, sin que nada se
encontrase que pudiera servir de cargo contra los virtuosos hijos de San Ignacio.
Los procesos que contra la Compañía se abrieron fueron la más grande
justificación de santidad que registran los anales de las persecuciones
religiosas.
Una
ligera atenuante se encuentra en la actuación del Pontífice contra la Compañía,
pues, no queriendo, sin duda, comprometer a la Iglesia en forma decisiva y
mirando quizá un porvenir más grato, extinguió la Compañía bajo la forma de un
breve, más fácil de revocarse por otro y de menor trascendencia que una bula de
abolición, de mucho mayor alcance; breve que ni fué notificado a las autoridades de la Orden y que, vergonzante, no se atrevió a
fijar en las puertas de la basílica de San Pedro.
Refieren
los escritores contemporáneos que los que asistieron al Papa al firmar éste el
breve de extinción, le escucharon estas proféticas palabras: “Esta supresión me
acarreará la muerte”. Una idea obsesionante invadió desde entonces su cerebro.
Su conciencia se rebelaba ante el trágico destino dado a los fieles hijos de la
Iglesia, y como hombre dominado por un pensamiento aterrador, clamaba por los
salones de su palacio: “¡Perdón! ¡Perdón! ¡Lo hice compelido! I Lo hice
compelido!”, agravándose sucesivamente hasta entregar su alma a Dios.
Hecha
la autopsia por los facultativos nombrados al efecto, declararon haber muerto
de enfermedad natural; mas una circunstancia extraña había de pesar para
siempre sobre el recuerdo del desventurado. Refieren a estos efectos los
historiadores: “Que desde el Quirinal fue trasladado su cuerpo a la Capilla
Sixtina, y, a pesar de estar embalsamado, cayó en tal corrupción que hubo
necesidad de embalsamarle nuevamente y de reducirle casi a esqueleto. Ni aun
así pudo estar de cuerpo presente los tres días de costumbre, pues aumentóse la corrupción aquella noche y fué preciso cerrar el ataúd y hasta usar de pez, siendo inaguantable el hedor que
transpiraba por las junturas.”
La
elección de nuevo Pontífice en el Papa Pío VI cambió el horizonte de la
persecución, y, pese al empeño del representante español en Roma, don José Moñino, para que su general y los jesuitas fuesen
sentenciados por la curia romana, el Sumo Pontífice, convencido de la inocencia
de los religiosos, quiso que los juzgase la misma Comisión nombrada por
Clemente XIV bajo la presión española, la que acabó pronunciando su fallo
favorable, que absolvía completamente a los acusados.
El
general Ricci, todavía detenido en el castillo de Sant Angelo,
por no haberse aún declarado solemnemente la inocencia del venerable anciano,
falleció el 9 de noviembre de 1775, tras haberse despedido cariñosamente de sus
hijos, perdonar a sus perseguidores y hacer profesión solemne de la falsedad de
las acusaciones y de la inocencia de la Orden. El Sumo Pontífice quiso
exteriorizar su sentimiento y el gran aprecio que le tenía celebrando un
solemne funeral, testimonio público de su afecto a la Orden y solemne, aunque
modesta, reparación a las calumnias e injurias sufridas, siendo enterrado, por
orden del Papa, en la misma iglesia y junto a los demás generales finados de la
Compañía.
CAMPAÑA ANTIJESUITA1 de
octubre de 1950
No se
puede juzgar del poder de maquinación de las sectas masónicas sin haber
analizado sus conspiraciones contra la Compañía de Jesús. Si en aquella época,
en que la masonería no había alcanzado el grado de desarrollo que hoy tiene, y
al frente de las naciones se encontraban príncipes católicos con poder decisivo
para resolver, por un afán de novedades, los príncipes se dejaron envolver y
una sociedad cristiana se vio arrastrada, ¿qué no alcanzarán hoy bajo la égida
de gobernantes y jefes de Estado masones, en que Gobiernos y Parlamentos
aparecen invadidos por la nefasta secta? Sólo la omnipotencia de Dios
destruyendo sus maquinaciones permite que la fe verdadera no se extinga y que
la sociedad se libre de caer en el abismo a que la masonería la empuja.
Examinando
a lo que se atrevieron y de lo que fueron capaces aquellos hombres cuando
todavía se exponían a terminar en la horca, se comprende a lo que se atreverán
hoy sus sucesores, atrincherados en la irresponsabilidad de los Parlamentos y
de las Asambleas seudodemocráticas, tan propensas a seguir el camino de aquel
primer concejo abierto en que, por la maniobra farisaica, se aclamó a Barrabás
y se condenó al verdadero Dios.
La trascendencia
que los hechos que venimos comentando tuvieron para la descristianización de la
sociedad europea justificará a los ojos de nuestros lectores el que nos hayamos
tenido que detener en la relación sucinta de aquellos sucesos, desconocidos por
los españoles en muchos aspectos y depurados hoy por la investigación histórica
con una perspectiva de que sus coetáneos carecieron.
Dos
siglos de historia liberal, confeccionada en su mayor parte por los masones,
han creado alrededor de aquellos sucesos esa “conspiración masónica del
silencio” con que el mundo masónico aísla cuantos acontecimientos promueve y le
son adversos. La historia nos habla de filósofos, de protestantes o de
jansenistas, pero calla, inconsciente o maliciosamente, la existencia y la
actividad de las sectas masónicas, la calidad de masones de la casi totalidad
de los hombres que intervinieron en estos hechos, que desde que se fundó la
masonería en Inglaterra y se extendió a Europa, controla y propulsa la mayoría
de los acontecimientos políticos internacionales; lo mismo que hoy ocurre,
aunque con una organización mucho más fuerte y poderosa, que hace que en Europa
y América puedan mandar sin responsabilidad, y bien desastrosamente, por
cierto, sobre sus gobernantes, y que, por encima de los Parlamentos, decidan
del destino de la gran mayoría de los pueblos.
Si
estudiamos la forma en que la masonería, por medio de los gobernantes,
arrancaba ayer a los príncipes decisiones contrarias a su fe y al interés de
las propias naciones contra el deseo y la voluntad de sus pueblos, mediante
calumnias y propagandas a través de libros, escritos y libelos, se apreciará
mejor los elementos que ofrece la sociedad moderna con los Parlamentos, la
Prensa, los libros y la Radio, de la mayoría de los cuales la masonería se
encuentra apoderada, para falsear los acontecimientos y para decidir y engañar
al pueblo en cuanto a ella apasiona o interesa.
De
aquel suceso llamado de la “conspiración de la pólvora” en
Inglaterra derivaron los masones, con injusticia notoria, persecuciones contra
la Compañía de Jesús; sobre el regicidio frustrado movido por la venganza de un
noble ofendido en su honor levantó Pombal la primera persecución contra la
institución; del motín de las capas y sombreros contra el afortunado proveedor
napolitano encumbrado por Carlos III a ministro de Hacienda, Guerra, Justicia y
teniente general, sin haber servido en la Milicia, sacó la masonería su campaña
calumniosa para la expulsión de la Compañía de Jesús; explotando similares
sucesos montó Choiseul, ayudado por la Pompadour, la
conspiración que había de arrancar al senil Monarca su inicuo decreto de
expulsión; y de la especie que la masonería hizo extender por Madrid de que Su
Majestad era hijo adulterino, arrojando sombras sobre la virtud de la muy amada
madre del Monarca español, achacada falsamente por los masones a los jesuitas,
nació en el pecho del Soberano el encono que le decidió a la extinción de la
Compañía. A ello, sin duda, se refería la reserva que decía guardar en lo más
hondo de su pecho.
A
tanta calumnia y persecución respondió la maravillosa longanimidad de la
Compañía de Jesús. Los conspiradores, los poderosos, los revolucionarios, los
que ponían en peligro el trono y los territorios de ultramar, salieron de las
naciones humildemente, sin abrir los labios, mansos como su capitán. Pudiendo
valerse del afecto que les tenía el pueblo y les profesaban los indios, no
hicieron en Europa ni en América la menor resistencia, y, con humildad
ejemplar, cumplieron las inicuas leyes que la potestad les imponía, virtudes
heroicas que constituyen un timbre de gloria para la Orden y un elocuente
mentís para los perseguidores.
Pese
a todas las denuncias falsas y calumniosas, a los procesos, a los escritos y a
las aparentes pruebas fabricadas, nada resultó contra la Orden ni nada pudo
demostrarse contra ninguno de sus miembros. Aquella fábula, tan extendida y
explotada por los masones en Europa contra los jesuitas en ultramar, que,
separados por el mar y la distancia, solían vestir con atractivos ropajes para
explotación de inocentes y crédulos de que los jesuitas pretendían levantar un
imperio propio en América, con un fantástico Emperador Nicolás, inserta en
escritos y en libelos, que hasta llegó a tomar estado en las demandas de los
Borbones a la Silla Apostólica, se derrumbaba al primer soplo de la realidad. A
este respecto, son interesantísimos los partes del general Ceballos, enviado
con tropas desde Buenos Aires a deshacer los Estados independientes del
fantástico Emperador Nicolás I, que acusa de una manera terminante “que todo
era una pura fábula; que lo que allí había hallado era el desengaño y la
evidencia de las falsedades inventadas en Europa para perder a los jesuitas;
que allí nunca se había visto más que pueblos sumisos, vasallos pacíficos,
religiosos ejemplares, misioneros celosos; en suma, conquistas hechas a la
religión y al Estado por las armas de la mansedumbre, del buen ejemplo y la
caridad, y un Imperio compuesto de salvajes civilizados venidos espontáneamente
a pedir el conocimiento de la Ley del Crucificado y a someterse a ella, de su
bella gracia para vivir unidos todos con los vínculos del Evangelio, la práctica
de la virtud y las costumbres sencillas de los primeros siglos del
cristianismo”. Las invenciones que la malicia masónica forjó contra los
jesuitas del Paraguay y que el Consejo extraordinario español convirtió en capítulo
de cargos contra la Compañía, se destruían para siempre por el informe
caballeroso y claro del militar español.
Del
gran poder de los jesuitas, de su opulencia, de la usurpación de diezmos en las
iglesias de América y de su escandaloso comercio en aquel Continente, nada
absolutamente existía. Ninguna conciencia honrada de los que pasaron por las
posesiones españolas y portuguesas en ultramar pudo decir jamás que notase cosa
alguna que oliese a negocio o a comercio, salvo el de beneficiar a los
indígenas en sus cosechas y en sus ganados, organizándoles su venta o su cambio
por otros artículos para ellos necesarios. La colonización venía exigiendo que
muchos religiosos misioneros alejados de población fuesen encargados por la
potestad eclesiástica y civil no sólo del cuidado espiritual de las almas de los
nuevos cristianos indios, sino también del consejo y de la tutela en la
administración de los bienes comunes, administración que en algún caso
desempeñaron por pura caridad como tutores, dando anualmente cuenta justificada
a las autoridades del territorio.
Los
masones obedecían fielmente las consignas de la célebre frase de Calvino: “A
los jesuitas se los debe matar u oprimir con calumnias.” Y con calumnias y
muertes se persiguió a la Compañía de Jesús en este calvario ininterrumpido del
siglo XVIII, que ella ofreció humilde a su Dios y Señor.
De
poco sirve que exista una realidad contraria. La masonería no tiene escrúpulos
en la fabricación y en la falsificación de pruebas cuando pretende alcanzar un
objetivo. Es la política de la “calumnia, que algo queda”, que, explotada por
las propagandas, sabe convertir para el mundo en monstruosas verdades, que,
aunque muchas veces pueden derribarse con la presencia de la verdad, lo es
cuando el daño ya está hecho, y aun así, con un silencio glacial y artificioso
envuelven la obligada rectificación.
Destaca
para nosotros en esta triste historia de la persecución de la Compañía de Jesús
la inexplicable complacencia con que Carlos III suscribió las peticiones
reiteradas para la extinción de la Orden. Sin embargo, la Historia nos aclara
suficientemente la infame intriga que al Monarca se le tendió y cómo, para que
no dudase de los grandes delitos que a la Compañía se le imputaban le
presentaron con el sello de Roma cartas escritas por el general de la Orden,
padre Lorenzo Ricci, al provincial de Madrid, que le dijeron haber
interceptado, y en las que para consumar su destronamiento se excitaba a sus
subordinados a la corrupción, contando con las riquezas de la Compañía, que
exageraban hasta extremos fantásticos. Pero lo que más encendió la cólera real fue
el falso testimonio que en ellas se levantaba contra la castidad de su difunta
madre. Enviada a Su Santidad esta carta, como un documento fehaciente, fue
examinada por una Comisión, en la que figuraba un prelado que más tarde había
de ser Pío VI, la cual descubrió que el papel era de fábrica española
que, analizado más tarde, se averiguó el año de su fabricación. La carta había
sido fechada dos años antes de que existiese el papel de la misma.
Un
historiador francés, Cretineau-Jolie, asegura a este
respecto “que estando próximo a morir el duque de Alba, antiguo ministro de
Fernando VI, exaltador incansable del encono contra los jesuitas, depositó en
manos del inquisidor general, don Felipe Bertrán, obispo de Salamanca, una declaración
en la que confesaba: primero, haber sido uno de los autores del motín contra
Esquilache y que lo había fomentado en odio a los mencionados religiosos y para
que se les imputase; segundo, que había redactado gran parte de la su puesta
carta del general Ricci, y tercero, que había sido el inventor de la fábula del
Emperador Nicolás I y uno de los fabricantes de la moneda con la efigie de este
famoso Monarca. Añade que hizo igual declaración en 1776 en un escrito a Carlos
III”. La prueba de la falsedad masónica no podía ser más concluyente.
Otro
historiador anglicano, Adam, publica análoga versión sobre las invenciones que
provocaron en el ánimo del Rey el encono que permitió arrancar su firma contra
la Compañía de Jesús, expresando: “Pueden muy bien ponerse en duda las malas
intenciones y los crímenes atribuidos a los hijos de Loyola, siendo más natural
creer que un partido enemigo no sólo de la corporación, sino también de la
religión cristiana, suscitó su ruina, a la que se prestaron los Gobiernos con
tanta más facilidad cuanto que estaban interesados en ella”, en todo lo cual
coinciden otros varios de los historiadores protestantes. Se ve aquí cómo los
masones que rodeaban a Carlos III habían estudiado a fondo su corazón y sus
reacciones, discurriendo aquello capaz de incendiar su cólera, a la que no
podía resistirse, ya que, ofendido en su orgullo y en su piedad filial por el
sello de bastardía que unían a su nombre, había de proceder a castigar la
ofensa, aunque reservase la causa, como entonces dijo, en lo más hondo de su
pecho.
La
masonería ayer, como hoy y mañana, no repara en los medios para alcanzar sus
fines, no conoce la moral, engaña al pueblo, y no la detienen, como hemos
demostrado, ni la autoridad y el respeto debido al representante de Dios sobre
la Tierra.
POLITICA Y TRAICION8 de
octubre de 1950
No
nos cansaremos de señalar el carácter político de la masonería, la prosecución
por ella de un Gobierno masónico para los pueblos y la carencia de escrúpulos
en los procedimientos para lograrlo. La masonería desarrolla un programa fijo,
perfeccionado en su malicia y eficacia al correr de los siglos, y que sólo
sufre aquellas ligeras variaciones que el carácter de la época les exige.
Hemos
visto en el siglo XVIII a la masonería dedicada a socavar el poder espiritual,
representado por la Iglesia Católica, a la que persigue, debilita y
desmoraliza, y menoscabar el real, adueñándose de la voluntad del soberano a
través de validos masones, que abren a la secta las puertas del poder político,
del que van a disfrutar en lo sucesivo.
Si
desde el punto de vista subjetivo español se examina la acción de la masonería
en aquel siglo, se la ve manejada como un instrumento por las naciones rivales
para destruir nuestra unidad y debilitar nuestra potencia ayudando a los
disidentes y descontentos, preparando la destrucción de nuestro imperio de
ultramar.
La
siembra que en el campo religioso y en el político hizo la masonería durante el
reinado de Carlos III forzosamente había de fructificar bajo sus sucesores y
alcanzar en el siglo XIX la cima de su desenfreno. Debilitada la Iglesia y
desmoralizada en algunos sectores por la acción desarrollada desde el Poder, y
paralizadas la aristocracia y la política por la filtración masónica dirigida
por los ministros de Su Majestad, entra España en 1788 en el reinado del débil
y poco inteligente Carlos IV, que había recibido de su progenitor el último
consejo de no prescindir de los servicios de Floridablanca, al que el nuevo
Monarca había prometido obedecer. Sin embargo, un factor nuevo iba a decidir el
rumbo de la Monarquía española: la ambición de la Reina María Luisa de Parma,
que no admitía sombras sobre su poder.
Apartado
en 1792 Floridablanca por instigación de María Luisa, dio ocasión a que el
conde de Aranda subiese de nuevo al Poder, el que hubo de abandonar a los pocos
meses obligado por la celosa rivalidad de la Reina, que deseaba colocar en su
puesto al favorito, que venía colmando de honores y favores. Un apuesto joven de
veintiocho años, sin experiencia, elegido por la Reina de España para primer
ministro del débil Monarca.
La
Revolución francesa y la prisión de Luis XVI traían revueltas a las Monarquías
europeas, siendo causa de honda preocupación en nuestra Corte, que sufría
instigaciones de otros Soberanos deseosos de oponerse a la revolución y reponer
en el Trono de Francia al Rey destronado. Si Floridablanca era partidario y se
inclinaba a la intervención española, el conde de Aranda pretendió una política
contraria; pero el suplicio de Luis XVI y la impresión causada en el país por
la contestación dada por la Convención francesa a las protestas españolas
decidieron al ambicioso Godoy, que se había colocado a la cabeza de los
españoles belicosos, a inclinar la voluntad real hacia la coalición.
Entablada
la guerra contra la Convención, tiene lugar la brillante campaña de nuestro
general Ricardos en el Rosellón, con la contrapartida de ver las Provincias
Vascongadas invadidas por los franceses. Este episodio, de escasa duración, y
al que se dio fin por la paz de Basilea en 1795, que devolvió a España las plazas perdidas en Cataluña y Vascongadas, y que valió a Godoy el título de Príncipe
de la Paz, encierra, sin embargo, una gran trascendencia desde el punto de
vista de nuestro análisis sobre la masonería. Entonces salieron a la luz, entre
las grandes pruebas de lealtad, muchas debilidades y las traiciones, que dan la
clave de que la mayor parte de las victorias ganadas en aquel territorio por
los franceses fueron debidas a las gestiones de la masonería mucho más que al
valor de sus soldados y a la pericia de los capitanes; victoria que sólo
aminoró la actitud patriótica y decidida del clero, sublevando al país contra
los invasores.
Muchos
son los datos que han quedado en los procesos de entonces en las Chancillerías
de la entrega de plazas sin defensa, de la conducta de muchos afrancesados
masones entregados de cuerpo y alma al extranjero y de la debilidad de los
Poderes públicos en el castigo de aquellos traidores. La corrupción masónica,
comenzada en el primer tercio del siglo en nuestra Patria, empezaba a dar al
extranjero sus óptimos frutos.
Recogen
los historiadores del siglo hechos harto elocuentes; entre ellos espigo el de
la causa formada en la Cancillería de Valladolid contra don Pablo Carrese, sus hijos, su yerno Aguirre, don Martín Zuvivuru, don F. de Anglada y otros más, que habían
entregado Tolosa a los franceses. Destaca en ella el hecho característico de
que mientras unos reos fueron presos y conducidos a Valladolid, otros huían a
Paris, donde fueron bien recibidos y protegidos. Según reza el relato del
magistrado español que entendió en el proceso, “los fugados consiguieron tomase
cartas en su favor el Directorio ejecutivo, y cuando me hallaba instruyendo el
sumario tuve carta de nuestro embajador recomendándome el proceso y
ofreciéndome la protección del Gobierno francés... Continuó la causa, y
sabiendo el curso que se le daba, se repitió la recomendación con amenazas”. El
propio juez atestigua que la intervención de Godoy, que tomó cartas en el
asunto, hizo que, no obstante haber sido condenados los reos, el Gobierno se
apresurase a indultarlos.
El
apartamiento de Floridablanca y de Aranda de la presidencia del Gobierno no le
libró de la influencia masónica, que, señoreada del Poder durante el reinado
del anterior Monarca, había ya proliferado en los medios políticos y
aristocráticos que rodeaban a la Corona.
El
ambiente relajado de la Corte, impía, volteriana y escéptica, por una cara, y
absolutista rabiosa por la contraria, era el más favorable para que, en aquella
ola de filósofos y jansenistas con ribetes francmasónicos triunfasen la audacia
y el servilismo. Por este camino se vio a jovenzuelos como Urquijo ascender de
simple oficial del Consejo de Estado y traductor de Voltaire, a convertirse a
los treinta años en Ministro de la Corona y árbitro de la política. Con él las
arterias y las malas artes en la política se pusieron a la orden del día, y al
lado del masón y petulante Urquijo brilló la travesura del no menos masónico
marqués de Caballero.
El
“déficit” que se produjo como consecuencia de la guerra con Inglaterra y el
enojo del pueblo por las relaciones entre la Reina y el favorito, esparcidas
con escándalo por la nación, motivaron el descontento general, al que el Rey
puso freno apartando a Godoy del Gobierno de la Nación.
Muerto
Pío VI, se arrancó al débil Monarca el cismático decreto de 5 de septiembre de
1799, con el que la masonería y los jansenistas pretendían crear un cisma
rompiendo la disciplina y dependencia de la Iglesia, mandando a los obispos que
usasen de “la plenitud de sus derechos”. La debilidad de parte del Episcopado
español, contaminada por el jansenismo que le prestó adhesión, originó la
condena como cismática de la disposición, con lo que el nuevo Pontífice Pío VII
deshizo la maniobra de los francmasones.
La
representación hecha por el Nuncio ante el Monarca de la maniobra realizada
contra la unidad de la Iglesia descubrió al Rey cuánta era la malicia y la
traición de los que le rodeaban, motivando la crisis en que el Monarca, bajo el
consejo de Godoy, vuelto a la confianza real, separó del Poder a aquellos
caballeros; pero permaneció Godoy, que, gozando de los favores reales, sin
embargo, íbamos a verle muy pronto vendido a la política de Napoleón en sus
ambiciones irreprimibles.
Al
predominio de la masonería inglesa sobre nuestra nación, sucedió, bajo la
inspiración de Godoy, la influencia de la francesa. El reinado de Carlos IV iba
a distinguirse en el orden internacional por la reacción contra lo inglés, que
le arrastra a firmar aquel Tratado de alianza ofensiva y defensiva tan nefasto
para nuestra Patria, y que, precipitando la ruina de nuestra Hacienda, ocasionó
la total destrucción de nuestra Marina.
Conocía
Napoleón el arte de dominar a los pueblos y encontrar los portillos para el
asalto de las fortalezas, y, así, supo ver en el valido del Trono español el
hombre que abriese cauce a sus ambiciones, doblegando la voluntad de la nación
y adscribiendo a la nación española en una de las bases para dilatar su
imperio. La primera de las entregas del poderoso favorito fue la inspiración de
la expedición a Portugal, que, al mando del propio Godoy, obligó a esta nación
a renunciar a su alianza con Inglaterra, cerrándole con ello la posición
estratégica de los puertos portugueses.
El
estado de guerra entre Inglaterra y Francia, en el que España permanecía
neutral, neutralidad que bochornosamente pagaba con seis millones de pesetas
mensuales a Francia y la libre entrada de sus barcos en nuestros puertos,
ocasionó el que, apoderándose Inglaterra de cuatro fragatas españolas que
venían de América con caudales, España se viese obligada a declarar la guerra a
esta nación, favoreciendo con ello los propósitos del Gran Corso, proclamado en
aquel año de 1804 emperador de los franceses. La forzada subordinación, por
otra parte, de nuestros marinos a la ineptitud de los almirantes franceses fué causa de la gloriosa derrota de Trafalgar, en que
brillaron a gran altura la capacidad y el espíritu de sacrificio de nuestros
marinos caídos en la batalla, sólo contrapesada por la muerte del gran
almirante Nelson.
Uno
de los factores más importantes del encumbramiento del Gran Corso fueron el
poder y la intriga de que disfrutaba sobre las logias masónicas de la nación
francesa, cuya influencia sobre los otros pueblos había de impulsar y de
explotar. Entregado Godoy a la influencia napoleónica, que hábilmente
aprovechaba, se avino a los planes de nuestros vecinos, que, en virtud del
Tratado de Fontainebleau, le prometían uno de los tres reinos en que se había
acordado dividir a la nación portuguesa. De este modo, alimentando su
insaciable ambición, se abrían las puertas de nuestra nación a los ejércitos
napoleónicos.
La
sorpresa y la traición hicieron el resto, y con la invasión de los ejércitos
franceses se plagaron las ciudades de nuestra Península de afrancesados y de
logias masónicas de obediencia gala.
“LA CAUSA DE EL ESCORIAL”22 de
octubre de 1950
REPETIDAMENTE
hemos comentado que no haya habido desdicha para nuestra nación que no nos
viniera emparejada con la maquinación masónica. Sólo a través de esa
conspiración taimada que la masonería representa pudo llegarse a destruir el
poderío de nuestra nación y poner en entredicho el valor de un pueblo que
durante dieciocho siglos había venido siendo uno de los actores principales en
la civilización del Occidente.
El
reinado de Carlos IV, tan desgraciado por muchos conceptos, tuvo el final
desastroso que era de esperar de quien había consentido que su Corte fuera
materia de vergüenza y escándalo. El odio creciente del pueblo español hacia el
favorito Godoy, aprovechado por la mala inclinación del príncipe heredero,
azuzado por malos consejeros, produjo la conspiración conocida por “la causa de
El Escorial”, donde, preso el príncipe y probada la traición, cometió Carlos IV
la torpeza de promulgar aquel gravísimo decreto de exoneración en que se sacó a
la luz la traición del heredero contra su Rey y padre, aunque no pasó mucho
tiempo sin que aquella debilidad que caracterizó el reinado del desdichado
Monarca le llevase, atendiendo al empeño de la Reina, su esposa, a amnistiar a
su hijo del indigno hecho, publicando otro decreto singular, en el que se
pretendió echar sobre los consejeros del príncipe toda la responsabilidad de su
bajeza. Sin embargo, lo que debiera haber sido causa de repudio suficiente para
desacreditar a un príncipe ante los ojos de su pueblo, no produjo esos efectos,
ya que apasionado éste por su odio contra Godoy, se consideró halagado de que
el propio príncipe heredero apareciese identificado con lo que el pueblo
sentía.
No
bastaban, sin embargo, a satisfacer la ambición sin límites del valido los
puestos y honores conseguidos que le habían convertido en dueño y señor del
reino, y, si hemos de hacer caso a historiadores procaces, hasta del tálamo
real, pues, cegado en su ambición o presintiendo su futura caída, escuchó de
buen grado las promesas que los agentes napoleónicos le hicieron de convertirle
en rey efectivo de uno de los tres Estados en que el Emperador de los franceses
pensaba dividir el reino de Portugal. Esta fué, sin
duda, la razón para que el ministro universal y generalísimo de las tropas de
tierra y mar abriese a los ejércitos franceses nuestras fronteras para el paso
de las tropas imperiales camino de Portugal.
Esta
concesión, en mala hora pactada, significó la llegada a las principales
capitales españolas de los más brillantes generales del Imperio y de los
Cuerpos más distinguidos de los ejércitos franceses, que rápidamente se
esparcieron por el norte de la nación. La invasión de España era un triste
hecho y pocos ya los que dudaban de los verdaderos propósitos napoleónicos, y
hasta el Rey y su valido, sorprendidos por la ocupación, se preparaban a
marchar al sur de la Península, con intención de organizar la resistencia,
cuando el motín de Aranjuez, dirigido, bajo el nombre de “el tío Pedro”, por el
conde de Montijo, que pronto habíamos de ver de jefe de la masonería española,
y en el que el propio príncipe heredero apareció como apaciguador, obligó al
Rey a la abdicación.
Mientras
todo esto ocurría en Aranjuez, el buen pueblo español celebraba con júbilo la
proclamación de Fernando VII, en el que tenía puestas todas sus ilusiones, Su
entrada triunfal en Madrid en 23 de marzo entre las aclamaciones entusiásticas
de la villa, y que hacía presagiar tiempos felices, fue, sin embargo,
ensombrecida por la presencia en las afueras de Madrid del Cuerpo de ejército
de Murat.
El
procesamiento de Godoy y el nombramiento de un nuevo Gobierno se recibió con
general aplauso por la opinión pública; mas con los nuevos ministros volvía la
hidra masónica a invadir los Consejos de la Corona: Floridablanca, Jovellanos,
Ceballos, caídos en desgracia en la última etapa de gobierno y desterrados,
volvían a la confianza regia.
La
entrada de las tropas francesas en Madrid había sido preparada con la
correspondiente filtración masónica, y agentes importantes de Napoleón llevaron
a cabo una de las más hábiles y tenebrosas intrigas que conocen los tiempos.
Con la noticia que hicieron correr de que el Emperador venia a visitar la Corte
y a entrevistarse con el nuevo Rey, inclinaron el ánimo de éste a salir a
recibirle, y el 10 de abril, acompañado de su ministro de Estado, Ceballos, y
de un grupo de nobles, marchó el Monarca para Burgos, donde, como era natural,
no se encontraba Napoleón. La torpeza real y la malicia de agentes y consejeros
siguieron empujando al Monarca por la pendiente, obligándole a continuar el
viaje hacia la capital alavesa, en la que le esperaban 40.000 soldados
franceses ocupando posiciones alrededor de la ciudad. El Rey se encontraba de
hecho prisionero; sólo faltaba formalizar el acto. No había ya más remedio que
seguir el camino en dirección a la frontera, donde decían esperaba Napoleón;
pero, al cruzarla, días más tarde, Savary, jefe de la Policía francesa, anunció
al Rey, sin ninguna clase de rodeos, que el Emperador había decidido
destronarle.
No
pueden explicarse la torpeza y la falta de sensibilidad del Rey y la ausencia
de las más elementales previsiones en su Gobierno sin conocer la filiación
masónica de su ministro de Estado, que sin rubor, íbamos inmediatamente a ver
de ministro del rey José.
Trasladado
Fernando a Bayona, donde ya se encontraban sus padres con el funesto favorito,
y mientras se llevaban a cabo las diligencias para su renuncia al Trono en
favor de Napoleón, el pueblo de Madrid, que pocos días antes le había aclamado
como rey, lanzaba a los vientos su grito de rebeldía con el glorioso alzamiento
nacional del 2 de mayo, que, como reguero de pólvora, iba a propagarse por toda
la nación. Abandonado de su Rey y su Gobierno, sin jefes ni caudillo, ejército
ni dineros se realizó el esfuerzo más grande y heroico que registran los
siglos, que constituye una de las páginas más grandes de nuestra Historia.
Un
siglo después de nuestra guerra de Sucesión, en la que los ejércitos franceses
e ingleses disputaron por primera vez su supremacía masónica sobre nuestra
Patria, la invasión napoleónica convierte de nuevo a España en palenque en que
iban a chocar, multiplicadas por la labor de un siglo, las dos masonerías
entonces rivales.
Decidido
por Napoleón dar a España una nueva Constitución, convocó unas Cortes en
Bayona, a las que asistieron unas docenas de diputados afrancesados con otras
de nuestra nobleza decadente. En diez sesiones fue aprobado el proyecto y
jurada por el rey José la carta por Napoleón impuesta, y, acompañado por una
lucida cohorte de grandes de España, el 9 de julio atravesó nuestra frontera,
junto con sus flamantes ministros Urquijo, Azanza,
O'Farril, Mazarredo, Cabarrús y Piñuela; Ceballos,
ministro de Estado hasta última hora del Rey Fernando; Azanza,
ministro de Hacienda del mismo Gobierno, y el general O'Farril, que también
había sido su ministro de la Guerra. Como se ve, un muestrario de masonería y
deslealtad.
Hubo
logias de afrancesados en todas las capitales de España por donde pasaron los
ejércitos napoleónicos. La logia más importante en este orden fue la llamada
“Santa Julia”, que tomó esta advocación por ser esta santa la Patrona de
Córcega, patria chica del gran Napoleón. Las antiguas logias de españoles no
eran admitidas en la nueva organización que la masonería francesa propugnaba, y
los masones españoles que no habían caído en el afrancesamiento se entendían
con el oriente lusitano y con el gran oriente inglés. En el frente unido que
debía presentarse al invasor, la traición masónica había creado la más grande
de las escisiones.
Muchas
de las rendiciones sin resistencia de las unidades francesas a quienes se dejó
escapar y de generales y jefes que en mal trance salvaron la vida, y que nadie
parece explicarse, fueron debidas a haber hecho en momentos de angustia o gran
peligro el signo masónico, que les hizo reconocer por los masones contrarios.
Variadas son las historias que registran autores españoles y extranjeros, y que
se recogen en la revista masónica Latomia, y en las que vemos a los masones prisioneros que se daban a conocer tratados a
cuerpo de rey, recibiendo trato especial con vestidos y provisiones.
Sin
ir tan lejos, y en ocasión bien reciente, he podido escuchar de labios de un
reputado militar cómo en una de las acciones libradas con motivo de la guerra
de Liberación española, en el norte de España, al rendirse unas fuerzas de la
región vasca a un jefe extranjero que combatía en nuestras filas y hecha la
señal masónica por uno de aquellos cabecillas, pretendió aquel jefe facilitar
la evasión de aquellos desdichados a bordo de un barco que se encontraba en la
rada, pese a las órdenes terminantes que tenía recibidas; pero que lo evitó la
energía de un oficial español celoso de su deber y del servicio. Comentada más
tarde la conducta inexplicable de aquel jefe, fue descubierta por otros
compatriotas su calidad de viejo masón, muy conocida en su país.
Mas
volvamos a los días de nuestra primera guerra de la Independencia y
trasladémonos a la vieja capital marinera donde, en el último baluarte de la
independencia española, se habían refugiado aquellos francmasones que no se
sintieron afrancesados, en donde entablaron relaciones con el gran oriente
inglés, y, así, mientras los patriotas se batían por una España libre, ellos
maquinaban por una España esclava.
La
logia de Cádiz, que en el año 1752 ya contaba con 500 afiliados, se reforzó en
esta ocasión con la multitud de masones que, tomando el nombre de sus
provincias, asistieron a aquellas Cortes, que la desacreditada Junta Central,
que nada representaba y a quien nadie obedecía, había convocado en la isla de
León. Esta logia fue una de las primeras y más importantes de España. Su
proximidad a Gibraltar y las miras puestas por Inglaterra en la destrucción de
nuestra Marina, la habían convertido en instrumento para minar nuestros Cuerpos
de oficiales, y eran ya muchos los jefes de la Marina, ricos de la ciudad y
españoles venidos de América que cayeron en las redes que les tendió la logia.
Para
algunos pequeños grupos de patriotas bien intencionados, constituían legión los
“arribistas” forasteros, europeos y americanos, que, huyendo de los tiros y
siguiendo al calor del Gobierno, se habían refugiado en este extremo, el más
alejado del humo de la pólvora; pero donde hay masonería no pueden faltar las
intrigas y las traiciones, que se pusieron de manifiesto desde los primeros
pasos; ni el respeto a la sangre generosa que tantos patriotas, sin distinción
de pueblo y de nobleza, sacrificaban en el campo del honor y por las libertades
de España moderaba a aquellas gentes en sus apetitos, y aquellas docenas de
masones, de parásitos, de ambiciosos y cobardes, incapaces de mantener un fusil
frente al enemigo, prepararon en la célebre “tacita de plata” un pozo de
inmundicia. La ilegalidad de la Constitución de aquellas Cortes era manifiesta;
en su composición se faltó a la Constitución histórica y secular de España, se
falsearon las leyes, los fueros y los códigos en vigor, y, con perjurios,
pérfidas malicias y toda clase de engaños, se erigieron como poder soberano,
avasallaron a la Regencia y, bajo la presión de unas galerías públicas ocupadas
por los agentes y masones de las logias de Cádiz, traicionaron a los que se
batían y, sin representar a nadie, pues la gran mayoría ni poderes claros
tenían de sus provincias, en las que muchos eran desconocidos, y sin la
presencia obligada de los brazos o estamentos del clero y la nobleza, aquella
chusma de indocumentados y de parásitos, a título de suplentes, decidieron lo
que había de ser la futura Constitución de España.
Es
curioso que los afrancesados, acaudillados por los masones Urquijo, Ceballos y
demás congéneres, redactasen, bajo el látigo de Napoleón, en Bayona, una
Constitución para España, y que otro Congreso masónico, en Cádiz, bajo la égida
del gran oriente inglés, dictase a la otra España análoga Constitución.
Cumpliendo los designios masónicos, la entrada en Madrid de Napoleón fué seguida de disposiciones reales en que se suprimía la
Inquisición y se adoptaban disposiciones contra el clero secular y regular y contra
la nobleza y sus derechos señoriales; disposiciones análogas dictaba el
Congreso de Cádiz, siguiendo inspiraciones de la masonería inglesa y bajo la
presión de las logias. El sello masónico, el odio contra la Iglesia, el clero y
la nobleza, no podía estar más claro.
Poco
importaba al pueblo español, que derramaba a raudales su sangre generosa, que
ganasen blancos o morados: su victoria le había de ser arrebatada, cualquiera
que fuese la suerte de las armas, por la hidra masónica, que se alimenta en el
río revuelto de las revoluciones.
LA MASONERÍA, CONTRA EL EJERCITO5 de
noviembre de 1950
AL
analizar la influencia nefasta de la masonería en los acontecimientos del siglo
XIX, sale a la luz con graves caracteres la corrupción masónica entre los institutos
armados. Si nefasta y destructora se nos presenta la masonería cuando la
observamos desde los ángulos religioso y político, alcanza todavía mayor
gravedad si lo hacemos desde el plano de los ejércitos, donde el culto a la
Patria ocupa el primer puesto; el honor es espejo en que el militar debe
mirarse; la justicia, la base inequívoca de su disciplina, y el renunciamiento
y la abnegación, el campo en el que el deber se sirve. La masonería no cabe,
desde luego, en este lugar.
Hemos
visto a la masonería servir sus designios, no sólo por encima de las
conveniencias patrias, sino trabajar directamente contra esos intereses; por
eso, para nosotros, mancilla el juramento que prestó a su nación el militar que
se afilia en las logias masónicas y, con la entrega de su libre albedrío,
subordina el cumplimiento de sus deberes y juramentos con la Patria a cuanto la
masonería le impone.
¡Cuántas
íntimas tragedias han referido distinguidísimos militares sobre otros
compañeros que en su inexperta juventud habían caído en las redes que las
logias masónicas les tendieron! ¡Qué amargura no habrán sentido muchos de
aquellos insignes generales que en el siglo pasado se vieron al final de sus
vidas obligados a servir los dictados de las logias contra su conciencia o
contra los intereses patrios, y, si rebelados contra ellas, fueron sentenciados
a caer bajo el plomo criminal de la venganza! ¡Cuántas facilidades para entrar,
sobre todo si el aspirante es persona de pro, y qué pocas para salir!
Si la
milicia es una institución de hombres de honor, no podrá presentarse nada más
opuesto a las leyes generales de ese honor que la masonería: ni los fines que
la masonería persigue de apoderarse por medios secretos e hipócritas del Poder;
ni los procedimientos que emplea para lograrlo, sin reparar en los medios; ni
el sacrificio de todo principio moral cuando así conviene a su interés, puede
ser más opuesto a aquella práctica del honor, que ha de ser claridad, nobleza,
lealtad e hidalguía, prendas éstas que jamás se encuentran en la masonería, ni
siquiera en ese ropaje de la literatura masónica con que intenta cubrirse.
Si a
la disciplina contemplamos, nada más monstruoso en ese orden que la subversión
de grados a que la obediencia masónica fuerza a los militares. La subversión de
grados en el Ejército y la Marina ha sido uno de los procedimientos que la
masonería empleó para minar la disciplina de los Cuerpos militares. Bajo la
desdichada República que a los españoles nos tocó sufrir, y en que salieron a
la luz tantos malos humores, se presentó frecuentemente el caso de ver a altas
jerarquías militares tomar en las logias asiento bajo la presidencia de un
maestro masón subalterno de su oficina. ¿Puede haber algo más contrario a la
jerarquización, a la dignidad y al honor militares que estas denigrantes
realidades que los Ejércitos suelen vivir cuando la desmoralización masónica
penetra en sus filas?
Mas
en este terreno de la disciplina la masonería nos ofrece una faceta más: la de
la protección y el apoyo obligados entre los hermanos masones sobre cualquiera
otra consideración, y, así, el verdadero mérito se posterga y la equidad y la
justicia salen harto malparadas. Siendo el mérito y la elevación por él la base
para el progreso en las instituciones armadas, no puede haber nada más
desmoralizador para ellas que la presencia de masones en los puestos superiores
del mando.
Si
estas consideraciones no fuesen bastantes, podemos añadir que la casi totalidad
de las desdichas que el Ejército y la Marina españoles sufrieron en el
transcurso del último siglo caen en la cuenta de la masonería. Nos basta
trasladarnos al ambiente de aquel siglo desgraciado, en que desde el ingreso en
el Cuerpo de oficiales hasta el generalato todo se alcanzaba por gracia real,
que los ministros masones administraban, para comprender mejor la facilidad con
que la masonería pudo corromper los institutos militares, arrojando desdichas y
más desdichas sobre nuestra Patria.
No es
posible concebir los Ejércitos sin arraigadas virtudes e ideales en sus
corporaciones de oficiales, y la masonería mata unos y otros. Para la suprema
prueba de entregar la vida son necesarios la fe y los altos ideales; si aquélla
se niega y destruye, si todo se acabase en este mundo materialista, sería necio
y estúpido no hurtarse a los azares y los zarpazos de la guerra. Esta es la
clave de toda esa cobardía ambiente que en Europa se respira.
Por
ser la masonería tan contraria a los buenos principios militares, los Cuerpos
de oficiales la rechazan, y cuando, contra su voluntad, por ambiente y
protección exterior, anida en ellos, tiene que hacerlo vergonzante, en la
clandestinidad y bajo la mirada airada y recelosa con que los buenos militares
observan a estos eternos aspirantes al favor.
LA MASONERÍA ACTUAL3 de mayo
de 1951
SE
vive en nuestros días tan de prisa, cuando no tan frívola y superficialmente,
que pocos son los que se toman la molestia de detenerse a analizar el porqué de
los hechos, y hasta lo que nos sorprende, afecta e impresiona es rápidamente
olvidado, como si el alejamiento de los hechos pudiera hacer desaparecer las
causas perennes que les dieron vida. Esto ocurre con la masonería. Gravísimos
son los daños que a nuestra sociedad han venido infiriendo sus conspiraciones;
gravísimas las pruebas contundentes e incontrovertibles que hemos venido
acumulando en nuestros trabajos anteriores, que demuestran de manera fehaciente
que la masonería no descansa; que desde que nació siguen siendo sus blancos la iglesia
Católica y el resurgimiento de España; que existe un Comité supremo en Europa,
titulado Asociación Masónica Internacional, a través del cual se conspira en
forma ininterrumpida, y un día tras otro, contra cuanto España representa, a la
vez que se utiliza como instrumento de la acción política de algunas naciones
europeas contra Norteamérica, cuya masonería, aunque apartada de la Asociación,
no es impermeable a la influencia que este instrumento secreto de poder
desarrolla sobre las logias hispanoamericanas para servir a los designios
secretos de sus señores.
Muchas
veces hemos repetido, saliendo al paso de las quejas que las masonerías
extranjeras, en especial las anglosajonas, suelen exteriorizar contra nuestros
documentados trabajos, que forzosamente tiene que ser muy distinto el juicio
que de la masonería puedan formar los verdugos y las victimas: aquellas
naciones para las cuales la masonería constituye un órgano eficaz de su acción
contra otros pueblos, y los que de éstos vienen sufriendo durante más de un
siglo las conspiraciones que la masonería desde el exterior les desata; no
pueden pensar lo mismo de ella aquellos cristianos disidentes de la fe católica
que la masonería misma, que los católicos que durante siglos vienen sufriendo
los ataques y las maquinaciones de sus logias. En los países en que la masonería
es lícita, defiende a la nación y no se encuentra en pugna con el sentir
general ni los principios de su fe, la calidad de los que en ella militan
forzosamente ha de ser muy distinta que cuando de países católicos se trata y
la masonería constituye el instrumento secreto de unos pocos vendidos al
servicio del extranjero para la destrucción o anulación de la nación.
En
este orden creía haber esclarecido suficientemente desde este diario las
características más salientes de la acción masónica sobre España, y cuando me
había concedido un descanso en estas tareas tonificadoras de la defensa de
nuestra sociedad contra la masonería, nuevas muestras de la actividad masónica
vienen reclamando a mi pluma la vuelta a la palestra. Si la masonería no
descansa en sus actividades criminales, forzosamente hemos de ponernos en plan
de combatir quienes, por conocerla, nos hemos convertido en fieles guardianes
de nuestro solar frente a sus ataques.
No
hemos jamás de olvidar que entre las fuerzas derrotadas de la anti-España por
el Movimiento Nacional español, ocupaban puesto principal las fuerzas masónicas
de nuestra Patria, que, aunque reducidísimas en su número, eran, sin embargo,
las patrocinadoras de todas las traiciones y las que realmente habían abierto
las puertas de la Patria a la invasión comunista y a su enseñoreamiento de nuestro solar.
Al
hundirse la República, que una minoría exigua de masones había logrado levantar
con la estafa del resto de la nación, forzosamente habían de caer aquellos
templos masónicos en que, con artificio, malicia y engaño, había venido
forjándose la decadencia española:
En
dos grupos dividió a la masonería la guerra: el de los capitostes, que, por
haber contraído graves responsabilidades criminales, se exilaron, y aquellos
otros que, por no haber tenido una actuación pública y ser en parte
desconocidos, se acogieron a la paz y a la generosidad de la nueva España. Y
mientras los que aquí quedaron parecieron fundirse en la vida ciudadana,
disfrutando de la paz y el orden internos de nuestra nación, los otros
continuaron fuera de las fronteras la acción criminal antiespañola y fueron los
constantes voceros de la B. B. C. británica, de la Radio París y de otras
muchas Radios minadas por la masonería o adscritas a su servicio. Desde
entonces, cuantos vientos de fuera nos soplaron han tenido su principal motor
en la dispersión de esa criminalidad masónica por las logias del mundo, a las
que, después de haber recibido su auxilio, parasitaron con la levadura de su
espíritu criminoso.
Los
que crean que la masonería se da alguna vez por vencida se equivocan. Hija de
la maldad, su espíritu demoníaco sobrevive a la derrota y encarna en nuevos
seres y en nuevos territorios. Hemos de desconocernos al sol de la gloria y del
resurgimiento si queremos librarnos de la sombra inseparable de las asechanzas
masónicas
Dos
razones hay para que la masonería nos ataque: una, la de la independencia
española, malquerida no sólo de la masonería propia, sino también de las
extrañas, y otra, el resurgimiento del espíritu católico de nuestra nación,
que, por católica, apostólica, romana, se convierte en blanco predilecto de la
conspiración masónica.
Después
de diez años de grandes esfuerzos y fracasos, sentimos hoy de nuevo sobre
nuestra Patria la acción disociadora de las logias masónicas. Cuando el
horizonte internacional se ofrecía aparentemente más despejado; cuando la
vuelta de los embajadores señalaba la derrota de la conspiración masónica, que,
jugando “al alimón” con el comunismo, había llevado a cabo la monstruosa
conjura de la O. N. U., en buena hora deshecha por la firmeza del Caudillo y su
pueblo, nuevamente aparece en el horizonte la acción conspiradora de la
masonería y sus agentes contra la paz y el orden internos de nuestra Patria. Y
mientras las Radios al servicio de Moscú enronquecen en sus propagandas contra
la fortaleza del bastión ibérico y los gobernantes masones de las naciones occidentales
pretenden subestimar el valor estratégico militar y político de nuestra nación
ante las amenazas que el mundo sufre, la acción masónica, que, con habilidad
que hemos de reconocerle, maneja los hilos de la intriga, siembra en nuestro
solar la disociación y pretende explotar el malestar que la carestía universal
y otras circunstancias imperativas proyectan sobre nuestra Patria.
No se
trata de nada nuevo, sino de un ataque más de los muchos que desde que terminó
nuestra contienda la masonería proyecta sobre nuestra nación, y que explotan
unos malvados con la inconsciencia colaborante de quienes viven frívola o
superficialmente; pero a los que, sin duda, bastará una voz de alarma para que
puedan descubrir en los que tal ambiente forman su nexo con los masones o
sancionados.
¿Que
los tiempos no son fáciles? Todos hemos de reconocerlo. ¿Que asistimos a un
proceso general de carestía de la vida, que se puede frenar, pero no totalmente
dominar? Es evidente. Que directa o indirectamente estamos todas las naciones
pagando la guerra pasada, el plan Marshall y la preparación del arsenal bélico
del Occidente, constituye un hecho incontrovertible, ya que todos esos gastos,
que importan miles de millones de dólares, a través de los impuestos y de la
carestía de los precios, se reparten sobre todas las naciones del universo,
que, en mayor o menor escala, lo ven repercutir en sus precios interiores.
Quien
con autoridad puede decirlo y con clarividencia anunció al mundo males que por
torpeza se cosecharon, nos viene previniendo de la importancia de la era social
en que vivimos, de la crisis de los viejos sistemas para dar soluciones a los
problemas de la hora actural y de la necesidad de
abrir cauces a la realización de las aspiraciones latentes en las masas más
importantes de la Humanidad, si no queremos caer en el caos materialista y
antihumano que el comunismo representa.
En
este aspecto político es muy claro el dilema: o nos resignamos a conllevar
nuestra escasez en medio de la paz y el orden con vistas a plazo fijo a la
mejora ansiada, o caeremos con incomparables mayores estrecheces en el caos y
en la anarquía que los masones, consciente o inconscientemente patrocinan.
Parecería
bastar con lo dicho para que la agudeza de los españoles sacase consecuencias
de los intentos de agitación que desde la llegada de los embajadores se
pretende mover en nuestra Patria; pero no está de más que para los torpes o los
maliciosos recordemos su trayectoria y los nexos de la agitación con la secta
masónica y las consignas desde fuera; recordaremos a nuestros lectores aquel
trabajo, publicado en este mismo diario, en que descubríamos la acción
desarrollada en las últimas décadas por la masonería sobre nuestras
Universidades; aquella Institución Libre de Enseñanza, de nefasta memoria, con
la que acaudalados masones torcían el buen natural de nuestros universitarios
con becas, bolsas de estudio y un laicismo desaforado; aquella Federación Universitaria
de Estudiantes, que si exteriormente asociaba a la casi totalidad de los
estudiantes de la nación en una federación escolar universitaria, interiormente
estaba manejada y controlada por lo que en el argot masónico titulaban “la F.
U. E. interna”, constituida por un grupo de estudiantes masones íntimamente
ligados con las logias que ocupaban los años 1930 y 1931 los puestos directivos
y que, estafando a los otros escolares, vendían su Patria y la Universidad a la
traición, y que más tarde, públicamente, bajo la República, se declararon
masones y cobraron la cuenta de su traición. Lo mismo que desde que terminó
nuestra Cruzada, a través de catedráticos izquierdistas y de hijos de masones
sancionados o desplazados, ha venido intentándose un día tras otro, y que
gracias al patriotismo y buen sentido de una juventud en que la Patria se mira
ha podido abortarse.
Los
incidentes y algaradas de Barcelona constituyen una muestra de estos torpes
empeños, que allí explotan los residuos del viejo separatismo, que las logias
francesas amparan y que aún hoy intentan cultivar desde allende el Pirineo.
Otra
muestra clarísima de la conexión íntima de masonería y agitación se realza en
la explotación que la Prensa masónica del mundo lleva a cabo de sucesos tan
triviales y corrientes como las algaradas estudiantiles o los conatos de huelga
en tiempos de necesidades y de escasez; cuando en el mundo se desarrollan
graves huelgas que paralizan durante muchas semanas la vida de los pueblos,
arruinando sus economías y poniendo en peligro la vida entera de la nación, se
destaca, multiplica y agranda nuestro más pequeño conflicto laboral, que es
muestra precisamente de la tolerancia y de la generosidad de un Régimen que por
su fortaleza puede ser generoso. En este orden ha quedado bien claro, por la
insólita declaración del Comité de Asuntos Exteriores de la Asamblea francesa,
compuesto en sus nueve décimas partes de conspicuos masones, la íntima relación
de la agitación de la capital catalana y su explotación masónica inmediata.
No
trabaja la masonería sólo con fuerzas propias por tratarse de una exigua
minoría; su táctica es la de siembra de calumnias, la de dirigir, asociar y
agrupar a los descontentos, la acción solapada y traidora, la estafa y
explotación de los disgustados. Así, la última consigna que la masonería ha
puesto en marcha es la de una supuesta corrupción administrativa, que la
malicia humana está siempre dispuesta a acoger, y que, como hemos visto en
otras calumniosas campañas desatadas contra la Dictadura y la Monarquía, se
demuestra a posteriori haber sido absolutamente falsas.
Nosotros
nos creemos llamados a defender el crédito de los pobres y honrados
funcionarios españoles, dignos de más respeto y consideración, y cuya moralidad
es muy superior a la de la mayoría de los otros pueblos. Si la Administración
española no fuese honrada no podría achacársele al Régimen, habíamos de pensar
que sus nueve décimas partes y en todos sus escalones superiores más
respetables han sido heredados de la Monarquía liberal y de la República y de
los tiempos en que la masonería, filtrada en sus filas, compartía las
responsabilidades de gobierno.
Es
paradójico que la masonería española, que ha recogido en sus filas a los
prevaricadores y desfalcadores de todos los Cuerpos del Estado, sea la que
intente arrojar el fango sobre la recta Administración española. Y que sea ese
mundo democrático de los grandes escándalos de corrupción el que pretenda
acoger y divulgar la calumnia que las logias intentan levantarnos. Precisamente
por católico, que sabe que ha de dar cuenta a Dios de sus actos, posee el
pueblo español frenos morales desconocidos en otras latitudes en que el
materialismo predomina. Si desgraciadamente en todos los países es siempre
posible la corruptibilidad humana, Tribunales de Justicia de hombres probos,
honrados e independientes están siempre abiertos a la denuncia y a la
investigación, como lo pregonan las bajas y sanciones que en los escalafones,
con toda regularidad, se registran.
De
todos es conocida la acción que unos grupos incontrolables de masones
sancionados y despechados, realizan cerca de las Embajadas y representaciones
diplomáticas extranjeras, a las que se asaetea con cartas simuladas de
disgustados, con visitas de elementos indeseables cuya calidad moral queda bien
demostrada con esa simple acción de ir a verter en las cancillerías del
extranjero los malos humores de su traición. Así se enrarece el ambiente de los
diplomáticos extranjeros y se los engaña sobre la calidad moral de nuestro
pueblo.
En
esta acción de filtración masónica, no escapan ni las propias jerarquías eclesiásticas,
a las cuales igualmente se pretende influir, como a todos aquellos sectores que
cual el Ejército, el Movimiento Nacional o los Sindicatos son considerados por
los masones como pilares en que el Régimen se asienta.
Alerta,
pues, a los masones y los “lowetones” —hijos
iniciados de aquéllos— y a cuantos consciente o inconscientemente se convierten
en instrumentos de la anti-España. Que sobre ellos caigan las maldiciones de la
Patria.
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