INTRODUCCIÓN ESPECIAL A LA HISTORIA DEL MUNDO MEDIEVAL.
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I
PRINCIPIO
La Lectura de la Historia tiene un sentido. Toda lectura en general lo tiene, pero la lectura del libro de la Historia Universal del Género Humano tiene infinita más trascendencia que la lectura del poeta, del novelista, e incluso más que la del libro de la Ciencia; en nuestra Historia se mezcla lo humano y lo divino hasta un punto jamás vivido por pueblo alguno de la Creación. No en vano por esta razón Dios abre su Libro sobre la Historia del Género Humano comenzando por la Creación del Universo, razón de la que procede que llamemos Historia Universal del Género Humano a la Memoria de la Vida en la Tierra. Porque creer que las Edades de la Humanidad surgen de la nada, espontáneamente, aisladas de una sucesión de acontecimientos, es darle la espalda al Futuro de la Civilización, renunciar a las lecciones de las Ciencias Históricas en aras de hacer del YO el centro de la existencia del mundo, alrededor de cuyo interés debe moverse todo, y de no hacerlo, de no plegarse el mundo a la omnipotente voluntad de la bestia humana: se recurre a la muerte de la Libertad de todos. La Historia tiene la dinámica de un móvil lanzado desde un Principio a un Fin. Es decir, si se conoce el Principio y se dibuja su vuelo por el Tiempo hasta el Presente, esto es la Historia, tendremos todos los parámetros para predecir el Futuro, mejor aún, participar en su Creación. La Historia Medieval sigue esta misma ley. Aislar su nacimiento del Factor Divino, abandonar ese Principio exclusivamente a la inteligencia y creación humana es ejecutar la divinización del hombre. Tanto más cuanto que los hombres, a tenor de los hechos, nunca fueron consientes de la naturaleza de las Edades en que vivieron, y sí, siempre, se vieron condenados a vivir el Presente que les tocó vivir en plena ignorancia del Pasado y del Futuro, laguna que cada pueblo intentó llenar creando mitos y universos existentes exclusivamente en sus cabezas. Desde esta realidad universal podría hacesernos creer que el Principio del Cristianismo pertenece a otro intento de vencer aquel fenómeno de Pérdida de la Memoria Universal en la que vivieron todos los pueblos de la Tierra hasta el Nacimiento de Jesucristo. Error fatal por en cuanto la Edad Medieval y sus etapas fueron un camino de ruptura con el Pasado y un movimiento al encuentro del Futuro. El Hombre Medieval fue Cristiano y concibió su Civilización como una marcha ascendente hacia etapas superiores de sabiduría e inteligencia; hecho que, como se ve, ha sucedido. Nosotros somos el fruto de aquellas fuerzas que el Dios de Cristo Jesús puso en movimiento en el escenario de nuestra Historia Universal. En definitiva, la Edad Medieval fue un proceso de crecimiento interior propio y exclusivo del Hombre Cristiano Europeo, un hombre que dejó atrás el Mundo Antiguo, y se lanzó a la carrera al encuentro de un mundo Futuro gobernado por una Moral y un Espíritu en el que las mismas circunstancias de los tiempos serían vencidas. Verdad fuera de toda discusión cuando vemos a nuestro alrededor sociedades y civilizaciones que si por las vestiduras externas parecen haber alcanzado el estadio moral y espiritual que los Cristianos hemos conquistado, paso a paso, revolución tras revolución, en el interior de tales pueblos sigue viviendo aquel hombre medieval para quien la muerte de sus enemigos, y de todos los que amenazan sus posiciones sigue siendo de ley. El regreso a las posiciones de las llamadas edades oscuras, por las que nuestros padres atravesaron, es para nosotros una abominación. Sabemos que las religiones antiguas justificaron tal comportamiento cainita de los pueblos antiguos; pero lo que le resulta absolutamente repugnante a nuestra consciencia y a nuestra inteligencia es que la Ciencia se haya reservado para sí aquel lugar y viniese a alzarse con su Teoría de las dos especies, la Fuerte y la Débil, como la religión anticristiana del mundo moderno. La Edad Medieval fue una dimensión exclusiva de
la Civilización Europea . La existencia de la mente medieval en los
socios, Socialistas-Comunistas e Islam, de la llamada Alianza de las Civilizaciones,
tienen por Progreso el regreso a la ley de las etapas medievales, cuando el Poder hacía la Ley y los pueblos quedaban
condenados a ser regidos por reyes hambrientos de riquezas y sedientos de la gloria
que viene de la guerra, el matadero oficial donde las casas reinantes masacraban la oposición a sus majestades
satánicas.
Leer Historia es bendecir
el río de un Conocimiento cuyas aguas vivifican la mente y el espíritu humano. Será por esto, es por ello, que
todos los tiranos en activo y dictadores potenciales en su hambre y sed de
poder y riqueza lo primero que hacen
es cegar ese río y talar el árbol de la
inteligencia de los ciudadanos. Con la Historia Universal viene el Conocimiento de ese Género Humano cuya
flecha del Tiempo salió del carcajaj divino y vuela
invencible hacia el encuentro con su Creador. Aspirantes a tiranos a la imagen
y semejanza de Stalin, Hitler y demás monstruos
engendrados por Satanás en las entrañas de la Muerte, su madre, sienten en sus pechos y en sus mentes ese fuego del Infierno
que los arrastra a levantarse como dictadores incluso al precio de la guerra
civil. ¿Extraño que en la actualidad tales hombres, imagen y semejanza de Satanás, hayan hecho de la Formación intelectual Libre de
los pueblos la diana de sus ataques a muerte?
La Necesidad de la Lectura
es a la Mente lo que el agua al Campo. Pues aun sabiendo que la mayoría de
las leyes de las ciencias no las vamos a aplicar en nuestra vida diaria,
conocer las leyes por las que se gobierna la Naturaleza nos libera de una
visión aberrante sobre las causas de los fenómenos, y ayuda a nuestra
inteligencia a definir con exactitud las imágenes que nos llegan.
Interpretamos los
fenómenos a la luz de esas leyes.
Todo lo que nos rodea está
gobernado por un cuadro de leyes el conocimiento de las cuales nos permite
sentarnos a contemplarlas sin poner a trabajar nuestra mente sobre qué es lo
que estamos viendo.
La importancia de la
lectura del libro de la Ciencias, aún cuando nunca vayamos a hacer uso de las
leyes de la Física Cuántica en nuestra vida diaria, por ejemplo, es alimento
para nuestra libertad, que, sustentada en pilares ciertos, nos inmuniza contra
la manipulación de hechos producidos por mentes enfermas, sujetos que,
aprovechándose de este agujero negro en la inteligencia, penetran en él y
levantan un edificio para esclavos cuyas cadenas encerrarán la visión de la realidad
dentro de esos muros infernales.
La lectura de la Historia
Universal es infinitamente más trascendente por en cuanto sus leyes
proceden de la vida de los hombres, tienen por sujeto a los hombres y por
objeto nuestro comportamiento a través de los siglos.
Sabemos que para su
activación una ley requiere de un cierto número de acciones idénticas: siempre
que pasa esto se produce aquello; repetición que eleva la ley puntual a lo
Universal y le da cuerpo y presencia en la inteligencia de las naciones.
La lectura es un acto personal. Quienes nos sentamos delante de una Biblioteca de Historia, como quien se sienta en la mesa de un banquete a disfrutar del alegre menú en un día feliz, lo hacemos buscando esas leyes. Leyes que nos permitan definir al desnudo las acciones del presente, en su sustancia y esencia, ajenas a las máscaras de los tiempos y a las interpretaciones subjetivas de quienes las están escribiendo. Si la Lectura de la Historia no tuviese esta naturaleza la propia
Ciencia Histórica sería un absurdo. Sería negar que las leyes de la Ciencia
tengan realidad alguna en el mundo real.
Llega pues el momento de extraer una visión personal, fundada
sobre el universo de relaciones en el área especifica de ese Todo. En este caso
La Historia Medieval.
Diré, sin citar el número
de libros que me he dado por festín, que los Historiadores académicos más
célebres compartieron un mismo espacio abierto de crítica a la hora de sentar
en qué momento en concreto dio comienzo la Edad Media, y cuál fue su alcance a
nivel mundial.
De profesor a alumno no
cabe entrar en este espacio exclusivo reservado a escritores para quienes la
Historia es algo más que una asignatura. Y este algo más es ese mundo de leyes
que le permite a la inteligencia operar según la lógica, de manera que donde
hay 2 + 2 hay 4, tanto en las matemáticas como en el comportamiento de los
hombres, los pueblos y las naciones.
Así pues, el espacio
permanece abierto fuera de las aulas. Los libros dan unas pautas, pero la
inteligencia que quiere llegar más lejos tiene la puerta abierta.
En mi caso aparto de mi
mano el dogmatismo en el Tiempo que tan bien sienta por su sencillez y la
tranquilidad que deja creer que la Edad Media comenzó en el año de la Caída del
último emperador títere de los Bárbaros. Personalmente creo que eso es es afirmar que los Hechos surgen de la Nada, que el Cosmos
procede de Caos, y que no hay necesidad de seguir indagando. ¡Cuestión cerrada!
Y aun así, si existe el
Caos, existe algo; de la Nada no puede venir algo. Desde esta lógica la Edad
Media tuvo un principio en las entrañas de acontecimientos puestos en marcha siglos
atrás. Y aquí entramos en el tema.
La grandeza del imperio
romano estuvo más en su propaganda de eternidad que en su valor civilizador.
Tan enorme fue su lema, “Roma es eterna”, que llegó incluso a recogerlo para lema
de su Ciudad quien predicó en Roma su Caída aún teniendo los ojos fijos en una
Ciudad Eterna cuyo nombre no es precisamente Roma. Roma, como Paris, Londres
Nueva York y todas las ciudades de la Tierra pasarán un día u otro. Creer que
porque el Sucesor de San Pedro haya sentado su Sede en Roma el Cosmos entero va
a dejar de ser gobernado por leyes que tienen en la Eternidad su Cuna es una
aberración teológica.
El paso de la Vida por la
Tierra tiene una estructura en el Tiempo, que Dios conoce perfectamente, que
Dios domina con perfección sin límites, y que respeta como Creador de Cielos y
Tierra. Pero dejando este tema de lado,
y volviendo a las leyes de la Historia, la autohipnosis imperialista romana
tuvo su raíz en la Ignorancia de los pueblos de aquel entonces sobre el número
de civilizaciones que habían poblado la Tierra, Civilizaciones
que en sus momentos dorados, aquellas míticas edades de oro, todas legendarias,
a cual más fabulosa, habían dejado por todo rastro de su existencia: ruinas
escondidas en las entrañas de la tierra.
En el aire flotaba la
leyenda de unos jardines colgantes en una Babilonia tan perdida en el tiempo
como la Atlántida de Platón en el Océano. En aquellas mitologías se hablaba de
héroes y de dioses, y aun cuando Roma y Grecia levantaron monumentos de letras
el hecho es que antes de esa Babilonia sólo se podía decir y se decía que hubo
un Diluvio, en cuyas aguas la Memoria de la Humanidad se hundió para siempre.
Hoy, a una distancia de
2.000 años de los Césares, sabemos más del mundo que surgió del Diluvio que los
propios historiadores Griegos que estando 2.000 años más cerca que nosotros de
Sumerios y Acadios sólo podían decir “que no sabían nada”.
Cuando los hijos de Troya
se instalan en Italia (por seguirle la corriente a Virgilio) su conocimiento de
la Historia Universal es nulo. La experiencia no les había permitido vivir ese
número de repeticiones de un acontecimiento desde el que se puede afirmar que 2
+ 2 = 4, haga la suma quien la haga, americano, chino, australiano,
africano o europeo.
La Ley de la Historia, como la de la Ciencia, siendo ambas dos manifestaciones de la Misma Ley Universal de la Naturaleza, no conoce acepciones ni deja de ser la que es dependiendo de quien sea la cabeza sobre la que cae el rayo. Antes de Roma todos los imperios se creyeron eternos. Tanto es así que sus reyes se proclamaron dioses. La ley de los nuevos imperios de turno triunfaron siempre
donde fracasaron sus antecesores, para luego hundirse en el polvo tras pasarle el testigo de la Civilización al nuevo
sol naciente. ¡Nada nuevo bajo el sol! Roma
no inventó nada nuevo. Ni Roma nació de manera novedosa, ni cayó de forma jamás
vista. La gran cuestión que flotó en el aire desde el final de la República era
cuándo se produciría la Caída del Imperio y el regreso de la República Imperial Romana. Las guerras civiles que vivieron
los generales romanos anunciaron la Caída de Babilonia la Grande. La decadencia
moral de la sociedad romana, la pérdida de toda humanidad que el Circo romano
encarnó, la impotencia de su inteligencia para avanzar en el Derecho y las
Ciencias, su estancamiento en la ley del hierro y del fuego, es decir, del
Terror como Política de supervivencia, cavaron su propia fosa. Y muriendo le
legó a una Civilización Nueva el Testigo del Poder cuya trayectoria en el
firmamento del Tiempo la tenemos descrita desde los Sumerios hasta el Primer Cristiano.
Esta ley general condujo a
todos los imperios a su hundimiento y olvido en las
fosas de la Historia. El Denominador Común en la muerte de todos los imperios
de la Antigüedad residió en la Desconexión de las leyes imperiales y
monárquicas respecto a la Ley del Creador Universal del Género Humano. La continuación
de esa Desconexión fue siempre, ineludiblemente, el Declive y la Caída en el
polvo de todos y cada uno de todos los imperios.
La respuesta de Roma a su
final violento fue responder con más violencia. Y en esta respuesta su apocalipsis ya estaba firmado. Podía tardar dos siglos, tres, cuatro;
el tiempo no importa; la Historia sigue su curso, el viento sigue moviendo sus
capítulos, sólo sobrevives si pegas un salto hacia adelante. Mas ningún pueblo supo nunca cómo saltar de un capítulo
al siguiente.
Pero el problema
persistía. La Civilización Imperial Romana vivió su propia Edad de oro ajena a
la ley de la Muerte, cuyo todopoder se había tragado pueblos, reinos, imperios… Como todos los que
le precedieron el Romano se creyó, mientras se halló en la cúspide de su Poder,
el dueño y señor del mundo. Desde sus días de gloria ver su ruina no entraba en
el menú de sus historiadores. La Ley lo decía: todo Poder fundado en la Muerte camina
hacia su apocalipsis. La experiencia lo repite: Todo hombre que vive la gloria de ser dios por un día se olvida que hay bien y hay mal, por
mucho que se quiera el invierno sigue al otoño, el otoño al verano, y todo
comienza en la primavera. Vive como un dios mientras puedas, pero recuerda: La horca
es tu final. Así fue siempre. Ni Sumerios, ni Acadios, ni Asirios, ni Babilonios,
ni Medos, ni Egipcios, nadie nunca venció a la Muerte. Roma estaba condenada a
pasar. Y con Roma no sólo moriría la Civilización, el Testigo del Poder se
afianzaría finalmente en las manos de la Muerte. Ya no habría Futuro
para el Género Humano, excepto el Profetizado por Dios: “Polvo
eres y al polvo volverás”.
La Muerte se tragaba las
civilizaciones sin dejar rastro de ellas. Mientras Sumerios, Acadios, Egipcios,
Asirios, Babilonios, Medos, Hurritas, Hititas... perecían las civilizaciones
que crearon sus sucesores, Persas, Griegos y Romanos, volvieron a reproducir el
mismo antiguo edificio fundado sobre el Terror como sistema político de
gobierno; volvieron a recorrer el camino que sus predecesores hicieron, para
acabar encontrándose con todos ellos en el cementerio de los faraones. Nadie
parecía querer aprender de los errores cometidos por los otros, al menos para no
tropezar en la misma piedra.
Todo en vano.
Decían los profetas que
los Judíos tenían el corazón duro como una piedra. La cabeza de los Gentiles no
era menos dura. ¿Por qué, cómo fue posible que los pueblos que vivieron el
Imperio Romano: Italianos, Griegos, Españoles, Franceses, Ingleses, y Alemanes… superaran aquella Caída y comenzaran una
nueva andadura?
Como a quien se le da una
Segunda Oportunidad, la aprovecha y dejando atrás el comportamiento que lo
condujo a la ruina emprende una nueva ruta, los
pueblos de Europa vivieron la experiencia más maravillosa y divina que se pueda
contar : Resucitar como ave fénix de las cenizas de su cruz.
En efecto, la Edad Media
comenzó el Día en que a una Virgen se le anunció que daría Luz a un Varón,
nacido para ser el Fundador del Cristianismo.
II
Y
ORIGEN
El Cristianismo es nota
común a todos los siglos que solemos integrar en lo que llamamos la Edad
Medieval, Edad Media o Medioevo. En el Cristianismo Medieval tenemos a la
Iglesia Católica Apostólica Romana como su columna vertebral. Desde esta
Iglesia nos viene la Historia del Papado, que la propia Iglesia sustentó, y el
Cristianismo Europeo mantuvo con la Fe en su Espíritu de Victoria sobre todas
las adversidades vividas y por vivir.
A raíz de la Reforma
primero y de la nueva dirección del pensamiento que tomó la Ciencia hacia el
Ateísmo durante la Edad Moderna, los historiadores parecieron ponerse de
acuerdo en eliminar este Factor Universal.
Y se entiende el por qué.
La Reforma Alemana trajo
al Norte y Centro de Europa una doctrina de odio total y absoluto contra la
Civilización Latina nacida del Medioevo, cuna de todos los Estados Europeos
Modernos. La Guerra de los 30 Años se vale por sí misma para darle carne y sangre
a esta verdad histórica indiscutible.
La Reforma Anglicana trajo
al mundo de la Universidad Imperial Británica una versión oscurantista en la
que el Catolicismo venía demonizado. El papa era el Demonio. El Odio de
Inglaterra hacia España devino asignatura obligatoria de acceso a Cambridge, Oxford,
etc.
Desde estos presupuestos
había que reescribir y se reescribió una Nueva Historia Medieval desconectada
del Cristianismo en la que la Iglesia quedó reducida a una mera nota religiosa,
y no muy positiva precisamente. Es decir, la Fuerza Social Madre que mantuvo unidos todos los
pilares básicos de la Civilización Europea vino a recibir y recibió como prueba de
agradecimiento de las Naciones que parió, sin por ello ser Ella perfecta, pero
al precio de mucha sangre derramada en el parto del Nacimiento de Europa, un
desprecio soberano irreversible, edificador de un Cordón Sanitario a su alrededor que vino a convertirla en la Causa de todos los males del Mundo.
La Infame era Ella, la Madre
de Europa; no los reyes absolutistas ni los emperadores maquiavélicos adorados
por Voltaire y la escuela enciclopedista de esclavos peloteros tan típicos de la
Edad Moderna.
Observamos este método
de lucha Anticatólica en los días del Imperio Romano, cuando buscando una causa
a sus males, labrados con sus propias manos, la Religión Cristiana pasó a ser
el chivo expiatorio ofrecido al pueblo contra el que poder descargar su
ignorancia, su miedo y su incapacidad para parir hombres capaces de elevar su
inteligencia un dedo más arriba de sus ombligos. Los llamados Padres de la Iglesia les
respondieron con obras literarias, hoy entre las incunables, en las que la
defensa de su inocencia puso sobre la mesa lo expuesto arriba, que el Imperio
Romano estaba siguiendo el camino de todos los imperios que le precedieron, y
evitar su Caída era una misión imposible. De la misma manera que Cristo no tuvo
por misión impedir la Destrucción de Jerusalén y su Mundo, tampoco el
Cristianismo fue fundado con la misión de salvar al Imperio de su Caída. ¡Para
nada!
Estamos pues, una vez
liberados del Yugo de las Universidades y Escuelas Históricas nacidas de la
Reforma, y de la presión mediática del Ateísmo Científico de la Edad Moderna,
ya muerta, delante de la Necesidad de escribir una Nueva Historia Científica de la Edad
Medieval en tanto en cuanto la Infancia Ontogénica de la Civilización Europea,
Cristiana desde su Origen y en Misión de Exportación de la Fe a todos los
rincones del Planeta, que se realiza primero por España y Portugal, a partir
del Siglo XVI, y por Inglaterra y Francia a partir del XVII.
No es ni mucho menos
coincidencia que la Edad Medieval cerrase su Libro una vez se le abrió al
Mundo la Puerta de la Fe. La misión para la que fuera Edificada la Iglesia
Católica Apostólica Romana había sido alcanzada, cumplida. Una Nueva Edad
comenzó su camino. ¿Traía la Edad Moderna una Misión en sus manos a la manera
que llevó la Edad Medieval la suya?
La respuesta a esta
pregunta no entra dentro de esta Introducción. Sí, en cambio, esta siguiente:
¿Cómo fue posible que un Hombre, enfrentándose solo a todo un Mundo, pusiera en
marcha una Fundación Espiritual nacida para dirigir la Civilización el Día Después
de la Caída?
Tenemos que hablar de
Jesucristo, el Principio.
Debemos dirigir la
pregunta hacia este Fenómeno Único en la Historia del Mundo, en general, y de
Europa, en especial.
De la Lectura de los
Evangelios deducimos lo expuesto pocas líneas antes, que Jesucristo no tuvo
jamás en su pensamiento impedir la Destrucción a la que, con El o sin El, se
encaminaba Jerusalén. Pero Jesucristo no sólo no miraba al Día Después de la
Destrucción de la Patria Original de los Judíos; de su Evangelio se desprende
que viendo y anunciando el Fin del Mundo de su tiempo tampoco entró en su
pensamiento detener un Movimiento Natural Histórico que con El o sin El seguía
su Camino hacia el abismo del Acontecimiento que llamamos la Caída del Imperio
Romano. Esta misma posición
psicohistórica la vemos asumida por sus Discípulos. La ruptura apostólica con
el Judeocristianismo así lo confirma en lo que se refiere a Jerusalén. La
ruptura entre cristianos y judeo-cristianos no se produjo después de la
destrucción de Jerusalén sino antes de producirse la destrucción de la Ciudad
de David y Salomón. La Doctrina Apostólica era Anti-Romana no por su Activismo
Anti-Imperialista pro-terrorista sino por su
Pasividad Activa frente a la propaganda de la Eternidad de Roma.
La propaganda
anticristiana que condujo a Nerón y sus sucesores a declarar abierta la etapa
de las persecuciones fue correcta en lo que se refería a la postura de la
Iglesia Apostólica. En los círculos íntimos de los Apóstoles se hablaba de la
Caída del Imperio Romano con la Naturalidad de quien habla de las estaciones
del año. Pero propagar la idea de que el Imperio iba a caer era, de acuerdo a la
psicología romana, trabajar para construir esa Caída. El Cristianismo debía ser
sentenciado a muerte por alta traición al César. Nerón compró esta Acusación y
procedió a firmar la Sentencia.
El último de los
Discípulos de Jesucristo selló con Palabras de Dios la Sentencia contra Roma.
Roma viviría el mismo destino de Jerusalén.
En definitiva, el Jesucristianismo Vivo que animó a los Discípulos, primero,
y a sus Sucesores Apostólicos, los Obispos, miraba al Día Después. Y no como
quien mira un acontecimiento factible que pudiera ser o no ser, sino con el
espíritu de quien sabe que nada ni nadie puede detener un Acontecimiento
Escatológico que será de Trascendencia Universal para todos los pueblos de la
Tierra.
¿Cómo un Carpintero de un
pueblo perdido en las montañas de Galilea pudo alzar su Pensamiento a estas
alturas de las Ciencias Históricas en un Siglo en el que el Conocimiento de las
Civilizaciones e Imperios que pisaron el Mundo yacían en el subsuelo y nadie
tenía noticias de su existencia?
Nosotros, desde nuestra
posición en el Universo, consumada la Revolución Arqueológica del finales del
XIX y principios del XX, hemos sido colocados en la cima de una Montaña de
Conocimiento desde la que siguiendo la Línea del Tiempo podemos afirmar la Exactitud
de la Posición Psicohistórica asumida por Jesucristo respecto a su Mundo. Posición
que de haber estado nosotros en su lugar, conociendo lo que conocemos sobre el
traspaso de una mano a otra del Testigo de la Civilización desde el Dia Después
del Diluvio hasta los días de Octavio Augusto, hubiéramos asumido como nuestra.
El Fenómeno no sería éste
posicionamiento nuestro de estar allí conociendo lo que conocemos. El Fenómeno
reside en cómo Aquel Carpintero, sin Conocimiento Oficial de ninguna clase
sobre el Mundo Antiguo tal cual lo conocemos nosotros desde la Cima de la
Montaña en la que nos encontramos, pudo posicionarse y se posicionó en la
posición que nosotros adoptaríamos de ser proyectados a su Época. Aquel Hombre se posicionó en nuestra posición.
Aquel Jesucristo comprendió que la Caída del Imperio Romano era inevitable. Ningún Imperio había sobrevivido a su
Apocalipsis. Pero ni en el Pasado, ni en el Futuro. ¡Qué Imperio puso
compararse jamás al Imperio Español! ¡Cuál no fue la Eternidad de Londres
durante su Edad de Oro Imperial Victoriana! ¡Cómo hubiera podido el Imperio
Romano sobrevivir a su Hecatombe!
En este terreno de
reducción del pensamiento Jesucristiano al futuro del Imperio Romano podríamos
afirmar que por ser Aquel Carpintero Judío de Nacimiento y haber sobrevivido su
Pueblo a los “Imperios Eternos” del Pasado, esto considerado y estando fresca
la Sangre de las Guerras Civiles de la República, podríamos aventurar que
posicionándose en una Visión Negativa del Futuro del Mundo, Jesucristo se
instaló en la Imposible Salvación de Roma, asumiendo la que podríamos llamar
una postura catastrofista.
Pero si ya es un Fenómeno
que un simple Obrero elevara su Pensamiento al Futuro de la Historia Universal,
elevación sorprendente pero muy humana, el Hecho de lanzar su Pensamiento al
Día Después y disponerse a Fundar una Nueva Religión en la que el Tesoro de la
Civilización: Filosofía, Derecho, Literatura, Ciencia, Arte, ¡la Biblia!,
encontrase su Nuevo Arca, y protegiéndola con su Vida llevase este Nuevo Arca
al otro lado del Desierto de la Caída del Imperio Romano, este Hecho es el
Verdadero Fenómeno, asumido el cual apartar a Dios de Jesucristo es
practicarse libre y voluntariamente una lobotomía intelectual.
Jesucristo y Dios llenan
todos los siglos del Medioevo. Uno por uno cada siglo de la Edad Media está
dominado por la Iglesia y el Cristianismo. Cerrar los ojos a esta Verdad
Todopoderosa es sacarles los ojos de la inteligencia a los alumnos.
Pero si Roma era Eterna,
no siéndolo, Aquel Jesucristo fue “Dios con Nosotros”. Comportamiento que la
Edad Medieval asumió sin fisuras. Y lo creyó porque la Resurrección de la
Civilización era ella misma: la Edad Media.
Jesucristo entendió que la
Respuesta a la Resurrección de la Civilización tras la Muerte del Imperio
pasaba por la Creación de una Iglesia Espiritual que, sustituyendo a todas las
Religiones de la Antigüedad, todas conviviendo caóticamente en el Imperio, y
todas en armonía conduciendo a la Ciudad Eterna a su Ruina; esa Iglesia
inspirase en los pueblos una Fe en la Vida más allá del Imperio de Roma. Fe
Invencible más allá de Martirio y Persecuciones.
No había otro Camino.
Roma no aceptaría nunca
poner su Imperio a los pies de un Dios Cristiano cuya Filosofía sobre la
Naturaleza Humana suponía una Revolución inasumible para el Poder de los
Romanos: Abolición de la esclavitud, abolición de los Anfiteatros, Paz
Universal sobre las bases de la Igualdad y la Fraternidad entre todos los
Pueblos del Imperio...
¡Imposible! No había nada
que hablar. El Carpintero tenía que morir. Pilatos se lavó las manos. Aquel
Carpintero metido a Mesías era producto de los Judíos, sobre sus cabezas su
sangre.
La visión del Camino al
Día Después del Imperio estaba en Su Cabeza.
No debe olvidarse el Hecho
expuesto anteriormente. Los Discípulos de Jesucristo conocían perfectamente,
porque hicieron propio el Pensamiento de su Maestro, adónde iban y adónde los
conducía el Camino que recorrían. Lo sabían y no se lo ocultaron a quienes a su
vez les siguieron a Ellos. Este Hecho de Transparencia Divina de las primeras
comunidades católicas no debe olvidarse nunca.
El Mundo Medieval no surge
de la Nada. El Mundo Medieval fue la Resurrección de la Civilización por Obra y
Gracia de la Iglesia Católica Apostólica Romana, cuya Cabeza es Jesucristo.
El Nuevo Arca en cuyo
interior fueron preservados los Tesoros de la Civilización: Derecho, Filosofía,
Literatura, Arte, Ciencia, y entre ellos el más Sagrado, la BIBLIA, llegó al
Otro Lado de la Caída del Imperio Romano al precio de la Sangre Católica
Apostólica Romana.
Nadie olvide que aunque
Católicos, todos los Primeros Cristianos fueron Ciudadanos Romanos. Hebreos,
Griegos, Italianos, Franceses y Españoles, los CINCO PUEBLOS con los que el
Cristianismo comenzó su Marcha a través del Desierto de las persecuciones, fueron
Ciudadanos Romanos.
Cuando Constantino reúne a
la crema y nata de todas las iglesias provinciales en Nicea todos los presentes
son Ciudadanos Romanos. Son Ciudadanos Romanos quienes confiesan el Credo
Católico que mil trescientos años más tarde recorrerá las Cuatro Esquinas de la
Tierra. Y, sin embargo, aún siendo Ciudadanos Romanos mantenían su distancia
frente al Imperio.
El Emperador Romano,
aunque Cristiano, no es la Cabeza de la Iglesia Universal Católica. La
Iglesia Católica no tiene más Cabeza que su Señor, Jesucristo. El Imperio
pasará, pero Ella permanecerá. Y lo hará porque en Ella vive la Palabra que no
pasará, la Palabra Eterna de Dios. Si en lo Divino, la Edad Medieval comienza
en la Cabeza de Jesucristo, en el Concilio de Nicea comienza la Edad Moderna.
La Separación entre Estado
e Iglesia, si bien se mantiene en Coexistencia Necesaria y Buena, será el Pilar
de la Sociedad Moderna más avanzada. Pilar que habiendo sido echado abajo en
Constantinopla por el Emperador de Bizancio, que pasó a ser formalmente, aunque
no en Derecho Canónico, la Cabeza de la Iglesia Ortodoxa Griega, arrastró en su
Caída a la propia Iglesia Bizantina.
Pilar que de nuevo siendo
echado abajo por la Reforma Anglicana condujo al Reino Unido a la Guerra Civil
y al Genocidio Irlandés.
Así pues, en lo Humano
tenemos que registrar el Nacimiento de la Historia Medieval en el Concilio de
Nicea del año 325 de la Era cristiana.
Separamos de esta forma lo
que los historiadores en su servilismo a los Estados acometieron contra la
propia Realidad Histórica: unir la Caída del Imperio Romano, que sólo le atañe
a la Historia Antigua de Italia, con el Nacimiento de la Edad Medieval, obra y
fruto de la Cristiandad Católica que tras haber vencido a todos sus enemigos se
levanta Invencible para Escribir el Credo que la Plenitud de las Naciones ha de
confesar una vez llegado el Arca de la Nueva Alianza a la Tierra de este Día
sobre el que escribiera el Magisterio Apostólico, diciendo:
“La Creación entera
aguarda expectante el nacimiento del Día de la gloria de la libertad del Hijo de
Dios”
Fue en aquel año, en
el que la Iglesia se mantuvo Fiel a su Señor, y no reconociendo más Señor que
Jesucristo, declaró siervo de su Señor al propio Emperador de Roma, año 325, que
debemos ver el Principio de la Edad Medieval.
La Historia de la Edad
Medieval es la Memoria de este Camino libre de la Maldición que pesó sobre
todos los pueblos antiguos, y vestido de la Invencibilidad de la Fe, se lanzó
al Desierto de las Persecuciones con la Confianza puesta en la Victoria sobre
todos sus enemigos. Victoria Final que se cerraría en el 1571 con la liberación
definitiva, ya comenzada por su padre Carlos V, de Felipe II contra el Imperio
Otomano en la Batalla de Lepanto.
Tales serán las Fechas
desde las Ciencias Históricas que le corresponden a la Edad Medieval por
Principio, (325), y por Fin (1571).
En este Camino de 1250
años los Pueblos Europeos escribieron Capítulos sin Igual en la Historia de los
otros Cuatro Continentes. De aquí que la Historia Medieval sea exclusiva de
Europa.
La Contemporaneidad con
otras civilizaciones no da derecho ni implica a las naciones no europeas en el
desarrollo de este Campo que conducirá a Europa a la Explosión del Mundo
Moderno. De hecho mientras el Mundo Moderno avanza, las demás Civilizaciones
existentes en el Planeta permanecerán estancadas en sus estructuras, ajenas a
los Avances de la Ciencia, de las Artes, y del Derecho.
El Renacimiento, la última
Etapa del recorrido de la Edad Medieval, fue un Fenómeno Único Europeo. El
Renacimiento marcó las diferencias sobre las que la Civilización Europea elevó
su Pensamiento y su Genio como Fruto del Cristianismo, cuyo Árbol, una planta
pequeñita en su Origen, al acabar esta Edad, su Infancia, y entrar en su
Adolescencia, la Edad Moderna, extendió sus ramas hasta los confines de los
Océanos.
En la serie de Libros de
esta Biblioteca dedicada a la Edad Medieval se verán las Etapas distintas que
desde el Concilio de Nicea a la Caída del Imperio, y de esta Caída a la
Reconfiguración de Europa bajo el Magisterio espiritual de la Iglesia Católica,
los Pueblos Europeos: Ingleses, Alemanes, Españoles, Italianos, Polacos,
Franceses, Húngaros, Escandinavos.... escribieron.
El Viaje de una
Civilización que resucita de sus cenizas, experiencia vital jamás disfrutada
por ninguna otra Civilización anterior; el Viaje de la Europa Cristiana por el
Camino de los siglos ha sido una Odisea.
La Resurrección de la Civilización,
Obra Humana y Divina, y por tanto Cristiana, sufrió no sólo el embite de los Bárbaros, también del Islam.
También hubo intentos de
poner de rodillas a la Iglesia por parte de los Alemanes, dando luz verde a a que llamamos la Guerra o Cuestión de las Investiduras. También las familias de la Italia del Siglo X intentaron apoderarse del Papado y
convertir el Templo en lo que convirtieron las grandes familias sacerdotales
judías el Templo de Jerusalén, en una Cueva de ladrones; es la que llamamos la Época
de la Pornocracia.
Tenemos las Cruzadas, con
toda su carga de dramatismo de choque de civilizaciones.
Un Camino largo cuya
Memoria es tan vital para el Mundo Europeo como lo es la Memoria Personal para
el hombre; y de trascendencia existencial incalculable para quienes necesitan
conocer cuál es el Origen Divino del Cristianismo, más que por la palabra...
por los hechos.
III
EL
CONCILIO DE NICEA
Los detalles sobre este
Concilio y su Celebración son conocidos por todos los historiadores. En este
terreno no se puede aportar nada. Y sin embargo una nota común en todos ellos
es la falta de penetración en el espíritu del Acontecimiento que cerró una Etapa,
que suele llamarse la Edad Apostólica, y comienza la que llamaré la Edad
Católica Romana. Europa se hace Católica. Se confiesa Católica. Se bautiza
Católica. Y acepta definitivamente y para siempre al Obispo de Roma como el
Jefe de todos los obispos de todas las iglesias, y deviene Dogma Sagrado su
Credo, la Vara que separará a las ovejas y señalará las que son del Señor y las
que abandonando a Sus legítimos Pastores se fueron con otros pastores.
Una sola Frase marca la
línea entre el Cielo y el Infierno: “JESUCRISTO, NO CREADO, ENGENDRADO DE LA MISMA NATURALEZA INCREADA
DEL PADRE”.
Ese fue el momento que la
Creación entera estuvo esperando: La Confesión de quien sin ver esa Naturaleza
con sus Ojos cree con toda su mente, con todo su corazón y con todo su Ser la
Declaración de Dios: “HE AQUI MI HIJO AMADO”. El Hombre se declara por la
Eternidad Ciudadano del Reino de Dios, reconoce en JESUCRISTO a su Rey y Señor:
en quien vive Dios: Padre e Hijo.
La trascendencia de esta
Confesión ante el Cielo y la Tierra firmó para siempre el Futuro del Género
Humano. Habría Muerte y Resurrección de la Civilización.
No olvidemos que la Duda
sobre esta Naturaleza Divina de Jesucristo fue el Virus Maligno en el que se
incubó en las entrañas de quien fuera un hijo de Dios el ser del Diablo, es
decir, un Enemigo a Muerte, y muerte hasta el Infierno, del Espíritu Santo.
Que JESÚS, Rey de reyes y
Señor de señores del Imperio de Dios, era Dios Hijo, de la Misma Naturaleza Increada
del Padre, esto lo sabían todos los hijos de Dios a los que El se dirigió
diciendo: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Dios
había despejado la Duda mediante la Experiencia Viva. ¿Por qué hablar de la
dulzura de la miel cuando ofreciendo una cuchara puede el paladar ahorrarse
tantas palabras?
Así pues, superada esta
Duda, el Enemigo de la Ciencia de la Guerra, fruto del Árbol Maldito, es el Espíritu de un Dios que odia el Mal y adora
el Bien, que ama la Paz sobre todas las cosas y no puede sufrir la Guerra, que
es una sola cosa con la Justicia y se enciende en cólera contra la Corrupción,
un Espíritu que se niega a aceptar la existencia de dos leyes, una para los
Gobernantes y otra para los Ciudadanos. Este Espíritu, que vive en
Dios Padre e Hijo, en el que son Dos Personas y un único Dios, este Espíritu
que impenetró a los Apóstoles y los hizo su Cuerpo, su Templo, la Iglesia, cuya
Cabeza es Cristo, Tres Personas y un Único Dios, las Tres Personas participando
de la Naturaleza de este Dios Increado : este Espíritu devino el Enemigo de la
Muerte, del Infierno y del Diablo. Y Confesando en el Concilio la Unidad en el
Misterio de la Santísima Trinidad, la Iglesia Católica se declaró Enemiga del
Enemigo de Dios Hijo, su Señor.
Desde el principio y
apenas idos los Apóstoles los hombres comenzaron a negar que el Mesías hubiese
sido Encarnado por este Hijo Todopoderoso de YAVÉ DIOS, “Dios con Nosotros”. El
tiempo tiene esa facultad. No perdona a nadie. Y lo olvida todo. Así que cuando
los decenios pasaron y el Siglo de Cristo dio paso al Siglo de los Obispos,
aquello comenzó a parecer un sueño que se evapora en el aire a la luz del día a
día. Las preguntas comenzaron a amontonarse. ¿Por qué siendo “Dios con nosotros”
no se proclamó Rey, y haciendo bajar fuego del cielo no acabó con el César?
La respuesta humana era
obvia: Jesús de Nazaret fue un hombre como otro cualquiera, sobre el que Dios dejó
caer por un tiempo su manto a la manera que Elías dejó caer el suyo sobre
Eliseo y este adquirió los poderes de su mentor.
Punto y se acabó.
El siglo segundo y el
siglo tercero fueron un avispero de “santos del pecado” que en su sabiduría de
la ignorancia dieron luz a tinieblas cada vez más espesas y pérfidas, todas
dirigidas contra la Iglesia edificada por los Apóstoles, contra cuyos Muros se estrellaron una vez y otra las fuerzas de la Muerte. Los Tratados
contra los Herejes fueron la respuesta de los soldados de la Iglesia. Una
Iglesia que veía a sus Rebaños y pastores arrojados a los leones para diversión
del pueblo romano. Y que llevando en su
Ser el Sello que con Fuego del Cielo fue tatuado en su Frente, aun venciendo a
todos los Enemigos de su Señor, hubo de enfrentarse al Anticristo en persona,
Arrio.
Al comenzar el Siglo
Cuarto la Guerra Civil entre Cristianos y la Guerra Civil entre Césares
vinieron de la mano. El Odio estaba en el aire. El sistema de Diocleciano
pereció bajo la ley más vieja del mundo, en palabras de San Pablo: “Busco el
Bien pero encuentro el Mal que no quiero”. Por la parte de los cristianos descontentos
con la Doctrina Dogmática de los Obispos de Roma: éstos encontraron su campeón
en Arrio, en el nombre del cual surgió una doctrina violento y homicida que de
decantarse el Emperador por esa doctrina de la Divinidad Prestada de Jesucristo
hubiese echado al suelo el edificio de los Apóstoles, y, convertido finalmente
el Cristianismo en otra Religión del Mundo, la Fundación de Jesucristo hubiese
sido arrastrada a la ruina con el Imperio que le condenó a muerte.
No debe sorprendernos que
el artífice del Credo fuese un Español, Osio de Córdoba, ni debe sorprendernos
que el Español lleve desde entonces en su Frente el Tatuaje Niceano.
Habían pasado tres siglos desde que Dios estuvo entre los hombres. Ninguno de
los Presentes en el Concilio de Nicea había visto con sus ojos al Señor, ni
tocado con sus manos su cuerpo, ni oído con sus orejas sus palabras. Tanto más
gloriosa la declaración “Dios mío y Señor mío” del que cree sin ver, que la
de quien cree porque ve. ¡Obra Maravillosa ciertamente, que buscaron y
encontraron los Edificadores de ese Momento poniendo a sus pies su propia
sangre, a fin de que lo que ellos vieron con sus ojos, tocaron con sus manos y
oyeron con sus orejas fuese su Herencia y su Legado a las generaciones que les
sucederían en el Ministerio Sacerdotal por los siglos de los siglos!
Y esta Victoria fue obra de
DIOS . Porque ¡DIOS VIVE!
Gracias a Dios en el
Concilio de Nicea el Cristianismo no devino una Religión del Mundo. El Imperio
pasaría, pero la Iglesia subsistiría, y con Ella la Civilización que Ella
representaba: Derecho, Filosofía, Comercio, Arte, Ciencia, Literatura,
Sociedad, Moral, Ética, Ley, Paz, Fraternidad; en una palabra : Cristianismo.
La Supervivencia de la
Civilización sería un Volver a nacer. El Bárbaro tenía que ser Civilizado. Y
esto fue la Edad Medieval. Un trabajo civilizador casi imposible de llevar a
buen puerto. Pueblos que llevaban miles de años viviendo en estado salvaje
debían aprender a conducir coches, aviones, levantarse hasta el espacio
exterior, comunicarse por ondas invisibles y gobernarse sin recurrir al crimen,
la tiranía y las guerras.
Esto fue lo que se
conquistó en el Concilio de Nicea.
Por esto afirmo que en aquel año, el 325 de la Era de Cristo, nació la Edad Medieval.
¿Y por qué cerrarla en la
Batalla de Lepanto?
Bueno. Desde el año 666 aproximadamente
en que el Islam se declara en Yihad mundial y hasta este año del 1571 en que el
Cristianismo acaba con toda opción de ser conquistado por los distintos
imperios islámicos que se sucedieron desde aquel año 666 hasta este 1571,
durante todo ese tiempo el Islam mantuvo en jaque al Cristianismo. Tras la
Batalla de Lepanto el jaque fue revertido y comenzó el jaque mate del
Cristianismo al Imperio Islámico, al presente en guerra civil y proceso de
desintegración.
Por la Conquista de la
Iglesia Católica en el Concilio de Nicea, todas las religiones y todos los
imperios pasarán, pero la Iglesia y el Cristianismo permanecerán para siempre.
CRISTRO RAUL Y&S .
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