BIBLIOTECA DE HISTORIA MEDIEVAL
 

 

TODO SOBRE RODRIGO DIAZ DE VIVAR

EL CID CAMPEADOR

 

 

POEMA DE MIO CID

ANÓNIMO

 

CANTAR PRIMERO

DESTIERRO DEL CID

1

Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando ; volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.

Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados, las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos, sin los halcones de caza ni los azores mudados.

Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado:

«¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!

Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»

2

Ya aguijaban los caballos, ya les soltaban las riendas. Cuando de Vivar salieron, vieron la corneja diestra , y cuando entraron en Burgos, la vieron a la siniestra.

Movió mío Cid los hombros y sacudió la cabeza: «¡Albricias, dijo Álvar Fáñez, que de Castilla nos echan mas a gran honra algún día tornaremos a esta tierra!»

3

Mío Cid Rodrigo Díaz en Burgos, la villa, entró; hasta sesenta pendones llevaba el Campeador; salían a verle todos, la mujer como el varón; a las ventanas la gente burgalesa se asomó con lágrimas en los ojos, ¡qué tal era su dolor!

Todas las bocas honradas decían esta razón:

«¡Oh Dios, y qué buen vasallo, si tuviese buen señor!»

4

De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba: que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.

La noche anterior, a Burgos la real carta llegaba con severas prevenciones y fuertemente sellada: que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada, y si alguno se la diese supiera qué le esperaba: que perdería sus bienes y los ojos de la cara, y que además perdería salvación de cuerpo y alma.

Gran dolor tenían todas aquellas gentes cristianas; se escondían de mío Cid, no osaban decirle nada.

El Campeador, entonces, se dirigió a su posada; así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada; por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla, tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.

Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban, mas los que dentro vivían no respondían palabra.

Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba; sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba, mas no se abría la puerta, que estaba muy bien cerrada.

Una niña de nueve años frente a mío Cid se para:

«Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada, sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta con severas prevenciones y fuertemente sellada.

No nos atrevemos a daros asilo por nada, porque si no, perderíamos nuestras haciendas y casas, y hasta podía costarnos los ojos de nuestras caras.

¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada; que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.» Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.

Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia.

Partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba; llega hasta Santa María, y a su puerta descabalga; las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.

Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga; salió luego por la puerta y el río Arlanzón cruzaba.

Junto a Burgos, esa villa, en el arenal acampa; manda colocar la tienda y luego allí descabalga.

Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada, en el arenal posó, nadie le acogió en su casa; pero en torno de él hay mucha gente que le acompañaba.

Así acampó mío Cid, como si fuese en montaña.

También ha vedado el rey que en Burgos le vendan nada de todas aquellas cosas que puedan ser de vianda: nadie osaría venderle ni aun una dinerada .

5

El buen Martín Antolínez, el burgalés más cumplido, a mío Cid y a los suyos les provee de pan y vino: no lo compró, porque era de cuanto llevó consigo; así de todo condumio bien los hubo abastecido.

Agradeciólo mío Cid, el Campeador cumplido, y todos los otros que van del Cid a su servicio.

Habló Martín Antolínez, oiréis lo que hubo dicho:

«¡Oh mío Cid Campeador, en buena hora nacido!

Esta noche reposemos para emprender el camino, porque acusado seré de lo que a vos he servido, y en la cólera del rey Alfonso estaré incluido.

Si con vos logro escapar de esta tierra sano y vivo, el rey, más pronto o más tarde, me ha de querer por amigo;

si no, cuanto dejé aquí no me ha de importar ni un higo.»

6

Habló entonces mío Cid, el que en buena ciñó espada:

«¡Martín Antolínez, vos que tenéis ardida lanza, si yo vivo, he de doblaros, mientras pueda, la soldada!

Gastado ya tengo ahora todo mi oro y mi plata; bien lo veis, buen caballero, que ya no me queda nada; necesidad de ello tengo para quienes me acompañan; a la fuerza he de buscarlo si a buenas no logro nada.

Con vuestro consejo, pues, quiero construir dos arcas; las llenaremos de arena para que sean pesadas, de guadalmecí cubiertas y muy bien claveteadas.»

7

Buscad a Raquel y Vidas , decidles que me han privado el poder comprar en Burgos, y que el rey me ha desterrado, y que llevarme mis bienes no puedo, pues son pesados; y empeñárselos quisiera por lo que fuese acordado; que se los lleven de noche y no los vean cristianos.

Que me juzgue el Creador, junto con todos sus santos, que otra cosa hacer no puedo, y esto por fuerza lo hago.»

8

En cumplirlo así, Martín Antolínez no se tarda; atravesó toda Burgos y en la judería entraba, y por Raquel y por Vidas con gran prisa preguntaba.

9

Llegó Martín Antolínez y así les dijo, taimado: «¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, mis buenos amigos caros? En secreto ahora quisiera a los dos juntos hablaros.» No le hicieron esperar, los tres juntos se apartaron. «Raquel y Vidas, amigos buenos, dadme vuestras manos, no me descubráis jamás, ni a nadie habéis de contarlo. Para siempre os haré ricos, y nada habrá de faltaros. El Campeador, mío Cid, por las parias fue enviado y trajo tantas riquezas para sí, que le han sobrado, y sólo quiso quedarse con lo que valía algo; por esto es por lo que ahora algunos le han acusado.

Tiene dos arcas repletas del oro más esmerado. Ya sabéis que el rey Alfonso del reino le ha desterrado. Deja aquí sus heredades, sus casas y sus palacios.

Las arcas llevar no puede, pues sería denunciado, y quiere el Campeador dejarlas en vuestras manos para que le deis por ellas algún dinero prestado.

Tomad las arcas, y luego llevadlas a buen recaudo; mas antes de ello, sabed que habéis de jurar entrambos que no las habéis de abrir durante todo este año.»

Entre sí, Raquel y Vidas de esta manera se hablaron: «Necesidades tenemos en todo de ganar algo.

Bien sabemos que mío Cid por las parias fue enviado y que de tierra de moros grande riqueza se trajo, y no duerme sin sospecha quien caudal tiene acuñado.

Estas arcas de mío Cid las tomaremos para ambos, y el tesoro meteremos donde nadie pueda hallarlo.

Pero, decidnos: ¿el Cid - con qué se verá pagado o qué interés nos dará durante todo este año?»

Así Martín Antolínez les repuso, muy taimado:

«Mío Cid ha de querer lo que aquí sea ajustado, poco os ha de pedir por dejar sus bienes a salvo.

Muchos hombres se le juntan, y todos necesitados, y para ellos precisa ahora seiscientos marcos.»

Dijeron Raquel y Vidas: «Se los daremos de grado.»

«Ya veis que llega la noche, el Cid está ya esperando, y necesidad tenemos que nos entreguéis los marcos.»

Dijeron Raquel y Vidas: «Así no se hacen los tratos, sino primero cogiendo las prendas, y luego, dando.»

Dijo Martín Antolínez: «Por mi parte acepto el trato.

Venid, pues, y a mío Cid se lo podréis contar ambos, y luego os ayudaremos, tal como hemos acordado, para acarrear las arcas hasta ponerlas a salvo, y que de ello no se enteren los moros ni los cristianos.»

Dijeron Raquel y Vidas: «Conforme los dos estamos, y una vez aquí las arcas, tendréis los seiscientos marcos.»

Martín Antolínez va cabalgando apresurado, con él van Raquel y Vidas, y los dos van de buen grado.

No quieren pasar el puente y por el agua pasaron, para que no les descubra en Burgos ningún cristiano.

He aquí que a la tienda llegan del Campeador honrado; así como en ella entran, al Cid le besan las manos.

Sonrióles mío Cid y así comenzaba a hablarlos:

«¡Ay, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado!

Yo me marcho de esta tierra, porque el rey me ha desterrado.

De todo cuanto ganare habrá de tocaros algo; mientras viváis, si yo puedo, no estaréis necesitados.»

Raquel y Vidas, al Cid vuelven a besar las manos.

Martín Antolínez ya tiene el negocio ajustado de que sobre aquellas arcas le darán seiscientos marcos y que ellos las guardarán hasta que se acabe el año; así ellos lo prometieron y así habíanlo jurado, y si antes las abriesen perjuros fueran, malvados, y no les diese mío Cid de interés ni un ochavo.

Dijo Martín Antolínez: «Las arcas pronto llevaos.

Llevadlas, Raquel y Vidas, ponedlas a buen recaudo; yo con vosotros iré para traerme los marcos, porque ha de partir el Cid antes de que cante el gallo.»

Al cargar las arcas, ¡vierais cómo los dos se alegraron!, aunque muy forzudos eran, con esfuerzo las cargaron.

Se gozan Raquel y Vidas en las ganancias pensando, ya que en tanto que viviesen por ricos se tienen ambos.

10

Raquel a mío Cid toma la mano para besarla.

«¡Oh Campeador, tú que ceñiste en buen hora espada! De Castilla ya os marcháis hacia donde hay gente extraña. Cual grande es vuestra ventura, sean grandes las ganancias; una pelliza bermeja os pido, de mora traza;¡oh Cid, os beso la mano que en don ha de regalármela!

«Pláceme, dijo mío Cid, la pelliza os será dada.

Si desde allá no os la envío, descontadla de las arcas.» Entonces, Raquel y Vidas las dos arcas se llevaban, Martín Antolínez va con ellos, y a Burgos marchan.

Así con todo secreto, llegaron a su morada; extendieron una alfombra en el suelo de la cámara y sobre ella una sábana de tela de hilo muy blanca.

Por primera vez contó trescientos marcos de plata; contábalos don Martín, sin pesarlos los tomaba; los otros trescientos marcos en oro se los pagaban.

Cinco escuderos llevó y a todos ellos cargaba.

Cuando esto estuvo hecho, oiréis lo que les hablaba:

«Ya en vuestras manos, Raquel y Vidas, están las arcas; yo, que esto os hice ganar, bien me merezco unas calzas.»

11

Entonces Raquel y Vidas entre sí los dos se hablaron:

«Debemos darle algún don, que el negocio él ha buscado. Martín Antolínez, dicen, burgalés bien afamado, en verdad lo merecéis y nos place el obsequiaros para que os hagáis las calzas, rica pelliza y buen manto.

Os damos en donación para ello treinta marcos; merecido lo tenéis porque habéis hecho este trato: porque sois el fiador de cuanto aquí hemos pactado.»

Lo agradeció don Martín así, y recibió los marcos; de su casa va a salir y se despide de ambos.

Una vez salió de Burgos, el Arlanzón ha pasado, y se dirige a la tienda de su señor bienhadado.

Recibióle mío Cid abiertos entrambos brazos:

«¿Venís, Martín Antolínez, mi fiel amigo y vasallo?

¡Pueda ver el día en que pueda pagarte con algo!»

«Vengo, Cid Campeador, y buenas noticias traigo: para vos seiscientos marcos, y yo treinta me he ganado.

Mandad recoger la tienda y con toda prisa vámonos, que en San Pedro de Cardeña oigamos cantar el gallo veremos a vuestra esposa, digna y prudente hijadalgo.

Acortemos vuestra estancia y de este reino salgamos; ello necesario es, porque va a expirar el plazo.»

12

Mío Cid y sus vasallos cabalgan a toda prisa.

La cara de su caballo vuelve hacia Santa María, alza su mano derecha y la cara se santigua:

«¡A Ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra guías; que me valgan tus auxilios, gloriosa Santa María!

Aquí, a Castilla abandono, puesto que el rey me expatría;

¡Quién sabe si volveré en los días de mi vida!

¡Que vuestro favor me valga, oh Gloriosa, en mi salida y que me ayude y socorra en la noche y en el día!

Si así lo hicieseis, oh Virgen, y la ventura me auxilia, a vuestro altar mandaré mis donaciones más ricas; en deuda quedo con Vos de haceros cantar mil misas.»

13

Sueltan las riendas y empiezan los caballos a aguijar.

Dijo Martín Antolínez, aquel burgalés leal:

«Para ver a mi mujer, me volveré a la ciudad, y advertir cómo en el tiempo de mi ausencia habrán de obrar.

Si el rey me quita mis bienes, poco ello me ha de importar.

Con vosotros estaré cuando el sol quiera rayar.»

14

Aprisa cantan los gallos, quieren quebrar el albor; cuando Regó al monasterio el buen Cid Campeador, estaba el abad don Sancho , cristiano del Creador, rezando ya los maitines mientras apunta el albor.

Y estaba doña Jimena con cinco damas de pro, rogando a San Pedro Apóstol y al divino Creador:

«¡Tú, que eres de todos guía, ampara al Campeador!»

15

Cuando a la puerta llamaran, de la nueva se enteraron;

¡Dios, y qué alegre se puso aquel buen abad don Sancho!

Con luces y con candelas salieron todos al patio, y con gran gozo reciben a mío Cid bienhadado:

«Gracias a Dios, mío Cid, dijo así el abad don Sancho; pues que al fin os veo bajo de mi custodia hospedado.»

Dijo entonces mío Cid Campeador, el bienhadado:

«Gracias a vos; satisfecho estoy de veros, don Sancho; yo prepararé el condumio para mí y mis vasallos; al marcharme de esta tierra os daré cincuenta marcos, y si aún vivo más tiempo, os los he de dar doblados.

No quiero que el monasterio por los míos haga gasto; para mi esposa Jimena hoy os entrego cien marcos; a ella como a sus hijas y damas servid hogaño.

Dos hijas os dejo niñas, tomadlas en vuestros brazos; a vos os las encomiendo desde ahora, abad don Sancho; de ellas y de mi mujer habréis de tener cuidado.

Si se acabara el dinero o necesitaren algo, entregadles cuanto pidan, buen abad, así os lo mando; por un marco que gastéis, daré al monasterio cuatro.»

Así lo promete hacer el abad de muy buen grado.

He aquí que doña Jimena con sus hijas va llegando; sendas damas las traían recostadas en sus brazos.

Ante el Cid doña Jimena hincó sus hinojos ambos, con lágrimas en los ojos, le quiso besar las manos:

«¡Merced os pido, le dice, Campeador bienhadado!

Por calumnias de malsines de esta tierra sois echado.»

16

«¡Merced os pedimos, Cid, el de la barba crecida!

Heme ahora ante vos, y conmigo vuestras hijas, de tan poca edad las dos y tan niñas todavía, y con nosotras las damas por las que somos servidas.

Ya veo, Campeador, que vais a emprender la ida y habremos de separarnos los dos aun estando en vida.

¡Dadnos ya vuestro consejo, oh Cid, por Santa María!»

Las dos manos alargó el de la barba bellida y cogió con sus dos brazos con amor a sus dos hijas: las acercó al corazón, porque mucho las quería.

Con lágrimas en los ojos muy fuertemente suspira:

«¡Oh doña Jimena, esposa tan honrada y tan cumplida, a vos os quise, mujer, igual como al alma mía!

Ya veis que preciso es el separarnos en vida; yo he de partir, mientras vos os quedaréis en Castilla.

¡Plegue a Dios, y así también le plegue a Santa María, que yo case por mis manos, algún día, a nuestras hijas, y que para tal ventura gozar se alarguen mis días, y vos, mi mujer honrada, por mí habéis de ser servida!»

17

Tañen todas las campanas en San Pedro a gran clamor.

Por toda Castilla va extendiéndose el pregón: cómo se va de la tierra mío Cid Campeador; unos dejaban sus casas, los otros su posesión.

En aquel día en el puente que hay sobre el río Arlanzón, ciento quince caballeros todos reunidos son, preguntando dónde está mío Cid Campeador; Martín Antolínez, que vuelve, a ellos se juntó, y vanse a San Pedro, donde está el que en buena nació.

18

Cuando supo mío Cid Campeador el de Vivar cuál crece su compañía de guerreros más y más, cabalgando muy de prisa, a recibirlos se va; volvió a sonreír el Cid cuando ante su vista están; todos llegan, y las manos del Cid se van a besar.

Habló entonces mío Cid con su mejor voluntad:

«Yo ruego a nuestro Señor y Padre espiritual, que a los que por mí dejáis las casas y la heredad, antes que yo muera, un día os pueda recompensar; y cuanto hoy perdéis, doblado un día podáis cobrar.»

Plugo a mío Cid el ver sus mesnadas aumentar, y plugo a todos los otros que al destierro con él van.

Del Plazo acordado, seis días han pasado ya, tres días sólo les quedan para el plazo terminar.

Mandó el rey a mío Cid Campeador vigilar: ni por oro ni por plata le dejasen escapar.

El día ya va saliendo, la noche quería entrar, y a sus buenos caballeros el Cid los mandó juntar:

«Oíd, les dice, varones, esto no os cause pesar; poco tengo, pero quiero a todos su parte dar.

Tened muy presente, pues, lo que ahora os voy a mandar: tan pronto como amanezca y el gallo quiera cantar, no os retraséis y mandad los caballos ensillar; en San Pedro a los maitines el buen abad tocará, y la misa dirá luego de la Santa Trinidad , y una vez la misa dicha, habremos de cabalgar, porque el plazo ya se acerca y mucho hay que caminar.»

Como lo mandó mío Cid, sus vasallos cumplirán.

Ya va pasando la noche, viene la mañana ya; cuando los segundos gallos cantan, pónense a ensillar.

Tañe apresuradamente a maitines el abad; mío Cid y su mujer hacia la iglesia se van.

Echóse doña Jimena en las gradas del altar, rogándole al Creador lo mejor que sabe y más, para que al Campeador le guarde el Señor de mal:

«A Ti, mi Señor glorioso, Padre que en el cielo estás, que hiciste el cielo y la tierra y el día tercero el mar; las estrellas y la luna y el sol para calentar, y te encarnaste en el seno de una Madre virginal, y que naciste en Belén, según fue tu voluntad, donde te glorificaron pastores en su cantar, y tres reyes de la Arabia te vinieron a adorar, que se llamaron Melchor y Gaspar y Baltasar, para ofrecerte oro y mirra con toda su voluntad; Tú que a Jonás lo salvaste cuando se cayó en el mar, y a Daniel de los leones también quisiste salvar, como salvaste, allá en Roma, lo mismo a San Sebastián, salvaste a Santa Susana del falsario criminal, y por la tierra quisiste treinta y dos años andar mostrándonos tus milagros que tanto dieron que hablar: hiciste vino del agua y de piedra hiciste pan, y resucitaste a Lázaro porque fue tu voluntad y por los judíos malos te dejaste allí apresar en el monte, y en el Gólgota te hicieron crucificar, y dos ladrones contigo en sendas partes están, el uno fue al Paraíso, mas el otro no fue allá; y estando en la cruz hiciste un portento sin igual: Longinos, que estaba ciego, que no vio la luz jamás, dio con su lanza en tu pecho, del que sangre hizo brotar, que por el asta hacía abajo llegó sus manos a untar y alzándolas hacia arriba, con ella tocó su faz, abrió sus ojos y a todas partes se puso a mirar; y en Ti creyó desde entonces quedando salvo de mal.

Del sepulcro, a los tres días, pudiste resucitar; descendiste a los infiernos, como fue tu voluntad, y quebrantaste las puertas para los santos sacar.

Tú, que eres Rey de los reyes y eres Padre universal, a Ti adoro y en Ti creo con toda mi voluntad, y ruego a San Pedro Apóstol que a mí me ayude a implorar para que al Cid Campeador Dios le preserve de mal.

Y como hoy nos separamos, nos volvamos a juntar.»

La oración, una vez hecha, la misa acabada está; salieron todos del templo; prepáranse a cabalgar.

El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar y doña Jimena al Cid la mano le va a besar, con lágrimas en los ojos, que sólo saben llorar.

Y él a las niñas, con pena, tornábalas a mirar:

«Al Señor os encomiendo, al Padre espiritual; nos separamos, ¡quién sabe si nos podremos juntar!»

Lloraban todos los ojos, nunca se vio llanto igual; como la uña de la carne separándose así van.

Mío Cid con sus vasallos se dispuso a cabalgar; cuando a caminar comienza, la cabeza vuelve atrás.

A esta sazón, Minaya Álvar Fáñez quiso hablar:

«Cid, en buen hora nacido, ¿vuestro arrojo dónde está? Pensemos en nuestra marcha, esto dejémoslo estar.

Que todos los duelos de hoy en gozos se tornarán: y Dios, que nos dio las almas, su remedio nos dará.»

Al abad don Sancho torna de nuevo a recomendar que sirva a doña Jimena y a sus hijas que allí están, como también a las damas que acompañándolas van; y que sepa que por ello buen galardón obtendrá.

Cuando tornaba don Sancho, Álvar Fáñez le fue a hablar:

«Si veis venir a más gentes buscándonos, buen abad, decid que el rastro nos sigan y emprendan el caminar, porque en yermo o en poblado bien nos podrán alcanzar.»

Sueltan entonces las riendas, empezando a cabalgar, que el plazo para salir del reino se acaba ya.

Mío Cid llegó a la noche hasta Espinazo de Can.

Muchas gentes, esa noche, se le fueron a juntar.

Otro día, de mañana, comienzan a cabalgar, Saliendo ya de su tierra el Campeador leal; San Esteban deja a un lado, aquella buena ciudad, y pasa por Alcubilla, que de Castilla es fin ya; la calzada de Quinea íbala ya a traspasar; por Navapalos, el río Duero van a atravesar, hasta Figueruela donde mío Cid mandó posar.

Y de todas partes, gentes acogiéndosele van.

19

A dormir se echó mío Cid cuando la noche llegó; sueño tan dulce le vino que en seguida se durmió.

El Arcángel San Gabriel se le apareció en visión y le dijo: «Cabalgad, oh buen Cid Campeador,

que nunca con tanta suerte cabalgó ningún varón; mientras vivas en la tierra os protegerá el Señor.»

Cuando se despertó el Cid, la cara se santiguó.

20

Otro día, de mañana, empiezan a cabalgar; es día postrer del plazo, sabed que no quedan más.

Hacia la sierra de Miedes se marchan a descansar, al lado diestro de Atienza que es tierra de moros ya.

21

Todavía era de día, no se había puesto el sol, cuando revistar sus gentes ordenó el Campeador: sin contar a los infantes, que todos valientes son, contó hasta trescientas lanzas, cada cual con su pendón.

22

«¡Temprano dad la cebada, y Dios os quiera salvar!

El que quisiere, que coma, y aquel que no, a cabalgar.

Pasaremos hoy la sierra, que muy escabrosa está, y el reino del rey Alfonso lo dejaremos atrás.

Después, aquel que nos busque, hallarnos presto podrá.»

De noche pasan la sierra, la mañana llega ya, y por la loma hacia abajo empiezan a caminar.

En medio de una montaña maravillosa y selval hizo acampar mío Cid y a las bestias pienso dar.

Díjoles a todos cómo ha pensado trasnochar y todos, buenos vasallos, lo aceptan de voluntad, pues lo que manda el señor dispuestos a hacer están.

Antes que la noche llegue comienzan a cabalgar; lo hace el Cid para que así nadie sepa adónde va.

Toda la noche anduvieron sin pararse a descansar.

Donde dicen Castejón, que en el Henares está, mío Cid una celada se dispuso a preparar.

23

Toda la noche mío Cid se la pasó en la celada, como así le aconsejó Álvar Fáñez de Minaya:

«¡Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada!

Vos, con ciento de estos hombres que van en nuestra compaña,

ya que a Castejón tenemos tendida buena celada, quedaos aquí, teniendo esas gentes a la zaga; a mí entregadme doscientos para atacar en vanguardia, y con Dios y nuestra suerte haremos buena ganancia.»

Dijo el Cid Campeador: «Muy bien hablasteis, Minaya; vos, con los doscientos hombres, marchad, pues, a la vanguardia.

Allá vayan Álvar Álvarez y Salvadórez, sin falta, también Galindo García, que es una aguerrida lanza, todos buenos caballeros que acompañen a Minaya.

Con intrepidez corred; por miedo no dejéis nada.

Marchad por Hita hacia abajo, llegando a Guadalajara, y hasta la misma Alcalá, avancen vuestras vanguardias, y de vuestras correrías asegurad las ganancias, pues por el miedo a los moros no habéis de dejaros nada.

Yo, con los cien que me quedan, formaré la retaguardia custodiando a Castejón, que un abrigo nos depara.

Si algún peligro corréis en las puntas de vanguardia, enviadme vuestro aviso, puesto que estaré a la zaga.

Del socorro que os envíe, habrá de hablar toda España.»

Nombrados son los guerreros que han de formar en vanguardia

y los que con mío Cid quedarán en retaguardia.

Ya se quiebran los albores, va llegando la mañana, salía ya el sol, ¡oh Dios, y qué hermoso despuntaba!

En Castejón todos ya de la cama se levantan, abren las puertas y van a sus labores diarias, camino de sus faenas a las tierras de labranza.

Todos salieron, las puertas abiertas se las dejaban; muy poca gente en el pueblo de Castejón se quedaba; las gentes por fuera todas se encuentran diseminadas.

El Campeador, entonces, salióse de la emboscada y rodeó a Castejón, que despoblado se hallaba.

Moros y moras que al paso veía, los apresaba, así como a los ganados que alrededor pasturaban.

Mío Cid Rodrigo Díaz a la puerta se encaraba; los que allí están, cuando vieron que tanta gente llegaba, tuvieron miedo y dejaron la puerta desamparada.

Entonces, mío Cid Ruy Díaz por la puerta abierta entraba; en la mano valerosa desnuda lleva la espada, dando muerte a quince moros de cuantos al paso hallara.

Así a Castejón ganó con todo el oro y la plata.

Ya llegan sus caballeros cargados con la ganancia, y la dan a mío Cid, que no lo apreciaba en nada.

He aquí los doscientos tres hombres que van en vanguardia, que por la tierra se extienden, corriéndola y saqueándola, hasta llevar a Alcalá la señera de Minaya; y desde allí, otros regresan cargados con la ganancia, por el Henares arriba buscando a Guadalajara.

De la correría traen muy abundantes ganancias, muchos ganados de ovejas así como muchas vacas; también traen muchas ropas y otras riquezas sin tasa.

Enarbolada a los vientos va la enseña de Minaya; sin que ninguno se atreva a atacarlos por la espalda.

Con el cobrado botín tornaban los de vanguardia; helos allá en Castejón, donde mío Cid estaba.

El castillo custodiado dejó, y a esperarlos marcha rodeado de las gentes que componen su mesnada, y con los brazos abiertos va a recibir a Minaya:

«¿Venís aquí ya, Álvar Fáñez el de la valiente lanza?

Cuando os envié, bien puse en vos toda mi esperanza.

Vuestro botín con el mío juntemos; de la ganancia os daré la quinta parte, si así lo queréis, Minaya.»

24

«Mucho os lo agradezco, Cid, Campeador afamado.

De este quinto que me dais en el botín alcanzado, bien pagado quedaría hasta Alfonso el Castellano.

Mas yo admitirlo no quiero y los dos en paz quedamos.

Desde aquí yo le prometo a Dios, que está allá en lo alto, que hasta que yo no me harte, montado en mi buen caballo, de luchar contra los moros y vencerlos en el campo, bien empleando la lanza o con la espada en la mano, y no vea chorrear sangre por mi codo abajo, ante vos, Rodrigo Díaz, luchador tan afamado, no habré de aceptar de vos ni un solo dinero malo, pues por mí lo he de tomar si creo que gano algo ; mientras, todo lo de ahora yo lo dejo en vuestras manos.»

25

Diose cuenta mío Cid, que en buen hora ciñó espada, que del rey Alfonso pronto llegaría gente armada que le buscaría daño para él y sus mesnadas.

Mandó repartir el Cid todo aquel botín, sin falta, y ordenó a sus quiñoneros que a todos diesen la carta.

Sus caballeros comienzan a cobrar ya su soldada, y a cada uno de ellos tocan cien marcos de plata y a los peones les toca de ello la mitad exacta; la quinta parte tan sólo a mío Cid le quedaba.

Aquí no puede venderla a nadie ni regalarla; ni cautivos ni cautivas quiso llevarse en compaña.

Habló a los de Castejón y envió a Guadalajara y a Hita para saber por cuánto se la compraban, aunque por lo que le diesen alcanzasen gran ganancia.

Ofreciéronle los moros sus tres mil marcos de plata.

Plugo a mío Cid la oferta que los moros le enviaban, y al tercer día le dieron lo ofrecido al Cid, sin falta.

Pensó entonces mío Cid que ni él ni sus mesnadas en castillo tan pequeño podían tener morada, y que si lo defendían se quedarían sin agua.

Aquí Minaya no acepta el ofrecimiento del Cid, no por orgullo,

sino por creer que no tiene valor suficiente su acción.

repartidores del botín de guerra.

«Los moros ya están en paz y ya selladas las cartas; a buscarnos vendrá el rey Alfonso con su mesnada.

Dejar quiero a Castejón, oídme todos, Minaya.»

26

«Esto que a deciros voy no habréis de tenerlo a mal: en Castejón por más tiempo no nos podemos quedar; está cerca el rey Alfonso y a buscarnos nos vendrá.

Mas el castillo no quiero derribarlo, lo he de dar, y a cien moros y a cien moras quiero darles libertad, y así por lo que les tomo no podrán de mí hablar mal.

Todos habéis ya cobrado, nadie queda por cobrar.

Mañana al amanecer, otra vez a cabalgar, que con Alfonso, mi rey, yo no quisiera luchar.»

Cuanto dijo mío Cid a todos los plugo asaz.

Del castillo que tomaron todos muy ricos se van, y los moros y las moras ya bendiciéndole están.

Márchanse Henares arriba, cuanto pueden caminar, las Alcarrias han pasado y más adelante van, y por las Cuevas de Anguita van pasando más allá, y atravesando las aguas van al Campo de Taranz, por esas tierras abajo cuanto pueden caminar.

Entre Ariza y Cetina mío Cid se va a albergar.

Grandes ganancias tomaba por las tierras donde va, no pueden saber los moros la intención que llevará.

Otro día, levantóse mío Cid el de Vivar y pasó Alhama, la Hoz y hacia más abajo va; pasó Bubierca y Ateca, que más adelante están, y sobre Alcocer, el Cid Rodrigo fue a descansar en un otero redondo, en donde ordenó acampar; cerca está el Jalón, y el agua no les podían quitar.

Mío Cid Rodrigo así a Alcocer piensa ganar.

27

Bien puebla todo el otero y allí las tiendas levanta, las unas contra la sierra, las otras contra las aguas.

El buen Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada, alrededor del otero y muy cerca ya del agua, a todos sus mesnaderos mandó cavar una cárcava para que de día o de noche no les hiciesen celada y que supiesen que el Cid con los suyos allí estaba.

28

Por todas aquellas tierras va la noticia volando de que el Cid Campeador allí habíase acampado, que llegó a tierra de moros y dejó la de cristianos; los campos de alrededor no se atreven a labrarlos.

Alegrando se va el Cid, lo mismo que sus vasallos; el castillo de Alcocer lo harán pronto tributario.

29

Allí estuvo mío Cid cumplidas quince semanas.

Cuando vio el Campeador que Alcocer no se entregaba, intentó un ardid de guerra que practicó sin tardanza: dejó una tienda tan sólo, mandó las otras quitarlas y se fue Jalón abajo con la enseña desplegada, con las lorigas vestidas y ceñidas las espadas, para con esa cautela prepararles la celada.

Viéndolo los de Alcocer, ¡Dios, y cómo se alababan!

«A las tropas de mío Cid falta el pan y la cebada.

Todas las tiendas se llevan; una sola queda alzada.

Cual si huyese a la derrota, el Cid a escape se marcha; si le asaltamos ahora, haremos grande ganancia, antes que los de Terrer pudieran reconquistarla, y si ellos antes la toman, no habrían de darnos nada; las parias que él ha cobrado nos devolverá dobladas.»

Saliéronse de Alcocer con precipitada marcha.

El Cid, cuando los vio fuera, salió como a desbandada.

Y por el jalón abajo con los suyos cabalgaba.

Decían los de Alcocer: «¡Ya se nos va la ganancia!»

Y los grandes y los chicos a salir se apresuraban, y tan gran codicia tienen que otra cosa no pensaban dejando abiertas las puertas, por ninguno custodiadas.

El buen Cid Campeador hacia atrás volvió la cara; vio que entre ellos y el castillo quedaba mucha distancia, manda volver la bandera y aguijar también les manda: «¡HeridIos, mis caballeros, sin temor, con vuestras lanzas, que, con la merced de Dios, nuestra será la ganancia!» Revueltos andan con ellos por toda aquella llanada. ¡Dios, y qué grande fue el gozo de todos esa mañana! Mío Cid y Álvar Fáñez delante de todos marchan; tienen muy buenos caballos y a su antojo galopaban, entre ellos y el castillo acortando la distancia.

Y los del Cid, sin piedad, a los moros atacaban, y en un reducido espacio a trescientos moros matan.

Dando grandes alaridos los que había en la celada, hacia delante salían, hacia el castillo tornaban y con las armas desnudas a la puerta se paraban.

Pronto llegaron los suyos y se ganó la batalla.

El Cid conquistó el castillo de Alcocer por esta maña.

30

Habló mío Cid Ruy Díaz, el caballero esforzado:

«Gracias a Dios de los cielos, gracias a todos sus santos: alojaremos mejor a jinetes y a caballos.»

31

«Oídme, pues, Álvar Fáñez, y todos los caballeros: Al tomar este castillo, grande botín hemos hecho; los moros muertos están, muy pocos con vida veo.

Estos moros y estas moras venderlos no los podremos; con degollarlos a todos poca cosa ganaremos; mas ya que los dueños somos, acojámoslos adentro; viviremos en su casas y de ellos nos serviremos.»

32

Mucho pesa a los de Ateca y a los de Terrer aún más, y a los de Calatayud, sabed, pesándoles va.

Al rey de Valencia quieren sus mensajes enviar: que uno a quien llaman mío Cid, Ruy Díaz de Vivar, enojado el rey Alfonso, de su tierra echado está, y fue a acampar a Alcocer, bien defendido lugar, al que tendiendo celada, logró el castillo ganar: y si no se les ayuda Ateca y Terrer caerán, perderá a Calatayud, que no se podrá salvar, por la orilla del Jalón, todo habrá de seguir mal. y al otro lado, Jiloca lo mismo se perderá.

Cuando lo oyó el rey Tamín sintió de veras pesar:

«Tres buenos emires veo que en derredor de mí están; dos de ellos, sin demorarlo, habrán de irse hacia allá con tres mil moros armados con armas de pelear.

Los que hubiese en la frontera de refuerzo servirán; prended vivo a ese cristiano y conducídmelo acá; ya que se metió en mi tierra, tributo me habrá de dar.»

Los tres mil moros cabalgan, su paso aceleran ya, y aquella noche en Segorbe llegaron a descansar.

A la mañana siguiente, emprenden su cabalgar y por la noche llegaron hasta Cella a pernoctar.

A los que hay en la frontera los envían a llamar; no se detienen y vense de todas partes llegar.

Salieron, después, de Cella, la que llaman de Canal; anduvieron todo el día sin pararse a descansar, y a Calatayud llegaron, por la noche, a reposar.

Por todas aquellas tierras hacen pregones lanzar, y gentes de todas partes se les vienen a juntar.

Los emires Galib y Hariz, que al frente de todos van, al buen Cid Campeador a Alcocer van a cercar.

33

Hariz y Galib cercan al Cid en Alcocer Plantan las tiendas en tierra preparando la campaña; sus fuerzas van aumentando, ya tienen gente sobrada.

Los centinelas que ponen los moros, ya se destacan, y ni de noche y de día se desnudan de sus armas; muchos son los centinelas y mucha la gente armada.

A mío Cid y a los suyos, logran cortarles el agua.

Las mesnadas de mío Cid quieren presentar batalla; el que en buena hora nació firmemente lo vedaba.

Así tuvieron cercado al Cid más de tres semanas.

34

Al cabo de tres semanas, cuando la cuarta va a entrar, mío Cid con sus guerreros consejo va a celebrar:

«El agua nos han quitado, nos puede faltar el pan, escaparnos por la noche no nos lo consentirán; muy grandes sus fuerzas son para con ellos luchar; decidme, pues, caballeros, qué resolución tomar.»

Habló primero Minaya, caballero de fiar:

«De Castilla la gentil nos desterraron acá; si con moros no luchamos, no ganaremos el pan.

Bien llegamos a seiscientos, y acaso seamos más; en nombre del Creador, ya no podemos optar; presentémosles batalla mañana al alborear.»

Díjole el Campeador: «Así quiero oírte hablar; así te honras, Minaya, como era de esperar.»

A los moros y a las moras los manda desalojar, para que ninguno sepa lo que en secreto va a hablar.

Durante el día y la noche comienzan a preparar la salida; al otro día, cuando el sol quiere apuntar, armado está mío Cid y cuantos con él están; y así comenzó a decir, como ahora oiréis contar:

«Salgamos todos afuera, nadie aquí debe quedar; sino sólo dos personas que la puerta han de guardar; si morimos en el campo, aquí ya nos entrarán; si ganamos la batalla, mucho habremos de ganar.

Y vos, buen Pero Bermúdez, la enseña mía tomad, como sois de verdad bueno la tendréis con lealtad, pero no os adelantéis si no me lo oís mandar.»

Al Cid le besó la mano y la enseña fue a tomar.

Abren las puertas y fuera del castillo salen ya.

Viéronlo los centinelas y hacia sus huestes se van.

¡Qué prisa se dan los moros! Van las armas a empuñar; el ruido de los tambores la tierra quiere quebrar; vierais armarse a los moros para pronto pelear.

Al frente de todos ellos dos enseñas grandes van, y los pendones mezclados, ¿quién los podría contar?

Los pelotones de moros su avance comienzan ya para llegar frente al Cid y a los suyos atacar.

«Quietas, mesnadas, les dice el Cid, en este lugar, no se separe ninguno hasta oírmelo mandar.»

Aquel buen Pero Bermúdez ya no se puede aguantar; la enseña lleva en la mano y comienza a espolear:

«¡Que Dios Creador nos valga, Cid Campeador leal!

En medio del enemigo voy vuestra enseña a clavar; los que a ella están obligados ya me la defenderán.»

Díjole el Campeador: «¡No lo hagáis, por caridad!»

Repuso Pero Bermúdez: «Dejar de ser no podrá.»

Espoleó su caballo y a los moros fue a buscar.

Ya los moros le esperaban para la enseña ganar; y aunque le dan grandes golpes no le pueden derribar.

Y así dijo mío Cid: «¡Valedle, por caridad!»

35

A grandes voces les dice el que en buen hora nació:

«¡Heridlos, mis caballeros, por amor del Creador!

Yo soy Ruy Díaz, el Cid, de Vivar Campeador.»

Todos van sobre la fila donde Bermúdez entró.

Trescientas lanzas serían, todas llevaban pendón; cada jinete cristiano a otro moro derribó, y a la vuelta , otros trescientos muertos en el campo son.

36

Vierais allí tantas lanzas todas subir y bajar, y vierais tantas adargas horadar y traspasar; tantas lorigas romperse y sus mallas quebrantar y tantos pendones blancos rojos de sangre quedar, y tantos buenos caballos sin sus jinetes marchar.

A Mahoma y a Santiago claman unos y otros ya.

Y por los campos caían tendidos en el lugar de la batalla, los moros, unos mil trescientos ya.

37

¡Qué bien estaba luchando sobre su exornado arzón mío Cid Rodrigo Díaz, ese buen Campeador!

Con él Minaya Álvar Fáñez, el que Zorita mandó, el buen Martín Antolínez, aquel burgalés de pro; Muño Gustioz que del Cid fuera el criado mejor; Martín Muñoz el que un día mandara en Montemayor.

Álvar Salvadórez y también Álvar Alvaroz, y el buen Galindo García, caballero de Aragón; y Félez Muñoz, sobrino que era del Cid Campeador .

Además de los citados, todos cuantos allí son van a socorrer la enseña, y a mío Cid Campeador.

38

La lanza tiene quebrada y a la espada metió mano, y aunque a pie lucha Minaya certeros golpes va dando.

Viólo mío, Cid Ruy Díaz de Vivar el Castellano y acercóse a un alguacil, que tenía buen caballo y diole un tajo de espada certero con diestro brazo que le cortó por el talle y echólo en medio del campo.

Y al buen Minaya Álvar Fáñez le fue a ofrecer el caballo: «Cabalgad, Minaya, en él, ya que sois mi diestro brazo.

Hoy de todo vuestro esfuerzo me encuentro necesitado; muy firmes están los moros, aun no me dejan el campo, y es menester que, al final, firmes les acometamos.»

Cabalgó entonces Minaya, ya con la espada en la mano, por entre las fuerzas moras fuertemente peleando.

A los que logra alcanzar, la vida les va quitando.

Mío Cid Rodrigo Díaz, Campeador bienhadado, al emir Hariz tres golpes con su mandoble le ha dado; le fallan los dos primeros, sólo el tercero ha acertado y por la loriga abajo la sangre va chorreando; el emir volvió la rienda para escaparse del campo.

Y por aquel golpe, el Cid la victoria hubo alcanzado.

39

Derrotados están ya los jefes Hariz y Galib.

¡Qué buen día fue aquel día para la cristiandad grande porque los moros huyeron por una y por otra parte!

Los hombres de mío Cid les van siguiendo al alcance, y el emir Hariz se va a Terrer a refugiarse, pero a Galib no quisieron en tal pueblo cobijarle, y a Calatayud se marcha, tan pronto puede escaparse.

Mío Cid Campeador detrás íbale al alcance.

y hasta la misma ciudad persiguiólo sin cansarse.

40

Tanto su espada tajó, que sangriento lleva el brazo, y de la muñeca al codo la sangre va chorreando.

Dice Minaya Álvar Fáñez: «Ahora me siento pagado, porque hacia Castilla irán noticias y comentarios de que mío Cid Ruy Díaz campal batalla ha ganado.»

Tantos moros yacen muertos, que pocos vivos quedaron, y al perseguirlos sin tregua, alcance les fueron dando.

Ya tornan los caballeros de mío Cid bienhadado.

Andaba el Campeador montado en su buen caballo y con la cofia fruncida , ¡oh Dios, y qué bien barbado!, el almófar en la espalda y con la espada en la mano.

Mirando cómo los suyos a él se iban acercando:

«Agra d ez c o a Dios, decía, Aquel que está allá en lo alto, que ha hecho que esta batalla hayamos por Él ganado.»

El campamento enemigo los del Cid han saqueado, tantos escudos y armas y riqueza han hallado de los moriscos vencidos a los que luego tomaron, además de las riquezas, quinientos y diez caballos.

¡Gran alegría reinaba entre todos los cristianos, pues de los suyos tan sólo quince de menos echaron!

Oro y plata tanta tienen, no saben dónde guardarlo; enriquecidos se quedan todos aquellos cristianos con aquel botín tan grande que de la lucha sacaron.

En su castillo, los moros, defendiéndolo, quedaron, y allí mandó mío Cid que les entregasen algo.

Grande es el gozo del Cid y el de todos sus vasallos.

Repartir manda el dinero y tantos bienes sobrados; en su quinta parte al Cid le tocaron cien caballos.

¡Dios, y qué bien que pagó mío Cid a sus vasallos, a los que luchan a pie y a los que van a caballo!

Tan bien los supo arreglar mío Cid el bienhadado, que cuantos con él estaban satisfechos se quedaron.

«¡Oíd, Minaya, le dice, vos que sois mi diestro brazo!, de todas estas riquezas que el Creador nos ha dado, según vuestro parecer, tomadlas con vuestra mano.

Enviaros a Castilla quiero con este recado de la batalla que aquí a los moros les ganamos.

Al rey de Castilla, Alfonso, que de ella me ha desterrado, quisiera enviarle, como presente, treinta caballos, cada uno con su silla y todos bien embridados, llevando sendas espadas de los arzones colgando.»

Dijo Minaya Álvar Fáñez; «Así lo haré de buen grado.»

41

«He aquí, mi buen Minaya, el oro y la plata fina; con ello habéis de llenar esa alta bota? hasta arriba; en Santa María de Burgos, por mí pagaréis mil misas, y aquello que os sobre, dadlo a mi mujer y a mis hijas, que rueguen mucho por mí, en las noches y en los días; que si yo sigo viviendo, habrán de ser damas ricas.»

42

Contento estaba Álvar Fáñez con lo que el Cid le ha mandado;

los que con él han de irse estaban ya preparados.

Dan la cebada a las bestias cuando la noche va entrando. El Cid les habla a los suyos, que allí estaban congregados.

43

«¿Os vais, Minaya Álvar Fáñez, a Castilla la gentil?

A todos nuestros amigos muy bien les podéis decir que, con la ayuda de Dios, vencimos en buena lid.

Tal vez a nuestro regreso aún nos encontréis aquí; si no, allá donde supieseis que estamos, allí acudid.

Con la lanza y con la espada ganaremos el vivir, y si en esta tierra pobre no podemos resistir, creo yo que nos tendremos al fin que marchar de aquí.»

44

Todo preparado ya, al alba partió Minaya; mío Cid Campeador quedó allí con su mesnada.

Estéril era la tierra sobre la que se acampaban.

Todos los días al Cid Campeador espiaban los moros de las fronteras con otras gentes extrañas.

Curado ya el emir Hariz, todos de él se aconsejaban.

Entre los moros de Ateca, y los que a Terrer poblaban, y los de Calatayud, ciudad de más importancia, convienen con mío Cid por escrito, en una carta, que Alcocer le comprarán por tres mil marcos de plata.

45

Mío Cid Rodrigo Díaz a Alcocer tiene vendido; y así pagó a sus vasallos que en la lucha le han seguido.

Lo mismo a los caballeros que a los peones, hizo ricos; ya no queda ni uno pobre de cuantos le hacen servicio.

Aquel que a buen señor sirve, siempre vive en paraíso.

46

Cuando quiso mío Cid el castillo abandonar, moros y moras cautivos comenzáronse a quejar:

«¿Vaste, mío Cid? ¡Contigo nuestras oraciones van!

Agradecidos quedamos, señor, de tu trato y paz.»

Cuando salió de Alcocer mío Cid el de Vivar, todos los moros y moras comenzaron a llorar.

Con la enseña desplegada, el Campeador se va, y por el Jalón abajo, hacia delante se va; mientras camina, las aves, favorables, ve volar.

Les plugo a los de Terrer y a los de Calatayud más, y a los de Alcocer les pesa, que al Cid no querían mal.

Aguijó el Cid su caballo, siguiendo su caminar, hasta acampar en un Poyo que está sobre Monreal.

Alto y grande el cerro era, tan maravilloso y tan inexpugnable, que no se le podía asaltar.

A la ciudad de Daroca tributo le hizo pagar, y lo mismo hizo a Molina que del otro lado está, y la tercera, Teruel, que está del lado de acá; en su mano tiene el Cid a Cella la del Canal.

47

¡Mío Cid Rodrigo Díaz de Dios alcance la gracia!

A Castilla ya se ha ido Álvar Fáñez de Minaya, y aquellos treinta caballos al rey se los presentaba, y al contemplar el presente, así sonrió el monarca:

«¿Quién te ha dado estos caballos, así os valga Dios, Minaya?»

«Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada; aquel a quien desterrasteis y ganó Alcocer por maña, por lo que el rey de Valencia un mensaje le enviara: ordenó ponerle cerco y le cortasen el agua.

El Cid salió del castillo, sobre el campo guerreaba, y a dos generales moros venció en aquella batalla, y abundante fue, señor, de la lucha la ganancia.

A vos, oh rey respetado, este presente hoy os manda; dice que los pies os besa y os besa las manos ambas, pidiendo vuestra merced, y que el Creador os valga.»

Díjole entonces el rey: «Aún es muy pronto mañana para que a un desterrado, que del rey perdió la gracia, vuelva a acogerlo en perdón al cabo de tres semanas .

Pero, ya que fue de moros, tomo lo que me regala, y me place a mí que el Cid adquiera tantas ganancias.

Y sobre todo lo dicho, os perdono a vos, Minaya, vuestros honores y tierras mando se os sean tornadas; id y venid desde ahora, podéis contar con mi gracia; mas del Cid Campeador aún no puedo decir nada.»

48

El rey permite a los castellanos irse con el Cid Además de esto, Minaya, quiero deciros algo más : y es que, de todos mis reinos, a cuantos quieran marchar,

hombres buenos y valientes, a mío Cid ayudar, libres los dejo, y prometo sus bienes no confiscar.

El buen Minaya Álvar Fáñez las manos le fue a besar:

«Gracias os doy, rey Alfonso, como a señor natural; esto concedéis ahora, en adelante haréis más; daremos gracias a Dios de cuanto vos nos hagáis.»

Díjole el rey: «Álvar Fáñez, dejemos aquesto estar.

Marchad libre por Castilla, que nadie os prohiba andar, y, sin temor a castigo, al Cid bien podéis buscar.»

49

Os quiero contar de aquel que en buen hora ciñó espada:

Ya sabéis que sobre el Poyo acampó con sus mesnadas, y en tanto que el pueblo exista, moro o de gente cristiana,

el «Poyo de mío Cid» se le llamará en las cartas.

Estando allí mío Cid muchas tierras saqueaba, todo el valle del Martín ya le pagaba las parias.

A la misma Zaragoza noticias del Cid llegaban; esto no agradó a los moros, firmemente les pesaba.

Allí estuvo mío Cid cumplidas quince semanas; cuando vio que del viaje mucho tardaba Minaya, con todos sus caballeros de noche emprendió la marcha; dejó el Poyo abandonado y el campamento dejaba, y más allá de Teruel aún Ruy Díaz pasaba, llegando al pinar de Tévar, donde detuvo la marcha.

Todas las tierras aquellas que corría, sojuzgaba, y la misma Zaragoza su tributo le pagaba.

Cuando todo aquesto hizo, al cabo de tres semanas, de Castilla regresó Álvar Fáñez de Minaya con doscientos caballeros, todos ciñendo su espada, y no podían contarse los que a pie con él llegaban.

Cuando hubo visto mío Cid aparecer a Minaya, al correr de su caballo, va a abrazarlo sin tardanza; en la boca le besó y

en los ojos de la cara .

Todo lo cuenta Álvar Fáñez, no quiere ocultarle nada.

Mío Cid Campeador sonriente le escuchaba: «Gracias al Dios de los cielos, dice, y a sus fuerzas santas, que mientras que vos viváis, a mi me irá bien, Minaya.»

50

¡Dios, y qué alegre se puso la hueste de desterrados cuando Minaya Álvar Fáñez de Castilla fue llegado, trayéndoles las noticias de sus parientes y hermanos y las compañeras suyas que en Castilla se dejaron!

51

¡Dios, y cuán alegre estaba el de la barba bellida al saber que Álvar Fáñez pagó en Burgos las mil misas, y de conocer las nuevas de su mujer y sus hijas!

¡Dios, y cómo mío Cid rebosaba de alegría!

«Álvar Fáñez de Minaya, ¡largos sean vuestros días!

Más valéis vos que yo valgo, ¡qué misión tan bien cumplida!»

52

No se retrasó mío Cid Campeador bienhadado; a doscientos caballeros, escogidos por su mano.

enviólos por la noche a reconocer el campo.

Aquellas tierras estériles de Alcañiz, las han dejado, y por los alrededores todo lo van saqueando.

Al tercer día, de vuelta al mismo sitio tornaron.

53

Cundió presto la noticia por aquellas tierras todas; ya las gentes de Monzón y Huesca están pesarosas; pero el que den ya tributo place a los de Zaragoza, ya que ellos de mío Cid no temen ninguna cosa.

54

Con todas estas ganancias, al campamento se van; todos estaban alegres porque han hecho buen ganar; satisfecho está mío Cid, Minaya contento está.

Sonrióse el Campeador, al no poderlo evitar:

«Oídme, mis caballeros, voy a decir la verdad: quien vive en el mismo sitio sus bienes verá menguar: así que al amanecer echemos a cabalgar, dejando este campamento y siguiendo más allá.»

Entonces se mudó el Cid hacia el puerto de Olocau, de donde puede marcharse hasta Huesa y Montalbán.

En aquella correría diez días gastados han.

Las noticias se esparcían y por todas partes van de que el que dejó Castilla les va haciendo grande mal.

55

Se esparcían las noticias por aquellas tierras todas, llegando a conocimiento del conde de Barcelona de que mío Cid Ruy Díaz corría su tierra toda, lo que le causa pesar y por ultraje lo toma.

56

El Cid trata en vano de calmar al conde El conde es muy fanfarrón y dijo una vanidad:

«Grandes entuertos me hace mío Cid el de Vivar.

Hasta dentro de mi corte gran agravio me hizo ya, porque a mi sobrino hirió y no lo quiso enmendar .

Ahora saquea las tierras que bajo mi amparo están; yo no lo he desafiado ni le tornaré mi amistad; mas como él me provoca, yo se lo iré a demandar.»

Numerosas son las fuerzas que aprisa llegando van; entre moros y cristianos, muchos se juntan allá para perseguir al Cid Ruy Díaz el de Vivar.

Tres días con sus tres noches hubieron de caminar hasta lograr alcanzarlo de Tévar en el pinar; tantos son, que con las manos creen que le cogerán.

Con las ganancias que lleva, mío Cid el de Vivar desciende de una alta sierra y a un valle llegando va.

De la llegada del conde don Ramón, se entera ya y le envía este mensaje al que le viene a cercar:

«Decidle al conde que aquesto no debe tomarlo a mal, nada llevo de lo suyo: déjeme marchar en paz.»

El conde así respondió: «Eso no será verdad.

Lo de ahora y lo de antes, todo me lo pagará; y ya sabrá el desterrado a quién se atrevió a ultrajar.»

Y se tornó el mensajero al más rápido marchar.

Entonces comprende el Cid don Rodrigo el de Vivar que con el conde no puede la batalla evitar ya.

57

«Mis caballeros, poned a recaudo las ganancias; y guarneceos aprisa con vuestras mejores armas, porque el conde don Ramón darnos quiere gran batalla, y de moros y cristianos trae gentes muy sobradas, y si no nos defendemos podrán vencernos por nada.

Nos seguirán si marchamos; aquí sea la batalla: cinchad fuerte los caballos y vestíos de las armas.

Ellos vienen cuesta abajo y llevan tan sólo calzas, van sobre sillas coceras y las cinchas aflojadas; nosotros, sillas gallegas y botas sobre las calzas.

Con sólo cien caballeros venceremos sus mesnadas.

Antes que lleguen al llano, presentémosles las lanzas; por cada uno que hiráis tres sillas serán vaciadas.

Verá Ramón Berenguer a quien quería dar caza en los pinares de Tévar por quitarle las ganancias.»

58

Preparados están todos cuando esto el Cid hubo hablado;

las armas bien empuñadas, firmes sobre sus caballos.

Por la cuesta abajo llegan las mesnadas de los francos ; en el hondo de la cuesta y muy cerca ya del llano, ordenó atacar el Cid Campeador bienhadado; y así lo cumplen los suyos con voluntad y buen grado, los pendones y las lanzas tan bien los van empleando; a los unos van hiriendo y a los otros derribando.

Vencedor en la batalla fue mío Cid bienhadado, y en ella el conde Ramón por prisionero ha quedado.

Allí ganó la Colada que vale más de mil marcos.

59

Ganó esta batalla el Cid a gran honra de su barba; cogió al conde don Ramón y a su tienda lo llevaba, mandando que le custodien a gentes de confianza, dentro de su misma tienda en donde preso quedara y suyos de todas partes a juntársele llegaban.

Contento estaba mío Cid con todas esas ganancias.

A mío Cid don Rodrigo gran comida le preparan, pero el conde don Ramón no hacía aprecio de nada; llevándole los manjares, delante se los dejaban, él no quería comer y todo lo desdeñaba:

«No he de comer un bocado por cuanto hay en España; antes perderé mi cuerpo y condenaré mi alma, ya que tales malcalzados me vencieron en batalla.»

60

«Comed, conde, de este pan; bebed, conde, de este vino, que si lo que digo hiciereis, dejaréis de estar cautivo, si no, en todos vuestros días no veréis cristiano vivo.»

61

«Comed, dice, don Rodrigo y tranquilo descansad; yo he de dejarme morir, pues nada quiero probar.»

Hasta pasados tres días no logran volverle atrás;

62

Dijo entonces mío Cid: «Comed, conde, comed algo, pues si no queréis comer, ya no veréis más cristianos, y si llegáis a comer de ello quedaré pagado; y a vos, conde, como igual a dos de estos hijosdalgo, os sacaré de prisión y os libraré por mi mano.»

Cuando esto el conde oyó su dolor fue mitigando:

«Si así lo cumplierais, Cid igual que lo habéis hablado, en tanto cuanto yo viva, quedaré maravillado.»

«Pues comed, conde, comed, y cuando hayáis acabado, a vos y a dos de los vuestros la libertad he de daros, mas de cuanto habéis perdido y yo he ganado en el campo,

sabed, conde, que no pienso devolveros ni un ochavo, que lo necesito para los que vanme acompañando.

Tomando de vos y de otros así nos vamos cobrando, en tanto esta vida dure mientras quiera el Padre Santo, que eso toca a los que el rey de su tierra ha desterrado.»

Alégrase el conde, y pide el agua para las manos, y en seguida le presentan el servicio demandado.

Con aquellos caballeros que el Cid hubo designado, comía el conde, y comía, ¡oh Dios, y de qué buen grado!

Junto a él decía el Cid, de Vivar el bienhadado:

«Si bien, conde, no coméis, y quedo de ello pagado, aquí los dos quedaremos, no habremos de separarnos.»

Dijo el conde: «Comeré de voluntad y buen grado.»

Él y los dos caballeros iban aprisa yantando; satisfecho queda el Cid, que allí los está mirando, al ver que el conde Ramón movía aprisa las manos.

«Si vos lo permitís, Cid, ya quisiéramos marcharnos; mandad que nos den las bestias y saldremos galopando; desde el día en que fui conde no comí con tanto agrado; el sabor de esta comida jamás habré de olvidarlo.»

Les dieron tres palafrenes, los tres muy bien ensillados, unas buenas vestiduras, buenas pellizas y mantos.

El conde don Ramón va entre los dos colocado.

«Ya os vais, conde don Ramón, como sois, pues os vais franco

y yo os quedo agradecido por cuanto me habéis dejado.

Si os pasare por las mientes, conde, algún día vengarlo, si es que venís a buscarme, antes mandarme recado; me dejaréis de lo vuestro o de mí os llevaréis algo.»

«Estad tranquilo, mío Cid, que de eso estáis a salvo, que con cuanto os dejo, queda pagado todo este año; y de venir a

buscaros ni siquiera lo he pensado.»

63

El conde aguijó el caballo disponiéndose a marchar, volviendo ya la cabeza para mirar hacia atrás.

Miedo tiene porque cree que el Cid se arrepentirá, lo que no haría el caudillo por cuanto en el mundo hay, que deslealtad así no habría de hacer jamás.

El conde ya se ha marchado, y se vuelve el de Vivar; juntóse con sus mesnadas, y se comienza a alegrar al ver que de aquella acción les tocó ganancia tal; tan grandes riquezas tienen que ni las saben contar.

 

CANTAR SEGUNDO

BODAS DE LAS HIJAS DEL CID

64

Una vez que hubo acampado en el puerto de Olocau, dejando ya Zaragoza y aquellas tierras de allá, dejó atrás Huesa y las tierras que llaman de Montalbán.

Ahora, hacia la mar salada se dispone a guerrear; a Oriente donde el sol sale, hacia aquella parte irá.

El Cid a Jérica y Onda gana, y a Almenara va, que las tierras de Burriana tiene conquistadas ya .

65

Ayudóle el Creador, el Señor que está en el cielo.

Y con la ayuda divina pudo tomar a Murviedro , y ve mío Cid que Dios aún le seguía valiendo.

Mientras, dentro de Valencia era, y no menguado, el miedo.

66

Los moros valencianos cercan al Cid. -Éste reúne sus gentes. - Arenga

Aquello a los de Valencia les ha dado gran pesar; reunidos en Consejo, al Cid deciden cercar.

Toda la noche marcharon, cuando el alba iba a apuntar, en los campos de Murviedro sus tiendas van a plantar.

Tan pronto los vio mío Cid, se empezó a maravillar:

« ¡Alabanza a Ti se dé, Señor espiritual!

Sobre sus tierras estamos, les hacemos todo mal, ya bebemos de su vino y comemos de su pan; con su derecho lo hacen si nos vienen a cercar.

Si no entablamos la lucha, esto no se arreglará.

Vayan mensajes a aquellos que nos deben ayudar; los unos vayan a Jérica y los otros a Olocau, vayan a avisar a Onda y a Almenara vayan ya, y los que están en Burriana vénganse luego hacia acá; y comenzaremos juntos esta batalla campal; yo confío en que el Señor su ayuda me ha de aumentar.»

Al llegar el tercer día, ya todos juntos están; el que en buen hora nació así les comenzó a hablar:

« ¡Oíd, mesnadas, a quien el Señor quiere salvar!

Después que hubimos salido de la limpia cristiandad (y no fue por nuestro gusto, sino por no poder más), gracias a

Dios, nuestras cosas siempre hacia delante van.

Ahora los de Valencia nos han venido a cercar; si en estas tierras nosotros quisiéramos perdurar, a estos moros firmemente habremos de escarmentar.»

67

«Cuando ya pase la noche y despunte la mañana, aparejados estén los caballos y las armas para empezar a atacar las enemigas mesnadas.

68

Oíd qué dijo Minaya Álvar Fáñez al hablar:

«Mío Cid Campeador, hagamos lo que mandáis.

Dadme a mí cien caballeros, que no os quiero pedir más; vos con los otros restantes el ataque comenzad.

Atacadles sin temor no tengáis que vacilar, que yo, con los otros cien, por la otra parte he de estar, y como confío en Dios, el campo nuestro será.»

Lo que hubo dicho Minaya al Cid plugo de verdad.

Cuando empezó la mañana se comenzaron a armar, cada uno de ellos sabe su obligación al luchar.

Con el alba, mío Cid el ataque va a empezar.

« ¡En nombre del Creador y de Santiago leal, atacad, mis caballeros, con denuedo y voluntad, porque soy yo Ruy Díaz, mío Cid el de Vivar.»

Tantas cuerdas de las tiendas allí vierais estallar, arrancarse las estacas y los postes derrumbar.

Pero los moros son muchos y se quieren recobrar.

Por otra parte, Álvar Fáñez veniales a atacar: mal que les pese a los moros, hubiéronse de entregar si a uña de sus caballos no lograran escapar.

Mataron a dos emires en la caza que les dan, y hasta Valencia, siguiéndoles, los cristianos van detrás.

Grandes fueron las ganancias que logró el Cid de Vivar; y tras saquear el campo, comienzan a regresar, entrando luego en Murviedro con las ganancias que han; grande es el gozo que tienen los cristianos del lugar.

Tomaron después Cebolla y cuanto delante hay; tanto miedo hay en Valencia que no saben lo que harán; la fama de mío Cid sabed que creciendo va.

69

Contento se hallaba el Cid y cuantos le acompañaban, porque Dios les ayudó para ganar la batalla.

Enviaba a sus jinetes, que por la noche marchaban, hasta llegar a Cullera y, luego, llegar a Játiva, y marchando más abajo hasta Denia se acercaban.

Por las orillas del mar a los moros quebrantaban.

Ganaron Benicadell, con sus salidas y entradas.

70

Cuando el Cid Campeador en Benicadell se queda, tanto les pesara en Játiva como les pesó en Cullera, y recatar ya su miedo no pueden los de Valencia.

71

Por las tierras de los moros, saqueando y conquistando, durmiendo durante el día y por las noches marchando , en ganar aquellas villas el Cid empleó tres años.

72

Los moros que hay en Valencia escarmentados están, no osaban salir afuera, ni quieren irle a buscar; todas las huertas les talan haciéndoles grande mal; durante aquellos tres años el Cid les dejó sin pan.

Se quejan los de Valencia que no saben lo que harán, pues que de ninguna parte llegarles podía el pan; ni da amparo el padre al hijo ni éste al padre puede dar, ni un amigo al otro amigo se podía consolar.

Mala cuita es, señores, el tener mengua de pan, los hijos y las mujeres de hambre muriéndose están.

Viendo su duelo delante no lo pueden remediar.

Al rey que había en Marruecos piensan entonces llamar, que con el de Montes Claros empeñado en guerra está; mas su amparo no les manda ni viéneles a ayudar.

Súpolo mío Cid, y esto mucha alegría le da; saliéndose de Murviedro una noche a cabalgar, le cogió el amanecer en tierras de Monreal.

Por Aragón y Navarra pregones hizo enviar, y hasta tierras de Castilla sus mensajeros se van.

«Quien quiera dejar trabajos y su soldada ganar, véngase con mío Cid, que desea guerrear, y cercar quiere a Valencia, que a los cristianos dará:

73

quien quiera venir conmigo para cercar a Valencia

(todos vengan de buen grado, ninguno venga por fuerza), le esperaré hasta tres días en el Canal de la Cella.»

74

Después se volvió a Murviedro, que ganado tiene ya.

Se difunden los pregones, que por todas partes van, y al sabor de la ganancia nadie atrás quiere quedar; muchas gentes se le acogen de la buena cristiandad.

Sonando por todas partes las hazañas del Cid van; más son los que al Cid se juntan que no los que se le van;

y creciendo va en riqueza mío Cid el de Vivar.

Cuando a tanta gente vio, mucho se pudo alegrar.

Mío Cid Campeador no quiso esperarse más, se dirigió hacia Valencia y sobre ella llegó a dar; muy bien cercó Mío Cid sin defectos la ciudad; viéraisle salir lo mismo como le vierais entrar.

Un plazo aún les concede, por si alguien les va a ayudar.

El cerco puesto a Valencia, nueve meses dura ya ; cuando el décimo llegó, hubiéronse de entregar.

Grandes son los alborozos que corren por el lugar, cuando el Cid ganó Valencia y al fin entró en la ciudad.

Los que llegaron a pie, ya sobre caballo van; el oro y la plata, ¿quién era capaz de contar?

Todos eran ricos cuantos entraron en la ciudad.

Mío Cid la quinta parte de botín mandó tomar; en monedas acuñadas treinta mil marcos le dan, y de las otras riquezas, ¿quién las podría contar?

¡Qué alegre está mío Cid con cuantos con él están, cuando en lo alto del Alcázar vieron su enseña ondear!

75

Holgado estaba mío Cid con cuantos le acompañaban, cuando a aquel rey de Sevilla las noticias le llegaban de que tomó Valencia sin que nadie la amparara.

A atacarlos se marchó con treinta mil hombres de armas.

Sobre la huerta libraron con los cristianos batalla, atacólos mío Cid, aquel de la luenga barba, y la pelea duró hasta estar dentro de Játiva; al pasar el río Júcar, van todos en desbandada, los moros van ronceando y, sin querer, beben agua.

Hasta aquel rey de Sevilla con tres hachazos se escapa.

Y tornóse mío Cid trayendo tales ganancias, que sí bueno fue el botín cuando a Valencia ganara, fue mucho más provechosa para el Cid esta batalla.

A los que menos, tocóles unos cien marcos de plata.

Las nuevas del caballero ya veis adónde llegaban.

76

Ya le crecía la barba, mucho se le iba alargando, tanto que dijera el Cid, cuando salió desterrado:

«Por amor del rey Alfonso, que de su tierra me ha echado,

no entrará en ella tijera ni un pelo será cortado , aunque de ello murmurasen los moros y los cristianos.»

Mío Cid Campeador en Valencia estaba holgando; con él, Minaya Álvar Fáñez no se aparta de su lado.

Los que dejaron su tierra, de riqueza están cargados, a todos les dio en Valencia el Campeador honrado tierras, casas y heredades con las que fueron pagados, el amor de mío Cid ya lo van ellos probando.

También pagados han sido los que luego se juntaron; ve mío Cid Campeador que ellos, con lo que ganaron, si se pudiesen marchar, haríanlo de buen grado.

Pero mandó mío Cid, por Minaya aconsejado, que ningún hombre de aquellos que con él ganaron algo que de él no se despidiese ni le besara la mano , y le prendan donde lo hallen, donde puedan alcanzarlo, se le quite cuanto tenga y se le ahorque en un palo.

Dispuesto ya todo esto, con precauciones tomado, de Minaya Álvar Fáñez el Cid se va aconsejando:

«Si así os parece, Minaya, fundar quisiera un Estado con cuantos están aquí y conmigo algo ganaron; que se pongan por escrito, y todos sean contados, que si alguno se ocultase o de menos fuera echado, lo ganado habrá de dar para mis buenos vasallos que custodian a Valencia por sus murallas rondando.»

Así respondió Minaya: «El consejo es bien pensado.»

77

Mandólos ir a la corte para poderlos juntar, cuando estuvieron reunidos, a todos hizo contar: tres mil seiscientos tenía mío Cid el de Vivar, esto el corazón le alegra y le hace alborozar:

«Gracias al Señor, Minaya, y a la Virgen hay que dar, con mucho menos salimos de mi casa de Vivar.

Si ahora tenemos riqueza, habremos de tener más.

Si a vos pluguiese, Minaya, y no os pareciese mal, mandaros quiero a Castilla, donde está nuestra heredad, y a nuestro rey don Alfonso, que es mi señor natural, de todas estas ganancias que hemos hecho por acá, quiero darle cien caballos, ídselos vos a llevar; por mí, besadle la mano, y firmemente rogad que a mi mujer y a mis hijas, que en aquella tierra están,

si fuera su merced tanta, ya me las deje sacar.

Por ellas yo enviaré, este mensaje será: por la mujer y las hijas, de Rodrigo de Vivar enviaré yo a Castilla y con gran honra vendrán hasta estas tierras extrañas que hemos logrado ganar.»

Entonces dijo Minaya: «Iré yo de voluntad.»

Cuando esto hubieron hablado, comiénzase a preparar.

El Cid le dio cien hombres que con Minaya se irán y en el camino le sirvan con la mejor voluntad; mil marcos de plata dióle, que a San Pedro ha de llevar, de los que quinientos debe dar a don Sancho el abad.

78

Cuando con estas noticias todos se van alegrando, de las tierras del oriente un buen clérigo ha llegado: el obispo don Jerónimo era por nombre llamado.

Muy entendido era en letras y en consejos muy sensato, y cabalgando o a pie era guerrero esforzado.

Por las proezas del Cid él venía preguntando, suspirando ya por verse con los moros en el campo, diciendo que si se hartaran de luchar y herir sus manos, en los días de aquel siglo no le llorasen cristianos .

Cuando lo oyó mío Cid, muy satisfecho, así ha hablado:

«Oíd, Minaya Álvar Fáñez, por Aquel que está en lo alto, ya que ayudarnos Dios quiere, bien es que lo agradezcamos: en las tierras de Valencia fundar quiero un obispado, para darlo a don Jerónimo, que es caballero cristiano; vos, cuando estéis en Castilla, también esto hais de contarlo.»

79

Mucho le plugo a Álvar Fáñez lo que dijo don Rodrigo.

Al clérigo don Jerónimo le dan el cargo de obispo de la sede de Valencia, donde puede hacerse rico.

¡Oh Dios, entre los cristianos cuánto era el regocijo, porque en tierras de Valencia ya había señor obispo!

Alegré estaba Minaya; se despidió, y ha partido.

80

Ya las tierras de Valencia tranquilas quedan en paz, cuando Minaya Álvar Fáñez hacia Castilla se va.

Dejaremos las jornadas, que no las quiero contar.

Preguntó por don Alfonso, dónde lo podría hallar; dijéronle que a Sahagún se marchó el rey poco ha, o tornóse hacia Carrión, donde le podría hallar.

A Minaya estas noticias mucho le hacen alegrar, y, con todos los presentes, encaminóse hacia allá.

81

Entonces, el rey Alfonso de misa estaba saliendo, cuando Minaya Álvar Fáñez arribara tan apuesto: hincóse en tierra de hinojos, delante de todo el pueblo, y a los pies del rey Alfonso cayó, con un grande duelo, besándole las dos manos mientras decía discreto:

82

¡Merced, señor don Alfonso, por amor del Creador!

Por mí vuestras manos besa mío Cid el luchador, los pies y manos os pide, como cumple a tal señor, que le otorguéis la merced y así os valga el Creador.

Le echasteis de vuestras tierras, le quitasteis vuestro amor, pero aunque está en tierra extraña él cumple su obligación: a Jérica ha conquistado, igual que a Onda ganó, tomó a Almenara y también a Murviedro, que es mejor, igual hizo con Cebolla y también con Castellón, y Benicadell, que está sobre muy fuerte peñón; con todas estas conquistas de Valencia es el señor; hizo obispo por su mano también el Campeador; cinco batallas campales, que presentara, ganó. Grandes fueron las ganancias que le otorgó el Creador, y he aquí las señales de lo que ahora os digo yo: estos cien

caballos, que todos corredores son, que de sillas y de frenos todos llevan guarnición; por mí el Campeador os ruega que os dignéis tomarlos vos,

que siempre es vuestro vasallo y os tiene a vos por señor.»

Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:

«De esas inmensas ganancias que hizo el Campeador,

¡San Isidoro me valga! me alegro de corazón, por todas estas hazañas que hace el Campeador yo recibo estos caballos que me envía como don.»

Aunque plugo al rey, al conde Garci Ordóñez le pesó :

«Parece que en tierra mora no hubiera vivo un varón, cuando así hace a su antojo y deshace el Campeador.»

Así el rey respondió al conde: «Acabad esa cuestión, que de todas las maneras, mejor me sirve que vos.»

Entonces sigue Minaya, el esforzado varón:

«Vuestra merced pide el Cid, si se la queréis dar vos, para que doña Jimena, igual que sus hijas dos, salgan de aquel monasterio donde, al marchar, las dejó, y a Valencia vayan para juntarse al Campeador.»

Entonces, dijo así el rey: «Pláceme de corazón; mientras por mis tierras vayan, les daré manutención, mandaré que las custodien del mal y del deshonor, y al llegar a la frontera de mis tierras, cuidad vos de que bien servidas vayan, vos y el buen Campeador.

¡Oídme ahora, mesnadas, que toda mi corte sois!

No quiero que pierda nada mío Cid Campeador; a todos los mesnaderos que le llaman su señor cuanto yo les confisqué, hoy se lo devuelvo yo; conserven sus heredades donde esté el Campeador, seguros estén de daño y mal en toda ocasión; esto lo hago porque sirvan siempre bien a su señor.»

Minaya, entonces, al rey ambas manos le besó.

Y, sonriéndose, el rey así hermosamente habló:

«Los que quisieran marchar a servir al Campeador, les doy venia para irse en gracia del Creador.

Más ganaremos con esto que con otra vejación.»

En esto, entre sí se hablaron los infantes de Carrión :

«Mucho cunden las hazañas de mío Cid Campeador; si con sus hijas casáramos ganaríamos los dos.

Mas no nos atreveremos a proponerlo, pues no es su estirpe para unirse a los condes de Carrión.»

No lo dijeron a nadie, y así la cosa quedó.

Luego, Minaya Álvar Fáñez del buen rey se despidió.

«¿Ya os vais, Minaya? ¡Idos, pues, en gracia del Creador!

Un mensajero real mando que vaya con vos; si a las damas os lleváis, sírvalas a su sabor; hasta dentro de Medina les preste su protección, y desde allí en adelante las cuide el Campeador.»

Despidióse así Minaya, y de la corte marchó.

83

Los infantes de Carrión ya tienen urdido el plan, cuando a Minaya Álvar Fáñez acompañándole van:

«Vos, que sois tan bueno siempre, por vuestra buena amistad,

llevadle nuestros saludos a mío Cid de Vivar; decid que a su lado estamos por lo que quiera mandar; y que por suyos teniéndonos, el Cid nada perderá.»

Repuso Minaya: «Este cargo no me ha de pesar.»

Cuando Minaya se fue, los infantes tornan ya.

Se encaminó hacia San Pedro, donde las damas están;

¡qué grande gozo tuvieron cuando le vieron llegar!

Cuando se apeó Minaya, a San Pedro se fue a orar, y acabada la oración, a las damas fue a buscar:

«Humíllome a vos, señora, a quien Dios guarde de mal, así como a vuestras hijas también las quiera guardar.

Os saluda mío Cid desde donde ahora está; con salud y con riquezas le dejé yo en la ciudad.

El rey me hizo la merced de dejaros libres ya para que os lleve a Valencia, que ahora es vuestra heredad.

Cuando mío Cid os vea sanas y sin ningún mal,

¡cuánta alegría ha de ser la suya, al veros llegar! »

Dijo así doña Jimena: « ¡Dios lo quiera así mandar! »

Minaya a tres caballeros les ha mandado marchar con este mensaje al Cid, a Valencia, donde está:

«Decid al Campeador (a quien Dios guarde de mal), que a su mujer y a sus hijas el rey les da libertad, y mientras sus tierras pisen alimentos les dará.

Y dentro de quince días, si Dios nos guarda de mal, su mujer y sus dos hijas y yo estaremos allá, y con nosotros las dueñas que las van a acompañar.»

Idos son los caballeros que el mandato cumplirán, y en San Pedro, el buen Minaya Álvar Fáñez quedará.

Vierais cuántos caballeros de todas partes llegar para marchar a Valencia con mío Cid el de Vivar.

Que por amigos leales les tengan van a rogar, a Minaya, que les dice: «Yo lo haré de voluntad.»

Sesenta y cinco a caballo se llegaron a juntar, que, con los ciento que tiene, que se trajera de allá, acompañando a las damas, buena escolta les darán.

Los quinientos marcos dio Álvar Fáñez al abad; de los otros, os diré cómo los pudo emplear: Minaya a doña Jimena, a sus 

hijas y además a todas las otras damas que para servirles van, con ese dinero piensa el buen Minaya comprar las mejores vestiduras que en Burgos pudiera hallar, y palafrenes y mulas que tengan buen caminar.

Cuando todo está comprado y dispuestos a marchar, y el buen Minaya Álvar Fáñez se dispone a regresar, he aquí a Raquel y Vidas que a sus pies van a rogar:

« ¡Merced, Minaya Álvar Fáñez, caballero de fiar!, el Cid nos ha arruinado si no nos quiere pagar; la ganancia perderíamos si nos diese el capital.»

«Yo se lo diré a mío Cid si Dios me deja llegar.

Por lo que con él hicisteis buena merced os dará .»

Dijeron Raquel y Vidas: « ¡Mándelo así Jehová!; si no, saldremos de Burgos y lo iremos a buscar.»

El buen Minaya Álvar Fáñez, hacia San Pedro se va; muchas gentes se le acogen preparadas a marchar, y cuando se van, gran duelo afligía al buen abad:

«Adiós, Minaya Álvar Fáñez, el Creador os valdrá, y de mi parte las manos al Campeador besad y que de este monasterio jamás se quiera olvidar, que por los días del siglo pueda su vida medrar, y si el Cid así lo hiciere, ha de servirle de más.»

Repuso Minaya: «Así lo haré con mi voluntad.»

Allí todos se despiden y empiezan a cabalgar, con ellos va el mensajero que los ha de custodiar.

Mientras por tierras del Rey van, la comida les dan.

De San Pedro hasta Medina cinco días tardarán; las damas con Álvar Fáñez en Medina quedarán.

De los que el mensaje llevan, ahora habremos de hablar:

Tan pronto como lo supo mío Cid el de Vivar, le plugo de corazón y se volvía a alegrar, y así dijo por su boca tan pronto comenzó a hablar:

«Quien buen mandadero envía buen mandado ha de esperar.

Tú, Muño Gustioz, y tú, Pero Bermúdez, marchad, y con Martín Antolínez, que es un burgalés leal, y el obispo don jerónimo, sacerdote de fiar; cabalgad con cien jinetes, por si tenéis que luchar; por tierras de Albarracín primero habéis de pasar para llegar a Molina, que más adelante está, la que tiene Abengalbón, que es buen amigo y de paz; con otros cien caballeros él os acompañará; id subiendo hasta Medina lo más que podáis andar, y a mi mujer y a mis hijas con Minaya, que vendrán, y por lo que me dijeron, allí las podréis hallar.

Entonces, con grande honor acompañadlas acá.

Yo me quedaré en Valencia, que harto me costó ganar, y desampararla fuera locura muy singular; y me quedaré en Valencia, porque es ella mi heredad.»

Cuando el Cid esto hubo dicho, comienzan a cabalgar, y todo el tiempo que pueden no dejan de caminar.

Torcieron a Albarracín para en Bronchales quedar, y al otro día llegaron a Molina a descansar.

El buen moro Abengalbón, cuando supo a lo que van, salióles a recibir con un gozo singular:

«¿Venís aquí los vasallos de mi amigo natural?

Sabed que vuestra llegada gran alegría me da.»

Muño Gustioz así habló entonces, sin esperar:

«Mío Cid, que a vos saluda, pide que les socorráis con cien bravos caballeros que su escolta prestarán a su mujer y a sus hijas, que ahora en Medina están; quiere que vayáis por ellas, y luego aquí las traigáis y que hasta Valencia, de ellas no os habéis de separar.»

Dijo Abengalbón: «Lo haré, y de buena voluntad.»

Esa noche una gran cena a todos les mandó dar, y a la mañana siguiente comienzan a cabalgar; el Cid le pidió cien hombres, mas él con doscientos va.

Pasan las altas montañas, que ya van quedando atrás; luego, pasan la llanura de la Mata de Taranz, de tal modo que ningún miedo a los que pasan da; por el valle de Arbujuelo ya comienzan a bajar.

En Medina, para el viaje, todo preparado está, y al divisar gente armada, Minaya pensara mal envió a dos caballeros para saber la verdad; ellos partieron muy presto porque de corazón van; el uno quedó con ellos, el otro vuelve a avisar:

«Son fuerzas del Campeador que nos vienen a buscar, he aquí a Pero Bermúdez, que delante de ellos va, también va Muño Gustioz, que es vuestro amigo leal, luego Martín Antolínez, el de Burgos natural, y el obispo don jerónimo, el buen clérigo leal, y el alcaide Abengalbón con sus fuerzas también va, por dar gusto a mío Cid, a quien mucho quiere honrar.

Todos vienen juntamente, no tardarán en llegar.»

Entonces dijo Minaya: «Vayámosles a encontrar.»

Todos montaron de prisa, que no querían tardar.

Cien caballeros salieron, que no parecían mal, montando buenos caballos con gualdrapas de cendal y petral de cascabeles y el escudo por collar, en las manos sendas lanzas con su pendón cada cual, para que los otros sepan Minaya de qué es capaz, y cómo trata a las damas que a Castilla fue a buscar.

Los que iban de batidores ya comienzan a llegar; luego, las armas tomando , buscan con ellas solaz; por junto al río jalón, con grande alegría van.

Cuando los demás llegaron, hacia Minaya se van, y el buen moro Abengalbón, cuando frente a él está, con la sonrisa en los labios a Minaya fue a abrazar, y en el hombro le da un beso, como es costumbre oriental:

« ¡Dichoso día, Minaya, en el que os vengo a encontrar!

Traéis con vos esas damas que nuevas honras nos dan, a las dos hijas del Cid y a su mujer natural; con la ventura del Cid todos nos hemos de honrar, que aunque poco le quisiéramos no se le puede hacer mal,

ya que ha de tomar lo nuestro, ya sea en guerra o en paz;

por muy torpe tendré al que no conozca esta verdad.»

84

De buena gana sonríe Álvar Fáñez de Minaya:

« ¡Ya sé, Abengalbón, que sois un buen amigo, sin tacha!

Si Dios me lleva hasta el Cid y le veo con el alma, esto que ahora habéis hecho no habrá de penaros nada.

Vayamos a descansar, que la cena es preparada.»

Dijo Abengalbón: «La ofrenda ésta me place aceptarla; y antes que pasen tres días la devolveré sobrada.»

Todos en Medina entraron, atendidos por Minaya, y todos quedan contentos de la cena que tomaran; el mensajero del rey de regreso tomó marcha; honrado quedara el Cid, en Valencia donde estaba, de los festines con que en Medina los honraran; todo lo pagara el rey, y nada pagó Minaya.

Pasada que fue la noche y llegada la mañana, después de oír misa todos, dispusiéronse a la marcha.

Cuando de Medina salen, el río jalón pasaban, por el Arbujuelo arriba van en marcha espoleada; luego el campo de Taranz prontamente atravesaban, hasta llegar a Molina la que Abengalbón mandaba.

El obispo don jerónimo, el buen cristiano sin tacha, durante el día y la noche a las damas custodiaba, con su buen caballo en diestro que le llevaba las armas.

Entre él y Álvar Fáñez iban formando la guardia.

Entrados son en Molina, villa próspera y poblada; el buen moro Abengalbón los atendía sin falta, de todo cuanto quisieron, no carecieron de nada, y aun las mismas herraduras el moro las costeaba .

A Minaya y a las damas, ¡Dios, y cómo las honraba!

A la mañana siguiente siguieron la cabalgada, y hasta llegar a Valencia, el moro les acompaña; de lo suyo fue gastando, que de ellos no quiso nada.

Y con estas alegrías y estas noticias tan gratas, cerca ya están de Valencia, a tres leguas bien contadas.

A mío Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada, dentro de Valencia mismo el aviso le mandaban.

85

A doscientos caballeros que salgan les ha ordenado a recibir a Minaya y a las damas hijasdalgo; él se quedará en Valencia, cuidándola y aguardando, que bien sabe que Álvar Fáñez todo lo lleva cuidado.

86

He aquí que todos salen a recibir a Minaya, a las dueñas y a las niñas y a los que las acompañan.

Mandó mío Cid a todos los que tenía en su casa que el Alcázar guarden bien como las torres más altas, igual que todas las puertas, como sus salidas y entradas;

mandó traer a Babieca , que ha poco lo ganara del rey moro de Sevilla en aquella gran batalla, y aún no sabía mío Cid, que en buena hora ciñó espada, si sería corredor o dócil a las paradas.

A las puertas de Valencia, allí donde a salvo estaba, ante su mujer e hijas quería jugar las armas .

Recibidas con gran honra de todos fueron las damas; el obispo don jerónimo delante de todos marcha; apeóse del caballo y en la capilla se entraba, y con cuantos allí encuentra, que preparados estaban, con sobrepelliz vestidos, llevando cruces de plata, salen así a recibir a las damas y a Minaya.

El que en buen hora nació tampoco se retrasaba: sobregomela vestía de seda y larga la barba; ya le ensillan a Babieca, que enjaezan con gualdrapas; montó mío Cid en él, y armas de fuste tomaba .

Sobre el nombrado Babieca el Campeador cabalga, emprendiendo una corrida que a todos parece extraña; cuando la hubo terminado, todos se maravillaban.

Desde aquel día, Babieca se hizo famoso en España.

Cuando acabó la corrida, el Campeador descabalga, y se va hacia su mujer y sus dos hijas amadas; al verlo doña Jimena, a los pies se le arrojaba:

« ¡Merced, Rodrigo, que en buena hora ceñisteis la espada!

Sacado me habéis, al fin, de muchas vergüenzas malas; aquí me tenéis, señor, a mí y a estas hijas ambas, para Dios y para vos son buenas y bien criadas.»

A la madre y a las hijas el Cid con amor abraza, y del gozo que sentía sus ojos sólo lloraban, todas las gentes del Cid con júbilo los miraban.

Las armas iban jugando, los tablados derribaban .

Oíd lo que dijo el Cid, que en buen hora ciñó espada:

«Vos, doña Jimena mía, mujer querida y honrada, y mis dos hijas, que son mi corazón y mi alma, entrad conmigo en Valencia, que ella ha de ser vuestra casa;

es la heredad que yo quise para vosotras ganarla.»

La madre, con las dos hijas, las manos del Cid besaban.

Y en medio de grande pompa todos en Valencia entraban.

87

Con su mujer y sus hijas el Cid al Alcázar va; cuando llegaron, las sube sobre el más alto lugar.

Ellas con ávidos ojos no se cansan de mirar: ven a Valencia extenderse, a una parte la ciudad, y por la otra extenderse ante sus ojos el mar; miran la huerta, tan grande, tan frondosa y tan feraz, y todas las otras cosas, que dan gusto de mirar; alzan al cielo las manos porque a Dios quieren rogar y agradecer la ganancia tan buena que Dios les da.

Mío Cid y sus compañas sienten su felicidad.

El invierno ya se ha ido, que ya el Marzo quiere entrar.

Daros os quiero noticias de la otra parte del mar, de aquel rey moro Yusuf que allá en Marruecos está.

88

Pesóle al rey de Marruecos el triunfo del Cid Rodrigo:

«En mis tierras y heredades audazmente se ha metido, y él no quiere agradecerlo sino a su Dios Jesucristo.»

El rey moro de Marruecos juntar a sus huestes hizo; y cincuenta mil soldados de armas hubo reunido.

Entráronse por el mar, en las barcas van metidos, van a buscar en Valencia a mío Cid don Rodrigo.

Tan pronto llegan las naves, sobre la tierra han salido.

89

Ya llegaron a Valencia, del Cid la mejor conquista, allí plantaron las tiendas esas gentes descreídas.

De todo aquello, a mío Cid llegábanle las noticias.

90

« ¡Loado sea el Creador y Padre espiritual!

Todos los bienes que tengo delante de mí ahora están: con afán gané Valencia, que hoy tengo por heredad, y a menos que yo no muera nunca la habré de dejar: agradezco al Creador y a su Madre virginal, que a mi mujer y a mis hijas junto a mí las tengo ya.

La suerte viene a buscarme de tierras de allende el mar, habré de empuñar las armas, no he de poderlo dejar, y mi mujer y mis hijas habrán de verme luchar: en estas tierras extrañas, cómo se vive verán, y harto verán con sus ojos cómo ha de ganarse el pan.»

A su mujer y a sus hijas al Alcázar súbelas; ellas, alzando los ojos, ven las tiendas levantar.

«¿Qué es esto, Cid? El Creador os quiera de ello salvar.»

« ¡Ea, mi mujer honrada, ello no os cause pesar!

La riqueza que tenemos esto ha de hacer aumentar.

A poco que vos vinisteis, presentes os quieren dar: para casar nuestras hijas, nos ofrecen el ajuar.»

« ¡A vos lo agradezco, Cid, y al Padre espiritual! »

«Mujer, en este palacio, que es nuestro Alcázar, quedad;

no tengáis miedo ninguno porque me veáis luchar, que con la ayuda de Dios y su Madre virginal, siento crecer el esfuerzo porque aquí delante estáis; y con la ayuda de Dios, la batalla he de ganar.»

91

Hincadas están las tiendas al clarear el albor, presurosamente tañen los moros el atambor; alegróse mío Cid y dijo: « ¡Buen día es hoy! »

Mas su mujer siente un miedo que le parte el corazón; también temían las dueñas y sus hijas ambas dos, que en lo que cuentan de vida no tuvieron tal temor.

Acariciando su barba dijo el Cid Campeador:

«No tengáis miedo, que todo ha de resultar mejor; antes de estos quince días, si pluguiese al Creador, esos tambores que oís, en mi poder tendré yo, y os lo habrán de traer para que veáis cuál son, y al obispo los daremos para que, luego, en honor, los cuelgue en Santa María, la Madre del Creador.»

Este voto es el que hizo mío Cid Campeador.

Vanse alegrando las damas, ya van perdiendo el pavor.

Y los moros de Marruecos cabalgando entraban por aquellas, huertas adentro, sin tener ningún temor.

92

Cuando los vio el atalaya, comenzó a tañer la esquila; prestas están las mesnadas de las gentes de Ruy Díaz; con denuedo se preparan para salir de la villa.

Al encontrar a los moros les arremeten aprisa, echándolos de las huertas aquellas de mala guisa; quinientos de ellos mataron cuando hubo acabado el día.

93

Hasta el campamento moro los cristianos van detrás, y después que tanto han hecho, del campo se tornan ya.

Álvar Salvadórez, preso de los moros, quedó allá.

Tornando van a mío Cid los que comen de su pan; aunque él lo vio por sus ojos, ellos lo quieren contar, y alegróse mío Cid con las nuevas que le dan.

«Oídme, mis caballeros, esto aquí no ha de quedar; si hoy ha sido día bueno, mañana mejor será; cerca del amanecer, armados todos estad, el obispo don jerónimo la absolución nos dará; y después de oír su misa, dispuestos a cabalgar; a atacarlos nos iremos, de otro modo no será, en el nombre de Santiago y del Señor celestial.

Más vale que los venzamos que ellos nos cojan el pan.»

Entonces dijeron todos: «Con amor y voluntad.»

Habló Minaya Álvar Fáñez, no lo quiso retardar:

«Si así lo queréis, mío Cid, a mí me tenéis que dar ciento treinta caballeros, que es necesario luchar; y en tanto que atacáis vos, por la otra parte he de entrar;

y en una o en otra parte, o en las dos, Dios nos valdrá.»

Entonces dijo mío Cid: «De muy buena voluntad.»

94

Cuando el día ya es salido y la noche ya es entrada, no tardan en prepararse aquellas gentes cristianas.

Cuando cantaban los gallos antes de la madrugada, el obispo don Jerónimo la santa Misa les canta, y una vez la Misa dicha, esta alocución les daba:

«A quien en la lucha muera peleando cara a cara, le perdono los pecados y Dios le acogerá el alma.

Y a vos, mío Cid don Rodrigo, que en buena ceñiste espada por la Misa que he cantado para vos esta mañana, os pido me concedáis, en cambio suyo, esta gracia: que las primeras heridas sean hechas por mi espada.»

Díjole el Campeador: «Desde aquí os son otorgadas.»

95

Ya por las torres de Cuarte salieron todos armados; mío Cid a sus guerreros bien los iba aleccionando.

Dejan guardando las puertas hombres muy bien pertrechados.

Salió al campo mío Cid en Babieca, su caballo, que de todas guarniciones iba bien enjaezado.

Ya están fuera de Valencia, la enseña caudal llevando; van cuatro mil menos treinta con mío Cid, por su lado, y a luchar a gusto van con cincuenta mil contrarios; Minaya, con Álvar Álvarez, atacó por otro lado, y le plugo al Creador que pudieran derrotarlos.

El Cid empleó la lanza, luego a la espada echó mano, y a tantos moros mató que no es posible contarlos; por su codo abajo va sangre mora chorreando.

Al rey moro Yusuf, tres fuertes golpes le ha asestado, mas de su espada se escapa, espoleando el caballo, ocultándose en Cullera, en un castillo palacio; tras él se fue mío Cid por si podía alcanzarlo, con otros que le acompañaban de entre sus fieles vasallos.

Desde Cullera volvió mío Cid el bienhadado, muy alegre de lo que por los campos capturaron; vio cuánto vale Babieca de la cabeza hasta el rabo.

La gran ganancia adquirida toda en su mano ha quedado.

De aquellos cincuenta mil enemigos que contaron, tan sólo escapar pudieron con vida hasta ciento cuatro.

Las mesnadas recogían los despojos por el campo: entre la plata y el oro recogieron tres mil marcos, que de las otras ganancias no podían ni contarlo.

Alegre estaba mío Cid, como todos sus vasallos, porque Dios los protegió para vencer en el campo.

En cuanto al rey de Marruecos, allí quedó derrotado; dejóse el Cid a Álvar Fáñez para custodiar el campo, mientras, con cien caballeros, a Valencia va tornando; fruncida trae la cofia y el yelmo se lo ha quitado: así entró sobre Babieca y con la espada en la mano.

Recíbenlo así las damas que le estaban esperando; mío Cid paró ante ellas, las riendas tiró al caballo:

«Ante vos me humillo, damas, por quienes prez he ganado; vos custodiasteis Valencia, y yo vencí sobre el campo; esto lo dispuso Dios y lo quisieron los santos, cuando aquí apenas llegáis, tal ganancia nos ha dado.

Ved esta espada sangrienta y sudoroso el caballo; así es como vencer suelo a los moros en el campo.

Rogad, pues, al Creador que yo os viva algunos años y os alcanzaré tal prez que os han de besar las manos.»

Esto lo dijo mío Cid, y descendió del caballo.

Cuando le vieron de pie, una vez descabalgado, las damas y las dos hijas, la mujer que vale tanto, ante el Cid Campeador 

las dos rodillas hincaron:

« ¡Somos vuestras y queremos que viváis por muchos años! »

De vuelta con él, las damas entraron en el palacio y con él van a sentarse sobre preciosos escaños.

«Mi mujer doña Jimena, ¿no me lo habíais rogado?

Estas damas que trajisteis y que a vos os sirven tanto, yo las quisiera casar con mis mejores vasallos, y a cada una de ellas le daré doscientos marcos, para que en Castilla sepan que aquí sirven a buen amo; rnas en cuanto a nuestras hijas, lo pensaremos despacio.»

Todas a una se levantan para besarle las manos, y grande fue la alegría que hubo por todo palacio.

Como lo dijera el Cid, así lo llevara a cabo.

Mientras, Minaya Álvar Fáñez continuaba en el campo con los que el botín guardaban, anotándolo y guardándolo.

Entre las tiendas y armas y los vestidos preciados, tantos llegan a coger que muchos les han sobrado.

Ahora deciros quiero del botín lo más granado: no pudiendo sacar clara cuenta de tantos caballos que andan guarnidos sin que nadie quisiera tomarlos; los moros de aquellas tierras ganáronse también algo; a pesar de todo esto, al Campeador honrado, de los mejores, tan sólo tocáronle mil caballos.

Cuando al partir las ganancias al Cid le tocaron tantos, los demás han de quedar con ello muy bien pagados.

¡Y qué de tiendas preciosas con los postes trabajados han ganado mío Cid Ruy Díaz y sus vasallos!

La tienda que fue del rey marroquí, estaba en lo alto; dos tendales la sostienen todos en oro labrado; mío Cid Campeador a todos les ha mandado que plantada la dejasen y no la toque cristiano:

«Tal tienda que, como está, de Marruecos ha pasado, enviarla quiero al rey don Alfonso, el Castellano, para que crea las nuevas de cómo el Cid va medrando.»

Con todas estas riquezas en Valencia van entrando.

El obispo don jerónimo, sacerdote muy honrado, harto ya de combatir con los moros a dos manos, no podía hacer la cuenta de los moros que ha matado; rico botín le tocara también en aquel reparto; y mío Cid don Rodrigo de Vivar, el bienhadado, de la quinta parte suya el diezmo le hubo enviado.

96

En Valencia están alegres todas las gentes cristianas, ya tantos bienes tenían, tantos caballos y armas; doña Jimena está alegre y alegres sus hijas ambas, igual que las damas todas que se tienen por casadas.

El bueno de mío Cid no se retrasaba en nada:

«¿En dónde estáis, buen caudillo? Venid hacia acá, Minaya; de la ganancia que hicisteis no demostráis grandes ansias: de la quinta que me toca, os digo con toda el alma que toméis cuanto quisiereis; con lo que quede me basta. Mañana, al amanecer, habréis de marchar sin falta con caballos de esta quinta que tuve como ganancia, con sus sillas y sus frenos, todos con sendas espadas; por amor de mi mujer y el de mis hijas amadas, a las que dejó venir donde ellas deseaban, estos doscientos caballos le llevaréis al monarca: que no piense el rey Alfonso mal del que en Valencia manda.»

Y ordenó a Pero Bermúdez que se fuese con Minaya.

A la mañana siguiente, muy de prisa cabalgaban, con doscientos caballeros que su séquito formaban, para al rey decir que el Cid las dos manos le besaba; y que de tan buena lid que a los moros les ganara, como presente, doscientos caballos buenos le manda, y que siempre ha de servirle mientras aliente en él alma.

97

Ya han salido de Valencia, se disponen a marchar; tales riquezas llevaban que las han de vigilar.

Andan de día y de noche, y al descanso no se dan; la sierra alta que parte los reinos, la pasan ya.

Y por el rey Don Alfonso comienzan a preguntar.

98

Atravesando las sierras, y los montes y las aguas, llegan a Valladolid, donde el rey Alfonso estaba; audiencia solicitaron Bermúdez y el buen Minaya y que mande recibir a cuantos les acompañan, que el mío Cid de Valencia con su presente les manda.

99

Alegre se puso el rey como no le visteis tanto; mandó cabalgar aprisa a todos sus hijosdalgo, y él de los primeros fue que montaron a caballo por recibir los mensajes de mío Cid bienhadado.

Los infantes de Carrión estaban ya cavilando con el conde don García, del Cid enemigo malo.

Lo que les complace a unos, a los otros va pesando.

Ante sus ojos tenían a los del Cid bienhadado, parecían un ejército y no simples enviados; el rey don Alfonso, al verlos llegar, se hubo santiguado

Minaya y Pero Bermúdez ante todos han llegado.

Y echando sus pies a tierra descendieron del caballo; delante del rey Alfonso, con los hinojos hincados, besaron tierra, y los pies de su rey también besaron;

«Merced, merced, rey Alfonso, señor nuestro tan honrado,

en nombre de mío Cid vuestras plantas os besamos; a vos llama por señor, y él se tiene por vasallo, mucho él aprecia la honra que vos le habéis otorgado.

Pocos días ha, señor, que una batalla ha ganado contra aquel rey de Marruecos, que Yusuf era nombrado,

y a sus cincuenta mil hombres ha vencido sobre el campo.

Las ganancias que sacó a todos nos han sobrado, y ya se tienen por ricos allí todos sus vasallos; y estos caballos os manda el Cid, y os besa las manos.»

Respondió el rey don Alfonso: «Yo los recibo de grado.

Agradezco a mío Cid los dones que me ha enviado

¡ojalá que llegue el tiempo en que yo pueda pagarlo! »

Esto satisfizo a muchos y besáronle las manos.

Al conde Garci Ordóñez esto mucho le ha pesado, y con diez de sus parientes apartáronse hacia un lado:

«Maravilla es del Cid que su honra crezca tanto.

Con esa honra, nosotros más humillados quedarnos; con tanta facilidad vence reyes en el campo, como si estuviesen muertos les despoja de caballos, y esto, sin duda, a nosotros puede hacernos mucho daño.»

100

Así habló el rey Alfonso, oíd lo que fue a decir:

«Alabemos al Señor y a San Isidoro aquí, por el don de estos caballos que me envía mío Cid.

En lo sucesivo, pues, mejor me podrá servir.

A vos, Minaya Álvar Fánez, y a vos, Bermúdez, aquí he de ordenar yo que os sirvan ricamente de vestir y se os entreguen las armas que quisierais elegir, para que bien parezcáis ante Ruy Díaz el Cid; os entrego tres caballos que podéis coger de aquí.

Todo esto, al parecer, me hace a mí presumir que todos estos sucesos habrán de tener buen fin.»

101

Besándole allí las manos, se fueron a descansar; mandó el rey darles de cuanto pudiesen necesitar.

Ahora, de los infantes de Carrión quiero contar, que, aconsejándose aparte, hablando en secreto están:

«Los negocios de mío Cid muy para delante van; pidámosle, pues, sus hijas para con ellas casar; que ello nos puede dar honra y darnos prosperidad.»

Y al rey Alfonso, en secreto, así le empiezan a hablar:

102

«Esta merced os pedimos a vos, cual rey y señor: queremos pues, que, con vuestro consejo y aprobación, vos solicitéis las hijas a mío Cid Campeador para casarnos con ellas, por su honra y nuestro pro.»

El rey, un rato en silencio pensándolo se quedó:

«Yo eché un día de mis tierras al buen Cid Campeador y mientras le hacía mal, él luchaba por mi honor; el casamiento no sé si será de su sabor; mas, puesto que lo queréis, tratemos esta cuestión.»

A Minaya Álvar Fáñez y a Bermúdez, los llamó entonces el rey Alfonso y les hizo esta razón, llevándolos a una sala en donde así les habló:

«Oídme, Minaya y Pero Bermúdez, oíd los dos: Por lo bien que ahora me sirve Ruy Díaz Campeador, y como se lo merece, de mí alcanzará el perdón; que venga a verse conmigo si éste fuera su sabor.

Otras novedades hay en esta mi corte, y son que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, con las hijas de Ruy Díaz quieren casarse los dos.

Sed de esto, pues, mensajeros buenos, os lo ruego yo, y que así se lo, digáis al buen Cid Campeador: con ello alcanzará honra y ha de crecer en honor de este modo, emparentando con infantes de Carrión.»

Habló Minaya, y a Pero Bermúdez bien pareció:

«Lo rogaremos al Cid tal cual nos lo decís vos; y después el Cid hará lo que estimare mejor.»

«Decid al Rodrigo Díaz, el que en buen hora nació, que iré a verle cuando quiera, para encontrarnos los dos,

allí donde él señalare, hincado será el pendón.

Ayudar quiero a mío Cid en cuanto pudiese yo.»

Despidiéronse del rey y a todos dieron su adiós, y camino de Valencia se van todos cuantos son.

Cuando supo que venían el buen Cid Campeador, de prisa montó a caballo y a recibirlos salió; sonrióse el Cid al verlos y luego los abrazó:

«¿Venís, Minaya Álvar Fáñez y Pero Bermúdez, vos?

En pocas tierras se encuentran hombres cual vosotros dos.

¿Qué noticias os ha dado don Alfonso mi señor?

Decidme si está contento de mí, si aceptó mi don.»

Dijo Minaya Álvar Fáñez: «Con alma y de corazón lo aceptó, y en prueba de ello quiere daros su favor.»

Dijo mío Cid entonces. « ¡Loado sea el Señor! »

Esto diciendo, comienzan a referir su misión, la súplica que le hace don Alfonso, el de León, de que sus hijas entregue a los condes de Carrión, que ello habrá de darle honra y habrá de crecerle honor, que lo aconsejaba el rey, con alma y de corazón.

Cuando lo oyó mío Cid, aquel buen Campeador, un gran rato silencioso y pensativo quedó:

«Esto lo agradezco mucho a Cristo, Nuestro Señor.

Echado fui de mi tierra, me quitaron el honor, y con gran afán gané todo cuanto tengo hoy.

A Dios he de agradecer que el rey me vuelva a su amor, y ahora me pida mis hijas para infantes de Carrión.

Decidrne, Minaya y Pero Bermúdez, vosotros dos, de estas bodas en proyecto decidme vuestra opinión».

«Lo que a vos pluguiese, eso nos parecerá a los dos.»

Dijo el Cid: «De alta prosapia son los condes de Carrión, en la corte tienen sitio y muy orgullosos son; el casamiento propuesto no lo fuera a mi sabor, pero si así lo aconseja el que vale más que nos, podemos tratar aquí en secreto la cuestión.

Y que Dios, desde los cielos, nos inspire lo mejor.»

«Además de todo esto, Alfonso nos encargó que os dijéramos que quiere veros donde gustéis vos; para allí poderos dar la prueba de su favor; decidir debéis entonces lo que os parezca mejor.»

Entonces dijo mío Cid: «Pláceme de corazón.»

«Este encuentro que ahora os pide, habéis de fijarlo vos.»

Dijo Minaya: «Así que de ello quedáis sabedor.»

«Si quisiera el rey Alfonso de Castilla y de León, hasta donde lo encontrara, iría a buscarle yo para honrarle de este modo como a mi rey y señor.

Pero, ya que así lo quiere, gustoso lo acepto yo.

Sobre el Tajo se celebre, ya que es un río mayor, esta entrevista pedida, cuando quiera mi señor.»

Escritas fueron las cartas y mío Cid las selló; luego, con dos caballeros aprisa las envió: que aquello que el rey quisiere, eso hará el Campeador.

103

Al rey honrado, del Cid le presentaron las cartas; cuando el rey las hubo visto, lo agradeció con el alma:

«Saludad a mío Cid, que en buen hora ciñó espada; que se celebren las vistas cuando pasen tres semanas; y si vivo estoy, seguro que allí acudiré sin falta.»

Los mensajeros del Cid con la nueva se tomaban.

De una y de otra parte la entrevista preparaban;

¿quién vio nunca por Castilla tanta mula enjaezada, quién vio tanto palafrén de tan buen andar y estampa, caballos tan bien cebados y corredores sin tacha, y tanto hermoso pendón llevado en tan buenas astas, escudos con bloca de oro y guarniciones de plata, cendales de Alejandría, tantos mantos, pieles tantas?

Provisiones abundantes el rey enviar mandaba a orillas del Tajo, donde las vistas se preparaban.

Un séquito numeroso al rey Alfonso acompaña.

Los infantes de Carrión con gran alegría marchan, y unas cosas van debiendo, aunque otras cosas las pagan,

porque, con sus bodas, piensan que han de crecer sus ganancias,

tanto que han de enriquecerse con dinero de oro y plata.

El rey don Alfonso VI muy aprisa cabalgaba con condes y potestades y numerosas mesnadas.

Los infantes de Carrión grande séquito llevaban.

Con el rey van leoneses y van gallegas mesnadas, y no se cuentan, sabed, las mesnadas castellanas; que a rienda suelta, a las vistas en derechura cabalgan.

104

Dentro de Valencia estaba mío Cid Campeador, cuando para ir a las vistas el viaje preparó.

Tanta gruesa mula y tanto palafrén en buen sazón, tantas buenas armas, tanto caballo buen corredor, y tanta valiosa capa y tanto buen pellizón; los chicos como los grandes van vestidos de color.

Minaya Álvar Fáñez y Pero Bermúdez, los dos, y Martín Muñoz, aquel que mandó en Montemayor, con don Martín Antolínez, leal burgalés de pro; el obispo don jerónimo, que es el clérigo mayor, Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez, que van con Muño Gustioz, el ilustre buen caballero de pro, y don Galindo García, que llegara de Aragón, se preparan para ir con el Cid Campeador, y todos los caballeros que vasallos suyos son.

A Álvar Salvadórez y a don Galindo el de Aragón, a estos dos les encomienda el buen Cid Campeador que custodien a Valencia con alma y de corazón, y que estén cuantos se queden bajo el mando de ellos dos.

Y las puertas del Alcázar ordenó el Campeador que no se abriesen de día ni de noche a nadie, no; dentro su mujer quedaba y también sus hijas dos, y en ellas ha puesto toda el alma y el corazón, y con ellas, otras damas que sus servidoras son.

También ha dispuesto el Cid, como prudente varón, que del Alcázar ninguna llegue a salir mientras no torne a Valencia de nuevo el que en buen hora nació.

Salen todos de Valencia, van aguijonando a espolón .

Llevan caballos en diestro, que muy corredores son: mío Cid se los ganara, no se los dieron en don.

Hacia las vistas se va que con el rey concertó.

Un día antes que el Cid, el rey Alfonso acudió.

Cuando vieron que llegaba el buen Cid Campeador, salieron a recibirle para así rendirle honor.

Al punto que los divisa el que en buen hora nació, a los que con él venían, detenerse les mandó, menos a unos pocos que estima de corazón.

Con unos quince vasallos suyos, el pie a tierra echó, como lo había dispuesto el que en buen hora nació; los hinojos y las manos sobre la tierra posó, y las hierbas de los campos entre los dientes tomó; lloraban sus ojos, que tan grande fue su emoción, que así rinde acatamiento a Alfonso, que es su señor.

De este modo, el caballero a los pies del rey quedó; el rey don Alfonso esto gran pesadumbre le dio:

«Levantaos en pie, ya, mi buen Cid Campeador; besad mis manos; los pies no quiero los beséis vos; si así no lo hacéis, sabed que no os daré mi favor.»

Con los hinojos hincados seguía el Campeador:

«Merced os pido a vos, rey, vos, mi natural señor, que así estando arrodillado, imploro vuestro favor, y que cuantos estén, oigan lo que ahora a decir voy.»

Dijo el rey: «Así lo hago, con alma y de corazón; aquí os perdono y os vuelvo a gozar de mi favor, y en las tierras de mi reino os acojo desde hoy.»

Habló entonces mío Cid y dijo aquesta razón:

«Vuestra merced yo recibo, rey Alfonso, mi señor; gracias doy a Dios del cielo y después las doy a vos, y a todas estas mesnadas que están aquí alrededor.»

Con los hinojos hincados, las reales manos besó; se levantó en pie, y al rey un beso en la boca dio .

Todos los que allí se hallaban se alegran de corazón; tan sólo a Garci Ordóñez y a Álvar Díaz les pesó.

Habló entonces mío Cid y a decir fue esta razón:

«Esto yo se lo agradezco a mi Padre Creador, porque me ha vuelto la gracia don Alfonso, mi señor, y por eso día y noche siempre ha de valerme Dios.

Os pido seáis mi huésped, si así os pluguiese, señor.»

Dijo el rey: «Hacerlo así no sería justo, hoy: vos acabáis de llegar y desde anoche estoy yo; vos habéis de ser mi 

huésped, mío Cid Campeador, que mañana, ya será aquello que os plazca a vos.»

Besóle la mano el Cid y a su deseo accedió.

Entonces le saludaron los infantes de Carrión:

«Os saludamos, mío Cid, que tan bien nacido sois.

En todo cuanto podamos seremos en vuestro pro.»

Repuso mío Cid: « ¡Así mandáralo el Creador! »

A mío Cid Ruy Díaz, el que en buen hora nació, durante aquel día, el rey como huésped le trató: no se hartó de estar con él, que le ama de corazón; contemplábale la barba que tan pronto le creció.

A cuantos allí se hallaban el Cid los maravilló.

El día ya va pasando, que ya la noche se entró.

A la mañana siguiente muy dato salía el sol, y mío Cid don Rodrigo a los suyos ordenó que prepararan comida para cuantos allí son; muy satisfechos quedaron de mío Cid Campeador; todos estaban alegres, de acuerdo en esta razón: de que hacía ya tres años que no comían mejor.

A la mañana siguiente, así como salió el sol, el obispo don jerónimo la santa Misa cantó.

Cuando de Misa salieron, el rey a todos juntó; y ante todos reunidos a hablar así comenzó:

« ¡Oíd, mesnadas y condes e infanzones de valor!

Proponer quiero un deseo a mío Cid Campeador; y que para su bien sea, así lo quiera el Señor.

Vuestras hijas, Cid os pido, doña Elvira y doña Sol , para que con ellas casen los infantes de Carrión.

Paréceme el casamiento de gran provecho y honor; los infantes os las piden y así os lo demando yo.

Y los de una y otra parte que presentes aquí son, tanto míos como vuestros, así lo pidan de vos; dádnoslas, pues, mío Cid, y así os valga el Creador.»

«No debiera yo casarlas, repuso el Campeador ; que no tienen aún la edad y las dos pequeñas son.

De gran renombre disfrutan los infantes de Carrión, buenos son para mis hijas y aun para boda mejor.

Yo las he engendrado, pero las habéis criado vos , a vuestro servicio estamos, tanto ellas como yo; helas aquí en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol, dadlas a quienes quisiereis, que ello ha de ser en mi honor.»

«Gracias a vos, dijo el rey, y a toda la corte doy.»

Entonces se levantaron los infantes de Carrión y a besar fueron las manos al que en buena hora nació; cambiando sus espadas con el Cid Campeador.

Allí habló el rey don Alfonso, cual cumple a tan buen señor:

«Gracias, mío Cid, tan bueno, y primero al Creador, porque me dais vuestras hijas para infantes de Carrión.

Desde aquí tomo en mis manos a Elvira y a doña Sol, y las doy por desposadas a los condes de Carrión.

Yo caso a vuestras dos hijas con la licencia de vos, que sea en provecho vuestro y así plazca al Creador.

Aquí tenéis, mío Cid, los infantes de Carrión; que con vos ellos se vayan y de aquí me vuelva yo.

Trescientos marcos de plata como ayuda yo les doy, que los gasten en las bodas o en lo que quisierais vos.

Como están en poder vuestro en Valencia la mayor, los yernos y vuestras hijas, todos vuestros hijos son; aquello que a vos pluguiere podéis hacer, Campeador.»

Mío Cid, al recibirlos, al rey las manos besó:

« ¡Mucho os lo agradezco, pues, como a mi rey y señor!

Vos me casáis a mis hijas, no soy quien las casa yo.»

Las palabras ya son dichas, las promesas dadas son; a la mañana siguiente, tan pronto salía el sol, se tornaba cada uno allá de donde salió.

Entonces cosas muy grandes hizo el Cid Campeador; aquellas lustrosas mulas, palafrenes en sazón, y las ricas vestiduras que de grande valor son, a todos los que allí estaban mío Cid les regaló; a cada cual lo que pide y a nadie dijo que no.

Mío Cid, de sus caballos hasta sesenta donó.

Todos contentos están por cuanto allí les tocó; partir quieren, que la noche sobre los campos entró.

El rey a los dos infantes de la mano los tomó, y los entregó al amparo de mío Cid Campeador:

«He aquí a vuestros hijos, ya que vuestros yernos son; desde hoy en adelante, cuidad de ellos, Campeador.»

«Os lo agradezco, mi rey, y acepto aquí vuestro don; y Dios, que en el cielo está, os dé su buen galardón.»

105

«Y ahora os pido merced a vos, mi rey natural: pues que casáis a mis hijas según vuestra voluntad, nombrad un representante a quien las pueda entregar; no las daré por mi mano, de ello no se alabarán.»

Respondió el rey: «Pues designo a Álvar Fáñez, que aquí está;

tomadlas por vuestra mano y a ellos las debéis dar, así como yo las tomo, cual si fuera de verdad; y en las velaciones, vos las habéis de apadrinar; cuando volvamos a vernos me habréis de decir verdad.»

Dijo Álvar Fáñez: «Señor, como lo mandáis, se hará.»

106

El Cid dijo: «Rey Alfonso, señor mío tan honrado, de estas vistas, en recuerdo, quiero que me aceptéis algo.

Traigo treinta palafrenes, todos muy bien pertrechados, treinta caballos ligeros, todos muy bien ensillados; tomad esto en mi recuerdo, y beso yo vuestras manos.»

Dijo el rey: «Con vuestra dádiva, buen Cid, me habéis abrumado;

gustoso recibo el don con que me habéis obsequiado, y plegue al Creador, y así les plegue a todos sus santos, que este placer que me hacéis sea bien recompensado.

Mío Cid Rodrigo Díaz, mucho ya me habéis honrado, de vos soy tan bien servido que téngome por pagado,

¡y así se alargue mi vida como quisiera pagaros!

Al Señor os encomiendo, que de estas vistas me marcho.

Ojalá que el Dios del cielo os ponga a su buen recaudo.»

107

Sobre el caballo Babieca el Campeador montó:

«Aquí lo digo, ante el rey don Alfonso, mi señor: quien quiera ir a las bodas a recibir algún don, puede venirse conmigo, no habrá de pesarle, no.»

Ya se despide mío Cid de su rey y su señor; no quiere que le acompañe, desde allí se separó.

¡Vierais allí caballeros, que tan arrogantes son, besar las manos al rey Alfonso en señal de adiós!

«Hacednos merced, oh rey, y dadnos vuestro perdón; al mando del Cid iremos a Valencia la mayor, para asistir a las bodas de los condes de Carrión con las hijas de mío Cid, doña Elvira y doña Sol.»

Accedió gustoso el rey y a todos marchar dejó, creció el séquito del Cid mientras el del rey menguó, pues mucha gente se va con el Cid Campeador.

Se dirigen a Valencia, la que en buena hora ganó.

Para servir a don Diego y a don Fernando, mandó a Pero Bermúdez y a Muño Gustioz, a los dos: en casa de mío Cid no los hubiera mejor, pues conocen las costumbres que tienen los de Carrión.

Allí iba Asur González , bullanguero y decidor, tan largo de lengua es, como de corto valor.

Grandes honras hacen a los infantes de Carrión.

Helos llegar a Valencia, la que mío Cid ganó; cuando a la ciudad se acercan, aun el gozo era mayor.

Dijo mío Cid a Pero y a Muño aquesta razón:

«Dadles un albergue bueno a los condes de Carrión, y vos con ellos quedad, que así lo dispongo yo.

Cuando llegue la mañana, así como apunte el sol, han de ver a sus esposas, doña Elvira y doña Sol.»

108

Todos, en aquella noche, se fueron a sus posadas; mío Cid Campeador en el Alcázar se entraba; doña Jimena y sus hijas a recibirle llegaban:

«¿Venís vos, Campeador, que en buena ceñiste espada? Por muchos días os vean los ojos de nuestras caras.» « ¡Gracias al Creador, vengo a veros, mujer honrada; y conmigo os traigo yernos, que habrán de darnos prosapia; agradecédmelo, hijas, porque estaréis bien casadas.»

109

Besáronle allí las manos la mujer y las dos hijas, y todas las otras damas por quienes están servidas:

«Agradezco a Dios y a vos, Cid de la barba bellida, porque todo lo que hacéis, lo hacéis de muy buena guisa.

No tendrán mengua de nada en los días de su vida.»

«Cuando vos nos caséis, padre, llegaremos a ser ricas.»

110

«Mi mujer doña Jimena, roguemos al Creador.

A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol: con estas bodas propuestas ganaremos en honor; pero sabed en verdad que no las inicié yo: os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor, y lo hizo tan firmemente y de todo corazón, que a ninguna cosa suya supe decirle que no.

Os puse, pues, en sus manos, hijas mías, a las dos; creedme como os lo digo: él os casa, que no yo.»

111

Dispónense a preparar entonces todo el palacio, cubriendo el suelo y los muros, todo bien encortinado, con púrpuras y con telas de seda y paños preciados.

¡Con cuánto gusto estuvierais y comierais en palacio!

Los caballeros del Cid todos se habían juntado.

Por los condes de Carrión los caballeros marcharon; ya cabalgan los infantes en dirección a palacio, con sus buenas, vestiduras ricamente ataviados; en el Alcázar a pie ¡Dios, qué bellamente entraron!

Los recibió mío Cid en medio de sus vasallos; al Cid y a doña Jimena los infantes saludaron, y se fueron a sentar luego en magnífico escaño.

Todos los de mío Cid con prudencia le observaron, mirando con atención a su señor bienhadado.

El Campeador, entonces, en pie húbose levantado:

«Puesto que lo hemos de hacer, ¿por qué irlo retardando?

Venid vos acá, Álvar Fáñez, a quien tanto quiero y amo: aquí tenéis a mis hijas, póngolas yo en vuestra mano; sabed que

al rey don Alfonso así se lo he otorgado, y no quisiera faltarle en aquello concertado; dádselas a los infantes de Carrión con vuestra mano, reciban la bendición y vayamos despachando.»

Entonces dijo Minaya: «Harélo de muy buen grado.»

Ellas se ponen en pie y él las cogió de la mano, y a los de

Carrión, así Minaya les iba hablando:

«He aquí que ante Minaya ahora estáis los dos hermanos. Por mano del rey Alfonso, que a mí me lo hubo mandado, os entrego estas dos damas (que las dos son hijasdalgo); tomadlas, pues, por esposas a vuestro honor y cuidado.» Los infantes las reciben con amor y de buen grado, y a mío Cid y a su esposa van a besarles la mano.

Cuando aquesto hubieron hecho, se salieron de palacio, y a Santa María todos de prisa se encaminaron; el obispo don jerónimo se revistió apresurado, y en la puerta de la iglesia ya los estaba esperando; las bendiciones les dio y la misa hubo cantado.

A la salida del templo, se dirigen cabalgando al arenal de Valencia, donde todos hacen alto.

¡Dios, qué bien jugaron armas mío Cid y sus vasallos! El que en buen hora nació llegó a cambiar tres caballos. Mío Cid, de cuanto viera, mucho se iba alegrando; los infantes de Carrión cual jinetes se mostraron.

De regreso, con las damas, en Valencia ya han entrado; muy ricas fueron las bodas en el Alcázar honrado, y al día siguiente el Cid mandó alzar siete tablados: y antes de comer, las tablas de los siete derribaron.

Quince días bien cumplidos aquellas bodas duraron, y pasados quince días, ya se marchan los hidalgos.

Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar, el bienhadado, entre mulas, palafrenes y corredores caballos, y otras bestias, hasta cien lo menos ha regalado; y además, mantos, pellizas y vestidos muy sobrados; y esto sin tener en cuenta los haberes monedados.

Los vasallos de mío Cid todos se juramentaron y cada uno por sí obsequió a los castellanos.

El que algo quiere llevarse, cuanto quiere le entregaron; ricos tornan a Castilla los que a las bodas llegaron.

Y a sus tierras ya se vuelven los que fueron invitados, despidiéndose del Cid Campeador bienhadado, así como de las damas y de todos los hidalgos; agradecidos se marchan del Cid y de sus vasallos.

Al regreso hablan bien de ellos y de cómo los trataron.

También estaban alegres don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, hijos del Conde Gonzalo.

Llegados son a Castilla los huéspedes invitados; mío Cid y sus dos yernos en Valencia se han quedado.

Allí viven los infantes bien cerca de los dos años, y en Valencia, todo el mundo les iba haciendo agasajo.

Alegre estaba mío Cid, como todos sus vasallos.

¡Quiera la Virgen María, así como el Padre Santo, que salga bien de estas bodas quien las hubo concertado!

Las coplas de este cantar aquí se van acabando.

Que Dios Creador nos valga junto con todos sus santos.

 

CANTAR TERCERO

LA AFRENTA DE CORPES

112

En Valencia estaba el Cid y con él los suyos son, y con él sus ambos yernos, los infantes de Carrión.

Acostado en un escaño dormía el Campeador.

Sabed la mala sorpresa que a todos aconteció: escapóse de su jaula, desatándose, un león.

Al saberlo, por la corte un grande miedo cundió.

Embrazan sus mantos las gentes del Campeador y rodean el escaño donde duerme su señor.

Pero Fernando González, un infante de Carrión, no encontró donde esconderse, ni sala ni torre halló; metióse bajo el escaño, tanto era su pavor.

El otro, Diego González, por la puerta se salió gritando con grandes voces: «No volveré a ver Carrión.»

Tras la viga de un lagar metióse con gran pavor, de donde manto y brial todo sucio lo sacó.

En esto despertó el Cid, el que en buena hora nació, viendo cercado su escaño de su servicio mejor:

«¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis a mi alrededor?»

«Señor honrado, le dicen, gran susto nos dio el león.»

Mío Cid hincó su codo y presto se levantó, el manto colgando al cuello, se dirigió hacia el león.

Cuando el león le hubo visto, intimidado quedó, y frente al Cid la cabeza bajando, el hocico hincó.

Mío Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo cogió, y llevándolo adiestrado en la jaula lo metió.

Por maravilla lo tienen cuantos circunstantes son, y se vuelven a palacio llenos de estupefacción.

Mío Cid por sus dos yernos preguntó y no los halló, y a pesar de que los llama, ninguno le respondió.

Cuando, al fin, los encontraron, los hallaron sin color: nunca vieron por la corte tanta burla y diversión, hasta que impuso silencio a todos el Campeador.

Avergonzados estaban los infantes de Carrión, y resentidos quedaron por aquello que ocurrió.

113

Ellos estando en tal trance, tuvieron un gran pesar: fuerzas de Marruecos llegan para a Valencia cercar; sobre los campos de Cuarte las tropas van a acampar, cincuenta mil tiendas grandes ya plantadas allí están: eran fuerzas del rey Búcar, si de él oísteis hablar .

114

Mas sabed que ello les pesa a los condes de Carrión; que el ver tanta tienda mora grande disgusto les dio.

Ambos hermanos aparte así hablaron los dos:

«Calculamos la ganancia, pero la pérdida, no; ahora, en esta batalla, habremos de entrar los dos; esto está determinado para no ver más Carrión; viudas habrán de quedar las hijas del Campeador.»

Aunque en secreto lo hablaron, Muño Gustioz los oyó, y fuese a darle la nueva a mío Cid Campeador:

«He aquí a vuestros yernos, que tan atrevidos son, que por no entrar en batalla ahora piensan en Carrión.

Marchad, pues, a consolarlos y así os valga el Creador, y en paz queden y en la lucha no hayan participación.

Nosotros los venceremos y nos valdrá el Creador.»

Mío Cid Rodrigo Díaz sonriéndose salió:

«Dios os salve, yernos míos, los infantes de Carrión, en brazos tenéis mis hijas, que son blancas como el sol.

Yo sólo pienso en batallas y vosotros en Carrión; quedaos, pues, en Valencia a vuestro mejor sabor, que del enemigo 

moro ya entiendo bastante yo, y a vencerlo yo me atrevo con la merced del Creador.»

115

Y el infante con don Pero juntos se volvieron ambos.

Así lo afirma don Pero, como lo cuenta Fernando.

Plugo esto a mío Cid como a todos sus vasallos:

«Aun si Dios así lo quiere y el Padre que está en lo alto, mis dos yernos algún día buenos serán en el campo.»

Mientras esto va diciendo, las gentes ya van llegando, y la hueste de los moros va los tambores sonando; por maravilla lo tienen casi todos los cristianos, que nunca lo habían visto los últimos que llegaron.

Más que todos maravíllanse don Diego y don Fernando, que por su voluntad propia no se hubieran acercado.

Oíd, pues, lo que dijera mío Cid el bienhadado:

«Ven acá, Pero Bermúdez, tú, mi buen sobrino caro, cuídame bien a don Diego y cuídame a don Fernando, mis yernos ambos a dos, porque yo mucho los amo, que los moros, si Dios quiere, no quedarán en el campo.»

116

«Os digo yo, mío Cid, y os pido por caridad, que este día a los infantes no me obliguéis a cuidar, cuídese de ellos quienquiera, que a mí ¡poco se me da!

Yo con los míos quisiera en la vanguardia atacar, y vos con los vuestros, firmes a retaguardia quedad; y si hubiere algún peligro, bien me podréis ayudar.»

En esto llegó Minaya Álvar Fáñez, para hablar:

«Oíd lo que ahora os digo, Cid Campeador leal: esta batalla que empieza es el Señor quien la hará, y vos, tan digno, tenéis su bendición celestial.

Mandadnos, pues, mío Cid, como quisieseis mandar, que el deber de cada uno cumplido habrá de quedar.

Hemos de ver cómo Dios de ventura os colmará.»

Mío Cid dijo: «No hay prisa, aún podemos esperar.»

El obispo don Jerónimo, que muy bien armado va, se detuvo ante mío Cid, con deseos de luchar:

«Hoy os he dicho la misa de la Santa Trinidad; y si salí de mi tierra y hasta aquí os vine a buscar, es por cumplir el deseo de algunos moros matar; que mi orden y mis manos así yo quisiera honrar, y en esta batalla quiero ser quien empiece a atacar.

Traigo yo pendón con corzas en mis armas por señal, y, si pluguiera al Señor, yo las quisiera probar y mi corazón así mucho habríase de holgar, y vos, mío Cid, podríais de mí satisfecho estar.

Si este favor no me hacéis de aquí quisiera marchar.»

Entonces dijo mío Cid: «Lo que vos queréis, será.

Ya se divisan los moros, las armas podéis probar, nosotros de aquí veremos cómo pelea el abad.»

117

El obispo don Jerónimo tomó una buena arrancada y fue a atacar a los moros al campamento en que estaban.

Por la suerte que le cupo, y porque Dios le amparaba, a los dos primeros golpes que dio dos moros matara.

Como el astil ha quebrado, echóle mano a la espada. Esforzábase el obispo, ¡Dios, y qué bien que luchaba!

Dos moros mató con lanza y otros cinco con la espada.

Como los moros son muchos, en derredor le cercaban, y aunque le dan grandes golpes, no logran quebrar sus armas. El que en buen hora nació sus dos ojos le clavaba, embrazó el escudo y luego bajó el astil de la lanza, aguijoneó a Babieca, el caballo que bien anda, y fue a atacarlos con todo su corazón y su alma.

Entre las filas primeras el Campeador entraba, abatió a siete por tierra y a otros cuatro los matara.

Plugo a Dios que la victoria fuese ese día ganada.

Mío Cid con sus vasallos al enemigo alcanzaba; vierais quebrarse las cuerdas y arrancarse las estacas, y los labrados tendales que las tiendas sustentaban.

Los del Cid, a los de Búcar de las tiendas los echaban.

118

Los arrojan de sus tiendas y ya alcanzándolos van; tantos brazos con loriga vierais como caen ya, tantas cabezas con yelmo por todo el campo rodar, caballos sin caballeros ir por aquí y por allá.

Siete millas bien cumplidas se prolongó el pelear.

Mío Cid Campeador a Búcar llegó a alcanzar:

«Volveos acá, rey Búcar, que venís de allende el mar, a habéroslas con el Cid de luenga barba, llegad, que hemos de besarnos ambos para pactar amistad.»

Repuso Búcar al Cid: «Tu amistad confunda Alá.

Espada tienes en mano y yo te veo aguijar: lo que me hace suponer que en mí quiéresla probar.

Mas si este caballo mío no me llega a derribar, conmigo no has de juntarte hasta dentro de la mar.»

Aquí le repuso el Cid: «Eso no será verdad.»

Buen caballo lleva Búcar, y muy grandes saltos da, pero Babieca, el del Cid, alcanzándole va ya.

Mío Cid alcanzó a Búcar a tres brazas de la mar, alzó en alto su Colada y tan gran golpe le da que los carbunclos del yelmo todos se los fue a arrancar:

cortóle el yelmo y con él la cabeza por mitad, hasta la misma cintura la espada logró llegar.

Así mató el Cid a Búcar, aquel rey de allende el mar, por lo que ganó a Tizón que mil marcos bien valdrá.

Venció así la gran batalla maravillosa y campal, honrándose así mío Cid y a cuantos con él están.

119

Del campo se vuelven ya con todo lo que ganaron, a su paso recogiendo lo que encuentran por el campo.

A las tiendas llegan todos, al señor acompañando, mío Cid Rodrigo Díaz el Campeador nombrado, que vuelve con sus espadas, las dos que él estima tanto.

Por la matanza venía el Campeador cansado, la cara trae descubierta, con el almófar quitado, la cofia a medio caer sobre el pelo descansando.

De todas las partes van acudiendo sus vasallos; algo ha visto mío Cid Rodrigo que le ha gustado, alzó la vista y quedóse fijamente contemplando cómo llegaban sus yernos, don Diego y don Fernando, ambos son hijos de aquel conde llamado Gonzalo.

Alegróse el Cid y así sonriente, les va hablando:

«¿Sois vosotros, yernos míos? Por hijos os cuento a ambos.

Bien sé que estáis de luchar satisfechos y pagados; a Carrión he de mandar mensajeros a contarlo, y también cómo al rey Búcar la batalla hemos ganado.

Fío yo en nuestro Señor y fío en todos sus santos, que de esta victoria todos hemos de salir pagados.»

Álvar Fáñez de Minaya en este punto ha llegado, el escudo lleva al cuello todo lleno de espadazos, las lanzadas

recibidas no le hicieron ningún daño, porque aquellos que lo hirieron no lograron alcanzarlo.

Por su codo abajo, va ya la sangre chorreando de veinte moros o más que él había rematado:

« ¡Gracias a nuestro Señor, el Padre que está en lo alto, y a vos, mío Cid de Vivar Campeador bienhadado!

Matasteis vos al rey Búcar y la batalla ganamos. Para vos, pues, estos bienes, y para vuestros vasallos. Ya vuestros yernos, señor, su valor han demostrado, hartos de luchar con moros, de la batalla en el campo.» Dijo mío Cid: «Me place el que así se hayan portado, si ahora son buenos, mañana serán aún más esforzados.» De verdad lo dijo el Cid, mas ellos lo creen escarnio.

Todas aquellas ganancias a Valencia van llegando, y alegre está mío Cid como todos sus vasallos, que por ración cada uno alcanzó seiscientos marcos.

Los yernos de mío Cid la parte hubieron tomado que les tocó del botín y la ponen a recaudo, pensando que ya en sus días de nada serán menguados.

Cuando a Valencia volvieron, de gala se ataviaron, comieron a su placer, lucieron pieles y mantos.

Muy contento está mío Cid como todos sus vasallos.

120

Un gran día fue en la corte del leal Campeador por la victoria ganada a Búcar, a quien mató.

Alzó mío Cid la mano y la barba se cogió:

«Gracias a Cristo, decía, que es de este mundo Señor, que lidiaran a mi lado mis yernos ambos a dos; buenas nuevas mandaré de mis yernos a Carrión, que cuenten, en honra suya, su conducta y su valor.»

121

Sobradas son las ganancias que todos han alcanzado, lo uno era de ellos ya lo demás tiénenlo a salvo.

Mandó mío Cid don Rodrigo de Vivar el bienhadado, que de todo aquel botín que en la batalla han ganado, todos tomasen la parte que les toca en el reparto, y el quinto de mío Cid no se dejase olvidado.

Todos así lo cumplieron como habíase acordado.

La quinta de mío Cid, eran seiscientos caballos y acémilas de otras clases y camellos tan sobrados, que de tantos como había no podían ni contarlos.

122

Todas aquestas ganancias hizo el Cid Campeador.

« ¡Gracias a Dios de los cielos, que es de este mundo Señor, que si hasta aquí vine pobre, ahora ya rico soy, poseo tierras, dinero, bienes de oro y honor, y puedo contar por yernos a los condes de Carrión; y venzo en cuantas batallas lucho, cual place al Señor, y los moros y cristianos yo les infundo pavor.

Allá en tierras de Marruecos, donde las mezquitas son, se teme que alguna noche pudiera asaltarlas yo, ellos así se lo temen aunque no lo pienso, no: no habré de ir a buscarlos, porque aquí en Valencia estoy,

pero me habrán de dar parias, con ayuda del Creador, que me pagarán a mí o a quien designara yo.»

Grandes son los regocijos en Valencia la mayor de todas las compañías de mío Cid Campeador por esta grande victoria alcanzada con tesón; grande es también la alegría de sus dos yernos, los dos: ganaron cinco mil marcos de oro de gran valor; por eso se creen ricos los infantes de Carrión.

Ellos y otros a la corte llegaron del Campeador donde estaba don jerónimo, el obispo de valor, y aquel bueno de Álvar Fáñez, caballero luchador, y otros muchos caballeros que crió el Campeador .

Cuando entraron en la corte los infantes de Carrión, fue a recibirlos Minaya en nombre de su señor:

«Venid acá, mis cuñados , y nos daréis más honor.»

Tan pronto como llegaron se alegró el Campeador:

«Aquí tenéis, yernos míos, mi mujer, dama de pro, y aquí están también mis hijas, doña Elvira y doña Sol, que desean abrazaros y amaros de corazón.

¡Gracias a Santa María madre de Nuestro Señor!

Que estos vuestros casamientos os sirven de gran honor, y mandaré buenas nuevas a las tierras de Carrión.»

123

A estas palabras repuso el infante don Fernando:

«Gracias a Dios Creador y a vos, Campeador honrado, tantos bienes poseemos que no podemos contarlos; por vos ganamos en honra y por vos hemos luchado, y vencimos a los moros y en la batalla matamos al rey Búcar de Marruecos, que era un traidor probado.

Pensad en lo vuestro, Cid; lo nuestro está a buen recaudo.»

Los vasallos de mío Cid sonríen, esto escuchando: ellos lucharon con furia al enemigo acosando, mas no hallaron en la lucha a don Diego y don Fernando.

Por todas aquestas burlas que les iban levantando, y por las risas continuas con que iban escarmentándolos,

los infantes de Carrión se van mal aconsejando.

Retíranse a hablar aparte, porque son dignos hermanos, en aquello que cavilan parte alguna no tengamos.

«Vayámonos a Carrión, que tiempo asaz aquí estamos, las ganancias que tenemos habrán, tal vez, de sobrarnos,

y no podremos gastarlas mientras tanto que vivamos..»

124

Pidamos nuestras mujeres al buen Cid Campeador; digamos que las llevamos a las tierras de Carrión, para enseñarles las tierras que sus heredades son.

Saquémoslas de Valencia del poder del Campeador, y después, en el camino, haremos nuestro sabor antes de que nos retraigan el asunto del león.

Nosotros somos de sangre de los condes, de Carrión.

Las riquezas que llevamos alcanzan grande valor; vamos, pues, a escarnecer las hijas del Campeador.»

«Con estos bienes seremos ricos por siempre los dos, y nos podremos casar con hijas de emperador, porque por naturaleza somos condes de Carrión.

Escarneceremos las hijas del Campeador antes que ellos nos retraigan la aventura del león.»

Una vez esto acordado entre ambos, tornan los dos, y haciendo callar a todos, así don Fernando habló:

« ¡Dios Nuestro Señor os valga, mío Cid Campeador!, que plazca a doña Jimena y primero os plazca a vos, y a Minaya de Álvar Fáñez y a cuantos en ésta son: entregadnos vuestras hijas, que habemos en bendición, porque queremos llevarlas a las tierras de Carrión que, cual arras, ya les dimos, y ahora tomen posesión; así verán vuestras hijas las tierras que nuestras son, y que serán de los hijos que ellas nos den a los dos.»

No recelaba la afrenta mío Cid Campeador:

«Os daré, pues, a mis hijas, con alguna donación; vosotros les disteis villas en las tierras de Carrión, yo por ajuar quiero darles tres mil marcos de valor, y mulas y palafrenes que muy corredores son, y caballos de batalla para que montéis los dos, y vestiduras de paño, y sedas de ciclatón ; os daré mis dos espadas, la Colada y la Tizón, las que más quiero, y sabed que las gané por varón; por hijos os considero cuando a mis hijas os doy; con ellas sé que os lleváis las telas del corazón.

Que lo sepan en Galicia, en Castilla y en León que con riquezas envío a mis yernos ambos dos.

A mis dos hijas servid, que vuestras mujeres son: y si así bien lo cumplís, os daré un buen galardón.»

Así prometen cumplirlo los infantes de Carrión, y así reciben las hijas de mío Cid Campeador, comienzan a recibir lo que el Cid Campeador les diera en don.

Cuando ya hubieron tomado todo aquello que les dio, mandaron cargar los fardos los infantes de Carrión.

Grande animación había en Valencia la mayor; todos tomaban las armas para despedir mejor a las hijas de mío Cid que parten para Carrión.

Ya empiezan a cabalgar para decirles adiós.

Entonces, ambas hermanas, doña Elvira y doña Sol, se van a hincar de rodillas ante el Cid Campeador:

«Merced os pedimos, padre, así os valga el Creador, vos nos habéis engendrado, nuestra madre nos parió; delante de ambos estamos, nuestros señora y señor.

Ahora nos enviáis a las tierras de Carrión, y debemos acatar aquello que mandáis vos.

Por merced ahora os pedimos, nuestro buen padre y señor, que mandéis vuestras noticias a las tierras de Carrión.» Abrazólas mío Cid y besólas a las dos.

125

Los abrazos que dio el padre, la madre doble los daba:

« ¡Id, hijas mías, les dice, y que el Creador os valga!

que de mí y de vuestro padre el amor os acompaña.

Id a Carrión para entrar en posesión de las arras pues, como yo pienso, os tengo, hijas, por muy bien casadas.»

A su padre y a su madre ellas las manos besaban, y ambos dan a sus dos hijas su bendición y su gracia.

Ya mío Cid y los suyos comienzan la cabalgada, con magníficos vestidos, con caballos, y con armas.

Los infantes de Carrión dejan Valencia la clara, de las damas se despiden y de quien las acompañan.

Por la huerta de Valencia salen jugando las armas; alegre va mío Cid con los que le acompañaban.

Pero los agüeros dicen al que bien ciñe la espada, que estos dobles casamientos no habían de ser sin tacha.

Mas no puede arrepentirse, que las dos ya están casadas.

126

«¿Dónde estás, sobrino mío, dónde estás, Félez Muñoz?, que eres primo de mis hijas de alma y de corazón.

Yo te mando acompañarlas hasta dentro de Carrión, para ver las heredades que a mis hijas dadas son, y con todas estas nuevas vendrás al Campeador.»

Félez Muñoz le responde: «Me place de corazón.»

Luego, Minaya Álvar Fáñez a mío Cid así habló:

«Volvámonos mío Cid, a Valencia la mayor; que si a Dios bien le pluguiese, nuestro Padre Creador, ya habremos de ir a verlas a las tierras de Carrión.»

«A Dios os encomendamos, doña Elvira y doña Sol, y tales cosas haced que nos den satisfacción.»

Y respondieron los yernos: «Así nos lo mande Dios.»

Muy grandes fueron los duelos por esta separación.

El padre con las dos hijas lloraba de corazón, los caballeros igual hacían, con emoción.

«Oye, sobrino querido, tú, mi buen Félez Muñoz, por Molina habéis de ir a descansar, mándoos yo, y saludad a mi amigo 

el buen moro Abengalbón; que reciba a mis dos yernos como él pudiere mejor; dile que envío mis hijas a las tierras de Carrión y de lo que necesiten que les sirva a su sabor: y luego las acompañe a Medina, por favor.

Por cuanto hiciera con ellas le daré buen galardón.»

Como la uña de la carne así separados son.

Ya se volvió hacia Valencia el que en buen hora nació y parten hacia Castilla los infantes de Carrión; en llegando a Albarracín el cortejo descansó, y aguijando a sus caballos los infantes de Carrión, hélos en Molina ya con el moro Abengalbón.

El moro, cuando lo supo, se alegró de corazón; y con alborozo grande a recibirlos salió, y al gusto de todos ellos ¡Dios, y qué bien les sirvió!

A la mañana siguiente el buen moro cabalgó con doscientos caballeros que a despedirles mandó; van a atravesar los montes, los que llaman de Luzón, torciendo por Arbujuelo para llegar al jalón, donde dicen Ansarera, y allí acamparon mejor.

A las hijas del mío Cid sus dones el moro dio y sendos caballos buenos a los condes de Carrión; todo esto lo hizo el moro por el Cid Campeador.

Cuando vieron las riquezas que aquel moro les mostró, empiezan los dos hermanos a maquinar su traición:

«Ya que vamos a dejar las hijas del Campeador, si pudiéramos matar a este moro Abengalbón, cuantas riquezas él tiene serían para los dos.

Tan a salvo las tendríamos como aquello de Carrión; y no tendría derecho sobre ello el Campeador.»

Cuando la traición preparan los infantes de Carrión, un moro que conocía la lengua los escuchó; y sin guardar el secreto fue a decir a Abengalbón:

«Alcaide, guárdate de éstos, porque eres tú mi señor: que tu muerte oí tramar a los condes de Carrión.»

127

Aquel moro Abengalbón era un moro leal; con los doscientos que tiene iba cabalgando ya; mientras jugaban las armas, hacia los infantes va, y esto que el moro les dice mucho les ha de pesar:

«Si estas cosas yo no hiciera por mío Cid de Vivar, tal cosa habría de haceros que al mundo diese que hablar:

devolvería las hijas al Campeador leal, y vosotros en Carrión ya no entraríais jamás.»

128

«Decidme, pues, ¿qué os he hecho, caballeros de Carrión?

Yo, sirviéndoos, y vosotros, tramando mi perdición.

Aquí me voy de vosotros, que sois gente de traición.

Me iré con vuestro permiso, doña Elvira y doña Sol; poco me importa el renombre que tienen los de Carrión, Dios lo quiera y él lo mande, que del mundo es el Señor, que este casamiento sea grato al Cid Campeador.»

Esto les ha dicho, y luego el buen moro se volvió; jugando las armas iba al cruzar por el jalón, y lleno de buen sentido, a Molina se tornó.

Ya salían de Ansarera los infantes de Carrión, caminan de día y de noche, sin reposar nunca, no; a la izquierda queda Atienza que es fortísimo peñón; la sierra de Miedes pasan, detrás de ellos se quedó, y ya por los Montes Claros aguijan el espolón; dejando a la izquierda Griza la que Alamos pobló, allí donde están las cuevas en las que a Elfa encerró; San Esteban de Gormaz a la diestra se quedó.

En el Robledo de Corpes entraban los de Carrión: las ramas tocan las nubes, los montes muy altos son y muchas fieras feroces rondaban alrededor.

En aquel vergel se oía de la fuente el surtidor, y allí ordenaron clavar las tiendas los de Carrión; todos cuantos juntos van allí acamparon mejor.

Con sus mujeres en brazos les demostraron amor.

¡Pero qué mal lo cumplieron en cuanto apuntara el sol!

Mandan cargar las acémilas con su riqueza mayor, como recoger la tienda que en la noche les cubrió, y enviaron los criados delante, pues ellos dos quieren quedarse detrás. Los infantes de Carrión ordenan que nadie quede atrás, mujer ni varón, sino sólo sus esposas doña Elvira y doña Sol: porque solazarse quieren con ellas a su sabor.

Todos se han ido, tan sólo ellos cuatro solos son, pues tanto mal meditaron los infantes de Carrión:

«Bien podéis creerlo, dicen, doña Elvira y doña Sol, aquí seréis ultrajadas en estos montes las dos.

Hoy nos iremos nosotros y os dejaremos a vos; y no tendréis parte alguna en las tierras de Carrión.

Estas noticias irán hasta el Cid Campeador, y quedaremos vengados por aquello del león.»

Allí, a las dos van quitando el manto y el pellizón hasta dejarlas a cuerpo, en camisa y ciclatón.

Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión, y las cinchas en la mano, que duras y fuertes son.

Cuando esto vieron las damas, así exclamó doña Sol:

« ¡Don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios; sendas espadas tenéis, fuertes y cortantes son, de nombre 

las dos espadas tienen Colada y Tizón; con ellas nuestras cabezas cortad a nosotras dos.

Los moros y los cristianos censurarán esta acción; que esto que ahora nos hacéis, no lo merecemos, no.

Estas ruines acciones no hagáis en nosotras dos; si fuésemos azotadas os envileciera a vos; y en las vistas y en la corte os exigirán razón.»

Mucho rogaban las damas, mas de nada les sirvió.

Entonces las comenzaron a azotar los de Carrión, con las cinchas corredizas, golpeando a su sabor, con las espuelas agudas donde les da más dolor, rompiéndoles las camisas y las carnes a las dos: limpia salía la sangre sobre el roto ciclatón.

Y ellas la sienten hervir dentro de su corazón,

¡Qué gran ventura sería, si pluguiese al Creador, que asomarse ahora pudiera mío Cid Campeador!

Tanto así las azotaron que desfallecidas son, con las camisas manchadas por la sangre que manó.

Cansados estaban ya de azotarlas ellos dos, esforzándose por ver quién golpeaba mejor.

Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol, y en el Robledo de Corpes quedan por muertas las dos.

129

Lleváronseles los mantos, también las pieles armiñas, dejándolas desmayadas, en briales y en camisas, a las aves de los montes y a las bestias más malignas.

Por muertas se las dejaron sabed, pero no por vivas .

¡Oh, qué gran ventura fuera si ahora asomase Ruy Díaz!

130

Los infantes de Carrión por muertas se las dejaron, tal que la una a la otra no podían darse amparo.

Por los montes donde iban, íbanse ellos alabando:

«Ya de nuestros casamientos ahora quedamos vengados.

Ni aun por barraganas las hubimos de haber tomado, cuando para esposas nuestras no eran de linaje dato.

La deshonra del león, con ésta habemos vengado.»

131

Alabándose se iban los infantes de Carrión.

Mientras, yo quiero contaros de aquel buen Félez Muñoz que era sobrino querido de mío Cid Campeador: le mandaron ir delante, pero no fue a su sabor.

Mientras el camino hacían le dio un vuelco el corazón, y de cuantos con él iban de todos se separó, y en la espesura de un monte Félez Muñoz se metió para de allí ver llegar sus primas ambas a dos, o averiguar lo que hicieran con ellas los de Carrión.

Vio, al fin, cómo se acercaban y oyó su conversación; ellos no le descubrieron ni de él tuvieron noción; si a descubrirle llegaran no escapara vivo, no.

Pasaban ya los infantes, aguijando su espolón.

Por el rastro que dejaron se volvió Félez Muñoz, hasta encontrar a sus primas, desfallecidas las dos.

Llamándolas: « ¡Primas, primas! » En seguida se apeó, ató el caballo en un tronco y hacia ellas se dirigió:

« ¡Ah, mis primas, primas mías, doña Elvira y doña Sol, mala proeza os hicieron los infantes de Carrión!

¡Dios quiera que de esto tengan ellos su mal galardón! » Las va volviendo con mucha solicitud a las dos; tan traspuestas se encontraban que no tenían ni voz. Partiéndosele las telas de dentro del corazón, llamábalas: « ¡Primas, primas, doña Elvira y doña Sol!

¡Despertad, primas queridas, por amor del Creador, mientras que de día sea, porque, si declina el sol, pueden comeros las fieras que hay por este alrededor!

Poco a poco se recobran doña Elvira y doña Sol, y así que abrieron los ojos vieron a Félez Muñoz.

« ¡Esforzaos, primas mías, por amor del Creador, porque si me echan de menos, los infantes de Carrión, me buscarán con gran prisa, sospechando donde estoy.

Si el Señor no nos socorre aquí morirémonos

Con tristeza y desaliento así hablaba doña Sol:

«Así os lo agradezca, primo, nuestro padre el Campeador; dadnos agua deseguida y así os valga el Creador.» Con un sombrero que tiene aquel buen Félez Muñoz, y que era nuevo y reciente, que de Valencia sacó, cogió cuanta agua pudiera y a sus primas la llevó; como están muy laceradas, a ambas el agua sació.

Tanto les dice el buen Félez, que calmarlas consiguió.

Las va consolando y las infunde nuevo valor hasta que con sus palabras recobrar pudo a las dos, y, de prisa, en el caballo que llevaba las montó, y con el manto que usaba a 

las dos primas cubrió; tomó el caballo por las riendas y de allí partió.

Los tres solos caminaban del bosque en el espesor, y al amanecer lograron salir al tiempo que el sol; hasta las aguas del Duero ellos arribados son, la torre de doña Urraca de posada les sirvió.

Y a San Esteban se fue aquel buen Félez Muñoz, donde encontró a Diego Téllez, el que a Minaya sirvió; cuando se lo oyó contar, de corazón le pesó; tomó bestias y vestidos, dignos de damas de honor y se fue a recibir a doña Elvira y doña Sol, a sus dos primas queridas que en San Esteban dejó, y allí todo cuanto pudo las sirvió de lo mejor.

Los de San Esteban que siempre mesurados son, tan pronto aquesto supieron, les pesó de corazón; y a las hijas de mío Cid dan tributo de enfurción .

Allí se quedaron ellas hasta que curadas son.

Mientras, siguen alabándose los infantes de Carrión.

Por todas aquellas tierras las nuevas sabidas son; y al buen rey Alfonso VI de corazón le pesó.

Van estas malas noticias a Valencia la mayor; cuando todo se lo cuenta a mío Cid Campeador, un gran rato quedó mudo, pensó mucho y meditó, y alzando su mano diestra su larga barba cogió:

« ¡Gracias a Cristo Jesús, que del mundo es el Señor, cuanto tal honra me hicieron los infantes de Carrión, por esta barba bellida que nadie jamás mesó, no han de lograr deshonrarme los infantes de Carrión; que a mis hijas, algún día bien las he de casar yo! »

Mucho pesó a mío Cid y a su corte le pesó, y hubo de sentirlo Álvar Fáñez con el corazón.

Cabalgó Minaya y Pero Bermúdez cabalgó también Martín Antolínez, aquel burgalés de pro, con doscientos caballeros que mandó el Campeador, diciéndoles que marcharan de día y noche y que no retornaran sin sus hijas a Valencia la mayor.

No demoraron cumplir el mandato del señor, y de prisa cabalgaron de día y noche, en veloz carrera hasta que en Gormaz, que es un castillo mayor, por aquella noche hallaron hospedaje acogedor.

Al cercano San Esteban pronto el aviso llegó de que venía Minaya a recoger a las dos.

Los hombres de San Esteban, a modo de hombres de pro, recibieron a Minaya y a cuantos con él ya son y ofrecieron a Minaya el tributo de enfurción; él no lo quiso tomar, mas mucho lo agradeció:

«Gracias, varones de San Esteban, prudentes sois, por la honra que nos disteis en lo que nos sucedió, mucho os lo ha de agradecer allá el Cid Campeador; y en su nombre, en este día, aquí os lo agradezco yo.

¡Ojalá Dios de los cielos, por ello os dé galardón! »

Todos se lo agradecieron llenos de satisfacción, y a descansar esa noche todo el mundo se marchó.

Y Minaya se fue a ver a sus primas, donde son, y en él clavan sus miradas doña Elvira y doña Sol:

« ¡Os agradecemos esto cual si viésemos a Dios; y vos a Él agradecedle que estemos vivas las dos!

En los días ya tranquilos, en Valencia la mayor, las dos hemos de contaros allí todo este rencor.»

132

Álvar Fáñez y las damas no cesaban de llorar, igual que Pero Bermúdez, que hablándoles así va:

«Doña Elvira y doña Sol, no tengáis cuidado ya, porque estáis sanas y vivas y no tenéis ningún mal.

Si buena boda perdisteis, mejor las podréis hallar .

¡Aún hemos de ver el día en que os podamos vengar! »

Allí esa noche reposan y más alegres están.

A la mañana siguiente comienzan a cabalgar.

Los de San Esteban salen y despidiéndoles van, y hasta el Río del Amor su compañía les dan, desde allí se despidieron y comienzan a tornar, y Minaya, con las damas, hacia delante se van.

Cruzaron por Alcoceba, dejan a un lado Gormaz, donde dicen Vadorrey, por allí van a pasar, hasta el pueblo de Berlanga, donde van a descansar.

A la mañana siguiente emprenden el caminar, hasta llegar a Medina donde se van a albergar, y de Medina a Molina en otro día se van, donde el moro Abengalbón mucho se alegró en verdad, y a recibirlas saliera de muy buena voluntad, y por afecto a mío Cid muy buena cena les da.

Desde aquí, hacia Valencia directamente se van.

Al que en buena hora nació el mensaje llegó ya; monta aprisa en su caballo y a recibirlas se va, de la alegría que tiene las armas quiere jugar.

Mío Cid Campeador a sus hijas va a abrazar, besándolas a las dos, así les va a preguntar:

«¿Venís, hijas mías? ¡Dios os quiera librar de mal!

Yo acepté ese casamiento, por no atreverme a opinar.

¡Plegue a nuestro Creador que allá sobre el cielo está, que os vea mejor casadas en el tiempo que vendrá!

¡De mis yernos de Carrión Dios concédame vengar! »

Las hijas al Cid, su padre, vanle la mano a besar.

Luego, jugando las armas, entraron en la ciudad, doña Jimena, la madre, ¡Dios, cuánto pudo gozar!

El que en buena hora nació no lo quiso retardar, y habló con todos los suyos y les dijo en puridad que al rey Alfonso, en Castilla, un mensaje va a enviar.

133

El Cid envía a Muño Gustioz que pida al rey justicia.

Muño halla al rey en Sahagún, y le expone su mensaje.

- El rey promete reparación

«¿Dónde estás, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro?

¡En buen hora te crié en mi corte con honor!

Lleva el mensaje a Castilla a su rey, que es mi señor, por mí bésale la mano con alma y de corazón (como que soy su vasallo y él mi natural señor), del deshonor que me han hecho los infantes de Carrión, que se duela el justo rey con alma y de corazón.

Él es quien casó a mis hijas, que no se las diera yo; ahora las abandonaron cubiertas de deshonor, y si la deshonra ésta ha de caer sobre nos, la poca o la mucha culpa sepa que es de mi señor.

Mis bienes se me han llevado, que tan abundantes son, eso me puede pesar con el otro deshonor.

Citémosles a las vistas o a cortes, y tenga, yo derecho para exigir a los condes de Carrión, que el rencor que tengo es grande dentro de mi corazón.»

Muño Gustioz, muy de prisa, hacia Castilla marchó; con él van dos caballeros que sírvenle a su sabor, y, con ellos, escuderos y criados varios son.

Salen de Valencia y andan cuanto pueden, con tesón, sin descansar ni de día ni de noche en un mesón.

Al rey don Alfonso VI allá en Sahagún lo encontró.

Él es el rey de Castilla y es también rey de León y extiende de las Asturias, donde está San Salvador , hasta Santiago su reino, que de todo esto es señor, todos los condes gallegos le tienen como señor.

Y cuando Muño Gustioz del caballo se apeó, encomendóse a los santos y le rogó al Creador, y al palacio, donde está la corte, se dirigió; con él los dos caballeros que le tienen por señor.

Así tan pronto que entraron en la corte, el rey los vio y en seguida don Alfonso conoció a Muño Gustioz; levantóse el rey entonces y muy bien lo recibió.

Delante del soberano sus dos rodillas hincó Muño Gustioz que, sumiso, de Alfonso los pies besó:

« ¡Merced, rey de tantos reinos que os aclaman por señor por mí, los pies y las manos os besa el Campeador; él es un vasallo vuestro y de él vos sois el señor.

Casasteis vos a sus hijas con infantes de Carrión, ¡encumbrado casamiento, porque lo quisisteis vos!

Ya vos conocéis la honra que el casamiento aumentó, y cómo nos deshonraron los infantes de Carrión; maltrataron a las hijas de mío Cid Campeador; azotadas y desnudas, para afrentarlas mejor, y en el Robledo de Corpes las dejaron a las dos a las aves de los montes, de las bestias al furor.

He a sus hijas ultrajadas en Valencia la mayor y por eso os pide, rey, como vasallo a señor, que a las vistas hagáis ir a los condes de Carrión: tiénese él por deshonrado, mas vuestra afrenta es mayor,

y aunque mucho os pese, rey, ahora ya sois sabedor; que tenga mío Cid derecho contra infantes de Carrión.»

El rey, durante un gran rato calló, y luego meditó:

«Te digo que, de verdad, me pesa de corazón y verdad dices en esto, Muño Gustioz, que fui yo el que casó aquellas hijas con infantes de Carrión; mas hícelo para bien, para que fuese en su pro.

¡Ojalá que el casamiento no estuviese hecho hoy!

A mí, tanto como al Cid, me pesa de corazón.

Quiero ayudarle en derecho, y así me salve el Señor.

Lo que no pensaba hacer jamás, en esta cuestión, enviaré a mis heraldos a que lancen el pregón para convocar a cortes en Toledo, donde yo, con los condes e infanzones y caballeros de pro, mandaré que allí concurran los infantes de Carrión para obligarse en derecho con el Cid Campeador, y que no queden rencores pudiéndolo evitar yo.»

134

«Decidle al Campeador, mío Cid el bienhadado, que de aquí a siete semanas se prepare con vasallos para venir a Toledo; esto le doy yo de plazo.

Por afecto a mío Cid aquestas cortes yo hago.

Saludádmelos a todos, no tengáis ningún cuidado, y de esto que os ha ocurrido pronto habréis de ser vengados.»

Muño Gustioz despidióse, y a mío Cid se ha tornado.

Así como el rey lo dijo, así quiso realizarlo: no lo detiene por nada don Alfonso el Castellano, y envía sus reales cartas hasta León y Santiago, también a los portugueses y a todos los galicianos, y a los de Carrión y a todos los varones castellanos, que cortes hará en Toledo como tenía mandado, y que, tras siete semanas, allí se fuesen juntando; el que no fuese a la corte, no se tenga por vasallo.

Por las tierras de su reino así lo van pregonando, y nadie habrá de faltar a lo que el rey ha mandado.

135

Muy pesarosos estaban los infantes de Carrión porque el rey, allá en Toledo, reunir corte mandó; tienen miedo que allí vaya mío Cid Campeador.

Toman consejo de todos los parientes cuantos son y ruegan al rey que les perdone la obligación de ir a las cortes. El rey dijo: «No he de hacerlo yo y habéis de rendirle cuentas de una queja contra vos.

Quien no lo quisiera hacer y falte a la citación, que se vaya de mi reino y que pierda mi favor.»

Ya vieron que era preciso acudir los de Carrión, y se aconsejan de todos sus parientes que allí son.

El conde Garci Ordóñez en este asunto medió, enemigo de mío Cid, a quien mal siempre buscó, sus consejos iba dando a los condes de Carrión.

Llegaba el plazo y la gente a las cortes acudió; con los primeros en ir el rey Alfonso llegó, con el conde don Enrique, con el conde don Ramón (éste como padre que era del buen rey emperador), también va el conde don Fruela y va el conde don Birbón.

Fueron allí otros varones duchos en legislación; de toda Castilla llega lo mejor de lo mejor.

Fue allí el conde don García, aquel Crespo de Grañón , y Álvar Díaz, aquel que en Oca siempre mandó.

Y Asur González, Gonzalo Ansúrez, juntos los dos, y Pero Ansúrez, sabed, que allí se juntaron con don Diego y don Fernando que estaban ambos a dos, y con ellos el gran bando que a la corte les siguió para intentar maltratar a mío Cid Campeador.

De todas partes allí gentes congregadas son.

Mas aun no era llegado en que en buen hora nació, y la tardanza del Cid, al rey mucho disgustó.

Al quinto día de espera llegó el Cid Campeador.

A Álvar Fáñez de Minaya, por delante le envió para que besase las manos al rey y señor y supiese que esa noche iba, como prometió.

Cuando el rey se hubo enterado, le plugo de corazón, con grande acompañamiento el monarca cabalgó para ir a recibir al que en buen hora nació.

Bien compuesto viene el Cid con su cortejo de honor, buena compañía lleva, como cumple a tal señor.

Cuando el buen rey don Alfonso de lejos los divisó, echó pie a tierra mío Cid Rodrigo el Campeador porque, humillándose, quiere así honrar a su señor.

Cuando lo vio el rey, así con alborozo exclamó:

« ¡Por San Isidoro, Cid, no hagáis semejante acción!

Cabalgad, Cid, pues si no no fuerais a mi sabor; que nos hemos de besar con alma y de corazón.

Aquello que a vos os pesa, me duele a mí como a vos;

¡Dios quiera que sea honrada por vos esta corte hoy! »

«Amén», dijo don Rodrigo de Vivar Campeador; besóle a Alfonso la mano y en la boca le besó:

«Gracias a Dios, que ya os veo ante mis ojos, señor!

Humíllome a vos, oh rey, como al conde don Ramón y al buen conde don Enrique y a cuantos ahora aquí son;

¡Dios salve a nuestros amigos y a vos más aún, señor!

Mi mujer doña Jimena, que es una dama de pro, me encarga os bese las manos igual que mis hijas dos y que esta nuestra desgracia a vos os pese, señor.»

Y respondió el rey: « ¡Así lo hago, y sálveme Dios! »

136

Hacia Toledo, a caballo, el rey de vuelta se va; esa noche el Cid no quiere el río Tajo pasar:

« ¡Merced, oh rey de Castilla, a quien Dios quiera salvar!

A vuestro gusto, señor, entrad en esa ciudad, que yo y los míos en esta noche hemos de reposar en San Servando , y en tanto mis mesnadas llegarán.

La vigilia he de tener en este santo lugar; mañana por la mañana entraré ya en la ciudad, y a las cortes convocadas iré, antes de yantar.»

Dijo el rey: «Cid, lo que dices me place de voluntad.»

El rey don Alfonso VI a Toledo se va a entrar, mío Cid Rodrigo Díaz en San Servando se está.

Mandó preparar candelas y llevarlas al altar, pues de velar tiene gusto en este santo lugar, para rogar al Creador hablándole en puridad.

En tanto, Minaya, igual que los buenos que allí están, estaban ya preparados cuando el día fue a apuntar.

137

Maitines y prima cantan hasta que apunta el albor, terminada fue la misa antes que saliese el sol, y la ofrenda hubieron hecho muy buena y de gran valor.

«Vos, Minaya Álvar Fáñez, que sois mi brazo mejor, y el obispo don jerónimo, vendréis conmigo los dos, y también Pero Bermúdez y, Muño Gustioz, con el buen Martín Antolínez, leal burgalés de pro, Álvar Álvarez y Alvar Salvadórez, en unión de Martín Muñoz, aquel que en tan buen punto nació, y de aquel sobrino mío llamado Félez Muñoz; conmigo habrá de ir Mal Anda, que es sabio en legislación,

y aquel Galindo García, que viniera de Aragón; con éstos han de juntarse ciento de los que aquí son.

Vestidos los alcochales para aguantar guarnición, y las lorigas encima tan brillantes como el sol, y sobre ellas los armiños que forman el pellizón, que no se vean las armas, bien sujetas del cordón; bajo el manto las espadas de flexible tajador; de esta manera quisiera a la corte llegar yo para pedir mis derechos y defender mi razón.

Si pendencia me buscasen los infantes de Carrión, donde tales ciento tengo, bien estaré sin temor.»

Así respóndenle todos: «Eso queremos, señor.»

Tal como lo hubo ordenado, todos preparados son.

No carecía de nada el que en buen hora nació: calzas del más fino paño en sus piernas las metió, sobre ellas unos zapatos que muy bien labrados son.

Vistió camisa de hilo tan blanca como es el sol y de oro y de plata todas sus presillas son que ajustan bien a los puños, como él así lo ordenó; sobre ella un brial lleva de precioso ciclatón labrado con oro y seda y tejidos con primor.

Sobre esto una piel bermeja con franjas que de oro son, como siempre vestir suele mío Cid Campeador.

Una cofia sobre el pelo hecha del hilo mejor labrada con oro, y hecha a su gusto y su sabor, para que no se le enrede el pelo al Campeador; la barba llevaba luenga atada con un cordón, y esto lo hace así, pues quiere tomar toda precaución.

Encima se vistió un manto de tan subido valor que a todos los circunstantes admiración les causó.

Con estos cien caballeros que prepararse mandó, cabalgando a toda prisa de San Servando salió; dirigiéndose a la corte mío Cid Campeador.

Cuando está frente a la puerta, del caballo se apeó.

Solemnemente entra el Cid con su compaña mejor: va en medio y los otros cien marchan a su alrededor.

Y cuando vieron entrar al que en buen hora nació, púsose en pie el rey Alfonso en señal de admiración, y lo mismo el conde Enrique como el conde don Ramón y luego todos los que reunidos allí son; y con gran honra reciben al que en buen hora nació.

Mas no quiso levantarse aquel Crespo de Grañón, ni los otros partidarios de los condes de Carrión.

El rey Alfonso a mío Cid de las manos le tomó:

«Acá venid, y sentaos conmigo, Campeador, en este escaño, que un día me regalasteis en don: por más que a algunos les pese, mejor sois aún que nos.»

Entonces, le dio las gracias el que a Valencia ganó:

«Sentaos en vuestro escaño, pues que sois rey y señor; yo aquí me colocaré entre los míos, mejor.»

Aquello que dijo el Cid plugo al rey de corazón.

En su escaño torneado entonces él se sentó, y los ciento que le escoltan se sientan alrededor.

Contemplando están al Cid cuantos en la corte son, la luenga barba que lleva sujeta por un cordón y cómo en sus ademanes se muestra como un varón.

De vergüenza, no le miran los infantes de Carrión.

Entonces, el rey Alfonso en su pie se levantó:

«Oíd, mesnadas, y os valga a todos el Creador.

Yo, desde que soy rey hice tan sólo dos cortes, dos: la una fue en Burgos, la otra tuvo lugar en Carrión, y esta tercera en Toledo vengo a celebrarla hoy por afecto a mío Cid, el que 

en buen hora nació, para que el derecho ejerza contra aquellos de Carrión.

Gran injusticia le hicieron, lo sabemos todos nos, jueces sean de este pleito don Enrique y don Ramón, y estos otros condes que de su partido no son.

Ya que sois conocedores, poned la vuestra atención para encontrar el derecho de lo justo, mando yo.

De una y de otra parte quedemos en paces hoy.

Juro por San Isidoro que aquel que alborotador fuese, dejará mi reino y le quitaré el favor.

Con el que tenga derecho habré de quedarme yo.

Ahora, empiece su demanda mío Cid Campeador: sabremos lo que responden los infantes de Carrión.»

Mío Cid besó la mano al rey y se levantó.

«Mucho os agradezco, rey como a mi rey y señor, todo cuanto en esta corte hicisteis por mi favor.

Esto pido desde ahora a los condes de Carrión: porque dejaron mis hijas yo no tengo deshonor, porque vos que las casasteis, rey, sabréis lo qué hacer hoy:

mas al sacar a mis hijas de Valencia la mayor, yo de verdad les quería de alma y de corazón; y en señal de mi cariño les di Colada y Tizón (éstas las gané luchando al estilo de varón), para que ganaran honra y que os sirvieran a vos; cuando dejaron mis hijas abandonadas las dos, nada quisieron conmigo y así perdieron mi amor; denme, pues mis dos espadas, ya que mis yernos no son.»

Así asintieron los jueces: «Todo esto es de razón.»

Dijo el conde don García: «A esto respondemos nos.»

Entonces, salen aparte los infantes de Carrión y con todos sus parientes y los que allí de ellos son, para así tramar lo que darán por contestación:

«Aún gran favor nos hace mío Cid Campeador cuando de aquella deshonra de sus hijas, ahora no nos demanda; ya nosotros daremos al rey razón.

Démosle, pues, las espadas que mío Cid demandó, y cuando las tenga, ya se podrá marchar mejor; ya no tendrá más derecho de nos el Campeador.»

Con este acuerdo tomado vueltos a la corte son:

«¡Merced, oh rey don Alfonso, ya que sois nuestro señor!

No lo podemos negar que dos espadas nos dio; cuando nos las pide ahora y les tiene tanto amor, nosotros se las daremos estando delante vos.»

Y sacaron la Colada y Tizón, ambas a dos, y poniéndolas en manos del que era el rey y señor, al desenvainarlas, toda la corte se deslumbró, sus pomos y gavilanes eran del oro mejor; al verlas, se maravillan cuantos en la corte son.

Al Cid llamó el rey, y al punto las espadas entregó; y al recibirlas, el Cid las manos al rey besó, y se dirigió al escaño de donde se levantó.

En las manos las tenía, mirándolas con amor; cambiárselas no pudieron, que él las conoce mejor que nadie; se alegra el Cid y luego así sonrió mientras, alzando la mano, la barba se acarició:

«Por estas honradas barbas que jamás nadie mesó, habrán de quedar vengadas doña Elvira y doña Sol.»

A su sobrino don Pero por el nombre le llamó, tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:

«Tómala, sobrino mío, que mejora de señor.»

Al buen Martín Antolínez, aquel burgalés de pro, tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:

«Mi buen Martín Antolínez, mi buen vasallo de pro, tomad mi espada Colada que gané de buen señor, de Ramón Berenguer de Barcelona la mayor.

Os la entrego para que vos la conservéis mejor.

Sé que si el caso se ofrece, o a vos viniese en sazón, con ella habéis de ganar grande prez y gran valor.»

Besóle Martín la mano y la espada recibió.

Luego de esto, levantóse mío Cid Campeador:

« ¡Gracias al Creador y a vos, que sois mi rey y señor.

Ya tengo mis dos espadas juntas, Colada y Tizón.

Mas otro rencor me queda con los condes de Carrión: al sacar de allá, Valencia, mis hijas ambas a dos, contados en oro y plata, tres mil marcos les di yo; yo esto hacía, mientras ellos buscaban mi deshonor: denme, pues, aquellos bienes, ya que mis yernos no son.»

¡Aquí vierais lamentarse los infantes de Carrión!

El conde don Ramón dice: «Decid a esto que sí o no.»

Entonces, así responden los infantes de Carrión:

«Ya le dimos las espadas a mío Cid Campeador, para que ya no nos haga ninguna reclamación.»

Así hubo de responderles el juez, conde don Ramón:

«Si así le pluguiese al rey, así lo decimos nos: a esto que demanda el Cid, ¿qué dais en satisfacción?»

Dijo el buen rey don Alfonso: «Así, pues, lo otorgo yo.»

Entonces se puso en pie mío Cid Campeador:

«Y todos aquestos bienes que entonces os diera yo, decidme si me los dais o me dais de ellos razón.»

Entonces salen aparte los infantes de Carrión; pero solución no encuentran, que los bienes muchos son y ya los tienen gastados los infantes de Carrión.

Vuelven aún a consultarse, hablando así a su sabor:

«Mucho nos aprieta el Cid el que Valencia ganó, ya que de nuestras riquezas le domina la ambición, se lo habremos de pagar con las tierras de Carrión.»

Dijeron así los jueces, al confesarlo los dos:

«Si esto pluguiese a mío Cid, no se lo vedamos, no; éste es nuestro parecer y así lo mandamos nos, que aquí entreguéis el dinero ante la corte, los dos.»

Al oír estas palabras, el rey don Alfonso habló:

«Nosotros muy bien sabemos quién tiene toda razón el derecho que demanda mío Cid Campeador.

·   Y de aquestos tres mil marcos, doscientos conservo yo; a mí me lo entregaron los infantes de Carrión.

·   Y devolvérselos quiero, ya que malparados son, y que los paguen al Cid el que en buen hora nació; ya que ellos lo han de pagar, no los quiero tener yo.»

Fernando González dijo, oiréis lo que así habló:

«El dinero amonedado ya no lo tenemos nos.»

A esto le respondiera así el conde don Ramón:

«Toda la plata y el oro os lo habéis gastado vos; y así lo manifestamos ante el rey, nuestro señor; páguenle, pues, en especie y tómela el Campeador.»

Vieron que había que hacerlo los infantes de Carrión.

Vierais, pues, reunir tanto caballo buen corredor, y tanta mula rolliza, y palafrén en sazón, tantas y tantas espadas con hermosa guarnición; recibiólo mío Cid como la corte tasó.

Sobre los doscientos marcos que el rey Alfonso guardó, pagáronle los infantes al que en buen hora nació, prestándoles de lo ajeno, que lo suyo no alcanzó.

Mal salieron del juicio con esta resolución.

138

Mas cuando esto hubo acabado, acuérdanse de algo más:

« ¡Merced, oh rey y señor, por amor de caridad!

El rencor mayor que tengo no se me puede olvidar.

Oídme toda la corte, y condoled nuestro mal: los infantes de Carrión deshonra me hicieron tal, que ha menos que no los rete yo no los puedo dejar.»

139

«Decid, ¿qué agravio tenéis de mí, condes de Carrión, bien de broma o bien de veras en qué os pude agraviar yo?

Aquí habré de repararlo, ante la corte, si no

¿por qué a mí me desgarrasteis las telas del corazón?

Para salir de Valencia a mis hijas os di yo, con gran honra y con riquezas, abundantes de valor; si dejasteis de quererlas ya, perros de la traición,

¿ por qué quisisteis sacarlas de Valencia y de su honor?

¿Por qué teníais que herirlas con cinchas y con espolón?

Y en el Robledo de Corpes las dejasteis a las dos a las aves de los montes y a las bestias de furor.

Por cuanto allí les hicisteis, infames seáis los dos.

Júzguelo así aquesta corte si no dais satisfacción.»

140

El conde Garci Ordóñez en pie ya se levantaba:

« ¡Merced, oh rey, el mejor de cuantos hay en España!

El Cid vino preparado a esta corte pregonada, así dejóse crecer y trae luenga barba que a los unos pone miedo y a los otros los espanta.

Los infantes de Carrión son de tan alta prosapia que aun no debieron querer sus hijas por barraganas,

¿quién es el que se las diera por mujeres desposadas?

Con su derecho, señor, pudieron abandonarlas.

Cuanto él dice ahora, rey, no lo apreciamos en nada.» Entonces el Campeador, cogiéndose de la barba: « ¡Gracias a Dios, el Señor que el cielo y la tierra manda! Larga es mi barba porque con regalo fue criada.

¿Qué tenéis que decir, conde, para afrentar a mi barba?

Porque desde que nació con regalo fue criada, y de ella no me cogiera jamás una mano airada, ni nunca me la mesó hijo de mora o cristiana, como yo os la mesé a vos, conde, en el sitio de Cabra, cuando tomé aquel castillo y a vos conde, por la barba, no hubo allí rapaz que no sacase su pulgarada; aquella que yo arranqué, aún no la veo igualada, porque la traigo yo aquí en esta bolsa guardada.»

141

El infante don Fernando entonces se levantó, y dando muy grandes voces, ahora oiréis lo que habló:

«Dejaos ya, mío Cid, de tratar esta cuestión; de vuestros bienes perdidos, del todo pagado sois.

No agravéis esta disputa entre vosotros y nos.

Nacimos de la alta estirpe de los condes de Carrión debimos casar con hijas de un rey o un emperador, que no nos pertenecían las hijas de un infanzón.

Al dejarlas, ejercimos nuestro derecho los dos, más nos preciamos, sabed, que no despreciámonos

142

Mío Cid Rodrigo Díaz al buen Bermúdez miraba:

« ¡Habla, dijo, Pero Mudo, varón que siempre te callas!

A mis hijas las ofenden y son tus primas hermanas, a mí ahora me lo dicen y a ti te lo echan en cara.

Y si yo a ello respondo, tú no habrás de entrar en armas.»

143

Entonces, Pero Bermúdez así comenzara a hablar: trabándosele la lengua, no la podía soltar, mas cuando empieza, sabed, ya no la puede parar:

« ¡Os diré, Campeador; por costumbre tenéis ya el llamarme Pedro Mudo en las cortes a que vais!

Bien sabéis, Campeador, que yo ya no puedo más; en cuanto a mi obligación, por mí no habrá de quedar.

Mientes, Fernando González, en cuanto tú dicho has.

Por la ayuda de mío Cid, valiste tú mucho más.

Tus mañas y habilidades yo te las voy a contar.

Recuerda cuando luchamos cerca de Valencia, allá; pediste atacar primero, al Campeador leal, viste un moro y en seguida tú le quisiste atacar; pero te pusiste en fuga antes del moro llegar.

Si yo no hubiese acudido, te burlara el moro mal; pasé delante de ti, con él me hube de juntar; y de los primeros golpes, húbele de derrotar; te di su caballo, y el secreto hube de guardar: hasta hoy, este secreto a nadie quise contar.

Delante del Cid y de todos te escuché alabar de que matas te tú al moro por tu valor personal, y todos te lo creyeron mas no saben la verdad,

¡Eres apuesto doncel, mas cobarde si los hay!

¡Lengua sin manos tú eres! ¿Cómo te atreves a hablar?»

144

«Di, pues, Fernando González; contesta a mi acusación:

¿No te acuerdas, en Valencia, de aquel lance del león, cuando dormía mío Cid, y el león se desató?

¡Eh, tú, Fernando, responde! ¿Qué hiciste con tu pavor?

¡Te metiste bajo del escaño del Campeador!

¡Tú te escondiste, y por eso, aún vales menos hoy! Cercábamos el escaño, cuidando a nuestro señor, hasta que despertó el Cid el que Valencia ganó; levantóse él del escaño y al león se dirigió; la fiera hincó la cabeza y a mío Cid esperó, dejóse coger del cuello y en la jaula se metió. Cuando se volvió después el buen Cid Campeador, a todos sus cortesanos los halló a su alrededor; preguntó por sus dos yernos, y a ninguno los halló,

¡Te reto yo a desafío por malvado y por traidor!

Esto yo lo sostendré ante el rey nuestro señor por las hijas de mío Cid doña Elvira y doña Sol; porque las habéis dejado, mucho menos valéis vos, ellas son mujeres y vosotros hombres sois, y aun así, de todos modos, mucho más valen que vos.

Cuando la lid se celebre, si pluguiese al Creador, tú te habrás de confesar a manera de traidor; y de cuanto aquí te he dicho por veraz quedaré yo.»

Y de ambos litigantes, la disputa aquí acabó.

145

Habló don Diego González, oiréis lo que así dijo:

«Por naturaleza somos de aquellos condes más limpios, ¡ojalá estos casamientos no se hubiesen contraído para no emparentar con el mío Cid don Rodrigo!

De haber dejado sus hijas, aún no nos arrepentimos; mientras vivan en el mundo ya pueden lanzar suspiros: lo que les hicimos, siempre les ha de ser retraído.

Esto yo lo sostendré aun contra el más aguerrido: que porque nos las dejamos muy honrados nos sentimos.»

146

El buen Martín Antolínez en pie se fue a levantar;

«¡Cállate, alevoso, calla, ruin boca sin verdad!

Lo del león, en Valencia, no se te debe olvidar; te escapaste por la puerta, y te marchaste al corral y allí te fuiste a esconder tras la viga del lagar; y ponerte no pudiste más el manto ni el brial.

Yo habré de lidiar contigo, de otro modo, no será las hijas de mío Cid las fuisteis a abandonar, y de todas las maneras más que vosotros valdrán.

Cuando se acabe la lid por tu boca lo dirás, que eres traidor y mientes en cuanto aquí dicho has.»

147

De estos ambos que contienden la disputa ha terminado.

Asur González entraba entonces en el palacio, llevando el manto de armiño y su brial arrastrando; colorado llega porque había mucho almorzado.

En aquello que dijera tuvo muy poco cuidado.

148

« ¡Oh, señores, ¿quién vio nunca en la corte cosa tal? ¿Quién dijera que nobleza nos diera el Cid de Vivar?

¡Váyase ya al río Ubierna sus molinos a picar y a cobrar maquilas vaya, como suele acostumbrar!

¿Quién le diera a sus hijas con los de Carrión casar?»

149

Entonces, Muño Gustioz en pie se puso y habló:

« ¡Calla, le dijo, alevoso, calla, malvado y traidor!

Antes te vas a almorzar que acudes a la oración; aquellos a los que besas los espantas con tu olor.

No dices verdad alguna ni al amigo ni al señor; eres falso para todos y más falso para Dios.

En tu amistad yo no quiero tener participación.

Te he de obligar a decir que eres tal cual digo yo.» Dijo el rey Alfonso, entonces: «Termine ya esta cuestión. Aquellos que se han retado, lidiarán, quiéralo Dios.» Así como fue acabada esta enconada cuestión, dos caballeros entraron en la corte, ambos a dos: a uno llamaban Ojarra, a otro Iñigo Jimenón, uno era del infante de Navarra rogador y el otro lo era también del infante de Aragón;

saludan al rey, y luego besan sus manos los dos, y después, piden sus hijas a mío Cid Campeador, para que sean las reinas de Navarra y de Aragón , y que se las diesen piden con honra y en bendición.

Después de esto, se callaron, la corte les escuchó.

Entonces, alzóse en pie mío Cid Campeador:

« ¡Merced, rey Alfonso, ya que sois mi rey y señor!

Eso agradecerlo debo a Dios nuestro Creador, que me pidan a mis hijas, de Navarra y de Aragón.

Vos, antes, las desposasteis, vos fuisteis, que no fui yo; he aquí a mis hijas, pues, que ahora en vuestras manos son: sin que vos deis licencia, nada tengo que hacer yo.»

Se levantó el rey y a todos que se callaran mandó:

«Os digo, Cid Ruy Díaz, mi cabal Campeador, que si a vos os satisface, así lo otorgaré yo y que aquestos casamientos concierte la corte hoy, que ellos habrán de aumentaros en propiedades y honor.»

Levantóse el Cid entonces y al rey las manos besó:

«Cuanto a vos os place, rey, otórgolo yo, señor.»

Entonces, así el rey dijo: « ¡Dios os dé buen galardón!

A vos, pues, Ojarra, y a vos, Iñigo Jimenón, los casamientos propuestos autorizo yo de las hijas de mío Cid, doña Élvira y doña Sol, con los infantes aquellos de Navarra y de Aragón; yo os las tengo que entregar con honra y en bendición.»

En pie levantóse Ojarra, como Iñigo Jimenón, y le besaron las manos al rey Alfonso los dos, y fueron luego a besarlas a mío Cid Campeador; hiciéronse las promesas, y de cuanto se trató los juramentos se hicieron de así cumplirlo, o mejor.

Esto, a muchos de la corte les plugo de corazón; pero disgustó a los que eran de los condes de Carrión.

Álvar Fáñez de Minaya se levantó, y así habló:

«Merced os pido yo ahora, como a mi rey y señor, y que aquesto no le pese a mío Cid Campeador: bien libres os he dejado en toda esta corte de hoy, mas decir quisiera ahora algo que he pensado yo.»

Dijo el rey: «Podéis hablar, os oigo de corazón; decid, Minaya Álvar Fáñez, hablad a vuestro sabor.»

«Yo os ruego que me escuchéis todos cuantos aquí sois, que un grande rencor yo tengo a los condes de Carrión.

Yo, entonces, les di mis primas porque el rey me lo mandó, y ellos así las tomaron con honor y en bendición; cuantiosos bienes les diera mío Cid Campeador, y ellos las abandonaron y muy a pesar de nos.

¡Yo les reto desde ahora por traidores a los dos!

De casta de BeniGómez entrambos venidos sois, de donde salieron condes de grande prez y valor; no bien sabemos las mañas que ellos suelen gastar hoy.

Esto debo agradecer a nuestro Padre Creador, que ahora piden a mis primas doña Elvira y doña Sol para casar con infantes de Navarra y de Aragón; antes ellas fueron vuestras mujeres para los dos ahora besaréis sus manos y les 

rendiréis honor; y las habréis de servir por mucho que os pese a vos.

¡Gracias a Dios de los cielos y al rey Alfonso les doy, porque así crece la honra de mío Cid Campeador!

Y en todas vuestras acciones tales sois cual digo yo; y si hay aquí quien responda o alguien que diga que no, soy Álvar Fáñez Minaya y para todo el mejor.»

Entonces, Gómez Peláez en su pie se levantó:

«¿Qué vale, Minaya, dice, toda esa larga razón?

Muchos hay en esta corte para contender con vos, y quien otra cosa diga sería en su deshonor.

Si Dios quisiese que de ésta saliera yo vencedor, después habréis de decir qué dijisteis o qué no.»

Dijo el rey Alfonso: «Aquí se acabe esta discusión: no diga ninguno ya más sobre esto su opinión.

Mañana sea la lid tan pronto amanezca el sol, tres a tres de aquellos que se desafiaron hoy.»

Luego, se alzaron a hablar los infantes de Carrión:

«Dadnos plazo, que mañana no puede ser para nos, pues las armas y caballos dímosle al Campeador y antes habremos de ir a las tierras de Carrión.»

Entonces, el rey Alfonso le dijo al Campeador:

«Sea esta lid celebrada en donde mandaréis vos.»

A esto, le respondió el Cid: «No puedo hacerlo, señor prefiero ir a Valencia que a las tierras de Carrión.»

Entonces, respondió el rey: «Conformes, Campeador.

Dadme vuestros caballeros con toda su guarnición y que se vengan conmigo, yo seré su protector; y yo os garantizo, como al vasallo hace el señor, que no tendrán violencias, de conde ni de infanzón.

Aquí les señalo el plazo que desde ahora les doy, y pasadas tres semanas, en las vegas de Carrión que se celebre la lid, estando presente yo; quien no acudiese en el plazo, que pierda de su razón, que se declare vencido y que huya por traidor.»

Recibieron la sentencia los infantes de Carrión.

Mío Cid Rodrigo Díaz al rey las manos besó:

«Estos caballeros míos en vuestras manos ya son, a vos os los encomiendo, como a mi rey y señor.

Ellos están preparados para cumplir su misión, ¡devolvédmelos con honra a Valencia la mayor! » Entonces repuso el rey: «Así lo permita Dios.» Allí se quitó el capillo mío Cid Campeador, y la cofia toda de hilo, que era blanca como el sol, y soltándose la barba la desató del cordón .

No se hartaban de mirarle cuantos en la corte son.

Se dirigió al conde Enrique y luego al conde Ramon; los abrazó estrechamente, rogando de corazón que tomasen de sus bienes cuanto quisieren los dos.

A éstos, como a los otros que de su partido son, a todos les va rogando que tomen a su sabor; algunos hay que sí cogen, 

algunos los hay que no.

Aquellos doscientos marcos al rey se los perdonó y de todo cuanto tiene al rey Alfonso ofreció:

« ¡Merced os pido, oh rey, por amor del Creador!

Ya que todos los negocios tan bien arreglados son, beso vuestras reales manos con vuestra gracia, señor, y marchar quiero a Valencia, que con afán gané yo» .

150

El rey alzando la mano, la cara se santiguó:

«Yo juro ahora por San Isidoro de León, que por todas nuestras tierras no existe tan buen varón.»

Mío Cid con su caballo ante el mismo rey llegó para besarle

la mano, como monarca y señor:

«Me mandaste hacer carrera, con Babieca el corredor, caballo así no lo tienen moros ni cristianos hoy; yo os lo entrego, rey Alfonso servíos tomarlo vos.»

Entonces, dijo así el rey: «Eso yo no quiero, no, que al tomarlo yo, el caballo perdiera tan buen señor.

Este caballo, como es, tan sólo es digno de vos, para vencer a los moros y ser su perseguidor; quien quitárselo quisiere no le valga el Creador, por vos y por el caballo muy honrados somos nos.»

Entonces se despidieron, y a la corte el rey volvió.

Mío Cid a los que habían de lidiar aconsejó:

« ¡Martín Antolínez y Pero Bermúdez, los dos, como igual Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro, estad firmes en el campo como cumple al buen varón; y que lleguen buenas nuevas allá a Valencia, de vos.»

Dijo Martín Antolínez: «¿Por qué lo decís, señor?

Ello queda a nuestro cargo y es nuestra obligación; podréis oír hablar de muertos, pero de vencidos no.»

Contento se fue por esto el que en buen hora nació; Mío Cid marchó a Valencia y el rey a Carrión marchó.

Las tres semanas de plazo ya las tres cumplidas son.

Helos que llegan al plazo los del Cid Campeador; cumplir quieren el deber que les mandó su señor; ellos están al amparo de Alfonso el rey de León; dos días aún esperaron a los condes de Carrión.

Vienen pertrechados de caballos y guarnición; y todos los sus parientes de acuerdo con ellos son que si apartarlos pudiesen a los del Campeador, los matasen en el campo deshonrando a su señor.

El propósito fue malo, y a cabo no se llevó porque gran miedo tuvieron a Alfonso el de León.

De noche velan las armas y ruegan al Creador.

Pasada que fue la noche y se quebraba el albor, se van congregando muchos de aquellos hombres de pro para presenciar la lid a su gusto y su sabor; y sobre todos, allí está Alfonso el de León para que hubiese justicia y no hubiese fraude, no.

Ya se vestían las armas los del buen Campeador, y los tres iban de acuerdo ya que sirven a un señor.

En otro lugar se armaban los infantes de Carrión, mientras los va amonestando García Ordóñez, mejor.

Estuvieron discutiendo y al rey pidieron que no se emplease la Colada ni Tizón, aquellas dos espadas, que no las usen los del Cid Campeador, arrepentidos estaban de darlas los de Carrión.

Así pidieron al rey, mas no se lo concedió:

«No se exceptuó ninguna, al tratar de la cuestión.

Si buenas las tenéis, pueden aprovecharos a vos; otro tanto habrán de hacer los del Cid Campeador.

Andad y salid al campo así, infantes de Carrión, que es necesario lidiar a modo de buen varón, que por nada han de quedar los del Cid Campeador.

Si del campo salís bien, alcanzaréis gran honor; mas si quedaseis vencidos no habéis de culpar a nos porque todos saben ya que lo habéis buscado vos.»

Ya se van arrepintiendo los infantes de Carrión, de aquello que habían hecho muy arrepentidos son; no hubieran querido hacerlo por cuanto hay en Carrión.

Ya están armados los tres de mío Cid Campeador, y a visitarlos los fue don Alfonso el de León.

Entonces, así le dicen los del Cid Campeador:

«Os besamos vuestras manos, como a buen rey y a señor

y que seáis juez de ellos y nuestro en la lid de hoy; en la justicia, valednos; pero en la injusticia, no.

Aquí tienen su partido los infantes de Carrión, y no sabemos qué cosas pueden tramar contra nos.

Bajo la protección vuestra nos puso nuestro señor; ¡mantenednos en justicia, por amor del Creador! » Entonces, dijo así el rey: «Con alma y de corazón.» Trajéronles los caballos, los de andadura veloz; santiguaron a las sillas, cabalgaron con ardor; los escudos sobre el cuello que bien broquelados son; y en las manos van las astas con buen hierro tajador, las tres lanzas llevan todas al extremo su pendón; y muchos buenos varones van de ellos alrededor.

Ya se salían al campo entre mojón y mojón .

Los tres estaban de acuerdo los del Cid Campeador para que cada uno de ellos fuera a herir a su agresor.

He aquí, de la otra parte, los infantes de Carrión, que van muy acompañados, que muchos parientes son.

El rey les señaló jueces, que a quien tenga, den razón, que no disputen con ellos sobre sí o sobre no.

Cuando en el campo estuvieron, así el rey Alfonso habló: «Oíd lo que ahora os digo, oíd, condes de Carrión: esta lid debió de hacerse en Toledo, pero no quisisteis vosotros. Estos jinetes del Campeador los traje bajo mi guarda a la tierras de Carrión.

Teneos en vuestro derecho y ningún fraude hagáis vos, porque aquel que fraude hiciere, se lo habré de vedar yo,

y en todos los reinos míos no vivirá a su sabor.»

Ya mucho les va pesando a los condes de Carrión.

Los jueces y el rey señalan el campo con un mojón, salieron después del campo, quedando a su alrededor.

Bien se lo dijeron a los seis que juntados son.

Bien quedaría vencido quien saliese del mojón.

Todas las gentes, entonces se esparcen alrededor a la distancia de seis astas antes del mojón.

Sorteábanles el campo y les partían el sol, ya se apartaban los jueces y ellos cara a cara son.

Arremeten los del Cid a los condes de Carrión, y los de Carrión, después, a los del Campeador; cada uno de ellos piensa en el frontero agresor; y embrazan ya sus escudos delante del corazón, bajan las lanzas envueltas cada cual con el pendón, y las caras inclinando por encima del arzón, batiendo van los caballos a golpes de su espolón, temblar quería la tierra de aquella lucha al fragor.

Cada uno de ellos piensa solamente en su agresor; todos, tres a tres, se juntan mezclados en confusión, ya los contaban por muertos los que están alrededor.

Pero Bermúdez, aquel que antes su reto lanzó, con don Fernando González cara a cara se juntó, golpeándose en los escudos sin reposo ni pavor.

Por fin, Fernando González el escudo atravesó de Pero, mas dio en vacío y en carne no le tocó, y por dos sitios distintos el astil se le quebró.

Firme está Pero Bermúdez por eso no se torció; y si un golpe recibiera, él otro más fuerte dio: partió el forro del escudo, y fuera de sí lo echó, y atravesándolo todo, así nada le sirvió.

Le hundió la lanza en el pecho muy cerca del corazón; mas tres dobles de loriga a Fernando le salvó, dos de ellos se desmallaron y el tercero resistió: el bélmez con la camisa y a más con la guarnición, dentro de la carne más de una mano le metió; y de la boca hacia fuera mucha sangre le salió.

Partiéndosele las cinchas, que ninguna le valió, por la cola del caballo el jinete resbaló.

Por muerto le da la gente al mirar al de Carrión, pero, dejando la lanza, mano a la espada metió, cuando Fernando González a Tizón reconoció, antes de esperar el golpe, dijo así: « ¡Vencido soy! »

Así asintieron los jueces, y Bermúdez lo dejó.

151

Martín y Diego González se acometen con las lanzas, y tales los golpes fueron que quebradas quedan ambas.

Martín Antolínez, luego, echó mano de la espada que hace relumbrar el campo, tan limpia es y tan clara; y dio un golpe a su adversario que de lado lo tomara; la parte alta del yelmo del golpe se la arrancara, las correas que lo aguantan todas quedaron cortadas y arrancándole el almófar, hasta la cofia llegara, y la cofia y el almófar, se lo arranca, con la espada, los pelos le va cortando y hasta la carne llegara; todo cayó por el campo, mas él derecho quedaba.

Cuando este golpe le da con la Colada preciada, Diego González ya ve que no escapará con alma; tira la rienda al caballo para volverse de cara, la espada lleva en la mano pero no se atreve a usarla.

Entonces el buen Martín le recibió con la espada, un golpe le dio de plano, que de filo no le alcanza.

Entonces, Diego, el infante, con grandes voces clamaba:

« ¡Valedme, Señor glorioso, libradme ya de esta espada!»

El caballo refrenó para huir de Colada, sacólo del mojón, mientras Martín en el campo estaba.

Entonces dijo así el rey: «Venid vos a mi compaña; por cuanto habéis hecho ya, ganado habéis la batalla.»

Y otorgándole los jueces que era verdad su palabra.

152

Ahora os quiero contar yo cómo Gustioz con Asur González cuál se arregló.

Hiriéronse en los escudos con grandes golpes los dos.

Era Asur González muy forzudo y de gran valor, y a Muño Gustioz, con fuerza, en el escudo le hirió; tras el escudo embrazado la guarnición falseó; pasó en vacío la lanza, la carne no le rozó.

Al recibir este golpe, Muño Gustioz, otro dio; y por medio de la bloca el escudo quebrantó, no lo pudo resistir, falseó la guarnición, y se la clavó en un lado, mas no en el del corazón; metiéndole carne adentro la lanza con el pendón, y por detrás de la espalda una braza la sacó, y dando un tirón con ella en la silla lo movió, y al ir a sacar la lanza, en la tierra lo derribó; bermejo salía el astil como la lanza y pendón.

Todos estaban seguros que por muerto se quedó.

La lanza volvió a tomar y contra él arremetió; mas dijo

Gonzalo Ansúrez: « ¡No lo hiráis ya más, por Dios!

¡Vencido está ya en el campo; este combate acabó!

Dijeron los jueces: «Esto lo hemos oído los dos.»

Mandó despejar el campo don Alfonso el de León, las armas que allí quedaron para sí el rey las tomó.

Declarados vencedores, se van los del Campeador; vencieron en esta lid gracias a Dios Creador.

Grandes eran los pesares por las tierras de Carrión.

El rey, a los de mío Cid de noche los envió para que de algún asalto no tuvieran el temor.

A manera de prudentes van en carrera veloz y helos en Valencia ya con el Cid Campeador.

Por maltrechos se dejaron a los condes de Carrión: han cumplido ya el deber que les mandó su señor; mucho se alegró al saberlo mío Cid Campeador.

Envilecidos quedaron los infantes de Carrión.

Quien a una dama escarnece y la abandona traidor, esto suele acontecerle, o tal vez cosa peor.

Dejemos ya los asuntos de los condes de Carrión, que con lo que han recibido ya bien castigados son; hablemos nosotros de este que en buena hora nació.

Grandes son los alborozos en Valencia la mayor, porque victoriosos fueron los del Cid Campeador.

Cogióse entonces la barba Ruy Díaz su señor:

« ¡Gracias al Rey de los cielos, mis hijas vengadas son! ¡Ahora sí que tendrán libres sus herencias de Carrión! Pese a quien pese, ya puedo casarlas a gran honor.» Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón, y celebraron su junta con Alfonso el de León.

Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol; si los de antes buenos fueron, éstos aún lo son mejor; con mayor honra las casa que otro tiempo las casó.

Ved cómo aumenta la honra del que en buena hora nació, al ser señoras sus hijas de Navarra y de Aragón.

Ahora los reyes de España todos sus parientes son, que a todos alcanza honra por el que en buena nació .

Dejó este siglo mío Cid, que fue en Valencia señor, día de Pentecostés; ¡de Cristo alcance el perdón!

¡Así hagamos nosotros, el justo y el pecador!

Estas fueron las hazañas de mío Cid Campeador; en llegando a este lugar se termina esta canción .

 

 

 

 

La jura de Santa Gadea

La afrenta del robledal de Corpes: pasaje del Poema en el que las hijas del Cid, bajo tos nombres falsos de Elvira y Sol, fueron azotadas y abandonadas por sus maridos, los infantes de Carrión

 

Estatua ecuestre del Cid en Burgos