TODO SOBRE RODRIGO DIAZ DE VIVAREL CID CAMPEADORLA CASTILLA DEL CIDEl Cid y su épocaJosé Luis Martín
RODRIGO Díaz, el hidalgo castellano nacido
en Vivar entre 1040-1050 y muerto en Valencia en 1099, prácticamente ha
desaparecido eclipsado por la luz que los textos literarios arrojan sobre
su criatura, El Cid Campeador, en el que se han simbolizado las grandezas
y las miserias de España, las heroicidades y los desastres de una
Castilla apenas entrevista, que pierde protagonismo en favor del
héroe cantado en poemas latinos, cantares de gesta, romances, obras
de teatro..., e innumerables estudios que van desde la visión
apologética de D. Ramón Menéndez Pidal hasta, por citar un solo ejemplo, el
reciente estudio de Richard Fletcher que, desde las primeras páginas,
anuncia su propósito de ser crítico, desde el respeto al maestro, con
la interpretación que Menéndez Pidal hace del Cid y de su época, crítica
que, espera, le permitirá devolver la figura del Cid a su contexto o,
dicho de otro modo, podar el árbol cidiano para que permita ver la
realidad de Rodrigo Díaz y de la tierra que lo vio nacer en un momento concreto
de la historia castellana, peninsular, cristiana e islámica, europea
y norteafricana, sin cuyo conocimiento no puede entenderse ni la historia
del Campeador ni la leyenda que desde poco después de su muerte rodea
a este personaje, ganador de batallas después de muerto, guardián de las
esencias de España, símbolo de la democracia castellana, ejemplo
de vasallo fiel. ..
Literatura y realidad histórica
Rodrigo, personaje atractivo para sus
contemporáneos, consigue en vida que se fijen en él y canten sus hazañas poetas
y cronistas, cristianos y musulmanes, amigos y enemigos, comenzando por
quien en el monasterio de Ripoll escribió poco después de 1082
el Carmen Campidoctoris para narrar en 32
estrofas los orígenes de Rodrigo, sus triunfos juveniles sobre un campeón
navarro, los servicios por él prestados a Sancho II y Alfonso VI hasta que
es condenado al exilio y el enfrentamiento del héroe con el conde de Barcelona
Ramón Berenguer II, entre cuyos enemigos habría que buscar al autor del Carmen,
según Menéndez Pida!.
Algo más tardía, pero redactada poco
después de la muerte de Rodrigo por un testigo de los hechos que narra, parece
ser la Historia Roderici, conocida igualmente
con el nombre de Gesta Roderici, título que
debe a la frase con la que el cronista inicia su trabajo: Hic incipiunt gesta Roderici Campi Docti. El relato, breve
para los primeros años, se extiende considerablemente en la narración de
los últimos años y culmina con la evacuación de Valencia en 1102. Para muchos
historiadores, las Gesta son la narración más fiable de cuantas se
refieren a Rodrigo Díaz y el autor demuestra conocer no sólo los hechos del
héroe sino también la historia de Castilla, del condado de Barcelona,
del reino de Aragón o de los reinos musulmanes de la época.
También los musulmanes se ocupan de la
figura del Cid y a él dedican algunos párrafos lbn Alqama, historiador valenciano muerto en 1116
cuyo texto sobre la ocupación de Valencia por Rodrigo (Clara exposición de la
desastrosa tragedia) ha llegado a nosotros gracias a la versión recogida
hacia 1300 en AI-Bayan al-Mugrib,
por lbn ’ldari, considerado
como un transmisor fiable de los textos que utilizaba según Richard
Fletcher, último historiador, por ahora, del Cid. Contrario igualmente al
héroe es lbn Bassam,
muerto hacia 1109, autor de la biografía de lbn Tahir, gobernante de Murcia refugiado en Valencia a partir
de 1078. Fuente indispensable para el conocimiento de las relaciones
entre cristianos y musulmanes y entre los musulmanes hispanos y los
almorávides son las Memorias de 'Abd Allah, último
rey zirí de Granada, destronado por los almorávides en 1090.
Al mismo tiempo que poetas y cronistas
ponen por escrito las hazañas de Rodrigo, los juglares las cantan por toda la
geografía peninsular y de manera especial en los alrededores del monasterio de
San Pedro de Cardeña, lugar de enterramiento del héroe. En Cardeña pudieron
surgir cantares como los que sirvieron de base al relato legendario incluido
por el monje autor de la Crónica Najerense, escrita hacia 1150;
posiblemente, en el monasterio castellano fue traducida la crónica valenciana
de lbn Alqama, y en Cardeña
tendrían su origen los relatos que conformaron la Estoria del Cid, hoy perdida, conservada parcialmente por los redactores de la Primera
Crónica General inspirada por Alfonso X.
Anterior a la Estoria es la obra cumbre de la literatura cidiana, el Poema de Mío Cid, escrito a
comienzos del siglo XIII, y considerado por algunos como una fuente
histórica fiable y para otros, como lan Michael,
manifiesta cierta vaguedad en algunos puntos y contiene material ficticio
y, por otro lado, incorpora muchos hechos históricos y algunas alusiones
a personajes verdaderos... prueba de que el poeta pudiera
haber emprendido algunas investigaciones son las Mocedades de Rodrigo
cuyo autor conoce una versión del héroe completamente desfigurada por el
paso del tiempo y el gusto de los públicos populares... que desfiguraban
el genuino carácter de los héroes épicos, ha tiempo cantados por juglares
precedentes, según Luis Guarner, cuya opinión coincide con la de Deyermond, editores ambos del texto de las Mocedades.
Por estos mismos años circulan numerosos romances sobre el Cid, basados en
el Poema, en la Estaría, en las Mocedades o inventados por los poetas
populares cuyas desenfrenadas fantasías acerca del Cid iban a
ejercer un influjo directo sobre los desarrollos posteriores, sobre las
Mocedades del Cid de Guillén de Castro, sobre Le Cid de Corneille, El honrador de su padre de Juan Bautista
Diamante, la Leyenda del Cid de José Zorrilla, Las Hijas del Cid de
Marquina, las Cosas del Cid de Rubén Darío . .. o la película El Cid
protagonizada por Charlton Hes-ton y Sofía Loren, a
las que habría que añadir las óperas Le Cid de Jules Massenet o de Peter Cornelius, la trilogía musical de Manrique de Lara sobre
Rodrigo y Jimena, El Cerco de Zamora, y Mío Cid...
Castilla y España, hechuras del Cid
Poco importaría la fiabilidad histórica de
los poemas, cantares y romances cidianos si no se hubiera convertido a
Rodrigo Díaz en héroe nacional castellano —español por extensión— por sus
admiradores y en el antihéroe por antonomasia, responsable de las
desgracias españolas que sólo tendrán solución cuando, en frase de Joaquín
Costa, se eche doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar,
a ganar después de muerto la batalla del conservadurismo más arcaizante.
Aunque la imagen del héroe cambia
considerablemente entre el Poema y las Mocedades, siempre representa y
es símbolo de Castilla porque Castilla ha cambiado también al correr
de esos dos siglos... y si el Cid es el paradigma de Castilla y ha de
seguir siendo el depositario de sus virtudes, también lo ha de seguir
siendo de los vicios y defectos que crecen en el alma de su pueblo, según
Luis Guarner, que sigue en este punto las ideas de D. Ramón
Menéndez Pidal para quien el Cid encarna las más altas cualidades
humanas... Permanece como héroe representativo... de España que,
rechazando entonces una arrolladora invasión musulmana. corrió
riesgo angustioso en un esfuerzo para afianzar el curso de la propia
vida del Occidente europeo. Héroe español en el sentido más pleno,
porque para sus empresas se asocian los castellanos.... los asturianos,
los gallegoportugueses, los catalanes de Ramón Berenguer el Grande, que
hace condesa de Barcelona a la hija del Campeador...
Frente a este castellanismo-españolismo de
Menéndez Pidal y de sus seguidores, Fletcher recuerda que la obra cumbre de
Menéndez Pidal, La España del Cid presenta a sus compatriotas la figura de
un héroe nacional que podían admirar y cuyas virtudes se debía
emular... Menéndez Pidal se mostró dispuesto a comparar al Cid con
otros personajes análogos extraídos de diversas épocas de la historia
de España, anteriores o posteriores al siglo XI, y frente a ese
contexto vertical pretende presentar a Rodrigo Díaz en un contexto
horizontal, formado por los hechos realizados por personajes del siglo XI: Para
encontrar al verdadero Cid hay que comenzar con un intento de reconstruir la
escena social y política de la España en la que nació, y para
contrarrestar el excesivo hispanismo habrá que referirse a la Europa
del siglo XI, llena de guerreros en busca de la aventura y liberar a
Rodrigo de los grilletes del culto al héroe patriótico y favorecer...
una apreciación más justa de su figura como hombre de su tiempo,
afirmación que compartirán cuantos piensen que el Cid es hijo de su tiempo
y no un modelo enviado por Dios a los castellanos y españoles para poner
de relieve las virtudes y defectos que en todo tiempo deben
adornarles si quieren ser fieles a sí mismos.
Consciente, con Fletcher, de que el árbol
nunca debe tapar el bosque, dedicaré la primera parte de este trabajo al
estudio del mundo europeo, norteafricano e hispano del siglo xi para incluir en
él a Rodrigo Díaz, despojado en la medida de lo posible de las virtudes y
defectos del Cid Campeador, al que se dedica la última parte del trabajo.
La Península, entre la Cristiandad y el
Islam
A partir del siglo XI los reinos y
condados cristianos salen del relativo aislamiento en que se hallaban y se
incorporan a las corrientes políticas, económicas, sociales y religiosas
europeas. Los musulmanes, a su vez, intensifican las relaciones con el
Norte de África, pero éstas cambian de signo: desaparece el protectorado omeya
en la orilla sur del Mediterráneo occidental y Al-Andalus se convierte en zona de expansión natural o en provincia de los imperios
surgidos en el mundo islámico norteafricano: almorávides en la segunda mitad
del siglo XI, almohades en el XII y benimerines a finales del XIII.
Mientras la vinculación a Europa se
realiza de forma pacífica y se extiende a todos los campos de la actividad
humana, la presencia norteafricana en la Península tiene siempre carácter
militar y se impone tras vencer la resistencia opuesta por los musulmanes a los
que sólo la religión y el idioma unen con los beréberes del norte de África
y de los que se diferencian por su distinto nivel económico y a los que
desprecian por su inferioridad cultural. La presencia europea es un
estímulo para el mundo cristiano; en cambio, las tropas norteafricanas,
cuando no frenan el desarrollo de Al-Andalus, se
limitan a unificar políticamente a los musulmanes, pero en ningún
momento logran atraerlos y finalmente son expulsados por los mismos
que habían solicitado su ayuda contra los cristianos.
La diferencia en la vinculación a Europa y
al norte de África pueden explicar por sí solas el triunfo de los
cristianos sobre los musulmanes peninsulares. Menos visible pero más
efectiva, la influencia europea permite a los cristianos, divididos
políticamente, resistir los ataques de los musulmanes incluso en los momentos
en que son unificados por los norteafricanos, y hace posible los avances
cristianos al disgregarse los imperios norteafricanos y fragmentarse
Al-Andalus en reinos de taifas similares a los
surgidos de la disgregación del califato durante el primer tercio del
siglo XI. En el lado musulmán, cada reyezuelo lucha por la supervivencia
o para ampliar sus dominios a costa de sus vecinos y correligionarios, y
por encima de estas guerras locales subsisten los enfrentamientos
entre árabes, eslavos y beréberes, iniciados en el siglo X.
Desde mediados de siglo, los reyes musulmanes
se mueven en un círculo vicioso: incapaces de unirse frente a los cristianos,
para evitar sus ataques necesitan pagar la protección y reúnen el dinero
necesario mediante una mayor presión fiscal que, con frecuencia, da
origen a motines y revueltas que sólo podrán ser dominadas con la ayuda de
tropas cristianas, es decir, con el pago de nuevas parias que provocan a
su vez nuevos levantamientos y que sirven a reyes y condes cristianos para organizar
sus dominios, pagar los servicios de los nobles y preparar campañas de
conquista como la realizada en 1085 por Alfonso VI de Castilla y León
contra Toledo.
La herencia de Sancho el Mayor de Navarra
Históricamente el siglo XI se
inicia para los musulmanes en el año 1031, con la desaparición del
califato, y en la zona cristiana sus comienzos se sitúan en 1035, año
de la muerte de Sancho III de Navarra, cuyos dominios se
dividen entre sus hijos Fernando de Castilla, Ramiro de
Aragón y Gonzalo de Sobrarbe-Ribagorza, teóricamente dependientes de
García de Navarra, aunque en la práctica actúan como reyes soberanos y no
tardan en enfrentarse al monarca navarro, en el caso aragonés para incorporar
al reino las tierras de Sobrarbe y Ribagorza, y en el castellano para
rectificar las fronteras y recuperar para Castilla las tierras de Alava, Vizcaya, Santander y Burgos incorporadas
por Sancho a Navarra.
Problemas fronterizos enfrentan también a
leoneses y castellanos y Castilla buscará en la guerra la recuperación de
las fronteras de la época condal: en Tamarán hallaría la muerte el leonés Vermudo III (1037)
y con su muerte se iniciaría el largo proceso de uniones y separaciones de
Castilla y León hasta la unión definitiva de 1230 en la persona de Fernando III.
El hijo de Sancho el Mayor actúa de forma semejante a la de su padre y al morir
divide sus dominios entre sus hijos: el primogénito, Sancho II, recibe
Castilla, Alfonso VI será rey de León y en Galicia reinará García,
mientras a las infantas Elvira y Urraca se les da el señorío sobre los
monasterios castellanoleoneses.
La entrega de Castilla al primogénito
indica una cierta preeminencia de éste sobre los hermanos, pero la hegemonía
castellana está contrarrestada por el título imperial que corresponde al
leonés Alfonso VI y que Fernando I refuerza entregándole el reino de Toledo,
pues el monarca no sólo dividió las tierras efectivamente ocupadas sino también
los reinos musulmanes sobre los que ejercía una cierta tutela y en los que
cobraba parias; éstas son distribuidas junto con los reinos, y de
alguna manera señalan las zonas de influencia y futura conquista de
Castilla, León y Galicia: Sancho recibe las parias de Zaragoza, García
las de Badajoz y Sevilla, y Alfonso las de Toledo, la antigua capital
visigoda símbolo de la unidad peninsular a la que alude el título
imperial concedido a los reyes leoneses desde la época de Alfonso III para
indicar que ellos eran los llamados a restaurar la unidad.
La concesión de Toledo al monarca leonés y
la vinculación de Badajoz y Sevilla a Galicia cortaban el paso castellano
hacia el sur; por el oeste, Sancho perdía por decisión
.paterna Tierra de Campos, incorporada a León, y la expansión hacia
el este, hacia el reino musulmán de Zaragoza, chocaba con los intereses de
Navarra, y Sancho no tardaría en atacar a los navarros (1067) y a los
leoneses de Alfonso VI un año más tarde. La batalla no fue decisiva y ambos
hermanos se unirían momentáneamente para destronar a García y,
poco después, reiniciar la guerra interna. Derrotado en Golpejera (1072), Alfonso buscó refugio en Toledo, de
donde regresaría meses después al ser asesinado Sancho cuando
intentaba ocupar Zamora, defendida por la infanta Urraca en nombre de
Alfonso. En su persona se reunirán de nuevo, tras siete años de
separación, los reinos de León, Castilla y Galicia, después de que el rey
jurara en Santa Gadea que no había tenido parte en el asesinato de su
hermano. A la guerra castellanoleonesa y a la intervención en ella del Cid
se refiere la Crónica Najerense, y los poetas inmortalizarían al héroe
castellano en el Cantar de Sancho II y en la Jura de Santa Gadea.
Unida a León o separada, Castilla mantiene
una fuerte rivalidad con aragoneses y catalanes; en estos casos no hay
problemas fronterizos, pero unos y otros aspiran a erigirse en protectores
únicos de los reyes musulmanes del valle del Ebro y de la costa levantina y se
disputan militarmente el cobro de las parias. Protegido por Castilla, el
reino zaragozano fue atacado por Ramiro I de Aragón que halló la muerte en
Graus (1063), y cuando la guerra entre castellanos y leoneses
impide prestar la ayuda requerida por Zaragoza, su rey busca
protección en el monarca de Navarra y en el conde de Urgel, que se
comprometieron a no apoyar a los francos que pretendieran atacar Zaragoza y a
mantener la paz y la seguridad de los caminos a cambio de las parias.
Castellanos y catalanes han obtenido los
primeros beneficios de la división musulmana apoyando, respectivamente, a
los beréberes y a los. esclavos a comienzos del siglo, y el botín logrado
por los catalanes permitirá a los condes de Barcelona asentar su poder y
llevar a cabo ataques contra los reinos musulmanes de Lérida, Zaragoza,
Tortosa, Valencia, Denia... hasta conseguir el cobro de parias,
en pugna con aragoneses y castellanos, entre los que figurará Rodrigo
Díaz, según narran la Historia Rodeciri o
el Carmen Campidoctoris y puntualiza el
Poema de Mío Cid.
La presencia europea y africana
Alfonso VI, rey de León y de Castilla
desde 1072, seguirá las directrices políticas de su padre frente a los
musulmanes, y las parias seguirán afluyendo al reino hasta que en
1085 Alfonso convirtió en realidad el viejo sueño de los monarcas
leoneses: la ocupación de Toledo, ciudad en la que sería restablecida
la sede primada como símbolo de la unidad eclesiástica de España,
mientras el título imperial utilizado por Alfonso reflejaba la
unidad política, que, por lo que se refería al mundo musulmán, se
traducía en el intento de brindar protección a todos y cada uno de los reyes a
cambio del pago de parias.
El cerco de Toledo por Alfonso VI provocó
una reacción entre sus antiguos protegidos, dispuestos a pagar pero no a
perder los reinos: las fronteras castellanas fueron atacadas simultáneamente
por tropas de Zaragoza, Badajoz y Sevilla y entre los atacantes
figuraban cristianos al servicio de los reyes islámicos que, en
ocasiones, prefieren confiar su defensa a particulares antes que depender de
los príncipes cristianos que se hacen pagar caros los servicios,
exigen el reconocimiento de su autoridad política y no dudan en retrasar
la ayuda militar debida ni en atacar al protegido para incrementar la
cuantía de los tributos aprovechando los momentos de dificultad. Tras
la caída de Toledo, Valencia se convierte en el centro estratégico de la
Península. Alfonso VI, tras la muerte del rey Abd al-Aziz,
aspiraba a imponer como rey al depuesto al-Qa-dir de Toledo contra los intereses de los
reyes musulmanes de Lérida y Zaragoza y de sus valedores cristianos.
La ocupación de Toledo y los éxitos militares
de Alfonso VI llevaron al monarca a incrementar la presión económica y política
sobre los reinos islámicos: el monarca cristiano llegó a nombrar
fiscalizadores de las finanzas musulmanas, y la construcción de la fortaleza
de Aledo, entre Lorca y Murcia, decidieron a
los reyes de Sevilla, Badajoz y Granada a solicitar la intervención
de los musulmanes del norte de África unificados por Yusuf ibn Tashufin, emir de
los almorávides. Yusuf y sus aliados derrotaron a
Alfonso en Zalaca o Sagrajas (1086), pero su victoria careció de efectividad por falta de acuerdo
entre los vencedores.
Las diferencias entre los almorávides y
los reyes de taifas desembocaron en un conflicto armado cuando los
alfaquíes y la población musulmana solicitaron la intervención de Yusuf contra sus soberanos acusándolos de no cumplir
los preceptos coránicos y de cobrar impuestos ilegales. En 1090, Abd Allah de Granada era depuesto y desterrado al norte de
África, donde escribía sus Memorias; un año más tarde Yusuf ocupaba Sevilla, y en 1084 se apoderaba de Badajoz a pesar de
los intentos de Alfonso VI para salvar ambos reinos. Sólo Valencia y
Zaragoza pudieron resistir durante algún tiempo a los almorávides: Valencia
sería ocupada en 1102, tres años después de la muerte del Cid, y ocho años
más tarde Zaragoza era incorporada al imperio norteafricano.
A la penetración africana desde el sur se
contrapone la entrada en los reinos cristianos de numerosos francos,
europeos, que se instalan en los monasterios y ciudades que jalonan el Camino
de Santiago (monjes, artesanos y mercaderes) o contribuyen a la
defensa del territorio y a la repoblación de las ciudades situadas en el
Valle del Duero.
Castellanos y leoneses
Monjes y caballeros adquieren
extraordinaria importancia en el reino y mientras entre los primeros se
reclutan los abades y obispos de los monasterios y sedes episcopales
(Jerónimo de Perigord, compañero del Cid fue nombrado
obispo de Valencia y, más tarde, de Salamanca y Zamora) personajes como
Raimundo de Borgoña o Enrique de Lorena se convierten en el brazo derecho del
monarca, que les dará a sus hijas Urraca y Teresa en matrimonio, y con
ellas los condados de Galicia y Portugal, respectivamente.
La voluntad política de los reyes no basta
para entender las divisiones, ni el respeto a las normas sucesorias
permite explicar por sí sólo la aceptación de Fernando I en León tras
la muerte de Vermudo III o la de Alfonso VI
en Castilla después del asesinato de Sancho II en el cerco de Zamora.
Junto al Rey, sin olvidar su importancia en la época medieval, figuran
los súbditos, el Reino, que también interviene en los procesos
políticos aceptando o rechazando las uniones y separaciones en función de
lo que une o separa a castellanos y leoneses.
La independencia del condado castellano en
el siglo X tiene unas raíces económicas, sociales y militares que conviene
tener en cuenta; Castilla, dividida en múltiples condados, debe su unidad
y su posterior independencia a su carácter de frontera oriental del reino
leonés cuya defensa exige la unificación de Castilla, la creación de un mando
único que permita hacer frente a los ataques musulmanes, iniciados desde
el valle del Ebro para evitar el poco poblado valle del Duero. La unión de
los diversos condados dará al nuevo conde, Fernán González, un poder que
le permite enfrentarse al rey de León y conseguir para Castilla una
situación de independencia, hacer hereditario el condado; esto no habría sido
posible si leoneses y castellanos no hubieran sido o no se hubieran
sentido diferentes.
Castilla fue repoblada por cántabros y
vascos occidentales poco civilizados, es decir poco romanizados y escasamente
influidos por la cultura visigoda, y estos castellanos desconocen la
jerarquización social acentuada que, procedente del mundo visigodo,
se observa en León. La libertad individual frente a la servidumbre
gótico-asturleonesa será una de las diferencias fundamentales entre
castellanos y leoneses, que se distinguen además por la lengua, por el
derecho y por no existir en la Castilla del siglo X, debido al
carácter fronterizo, una fuerte nobleza ni una jerarquía eclesiástica
importante capaces de concentrar la propiedad y someter a los
pequeños propietarios.
Con el paso del tiempo las diferencias se
atenúan: en el siglo XI la amenaza musulmana ha desaparecido prácticamente,
como lo prueban las tropas del conde Sancho Garcés llegando hasta Córdoba para apoyar a los beréberes; los propios condes se
han preocupado por crear monasterios e iglesias que al mismo tiempo
que civilizan-evangelizan a los castellanos se convierten en centros
económicos, en ceñiros de atracción de las propiedades de los pequeños campesinos
libres: privados de sus tierras no tardarán en perder la libertad, en depender
de un centro eclesiástico o de un noble. El proceso feudal también se da
en Castilla, aunque en fecha ligeramente posterior.
Pese a estos cambios, no todas las
diferencias han desaparecido en 1037 y Fernando I tendrá que combatir durante
diez años a la nobleza leonesa, que lucha por mantener el derecho feudal de
hacer hereditarios los cargos, de actuar con relativa independencia en
los territorios cuya custodia se les encomienda, de ocupar los
puestos de gobierno que le disputa la nobleza de Castilla que,
lógicamente, goza de la confianza del monarca. No es casual que Fernando
busque una salida a la situación lanzando a los nobles a campañas en el
exterior ni que las plazas elegidas (Viseu, Lamego) se hallen en la zona
natural de expansion leonesa: el botín y la
participación en las parias compensarán a los nobles y pondrán fin al
malestar nobiliario leonés.
Los considerables beneficios que reportan
las parias, tanto a los nobles castellanos como a los leoneses, hacen
aconsejable la unión y quizá se deba a este interés común la relativamente
fácil aceptación del leonés Alfonso VI por los nobles castellanos una vez
que salvaron su fidelidad a Sancho II con el juramento alfonsino de no
haber intervenido en la muerte de su hermano, juramento que según algunas
fuentes fue exigido personalmente por Rodrigo Díaz como alférez, armiger regís, de Sancho II. La pérdida
del favor real y el primer destierro del Cid han sido explicados
como una manifestación más de la rivalidad entre castellanos y
leoneses y no faltan quienes atribuyan la desgracia del héroe castellano a
la oposición de la vieja nobleza al ascenso social de nobles de segunda
fila, de los infanzones que adquieren fama y prestigio en la guerra contra
los reinos taifas. Puede haber parte de verdad en estas
interpretaciones, avaladas por la posterior división política
de castellanos y leoneses, pero también es posible explicar la caída en
desgracia de Rodrigo por motivos menos nacionalistas: el alférez
o jefe de la milicia real es siempre persona de confianza del monarca
y los aspirantes al cargo, los nobles leoneses que han estado junto a
Alfonso VI, convencerán al monarca de la conveniencia de alejar de la corte
a quien se ha distinguido en el servicio militar a Sancho; no se le
destierra por castellano sino por haber sido hombre de confianza del monarca
de
Rodrigo Díaz, de infanzón a señor de Valencia
Nacido probablemente en el año 1043 en el
pueblecito burgalés de Vivar, Rodrigo es nieto de Laín Nuñez e hijo de Diego Laínez, personajes bien conocidos en la corte
castellana donde confirman documentos de Fernando I; Diego interviene
en la guerra entre García de Navarra y Fernando de Castilla para recuperar
las zonas de Ubierna, Urbe! y La Piedra próximas a Vivar. También por su
madre pertenece Rodrigo a la nobleza castellana, aunque quizá sea una licencia
poética la expresión del Carmen Campi Doctoris cuando afirma de él que nació de familia tan
noble como no hay otra en Castilla; en cualquier caso, no parece
sostenible la opinión de quienes convierten a Rodrigo en un plebeyo con el
propósito de probar que en Castilla era posible ascender de la nada a la cima
de la nobleza o se empeñan eri contraponer al
infanzón con la gran nobleza leonesa representada por Asur González,
que en el Poema considera a Rodrigo poco más que un campesino enriquecido
y le pide:
Que se vaya al río Ubierna sus molinos
a tomar cuentas del trigo como
lo suele
Como otros muchos jóvenes de la nobleza, a
los catorce años Rodrigo pasa a la corte, al servicio de Sancho,
primogénito de Fernando I y heredero de Castilla y allí adquirirá los
conocimientos propios de los nobles de la época que incluían entrenamiento
militar y, no siempre, lectura y nociones de escritura. De hecho, se sabe
que Rodrigo sabía escribir, entendía de leyes y, según los cronistas
musulmanes, mientras comía se hacía leer narraciones guerreras, hazañas de
héroes cristianos y musulmanes, siguiendo quizá la vieja costumbre de los
godos de oír los cantos épicos de sus antepasados, según Jordanes y
San Isidoro.
Al servicio de Sancho II de Castilla
Con apenas veinte años, Rodrigo interviene
en la primera batalla que, curiosamente, enfrenta a dos reyes cristianos por la
defensa de un musulmán, por el control de las parias de Zaragoza. Ramiro I
de Aragón ataca, en 1063, a al-Muqtadir de Zaragoza y
se apodera de Graus, lugar en el que zaragozanos y castellanos, Rodrigo
entre ellos, derrotan y dan muerte al monarca aragonés, hermano de
FernandoI. Rodrigo parece haber intervenido a las órdenes directas de
Sancho, que pagará sus servicios nombrándole alférez real cuando sea
nombrado rey de Castilla a la muerte de Fernando, en 1065.
Como alférez o, al menos, como personaje
importante de la corte castellana, interviene en los conflictos fronterizos y
por el control de las parias zaragozanas que b desembocan en la llamada
guerra de los tres Sanchos (de Castilla, Sancho IV de Navarra y
Sancho Ramírez de Aragón). Quizá se correspondan a este período de su
vida los combates con el caballero navarro Jimeno Garcés y con un musulmán
de Medinaceli a los que se refieren el Carmen y la Historia Roderici.
La victoria sobre el navarro es el comienzo de la fama y del sobrenombre
de “campeador” o Campi Doctor según declara el Carmen y traduce Menéndez Pidal: Entonces fue
Rodrigo, por boca de los hombres principales, llamado Campidoctor; y ya
anunciaba allí las hazañas
que después
había
de llevar a cabo:
cómo
vencería
las lides de los condes, cómo
hollaría
con su pie el poder de los reyes y lo domeñaría con la espada.
Afianzada la frontera oriental y el
control del reino de Zaragoza, Sancho inicia la revisión del testamento de
Fernando I que había lesionado los derechos del primogénito al hacer
al segundo rey de León y entregar Galicia a otro de los hermanos; en
1068 tiene lugar la batalla de Llantada, que precede
a un acuerdo entre Alfondo y Sancho para desposeer a
García de su reino en 1071; un año más tarde resurgían las diferencias entre
leoneses y castellanos y Alfonso, derrotado en Golpejera,
se veía obligado a buscar refugio en el reino musulmán de Toledo,
dependiente de León según el testamento de Fernando I.
La política unificadora de Sancho II encontró
fuertes resistencias en el interior del reino donde las infantas Urraca y
Elvira mantienen estrechos contactos con Alfonso VI, quien, desde Toledo y
con apoyo de los musulmanes, prepara su regreso; combatiendo a Zamora,
defendida por Urraca, murió Sancho en 1072 en una emboscada que fuentes
posteriores atribuirán a Bellido Dolfos.
Caída en desgracia y primer exilio
Aunque sólo fuentes literarias posteriores
hablan del juramento exigido a Alfonso en Santa Gadea para demostrar que
no había tenido parte en la muerte de su hermano, parece
lógico que los castellanos exigieran alguna garantía antes de
aceptar al nuevo monarca de León y Castilla, Alfonso VI. Interviniera
o no en la exigencia del juramento, Rodrigo siguió en la corte real y
firmó como testigo en algunas donaciones del monarca,
pero lógicamente su situación no fue la misma que en época de Sancho
debido a que al lado de Alfonso figuran en los primeros lugares quienes lo han
acompañado en el destierro toledano o los que se han criado con él, personas de
su confianza.
Alfonso confía en su vasallo y reconoce
sus conocimientos jurídicos cuando le encomienda en 1073 la solución de un
pleito entre el monasterio de Cardeña y los habitantes del valle de
Orbaneja, pleito que termina satisfactoriamente para el monasterio, defendido
por Rodrigo. Un año más tarde, Alfonso da una prueba de confianza en el
antiguo alférez al autorizar el matrimonio de su vasallo con Jimena, hija
del conde de Oviedo, si hemos de creer a la Historia Roderici. En 1075 encontramos de nuevo a Rodrigo como
juez en un pleito entre la iglesia de Oviedo y el conde Vela Ovéquiz, y junto a él actúan como jueces nada menos
que el obispo de Palencia, el señor de Coimbra Sisnando Davídiz y el gramático Tuxmarus, cuya presencia junto a Rodrigo es prueba de
la fama que éste tenía en cuanto conocedor del Derecho.
Acompañando a la corte, desplazada a Oviedo, Rodrigo asiste a la apertura del cofre
conservado en la catedral cuyo contenido nadie conoce aunque se sabe que en él
se guardan reliquias de santos; abierta el arca el 13 de marzo, se
encontraron en ella, según los contemporáneos, trozos de la Cruz en la
que murió Cristo y fragmentos del pan de la Ultima Cena, frascos con
sangre de Jesús y con gotas de leche de la Virgen María, reliquias
de San Juan Bautista, de los apóstoles y de más de sesenta santos.
Sin duda, Rodrigo participó en las
campañas realizadas en 1076 contra Navarra en las que Alfonso VI recuperó La
Rioja y parte de las tierras de Alava, Guipúzcoa
y Vizcaya; y sabemos que formó parte de la nobleza que asistió en
Burgos al concilio por el que la iglesia castellana aceptaba, en 1080, como
prueba de la sumisión a Roma, la liturgia romana en lugar de la mozárabe
hasta entonces vigente en Castilla y León, a pesar de la presión ejercida
por el papa Gregario VII desde su elección en 1073. En este concilio se
confirma la hegemonía de los clérigos cluniacenses en el reino: el monje
Bernardo sería nombrado abad de Sahagun, y al ser
conquistado Toledo Bernardo sería su primer arzobispo y primado de España,
título con el que se reafirmaba la unidad de los reinos hispánicos bajo la
dirección del rey castellanoleonés, en cuyos dominios se hallaba la sede
primada.
Una prueba más de la confianza de Alfonso
VI en Rodrigo Díaz es su envío a Sevilla a recaudar las parias debidas por al-Mutamid, probablemente en 1079. Quien recibe las
parias ha de proteger el reino y Rodrigo no dudará en hacer frente a las tropas
de Abd Allah de Granada cuando éstas, con el
apoyo de los castellanos comisionados para recibir sus parias, atacan
tierras sevillanas. En la batalla fueron hechos prisioneros y privados de
sus armas y caballos el conde García Ordóñez y sus hombres, bien situados
en la corte donde exigirán castigo para el noble burgalés:
García Ordóñez ha sucedido a Rodrigo como alférez del monarca,
más tarde ha sido nombrado conde de Nájera y, al parecer,
existía una fuerte rivalidad entre ambos que se acentuará tras la
derrota de García en Cabra; el conde conseguirá que Alfonso VI des-tierre a Rodrigo en 1081 suando atacó
a los musulmanes de Toledo, a pesar de la protección que les dispensaba el
monarca castellanoleonés. Con el destierro se inicia el Poema, al menos en
la versión llegada hasta nosotros:
De los sos ojos
tan fuertemente
llorando, tornava la cabeza e estávalos
Mecíó Mío Cid los ombros e engrameó la tiesta: «¡Albricia, Albar Fáñez,
ca echados somos de tierra»...
Exiliado de Castilla. Rodrigo se ve
obligado a ganar su vida y la de los hombres que dependen de él
mediante el alquiler de sus armas a cualquiera que esté dispuesto a aceptarlo,
sea cristiano o musulmán, pues entre unos y otros apenas hay diferencias, según
ha podido comprobar el propio Rodrigo que ha intervenido al lado de los reyes
de Castilla en la batalla que costó la vida a Sancho Ramírez de Aragón, en
los encuentros entre Sancho II y su hermano Alfonso VI o en
las guerras entre granadinos y sevillanos, y ha sido desterrado de
Castilla por combatir a los musulmanes de Toledo.
Rodrigo al servicio de los musulmanes
Rodrigo es un hombre de su época y si en
algo se diferencia de sus contemporáneos lo debe a su habilidad como jefe
militar. Por ello, cuando Alfonso VI lo destierra, el
castellano ofrece sus servicios al conde de Barcelona y, al no ser
aceptados, al rey musulmán de Zaragoza, quien acepta el ofrecimiento con la
esperanza de librarse de la tutela molesta y onerosa de los reyes de Castilla.
Navarra-Aragón y de los condes de Urgel y de Barcelona. En todo caso,
siempre sería preferible para el zaragozano tener dentro de su reino alguien
capaz de defenderlo que depender de príncipes cristianos que se hacen
pagar caros sus servicios, que exigen el reconocimiento de su autoridad y no
dudan en retrasar la ayuda militar debida ni en atacar a su protegido para
incrementar la cuantía de los tributos aprovechando los momentos de dificultad:
un mercenario es un mal menor y como tal será aceptado por al-Muqtadir de Zaragoza poco antes de su muerte en
octubre de 1081.
Tras la división de los dominios de al-Muqtadir entre sus hijos, Rodrigo continúa al servicio de al-Mutamín de Zaragoza y se enfrenta militarmente a su hermano
al-Hachib, rey de Lérida, Tortosa y Denia. y a sus
auxiliares-protectores cristianos: el conde de Barcelona y el rey de
Aragón-Navarra que fueron vencidos en la batalla de Almenar y el conde hecho
prisionero junto con sus caballeros, liberados por el rey musulmán tras
fijar el rescate, del que una parte considerable sería para Rodrigo Díaz
al que veremos en 1084 combatiendo con éxito a las tropas aragonesas
y haciendo prisioneros a sus dirigentes. Con estos antecedentes nada tiene
de extraño que al morir al-Mutamín, su hijo y
sucesor al-Mustain mantuviera en su servicio al
noble castellano hasta que éste se reconcilió con Alfonso VI en 1085.
El eje Toledo-Valencia
El destierro de Rodrigo tuvo su origen
mediato en el ataque a los súbditos del rey al-Qadir de Toledo, personaje que también
juega un papel importante, aunque indirecto, en la reconciliación de Rodrigo
con su señor Alfonso VI. La presión fiscal de al-Qadir para atender las
exigencias del rey castellano y el mal gobierno dieron lugar a diversas
sublevaciones que sólo pudieron ser sofocadas estableciendo tropas castellanas
en Toledo de manera permanente. El siguiente paso será la ocupación
del reino de al-Qadir tras llegar a un acuerdo para ayudarle a ocupar el
reino de Valencia.
El cerco de Toledo por Alfonso VI provocó
una acción simultánea de los reyes de Zaragoza, Badajoz y. Sevilla que
intentaron distraer las fuerzas sitiadoras mediante ataques a
las fronteras de Castilla y obligaron a Alfonso VI a intervenir
militarmente contra Zaragoza; al parecer, Rodrigo no combatió en esta
ocasión contra su rey, lo cual no fue obstáculo para que el rey musulmán le
renovara su confianza.
La muerte de Abd al-Aziz,
rey de Valencia, convirtió a este reino en el centro estratégico de la
Península. Alfonso VI aspiraba a imponer como rey al depuesto al-Qadir de
Toledo contra los intereses de los reyes musulmanes de Lérida
y Zaragoza apoyados, respectivamente, por el conde de Barcelona y por
Rodrigo, y en desacuerdo entre ellos. La necesidad de hacer frente al conde
barcelonés provoca una alianza indirecta entre Zaragoza y Castilla y una
aproximación entre Alfonso VI y Rodrigo, que será admitido en el reino cuando
la victoria almorávide de Sagrajas (1086)
obligue a unir las fuerzas del reino. Rodrigo. ahora en nombre de Alfonso VI,
se traslada a Valencia para defender al rey vasallo de Castilla en cuya
defensa se enfrenta a su antiguo señor el zaragozano al-Mustain, aliado
ahora del conde de Barcelona. Es probable que la defensa de Valencia
absorbiera a Rodrigo y le llevara a dejar en segundo plano sus deberes
para con el rey de Castilla o, al menos, así se interpretó el retraso
de Rodrigo en acudir en defensa del monarca cuando éste fue atacado
por los almorávides.
Rodrigo fue nuevamente desterrado y como
en el primer exilio puso su destreza militar al servicio de los
musulmanes, en esta ocasión al servicio de al-Qadir de Valencia cuyo reino defenderá
contra cristianos, musulmanes peninsulares y almorávides norteafricanos
cuyos partidarios en el interior del reino dieron muerte, en 1092, a
al-Qadir. Desde este momento, Rodrigo ocupó militarmente la ciudad y
actuó en ella con plenos poderes hasta su muerte en 1099, después de
haber logrado establecer una alianza con el conde de Barcelona y con el
rey castellano para hacer frente al peligro almorávide. Alfonso VI intentó
mantenerse en Valencia tras la muerte de Rodrigo, pero tuvo que abandonar la
ciudad, después de incendiarla, en 1102.
El contraste entre los éxitos militares
del Cid y los fracasos de Alfonso VI ante los almorávides llamó la atención de
los contemporáneos, especialmente de los castellanos,
que años después, al dividirse una vez más los reinos de León y Castilla,
harán del enfrentamiento entre Rodrigo Díaz y el conde García Ordóñez de
Nájera el símbolo de la oposición entre la pequeña y la gran nobleza y
verán en la enemistad de Pedro Ansúrez una prueba de la rivalidad o de las
diferencias entre castellanos y leoneses. Los años de anarquía que siguieron a
la muerte de Alfonso serían propicios para difundir, recreándolas, las
hazañas de Rodrigo, que han llegado hasta nosotros a través de los
textos literarios. Cincuenta años más tarde, cuando Castilla y León
se hallen separados y en guerra, surgirá la leyenda de los Jueces
de Castilla, que enlaza, curiosamente, con la narración cidiana al
hacer a uno de los jueces, Laín Calvo, antecesor de Rodrigo Díaz, héroe
mitificado por los contemporáneos cuya imagen legendaria ha borrado la
histórica, la de un caballero de fines del siglo XI que vive del ejercicio
de las armas, al servicio de cristianos o de musulmanes, al igual que
otros muchos caballeros de su época, que han tenido la fortuna o la
desgracia de no haber contado con un biógrafo ni con exégetas que lo convirtieron
en símbolo de Castilla, para lo bueno y para lo malo.
A medida que los textos literarios y
cronísticos se alejan en el tiempo se difumina más la imagen de Rodrigo, que
junto con Castilla pierde parte de su realidad para entrar en el mundo de
las leyendas bien o mal intencionadas, según tendremos ocasión de ver con
el análisis del Poema, de la Crónica General, de las Mocedades y de
los romances cidianos.
El Poema de Mío Cid
La narración, seguimos a Menéndez Pidal,
se organiza en tres momentos de la historia de Rodrigo: el destierro en
primer término, desde la salida de Vivar hasta la ocupación
de Valencia; las bodas de las hijas de Rodrigo con los infantes de
Carrión, miembros de la alta nobleza leonesa, y, en tercer lugar,
la afrenta de Carpes en la que se narra el mal trato dado por los infantes
a doña Elvira y doña Sol y la venganza tomada por Rodrigo, que
ve orgulloso como las abandonadas por los infantes son pedidas en
matrimonio por los herederos de Navarra y de Aragón por lo que puede el
poeta decir que
oy los rreyes d’ España sus parintes son, a todos alcanza ondia por el que en buen
Lógicamente, la historia de un guerrero se
detiene en narrar los hechos de armas del Campeador, pero la guerra y las
hazañas guerreras no son tema principal en el Cantar, según Menéndez
Pidal, para quien la idea directriz del poema es el matrimonio ultrajado, que
adquiere interés épico como expresión de la enemistad de los Vani-Gómez y de García Ordóñez contra el Campeador... El
Cid pertenecía a la clase inferior de la nobleza, la de los infanzones...
mientras los Vani-Gómez pertenecían a la jerarquía
superior de los ricos-hombres, los cuales tenían muchos caballeros
por vasallos, seguían habitualmente la corte del rey. Esta
interpretación social está reforzada, siempre según Menéndez Pidal, por el Carmen Campidoctoris cuya narración se
centra en el combate contra el conde Garci Ordóñez y contra Berenguer
Ramón II de Barcelona.
Rodrigo se convierte así en algo más que
paladín de la pequeña nobleza y pasa a ser un símbolo del espíritu
democrático de Castilla, frente a los nobles y, como veremos, también frente a
los leoneses. Los ricos hombres que tienen los altos cargos de la corte
aparecen decaídos de su antiguo valor y actúan sólo como envidiosos del
gran vasallo de Vivar... que, en todo momento, actúa con respeto al monarca y
se ve correspondido por éste que si destierra al héroe es por culpa
de los palaciegos cizañeros y recuerda a García Ordóñez que el Cid en
todas guisas me sirve mejor que vós, expresión
inequívoca del sentimiento de la realeza medieval que se entiende mejor con los
elementos más populares para combatir las excesivas pretensiones
de la alta nobleza.
Rodrigo es para los poetas y cronistas el
mejor ejemplo de cómo en Castilla es posible ascender socialmente gracias no a
las riquezas sino al valor personal, aunque enfrente estén los miembros de
la rancia nobleza leonesa. El escaso valor de ésta, fuera de la Corte, tiene
su mejor manifestación en la cobardía de los infantes, capaces de
maltratar a las hijas del Cid y de asustarse ante un león domesticado, a
la hora de enfrentarse a los almorávides o de entrar en batalla campal. De
esta superioridad de la democrática Castilla frente al León feudal se hace
eco la Crónica Najerense al narrar los prolegómenos de la batalla de Golpejera: Sancho de Castilla reúne la víspera a sus
nobles y los prepara para el combate recordándoles que si los
leoneses son más numerosos, los castellanos son mejores y más fuertes, su lanza
es comparable a la de mil leoneses y la de Rodrigo a cien. Ejemplo de
mesura, el Campeador afirma que con un solo caballero con la ayuda de
Dios combatirá y hará fo que Dios disponga, palabras que no impedirán que en el
combate se enfrente él solo a catorce leoneses que habían capturado a Sancho de
Castilla, libere a Sancho y, con su ayuda, destruya a los leoneses, uno
solo de los cuales logró escapar gravemente herido.
El Cid de la Crónica General
Las fuentes de la Crónica insisten en el
enfrentamiento entre el infanzón y la gran nobleza desde el momento en que se
encuentra en tierras musulmanas cobrando Rodrigo las parias sevillanas y los
ricos omnes las de Granada; el episodio no hace sino agravar la envidia que los
nobles tienen al infanzón de Vivar, ascendido de la nada a la privanza de
los reyes: nacido hacia 1043, con apenas veinte años, Rodrigo es hombre de
confianza de Fernando I, quien en el lecho de muerte mandó llamar a Roy
Díaz el Cid... et comendól sus fijos et sus fijas que
los conseiasse bien et toviesse con ellos do mester les fuesse... Mandó el rey a
todos sus fijos que se guiassen por el conseio del Cid Roy Oíaz ...
El Cid aparece así, desde los primeros
momentos, llamado a los más altos destinos: antes que hombre de guerra es
consejero de paz y de convivencia aunque las circunstancias le obliguen a
darse a conocer como el mejor campeador de su época: cuando Sancho decide
atacar a sus hermanos García y Alfonso, pide antes el consejo del Cid, que
recomienda se respete el testamento del rey Fernando; su consejo no será
seguido y, como buen vasallo, el Cid combatirá al lado de su rey: la lealtad,
virtud castellana y noble por excelencia es otra de las características
del héroe, y por ser leal arrostrará los mayores peligros como
un primer destierro, no citado en el poema, al que es condenado por
Sancho II cuando Rodrigo no logra que Urraca le entregue la ciudad
de Zamora. Sancho le acusa: vos conseiastes a mi hermana que fisiesse esto porque
tuestes aquí criado con ella... Et mandovos que daquí a nueve días que me salgades de toda
mi tierra... . orden que será cumplida así como la contraria cuando
Sancho envía un mensajero para que regrese.
La lealtad hacia Sancho llevará a Rodrigo
a hacerse portavoz del malestar de los castellanos por la muerte de su
monarca: el acuerdo es no tomar como señor a Alfonso mientras no jure
que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, pero nadie se atreve a
exigirle el juramento salvo el Cid, que se niega a besarle la mano hasta
que jure que non avíe él ninguna culpa en la muerte del rey don Sancho.
Leal hacia el monarca hasta el punto de desafiar al sucesor, Rodrigo es al mismo
tiempo modelo de democracia, si puede utilizarse el término para la
época medieval: cuando Sancho lo destierra, llama a sus vasallos y amigos
y ovo su conseio de yrse pora Toledo a moros do era el rey don Alffonso, y cuando Sancho le pide que regrese Rodrigo
contesta que se fablaríe con sus vassallos et como
la conseiassen, que assí faríe. También son consultados los vasallos en
el destierro ordenado por Alfonso VI.
La religión poco tiene que ver en las
relaciones con los musulmanes dictadas más por razones económicas que
religiosas, pero Rodrigo será presentado como el campeón de la cristiandad
no ya castellana sino peninsular contra los almorávides norteafricanos y
en los últimos años de su vida se sucederán las actitudes religiosas, las
visiones y sueños... que, con el tiempo, darán a Rodrigo fama de santo.
La adquisición de riquezas es el móvil de
cuantos acompañan al Cid en la conquista de Valencia, y el botín fue tan
considerable que Rodrigo se vio obligado a prohibir que nadie abandonara la ciudad,
pues temía que con el grant algo que avíen
ganado que algunos y avríe que se querríen ir y
pondrían en peligro los nuevos planes de Rodrigo, que no son sino crear un
reino para él y los suyos: yo so omne que
nunca ove regnando. nin omne de mi limage non
lo ovo; et del día que vin a esta villa, pagueme della mucho... et rogué
a... Dios que me la diesse ... e si yo derecho fiziere en ella... desármela á
Dios... . convertida naturalmente en ciudad cristiana objetivo que se
busca al ordenar que los musulmanes salgan de la ciudad, et assy como los moros yvan saliendo, assy yvan entrando los cristianos, o al crear una sede episcopal, dirigida por el franco
Jerónimo de Péri-gord, convertir las mezquitas en
iglesias...
Las Mocedades
Su religiosidad lleva a Rodrigo a
convertir al cristianismo a un alfaquí, experto en religión y derecho
islámico, que adopta el nombre de Gil y el apellido Díaz como hermano de
religión de Rodrigo; su muerte le es anunciada en sueños por san Pedro,
que dulcifica el anuncio comunicándole que sus tropas vencerán a los
almorávides después de su muerte, con ayuda del apóstol Santiago que apareció
llevando en la mano una seña blanca et en la otra una espada que semejaba
fuego e hizo ganar al Cid batallas después de muerto. Enterrado en Cardeña,
su cuerpo se conserva como si estuviese vivo, hasta el punto de que al
cabo de siete años, viéndolo, un judío decide mesar la barba que nadie en
vida se había atrevido a tocar y ve horrorizado cómo la mano del
cadáver se dirige a la espada y comienza a extraerla de la vaina. El judío
acabará convirtiéndose y ocupándose junto con Gil Díaz de honrar los cadáveres
de Rodrigo y de su mujer Jimena, venerados en el monasterio de Cardeña.
Lentamente, Rodrigo ha pasado de auxiliar o protector de los musulmanes a
campeón del cristianismo y santomilagrero que en vida
convierte a un alfaquí y después de muerto a un judío .
El castellanismo del héroe se acentúa en
las Mocedades que inician su relato con la muerte del rey Pelayo, cuando
Alfonso I era rey de León e los castellanos bevían en premia e avían guerra con Navarra e con Aragón e con los moros de
Sant Estevan de Gormaz e de león e de
Sepúlveda... y acordaron ser regidos por dos alcaldes de uno de los
cuales, Nuño Rasura, descienden los condes y reyes de Castilla, y del
otro, Laín Calvo, es descendiente el Cid. Tras este prólogo se inicia
el Cantar Primero en el que se narra la independencia y engrandecimiento
de Castilla, que pasa de condado dependiente de León a reino bajo Fernando
I, en cuya época se inicia el Cantar Segundo dedicado a las hazañas
de Rodrigo, de un Rodrigo que a los doce años mata en lid al conde de
Gormaz y se muestra soberbio hasta grados inconcebibles: el
rey dispone su matrimonio con la hija del conde y Rodrigo, que poco
antes ha declarado sentirse deshonrado porque su padre ha besado la mano
del rey, declara:
Señor, vos me despossastes mas a mi
mas prometolo a Christus que vos non besse la mano, nin me vea con ella en yermo nin en poblado, fasta que venza cinco lides en buena
lid
Tras la primera victoria contra cinco mil
moros a caballo, el rey pretende liberar a Rodrigo de su promesa en tal que me
des el quinto de quanto aquí has ganado, petición que
obtiene insolente respuesta:
... Solamente non sea pensado, que yo lo
daré a los mezquinos que assaz
Al castellanismo del primer cantar se
contrapone el hispanismo del tercero y último de los conservados: Rodrigo
combatirá por España, por sus cinco reinos, cuando a la corte de Castilla
llegan cartas del rey de Francia, del emperador alemán, del patriarca y
del papa de Roma exigiendo tributo a los reinos cristianos: quince
doncellas vírgenes cada año, diez caballos, treinta marcos de plata,
azores mudados, tres halcones... La respuesta a la insultante petición será
dejada por el rey de Castilla, que actúa en nombre de todos, en manos
de Rodrigo:
Que los cinco reys d' España quiero que
Los cinco reyes, encabezados por Rodrigo
cruzan la frontera y se enfrentan a la coalición formada por Francia,
Lombardía, Pavía, Alemania, Apulia y Calabria, Sicilia, Roma, Armenia y Persia,
Flandes y La Rochela y toda la tierra de ultramar. El héroe ensalza su
grandeza al recordar en varias ocasiones que él no es caballero sino
escudero:
Mas so un escudero, no cavallero armado,
Hijo de un mercadera, nieto de un
cibdadano
A pesar de lo cual está al frente de los
ejércitos hispanos, hace prisionero al conde de Saboya, llega a París donde
desafía a los doce pares de Francia y donde el Papa llega a ofrecerle
ser emperador de España...
El Romancero
Partiendo de los textos cidianos más o
menos fieles a la realidad histórica, los romances de los siglos XIV y XV magnifican y
deforman aún más la figura del Cid y lo convierten en un personaje
del siglo XVI celoso de su honra: según las Mocedades el combate entre
Rodrigo y el conde de Gormaz tiene como origen que el conde a Diego Laynez
fizo daño. Ferióte los pastores et robóle el ganado,
y el Romancero habla de afrenta personal, de insultos y de barbas mesadas. El
orgullo de Rodrigo llega aquí a límites inauditos para un personaje del siglo
XI, que para muchos son, sin embargo, típicos de los castellanos. Tras
la muerte del conde Lozano, su hija Jimena pide al rey que le dé a
Rodrigo en matrimonio y cuando éste llega con los suyos ante el rey, todos
menos él se apean del caballo.
Entonces habló su padre...
Apeaos vos, mi hijo, besaréis al rey la mano, porque él es vuestro señor, vos, hijo, sois su vasallo,
a lo que responde Rodrigo:
Si otro me dijera eso ya me lo hubiera pagado, mas por mandarlo vos, padre, lo
haré, aunque no de buen grado...,
para más adelante agregar:
Por besar mano de rey no me tengo por honrado; porque la besó mí padre me tengo por afrentado.
Más visible aún es el orgullo del Cid cuando es desterrado por Alfonso VI. El destierro es consecuencia directa de la Jura de Santa Gadea exigida por Rodrigo en nombre de los castellanos. A continuación, Alfonso y Rodrigo mantienen un violento diálogo:
Mucho me aprietas, Rodrigo, Cid, muy mal me has jurado, mas sí hoy me tomas la jura, después besarás mi mano. —Aqueso será buen rey, como fuer galardonado, porque allá en cualquiera tierra dan
sueldo a los hijosdalgo.
—Vete de mis tierras, Cid,
-Que me place —dijo el Cid-, que me place de buen grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno, yo me destierro
por cuatro.
La expedición hispánica contra el rey de
Francia, el emperador de Alemania, el Papa... del Cantar Tercero de las
Mocedades también será glosada por los romances cuando hablan del
concilio celebrado en Roma al que acude el rey Fernando acompañado por el
Cid: el primero besa la mano del pontífice,
no lo quiso hacer el Cid, que no lo había
acostumbrado,
y cuando observa en la iglesia de San
Pedro las siete sillas de los siete reyes cristianos y ve que la del rey
de Francia está en lugar más noble que la del castellano,
Vase a la del rey de Francia, con el pie la ha derribado; la silla de oro y marfil hecho la ha cuatro pedazos; tomara la de su rey y subiólla
en lo mas alto...
Al duque de Saboya, que recrimina su
acción, lo desafía y le da un bofetón que lleva al Papa a excomulgar al
castellano, que en ningún momento se arrepiente de su acción:
ante el Papa se ha postrado: -Si no me absolvéis, el Papa, seríaos mal contado que de vuestras ricas ropas cubriré yo mi caballo.
Romances y relato de las Mocedades han
sido vistos como manifestación de la protesta nacional hispánica a la
incorporación de la iglesia española a la de Roma. Elegido papa en
1073, Gregorio VII se apresuró a recordar a los hispanos que la Península
formaba parte de la donación hecha por Constantino al Pontífice e intentó
que Castilla-León, y Navarra siguieran los pasos del rey aragonés y
adoptaran el rito romano. La medida encontró una fuerte resistencia en el
clero local, que logró enfrentar al cardenal Ricardo, legado pontificio, y
al monje Roberto, enviado por el abad de Cluny y designado por Alfonso VI
para dirigir el monasterio de Sahagún, uno de los más importantes del
reino debido a su situación en el Camino de Santiago.
El nombramiento indispuso al nuevo abad
con sus monjes, que abandonaron el monasterio y crearon un estado de opinión
contrario a Roberto y al rito romano por él defendido. Ante las
dificultades que presentaba su misión y más deseoso de congraciarse con el
rey y con los eclesiásticos castellanos que con el abad de Cluny y
con el Pontífice, Roberto se convirtió en propagandista del rito mozarábe que sólo pudo ser suprimido cuando
Alfonso VI, amenazado con la excomunión. Se vio obligado a reunir en
Burgos un concilio (1080) que, bajo la presidencia del cardenal
Ricardo, acordó la adopción de la liturgia romana y puso al frente
del monasterio de Sahagún al cluniacense Bernardo que sería, en 1086,
el primer arzobispo de la restaurada sede toledana. Sin duda, a estos
hechos aluden las Mocedades y los romances para los que, según Menéndez
Pidal, Rodrigo Díaz es el que aconseja la desobediencia al Papa, el que hace
responder que la Reconquista es obra de los españoles y no de los extranjeros;
es, en fin. el que dirige la resistencia y el ataque a Francia... Las
crónicas oficiales de aquel tiempo no dicen ni una palabra... de las
aspiraciones pontificias; sólo los juglares se preocupaban de
las cuestiones políticas de entonces...
El campeón de la protesta nacional hispana
contra Roma y Europa es, sin embargo, un fiel protector de los cluniacenses
europeos, agentes de la centralización eclesiástica emprendida por
Gregario VII. Como señor de Valencia, no mantiene al obispo mozárabe que ha
permanecido entre los musulmanes y pide al arzobispo toledano que nombre
obispo de Valencia a uno de los suyos, nombramiento que recaerá en
Jerónimo, entendido en letras y esforzado combatiente que, según el Poema,
se puso al servicio del Cid
por sabor que avía de algún moro matar.
El documento de dotación de la iglesia
catedral de Valencia, de 1098, presenta un nuevo aspecto de la personalidad del
Cid: quien para muchos es modelo de convivencia, se presenta en los
últimos años de su vida como ejemplo de intransigencia ante la iudea perfidia y ante el crudeli filiorum Agar gladio que durante casi cuatrocientos
años sometió a España, hasta que Dios en su misericordia ensalzó al invictísimo príncipe Rodrigo el Campeador como vengador de
sus siervos y propagador de la religión cristiana; obra suya fue, según el
documento citado, la recuperación de Valencia, el rechazo de los
musulmanes bárbaros, la conversión de la mezquita en iglesia cristiana, el
nombramiento del obispo Jerónimo y la dotación de su iglesia. Tres
años después, Jimena confirmaría y ampliaría la donación hecha por su
marido, y en 1102 veremos a Jerónimo, como obispo de Zamora y de
Salamanca, recibir una nueva donación de Raimundo de Borgoña y de su
esposa Urraca, hija de Alfonso VI.
Conclusión
Las dificultades para utilizar como
fuentes históricas los romances son considerables: al gran número de
romances sobre el Cid (más
Helo, helo por do viene el moro por la calzada! caballero a la jineta encima una yegua baya.
cuyo punto de partida es el enfrentamiento
por Valencia del Cid y el rey Bucar narrado en
el Poema del que pasaría a la Estaría escrita en Cardeña y más tarde
a las Crónicas del siglo XIV, castellanas y portuguesas, y a comienzos del
siglo XVI al Romance del rey moro que perdió a
Valencia incluido en numerosos Romanceros y abreviado o ampliado en obras
de teatro como el Auto de Lusitania (1532) de
Gil Vicente o en la Comedía de las hazañas del Cid y su muerte con la
tomada de Valencia publicada en 1603... Junto a las versiones escritas se han
conservado otras orales en portugués, catalán, castellano (con versiones sefardíes
de Marruecos)... , la última de las cuales se cantaba en el pueblo
zamorano de Nuez en los años cuarenta de este siglo.
Las variantes escritas y orales son
numerosas y llegan a hacer casi irreconocible el romance y su origen histórico.
Las menciones del Cid del romance original han desaparecido en la versión
zamorana que sustituye al Cid por un rey innominado y a su mujer Jimena
e
Versión original
Aquel perro de aquel Cid prenderelo por la barba; su muger doña Jimena será de mí captívada; su hija Urraca Hernando será mi enamorada, después de yo harto della la entregaré a mi compaña. El buen Cid no está tan lejos que todo bien lo escuchaba...
Versión zamorana
Tres hijas tiene el buen rey todas tres mis cautivadas; una me ha de hacer la lumbre y otra me ha de hacer la cama, otra, antes de media noche, ha de ser mi enamorada; la su mujer Babilonia me ha llevar caballo al agua. Oyéndolo estaba el rey de altas salas donde estaba...
Resulta así imposible utilizar los
romances como fuente histórica, aunque a través de ellos se haya creado
una imagen del Cid y de Castilla que no responde a la realidad del siglo XI.
EL CID EN LA HISTORIA POR MENENDEZ PIDAL
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Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador
(de la Galería de Retratos, Letreros e Insignias Reales... del Alcázar
de Segovia)
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La jura de Santa Gadea |
La afrenta del robledal de Corpes: pasaje del Poema en el que las hijas del Cid, bajo tos nombres falsos de Elvira y Sol, fueron azotadas y abandonadas por sus maridos, los infantes de Carrión |
Estatua ecuestre del Cid en Burgos |