TIRANIAS Y HUMANISMO EN LA ITALIA DEL SIGLO XIV. COLA
DI RIENZO Y PETRARCA
Durante la
Edad Media, los personajes capitales en la escena del mundo habían sido Dios y
el alma; a mediados del siglo XIV el protagonista es el hombre, el conjunto humano,
extraña mezcla de espíritu y materia, este mecanismo formidable desea la gloria
y llega a veces al superhombre, pero cae otras veces en desordenes que hacen de
él un monstruo. Por sus caídas, tanto o más que por sus grandezas, el hombre empezó
a ser lo más interesante para el hombre; se observan sus acciones como un vasto
panorama inexplorado; su potencialidad parecía inagotable para el bien y el
mal; el hombre empezaba a pretender la superación de su propia naturaleza. No
es que se desconociese por ello el valor de otros actores; a menudo en estas páginas
tendremos que hacer alusión a la supervivencia de los conceptos medievales de
Dios y el alma. Dios continuó siendo el creador y sustentador del universo;
solo algunos eruditos de los siglos XIV y XV, muy pocos, abrigaban sus dudas
acerca de la cosmografía celestial, con un empíreo para los bienaventurados
poblado de personas felices. El alma era todavía la partícula divina que sobrevivía
después de la descomposición del conjunto humano, cuando la materia volvía a
disolverse en ceniza. Pero alma y cuerpo reunidos formaban una combinación tremenda,
capaz de los más altos conceptos y heroísmos, y también capaz dc las más bajas
pasiones.
Durante la
Edad Media el estudio del hombre había consistido principalmente en el estudio
de su alma; la ciencia humana había sido más bien una psicología que una antropología;
ahora lo admirable empezaba a ser el compuesto de músculos, inteligencia y
voluntad. Su belleza física y sus virtudes sociales interesaban ya tanto como
la parte espiritual. El alma participaba en la acción, animándola, regulándola;
pero era el cuerpo el que le daba las ocasiones de obrar, y aun la estimulaba
con reacciones favorables y contrarias. Los primeros humanistas, sin perder su
fe en Dios y en el alma, comprendían que el cuerpo humano era el laboratorio
indispensable para sus manifestaciones aquí en la tierra, y concedían al cuerpo
una atención y dignidad que no le habían reconocido los doctores escolásticos
de los siglos precedentes.
El cuerpo era
objeto de todos los cuidados; incluso cuando se hallaba reducido a cadáver: se
le enterraba, se le embalsamaba y se le hacía objeto de solemnes exequias que duraban,
a veces, varias semanas. En ocasiones, el esqueleto, descarnado, descansaba en un
sepulcro principal, y las entrañas se conservaban en otro lugar; incluso a
veces existía un tercer enterramiento para el corazón. Se establecían rentas
para exequias perpetuas v aniversarios.
La devoción
se había humanizado también. El misterio de la Trinidad no preocupaba tanto
como antes a las mentes; en cambio, se mostraba cada día mayor confianza hacia
los santos y la Virgen. Abundaban las cofradías bajo la advocación de un santo patrón
por el que se tenía predilección, a veces no justificada más que por su rareza.
Los príncipes
creaban Ordenes militares puramente honorificas bajo el patronazgo, también, de
la Virgen o de un bienaventurado, las cuales servían de pretexto para banquetes,
cortejos y exhibición de insignias y estandartes. No había excelencia que no se
adjudicara a María; se insistía en el dogma de su Concepción Inmaculada y se
proponía el de su Asunción. Una congregación de Marsella, los victorinos, sostenían que Moisés vio en la zarza ardiente,
no a Jehová, sino a la Virgen María ya con su hijo en brazos. Hasta los
burgueses y artesanos se asociaron en compañías, o puys (en Francia), para celebrar certámenes
poéticos en honor de la Madre perfecta, modelo de mujer: no la ideal de los
trovadores, sino una dama doméstica, burguesa, que cría a su hijo y cuida del
hogar.
El pensamiento
medieval, escolástico e imperialista, que el Dante había glorificado (con sus
aspectos teológico y caballeresco), no sucumbió gradualmente, ni tampoco de un
modo heroico. En lugar de ceder el puesto a la nueva concepción moral y
política, se atrinchero en los antiguos principios de la caballería feudal. Los
siglos xiv y xv viven un verdadero Renacimiento romántico en que se glorifica
lo que aun queda de feudalismo. Los antiguos señores,
impotentes contra el creciente poder de la monarquía, parodiaban la vida
aristocrática en pequeñas cortes locales, de las que solo algunas tuvieron
originalidad suficiente para renovar lo antiguo, intensificando ciertos
aspectos estéticos y sociales. Tales fueron, por ejemplo, las cortes de los
duques de Borgoña, de Anjou y Berry, en Francia.
Torneos y fiestas y cortes de amor sustituyeron a las verdaderas actividades
del genio medieval.
Los torneos,
preparados durante meses, se convocaban por medio de heraldos que repartían, en
sus viajes, carteles de desafío. La fiesta (porque se trataba, al fin y al
cabo, de una fiesta) comenzaba después de fastidiosas ceremonias, y acababa con
la concesión de un premio: una flor, una banda o el beso de la hermosa que
presidia los combates desde un palio de honor. Tanta falsedad no satisfacía
plenamente. Mientras en los gremios ciudadanos fermentaba un espíritu de descontento,
que a veces se desbordaba en motines callejeros y en verdaderas guerras. En
ciertos países, como en Flandes, la exigencia de los burgueses, que reclamaban
la libertad de federación de los municipios, constituyo un peligro para la monarquía.
Los príncipes raramente atendían a las justas demandas de sus vasallos: tan imbuidos
estaban de espíritu caballeresco, que consideraban al plebeyo como incapaz de
raciocinar. Se llamaban: el Fuerte, el Malo, el Sin Miedo, el Cruel, el
Temerario. Por excepción, a Carlos V de Francia se le llamo el Prudente, y a
Martin I de Aragón, el Humano.
En aquel momento
final dc la Edad Media que es el siglo xv, lo que importaba era la victoria, el
triunfo, la gloria, el poder, aunque se obtuvieran de un modo vergonzoso. Las
victimas (a veces poblaciones enteras) excusaban fácilmente a sus verdugos porque
estos eran fuertes. Europa asistió a un verdadero espectáculo gladiatorio en
que la mejor arma era la ambición y el mejor derecho el triunfo. Para vencer se
tenía, a menudo, que fingir; y astucia y disimulo fueron cualidades tan
necesarias como la energía y la magnanimidad.
Los rencores
entre príncipes, originados por meras rencillas personales, desencadenaron en
el siglo XV en conflictos en los que se sacrificó gran parte de la riqueza
acumulada por las monarquías de la Edad Media. Hubo en España guerras por
minucias fronterizas entre Castilla y Aragón; hubo guerras entre Castilla y
Portugal por si una princesa era de sangre real o espuria.
Para
mantenerse y hasta justificar su posición, los príncipes y señores de la época
habían de dar en grande, como en grande habían recibido. Los artistas debían
crear siempre algo mejor para conquistar el derecho a la fama; los eruditos tenían
que estudiar el pasado y superarlo. Empezaba el culto de los grandes hombres, y
los más fáciles de imitar eran —cosa extraña!- los antiguos
griegos y romanos. Sus historias estaban escritas en latín y griego; pero los textos
clásicos presentaban infinidad de ejemplos de vidas verdaderas que eran los más
accesibles, a pesar de ser remotos en la Historia. Los áridos textos medievales
contenían noticias de hechos, pero no transmitían los detalles de la vida de
los grandes hombres. En cambio, Cicerón, Livio, Seneca, Plutarco, daban
retratos vivos de héroes que fueron ensalzados por la fama, y entraron en la
lucha deliberadamente para obtener un triunfo que les diera esta inmortalidad,
tan apetecida, que es la gloria. Y he aquí como, de manera indirecta, se llegó
al Renacimiento, o resurrección de la mentalidad clásica; pretendiendo
rehabilitar al hombre, se buscaron modelos en los antiguos, y se creyó
dignificar a la humanidad rehabilitando la antigüedad.
Las monarquías
del siglo XIV y sobre todo del XV fueron autoritarias. Cuando les convenía, los
reyes convocaban Cortes o Parlamentos, pero eran asambleas sin facultad para
proponer; solo podían censurar a la corona o denegar los auxilios pecuniarios que
pedía el monarca; este, si le parecía bien, podía contraer deudas y obtener así
los recursos que le eran negados. También empezó a usarse el termino razón de Estado... y si el Estado entonces no era idéntico al monarca, era ya
por lo menos idéntico a la monarquía.
Al mismo
tiempo, los reyes tambien se manifestaban como
humanistas. Carlos V de Francia, después de comer, quería oír hablar de
batallas y aventuras, de nouvelles de toutes manieres
de pays. Por la tarde le presentaban objetos exóticos,
telas de oro, arneses de campaña... Leía las bellas historias de los Dichos y
hechos de los Romanos, sentencias de los filósofos y libros
de ciencias. “Y vivía de esta manera —dice su biógrafo-, no tanto por el gusto
que el encontraba como para dar ejemplo a sus sucesores.” Esto es, buscaba ya
el premio de la fama. Gran constructor, Carlos V de Francia reformó el Louvre y
los otros palacios reales. El inventario de su biblioteca incluye cinco
ejemplares de Marco Polo, Ovidio, Lucano, Valerio Máximo, Livio, Josefo y
Aristóteles, cuya Política tomo el rey como guía para su gobierno.
Los triunfos individuales
se sublimaron como triunfos simbólicos del Amor y de la Muerte. Aparecían en
cortejos y cabalgatas civiles, y sustituían a las procesiones medievales de clérigos
llevando reliquias e imágenes de santos. Cada una de las Virtudes tuvo su carro
triunfal, del que tiraban animales adecuados, con sus emblemas propios y
cortejos de seguidores. La Fama iba arrastrada por caballos blancos; la Pureza
tenía por corceles dos unicornios... Pronto aparecieron en tales cortejos los dioses
del Olimpo, identificados con las virtudes humanas, los cuales bajaban a la
tierra en carrozas algo infantiles. Aquello parecía un entretenimiento
intelectual, como los torneos eran un entretenimiento caballeresco.
En ideas políticas,
a mediados del siglo xiv, en Francia, aparecen los libros de Oresmes y Meziéres. En ellos se
discute ya el peligro de la tiranía. “Cuando los actos del príncipe no procuran
el bien común del pueblo, sino su provecho personal, debe llamársele tirano,
porque no señorea justamente.”
Pero donde
los tiranos surgieron con mas originalidad y atrevimiento gue en Italia. Los tiranos
del siglo XIV, en Italia, eran aventureros que, con perseverancia y falta de
escrúpulos, conservaban su hacienda, ciudad o provincia, valiéndose de las
mismas artes o mafias empleadas para conquistarla. Algunos, una vez conquistada,
la vendían a otro tirano vecino por unos cuantos millares de ducados, y acaso
con este dinero levantaban un ejército para tomarla otra vez; pactos, tratados
y promesas solo se cumplían cuando ello redundaba en beneficio de ambas partes.
Los tiranos
de la Italia del Renacimiento solían vivir rodeados de esbirros, que los admiraban
por su audacia y los seguían por su munificencia. Sus dadivas y sus fortunas
deslumbraban a las poblaciones, que, ante aquel espectáculo de prodigalidad,
olvidaban los crímenes que habían facilitado el encumbramiento de sus señores.
Se cuenta que uno de estos tiranos solía hacer su aparición solemne, sentado en
el marco de una ventana de su palacio, como una figura revestida de oropel y
galas. Sus vasallos miraban tal ostentación con paciencia, pues sabían que, si la
criticaban, el tiranuelo podía doblegarlos con ejecuciones y castigos. Algunos
tiranos se alababan de haber inventado nuevos métodos de tortura y se transmitían
como secretos de familia las fórmulas de sus infalibles venenos. Todo era
permitido, y hasta apreciado, porque estos excesos eran una manifestación de fuerte
personalidad.
La defensa de
la tiranía fue hecha más tarde por Maquiavelo en El Principe,
pero ya en el siglo XIV empezó a teorizarse acerca de la forma de gobierno
personal. Un cultísimo humanista de Florencia, Coluccio Salutati, hacia el ano 1370
escribió casi una apología del Tirana. Coluccio, que
era un funcionario de la Republica florentina, no aprobaba empero la tiranía
cuando el tirano era superbo y
gobernaba injustamente; pero no insistía en exigir que fuese elegido por el
pueblo o poseyera el poder por haberlo heredado de sus mayores. Por ejemplo, absolvía
a César de su ambición, y aprobaba que Dante hubiese colocado a Bruto y Casio, los
asesinos de Cesar, en lo más profundo del infierno. El libro de Salutati está lleno de improperios contra Cicerón porque
era republicano. Le dice a Cicerón, a quien tanto admiró: “ “Por
qué me hablas asi, Cicerón?... ¿No te acuerdas de lo
que tú mismo has escrito?... Si en tu tiempo, Cicerón, hubieseis tenido un
verdadero príncipe, no habría habido guerra civil ni desordenes en Roma”. En
una palabra, Salutati desaprueba la tiranía, pero
admira a Cesar y critica a Cicerón por no haber apoyado al tirano. Su principal razon es que, si no hubiera sido Cesar el tirano,
hubiese sido Pompeyo. He aquí un humanismo del que bien puede decirse que ya es
cesarismo sin ambages.
Otro tratado, De La Tirania,
escrito hacia el 1357 por Bartolo, profesor de Derecho en las universidades de
Pisa y Perugia, define al tirano diciendo que es el que gobierna sin ley. Hay
tres clases de tiranos: los que lo son manifiestamente; los que niegan serlo y
lo son, y los que lo son a la callada, sin negarlo ni afirmarlo. Según la
opinión de Bartolo, empréstitos, contratos y tratados firmados por los tiranos
no obligan en absoluto a los pueblos al cesar la tiranía. Los tiranos que lo
son veladamente, son los que hoy en día llamamos caciques, o jefes políticos, y
Bartolo dice que son los que más abundan, “porque si es casi imposible
encontrar un individuo sin defectos, es también raro encontrar un gobierno sin
dramas”.
Los tiranos
trataban de transmitir el poder a sus hijos, lo cual estaba casi en contradicción
con los principios mismos del régimen. ¿Cómo podía pretender que se reconociera
la autoridad hereditaria quien había empezado por forzar el acceso al poder con
solo el derecho del más fuerte? Generalmente, la vida familiar de los tiranos
era irregular; algunas veces preferían los bastardos a sus hijos legítimos. De
ahí se originaban ocasiones de luchas y guerras. A la amiga la hacían cantar
por sus poetas áulicos y la enterraban en magníficos y ricos mausoleos.
La obsesión
por evitar la tiranía aparece en las Ordenanzas que dio el cardenal Gil de Albornoz
a los territorios pontificios de Italia. Fueron publicadas el año 1357 y sirvieron
para la gobernación de los estados del papa hasta 1816. Su extraordinaria
eficacia exige que prestemos un poco de atención a estas Ordenanzas y a su
autor. Como arzobispo de Toledo y primado de Espana,
Albornoz había intervenido en campañas contra los moros de Andalucía. A los
cincuenta años de su edad, retirado en Aviñón, fue enviado por el papa a Italia
para acabar con los que en Roma y en el resto de las tierras de la Iglesia se habían
rebelado contra el papado. Cruzo los Alpes en 1353, armado solo de una bula
papal y seguido de un tropel de gente armada que no podía
llamarse un ejército, apoyándose en unos cuantos tiranuelos cuyo título
legalizo y aniquilando a otros que no quisieron reconocer su autoridad. Es también
digno de nota que, al ser acusado de haberse apropiado caudales en lugar de
rendir cuentas, Albornoz envió al papa, a Aviñón, una carreta cargada de llaves,
diciéndole que no podría presentar mejores comprobantes del empleo de fondos
que las llaves de las ciudades que había conquistado. Una baladronada que
prueba claramente que el cardenal Albornoz se hallaba también contaminado de
humanismo, lo mismo que los tiranos a quienes combatía con tanto ardor.
El régimen político
impuesto por Albornoz en los territorios pontificios está lleno de previsiones
para evitar que se levanten nuevos tiranos. Dividió el Estado en varias provincias,
cada una regida por un rector, nombrado por el soberano, que en su caso era el
papa. Los rectores elegían siete jueces, que venían a formar un consejo,
análogo al de las futuras Audiencias de los virreinatos españoles de América.
Cada juez percibía un sueldo anual de cien ducados, y por ningún concepto podían
ser ciudadanos o habitantes de la provincia, para que no pudieran hallarse interesados
en los negocios que habrían de resolver. El texto original de la Constitución de
los Estados Unidos establece una restricción semejante al prohibir que los
senadores sean ciudadanos de los estados que van a representar en el Congreso. El
rector es también el que elige al mariscal, pero en ningún caso podía elegir a
uno de sus parientes. La hueste armada del mariscal nunca puede exceder de 200
hombres de a caballo. Los cargos eran por pocos meses, para que los funcionarios,
pasando de una a otra provincia, uniformasen la administración y para que no
entraran en deseos de gobernar tiránicamente.
En las Ordenanzas
de Albornoz hallamos lo que se llama sindicación, la primera idea de las
famosas residencias de las leyes españolas de Indias. He aquí el párrafo de
estas Ordenanzas referentes a la sindicación: “Ordenamos que tanto los jueces
como los mariscales, al acabar sus servicios, comparezcan en persona delante
del rector y allí den cuenta cabal de lo que han hecho durante su oficio. Deberán
contestar a los cargos que se les hagan y darán cumplida explicación de sus relaciones
con individuos, comunidades y el gobierno. El tiempo que deben emplear en
defenderse será proporcionado a la duración de sus servicios: si fue de seis
meses será de diez días; si de un año, quince días, y si más de un ano, veinte
días. El oficial cuyo cargo va a cesar deberá anunciarlo al tesorero del rector
con un mes de anticipación, para que este pueda notificarlo a todas las partes
interesadas con ocho días de tiempo, y enviar estas representantes o síndicos
que puedan tomar parte en la acusación”.
En las Ordenanzas
de Albornoz se faculta al rector de la provincia para convocar una asamblea de
notables; pero esta no tenía ni carácter representativo ni autoridad legislativa.
La misma falta de Parlamento encontramos en las Indias españolas, donde el
virrey era otro rector.
Que la tiranía
o el poder absoluto era inevitable en el siglo XIV, lo prueba el episodio de
Cola di Rienzo, quien años antes habia pretendido restaurar el poder de Roma desde Roma, esto es, haciendo otra vez a Roma
cabeza del Imperio. Pero con quién: con el papa o con el emperador. Nunca lo puso
en claro. Con todo, Rienzo deseaba algo más que su
propio engrandecimiento. Era romano, de origen plebeyo, pero había estudiado y
llegado a ser notario, sentía un amor intenso y verdadero por la vieja Roma, había
explorado cuidadosamente sus ruinas y hasta llego a hacer una primera colección
de copias de las inscripciones de sus numerosos monumentos. Llevado por su humanismo
romántico, logro instaurar su tiranía en la urbe, aunque tomando el clásico titulo de tribuno. Se firmaba: Nicolás, severo y clemente tribuno de la paz, justicia y libertad, defensor
de la Sacra Republica Romana.
Después de
haberse hecho firme en Roma, Cola di Rienzo invitó a
los otros tiranos y gobiernos de Italia a confederarse y constituir la unidad
italiana, bajo los auspicios de Roma, caput mundi. Rienzo encontró para esta
prematura restauración histórica tales simpatías, que demostraban que el
terreno por lo menos estaba bien preparado. Por ejemplo, Petrarca, que seguía
con gran interés desde Aviñón la aventura de Cola di Rienzo,
le escribió en esta ocasión una carta que no puede ser más entusiasta. Empieza así:
“Me propongo escribiros cada día, no porque crea tener derecho a que me contestéis,
siendo vuestras ocupaciones tantas y tan varias...” “Yo veo claramente que estáis
colocado en un pináculo, expuesto a todas las críticas, no solo de los
italianos, sino de toda la raza humana, y no solo de los que viven ahora, sino también
de las generaciones futuras. Comprendo que habéis tornado una espléndida y
honrosa responsabilidad, y que estáis ocupado en una
tarea inaudita y gloriosa. La posteridad os recordara perpetuamente. Habláis
con firmeza inconmovible desde la roca capitolina. Al rumor de que ha llegado
una carta vuestra, la gente se reúne con más interés que si hablara el oráculo
de Delfos... Las gentes no saben qué admirar más, si vuestras palabras o
vuestras acciones; por el amor a la libertad os parecéis a Bruto, pero por la
elocuencia, a Cicerón”, etc. Petrarca, que escribía esta carta desde la corte pontificia
de Aviñón, no deja de recordar a Rienzo que debe
restaurar la majestad de la vieja Roma, pero sin dejar de prestar el debido
acatamiento al papa, pontífice romano. En cambio, Cola di Rienzo quería llamar a Roma a los príncipes candidatos al Imperio, y allí, después de oírlos,
decidir el, Cola di Rienzo, cuál era el que tenía
mejores títulos para ceñir la corona imperial.
Por algún tiempo.
Cola di Rienzo deslumbró a las gentes con sus
restauraciones de la Roma pagana; pero pronto se encontró rodeado de descontentos.
Fue excomulgado y tuvo que escapar a Nápoles y después a Bohemia, donde residía
un emperador débil y vacilante; este, en lugar de descender a Italia y rescatar
a Roma, como le proponía Rienzo, permitió que el
arzobispo de Praga encarcelara al tribuno y después lo enviara a Aviñón, para que
fuese juzgado por el papa. La sentencia de un tribunal de cardenales fue de
pena capital, pero no se cumplió, pues intercedieron Petrarca, el emperador Carlos
IV y el propio arzobispo de Praga. En el año de 1354 Rienzo volvió a Italia con el sequito del cardenal Albornoz, quien le reinstauro en Roma,
si bien esta vez con el título de senador. Su segundo gobierno fue de una duración
mucho más corta que el primero y murió asesinado en un motín.
Pero nada explicara
tan bien qué es el humanismo de la Italia del siglo xiv como una breve exposición
de la vida y las ideas de Francesco Petrarca. El padre y el abuelo de Petrarca
eran florentinos y fueron expulsados de su patria por el mismo bando que obligo
a Dante a emigrar. Petrarca recordaba haberle visto en su casa del destierro, pero
dice que Dante era más joven que su abuelo y más viejo que su padre, y, por tanto,
difícilmente pudo fraternizar con ninguno de los dos. Pese a la comunidad de
gustos y desventuras del Dante con sus progenitores, sorprende que Petrarca no leyera
La Divina Comedia hasta que, ya casi viejo, su amigo Boccaccio le mando, desde Florencia, un manuscrito del poema del Dante, precedido de una epistola preliminar en verso.
En su respuesta
a Boccaccio, dice Petrarca que, habiendo deseado
siempre poseer libros de todas clases, “había sentido una extraña indiferencia,
completamente ajena a su modo de ser, por este libro que no le era difícil
procurarse”. Petrarca añade que nada se había escrito en lengua vulgar que superase
a este monumento de la literatura universal que es La Divina Comedia. Reconocia la superioridad de Dante por sus escritos en
lengua vulgar, pero encontraba el latin de este más
que deficiente, crimen imperdonable para un humanista como Petrarca.
En realidad,
encontramos en la indiferencia de Petrarca por Dante el recelo que inspira, en
una época de renovación, la apoteosis de un tiempo pasado.
El contraste
entre Dante y Petrarca señala ya el salto que dio la humanidad en cosa de
cincuenta años; porque La Divina Comedia fue escrita después del 1300, y
Petrarca formuló sus juicios acerca de Dante medio siglo más tarde. Continuando
la historia de Petrarca, diremos que su padre, desterrado, se trasladó a Aviñón
y alii pasó él sus primeros años. En su autobiografía llamada Carta a la posteridad. Petrarca refiere:
“En la
ventosa Aviñón y en Carpentras pase cuatro años
aprendiendo gramática, lógica y retórica, tanto como mi edad lo permitía, y tanto
como estas disciplinas se enseñaban en las escuelas; ya sabrá el lector cuan
poco era. Después marché a Montpellier para estudiar leyes, pasando alii cuatro
años, y tres en la universidad de Bolonia. Aprendí algo de Derecho romano, y
creo que hubiera sido un abogado distinguido si hubiese continuado los
estudios; pero me pareció penoso esforzarme en aprender un arte como el Derecho,
que no podría practicar honestamente. Porque si hubiese intentado ser un
abogado escrupuloso, ciertamente me hubieran tornado por idiota...” De manera
que, según su propia afirmación, Petrarca regreso a Aviñón, a la edad de veintidós
años, sin haber terminado sus estudios.
Sin embargo,
aquel mal estudiante, con la protección de la familia Colonna, continuó su educación
viajando. El primer paisaje que le impresiono profundamente fue un valle del
Pirineo, donde pasó un verano con sus protectores. Fue un verano de juventud en
compañía de personas cultas, que Petrarca, en su vejez, dice que no puede
recordar “sin que se le escape un suspiro”. Después visitó Paris, el Rin y
Colonia, donde buscó las ruinas de la antigua ciudad romana; por fin, Italia y
Roma. Acabada su formación intelectual, se retiró a un lugar llamado la Vaucluse,
a quince millas de Aviñón, donde compró una pequeña hacienda y vivió en la
soledad, leyendo los clásicos y cultivando su jardín. Allí escribió la mayoría
de sus canciones y concibió el proyecto de un gran poema en latín: África,
tomando por asunto las campañas de Escipión.
Sus poesías,
y sobre todo sus cartas y ensayos, habían circulado con tanto éxito, que en 1340,
cuando Petrarca tenía solo treinta y seis años, recibió, en un mismo día, dos invitaciones,
una de la universidad de Paris y otra de la sombra de Senado que todavía subsistía
en Roma, para coronarle como poeta laureado. Decidióse por Roma; la ceremonia de su coronación, en cl imperial Capitolio, fue objeto
de otra de sus famosísimas cartas.
Desde este momento,
Petrarca es el personaje más admirado de Europa entera. Pero es una gloria
innegable de Petrarca el no haber experimentado envanecimiento, absorto
enteramente en sus estudios y sus escritos. Estuvo por encima del común de las gentes;
fue otro caso de personalidad extremada y superior; no tiranizo a nadie, y
llegó hasta a olvidarse de sus contemporáneos viviendo independiente en un
mundo ideal, poblado de griegos y romanos, a quienes escribió cartas como si
pudiesen contestarle a vuelta de correo.
He aquí la
carta que escribió a Homero, al recibir una traducción de La Ilíada en latín: “No tuve la fortuna
de aprender el griego, y la traducción latina que de vuestros poemas hicieron los
romanos se ha perdido, por negligencia de sus sucesores... Para comunicarme con
vos he tenido que esperar más tiempo del que Penélope esperó a Ulises. Casi había
perdido ya toda esperanza’. En esta fantástica epístola, Petrarca se queja a Homero
de vivir rodeado de barbaros (por tales tiene a los que no son italianos o romanos).
“Quisiera que estuviésemos separados de ellos, no por los Alpes, sino por el océano,
porque ellos casi no han oído hablar de vos ni de vuestros libros. Ved si no es
una cosa mísera esta fama por la que nos afanamos.” Las cosas que Petrarca
comunica a su vate corresponsal del otro mundo, o sea Homero, no pueden ser más
juiciosas. Le dice que si Virgilio no habla nunca de él, Homero, es porque
pensaba mencionarle con gran elogio al terminar La Eneida. Pero aún le tranquiliza
más diciéndole que Horacio y Ovidio hablan de él con intensa admiración. “Flaco
-o sea Horacio- os llama a vos, Homero, el mayor Me los filósofos.” Las confidencias
de Petrarca con Homero acaban por pedirle que salude a Orfeo, Lino y Eurípides,
y como fecha y dirección añade textualmente: “Escritas en el mundo de los
vivos, en la ciudad de Milán, el 9 de octubre del año 1360 de esta última edad del
mundo.”
A Cicerón le
trata Petrarca con mucha más confianza que a Homero. Petrarca encontró en
Verona un manuscrito con las cartas auténticas de Cicerón a sus amigos, y tiene
por tanto bastante información para criticarle. “¿Qué locura te hizo lanzarte
contra Antonio? Tal vez dirás que tu amor a la Republica. Pero la Republica había
ya caído en irreparable ruina, como tú mismo reconocías. Puede ser que un
sentimiento del deber, el amor a la libertad, te obligara a obrar como tú
obraste, aunque sin esperanza. Esto lo podemos muy bien comprender en un gran
hombre. Pero, entonces, ¿por qué te hiciste amigo de Augusto? ¿Y cómo podrás
excusar a Bruto?” “¡Ah, cuando mejor no hubiera sido para un filósofo meditar pacíficamente
lejos de la ciudad, y no haber sido cónsul, ni haber encontrado un Catilina que te llenara la cabeza con el humo de la ambición!...
Escrita esta carta en el mundo de los vivos el 16 de junio de 1345 de este Dios
que tú no conociste.”
A pesar de
preferir la soledad y la quietud, Petrarca continuó viajando y estudiando a las
gentes. Admiraba el mundo bello con la pasión de un espectador moderno. Su predilección
por el arte clásico no le impidió comprender la belleza de la catedral de Colonia
y de la iglesia de Aquisgrán, donde está enterrado Carlomagno, “a quien veneran
las gentes bárbaras”. En Colonia se regocija contemplando el hormiguero de gente
paseando por la alameda del rio, pero lamentaba sobremanera que no hubiera en aquella
ciudad ninguna copia de Virgilio, “aunque si muchos Ovidios”.
Petrarca aprovechaba cuantos viajes hacia fuera de su patria para explorar
cuidadosamente las bibliotecas.
Además de
viajero curioso, Petrarca ha conseguido el título de primer alpinista europeo,
por una carta en que describe su ascensión al Mont-Vertoux (Delfinado). “Quería experimentar —dice— la sensación que produce una gran
altitud... Recordaba, además, lo que escribe Tito Livio de Filipo de Macedonia,
que subió al monte Hemón (Tesalia), desde el cual creía
poder ver el Adriático y el mar Negro.” Petrarca y su hermano fueron a dormir
al pie del monte y la ascensión se hizo al amanecer. “El aire era excelente:
nos complacida la sensación de nuestro cuerpo ágil y vigoroso, con la inteligencia
despejada.” Los diferentes episodios de la jornada, la depresión e irritabilidad
causadas por la fatiga, la pereza producida por la altitud, y, por fin, el goce
de descansar tendidos en la cumbre, están descritos por este precursor nuestro
de una manera que calificaríamos de moderna.
Las cartas y
ensayos latinos de Petrarca nos interesan hoy tanto o más que sus poesías en
lengua vulgar, pero no fue así durante varios siglos. Nuestros abuelos y tatarabuelos
no leían de Petrarca más que sus canciones en vida y en muerte de Madonna Laura. En ellas se poetizan las
visiones de una mujer que algunos creen que fue una ficción puramente
imaginaria del propio poeta. Pero, por otros, Laura se ha identificado desde
muy antiguo con una dama casada con el señor de Sade.
Tuvo varios hijos, y la fecha de su muerte parece coincidir con una nota obituaria que escribió Petrarca en su manuscrito de Tito
Livio. Más tarde se dijo que aquel año se secaron lodos los laureles de Italia.
Más sorprendente todavia parece el amor fie Petrarca
cuando nos enteramos que el poeta había tenido dos hijos naturales de una mujer
que nos es completamente desconocida. Sea quien fuere, Laura aparece en las
canciones de Petrarca sin ningún simbolismo metafísico, y esto la distingue grandemente
de la Beatriz del Dante, que representa el conocimiento teológico. Laura no es más
que una mujer; sus características son sus gestos, su ademan femenino, su gracioso
saludo, el dulce mirar y la voz suave. Un cabello dorado, besado por el céfiro,
bastaba para revelar toda la belleza de la mujer, paralela a la grandeza intelectual
del hombre. La sublimación de Laura es otra manifestación del humanismo: la
pareja está formada; el genio, el tirano, el déspota, se dignifica por una
sublime compañera, que es espejo de honor, pureza y gallardía. Y es
precisamente ella la que confiere el lauro, que viene a querer decir la fama,
el deseado triunfo de la vida activa.
|
EUROPA EN EL SIGLO XIV (1390)
Sin duda, en la Europa del siglo XVI la
transformación profunda se da en el sector oriental con la aparición de los
turcos.
EUROPA
OCCIDENTAL Los problemas exteriores parecen cancelarse en esta zona ante la
urgencia de la crisis interna. Es el caso del enfrentamiento entre Francia e
Inglaterra (guerra de los Cien Años) que tras la brillante ofensiva de Carlos V
de Francia y la firma de treguas en 1380 parece haberse resuelto a favor de
Francia. Sólo cuatro plazas quedan bajo el dominio inglés.
Pero no es
una época pacífica. En cada país se encona un conflicto interno que tiene un
aspecto territorial: la lucha entre monarquía y feudalismo, el intento de los
monarcas de incorporar al "dominio real" -territorio de gobierno
directo del monarca— los grandes señoríos del país. Esta política de
reagrupación cuesta reveses a Castilla, que paraliza la Reconquista
(subsistencia del reino de Granada) y, sin embargo, se propone otros objetivos
poco afortunados (derrota de Aljubarrota al intentar
absorber a Portugal). En el caso de Aragón nos encontramos ante una verdadera
expansión imperialista: conquista de Cerdeña, recuperación de Sicilia en 1390,
pretensiones a Nápoles, incursiones por el Mediterráneo oriental.
ITALIA Y
ALEMANIA. Para Italia y Alemania son de señalar la extremada parcelación
política y la falta de definición de un núcleo nacional en torno al cual
realizar el estado moderno. Las brillantes ciudades italianas se desvinculan
por completo del Imperio y llevan una vida propia: extensión de Venecia y
Milán. En Nápoles empieza la rivalidad entre los Anjou y la casa de Aragón. Alemania ve aumentar las posesiones de la casa de
Luxemburgo con la asociación de Hungria.
BALCANES.
Variaciones sensibles se han producido en los Balcanes. El hecho dominante aún
más por su futuro es la formación del estado turco. Apoyados por los turcomanos
hermanos de raza y con idéntico afán combativo, los osmanlíes han pasado los
Dardanelos y han comenzado la conquista sistemática de los Balcanes: reducción
de Bizancio a tres enclaves: desaparición de Bulgaria: empequeñecimiento de Servia. En el Asia Menor la situación no es tan diferente.
Aunque el prestigio de los osmanlíes ha extendido su influencia a varios
principados turcomanos. algunos de estos son muy
poderosos y se alían con los mongoles para subsistir.
EUROPA
NORORIENTAL. Sin que los acontecimientos balcánicos susciten reacciones
visibles entre los estados eslavos estos practican un extraño vaivén: se unen y
separan sucesivamente. ¿Afán de expansión? ¿Conciencia de tener enemigos
comunes? Un poco de todo: pero también países sobre un espacio aún no definido
históricamente, indecisos ante varias posibilidades. Así Polonia unida a
Hungría durante doce años (1370-1382) fusionada luego con Lituania. Unión
duradera esta vez. El monarca común, Ladislao II Jagellón,
aúna los afanes nacionalistas de ambos países y concentra su fuerza en la lucha
contra la Orden Teutónica y la cruzada contra los turcos. Hungría en vísperas
de un difícil futuro tiene fronteras comunes con los turcos y oscila entre
Polonia y Alemania. En 1382 se acoge a la protección del Imperio: su rey es
Segismundo de la casa de Luxemburgo, rey de Bohemia y emperador. También en el
Norte, la reina Margarita de Dinamarca impone la Unión de Kalmar: un soberano
común para los tres países nórdicos.
|
CONDOTTIERI
Y COMPAÑIAS DE VENTURA
Al principio
de su existencia los Comunes proveían a sus operaciones militares defensivas y
ofensivas mediante la llamada a las armas de sus propios ciudadanos agrupados
según los barrios de la ciudad y reunidos bajo el mando de los magistrados
comunales. Esta milicia ciudadana era completamente voluntaria y tanto el
armamento como la propia manutención corrían a cargo de sus miembros (algo
parecido al "somaten" Catalán). Estaba formada por Caballeros bien
armados e infantes con armamento ligero que eran los que predominaban, puesto
que la milicia a caballo además de ser más costosa, era propia de los
feudatarios, que sólo en parte dependían de la ciudad. No hay que olvidar que
la llamada a las armas perjudicaba a los ciudadanos que debían descuidar sus propios
asuntos, es decir, que esta milicia comunal mal adiestrada ocasional e
insuficientemente armada, no se prestaba a guerras largas y difíciles y aún más
cuando la milicia a caballo se fue perfeccionando y armando en modo tal que los
infantes no estuvieron ya en condiciones de oponerle resistencia alguna.
Pronto,
pues, los Comunes tuvieron que recurrir a soldados mercenarios, dirigidos por
señores feudales movidos por un afán de lucro o por el ansia de aventura. En un
principio se trataba de hombres reclutados separadamente o en pequeñas
compañías, contratados únicamente cuando la ocasión lo requería. A veces los podestá forasteros o los capitanes también forasteros,
llegaban a la ciudad que los había contratado con una pequeña tropa de
mercenarios a sus órdenes. Poco a poco. y mientras los ciudadanos cesaron casi
por completo de prestar sus servicios los mercenarios fueron formando compañías
cada vez mayores bajo la dirección de un jefe que con todos sus hombres se
ponía en condotta (contrato) al servicio de una ciudad; de ahí el nombre de condottiero. Estas grandes milicias que
se trasladaban de un lugar a otro de Italia o de un país a otro fueron llamadas Compañias de ventura.
Con su
compañía creada frecuentemente con la ayuda financiera de algún banquero o
mercader. los capitanes de ventura se vendían al mejor
postor, así que generalmente traicionaban sin ningún escrúpulo a quien los
había contratado pasándose al enemigo siempre que este les ofreciera una suma
mayor. Ávidas de botín a veces mal pagadas o casi siempre pagadas con retraso,
compuestas en buena parte de los desechos de la sociedad, gente feroz y sin
escrúpulos sin ningún lazo moral con los países que atravesaban, es natural que
estas compañías fuesen un verdadero azote para estos: saqueos, violaciones,
estragos de todo género, jalonaban su paso. En los grandes estados, por
ejemplo, en Francia, fueron pronto contenidas y eliminadas; pero en Italia,
dividida en gran número de estados mayores, menores y mínimos, en perpetua
guerra entre si. se impusieron y se convirtieron en una especie de estados errantes y devastadores.
Los pueblos
más pobres de la Europa de entonces (suizos. gascones. ingleses y alemanes)
encontraron en el ejercicio de las armas una fuente de ganancias y fueron los
primeros en proveer de material humano a las Compañías de ventura. En Italia,
durante mucho tiempo las Compañías estuvieron formadas casi exclusivamente por
gente extranjera y mandadas casi siempre por capitanes también extranjeros.
Famosos fueron: Guarnieri de Urslingen,
un duque alemán que llevaba escrito en letras de plata sobre la coraza “Enemigo
de Dios, de piedad y de misericordia" y que fue jefe de la "Gran
Compañía"; o el ex templario provenzal Jean de Montreal, Fra Moriale; o el más conocido
John Hawkwood el Agudo de nivel moral muy superior al
de los demás.
La primera
Compañía de ventura italiana, la Compañía de San Jorge, estaba mandada por Alberico de Barbiano y en ella se
formaron otros grandes condottieri: Braccio de Montone, llamado Forte braccio, y Muzio Attendolo Sforza, que a su vez
crearon escuela, la braccesca y la sforzesca, pues fueron verdaderos maestros en el arte de la
guerra tanto en táctica como en estrategia.
Los mayores condottieri se presentan, ya lo hemos dicho, como
verdaderas potencias militares; están en situación de ambicionar no sólo
mayores honores (una estatua ecuestre como la de Colleoni o la del Gattamelata no les bastaba) sino incluso el
dominio político personal, la señoría, el título de príncipe. Alguno de estos
aventureros se convierte en verdadero hombre de estado: el hijo de Muzio Attendolo Sforza, Francesco, hombre extraordinario, llega a duque de Milán
en 1450 por aclamación popular
Las
rivalidades y ambiciones de los condottieri, sus
éxitos seguidos de rápidas caidas, llenan la historia
italiana de finales del siglo XIV y principios del XV, constituyendo uno de sus
aspectos más característicos. Pero el cinismo, la falta de escrúpulos, la
volubilidad de estos hombres, que se hace evidente en las continuas traiciones,
chantajes y robos, revelan aquella sustancial debilidad de los estados
italianos que los desastrosos acontecimientos de los primeros decenios del
siglo XVI pondrán de relieve.
|
BATALLA ENTRE CONDOTTIERIS (RUBENS) |
Triunfo de Federico de Montefeltro, duque de Urbino (Piero della Francesca) |
SENORIAS Y
PRINCIPADOS
Para
comprender la aparición del régimen señorial hemos de prestar antes atención a
las crisis de los "Comunes", ciudades libres herederas de la polis Griega o la civitas latina. Es
evidente que las instituciones de un país, dividido a lo largo de casi toda su
historia, como es el caso de Italia, no pueden ser caracterizados brevemente. Tendremos que generalizar, aun cuando sepamos que no existe un tipo
único de Comunni tampoco de señoría.
Los
elementos que constituían el Común se mantuvieron en una situación de
equilibrio mientras este fue de tipo consular, es decir, regido por magistrados
representantes del pueblo, elegidos por periodos breves que nunca excedían de
un año. Por distintos motivos (la brevedad de la duración de los cargos, el que
solo una élite pudiera acceder a ellos. etc.), este equilibrio vacila y es
entonces cuando para hacer frente a la inestabilidad se recurre al nombramiento
de un podestá, casi siempre forastero, que predominará sobre los demás miembros
del gobierno, aun cuando sea solamente una especie de árbitro ejecutor de las
deliberaciones del consejo y responsable del cumplimiento de los estatutos ciudadanos.
Pero llega un momento en que la ruptura del equilibrio es inevitable y empieza
el proceso de adaptación a la constitución del régimen señorial. La alta
burguesía que se cree mal representada presiona por medio de sus asociaciones:
las artes mayores: el pueblo, igualmente inquieto hace lo mismo a través de las
artes medias y menores. Entonces el podestá u otro magistrado ciudadano (el
capitán del pueblo o el titular de una dignidad análoga representante de la
parte popular) convierte su cargo temporal en vitalicio: también puede ocurrir
que en las luchas entre facciones de un mismo Común la vencedora proclame señor
a su jefe, o bien que tal situación de rivalidad obligue a los ciudadanos a
elegir como señor a alguien que esté por encima de tales facciones. La asamblea
del pueblo tenía siempre que ratificar el hecho, es decir, que el principio
sobre el que se basaba la señoría no era distinto del de los Comunes:
consentimiento y voluntad del pueblo. Naturalmente, bastaba en estos casos la
sumaria aclamación de la asamblea general, convocada bajo la presión de la
facción vencedora, con lo cual esta ratificación era pura comedia.
El señor,
una vez conseguida su elección vitalicia, trata generalmente de convertir el
cargo en hereditario, destruyéndose con tal limitación el proceso de desarrollo
y educación política emprendido por los Comunes. En aquellos Comunes en que no
existía una organización corporativa fuerte, donde los intereses de la clase
media no estaban organizados, por ejemplo, Ferrara, la que será luego cuna de
la espléndida literatura épica renacentista, el paso de común a señoría no se
ve ensombrecido por contrastes de tipo social, como sucede en Florencia, donde
la lucha política es una lucha de intereses de clases. Recuérdese la revolución
de los Ciompi (cardadores de lana) en 1378, momento
en verdad de crisis general: 1358, Jacquerie en
Francia; 1381, Lollardi en Inglaterra. Los Ciompi, capitaneados por Miguel de Lando,
un cardador, logran instaurar durante cuatro años, hasta 1382, una especie de
dictadura popular al incorporar a las veintiuna artes existentes y
participantes en el gobierno de Florencia, tres artes más, llamadas “del pueblo
de Dios".
Esta
transformación que se inicia a mediados del siglo XIII en la Italia
septentrional con la señoría de los Visconti en Milán, va extendiéndose a lo
largo del siglo XIV hacia la Italia central, donde aparentemente no ataca las
estructuras comunales ni la libertad popular. En general, y sobre todo en las
llamadas cripto-señorías, como la de Cosme de Médicis en Florencia, instituciones y magistraturas
republicanas se mantienen por un periodo más o menos largo, pero se van
vaciando de contenido, pierden su autonomía; el poder señorial en su fundamento
efectivo y en su funcionamiento fue, pues, monárquico y absoluto.
Junto con la
concentración y absolutismo del poder, la señoría se caracteriza, aun cuando
haya surgido como consecuencia de la victoria de una facción sobre las demás
por la eliminación del gobierno de partido y por la tendencia a anularlas
diferencias de clase. La más perjudicada es la nobleza, mientras la alta
burguesía, aunque pierde libertad y la participación en el gobierno, encuentra
en la señoría la seguridad y la tranquilidad social que tanto convienen a sus
intereses mercantiles. El pueblo, que en el común no participaba o participaba
muy escasamente en el gobierno, encuentra ahora algún beneficio en la señoría a
la que respalda, siendo el apoyo que esta necesita para atajar el descontento,
las agitaciones y conjuras de ciertas grandes familias apartadas de la señoría.
Cuando el 26 de abril de 1478, en Santa Maria del Fiore, la catedral de Florencia, y en el momento de la
elevación, los esbirros de la familia Pazzi, coligada
bajo la protección del papa Sixto IV a otros enemigos de los Medicis apuñalaron a Giuliano y Lorenzo de Médicis, causando la muerte del primero e hiriendo
levemente a Lorenzo, el pueblo de Florencia reacción de manera violentísima y
al grito de: "Palle, palle"
("bolas. bolas", alusiva al escudo de los Médicis), aniquiló a los conjurados que habían esperado,
por el contrario cooperación o venganzas sangrientas coronaron el fracasado
intento que hizo a Lorenzo señor aún más absoluto de Florencia.
También las ciudades menores y los burgos
sometidos a las ciudades principales encontraron ventajas en la transformación
del gobierno de estas de comunal a señorial. Del estado comunal que coincidía
con la ciudad se llega al estado regional, con sede en la ciudad principal,
pero que, sin identificarse con el gobierno de esta, es algo común a todo el
territorio.
La señoría que se transforma en principado
con la concesión a los vicarios imperiales o pontificios (el emperador o el
papa, si la ciudad estaba en el estado de la Iglesia, ratificaban la elección
de los señores, haciéndolos sus vicarios) de un título nobiliario. es el primer paso hacia el estado moderno, tanto por la
extensión como por la organización del gobierno.
|
Ciudad
italiana del siglo XIV representada en un fresco de A. Lorenzetti (Palazzo Pubblico , Siena). En esta visión ideal de la ciudad bien gobernada
se pueden apreciar las trazas aun góticas de los edificios, cuyo piso inferior
se dedica a talleres. En las figuras humanas se distinguen las diferentes modas
de mediados de dicho siglo.
|
RENOVACION DE LA LITERATURA Y LAS ARTES EN
EL SIGLO XIV
1296 Construcción de la catedral gótica de
Florencia.
1300 Muere Guido Cavalcanti,
máximo representante del "dolce stil nuovo".
1301 Pisano da fin al púlpito de Pistoya
1302 Exilio de Dante.
1303 Fundación de la universidad de Roma.
1305 Giotto da fin
a la Capilla de la Arena
1309 Construcción del palacio gótico de los
Dux de Venecia
1310 Fachada de la Catedral de Orvieto
1312 Dante escribe El Infierno.
1313 Nace Boccaccio.
1315 Duccio pinta
la Maestá de Siena
1317 Dante escribe el De Monarchia.
1318 Fundación de la universidad de Treviso.
1321 Muere Dante.
1324 Escritos de Dino Compagni, cronista florentino.
1325 El músico Francisco Landino desarrolla el acompañamiento instrumental en las canciones profanas.
1334 Construcción del "campanile" de Florencia.
1337 Muerte de Giotto.
1341 Coronación de Petrarca.
1342 De contemptu mundi, de
Petrarca. Frescos de Lorenzetti en San Francisco de
Asís.
1343 Nace Andrea d’Orcagna.
1349 Fundación de la universidad de
Florencia.
1353 El Decameron, de Boccaccio.
1357 Los Triunfos,
de Petrarca.
1360 Boccaccio escribe una vida de Dante.
1361 Final del coro y transepto de Santa Maria la Gloriosa de Venecia.
1366 Rerum vulgarium fragmenta, poesía de Petrarca en italiano.
1373 Florencia crea una cátedra de interpretacion de Dante, cuyo primer titular es Boccaccio.
1374 Muere Petrarca.
1375 Muere Boccaccio.
1377 Nace Brunelleschi.
1386 Nace Donatello.
1387 Se empieza la construcción de la
catedral de Milán.
1388 Construcción de San Pedro de Bolonia.
1391 Fundación de la universidad de Ferrara.
1403 Ghiberti empieza los bajos relieves del baptisterio de Pisa.
|
Díptico de la Anunciacion (Simone Martini)La humanización de los rasgos de las pinturas religiosas fue una de las características del humanismo
|
Triunfo de Venus. fresco de Francisco del Cossa |
COLA DI RIENZO