LIBRO PRELIMINAR
LIBRO PRIMERO.-ORIGENES DE LA IGLESIA EN
MEXICO.—1511-1548.
CAPITLO III.—RASGOS RELIGIOSOS DE
NUESTRA CONQUISTA.
CAPITULO IV.—LOS PRIMEROS MISIONEROS
FRANCISCANOS.
CAPITULO V.—TRABAJOS DE
ROTURACION.
CAPITULO VI.—SOBRE LO QUE DESTRUYERON
LOS PRIMEROS FRAILES.—
CAPITULO VII.—PRIMEROS TRABAJOS DE
LOS DOMINICOS EN NUEVA ESPAÑA.
CAPITLO VIII.—LA BULA
“UNIGENITUS”.
CAPITULO IX.—EL ILMO. SR. D. FR. JUAN
DE ZUMARRAGA.
CAPITULO X.—EL CARGO OFICIAL DE
PROTECTOR Y DIFICULTADES CON EL RELACIONADAS.
CAPITULO XI.—De la Milagrosa
Aparición de María Santísima en el Tepeyac.
CAPITULO XII.—ERECCION DE LAS
DIOCESIS PRIMITIVAS.
CAPITULO XIII.—EL IMO. SR. DON VASCO
DE QUIROGA, OBISPO DE MICHOACAN.
CAPITULO XIV.—EL ILMO. SR. D. FR.
BARTOLOME DE LAS CASAS
CAPITULO XV.—Los primeros Obispos de
Tlaxcala, Antequera y Nueva Galicia.
CAPITULO XVI.—SOBRE LOS LIMITES DE
LAS PRIMERAS DIOCESIS.
CAPITULO XVII.—PRIMEROS TRABAJOS DE
LOS AGUSTINOS EN LA NUEVA ESPAÑA.
CAPITULO XVIII.—SEGUNDO PERIODO DE LA
INQUISICION.
CAPITULO XIX.—LOS ORIGENES DE NUESTRA
INSTRUCCION PUBLICA.
CAPITULO XX.—LAS PRIMERAS
INSTITUCIONES DE CARIDAD.
CAPITULO XXI.—JUNTAS DE LAS
AUTORIDADES ECLESIASTICAS.
CAPITULO XXII.—NUESTROS PRIMEROS
MARTIRES.
TOMO II
LIBRO PRIMERO
CONSOLIDACION Y ACTIVIDADES DE LAS INSTITUCIONES FUNDADORAS
1548—1572
LIBRO SEGUNDO
LOS ELEMENTOS REGENERADORES. 1572—1600
Y
LIBRO TERCERO
FRUTOS ESPECIALES DE LA IGLESIA EN EL SIGLO XVI
TOMO III
LIBRO PRIMERO
INSTITUCIONES Y LABOR DE LA IGLESIA ORGANIZADA
LIBRO SEGUNDO
LAS MISIONES
LIBRO TERCERO
FRUTOS DE LA IGLESIA EN EL SIGLO XVII
TOMO IV
1700 - 1800
LIBRO PRIMERO
INSTITUCIONES Y LABOR DE LA IGLESIA ORGANIZADA
LIBRO SEGUNDO
LAS MISIONES
LIBRO TERCERO
LA DESTRUCCION
PROLOGO
“Apuntes sobre la Historia
Eclesiástica de México” o “Ensayo” o algo semejante, es el título que
sinceramente creemos que se debe dar a este libro. Solamente razones de
subordinación a quienes gustosamente la debemos, nos han podido forzar a darle
el título con que aparece.
Sirva de atenuante a nuestra audacia
en presentar y hasta en haber emprendido obra tan por encima de nuestras
fuerzas, el deseo que tenemos de dar ocasión a que otra pluma mejor cortada
que la nuestra escriba una Historia de la Iglesia Mexicana como ella se lo
merece, pues triste es decirlo, no hay una sola.
Fr. Jerónimo de Mendieta en el último
tercio del siglo XVI escribió su precioso libro "Historia Eclesiástica
Indiana.” Lo terminó en 1598 aunque no vio la luz pública sino hasta el año de
1890. De inmenso valor como es esta obra, por su abundante información, su
veracidad y su estilo sabroso y fácil, todavía es insuficiente, aun para el
corto período que abarca, pues lleno el buen religioso de amor a su Orden y
sobrándole datos a ella referentes, descuidó casi por completo los otros temas
que según el título se esperaban y nos vino a dar de hecho, solamente una
crónica de su Provincia franciscana del Santo Evangelio.
Casi un siglo después de Mendieta,
Don Juan Diez de la Calle publicaba su ya rarísima obra “Noticias Sacras y
Reales del Imperio de las Indias Occidentales” así como tres años después, el
de 1649 Gil González Dávila comenzaba a publicar su “Teatro Eclesiástico de la
primitiva Iglesia de las Indias Occidentales”.
Sin quitarles su mérito a ambos
autores peninsulares, podrá observar quien los leyere, que sus obras resultan
pobres aun para el período que alcanzaron.
Por Iglesia entendían lo que
pudiéramos llamar el armazón humano de ella: Jerarquía eclesiástica, Cabildos,
Comunidades tomadas en globo, lo material de fundaciones y rentas; en una
palabra, lo que pudiera interesar en la contaduría del Consejo de Indias para
quien fueron escritas. Nada se ve en estas obras, de vida, ni menos de vida
sobrenatural. Además están plagadas de errores e inexactitudes.
Nada de carácter general se hizo en
este sentido en el siglo XVIII a pesar de los laudables esfuerzos del Arzobispo
Lorenzana y del P. Pichardo, Felipense, quienes hicieron inmenso acopio de
documentos a este propósito.
En el siglo pasado y año de 1881 con
excelente buena voluntad y gran mérito, el entonces Cura de Amecameca D. Fortino
Hipólito Vera, publicó su “Catecismo Geográfico-histórico-estadístico de la
Iglesia Mexicana”, librito en octavo menor que prescindiendo de las
inexactitudes que contiene, será muy útil (y es lo que el autor se proponía) en
los colegios y escuelas.
No sabemos que se haya publicado otra
obra que satisfaga al deseo muy justo de nuestro pueblo, de tener un libro de
la historia de su Iglesia.
Con esto no queremos decir que
nosotros vayamos a descubrir un mundo nuevo y a formar un libro de noticias
desconocidas. No; casi todas las partes de nuestra historia eclesiástica
están ya escritas e impresas, pero todas ellas sueltas y desparramadas. Son los
sillares más o menos labrados de un edificio que querríamos ver construido.
Piedras son y muy sólidas, aunque en
bruto, las colecciones impresas de importantísimos documentos, sillares son
aunque anticuados y de reformarse, las crónicas de órdenes religiosas y las
vidas de tantos varones ilustres de la antigüedad; y piedras muy bien labradas
aunque pocas y separadas, las monografías modernas de autores de primer orden.
¿Pero podemos remitir al público para el conocimiento de su historia
eclesiástica a estos centenares de libros, sin unidad de estilo ni de criterio,
obras en su mayor parte agotadas o de muy subido precio?
Llegamos pues con nuestro humilde
trabajo, no a llenar este hueco inmenso sino a dar ocasión para que lo llenen
quienes con más talento y más elementos, se levanten hoy o mañana a suplir
nuestras deficiencias y corregir nuestros errores.
Dos palabras sobre nuestro plan,
fuentes y método.
Proponémonos en este volumen dar a
conocer a nuestros lectores los orígenes de la Iglesia en México, o sean, sus
principales personalidades e instituciones así como sus actividades, luchas y
éxitos dentro del período que anunciamos en nuestra portada. Ábrese éste con
las primeras plegarias de los náufragos de 1511 y se cierra con la organización
Jerárquica de nuestro episcopado en 1548.
Precede al cuerpo de la obra un Libro
Preliminar en que se describe el terreno que Dios entregó a la labor cristiana,
pues sólo así se apreciará lo prodigioso y excelente de ésta.
Como más largamente describiremos,
nuestros límites geográficos para este primer tomo obedecen a los cronológicos
y nos ciñen por lo tanto a la mitad sur de la hoy República Mexicana.
Dentro del período que abarcamos hay
tres obvias subdivisiones correspondientes a las tres influencias que
principalmente orientaron las actividades cristianas: la de Cortés hasta 1524,
la de los Franciscanos hasta 1534 y la de los prelados y primeros religiosos
hasta el fin de nuestro período. Pueden llamarse las épocas de conquista, de
roturación y de cimentación.
Fuentes de las noticias que forman
nuestro trabajo son ante todo, por razón de su antigüedad, los Códices y Anales
indígenas cuyos títulos y ediciones, de los que están publicados, encontrará el
lector en nuestra bibliografía preliminar.
Son nuestros Códices mexicanos tiras
de piel y más frecuentemente de papel vegetal, en las que por medio de
pinturas jeroglíficas significaban los indígenas sus historias, sus fábulas
mitológicas y sus leyes La parte histórica se reduce por regla general a
describir dinastías y guerras: elementos que poco hemos podido utilizar. La
parte mitológica, despreciable y repugnante para estudiarse en sus detalles, da
en su conjunto elementos para ideas muy importantes y muy históricas sobre el
carácter
de los pueblos y su reflejo en la
vida práctica. La parte de legislación aunque la más utilizada, es por
desgracia la menos abundante en esta clase de documentos. El más apreciado de
los Códices es sin duda el llamado Mendocino y lo es, por la parte descriptiva
de las costumbres y de las instituciones más importantes del pueblo nahuatl.
Los principales Códices pueden
conocerse reproducidos, en la lujosísima edición de Lord Kingsborough (Londres
1681) quien en los siete volúmenes en gran folio de sus “Antiquities of México”
perpetuó los más valiosos monumentos de nuestra historia precortesiana.
Con el nombre de Anales, conocemos
otra clase de libros o tiras de procedencia indígena. En ellos al lado de las
fechas, puestas en línea vertical, anotaban por medio de jeroglíficos los
acontecimientos más notables. Aunque por su naturaleza, muy escasos en
pormenores, son sin embargo los Anales de mucho valor histórico. La ingenuidad
infantil del jeroglífico, la brevedad misma y la falta de tendencias, les da
un innegable sello de veracidad. Cuando ya hubo indios que supieran leer, y los
hubo abundantes en 1525, a los jeroglíficos de sus anotaciones les ponían
explicación con letras de nuestro alfabeto. Ya a mediados del siglo XVI, sólo
con éstas expresaban las noticias. Todos los Anales que conocemos fueron
escritos originalmente en mexicano. Los más apreciados por su antigüedad, como
que se remontan al año 583 de nuestra era son los llamados Anales de
Cualiutitlán que particularmente describimos en el curso de la obra.
Tales son las fuentes de donde
proceden los datos de nuestra parte preliminar, si no siempre directamente
explotados, a lo menos tal cual los tradujeron y presentaron los intérpretes
más fidedignos. El más notable de ellos fue Fr. Benardino de Sahagún, hijo de
un pueblo de este nombre del antiguo reino de León. Vino a Nueva España en 1529
y desde entonces hasta su muerte acaecida en 1591 dedicóse cum amore a estudiar profundamente, lengua, historia, mitología y
cuanto se relacionase con la vida de sus amados indios. Tratándose de asuntos
aztecas precortesianos, Sahagún es la primera autoridad histórica.
Lo que Sahagún fue para esta región
central, fueron respectivamente para las de Yucatán y Jalisco Fr. Diego de
Landa y Fr. Antonio Tello. Los tres fueron gloria de la orden Franciscana.
El dominico Fr. Diego Durán primer
intérprete y glosador erudito del mal llamado Códice Ramírez, el Jesuita P.
Javier Clavijero, D. Mariano Veytia y en tiempos más recientes Dn. Manuel
Orozco y Berra, aunque autores de segunda mano, son, en punto de historia
antigua de México, de verdadero mérito y los principales autores de consulta.
Muchos han sido los historiadores de
la Conquista. Las fuentes empero, son cuatro. Hernán Cortés en sus cinco Cartas
de Relación escritas sobre el terreno a sangre caliente y en la historia que
dictara a su Capellán Gomara. El segundo fue Francisco de Terrazas, criado del
Conquistador. Siguióle Andrés de Tapia más puntual y también más gráfico.
Mas a todos supera en valor
histórico, en descriptiva, en plan y en extensión el incomparable Bernal Díaz
del Castillo. Cuenta sencillamente lo que vió con sus propios ojos, con una honradez
y gracia nativa tan singulares que por sí solos bastarían para persuadirnos de
que sus noticias no pueden ser más que la verdad. Para nuestros propósitos
Bernal Díaz es fuente más fecunda y más aceptable que los antes nombrados.
Más fecunda, porque su piedad lo llevó a fijarse y a describir con más cuidado
los asuntos religiosos; más aceptable, por no haber en él el peligro de
parcialidad y exageración que cabía en los familiares de Cortés.
Aunque de segunda mano, Oviedo y el
grave Herrera, por lo bien documentados, pueden considerarse como
indispensables en la materia.
Otros son los autores fuentes para
nuestras relaciones sobre la labor de los religiosos. Para la principal de
nuestro período o sea la de los franciscanos, el grupo o dinastía: Motolinia,
Mendieta y Torquemada son ciertamente y a pesar de sus defectos,
imprescindibles.
Llegó Motolinia a México en 1524. El
año 36 ya estaba escribiendo su Historia de los indios de Nueva España que terminó
en año 1542. Publicóla el Sr. Icazbalceta y últimamente el preclaro
historiógrafo Franciscano R. P. Daniel Sánchez García. Motolinia es el Bernal
Díaz de la conquista espiritual.
Como él también es ingenuo y vivísimo
en sus descripciones, aunque sumamente desordenado, y poco exacto con
frecuencia en datos cronológicos.
Mendieta (diciéndolo) toma por base a
Motolinia aunque añadiéndole de su peculio muchas y muy buenas cosas. El ejemplar
inédito de Mendieta cayó en manos de Torquemada. Copiólo en gran parte (sin
decir de donde lo tomaba) y le añadió algunas cosas buenas entre mucho fárrago
de consideraciones y malas retóricas que abultaron lo de Mendieta hasta presentarnos
el libro titulado “Monarquía Indiana”.
Los dominicos tuvieron en Dávila
Padilla y Remesal dos insignes cronistas para sus dos provincias, de México y
Chiapas. El P. Méndez a fines del siglo XVII refundió y ciertamente mejoró la
obra de Dávila Padilla en una crónica que, inédita hasta ahora, nos ha servido
de base a lo que referimos de los dominicos en este libro.
En 1624 apareció la Crónica de la
orden de San Agustín compuesta por el P. Juan de Grijálva. Sus fuentes como lo
indica el eruditísimo P. Gregorio de Santiago Vela, fueron escritos tan
fehacientes como los del primer Cronista de la orden en México, Fr. Alonso
Buiza, la relación del P. Juan Estacio presentada al Capítulo general de 1545
y los valiosos apuntes de los PP. Hurtado, Agustín de la Coruña, Diego de
Salamanca y Juan Núñez. Los PP. Agustinos del Escorial hacen una nueva edición
de dicha Crónica con notas del P. Sicardo y con otras modernas de mucho mérito.
También han publicado su continuación por el P. Esteban García. El por tantos
títulos célebre P. Basalanque y el P. Juan González de la Puente son los
Cronistas de la Provincia Agustiniana de Michoacán.
Si el clero secular hubiese tenido
cronistas de oficio como los había en todas las órdenes religiosas, aparte de
otras ventajas consiguientes, habría la de tener algo así como base o esqueleto
para su historia. Para lo poco que en este volumen de él tratamos hemos suplido
esta falta con los papeles inéditos de D. Juan Diez de la Calle que estudiamos
en la Biblioteca Nacional de Madrid, con las relaciones de los Obispados
publicadas por nuestro excelente amigo D. Luis García Pimentel y con los
apéndices del Cardenal Lorenzana a su publicación “Concilios Mexicanos”.
La cita completa de los libros a que
nos hemos especialmente referido va en nuestra bibliografía preliminar. Aparecen
en ella con caracteres más gruesos los que pueden llamarse autores fuentes o
de gran importancia.
Las otras obras que citamos,
alabándoles sus méritos, se dan a conocer porque por una razón o por otra, hay
que tenerlas en cuenta en sus respectivas materias. Esto no significa que
recomendemos a todas ellas sin excepciones, ni bajo el punto de vista
histórico ni menos bajo el punto de vista religioso.
Aparte de las historias y colecciones
impresas nos hemos servido de la documentación que personalmente obtuvimos en
los Archivos de Madrid, México, Londres y sobre todo del de Sevilla cuyas citas
van en nota correspondiente al documento utilizado. No es ésta sin embargo la
parte de nuestra obra donde más documentos nuevos hayan de aparecer pues,
tratándose sobre todo del primer tercio del siglo XVI, la documentación es más
escasa y las publicaciones de ella más numerosas que las de los siglos
subsiguientes.
Respecto a nuestro método, creemos
conveniente hacer algunas advertencias.
En un trabajo de índole sintética y
general no nos ha sido posible dar cabida a ciertos pormenores muy de desear en
trabajos monográficos, y si a veces a ello descendemos es por su alta
significación en la marcha de los sucesos.
A los mismos acontecimientos que
tenemos por principales no siempre se les puede consignar dentro del período
en este volumen incluido. Traérnoslos al tiempo y fecha en que tuvieron su
centro histórico, entendiendo por tal, el más importante del asunto o
personaje de quien se trate. Entonces es cuando, trayéndolos de varios años a
la redonda, se reúnen los datos referentes al tema. En virtud de este nuestro
método quedan pospuestos para el siguiente volumen, por ejemplo, los capítulos
referentes al Real Patronato, al Clero parroquial y a los Cabildos
eclesiásticos. En cambio la erección del obispado de Yucatán viene anticipándose,
en este volumen, ya que sus momentos más importantes y primer origen cayeron en
el primer tercio del Siglo XVI.
Aun cuando no aparezca muchas veces
la crítica de nuestros asertos y documentos (porque la Historia no debe convertirse
en alegato) crítica ha habido y cada documento de los aquí presentados tiene a
retaguardia documentos comprobantes con que pudiéramos defenderlo.
Las noticias históricas no son sólo
para conocerse. A ser posible, deben también sentirse y nada nos hace tanto
sentirlas y vivirlas como escucharlas de los labios y con las mismas palabras
de los testigos de vista. Por eso insertamos lo más que podemos de textos
originales, que aunque de duro lenguaje a veces, son siempre inteligibles y, a
quien lleva en sus venas sangre castellana, muy expresivas y agradables.
Bendiga Dios estas semillas de verdad
histórica.
Las flores y los frutos vendrán a su
tiempo.
Mariano
Cuevas, S. J.
México, fiesta del Apóstol San Pedro,
Año del Señor de 1921.
BIBLIOGRAFIA DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA EN MEXICO
INSTRUMENTOS DE ESTUDIO
Bartolomé de las Casas. HISTORIA DE LAS INDIAS ..
Orozco y Berra
FRANCISCO HERNANDEZ ( 1517 - 15587 )