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PRUDENCIO DAMBORIENA
FE CATÓLICA E IGLESIAS Y SECTAS DE LA REFORMA
Los Cánones de Dort de 1616
La Decisión del Sínodo
de Dort sobre los Cinco Principales Puntos de Doctrina en
Disputa en los Países Bajos
La Decisión del Sínodo de Dort en los
Cinco Principales Puntos de Doctrina en Disputa en los Países Bajos es
popularmente conocido como Los Cánones de Dort. Consiste en declaraciones de
doctrina adoptada por el gran Sínodo de Dort el cual se reunió en la ciudad de Dordrecht en 1618-1619. Aunque este fue un sínodo nacional
de las Iglesias reformadas de los Países Bajos, tenía un carácter
internacional, ya que estaba compuesto no solamente de delegados Holandeses
sino además de veintiséis delegados de otros ocho países.
El Sínodo de Dort fue convocado con el fin de solucionar una seria controversia en las iglesias
Holandesas iniciadas por el surgimiento del Arminianismo.
Jacobo Arminio, un teólogo profesor en la Universidad
Leiden, cuestionó la enseñanza de Calvino y sus seguidores en un número de
puntos importantes. Después de la muerte de Arminio,
sus seguidores presentaron sus posiciones en cinco de estos puntos en la
"Protesta de 1610". En este documento ó en
escritos tardíos mas explícitos, los Arminianos ensañaron que la elección estaba basada en fe
prevista, que la expiación fue universal, que la depravación es parcial, que la
gracia es resistible, y la posibilidad de una caída de la gracia. En los
Cánones el Sínodo de Dort rechazó estas posiciones y
proclamó la doctrina Reformada en estos puntos, nombramos, la elección
incondicional, la expiación limitada, la depravación total, la gracia
irresistible, y la perseverancia de los santos.
Los Cánones tienen un carácter especial
porque su propósito original como decisión judicial en los puntos doctrinales
en disputa durante la controversia Arminiana. El
prefacio original les llamaba un "juicio, en el cual ambas, la verdadera
posición, de acuerdo con la Palabra de Dios, referente los ya mencionados cinco
puntos de doctrinas es explicada y la posición falsa, en desacuerdo con la
Palabra de Dios, es rechazada". Los Cánones además tienen un carácter
limitado en que estos no cubren la totalidad de la doctrina, sino que enfoca en
los cinco puntos de doctrina en disputa. Cada uno de los puntos principales
consiste en una parte positiva y una parte negativa, la primera siendo la
exposición de la doctrina reformada sobre el tema y la segunda una repudiación
(reprobación ó rechazo) de los errores
correspondientes. Aunque en forma estos son realmente cuatro puntos, hablamos
propiamente de cinco puntos, porque los Cánones fueron estructurados para
corresponder a los cinco artículos de la protesta de 1610. Los puntos
principales tres y cuatro fueron combinados en uno, siempre siendo designados
como puntos principales III/IV.
CAPITULO PRIMERO:
DE LA DOCTRINA DE LA DIVINA ELECCION Y
REPROBACION.
1.- Puesto que todos los hombres han
pecado en Adán y se han hecho culpables de maldición y muerte eterna, Dios, no
habría hecho injusticia a nadie si hubiese querido dejar a todo el género
humano en el pecado y en la maldición, y condenarlo a causa del pecado, según
estas expresiones del Apóstol: ...Para que toda boca se cierre y todo el mundo
quede bajo el juicio de Dios... por cuanto todos pecaron, y están destituidos
de la Gloria de Dios (Rom. 3:19,23). Y: Porque la
paga del pecado es la muerte... (Rom. 6:23).
II.- Pero, en esto se mostró el amor de
Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo... para
que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (1 Jn. 4,9; Jn.
3,16).
III.- A fin de que los hombres sean
traídos a la fe, Dios, en su misericordia, envía mensajeros de esta buena nueva
a quienes le place y cuando Él quiere; y por el ministerio de aquellos son
llamados los hombres a conversión y a la fe en Cristo crucificado. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quién
no han oído? ¿Y Cómo predicarán si no fueren enviados? (Rom.
10:14,15).
IV.- La ira de Dios está sobre aquellos
que no creen este Evangelio. Pero los que lo aceptan, y abrazan a Jesús el
Salvador, con fe viva y verdadera, son librados por Él de la ira de Dios y de
la perdición, y dotados de la vida eterna Un. 3:36; Mr. 16:16).
V.- La causa o culpa de esa incredulidad,
así como la de todos los demás pecados, no está de ninguna manera en Dios, sino
en el hombre Pero la fe en Jesucristo y la salvación por medio de El son un don gratuito de Dios; como está escrito: Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de nosotros, pues es don
de Dios (Ef. 2:8). Y así mismo: Porque a vosotros os es concedido a causa de
Cristo, no sólo que creáis en El... (Fil. 1:29).
VI.- Que Dios, en el tiempo, a algunos
conceda el don de la fe y a otros no, procede de Su eterno decreto. Conocidas
son a Dios desde e! siglo todas sus obras (Hch.
15:18), y: hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Ef. 1: I 1).
Con arreglo a tal decreto ablanda, por pura gracia, el corazón de los
predestinados, por obstinados que sean, y los inclina a creer; mientras que a
aquellos que, según Su justo juicio, no son elegidos, los abandona a su maldad
y obstinación. Y es aquí, donde, estando los hombres en similar condición de
perdición, se nos revela esa profunda misericordiosa e igualmente justa
distinción de personas, o decreto de elección y reprobación revelado en la
Palabra de Dios. La cual, si bien los hombres perversos, impuros e inconstantes
tuercen para su perdición, también da un increíble consuelo a las almas santas
v temerosas de Dios.
VII.- Esta elección es un propósito
inmutable de Dios por el cual El, antes de la fundación del mundo, de entre
todo el género humano caído por su propia culpa, de su primitivo estado de rectitud,
en el pecado y la perdición, predestinó en Cristo para salvación, por pura
gracia y según el beneplácito de Su voluntad, a cierto número de personas, no
siendo mejores o más dignas que las demás, sino hallándose en igual miseria que
las otras, y puso a Cristo, también desde la eternidad, por Mediador y Cabeza
de todos los predestinados, y por fundamento de la salvación. Y, a fin de que
fueran hechos salvos por Cristo, Dios decidió también dárselos a él, llamarlos
y atraerlos poderosamente a Su comunión por medio de Su Palabra y Espíritu
Santo, o lo que es lo mismo, dotarles de la verdadera fe en Cristo,
justificarlos, santificarlos y, finalmente, guardándolos poderosamente en la
comunión de Su Hijo, glorificarlos en prueba de Su misericordia y para alabanza
de las riquezas de Su gracia soberana. Conforme está escrito: según nos escogió
en él antes de la fundación del mundo, para que fuéremos santos y sin mancha
delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos
por medio de Jesucristo, según el Puro afecto de Su voluntad, para alabanza de
la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptor en e!
Amado (Ef. I A-6); y en otro lugar: Y a los que predestinó, a éstos también
llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó,, y a los que justificó, a
éstos también glorifico. (Rom. 8:10).
VIII.- La antedicha elección de todos
aquellos que se salvan no es múltiple, sino una sola y la misma, tanto en el
Antiguo, como en el Nuevo Testamento. Ya que la Escritura nos presenta un único
beneplácito, propósito y consejo de la voluntad de Dios, por los cuales Él nos
escogió desde la eternidad tanto para la gracia, como para la gloria, así para
la salvación, como para el camino de la salvación, las cuales preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas (Ef. 1:4,5 y 2:10).
IX.- Esta misma elección fue hecha, no en
virtud de prever la fe y la obediencia a la fe, la santidad o alguna otra buena
cualidad o aptitud, como causa o condición, previamente requeridas en el hombre
que habría de ser elegido, sino para la fe y la obediencia a la fe, para la santidad,
etc. Por consiguiente, la elección es la fuente de todo bien salvador de la que
proceden la fe, la santidad y otros dones salvíficos y, finalmente, la vida
eterna misma, conforme al testimonio del Apóstol: ... Según nos escogió en él
antes de la fundación del mundo (no, porque éramos, sino), para que fuésemos
santos y sin mancha delante de él (Ef. 1:4).
X.- La causa de esta misericordiosa
elección es únicamente la complacencia de Dios, la cual no consiste en que Él
escogió como condición de la salvación, de entre todas las posibles
condiciones, algunas cualidades u obras de los hombres, sino en que Él se tomó
como propiedad, de entre la común muchedumbre de los hombres, a algunas
personas determinadas. Como está escrito: (pues no habían aún nacido, ni habían
hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la electrón
permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se !e dejó (esto es, a
Rebeca): amé más a Jacob, a Esaú aborrecí (Rom.
9:11-13); y creyeron todos los que estaban ordenados para !a vida eterna (Hch. 13:48).
XI. - Y como Dios mismo es sumamente
sabio, inmutable, omnisciente y todopoderoso, así la elección, hecha por Él, no
puede ser anulada, ni cambiada, ni revocada, ni destruida, ni los elegidos
pueden ser reprobados, ni disminuido su número.
XII.- Los elegidos son asegurados de esta
su elección eterna e inmutable, a su debido tiempo, si bien en medida desigual
y en distintas etapas; no cuando, por curiosidad, escudriñan los misterios y
las profundidades de Dios, sino cuando con gozo espiritual y santa delicia
advierten en sí mismos los frutos infalibles de la elección, indicados en la
Palabra de Dios (cuando se hallan: la verdadera fe en Cristo, temor filial de
Dios, tristeza según el criterio de Dios sobre el pecado, y hambre y sed de
justicia, etc.) (2 Cor. 13:5).
XIII.- Del sentimiento interno y de la
certidumbre de esta elección toman diariamente los hijos de Dios mayor motivo
para humillarse ante Él, adorar la profundidad de Su misericordia, purificarse
a sí mismos, y, por su parte, amarle ardientemente a Él, que de modo tan
eminente les amó primero a ellos. Así hay que descartar que, por esta doctrina
de la elección y por la meditación de la misma, se relajen en la observancia de
los mandamientos de Dios, o se hagan carnalmente descuidados. Lo cual, por el
justo juicio de Dios, suele suceder con aquellos que, jactándose audaz y
ligeramente de la gracia de la elección, o charloteando vana y petulantemente
de ella, no desean andar en los caminos de los elegidos.
XIV.- Además, así como esta doctrina de la
elección divina, según el beneplácito de Dios, fue predicada tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento por los profetas, por Cristo mismo y por
los apóstoles, y después expuesta y legada en las
Sagradas Escrituras, así hoy en día y a su debido tiempo se debe exponer en la
Iglesia de Dios (a la cual le ha sido especialmente otorgada), con espíritu de
discernimiento y con piadosa reverencia, santamente, sin investigación curiosa
de los caminos del Altísimo, para honor del Santo Nombre de Dios y para
consuelo vivificante de Su pueblo (Hch. 20:27; Rom. 12:3; 11.33.34; Heb.
6:17,18).
XV.- La Sagrada Escritura nos muestra y
ensalza esta gracia divina e inmerecida de nuestra elección mayormente por el
hecho de que, además, testifica que no todos los hombres son elegidos, sino que
algunos no lo son o son pasados por alto en la elección eterna de Dios, y estos
son aquellos a los que Dios, conforme a Su libérrima, irreprensible e inmutable
complacencia, ha resuelto dejarlos en la común miseria en la que por su propia
culpa se precipitaron, y no dotarlos de la fe salvadora y la gracia de la
conversión y, finalmente, estando abandonados a sus propios caminos y bajo el
justo juicio de Dios, condenarlos y castigarlos eternamente, no sólo por su
incredulidad, sino también por todos los demás pecados, para dar fe de Su
justicia divina. Y este es el decreto de reprobación, que en ningún sentido
hace a Dios autor del pecado (lo cual es blasfemia, aún sólo pensarlo), sino
que lo coloca a Él como su Juez y Vengador terrible, intachable y justo.
XVI.- Quienes aún no sienten poderosamente
en sí mismos la fe viva en Cristo, o la confianza cierta del corazón, la paz de
la conciencia, la observancia de la obediencia filial, la gloria de Dios por
Cristo, y no obstante ponen los medios por los que Dios ha prometido obrar en
nosotros estas cosas, éstos no deben desanimarse cuando oyen mencionar la
reprobación, ni contarse entre los reprobados, sino proseguir diligentemente en
la observancia de los medios, añorar ardientemente días de gracia más abundante
y espetar ésta con reverencia y humildad. Mucho menos han de asustarse de esta
doctrina de la reprobación aquellos que seriamente desean convertirse a Dios,
agradarle a Él únicamente y ser librados del cuerpo de muerte, a pesar de que
no pueden progresar en el camino de la fe y de la salvación tanto como ellos
realmente querrían; ya que el Dios misericordioso ha prometido que no apagará
el pabilo humeante, ni destruirá la caña cascada. Pero esta doctrina es, y con
razón, terrible pata aquellos que, no haciendo caso de Dios y Cristo, el
Salvador, se han entregado por completo a los cuidados del mundo y a las
concupiscencias de la carne, hasta tanto no se conviertan de veras a Dios.
XVII.- Puesto que debemos juzgar la
voluntad de Dios por medio de Su Palabra, la cual atestigua que los hijos de
los creyentes son santos, no por naturaleza, sino en virtud del pacto de
gracia, en el que están comprendidos con sus padres, por esta razón los padres
piadosos no deben dudar de la elección y salvación de los hijos a quienes Dios
quita de esta vida en su niñez (Gn. 17:7; Hch. 2:39; 1 Cor. 7:14).
XVIII.- Contra aquellos que murmuran de
esta gracia de la elección inmerecida y de la severidad de la reprobación
justa, ponemos esta sentencia del Apóstol: Oh, hombre, ¿quién eres tú para que
alterquen con Dios? (Rom. 9:20), y ésta de nuestro
Salvador: ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? (Mt. 20:15).
Nosotros, por el contrario, adorando con piadosa reverencia estos misterios,
exclamamos con el apóstol: ¡Oh profundidad de lar riquezas de la sabiduría y de
la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sur
caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor?¿O quién fue su consejero?
¿O quién le dio a él primero, para que le fuere recompensado? Porque de él, y
por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos.
Amén. (Rom. 11: 33-36).
CONDENA DE LOS ERRORES POR LOS QUE LAS
IGLESIAS DE LOS PAISES BAJOS FUERON PERTURBADAS DURANTE ALGUN TIEMPO
Una vez declarada la doctrina ortodoxa de
la elección y reprobación, el Sínodo condena los errores de aquellos:
I.- Que enseñan: «que la voluntad de Dios
de salvar a aquellos que habrían de creer y perseverar en la fe y en la
obediencia a la fe, es el decreto entero y total de la elección para salvación,
y que de este decreto ninguna otra cosa ha sido revelada en la Palabra de
Dios».
— Pues éstos engañan a los sencillos, y
contradicen evidentemente a las Sagradas Escrituras que testifican que Dios, no
sólo quiere salvar a aquellos que creerán, sino que también ha elegido Él,
desde la eternidad, a algunas personas determinadas, a las que Él, en el
tiempo, dotaría de la fe en Cristo y de la perseverancia, pasando a otros por
alto, como está escrito: ...He manifestado tu nombre a los hombres que del
mundo me diste Un. 17:6); y: ...y creyeron todos los que estaban ordenador para
vida eterna (Hch. 13:48); y: ... según nos escogió en
él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos, santos y sin mancha
delante de Él (Ef. 1:4).
II.- Que enseñan: que la elección de Dios
pata la vida eterna es múltiple y varia: una, general e indeterminada; otra,
particular y determinada; y que esta última es, o bien, imperfecta, revocable,
no decisiva y condicional; o bien, perfecta, irrevocable, decisiva y absoluta.
Asimismo: que hay una elección pata fe y otra para salvación, de manera que la
elección para fe justificante pueda darse sin la elección para salvación.
- Pues esto es una especulación de la
mente humana, inventada sin y fuera de las Sagradas Escrituras, por la cual se
pervierte la enseñanza de la elección, y se destruye esta cadena de oro de
nuestra Salvación: Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que
llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó (Rom. 8:30).
III.- Que enseñan que el beneplácito y el
propósito de Dios, de los que la Escritura habla en la doctrina de la elección,
no consisten en que Dios ha elegido a algunas especiales personas sobre otras,
sino en que Dios, de entre todas las posibles condiciones, entre las que
también se hallan las obras de la ley, o de entre el orden total de codas las
cosas, ha escogido como condición de salvación el acto de fe, no meritorio por
su naturaleza, y su obediencia imperfecta, a los cuales, por gracia, habría
querido tener por una obediencia perfecta, y considerar como dignos de la recompensa
de la vida eterna.
— Pues con este error infame se hacen
inválidos el beneplácito de Dios y el mérito de Cristo, y por medio de sofismas
inútiles se desvía a los hombres de la verdad de la justificación gratuita y de
la sencillez de las Sagradas Escrituras, y se acusa de falsedad a esta
sentencia del Apóstol: ...de Dios, (v. 8), quien nos salvó y llamó con
llamamiento santo, no conforme a nuestras obrar, sino según el propósito suyo y
la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos
(2 Tim. 1:9).
IV.- Que enseñan: que en la elección para
fe se requiere esta condición previa: que el hombre haga un recto uso de la luz
de la naturaleza, que sea piadoso, sencillo, humilde e idóneo para la vida
eterna, como si la elección dependiese en alguna manera de estas cosas.
- Pues esto concuerda con la opinión de Pelagio, y está en pugna con la enseñanza del Apóstol
cuando escribe: Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por
naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en
misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos), y juntamente con El nos
resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús. Porque por gracia sois salvos por medró de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Ef. 2:3-9).
V.- Que enseñan: que la elección
imperfecta y no decisiva de determinadas personas para salvación tuvo lugar en
virtud de previstas la fe, la conversión, la santificación y la piedad, las
cuales, o bien tuvieron un comienzo, o bien se desarrollaron incluso durante un
cierto tiempo; pero que la elección perfecta y decisiva tuvo lugar en virtud de
prevista la perseverancia hasta el fin de la fe, en la conversión, era la
santidad y en la piedad; y que esto es la gracia y la dignidad evangélicas,
motivo por lo cual, aquel que es elegido es mas digno
que aquel que no lo es; y que, por consiguiente, la fe, la obediencia a la fe,
la santidad, la piedad y la perseverancia no son frutos de la elección
inmutable para la gloria, sino que son las condiciones que, requeridas de
antemano y siendo cumplidas, son previstas para aquellos que serían plenamente
elegidos, y las usas sin las que no acontece la elección inmutable para gloria.
- Lo cual está en pugna con toda la
Escritura que inculca constantemente en nuestro corazón y nos hace oír estas
expresiones y otras semejantes: (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún
ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama) (Rom.
9:11) ...y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hch. 13:48)... según nos escogió en El antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El. (Ef. 1:4) No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo
os elegí a vosotros Un. 15:16). Y si por gracia, ya no es por obras. (Rom. 11:6) En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:10).
VI.- Que enseñan: «que no toda elección
para salvación es inmutable; si no que algunos elegidos, a pesar de que existe
un único decreto de Dios, se pueden perder y se pierden eternamente.
- Con tan grave error hacen mudable a
Dios, y echan por tierra el consuelo de los piadosos, por el cual se apropian
la seguridad de su elección, y contradicen a la Sagrada Escritura, que enseña:
que engañarán, si fuera posible, aun a los elegidos (Mt. 24:24); que de toda lo
que me diere, no pierda yo nada Jn. 6: 39); y a los
que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Rom. 8:30).
VII - Que enseñan: que en esta vida no hay
fruto alguno, ni ningún sentimiento de la elección inmutable; ni tampoco seguridad,
sino la que depende de una condición mudable e inciertas.
- Pues además de que es absurdo suponer
una seguridad incierta, asimismo esto está también en pugna con la comprobación
de los santos, quienes, en virtud del sentimiento interno de su elección, se
gozan con el Apóstol, y glorifican este beneficio de Dios (Efesios 1): quienes,
según la amonestación de Cristo, se alegran con los discípulos de que sus
nombres estén escritos en el cielo (Lc. 10:20);
quienes también ponen el sentimiento interno de su elección contra las saetas
ardientes de los ataques del diablo, cuando preguntan: ¿Quién acusará a !os
escogidos de Dios? (Rom. 8:33).
VIII.- Que enseñan: «que Dios, meramente
en virtud de Su recta voluntad, a nadie ha decidido dejarlo en la caída de Adán
y en la común condición de pecado y condenación, o pasarlo de largo en la
comunicación de la gracia que es necesaria para la fe y la conversión.
- Pues esto es cierto: De manera que de
quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece (Rom. 9:18). Y esto también: Porque a vosotros os es dado
saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos no les es dado (Mt.
13:11). Asimismo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los
niños. Sí, Padre, porque así te agradó (M t. 11:25, 26).
IX.- Que enseñan: que la causa por la que
Dios envía el Evangelio a un pueblo más que a otro, no es mera y únicamente el
beneplácito de Dios, sino porque un pueblo es mejor y más digno que el otro al
cual no le es comunicado.
- Pues Moisés niega esto, cuando habla al
pueblo israelita en estos términos: He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos,
y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella.
Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su
descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, corno en
este día (Dt. 10:14,15): y Cristo, cuando dice: ¡Ay
de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!
Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos
en vosotros, tiempo ha que se hubieran arrepentido en
cilicio y en ceniza (Mt. 11:21).
CAPITULO SEGUNDO:
DE LA DOCTRINA DE LA MUERTE DE CRISTO Y DE
LA REDENCION DE LOS HOMBRES POR ESTE
I.- Dios es no sólo misericordioso en
grado sumo, sino también justo en grado sumo. Y su justicia (como Él se ha
revelado en Su Palabra) exige que nuestros pecados, cometidos contra Su
majestad infinita, no sólo sean castigados con castigos temporales, sino
también castigos eternos, tanto en el alma como en el cuerpo; castigos que
nosotros no podemos eludir, a no sea que se satisfaga plenamente la justicia de
Dios.
II.- Mas, puesto que nosotros mismos no
podemos satisfacer y librarnos de la ira de Dios, por esta razón, movido Él de
misericordia infinita, nos ha dado a Su Hijo unigénito por mediador, el cual, a
fin de satisfacer por nosotros, fue hecho pecado y maldición en la cruz por
nosotros o en lugar nuestro.
III.- Esta muerte del Hijo de Dios es la
ofrenda y la satisfacción única y perfecta por los pecados, y de una virtud y
dignidad infinitas, y sobradamente suficiente como expiación de los pecados del
mundo entero.
IV.- Y por eso es esta muerte de tan gran
virtud y dignidad, porque la persona que la padeció no sólo es un hombre
verdadero y perfectamente santo, sino también el Hijo de Dios, de una misma,
eterna e infinita esencia con el Padre y el Espíritu Santo, tal como nuestro
Salvador tenía que ser. Además de esto, porque su muerte fue acompañada con el
sentimiento interno de la ira de Dios y de la maldición que habíamos merecido
por nuestros pecados.
V.- Existe además la promesa del Evangelio
de que todo aquel que crea en el Cristo crucificado no se pierda, sino que
tenga vida eterna; promesa que, sin distinción, debe ser anunciada y proclamada
con mandato de conversión y de fe a todos los pueblos y personas a los que
Dios, según Su beneplácito, envía Su Evangelio.
VI.- Sin embargo, el hecho de que muchos,
siendo llamados por el Evangelio, no se conviertan ni crean en Cristo, mas perezcan en incredulidad, no ocurre por defecto o
insuficiencia de la ofrenda de Cristo en la cruz, sino por propia culpa de
ellos.
VII.- Mas todos cuantos verdaderamente
creen, y por la muerte de Cristo son redimidos y salvados de los pecados y de
la perdición, gozan de aquellos beneficios sólo por la gracia de Dios que les
es dada eternamente en Cristo, y de la que a nadie es deudor.
VIII.- Porque este fue el consejo
absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre:
que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se
extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de la
fe justificante, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es
decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él corroboró
el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus,
linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la
eternidad fueron escogidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre;
los dotase de la fe, como asimismo de los otros dones salvadores del Espíritu
Santo, que Él les adquirió por Su muerte; los limpiase por medio de Su sangre
de todos sus pecados, tanto los originales o connaturales como los reales ya de
antes ya de después de la fe; los guardase fielmente hasta el fin y, por
último, los presentase gloriosos ante sí sin mancha ni arruga.
IX.- Este consejo, proveniente del eterno
amor de Dios hacia los predestinados, se cumplió eficazmente desde el principio
del mundo hasta este tiempo presente (oponiéndose en vano a ello las puertas
del infierno), y se cumplirá también en el futuro, de manera que los
predestinados, a su debido tiempo serán congregados en uno, y que siempre
existirá una Iglesia de los creyentes, fundada en la sangre de Cristo, la cual
le amará inquebrantablemente a Él, su Salvador, quien, esposo por su esposa,
dio Su vida por ella en la cruz, y le servirá constantemente, y le glorificará
ahora y por toda la eternidad.
REPROBACION DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la doctrina ortodoxa,
el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
I.- Que enseñan: que Dios Padre ordenó a
Su Hijo a la muerte de cruz sin consejo cierto y determinado de salvar
ciertamente a alguien; de manera que la necesidad, utilidad y dignidad de la
impetración de la muerte de Cristo bien pudieran haber existido y permanecido
perfectas en todas sus partes, y cumplidas en su totalidad, aun en el caso de
que la redención lograda jamás hubiese sido adjudicada a hombre alguno.
- Pues esta doctrina sirve de menosprecio
de la sabiduría del Padre y de los méritos de Jesucristo, y está en contra de
la Escritura. Pues nuestro Salvador dice así: ...pongo mi vida por las
ovejas... y yo las conozco (Jn. 10:15-27); y el
profeta Isaías dice del Salvador: Cuando haya puesto su vida en expiación por
el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en
su mano prosperada (Is. 53:10); y por último, está en
pugna con el artículo de la fe por el que creemos: una Iglesia cristiana
católica.
II.- Que enseñan: que el objeto de la
muerte de Cristo no fue que Él estableciese de hecho el nuevo Pacto de gracia
en Su muerte, sino únicamente que Él adquiriese pata el Padre un meto derecho
de poder establecer de nuevo un pacto tal con los hombres como a Él le
pluguiese, ya fuera de gracia o de obras.
- Pues tal cosa contradice a la Escritura,
que enseña que Jesús es hecho fiador de un mejor pacto, esto es, del Nuevo
Pacto (Heb. 7:22), y un testamento con la muerte se
confirma (Heb. 9:15,17).
III.-- Que enseñan: «que Cristo por Su
satisfacción no ha merecido para nadie, de un modo cierto, la salvación misma y
la fe por la cual esta satisfacción es eficazmente apropiada; si no que ha
adquirido únicamente para el Padre el poder o la voluntad perfecta para tratar
de nuevo con los hombres, y dictar las nuevas condiciones que Él quisiese, cuyo
cumplimiento quedaría pendiente de la libre voluntad del hombre; y que por
consiguiente podía haber sucedido que ninguno, o que todos los hombres las
cumpliesen».
- Pues éstos opinan demasiado
despectivamente de la muerte de Cristo, no reconocen en absoluto el principal
fruto o beneficio logrado por éste, y vuelven a traer del infierno el error
pelagiano.
IV.- Que enseñan: «que el nuevo Pacto de
gracia, que Dios Padre hizo con los hombres por mediación de la muerte de
Cristo, no consiste en que nosotros somos justificados ante Dios y hechos
salvos por medio de la fe, en cuanto que acepta los méritos de Cristo; si no en
que Dios, habiendo abolido la exigencia de la obediencia perfecta a la Ley,
cuenta ahora la fe misma y la obediencia a la fe, si bien imperfectas, por
perfecta obediencia a la Ley, y las considera, por gracia, dignas de la
recompensa de la vida eterna.
- Pues éstos contradicen a las Sagradas
Escrituras: siendo justificados gratuitamente por Su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puro como propiciación por medió
de la fe en Su sangre (Rom. 3:24,25); y presentan con
el impío Socino una nueva y extraña justificación del
hombre ante Dios, contraria a la concordia unánime de toda la Iglesia.
V.- Que enseñan: «que todos los hombres
son aceptados en el estado de reconciliación y en la gracia del Pacto, de
manera que nadie es culpable de condenación o será maldecido a causa del pecado
original, sino que todos los hombres están libres de la culpa de este pecado».
- Pues este sentir es contrario a la
Escritura, que dice: ... y éramos por naturaleza hijos de la ira, lo mismo que
los demás (Ef. 2:3).
VI.- Que emplean la diferencia entre
adquisición y apropiación, al objeto de poder implantar en los imprudentes e
inexpertos este sentir: «que Dios, en cuanto a Él toca, ha querido comunicar
por igual a todos los hombres aquellos beneficios que se obtienen por la muerte
de Cristo; pero el hecho de que algunos obtengan el perdón de los pecados y la
vida eterna, y otros no, depende de su libre voluntad, la cual se une a la
gracia que se ofrece sin distinción, y que no depende de ese don especial de la
misericordia que obra eficazmente en ellos, a fin de que se apropien para sí
mismos, a diferencia de como otros hacen, aquella gracia».
- Pues éstos, fingiendo exponer esta
distinción desde un punto de vista recto, tratan de inspirar al pueblo el
veneno pernicioso de los errores pelagianos.
VII.- Que enseñan: «Que Cristo no ha
podido ni ha debido morir, ni tampoco ha muerto, por aquellos a quienes Dios
ama en grado sumo, y a quienes eligió para vida eterna, puesto que los tales no
necesitan de la muerte de Cristo».
- Pues contradicen al Apóstol, que dice:
...del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gál. 2:20). Como también: Quién acusará a los escogidos de
Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que
murió (Rom. 8:33,34), a saber: por ellos; también
contradicen al Salvador, quien dice: ...y pongo mi vida por las ovejas Un.
10:15), y: Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros, como yo os he
amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. (Jn, 15:12,13).
CAPITULOS TERCERO Y CUARTO:
DE LA DEPRAVACION DEL HOMBRE, DE SU
CONVERSION A DIOS Y DE LA MANERA DE REALIZARSE ESTA ULTIMA
I.- Desde el principio, el hombre fue
creado a imagen de Dios, adornado en su entendimiento con conocimiento
verdadero y bienaventurado de su Creador, y de otras cualidades espirituales;
en su voluntad y en su corazón, con la justicia; en todas sus afecciones, con
la pureza; y fue, a causa de tales dones, totalmente santo. Pero aparcándose de
Dios por insinuación del demonio y de su voluntad libre, se privó a sí mismo de
estos excelentes dones, y a cambio ha atraído sobre sí, en lugar de aquellos
dones, ceguera, oscuridad horrible, vanidad y perversión de juicio en su
entendimiento; maldad, rebeldía y dureza en su voluntad y en su corazón; así
como también impureza en todos sus afectos.
II.- Tal como fue el hombre después de la
caída, tales hijos también procreó, es decir: corruptos, estando él corrompido;
de tal manera que la corrupción, según el justo juicio de Dios, pasó de Adán a
todos sus descendientes (exceptuando únicamente Cristo), no por imitación, como
antiguamente defendieron los pelagianos, sino por procreación de la naturaleza
corrompida.
IIL- Por consiguiente, todos los hombres
son concebidos en pecado y, al nacer como hijos de ira, incapaces de algún bien
saludable o salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y esclavos del
pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su naturaleza
corrompida, ni por ellos mismos mejorar la misma, sin la gracia del Espíritu
Santo, que es quien regenera.
IV.- Bien es verdad que después de la
caída quedó aún en el hombre alguna luz de la naturaleza, mediante la cual
conserva algún conocimiento de Dios, de las cosas naturales, de la distinción
entre lo que es lícito e ilícito, y también muestra alguna práctica hacia la
virtud y la disciplina externa. Pero está por ver que el hombre, por esta luz
de la naturaleza, podría llegar al conocimiento salvífico de Dios, y
convertirse a Él cuando, ni aún en asuntos naturales y cívicos, tampoco usa
rectamente esta luz; antes bien, sea como fuere, la empaña totalmente de
diversas maneras, y la subyuga en injusticia; y puesto que él hace esto, por
tanto se priva de toda disculpa ante Dios.
V.- Como acontece con la luz de la
naturaleza, así sucede también, en este orden de cosas, con la Ley de los Diez
Mandamientos, dada por Dios en particular a los judíos a través de Moisés. Pues
siendo así que ésta descubre la magnitud del pecado y convence más y más al
hombre de su culpa, no indica, sin embargo, el remedio de reparación de esa
culpa, ni aporta fuerza alguna para poder salir de esta miseria; y porque, así
como la Ley, habiéndose hecho impotente por la carne, deja al trasgresor
permanecer bajo la maldición, así el hombre no puede adquirir por medio de la
misma la gracia que justifica.
VI.- Lo que, en este caso, ni la luz de la
naturaleza ni la Ley pueden hacer, lo hace Dios por el poder del Espíritu Santo
y por la Palabra o el ministerio de la reconciliación, que es el Evangelio del
Mesías, por cuyo medio plugo a Dios salvar a los hombres creyentes tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento.
VII.- Este misterio de Su voluntad se lo
descubrió Dios a pocos en el Antiguo Testamento; pero en el Nuevo Testamento (una
vez derribada la diferencia de los pueblos), se lo reveló a más hombres. La
causa de estas diferentes designaciones no se debe basar en la dignidad de un
pueblo sobre otro, o en el mejor uso de la luz de la naturaleza, sino en la
libre complacencia y en el gratuito amor de Dios; razón por la que aquellos en
quienes, sin y aun en contra de todo merecimiento, se hace gracia tan grande,
deben también reconocerla con un corazón humilde y agradecido, y con el Apóstol
adorar la severidad y la justicia de los juicios de Dios en aquellos en quienes
no se realiza esta gracia, y de ninguna manera investigarlos curiosamente.
VIII.- Pero cuantos son llamados por el
Evangelio, son llamados con toda seriedad. Pues Dios muestra formal y
verdaderamente en Su Palabra lo que le es agradable a Él, a saber: que los
llamados acudan a Él. Promete también de veras a todos los que vayan a Él y
crean, la paz del alma y la vida eterna.
IX.- La culpa de que muchos, siendo
llamados por el ministerio del Evangelio, no se alleguen ni se conviertan, no
está en el Evangelio, ni en Cristo, al cual se ofrece por el Evangelio, ni en
Dios, que llama por el Evangelio e incluso comunica diferentes dones a los que
llama; si no en aquellos que son llamados; algunos de los cuales, siendo descuidados,
no aceptan la palabra de vida; otros sí la aceptan, pero no en lo íntimo de su
corazón, y de ahí que, después de algún entusiasmo pasajero, retrocedan de
nuevo de su fe temporal; otros ahogan la simiente de la Palabra con los espinos
de los cuidados y de los deleites del siglo, y no dan ningún fruto; lo cual
enseña nuestro Salvador en la parábola del sembrador (Mateo 13).
X.- Pero que otros, siendo llamados por el
ministerio del Evangelio, acudan y se conviertan, no se tiene que atribuir al
hombre como si él, por su voluntad libre, se distinguiese a sí mismo de los
otros que son provistos de gracia igualmente grande y suficiente (lo cual
sienta la vanidosa herejía de Pelagio); si no que se
debe atribuir a Dios, quien, al igual que predestinó a los suyos desde la
eternidad en Cristo, así también llama a estos mismos en el tiempo, los dota de
la fe y de la conversión y, salvándolos del poder de las tinieblas, los
traslada al reino de Su Hijo, a fin de que anuncien las virtudes de aquel que
los llamó de las tinieblas a su luz admirable, y esto a fin de que no se
gloríen en sí mismos, sino en el Señor, como los escritos apostólicos declaran
de un modo general.
XI.- Además, cuando Dios lleva a cabo este
Su beneplácito en los predestinados y obra en ellos la conversión verdadera, lo
lleva a cabo de tal manera que no sólo hace que se les predique exteriormente
el Evangelio, y que se les alumbre poderosamente su inteligencia por el
Espíritu Santo a fin de que lleguen a comprender y distinguir rectamente las
cosas que son del Espíritu de Dios; sino que Él penetra también hasta las
partes más íntimas del hombre con la acción poderosa de este mismo Espíritu
regenerador; El abre el corazón que está cerrado; Él quebranta lo que es duro;
Él circuncida lo que es incircunciso; Él infunde en la voluntad propiedades
nuevas, y hace que esa voluntad, que estaba muerta, reviva; que era mala, se
haga buena; que no quería, ahora quiera realmente; que era rebelde, se haga
obediente; Él mueve y fortalece de tal manera esa voluntad para que pueda, cual
árbol bueno, llevar frutos de buenas obras.
XII.- Y este es aquel nuevo nacimiento,
aquella renovación, nueva creación, resurrección de muertos y vivificación, de
que tan excelentemente se habla en las Sagradas Escrituras, y que Dios obra en
nosotros sin nosotros. Este nuevo nacimiento no es obrado en nosotros por medio
de la predicación externa solamente, ni por indicación, o por alguna forma tal
de acción por la que, una vez Dios hubiese terminado Su obra, entonces estaría
en el poder del hombre el nacer de nuevo o no, el convertirse o no. Si no que
es una operación totalmente sobrenatural, poderosísima y, al mismo tiempo,
suavísima, milagrosa, oculta e inexpresable, la cual, según el testimonio de la
Escritura (inspirada por el autor de esta operación), no es menor ni inferior
en su poder que la creación o la resurrección de los muertos; de modo que todos
aquellos en cuyo corazón obra Dios de esta milagrosa manera, renacen cierta,
infalible y eficazmente, y de hecho creen. Así. la voluntad, siendo entonces
renovada, no sólo es movida y conducida por Dios, sino que, siendo movida por
Dios, obra también ella misma. Por lo cual con razón se dice que el hombre cree
y se convierte por medio de la gracia que ha recibido.
XIII.- Los creyentes no pueden comprender
de una manera perfecta en esta vida el modo cómo se realiza esta acción;
mientras tanto, se dan por contentos con saber y sentir que por medio de esta
gracia de Dios creen con el corazón y aman a su Salvador.
XIV.- Así pues, la fe es un don de Dios;
no porque sea ofrecida por Dios a la voluntad libre del hombre, sino porque le
es efectivamente participada, inspirada e infundida al hombre; tampoco lo es
porque Dios hubiera dado sólo el poder creer, y después esperase de la voluntad
libre el consentimiento del hombre o el creer de un modo efectivo; si no porque
PI, que obra en tal circunstancia el querer y el hacer, es más, que obra todo
en todos, realiza en el hombre ambas cosas: la voluntad de creer y la fe misma.
XV.- Dios no debe a nadie esta gracia;
porque ¿qué debería Él a quien nada le puede dar a Él primero, pata que le
fuera recompensado? En efecto, ¿qué debería Dios a aquel que de sí mismo no
tiene otra cosa sino pecado y mentira? Así pues, quien recibe esta gracia sólo
debe a Dios por ello eterna gratitud, y realmente se la agradece; quien no la
recibe, tampoco aprecia en lo más mínimo estas cosas espirituales, y se complace
a sí mismo en lo suyo; o bien, siendo negligente, se gloría vanamente de tener
lo que no tiene. Además, a ejemplo de los Apóstoles, se debe juzgar y hablar lo
mejor de quienes externamente confiesan su fe y enmiendan su vida, porque lo
íntimo del corazón nos es desconocido. Y por lo que respecta a otros que aún no
han sido llamados, se debe orar a Dios por ellos, pues Él es quien llama las
cosas que no son como si fueran, y en ninguna manera debemos envanecernos ante
éstos, como si nosotros nos hubiésemos escogido a nosotros mismos.
XVI.- Empero como el hombre no dejó por la
caída de ser hombre dotado de entendimiento y voluntad, y como el pecado,
penetrando en todo el género humano, no quitó la naturaleza del hombre, sino
que la corrompió y la mató espiritualmente; así esta gracia divina del nuevo
nacimiento tampoco obra en los hombres como en una cosa insensible y muerta, ni
destruye la voluntad y sus propiedades, ni las obliga en contra de su gusto,
sino que las vivifica espiritualmente, las sana, las vuelve mejores y las
doblega con amor y a la vez con fuerza, de tal manera que donde antes imperaba
la rebeldía y la oposición de la carne allí comienza a prevalecer una
obediencia de espíritu voluntaria y sincera en la que descansa el verdadero y
espiritual restablecimiento y libertad de nuestra voluntad. Y a no ser que ese
prodigioso Artífice de todo bien procediese en esta forma con nosotros, el
hombre no tendría en absoluto esperanza alguna de poder levantarse de su caída
por su libre voluntad, por la que él mismo, cuando estaba aún en pie, se
precipitó en la perdición.
XVII.- Pero así como esa acción
todopoderosa de Dios por la que Él origina y mantiene esta nuestra vida
natural, tampoco excluye sino que requiere el uso de medios por los que Dios,
según Su sabiduría infinita y Su bondad, quiso ejercer Su poder, así ocurre
también que la mencionada acción sobrenatural de Dios por la que Él nos
regenera, en modo alguno excluye ni rechaza el uso del Evangelio al que Dios,
en Su sabiduría, ordenó para simiente del nuevo nacimiento y para alimento del
alma. Por esto, pues, así como los Apóstoles y los Pastores que les sucedieron
instruyeron saludablemente al pueblo en esta gracia de Dios (para honor del
Señor, y pata humillación de toda soberbia del hombre), y no descuidaron
entretanto el mantenerlos en el ejercicio de la Palabra, de los sacramentos y
de la disciplina eclesial por medio de santas amonestaciones del Evangelio; del
mismo modo debe también ahora estar lejos de ocurrir que quienes enseñan a otros
en la congregación, o quienes son enseñados, se atrevan a tentar a Dios
haciendo distingos en aquellas cosas que Él, según Su beneplácito, ha querido
que permaneciesen conjuntamente unidas. Porque por las amonestaciones se pone
en conocimiento de la gracia; y cuanto más solícitamente desempeñamos nuestro
cargo, tanto más gloriosamente se muestra también el beneficio de Dios, que
obra en nosotros, y Su obra prosigue entonces de la mejor manera. Sólo a este
Dios corresponde, tanto en razón de los medios como por los frutos y la virtud
salvadora de los mismos, toda gloria en la eternidad. Amén.
REPROBACION DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la doctrina ortodoxa,
el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
I.- Que enseñan: «que propiamente no se
puede decir que el pecado original en sí mismo sea suficiente para condenar a
todo el género humano, o para merecer castigos temporales y eternos».
- Pues éstos contradicen al Apóstol, que
dice: ...como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Rom. 5:12); y: ...el juicio vino a causa de un solo pecado
para condenación (Rom. 5:16); y: la paga del pecado
es la muerte (Rom. 6:23).
II.; Que enseñan: que los dones
espirituales, o las buenas cualidades y virtudes, como son: bondad, santidad y
justicia, no pudieron estar en la libre voluntad del hombre cuando en un
principio fue creado, y que, por consiguiente, no han podido ser separadas en
su caída.
- Pues tal cosa se opone a la descripción
de la imagen de Dios que el Apóstol propone (Ef. 4:24), donde confiesa que
consiste en justicia y santidad, las cuales se hallan indudablemente en la
voluntad.
III.; Que enseñan: que, en la muerte
espiritual, los dones espirituales no se separan de la voluntad del hombre, ya
que la voluntad por sí misma nunca estuvo corrompida, sino sólo impedida por la
oscuridad del entendimiento y el desorden de las inclinaciones; y que, quitados
estos obstáculos, entonces la voluntad podría poner en acción su libre e innata
fuerza, esto es: podría de sí misma querer y elegir, o no querer y no elegir,
toda suerte de bienes que se le presentasen.
- Esto es una innovación y un error, que
tiende a enaltecer las fuerzas de la libre voluntad, en contra del juicio del
profeta: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso (Jer. 17:9), y del Apóstol: Entre los cuales (hijos de
desobediencia) también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos (Ef.
2:3).
IV.- Que enseñan que el hombre no renacido
no está ni propia ni enteramente muerto en el pecado, o falto de todas las
fuerzas para el bien espiritual; sino que aún puede tener hambre y sed de
justicia y de vida, y ofrecer el sacrificio de un espíritu humilde y
quebrantado, que sea agradable a Dios.
- Pues estas cosas están en contra de los
testimonios claros de la Sagrada Escritura: cuando estabais muertos en vuestros
delitos y pecados (Ef. 2:1,5) y: todo designio de los pensamientos del corazón
de ellos era de continuo solamente el mal. . . ; Porque el intento del corazón
del hombre es malo desde su juventud (Gn. 6:5 y
8:21). Además, tener hambre y sed de salvación de la miseria, tener hambre y
sed de la vida, y ofrecer a Dios el sacrificio de un espíritu quebrantado, es
propio de los renacidos y de los que son llamados bienaventurados (Sal. 51:19 y
Mt. 5:6).
V.- Que enseñan: «que el hombre natural y
corrompido, hasta tal punto puede usar bien de la gracia común (cosa que para
ellos es la luz de la naturaleza), o los dones que después de la caída aún le
fueron dejados, que por ese buen uso podría conseguir, poco a poco y
gradualmente, una gracia mayor, es decir: la gracia evangélica o salvadora y la
bienaventuranza misma. Y que Dios, en este orden de cosas, se muestra dispuesto
por Su parte a revelar al Cristo a todos los hombres, ya que El suministra a
todos, de un modo suficiente y eficaz, los medios que se necesitan para la
conversión».
- Pues, a la par de la experiencia de
todos los tiempos, también la Escritura demuestra que tal cosa es falsa: Ha
manifestado Sus palabras a Jacob, Sus estatutos y Sus Juicios a Israel. No ha
hecho así con ninguna otra entre las naciones; y en cuanto a Sur juicios, no
los conocieron (Sal. 147:19.20). En las edades pasadas Él ha dejado a todas las
gentes andar en sus propios caminos (Hch. 14:16); y:
Les fue prohibido (a saber: a Pablo y a los suyos) por el Espíritu Santo hablar
la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero e! Espíritu no se lo permitió (Hch.
16:6,7).
VI.- Que enseñan: que en la verdadera
conversión del hombre ninguna nueva cualidad, fuerza o don puede ser infundido
por Dios en la voluntad; y que, consecuentemente, la fe por la que en principio
nos convertimos y en razón de la cual somos llamados creyentes, no es una
cualidad o don infundido por Dios, sino sólo un acto del hombre, y que no puede
ser llamado un don, sino sólo refiriéndose al poder para llegar a la fe misma.
- Pues con esto contradicen a la Sagrada
Escritura que testifica que Dios derrama en nuestro corazón nuevas cualidades
de fe, de obediencia y de experiencia de Su amor: Daré mi Ley en su mente, y la
escribiré en su corazón (Jer. 31:33); y: Yo derramaré
aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré
sobre tu generación (Is.44:3); y: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Rom.
5:5). Este error combate también la costumbre constante de la Iglesia de Dios
que, con el profeta, ora así: Conviérteme, y seré convertido (Jer. 31:18).
VII.- Que enseñan: que la gracia, por la
que somos convertidos a Dios, no es otra cosa que una suave moción o consejo; o
bien (como otros lo explican), que la forma más noble de actuación en la
conversión del hombre, y la que mejor concuerda con la naturaleza del mismo, es
la que se hace aconsejando, y que no cabe el por qué sólo esta gracia
estimulante no sería suficiente para hacer espiritual al hombre natural; es
más, que Dios de ninguna manera produce el consentimiento de la voluntad sino
por esta forma de moción o consejo, y que el poder de la acción divina, por el
que ella supera la acción de Satanás, consiste en que Dios promete bienes
eternos, en tanto que Satanás sólo temporales.
- Pues esto es totalmente pelagiano y está
en oposición a toda la Sagrada Escritura, que reconoce, además de ésta, otra
manera de obrar del Espíritu Santo en la conversión del hombre mucho más
poderosa y más divina. Como se nos dice en Ezequiel: Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y gustaré de vuestra carne el corazón
de piedra, y os daré un corazón e carne (Ez. 36:26).
VIII.- Que enseñan: que Dios no usa en la
regeneración o nuevo nacimiento del hombre tales poderes de Su omnipotencia que
dobleguen eficaz y poderosamente la voluntad de aquél a la fe y a la
conversión; si no que, aun cumplidas todas las operaciones de la gracia que
Dios usa para convertirle, el hombre sin embargo, de tal manera puede resistir
a Dios y al Espíritu Santo, y de hecho también resiste con frecuencia cuando Él
se propone su regeneración y le quiere hacer renacer, que impide el
renacimiento de sí mismo; y que sobre este asunto queda en su propio poder el
ser renacido o no.
- Pues esto no es otra cosa sino quitar
todo el poder de la gracia de Dios en nuestra conversión, y subordinar la
acción de Dios Todopoderoso a la voluntad del hombre, y esto contra los
Apóstoles, que enseñan: que creemos, según la operación del poder de Su fuerza
(Ef. 1:19); y: que nuestro Dios os tenga por dignos de Su llamamiento, y cumpla
todo propósito de bondad y toda obra de fe con Su poder (2 Tes.
1:11); y: como todas las cosas que pertenecen a la urda y a la piedad nos han
sido dadas por Su divino poder (2 Pe. 1:3).
IX.- Que enseñan: que la gracia y la
voluntad libre son las causas parciales que obran conjuntamente el comienzo de
la conversión, y que la gracia, en relación con la acción, no precede a la
acción de la voluntad; es decir, que Dios no ayuda eficazmente a la voluntad
del hombre pata la conversión, sino cuando la voluntad del hombre se mueve a sí
misma y se determina a ello.
- Pues la Iglesia antigua condenó esta
doctrina, ya hace siglos, en los pelagianos, con aquellas palabras del Apóstol:
Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene
misericordia (Rom. 9:16). Asimismo: ¿Quién te distingue?
¿O qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor. 4:7); y:
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena
voluntad. (Fil. 2:13).
CAPITULO QUINTO:
DE LA PERSVERANCIA DE LOS SANTOS
I.- A los que Dios llama, conforme a Su
propósito, a la comunión de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y regenera por
el Espíritu Santo, a éstos les salva ciertamente del dominio y de la esclavitud
del pecado, pero no les libra en esta vida totalmente de la carne y del cuerpo
del pecado.
II.- De esto hablan los cotidianos pecados
de la flaqueza, y el que las mejores obras de los santos también adolezcan de
defectos. Lo cual les da motivo constante de humillarse ante Dios, de buscar su
refugio en el Cristo crucificado, de matar progresivamente la carne por
Espíritu de oración y los santos ejercicios de piedad, y de desear la meta de
la perfección, hasta que, librados de este cuerpo de muerte, reinen con el
Cordero de Dios en los cielos.
III.- A causa de estos restos de pecado
que moran en el hombre, y también con motivo de las tentaciones del mundo y de
Satanás, los convertidos no podrían perseverar firmemente en esa gracia, si
fuesen abandonados a sus propias fuerzas. Pero fiel es Dios que misericordiosamente
los confirma en la gracia que, una vez, les fue dada, y los guarda
poderosamente hasta el fin.
IV.- Y si bien ese poder de Dios por el
que corma y guarda en la gracia a los creyentes verdaderos, es mayor que el que
les podría hacer reos de la carne, sin embargo, los convertidos no siempre son
de tal manera conducidos y movidos por Dios que ellos, en ciertos actos
especiales, no puedan apartarse por su propia culpa de la dirección de la
gracia, y ser reducidos por las concupiscencias de la carne y seguirlas. Por
esta razón, deben velar y orar constantemente que no sean metidos en tentación.
Y si no lo hacen así, no sólo pueden ser llevados por la carne, el mundo y
Satanás a cometer pecados graves y horribles, sino que ciertamente, por
permisión justa de Dios, son también llevados a veces hasta esos mismos
pecados; como lo prueban las lamentables caídas de David, Pedro y otros santos,
que nos son descritas en las Sagradas Escrituras.
V.- Con tan groseros pecados irritan
grandemente a Dios, se hacen reos de muerte, entristecen al Espíritu Santo,
destruyen temporalmente el ejercicio de la fe, hieren de manera grave su
conciencia, y pierden a veces por un tiempo el sentimiento de la gracia; hasta
que el rostro paternal de Dios se les muestra de nuevo, cuando retornan de sus
caminos a través del sincero arrepentimiento.
VI.- Pues Dios, que es rico en
misericordia, obrando de conformidad con el propósito de la elección, no aparta
totalmente el Espíritu Santo de los suyos, incluso en las caídas más
lamentables, ni los deja recaer hasta el punto de que pierdan la gracia de la
aceptación y el estado de justificación, o que pequen para muerte o contra el
Espíritu Santo y se precipiten a sí mismos en la condenación eterna al ser
totalmente abandonados por Él.
VII.- Pues, en primer lugar, en una caída
tal, aún conserva Dios en ellos esta Su simiente incorruptible, de la que son
renacidos, a fin de que no perezca ni sea echada fuera. En segundo lugar, los
renueva cierta y poderosamente por medio de Su Palabra y Espíritu
convirtiéndolos, a fin de que se contristen, de corazón y según Dios quiere,
por los pecados cometidos; deseen y obtengan, con un corazón quebrantado, por
medio de la fe, perdón en la sangre del Mediador; sientan de nuevo la gracia de
Dios de reconciliarse entonces con ellos; adoren Su misericordia y fidelidad; y
en adelante se ocupen más diligentemente en su salvación con temor y temblor.
VIII.- Por consiguiente, consiguen todo
esto no por sus méritos o fuerzas, sino por la misericordia gratuita de Dios,
de tal manera que ni caen del todo de la fe y de la gracia, ni permanecen hasta
el fin en la caída o se pierden. Lo cual, por lo que de ellos depende, no sólo
podría ocurrir fácilmente, sino que realmente ocurriría. Pero por lo que
respecta a Dios, no puede suceder de ninguna manera, por cuanto ni Su consejo
puede ser alterado, ni rota Su promesa, ni revocada la vocación conforme a Su
propósito, ni invalidado el mérito de Cristo, así como la intercesión y la
protección del mismo, ni eliminada o destruida la confirmación del Espíritu
Santo.
IX.- De esta protección de los elegidos
para la salvación, y de la perseverancia de los verdaderos creyentes en la fe,
pueden estar seguros los creyentes mismos, y lo estarán también según la medida
de la fe por la que firmemente creen que son y permanecerán siempre miembros
vivos y verdaderos de la Iglesia, y que poseen el perdón de los pecados y la
vida eterna.
X.- En consecuencia, esta seguridad no
proviene de alguna revelación especial ocurrida sin o fuera de la Palabra, sino
de la fe en las promesas de Dios, que Él, para consuelo nuestro, reveló
abundantemente en Su Palabra; del testimonio del Espíritu Santo, el cual da
testimonio a nuestro espíritu, de que romos hijos de Dios (Rom.
8:16); y, finalmente, del ejercicio santo y sincero tanto de una buena
conciencia como de las buenas obras. Y si los elegidos de Dios no tuvieran en
este mundo, tanto este firme consuelo de que guardarán la victoria, como esta
prenda cierta de la gloria eterna, entonces serían los más miserables de todos
los hombres.
XL.- Entretanto, la Sagrada Escritura
testifica que los creyentes, en esta vida, luchan contra diversas vacilaciones
de la carne y que, puestos en grave tentación, no siempre experimentan esta
confianza absoluta de la fe y esta certeza de la perseverancia. Pero Dios, el
Padre de toda consolación, no les dejará ser tentados más de lo que puedan
resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida (1 Cor. 10:13), y de nuevo despertará en ellos, por el
Espíritu Santo, la seguridad de la perseverancia.
XII.- Pero tan fuera de lugar está que
esta seguridad de la perseverancia pueda hacer vanos y descuidados a los
creyentes verdaderos, que es ésta, por el contrario, una base de humildad, de
temor filial, de piedad verdadera, de paciencia en toda lucha, de oraciones
fervientes, de firmeza en la cruz y en la confesión de la verdad, así como de
firme alegría en Dios; y que la meditación de ese beneficio es para ellos un
acicate para la realización seria y constante de gratitud y buenas obras, como
se desprende de los testimonios de la Sagrada Escritura y de los ejemplos de
los santos.
XIII.- Asimismo, cuando la confianza en la
perseverancia revive en aquellos que son reincorporados de la caída, eso no
produce en ellos altanería alguna o descuido de la piedad, sino un cuidado
mayor en observar diligentemente los caminos del Señor que fueron preparados de
antemano, a fin de que, caminando en ellos, pudiesen guardar la seguridad de su
perseverancia y para que el semblante de un Dios expiado (cuya contemplación es
para los piadosos más dulce que la vida, y cuyo ocultamiento les es más amargo
que la muerte) no se aparte nuevamente de ellos a causa del abuso de Su
misericordia paternal, y caigan así en más graves tormentos de ánimo.
XIV.- Como agradó a Dios comenzar en
nosotros esta obra suya de la gracia por la predicación del Evangelio, así la
guarda, prosigue y consuma Él por el oír, leer y reflexionar de aquél, así como
por amonestaciones, amenazas, promesas y el uso de los sacramentos.
XV.- Esta doctrina de la perseverancia de
los verdaderos creyentes y santos, así como de la seguridad de esta
perseverancia que Dios, para honor de Su Nombre y para consuelo de las almas
piadosas, reveló superabundantemente en Su Palabra e imprime en los corazones
de los creyentes, no es comprendida por la carne, es odiada por Satanás,
escarnecida por el mundo, abusada por los inexpertos e hipócritas, y combatida
por los herejes; pero la Esposa de Cristo siempre la amó con ternura y la
defendió con firmeza cual un tesoro de valor inapreciable. Y que también lo
haga en el futuro, será algo de lo que se preocupará Dios, contra quien no vale
consejo alguno, ni violencia alguna puede nada. A este único Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, sea el honor y la gloria eternamente. Amén.
REPROBACION DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la doctrina ortodoxa,
el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
L- Que enseñan: que la perseverancia de
los verdaderos creyentes no es fruto de la elección, o un don de Dios adquirido
por la muerte de Cristo; si no una condición del Nuevo Pacto, que el hombre,
para su (como dicen ellos) elección decisiva y justificación, debe cumplir por
su libre voluntad..
- Pues la Sagrada Escritura atestigua que
la perseverancia se sigue de la elección, y es dada a los elegidos en virtud de
la muerte, resurrección e intercesión de Cristo: Los escogidos sí !o han
alcanzado, y los demás fueron endurecidos (Rom.
11:7). Y asimismo: El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él rodar las cosas? ¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que
también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom. 8:32-35).
II.- Que enseñan: que Dios ciertamente
provee al hombre creyente de fuerzas suficientes para perseverar, y está
dispuesto a conservarlas en él si éste cumple con su deber; pero aunque sea así
que todas las cosas que son necesarias para perseverar en la fe y las que Dios
quiere usar para guardar la fe, hayan sido dispuestas, aun entonces dependerá
siempre del querer de la voluntad el que ésta persevere o no.
- Pues este sentir adolece de un
pelagianismo manifiesto; y mientras éste pretende hacer libres a los hombres,
los torna de este modo en ladrones del honor de Dios; además, está en contra de
la constante unanimidad de la enseñanza evangélica, la cual quita al hombre
todo motivo de glorificación propia y atribuye la alabanza de este beneficio
únicamente a la gracia de Dios; y por último va contra el Apóstol, que declara:
Dios... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de
nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:8).
III.- Que enseñan: «que los verdaderos
creyentes y renacidos no sólo pueden perder total y definitivamente la fe
justificante, la gracia y la salvación, sino que de hecho caen con frecuencia
de las mismas y se pierden eternamente».
- Pues esta opinión desvirtúa la gracia,
la justificación, el nuevo nacimiento y la protección permanente de Cristo, en
oposición con las palabras expresas del apóstol Pablo: que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados
en su sangre, por él seremos salvos de la ira (Rom.
5:8,9); y en contra del Apóstol Juan: Todo aquel que es nacido de Dios, no
practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar, porque es nací do de Dios (1 Jn. 3:9); y
también en contra de las palabras de Jesucristo: Y yo les doy vida eterna; y no
perecerán jamás, ni nadie lar arrebatará de mi mano. Mi Padre que me lar dio, es mayor que todos, y nadie lar puede arrebatar de
la mano de mi Padre (Jn. 10:28,29).
IV.- Que enseñan: «que los verdaderos
creyentes y renacidos pueden cometer el pecado de muerte, o sea, el pecado
contra el Espíritu Santos.
- Porque el apóstol Juan mismo, una vez
que habló en el capítulo cinco de su primera carta, versículos 16 y 17, de
aquellos que pecan de muerte, prohibiendo orar por ellos, agrega enseguida, en
el versículo 18: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no practica el
pecado (entiéndase: tal género de pecado), pues Aquél que fue engendrado por
Dios le guarda, y el maligno no le toca (1 Jn. 5:18).
V.- Que enseñan: «que en esta vida no se
puede tener seguridad de la perseverancia futura, sin una revelación especial».
- Pues por esta doctrina se quita en esta
vida el firme consuelo de los verdaderos creyentes, y se vuelve a introducir en
la Iglesia la duda en que viven los partidarios del papado; en tanto la Sagrada
Escritura deduce a cada paso esta seguridad, no de una revelación especial ni
extraordinaria, sino de las características propias de los hijos de Dios, y de
las promesas firmísimas de Dios. Así, especialmente, el apóstol Pablo: Ninguna
otra coca creada nos podrá reparar de! amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro (Rom. 8:39); y Juan: el que guarda sus
mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él
permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (1 Jn.
3:24).
VI.- Que enseñan: «que la doctrina de la
seguridad o certeza de la perseverancia y de la salvación es por su propia
índole y naturaleza una comodidad para la carne, y perjudicial para la piedad,
para las buenas costumbres, para la oración y para otros ejercicios santos;
pero que por el contrario, es de elogiar el dudar de ellas.
- Pues éstos demuestran que no conocen el
poder de la gracia divina y la acción del Espíritu Santo y contradicen al
apóstol Juan, que en su primera epístola enseña expresamente lo contrario:
Amador, ahora tumor hijos de Dios, y aún no re ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquél que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como é! es (1 Jn. 3:2,3). Además, éstos son refutados por los ejemplos de
los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, quienes, aunque
estuvieron seguros de su perseverancia y salvación, perseveraron sin embargo en
las oraciones y otros ejercicios de piedad.
VII.- Que enseñan: «que la fe de aquellos
que solamente creen por algún tiempo no difiere de la fe justificante y
salvífica, sino sólo en la duración».
- Pues Cristo mismo, en Mateo 13:20, y en
Lucas 8:13 y siguientes, además de esto establece claramente una triple
diferencia entre aquellos que sólo creen por un cierto tiempo, y los creyentes
verdaderos, cuando dice que aquellos reciben la simiente en tierra pedregosa, mas éstos en tierra buena, o sea, en buen corazón; que
aquellos no tienen raíces, pero éstos poseen raíces firmes; que aquellos no
llevan fruto, pero éstos los producen constantemente en cantidad diversa.
VIII.- Que enseñan: que no es un absurdo
que el hombre, habiendo perdido su primera regeneración, sea de nuevo, y aun
muchas veces, regenerado».
- Pues éstos, con tal doctrina, niegan la
incorruptibilidad de la simiente de Dios por la que somos renacidos, y se
oponen al testimonio del apóstol Pedro, que dice: siendo renacidos, no de
cimiente corruptible, sino de incorruptible (1 Pe. 1:23).
IX.- Que enseñan: que Cristo en ninguna
parte rogó que los creyentes perseverasen infaliblemente en la fe.
- Pues contradicen a Cristo mismo, que
dice: Yo he rogado por ti (Pedro), que tu fe no falte (Lc.22:32), y al
evangelista Juan, que da testimonio de que Cristo no sólo por los apóstoles,
sino también por todos aquellos que habrían de creer por su palabra, oró así:
Padre Santo, guárdalos en tu nombre; y: no ruego que los quites del mundo, sino
que los libres del mal (Jn. 17:11,15).
CONCLUSION
Esta es la explicación escueta, sencilla y
genuina de la doctrina ortodoxa de los CINCO ARTÍCULOS sobre los que surgieron
diferencias en los Países Bajos, y, a la vez, la reprobación de los errores que
conturbaron a las iglesias holandesas durante cierto tiempo. El Sínodo juzga
que tal explicación y reprobación han sido tomadas de la Palabra de Dios, y que
concuerdan con la confesión de las Iglesias Reformadas. De lo que claramente se
deduce que aquellos a quienes menos correspondían tales cosas, han obrado en
contra de toda verdad, equidad y amor, y han querido hacer creer al pueblo que
la doctrina de las Iglesias Reformadas respecto a la predestinación y a los
capítulos referentes a ella desvían, por su propia naturaleza y peso, el
corazón de los hombres de toda piedad y religión; que es una comodidad pala la
carne y el diablo, y una fortaleza de Satanás, desde donde trama emboscada a
todos los hombres, hiere a la mayoría de ellos y a muchos les sigue disparando
mortalmente los dardos de la desesperación o de la negligencia. Que hace a Dios
autor del pecado y de la injusticia, tirano e hipócrita, y que tal doctrina no
es otra cosa sino un extremismo renovado, maniqueísmo, libertinismo y fatalismo; que hace a los hombres carnalmente descuidados al sugerirse a sí
mismos por ella que a los elegidos no puede perjudicarles en su salvación el
cómo vivan, y por eso se permiten cometer tranquilamente coda suerte de
truhanerías horrorosas; que a los que fueron reprobados no les puede servir de
salvación el que, concediendo que pudiera ser, hubiesen hecho verdaderamente
todas las obras de los santos; que con esta doctrina se enseña que Dios, por
simple y puro antojo de Su voluntad, y sin la inspección o crítica más mínima
de pecado alguno, predestinó y creó a la mayor parte de la humanidad pata la
condenación eterna; que la reprobación es causa de la incredulidad e impiedad
de igual manera que la elección es fuente y causa de la fe y de las buenas
obras; que muchos niños inocentes son atrancados del pecho de las madres, y
tiránicamente arrojados al fuego infernal, de modo que ni la sangre de Cristo,
ni el Bautismo, ni la oración de la Iglesia en el día de su bautismo les pueden
aprovechar; y muchas otras cosas parecidas, que las Iglesias Reformadas no sólo
no reconocen, sino que también rechazan y detestan de todo corazón.
Por tanto, a cuantos piadosamente invocan
el nombre de nuestro Salvador Jesucristo, este Sínodo de Dordrecht les pide en el nombre del Señor, que quieran juzgar de la fe de las Iglesias
Reformadas, no por las calumnias que se han desatado aquí y allá, y tampoco por
los juicios privados o solemnes de algunos pastores viejos o jóvenes, que a
veces son también fielmente citados con demasiada mala fe, o pervertidos y
torcidos en conceptos erróneos; si no de las confesiones públicas de las
Iglesias mismas, y de esta declaración de la doctrina ortodoxa que con unánime
concordancia de todos y cada uno de los miembros de este Sínodo general se ha
establecido.
A continuación, este Sínodo amonesta a
todos los consiervos en el Evangelio de Cristo para que al tratar de esta
doctrina, tanto en los colegios como en las iglesias, se comporten piadosa y
religiosamente; y que la encaminen de palabra y por escrito a la mayor gloria
de Dios, a la santidad de vida y al consuelo de los espíritus abatidos; que no
sólo sientan, sino que también hablen con las Sagradas Escrituras conforme a la
regla de la fe; y, finalmente, se abstengan de todas aquellas formas de hablar
que excedan los límites del recto sentido de las Escrituras, que nos han sido
expuestos, y que pudieran dar a los sofistas motivo justo para denigrar o
también para maldecir la doctrina de las Iglesias Reformadas.
El Hijo de Dios, Jesucristo, que, sentado
a la derecha de Su Padre, da dones a los hombres, nos santifique en la verdad;
traiga a la verdad a aquellos que han caído; tape su boca a los detractores de
la doctrina sana; y dote a los fieles siervos de Su Palabra con el espíritu de
sabiduría y de discernimiento, a fin de que todas sus razones puedan prosperar
para honor de Dios y para edificación de los creyentes. Amén.
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