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SALA DE LECTURA B.T.M.

Historia General de España

 

FRANCISCO DE MONCADA

 

EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES AL ORIENTE

 

 

A DON JUAN DE MONCADA. ARZOBISPO DE TARRAGONA

 

 

Por obedecer a V. S. Ilustrísima he puesto en orden esta breve Historia, que la soledad de una aldea me la puso entre las manos con el deseo natural de conservar memorias casi muertas de la patria,  que  merecen  eterna  duración.  Recogí  lo  que pude de  papeles  antiguos  de Cataluña,  y ayudado de sus escritores y de los Griegos he procurado sacar esta Expedición que los nuestros hicieron a Levante, libre de dos terribles contrarios, descuido de los naturales y propios hijos, y malicia de los extranjeros, enemigos de nuestro nombre y gloria, que parece que andaban a porfía cual de ellos seria el autor de su muerte. Halléme desocupado; y así reconocí por obligación el salir a su defensa; si esta ha sido bastante no lo puedo asegurar, porque las armas, que son las antiguas memorias y autores, con que me opuse, andan tan confusos y faltos, que apenas me dieron el socorro necesario. Pero ya que no se entera, ni como ella fue descrita a la posteridad, quedará por lo menos renovada con mas larga relación de la que los antiguos Catalanes nos dejaron; cuyo descuido nació de parecerles que los hechos tan esclarecidos la fama los conservará con mayor estimación que la Historia, y que el tiempo no las pudiera oscurecer.

Guárdeme Dios a V. S. Ilustrísima muy largos años.

Barcelona 3 de Noviembre de 1620.

EL CONDE DE OSONA

 

 

PROEMIO

 

Mi intento es escribir la memorable Expedición y Jornada, que los Catalanes y Aragoneses hicieron a las Provincias de Levante, cuando su fortuna y valor andaban compitiendo en el aumento de su poder y estimación, llamados por Andrónico Paleólogo Emperador de Griegos, en socorro y defensa de su imperio y casa. Favorecidos y estimados en tanto que las armas de los Turcos le tuvieron casi oprimido, y temió su perdición y ruina; pero después que por el esfuerzo de los nuestros quedó libre de ellas, mal tratados y perseguidos con gran crueldad y fiereza bárbara; de que nació la obligación natural de mirar por su defensa y conservación,  y la causa de volver sus fuerzas invencibles contra los mismos Griegos, y su Príncipe Andrónico; las cuales fueron tan formidables, que causaron temor y asombro a los mayores Príncipes de Asia y Europa, perdición y total ruina a muchas naciones y Provincias, y admiración a todo el mundo.

Obra será esta, aunque pequeña por el descuido de los antiguos, largos en hazañas, cortos en escribirlas, llena de varios y extraños casos, de guerras continuas en regiones remotas y apartadas con varios Pueblos y gentes belicosas, de sangrientas batallas y victorias no esperadas, de peligrosas conquistas acabadas con dichoso fin por tan pocos y divididos Catalanes y Aragoneses, que al principio fueron burla de aquellas Naciones, y después instrumento de los grandes castigos que Dios hizo en ellas. Vencidos los Turcos en el primer aumento de su grandeza Otomana, desposeídos de grandes y ricas Provincias de la Asia menor, y a viva fuerza y rigor de nuestras espadas encerrados en lo más áspero y desierto de los montes de Armenia. Después vueltas las armas contra los Griegos, en cuyo favor pasaron, por librarse de una afrentosa muerte, y vengar agravios que no se pudieran disimular sin gran mengua de su estimación y afrenta de su nombre. Ganados por fuerza muchos  Pueblos y Ciudades, desbaratados y rotos poderosos ejércitos, vencidos y muertos en campo  Reyes  y  Príncipes,  grandes  Provincias  destruidas  y  desiertas,  muertos,  cautivos,  o desterrados sus moradores; venganzas merecidas más que lícitas. Tracia, Macedonia, Tesalia, y Beocia penetradas y pisada a pesar de todos los Príncipes   y fuerzas del Oriente, y últimamente muerto a sus manos el Duque de Atenas con toda la nobleza de sus vasallos, y de los socorros de Franceses y Griegos ocupado su estado, y en él fundado un nuevo señorío.

En todos estos sucesos no faltaron traiciones, crueldades, robos, violencias, y sediciones, pestilencia común, no sólo de un ejército colecticio y débil por el corto poder de la suprema cabeza, pero  de  grandes  y  poderosas  Monarquías.  Si  como  vencieron  los  Catalanes  a  sus  enemigos, vencieran su ambición y codicia, no excediendo los límites de lo justo, y se conservaran unidos, dilataran sus armas hasta los últimos fines del Oriente, y viera Palestina y Jerusalén, segunda vez las banderas cruzadas. Porque su valor y disciplina militar, su constancia en las adversidades, sufrimiento en los trabajos, seguridad en los peligros, presteza en las ejecuciones, y otras virtudes militares las tuvieron en sumo grado, en tanto que la ira no las pervirtió. Pero el mismo poder que Dios les entregó para castigar y oprimir tantas naciones, quiso que fuese el instrumento de su propio castigo.  Con  la  soberbia  de  los  buenos  sucesos,  desvanecidos  con  su  prosperidad,  llegaron  a dividirse en la competencia del gobierno; divididos a matarse, con que se encendió una guerra civil, tan terrible y cruel, que causó sin comparación mayores daños y muertes, que las que tuvieron con los extraños.

 

CAPÍTULO I.

ESTADO DE LOS REINOS Y REYES DE LA CASA DE ARAGÓN POR ESTE TIEMPO.

 

Antes de dar principio a nuestra historia, importa para su entera noticia decir el estado en que se hallaban las provincias y Reyes de Aragón, sus ejércitos y armadas, sus amigos y enemigos; principios necesarios para conocer donde se funda la principal causa de esta expedición. El Rey Don Pedro de Aragón, a quien la grandeza de sus hechos dio renombre de Grande, hijo de Don Jaime el Conquistador fue casado con Constanza hija de Manfredo Rey de Sicilia, a quien Carlos de Anjou con ayuda del Pontífice Romano, enemigo de la sangre de Federico Emperador, quitó el Reino y la vida. Quedó Carlos con su muerte Príncipe y Rey de las Dos Sicilias, y más después que el infeliz Coradino, último Príncipe de la casa de Suabia, roto y deshecho, vino preso a sus manos, y por su orden y sentencia, se le cortó la cabeza en público cadalso, para eterna memoria de una vil venganza, y ejemplo grande de la variedad humana. Don Pedro Rey de Aragón no se hallaba entonces con fuerzas para poder tomar satisfacción de la muerte de Manfredo y Coradino, ni después de ser Rey le dieron lugar las guerras civiles, porque los Moros de Valencia andaban levantados, y los Barones y Ricos hombres de Cataluña estaban desavenidos y mal contentos; y también  porque  mostrándose  enemigo  declarado  de  Carlos,  provocaba  contra    las  armas  de Francia, y las de la Iglesia, formidables por lo que tienen de divinas; los Reinos de Sicilia y Nápoles lejos de los suyos, sus armas ocupadas en defenderse de los enemigos más vecinos. Todas estas dificultades detenían el ofendido ánimo del Rey, pero no de manera, que borrasen la memoria del agravio. En unas vistas que tuvo con el Rey de Francia Felipe su cuñado, entrevino Carlos hijo del Rey de Nápoles, y deseando el Rey de Francia que fuesen amigos y se hablasen, siempre Don Pedro se excusó, y mostró en el semblante el pesar y el disgusto que tenía en el corazón, de que todos quedaron mal satisfechos y desabridos, y sin duda entonces Carlos se previniera y armara, si creyera que las fuerzas del Rey de Aragón fueran iguales a su ánimo y pensamiento. Pero el cielo se las dio bastantes para tomar entera y justa satisfacción de la sangre inocente de Coradino por medios tan ocultos, que no se supieron hasta que la misma ejecución los publicó.

Los míseros Sicilianos incitados de la insolencia Francesa, desenfrenada en su afrenta y deshonor, tomaron las armas, y con aquel famoso hecho que comúnmente llaman Vísperas Sicilianas, sacudieron de la cerviz pública el insufrible yugo de los Franceses, y de Carlos, que injustamente los oprimía, dejándoles al arbitrio y sujeción de ministros injustos; causa que las más veces produce mudanzas en los estados, y casos miserables en sus Príncipes. Acudió luego Carlos con poderoso ejército a castigar el atrevimiento y rebeldía de los súbditos. Ellos viendo cerrada la puerta a toda piedad y clemencia, pusieron la esperanza de su remedio y amparo en Don Pedro Rey de Aragón, que en esta sazón se hallaba en África, como verdadero Príncipe Cristiano, con ejército victorioso y triunfante de muchos Jeques y Reyes de Berbería, asistidos de la mayor parte de la nobleza y soldados de sus Reinos. Llegaron ante su presencia los Embajadores de Sicilia, llenos de lágrimas, luto y sentimiento; bastantes con esta triste demostración a mover no sólo el ánimo de un Rey ofendido por particular agravio, pero el de cualquier otro que como hombre sintiera. Acordáronle  la  muerte  desdichada  de  Manfredo,  y  la  afrentosa  de  Coradino,  facilitáronle  la venganza con ayuda de los pueblos de Sicilia, tan aficionados a su nombre y enemigos del de Francia. Últimamente le propusieron el estado peligroso de su libertad, vidas y haciendas, si no les amparaba su valor; por que ya Carlos estaba sobre Mesina, y amenazaba el rigor de su castigo un lastimoso fin a todo el Reino. Movido de estas razones y de las que su venganza le ofrecía, acudió antes que su fama a Trapana con todo su poder, y fue con tanta presteza sobre su enemigo, que apenas supo Carlos que venía, cuando vio sus armas, y se halló forzado a levantar el sitio y retirarse afrentosamente a Calabria.

Con este hecho el Pontífice como amigo, y el Rey de Francia como deudo, descubiertamente se mostraron favorecedores de Carlos, y enemigos de Don Pedro, y tomaron contra él las armas. El Rey de Castilla que por el deudo y amistad debiera ayudarle, se salió a fuera, y se inclinó a seguir el mayor poder. Don Jaime Rey de Mallorca, su hermano, también le desamparó, dando ayuda y paso por sus estados a sus contrarios, aunque se excusó con las débiles fuerzas de su Reino, desiguales a la defensa y oposición de tan poderoso enemigo; disculpa con que muchas veces los Príncipes pequeños, encubren lo mal hecho, atribuyendo a la necesidad lo que es ambición. Don Pedro con esto se halló sin amigos, sólo acompañado de su valor, fortuna, y razón de satisfacer el ultraje y afrenta de su casa. Al tiempo que le juzgaron todos por perdido, venció a sus enemigos varias veces, reforzados de nuevas ligas y socorros, todo los deshizo y humilló en mar, en tierra. Mantuvo el nombre de Aragón en gran reputación y fama, y fue el primer Rey de España, que puso sus banderas vencedoras en los Reinos de Italia, sobre cuyo fundamento hoy se mira levantada su Monarquía. Echado Carlos de Sicilia, intentó con mayor poder reducirla a su obediencia, y en esta hubo grandes y notables acontecimientos; pero siempre la casa de Aragón, se aseguró en el Reino con victorias, no solo contra el poder de Carlos, pero de todos los mayores Príncipes de Europa que le ayudaban.

Murieron ambos Reyes competidores en la mayor furia y rigor de la guerra, y por derecho de sucesión heredó a Carlos Rey de Nápoles, su hijo primogénito del mismo nombre, que en este tiempo se hallaba preso en Cataluña. A Don Pedro Rey de Aragón sucedieron sus dos hijos, Alfonso mayor en los Reinos de España, Jaime en el de Sicilia. Prosiguióse la guerra hasta la muerte de Alfonso, que por morir sin hijos fue Don Jaime llamado a la sucesión, y hubo de venir a estos Reinos, dejando en Sicilia a Don Fadrique su hermano, para que la gobernase y defendiese en su nombre. Después de su vuelta a España Don Jaime, recuperadas algunas fuerzas de sus Reinos, renunció el de Sicilia a la Iglesia, temiendo que las armas Castellanas, Francesas y Eclesiásticas a un mismo tiempo no le acometiesen, y persuadido de su madre Constanza, que como mujer de singular santidad, quiso más que su hijo perdiese el Reino, que alargar más tiempo el reconciliarse con la Iglesia. Enviáronse a Sicilia para poner en efecto la renunciación Embajadores de parte de Don Jaime y de Constanza, y entregar el Reino a los Legados del Pontífice Romano. Pero la gente de guerra y los naturales indignados de la facilidad, con que su Rey renunciaba lo que con tanto trabajo y sangre se había adquirido y sustentado, y les entregaba tan sin piedad a sus enemigos, de quien forzosamente habían de temer servidumbre y muerte; pareciéndoles a los Sicilianos cierto el peligro, y a los Catalanes y Aragoneses mengua de reputación, que lo que no pudieron las armas de sus contrarios alcanzar en tantos años, se alcanzase por una resolución de un Rey mal aconsejado, volvieron a tomar las armas, y oponiéndose a los Legados, persuadieron a Don Fadrique como verdadero sucesor del padre y del hermano, que se llamase Rey, y tomase a su cargo la defensa común.

Fue fácil de persuadir un Príncipe de ánimo levantado, en lo mas florido de su juventud, y que por otro medio no podía dejar ser vasallo y sujeto a las leyes del hermano: ocasión bastante, cuando no fuera ayudada de tanta razón, a precipitar los pocos años de Don Fadrique. Llamóse Rey, y como a tal le admitieron y coronaron. Prevínose para la guerra cruel que le amenazaba, asistido de buenos soldados, y del Pueblo fiel y pronto a su conservación, teniéndole por segundo libertador de la Patria. Opúsose luego a Carlos su mayor y más vecino enemigo, al Papa que amparaba y defendía su causa, y al Rey Don Jaime, que de hermano se le declaró enemigo, cuyas fuerzas juntas le acometieron y vencieron en batalla naval, con que la guerra se tuvo por acabada, y Don Fadrique por perdido. Pero la oculta disposición de la providencia Divina, que algunas veces fuera de las comunes esperanzas muda los sucesos para que conozcamos que sola ella gobierna y rige, Don Fadrique se mantuvo en su Reino, con universal contento de los buenos, asombro y terror de sus enemigos, y gloria de su nombre.

Deshizose poco después la liga, por apartarse de ella Don Jaime Rey de Aragón, con gran sentimiento y quejas de sus aliados, porque sin las fuerzas de Aragón parecía cosa fatal y casi imposible vencer un rey de su misma casa, y la experiencia lo mostró, pues apartado Don Jaime de la liga, siempre los enemigos de Don Fadrique fueron perdiendo, y él acreditándose con victorias, hasta forzarles a tratar de paces quedándose con el Reino; cosa que de solo pensarla se ofendían. Concluyéronse después de algunas contradicciones, y se establecieron con mayor firmeza con el casamiento, que luego se hizo de Leonor hija de Carlos con Don Fadrique, con que el Reino quedó libre y sin recelo de volver a la servidumbre antigua, y el Rey pacífico señor del estado que defendió con tanto valor. El Rey Don Jaime su hermano sustentaba sus Reinos de Aragón, Cataluña, y Valencia con suma paz y reputación, amado de los súbditos, temido de los infieles, poderoso en la mar, servido de famosos capitanes, aguardando ocasión de engrandecer su corona a imitación d sus pasados. El Rey de Mallorca Príncipe el menor de la casa de Aragón gozaba pacíficamente el señorío de Montpellier, Condados de Rosellón, Cerdaña, y Conflent, difíciles de conservar, por esta divididos, y tener vecinos mas poderosos, entre quien siempre fueron fluctuando sus pequeños Reyes; pero por este tiempo vivía con reputación, y con igual fortuna que los otros Reyes de su casa.

 

CAPÍTULO II.

 ELECCIÓN DE GENERAL

 

Tenían los Reinos de Aragón, Mallorca y Sicilia el estado que hemos referido, cuando los soldados viejos, y Capitanes de opinión, que sirvieron al gran Rey Don Pedro, a Don Jaime su hijo, y últimamente a Don Fadrique en esta guerra de Sicilia, juzgándola ya por acabada, hechas las paces más seguras por el nuevo casamiento de Leonor con Fadrique, vínculo de mayor amistad entre los poderosos, en tanto que el interés y la ambición no le disuelven y deshacen, deshecho causa de mas viva enemistad y odios implacables, pareciéndoles que no se podía esperar por entonces ocasión de rompimiento y guerra, trataron de emprender otra nueva contra infieles y enemigos del nombre cristiano en Provincias remotas y apartadas. Porque era tanto el esfuerzo y valor de aquella milicia, y tanto el deseo de alcanzar nuevas glorias y triunfos, que tenían a Sicilia por un estrecho campo para dilatar engrandecer su fama; y así, determinaron de buscar ocasiones arduas, trances peligrosos, para que esta fuese mayor y más ilustre.

Ayudaban a poner en ejecución  tan grandes pensamientos dos motivos, fundados en razón de su conservación. El primero fue la poca seguridad que había de volver a España su patria, y vivir con reputación ella, por haber seguido las partes de Don Fadrique con tanta obstinación contra Don Jaime su Rey y señor natural; que aunque Don Jaime no era Príncipe de ánimo vengativo, y se tenía por cierto, que pues en la furia de la guerra contra su hermano no consintió que se diesen por traidores los que le siguieron, menos quisiera castigar a sangre fría lo que pudo, y no quiso en el tiempo que actualmente le estaban ofendiendo, siguiendo las banderas de su hermano contra las suyas. Pero la Majestad ofendida del Príncipe natural, aunque remita el castigo, queda siempre viva en el ánimo la memoria de la ofensa; y aunque no fuera bastante para hacerles agravios, por lo menos impidiera el no servirse de ellos en los cargos supremos: cosa indigna de lo que merecían sus servicios, nobleza y cargos administrados en paz y guerra. El segundo motivo, y el que más le obligó a salir de Sicilia, fue ver al Rey imposibilitado de poderles sustentar con la largueza que antes, por estar la hacienda Real y Reino destruidos por una guerra de veinte años, y ellos acostumbrados a gastar con exceso la hacienda ajena como la propia cuando les faltaban despojos de pueblos y ciudades vencidas. Como entre ambas cosas cesaron hechas las paces, y fenecida la guerra, juzgaron por cosa imposible reducirse a vivir con moderación.

El Rey Don Fadrique, y su padre y hermano, con su asistencia en la guerra, y como testigos de las hazañas, industria y valor de los súbditos, pocas veces se engañaron en repartir las mercedes; porque dieron más crédito a sus ojos, que a sus oídos, y siempre el premio a los servicios, y no al favor. Con esto faltaban en sus Reinos quejosos y mal contentos, pero no pudieron dar a todos los que le sirvieron estados y haciendas, con que algunos quedaron con menos comodidad que sus servicios merecían. Pero como vieron que los Reyes dieron con suma liberalidad y grandeza lo que lícitamente pudieron a los más señalados Capitanes, atribuyeron solo a su desdicha, y a la virtud, y valor incomparable de los que fueron preferidos, el hallarse inferiores.

Estas fueron las causas que movían los ánimos en común para tratar de engrandecer en nuevas empresas y conquistas. Los más principales Capitanes que animaban y alentaban a los demás, fueron  cuatro,  debajo  de  cuyas  banderas,  sirvieron  Roger  de  Flor  Vicealmirante  de  Sicilia, Berenguer de Entenza, Ferrán Jiménez de Arenós, ambos ricos hombres, y Berenguer de Rocafort; todos conocidos y estimados por soldados de grande opinión. Comunicaron sus pensamientos entre sus valedores y amigos, y hallándoles con buena disposición y ánimo de seguirles en cualquier jornada, se resolvieron de emprender la que pareciese más útil y honrosa. Para la conclusión de este trato se juntaron en secreto, y antes de discutir sobre su expedición, quisieron darle cabeza; porque sin ella fuera inútil cualquier consejo y determinación, faltando quien puede y debe mandar. Con acuerdo común de los que para esto se juntaron, fue nombrado por General Roger de Flor Vicealmirante,  poderoso  en  la  mar,  valiente  y  estimado  soldado,  práctico  y  bien  afortunado marinero, persona que en riquezas y dinero excedía a todos los demás Capitanes; causa principal de ser preferido.

 

CAPÍTULO III.

QUIÉN FUE ROGER DE FLOR

 

Nació Roger de Flor, a quien los nuestros eligieron por General y suprema cabeza, en Brindiz de padres nobles, su padre fue Alemán, llamado Ricardo de Flor, cazador del Emperador Federico su madre Italiana, y natural del mismo lugar. Murió Ricardo en la batalla que Carlos de Anjou tuvo con Coradino, cuyas partes seguía, por ser nieto de Federico su Príncipe y señor. Carlos insolente con la victoria, después de haber cortado la cabeza a Coradino, confiscó las haciendas de todos los que tomaron las armas en su ayuda. Con esta pérdida quedó Roger y su madre con suma pobreza, y con la misma se crió hasta la edad de quince años, que un caballero Francés, religioso del Temple, llamado Yassaill,  se le aficionó con ocasión de asistir en Brindiz, con el Alcon nave del Temple, cuyo Capitán era. Navegó juntamente con él Roger algunos años, y ganó tan buena opinión en el ejercicio que profesaba, que la Religión le recibió por suyo, dándole el hábito de fray sargento, en aquel tiempo casi igual al de caballero. Con el Roger comenzó a ser conocido y temido en todo el mar de Levante, al tiempo que Prolemayde, dicha por otro nombre Acre, se rindió a las armas de Melech Taseraf Sultán de Egipto, Roger, como refiere Pachimerio, era uno de los asistían en un Convento del Temple; y viendo que la ciudad no se podía defender, recogió muchos Cristianos en un navío, con la hacienda que pudieron escapar de la crueldad y furia de los Bárbaros.

No le faltaron a Roger enemigos de su misma Religión, que envidiosos de sus buenos sucesos, le descompusieron con su Maestre, haciéndole cargo que se había aprovechado por caminos no debidos a su profesión, y defraudado los derechos comunes, y alzádose con todos los despojos del saco de Acre; que como ya esta célebre y famosa Religión se hallaba en su última vejez, y cerca de su fin, sus partes se habían enflaquecido con los vicios de la mucha edad y tiempo. La envidia, la avaricia, y ambición habían ocupado sus ánimos en lugar del antiguo valor, y de la mucha conformidad, y piedad Cristian, que los hizo tan estimados y venerados en todas las Provincias.

Quiso el Maestre con esta primera acusación prenderle, pero Roger tuvo alguna noticia de estos intentos, y conociendo la codicia de su cabeza, y ruindad de sus hermanos, no le pareció aguardar en Marsella, donde a la sazón se hallaba, sino retirarse a lugar más seguro, y dar tiempo a que la falsa y siniestra acusación se desvaneciese.  Retiróse a Génova, donde ayudado  de sus amigos, y particularmente de Ticin de Oria, armó una galera, y con ella fue a Nápoles, y ofrecióse al servicio de Roberto Duque de Calabria, a tiempo que se prevenía y armaba para la guerra contra Don Fadrique. Hizo Roberto poco caso de su ofrecimiento, y del ánimo con que se le ofrecía, juzgándole por tan corto como el socorro. Obligó a Roger este desprecio a que se fuese a servir a Don Fadrique su enemigo, de quien fue admitido con muchas muestras de amor y agradecimiento: efectos no solo de su ánimo generoso, y condición apacible para con los soldados, pero de la fuerza de la necesidad de la guerra; porque no fuere cordura desechar al que voluntariamente ofrece su servicio en tiempos tan apretados, como en los que corren riesgo la vida y libertad, y cuando se apartan los mayores amigos, y obligados. El que llega a ser amigo en los peligros y cuando el Príncipe es acometido de armas mas poderosas, sin obligación de naturaleza y fidelidad de súbdito, debe ser admitido y honrado, aunque le traiga su propio interés, o algún desprecio, o agravio del contrario, que cuanto más ofendido, más útil y seguro será su servicio.

Fuese luego encendiendo la guerra entre Roberto y Fadrique, y Roger acreditóse en ella con importantes servicios, socorriendo diversas veces plazas apretadas del enemigo, y con la pequeña armada, que llevaba a su cargo, impidiendo la libre navegación  de los mares y costas de Nápoles, con que llegó a ser Vicealmirante, y en menos de tres años hizo cosas tan señaladas, que fue una de las más principales causas de conservar a su Príncipe en Sicilia, alcanzando juntamente para sí nombre inmortal, y riquezas más que de vasallo. En este estado se hallaba Roger cuando le tomaron los Catalanes y Aragoneses por General en la empresa que intentaban.

 

CAPÍTULO IV.

DETERMINAN LOS CAPITANES SU JORNADA, Y SUPLICAN AL REY LES FAVOREZCA

 

Los Capitanes trataron con el nuevo General cual sería la más conveniente y provechosa empresa, y resolvieron de común parecer de ofrecerse al Emperador de los Griegos Andrónico Paleólogo casi oprimido de las armas de los turcos; porque a más de que Andrónico se tenía por cierto que buscaba socorros de naciones extranjeras, dudoso de la fidelidad de los suyos,  era Príncipe que tenía poca correspondencia con el Papa, a quien Roger temía por haber maltratado en tiempo de guerra las Provincias de la Iglesia, y siempre vivía con recelos de que el Papa pidiese a Don Fadrique su persona como de Religioso Templario, para vengarse de él entregándole a su Maestre y Religión. Y aunque no se podía esperar de la grandeza de Don Fadrique hecho tan feo, pero como los Reyes alguna veces no miden sus intereses con lo que deben a su estimación y fama, olvidan con facilidad los servicios por otras mayores conveniencias. Y pudiera ser que rehusando Don Fadrique el entregar a Roger, fuera ocasión de rompimiento y guerra; y así no quiso Roger poner a Don Fadrique en nuevos cuidados, ni su libertad en peligro si se quedara en Sicilia. Pachimerio dice que el Papa se le pidió a Don Fadrique, y que juzgando no ser justo entregar a quien también le había servido, ofreció entonces de escribir y rogar al Emperador Andrónico le trajese a su servicio; porque de esta manera saldría honrado de sus tierras, y el Papa no podría quejarse de que él amparaba los fugitivos de las Religiones. Pero en este caso me parece dar más crédito a Montaner; porque al principio de este capítulo escribe Pachimerio, que si en esta relación se apartare de la verdad, no tendrá la culpa el escritor, sino la fama de quien él lo supo, y como la que corría entre los Griegos de nuestras cosas, era siempre falsa, no se le debe de dar crédito en lo que difiere de Montaner, y fácilmente en este caso les podemos conciliar; porque solo difieren, en que Pachimerio da por constante que el Papa pidió la persona de Roger a Don Fadrique, y Montaner dice que se temió el caso, pero no que sucedió; y así no fue mucho que la fama de tan lejos añadiese lo demás.

Después de haber resuelto todos la jornada, y platicado por algunos días los medios más convenientes para su ejecución, dieron cargo a Roger que hablase a Don Fadrique, y le descubriese sus intentos, y le suplicase de parte de todos que los favoreciese, porque no fuera justo que se tratara públicamente, sin haber precedido su consentimiento y gusto. Roger vino a Mesina, donde el Rey estaba, poco después de concluido su casamiento con Leonor hija de Carlos; y acabadas las fiestas y regocijos de las bodas, hablando en secreto con el Rey, le dijo, como los Catalanes y Aragoneses se querían salir de Sicilia, y pasar a Levante, no tanto por el beneficio común de todos ellos, como por la quietud y provecho que le resultaría si le dejaban un Reino tan trabajado por las guerras pasadas libre de carga tan molesta y pesada, como eran ellos en tiempos de paz: que sus personas las tendría siempre a su devoción, y que cuando importase, le vendrían a servir de los últimos fines de la tierra; pero que por entonces le suplicaban facilitase su jornada, y les ayudase con su autoridad y fuerzas; paga bien merecida a sus servicios.

Respondió el Rey, que advirtiesen que la resolución que habían tomado de salir de Sicilia aunque le estaba bien para su conservación, no para su fama, porque muchos podrían entender que su salida era trazada por su orden, para quedar libre de sus obligaciones; y que eran de tal calidad las que él reconocía, que por este medio no se podía librar de ellas sin conocida nota de ingrato. Pero si la esperanza de mayores acrecentamientos les llamaba a nuevas empresas, y estaban resueltos, que él les asistiría y ayudaría con sus fuerzas, con que ellos fuesen testigos y publicasen la verdad del hecho, y que primero aventurará el Reino y la vida, que faltara a la obligación de tan señalados servicios; pero que la estrechez del tiempo por los excesivos gastos de la guerra, no daba lugar a que el premio igualase a su deseo. Digna respuesta de Príncipe tan esclarecido, tanto más de estimar, cuando es más rara en los Príncipes la virtud del agradecimiento, y satisfacer grandes servicios cuando son tales que no se pueden pagar con ordinarias mercedes. Roger estimó en nombre de todos tan señalado favor, y la honra que les hacía, y fuese luego a dar razón a los Capitanes de lo que el Rey había respondido, y entendido por ellos, lo celebraron y agradecieron con alabanzas.

Fue Don Fadrique uno de los más señalados Príncipes de aquella edad, por la grandeza de su ánimo, y gloria de sus hechos, cuyo valor deshizo y quebrantó las fuerzas unidas para su ruina de Italia, Francia, y España, y el que a pesar de todos sus competidores quedó con el Reino de Sicilia para sí, y su posteridad, en quien hoy felizmente se conserva. No pudo suceder a Don Fadrique cosa que más le importarse para la seguridad y quietud de su nuevo reinado, que librar a su pueblo de las contribuciones  y  alojamientos  de  huéspedes  tan  molestos,  como  suelen  ser  los  soldados  mal pagados. Después que las paces y parentesco desterraron  la guerra, por mantenerla daban los pueblos de Sicilia con mucha liberalidad sus haciendas a los soldados, que los defendían y amparaban contra Carlos a quien temían; pero después que con la paz se les quitó este miedo, comenzaron a sentir la mala vecindad de los soldados, y a desavenirse con ellos; disgustos que forzosamente habían de causar daños gravísimos, si la nueva expedición no les atajara.

 

CAPÍTULO V.

EMBAJADA DE LOS NUESTROS AL EMPERADOR ANDRÓNICO, Y SU RESPUESTA.

 

Roger y las demás cabezas principales del ejército resolvieron, que luego se enviasen dos Embajadores al Emperador Andrónico a proponerle su servicio. Hiciéronse las instrucciones, asistiendo a ellas con otros Capitanes Ramón Montaner, uno de los escritores de mayor crédito, que intervino siempre en los consejos y ejecuciones más graves de esta expedición. Entregáronse a dos caballeros, cuyos nombres el tiempo y el descuido dejaron envueltos en tinieblas, para que luego partiesen a Constantinopla, y diesen su embajada de parte de toda la nación. Llegaron en breves días con una galera reforzada de Roger. Sabida su venida, y con alguna noticia de la Embajada que traían,  fueron  recibidos  de  Andrónico  con  agradecido  semblante  y  muestras  de  mucho  amor. Propuso uno de los dos Embajadores, el más antiguo en años, su embajada: que los Catalanes y Aragoneses después de hechas las paces entre Carlos Rey de Nápoles, y Don Fadrique Rey de Sicilia, a quien ellos servían, determinaron no buscar reposo en su patria, sino acrecentar con nuevos hechos la gloria militar y fama adquirida en las pasadas guerras: que tenían para esto fuerzas bastantes en número y valor, soldados ejercitados por una larga y peligrosa guerra, Capitanes conocidos por sus victorias y nobleza de sangre; que en nombre de todos ellos le ofrecían su ayuda contra los Turcos con doblado gusto y afición, por ocupar sus armas a favor de la casa de los Paleólogos, amigos únicos de la de Aragón, cuando sus partes estaban muy caídas, y dilatar su Imperio, destruyendo juntamente el de los enemigos del nombre Cristiano, que con tanta audacia y orgullo le querían establecer en las Provincias usurpadas al Imperio Griego.

Quedaron los Emperadores contentísimos con la no esperada embajada y ofrecimiento de los Catalanes, a su parecer tan importante a sus intereses, porque entendieron que aquellos mismos, que se les venían a ofrecer, eran los que con tanto espanto y temor de toda Italia ganaron y sustentaron el Reino de Sicilia. Agradeció con palabras magníficas el gusto con que toda la nación le ofrecía servir, y con el mismo les recibió. Quiso que luego se platicasen las condiciones con que habían de militar; y así los Embajadores pidieron conforme sus instrucciones el sueldo para la gente de guerra, y que a Roger se le diese el título de Megaduque, y por mujer una de sus nietas, porque quería con tales prendas asegurarse más en su servicio. Andrónico sin alterar ni mudar cosa de las que le pidieron, las concedió, sin reparar en la calidad y estado de Roger desigual al de su nieta; pero toda esta desigualdad pudo igualar la reputación de la gente, que como General gobernaba, y verse el Griego tan oprimido de las armas de los Turcos, y poco seguro de la fidelidad de los suyos.

Vivía ciego y desterrado en una aldea Bitinia Juan Lascar, legitimo sucesor del Imperio, y aunque inútil para ocuparle,  viviendo él, era la posesión de Andrónico tiránica,  y causa muy justificada para tomar las armas los mal contentos del gobierno presente; y así lleno de temores y recelos, le fue forzoso valerse de naciones extranjeras para la guerra y defensa de su persona. Recibió en su servicio diez mil Massagetas, a quien el vulgo llama Alanos, gente bárbara de costumbres, Cristianos en la fe más que en las obras. Tenían su morada de la otra parte del Danubio, y reconocían por señores a los Escitas de Europa.

Enviaron primero al Emperador su embajada ofreciendo servirle. Nicéphoro Gregoras autor Griego de aquellos tiempos refiere lo mucho que Andrónico la estimó con estas mismas palabras: Fuele tan agradable al Emperador como si viniera del cielo. Decía que todos los Griegos le eran sospechosos y enemigos, y así continuamente procuraba amistades y ligas con los extraños, que ojalá nunca lo hiciera. También recibió en su ejército muchas compañías de Turcoples que dejaron a Sultán Azan, y se bautizaron. Todas estas ayudas las deseaba Andrónico, y las estimaba como grandes; y así la que los nuestros le ofrecían no se puede con palabras encarecer la estimación que hizo de ella, por ser de gente tan aventajada a las demás que le servían, y tan temida en aquellos tiempos. Remitió Andrónico los dos Embajadores a Roger concertando el casamiento, y le llevaron las insignias de Megaduque, que es lo mismo entre nosotros General de la mar: dignidad grande de aquel Imperio, pero no de las mayores.

 

CAPÍTULO VI.

SEÑALA SUELDO EL EMPERADOR A LA GENTE DE GUERRA, Y HACE MUCHAS HONRAS Y MERCEDES A SUS CAPITANES.

 

Señaló Andrónico las pagas según la diferencia de las armas y ocupación, cuatro onzas de plata cada mes a los hombres de armas, a los caballos ligeros dos, y lo mismo a los pilotos y gente de mandoneros una onza, y que siempre que llegasen a la costa de alguna Provincia del Imperio, se les diesen cuatro pagas, y cuando quisiesen volver a sus casas juntos, o divididos, se le librasen dos para el viaje. Jorge Pachimerio autor Griego, cuyos fragmentos ilustran mucho esta relación, aunque enemigo grande de los Catalanes, dice, que las pagas de los Catalanes eran doblado mayores que las de los Turcoples, y Massagetas: con que claramente se muestra la estimación que se hizo de la milicia Catalana y Aragonesa, pues con tan excesiva diferencia la aventajaron a todos los que servían  en  su  Imperio.  De  las  pagas,  entretenimientos  y  ventajas  que  ofreció  a  la  nobleza  y Capitanes, no señalan los Historiadores cosa con particularidad, solo el oficio y dignidad de Megaduque de Roger, y el de Senescal en Corberan de Alet. De donde sospecho que su gusto era el que limitaba sus pagas y sueldo; porque según adelante veremos, los Generales pedían a su voluntad el dinero, con solo señalar la cantidad, sin que para esto hubiesen de dar cuenta a los contadores, y ministros de la hacienda de Andrónico.

Los embajadores volvieron a Sicilia, y hallaron a Roger en Licata donde aguardaba su vuelta, y sabido el buen despacho que traían se fue luego a ver con el Rey, a darle razón del honroso acogimiento que Andrónico hizo a sus Embajadores y cuan largo andaba en ofrecerles mercedes. Publicóse la jornada, y los Capitanes recogieron su gente en Mesina, donde la armada se aprestaba, que en pocos días estuvo en orden para navegar. Era la armada de treinta y seis velas, y entre ellas había diez y ocho galeras, y cuatro naves gruesas, la mayor parte armadas con dinero del Rey, y de Roger, que para la ejecución de esta jornada gastó la hacienda que adquirió en las guerras pasadas, y tomó veinte mil ducados de los Genoveses en nombre del Emperador Andrónico. Fue mucho menos el número de la gente de lo que se creyó; por que los dos Berengueres de Entenza, y Rocafort no pudieron juntarse con Roger, ni seguirle, porque difirieron su partida para el siguiente año. Berenguer de Entenza esperaba nuevas compañías de gentes de Cataluña para acrecentar sus fuerzas, y pasar con mayor reputación. Berenguer de Rocafort se detenía en unos Castillos de Calabria, y rehusaba el entregarlos al Rey Carlos de Nápoles, hasta quedar enteramente satisfecho de lo que se le debía por razón de su sueldo. Roger aunque le falta de estos dos Capitanes le pudiera con justa causa detener, por ser una de las más principales partes de su ejército, determinó partirse, y embarcó su gente el día que tenía aplazado. El Rey, a más de los navíos y galeras que les dio para su viaje, les mando proveer de vituallas y bastimentos, y el dinero que pudo, un Príncipe que el reinar solo conoció las fatigas y peligros.

Este fue el premio que se dio a la milicia más invencible y victoriosa de aquella edad, y que sirvió por largos veinte años a tres Reyes, Pedro, Jaime y Fadrique, alcanzando de sus enemigos cinco victorias navales, tres en tierra, sin otros encuentros notables, y sin las expugnaciones de fuertes y grandes pueblos, y otros defendidos con loable obstinación y valor increíble. Tal era la moderación de aquellos tiempos, bien diferente de lo que hoy tenemos, pues vemos soldados que apenas han visto al enemigo, cuando ya juzgan por cortas las mayores mercedes.

 

CAPÍTULO VII.

PARTE DE SICILIA LA ARMADA, Y QUE GENTE Y MILICIA FUE LA DE LOS ALMOGÁVARES

 

Embarcóse toda la gente en el puerto de Mesina, y antes de salir del Faro, se tomó muestra general, y se hallaron según Montaner, efectivos 1500 hombres de cabo para el servicio de la armada, sin los oficiales, y cuatro mil infantes Almogávares. Nicéforo Gregoras, autor poco fiel en algunos de estos sucesos, dice que Roger pasó sólo mil hombres a Grecia, pero Jorge Pachimerio ya concuerda con Montaner, y afirma que fueron ocho mil los que pasaron. Este, a mi parecer, es el verdadero número; porque seis mil y quinientos soldados de paga, es cierto que llegaron hasta el número de ocho mil con los criados y familia de los Capitanes, y Ricos hombres. Y aunque estos dos Autores no concordaran, la fe de Nicéforo fuera siempre dudosa; porque a Roger siendo Capitán de solos mil hombres, no me puedo persuadir que Andrónico le hiciera Megaduque, y le casara con su nieta, sin haber precedido servicios. No parecerá ajeno del intento, pues toda nuestra infantería fue de Almogávares, decir algo de su origen.

La antigüedad, madre del olvido, por quien han perecido claros hechos y memorias ilustres, entre otras que nos dejó confusas, ha sido el origen de los Almogávares; pero según lo que yo he podido averiguar, fue de aquellas naciones bárbaras que destruyeron el Imperio y nombre de los Romanos en España, y fundaron el suyo, que largo tiempo conservaron con esplendor y gloria de grande majestad, hasta que los Sarracenos en menos de dos años le oprimieron, y forzaron a las reliquias de este universal incendio, que entre lo más áspero de los montes, buscase su defensa, donde las fieras muertas por su mano les dieron comida y vestido. Pero luego su antiguo valor y esfuerzo, que el regalo y delicias tenían sepultado, con el trabajo y fatiga se restauró, y les hizo dejar las selvas y bosques, y convertir sus armas contra Moros, ocupadas antes en dar muerte a fieras.

Con la larga costumbre de ir divagando, nunca edificaron casas, ni fundaron posesiones en la campaña, y en las fronteras de enemigos tenían su habitación y el sustento de sus personas y familias: despojos de Sarracenos, en cuyo daño perpetuamente sacrificaban las vidas, sin otra arte ni oficio más que servir pagados en la guerra, y cuando faltaban las que sus Reyes hacían, con cabezas y caudillos particulares corrían las fronteras, de donde vinieron a llamar los antiguos el ir a las correrías, ir en almogavería. Llevaban consigo hijos y mujeres, testigos de su gloria, o afrenta, y como los Alemanes en todos tiempos lo han usado, el vestido de pieles de fieras, abarcas, y antiparas de lo mismo. Las armas una red de hierro en la cabeza a modo de casco, una espada, y un chuzo algo menor de lo que se usa hoy en las compañías de arcabuceros, pero la mayor parte llevaban tres o cuatro dardos arrojadizos. Era tanta la presteza y violencia con que los despedían de sus manos, que atravesaban hombres y caballos armados, cosa al parecer dudosa si Desclot y Montaner no lo refirieran, autores graves de nuestras historias, adonde largamente se trata de sus hechos, que pueden igualar con los muy celebrados de Romanos y Griegos.

Carlos Rey de Nápoles, puesto ante su presencia algunos prisioneros Almogávares, admirando de la vileza del traje, y de las armas, al parecer inútiles contra los cuerpos de hombres y caballos armados, dijo con algún desprecio, que si eran aquellos los soldados con que el Rey de Aragón piensa hacer la guerra. Replicóle uno de ellos, libre siempre el ánimo para la defensa de su reputación; Señor, sin tan viles te parecemos, y estimas en tan poco nuestro poder, escoge un caballero de los más señalados de tu ejército, con las armas ofensivas y defensivas que quisiere, que yo te ofrezco con sola mi espada y dardo de pelear en campo con él. Carlos con deseo de castigar la insolencia del Almogávar, aplazó el desafío, y quiso asistir y ver la batalla. Salió un Francés con su caballo armado de todas piezas, lanza, espada, y dardo. Apenas entraron en la estacada cuando le mató el caballo, y queriendo hacer lo mismo de su dueño, la voz del Rey le detuvo, y le dio por vencedor y por libre.

Otro Almogávar en esta misma guerra, a la lengua del agua, acometido de veinte hombres de armas, mató cinco antes de perder la vida. Otros muchos hechos se pudieran referir, si no fuera ajeno de nuestra historia, el tratar de otra largamente. La duda que se ofrece solo es del nombre, si fue de nación, o de milicia en sus principios. Tengo por cosa cierta que fue de nación, y para asegurarme mas en esta opinión, tengo a Jorge Pachimerio autor Griego, cuyos fragmentos dan mucha luz a toda esta historia, que llama a los Almogávares descendientes de los Avares, compañeros de los Hunos, y Godos, y aunque no se hallará autor que opuestamente lo contradiga, por muchas leyes de las partidas se colige claramente, que el nombre de Almogávar era nombre de milicia, y el ser esto verdad no contradice lo primero, porque entre ambas cosas puede haber sido.

En su principio, como Pachimerio dice, fue de nación, pero después como no ejercitaban los Almogávares otra arte ni oficio, vinieron ellos a dar nombre a todos los que servían en aquel modo de milicia, así como muchas artes y ciencias tomaron el nombre de sus inventores. Pero dudo mucho que hubiese quien se agregase a los Almogávares, milicia de tanta fatiga y peligro, sin ser de su nación, porque la inclinación natural les hacía seguir la profesión de los padres; ni hay hombre que pudiendo escoger siguiese milicia, que desde la primera edad se ocupase con tanto riesgo de la vida, descomodidad, y continuo trabajo. Nicéphoro Gregoras dice, que Almogávar es nombre que dan a toda su infantería los Latinos; así llaman los Griegos a todas las naciones que tienen a su Poniente, pero no hay para que contradecir con razones falsedad tan manifiesta, y más contra un autor tan poco advertido en nuestras cosas como Nicéphoro.

Salió la armada de Mesina, y con próspera navegación llegó a Malvacia puerto de la Morea, donde fueron bien recibidos y ayudados con algún refresco por orden del Emperador. Antes de salir llegaron cartas suyas en que mandaba a Roger que apresurase la navegación. Partió alegre la gente con el refresco, y en pocos días la armada arribó a Constantinopla, por el mes de Enero indición segunda, según Pachimerio, con universal regocijo de la ciudad viendo las armas que les habían de amparar, y defender. Andrónico, y Miguel Emperadores, y toda la nobleza Griega, con mucho amor y  muestras  de  sumo  agradecimiento  les  recibieron,  y  honraron.  Mandó  luego  Andrónico desembarcar toda la gente, y que alojase dentro de la Ciudad en el barrio que llamaban de Blanquernas, y el siguiente día se repartieron cuatro pagas como estaba concertado.

 

CAPÍTULO VIII.

ROGER SE CASA. PELEAN CATALANES Y GENOVESES DENTRO DE CONSTANTINOPLA.

 

Parecióle al Emperador Andrónico que convenía a su seguridad y crédito, dar a entender que los ofrecimientos hechos a los nuestros se habían de cumplir con mucha puntualidad, y para que esto se mostrase luego con las obras, dio principio por lo que parecía más difícil, que fue el casamiento de Roger con su sobrina María, con que todos quedaron satisfechos, juzgando por ciertas las demás mercedes como inferiores y más fáciles de cumplir. Hiciéronse las bodas con la solemnidad de personas Reales; porque el valor de Roger pudo igualar la nobleza de la mujer. Era María hija de Azan Príncipe de los Búlgaros, y de Irene hermana de Andrónico, de quince años de edad, hermosa y por extremo entendida.

Entre el mayor placer y gusto por la boda, sucedió un alboroto y pendencia entre Catalanes y Genoveses, que casi fue batalla muy sangrienta, nacida como muchas veces acontece de pequeña causa, y aunque Pachimerio dice que fue sobre la cobranza de los veinte mil ducados que prestaron a Roger en Sicilia, y que por sosegarlos ofreció el Emperador de pagarlos, pero la más cierta ocasión de la pendencia fue que un Almogávar discurriendo por la ciudad dio ocasión a dos Genoveses, viéndole solo, que se burlasen con mucha risa de su traje, y figura; pero el ánimo militar del Almogávar mal sufrido en los donaires y motes cortesanos, más osado de manos que de lengua, les acometió con la espada, y trabó la pendencia. Acudieron de una y otra parte valedores y amigos, estando ya los ánimos prevenidos y alterados como sospechosos, y con esto las fuerzas de entre ambas naciones se encontraron para su total ruina y perdición. Los Genoveses sacaron su bandera o guion, y acometieron los cuarteles de los Almogávares repartidos en el barrio de Blanquernas. Nuestra caballería reconociendo el peligro de sus Almogávares, dividida en tropas, cerró con la gente Genovesa mal ordenada.  Con esto se dio lugar  a que los Almogávares  saliesen  de sus alojamientos,  y  se  juntasen  para  tomar  satisfacción  de  quien  tan  injustamente  los  maltrataba. Peleóse de una y otra parte con obstinación, hasta que los Genoveses, muerto su Capitán Roseo del Final, se fueron retirando con notable pérdida y daño.

Andrónico de las ventanas de su Palacio atento y con gusto miraba la pendencia cuando los Genoveses levemente fueron mal tratados, y algunos muertos, y con palabras mostró su ánimo mal afecto  contra  ellos;  pero  cuando  vio  que  los  Almogávares  con  su  acostumbrado  rigor  iban degollando  cuanto se les ponía delante, temió  que todos los Genoveses de Constantinopla no muriesen aquel día; cosa peligrosa para su conservación, porque dependía de ellos la paz de su Imperio. Tiénese por cierto que Andrónico quisiera sacudirse el yugo de Genoveses si pudiera con seguridad, pero era difícil por tener ellos el poder dividido para que se pudiera oprimir a un tiempo, y si consintiera que los de Constantinopla perecieran, fuera irritar las otras fuerzas que quedaban enteras; y así con ruegos y promesas pidió a los Capitanes que recogiesen y retirasen los suyos, y Jorge Pachimerio refiere, que mandó Andrónico a Esteban Marzala gran Drungario y Almirante, que fuese a quietar el tumulto, y apaciguar las partes, y que fue muerto y despedazado. Finalmente la presencia y autoridad de Roger, y de los otros Capitanes pudo tanto, que obedecieron todos, y con mucho peligro les retiraron, porque habían sacado sus banderas con ánimo de acometer a Pera, y saquearla, juntando a su venganza su codicia.

Era esta población de Genoveses, dividida por un estrecho cerco del mar de la Ciudad de Constantinopla, llamado de los antiguos Cuerno de Bizancio, y hoy de los Turcos y Griegos Gálata. Retirados y sosegados los nuestros, les mandó el Emperador en agradecimiento de su puntual obediencia librar una paga. Quedaron muertos de los Genoveses en la Ciudad cerca de tres mil, y aunque  lo  peor  llevaron  ellos  entonces,  fue causa  de mayores  daños  en  lo  venidero  para los nuestros, porque con esto quedó irritada una nación émula y poderosa, que importaba su amistad para conservar nuestras armas en aquel Imperio; porque en estos tiempos era grande y temido su poder en todo el Oriente, árbitros de la paz y la guerra. Tenían ilustres Colonias y Presidios en Grecia, en Ponto, en Palestina, armadas poderosas, poseían muchas riquezas adquiridas con su industria y valor, y absolutamente eran dueños del trato universal de Europa, con que mantenían fuerzas iguales a las de los mayores Reyes, y Repúblicas. Con esto  llegaron a ser casi dueños del Imperio Griego. En este tiempo cuando los Catalanes llegaron a Constantinopla, y reconociendo las fuerzas que traían, les pareció a los Genoveses peligrosa la vecindad de sus armas; y así siempre se mantuvo entre estas dos naciones aborrecimiento y enemistad implacable que duró muchas edades, hasta que el valor de entre ambos se fue perdiendo, juntamente con el Imperio del mar, y cesó la emulación por cuya causa muchas veces con varia fortuna se combatió.

 

CAPÍTULO IX.

PASA LA ARMADA A LA ANATOLIA, Y ECHA LA GENTE EN EL CABO DE ARTACIO.

 

Con el peligro de la pendencia entre Catalanes y Genoveses, advirtió Andrónico los que pudieran suceder, por tener dentro de la Ciudad diferentes y varias naciones armadas, y ofendidas, que con menos ocasión que la vez pasada vinieran sin duda a rompimiento. Llamó a nuestros Capitanes, y les explicó brevemente el fusto que tendría de ver sus armas en el Asia, amparando su miserables y Cristianos pueblos, oprimidos de los Turcos, y quitada la ocasión de nuevas pendencia y desórdenes. Roger con sus Capitanes ofreció que embarcaría su gente luego. Pero para que su partida fuese con más gusto, y el ejército quedase satisfecho, y seguro de tener en la armada ciertos los socorros y retiradas, le suplicaron nombrase por General de ella algún Caballero, o Capitán que fuese de su nación, para que dependiesen de ellos, temiendo que Andrónico diese este cargo a Griegos o Genoveses; y fuera cosa peligrosa para su seguridad tener el socorro en poder de gente extraña, con quien siempre hay emulación y competencias; ocasión de graves pendencias y daños, y más en los socorros de mar, tan sujetos a las mudanzas del tiempo, que puede la ruindad y malicia de un General retardar el socorro, y hallar razón que  disculpe y apruebe lo mal hecho, atribuyendo al tiempo y a peligros imaginados su tardanza. Andrónico cumplidamente satisfizo a la demanda, dando el cargo de General de la armada con título de Almirante a Fernando de Aones Caballero de conocida sangre, y gallardo por su persona, y juntamente quiso que se casase con una parienta suya, para que el nuevo parentesco diese más autoridad a su cargo. El título de Almirante en aquel Imperio no era tan supremo como lo fue entre nosotros, por que estaba sujeto al Megaduque, y de él recibía las órdenes. Mando el Emperador, que un insigne Capitán de Romeos que se llamaba Marulli, hombre de sangre y estado, fuese siguiendo las banderas de Roger con su gente, y Gregorio con la mayor parte de los Alanos hiciese lo mismo. Embarcose el ejército en los navíos y galeras de su armada, y atravesando el mar de Propóntide, dicho hoy de Mármara, tomaron tierra en el cabo de Artacio, poco mas de cien millas lejos de Constantinopla, lugar acomodado para la desembarcación de la caballería. A este cabo llama Montaner Artaqui, y los antiguos Artacio, no lejos de las ruinas de la famosa ciudad de Cizico.

Llegó Roger con la armada, y supo que los Turcos aquel mismo día habían querido ganar una muralla, o defensa de media milla de largo, puesta en la parte que el cabo se continua con la tierra firme, y que dejaron el combate, mas por la fortaleza del sitio, que por el valor de los que la defendían. Extiéndese este cabo, desde esta defensa, o muralla algunas leguas dentro del mar, y en él hay muchas poblaciones, y abundantes valles, fértiles colinas. Era en los tiempos antiguos Isla, pero después se vino a cerrar con las arenas.

Con el aviso cierto que Roger tuvo, de que los Turcos habían acometido el reparo y defensa del cabo, y que no podían estar muy lejos, dióse prisa a desembarcar la gente, y envió luego a reconocer el campo de los enemigos, y dentro de pocas horas se supo cómo estaban alojados seis millas lejos entre dos arroyos, con sus mujeres, hijos y haciendas. En aquel tiempo los Turcos, no olvidados aún de las costumbres de los Escitas, de quien se precian suceder, vivían la mayor parte, y la más belicosa en la campaña, debajo de tiendas y barracas, mudándose según la variedad del tiempo, y comodidades de la tierra. Tenían puesta su mayor fuerza en la caballería, gobernada por Capitanes y Príncipes de valor, no de sangre, a quien obedecían más por gusto que por obligación. Tenían perpetua guerra con los vecinos, sin orden militar, a imitación de los Alárabes, que hoy poseen el África. Esta forma de vivir tuvieron, desde que dejaron las riveras del río Volga, y entraron en la Asia menor, hasta que la vileza de las naciones de la Asia, y Grecia les dio crédito y reputación. A las Monarquías y naciones, sucede lo mismo que a los hombres que nacen, crecen y mueren. Nació Grecia cuando se defendió de Jerjes, y cuando su valor deshizo el poder de tan numerosos ejércitos, y forzó al bárbaro Monarca, que se retirase vencido, y pasase el estrecho de mar del Helesponto en una pequeña barca, que poco antes soberbio y desvanecido humilló con puente. Tuvo su aumento, cuando las armas de Alejandro pasaron más allá del Ganges, y los límites y fines inmensos de la misma naturaleza no lo fueron de su ambición. Fue su muerte, cuando las armas de los Bárbaros, por flojedad de sus Príncipes, y poca fidelidad de sus Capitanes, le pusieron en dura servidumbre.

En este tiempo que Andrónico ocupaba el Imperio de Oriente, los Turcos se dividieron, y hubo entre ellos algunas guerras civiles, pero por el consejo y autoridad de Orthogules se sosegaron, remitiendo a la suerte sus pretensiones, que como reviere Gregoras, y Chalchondilas, se dividieron por suerte las Provincias entre siete Capitanes, pretensores todos al gobierno universal. Dio la suerte a Caramano la parte mediterránea de la Provincia de Frigia hasta Cilicia, y Filadelfia, aunque algún autor quiere, que este no fuese de los siete Capitanes, y que solo reinó en Caria: a Carcano la parte Frigia, que se extiende hasta Esmirna: a Calami y a su hijo Carasi, la Lidia hasta Misia Bitinia, y las demás Provincias junto al monte Olimpo, cayeron en la suerte de Otomano, que en aquella edad comenzó a ser temido, y a levantar poco después su Monarquía, venciendo y sujetando los demás Tiranos de las Provincias que vamos nombrando; con que quedó absoluto señor y Príncipe de todas ellas. La Patagonia, y las demás tierras que caen a la parte del Ponto Euxino, las ocuparon los hijos de Amurat. En esta forma hallaron los nuestros repartida el Asia, y a los Turcos señores de ella: que fue grande ayuda para nuestras victorias el estar sus fuerzas divididas.

 

 

 

CAPÍTULO X.

VENCEN LOS CATALANES Y ARAGONESES A LOS TURCOS

 

Por el aviso que Roger tuvo de como los Turcos estaban cerca, temiendo perder tan buena ocasión si advertidos de la llegada de los nuestros se previnieran, o retiraran, juntó el campo, y en una breve platica les dijo, como el siguiente día quería da sobre los alojamientos de los enemigos, fáciles de romper por estar descuidados. Propúsoles la gloria que alcanzarían con vencer, y que de los primeros sucesos nacía el miedo, o la confianza, y que la buena o mala reputación pendía de ellos. Mandó que no se personase la vida sino a los niños, porque esto causase más temor en los Bárbaros, y nuestros soldados peleasen sin alguna esperanza de que vencidos pudiesen quedar con vida. Dispuesto el orden con que se había de marchar, dio fin a la plática. Oyéronle con mucho gusto, y aquella misma noche partieron de sus alojamientos a tiempo que al amanecer pudiesen acometer a los Turcos. Guiaba Roger con Marulli la vanguardia con la caballería, y llevaba solos dos estandartes, en el uno las armas del Emperador Andrónico, y en el otro las suyas. Seguía la infantería hecho un solo escuadrón de toda ella, donde gobernaba Corbarán de Alet Senescal del ejército. Llevaba en la frente solas dos banderas, contra el uso común de nuestros tiempos, que suelen ponerse en medio del escuadrón como lugar más fuerte y defendido. La una bandera llevaba las armas del Rey de Aragón Don Jaime, y la otra las del Rey de Sicilia Don Fadrique; porque entre las condiciones que por parte de los Catalanes se propusieron al Emperador, fue de las primeras, que siempre les fuese lícito llevar por guía el nombre y blasón de sus Príncipes, porque querían que adonde llegasen sus armas, llegase la memoria y autoridad de sus Reyes, y porque las armas de Aragón las tenían por invencibles. De donde se puede conocer el grande amor y veneración que los Catalanes y Aragoneses tenían a sus reyes, pues aún sirviendo a Príncipes extraños, y en Provincias tan  apartadas,  conservaron su memoria,  y militaron  debajo de ella:  fidelidad  notable,  no solo conocida  en  este  caso,  pero  en  todos  los  tiempos.  Porque  no  se  vio  de  nosotros  Príncipe desamparado por malo y cruel que fuese, y quisimos más sufrir su vigor y aspereza, que entregarnos a nuevo señor. No fue preferido el segundo al primogénito. Siempre seguimos el orden que el cielo, y naturaleza dispuso, ni se alteró por particular aborrecimiento o afición, con no haber apenas Reino donde no se hayan visto estos trueques y mudanzas.

Pasaron los nuestros a media noche la muralla, o reparo que divide el cabo de tierra firme, y al amanecer se hallaron sobre los Turcos, que como en parte segura, y a su parecer lejos de enemigos, estaban sin centinelas, reposando dentro de sus tiendas con descuido y sueño. Cerró Roger y Marulli con la caballería, metiéndose por las tiendas y flacos reparos que tenían con grande ánimo. Siguiéronle los Almogávares con el mismo, dando un sangriento y dichoso principio a la nueva guerra. Los Turcos a quien la furia y rigor de nuestras espadas no pudo oprimir en el sueño, al ruido de las armas y voces despertaron, y con la turbación y miedo que semejantes asaltos suelen causar en los acometidos, tomaron las armas para su defensa, pero fueron pocos, divididos y desarmados, con que su resistencia fue inútil y sin provecho contra el esfuerzo y gallardía de nuestra gente, que ya lo ocupaba todo. Pelearon los Turcos con desesperación, viendo a sus ojos despedazar y degollar a sus más caras prendas, de gente que ni aún por el nombre conocían. Alcanzóse cumplidísima victoria, dejando en el campo muertos de los Turcos tres mil caballo, y diez mil infantes. Los que quedaron vivos fueron los que reconociendo con tiempo el desorden y pérdida, y que los Catalanes eran impenetrables a los golpes de sus dardos, se pusieron en seguro con la huida, y el que querer muchos hacer lo mismo después les causó mas presto la muerte, por que ocupados en retirar sus hijos y mujeres, dejaban la batalla, y luego perecían. La presa fue grande, y los niños cautivos muchos. Refiere Nicéforo, Griego de nación, y enemigo declarado de la nuestra, el espanto y terror que causó en los Turcos este primer acometimiento con estas mismas palabras: <<Como los Turcos vieron el ímpetu feroz de los Latinos, (que así llama a los Catalanes) su valor, su disciplina militar, y sus lucidas y fuertes armas, atónitos y espantados huyeron, no solo lejos de la ciudad de Constantinopla, pero más adentro de los antiguos límites de su Imperio.>> Nuestra gente siguió el alcance poco rato, por no tener la tierra conocida, y volvieron aquella misma noche al cabo, por tener el alojamiento reconocido y seguro.

 

CAPÍTULO XI.

RETÍRASE EL EJÉRCITO PARA INVERNAR EN EL CABO DE ARTACIO; SUS ALOJAMIENTOS.

 

Dieron aviso al Emperador  del buen suceso de su victoria,  enviando  cuatro galeras con riquísimos presentes para entre ambos Príncipes, Andrónico y Miguel, y en nombre de los soldados se envió a María mujer del Megaduque Roger lo más precioso y rico de la presa. Causó notable admiración entre los Griegos la brevedad con que se alcanzó tan señalada victoria, y el pueblo la celebró con alabanzas, libre del temor de los Turcos, que insolentes con las victorias alcanzadas de los Griegos de la otra parte del estrecho amenazaban la Ciudad, con los alfanjes desnudos; pero casi toda la nobleza, que como fuera justo debiera mostrarse más agradecida a tan grande beneficio, manifestó el veneno de sus ánimos, que la envidia de la ajena felicidad no dio lugar a que se pudiese mas  encubrir. Los privados de Andrónico, y las personas de mayor  estimación  de su nación, comenzaron a temer nuestras fuerzas, juzgándolas por superiores a las que ellos tenían, y que dentro de casa tanto poder en manos de extranjeros era cosa peligrosa. Estas pláticas y discursos las alentaba el Emperador Miguel, incitado de un oculto sentimiento que causó en su ánimo la victoria, porque algunos meses antes había pasado el estrecho con un ejército poderosísimo, y por miedo de los Turcos o poca seguridad de los suyos, se retiró con gran pérdida de su reputación, sin trabar ni aún una pequeña escaramuza con el enemigo; y como los Catalanes siendo tan pocos vencieron a los que él no se atrevió acometer con tan excesivo número de gente, de esto nació su corrimiento, y de él un grande aborrecimiento y deseo de nuestra perdición. Los Príncipes sienten mucho que haya quien se les iguale en valor, y aún en la dicha aborrecen a quien se les aventaja, porque el poder no sufre virtud y partes aventajadas en ajeno sujeto, y más cuando en su competencia sucede el aventajarse. Si una baja y vil emulación de un Príncipe en hacer versos causó la muerte a Lucano,

¿Cuánto mayor fuera si de valor y fortuna se compitiera? Y así no se debe tener por Captan cuerdo el que intenta una empresa errada por su Príncipe, si ya no quiere competir con el del Imperio.

Con el buen suceso que tuvieron no trataron de pasar adelante, ni seguir la victoria: cosa  que les hizo perder reputación, y fue ocasión de hacer muchos excesos en aquella comarca, que irritaron gravemente el ánimo de los naturales y Griegos. Cuando quisieron entrar la tierra a dentro, comenzó el primer día de Noviembre a entrar con tanto rigor el invierno, con vientos fríos y agua que les detuvo. Los ríos por sus crecientes sin poderse vadear, la campaña estéril llena de enemigos, los caminos difíciles por donde se había de marchar para socorrer a Filadelfia, eran causas bastantes para diferir cualquier empresa. Roger con el parecer y consejo de sus Capitanes se resolvió de invernar en Cizico, lugar acomodado por la fortaleza del sitio, y abundancia de las vituallas, y porque el año siguiente fuese menos embarazosa la salida que si hubieran de partir de Grecia, y embarcar y desembarcar la caballería tantas veces, cosa de suyo tan molesta. Dieron luego aviso al Emperador de esta resolución y aprobóla con mucho gusto, porque era lo que más le convenía, por tener el ejército alojado en la frente del enemigo, y apartado de Constantinopla y de los demás pueblos Griegos, donde no faltaran quejas y pesadumbre, aunque cerca de tres meses anduvieron alojados  por  Asia  sin  efecto,  trabajando  la  tierra  con  insoportables  contribuciones.  Mandó Andrónico que con mucha diligencia se llevasen por mar las vituallas que no se hallaban en el cabo, con que pasaron los nuestros un invierno muy apacible. El Megaduque Roger envió con cuatro galeras por su mujer María.

El orden que se tuvo en los cuarteles  para excusar pendencias  entre los soldados y sus huéspedes, fue el siguiente. Los soldados nombraron seis de su parte, y los de la tierra otros tantos, para que de común parecer y acuerdo se pusiese precio a las vituallas: porque encareciéndose más de lo justo fuera gran descomodidad para los soldados, y dándose a un precio muy bajo no resultase en notable daño de los huéspedes, a más que faltara el comercio y provisión ordinaria que acudía de todas partes con abundancia. Ordenóse a Fernando Aones Almirante, que con la armada fuese a invernar a la isla de Jío, puerto seguro y vecino de las Costas enemigas. Es el Jío isla de las más señaladas del mar Egeo, por nacer en ella sola el Almaste, cosa que negó naturaleza a las demás partes de la tierra.

 

CAPÍTULO XII.

FERRÁN JIMÉNEZ DE ARENÓS SE APARTA DE LOS SUYOS.

 

Las cosas de mar y tierra, concertadas en la forma dicha, se pasaba el invierno con sosiego y mucha conformidad, pero luego nuestras fuerzas se fueron enflaqueciendo con algunas divisiones y discordias civiles. Ferrán Jiménez de Arenós, caballero de gran linaje, y buen soldado, se desavino con Roger sobre el gobierno de sus gentes, y pareciéndole desigual la competencia, se apartó del ejército con los suyos, y volviéndose a Sicilia, pasando por Atenas se quedó a servir a su Duque, que le recibió agradecido, y honró con cargos militares, en cuyo servicio se detuvo hasta que la necesidad de sus amigos en Galípoli le llamó y volvió a juntarse con ellos, aventurando como buen caballero la libertad y la vida. Pachimerio dice, que la ocasión de apartarse Ferrán Jiménez de Roger fue, porque muchas veces le advirtió que reprimiese y castigase los soldados, y como vio que en esto no andaba como debía, se apartó de su compañía con los que le quisieron seguir. ¡Notable fuerza de inclinación, que apenas se apartaba el peligro de las armas extranjeras, cuando ya las competencias y guerras civiles se encendían entre ellos!

En abriendo el tiempo, el Megaduque Roger, y su mujer María se fueron a Constantinopla con cuatro galeras a tratar con el Emperador de la jornada, y a pedirle dinero para hacer pagamento general antes que el ejército saliese en campaña. Miguel estaba en Constantinopla, y queriendo Roger visitarle y darle razón de lo que pensaba hacer aquel año, no le dio lugar, porque se tenía por ofendido del mal tratamiento que había hecho a los de Cizico sus vasallos. Esto dice Pachimerio. Lo cierto es, que Roger alcanzó de Andrónico el dinero con tanta largueza, que pudo dar dobladas pagas; liberalidad grande, si la falta de hacienda y dinero con que se hallaba, permitiera que se le pudiera  dar  este  nombre.  Tiénese  por  virtud  heroica  en  un  Príncipe  la  liberalidad  si  en  ella concurren dos calidades, tener que dar, y que se lo merezca a quien se da, y cualquiera de estas dos que falte no es liberalidad sino injusticia; y así aunque Andrónico repartió las mercedes en personas de grandes merecimientos, como le faltó la primera calidad, que es tener que dar, túvose por muy excesivo este donativo, y por hierro muy grave, porque estaba el fisco y cámara Imperial tan destruida, que no podía acudir a las pagas ordinarias, ni a otros gastos forzosos del Imperio. No hay cosa más perniciosa que el dinero recogido para la defensa común, desperdiciarle en gastos voluntarios, y cuando la necesidad aprieta, acudir a nuevas impuestos y pechos, dando por razón y causa justa el aprieto la falta que nace de sus excesos y demasías. Las imposiciones son justas, cuando es forzosa la necesidad que obliga a ponerlas, pero cuando el Príncipe consume la hacienda con dádivas o gastos impertinente y excesivos, ninguna justificación pueden tener, pues solo proceden de sus desórdenes o descuidos.

Trataron Roger, y el Emperador de cómo se había de hacer la guerra aquel año, y Andrónico solo le encargó el socorro de Filadelfia, lo demás dejó al arbitrio de los demás Capitanes y suyo; porque desde lejos y antes de las ocasiones mal se puede ordenar lo que conviene, ni tomar parecer cierto en cosas tan inciertas y varias como se ofrecen en una guerra. Dejó Roger a su mujer María en Constantinopla, y navegó con sus cuatro galeras la vuelta del cabo el primer día de Marzo del año mil trescientos tres. Luego que llegó se pasaron las cuentas con los huéspedes, se tomó muestra general, y se halló que los soldados en poco más de cuatro meses, que fue el tiempo que invernaron, habían gastado las pagas de ocho, y algunos de un año. Sintió Roger el exceso y desorden de los soldados,  que  como  Capitán  prudente  y  práctico,  conoció  el  mal,  aunque  como  dependía  su autoridad del arbitrio de los soldados, no se atrevió a poner el remedio que convenía, porque no se disminuyese o perdiese. Mal puede un Capitán conservar un ejército con puntual y estrecha obediencia, si el poder y fuerzas con que los ha de castigar le dan ellos mismo; de que nace la insolencia y libertad.

Roger conociendo el tiempo, satisfizo los huéspedes, pagando todo lo que habían gastado en mantener los soldados, y no quiso se les descontase de su sueldo; y así les quedó libre el dinero de las cuatro pagas, que luego les dio, y tomando Roger sus libros de las raciones y cuentas, donde constaba de los gastos excesivos que los soldados habían hecho, los quemó en la plaza pública de Cizico, con que quedaron todos obligados y agradecidos a su liberalidad. Los autores Griegos dicen que Cizico y toda su comarca quedó destruida por las crueldades y robos de los Catalanes, y que temiendo el Emperador Andrónico que Roger no alargase el salir en campaña, por la mala disciplina y poca obediencia de los soldados, envió su hermana a los últimos de Marzo a Cizico, para que exhortase a Roger su yerno saliese con el ejército, pues el tiempo y la ocasión convidaban a la guerra, y los soldados recién pagados saliesen con más gusto.

 

CAPÍTULO XIII.

PARTE EL EJÉRCITO A SOCORRER A FILADELFIA Y VENCEN A CARAMANO TURCO GENERAL DE LOS QUE LA TENÍAN SITIADA.

 

El deseo que tenía Roger de salir en campaña, ayudado de la persuasión de su suegra, hizo que luego se pusiese en ejecución la salida, y así se señalo para los nueve de Abril. Estando apercibiéndose ya todos para el viaje, dos Massagetas o Alanos esperando en un molino que les moliesen un trigo, llegaron algunos Almogávares a tratar con descompostura una mujer que estaba dentro a tomar la harina, salieron a la defensa los Alanos, y entre otras razones que dieron contra Roger su capitán fue decir: que si les daban tales ocasiones, harían del Megaduque Roger lo que hicieron del gran doméstico. Este fue Alejos Raul, que en una fiesta militar le mataron estos a traición de un flechazo. Refirieron estas palabras a Roger, y por su mandado o consentimiento aquella misma noche los Almogávares dieron sobre los Alanos, y si la oscuridad de la noche y el cuidado de los vecinos nos les defendiera, los degollaran todos. Murieron muchos, y entre ellos un mozo valiente hijo de Jorge, cabeza de los Alanos. A la mañana volvieron a toparse, y quedaron los Catalanes superiores habiendo muerto más de 300 Alanos; y si no temiera a los vecinos de Cizico, a quien por los malos tratamientos tenían irritados, que no tomasen las armas, y se pusiesen de parte de los Alanos, lo hubieran sin duda degollado a todos. Por este caso se apartó la mayor parte de los Alanos del ejército de Roger; solo quedaron con él hasta mil, que con promesas y ruegos los detuvieron. Roger quiso con dinero aplacar al padre por la muerte del hijo, pero Gregorio menospreció el dinero, y al agravio del hijo muerto se añadió la afrenta del ofrecimiento: con que el bárbaro quedó irritado, aunque encubrió la ofensa para mayor venganza.

Este suceso alargó la partida hasta los primeros de Mayo, que salieron de Cizico seis mil con nombre de Catalanes, mil Alanos, y las compañías de Romeos debajo del gobierno de Marulli; pero todos sujetos, y a orden de Roger. Iba también Nastago gran Primicerio. Llegaron con estas fuerzas a Anchirao, y de allí con gran valor y confianza, que sí lo dice Pachimerio, fueron a sitiar a Germe; lugar fuerte donde los Turcos estaban, y entendida por ellos la resolución, con sola la fama de su venida dejaron el lugar, y se retiraron. Pero no pudo ser esto tan a tiempo, que su retaguardia no fuese gravemente ofendida de los Catalanes. De allí pasaron a otro lugar que la historia de Pachimerio no le nombra, solo dice que estaba dentro para su defensa Sausi Crisanislao famoso soldado  y  Capitán  de  Búlgaros,  a  quien  mandó  ahorcar  con  doce  de  sus  soldados  los  más principales, sin decir con certeza la ocasión de  este castigo; solo se presume, que habrían defendido mal algún lugar que estaba a su cargo, o entregado alguna fortaleza, y queriendo Sausi disculparse atravesó razones con Roger, que le movieron a meter mano a la espada, y herirle, y después fue entregado a los que le habían de ahorcar. Los Capitanes Griegos detuvieron la ejecución, y alcanzaron  de  Roger  el  perdón;  porque  le  advirtieron  el  disgusto  que  tendría  el  Emperador Andrónico si castigase un hombre de tanta calidad, y tan buen soldado, sin haberle dado razón. Era Crisanislao uno de los capitanes Búlgaros que prendió Miguel padre de Andrónico en la guerra de la Chana, y detenido gran tiempo en prisión fue puesto en libertad por Andrónico, y honrado en cargos militares, y en gobiernos de Provincias, y entonces se hallaba en esta parte de Frigia ocupado en servicio del Emperador. Luego de allí pasó el ejército a Geliana camino de Filadelfia, donde le llego aviso a Roger de algunos lugares fuertes que ocupaban los Turcos, significándole la violencia que padecían, y por carta le suplicaban les ayudase, pues eran Romeos que se dieron a la fuerza del tiempo, y que se querían levantar contra los enemigos.

Roger les respondió que estuviesen de buen ánimo, que él les socorrería. Con esto pasó adelante a meter el socorro en Filadelfia, que era el principal intento que llevaban, Caramano Alisurio que la tenía sitiada, cuyo gobierno se extendía por esta Provincia, con el aviso que tuvo de la venida del ejército de los Catalanes, levantó el sitio con la mayor parte de su ejército, y caminó la vuelta  de  ellos,  con  deseo  de  vengar  la  rota  del  año  antes  que  los  Catalanes  dieron  a  sus compañeros. Esto pareció que le convenía, y no aguardarlos sobre Filadelfia; ciudad grande, y con gente armada, que animada del ejército amigo saldría a pelear. Dejó algunos fuertes guarnecidos, con que le pareció que los de la ciudad no intentarían el salir, pero dos millas lejos al amanecer se reconocieron de una y otra parte, y se pusieron en orden para pelear. El ejército de los Turcos llegaba a ocho mil caballos y doce mil infantes Caramanos todos, los más valientes y temidos de toda la nación, superiores en número a los nuestros, pero muy inferiores en el valor, en la disciplina, en la ordenanza militar, y en las armas ofensivas y defensivas; solo había igualdad en el ánimo y deseo de pelear. Roger dividió en tres tropas su caballería, Alanos, Romeos y Catalanes, y Corbarán de Alet, a cuyo cargo estaba la infantería, la dividió en otros tantos escuadrones, y hecha señal de acometer se envistieron con gallardo ánimo y bizarría. Trabóse la batalla muy sangrienta para los Turcos, porque los Catalanes más prácticos en herir, y más seguros por las armas de ser ofendidos, hacían grande daño en ellos con muy poco suyo. Junto a los conductos de la ciudad fue donde más reciamente se envistieron. Pero los Turcos valientes y atrevidos no dejaban por todos los caminos que podían de ofender a los nuestros, y poner en duda la victoria, que hasta al medio día anduvo varia; pero el valor acostumbrado de los Catalanes la hizo declarar por su parte con notable daño de los Turcos. Escapáronse huyendo hasta mil caballos, de ocho mil que entraron en la batalla, y solos quinientos  infantes, y Caramano  Alisurio se retiró  herido. De los nuestros perecieron  ochenta caballos, y cien infantes. Rehechos sus escuadrones, pasaron la vuelta de Filadelfia, siguiendo lentamente al enemigo, y temiendo alguna gran emboscada de sus copiosos ejércitos. Los Turcos de los fuertes, sabida la rota, los desampararon, y fueron siguiendo su Capitán vencido. Fue la presa y lo que se ganó en esta batalla, según Montaner, de mucha consideración.

Con esta victoria comenzaron a levantar cabeza las ciudades de Asia, viendo que los nuestros habían dado principio a su libertad, que los Turcos tenían tan oprimida. Llegó esta opresión a tanto extremo, que les quitaban las mujeres y los hijos para instruirles en su secta. Profanaban los templos y monasterios tan antiguos, donde había depositados tantos cuerpos de Santos, y grande memoria de nuestra primitiva Iglesia que tanto floreció en aquellas Provincias, trocando el verdadero culto en falsa y abominable adoración de su profeta. Pero como por los justos juicios de Dios estaba ya determinada la destrucción y servidumbre de todo aquel Imperio y nación, fue de poco provecho para alcanzar entera libertad todo lo que los nuestros hicieron, antes parece que se confirmó con esto su perdición; pues cuando los grandes remedios no curan la dolencia porque se dan, es casi cierta la muerte. Nuestros Capitanes se detuvieron antes de entrar en Filadelfia,  reconociendo algunos lugares vecinos adonde se pudieron haber retirado y rehecho; pero todo lo hallaron libre de los Turcos; a quien el miedo hizo alargar muchas leguas.

 

CAPÍTULO XIV.

ENTRA EN FILADELFIA EL EJÉRCITO VICTORIOSO. GANÁNSE ALGUNOS FUERTES QUE EL ENEMIGO TENÍA CERCA DE LA CIUDAD, Y DAN SEGUNDA ROTA A LOS TURCOS JUNTO A TIRIA.

 

Libres los de Filadelfia del sitio, que tan apretados les tuvo por el valor de las armas de los Catalanes, salieron a recibir el ejército los magistrados y el pueblo, con Teolepto su Obispo, varón de rara santidad, y por cuyas oraciones se defendió Filadelfia más que por las armas del ejército que la guardaba. Entraron las tropas de nuestra caballería primero, con los estandartes vencidos y ganados de los Turcos. Seguían después el carruaje lleno de los Despojos enemigos, y gran número de  mujeres  y  niños  cautivos,  y  algunos  mozos  reservados  para  el  triunfo  de  la  entrada.  Las compañías de infantería eran las últimas, y en medio de ellas las banderas y los Capitanes más señalados, con lucidísimas armas y caballos, que como cosa nunca vista de los de Asia, les causó grande admiración. No hubo en aquella entrada soldado por particular que fuese, que no vistiese seda o grana, aunque en aquel tiempo los Turcos no usaban trajes costosos, pero entre los despojos de los Griegos habían alcanzado gran cantidad de ropa y vestidos de mucho precio, que en esta victoria se cobraron. Detuviéronse quince días en la ciudad, entretenidos con las fiestas y regocijos que se les hicieron; porque fue cosa notable el amor y el respecto con que les trataron los naturales, como quien reconocía de ellos la libertad y la vida que tan aventuradas las tuvieron. La necesidad siempre es agradecida, pero con el beneficio que recibe, se acaba.

Roger salió de Filadelfia a poner en libertad a algunos pueblos de que estaban apoderados los Turcos, y entre otros a Culla algunas leguas más adelante hacia el Levante de la Ciudad; pero sabida la retirada y huida de su ejército, se retiraron los turcos. Los naturales los recibieron abiertas las puertas, como quien escapaban de tan dura servidumbre, pareciéndoles que con esto alcanzarían perdón de haberse entregado antes fácilmente a los Turcos. Roger perdonó la multitud del pueblo, pero castigó gravemente a muchos. Cortó la cabeza al Gobernador, y al más principal viejo del regimiento condenó a la horca. Estuvo un rato pendiente de ella sin morir, y atribuyéndolo a milagro cortaron la soga los que estaban presente, y le libraron.

Volvió el ejército a Filadelfia, y según Pachimerio dice, Roger recogió muchos ducados, y se hizo contribuir más de lo que debiera; por sentirse ya en la Ciudad la falta de bastimentos, por ser muy populosa de suyo, y tener dentro el ejército, después de haber padecido un largo sitio que fue tan apretado que una cabeza de jumento se vendió por un precio increíble. Nastago Duque y Primicerio del Imperio, que militaba en este ejército con Roger, se apartó de él y se fue a Constantinopla, porque no podía ver como Griego maltratar a los naturales, y las demasías que Roger hacía con ellos; y así llegado a Constantinopla quiso que el Emperador le oyese, y como esto se le negó por los deudores y amigos de la mujer del Megaduque, al que yo puedo entender, se fue al Patriarca, y por su medio el Emperador dio oídos a las quejas que traía contra Roger, de que se encendió en el Palacio una gran discordia entre los amigos y émulos del Megaduque.

Pareció a los Capitanes del ejército que convenía echar primero al enemigo de las Provincias marítimas, porque no quedase poderoso a las espaldas, y porque la vecindad de su armada les diese más fuerzas y seguridad. Con esta determinación partieron luego de Filadelfia para Niza, Ciudad de Licia, y de allí a Magnesia la que está en la ribera del río Meandro, donde apenas llegó Roger cuando dos ciudadanos de Tiria vinieron a pedirle socorro diciendo; que la Ciudad no estaba bastantemente fortificada que pudiese defenderse de los terribles asaltos del enemigo, y que si el socorro se tardaba, era cierto el perderse: que los Turcos con poco cuidado se podían coger a tiempo que estuviesen derramados por aquellas vegas, y hacer alguna buena suerte, con grande honra del ejército y provecho suyo: que en llegando la noche se retiraban a los bosques, y salido el sol volvían a talar y destruir la campaña. Roger con la mayor presteza y diligencia que pudo tomó la gente más desembarazada y suelta, y fue  la vuelta de Tiria para meterse dentro de ella antes del día. Llegó a ser tan buen tiempo, que los Turcos ni le pudieron descubrir, ni sentir, habiendo caminado treinta y seis millas en diez y siete horas.

Vino la mañana, y los Turcos comenzaron a bajar a la llanura, y llegarse a la ciudad, y ya estaban cerca de las puertas para hacer sus acostumbrados acometimientos, cuando Corbarán de Alet Senescal salió a rebatirlos con doscientos caballos y mil infantes. Cargó sobre ellos con tanta gallardía, que les rompió y degolló la mayor parte, pero la que quedaba entera en reconociendo a los nuestros se fue retirando hacia la aspereza de la montaña. Corbarán les siguió con parte de la caballería; pero como los caballos de los turcos estaban desembarazados, y los nuestros cargados con el peso de las armas, llegaron a la falda del monte a tiempo que los Turcos temerosos y cuidadosos solo de sus vidas, habían dejado los caballos, y mejorándose de puesto, porque tomaron los altos de donde mejor se podían guardar y ofender, impidiendo la subida a sus enemigos. El Senescal con mejor ánimo que consejo, mandó que se apeasen los suyos, y él hizo lo mismo, y acometió segunda vez a los Turcos; pero como ellos estaban en lo alto, y tenían algunos reparos con piedras, y flechazos defendían la subida, y tiraban golpes más seguros y ciertos a los que más se señalaban, Corbarán, como valiente y esforzado caballero, era de los que más les apretaban por su persona, y para subir con más ligereza, y andar más suelto, se quitó las armas, después el morrión, ocasión de su muerte; porque le dieron un flechazo en la cabeza, de que luego murió, con cuya pérdida los demás se retiraron.

Con la muerte de tal Capitán trocóse la victoria de este día en tristeza y sentimiento; porque perder  una  buena  cabeza  suele  causar  algunas  veces  inconvenientes  y  daños  de  mayor consideración, que no lo es el provecho que resulta de la victoria que se adquiere con su muerte. Sintiólo Roger mucho, que le tenía concertado de casar con una hija suya, y puesta en su persona su mayor esperanza. Perdio la vida Corbarán con más honroso fin, que los demás Capitanes, porque cayó con la espada en la mano, y en la misma victoria, y no por manos de traidores como otros compañeros suyos. Es corto el discurso de los hombres que se tiene por gran desdicha lo que se pudiera contar entre los prósperos sucesos de la vida. Prévinole a Corbarán una muerte honrada a otra cruel y afrentosa, pues corriera, como es de creer, el mismo riesgo que los demás Capitanes. Enterrándole en un templo dos leguas de Tiria, a donde dice Montaner, que estaba el cuerpo de San Jorge. Hiciéronle compañía diez Cristianos, que solos murieron en aquel encuentro. Levantáronle un  sepulcro  de  mármol,  y  honráronle  con  grandes  obsequias,  pues  solo  para  cumplir  con  su memoria se detuvieron ocho días. De Tiria despacharon orden a su armada, que estaba en la Isla del Jío, para que lo más presto que pudiese pasase a Tierra firme de la Asia, y que se detuviese en Ania aguardando segunda orden.

 

CAPÍTULO XV.

LLEGA BERENGUER DE ROCAFORT CON SU GENTE A CONSTANTINOPLA, Y POR ORDEN DEL EMPERADOR SE JUNTA CON ROGER EN ÉFESO.

 

Berenguer de Rocafort llegó de Sicilia por este tiempo a Constantinopla con algunos bajeles y dos galeras, y con dos cientos hombres de a caballo, y mil Almogávares, habiendo cobrado ya del Rey Carlos el dinero que le debía, y restituido los castillos de Calabria que estaban en su poder. Mandóle luego Andrónico, que navegando la vuelta de la Asia, procurase juntar sus fuerzas con las de Roger; y así con mucha brevedad llegó al Jío, adonde halló a Fernando Aones de partida, y juntos llegaron a Ania, de donde avisaron a Roger con dos caballos ligeros de la venida de Rocafort con los suyos. Llegó esta nueva antes de salir de Tiria, y causó generalmente en todo el campo grandísimo contento, así por la gente que Rocafort traía, que era mucha y escogida, como por la opinión que tenía de muy valiente y esforzado Capitán. Envió luego Roger a visitarle con Ramón Montaner, y con orden de que se partiese luego de Ania, y viniese a Éfeso, dicha por otro nombre Altobosco. Partió Montaner con una tropa hasta de veinte caballos, y con alguna gente práctica, para que le guiasen por caminos desviados, por no encontrarse con los Turcos, que ordinariamente corrían la tierra, y salteaban los caminos más pasajeros. Valióle a Montaner poco esta diligencia y cuidado, porque muchas veces hubo de abrir camino con la espada; llegó al fin a la Ciudad de Ania libre de estos peligros. Dio a Rocafort la bien venida de parte de los suyos, y le dijo lo que Roger ordenaba acerca de su partida. Rocafort obedeció, y dejando para la guarnición de la armada quinientos Almogávares, con lo restante de la gente tomó el camino de Éfeso, adonde llegó acompañado de Montaner dentro de dos días. Esta ciudad es una de las más señaladas de toda el Asia por su famoso templo dedicado a la diosa Diana. Fue no solamente reverenciada de los romanos, pero de los Persas y Macedones, que tuvieron antes el Imperio, y todos conservaron sus inmunidades y derechos, sin que se mudasen jamás mudándose los Imperios: tanto era el respecto con que veneraban los antiguos las cosas que se persuadían que tenían algo de divinidad y religión. Pero el mayor título que esta Ciudad tiene para ser famosa y celebrada, es haber puesto en ella el Apóstol y Evangelista San Juan los primeros fundamentos de la fe. De este Santo referiré lo que Montaner escribe, que por referirlo en esta misma historia, no parece ajeno de la nuestra.

Dicen que en esta Ciudad de Éfeso está el sepulcro donde San Juan se encerró cuando desapareció de los mortales, y que poco después vieron levantar una nube en semejanza de fuego, y que creyeron que en ella fue arrebatado su cuerpo, porque después no pareció. La verdad de esto no tiene otro fundamento mayor que la tradición de aquella gente, referida por Montaner. El día antes de San Juan, cuando se dicen las vísperas del Santo, sale un maná por nueve agujeros de un mármol que esta sobre el sepulcro, y dura hasta poner del sol del otro día, y es tanta cantidad, que sube un palmo sobre la piedra, que tiene doce de largo y cinco de ancho. Curaba este maná de muchas y graves dolencias, que con particularidad las refieren Montaner.

Después de cuatro días que Rocafort y Montaner llegaron a Éfeso, entró también Roger con todo el ejército. Alegráronse todos de ver a Rocafort amigo y compañero en todas las guerras de Sicilia, por el socorro que les traía, que hallándose lejos y en tierras enemigas fue de grande importancia, y aumentó mucho las fuerzas de los Aragoneses. Diósele luego el oficio de Senescal que vacó por muerte de Corbarán, y para que en todo le sucediese, le dio Roger su hija por mujer, habiendo  sido primero  concertada con Corbarán; porque con este nuevo parentesco aseguraba Roger  la  condición  y  aspereza  de  Rocafort,  aparejada  para  intentar  cosas  nuevas.  Dióle  cien caballos para la gente que traía, con armas de a caballo, y cuatro pagas. En Éfeso, dice Pachimerio, que Roger y los Catalanes hicieron notables crueldades para sacar dinero, cortando miembros, atormentando, degollando los desdichados Griegos, y que en Metellin un hombre rico y principal llamado  Macrami  fue  degollado,  porque  prontamente  no  quiso  dar  cinco  mil  escudos  que  le pidieron: licencia militar y atrevimiento ordinario en gente de guerra mal disciplinada.

Roger, todo el dinero, caballos y armas que recogió de las contribuciones de las ciudades vecinas envió a Magnesia con una buena escolta; porque en esta ciudad como la más fuerte de aquellas provincias, determinó poner su asiento para invernar. De Éfeso se fueron todos juntos a la Ciudad de Ania, adonde estaba Fernando Aones con la armada. Hiciéronles un grande recibimiento a Roger y a Rocafort los soldados que se hallaban en Ania, saliéndoles a recibir con grande alegría y regocijo; porque ya les parecía que juntos eran bastantes a recuperar el Asia, echando de ella a los Turcos. Roger agradeció y satisfizo este buen recibimiento, dando una paga a todos los soldados de la armada; y porque Tiria quedaba desarmada y sin defensa, determinaron que se enviase alguna gente para su seguridad. Fue Diego de Orós hidalgo Aragonés, buen soldado, con treinta caballos y cien infantes; porque con esto les parecía que quedaría en defensa la Ciudad y su comarca, fiando más en la reputación de  sus armas, que en el número de la gente: que muchas veces alcanza la reputación lo que no pueden las fuerzas.

 

CAPÍTULO XVI.

REPRIMEN LOS NUESTROS EL ATREVIMIENTO DE SARCANO TURCO. LLEGAN NUESTRAS BANDERAS A LOS CONFINES DE LA ANATOLIA Y REINO DE ARMENIA.

 

Tuvieron nuestros Capitanes consejo del camino que tomarían, y concordaron todos en que volviesen otra vez hacia las Provincias Orientales y pasados los montes, entrasen en Pámfila, adonde les pareció que estarían las mayores fuerzas de los Turcos, y habría ocasión de venir con ellos a batalla, que este fue siempre el intento principal que se llevaba; porque siendo nuestro ejército tan pequeño, no se podía hacer la guerra a lo largo, y ocupar Ciudades y lugares, habiendo de dejar en ellas guarnición, porque era dividir y deshacer sus fuerzas; y así pareció siempre acertado caminar la vuelta de los Turcos, y pelear con ellos. Pero en tanto que se trataba de poner en ejecución la salida, Sarcano Turco con saber que el ejército de los Catalanes estaba dentro de la Ciudad, se atrevió a correr su vega llevando a sangre y fuego cuanto se le puso delante. Pagó presto su atrevimiento y locura; porque salieron los nuestros sin aguardar orden, ni esperar los Capitanes: tanto les ofendía la osadía de este Bárbaro, y dieron con tanta presteza sobre él y los suyos, que aunque luego quiso retirarse, no pudo sin mucho daño, porque se halló tan empeñado que hubo de pelear para huir. Siguieron los nuestros el alcance hasta la noche, y volvieron a la Ciudad con nuevos bríos, dejando muertos en la campaña de los enemigos mil caballos y dos mil infantes: cosa apenas creída de los que quedaron dentro de la ciudad, porque la salida fue muy tarde, y con mucho desorden.

Roger y los demás Capitanes considerando cuán dañosa les pudiera ser la detención, si los soldados advirtieran el peligro de la jornada y camino que intentaban, con el gusto de la victoria pasada, quisieron que dentro de seis días marchase el campo. Partieron de Ania, y atravesaron la Provincia de Caria, y todo aquel inmenso espacio de Provincias que están entre la Armenia y el mar Egeo, sin que hubiese enemigo que se les opusiese. Marchaba el campo según la comodidad de los lugares muy de espacio, consolando los pueblos Cristianos, y animándoles a su defensa, y con universal admiración de todos los fieles eran recibidos los nuestros, alegrándose de ver armas Cristianas tan a dentro, las cuales los que entonces vivían jamás vieron en sus Provincias, aunque su deseo siempre las llamaba y esperaba; pero la flojedad de los Griegos nunca les dio lugar a que las viesen, hasta que el valor de los Catalanes y Aragoneses se las mostró.

 

CAPÍTULO XVII.

PELEAN CON TODO EL PODER DE LOS TURCOS LOS CATALANES Y ARAGONESES EN LAS FALDAS DEL MONTE TAURO, Y ALCANZAN DE ELLOS SEÑALADÍSIMA VICTORIA.

 

Poco antes que llegasen a las faldas del monte Tauro, que divide la Provincia de Cilicia de Armenia la menor, hicieron alto, y trataron de que primero se reconociesen las entradas y pasos peligrosos, sospechando siempre, como sucedió, que el enemigo no les aguardase. En tanto que esto se consultaba, nuestra caballería que reconocía la campaña, descubrió el ejército enemigo que aguardaba el nuestro entre los valles de las faldas del monte. Tocóse arma en ambos ejércitos, y los Turcos viéndose descubiertos, y que su traza había salido vana y sin fruto, se resolvieron luego de salir a lo llano, y acometer a los nuestros que venían algo fatigados del camino, antes que pudiesen descansar ni mejorar de puesto. Había en el campo de los Turcos veinte mil infantes, y diez mil caballos, y la mayor parte de ellos eran de los que habían escapado de las rotas pasadas. Tendióse su caballería por el lado izquierdo, y la infantería por el derecho la vuelta del campo Cristiano. Opúsose Roger con su caballería a la del enemigo, que por la frente y costado cerró con la nuestra. Rocafort con su infantería, y Marulli hizo lo mismo, habiendo primero los Almogávares hecho su señal acostumbrada en los encuentros más arduos, que era dar con las puntas de las espadas y picas por el suelo, y decir: despierta hierro; y fue cosa notable lo que hicieron aquel día, que antes de vencer, se daban unos a otros la enhorabuena, y se animaban con cierta confianza del buen suceso.

Trabóse la batalla en puesto igual para todos, con grandes y varias voces, peleándose valerosamente, porque pendía la vida y libertad de entre ambas partes de la victoria de aquel día. Si los nuestros quedaran vencidos por ser poco prácticos en la tierra, y tener tan lejos la retirada, fuera cierta su muerte, o lo que que se tuviera por peor quedar cautivos en poder de aquellos Bárbaros ofendidos. Los Turcos tenían también igual peligro; porque los naturales de aquellas Provincias Cristianas a donde estaban, viéndoles rotos y vencidos, les acabaran sin duda, satisfaciendo en ellos una justa venganza. En el primer encuentro, por la multitud y número infinito de los Bárbaros, se corrió gran riesgo, y estuvo la victoria muy dudosa, pero cobraron nuevo ánimo y vigor; porque los Capitanes repitieron segunda vez el nombre de Aragón, y desde entonces parece que esta voz infundió en los enemigos temor, y en los nuestros un esfuerzo nunca visto. Y como ya de una y otra parte se había llegado a los golpes de alfanjes y espadas, en que los nuestros tenían tanta ventaja por las armas defensivas, luego se comenzó a inclinar la victoria por nuestra parte. Los Catalanes ejecutaban en los vencidos su rigor y furia acostumbrada en las guerras contra los infieles, que aquel día en los Turcos todo fue desesperación, ofreciéndose a la muerte con tanta determinación y gallardía, que no se conoció en alguno de ellos muestras de quererse rendir, o fuese por estar resueltos de morir como gente de valor, o porque desesperaron de hallar en los vencedores piedad. En tanto que sus brazos pudieron herir siempre hicieron lo que debían, y cuando desfallecían con el semblante  y los  ojos  mostraban  que el cuerpo  era el  vencido,  no  el ánimo.  Los  nuestros  no contentos de haberlos hecho desamparar el campo, les siguieron con el mismo rigor que pelearon en la batalla. La noche y el cansancio de matar dio fin al alcance. Estuvieron hasta la mañana con las armas en la mano. Salido el sol, descubrieron la grandeza de la victoria, grande silencia en todas aquellas campañas, teñida la tierra en sangre, por todas partes montones de hombre y caballos muertos, que afirma Montaner, que llegaron a número de seis mil caballos, y doce mil infantes, y que aquel día se hicieron tantos y tan señalados hechos en armas, que apenas se pudieran ver mayores; y con encarecer esto no refiere alguno en particular, con grande injuria y agravio de nuestros tiempos, pues tales hazañas merecieran perpetua memoria.

Quedó con tanto brío nuestra gente después de esta victoria, y tan perdido el miedo a las mayores dificultades, que pedían a voces que pasasen los montes, y entrasen en la Armenia, porque querían llegar hasta los últimos fines del Imperio Romano, y recuperar en poco tiempo lo que en muchos siglos perdieron sus Emperadores; pero los Capitanes templaron esta determinación tan temeraria, midiendo, como era justo, sus fuerzas con la dificultad de la empresa.

 

CAPÍTULO XVIII.

CON LA ENTRADA DEL INVIERNO VUELVEN LOS NUESTROS A LAS PROVINCIAS MARÍTIMAS. REBÉLANSE LOS DE MAGNESIA, PÓNELES SITIO ROGER, PERO LLAMADO DE ANDRÓNICO, LE LEVANTA, Y LLEGA A LA BOCA DEL ESTRECHO CON TODO EL EJÉRCITO.

 

Detuviéronse ocho días en el lugar de la victoria, y fueron pocos para recoger la presa. Prosiguieron su camino hasta un lugar que Montaner llama Puerta del Hierro; término, y raya de la Anatolia y Armenia. Detúvose tres días Roger dudoso del camino que tomarían, pero al fin viendo cerca el Otoño, y hallándose tan a dentro de las Provincias que aún no estaban bien aseguradas a su devoción, se resolvió con el parecer de sus Capitanes, de volver a la Ciudad de Ania, y pasar en ella el invierno, hasta que fuese tiempo de salir en campaña; pues aquel año se había roto cuatro veces al enemigo, y recuperado tantas Provincias. Nicéphoro dice, que por faltar las espías y gente práctica en la tierra dejaron de pasar adelante; porque sin ella fuera cosa muy peligrosa, y Roger era tan diestro Capitán, que no se aventurara temerariamente. Hacinase las jornadas muy cortas, porque no pareciese que la retirada era por algún temor, caminando por los puestos que tenían ya reconocidos a la ida. En esta retirada cargan los Historiadores Griegos a los nuestros de insolentes y crueles, que hicieron más daño en las Ciudades de Asia que los Turcos enemigos del nombre Cristiano; y aunque creo que fueron algunos los daños, pero no tantos como ellos lo encarecen. Porque el tiempo que los nuestros estuvieron en Asia, fue muy poco, y éste le ocuparon siempre en vencer y alcanzar señaladas victorias de sus enemigos, de donde les resultaba infinita ganancia de las presas que hacían, que eran tantas, que algunas veces las dejaban, o por no  poderlas llevar, o por estimarlas en poco; pero yo doy por verdadero lo que dicen los Griegos, más no por eso se les puede quitar la gloria de sus victorias. ¿Qué ejército se ha visto que diese ejemplo de moderación y templanza, y más el que alcanza muy a tarde sus pagas? No hay duda que un ejército amigo mal disciplinado, es tan dañoso en una Provincia como el del enemigo; y así los Griegos la mayor parte de sus historias entretienen en las quejas de estos daños, encareciéndolos más de lo que debe un Historiador.

Veníase  el  ejército  retirando  hacia  Magnesia,  donde  Roger  tenía  la  mayor  parte  de  sus riquezas y tesoro, cuando les llegó aviso de los de Magnesia, como Ataliote su Capitán se había rebelado; y degollado la guarnición de los Catalanes que Roger había dejado, y alzádose con sus tesoros que había recogido dentro de la Ciudad. El caso pasó de esta manera.

Magnesia era una Ciudad fuerte y grande, y por entre ambas cosas difícil de ganar si los ánimos de los naturales estaban unidos. Sucedió que Roger mal advertido les entró a pedir, que para cuando él volviese le tuviesen a punto caballos y dinero para socorrer su gente. Ellos valiéndose del aborrecimiento que los Alanos, que estaban dentro, tenían a los Catalanes, y movidos de la codicia de hacerse dueños de los tesoros que Roger había recogido, se resolvieron de tomar las armas, y rebelarse. Comunicado su consejo con Ataliote, y aprobado por él, les pareció ponerle en ejecución; porque como antes vivían a modo de Ciudad libre, temían venir en sujeción. Los ciudadanos eran muchos y armados, los Alanos también, y los graneros con abundancia de trigo, armas, dineros y otros pertrechos militares; finalmente recibiendo fe y juramento entre sí de valerse unos a otros, pasaron a cuchillo parte de los Catalanes que estaban dentro, parte prendieron, y los pusieron en cárceles muy seguras. Con esto se confirmaron en su rebelión;   porque no hay cosa que más la asegure un hecho semejante, cuando la atrocidad quita la esperanza del perdón. Este hecho no le parece al Griego Pachimerio que lo refiere digno de vituperio, antes lo aprueba y alaba; con que claramente se debe tener por apología más que por historia la suya.

Sabida la rebelión de los de Magnesia por Roger, quiso castigarla luego; y así con parte de los Alanos que le seguían, de los Romeos, y con todos los Catalanes fue a poner sitio a la ciudad para castigarla, como merecía tan fea maldad. Hizo venir con notable diligencia máquinas y artificios para batirla, y a pocos días dio un asalto general, en que fueron rebatidos los nuestros con grande mofa y escarnio de los cercados, y a Roger con palabras injuriosas le afrentaban. Quiso Roger romperles los conductos, pero ellos advertidos hicieron una salida con que impidieron el efecto. El cerco  se continuaba,  y en  ese mismo  tiempo  les vino  un  despacho  de Andrónico  en  que les mandaba, que dejado el sitio de Magnesia, viniese a juntarse con Miguel su hijo, para socorrer al Príncipe de Bulgaria cuñado de Roger, porque un tío suyo se le había levantado con parte del estado, y estaba en punto de perderse si no se le acudía presto con socorro. Tengo por muy cierto, que este levantamiento fue fingido por Andrónico, por dar alguna razón aparente para sacar los nuestros de Asia, de quien temió siempre, que acreditados con tantas victorias se alzarían con ella, negándole la obediencia, y para obligar más a Roger, le puso delante el peligro de su cuñado. A estos daños vive sujeto el Capitán que sirve a Príncipes tiranos o pequeños, en quien siempre la sospecha y recelos tienen el primer lugar en sus consejos. Dichoso el que obedece y sirve a grande y poderoso Monarca, en cuya grandeza no puede caber ofensa nacida del aumento de su vasallo. Para tener por ciertos estos movimientos, me hace gran dificultad el ver que no trata Nicéphoro de ellos, antes bien da diferente causa porque los nuestros no pasaron adelante con sus victorias, que fue el miedo grande de Andrónico, y sin duda este fue el que detuvo la buena dicha de los nuestros, y el que impidió que no se restaurasen todas las Ciudades y Provincias del antiguo Imperio de los Romanos. Estas son las mismas palabras de Nicéphoro:

«Roger, después de haberse juntado en consejo, resolvió de replicar al Emperador, y en tanto ver si podía ganar a Magnesia, pero la resistencia de los de dentro fue de manera, que Roger se hubo de retirar con pérdida de reputación y gente, y aunque llegó a tratar de concierto con ellos, con solo que le volviesen el dinero, no lo pudo alcanzar. Por esto y porque los Alanos se despidieron, trató Roger de levantarse del sitio, dando por disculpa que el Emperador se lo mandaba; pero muchos no dejaron de tener un oculto sentimiento de salir de aquellas Provincias sin castigar los Magneositas, y dejar lo que habían ganado a la furia y rigor de los Bárbaros, que luego las habían de ocupar viéndolas sin defensa. No faltaban entre los soldados ordinarios algunos, que con secretas pláticas alteraban los ánimos para nuevos movimientos, diciendo: ¿Qué nos importaba haber vencido tantas veces, si se nos quita el premio de las manos? ¿Para esto salimos de nuestra tierra, y del regalo de la patria; para tener por recompensa del peligro de la vida tantas veces aventurada una pequeña paga? ¿Después de ganada una Provincia sacarnos de ella, y darnos por galardón de tantos servicios una nueva y peligrosa guerra? Los Capitanes y la demás gente de lustre aunque disimulaban, y en lo exterior se dejaban engañar, sentían mal de esta partida, y creyeron que más había nacido de los recelos de Andrónico, que de los movimientos de Bulgaria. Llegaron los nuestros a la ciudad de Ania, y de allí tomaron el camino hasta la boca del estrecho por todas aquellas Provincias marítimas, navegando siempre la armada al paso que ellos marchaban por tierra. Con esta orden llegaron al Cabo que está en el estrecho, en frente de Galípoli, que Montaner llama Boca de Aner. Avisaron de allí al Emperador como estaban a punto para embarcarse, aguardando nueva orden para partirse. Quedó contentísimo Andrónico de que los Catalanes le hubiesen obedecido, y alabándoles por cartas su puntualidad en cumplir sus órdenes, les hizo saber cómo los movimientos de Bulgaria con solo la fama de que venia el ejército de los Catalanes se sosegaron.»

Esto es lo que dice Montaner; Pero Pachimerio parece que refiere con más verdad la ocasión que tuvo Andrónico en este segundo despacho de decir que ya estaba todo sosegado; porque Miguel Paeologo su hijo a persuasión de los Griegos ofendidos, y de los soldados de otras naciones que tenía en su servicio, que como inferiores en número y valor temían a los Catalanes, escribió a su padre Andrónico que no quería que Roger se juntase con su ejército, porque temía guerras civiles, y que la insolencia de los Catalanes no la pudiera sufrir, si con la misma libertad que en Asia habían de proceder y vivir, y que Gregorio cabeza de los Alanos estaba con él ofendido por la muerte de su hijo, y que viendo a Roger y a los suyos, sería ocasión de algún gran rompimiento. Con esto Andrónico le pareció que sería conveniente buscar algún medio para que esto se compusiese; y así mando a su hermana Irene, y a su sobrina María, que se fuesen luego a Galípoli, y tratasen con Roger, que dejando la mayor parte de su ejército en Asia, con solos mil hombres escogidos pasase a juntarse con Miguel. Consultó el caso Roger con los más principales Capitanes, y a todos les pareció cosa peligrosa el dividir sus fuerzas, y sospecharon luego que esto no fuese principio de alguna muy grande traición; y así Roger respondió a su suegra, que él no se hallaba con ánimo bastante de persuadir a los Catalanes que se dividiesen, pasando mil de ellos a Grecia, y que los demás quedasen en Asia. La suegra volvió al Emperador, y le dio razón de lo que había pasado con su yerno. Con esto se acabó la guerra de Asia en poco más de dos años; corto espacio de tiempo para tan señalados hechos, bastantes a ilustrar un siglo entero.

 

CAPÍTULO XIX.

ALÓJASE EL EJÉRCITO EN LA TRACIA QUERSONESO, Y ROGER PARTE A CONSTANTINOPLA.

 

Embarcóse el ejército en las galeras y navíos de su armada, y siguiendo el orden que tenían del Emperador Andrónico, atravesaron el estrecho, y desembarcaron. Toda la gente en la Tracia Quersoneso, tomando por plaza de armas y principal cabeza de sus alojamientos a Galípoli, Ciudad en aquel tiempo tenida por la más principal de la Provincia, puesta casi a la boca del estrecho que mira al Norte. Estiéndese este Istmo o Quersoneso de Tracia setenta millas a lo largo, y seis en ancho, y en algunas partes menos de tres. Por la parte del Oriente le baña el mar del estrecho, llamado de los antiguos Helesponto, que divide la Europa del Asia. Cíñele el mar Egeo por la parte del ocaso y medio día, y por el Septentrión el mar del Propóntide, llamado en nuestros tiempos de Mármara. Fue en lo pasado este Istmo morada de los Cruseos, y hubo en la parte que se continúa con la Tierra firme Lisimachia, celébre por su fundador Lisímaco, que le dio el nombre, y Sexto, lugar conocido por los amores de dos infelices amantes. Pero al tiempo de los Catalanes y Aragoneses  llegaron  a    esta  Provincia  apenas  parecían  sus  ruinas;  solo  en  las  de  la  antigua Lisimachia había un castillo llamado Ejamille, y muchas aldeas y poblaciones pequeñas a donde los nuestros se alojaron en tanto que pasaba el rigor del invierno, tomando, como tengo dicho, a Galípoli, Ciudad de mediana población, por principal fuerza y presidio para la defensa común. Guardóse el mismo orden en los alojamientos que el año antes se tuvo en el cabo de Artacio, quedando al parecer todos satisfechos y sosegados, se fue Roger a Constantinopla con cuatro galeras, y con parte de la infantería más escogida a verse con el Emperador Andrónico, y darle la enhorabuena de la restauración de tantas provincias del Asia, y recibir juntamente mercedes y honras debidas a tantas victorias.

Llegaron a la ciudad los nuestros acompañando su General, y con universal admiración de todos les recibieron y acompañaron hasta el Palacio, donde el Emperador con demostraciones y palabras nunca antes usadas le honró, y Roger después de haberle dado entera relación del estado de las Provincias que puso en libertad, le pidió dinero para hacer pagamento general. Repondió el Emperador con mucho cumplimiento, diciendo, que era muy debido a su valor no dilatar pagas tan bien ganadas, y que él se las mandaría librar luego. Pero aunque esta respuesta en lo exterior fue la que Roger podía desear, quedo el Emperador muy desabrido de esta demanda, porque después de tan grandes presas, y despojos riquísimos de las Provincias conquistadas, pedirle luego una pequeña paga, era señal de una codicia insaciable, y que difícilmente todo el poder del Imperio Griego la pudiera satisfacer. Lo que alcanza el soldado en premio de la victoria sirve más para el gusto que para la necesidad, y así se distribuye con mucha largueza en juegos, en camaradas, y en banquetes; pero la paga se estima siempre como cosa que se da en precio de su trabajo, y de su sangre, y acude con ella a su necesidad, y siente mucho que ésta se le niegue, o se dilate, y más cuando el Príncipe gasta con gran largueza en una vana ostentacion de su Majestad, y deja de acudir a esta obligación, en la cual se funda y apoya la verdadera grandeza de los Reyes.

 

CAPÍTULO XX.

BERENGUER DE ENTENZA CON NUEVO SOCORRO LLEGA A CONSTANTINOPLA, DONDE SE LE DIO EL CARGO DE MEGADUQUE, Y A ROGER LE OFRECIERON EL DE CÉSAR.

 

Roger  quedó  en  la  Ciudad  algunos  días  solicitando  al  Emperador  su  despacho,  y  a  los ministros de su hacienda que maliciosamente ocultaban el dinero, y ponían dificultades y estorbos en los medios y arbitrios que se daban para su cobranza: artes usadas siempre de los que manejan hacienda de Príncipes. Aunque en esta detención concurría el Emperador.

En este medio llegó a Galípoli Berenguer de Entenza, hombre conocido por su sangre y valor, llamado con grande instancia del Emperador Andrónico, que aunque Berenguer tenía ya ofrecido que le vendría a servir, envió segunda vez por él con embajada particular, ofreciendo hacerle muy aventajadas mercedes. Partió de Mesina Berenguer solicitado de este segundo llamamiento, y llegó a Grecia con algunas galeras, y cinco bajeles armados, y en ellos mil Almogávares, y trescientos hombres de a caballo, toda gente muy lucida. Detúvose en Galípoli diez días, donde fue recibido con notable gusto de toda la nación, hasta saber lo que Roger ordenaba, a quien envió dos caballos para que le diesen aviso de su llegada. Holgóse mucho Roger de tener a Berenguer de Entenza en su compañía,  porque  había  entre  los  dos  estrechísima  amistad,  y  grandes  obligaciones  para conservarla. Escribióle que viniese luego a Constantinopla, porque el Emperador querría honrar su persona como se contenía en dos cartas del mismo Emperador, con sellos pendientes de oro, que juntamente con la suya le enviaba. Con esto Berenguer de Entenza se fue a Constantinopla, y luego acompañado no solamente de Roger, y de todos los de nuestra nación, pero también de muchos Griegos  principales,  que en  público  profesaban  nuestra  amistad,  entró  en  el  Palacio  Imperial. Recibióle Andrónico con  semblante  alegre,  pero con  ocultos temores  y sospechas,  porque los Catalanes se aumentaban, no solo en reputación, pero con nuevos suplementos de gente. Y aunque Andrónico procuró con particular instancia, que Berenguer viniese a servirle, fue antes que los Catalanes alcanzasen tantas victorias de los Turcos. Pero después que por ellas creció su estimación, tuvo por sospechosa compañía tan poderosa dentro de su casa, y Pachimerio dice, que el Emperador no le quiso recibir a su sueldo, porque venia con más compañías de gente que él pedía.

Roger de Flor entre las muchas partes que le hicieron famoso, fue el ser agradecido,  y reconocer en público sus obligaciones a Berenguer de Entenza, que en los tiempos que pobre y desvalido llegó a Sicilia, le amparó y ayudó a levantar su fortuna. Pidió licencia al Emperador para renunciar el oficio de Megaduque en Berenguer, dando por motivo su valor y nobleza igual a la de los Reyes, y que caballero de tan alta sangre era justo que tuviese el primer lugar en el ejército. Berenguer de Entenza con igual correspondencia suplicó al Emperador, que el título de César que le ofrecía fuese servido de darle, a Roger; persona de tantos servicios, y por el casamiento de su nieta adoptado en la casa Real, pocas veces usada, no solo en los tiempos presentes, pero ni en los antiguos, donde la moderación y templanza parece que tuvieron alguna estimación. Roger poderoso en riquezas, acreditado con victorias, estimado por el nuevo parentesco, Berenguer por sangre y por valor ilustre, parece que entre ambos pudieran tener razón de pretender el supremo lugar, pero las mismas calidades que les debieran incitar a la emulación, fueron las que les moderaron, juzgando por muy aventajadas las ajenas, y por muy inferiores las propias.

El siguiente día después de la llegada de Berenguer, asistiendo toda la nobleza de la Corte, así extranjeros  como  naturales,  Roger  de  Flor,  habida  licencia  de  Andrónico,  se quitó  el  bonete, insignia de su dignidad de Megaduque, y juntamente con el sello, bastón y estandarte de su oficio, le entregó a Berenguer; rehusólo, y sin duda no lo admitiera, si el Emperador resueltamente no se lo mandara. Causó en los Griegos gran admiración la cortesía de Roger, y Andrónico la celebró, y honró con otra más señalada merced, ofreciendo a Roger título de César, uno de los mayores de su Imperio; con que entre ambos quedaron obligados, y los Griegos ofendido de ver que Andrónico diese el título de César desusado ya en aquel imperio por sospechoso a los Príncipes. En los tiempos antiguos, cuando floreció el Imperio Romano, llamar a uno César, era señalarle por su sucesor, como lo es entre los Emperadores occidentales el Rey de Romanos, en Francia el Delfín, y en nuestra España el Príncipe. Pero declinado ya el poder de los Romanos, después de dividido el Imperio,  los  Emperadores  Griegos  daban  solamente  el  título  de  César,  sin  algún  derecho  de sucesión; pero siempre quedó estimado este oficio, puesto que solo era sombra de lo que fue. Túvose después por el primero, hasta que la dignidad de Sebastocrator fue preferida, cuando Alejos Commeno dio su segundo lugar en el Imperio a Isacio. Esta también perdió después su precedencia y autoridad, cuando el mismo Alejos, por quedar sin hijo varón, casó su hija primogénita Irene, con Alejos Paleólogo, dándole título de Déspota, que es lo mismo que llamarle a uno señor, y fuera sin duda Emperador si no muriera antes que su suegro; de suerte que la dignidad de César en aquel Imperio es la tercera, por ser la primera la de Déspota, y la segunda la de Sebastocrator. Dice Curopalates que estas tres dignidades no tienen particular ocupación a que acudir, y que al César le llaman señor; palabra tenida por soberbia, y debida solo a Dios en los tiempos antiguos aún de los mismos Emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio, y de algunos otros que jamás consintieron que les llamasen señores. Tratábanle de Majestad al César, el bonete que llevaba era de oro y grana, y su remate casi como el del Emperador, la capa de grana, las media y zapatos de color celeste, y la silla como la del mismo emperador, pero sin águilas, iba junto al Emperador en las públicas entradas y acompañamientos, y vivía dentro de su Palacio. Todo este suceso que se ha referido es conforme se saca de lo que Montaner en su historia, y Berenguer en sus relaciones no dejó escrito. Pero Jorge Pachimerio en el cap. II del libro 12 refiere con alguna variedad este suceso; y así me ha parecido no confundirlo con lo de arriba, ya que no los podía conciliar, para que el que lo leyere pueda con claridad hacer juicio de lo que le pareciere más verdadero.

Determinado ya el Emperador de recibir a Berenguer de Entenza, le envió a llamar muchas veces, que se decía estaba en Galípoli, y para asegurarle le envió sus patentes con sellos pendientes de oro, en que le prometía con juramento, que queriéndose quedar le trataria con buena voluntad, y ánimo amigable, y que cuando se quisiese ir no lo impediría. Berenguer recibidos los despachos, con la fe y palabra del Emperador, se fue a Constantinopla con dos navíos, pero llegado, no quiso salir fuera de ellos, y envió el aviso al Emperador de su llegada. Mandóle luego al Emperador llamar, y le envió coches y caballos para que entrase con mucha autoridad y honra, pero Berenguer ni quiso salir de los navíos, ni obedecer, pidiendo que el Emperador le enviase en rehenes a su hijo el Déspota Juan. Pareció esto mal así al Emperador, como a todos, pues no se fiaba de su palabra y juramento; y así le dejó muchos días en los navíos. Finalmente llegándose el día de Navidad le envió a llamar, diciéndole que estuviese de buen ánimo pues le había asegurado con su fe y palabra. Estuvo  dudoso mucho  tiempo,  hasta que se desengañó,  y  se fue al Emperador,  de quien  fue magníficamente recibido, pero siempre se retiraba a los navíos, a donde el Emperador tuvo siempre cuenta de regalarle. El día de Natividad le tomó al Emperador el juramento de fidelidad, y con esto le dio la dignidad de Megaduque del Senado, y le dio la vara dorada, invención nueva del Emperador, y le vistieron al modo y uso de Senador, con que dejó sus navíos, y se fue a posar a Cosmidio donde estaban sus Catalanes, que algunos de ellos fueron también honrados con títulos y mercedes grandes; y desde entonces Berenguer tuvo grandes autoridad con los privados, y en los consejos de Andrónico. En el juramento de fidelidad que hizo Berenguer disimuló su engaño, dando muestras de verdad y llaneza; pues habiendo de jurar que sería amigo de los amigos del Emperador, y enemigo de sus enemigos, exceptuó a Fadrique de los enemigos, porque decía que le había jurado antes amistad. Esto pareció a los inteligentes que encerraba en sí algún gran secreto, más de lo que exteriormente parecía; otros lo tomaron bien, diciendo que como fue fiel a Fadrique, así lo sería al Emperador, con que ganó opinión y gloria, siguiendo la sentencia de Platón, de cuanta importancia sea el parecer bueno y justo para ganar opinión, y poder engañar.

 

CAPÍTULO XXI.

LOS GENOVESES PERSUADEN AL EMPERADOR LA GUERRA CONTRA LOS CATALANES, Y MIGUEL PALEÓLOGO HACE LO MISMO, Y ALBOROTASE EN GALÍPOLI LA GENTE DE GUERRA.

 

Los Genoveses de Pera, que poco antes fortificaron y engrandecieron con fosos y murallas, fueron los primeros que hicieron sospechosas nuestras armas, y pusieron duda en nuestra fidelidad, diciendo al Emperador Andrónico, que tenían nuevas de Poniente, que se preparaba una grande y poderosa armada para acometer las Provincias del Imperio a la primavera, y que esto lo tenían por cierto por manifiestas conjeturas; y que los Catalanes que antes estaban en su servicio, y los que después con Berenguer de Entenza vinieron, estaban unidos para su daño, y no para su defensa, porque  se correspondían  secretamente  con  los  de Sicilia;  y  que  el  hermano  bastardo  de  Don Fadrique Rey de Sicilia se entendía que venia con doce navíos para juntarse con ellos, y que para entonces aguardaban el declararse, y poner en ejecución sus intentos. Estos fueron los embustes con que los Genoveses quisieron destruir los Catalanes, y ellos introducirse, y hacerse muy confidentes, y celosos del bien común del Imperio. Aconsejaron a Andrónico, según dice Pachimerio, que acometiese desde luego a los Catalanes con guerra descubierta; que ellos tenían cincuenta navíos en orden, y que con otros tantos que se armasen por el Emperador, o se les diese dinero a ellos, aunque fuese en largos plazos, los pondrían ellos en la mar; y que a esto solo les movía ver a los Griegos maltratados, la tierra que ya tenían por patria maltratada y destruida de los que vinieron para defenderla. No dio el emperador por entonces crédito a los Genoveses, creyendo que eran quimeras fingidas de su maldad y envidia, nacida desde que pusieron los Catalanes el pie en Grecia. La fe y juramento prestado de los Catalanes también lo aseguraba; pero respondióles que agradecía su cuidado,  y lo que se dolían  de los trabajos de los Griegos. Mandóles que callasen,  y que él consultaría lo que se debía hacer, y que consultado lo ejecutaría.

En este mismo tiempo la honra y merced que Andrónico hizo a Berenguer, irritó el ánimo de Miguel Paleólogo para nuestra ruina, y persuadido de los Griegos comenzó luego a tratar de ella, intentando para esto todos los medios más eficaces que pudo, atropellando leyes divinas y humanas. Estaban los Griegos tan envidiosos y soberbios, que con rabia y furor increíble, aunque con algún secreto, andaban maquinando traiciones y alevosías; con lengua y manos solicitaban a Miguel ya mal afecto contra nosotros, encareciendo la gran reputación de las armas de los Catalanes, y que ocupaban los supremos cargos de su Imperio, en grande mengua de su Majestad, y deshonor suyo. Creyeron siempre los Griegos que nuestros Catalanes fueran como los Alanos y Turcoples, que no se les levantaban los pensamientos a más que vivir con una triste y miserable paga; pero cuando vieron proveídos en ellos los oficios de César, Megaduque, Senescal y Almirante, y que tenían bríos para aspirar a los que quedaban, advirtieron su daño, y comenzaron a sentirse de que las fuerzas y honras del Imperio se pusiesen en manos de extranjeros. Al tiempo que entre los Griegos corrían estas pláticas y sentimientos, los soldados de los presidios por parecerles que la paga se dilataba, maltrataron a los Griegos de los pueblos donde estaban alojados: mal forzoso de la guerra, y que difícilmente el rigor militar de los más insignes Capitanes lo ha podido atajar. Miguel Paleólogo atento a todas las ocasiones de calumniar toda nuestra nación, se valió de esta, para persuadir a su padre, diciendo: que si no se atajaba luego la insolencia de los Catalanes, sería la total perdición del Imperio, y de su casa, porque no contentos con la paga y sueldos tan excesivos, y con los despojos riquísimos del Asia, oprimían los pueblos amigos para satisfacer su codicia; que no por haber vencido a los Turcos quedaba el Imperio libre de servidumbre, si se esperaba más insufrible, y cruel de los Catalanes, en cuya mano estaba puesta la libertad común: que en vano la había recuperado su abuelo Miguel Paleólogo, echando a los Latinos del Imperio, si segunda vez se les había de entregar voluntariamente: que esto estaba muy cerca de suceder si no se atajaba su insolencia: que les quedaban aún sus fuerzas a los Griegos si sus trazas saliesen vanas para que de cualquier manera se oprimiese a los Catalanes: que la obligación en que le habían puesto con librar sus Provincias de los Turcos, ya su arrogancia y mala correspondencia lo había borrado, y sus victorias merecían nombre de agravios, no de servicios, pues en vez de establecer sus armas en una segura paz el Imperio, hacían nueva guerra a los pueblos amigos con intolerables contribuciones, y malos tratamientos.

Andrónico apretado de la persuasión del hijo, y de sus privados, que continuamente con quejas y sentimientos lloraban la miseria de los Griegos en tanto deshonor suyo, mostró luego contra los Catalanes el efecto de su pláticas, respondiendo a Roger, y a Berenguer que le pedían dinero para la guerra, que no les quería pagar hasta que hubiesen pasado a la Asia, y diesen principio a la guerra; lenguaje nunca antes usado de Andrónico, que hasta entonces fue más largo en hacerles merced, y darles dinero, que solícitos ellos en pedirle. La respuesta de Andrónico llegó a los oídos de los de Galípoli, y fue tan grande el alboroto y motín que causó en todo el campo, que forzaron a los Capitanes a tomar las armas para acometer los lugares del Imperio, y apoderarse de algunas fuerzas y presidios. En tanto que Andrónico dilataba el darles satisfacción, mostraron gran sentimiento de sus dos Capitanes Roger y Berenguer, por parecerles que con su peligro y sangre se querían engrandecer, y que por no disgustar al Emperador de quien esperaban sus mayores acrecentamientos, no le apretaban como debieran, para que se les diese a ellos pagas tan bien merecidas. Estas sospechas llegaron a tanto, que resolvieron de enviar Embajadores al Emperador, pidiendo que les pagasen, y que continuarían su servicio con mucha fidelidad,  castigando los excesos de los que se atreviesen a ofender y maltratar los pueblos amigos. Esta embajada tan cortés, dice Pachimerio que fue por el miedo que tuvieron del ejército de Miguel Paleólogo, que se había juntado para reprimir su atrevimiento y osadía. Recibida del Emperador esta embajada, luego le pareció  imposible  el  satisfacer  por  las  grandes  pagas  que  le  pedían,  pero  por  no  llegar  a rompimiento, y a una guerra declarada, les remitió a Berenguer de Entenza, para que por su medio se quietasen con darles parte del dinero que le pedían. Contentarónse por entonces  con el dinero que se les dio, y con él se fueron a Galípoli donde ya había llegado Roger con su mujer, suegra y cuñado, que quisieron acompañarle, y también, a lo que yo sospecho, por tener Roger cerca de sí a Irene su suegra y hermana del Emperador, como en rehenes, por si acaso contra él se quisiese proceder como rebelde, cuando el alboroto y motín pasara más adelante.

 

CAPÍTULO XXII.

PÁGASE LA GENTE DE GUERRA POR ORDEN DE ANDRÓNICO CON MONEDA CORTA, DE DONDE NACIERON NUEVOS ALBOROTOS.

 

Forzado Andrónico, de la necesidad, con astucia y fraude Griega, mandó librar la moneda de plata que se dio a los Embajadores para hacer el pagamento, muy menoscabada, y falta en más del tercio de su antiguo valor, y quiso que la recibiesen los soldados como si fuera muy entera. Los capitanes poco advertidos del engaño, fácilmente se dejaron persuadir, y solicitados de los soldados que casi amotinados pedían sus pagas, tomaron el dinero, y le trajeron a Galípoli, donde se tomó muestra, y repartió con quejas y sentimientos; pero al fin con solo el nombre de que los pagaban, aunque conocieron la falta, se sosegaron. Diferentemente lo hicieron los Genoveses poco después, que concertados con el Emperador por cierta cantidad de dinero den envidiar su armada contra los Catalanes, pagándoles con esta misma moneda se la volvieron a enviar, y deshicieron la armada. Cuando los Aragoneses y Catalanes  contentos con el dinero de las pagas quisieron pagar los huéspedes Griegos, y darles entera satisfacción, rehusaron recibir la moneda al precio que se les daba, y como la comida y sustento necesario no sufre dilaciones, forzaban a los Griegos a que se las diesen, y recibiesen la moneda. Con esto se fueron alterando los Griegos, y los Catalanes a buscar la comida con las armas, con que todos los pueblos de aquella comarca quedaban desiertos. Andrónico con infinitas quejas de los desórdenes y demasías de los soldados, se inclinó a seguir el parecer de su hijo, y poner remedio eficaz y violento a tantos daños. Pudiéranse atajar, si la   diversidad de cabezas que había en nuestro ejército, tuvieran entera autoridad con los súbditos, y ellos estuvieran unidos; porque siempre, que un Príncipe usa de trazas tan indignas de su obligación, como fue dar a los Catalanes moneda tan falta por su antiguo precio, y no mandar con universal edicto que la recibiesen todos los súbditos de su Imperio al mismo precio, es dar ocasión cierta de venir a rompimiento el pueblo y la milicia.

Tiénese por cierto que este medio fue trazado por entre ambos Emperadores Andrónico y Miguel, para que los Catalanes maltratasen a los Griegos, y ellos ofendidos tomasen las armas para su venganza, con que les pareció que los Catalanes quedarían perdidos, y ellos libres de su obligación. Salió bien la traza, porque los nuestros faltos de dinero, se entraban por las aldeas y pueblos grandes, y se hacían contribuir, y en hallando resistencia, con la acostumbrada licencia militar maltrataban de manos y de lengua a quien se les oponía. Nicéphoro autor Griego, como de la parte ofendida, cuenta largamente los excesos de aquella milicia, y muchos más Jorge Pachimerio, que dando lugar a su pasión, muerte con mayor malignidad. Pero Montaner niega que los Catalanes se mostrasen implacables y crueles con los Griegos; antes dice que les ayudaban y socorrían, porque con la furia de los Turcos, los fieles de las Provincias de la Asia, huyendo de tan cruel servidumbre, se recogían a Constantinopla, y perecían en los muladares de hambre y de miseria, sin que a los Griegos les moviese a lástima la desdicha de los que tenían por compañeros y amigos; y que los Catalanes  con  mucha  liberalidad  y  largueza  socorrían  a muchos  que padecían  en  este común trabajo. El crédito que se debe dar a estos Historiadores el que leyese esta relación puede fácilmente ser juez, precediendo primero la noticia de sus caridades. Nicéphoro y Pacimerio Griegos, y en muchas partes poco cuidadosos de escribir la verdad, ofendidos por comunes y particulares agravios de los nuestros, lejos de las ocasiones, Montaner español, testigo de vista de todos estos sucesos, y que la llaneza  de su estilo,  y del tiempo  que escribió,  parece que aseguran la verdad de los acontecimientos que refiere.

El emperador Andrónico temiendo que Roger descubiertamente no tomase las armas contra él, y siguiese la voluntad de los Catalanes, ofendidos del engaño que hubo en las monedas de sus pagas, quiso que el Príncipe Maruli general de los Romeos que militaban con Roger en el Oriente, fuese de su parte a traerle a Constantinopla, y le asegurase de su voluntad, que siempre había sido de hacerle merced, y engrandecerle, y juntamente le ordenó que dijese a su hermana Irene que se viniese con él, por parecerle que tendría autoridad con el yerno para persuadirle lo que importase. Llegó con esta embajada Maruli a Galípoli, y Roger claramente le respondió que no pensaba salir de Galípoli sin hacerse más sospechoso a los suyos con asistir en Constantinopla. Irene también se excusó por la falte de salud, que no le daba lugar de ponerse en camino. Con esto Maruli volvió a Constantinopla, y desengañó al emperador, que si no pagaba el ejército por entero no había de tratar de conciertos. Con todo este desengaño porfió segunda vez por medio de su hermana, a persuadirle que pasase al Oriente con algún socorro que le enviaría, porque Filadelfia estaba en mayor aprieto que el año antes, y que la necesidad que padecían no perdonaba aún a los muertos. Bien quisiera Roger obedecer al Emperador, pero los soldados estaban más irritados que nunca, y si Roger entonces mostrara gusto de dársele al Emperador peligrara su autoridad y vida.

En este tiempo Berenguer de Entenza, viendo que todo estaba lleno de sospechas y miedos, y que los Griegos le miraban como Catalán, y los Catalanes entraban en desconfianza de su fe, porque estaba cabe el Emperador en lugar tan supremo, y que aquello no podía ser sino estando de su parte, aprobando lo mal que el Emperador lo hacia con ellos; finalmente estando ya las cosas de los Catalanes, y Andrónico, en términos que no se podía estar neutral, ni ser medianero entre estas diferencia sin gran riesgo de perderlos a todos, Berenguer se resolvió de acudir a su primera obligación, y preferir a su particular acrecentamiento el público honor y estimación de la nación, que estaba cerca de perderse. Pidió licencia a Andrónico para volverse a Galípoli, y aunque el Emperador con ruegos y dádivas le procuró detener, no dejó de embarcarse en dos galeras que tenía al puerto de Blanquernas por la puerta del Emperador, y dice Pachimerio, que se embarcó con el semblante triste, y que mostraba el combate de pensamientos que llevaba. De la galera volvió a enviar al Emperador treinta vasos de oro y plata que le había dado, y añade el mismo autor, que las insignias de la dignidad de Megaduque las arrojó en el mar, mostrando que desde entonces renunciaba la amistad del Imperio. Esta acción que en los Griegos se condena por muy infame y vil, fue la más digna de alabanza que este gran caballero hizo en el Oriente, porque ni las honras ni los cargos no le pudieron apartar de lo justo; ejemplo grande para los que quieren introducirse con daño del bien público, y reputación de la patria, como a muchos acontece, que olvidados de lo que deben a su sangre y a su naturaleza, la dejan maltratar por pequeños intereses, que las más veces de las veces de ellos no les queda sino solo la infamia por premio de su ruindad.

Estando ya para partirse Berenguer, el Emperador le envió a llamar muchas veces, sin que pudiese creer que Berenguer le dejaría. Ofreciéronle al Emperador ciertos hombres de Malvasia de acometer las dos galeras de Berenguer, y vengar la poca estimación que  hacía de su amistad, y juntamente  cobrar  ellos  una  galera,  que  tenían  a  partido  en  servicio  de  Berenguer,  pero  el Emperador no permitió que se ejecutase, porque pensó reducirle. Aquella noche Berenguer se hizo a la vela, y se vino a Galípoli, donde halló todas las cosas llenas de mil sospechas y recelos.

 

CAPÍTULO XXIII.

DA EL EMPERADOR ANDRÓNICO EN FEUDO A LOS CAPITANES CATALANES Y ARAGONESES LAS PROVINCIAS DEL ASIA.

 

El Emperador deseaba dividir los Catalanes entre sí, para después poderles castigar más a su salvo. Volvió a persuadir a Roger lo que antes por medio de Canavurio familiar ministro de Irene su suegra, el cual después de ir y venir muchas veces de Constantinopla a Galípoli, concertó el mayor negocio para los Catalanes, que se pudo desear para su grandeza y aumento, si como se les ofreció se les cumpliera; pero la insolencia de los soldados, la envidia de los Griegos, la instancia del hijo trocó el amor y afición que Andrónico tenía a nuestras cosas en mortal aborrecimiento; y así se determinó entre el Emperador y su hijo dar aparente y honrosa satisfacción a los Catalanes, y ocultamente trazar su perdición y ruina; aunque esto no lo dicen los Historiadores, dejase fácilmente entender por lo que después se hizo. Andrónico por medio de este Canavurio, forzado del temor de las armas de los Catalanes, y del socorro que la fama había publicado que venia de Sicilia, y que con tan largas pagas estaba el fisco y cámara imperial destruida, y que las rentas del Imperio no eran suficientes para los gastos ordinarios y forzosos, y que como a Príncipe le tocaba prevenir el remedio, y ellos como Capitanes obligados y amigos debían ayudarle a poner en ejecución lo que a todos les importaba igualmente. Al fin se concertó entre el Emperador y Roger, después de largas y pesadas consultas, lo siguiente. Que desde luego diese Andrónico las Provincias de la Asia en feudo a los Ricos hombres, y caballeros Catalanes y Aragoneses, con obligación que siempre que fuesen llamados  y  requeridos  por  él,  o  por  sus  sucesores,  acudiesen  a  servirle  a  su  costa,  y  que  el Emperador no estuviese obligado a dar después de la conclusión de este trato sueldo a la gente de guerra, solo les había de socorrer cada un año con treinta mil escudos, y con ciento veinte mil modios de trigo, dándoles el dinero de las pagas corridas hasta el día de este concierto.

Con este trato quedaron nuestras cosas, al parecer, en suma grandeza; porque los Catalanes se vieron señores de todas las Provincias de Asia, así por dárselas el Emperador en paga de sus servicios, como porque las ganaron con las armas, y libraron de la servidumbre de los Turcos: títulos que cualquiera de ellos era bastante a darles el derecho de señorío de todas ellas. Esta fue una de las cosas más señaladas de esta expedición, y que más puede ilustrar la nación Catalana y Aragonesa; pues cuando los Romanos, vencido Mitrídates, ganaron el Asia, alcanzaron una de sus mayores glorias, y lo que el valor de tantos famosos Capitanes y ejércitos conquistó en muchos años, lo adquirieron los nuestros en menos de dos, y si con engaños y traiciones no les atajaran su fortuna, quedaron absolutos señores y Príncipes de la Asia, y quizá si se conservaran, detuvieran los Turcos en sus principios, y no les dieran lugar a dilatar ni engrandecer los límites inmensos del Imperio que hoy poseen.

Estos conciertos se juraron delante de la imagen de la Virgen, costumbre antigua de aquel Imperio.  En  esta  donación  concuerdan  Pachimerio  y  Montaner,  solo el Griego  difiere  en  una circunstancia, porque dice, que Andrónico exceptuó algunas ciudades, que no quiso que se incluyesen en la donación.

 

CAPÍTULO XXIV.

LA GENTE DE GUERRA CON MAYOR FURIA QUE ANTES SE ALBOROTA, PORQUE TIENE ALGUNA DESCONFIANZA DE ROGER.

 

El Emperador Andrónico para cumplimiento del juramento hecho, envió a Teodoro Chuno que llevase a Roger los conciertos firmados y sellados con sellos de oro, y treinta mil escudos, y las insignias de César, y que el trigo estaba ya recogido para entregarle a quien Roger ordenase. Caminaba la vuelta de Ripi Teodoro, y como cuerdo y práctico junto a Ripi se detuvo, porque supo que las cosas de Galípoli, y de los catalanes se iban empeorando. Resolvió de no pasar adelante hasta saber de cierto el estado de las cosas, a más de que temía a Roger por estar ofendido de un hermano suyo que estaba en Cancilio, de donde muchas veces había salido con gente armada en su daño. Así parece que por cierta providencia envió a Canavurio que fuese antes a la hermana del Emperador, para que primero a ella le diese aviso de lo que pasaba, y juntamente volviese a significarle la disposición y estado del nuevo motín, porque su persona y el dinero no lo quería aventurar sin más seguridad de la que tenía. Pasó adelante, caminando siempre muy despacio, para dar tiempo a Canavurio que se pudiese informar, y volverle a encontrar antes del peligro. Junto a Brachialio tuvo nuevas llenas de sospechas, porque tuvo aviso que Roger no recibiera las insignias de César por no hacerse más sospechoso a los suyos, de quien ya comenzaban a tener alguna desconfianza, por verle rico y honrado, y ellos defraudado de su sueldo. Temió Teodoro, y resolvió de  asegurarse,  retirándose  al  fuerte  de  Ripi  donde  estuvo  algunos  días.  Como  vio  que  no  se sosegaba la gente, temió que si los Catalanes entendieran que él estaba en Ripi con treinta mil escudos, no le acometiesen para quitarle el dinero; y así una noche con gran secreto con todos los recaudos que traía se fue a Constantinopla, y dio razón al Emperador de lo que le había detenido, y forzado a volver atrás sin ejecutar su orden.

Roger  juzgó  que  convenía  para  su  reputación,  y  seguridad  satisfacer  al  ejército  de  las sospechas viles de su fe, y así ordenó a las principales cabezas del ejército que se viniesen a Galípoli, dejando aseguradas las plazas que tenían a su cargo, juntos todos les dijo, que los trabajos y peligros que habían padecido por el aumentó y bien de la nación Catalana y Aragonesa, no merecían tan mala correspondencia como tener duda de su fidelidad: que él había probado su intención en la guerra de Sicilia, sirvieron al Rey, y gobernando siempre gente Catalana, y con ser aquellos tiempos tan sospechosos, nadie se atrevió a ofenderle: que en las guerras del Asia había acudido a la obligación que fue llamado, y que el Emperador aunque le había hecho muchas honras, no las tenía él por iguales a sus servicios, y cuando lo fueran, que él no era hombre que por corresponder a ellas olvidaría las obligaciones que tenía en primer lugar: que el Emperador le quería hacer César, y que él no quería más recibir honras sin que a ellos se les diese entera satisfacción, y que por sólo venirles a socorrer y animar había salido de Constantinopla, y dejado al Emperador que le quería detener y acrecentar; que él estaba resuelto de correr la fortuna que ellos, y que si el Emperador con su ejército les acometiere, procuraría por el juramento hecho ceder si pudiese a su rigor, pero que cuando conviniese, forzosamente habían de venir a las armas, y las suyas siempre se habían de emplear en la defensa común contra los Griegos. Con esta plática Roger aseguró su crédito, y los Catalanes satisfechos de sus sospechas, y así con el reconocimiento que siempre, le dieron disculpa de los recelos mal fundados de algunos.

En este mismo tiempo sucedió para mayor descrédito de nuestras armas, que los Turcos acometieron la Isla del Jío, que estaba a cargo de Roger y los suyos, y casi toda ella la tomaron, sino fueron algunos que se pudieron retirar a la fortaleza en cuarenta barcos que pudieron juntar, y estos también se perdieron lastimosamente rotos y deshechos de una furiosa tormenta junto a la Isla de Sciro. Con esta pérdida los ánimos de los unos y de los otros se fueron irritando. Los Griegos porque les pareció que los Catalanes, ya que les molestaban tanto con las ordinarias contribuciones, no fuesen bastantes para defenderles del rigor y sujeción de los infieles; los Catalanes también atribuyeron esta perdida a la dilación de Andrónico, en no cumplirles lo que tantas veces se les había ofrecido, y que si se les pagara con tiempo, pudieran ellos acudir a su obligación, y defender lo que estaba a su cargo; la falta de dinero les obligó a que con mayor desorden le fuesen a buscar por todos los lugares de Tracia

 

CAPÍTULO XXV.

CONCLÚYESE EL TRATO DE PASAR AL ORIENTE, Y ROGER RECIBE LAS INSIGNIAS DE CÉSAR, Y DINERO.

 

A los oídos de los Emperadores Andrónico y Miguel llegó lo que Roger públicamente dijo; y ofendidos gravemente, quisieron con el ejército que tenían junto en Andrinópoli acometer el de los Catalanes, pero Andrónico a persuasión de Azan cuñado de Roger; a quien poco antes había dado la dignidad de Panipersebastor, mandó a su hijo que no lo ejecutase, esperando siempre por medio de su sobrino reducir a Roger, a quien Azan escribió la justa indignación del Emperador, y que la mayor disculpa que podría dar seria pasar el ejército en Asia, y comenzar la guerra. Respondió Roger a su cuñado, y al Emperador en la misma conformidad y escribió: que la necesidad le había obligado a dar de palabra satisfacción a todo el ejército, porque si no lo hiciera, se acabaran de confirmar en sus sospechas, y que sin duda le mataran: que él siempre seria fiel y reconocido a las muchas honras y mercedes que de su mano había recibido, y que si de lengua le había ofendido fue, porque los Catalanes no le ofendieran con efecto, tomando por cabeza otro Capitán que libremente les dejara ejecutar su ímpetu; que se sirviese de socorrerles con algo, porque de otra manera no se atrevía a reducirlos, porque él apenas tenía mil hombres que le obedeciesen. Con esta carta el Emperador volvió a mandar a su hijo que no les ofendiese, pero que impidiese sus correrías.

Azan que deseaba conservar a su cuñado Roger, persuadió al Emperador que le volviese a enviarlo que Teodoro Chuno poco antes le llevaba, y que con esto pasaría a la Asia, y así el Emperador le envió las insignias de César, y el día de la resurreción de Lázaro, fue vestido y aclamado por César, y se le dieron treinta y tres mil escudos, y cien mil modios de trigo, pero resueltamente  le mandó  el Emperador  que  despidiese toda  la  gente,  solo  se quedase  con  mil hombres. Roger mostró con aparente demostraciones que obedecía, pero con secreto disponía sus consejos para cualquier acontecimiento. Envió a Berenguer de Entenza parte de su gente que ya estaba declarado por rebelde y enemigo del Imperio; la otra envió a Cizico Metellin donde ya había guarnición de Catalanes. Recogió, a más del trigo que el Emperador le daba, otra mayor cantidad de la que los Catalanes recogieron de las contribuciones.

 

CAPÍTULO XXVI.

PARTESE ROGER A VERSE CON MIGUEL PALEÓLOGO, CONTRADÍCELO MARÍA SU MUJER, Y LOS DEMÁS CAPITANES.

 

En  este  tiempo  que  los  Catalanes  andaban  llenos  de  tantos  temores  y  esperanzas,  ya Andrónico y Miguel trazaban de que manera podían hacer un castigo señalado en ellos, y castigar con sumo rigor su atrevimiento; que aunque esto claramente no lo dicen los Historiadores Griegos, el efecto lo publicó, y descubrió su alevosía. La desdichada suerte de Roger abrió el camino para que esto se ejecutase, con gran seguridad de los Griegos, y notable pérdida nuestra. Llegóse el tiempo de la partida de Grecia para proseguir la guerra, y Roger determinó de ir a verse con Miguel Paleólogo para darle razón de lo que se había tratado con su padre en materia de la guerra, y pedirle dinero, como Nicéphoro dice. Pero María mujer de Roger, y su madre y hermanos, que como ladrones de casa conocían bien la condición de los suyos, sentían muy mal de esta ida, y María, como a quien más le importaba, advirtió a su marido en secreto que no se fuese, ni se pusiese voluntariamente en las manos de Miguel, y que no ofreciese la ocasión a quien con tanto cuidado la buscaba; que advirtiese cuán huérfana quedaba ella, cuán desamparados los suyos si faltase su gobierno; que no fiase tanto de su ánimo; que no diese crédito a sus palabras, nacidas no solo de su cuidado pero de ciertas y seguras señales que tenía de que Miguel Paleólogo procuraba su ruina. Todas estas razones acompañadas con lágrimas y ruegos dijo María a su marido Roger, porque como Griega, y persona tan íntima de la casa del Príncipe, aunque se recelaba de ella porque no descubriese sus trazas, como todo este recto llegaban a su noticia muchas, que como mujer cuerda y cuidadosa de la vida del marido pudo advertir, y descubrir algo de lo que se maquinaba contra él. Hizo poco caso Roger de sus consejos, y ella cuanto menos recelo descubría en el marido, tanto más crecía su cuidado, y procuraba intentar algunos medios para persuadirle; y el que debiera ser más eficaz, fue llamar a los capitanes más principales del ejército, y descubrióles sus justas sospechas, para que pidiesen a Roger que suspendiese su ida de Andrinópoli para visitar a Miguel Paleólogo. Al fin todos los Capitanes juntos a instancia de María, cuyas sospechas no les parecían vanas, fueron a Roger, y le pidieron que dejase, o si quiera, difiriese la jornada hasta estar más asegurado y satisfecho del animo de Miguel. Respondióles resueltamente que por ningún temor que le pusiesen delante dejaría de hacer su viaje, y cumplir con obligación tan forzosa como visitar a Miguel, y quien debía el mismo respecto que al Emperador su padre; que si antes de partir de Grecia para la jornada de Asia no se le daba razón de todos sus consejos y determinaciones, era darle ocasión desavenirse con ellos, cosa de grande inconveniente para la conservación de todos ellos, que los recelos de María su mujer nacían del amor y temor de perderle, y que pues eran sin otro fundamento no era justo que le detuviese.

Llamado Roger de su fatal destino, ni advirtió su peligro, ni advertido lo temió. Muchas veces por más avisos que un hombre tenga no puede escapar de la muerte y fines desastrados; aunque Dios nos advierte con señales manifiestos y claros, puede tener una loca confianza que nos quita el discurso para que no veamos los peligros donde está determinado nuestro fin y castigo. En este caso de Roger, ni su buen discurso, ni el conocimiento grande de la naturaleza de los Griegos, ni los avisos de su mujer, ni los ruegos de los suyos, pudieron detenerle para que voluntariamente no se entregase a la muerte. Resuelto ya de partirse, María su mujer con todos los de su casa no quiso quedarse en Galípoli, porque como tenía por cierta nuestra perdición, no le pareció aventurarse, pues la obligación de asistir en Gailipoli faltaba con ausentarse su marido. Mandó Roger que Fernando Aones con cuatro galeras la llevase a Constantinopla, y él con trescientos caballos, y mil infantes, dejando en su lugar a Berenguer de Entenza. Caminó la vuelta de Andrinópoli; dicha por otro nombre Orestiade, Ciudad principal de Tracia, y Corte de muchos Emperadores y Reyes, y que entonces lo era de Miguel, Zurita quiera que Andrinópoli y Orestiade sean lugares diversos, porque no llegó a su noticia que esta Ciudad tenía entrambos nombres, Nicéphoro la llamó Orestiade con el nombre mas antiguo, y Montaner Andrinópoli, que fue el mas moderno; y el que entonces le daban los Griegos, y el que hoy conserva con poca diferencia.

Supo el Emperador Miguel a 22 de Abríl como el César Roger venía, porque Azan su cuñado se lo hizo saber. Alteróse extrañamente Miguel de esta venida, y con un caballero de su casa le envió a preguntar, una jornada antes que llegase, si el Emperador su padre se lo había mandado o el movido de su sola voluntad. Respondió el César con palabras llenas de humildad que solo iba para darle obediencia, y mostrar la servitud que le debía, y juntamente para conferir con él el viaje que había de hacer al Oriente. Con esta respuesta se sosegó Miguel, y mostró que gustaba de su venida. Envió luego a recibirle con la benignidad y cortesía que convenía. Era Miércoles de la segunda semana de la Pascua que llaman de Santo Tomás. Vióse aquella misma noche con el Emperador, de quien fue recibido y acariciado con grandes demostraciones de amor.

 

CAPÍTULO XXVII.

MATAN A ROGER CON GRAN CRUELDAD LOS ALANOS, ESTANDO COMIENDO CON LOS EMPERADORES MIGUEL Y MARÍA, Y A TODOS LOS QUE FUERON EN SU COMPAÑÍA.

 

Con el buen acogimiento que Miguel hizo a Roger y a los suyos, creyeron que las sospechas de María fueron sin fundamento, y vivían tan sin cuidado ni recelo del daño que tan vecino tenían, que divididos y sin armas discurrían por la Ciudad como entre amigos y confederados. Estaban dentro de ella los Alanos con Jorge su General, cuyo hijo mataron en Asia los Catalanes. Estaban también los turcoples, parte debajo del gobierno del búlgaro Basila, la otra obedecía a Meleco. Los Romeos estaban debajo del gran Primicerio Casiano, y del Duque y gran Príncipe de Compañías llamado Etriarca. Todos estos tuvieron por sospechosa la venida de Roger, y que sólo venía a reconocer las fuerzas de Miguel, con pretexto de darle la obediencia, y según ellas disponer sus consejos. El que más alteraba y movía los ánimos contra Roger y los Catalanes, era Jorge cabeza de los Alanos; que con deseo de tomar satisfacción intentaba todos los medios que podía; finalmente, o fuese por solo su motivo, o con permisión y orden del Emperador Miguel; el día antes de partida de Roger, estando comiendo con el Emperador Miguel y la Emperatriz María, gozando de la honra que sus Príncipes le hacían, entraron en la pieza donde se comía Jorge Alano, Meleco Turcople con muchos de los suyos Gregorio; el primero cerró con Roger, y después de muchas heridas con ayuda de los suyos le cortó la cabeza, y quedó el cuerpo despedazado entre las viandas y mesa del Príncipe, que se presumía había de ser prenda segurísima de amistad, y no lugar donde se quitase la vida a un Capitán amigo, y de tantos y tan señalados servicios, huésped suyo, pariente suyo y como tal, honrado en su casa, en su mesa y en presencia de su mujer y suya. No se pudieron juntar, a mi parecer, mayores circunstancias para acrecentar la infamia de este caso, hecho por cierto indigno de lo que tiene nombre y obligaciones de Príncipe, que las más principales son las que más se apartan de parecer  ingrato  y cruel,  aunque es verdad  que los Príncipes  raras veces  se reconocen  por obligados, y cuando se tienen por tales, aborrecen la persona de quien les tiene obligados, pero esto no llega a tanto que perdiendo de todo punto el miedo a la fama, descubiertamente le acaben y destruyan. Lo cierto es que comúnmente puede más en un Príncipe un pequeño disgusto para castigar, que grandes y señalados servicios para perdonar, o disimular algunas ofensas de poca, o ninguna consideración. ¿Pero qué maldad hay que no acometa un Príncipe injusto si se le antoja que importa para su conservación? Porque el juicio y castigo de Dios a quien solo se sujetan y temen, le miran tan de lejos, que apenas le descubren no acordándose por cuan flacos medios vienen a ser castigados, pues la mano de un hombre resuelto suele quietar Reinos y vidas.

Este desastrado fin tuvo Roger de Flor de edad de 37 años, hombre de gran valor, y de mayor fortuna, dichoso con sus enemigos, y desdichado con sus amigos, porque los unos le hicieron señalado y famoso Capitán, y los otros le quitaron la vida. Fue de semblante áspero, de corazón ardiente, y diligentísimo en ejecutar lo que determinaba, magnífico, liberal, y esto le hizo General, y cabeza de nuestra gente; pues con las dádivas granjeó amigos que le pusieron en este puesto, que fue uno de los mayores, fuera de ser Emperador, o Rey, que hubo en aquellos tiempos. Dejó a su mujer preñada, y después parió un hijo que Montaner refiere que vivía en el tiempo que él comenzó su historia. Nicéphoro sólo dice, que junto al palacio del Emperador Miguel le mataron, sin decir por cuyo orden fue, ni quien lo hizo; pero Pachimerio concuerda con Montaner en lo más esencial, porque refiere, que salido el César fuera de la Cámara Imperial, después de haber comido con los Emperadores, le envistieron los Alanos de Jorge, y que Roger viéndose acometido se retiró hacia donde estaba la Emperatriz Augusta, y cayó muerto junto a ella, atravesado de una estocada por las espaldas, y que cuando le llegó la nueva a Miguel, que estaba en otro cuarto de su palacio, del suceso de Roger, y que todo estaba alborotado por las muertes que los Alanos ejecutaban en los Catalanes descuidados, perdió casi el sentido, y preguntó si la Emperatriz había recibido algún daño y si estaba segura; pero luego supo la ocasión de la muerte de Roger, y mandó que Jorge viniese a su presencia, y le preguntó la ocasión que había tenido para hacer la muerte de Roger, y que le respondió. Que porque el Imperio tuviese un enemigo menos. Así disculpa Pachimerio esta maldad; pero ya que Miguel expresamente no fue autor de esta muerte, pero por lo menos la consintió, y dejó de castigarla, con que se hizo participante del delito.

No se satisfacieron los Alanos con sólo la muerte de Roger, porque al mismo tiempo acometieron todos los Catalanes y Aragoneses que estaban en su compañía, y con atroces muertes los despedazaron, y dice Pachimerio, que Miguel mandó a su tío Teodoro que detuviese a los Alanos y a las demás naciones, que encarnizadas con nuestras sangres salieron de Andrinópoli a degollar todos los que topasen de nuestra nación, que había muchos alojados por aquellas aldeas, y que esto lo hizo Miguel porque temió que los suyos no fuesen vencidos, y que su ímpetu no les perdiese. Con esto me parece que claramente se descubre el ánimo de Miguel, que fue sin duda de acabarles a todos. Toda la gente de acaballo que estaba junta acometieron a todos los Catalanes y Aragoneses dentro de la ciudad, y fuera de ella; pero algunos heridos y maltratados tomaron las armas, y perdieron la vida que les quedaba con igual daño del enemigo. Escaparon sólo tres caballeros de esta lastimosa tragedia, puesto que Nicéphoro dice, que escapó la mayor parte. El uno se llamaba Ramón Álquer, hijo de Gilabert Álquer natural de Castellón de Ampurias, los otros dos eran Guillem de Tous, y Berenguer de Roudor de Llobregat, los demás aunque no murieron luego, fueron entonces puestos en hierros, y después con mayor crueldad quemados, como después se referirá por relación de Pachimerio. Estos tres caballeros defendiéndose valerosísimamente ganaron una Iglesia, y apretándoles mucho en ella, se hubieron de retirar a una torre de ella, peleando con tanta desesperación desde lo alto que no fue posible, por más que se procuró, matarles ni rendirles. Miguel después de haber ejecutado su crueldad, quiso ganar fama de piadoso y clemente, y así mandó que nadie les ofendiese, y dioles salvo conducto para volver a Galípoli. Nicéphoro difiere algo de Montaner en este hecho, porque dice, que Roger fue con solos doscientos caballos a Andrinópoli, y no para solo verse con Miguel, y darle cuenta de lo que se había determinado en materia de la guerra, como  Montaner escribe,  sino para pedirle dinero, y cuando  lo rehusase hacérselo dar por fuerza. Estas son palabras de Nicéphoro, y a lo que yo puedo entender dichas con poco acuerdo de lo que antes había referido, que Miguel estaba en Andrinópoli con un poderoso ejército, y no parece que un Capitán tan prudente como Roger, a quien los mismos Griegos llaman, siempre que se ofrece ocasión, hombre de gran prudencia, hiciese tan gran desatino, como lo fuera ir con solos trescientos de a caballo a amenazar un Emperador, que se hallaba dentro de una Ciudad grande, y con un ejército poderoso.

 

CAPÍTULO XXVIII.

LA GENTE DE GUERRA TOMA DESCUBIERTAMENTE LAS ARMAS CONTRA LOS GRIEGOS, Y EN DIFERENTES PARTES DEL IMPERIO SE MATAN LOS CATALANES Y ARAGONESES.

 

La gente de guerra que estaba con Berenguer de Entenza y Rocafort, les pareció tentar el último medio para que Andrónico les pagase. Enviaron al Emperador tres embajadores, para que resueltamente le dijesen, que si dentro de quince días no se les acudía con parte de lo mucho que se les debía, les era forzoso apartarse de su servicio, dar lugar a que sus armas alcanzasen lo que su razón y justicia nuca pudo. Recibió el Emperador estos tres Embajadores, que fueran Rodrigo Pérez de Santa Cruz, Arnaldo de Moncortes, y Ferrer de Torrellas, y en presencia de la mayor parte de sus Consejeros y Ministros, y con mucha aspereza les dijo: que el Imperio de los Griegos no estaba tan acabado y destruido, que no pudiese juntar ejércitos poderosos para castigar su atrevimiento y rebeldía, y aunque eran muchos los servicios que le habían hecho en la guerra de Oriente, ya los habían borrado con sus excesos y demasías, y con la poca obediencia y respeto que tenían a su corona: que él haría lo que tocaba y fuese razón; en lo demás les aconsejaba, que no se precipitasen con desesperación a lo que tan mal les estaba, y que no pidiesen con violencia lo que con la misma se les podía negar; que la fidelidad de que ellos tanto se preciaban se perdía, si las mercedes se pedían por fuerza a su Príncipe. Sin querer oír su respuesta, ni dar lugar a más satisfacción, les mandó el Emperador, que con más acuerdo se resolviesen y le hablasen. Después dentro de pocos días llegó la nueva a Constantinopla de la muerte de Roger, y de algunas crueldades que los nuestros hicieron en Galípoli, y el pueblo se levantó contra los Catalanes, según dice Pachimerio; pero Montaner refiere, que en un mismo tiempo en todas las Ciudades del Imperio se degollaron los Catalanes  por  orden  de  Andrónico,  y  Miguel.  Puede  ser  que  en  esto  Montaner  ande  algo apasionado, atribuyendo toda la culpa a los Emperadores; pero lo que yo tengo por cierto, que el pueblo irritado ejecutó esta maldad y ellos no la atajaron.

En Constantinopla se levantó el pueblo, y acometió los cuarteles a do estaban los Catalanes, y como si fueran a caza de fieras les iban degollando y matando por la Ciudad. Después de haber degollado muchos, fueron a casa de Raul Paqueo, pariente de Andrónico, y suegro de Fernando Aones el Almirante, y pidió el pueblo que luego se les entregasen los Catalanes que había dentro; y porque esto no se hizo tan presto como ellos quisieron, pegaron fuego a la casa con que se abrasó todo  cuanto  había  dentro,  y  aquí  tengo  por  cierto  que  los  tres  Embajadores  y  el  Almirante perecieron. El Patriarca de Constantinopla salió a reprimir la multitud amotinada, y sin hacer efecto con mucho peligro se retiró. La mayor  dificultad  que se ofreció para no poder oprimir  a los Catalanes todos a un tiempo, fue por estar Galípoli bien defendido, y los que estaban alojados en las aldeas con las armas en la mano, y más advertidos que los otros que estaban en diferentes partes.

Miguel temiendo que los de Galípoli sabida la muerte de Roger no le acometiesen, mandó que el gran Primicerio fuese con todo lo grueso del ejército sobre Galípoli. Ejecutóse luego, y con la caballería mas ligera se enviaron algunos Capitanes, para que les acometiesen antes que pudiesen ser avisados. Cogieron a la mayor parte divididos por sus alojamientos, en sus lechos, y en sumo descanso; porque entre los que tenían por amigos les parecía inútil el cuidado de guardarse. Entró esta caballería por algunos casales, pasando por el rigor de la espada todos los Aragoneses y Catalanes que toparon. Las voces y gemidos de los que cruelmente se herían y mataban, avisaron a muchos que se pudieron poner en seguro, y la codicia de los vencedores, que ocupados en el robo dejaban de matar, también dio lugar a que muchos se escapasen. En Galípoli, aunque lejos, se sintió el ruido y voces confusas, con que los nuestros tomaron las armas, y quisieron salir a reconocer la campaña, y certificarse del daño que temían; pero Berenguer de Entenza y los demás Capitanes detuvieron el ímpetu de los soldados, que en todo caso querían que se les diese franca la salida; y como la obediencia de aquella gente no estaba en el punto que debiera, no se atrevió Berenguer a enviar algunas tropas a batir los caminos, y tomar lengua, porque temió que tras de ellas seguiría el resto de la gente, y quedaría Galípoli sin defensa, de cuya conservación pendía la salud común.

Discurríase  variamente  entre  los  nuestros  la  causa de  tanto  alboroto  en  las  campañas  y caserías vecinas de Galípoli. Decían unos que los Griegos oprimidos de la gente militar se habrían conjurado, y tomado las armas para alcanzar su libertad; otros que atravesando aquel angosto espacio de mar los Turcos, acometían sin duda a nuestros cuarteles; pero en esta variedad de discursos jamás pudieron atinar la verdad de caso tan inhumano. Con la noche y confusión del caso algunos de los nuestros llegaron a Galípoli libres, y solo dieron noticia de que dentro de sus casas, en sus alojamientos, habían sido acometidos de gentes militar y armada.

 

CAPÍTULO XXIX.

BERENGUER DE ENTENZA, Y LOS QUE ESTABAN DENTRO DE GALÍPOLI, SABIDA LA MUERTE DE ROGER, DEGÜELLAN TODOS LOS VECINOS DE GALÍPOLI, Y EL CAMPO ENEMIGO LOS SITIA.

 

Estando en esta turbación tuvieron aviso cierto de la muerte de Roger, y de la universal matanza de los Catalanes y Aragoneses en Andrinópoli, y juntamente de la que en la comarca de Galípoli se ejecutaba por orden de Miguel. Fue tanta la rabia y coraje de los Catalanes, que dice Nicéphoro, y concuerda con él Pachimerio, aunque Montaner lo calla, que mataron a todos los vecinos de Galípoli, no perdonando a sexo ni edad, y Pachimerio encarece más la inhumanidad del caso diciendo; que hasta los niños empalaban: fiereza y maldad abominable si fue verdad, aunque se puede dudar por ser Griego y enemigo este autor. Pero si en algún exceso tiene lugar la disculpa fue en este, pues con el ímpetu de la cólera la ejecutaron contra los Griegos que tuvieron delante, en satisfacción de otra mayor crueldad hecha por ellos con mucho acuerdo y sin causa. Desde este punto todo fue crueldad rabia, y furor de entrambas partes, que parece que la guerra no se hacía entre hombres sino entre fieras. Pero sin duda que las crueldades de los Griegos excedieron sin comparación a las que hicieron los Catalanes, porque nunca violaron el derecho de las gentes, ni ofendieron  a sus enemigos  de bajo de palabra,  ni seguro; aunque en otras cosas los nuestros anduvieron muy sobrados, y no guardaron las leyes de una guerra justa; pero la ocasión de esto fue no  quererlas  guardar  los  Griegos,  con  que quedan  bastantemente  disculpados  los  Catalanes  y Aragoneses en esta parte, pues forzosamente la guerra se hubo de hacer con igualdad. Juntáronse los Capitanes con harta confusión y  sentimiento a tratar de su remedio. Estaban en un estado tan lastimoso, que aun los mismos enemigos se podían compadecer de su miseria. Perdidos todos sus servicios, con que algún tiempo pensaba alcanzar quietud y descanso; perdida la reputación por el castigo, porque con él se había dado ocasión para que todo el mundo les tuviese en poco, pues tras tantas victorias merecían tal premio; muertos gran parte de sus amigos, y su muerte a los ojos.

Hallábase a la sazón Galípoli sin bastimentos, y sin fortificacion alguna, cuando los enemigos que allegaban al número de treinta mil infantes, y catorce mil caballos, entre las tres naciones de Turcoples, Alanos y Griegos se pusieron casi sobre sus murallas, amenazando a los nuestros un lastimoso fin; porque el Emperador Miguel junto las fuerzas que pudo de Tracia y Macedonia, a más de la gente que ordinariamente llevaba sueldo del Imperio; y para dar mas calor se salió de Andrinópoli, y se fue a Panphilo, y de allí envió al gran Duque Eteriarca a Basila, y al gran Bausi Humberto Palor a Brachialo cerca de Galípoli, para apretar mas los cercados. La primera resolución que se tomó fue fortificar el arrabal, porque el enemigo no le ocupase, y no llegase sin perder gente y tiempo, cubierto de las casas, a nuestros fosos y murallas, aunque en esto no dejaba de haber dificultad por ser grande el espacio de los arrabales, y desigual para su defensa el pequeño número de nuestra gente. Hecho esto, determinaron de enviar Embajadores al Emperador Andrónico, que en nombre de toda nuestra nación se apartasen de su servicio, y le retasen, para que ciento a ciento, o diez a diez conforme el uso de aquellos tiempos combatiesen en satisfacción de su agravio, y de la muerte afrentosa de Roger, y de los suyos, hecha tan alevosamente por Miguel su hijo, y por los demás Griegos. Enviáronse un caballero que Montaner llamado Síscar, y a Pedro López Adalid, y dos Almogávares, y otros tantos marineros; que eran de todas las diferencias de milicia que había en nuestro ejército; y esto fue antes que se supiese en Galípoli la muerte de los tres Embajadores primeros, que fueron por orden de Berenguer de Entenza. En tanto que se esperaba la última resolución de Andrónico por medio de estos Embajadores, el enemigo poderoso en la campaña apretó el sitio de Galípoli, y los nuestros con su valor acostumbrado, con salidas y escaramuzas ordinarias le fatigaban y detenían.

 

CAPÍTULO XXX.

TIENEN LOS NUESTROS CONSEJO, SÍGUESE EL DE BERENGUER DE ENTENZA, NO POR EL MEJOR, PERO POR SER DEL MAS PODEROSO.

 

Había entre los capitanes de Galípoli diversas opiniones sobre el modo de hacer la guerra; y así convino  que las  principales  cabezas  se juntasen  en consejo para resolverse.  Berenguer  de Entenza  dijo:  «Si  el  valor  y  esfuerzo  de  hombres  que  nacieron  como  nosotros,  amigos  y compañeros, en algún trabajo y desdicha pudiera faltar, pienso sin duda que fuera en la que hoy padecemos, por ser la mayor y mas cruel con que la variedad humana suele afligir los mortales, el ser perseguidos, maltratados, y muertos, por los que debiéramos ser amparados y defendidos. ¿De qué sirvieron las victorias, tanta sangre derramada, tantas Provincias adquiridas, si al tiempo que se esperaba justa recompensa debida a tantos servicios, con bárbara crueldad se ejecuta contra nosotros  lo  que  vemos,  y    apenas  damos  crédito?  Por  mayor  suerte  juzgo  la  de  nuestros compañeros que murieron sin sentir el agravio, que la nuestra que hemos de perecer con tan vivo sentimiento; porque dejar de tomar satisfacción de tantas ofensas, y retirarnos a la patria, fuera indigno de nuestro nombre, y de la fama que por largos años hemos conservado, ni los deudos ni amigos nos recibieran en la patria, ni ella nos conociera por hijos, si muertos nuestros compañeros alevosamente no se intentará la venganza, y se borrará con sangre enemiga nuestra afrenta. Las pocas fuerzas que nos quedan, avivadas con el agravio, al mayor poder se podían oponer, y más favorecidas de la razón que tan claramente está de nuestra parte. Vuestro ánimo invencible en la dificultad cobra valor, y en el mayor peligro, mayor esfuerzo. El Asia quedó libre de la sujeción de los Turcos por nuestras armas, nuestra reputación y fama también lo ha de quedar por ellas; y si Grecia se admira de tantas victorias, hoy sentirá el rigor de vuestras espadas que no supo conservar en su favor y defensa. Todos nos deben de tener por perdidos, o por lo menos navegando la vuelta de Sicilia con los navíos y galeras que nos quedan; pero su daño les desengañará, que ni el ánimo les acobardó, ni el agravio antes de su venganza permitió nuestra vuelta. Defender a Galípoli, es lo que ahora nos importa, por estar a la entrada del estrecho, de donde se puede impedir la navegación y trato de estos mares, siempre que no corrieren por ellos armadas superiores a la nuestra, y así es forzoso buscar bastimentos y dinero para sustentarle. Los socorros tenemos lejos, tardos, y quizá dudosos, porque a nuestros Reyes ocupan otros cuidados más vecinos.

»Todos los Príncipes y naciones que nos rodean son de enemigos, no hay que esperar otro socorro sino el que estos navíos y galeras que nos quedan podrán alcanzar de nuestros contrarios. Con esto haremos dos cosas importantes, buscar el sustento que nos va ya faltando, y divertir al enemigo del sitio que tanto nos aprieta, y puesto que la guerra se deba hacer como ya está determinado, es bien que sea en parte donde los enemigos no estén tan superiores, y se pueda mas fácilmente alcanzar alguna victoria, para que el crédito y reputación de nuestras armas vulva a su debido lugar y estimación. Las costas de estas Provincias vecinas viven sin recelo, pareciéndoles que nuestras fuerzas no son bastantes a defendernos en Galípoli, y en tanto que el sitio durare no dejaremos estas murallas. Este descuido parece que nos ofrece una ocasión cierta de hacerles mucho daño, si con nuestras galeras y navíos acometemos estas islas y costas de su Imperio; y pues soy autor del consejo, lo seré de la ejecución.»

A las últimas palabras de Berenguer de Entenza, Rocafort se levantó con semblante y voz alterada, señales de su ánimo ocupado de la ira y venganza, dijo: «El sentimiento y pasión con que me hallo por la muerte de Roger, y de nuestros Capitanes y amigos, no es mucho que turbe la voz y el semblante, pues enciende el ánimo para una honrada y justa satisfacción. Por el rigor de nuestro agravio, mas que por la razón; debiéramos hoy de tomar resolución; porque en caos semejantes la presteza  y  poca  consideración  suelen  ser  útiles,  cuando  de  las  consultas  suelen  dificultades.

Retirarnos a la patria mengua y afrenta de nuestro nombre seria, hasta que nuestra venganza fuese tan señalada y atroz como lo fue la alevosía y traición de los Griegos; y así en este punto siento con Berenguer de Entenza; pero en lo que toca al modo de hacer la guerra opuestamente debo contradecirle, porque paréceme yerro notable dividir nuestras fuerzas, que juntas son pequeñas y desiguales al poder del enemigo que nos sitia. Yo doy por cierto y constante que Berenguer robe, destruya, y abrase las costas vecinas como él ofrece; ¿pero quién nos asegura que al tiempo que él estuviere corriendo los mares, los pocos que quedaren en Galípoli no sean perdidos? ¿Y entonces Berenguer a donde pondrá su armada, donde los despojos de su victoria? ¿No le queda puesto ni lugar seguro hasta Sicilia; pues yo por más cierto tengo el perderse Galípoli si él sacare la gente que está en su defensa para guarnecer la armada, que seguro de su victoria. Todos los Capitanes famosos ponen su mayor cuidado en socorrer una plaza que el enemigo tiene sitiada, y para esto aventuran no solo lo mejor y más entero de su campo, pero todas sus fuerzas? ¿Y Berenguer estando dentro se ha de salir? ¿Quién asegura al soldado que su ida ha de ser para volver? el miedo y el recelo común no se pueda quitar, aunque sangre y hechos claros son seguras prendas para los que nacieron como él. Nuestra venganza ya no pide remedios tan cautos y dudosos, ni a nosotros nos conviene el dilatar la guerra por ser poca antes de ser menos; ejecutemos la ira. Aventúrese en un trance y peligro nuestra vida; y así mi último parecer es, de que salgamos en campaña, y debemos la batalla a los que tenemos delante. Y aunque por la muchedumbre del ejército enemigo se puede tener la muerte por más cierto que la victoria, la causa justa que mueve nuestras armas, y el mismo valor que venció a los Turcos vencedores de los Griegos, también puede  darnos  confianza  de  romper  sus  copiosos  escuadrones,  y  abatir  sus  águilas  como  se abatieron sus lunas; y cuando en esta batalla estuviere determinado nuestro fin, será digno de nuestra gloria que el último término de la vida nos halle con la espada en la mano, y ocupados en la ruina y daños de tan pérfida gente.»

Prevalió este último parecer en los votos de los que se consultaban por ser el más pronto, aunque de más peligro, y de mas gallardía; pero el poder de Berenguer de Entenza, mayor entonces que el de Rocafort, no dio lugar a que la ejecución fuese la que determinó la mayor parte. Y Ramón Montaner dice que las razones y ruegos de muchos no le pudieron hacer mudar de parecer.

En este medio tuvieron aviso que el Infante Don Sancho de Aragón había llegado con diez galeras  del Rey de Sicilia a Metellin  e iría al archipiélago,  y de las más vecinas a Galípoli. Berenguer de Entenza y los demás Capitanes enviaron luego a suplicarle viniese a Galípoli, a tomarles los homenajes y juramento de fidelidad por el Rey de Sicilia. Encarecieron su peligro y el descrédito del nombre de Aragón si no los socorría; súbditos que le habían hecho tan ilustre y tan grande. Don Sancho mostró luego con su presta resolución el deseo de su bien y conservación. Partió de Medellín con sus diez galeras y vino a Galípoli, donde fue recibido con universal aplauso, creyendo que les ayudaría para tomar entera satisfacción de sus agravios, sirviéndole con parte de los pocos bastimentos y dinero que tenían, y sin precisa obligación de obedecerle, todos le reconocieron por cabeza.

 

CAPÍTULO XXXI.

LOS EMBAJADORES DE NUESTRO EJÉRCITO A LA VUELTA DE CONSTANTINOPLA POR ORDEN DEL EMPERADOR FUERON PRESOS Y MUERTOS CRUELMENTE EN LA CIUDAD DE RODESTO.

 

De nuestra nación enviados los Embajadores a fin de romper los conciertos que tenían con el Emperador, y hecho esto desafiarle, con harto peligro llegaron a Constantinopla, y puesto, ante el Bailío de Venecia, y la potestad de Génova, y de los Cónsules de los Anconitanos, y Pisanos, Magistrados y cabezas de estas naciones que tenían trato y comunicación en las Provincias del Imperio, dieron las manifiestas siguientes. Que habiendo entendido que por orden del Emperador Andrónico, y su hijo Miguel en Andrinópoli, y en los demás lugares de su Imperio, se habían degollado todos los Aragoneses y Catalanes que se hallaron en ellos, tanto soldados como mercaderes, viviendo ellos debajo de su protección y amparo por cuya satisfacción los Catalanes y Aragoneses de Galípoli estaban resueltos de morir, y que estimaban en tanto su fe y palabra, que querían antes de romper la guerra, que constase, como ellos en nombre de todos los de su nación se apartaban de los conciertos y alianzas hechas con el Emperador; y que así los públicos instrumentos de allí adelante fuesen inválidos y de ningún valor, y que le retaban de traidor, y ofrecían de defender lo dicho en campo, ciento a ciento, o diez a diez, y que esperaban en Dios que sus espadas serían el instrumento con que su justicia castigaría caso tan feo; pues a más de violar la fe pública, matando los extranjeros, que pacíficos y descuidados trataban en sus tierras, habían dado cruel y afrentosa muerte a quien les había librado de ella, defendido sus Provincias, abatido sus enemigos, y engrandecido su Imperio. Que la insolencia de los soldados no era bastante causa para que contra ellos se ejecutará tan inhumana resolución. Castigáranse los soldados culpados a medida de sus delitos, sin que sus servicios les sirvieran de moderar la pena. Diéranles navíos, y con que volver a la patria, que bastante castigo fuera enviarles sin premio; pero sin perdonar a sexo ni edad llevando por un parejo inocente y culpados, malos y buenos, había sido suma crueldad.

Dado el manifiesto, el Bailío de Venecia con los demás dieron razón al Emperador de esta Embajada,  y queriendo  tratar  de algún  acuerdo,  no  se pudo  concluir,  estando  los  ánimos  tan ofendidos, y cualquier palabra y fe tan dudosa; y así se tuvo por conveniente para entrambas partes una guerra declarada que una paz mal segura; que adonde falta la fe, el nombre de paz es pretexto y materia de mayores traiciones. Respondió el Emperador, que lo sucedido contra los Catalanes y Aragoneses no había sido hecho por su orden; y que así no trataba de dar satisfacción, siendo verdad que poco antes mandó matar a Fernando Aones el Almirante, y a todos los Catalanes y Aragoneses que se hallaron en Constantinopla, que habían venido con cuatro galeras acompañando a María mujer del César, a su madre y hermanos, aun Montaner aprieta mas el hecho, pues dice que el propio día se ejecutaron estas muertes. Pidieron los Embajadores, que se les diese seguridad para su vuelta a Galípoli; fuele luego concedido, dándoles un comisario, con trato se partieron a Rodesto, treinta millas lejos de Constantinopla, y por orden del comisario que les acompañaba fueron presos hasta veinte y siete con los criados y marineros, y en las carnecerías públicas del lugar les hicieron cuartos vivos. Esta maldad me parece que puede disculpar todas las crueldades que se hicieron en su satisfacción, porque ninguna pudo llegar a ser mayor que violar con tan fiera demostración el derecho universal de las gentes, defendido por leyes humanas y divinas, por inviolable costumbre de naciones políticas y bárbaras. Este desdichado fin tuvieron las finezas de un Capitán poco advertido.

Dignas de alabanza son cuando hay seguridad en la fe y palabra del Príncipe enemigo, pero cuando está dudosa, por yerro tengo el aventurarse. Nuestro Rey el Emperador Carlos V pasó por París y se puso en las manos de su mayor émulo, fue su confianza tan alabada como la fe de Francisco; pero si la Reina Leonor no avisara a Carlos su hermano de lo que se platicaba, fuera la confianza juzgada por temeridad y la fe por engaño, con que claramente se muestra, que alabamos, o vituperamos por los sucesos, no por la razón. Berenguer de Entenza hizo notable yerro en enviar Embajadores a Príncipe de cuya fe y palabra se podía dudar, porque quien con tanta alevosía y crueldad quitó la vida a Roger y a los suyos, de creer es que en todo lo demás no guardara fe, ni diera por legítimos Embajadores a los que venían de parte de los que él tenía por traidores; a más de que habiendo en los vecinos de Galípoli ejecutado tan gran crueldad, se había de temer otra mayor siempre que la ocasión se la ofreciera.

 

CAPÍTULO XXXII.

ENVÍANSE EMBAJADORES A SICILIA, Y SALE BERENGUER CON SU ARMADA, GANA LA CIUDAD DE RECREA Y VENCE EN TIERRA A CALO JUAN HIJO DE ANDRÓNICO.

 

Luego que se supo en Galípoli la muerte de sus Embajadores, que no se puede con palabras encarecer lo que alteró los ánimos, y encendió los corazones a la venganza, el verse maltratar tan inhumanamente de los que debieran ser amparados y defendidos. Cargaba todos los días sobre Galípoli gente de refresco, y apretaban a los de dentro, más con el impedirles que no entrasen bastimentos por tierra, que con las armas. Berenguer de Entenza, y todos los Capitanes, con la resolución que habían tomado de no salir de Grecia sin haberse vengado, prevenían socorros, y así les pareció que hiciesen dueño de sus armas al Rey Don Fadrique, y que le jurasen fidelidad para obligarle más a su defensa. Este fue su principal motivo, aunque al Rey con razones de mayor consideración, y de mayor utilidad le persuadían. Recibió el juramento de fidelidad en nombre del Rey Don Fadrique un caballero de su casa, que se llamaba Garcilópez de Lobera, soldado que seguía las banderas de Berenguer, y juntamente le eligieron por su Embajador al rey con Ramón Marquet, ciudadano de Barcelona, hijo de Ramón Marquet ilustre Capitán de mar, a lo que yo presumo, del gran Rey Don Pedro, y Ramón de Copons, para que fuesen testigos del juramento de fidelidad que habían prestado en manos de Garcilópez de Lobera, y le diesen larga relación del estado en que se hallaban; que si en su memoria tenía sus servicios, se acordase de darles favor, pues en ellos no solamente interesaban ellos, pero su aumento y grandeza; que advirtiese la puerta que le abrían ellos para ocupar el Imperio de Oriente; y que se valiese de su venganza y desesperación, pues ellos ya estaban aventurados. Partiéronse los tres Embajadores a Sicilia, con que la gente quedó con algunas esperanzas de que Don Fadrique les socorrería; porque siempre, aunque sean muy flacas, animan y alientan a los muy necesitados.

El Infante Don Sancho a la partida de estos mensajeros ofreció, no sólo de seguir y acompañar a Berenguer en la jornada que tenía dispuesta, pero asistirles con sus diez galeras hasta que se supiese el ánimo  y voluntad  del Rey.  Entenza en nombre  de todos aceptó  el ofrecimiento,  y agradeció al Infante el haber tomado tan honrada resolución, dígna de un hijo de la casa de Aragón. Con esto apresuró Berenguer su partida, y embarcó la gente, pero al tiempo que quiso salir, Don Sancho mudó de parecer, olvidado de la palabra que poco antes había dado, y faltando a su mismo honor, y reputación; cosa que causó en todos novedad, ver en tan poca distancia tomar tan diversas y  encontradas  resoluciones,  sin  haberse  podido  ofrecer  por  la  cortedad  del  tiempo  nuevos accidentes, que le pudieran obligar. Y si los pudiera haber de tal calidad que obligarán a romper palabras dadas con tanto fundamento y razón, no se puede averiguar, por lo que los antiguos no dejaron escrito la causa que pudo mover al Infante a tomar resolución tan en descrédito suyo; pero por  lo  que  respondió  a  Berenguer  cuando  le  pidió  que  cumpliese  su  palabra,  que  fue  decir solamente, que así cumplía el servicio de su hermano, se puede presumir que advirtió el Infante, que había paces entre Andrónico y Don Fadrique, y que sin expresa orden suya no había de ocupar sus galeras en daño de un Príncipe amigo. Esto bien me parece que pudiera disculpara al Infante para no quedarse, cuando no lo hubiera ofrecido, pero empeñada su palabra, y viendo maltratar los mejores vasallos y súbditos del Rey su hermano, grande desconocimiento y mengua fue el no asistirles y ayudarles; porque ya Andrónico, degollando a los Catalanes y Aragoneses que se hallaban en su Imperio, rompió las paces primero.

Berenguer con sentimiento que debía, según él refiere en su relación que envió al Rey Don Jaime II de Aragón, dijo al tiempo que se partía, cuando sus ruegos y razones no le pudieron detener, que el Infante fue como le plugo y no como hijo de su padre. No perdieron los nuestros ánimo con la partida de Don Sancho, ni verse desamparados de la mayor fuerza les hizo mudar parecer. Berenguer de Entenza embarcó en cinco galeras, dos leños con remos, y diez y seis barcos, ochocientos infantes, cincuenta caballos, y salió de Galípoli la vuelta de la isla de Mármara llamada de los antiguos Propóntide. Llegó a ella, echó su gente en tierra, y saqueó la mayor parte de sus pueblos, degollando sus moradores, sin perdonar edad ni sexo, destruyendo y abrasándolos pudiera ser de algún provecho y comodidad; porque como fue esta empresa la primera que ejecutaron después de tantos agravios, más se dio a la venganza que la codicia. Con la misma presteza y rigor volvió Berenguer a las costas de Tracia, y continuando los buenos sucesos, después de algunas presas de navíos, acometió a Recrea, Ciudad grande y rica, y con poca pérdida de los suyos la entró a viva fuerza. Ejecutóse en los vencidos el rigor acostumbrado, y recogido a los navíos y galeras lo más lucido y rico de la presa, entregaron a la violencia del fuego los edificios; porque hasta las cosas insensibles y mudas quisieron que fuesen testigos y memoria de su venganza.

Andrónico tuvo aviso de la pérdida de Recrea, en tiempo que juzgaba a los pocos Catalanes huyendo la vuelta de Sicilia, y para atajar los daños que Berenguer hacía de toda aquella ribera de mar,  que  los  Griegos  llamaban  de  Natura,  mandó  a  Calo  Juan  Déspota  su  hijo,  que  con cuatrocientos a caballo, y la infantería que pudiese recoger se opusiese a Berenguer, y le impidiese el echar gente en tierra. Junto a Puente Regia supo Berenguer que Calo Juan venia, y el número y calidad de sus fuerzas, y aunque en lo primero se juzgó por muy inferior, en lo segundo le pareció que aventajaba a su enemigo, y así resolvió de echar su gente en tierra, y recibir a Calo Juan, que avisado también por sus corredores, como Berenguer con su gente habían puesto el pie en tierra, apresuro el camino, temiendo que no se retirasen, porque nadie pudiera creer, que ricos y llenos de despojos quisieran los nuestros aventurarse sino forzados. Llegaron con igual ánimo a envestirse los escuadrones, y en breve espacio se mostró claramente, que el valor es el que da las victorias, y no la multitud, porque los nuestros quedaron vencedores siendo pocos, y los Griegos rotos y degollados, siendo muchos. Calo Juan escapó con la vida, y llegó a Constantinopla destrozado.

Andrónico hizo tomar las armas al pueblo, porque toda la gente de guerra estaba sobre Galípoli, y temió que Berenguer no le acometiese la Ciudad. Esta rota se dio el último día de Mayo del año 1304. Fueron tan prontas estas victorias, y alcanzadas en tan diversas partes, y tan a tiempo, que los Griegos juzgaron por mayores nuestras fuerzas, y que no era uno solo Berenguer el que les hacía daño, sino muchos.

 

CAPÍTULO XXXIII.

PRISIÓN DE BERENGUER DE ENTENZA CON NOTABLE PÉRDIDA DE LOS SUYOS.

 

Con tan dichoso principio como tuvieron nuestras armas contra los Griegos gobernadas por Berenguer de Entenza, pareció pasar adelante, y valerse de la fortuna y tiempo favorable, siendo el fin y remate de una victoria el principio de otra. Resolvieron los nuestros acometer los navíos que estaban surgidos en los puertos y riberas de Constantinopla, y quemar sus atarazanas; empresas de mayor nombre que dificultad. Navegaron para ejecutar su determinación por la playa entre Pactia y el cabo de Gano con buen tiempo; pero al amanecer, descubriendo velas de la parte de Galípoli, tomáronse pareceres sobre lo que se debía hacer, viéndose cortados para volver a Galípoli, y todos conformes se metieron en tierra, y puestas en ella las proas lo mas cerca que pudieron, las popas al mar, porque en aquellas que las proas no iban guarnecidas de artillería, la mayor defensa era lo alto de las popas. Tomaron las armas, y bien apercibidos aguardaron lo que las diez y ocho galeras intentarían, que venían a dar sobre las nuestras. Estas diez y ocho galeras eran de Genoveses, que ordinariamente navegaban aquellos mares, porque su valor, o codicia les llevaba por lo más remoto de su Patria, como a los Catalanes de aquel tiempo. Reconocidos de una y otra parte los Genoveses fueron los primeros que les saludaron, con que los nuestros dejaron las armas, y como amigos y aliados se comunicaron y hablaron.

Advirtieron luego los Genoveses por lo que oyeron platicar de los sucesos, que Berenguer había tenido la mucha ganancia que les resultaría, y el gusto que darían al Emperador Andrónico y a los Griegos, si prendiesen a Berenguer, y le tomasen sus galeras. Y juzgando por menor inconveniente romper su fe y palabra, que dejar de las manos tan importante y rica presa, enviaron a convidar a Berenguer de Entenza, dándole palabra de parte de la Señoría que no se les haría agravio, ni ultraje alguno, que viniese a honrar su Capitana, donde tratarían algunos negocios importantes a todos. Con esto Berenguer sin advertir en lo pasado, y en los daños en que su confianza le había puesto, se fue a la Capitana, donde Eduardo de Oria con otros muchos caballeros le recibió y acarició. Comieron y cenaron juntos con mucho gusto y amistad, tanto que Berenguer se quedó a dormir en la Capitana, prosiguiendo hasta muy tarde algunas pláticas en razón de su conservación. A la mañana cuando quiso volverse a su galera, Eduardo de Oria le prendió y desarmó, y otros Genoveses hicieron lo mismo con los demás que le acompañaban y las diez y ocho galeras dieron sobre las nuestras desapercibidas y descuidadas. Ganáronse luego las cuatro con pérdida de 200 Genoveses; pero la galera de Berenguer de Víllamarín que tuvo algún poco de tiempo para ponerse en defensa, la hizo de manera, que con tener sobre sí diez y ocho proas, no la pudieron entrar hasta que todos los que la defendían fueron muertos; sin escaparse un hombre solo; tanta  fue  la  obstinación  con  que  peleando  murieron  en  el  combate  de  esta  sola  galera  200 Genoveses, y fueron mucho más los heridos. Pachimerio dice que los Genoveses aquella noche que llegaron a juntarse con las galeras Catalanas despacharon secretamente una de sus galeras a Pera, dándole aviso que estaban con los Catalanes, los cuales le decían que Andrónico estaba indignado contra  ellos,  y  que  les  quería  castigar,  y  que  les  persuadían  que  juntos  acometiesen  a Constantinopla. Llegado el aviso a Pera, los Genoveses dieron razón al Emperador, y que e les ordenó que les acometiesen, ofreciendo de hacerles muchas mercedes, y así al otro día ejecutaron lo referido. Este lastimoso fin tuvo la jornada de Berenguer mal determinada, bien ejecutada, digan de mayor fortuna, ¡pero qué difícilmente los consejos humanos pueden prevenir casos semejantes!

Discurrióse en la determinación  de esta jornada entre los Capitanes  de los peligros que pudieran sobrevenirle, y con ser tantos y tan variados los que se propusieron, fue este accidente ni imaginado, ni previsto; con que claramente se muestra, que los juicios de los hombres aunque fundados en razón no pueden prevenir los de Dios. Al Infante Don Sancho se debe culpar, porque fue la más cercana causa de esta pérdida. Si como debiera acompañara a Berenguer, fueran las victorias que se alcanzaron mayores, los Genoveses no se atrevieran, y las fuerzas de Galípoli se aumentaran; con que la guerra se hiciera con mayores ventajas y reputación. Berenguer con serviles prisiones fue llevado con algunos caballeros de su compañía a Pera; y porque temieron que Andrónico no se les quitase para satisfacer en su persona los daños recibidos, le pasaron a la Ciudad de Trapisonda, puesta en la ribera del mar de Ponto, donde los Genoveses tenían factoría, y le tuvieron en ella hasta que las galeras volvieron. Los Genoveses hicieron una cosa bien hecha; porque luego que tomaron las galeras Catalanas se vinieron a Pera, sin querer entregar ningún prisionero a los Griegos, ni vender cosa de la presa, aunque el Emperador les acarició y honró.

Con este buen suceso trató el Emperador con los mismos Genoveses, que emprendiesen de echar a los Catalanes que estaban en Galípoli, y ellos se lo ofrecieron que les diese seis mil escudos. Fue contento Andrónico de darlos, y así se los envió; pero ellos como gente atenta a la ganancia pesaron el dinero, y hallándole falto se lo volvieron a enviar. Andrónico replicó que les satisfaría el daño, y entonces ya no quisieron, porque informados mejor de lo que emprendían no les pareció igual paga. Supo el Emperador que traían a Berenguer preso, procuró con amenazas y ruegos que se le entregasen, y últimamente ofreció por su persona veinte y cinco mil escudos. Todos se le negó, temiendo, a lo que yo sospecho, que el Rey de Aragón no hiciese gran sentimiento, si Berenguer tan grande y principal vasallo suyo padeciera afrentosa muerte en poder del Emperador Andrónico, el cual tentó el medio más eficaz que pudo, ofreciendo a ciertos patrones de estas galeras, para que con algún engaño se le entregase, ocho mil escudo, y diez y seis pares de ropas de brocado; pero descubierto  el  trato,  no  quisieron  que  Andrónico  tentase  alguna  violencia,  y  así  se  partieron, dejando muy desbrido al Emperador.

A la entrada del estrecho, Ramón Montaner de parte de los que quedaban en Galípoli llegó con una fragata a pedir a Eduardo de Oria le diesen la persona de Berenguer, y ofreció el dinero que pudieron  recoger  por  su  rescate,  que  fueron  hasta cinco  mil  escudos; pero  los  Genoveses  no quisieron, o por parecerles poca la cantidad, a lo que tengo por mas cierto, o por no irritar el ánimo de Andrónico si ponían en libertad un enemigo suyo, en puesto que se tenía por sus mayores enemigos, de donde con mayor daño pudiese segunda vez destruir sus Provincias, y asolar sus Ciudades. Desesperado Montaner de alcanzar su libertad, diole parte del dinero que traía, y le ofreció que en nombre del ejército se enviarían Embajadores al Rey de Aragón, y al de Sicilia, para que se satisfaciese agravio tan notable, como prender debajo de seguro un Capitán de Rey amigo.

 

CAPÍTULO XXXIV.

LOS POCOS QUE QUEDARON EN GALÍPOLI DAN BARRENO A TODOS LOS NAVÍOS DE SU ARMADA.

 

Preso Berenguer de Entenza, y muertos los mejores caballeros y soldados que les siguieron, quedaron solo en Galípoli con Rocafort su Senescal, mil y dos cientos infantes, y doscientos caballos, y cuatro caballeros buenos soldados, Guillén Siscar, y Juan Pérez de Caldés Catalanes, y Fernando Gori, y Ximeno de Albaro Aragoneses, y con ellos Ramón Montaner Capitán de Galípoli. Este tan poco número de gente defendió aquella plaza, y cuando supieron que Berenguer con su armada se había perdido, y que el socorro, que esperaban había de venir por su mano ya no tenía lugar, y aunque reconocieron el peligro cierto, no perdieron el ánimo, antes cobrando de la adversidad mayor esfuerzo, dieron ejemplo raro a los venideros de lo que se debe hacer en casos, donde el honor corre riesgo de que alguna mal advertida resolución manche su limpieza, conservada largos años sin notas de infamia. Tuvieron consejo, y en él hubo diferentes pareceres. Hubo algunos que les pareció forzoso el desamparar a Galípoli, y que tratar de defenderla era desatino. Que se embarcasen en sus navíos y fuesen la vuelta de la isla de Metellin, porque con facilidad la podrían ganar, y con la misma defenderla, de donde correrían aquellos mares con más seguridad suya, y daño del enemigo, y que sus pocas fuerzas no daban lugar a mayor satisfacción.

Fue tan  mal  recibido  este  consejo  de  los  más,  que  con  palabras  llenas  de  amenazas  le contradijeron, y determinaron que Galípoli se defendiese, y que fuese tenido por infame y traidor el que lo rehusase. Estimaron  en tanto  su determinación,  que por quitarse el poder de mudarla, barrenaron los navíos, con que perdieron la esperanza de la retirada por mar, quedándoles la que abriesen sus espadas en los escuadrones enemigos. Siguieron el ejemplo de Agatocles en África, y le dieron a Hernando Cortés en el nuevo mundo, entrambos celebrados en la memoria de los hombres por los más ilustres que el valor humano pudo emprender. Agatocles Rey de Sicilia pasó con una armada a la África contra los Cartagineses. Echada su gente en tierra, echó a fondo sus navíos, con que forzosamente hubo de vencer, o morir; pero este tenía más confianza y razón de vencer, porque llevaba consigo treinta mil hombres, y la guerra solamente contra Cartago. Los Catalanes se hallaron pocos, lejos de su patria, y la guerra contra todas las naciones del Oriente. Superior a la mayor alabanza fue la determinación de Cortés; porque ¿quién pudo en ignotas Provincias, distando inmenso espacio de su patria, echar a fondo sus navíos, y escoger una muerte casi cierta por una victoria imposible, sino un varón a quien Dios con admirable providencia permitió que fuese el que a su verdadero culto redujese la mayor parte de la tierra? No quiero hacer juicio si éste, o el de los Catalanes fue mayor hecho, porque pienso que son entrambos tan grandes, que fuera hacerles notable injuria, si para preferir alguno, buscaremos en el otro alguna parte menos ilustre,  por  donde  le  pudiéramos  juzgar  por  inferior.  Españoles  fueron  todos  los  que  lo emprendieron, sea común la gloria.

 

CAPÍTULO XXXV.

SALEN LOS NUESTROS DE GALÍPOLI A PELEAR CON LOS GRIEGOS, Y ALCANZAN DE ELLOS SEÑALADÍSIMA VICTORIA.

 

Después de barrenados los navíos, contentos de verse fuera de peligro de perder la reputación con la retirada, dispusieron su gobierno. Dieron a Rocafort doce Consejeros por cuyo parecer se gobernase. Esta elección se hacía por los votos de la mayor parte del ejército, y su poder en los consejos era igual al de Rocafort, y él ejecutaba lo que por parecer de los demás se resolvía. Hicieron sello para sus despachos, y patentes, con la imagen de San Jorge, y escritas en su orla estas letras: Sello de la Hueste de los Francos que reinan en Tracia y Macedonia. Prudentemente a mi juicio pusieron en lugar de Catalanes Francos, por ser nombre más universal, y menos aborrecido, y quisieron mostrar que aquel ejército era compuesto de casi todas las naciones de Europa contra los Griegos, y que era causa común de todos el socorrerles. Por grandeza de ánimo tengo no estrecharle los hombres al nombre de su patria, porque con este nombre no se extrañasen los Españoles de otras Provincias, Italianos, y Franceses sino dilatarle por todo el orbe de la tierra; patria común de todos los vivientes.

El enemigo se venía llegando a las murallas de Galípoli y estrechaba a los sitiados, y como en las ordinarias escaramuzas, aunque con mayor daño de los Griegos, se perdía gente de nuestra parte, resolvieron de salir a pelear con todas sus fuerzas, y aventurar en un trance de una batalla su vida, y libertad; consejo que le deben seguir los que no pueden largo tiempo conservar la guerra. No se hallaron en Galípoli para salir a pelear entre infantes y caballeros mil y quinientos, puesto que Nicéphoro dice que fueron tres mil; pero el autor escribió por relación de los Griegos a quien el temor pudo engañar, y parecer doblado el número de los enemigos. Levantaron un estandarte antes de salir a pelear con la imagen de San Pedro, pusiéronle sobre la torre principal de Galípoli con grandes demostraciones de piedad, puestos de rodillas, después de haber hecho una breve oración al santo, invocaron a la Virgen. Al tiempo que empezaron la Salve con devotas aunque confusas voces, estando el cielo sereno les cubrió una nube, y llovió sobre ellos, hasta que acabaron, y luego de improviso se desvaneció. Quedaron admirados de tan gran prodigio, y sintieron en sus corazones grandes afectos de piedad y religión, con que les creció el ánimo, y tuvieron por cierta la victoria, pues con tan claras señales el cielo les favorecía. Reposaron aquella noche, no con poco cuidado de que fuese la última de su vida.

Sábado por la mañana que fue el siguiente, a los 21 de Junio, salieron de sus murallas y reparos. El enemigo dejado por guarda de sus Reales que estaban en el siguiente, Brachilao dos millas de Galípoli parte de su ejército con ocho mil caballos y mayor  número de infantes se adelantó a pelear. Los nuestro echaron su caballería por el lado izquierdo de su infantería abrigándose por el derecho del terreno algo quebrado. Guillén Pérez de Caldés, Caballero anciano de Cataluña, llevaba el estandarte del Rey de Aragón, Fernán Gori el de Don Fadrique Rey de Sicilia, que olvidados de sus Príncipes, jamás olvidaron su memoria. El de San Jorge dieron a Gimeno de Albaro, y Rocafort encomendó el suyo a Guillén de Tous. Las centinelas que estaban en lo alto de las torres de Galípoli dieron la señal de acometer, porque descubrían mejor al enemigo que venía mejorándose por los collados. Cerraron de una y otra parte con gallardía y fue tanta la furia del primer encuentro, que afirma Montaner que los que quedaron dentro de Galípoli les pareció que todo el lugar venia al suelo, a semejanza de terremoto.

No pudieron los Griegos contra soldados tan prácticos y valientes, aunque con tanta desigualdad, salir con victoria. Dieron luego la vuelta hacia sus reales, donde pensaron rehacerse. Los que quedaron en su defensa, viendo su gente rota, salieron a detener al enemigo que con furia y rigor increíble venia ejecutando su victoria. El nuevo socorro de gente descansada detuvo algo a los vencedores, porque era lo mejor del ejército; pero repetido el nombre de San Jorge cerraron con igual ánimo, y segunda vez vencieron a los Griegos, ganándoles sus alojamientos. Volvieron las espaldas Umbertos Polo Basilia, y el grande Eteriarca. Siguióse el alcance veinte y cuatro millas hasta Monocastano, degollando siempre sin resistencia alguna porque la huida les hizo dejar las armas con que apretados pudieran defenderse de los nuestros, que esparcidos, cansados y pocos, les seguían; pero la vileza de los Griegos era tanta, que refiere un autor que por las heridas en el rostro no osaban volverle, aunque con sólo este riesgo se pudieran defender; última miseria a que puede llegar un hombre cuando teme las heridas más que la infamia. La mayor parte de los Griegos vencidos murieron ahogados, porque seguidos de los Catalanes de quien no esperaban buena guerra sino afrenta, y muerte, se arrojaban en los barcos y leños de la ribera, cargando en ellos más gente de la que pudieran llevar, con cuyo peso, con la priesa de los que entraban venían al fondo y se habrían, ayudando a esta pérdida los propios Catalanes, que metidos en el agua a cuchilladas, y asidos de los bordes de los barcos, les forzaban a echarse en el agua o morir.

Con  la  noche  dejaron  el  alcance,  y  cerca  de  la  media  volvieron  a  Galípoli  sin  haber reconocido los despojos que el enemigo les dejaba, juzgando por mayor ganancia quitar vidas, y derramar sangre de los que con tanta impiedad quitaron las de sus compañeros y amigos. A la mañana salieron a recoger la presa, y fue de manera que tardaron ocho días en retirarla dentro de Galípoli, vestidos de seda y oro, en aquel tiempo más estimados por no ser tan comunes, en gran cantidad, armas lucidas, y joyas de mucho precio, tres mil caballos de servicio, y bastimentos en tanta abundancia, que en muchos días no se pudiera temer en Galípoli falta de ellos. Murieron de los vencidos veinte mil infantes y seis mil caballos y de los nuestros un caballo, y dos infantes; no me atreviera a referirlo por parecerme caso imposible, si Autores de mucho crédito no refirieran semejantes acontecimientos. Paulo Orosio escritor antiguo y Cristiano, cuenta de Agatocles, que degolló con dos mil hombres treinta mil Cartagineses con su General Annon, y él perdió solos dos hombres.

 

CAPÍTULO XXXVI.

PREVIÉNESE MIGUEL PALEÓLOGO PARA VENIR SOBRE GALÍPOLI, LOS NUESTROS A PELEAR CON EL TRES JORNADAS LEJOS, Y ENTRE LOS LUGARES DE APROS, Y CIPSELA SE DA LA BATALLA, SALE DE ELLA MIGUEL VENCIDO, Y HERIDO.

 

La buena dicha de nuestras armas puso en cuidado al Emperador Andrónico, y a Miguel su hijo, porque nunca creyeron que gente tan poca se les pudiera dar, y forzarles a poner todas las fuerzas del Imperio para su ruina. Con el suceso de Galípoli, resolvieron los Emperadores de juntar sus gentes, y dar sobre los nuestros antes que pudiesen de Cataluña, o de Sicilia llegar socorros. De estas prevenciones y aparatos de guerra fueron los nuestros avisados por una espía Griega, que Montaner envió con harto recelo de que volviese, porque otras de la misma nación, que a diversas partes se enviaron, no volvieron. Catalanes no podían servir en esta ocupación, porque siempre eran conocidos,  aunque  con  traje,  y  lenguaje  Griego  se  procuraban  encubrir.  Con  este  aviso  se resolvieron  todos de salir  a buscar  al enemigo  la tierra  adentro  resolución  tan  gallarda  como cualquiera de las otras que tomaron. No pienso yo que tantas finezas ni bizarrías se puedan haber leído en otras historias, y así algunas veces temo que mi crédito y fe se ha de poner en duda; pero advertido el que esto leyere que Nicéphoro Gregoras, y Pachimerio autores Griegos, y por serlo enemigos, y Montaner Catalán concuerdan en lo que parece más increíble, tendrá por verdad lo que escribimos.

Montaner refiere que la principal causa que les movió a seguir este consejo fue verse ya ricos, y prósperos, y temer que la sobrada afición de sus riquezas, y el temor de perderlas, no les hiciera perder algo de su reputación. Siguiendo los consejos más cautos, y menos honrosos, dejaron en Galípoli  de  guarnición  donde  quedaban  su  hacienda,  mujeres  y  familia  cien  Almogávares,  y partieron la vuelta de Andrinópoli, plaza de armas de aquel ejército que se juntaba contra ellos, con firme determinación de pelear con Miguel, aunque fuese asistido del mayor poder de su Imperio. Caminaron tres días por Tracia, destruyendo y talando la campaña; llegaron a poner una noche sus cuarteles a la falda de un monte poco áspero. Las centinelas que pusieron en los altos descubrieron de la otra parte grandes fuegos; enviáronse reconocedores, y poco después volvieron con dos Griegos prisioneros, de quien se supo la ocasión de los fuegos, que fue por estar Miguel acuartelado con seis mil caballos, y mayor número de infantes, entre Agros y Cipsela, dos Aldeas pequeñas aguardando lo restante del campo. Quisieron algunos que aquella misma noche se atravesase la montaña que les dividía, y diesen sobre los enemigos descuidados, y no me parece que aprobaron este consejo, no sé por qué razón; puesto que forzosamente se había de pelear con ellos, mas fácil fuera con la obscuridad y confusión de la noche aventurarse, que aguardar la mañana cuando siendo tan pocos pudieran ser mejor reconocidos.

Después de haberse todos confesado, y recibido el Sacramento de la Eucaristía, hicieron un solo escuadrón de su infantería, y la caballería dividida igualmente en dos tropas a cada lado del escuadrón la suya, y otro escuadrón dejaron en la retaguardia para socorrer a donde la necesidad le llamase.  Caminaron  la vuelta  del enemigo;  al salir  del sol se hallaron  de la otra parte de la montañuela, de donde descubrieron al enemigo más poderoso de lo que la espía les dijo, y fue, porque dos horas antes llegó la mayor parte de su ejército que le faltaba. Reconoció el enemigo su venida y como entre infantes y caballos no llegaban a tres mil los nuestros, juzgaron que venía a rendir las armas, y entregarse a la clemencia de Miguel; y esto lo tuvieron por tan cierto que ni querían tomar las armas ni salir de sus cuarteles. Pero Miguel que con tanto daño suyo conocía por experiencia el valor de sus enemigos, sacó su gente, y él se armó, y puso a caballo, ordenando los escuadrones en esta forma. La infantería repartida en cinco escuadrones a cargo de Teodoro tío de Miguel, General de toda la milicia, que había venido del Oriente en el cuerno siniestro puso las tropas de caballería de los Alanos y Turcoples a cargo de Basila, en el cuerno derecho se puso la caballería más escogida de Tracia y Macedonia, con los Valasco y los aventureros a orden del gran Etriarca; en la retaguardia quedó Miguel con los de su guarda, y parte de la nobleza que asistía a su defensa. Acompañábale el Déspota su hermano, y Senacarib Ángelo, que este día no quiso tener gente de guerra a su cargo, por hallarse ocupado en la defensa del Emperador, y tener cuidado de la seguridad de su persona. Reconoció Miguel sus escuadrones, y animados a la batalla, vinieron cerrando.

Los nuestros divididos en cuatro escuadrones con gran ánimo y resolución los primeros con quien se toparon fueron los Alanos Turcoples, que su caballería envistió el primer escuadrón de Almogávares, que invencible quebrantó su furia, tanto, que dice Pachimerio, que luego se retiraron huyendo. Aunque Nicéphoro dice que los Masagetas y Turcoples cuando tocaron las trompetas para embestir, huyeron, porque tenían resuelto de no servir al Emperador, y los Turcoples tenían trato con los Catalanes. De cualquier manera que ello fuese, o después de haber embestido, o antes, huyeron, y la infantería descubierta por el siniestro lado de toda la caballería que le sustentaba, quedó, dice Nicéphoro, como la nave sin árbol y sin velas en la mayor furia de la tempestad. Parte de nuestra caballería, que se había juntado de Almogávares y marineros, había desmontado y acometido a pie por aquella parte. La ocasión que tuvieron para desmontar estas tropas, fue solo por hallarse inútiles en este género de servicio, y que si no dejaran los caballos no pudieran pelear. Los demás escuadrones de infantería, libres de la mayor parte de la caballería enemiga que les pudiera dañar, cerraron por la frente tan vivamente, que degolladas las primeras hileras donde estaban sus más lucidos y valientes soldados, todo lo demás de la infantería se puso en huida aunque la caballería de Tracia y Macedonia, como la mejor y de mayor reputación de aquellas Provincias, mantuvo por gran rato su puesto peleando con nuestra caballería, y defendió uno de sus escuadrones que no fuese roto, hasta que los Almogávares le abrieron por el otro costado, y por la frente, y entonces su caballería con mucha pérdida dejó el puesto, huyendo la vuelta de Cipsela.

Miguel, como buen Príncipe y valiente soldado viendo sus escuadrones rotos, y caballería, parte retirada, y parte deshecha, y en quien tenía puesta la mayor esperanza de vencer, sacó su caballo la vuelta del enemigo, y luego repentinamente quedó el caballo sin freno, y se arrojó a vuelta de los enemigos, detenido de los que estaban en su guarda hubo de subir en otro caballo, y sin tener por mal agüero el haber perdido el freno su caballo, se metía por lo más peligroso, y con gran presteza animaba unos y socorría a otros, cuando con amenazas, cuando con ruegos, llamando a sus Capitanes y Maestres de Campo por sus nombres, que volviesen las caras, que resistiesen, que no perdiesen  aquel día con  tanta mengua  la reputación  del Imperio  Romano.  Los soldados  y Capitanes, perdido una vez el miedo a su fama, y puesto en ejecución caso tan feo como desamparar la persona del Príncipe, también la perdieron a sus ruegos y quejas, porque cuanto mayor es la infamia de un hecho, tanto más difícil es el arrepentimiento.

Entonces  Miguel  quiso  con  el  ejemplo,  ya  que  no  pudo  con  las  palabras,  obligarles,  y juzgando por grande afrenta no aventurar su vida por la de los suyos vuelto a los pocos que les seguían, les dijo: «Ya llegó tiempo, compañeros y amigos, en que la muerte es mejor que la vida, y la vida más cruel que la misma muerte. Muérase con reputación, si se ha de vivir con infamia.» Y levantando el rostro al cielo, pidiéndole su ayuda, se arrojó con su caballo en medio de los nuestros. Siguiéronle hasta ciento de los más fieles, y por un grande espacio puso la victoria en duda; tanto puede en semejantes ocasiones la persona del Príncipe que se aventura. Hirió a muchos y mató a dos. Un marinero catalán llamado Berenguer, que en la jornada de este día se halló sobre un buen caballo, y con lucidas armas despojos de la victoria pasada, anduvo entre los enemigos tan bizarro, que Miguel por entrambas causas le tuvo por algún señalado Capitán de nuestra nación, y con deseo de mostrar su esfuerzo, se fue para él, y le dio una cuchillada en el brazo izquierdo. Resolvió sobre Miguel el marinero con tanta presteza, que sin darle tiempo de sacar su caballo, a golpes de maza le hizo saltar el escudo, y le hirió en el rostro, y al mismo tiempo le mataron a Miguel el caballo, y le tuvieron casi rendido, pero algunos de su guarda le socorrieron valientemente, y uno de ellos le dio su caballo con que se salvó, quedando muerto por librar a su príncipe. Miguel, perdida la mayor parte de su gente, y libre del peligro por su valor y por su dicha, se salió de la batalla, llevado más por la fuerza de los suyos, que por su voluntad. Intentó muchas veces volver a cobrar la reputación pérdida, pero siempre fue detenido, y su coraje reventó en lágrimas. Retiróse dentro del Castillo de Apros, con que la victoria se declaró por nosotros.

No se siguió el alcance, porque entendieron siempre que a los Griegos les quedaban fuerzas enteras para volver segunda vez a pelear, y temieron alguna emboscada, según Pachimerio dice, y añade, que fue particular providencia de Dios el miedo que tuvieron los Catalanes de la emboscada, para detenerles que no ejecutasen la victoria, donde perecieran muchos más; y Miguel llegara a sus manos. Contentáronse con quedar señores del campo, y aguardar la mañana que les desengañaría de sus sospechas. Toda aquella noche se estuvo con las  armas  en la mano.  Llegó  la mañana,  y reconocieron que su victoria había sido con entero cumplimiento. Acometieron a Apros el mismo día, que defendido sólo de sus vecinos, fácilmente se entró. En este lugar se detuvieron ocho días, para que los heridos se curasen y los demás descansasen del trabajo y fatiga de la batalla. Súpose luego como la gente que Miguel aguardaba, y según los espías refirieron ya se le había juntado antes de la batalla, y que todo estaba vencido. Perecieron, según Montaner del enemigo diez mil caballos, y quince mil infantes; de los nuestros veinte y siete y nueve caballos.

Retirado Miguel dentro de Apros, no se tuvo por seguro, y aquella misma noche se salió, y se fue a Pamphilo y de allí a Didimoto donde estaba su padre, de quien, cuenta Nicéphoro que fue reprendido gravemente, porque puso su persona tan atrevidamente en tanto riesgo, que lo que en un soldado, o Capitán se debía de alabar, en un Emperador era digno de reprensión; palabras nacidas de la afición de un padre, más que de lo que debiera aconsejar si no lo fuera, porque no sé yo que tenga el Príncipe mayor obligación de aventurarse, que la que Miguel se aventuró, cuando ve sus escuadrones deshechos, su reputación en peligro, su gente muerta y sus estados perdidos. ¿Qué Príncipe de los celebrados en la memoria de las gentes dejó de poner su vida al mayor riesgo, cuando la importancia y la grandeza del caso es de tal calidad?.

Con esta victoria, la mayor parte de la Provincia de Tracia quedó por despojos de los nuestros. Las Ciudades populosas y fuertes no padecieron  en esta común tempestad,  porque siendo los Catalanes tan pocos, no se querían ocupar en asaltar murallas, donde forzosamente habían de perder gente, y si algunas tomaron, fue porque el descuido del enemigo les convidó para que lo pudiesen hacer, sin aventurarse mucho. Los moradores de las aldeas y poblaciones de Griegos de toda la Provincia, sabida la pérdida de su ejército, dejaron sus casas, y sus haciendas, y el trigo que estaba ya para recoger, y peregrinando por reinos vecinos, acrecentaron el temor de nuestra venganza; y dice Pachimerio que entraba de todas parte infinita gente huyendo, y que parecía Constantinopla la espera de Empedocles.

Fue ocasión esta victoria de que sucediese en Andrinópolis un caso lastimoso a los Catalanes que estaban presos desde la muerte de Roger, que llegaban al número de sesenta. Tuvieron aviso de la victoria de Apros, animáronse a intentar su libertad. Estaban en una cárcel fuerte de una torre, rompieron los grillos, y acometieron una puerta no la pudieron abrir, subieron a lo alto de la torre para reconocer algún camino de su libertad, no fue posible hallarle, y como desesperados de hallar piedad en los Griegos, desde arriba, con las armas que pudieron alcanzar, pelearon valientemente con los ciudadanos de Andrinópolis que sitiaron la torre, y la procuraron ganar a fuerza de armas, pero fue tanto el valor de los que la defendían, que no fue posible hacerles daño. Finalmente después de heridos, los ciudadanos desesperados de poderles rendir, se resolvieron de quemar todo el edificio y torre. Diéronle fuego por todas partes, y en poco rato se encendió con gran ruina del edificio. Por entre las llamas y el fuego arrojaban piedras y dardos, y medio abrasados peleaban. Despidiéronse, y abrazados unos con otros, hecha la señal de la Cruz, así lo dice Pachimerio, se arrojaron en el fuego todos, y entre ellos dos hermanos de linaje ilustre, y de ánimo valeroso, abrazándose con gran lástima de los circunstantes se arrojaron de la torre, y escaparon del fuego, que  con  más  piedad  les  perdonó  que  el  hierro  de  los  pérfidos  Griegos,  de  quien  fueron despedazados. Entre estos sesenta solo hubo uno que diese muestras de rendirse, a quien los otros arrojaron de la torre.

Después de haber destruido y talada la mayor parte de la Provincia, volvieron a Galípoli, acrecentados de reputación, de hacienda, y de gente, que se les juntaba de Italianos, Franceses y Españoles, que pudieron escapar de la crueldad y furia de los Griegos.

 

CAPÍTULO XXXVII.

ESTADO DE LAS COSAS DE ANDRÓNICO, Y DE LOS GRIEGOS.

 

En todos tiempos y edades se ha mostrado la igualdad de la justicia divina, pero en unos se ha señalado mas que en otros con el azote de alguna pestilencia, hambre, o guerra. Esta última se tomó para castigo de Andrónico, y de los Griegos que apartados de la obediencia de la Romana Iglesia, madre universal de los que militan en la tierra, cayeron en mil errores y por ellos, y por los demás pecados  que  antes  se  siguieron,  permitió  Dios  que  los  Catalanes  fuesen  los  ministros  de  su ejecución. Añadióse a los daños de la guerra, males y divisiones caseras, que entre los Príncipes suele ser el último y mayor de los trabajos, porque con él se confunden los consejos, y se enflaquecen las fuerzas, y es un breve atajo para su ruina.

Irene mujer del Emperador Andrónico juzgaba por cosa indigna de su grandeza y sangre, que sus tres hijos Juan, Teodoro, y Demetrio no tuviesen parte en el Imperio de su padre por tener hijos de otra madre llamados primero a la sucesión. Miguel ya nombrado por Emperador, y Constantino Déspota. Procuró por todos los medios posibles, que su marido Andrónico dividiese entre sus hijos algunas Provincias de su imperio. No le fue concedida esta demanda. Volvió segunda vez a tantear otro medio mas perjudicial y dañoso para el Imperio que el primero, y fue pedir que les declarase sucesores  y compañeros de Miguel su hermano. Negósele también con, que Irene mujer ambiciosa conociendo el amor grande de su marido, y que apartándose de él doblara a su  constancia, y que el deseo de volverla a ver fuera mas poderoso que lo habían sido sus ruegos, fuese a Tesalónica con gran contradicción de su marido, aunque por no publicar males tan íntimos y secretos, mostró en lo exterior que no le desplacía.

Nunca ausencia se tomó por medio para acrecentar una afición, antes suele ser con que la mayor se desvanece, como siempre suele experimentarse. El amor y afición de Andrónico se fue perdiendo, y la mujer al mismo paso desesperando y cerrando la puerta a su pretensión, trocó los ruegos en amenazas. Admitió platicas y tratos de Príncipes extranjeros enemigos de Andrónico. Envió a llamar a su yerno Crales Príncipe de los Tribalos y de Servia, casado con su hija Simonide, y le dio todas las joyas, y tanto dinero, que Nicéphoro quiere, que con él se pudiera fundar renta para sustentar cien galeras, en defensa de los mares y costas del Imperio. ¿Con esta división, qué poder no se deshiciera? ¿qué Reino no se acabara? Y más sobreviniendo un ejército de gente enemiga, a quien el deseo de su venganza puso en la necesidad de morir, o vencer.

 

CAPÍTULO XXXVIII.

LOS NUESTROS HACEN ALGUNAS CORRERÍAS, Y TOMAN A LAS CIUDADES DE RODESTO, Y PACÍA.

 

Retirados a Galípoli después de la victoria, quedaron dueños absolutos de la campaña, y Andrónico sin atreverse a salir de Constantinopla, ni Miguel de Andrinópoli, tan apretados les tuvieron nuestras armas. Andrónico a las quejas de tantos daños como hacían los Catalanes en sus Provincias, encogió los hombros, atribuyendo a sus pecados el castigo que Dios le enviaba y confesaba que no era poderoso para resistirles. Hasta Moaronea, Radope, y Bizia, ciento y setenta millas de Galípoli, entraban haciendo correrías, con universal temor y asombro de todas las Provincias; porque no había lugar que estuviese libre de su furia por remoto y apartado que fuese. las Ciudades que por su fortaleza de muros no podían ser acometidas, sentían estos males en sus vegas, y en sus jardines, quemando y talando lo más estimado, Y haciendo prisioneros a muchos de quien sacaban grandes y continuos rescates, y no solo compañías enteras, pero cuatro, o seis soldados hacían estos lances.

Pedro de Maclara Almogávar, que servía en la caballería, hallándose una noche entre sus camaradas desesperado de haber perdido lo que tenía al juego, resolvió de rehacer lo perdido, y desquitarse con algún daño de sus enemigos, de que le resultase provecho. Subió a caballo, y con dos hijos que tenía, caminando siempre entre enemigos, llegó a los jardines que están pegados a Constantinopla,  donde  luego  la  suerte  le  puso  entre  manos  un  padre  y  un  hijo  mercaderes Genoveses. Hízolos prisioneros, y dio con ellos en Galípoli sin que persona alguna se lo estorbase, con haber veinte y cinco leguas de retirada. Hubo por su rescate mil y quinientos escudos, con que el Almogávar recompensó lo perdido, y ganó reputación de valiente y práctico soldado. Estas y muchas otras correrías, refiere Montaner, que se hacían con igual felicidad y admiración. A tanto llegó el atrevimiento de los Catalanes. Vióse Roma cabeza del mundo, conocida entonces en tanta grandeza y gloria, que desvanecida con sus victorias y triunfos, se atribuyó el renombre de eterna; pero las armas de los Godos y Vándalos mostraron cuan breves fueron sus glorias, y cuan falso su atributo. Lo mismo sucedió a Constantinopla cabeza del Imperio Oriental; en quien juntamente se levantaron y merecieron el poder y la piedad por el grande Constantino; en cuyos sucesores se conservó, hasta la ira de Dios se ejecutó su castigo, entregándola por despojos a naciones extrañas, y en este tiempo casi forzada de pocos Catalanes y Aragoneses, a recibir leyes la que las daba a tantos Reinos y gentes.

Ardía en los corazones de los Catalanes  el deseo  de vengar la muerte afrentosa de sus Embajadores,   en   los   naturales   y   vecinos   de  Rodesto,   donde  tan   inhumanamente   fueron despedazados y muertos. Salieron a esta jornada hasta los niños, en quien fue más poderosa la pasión de su venganza, que la flaqueza de su edad. Estaba esta Ciudad ribera del mar, sesenta millas de camino por tierra de Galípoli. Para llegar a ella forzosamente se habían de dejar los nuestros pueblos enemigos a las espaldas, y esta seguridad causó descuido en los vecinos de Rodesto, porque nunca creyeron que los Catalanes se aventurarían sin tener la retirada llana y sin peligro, pero estas dificultades fueran bastantes, si el agravio no las atropellará. Al amanecer escalaron las murallas, y la entraron sin hallar resistencia, ejecutando muertes con tanta crueldad, que por este hecho primeramente, y por los demás que fueron sucediendo, quedó entre los Griegos hasta nuestros días por refrán: la venganza de los Catalanes te alcance. Esta es la mayor maldición que entre ellos tienen ahora la ira y el aborrecimiento: tan viva se les representa siempre la memoria de aquel estrago.

Dice Montaner encareciendo el desorden que hubo por nuestra parte, que los Capitanes y Caballeros no pudieron detener ni impedir las crueldades que los vencedores ejecutaron en los vencidos, porque perdido el temor de Dios y el respeto debido a sus Capitanes, y el de su misma naturalezas, despedazaban cuerpos inocentes, por la edad incapaces de culpa; hasta los animales quisieron entregar a la muerte, porque en el lugar no quedase cosa viva. De allí pasaron a Pacía ciudad vecina, y la ganaron con la misma facilidad, y trataron con el mismo rigor. Parecióles a nuestros Capitanes ocupar estos puestos, porque la gente iba creciendo, y era ya bastante para dividirse y acercarse a Constantinopla, cuya perdición y ruina era el último fin de sus peligros y fatigas. A Montaner dejaron en Galípoli sólo con algunos marineros, con Almogávares, y treinta caballos.

 

CAPÍTULO XXXIX.

FERNÁN JIMÉNEZ DE ARENÓS LLEGA A GALÍPOLI, ENTRA A CORRER LA TIERRA, Y AL RETIRARSE DERROTA DOS MIL INFANTES, Y OCHOCIENTOS CABALLOS DEL ENEMIGO.

 

Fernán Jiménez de Arenós, uno de los más principales Capitanes Aragoneses que vinieron con Roger en Grecia, por algunos disgustos, como dijimos arriba, se apartó de nuestra compañía. Con los pocos que le siguieron se fue al Duque de Atenas, donde se detuvo algún tiempo sirviendo en las guerras que el Duque tuvo con sus vecinos; que fueron muchas y varias; accidentes forzosos que padecen los estados pequeños que tienen por vecinos Príncipes poderosos. En todas ellas Fernán Jiménez ganó reputación y ocupó lugar honroso, pero el peligro de sus amigos en su ánimo pudo tanto, que dejó sus acrecentamientos seguros y ciertos, por socorrerles con su persona. Habida licencia del Duque, con una galera, y en ella ochenta soldados viejos, llegó a Galípoli. Fue de todos recibido con notables muestras de agradecimiento. Diéronle muchos caballos y armas para poner su gente en orden, y con algunos amigos que le quisieron seguir juntó trescientos infantes, y sesenta caballos, y con ellos entró la tierra adentro. Después de haberse visto con los Capitanes que estaban en Rodesto, y Pacía, y comunicado con ellos su resolución, caminó con su gente la vuelta de Constantinopla y pasado el río, que los antiguos llamaron Batinia, saqueó y quemó muchos pueblos a vista de la Ciudad.

Andrónico de los muros miraba como se ardían las casas, y creyendo que todo nuestro campo era el que tenía delante,  no quiso que saliese gente, antes la puso en guarda y seguridad  de Constantinopla, repartida por sus muros esperando que nuestras espadas se habían de emplear aquel día en su última ruina: recelos fueron estos de Andrónico bien fundados y advertidos; porque el pueblo lleno de pavor, acostumbrado al ocio, no trataba de tomar las armas para su propia defensa. La gente de guerra mercenaria de Turcoples, y Alanos, ni por naturaleza ni por beneficio obligada al servicio de su Príncipe, rehusaba y temía los peligros, a más de las sospechas del trato que tenían con nuestros Capitanes. Entre estos temores y desconfianzas andaba metido Andrónico, cuando supo que Fernán Jiménez de Arenós con solos trescientos era el autor de tantos daños, y que Rocafort con el grueso del ejército andaba junto a Rodope. Entresaco Andrónico de su caballería ochocientos, y con dos mil infantes, les mandó salir o cargar a Fernán Jiménez que se retiraba con riquísima presa. Salieron con buen ánimo y resolución, y pasando aquella noche el río, ocupando un puesto aventajado, paso forzoso para los nuestros, se pusieron en emboscada. Descubriéronla luego los corredores de Fernán Jiménez, y como la retirada no podía ser por otra parte, hecho alto, dijo a los suyos:

«Ya veis amigos que el enemigo nos tiene cerrado el paso, y que sólo puede allanarle nuestro valor. Lo que en esto se interesa, no es menos que la vida nuestra en el último peligro. Los contrarios que tenemos delante, son los mismos que habeis vencido tantas veces con mayor desigualdad. Su multitud solo ha servido siempre de aumentar nuestras victorias, tan segura la tenemos en esta como en las demás ocasiones pues se resuelven, según vemos, de aguardarnos y pelear.  El  puesto  aventajado  les  da  confianza,  olvidados  de  que  nuestras  espadas  penetran defensas y reparos inexpugnables. Conozco esta gente vil que donde quiera les ha de alcanzar el rigor de nuestra justa venganza.» Dicho esto hizo cerrar su infantería de Almogávares, y él con sus pocos caballos envistió las tropas de la caballería enemiga. Peleóse valientemente, pero los dos mil infantes Griegos, acometidos de los trescientos Almogávares, fueron casi todos degollados con tanta presteza, que tuvieron lugar de socorrer a Fernán que andaba peleando con la caballería, y fue tan importante su ayuda, que luego dejaron los enemigos el paso libre con pérdida de 690 caballos entre muertos y presos. Victoriosos y llenos de despojos pasaron adelante y llegaron a Pacía, donde Rocafort poco antes había llegado de correr de Rodope.

 

CAPÍTULO XL.

FERNÁN JIMÉNEZ GANA EL CASTILLO Y LUGAR DE MODICO.

 

Parecíale a Fernán Jiménez que para asegurar sus cosas, importaba tomar alguna plaza donde pudiese tener cuartel aparte del que tenía Rocafort, porque su condición no daba lugar a que pudiesen vivir juntos. La nobleza de sangre de Fernán y su trato llevaban tras sí a muchos de los que seguían a Rocafort, pero temiendo su ira como del más poderoso, no osaban descubiertamente dejarle sin tener la seguridad de alguna plaza. Modico lugar del enemigo más vecino, puesto a la parte del estrecho, al medio día de Galípoli, fue lo que pareció intentar de ganarla por sorpresa; y como  no  les  sucedió  bien,  pegados  casi  al  lugar  se  fortificaron,  y  abrieron  sus  trincheras. Condenaban la resolución de Fernán los bien entendidos del arte militar, porque con 200 infantes, y ochenta caballos que solos tenía, no se podría emprender cosa tan difícil como lo era ganar un pueblo, habiendo dentro setecientos hombres para tomar armas, pero la vileza de sus ánimos, y la constancia de los nuestros, hizo fácil lo imposible. Cuando a una nación le falta la industria y el valor, forzosamente ha de dar buenos sucesos al enemigo que la quisiere sujetar, porque ni el número de la gente, ni la defensa de las murallas, le sirve de reparo. Los miserables Griegos de este pueblo con ser 700, y los nuestros apenas trescientos, se encerraron dentro de sus murallas como si todo el campo de los Catalanes les sitiara, sin salir a pelear ni a deshacer lo que su enemigo trabajaba para su ruina. Fernán Jiménez levantó un trabuco, y con él batió algunos días lo que parecía más flaco, pero tiraba piedras de tan poco peso, que no hacía daño en sus murallas fuertes, y muy levantadas. Arrimabanse escalas algunas veces, y todo fue sin fruto.

Montaner de Galípoli socorría con bastimentos y vituallas; sólo los nuestros cuidaban de asegurarse dentro de sus fortificaciones, dando cuidado al enemigo, y rendirle a vivir más descuidado. Con su asistencia y pertinacia alcanzaron al fin lo que pretendían, porque los Griegos después de largos siete meses de sitio, creció en ellos el desprecio de sus enemigos, y al mismo paso el descuido de guardarse. Las centinelas eran pocas, y esta no muy ordinarias. El primero de Julio celebraron los Griegos dentro de su pueblo con gran solemnidad una de sus fiestas, y como el mayor de sus deleites es el de el vino, vicio que en todas las edades infamó mucho esta nación, bebiendo  de  manera,  olvidados  de  que  el  enemigo  estaba  sobre  sus  murallas,  y  atento  a  las ocasiones de su daño, que unos bailando, otros a la sombra durmiendo, dejaron de guarnecer las murallas como solían. Fernán Jiménez desesperado ya de que Modico se le rindiese, y de tomarle, estaba dentro de su tienda dudoso de lo que había de hacer, cuando las voces y algazara de los que bailaban le sacó de su tienda. Poco a poco se arrimó a las murallas, reconociéndolas sin gente, mandó que ciento de los suyos diesen una escalada, y él con lo restante acometería la puerta. Púsose con diligencia increíble esta ejecución en efecto. Los ciento arrimaron las escalas, y subieron hasta setenta de ellos sin ser sentidos, y ocuparon tres torreones. Los Griegos despertando de su sueño tan dañoso, tomaron las armas, incitados más por la fuerza del vino que por su valor, y procuraron echar de los torreones a los nuestros. En este combate ocupados todos, no acudieron a la puerta que Fernán había acometido, y así sin tener quien la defendiese, la puso por el suelo, y entró a pie llano por el lugar, dando  por las espaldas a los que combatían  los torreones. Fuéronse retirando  y defendiendo en las torres estrechas de las calles, y últimamente pusieron sus seguridad en la huida, y con ella dejaron libre el lugar y el castillo a Fernán, con la mayor parte de sus haciendas.

Este fin tuvo el sitio de Modico, y la dichosa pertinacia de un Aragonés, en los ocho meses que duró este sitio. No hallo cosa notable de escribir de los nuestros que estaban en los demás presidios, solo ordinarias correrías la tierra a dentro para buscar el sustento forzoso.

 

CAPÍTULO XLI.

DIVÍDENSE LOS NUESTROS EN CUATRO PARTES, MONTANER ROMPE A JORGE DE CRISTOPOL.

 

Ganado el lugar y castillo de Modico, Fernán Jiménez de Arenós le tomó por presidio y plaza suyas. Rocafort dividió su gente en Rodesto y Pacía, Montaner, escribano de ración, quedó gobernando en Galípoli, donde los bastimentos y armas de todo el campo se juntaban y prevenían. Si a los soldados de los demás presidios le faltaban armas, caballos y vestidos, acudían a Galípoli. Allí residían los mercaderes de todas naciones, los heridos, viejos, y otra gente inútil, que como lugar más apartado del enemigo, se tenía por más seguro. Con este modo de gobierno se sustentaron los nuestros cinco años, sin que en todas aquellas comarcas se labrase campos ni viñas, cogiendo solamente lo que la tierra naturalmente producía. Esta manera de hacer la guerra los tiempos la han mudado y mejorado, porque el principal intento no es desolar y trocar en desiertos las campañas, sino conservarlas para el uso propio; porque ganarse una Provincia para destruirla, y totalmente impedir la cultivación de sus campos, es lo mismo que no ganarla, y más cuando de sus frutos necesariamente se han de valer si quisieren sustentarse en ella.

Por no advertir estos inconvenientes los nuestros, y no moderarse en sus crueldades, que eran las que derrotaban de los pueblos los labradores, se vieron en tanta necesidad, que con estar llenos de victorias, la falta de los víveres les sacó de Tracia con mucho peligro y daño. Jorge de Cristopol, caballero rico y principal de Macedonia, venía de Salónica a Constantinopla a verse con el Emperador Andrónico, con ochenta caballos. Tuvo noticia que Galípoli estaba con poca gente, y pareciendole que podría hacer algún buen lance, dejó su camino, y con buenas espías llegó cerca de Galípoli sin ser sentido, y encontróse luego con algunos carros y acémilas, que habían salido a hacer leña. El que los llevaba a su cargo era Marco, soldado viejo en la caballería. Viéndose acometido tan improvisamente dijo a la gente de a pi, que se retirasen entre las paredes de un molino, y él tomó la vuelta de Galípoli. La gente de Jorge sin detenerse en ganar el molino, fueron siguiendo al soldado, para que el aviso y ellos llegasen a un tiempo, pero como más práctico Marco en la tierra, dio el aviso primero a Montaner Capitán de Galípoli, con que todos tomaron las armas y se pusieron a la defensa de sus murallas, y con catorce caballos, y algunos Almogávares Montaner salió a reconocer el enemigo, y entretenerle mientras la gente esparcida fuera del lugar tuviese tiempo de retirarse. Toparónse luego, y Montaner hecha una pequeña tropa de sus catorce caballos, cerró con los ochenta, y peleó tan valientemente, que Jorge se retiró con pérdida de treinta y seis de los suyos muertos, o presos. Fuele Montaner siempre cargando, hasta que llegó al molino. Cobró las acémilas, y salvó la gente. Vuelto a Galípoli se pusieron en libertad los prisioneros, y repartieron la ganancia, a los hombres de armas veinte y ocho perbres de oro, catorce a los caballos ligeros, y siete a los infantes.

 

CAPÍTULO XLII.

ROCAFORT Y FERNÁN JIMÉNEZ DE ARENÓS TOMAN AL ESTAÑARA Y COBRAN SUS CUATRO GALERAS.

 

Al mismo tiempo  que Montaner hizo tan buena suerte contra Jorge, Rocafort, y Fernán Jiménez de Arenós juntaron la gente que estaba dividida en Pacía, Rodesto y Módico, y entraron por Tracia hacía el mar mayor, haciendo lo que siempre, pegando fuego a los lugares después de saqueados y de talar y abrasar los frutos de las campañas, cautivar, matar y jamás aflojando en su venganza.

Parecióles intentar de tomar Estañara, pueblo de mucho trato, a la ribera del mar de Ponto, donde se fabricaban la mayor parte de los navíos de Tracia. Atravesaron largas cuarenta leguas, entraron el lugar sin hallar resistencia; porque nunca temieron a los Catalanes estando tan apartados de sus presidios para vivir con cuidado. Ganado el lugar, acometieron los navíos y galeras del puerto, que afirma Montaner que fueron ciento cincuenta bajeles, y todo se les hizo llano en el mar como en la tierra. Recogieron riquísima presa, cobraron sus cuatro galeras que los Griegos tomaron en Constantinopla, cuando mataron a Fernando Aones su Almirante. Fue notable el espectáculo de aquel día, porque turbado el orden de la misma naturaleza anegaron la tierra, rompiendo algunos diques que detenían el agua de las acequias, y en el mar pegaron fuego a los navíos, sirviendo los elementos de ministros de su venganza, y saliendo de sus limites y jurisdicción para ruina de sus contrarios, parecía que volvían a su primer confusión según andaba todo trocado. Murieron muchos quemados en el agua, otros ahogados en la tierra, sólo reservaron del incendio sus cuatro galeras, que estando cargadas de despojos, y reforzadas de gente, se enviaron a Galípoli. Pasaron por el canal de Constantinopla con mayor espanto de los enemigos que peligro suyo, porque no hubo quien se les opusiese. Rocafort, y Fernán tomaron el camino de sus presidios muy poco a poco, corriendo por entrambos lados la tierra para buscar el sustento forzoso, y quitársele a su enemigo, que desamparados los lugares se retiraba a lo mas áspero de sus montañas.

Andrónico,  sabida la pérdida, no le parecieron bastantes sus fuerzas para poderla restaurar, saliendo a cortarles el camino, antes desesperado entregó sus provincias, al rigor de las armas enemigas, desconfiando, no tanto del valor como de la fe de los suyos; daño que padecen todos los Príncipes que por su crueldad y tiranía hacen a los más fieles desleales. En el imperio Griego se introdujeron los Príncipes más por aclamación del ejército, que por derecho de sucesión, y como temían perder el lugar por las mismas artes que le ocuparon, andaban con perpetuos recelos y temores, así de los súbditos que se aventajaban a los demás en valor y consejo, de los ricos, de los honrados,  de los  bienquistos,  como  de los atrevidos  y sediciosos; igualmente  afligidos  de las virtudes de los unos, y de los vicios de los otros. De esto nacieron las crueldades entre los de esta nación, de quitar la vista, las orejas, y las narices, proscripciones, destierros, muertes por vanas sospechas imaginadas, o fingidas, para quitarse el miedo de la emulación, y las más veces fueron oprimidos de lo que nunca temieron. A Andrónico, tenido por Príncipe de singular prudencia, a lo último de sus años, su nieto Andrónico le quitó el Imperio, prevenidos sus consejos por el atrevimiento de un mozo; este fin tienen siempre los reinados e imperios, que con razones políticas solamente se quieren conservar y emprender.

 

CAPÍTULO XLIII.

LOS CATALANES Y ARAGONESES, POR DAR CUMPLIMIENTO A SU VENGANZA, A LAS FALDAS DEL MONTE HEMO VENCEN A LOS MASAGETAS.

 

No estaban los Catalanes y Aragoneses a su parecer enteramente satisfechos, si los Masagetas, con su General Gregorio, principal ministro de la muerte del César Roger, y de los que con él iban, se retiraban a su patria, sin llevar justa recompensa del agravio que de ellos recibieron. Y como por los avisos que tuvieron se supo, que los Masagetas con licencia de Andrónico se volvían a su patria, cansados de los trabajos y fatigas de la guerra, prefiriendo la servidumbre y sujeción de los Escitas sus antiguos señores, a la libertad, que gozaban entre los Griegos; tanto puede el amor de la patria, que hace parecer dulce la sujeción, y libertad fuera de ella insufrible. Parecíales a los nuestros lance forzoso, puesto que le habían de buscar, salir luego en su alcance, antes que pasasen el monte Hemo, que divide el imperio de los Griegos del Reino de Bulgaria; porque fuera mal advertida resolución, si dentro de Bulgaria les siguieran, así por ser la retirada difícil, por la angostura de los pasos, entradas y salidas del monte, como por ser la gente de Bulgaria belicosa, y entonces amiga de Andrónico.

Juntos los Capitanes en Pacia, resolvieron que para esta facción se debía hacer el mayor esfuerzo, y así para poder sacar más gente, desampararon a Pacía, Módico, y Rodesto; sólo quedó Galípoli donde se retiraron todas la mujeres, debajo del gobierno de Ramón Montaner, con doscientos infantes, y veinte caballos. Replicó Montaner diciendo, que no le estaba bien a su reputación faltar en la jornada que todos se aventuraban, pero los ruegos del ejército le obligaron a quedarse, y la confianza que de su persona hicieron, encargándole la defensa de sus mujeres, hijos y haciendas. Ofreciéronle del quinto de la presa un tercio, y otro para sus soldados; y con ser la ganancia cierta, y sin peligro, muchos de los soldados, la estimaron en poco, y quisieron más seguir el ejército, saliendo de noche a juntarse con Rocafort. A otros Ramón Montaner dio licencia, viéndoles resueltos de partirse sin ella, y movido de algún interés, porque le ofrecieron partir con él la parte de la presa que les cupiese. Con esto los doscientos infantes quedaron en ciento treinta y cuatro, y los veinte caballos en siete. Las mujeres eran mas de dos mil, y así dice el mismo Montaner: Romangui mal acompayat de homes, ben acompayat de fembres.

Enviáronse con buenas escoltas a Galípoli todas las que estaban en los presidios, y luego nuestros Capitanes partieron de Pacía a grandes jornadas la vuelta de los Masagetas, a que avisados del intento de los Catalanes, apresuraron su partida pero su diligencia no pudo ser mayor que su desdicha, porque sus enemigos después de doce días de camino les alcanzaron antes de pasar el Hemo. Los reconocedores del campo de los Catalanes una tarde descubrieron el de los Masagetas, y por los de la tierra se supo, que eran tres mil caballos, y seis mil infantes y el bagaje infinito por llevar sus familias y haciendas. Rocarfort y Fernán Jiménez fuéronse mejorando con su gente, por asegurarse de que los Masagetas no se les fuesen por pies, y descansaron el día siguiente dentro de sus alojamientos. Al amanecer del otro, alentada su gente con el reposo, presentaron la batalla al enemigo.

Los Masagetas, gente la más valiente de todas las naciones del Levante, admirados más que atemorizados del caso, tomaron las armas, y salieron a recibir sus enemigos, en la defensa de sus hijos  y  mujeres.  Gregorio  General,  principal  ministro  de  la  muerte  del  César  Roger  con  mil caballos, dio principio al terrible y espantoso combate, oponiéndose a nuestra caballería, que iba a meterse entre los reparos que tenían hechos con los carros. Trabóse sangrienta batalla, porque fueron las demás tropas de una y otra parte cerrando con la infantería. Viéronse notables hechos en armas porque iguales en valor aunque desiguales en número, combatían. El teatro de esta tragedia era un llano, que por espacio de dos leguas se extendía a las faldas del Hemo. La caballería, destrozadas las armas, muertos los caballos, las espadas y mazas rotas, con las manos, con los cuerpos, se sustentaban en la pelea. A unos daba ánimo el deseo de venganza insaciable a otros la necesidad última de su propia defensa, y en todos gobernaba el caso porque los Masagetas estaban ya todos fuera de sus reparos, peleando trabados y confusos con los nuestros.

Hasta mediodía anduvo la victoria dudosa y varia, pero muerto Gregorio cabe sus banderas con los más valientes Capitanes, se inclinó a nuestra parte. Quisieron los vencidos rehacerse dentro de los reparos, pero no fue posible, porque los vencedores entraron juntamente con ellos, dándoles la muerte entre los brazos de sus mujeres, a quien muchas veces alcanzaba la espada, porque sin excepción de sexo ni edad salían a la defensa de sus hijos, y maridos ofreciendo sus cuerpos al rigor de la muerte. Acrecentó la victoria el detenerse los Masagetas en poner en los caballos a sus mujeres, e hijos para huir, porque si de solo sus personas cuidaran, pocos se dejaran de librar huyendo; pero el amor natural poderoso aun entre los bárbaros a despreciar la muerte, les detuvo para  mayor  daño  suyo.  Esparcidos  por  la llanura,  caminaban  a guarecerse  de  la montaña  los caballos cansados, poco ayudados de las mujeres más llenas de temor, y impedidas de los niños, que en los pechos y en los brazos los sustentaban, no pudieron salvarse. En este alcance perecieron casi todos porque desesperados revolvían sobre los nuestros, a cuyas manos hechos pedazos rendían la vida, por dar lugar a que sus mujeres se alargasen. No escaparon de nueve mil hombres que tomaban armas 300 vivos, y en esto concuerdan Nicéphoro, y Montaner.

Sucedió en este alcance un caso tan extraño como lastimoso. Viendo la batalla perdida, y que las armas Catalanas lo ocupaban todo, un Masageta mozo valiente y bravo, quiso acudir al remedio de la huida, mas por librar a su mujer hermosa y de pocos años, que por temor de perder la vida, con la priesa que el peligro pedía, sacó su mujer de los reparos y tiendas, donde todo andaba ya revuelto con la sangre y con la muerte y puesta sobre un caballo, el primero que el caso le ofreció, y él en otro; tomaron el camino del monte. Tres soldados nuestros movidos de su codicia, o quizá de la hermosura y bizarría de la mujer, la fueron siguiendo. Reconoció el marido sus enemigos y el cuidado con que le venían siguiendo. Echó el caballo de su mujer delante, y con el alfanje le iba dando, y animaba con voces, pero el caballo se rindió al calor y cansancio. Con esto el Masageta tuvo por menor mal dejar la mujer, que morir él, y dando riendas y espuelas a su caballo, pasó adelante; pero las lágrimas y quejas tan justamente vertidas de su mujer le detuvieron. Revolvió su caballo, y emparejando con ella, le echó los brazos, y con besos y lágrimas se despidió y apartó enternecido, y levantando luego el alfanje le cortó de una cuchillada la cabeza. Bárbara y fiera crueldad, y extraña confusión de accidentes, que puedan en un mismo tiempo andar juntos los brazos con el cuchillo, y los besos con la muerte, efectos todos de la pasión de un amante. Amor tierno dio los brazos y besos, celos insufribles el cuchillo y la muerte, porque sus enemigos no gozasen lo que él perdía, y vencieron los celos; dos efectos igualmente poderosos en el ánimo del hombre, amor, y deseo de vivir. Al mismo tiempo que cayó la mujer muerta del caballo, le cogió por la rienda Guillén Bellver, uno de los tres que la seguían, pero el Masageta bañado de sangre propia vertida por sus manos, con increíble furia y braveza, de una cuchillada quitó el brazo y la vida a Guillén, y revolviendo sobre Arnau Miró, Berenguer Ventallola dando y recibiendo heridas cabe el cuerpo difunto de la mujer, cayó muerto; y no parece que cumpliera con las leyes de amante, si como sacrificó la vida de su mujer a sus celos, no sacrificara la suya a su amor. De cualquier manera fue el caso indigno de hombre racional, cuando no cristiano.

De Radamisto hijo de Tarasmanes rey de Iberia, nos cuenta Tácito un suceso semejante, cuando huyendo con su mujer Cenobia en sendos caballos junto al río Arajes, viéndola rendida por estar preñada, y temiendo que no llegase a manos de su enemigo ofendido, prenda en quien pudiese con grande mengua y afrenta suya vengarse, le dio cinco heridas, y la echó en el río: pero Cenobia tuvo diferente fin que la mujer del Masageta, porque unos villanos la sacaron del río, la curaron, y entregaron al rey Tiridates enemigo de Radamisto.

Los nuestros después de la victoria, recogieron la presa y los cautivos, y dieron la vuelta a sus presidios con gran alegría y regocijo de haber dado fin a su venganza con tanto cumplimiento. El camino que llevaron fue con fatiga y peligro por ser largo y la tierra enemiga, puesta en armas, retirados en lugares fuertes, los frutos recién cogidos de las campañas; con que la comida las más veces se compraba con sangre y vidas. Hay entre Nicéphoro, y Montaner alguna diversidad en la relación de esta jornada. Nicéphoro dice, que los Catalanes la emprendieron a persuasión de los Turcoples,  porque en  el tiempo  que juntos  militaban  debajo  de las  banderas  del Imperio,  los Masagetas como más poderosos en la reputación, de las presas siempre les trataron con desigualdad, y  les  hicieron  agravio,  de  que  quisieron  los  Turcoples  por  este  camino  tomar  satisfacción  y Montaner sólo dice que fue pensamiento de los Catalanes, y dejase bien creer, porque en materia de venganza no había para que solicitarles. Lo que yo tengo por cierto es, que los Turcoples fueron los que les avisaron de la partida de los Masagetas, y que algunos siguieron a los Catalanes, pero no toda la nación junta, ni Meleco su Capitán, porque después de esta victoria dejaron al Emperador Andrónico, y vinieron a servir a los Catalanes, como en su lugar se dirá.

 

CAPÍTULO XLIV.

ACOMETEN LOS GENOVESES A GALÍPOLI, Y RETIRANSE CON PÉRDIDA DE SU GENERAL.

 

Por el mismo tiempo que Rocafort, y Fernán Jiménez alcanzaron victoria de los Masagetas, Ramón Montaner capitán de Galípoli la alcanzó de Genoveses. Fue el suceso notable, y en que claramente se muestran cuán varios son los accidentes de una guerra, pues algunas veces las victorias y pérdidas nacen de causas ni previstas, ni esperadas. Antonio Spínola con diez y ocho galeras Genovesas llegó a Constantinopla para traer al Marquesado de Monferrato a Demetrio, tercer hijo de Andrónico, y de la Emperatriz Irene, y platicando con el Emperador del estado de las cosas de los Catalanes, el Spínola con más temeridad que cordura ofreció de tomar a Galípoli, y echar los Catalanes de Tracia, si le daba palabra de casar a Demetrio su hijo tercero con la hija de Apicin Spínola premio debido a tan señalado servicio. Andrónico aceptó el partido, y empeñó su palabra que casaría su hijo.

Con esto el Genovés arrogante con dos galeras llegó a Galípoli debajo de seguro. Preguntó por el capitán, y llevado a donde estaba con semblante soberbio y descortés le dijo: «Yo soy Antonio Spínola general de mi república, vengo a ordenaros, que sin réplica y dilación dejéis libres estas provincias, y os retiréis a vuestra patria, porque de otra manera os echaremos con las armas, y estaréis sujetos a su rigor.» Ramón Montaner reconociéndose sin fuerzas, como cuerdo y buen soldado respondió con mucha blandura y cortesía: Que el salirse de Galípoli, y de Tracia no era cosa que tan arrebatadamente se podía hacer, como él quería, y que amenazarles con sus armas era cosa muy fuera de toda razón, y de las paces que tenían sus Reyes y su República, que él estaba puesto en guardarla mientras ellos la guardasen. Replicó Antonio, y segunda, y tercera vez desafió a todos los Catalanes con palabras llenas de mil ultrajes, y quiso que constase su desafío por fe pública de escribano.

Montaner irritado de tanta insolencia, perdió el sufrimiento, y respondió con valor: Que la guerra que les denunciaba de parte de su república era injusta, y que así protestaba delante de Dios, y por la fe común que profesaban, que todos los daños, derramamiento de sangre, robos, incendios, y muertes serían por su causa, porque ellos forzosamente se habían de oponer a tan injusta ofensa. Que la república de Génova no tenía jurisdicción para requerirle saliesen de Tracia, no siendo aquella tierra sujeta a su señorío, que si su derecho sólo se fundaba en su poder, viniesen a echarles; que el suceso mostraría la diferencia que hay del decir al hacer. Que Andrónico era cismático, fementido, y que sus armas se habían de emplear en su ruina a pesar de los Genoveses.

Luego con esta respuesta Antonio volvió a sus galeras, y con ellas a Constantinopla, y dio cuenta al Emperador de lo que había pasado, ofreció de darle luego ganado a Galípoli por la poca defensa que tenía. Andrónico codicioso de ganar el presidio de sus mayores enemigos, dio al Spínola siete galeras con su Capitán Mandriol, Genovés de nación, para que juntas con las diez y siete facilitase más la empresa. Antonio embarcó a Demetrio, y con veinte y cinco galeras llegó el día siguiente a las dos después de medio día a los palomares cerca de Galípoli, y comenzó a desembarcar la gente. Montaner con los pocos caballos que tenía arriscados y valientes, a la legua del agua impedía la desembarcación. Pero diez galeras apartándose de las demás, libremente pusieron en tierra la gente que traían. Hirieron a Montaner, y le mataron el caballo, y creyendo los Genoveses que su dueño lo quedaba; dijeron a voces: «Muerto es el capitán, y Galípoli nuestro»; pero socorrido de un criado, escapó de sus manos con cinco heridas.

Retiróse dentro de Galípoli bañado en su sangre propia y ajena, y causó alguna turbación creyendo que las heridas de su capitán eran mortales. Reconocidas luego, fue de tan poco cuidado, que ni el pelear ni el gobernar le impidieron. Guarneciéronse las murallas de Galípoli con dos mil mujeres, siendo cabo de cada diez un mercader Catalán, y con chuzos, espadas y piedras se pusieron a la defensa de su libertad, sucediendo no sólo en el cargo, pero en el valor de sus maridos.

Dueños ya los Genoveses de la campaña, ordenadas sus haces llegaron a Galípoli; arrimaron sus escalas, tirando innumerables dardos, apretaron gallardamente el asalto, y más cuando vieron las murallas  sólo  defendidas  de  mujeres.  La  resistencia  mostró  luego,  que  sólo  en  el  nombre  lo parecían, y en el esfuerzo y constancia varones invencibles. Rebatidos con muchas muertes, y heridas de las murallas; creyeron que la flaqueza natural del sexo, si porfiadamente se combatía, se rendiría. Volvieron segunda vez al asalto, pero con mayor daño se retiraron.

Miraba Antonio Spínola desde su capitana el combate, y viendo su gente rendida, desesperado de poder hacer algún buen efecto con sola la que tenía en tierra, acudió con su persona, y con cuatrocientos caballos a dar calor al asalto. Llegó a las murallas, conociendo el daño de cerca, y tanta gente muerta. Quisiera no haberse empeñado, animó a los suyos, y acometieron con valor. Renovóse el combate, y en las mujeres creció él ánimo con el peligro, llenas de sangre y heridas tan asistentes en sus postas, que algunas de ellas con cinco heridas en el rostro no quiso dejar la suya, juzgando con tan honrado puesto como ocupar el que el marido debiera tener, no se había de perder sino con  la vida.  Los Genoveses afrentados  de verse tan gallardamente  rebatidos  de mujeres, obstinadamente peleaban, en caer uno muerto de las escalas, había otro que se ofrecía al mismo peligro.

Ramón Montaner visto el daño que habían recibido los Genoveses, y que ya no tenían dardos que tirar, sus escuadrones desechos, la mayor parte heridos, los demás cansados y rendidos al rigor del combate, y del tiempo, por ser el mes de Julio poco después del medio día, con cien hombres, y seis caballos, sin armas defensivas por ir mas sueltos, salió a pelear. Abierta una puerta de Galípoli, se arrojó con sus seis caballos sobre el enemigo desalentado de la fatiga del calor, y las armas; siguiéronles los cien hombres, y con poca resistencia todo lo vencieron, y degollaron. Tomaron los vencidos la vuelta de sus galeras, apretados siempre de sus enemigos, perecieron casi todos en el alcance. Las galeras tenían las escalas en tierra, y hubo algún Catalán que siguiendo a su enemigo llegó a darle muerte dentro de la galera; y si Montaner aquel día tuviera más gente de refresco, pudiera ser que muchas de las galeras genovesas quedaran en su poder.

Demetrio hijo del Emperador, y los demás capitanes que quedaban vivos, se alargaron de tierra, temiendo el atrevimiento y osadía del vencedor. Los cuatrocientos caballos murieron todos, y su capitán Antonio en el mismo lugar donde de parte de su república retó a todo nuestro ejército, y le denunció la guerra: fin justamente merecido de un hombre tan arrogante y que tan fuera de toda razón rompió una guerra, y su pérdida fue aviso para los que ofrecen a los Príncipes empresas sujetas  a  la  incertidumbre  de  la  guerra,  por  muy  fáciles  y  seguras.  Encendida  una  guerra,  y empuñada una espada, lo muy cierto está dudoso, cuanto más lo que está en duda.

Antonio Rocanegra, capitán genovés, hallando cortado él paso para sus galeras, con hasta cuarenta soldados se puso en defensa en lo alto de un collado. Llegó este aviso a Montaner, después que los pocos genoveses que quedaron y habían con tanta infamia y daño retirado a sus galeras y alargado con ellas, revolvió con la gente que tenía hacia donde el genovés estaba con los suyos, peleó con ellos, y parte rendidos, parte muertos, quedó solo Antonio Rocanegra con un montante, haciendo bravas y extremadas pruebas de su valentía. Aficionado y obligado Montaner, aunque enemigo de tanto valor, detuvo los soldados que le tiraban y procuraban matar, y con mucha cortesía le pidió que se diese a prisión. Pero el genovés temerario, resuelto de morir antes que rendir las armas, menospreció los ruegos y cortesía de Montaner, con que provocó la ira a los vencedores, que cerrando con él, le hicieron pedazos, con que los catalanes quedaron señores del campo, y de la victoria.

Las diez y siete galeras de genoveses no osaron volver a Constantinopla, aunque la necesidad y falta de gente les pudiera obligar, pero temiendo la indignación de Andrónico, y la insolencia de los Griegos, desembocaron el estrecho y fueron la vuelta de Italia, llevando en ellas a Demetrio. Las otras siete galeras gobernadas por Mandriol, vueltas a Constantinopla avisaron a Andrónico del suceso.

Llegó la voz del peligro en que estaba Galípoli a nuestro ejército, que se venía retirando a sus presidios, después de la victoria que se alcanzó contra los Masagetas, y temiendo perderle antes de ser socorrido, apresuró el camino, y llegó dos días después que los genoveses se embarcaron vencidos. Fue el sentimiento universal en todos, por no haber llegado a tiempo de castigar en los genoveses tanta deslealtad, como romper las paces con ellos, estando ausente y acometer su presidio defendido de mujeres. Acrecentaba más este sentimiento el verlas heridas y maltratadas; pero el gusto de la victoria le quitó luego, y juntamente celebraron el contento y regocijo den entrambas victorias.

 

CAPÍTULO XLV.

LOS TURCOS Y TURCOPLES VIENEN AL SERVICIO DE LOS CATALANES.

 

En tanto que las armas catalanas y griegas se ocupaban en su misma ruina, los turcos libres del miedo que el ejército de entrambas les pudiera dar, si concordes y unidos prosiguieran la guerra, volvieron a seguir el curso de sus victorias, y ocupar las Provincias de la Asia, no teniendo ejército que se les opusiese a la corriente de su próspera fortuna. Porque, según cuenta Pachimerio, el año veinte y cuatro del Reino de Andrónico, que fue de Cristo 1306 los Griegos desampararon de todo el punto del Asia y esto fue tres años después que los nuestros salieron de ella; de donde se colige manifiestamente el daño que resultó de la división y discordia de los Catalanes, y Griegos, pues con ella se perdió la ocasión de oprimir aquella soberbia nación en sus principios, que en este tiempo se pudiera haber hecho con poca dificultad.

Los Turcos absolutos señores de la Asia deseaban poner el pie en Europa, y dilatar sus vencedoras armas en Poniente. Detuvo algunos años el cumplimiento de su deseo la falta de navíos con que pasar los que estaban de la otra parte del estrecho de Galípoli. Valiéndose de la ocasión presente de ver a los Catalanes enemigos de los Griegos, enviaron a Galípoli sus mensajeros a tentar el ánimo de los nuestros, y si admitirían algún trato queriendo venirles a servir. Mostraron que no les desplacía. Los Catalanes con esto enviaron a los mensajeros una fragata armada, y con ella vino Jiménez su Capitán con diez compañeros a concluir el trato. Ofreció de parte de los suyos venir con ocho  cientos  caballos,  y  dos  mil  infantes,  y  prestar  juramento  de  fidelidad  al  general  de  los Catalanes. Las condiciones fueron, que se les señalase cuartel a parte donde pudiesen vivir juntos con sus familias, que de las presas se les diese la mitad de lo que se daba al soldado Catalán, que siempre que quisieren volver a su tierra pudiesen sin que se les hiciese violencia para detenerles. Oído lo propuesto por el Turco, de común consentimiento les admitieron a su servicio, ofreciendo de cumplir con las condiciones con juramento.

Con esta respuesta Jimelix volvió a pasar el estrecho, y a prevenir su gente en tanto que la armada llegaba y poco después embarcados en los navíos y galeras que se pudieron juntar, llegaron a Galípoli dos mil infantes, y ochocientos caballos Turcos, con sus hijos, y mujeres, y haciendas. Este fue el hecho de los Catalanes condenado de los antiguos, y modernos escritores por muy feo, pasar en Europa a los Bárbaros infieles enemigos del nombre Cristiano, manchando la gloria de aquella expedición con tan impío y detestable consejo, como lo fue abrir el camino de Europa tan gallarda y poderosa nación. Injusto cargo fue sin duda el que estos escritores ponen a los Catalanes, dejándose llevar de la pasión o del descuido de no advertirlo; yerro en un escritor grave. Impío consejo fuera el de los Catalanes, y pernicioso para su libertad, si los Turcos que admitieron en su favor fueran superiores en fuerzas, porque entonces libremente pudieran introducir su secta, y hacer daño a su fe, y juntamente oprimir la libertad de quien les llamó. Los socorros y ayudas no han de ser mayores que las propias fuerzas; porque no suceda lo que a un Escipión en España, cuando treinta mil Celtíberos, con perfidia notable le desampararon, y él como inferior no los pudo detener. De donde Livio sacó un importante documento.

Los Turcos no llegaban a tres mil en número, en armas, en valor, inferiores a los Catalanes, de manera que no se pudiera presumir que los Turcos hicieran más de lo que ordenaban los Catalanes, y siendo ellos cristianos, cierto es que su fe no pudiera peligrar, que aquellos Bárbaros viéndose tan inferiores la ofendieran. En las comunidades del Reino de Valencia, en tiempos de nuestros abuelos, los que más fielmente sirvieron fueron los moros, y el servirse de ellos contra cristianos se tuvo por lícito, y necesario. No de otra manera sirvieron los Turcos a los Catalanes en Grecia, a más de que la propia defensa disculpa cualquier yerro que en este se pudiera haber hecho. No se hallara República ni príncipe apretado de guerras extranjeras, o civiles, que haya dejado de llamar en su ayuda gentes de religión y costumbres diferentes, y muchas veces dieron entrada en sus Reinos a los más poderosos, por librarse del presente daño, sin advertir  que pudieran  quedar  por despojos vencidos, o vencedores. El peligro vecino alguna vez se ataja con otro mayor, y puesto que de cualquiera manera se haya de perecer, bueno es dilatarlo, y escoger el más remoto, y el que puede dejar de ser. Si los Catalanes hicieran lo que hizo Stilicon y Narses, el uno llamando a los Godos, el otro a los Longobardos para la ruina de Italia, y del Imperio, no pudieran ser más ofendidos de las plumas y lenguas de la historia; unos les llaman impíos, sacrílegos, otros piratas, común pestilencia de las gentes, hombres sin Dios, sin ley, sin razón, y todo nace porque en su favor llamaron a los Turcos, que entendido esto por mayor, ofende algo las orejas cristianas, pero bien advertido y averiguado, no hay razón para culparle levemente, cuando más para ofenderles con palabras tan descompuestas, y llenas de injuria y afrentas. Mil leguas de su patria, sus capitanes, y embajadores muertos a traición, ¿qué sufrimiento no irritará?. ¿Qué medio por violento que fuera no intentará su afrenta? Cuando hubiera yerro, esto pudiera moderar el juicio del escritor.

Hállase también alguna dificultad acerca del tiempo en que pasaron los Turcos, porque Nicéphoro dice, que fueron llamados de los catalanes antes de la batalla de Apros, cuando se supo que Miguel venia sobre ellos, y que solos fueron quinientos los que pasaron. Esta narración de Nicéphoro la tengo por falsa, porque Montaner en el número, y en el tiempo le contradice, y como testigo de vista se le debe dar mas crédito, aunque catalán, y ofendido; porque en el discurso de su historia refiere muchas cosas contra los de su nación, y condena lo mal hecho con libertad, y sin respeto, y no es de creer que quien dice la verdad en su daño, no la dijera en lo que tampoco importaba a su gloria como si venían los turcos cuatro años antes o después. Zurita siguiendo la relación de Berenguer de Entenza, difiere también de Nicéphoro; porque dice que el mismo Berenguer de Entenza llamó a los turcos después que supo la muerte de sus embajadores, y que pasaron a Galípoli mil y quinientos caballos, y le prestaron juramento de fidelidad. Esto también lo tengo por falso, porque parece imposible que en quince días que Berenguer se detuvo en Galípoli, después que se declaró por enemigo del Imperio, llamase a los turcos que estaban en Asia, y se concertase con ellos, y se juntasen mil y quinientos caballos, y se embarcasen, y viniesen a prestarle juramento de fidelidad; que son cosas que aunque se hicieran con suma presteza, no pudieran concluirse en quince días. La verdad del tiempo en que pasaron los turcos, la refiere claramente Montaner, que fue cuatro años después de esta jornada, y para tener esto por cierto no se halla dificultad ni imposibilidad alguna, como las hay, y muy grandes en lo que dice Nicéphoro, y Zurita; y así en materia de los hechos de los Turcos sólo seguiré a Montaner, porque le tengo por más verdadero, y que intervino y asistió en todas estas jornadas.

En este mismo tiempo los turcoples que servían al emperador, declarados por rebeldes, porque a imitación de los catalanes quisieron que se les pagase el sueldo o hacerse contribuir con las armas, no pudieron, por ser pocos, mantenerse por sí, enviaron a decir a los catalanes que si les admitirían en su compañía. Respondieron que viniesen seguros, que con ellos se usaría lo mismo que con los turcos, y con mayores ventajas por ser cristianos. Vinieron hasta mil caballos buenos, y prestaron juramento de fidelidad debajo de los mismos conciertos que lo hicieron los turcos. Pusiéronse a orden de Juan Pérez de Caldes. Quedó el emperador Andrónico sin la milicia extranjera, después que los alanos, y turcoples se apartaron de su servicio, tan falto de soldados que libremente se podía acometer cualquier empresa por grande que fuese en las provincias de su imperio, sin tener quien se lo impidiese. Estas fuerzas que perdió el emperador, acrecentaron las de Rocafort, porque turcos, y turcoples igualmente le respetaban y reconocían por suprema cabeza, y con esta seguridad de verse tan obedecido, y amado de ellos, se desvaneció, y se hizo odioso a muchos, por la insolencia y poder absoluto con que lo gobernaba, y mandaba todo.

 

CAPÍTULO XLVI.

SUCESOS DE BERENGUER DE ENTENZA DESPUÉS DE SU PRISIÓN HASTA SU LIBERTAD, Y SU VUELTA A GALÍPOLI.

 

Con los nuevos socorros de turcoples y turcos y de muchos otros españoles que andaban antes encubiertos en los lugares del imperio, como mercaderes, o debajo del nombre de otra nación, se aumentaron los nuestros, porque acreditados con tantas victorias, todos procuraban su amistad; movidos algunos con el deseo de venganza, los más con su codicia, querían participar de las riquezas que la fama publicaba que habían adquirido en aquella guerra. En este mismo tiempo Berenguer de Entenza, después de su larga y trabajosa prisión, y haber peregrinado en vano por las cortes de algunos príncipes de Europa, para dar calor a la empresa de los catalanes, llegó a Galípoli con una nave, y con quinientos hombres, gente toda de estimación. Turbó la paz y sosiego del ejército su venida, por las competencias del gobierno entre Rocafort y él se levantaron; pero antes de escribir las causas y razones que los unos y los otros tuvieron de competir, será bien dar una larga relación de lo que sucedió a Berenguer, desde que le prendieron hasta su vuelta.

Después que Ramón Montaner por orden de los capitanes del ejército intentó, sin poderlo concluir, el rescate de Berenguer, cuando las galeras de genoveses pasaron por el estrecho de Galípoli a la vuelta de Trapisonda, se tuvo por cosa muy cierta que en llegando a Génova se pondría a Berenguer en libertad, y se le daría satisfacción, por ser vasallo y capitán de un rey amigo. No sucedió como pensaron, antes bien la república autorizó caso tan feo, ni castigando a su general, ni dando libertad, y enmienda de lo perdido a Berenguer, porque siempre que el delito no se castiga, se aprueba. Llegó a noticia de los Catalanes de Tracia como Berenguer estaba detenido en Génova, en cárceles indignas de su persona, sin tratar de darle libertad, y determinaron de común parecer, ya que por las armas no se podía intentar, suplicar al rey de Aragón Don Jaime interpusiese su autoridad con los de aquella república. Para esto se nombraron tres embajadores, que fueron, García de Vergua, Pérez de Arbe, Pedro Roldán, entrambos del consejo de los doce.

Llegaron a Cataluña, y dieron al rey su embajada; propusieron el agravio grande que se les había hecho emprender debajo de fe y palabra a Berenguer su capitán, y continuar lo mal hecho alargando su libertad; que de parte de todos venían ellos a echarse a sus pies, esperando de su clemencia, que olvidados los disgustos pasados, daría el remedio que conviniese, y buen despacho a su petición. Diéronle particular relación de sus victorias, y del estado en que se hallaban sus cosas, y las del imperio, cuyo señorío le ofrecieron si les ayudaba con calor, por estar sus provincias sin defensa, expuestas al rigor y armas del que primero las acometiese; y que tendrían por uno de sus mayores blasones, poder a costa de su trabajo, y de su sangre, acrecentar su corona, y hacer obedecer su nombre en lo más remoto y apartado de Europa y Asia. Respondió el rey, que por dar gusto  a  tan  buenos  vasallos,  pondría  su  autoridad  y  las  armas  cuando  importase,  y  más  por Berenguer  de Entenza,  uno  de sus  mayores  vasallos.  En  lo  de  darles  socorro  se  excusó,  por parecerle que al rey Don Fadrique de Sicilia su hermano le convenía mas el dársele: que él estaba lejos, y difícilmente se podrían dar las manos, ni sustentar cuando se ganasen las provincias de Grecia con Cataluña; pero agradeció y estimó su voluntad.

Hecha esta diligencia, los tres embajadores se fueron a Roma, a representar al Papa la ocasión que tenían de reducir aquel imperio de Grecia a su obediencia, si a los catalanes de Tracia se les daba alguna ayuda grande, como lo sería si a Don Fadrique se le concediese la investidura, para que con su persona pasase a la empresa, con un Legado de la Santa Sede, y se publicase la Cruzada a favor de los que irían, o ayudarían con limosnas. El papa no recibió bien esta embajada, ni le pareció ponerla en trato, porque de suyo había grandes dificultades y la mayor era, el temer de que la casa de Aragón no se engrandeciese por este medio.

El rey Don Jaime para cumplimiento de su promesa, envió su embajada a la república de Génova, significando el sentimiento grande que había tenido de la prisión de Berenguer, uno de sus mayores y mas principales vasallos; y que esto había sido contravenir a los tratados de paz, si con sabiduría de la señoría se hubiese ejecutado; que les pedía pusiesen en libertad a Berenguer, y le diesen satisfacción del daño que había recibido, porque de otra manera no podía dejar de hacer alguna demostración. La república determinó de venir en lo que el rey mandaba, y respondió, que había sentido lo que Eduardo de Oria su general hizo con Berenguer de Entenza; y que fue motín de la gente vil de las galeras el que causó tan grande exceso; que no se pudo atajar por los capitanes, y general, hasta después de ejecutado; que ellos pondrían desde luego a Berenguer en libertad, y nombraron once personas para que se juntasen con los diputados que el rey enviaría en el lugar donde fuese servido, para tratar de la enmienda que se había de dar a Berenguer por los daños que había recibido en la pérdida de las galeras, y en su prisión. Con este buen despacho se despidieron los embajadores del rey, y la república envió otros para que de su parte representasen lo mismo y el vivo sentimiento que habían tenido todos los de ella, de que su general, aunque sin culpa, hubiese ofendido sus vasallos, y que luego que se supo mandaron que a Berenguer le llevasen a Sicilia, y le restituyesen lo que le habían tomado.

Suplicáronle después que mandase a los catalanes que dejasen la compañía de los turcos, y se saliesen de aquellas provincias donde ellos tenían la mayor parte de su trato, y que le iban perdiendo por los daños, y correrías que continuamente se hacían por ellas. El rey ofreció que se lo enviaría a mandar si Berenguer quedaba satisfecho. Puesto Berenguer en libertad, el rey envió sus diputados a Mompellier, lugar que se señaló para tratar de la recompensa; y la república envió a Señorino Donzelli, Meliado Salvagio, Gabriel de Sauro, Rogelio de Savigniano, Antonio de Guillelmis, Manuel Cigala, Jacomio Bachonio, Raffo de Oria, Opisino Capsario, Guiderio Pignolo, y Jorge de Bonifacio, todos de su consejo. Estos fueron los que se juntaron con los diputados del rey, y después de muchas juntas y acuerdos que se propusieron, jamás por parte de la señoría se vino bien a ellos, hallando en todos ocasiones de dudar para concluir, y últimamente se deshizo la junta sin dar alguna satisfacción  por parte de la señoría, y con esto pareció que la respuesta tan cortés que dieron al rey, fue para que en este medio el rey mandase a los catalanes que no innovasen por el camino de las armas cosa contra Genoveses, pues amigablemente se ofrecieron a componerlo.

Berenguer desesperado de poder alcanzar la recompensa, se fue al rey de Francia, y al Papa a tentar segunda vez que diesen ayuda a los catalanes de Tracia, proponiendo lo mismo que los tres embajadores propusieron; pero ni el rey, ni el Papa, quisieron dársele, y él se hubo de volver a Cataluña, donde vendió parte de su hacienda, y juntó quinientos hombres, todos gente conocida y práctica, y embarcado en un grueso navío, dejó la quietud de su casa para acudir a los amigos que tenía en Galípoli.

 

CAPÍTULO XLVII.

BERENGUER DE ENTENZA, Y BERENGUER DE ROCAFORT DIVIDEN EL EJÉRCITO EN BANDOS.

 

Berenguer de Entenza luego que llegó a Galípoli quiso ejercitar su cargo como solía antes de ser preso, y Berenguer de Rocafort dijo que ya las cosas estaban trocadas, y que no tenía que gobernar  más  de  los  que  traía,  que  los  demás  ya  tenían  general.  Alterarónse  los  ánimos, pretendiendo todos que se les debía la suprema autoridad. Los amigos y allegados de cada cual de ellos, con palabras descompuestas y llenas de arrogancia amenazaban que con sus armas se harían obedecer. Dividido el ejército con esta competencia, todo andaba desordenado, y cerca de llegar a grande rompimiento, movidos de algunos chismes que se andaban refiriendo. Estuvieron cerca de venir a las manos, porque no falta entre tantos quien gusta de revolver, por hacer daño al enemigo, o acreditarse con el amigo. Esforzaban entrambas las partes su pretensión con razones muy bien fundadas. Por la de Berenguer se decía, que antes de su prisión era general, y había sido el primero que acometió felizmente las provincias del imperio, y que por la alevosía de los Genoveses se había perdido, no por haber faltado a lo que debía. Después de una larga prisión padecida por ser su general, no había de ser ocasión de quitarle el cargo, antes bien de honrarle con él cuando no le hubiera tenido; que por desdichado no había de perder lo que ganó por su valor; que en viéndose libre vendió parte de su hacienda para darles socorro, y a esto se añadía, lo que a Rocafort le ofendía más, la diferencia tan desigual de la calidad, trato y condición, Berenguer rico hombre, Rocafort, caballero particular; el uno cortés, liberal apacible, el otro áspero, codicioso, insolente.

Por la parte de Rocafort esforzaban sus amigos su pretensión con razones de gran consideración. Fundaban su derecho diciendo, que Rocafort había gobernado el campo como supremo capitán seis años; que cuando tomó a su cargo el gobierno, estaban nuestras partes de todo punto perdidas, y con su industria, y valor lo había restaurado, y que su nación en su tiempo se había hecho la más poderosa y estimada de todo el Oriente: que sería cosa muy injusta quitarle el gobierno al tiempo de la felicidad, habiéndole tenido en tiempos tan apretados; que muchas veces se deseó la muerte por menor mal del que se esperaba, que el fruto de los trabajos los había de gozar quien los padeció, antes que los demás por nobles y grandes que fuesen; y que sería un agravio muy notable si le quitaban el puesto en que había acrecentado su nombre con tan señaladas victoria, y librado su gente de una triste y miserable muerte, que siempre tuvieron por cierta.

Mientras la una y otra parte se trataba del caso, vinieron casi a rompimiento, remitiendo su pretensión a las armas, conque muchas veces dentro de las murallas de Galípoli estuvieron para darse la batalla; porque como no había quien pudiese decidir la causa, por estar el ejército dividido, llevados todos de las obligaciones, y afición que cada cual tenía, no se podían gobernar, ni limitar como convenía para el bien común. Hubo algunos bien intencionados que prefiriendo el bien público  a sus particulares  intereses,  se mostraron  neutrales;  y  se pusieron  de por medio  para concertarles, cosa de mucho peligro cuando las partes están ya declaradas, porque siempre se juzga por enemigos los que no son amigos, y vienen a ser aborrecidos de los unos, y de los otros. El bando de Berenguer de Entenza, si con este medio no llegara a impedir el venir a las armas, se hubiera sin duda perdido porque al de Rocafort seguía la mayor parte de los Almogávares, y todos los Turcos y Turcoples, por haber jurado fidelidad en manos de Rocafort, a quien ciegamente obedecían. Berenguer tenía mucha menos gente que Rocafort, aunque era la mejor, porque siempre los menos suelen ser los mejores.

Persuadieron a Rocafort, los que trataban del concierto, que remitiese su justicia, y su derecho en lo que determinasen los doce consejeros del ejército, poniéndole delante los inconvenientes grandes si el negocio llegaba a rompimiento; porque aunque se degollase todo el bando de Berenguer, no pudiera ser sin gran pérdida suya, y que después quedarían sin fuerzas para resistir tantos enemigos como por todas partes la cercaban; que no eran tiempos aquellos que por intereses particulares fuese reputación el venir a las armas, de donde se podría seguir el perdería toda la nación; que ganaría más gloria en ceder el derecho que pretendía, que si venciera a Berenguer. Últimamente Rocafort vino bien en esto, por temer los daños que se podrían seguir, o por parecerle que los doce consejeros estarían mas de su parte que de la de Berenguer, a quien fácilmente persuadieron lo mismo. Declararon los jueces, que Berenguer, Rocafort y Fernán Jiménez gobernasen cada cual de por sí, y que los soldados tuviesen libertad de servir debajo del gobierno que mejor les pareciese, sin que para esto se le hiciese violencia por ninguna de las partes. Fue el medio más acertado que en este caso se pudo tomar; porque declarar por Capitán general el uno, era sujetar el otro a su émulo y competidor, y primero escogiera la muerte cualquiera de ellos que esta sujeción, además de que los doce no tenían autoridad para mandar que se obedeciese a quien ellos elegirían, porque no eran más que medianeros para concertar las partes.

Quedaron por entonces en lo exterior algo sosegados, pero los ánimos secretamente muy alterados y sospechosos, deseando ocasión de vengarse del agravio que cada cual imaginaba que se le hacía: que todo lo que no es alcanzar uno su pretensión como la desea, lo juzga por agravio. Las más veces se imposibilitan las empresas por las competencias de los que mandan, cuando no los gobierna algún príncipe grande, y poderoso, que puede reprimir las insolencias delos atrevidos, y ambiciosos y por mucha moderación que haya en los principios de una empresa, después de los malos, o buenos sucesos, siempre se siguen ruines interpretaciones, de que toman mayor osadía los inquietos, y muchos buenos se ven obligados a defenderse, porque con esto se levantan tantas máquinas de recelos, envidias, y aborrecimientos, que parece imposible librarse; y así se ha de tener por cosa muy notable que durase ocho años esta empresa de los catalanes, y aragoneses libre de este daño.

La empresa que Godofredo hizo a la Tierra Santa, con ser la más ilustre de todas las que refieren las historias, en sus principios padeció este daño, por las competencias entre Tancredo y Baldovino,  entre  Boemundo,  y  el  conde  de  Tolosa;  porque  siempre  en  algunos  pudo  más  la ambición que la piedad, principal motivo de aquella empresa. Fernán Jiménez de Arenós, aunque por el concierto pudiera dividirse, y gobernar solo por sí, no quiso apartarse de Berenguer de Entenza, porque le pareció que no perdía reputación en obedecer a un hombre igual en sangre, y mayor en años, y también por ser muy pocos los que le seguían, y temerse de Rocafort; y así Berenguer, y Fernán unieron sus fuerzas por ser más respetados, y temidos.

 

CAPÍTULO XLVIII.

ROCAFORT PONE SITIO A NONA, BERENGUER A MEGARIX, Y TICÍN JAQUERIA GENOVÉS CON AYUDA DE GENTE CATALANA TOMA EL CASTILLO Y LUGAR DE FRUILLA.

 

Aunque por los conciertos pareció que todo quedaba en paz, no se aseguraron los unos de los otros, ni dejaron de vivir llenos de recelos, acrecentando de cada día más el aborrecimiento, y cerrada de todo punto la puerta a tratos de concordia; porque como todos se hubieron de declarar, dejó de haber neutrales, y medianeros para averiguar algunas cosas que siempre ocurrían de jurisdicción: el peligro les hizo apartar, ya que otra razón no pudo. Berenguer fue a poner sitio sobre Megarix, y Rocafort en su emulación fue a ponerle a Nona, sesenta millas de Galípoli y treinta de Megarix; y aun se tuvo por corta la distancia, según estaban los ánimos alterados, y particularmente los del bando de Rocafort, que como superiores les parecía mengua que los otros se atreviesen a competir. Los Turcos, y Turcoples, y los Almogávares siguieron a Rocafort, y algunos caballeros; con Berenguer se fueron los Aragoneses, y toda la gente noble que servía en la mar. Montaner por su oficio de Maestre racional no tuvo porque declararse, por haberse de quedar en Galípoli, y así quedó solo por confidente de entrambos.

En este mismo tiempo, Ticin Jaqueria Genovés, Gobernador del Castillo, y lugar de Fruilla, vino al servicio de los Catalanes con un bajel de ochenta remos. La causa de su venida fue deseo de satisfacer un agravio, con ayuda de los Catalanes; porque muerto un tío suyo que se llamaba Benito Jaqueria, en cuyo nombre había gobernado el Castillo cinco años, con cuidado, y fidelidad, según él decía, habíale heredado otro tío suyo que luego vino a Fruilla, y sobre la averiguación de ciertas cuentas tuvieron algunos disgustos, y vuelto a Genova el tío, tuvo aviso Ticin que enviaba cuatro galeras para prenderle. Sintió el agravio el Genovés, y quiso luego vengarse, pero no pudo hacerse dueño del Castillo, porque no tenía fuerzas para sustentarse solo de por sí, ni bastante gente de confianza para echar los amigos de su tío; y así con esperanza de que hallaría en los Catalanes lo que deseaba, vino a Galípoli. No halló a los generales, y dio razón a Montaner de la ocasión que le traía. Ofreció servir con fidelidad, y así le asentó Montaner en los libros, a él, y a diez caballos armados, para que todos ganasen sueldo en su provecho. Esto se acostumbraba de hacer con algunos caballeros, y gente principal, asentarles el sueldo por más gente de la que traían, para hacerles esa comodidad.

Pidió luego Ticin a Montaner que le diese gente, que él ofrecía de poner en sus manos el castillo, y el lugar, de donde le podría resultar grande provecho. Montaner no trató de la justicia y razón del hecho, sino sólo de favorecer a quien pedía su ayuda, y se ponía debajo de su amparo. Diéronle luego armas, caballos, y las demás cosas para poner en orden los suyos, que llegaban hasta cincuenta, diole gente de socorro, porque Montaner como enemigo mortal de Genoveses, no quiso perder la ocasión de hacerles  algún daño. A Juan Montaner su primo,  y a cuatro Consejeros Catalanes se encomendó el socorro, con orden que no se hiciese cosa sin tomar parecer de Ticin Jaqueria. Partieron de Galípoli al otro día del Domingo de Ramos, con una galera bien armada, y cuatro bajeles menores. Navegaron la vuelta del Castillo de Fruilla, donde se llegó víspera de Pascua ya noche. El mozo Jaqueria sentido del agravio ejecutó su determinación. Desembarcó su gente con el silencio de la noche, y arrimaron sus escalas. Subieron por ellas treinta Genoveses de los de Jaqueria, y cincuenta Catalanes. Vino luego el día con que fueron descubiertos, y se les defendió la entrada, pero peleando valientemente ganaron una puerta por la parte de adentro, y abierta,  dieron  libre  la entrada a los  demás  que quedaban  fuera.  Hízose grande resistencia  al principio por los que defendían el castillo, que pasaban de quinientos hombres, no tan bien armados como los nuestros, ni tan resueltos. Murieron hasta ciento y cincuenta de los enemigos. Hubo algunos cautivos, pero la mayor parte escapó con la huida.

El Castillo ganado, la villa que era de Griegos sin defensa alguna se acometió luego, antes que los naturales pudiesen ponerse en resistencia, ni esconder su hacienda. Fue la presa riquísima, porque a más del oro, y plata, y vestidos de precio que se ganaron, se tomaron tres reliquias grandes que estaban en el castillo, empeñadas por los Turcos al  genovés Benito Jaqueria. Teniase por tradición  que  San  Juan  Evangelista  las  había  dejado  en  el  Sepulcro,  de quien  arriba  hicimos mención. Las reliquias fueron un pedazo del leño de la Cruz, de la parte donde Cristo reclinó su cabeza. Así lo refiere Montaner, y éste San Juan le trajo siempre pendiente del cuello el tiempo que vivió entre los mortales. Estaba entonces con un engaste de oro, con joyas de mucho precio. Una alba con que el Santo decía Misa, labrada por las manos de la Virgen y el Apocalipsis escrito por el mismo Santo, con unas cubiertas de admirable arte, y riqueza.

Pareció a Juan Montaner, y a Ticin Jaqueria que Fruila estaba lejos de los presidios para poderla sustentar, y así la desmantelaron. Satisfecho el Genovés de su tío, y todos los demás del oro que se ganó, con que volvieron a Galípoli, y dieron a Ramón Montaner y a los demás la parte que les cupo, y de las reliquias le cupo por suerte el leño de la cruz, que sin duda hubiera llegado a estos reinos, si en Negroponte a vuelta de las demás hacienda no le robaran este gran tesoro. Animado con el suceso pasado Ticin Jaqueria, le pareció acometer alguna empresa, y ganar algún lugar donde pudiese estar de asiento. Dióle también para esto Montaner alguna gente, y con ella poco después ganó un castillo en la isla de Tarso, y le mantuvo no sin gran provecho de nuestra nación, como adelante veremos.

 

CAPÍTULO XLIX.

EL INFANTE D. FERNANDO, HIJO DEL REY DE MALLORCA, ENVIADO DEL REY D. FADRIQUE, LLEGA A GALÍPOLI PARA GOBERNAR EL EJÉRCITO EN SU NOMBRE.

 

Divididos los capitanes en los sitios de Nona, y Megarix, el infante D. Fernando, hijo del rey de Mallorca, con cuatro galeras llegó a Galípoli, por orden del rey de Sicilia D. Fadrique, porque juzgó que importaba para el aumento de su casa enviar persona puesta por su mano que gobernase el ejército de los Catalanes de Tracia, pues ellos mismos le habían llamado y prestado juramento de fidelidad, no acordándose quizá de que esto había sido cinco años antes, cuando la necesidad les obligó, y que entonces pudiera haber dificultad en admitirle. Tomó el infante esta jornada a su cargo por servir al rey solamente, él se la encargó, con palabra, de que no se casaría en Francia sin su consentimiento, y que gobernaría aquellos estados en su nombre. Tanta estimación se hizo de aquellas armas cuando las vieron superiores a las del imperio, que no las quisieron apartar de su obediencia los reyes, aunque fuese para un infante de su misma casa. Don Fadrique, príncipe de singular prudencia, y maestro grande de la arte del reinar, no quiso empeñar su reputación en nuestras armas, porque las tubo por perdidas cuando le pidieron socorro, ni declararse por enemigo de Andrónico hasta que le vio sin fuerzas para defenderse; pero los accidentes fueron tan diferentes de lo que se presumía, que la resolución del rey con tanta razón determinada, vino como veremos, a no tener el efecto que hubiera si antes les socorriera.

La venida del infante dio notable contento a los que entonces se hallaron en Galípoli, particularmente a Montaner grande criado, y apasionado de su casa. Admitiéronle como a Lugarteniente del rey sin dificultad ni réplica todos los que se hallaron presentes, que aunque fueron pocos, por ser los primeros se les agradeció de parte del rey. Enviáronse luego correos a los tres capitanes principales, Entenza, Rocafort, y Fernán Jiménez, haciendoles saber la venida del infante, y juntamente les remitieron las cartas del rey que vinieron para ellos, dándole razón de cómo venía a gobernarles en su nombre. Dio Montaner para su servicio cincuenta caballos, y mayor número de acémilas que hubo menester para su casa; y porque la posada de Montaner era de las mejores de Galípoli se salió de ella, y se la dio al infante.

Berenguer de Entenza estaba sobre el sitio de Megarix treinta millas de Galípoli, donde recibió el aviso de la venida del infante por los dos caballeros que Montaner envió para que se le diesen, juntamente con la carta del rey. Partió luego con pocos, y llegó a Galípoli el primero de los capitanes. Dio la bienvenida al infante, y le juró por su general y suprema cabeza. Luego tras él vino Fernán Jiménez de Arenós de Modico, y siguió en todo a Berenguer. Mejoróseles el partido a estos dos ricos hombres, porque su bando menos poderoso, siempre temía al de Rocafort, y con la venida del infante parece que todo se había de sosegar, y las cosas, fuera de sus lugares por la violencia de uno, volverían al suyo, y serian todos estimados según sus merecimientos, y calidades. Fue el contento universal en todos, así del bando de Berenguer, como de Rocafort, a quien alteró mucho la venida tan fuera de tiempo del infante, y sin duda que desde luego le negara la obediencia si no fuera porque conoció en los suyos el gusto que les había dado esta nueva. Hallóse en notable confusión; era hombre sagaz, y prevenido en todos sus consejos, pero no pudo prevenir con sus artes acostumbradas lo que nunca pudo temer. Después de haber consultado con sus íntimos amigos el caso, pareció que convenía responder mostrando mucho gusto de la venida del infante, único deseo de todos ellos, y que por estar el sitio tan adelante no se atrevía a dejarle para ir a darle la obediencia, que le suplicase de parte de todos, que viniese a Nona donde le esperaban con mucho gusto.

En  esta  sustancia  se  respondió  al  infante,  y  el  entre  tanto  con  los  deudos,  y  amigos confidentes, dispuso los ánimos a seguir su parecer y consejo. Llegó la respuesta de Rocafort a Galípoli, y el infante no quiso determinarse sin el parecer de Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez, y de algunos otros capitanes bien afectos a su servicio, y de gran conocimiento de las trazas y designios de Rocafort. A todos pareció peligrosa la detención, y que debía el infante partir luego, porque el ejército no se enfriase en el gusto que tenía de su venida, y Rocafort no tuviese tiempo  de concluir ni mover  nuevas pláticas en deservicio del rey,  y excluir del gobierno su persona. Con esta resolución dispuso el infante su partida, fue acompañado de la mayor parte de la gente de Berenguer de Entenza, y de Fernán Jiménez, sus personas no pareció llevarlas porque no fuera acertado antes de tener ganada la voluntad de Rocafort, y de los suyos, ponerle delante por primera entrada sus competidores en mejor lugar cabe el infante; y así difirieron la ida estos dos ricos hombres cuando el infante hubiese jurado, porque entonces estando con entera autoridad se podrían hacer las amistades.

 

CAPÍTULO L.

EL INFANTE ES EXCLUIDO DEL GOBIERNO POR LAS MAÑAS DE ROCAFORT.

 

Partióse el infante de Galípoli con el mayor acompañamiento que pudo, llevando consigo de los capitanes conocidos sólo a Ramón Montaner, y en tres días de camino por la costa llegó al campo,  donde fue recibido  con universal regocijo, y Rocafort con grandes demostraciones  de contento le festejó los días que tardó a poner en plática las órdenes de su tío. Esperaba el infante que Rocafort se comidiese sin volver segunda vez a requerirle, pero como vio que alargaba el obedecer al rey, y no se daba por entendido, le dijo que él quería dar luego las cartas del rey que venían para el ejército, y decirles de palabra el intento de su venida, y que para esto mandase juntar el consejo general. Obedeció Rocafort con muestras de mucho gusto, y para el día siguiente ofreció de tenerle junto; porque ya en los pocos días que tardó el infante, previno a sus amigos que echasen voz por el campo, que sería bien andar con mucho tiento en la resolución que se debía tomar de admitir al infante por el rey, y que por lo menos no se determinasen luego. Hizóse esto con mucho arte, porque siempre se temió, que viendo el ejército al infante no aclamase luego al rey, y le admitiese. Pareció a todos el consejo avisado y cuerdo; porque el vulgo ignorante raras veces penetra segundas intenciones, y así le siguieron.

El día siguiente  la confusa multitud  del consejo  general que constaba de todos  los que ganaban sueldo, junta en el campo, espero al infante. Vino acompañado de los de su casa, y de muchos capitanes, entregó las cartas a un secretario, y mandó que en público se leyesen. Leídas, les declaró brevemente como el rey movido de sus ruegos había admitido el juramento de fidelidad, que sus embajadores le hicieron; y aunque para sus reinos no podía ser útil el encargarse de su defensa, había querido mostrar el amor que les tenía, posponiendo su conveniencia a la de ellos, y así le había mandado que con su persona viniese a gobernarles en su nombre y les ofreciese que siempre  acudiría  con  mayores  socorros.  Respondiéronle  según  Rocafort  pretendió,  que  ellos tendrían su acuerdo sobre lo que se debía hacer, y que tomado le responderían. Con esto los dejó el infante, y se fue a su posada.

Quedó Rocafort con ellos, y poco seguro de la determinación que tanta gente junta pudiera tomar, y  temiéndose de algunos caballeros, que aunque eran sus amigos, deseaban que el infante quedase a gobernarles, les dijo: que el caso de que se trataba no podía discurrirse bien entre tantos, porque la multitud siempre trae consigo confusión, la cual no da lugar a considerarse por menudo las dificultades que suelen ofrecerse en materia de tanto peso; que se escogiesen cincuenta personas las de mayor crédito y confianza, para que estas fuesen platicando, y discurriendo el negocio con las conveniencias y contrarios que en él había; y tomada la resolución que les pareciese, la refiriesen a los demás, para que juntos libremente la condenasen, o aprobasen, con que se excusarían los inconvenientes de haberlo de comunicar con tantos. Túvose por acertado el parecer de Rocafort, que cuando el vulgo se inclina a dar crédito a uno, en todo le sigue, sin hacer diferencia de los buenos, o malos consejos porque más se gobierna con la voluntad que con la razón.

Luego nombraron cincuenta personas, para que juntamente con Rocafort lo tratasen, no advirtiendo con cuanta mayor facilidad se pueden cohechar los pocos que los muchos. Con esto tuvo hecho su negocio, porque los cincuenta fueron casi todos puestos por su mano, y a los poco de quien no podía fiar igualmente que los demás, fue fácil el persuadirles, a más de no faltarles razones, y de mucho fundamento, para esforzar la suya. Juntáronse los cincuenta con Rocafort, y él les dijo lo siguiente.

«La venida del Señor Infante, amigos y compañeros, ha sido uno de los mayores y más felices sucesos que pudiéramos desear, al fin enviado por la poderosa mano de quien hasta el presente día nos ha conservado con grande aumento de nuestro nombre, y confusión de nuestros enemigos, porque ya se ha dado fin a nuestros trabajos, y principio a una felicidad muy entera, por tener prendas tan propias de nuestros Reyes, a quien podemos entregar con seguridad, la libertad, y la vida, recibiéndole no como él quiere por Lugarteniente de su tío, sino como príncipe absoluto, y sin la sujeción  y dependencia alguna. Por grande yerro tendría, si la elección de príncipe pende de nosotros, escoger al que vive ausente, y ocupado en gobernar mayores estados, y dejar al desocupado y libre de otras obligaciones y el que ha de vivir siempre entre nosotros, y correr la misma fortuna de los sucesos prósperos, y adversos.

»Si a don Fadrique recibimos por rey, a manifiesta servidumbre nos sujetamos, porque con su persona no podrá asistirnos, y necesariamente habrá de enviar quien en su nombre gobierne este victorioso ejército, y las provincias que por él están sujetas. ¿Qué mayor desdicha se podrá esperar, si por premio de nuestras victorias, venimos a ser gobernados por otra mano que la propia de nuestro príncipe?. Y el mismo rey don Fadrique procurará nuestra defensa en cuanto no le estorbare a la del reino de Sicilia. ¿Pues por qué se ha de admitir tanta desigualdad?. Los trabajos, los peligros, las pérdidas para nosotros solos, pero la gloria y provecho, no sólo igual, pero mayor, y más segura para el rey. Si nos perdemos quedando muertos, o en dura servidumbre, libre don Fadrique, y tan gran príncipe como antes; pero si ganamos nuevas provincias, y estados, todos han de venir a ser suyos. ¿Pues puede algún cuerdo con esta desigualdad, hallándose libre para escoger, dar la obediencia a príncipe con tales calidades? A más de esto ¿no se acuerda la paga que nos dio por tantos servicios al partir de Sicilia? ¿Qué fue más que un poco de bizcocho, y otras cosas que no pueden negarse a los siervos, y esclavos? No, amigos, no nos conviene tomar por rey a D. Fadrique, pues no se acordó de nosotros al tiempo que le pedíamos su ayuda, y cuando nos importaba tanto el darnosla, sino cuando a él convino, y a nosotros no nos es de provecho. Esto se echa bien de ver ahora, pues no nos envía armas, gente, bastimentos, o dineros, ni otra cosa necesaria para la guerra, sino cabeza y general que nos gobierne como si tuviéramos falta de esto, y no se hubieran alcanzado muchas victorias sin tenerle puesto por su mano.

»No  consintamos  que  el  premio  de  nuestros  servicios  se  distribuya  por  mano  de  sus ministros, y gobernadores, en quien siempre puede más la pasión que la verdad, más su particular interés que la común utilidad, porque tratan las provincias como quien las ha de dejar, y como en la posesión temporal de ajena propiedad gozan de los presente, sin ningún cuidado de lo venidero, y más estando el rey tan apartado, a quien nuestras quejas llegarán tarde cuando sean oídas, y los socorros tan a tiempo como el que ahora nos envía, después de seis años que con grande instancia se lo pedimos. En esto finalmente me resuelvo, que excluyamos a D. Fadrique por D. Fernando; tengamos presente al príncipe por quien aventuramos la vida, y sea testigo, pues ha de ser juez, de los servicios que le hiciéramos y cuide de nosotros como de sí mismo, pues nuestra conservación y vida corren parejas con la suya. Conténtese D. Fadrique con Sicilia ganada, y conservada por nuestro valor; deje a D. Fernando su sobrino los trabajos de una guerra incierta y peligrosa, estas Provincias destruidas, y sola la esperanza de conquistar nuevos reinos, y señoríos.»

Con esta plática los pocos dudosos que había se resolvieron con el parecer de Rocafort, y luego dos de los cincuenta electos dieron razón de la determinación que habían tomado a todo el campo,  refiriendo  las  mismas  razones  de  Rocafort.  Túvose  con  aplauso  general  de  todos  por acertada aquella determinación, y quisieron luego se diese la respuesta al infante. Fueron para esto los cincuenta, y propusiéronle su embajada. Don Fernando como buen caballero, respondió que él venía de parte de su tío, y que con su autoridad, y fuerzas había tomado aquella empresa a su cargo, y sería faltar a su obligación si con puntualidad no ejecutase las órdenes de quien le enviaba, y que por ningún caso admitiría el ofrecimiento que le hacían, sino recibiéndole como Lugarteniente de su tío D. Fadrique. Rocafort siempre publicó que el infante, por tener alguna disculpa con el rey, no admitiría luego el ofrecimiento que le hacían, y con esto engañó a la mayor parte del ejército, porque si hubiera quien les persuadiera, y desengañara que el infante por ningún caso se quedara a gobernarles como a príncipe, sin duda que le admitieran por el rey.

Quince días se pasaron en este trato, y el infante creyó siempre que aquellas eran palabras de cumplimiento, y que a lo último obedecerían al rey. En este medio Rocafort, como de su parte tenía todos los Turcos, y Turcoples a su disposición, y parte del ejército que le seguía, la otra como inferior no le osaba contradecir. Con esto quedó todo el ejército que estaba debajo de su mano, resuelto de no admitir el infante por el rey; y a la verdad su intento no era excluir a Don Fadrique por D. Fernando porque con ninguno de ellos se pudiera conservar, pero como hombre sagaz, y que conocía al infante por uno de los mejores caballeros de su tiempo, y que no tendría mala correspondencia con el rey tu tío, le propuso al ejército para que excluyesen al rey, prefiriendo al infante, de quien estaba cierto que no lo admitiría, y como la mayor parte del ejército con este engaño de Rocafort se declaró por el infante contra el rey, después no quisieron elegir a quien una vez excluyeron.

Todos estos embustes tramaba Rocafort, seguro que aunque después los descubriesen no le causarían daño, por tener de su parte a los Turcos, y Turcoples, que juntos con los confidentes era la mayor parte del ejército. No se puede negar que en esta parte Rocafort podría tener alguna disculpa, aunque fuera de natural y condición más moderado, porque después de tantas victorias, y haber gobernado un ejército cinco años, justamente pudiera rehusar el no admitir un superior cuyo favor habían prevenido sus mayores enemigos Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez, que siempre serian preferidos por su calidad, y mejor correspondencia. Y aunque el infante por quitar toda sospecha les hizo quedar en Galípoli, no por eso se la quitó a Rocafort, antes ese mismo cuidado con que prevenían las ocasiones exteriores de que pudiese tenerla, se la acrecentaba más, creyendo siempre que era tener sobrad confianza de Berenguer, y de Fernán, y que ellos la tenían del infante, pues no mostraban queja de no haberles admitido en su compañía. No hay cosa que más penetre y descubra que los recelos, y temores de perder un puesto tan superior como el que Rocafort tenía, y más en un sujeto de tantas partes, y experiencia.

 

CAPÍTULO LI.

ROCAFORT ANTES DE PARTIRSE EL INFANTE DEL EJÉRCITO GANÓ A NONA, Y DE COMÚN PARECER DE LOS CAPITANES, DEJA EL EJÉRCITO LOS PRESIDIOS DE TRACIA, Y DETERMINA PASAR A MACEDONIA.

 

La venida del infante D. Fernando al ejército, acabó de poner en desesperación a los griegos que estaban sitiados, y dentro de pocos días se hubo de entregar con mucha pérdida en las manos del vencedor, porque aunque no perdieron las vidas, quedaron sin haciendas. Berenguer de Entenza también tomó a Megarix. Sentíase ya en nuestro campo gran falta de vituallas, porque diez jornadas al contorno de Galípoli estaba todo talado y destruido, que los cinco años últimos de los siete que estuvieron en esta provincia, se mantuvieron de lo que la tierra sin cultivar producía, pues no llegaban a los árboles, y viñas sino para quitarles el fruto. A lo último vino esto a faltar, y fue forzoso tratar de buscar otras provincias donde entretenerse, y poder vivir. Habíase diferido esto por las enemistades de Entenza, y Rocafort, que estaban aún tan vivas, que no se osaban mover de sus alojamientos, ni juntarse por el recelo que se tenía que entrambas las dos parcialidades no llegasen a rompimiento: tanto pueden disgustos e intereses particulares, que impiden el remedio común y quieren más perecer con ellos, que vivir cediendo de su locas y vanas pretensiones.

Todos fueron de parecer que desmantelasen a Galípoli, y los demás presidios, y en esto conformaron los capitanes competidores juntamente con los turcos, y turcoples; y así suplicaron al infante la gente buena y libre de pasiones, que fuese servido de no desampararles hasta dejarles en otra provincia, porque debajo de su autoridad, y nombre, irían todos muy seguros y en este medio se podrían concertar las diferencias de Entenza, y Rocafort. El infante tuvo su acuerdo por bueno, y ofreció de hacerlo, y a lo que yo puedo entender, movido de lástima de que Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez de Arenós quedasen en las manos de Rocafort, a quien el respeto del infante parece que detenía la ejecución de su ánimo vengativo, quiso tentar si con esta detención podía concertar estas diferencias, y dejarles con mucha paz y quietud, para que unidos y conformes pudiesen hacer mayores progresos, esperando siempre que obedecerían al rey, aunque por entonces lo hubiese rehusado. Juntó el infante las cabezas principales del ejército, con todos los del consejo, y resueltos ya de salir de aquellos presidios que tenían en Tracia, por haberles forzado la necesidad, y falta de vituallas.

Trataron que camino tomarían; y qué ciudad en Macedonia ocuparían. Hubo diferentes pareceres, y últimamente pareció el más acertado, que se acometiese la ciudad de Cristopol, puesta en los confines de Tracia en Macedonia por tener la entrada de las dos provincias fácil, y la retirada segura, y los socorros de mar sin podérselos impedir, como en Galípoli, que ocupado el estrecho con pocos navíos de guerra impedían el libre comercio que venía por mar a darles alguna ayuda. Ordenóse que Ramón Montaner con hasta  treinta y seis velas que había en nuestra armada, y entre ellas cuatro galeras, llevasen las mujeres, niños, y viejos, por mar a la ciudad de Cristopol, después de haber desmantelado todos los presidios que en aquellas costas se tenían por nosotros, como Galípoli, Nona, Pacía, Modico, y Megarix.

El infante y los demás capitanes ordenaron en esta forma su partida. Berenguer de Rocafort con los turcos y turcoples, y la mayor parte de los Almogávares saliese un día antes que Berenguer, y Fernán Jiménez, y que siempre se guardase este orden en el camino siguiendo siempre Berenguer a Rocafort una jornada lejos, y esto se hizo por quitar las ocasiones que pudiera haber de disgusto, si los dos bandos juntos se alojaran, donde forzosamente sobre el tomar los puestos vinieran a las manos. Púdose sin peligro dividir sus fuerzas, por no tener enemigo poderoso en la campaña que les pudiese prontamente acometer, porque divididos el espacio de un día de camino, no se pudieran socorrer si le tuvieran, toda la gente de guerra atendía más a defenderse dentro de las ciudades, que salir a ofender nuestro ejército; cosa que tantas veces emprendieron con notable daño suyo y gloria nuestra.

Juntos en Galípoli, después de haber desmantelado todos los demás presidios, partió Rocafort con su gente por el camino mas vecino al mar, y al otro día le siguió Berenguer de Entenza, y el infante, ocupando siempre los puestos que Rocafort dejaba. Después de haber caminado algunos días, comenzaron a entrar en lo poblado de la provincia, a donde sus armas no habían llegado. Los Griegos con el pavor del nombre de Catalanes huían la tierra adentro dejando en los pueblos bastimentos en grande abundancia, con que los nuestros pasaban con mucha comodidad, y libres del daño, que siempre creyeron de faltarles con que vivir. Esta fue una de sus empresas grandes, entrarse por tierras, y provincias no conocidas, sin tener seguridad de alguna plaza, o de algún Príncipe amigo. La expedición de los diez mil Griegos que cuenta Xenofonte, fue de las mayores que celebra la antigüedad, pero siempre los Griegos llevaban por fin llegar a su patria, y parte con armas atravesaban Provincias, y naciones extrañas: pero los Catalanes sólo tenían por fin de aquel viaje,  no  el  descanso  de  su  patria  sino  la  expugnación  de  una  Ciudad  grande  y  fuerte,  que resolvieron de acometer antes de salir de Galípoli, y que el fin de una fatiga y peligro grande fuese el principio de otro mayor.

 

CAPÍTULO LII.

LA VANGUARDIA DEL CAMPO DEL INFANTE Y BERENGUER, ALCANZA LA RETAGUARDIA DE ROCAFORT, Y LLEGAN CASI A DARSE LA BATALLA; MATA ROCAFORT A BERENGUER DE ENTENZA; Y FERNÁN JIMÉNEZ DE ARENÓS HUYENDO DEL MISMO PELIGRO SE PONE EN MANOS DE LOS GRIEGOS.

 

Llegó Rocafort con su ejército a una aldea dos jornadas lejos de la ciudad de Cristopol, puesta en un llano abundante de frutas, y aguas, las casas vacías de gente, pero llenas de pan y vino, y de otras cosas no sólo necesarias, pero de mucho gusto y regalo. Detuviéronse en tan buen alojamiento más de lo que debieran soldados prácticos, y bien disciplinados; cerca de medio día aún no habían partido, porque la gente derramada por aquella llanura, con el regalo de la fruta que se hallaba en los árboles, se entretuvo de manera que no se pudo recoger antes. La vanguardia del campo del infante donde iba Berenguer de Entenza,  porque salió  más temprano  de lo que acostumbraba alcanzó la retaguardia de Rocafort. Alteróse su retaguardia, y vueltas las caras viéndose tan cerca los de Berenguer, juzgaron que venían a romper con ellos: tocóse arma con grande confusión, y la vanguardia del uno con la retaguardia del otro se encontraron. Rocafort luego que reconoció la gente de su contrario tuvo por cierto que venía con determinación de ejecutar algún mal intento, pues no pudiera ser otra la causa que a Berenguer le obligara a romper los conciertos sin primero avisar.

Un hombre sospechoso nunca discurre ni piensa lo que le puede quitar las sospechas, sino lo que se las acrecienta. Rocafort no consideró su descuido en diferir la partida hasta medio día, y acordóse que Berenguer de Entenza había madrugado mucho. Al fin, o por pensarlo así, o por tomar la ocasión de venir a las manos con él, mandó subir a caballo su gente, y él hizo lo mismo armado de todas piezas, y partió con gran furia contra la gente de Berenguer de Entenza, a quien la suya había ya acometido, trabándose una cruel y sangrienta escaramuza.

Llegó también aviso al Infante y a los demás capitanes del desorden. Salió Berenguer de Entenza el primero a caballo, y desarmado con sola una azcona montera, como persona de más autoridad, a detener los suyos, y retirarlos. Gisbert de Rocafort hermano de Berenguer, y Dalmáu de San Martín su tío, vieron a Berenguer que andaba metido en los peligros de la escaramuza, o que les parecíese que animaba su gente contra ellos, o lo que se tiene por más cierto, viendo la ocasión de satisfacer su mal ánimo, y quitar el émulo a su hermano, Gisbert, y Dalmáu cerraron juntos con él. Berenguer de Entenza, que como inocente y buen caballero, viendo que los dos hermanos se encaminaban para él vuelto a ellos les dijo: ¿Qué es esto amigos? Y en este mismo tiempo le hirieron de dos lanzadas, con que aquel valiente y bravo caballero cayó del caballo muerto, sin poderse defender por estar desarmado, descuidado y entre sus amigos. Encendióse más vivamente la escaramuza  después  de muerto  Berenguer,  y  los Rocafort ejecutaron  su  venganza matando muchos de su bando. No puede ser mayor la crueldad, que después de haber vencido y muerto su contrario, degollar y despedazar los vencidos, en quien no pudiera haber resistencia, después de perdida su cabeza, en admitir a Rocafort, y obedecerle; pero su soberbia y arrogancia fue tanta que no hacía ya la guerra a sus enemigos, sino a su propia naturaleza, y solicitaba a los Turcos, y Turcoples para que inhumanamente acabasen todos los del bando de Berenguer, sin excepción alguna de persona.

Fernán Jiménez de Arenós con el mismo descuido que Berenguer de Entenza, iba desarmado, y retirando su gente a cuchilladas, fue advertido de la muerte de Berenguer y que con cuidado le iban buscando para matarle; y así con alguna gente que pudo recoger y llevar tras sí, se salió del campo y tuvo por más seguro entregarse a los Griegos que a Rocafort. Fuese a un Castillo que estaba cerca, donde fue recibido debajo de seguro, con que se presentase delante del Emperador Andrónico. El infante por amparar y defender la gente del bando de Berenguer, salió armado con algunos caballeros que le siguieron, y se opuso con valor a los Turcos, y Turcoples, que asistidos de Rocafort, todo lo pasaban por el rigor de su espada.

Pudo tanto la presencia del Infante, que Rocafort puesto a su lado, porque los Turcos no le perdiesen el respeto, retiró su gente, después de haber tan alevosamente muerto a Berenguer, y tanta gente de su bando. Quedaron muertos en el campo ciento cincuenta caballos, y quinientos infantes, la mayor parte de las compañías de Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez de Arenós. Sosegado el tumulto, y retirada la gente a sus banderas, el Infante, y Rocafort vinieron juntos a la plaza del lugar, donde tenían el cuerpo de Berenguer tendido.

Apeóse el Infante de su caballo, y abrazado con el cuerpo difunto, dice Montaner que lloró amargamente, y que le abrazó y besó más de diez veces, y que fue tan universal el sentimiento, que hasta sus mismos enemigos le lloraron. Vuelto el Infante a Rocafort con palabras ásperas le dijo que la muerte de Berenguer había sido malamente hecha por algún traidor. Rocafort con palabras humildes respondió que su hermano, y tío no le conocieron hasta que le hubieron herido. Con esto se hubo de satisfacer el Infante, pues no tenía fuerzas para castigar tanto atrevimiento, y sin duda que hiciera alguna demostración, sino se hallara con tan poca gente.

Mandó que para enterrar el cuerpo de Berenguer, y hacerle sus obsequias se detuviese el ejército dos días, porque quiso honrarle con lo que pudo; y así se hizo. Enterráronle en una ermita de San Nicolás que estaba cerca, junto del Altar mayor; sepulcro harto indigno de su persona si consideramos el lugar humilde, y poco conocido donde le dejaron, pero célebre y famoso por ser en medio de las Provincias enemigas, cuya inscripción y epitafio es la misma fama que conserva, y extiende la memoria de los varones ilustres que carecieron de túmulos magníficos en su patria, por haber perecido en tierra ganada y adquirida por su valor. Este fin tuvo Berenguer de Entenza, nobilísimo por su sangre, y celebrado por sus hazañas, y por entrambas cosas estimado de Reyes naturales, y extraños. En sus primeros años sirvió a sus Príncipes primero en Cataluña, y después en Sicilia, con buena fama, donde alcanzó muchos amigos, y hacienda para seguir el camino que la fortuna le ofreció de engrandecerse, y alcanzar estado igual a sus merecimientos, que aunque en su patria lo poseía grande, pero no de manera que su animo generoso y gallardo cupiese en tan cortos límites, como los de la Baronía que hoy llamamos de Entenza.

Fue Berenguer animoso y valiente con los mayores peligros, fuerte en los trabajos, constante en las determinaciones, igualmente conocido por los sucesos prósperos y adversos porque en medio de su felicidad padeció una larga y trabajosa prisión y apenas salido de ella, y restituido a los suyos, cuando otra vez la fortuna se le mostraba favorable murió a traición a manos de sus amigos, en lo mejor de sus esperanzas.

El infante después de sosegado el alboroto, envió a llamar a Fernán Jiménez, ofreciéndole que podía venir seguro debajo de su palabra. Respondió que le perdonase, que ya no estaba en su libertad para cumplir sus mandamíentos, porque había ofrecido de presentarse ante el Emperador Andrónico con toda su compañía. Túvole el Infante por disculpado, y Fernán Jiménez después de haber recogido los suyos, se fue a Constantinopla donde le recibió Andrónico con muchas muestras de agradecimiento, de que le hubiese venido a servir y por mostrarlo con efecto, le dio por mujer una nieta suya viuda, llamada Teodora, y el oficio de Megaduque que tuvo Roger y después Berenguer de Entenza. Con esto quedó Fernán Jiménez de los mas bien librados capitanes de esta empresa, y el que solo permaneció en dignidad, y escapó de fines desastrados.

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CAPÍTULO LIII.

DEJA EL INFANTE NUESTRA COMPAÑÍA, Y LLEVA CONSIGO A MONTANER DESPUÉS DE ENTREGAR LA ARMADA.

 

En este medio que el Infante se detuvo en el lugar donde mataron a Berenguer, llegaron sus cuatro galeras con sus Capitanes Dalmáu Serra caballero y Jaime Despaláu de Barcelona, y alegre de tener galeras con que apartase de Rocafort, mandó juntar consejo general, y volvió segunda vez a requerirles, si le querían recibir en nombre de su tío Don Fadrique, porque cuando no quisiesen estaba resuelto de partirse.

Rocafort autor de la determinación pasada, cuando se les propuso lo mesmo, como más poderoso entonces, después que le faltaban sus émulos en quien pudiera haber alguna contradicción, fuele fácil tener a todo el campo en su opinión, porque sus pensamientos ya eran mayores que de hombre particular. Respondieron al Infante lo que la vez pasada y con mayor resolución. Con esto se tuvo por imposible y desesperado el negocio; y así se embarcó el Infante con sus galeras, dejando a Rocafort absoluto señor, y dueño de todo, y navegó la vuelta de la Isla de Tarso, seis millas lejos de la tierra firme donde estaba el campo. Llego el Infante a la isla casi al mismo tiempo que Montaner con toda la armada, y después de haberle referido la maldad de Rocafort, y perdida de tan buenos caballeros como eran Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez de Arenós, le mandó de parte del Rey, y suya que no se partiese de su compañía. Obedeció Montaner con mucho gusto, porque estaba rico y temía a Rocafort aunque era su amigo.

La amistad de un poderoso insolente siempre se ha de temer, por que la amistad fácilmente se pierde y queda el poder libre de respetos para ejecutar  su furia, y sus antojos. Suplicó al Infante fuese servido de detenerse, mientras él con la armada daba razón a los capitanes del campo de lo que se le había encargado, que eran la mayor parte de sus haciendas, y todas sus mujeres e hijos. Fue contento el Infante de aguardarle, y con esto Montaner con la armada llegó a una playa donde estaba alojado el ejército, una jornada más delante de donde los dejó el Infante. No quiso que persona alguna desembarcase, hasta que le aseguraron que no se haría daño a la mujeres, hijos y haciendas, de los de Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez, y que les dejaría libres para ir donde quisiesen. Con este seguro desembarcó todos los que quisieron ir al Castillo donde Fernán Jiménez se había retirado. Diéronles cincuenta carros, y con doscientos caballos de Turcos y Turcoples de escolta, y cincuenta Cristianos les enviaron al Castillo. A los que no no quisieron quedarse, ni con Rocafort ni con Fernán Jiménez, se les dieron barcas armadas hasta Negroponte.

En esto se entretuvo el campo dos días, y Montaner ya que se quería partir, hizo juntar consejo general, y después de haberles entregado los libros, y el sello del ejército, les dijo, que el Infante Don Fernando de parte del Rey, y suya le había mandado que le siguiese, a quien era forzoso obedecer y que no lo había querido hacer antes, hasta haber dado descargo de lo que se le encomendó que él se iba con grande sentimiento de dejarles, aunque por su mal proceder de ellos pudiera no tenerle, pues daban tan mala recompensa a los que les habían gobernado, y sido sus generales que Berenguer quedaba muerto por sus excesos, y Fernán Jiménez entregado a la fe dudosa de los Griegos. Estas razones dijo Montaner, por la seguridad que tenía de los Turcos y Turcoples a quien siempre trató con mucho amor y ellos reconocidos le llamaban Cata, que en su lenguaje quiere decir padre; y aunque Rocafort lo mandara, no intentaran cosa contra él. Toda la nación junta le rogó que se quedase, y los Turcos, y Turcoples hicieron lo mismo, solicitando siempre a Rocafort que le detuviese; pero como estaba ya resuelto de partirse, y habló con alguna libertad a favor de Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez, no quiso ponerse en peligro, ni dar ocasión a Rocafort que con pequeña ocasión le diese muerte como a los demás. Con esto se partió del ejército con un bajel de veinte remos, y dos barcas armadas, en que puso su hacienda, y la de sus camaradas, y criados.

Llegó a la isla de Tarso donde el Infante le esperaba, y en ella se detuvieron algunos días para tomar bastimentos, y consultar la navegación que habían de hacer. Detúvoles también el buen acogimiento que hallaron en Ticin Jaqueria aquel Genovés que con ayuda de Montaner saqueó el Castillo de Fruilla, y después ocupó el de aquella isla, donde con muestras de sumo agradecimiento les entregó las llaves del Castillo, y les ofreció servir con su vida y hacienda. Siempre el hacer bien es de provecho, y la recompensa viene muchas veces de quien menos se pensó que la pudiera hacer y lo que perdió en muchos beneficios, de uno solo que se agradezca, se sigue mayor utilidad que daño de todos los que se perdieron. Halló Montaner con el Infante seguridad en el puerto, regalo en lo que se les dio para su sustento, con solo haber ayudado antes al Genovés, aunque fue con su mismo interés y provecho.

 

CAPÍTULO LIV.

PASA EL EJÉRCITO A MACEDONIA

 

Apartado Montaner del campo, Berenguer de Entenza muerto, y Fernán Jiménez huido quedó solo Rocafort absoluto señor y dueño de todo, y así mudaba a su gusto y antojo las determinaciones de todo el consejo. La resolución que se tomó entre todos los capitanes antes que saliesen de sus presidios, fue de acometer a Cristopol y hacerse fuerte en él, como lo hicieron en Galípoli, y tener las dos provincias de Tracia y Macedonia vecinas para hacer sus entradas. Pareció al principio fácil la empresa, porque creyeron coger a los Griegos descuidados, y sin tiempo para prevenirse, y sin duda que les saliera bien el pensamiento, si en el camino no se detuvieran cuatro días en vengar sus particulares agravios y pasiones con que tuvieron los Griegos espacio y lugar bastante, no solo para defenderse, pero también para ofenderles, y acabarles, si entre los Griegos hubiera hombres de valor y cuidado. La dilación de las ejecuciones en la guerra es muy perniciosa, y muy útil cualquier presteza, que por faltarles a muchos un día, una hora y aun menos tiempo, perdieron grandes lances y ocasiones.

Rocafort después que supo que la Ciudad estaba puesta en defensa, se resolvió de pasar al estrecho de Cristopol que es la parte marítima del monte Rodope, y no detenerse, en acometer el lugar. El siguiente día con todo el campo pasó el estrecho, no sin gran fatiga, porque el camino era áspero, los bagajes muchos; y los niños, mujeres y enfermos. Los Griegos, aunque advertidos del camino que llevaban los Catalanes, no pudieron, o no osaron atreverse a impedirles el paso.

Atravesando  el  monte  Rodope,  bajaron  a  los  campos  de  Macedonia  cerca  de  ocho  mil hombres de servicio entre todas las naciones; bastante ejército para cualquier grande empresa, si los ánimos estuvieran unidos, y la muerte de Berenguer no hubiera hecho odioso a Rocafort, aun a sus propios amigos, porque desde entonces él se desvaneció y ellos se ofendieron; al fin del otoño se hallaron en medio de la provincia de Macedonia los pueblos enemigos poderosos y aun no maltratados con la guerra, pero los daños de Tracia su provincia más vecina, les sirvió de escarmiento, para prevenirse dentro de las Ciudades, y recoger los frutos de la campaña.

Cuidadosos pues los Catalanes de poner su asiento por aquel invierno en algún sitio acomodado, corrían toda la tierra, reconociendo puestos que poder ocupar, y recoger bastimentos y vituallas compradas con sangre, y con dinero. Últimamente después de haber hecho grandes daños en toda la Provincia, se hicieron fuertes en las ruinas de la antigua Casandria, uno de los mejores puestos de toda la Provincia, por estar vecino al mar, y toda la comarca de aquel cabo fértil y apacible, por los muchos senos, y entradas que el mar hace y de donde fácilmente, o por lo menos con más comodidad que de otro cualquier lugar, podían hacer sus entradas la tierra a dentro, y tener a Tesalónica cabeza de la provincia en continuo recelo de su daño.

 

CAPÍTULO LV.

PRISIÓN DEL INFANTE DON FERNANDO EN NEGROPONTE.

 

Partió el Infante de la Isla de Tarso con Ramón Montaner y mandó que se le entregase a Montaner la mejor galera que fue la que llamaban Española. Con estas cuatro galeras, un leño armado, y una barca de Montaner fueron navegando por la costa de Tracia, y Macedonia, hasta el puerto de Almiro, lugar del Ducado de Atenas, donde el Infante había dejado cuatro hombre cuando venia, para hacer bizcocho para cuando se volviese. Halló el Infante que contra la fe y palabra común le habían tomado el bizcocho, y maltratado a los cuatro que lo hacían. Tomó el Infante luego satisfacción del daño que había recibido, echando gente en tierra, y saqueando el lugar de Almiro, donde todo se llevó a sangre y fuego.

Después de haber saqueado y satisfecho la pérdida pasada de allí pasaron a la Isla que Montaner llama Espol, yo entiendo que fue la que hoy se llama el Sciro. Saqueó toda la Isla, y combatió el Castillo sin fruto. De allí tomaron el cabo de la Isla de Negroponte, quiso el Infante entrar en la Ciudad, porque cuando vino a Romania estuvo en ella, y fue muy recibido, y festejado. Montaner y los demás capitanes de experiencia le advirtieron, que no convenía poner a riesgo su persona, y la de los que con él iban, después de haber saqueado los lugares del Duque de Atenas, con quien los señores de Negroponte tenían confederación. No dio crédito a sus buenos consejos, y usando de su poder absoluto, con evidente peligro entró en la Ciudad, hallaron en el puerto diez galeras de Venecianos que habían venido a instancia de Carlos de Francia, a quien dio el Papa la investidura de los Reinos de Aragón, cuando el Rey Don Pedro ocupó a Sicilia.

Traían un caballero Francés llamado Tibal de Sipoys, para que en nombre de Carlos su príncipe tratase en Grecia nuevas confederaciones, y amistades, y particularmente de los nuestros, de  quien  esperaba  Carlos  su  remedio,  porque  tenía  pensamiento  de  venir  en  persona  por  los derechos que pretendía al Imperio, a echar de él al Emperador Andrónico. El Infante ya no tuvo lugar de arrepentirse, ni volver atrás, porque fuera dar mayor sospecha; pero antes de desembarcar quiso que le asegurasen, y diesen palabra de no ofenderle. Hiciéronlo con mucho gusto al parecer, Tibaldo el primero, y los capitanes de las diez galeras Venecianas, que se llamaban Juan Tarin, y Marco Misot, y los tres señores de Negroponte. Con esto le pareció al Infante que estaba seguro.

Saltó en tierra, donde le convidaron para asegurarle más, y quitar a las galeras la mayor defensa que era el estar allí su persona, y las de quien siempre le acompañaban que entre ellas fue la de Montaner. Apenas puso el Infante el pie en tierra, cuando las diez galeras Venecianas dieron sobre las del Infante, y el bajel de Montaner, donde acudió mucha gente, porque tenían noticia que había dentro grandes riquezas. Mataron al entrar, cerca de cuarenta hombres que se quisieron defender, y al mismo tiempo prendieron al Infante, con hasta diez de los más principales que estaban en su compañía. Tibaldo luego libró la persona del Infante, a Micer Juan de Misi, señor de la tercera parte de Negroponte; para que le llevase al Duque de Atenas en nombre de Carlos de Francia, cuya orden se aguardaría para disponer de la persona del Infante. Lleváronle con ocho caballeros, y cuatro escuderos a la Ciudad de Atenas, donde fue entregado al Duque y por su orden con muchas guardas llevado al Castillo de S. Tomer donde quedó prisionero algunos días.

 

CAPÍTULO LVI.

ROCAFORT Y SU GENTE PRESTAN JURAMENTO DE FIDELIDAD A TIBALDO DE SIPOYS EN NOMBRE DE CARLOS DE FRANCIA.

 

En este tiempo ya Tibaldo trataba de traer al servicio de Carlos a Rocafort y a toda la compañía y procuraba granjearles por todos los medios que pudo. No faltó quien le advirtió que en ninguna  cosa  podía  ganar  más  la  voluntad  de  Rocafort,  que  entregándole  dos  de  aquellos prisioneros que tenía, que el uno de ellos era Montaner, y el otro García Gómez Palacín, enemigo grande de Rocafort. Tibaldo dio crédito al aviso, y sin más averiguación embarcó en sus galeras a Montaner, y a Palacín, y él en persona partió la vuelta del cabo de Casandria, donde estaban los nuestros con Rocafort; y apenas hubo llegado a su presencia, cuando le presentó los dos prisioneros, pareciéndole que habían de ser el medio de sus amistades, y así fueron ellas tan desdichadas, pues se fundaron en la sangre, y muerte de un inocente. Entregáronse ambos prisioneros, pero con diferente suerte, porque al uno le apartaron para quitarle la vida, y al otro para darle libertad. Honraron con grandes demostraciones de contento a Montaner, y a Palacín mandó Rocafort cortarle luego la cabeza, sin darle más tiempo de vida de lo que el verdugo tardó a darle la muerte, y sin que persona alguna se atreviese a replicar sobre ello a Rocafort. Que se halle hombre tan ruin como Rocafort entre tanto soldados, y capitanes no me causa admiración; pero que entre todos ellos no se hallase un hombre de bien que detuviera, o replicara a Rocafort, advirtiéndole, siquiera, que ofendía su fama, y obscurecía sus hechos, con ejecución tan inhumana, y fuera de tiempo. Era Garci Gómez Palacín Aragonés, valiente soldado, y honrado caballero, aunque desdichado, principal capitán, y valedor del bando de Berenguer de Entenza, y Fernán Jiménez de Arenós.

Con  este  hecho  indigno  de  cualquier  hombre  que  lo  sea,  perdió  Rocafort  amigos,  y reputación; pues dar la muerte a un caballero que se retiraba como vencido a la patria, de donde no le pudiera ofender, ni impedir su grandeza, fue indicio y señal  manifiesta de su crueldad, y fiereza. Montaner como había sido Maestre Racional de nuestro ejército, y era el que mandaba todos los oficiales  de  pluma,  tenía  granjeados  con  su  buen  término,  y  verdad  los  ánimos  de todos  los soldados, y así le amaban como a padre, cosa raras veces vista amar la gente de pluma a quien ordinariamente aborrecen y murmuran, porque les parece que estando descansados, con trampas y enredos en daño de la milicia se acrecientan, y enriquecen, y ellos con mil trabajos y peligros viven siempre en una miserable suerte.

Recibieron todos a Montaner con regocijo general, y luego le dieron una posada de las mas honradas que había, y los Turcos, y Turcoples los primeros le presentaron veinte caballos, y mil escudos, y Rocafort un caballo de mucho precio, y otras cosas de valor, sin que hubiese persona de estimación en todo el ejército que no le diese algo. Tibaldo de Sipoys, y los capitanes Venecianos que le entregaron, quedaron corridos de ver que se hiciese tanta honra a quien ellos habían robado cuanto tenía, y temieron que no le hiciese daño en desbaratar sus trazas, y pretensiones; pero Montaner era cuerdo, y como no le pareció cosa segura quedarse en nuestro campo, ni las impidió, ni las favoreció.

Rocafort que hasta entonces había estado dudoso en aceptar lo que por parte de Carlos de Francia le ofrecía Tibaldo de Sipoys, porque el respeto de la casa de Aragón le detenía pero cuando tuvo por cierto que por no haber querido admitir al Infante por el rey Don Fadrique, las casas de los reyes de Aragón, Sicilia, y Mallorca, le serían enemigos, vino en lo que Tibaldo deseaba, que la compañía le recibiese por su general en nombre de Carlos de Francia, ofreciéndoles el sueldo aventajado, y grandes esperanzas, que era lo que les podía dar. Con esto le juraron fidelidad, forzados a lo que yo puedo juzgar, de la violencia de Rocafort, porque desechar a su príncipe natural, y tomar al extraño, y enemigo, no es posible que los Catalanes, y Aragoneses voluntariamente lo consintiesen, ni Rocafort lo intentase, sino por la seguridad que tenían en los Turcos, y Turcoples, y parte de la Almogavaría que ciegamente le obedecían, aunque lo que Rocafort hizo no parece que fuese traición, porque no tomó las armas contra sus príncipes, sino sólo se apartó de sus servicios: cosa en aquellos tiempos licita y usada, y mas cuando precedían agravios. Ni menos fue por aborrecimiento que tuviesen a la casa de Aragón, y amor a la de Francia, sino que quiso arrimarse por entonces al príncipe menos poderoso, para con más facilidad apartarse de él cuando sus cosas llegasen al estado en que esperaba verse.

Porque corría una voz entre muchas, que Rocafort se quería llamar rey de Tesalónica,  on Salónica, y no era esto sin algún fundamento, pues había mudado el sello del ejército que era la imagen de San Pedro, y en su lugar mandó poner un rey  coronado; señales evidentes de sus altos y atrevidos pensamientos, y que sin duda llegara a ser príncipe absoluto, si su grande avaricia, y soberbia no atajara los pasos de su próspera fortuna, al tiempo que le ofrecía un estado con que pudiera fundar, y engrandecer su casa. Que si Rocafort viviera cuando los nuestros ocuparon los Estados de Atenas, y Neopatria, tengo por sin duda que no llamaran al rey de Sicilia sino que le recibieran por su príncipe y señor; pues se pudiera hacer con muy justo título, habiendo sido Rocafort su general tantos años en tiempos de trabajos, y debajo de cuyo mando, y gobierno habían alcanzado tantas victorias, y dado glorioso fin a tan señaladas empresas.

Luego que las galeras Venecianas vieron a Tibaldo general del ejército en nombre de Carlos, partieron la vuelta de su casa y Ramón Montaner con ellas, aunque le rogaron mucho que se quedase, pero como él conocía la poca seguridad que había en la condición de Rocafort, jamás quiso quedarse, ni aun pidiéndoselo muy encarecidamente el mismo Tibaldo.

 

CAPÍTULO LVII.

MONTANER CON LAS GALERAS VENECIANAS VUELVE AL NEGROPONTE, Y EN ATENAS SE VE CON EL INFANTE DON FERNANDO.

 

Juan Tari general de las galeras Venecianas por orden de Tibaldo dio una galera a Montaner, para que llevase en ella sus camaradas, sus criados, y su ropa, y su persona se embarcó en la Capitana con Tari, de quien fue por extremo regalado, y servido. A más de esto Tibaldo dio cartas a Montaner para Negroponte, en que mandaba que se le restituyese todo lo que se le había robado de su galera cuando prendieron al Infante, y esto so pena de la vida y perdimiento de bienes, si alguno lo ocultase. Con este buen despacho partió Montaner a Negroponte con las galeras Venecianas, donde llegaron con buen tiempo y luego se notificaron las cartas de Tibaldo al justicia mayor de Venecianos. Hiciéronse luego pregones con las penas dichas a los que no restituyesen, y Juan Damici, y Bonifacio de Berona, como señores también de la Isla hicieron los mismos pregones, cuando vieron la carta de Tibaldo, supremo ministro en aquellas partes del rey de Francia. Fueron los pregones poco obedecido, porque no se hicieron sino solo para satisfacer y cumplir con esta demostración con Tibaldo, porque Montaner no cobró cosa alguna de las perdidas, ni se le dio otra satisfacción. Montaner como verdadero criado y servidor el Infante, pidió a Juan Tari que le diese lugar para ir a la Ciudad de Atenas a verle y consolarle en su prisión, que como nació súbdito de los de su casa, no podía dejar de acudir en caso tan apretado como verle preso. Tari con mucha cortesía le ofreció de aguardar cuatro días en Negroponte, en que tendría bastante tiempo para ir a visitar al Infante, y volverse; porque de Negroponte, a Atenas había solas veinte y cuatro millas.

Partió Montaner con cinco caballos, y en llegando a la Ciudad quiso ver al Duque, y aunque le halló enfermo, le dio lugar para le viese, y le recibió con mucha cortesía, y con palabras muy encarecidas le significó  el sentimiento  que había tenido  del suceso de Negroponte, cuando le robaron su galera, y ofreció que en todo lo que se le ofreciese le ayudaría con veras. Montaner respondió que estimaba mucho la merced, y honra que le hacía, pero que solo deseaba ver al Infante Don Fernando. Diole licencia el Duque con mucho cumplimiento, y mandó que en el tiempo que Montaner estuviese con el Infante, todos cuantos quisiesen pudiesen entrar en el castillo, y visitarle. Dieron luego libre la entrada de Sant Ober, y Montaner en viendo al Infante, las lágrimas le sirvieron de palabras, que mostraron el sentimiento de ver su persona puesta en manos de extranjeros. El infante en lugar de recibir algún consuelo de Montaner, fue él el que se le dio, y animó con palabras de grande valor y constancia.

Dos días se detuvo Montaner en su compañía, platicándose los medios más necesarios para su libertad, y últimamente quiso quedarse para servirle, y asistirle en la prisión, no le consintió el Infante por parecerle más conveniente que fuese a Sicilia a tratar con el Rey de su libertad. Diole cartas para el Rey, y le encargó que como testigo de vista refiriese a su tío todo lo que había pasado en Tracia, y Macedonia, acerca de admitirle en su nombre. Con esto se despidió Montaner, y fue a tomar licencia del Duque para volverse, de quien fue regalado con algunas joyas, que le fueron de mucho provecho, porque todo el dinero que traía había dejado al Infante, y repartidos sus vestidos entre los que le servían.

Vuelto a Negroponte, se partieron luego las galeras, y navegando por las costas de la Morea, llegaron a la Isla de la Sapiencia, donde toparon cuatro galeras de Riambau Dasfar, de quien ya tenía   lengua   Montaner.   Los   Venecianos   sospechosos   siempre   como   gente   de  República, apartándose con Montaner, le preguntaron si Riambau Dasfar era hombre que les guardaría fe. Respondióles que era buen caballero, y que él no sería enemigo ni haría daño a los amigos del Rey de Aragón, y que con seguridad podrían estar todos juntos, y honrar a Riambau. Con esto se sosegaron,  y  Montaner  pasó  a la galera  de  Riambau  Dasfar,  y  luego  todas  se juntaron,  y  se convidaron los capitanes con mucha llaneza y seguridad.

Llegaron a Clarencia donde se detuvieron las galeras Venecianas, y entonces Montaner se pasó a las de Riambau, en cuya compañía llegó a Sicilia, y en Castronuevo se vio con el Rey, y le dio larga relación  de lo que pasaba juntamente con la carta del Infante.  Mostró el Rey gran sentimiento, y luego escribió al Rey de Mallorca, y al Rey de Aragón, para que todos juntos ayudasen a la libertad de Don Fernando; y en este medio Carlos hermano del Rey de Francia escribió  al  Duque  de Atenas  que enviase  la  persona del Infante  al  Rey  Roberto  de Nápoles. Obedeció el Duque; y así vino el infante a Nápoles preso, donde estuvo un   año en una cortés prisión, porque salia a caza, y comía con Roberto, y con su mujer, que era su hermana. El rey de Mallorca su padre por medio del Rey de Francia le alcanzó libertad, con que el Infante vino a Colibre a verse con su padre.

 

CAPÍTULO LVIII.

PRISIÓN DE BERENGUER Y GISBERT DE ROCAFORT.

 

Los nuestros después que admitieron por Capitán general a Tibaldo, y le juraron en nombre de Carlos hermano del Rey de Francia, mantuvieron el puesto de Casandria, sustentándose de las correrías, y entradas que hacían la tierra a dentro, hasta llegar a Tesalónica donde estaba la Emperatriz con toda su Corte, con todas las riquezas y tesoros del Imperio de los Griegos, que esta ambiciosa mujer había recogido para acrecentar a sus hijos en grave daño de Miguel su entenado, sucesor legitimo del padre. Mientras Rocafort sin recelo de mudanza trataba de su aumento, y grandeza, llegó el fin de su prosperidad, y principio de su desdicha, que las más veces suele ser en la mayor confianza y seguridad del hombre; para que se conozca claramente la inestabilidad de las cosas humanas y que no hay poder que pueda en sí propio asegurarse, porque las causas de su acrecentamiento son las mismas de su ruina.

La primera causa y motivo que tuvieron sus enemigos para derribarle, fue conocer en él un grande desconocimiento de lo que debía a su propia naturaleza y sangre, pues a mas de ser cruel, era codicioso y lascivo; insufribles vicios en los que mandan, porque la vida, honra, y hacienda, bienes los  mayores  del  hombre  mortal,  andan  siempre  en  peligro.  El  deseo  de  tomar  satisfacción  y venganza de los agravios recibidos de Rocafort, con el miedo se encubrieron, hasta que tomaron la ocasión del poco caso, y respeto que Rocafort, tenía a Tibaldo, y secretamente pusieron en platica su libertad, pareciéndoles que hallarían en Tibaldo, como en hombre ofendido, el remedio de sus agravios; pues casi eran comunes a todos. Dijeron a Tibaldo que les ayudase a salir de tan dura servidumbre, y que se reprimiese la insolencia de Rocafort, pues olvidado de lo que debía hacer un buen gobernador, y capitán, atropellando las leyes naturales, usaba de su poder en cosas ilícitas, y fuera de toda razón, y de los súbditos libres como de sus esclavos, y de los bienes ajenos como suyos propios. Que ya era tiempo que las maldades de Rocafort tuviesen castigo, y sus trabajos y peligros fin que pues él era la suprema cabeza pusiese el remedio conveniente, y diese satisfacción a tantos agraviados. Tibaldo como solo y forastero, temiéndose que no fueran echadizos de Rocafort para descubrir su ánimo, respondió con palabras equívocas, ni cargando a Rocafort, ni desesperándoles a ellos.

Era el Francés hombre muy prudente, y de grande experiencia, y quiso aunque agraviado de Rocafort, tentar el camino más suave para moderarle; porque como el principal motivo de su venida había sido para tener de su parte nuestro ejército, no reparaba en su particular autoridad, sino en lo que había de ser de importancia para el Príncipe, cuyo ministro era. El primer medio que tomó fue hablar con gran secreto a Rocafort, y pedirle que se fuese a la mano en sus gustos, poniéndole delante los daños que le podrían causar. Pero Rocafot poco acostumbrado a sufrir personas que pretendiesen detener y corregir sus desordenes respondió a Tibaldo con tanta aspereza, que le obligó a poner remedio más violento, y desesperado de poder mantener a Rocafort en el servicio de su  Príncipe,  sino  se  le  consentían  sus  ruindades,  determinó  vengarse  de  él,  y  dejar  nuestra compañía.

Pero disimuló esta determinación hasta que un hijo suyo viniese con seis galeras de Venecia, a donde le había enviado algunos meses antes. Llegaron dentro de pocos días, y Tibaldo cuando se vio seguras las espaldas, envió con gran secreto a decir a los Capitanes conjurados, que le hiciesen saber en lo que estaban resueltos de los negocios de Rocafort. Ellos respondieron que juntase consejo, y que en él vería los efectos de su determinación. Diose Tibaldo por entendido, y al otro día hizo juntar el consejo, publicando que tenía cosas importantes que tratar en él. Vino Rocafort con la insolencia, y arrogancia que acostumbraba. A la primera plática que se propuso, comenzaron todos a quejarse de él; pero como hasta entonces no había tenido hombre que le osase contradecir, ni que descubiertamente se le atreviese, alborotóse extrañamente y con el rostro airado, y palabras muy pesadas, los quiso atropellar como solía. Entonces los Capitanes conjurados se fueron levantando de sus asientos, y llegándosele más, multiplicando las quejas, y acordándose de los agravios que a todos hacía, diciendo, y haciendo, le asieron a el, y a su hermano, sin que pudiesen resistirse, porque los conjurados eran muchos, y resueltos. Luego que tuvieron presos a entrambos hermanos,  y  entregados  a  Tibaldo,  acometieron  la  casa  de  Rocafort,  y  la  saquearon  toda, alargándose la licencia militar, como suele en casos semejantes, sin detenerles el respeto que debían tener a las paredes de quien había sido su General tantos años, y con su espada, y valor haberles defendido tantas veces.

 

CAPÍTULO LIX.

TIBALDO LLEVANDO CONSIGO LOS DOS HERMANOS PRESOS, DEJA EL EJÉRCITO, Y LOS LLEVA A NÁPOLES, DONDE LES DIERON MUERTE.

 

Causó la prisión de Rocafort diferentes efectos, porque sus amigos se entristecieron como participantes de sus delitos, y hubieran hecho alguna demostración de liberarle, si no dudaran de que un caso tan grave no era posible haberse emprendido sino con gran prevención de ayuda, y lados; y más que aún no había reconocido cuales eran amigos, o enemigos declarados, cosas que muchas veces suele ser de importancia para los que acometen casos tan repentinos, y prontos. Los Turcos y Turcoples que eran los fieles a Rocafort, quedaron tan pasmados y atónitos del hecho, que no pudieron tomar resolución. Los Almogávares estaban divididos, la mayor parte le amaba, la otra le aborrecía, pero toda la gente de estimación y la nobleza, como la más ofendida, era la que procuraba con muchas veras su perdición.

Aquella noche que Rocafort estaba preso, fue toda inquieta, y llena de recelos. A la mañana ya pareció que había más sosiego, porque supieron que Rocafort, y su hermano estaban vivos. Pero cuando a Tibaldo le pareció que tenía a todos los del ejército más descuidados, y seguros, una noche con gran secreto embarcó a los dos hermanos Rocafort en sus galeras, y él juntamente con ellos navegó la vuelta de Negroponte, dejando burlada toda nuestra compañía. A la mañana cuando vieron partidas las galeras, y que Tibaldo se llevaba en ellas a los dos hermanos, alteráronse todos mucho, y decían que aunque Rocafort fuese de tan ruines costumbres, era su Capitán, y no les parecía justo entregarle a sus enemigos, para que hiciesen escarnio de él, y de nuestra nación, dándole una muerte vil y afrentosa, en mengua de todos ellos. Que si Rocafort la merecía que se la hubiera dado el ejército por sus manos, y no ponerle en las de sus mayores enemigos.

Con esta platica se fueron encendiendo los ánimos atizados de los amigos íntimos de Rocafort de suerte, que llegaron a tomar las armas los Almogávares y Turcos contra los que habían señalado en su prisión, y con una furia y coraje increíble, lo iban buscando por sus alojamientos, y matando los que topaban, sin que hubiese soldado, ni caballero que se atreviese a resistirles; tanta fue la afición  y voluntad  que la gente de guerra tuvo a Rocafort,  que jamas  la pudieron borrar sus maldades, y ruin correspondencia con los amigos ni en esta ocasión pudo sosegarse hasta vengarle, y satisfacerse muy a su gusto. Quedaron muertos de este alboroto, o motín catorce Capitanes de los más conocidos enemigos de Rocafort, y otra mucha gente de los aficionado, y criados de estos capitanes, que quisieron al principio resistir. Cosa notable que los nuestros puestos en medio de sus enemigos, tres años continuos tuviesen ellos siempre guerra civil, derramándose más sangre que en todas las demás que tuvieron con extraños. Y aunque las guerras civiles son de ordinario ocasión de no tenerlas con los extranjeros, no sucedió esto a los nuestros, pues a un mismo tiempo acometían al enemigo, y se mataban entre ellos.

Tibaldo llegó a Nápoles con los dos hermanos Rocafort presos, y los entregó al Rey Roberto su mortal enemigo. El origen de esta enemistad fue no haberle querido Berenguer de Rocafort entregar  unos  Castillos  de  Calabria,  que  por  razón  de  las  paces  hechas  entre  los  Reyes  le pertenecían, hasta que le satisfaciesen lo corrido de sus pagas a él, y a su gente, y como los Reyes tienen por injuria, y atrevimiento grande, pedirles paga de servicios por medios violentos, aunque por entonces satisfizo a Rocafort, quedóle siempre vivo el sentimiento de este agravio. Mandó luego que lo llevasen a los dos hermanos al Castillo de la Ciudad de Aversa, y que encerrados en una oscura prisión los dejasen sin darles de comer hasta morir.

Fue Berenguer de Rocafort el más bien afortunado, y valiente Capitán que hubo en muchas edades, y el más digno de alabanza, si al paso de su prosperidad, no crecieran sus vicios. Sirvió al Rey  Don  Pedro,  y  a sus  hijos  Don  Jaime,  y  Don  Fadrique  de Capitán.  Después  con  nuevos pensamientos se juntó con Roger en la Asia, a donde fue con no pequeño socorro. Por muerte de Corbarán de Alet fue Senescal, Maestre de Campo, general del ejército, y después de muerto Roger, y Berenguer preso, le gobernó por espacio de cinco años, sin competidor alguno, y en este tiempo destruyó muchas Ciudades y Provincias. Venció tres batallas con muy desigual número de gente, y en una de ellas un Emperador de Oriente, y mantuvo una guerra tanto tiempo en el centro de las Provincias enemigas; y últimamente atravesó con su ejército desde Galípoli a Casandria, quemando y destruyendo cuanto se le puso delante. Nunca fue vencido, ni aun en pequeñas escaramuzas. Triumfó de todos sus enemigos, y en todas las guerras civiles y extranjeras fue siempre vencedor; pero el remate de todas estas dichas paró en una triste prisión, y miserable muerte, aunque al parecer de todos, justísimo castigo del cielo, por la sangre inocente que derramó de sus amigos, y de otros muchos que injustamente murieron a sus manos.

Gisbert de Rocafort siguió la misma fortuna que su hermano, pero según se colige de los historiadores de aquellos tiempos, no procedió tan disolutamente como él, aunque fue participante y compañero en muchos de sus delitos, y particularmente en la de Berenguer, y quizá por no tener el lugar de su hermano fue menos notado, porque los vicios se descubren más en la mayor fortuna. Quiénes fuesen estos caballeros, o de qué familia de las muchas que en Cataluña hubo de este apellido, Montaner lo calla como de muchos otras que se hallaron en esta grande empresa, que ni aun escribió sus nombres; yerro por cierto, o descuido muy notable, y de grandísimo perjuicio para las casas nobles que hoy permanecen  en estos Reinos, cuyos pasados se hallaron en esta tan señalada expedición.

 

CAPÍTULO LX.

ELIGEN LOS CATALANES GOBERNADORES, Y SOLICITADOS DEL DUQUE DE ATENAS OFRECEN DE SERVIRLE.

 

Después del miserable caso de Rocafort, y de los que por él se siguieron, que nuestro ejército no sólo sin cabeza, pero sin personas capaces de tanto peso; porque el gobierno de tan varias gentes, acostumbradas a obedecer famosos Capitanes, y envejecidas debajo de su mando, mal se pudiera entregar a quien no fuera igual a los pasado en valor, y nobleza de sangre. Roger de Flor fue el que primero los gobernó, hombre, como se dijo, señaladísimo entre todos los capitanes de su tiempo. Después Berenguer de Entenza ilustre por su sangre, y hazañas. Luego Rocafort, famoso por sus victorias; y aunque sin estos en nuestro campo había muchos caballeros, y capitanes de nombre, que pudieran ocupar este puesto, habían todos perecido por la crueldad de Rocafort, que como a émulos y competidores les procuró siempre su perdición; porque no hay razón que prevalezca en un hombre cuando se atraviesa la conservación de un puesto grande, y los medios que pone para adquirirle, y mantenerle, no repara en si son buenos, o malos, a trueque de salir con su pretensión.

Juntáronse los del consejo para elegir cabeza y considerando la falta que tenían de ellas, se resolvieron de nombrar dos caballeros, un Adalid y un Almogávar, para que por todos cuatro juntos, por consejo de los doce se gobernase el campo. Con este gobierno se entretuvieron algún tiempo en Casandria, a donde tuvieron Embajadores del Conde de Breña, que sucedió en el Ducado de Atenas por la muerte de su Duque, ultimo descendiente de Boemundo, que por faltarle sucesión dejó su Estado al Conde su primo hermano. Trajo esta embajada Roger Deslau, caballero Catalán, natural de Rosellón, que servía al Conde. Con éste se asentó el trato, ofreciéndoles de parte de su Señor, que siempre que le viniesen a servir les daría seis meses de paga adelantada, y las mesmas ventajas que habían tenido en servicio del Emperador Andrónico. Pero dudábase mucho que pudiesen ir a servirle, sino dándoles armada con que pasar; porque por tierra parecía imposible, por haber de atravesar tantas Provincias, y casi todas de enemigos, ríos caudalosos, montes ásperos, y todo esto sin haberlo reconocido. Con todas estas dificultades quedaron firmados todos los conciertos, por si en algún tiempo le fuesen a servir. Pasaron el siguiente invierno los nuestros con alguna falta de bastimentos; y así en abriendo el tiempo, trataron de desamparar a Casandria, y acometer a Tesalónica, cabeza de toda la provincia, a donde estaba la mayor fuerza de ella, porque se tenía por cierto, que ganada esta Ciudad, podrían fundar con mucha seguridad los Catalanes, y Aragoneses su Imperio en ella, y alcanzar las mayores riquezas del Oriente, por residir allí Irene mujer de Andrónico, y María mujer de su hijo Miguel, con toda su corte.

No fueron estos consejos tan ocultos al Emperador Andrónico, como se pensaba, y trató luego de prevenirse, porque conocía a los Catalanes con bríos para emprender cosas tan grandes, y al parecer imposibles. Envió Capitanes expertos a Macedonia, a levantar gente para defender las Ciudades principales. Mandó que dentro de ellas se recogiesen los frutos de toda las campañas, para asegurarse del daño que podía causar la falta de ellos, y dejar al enemigo la tierra de manera que no se pudiese mantener de lo que en ella quedaba. Mandó también que desde Cristopol hasta el monte vecino se levantase una muralla, para impedirles la vuelta de Tracia. Con esto le pareció al Emperador que acabaría a los Catalanes, si venir con ellos a las manos, que esto jamás quiso que se aventurase, porque tenía por imposible vencerlos con fuerza y violencia. Estuvo bien cerca de salirle bien estas trazas a Andrónico si el valor de nuestra gente no las hiciera vanas, y sin provecho.

 

CAPÍTULO LXI.

SALE EL EJÉRCITO DE CASANDRIA; Y PASA A TESALIA.

 

Dejaron los nuestros a Casandria, y vinieron con todo su poder la vuelta de Tesalónica, creyendo hallarla en el descuido que Ciudad tan grande y populosa pudiera tener, pero fue muy diferente de lo que se pensó, porque abastecida de provisiones, y de gente de guerra, estaba sobre el aviso. Tentaron de acometerla a viva fuerza de asaltos, pero las dos emperatrices que estaban dentro,  asistidas  de  los  mas  valientes  Capitanes  del  Imperio,  libraron  la  Ciudad;  porque  los Catalanes, reconociendo tan gallarda defensa, dejaron la empresa, y alojados en las aldeas más vecinas, corrieron la tierra para buscar el sustento; pero como la vieron vacía de gente, y de ganado, sospecharon la traza del enemigo que ellos no habían prevenido.

Trataron luego de partirse; porque ocho mil hombres, sin los cautivos, caballos y bagajes, eran número grande para poder sustentarse, y vivir de lo que el enemigo había dejado de recoger. Viendo pues la ruina inevitable si se detenían, determinaron volver a Tracia por el camino que trajeron a la venida; pero avisados de un prisionero que el paso de Cristopol estaba cerrado con un muro, y bastante gente para su defensa, tuviéronse casi por perdidos, porque creyeron también que tras esta prevención, los Macedones, Tracios, y Lyrios, y Acarnanes, y los de Tesalia, todos los pueblos vecinos, juntas sus fuerzas les acometerían, o por lo menos les defenderían el buscar el sustento, con cuya falta forzosamente habrían de perecer.

La última necesidad, como siempre acontece, les hizo resolver de atravesar toda la Provincia de Macedonia, y entrar en Tesalia, cuyos pueblos vivían sin recelo de sus espadas, porque creyeron que Macedonia, y las fuerzas que habían dentro de ella, fueran impenetrables muros para que los Catalanes los pudieran ofender. Apenas acabaron de tomar este consejo, cuando luego le pusieron en ejecución, porque Andrónico no les pudiese prevenir, y así desando a Tesalónica, recogiendo todas sus fuerzas, con increíble diligencia, porque el enemigo no les impidiese la entrada de los montes, caminaron por pueblos enemigos, tomando de ellos solo el sustento forzoso, porque el temor del peligro fue mayor entonces que su codicia, que por no detenerse, no la ejercitaban.

Al tercero día llegaron a la ribera del río de Peneo, que corre entre los montes Olimpo, y Ossa, y riega aquel amenísimo valle llamado Tempe, tan celebrado en la antigüedad. En las caserías, y poblaciones, riberas de este río se alojaron, donde convidados de su regalo, y templanza del cielo, pasaron el rigor del invierno. Dioles ocasión para este reposo el tener llana y segura la salida par Tesalia, y la abundancia de bastimentos que hallaron en las tierra, poco trabajadas antes de gente militar. Fue este valle de Tempe tan estimado de los antiguos, así por la suavidad, y templanza del aire, como por la Religión, y deidades que creyeron que habitaban entre aquellas selvas, y bosques, y en el río, que le tenían por un paraíso, y propia habitación de sus Dioses.

Los Griegos cuando supieron el camino que los Catalanes habían tomado, poco seguros de que no volviesen, no los quisieron irritar, aunque la presteza de su camino fue de manera, que aunque les quisieran seguir no pudieran alcanzarles, y quedaron con nuevos temores de gente, cuya industria, y valor excedía todas sus fuerzas, y consejos.

 

CAPÍTULO LXII.

BAJA EL EJÉRCITO DE LOS CATALANES A TESALIA, Y POR CONCIERTO DEJAN ESTA PROVINCIA, Y PASAN A LA DE ACAYA.

 

En entrando la primavera, salió el ejército del valle y bajó a Tesalia, sin haber enemigo que se le opusiese, con que libremente se hicieron contribuir de la mayor parte de sus pueblos que viven en lo llano. Hallábase entonces esta Provincia sujeta a un Príncipe de poca capacidad, casado con Irene hija bastarda del Emperador Andrónico. Estaba desavenido con su suegro, porque no quería reconocer la obediencia que debía al Imperio; porque ya en este tiempo aquella monarquía Oriental de los Griegos estaba en su última declinación, y la mayor parte de los príncipes sujetos no la querían reconocer, porque la vieron sin fuerzas, y sin ellas cualquier derecho se pierde, que la sujeción no se da sino al poderoso. Así el Imperio de los Romanos del Occidente, ha venido a quedar en un título vano de su grandeza, porque Italia, Francia, España, y Inglaterra, que en un tiempo le rindieron tributo, y recibieron sus leyes, hoy se ven libres, porque declinó su poder, y con él se perdió su derecho. Los Godos y demás naciones Septentrionales le redujeron a esta miseria.

Luego  que  el  Príncipe  de  Tesalia  supo  las  fuerzas  que  tenía  en  su  Estado,  y  que  eran superiores a las suyas, con los buenos consejeros, y ministros fieles que tuvo, alcanzó lo que otros no pudieron con las armas, que fue persuadirles con dádivas, y con ruegos, que saliesen de su Estado; y así con una cortés embajada, después de haber fortificado algunas Ciudades, y puestos en defensa, porque también fuese esto ocasión de que los Catalanes no dejasen lo cierto por lo dudoso, ofreciéronles bastimentos necesarios, y fieles espías para que los llevasen a Acaya, o a donde mejor les pareciese, y juntamente les dieron gran cantidad de dinero; porque cuando el poder es muy inferior, no se puede tener por desvalor, y mengua redimir con dinero la vejación que se padece.

Juntaronse los Gobernadores, y Consejeros del ejército, y ponderando las dificultades y peligros que pudieran suceder de quedarse en la Provincia, juzgaron por cosa útil y necesaria admitir los partidos, y caminar adelante; porque cuanto más se acercaban hacia el mediodía, tanto se acercaban a tener cerca los socorros de Sicilia y de España. Respondieron a los Embajadores, que ellos admitían el partido, y con esto el negocio quedó concluido, y luego por parte del Príncipe se les entregó el dinero, y vituallas, y ellos con mucha puntualidad partieron el día que ofrecieron de salir. Con esto Tesalia quedó libre por su industria de gravísimos daños, y los Catalanes con la misma los evitaron, porque la guerra a todos es dañosa, y muchas veces el vencedor se diferencia solo en el nombre del vencido. El camino que los nuestros tomaron, fue por la parte montañosa de la Provincia de Tesalia llamada la Blaquia, que forzosamente hubieron de atravesar parte de ella.

Zurita cuando refiere el camino que hizo este ejército recibió grande engaño, diciendo que la tierra que pasaron se llamaba Valaquia, porque no llegó a su noticia que había Provincia que se llamáse Blaquia, porque Montaner, de donde él lo sacó, la llama Blaquia, y Zurita ignorando el nombre, y corrigiendo a Montaner, la llama Valaquia, llevado de la semejanza del nombre; pero a la Valaquia no llegaron los nuestros con cien leguas. La Blaquia se debe llamar que es, según Nicetas en el fin de su historia, la tierra montañosa de Tesalia, que viene bien con el camino que los Catalanes hicieron, y con el nombre que Montaner la llama. Sus naturales se llaman Blacos, gente belicosa, y que tuvo muchos años oprimidos a los Emperadores Orientales, y aun hoy entre los Turcos conservan su nombre y valor, puesto que sujetó a tan bárbara y poderosa gente. No acaba Montaner de encarecer el trabajo que se tuvo en este camino de la Blaquia, porque siempre fue con las armas en la mano, y peleando; tanta resistencia hallaron en los naturales. Yo entiendo que una de las mayores empresas que se hicieron en esta expedición, fue el abrir camino por esta tierra tan llena de gente práctica y valiente. Al fin la atravesaron a pesar suyo, con universal admiración de los que conocieron el peligro, con las buenas y fieles guías de los de Tesalia.

Pasaron el estrecho llamado Termópilas, célebre por los trescientos Espartanos que con Leónidas murieron defendiendo el paso a Jerjes, y la libertad de Grecia. De allí bajaron a la ribera del río Cefiso, que baja del monte Parnaso, y corre hacia el Oriente, desando a la parte del Norte los pueblos llamados de los antiguos Locrenses, Opuncios, y Epiemenides, y a medio día Acaya, y Beocia. Llega este río hasta Lebadia, y Haliarte, donde se divide y pierde el nombre y le muda en el de Esopo, y Ysmeno. Esopo corre por medio de la provincia Ática, hasta que entra en el mar. Ysmeno junto de Aulide desagua en el mar Eupoyco, llamado hoy de Negroponte. Por aquellas vecinas aldeas de Locrenses se alojó nuestro campo para pasar el otoño, y invierno, y tomar resolución de lo que se había de hacer la primavera siguiente.

 

CAPÍTULO LXIII.

EL DUQUE DE ATENAS RECIBE A LOS CATALANES.

 

Así que el Duque de Atenas supo que el ejército de los Catalanes había pasado los montes, y atravesado la Blaquia, envió con mucha diligencia sus Embajadores a las cabezas del ejército, temiendo que otros Príncipes vecinos recibiesen a los Catalanes en su servicio; porque como era milicia de tanta estimación, todos procuraban tenerla en su favor, y así él con grandes ofrecimientos de pagas, y sueldos aventajados, les acordó la palabra que le dieron en Casandria de venirle a servir cuando él envió a Roger Deslau. Los Catalanes oída la embajada del Duque, les pareció más útil su amistad que la de los otros Príncipes vecinos; y así se concluyó el trato con él, que fue el mismo con que sirvieron al Emperador Andrónico.

Con estos nuevos socorros el Duque se puso en Campaña a restaurar lo que sus enemigos habían ocupado de su estado. El más vecino, y poderoso enemigo era Angelo, Príncipe de los Blacos, y el Emperador Andrónico que como Príncipe Griego aborrecía el nombre latino, y quería echar de su Estado al Duque, y a los demás Franceses que le seguían. El Déspota de Larta, llamada de los antiguos Andracia, también le apretaba con sus armas. Contra los de estos tres enemigos, que aun divididos eran poderosos, comenzó la guerra el Duque, y fue tan dichoso en ella, que no solamente reprimió la furia y rigor de sus enemigos, y defendió su Estado, pero también cobró treinta fuerzas que le habían usurpado.

Últimamente se trataron y concluyeron paces con todos, pero se hicieron muy aventajadas por parte del Duque. Todos los sucesos de esta guerra que los Catalanes tuvieron con los enemigos del Duque, no hay Historiador que lo refiera sino sólo por mayor, ni ha quedado memoria ni papel alguno de donde se pudieran sacar algo que ilustrara estos sucesos, que fueron sin duda muy notables, porque los enemigos con que se hizo eran poderosos en número, y valor. Gran desdicha de nuestra nación, que haya enterrado el silencio hechos tan memorables, que pudieran perpetuar su estimación en los siglos venideros.

 

CAPÍTULO LXIV.

DESPIDE EL DUQUE CON SUMA INGRATITUD A LOS CATALANES QUE LE HABÍAN SERVIDO SIN QUERERLES PAGAR, CON QUE LOS UNOS Y LOS OTROS SE PREVIENEN PARA LA GUERRA.

 

Luego que el Duque se vio absoluto y pacifico señor de su estado, no trató de cumplir su palabra, pagando lo que había ofrecido a los nuestros cuando los llamó a su servicio, antes bien tratándoles con poca estimación, les fue maquinando su ruina: cosa al parecer imposible, olvidarse de tan reciente y señalado beneficio, como fue restituirle en su Estado, y reprimir tan poderosos enemigos. Admiró extrañamente esta novedad, y mudanza a los Catalanes, y Aragoneses, que esperaban de su mano vivir de allí adelante con honra y comodidad; porque como el Duque se criara en Sicilia, en el Castillo de Agosta, mostraba afición a los Catalanes, y hablaba su lengua como si fuera natural y propia suya. Quedaron suspensos de verle tan trocado, cuando más prendas y obligaciones corrían. La traza que tuvo el Duque para librarse de las descomodidades que la gente de guerra pudiera causar en su Estado pacífico, fue la siguiente.

Entresacó de nuestro ejército doscientos soldados de a caballo los de mayor servicio y partes, y trescientos infantes, y repartió entre todos ellos algunas haciendas con harta moderación por todo su Estado. Quedaron estos contentísimos, y los demás también esperando de que el Duque había de usar de la misma liberalidad con ellos. Pero al tiempo que creyeron ver cumplidas sus esperanzas, les mandó el Duque que dentro de un breve plazo se saliesen de su Estado, y que cuando no le obedeciese los trataría como a rebeldes, y enemigos. Los nuestros, aunque confusos y turbados de golpe tan poco prevenido, con el valor y determinación que solían, le respondieron que obedecerían con mucho gusto si les pagaba el sueldo que se les debía, pues tan bien le habían servido, y los seis meses adelantados que les ofreció cuando vinieron a su servicio, que con este dinero podrían alcanzar bajeles para volver a su patria seguros aunque mal pagados. Replicó a esto el Duque con tanta soberbia, y con tanto desconocimiento de los servicios pasados, y dijo que se fuesen de su presencia, y se saliesen de su tierra, que él ni les debía, ni les quería pagar lo que con tanta desvergüenza le pedían: que aprestasen luego su salida, si no querían verse muertos o cautivos. Esta respuesta obligó a los nuestros, a que determinasen antes morir que salir de su tierra sin que se les diese entera satisfacción. Hiciéronle saber esta resolución; y entretanto se apoderaron de algunos puestos importantes, a donde los pueblos aunque por fuerza les contribuían para sustentarse.

Luego que el Duque supo que los Catalanes se querían defender, hizo grandes juntas de gente, así de naturales, como de extraños, para echarles por fuerza de su estado, pudiéndolo hacer con menos gasto, menos peligro, y menos nota de su ingratitud, si les despidiera dándoles las pagas que tan  bien  habían  merecido.  Al  fin  se  resolvió  de  echarles  por  fuerza,  y  para  esto  juntó  un poderosísimo ejército bien desigual con nuestro corto poder, porque de Atenienses, Tebanos, Platenses, Locrenses, Tocenses, y Magarenses, y ochocientos caballeros Franceses, llegó a tener seis mil y cuatrocientos caballos, y ocho mil infantes, aunque Montaner quiere que sean muchos más, pero en este caso me ha parecido seguir a Nicéphoro que lo escribe harto difusamente, y pudo tener más noticia por hallarse más cerca que Montaner que ya no estaba presente en esta jornada, y el Griego es muy neutral cuando no escribe los sucesos de su nación, sino de las extrañas.

Los doscientos caballos, y trescientos infantes a quien el Duque había dado las haciendas que se ha dicho, viendo el peligro de sus compañeros, y creyendo que aquel mismo rigor se había también de ejecutar en ellos, fuéronse al Duque, y le dijeron cómo entendían que aquel ejército que tenía junto era para contra sus compañeros, y amigos; y que si esto era así verdad, ellos les renunciaban las haciendas que les dio, porque tenían por mejor suerte morir defendiendo a los suyos, que gozar riquezas en paz, pereciendo ellos. El Duque, confiado de sus fuerzas, que eran tan superiores a las nuestras, les respondió con palabras tan pesadas y tan llenas de mil ultrajes y afrentas, que cuando no vinieran tan resueltos de apartarse de su servicio, sólo esta respuesta les obligara a procurar vengarse. Las palabras en todos los hombres han de ser muy medidas, y más en los Príncipes, porque de la descortesía no se puede esperar sino aborrecimiento, y las más veces deseo y cuidado de satisfacción y venganza. Palabras descompuestas causan justa indignación aun en los mas humildes. La cortesía es lazo con que se prenden los corazones, y usada con los enemigos suele ser medio para ablandarlos en el mayor ímpetu de su furia.

Con esto se fueron los quinientos a juntar con los demás Catalanes, y Aragoneses, y les avisaron de la ultima resolución del Duque, de quien dice Nicéphoro, que estaba tan arrogante y soberbio, viendo debajo de su mano tanta y tan lucida gente, que ya sus designios eran mayores que destruir a los Catalanes, porque esto lo pensaba hacer como de paso, y entrar después en las Provincias del Imperio, haciendo una cruel y sangrienta guerra hasta llegar a Constantinopla. Pero todas estas trazas atajó Dios en sus principios, porque la sobrada confianza de sí mismo nunca se logra.

 

CAPÍTULO LXV.

VICTORIA DE LOS CATALANES CONTRA EL DUQUE DE ATENAS, Y SU MUERTE, CON QUE LOS CATALANES SE APODERARON DE AQUELLOS ESTADOS, Y DIERON FIN A SU PEREGRINACIÓN.

 

Los Catalanes, y Aragoneses luego que supieron que el Duque venia marchando con todo su campo la vuelta de sus alojamientos, hicieron lo que otras veces, cuando se vieron forzados de la necesidad, que fue poner el remedio en solo su valor. Determinaron salirle al encuentro, aunque se hubiese  de  pelear  con  tanta  desigualdad.  Hallábanse  en  nuestro  ejército,  entre  todas  las  tres naciones, tres mil y quinientos caballos, y cuatro mil infantes, cuando dejaron sus cuarteles para salir a recibir al Duque. Llegaron a alojarse el primer día en unos prados por donde atravesaba una acequia muy grande, que les ofreció un ardid y traza importante para su ruina del enemigo. La yerba de los prados estaba crecida un palmo alta, bastante para encubrir el terreno. Empantanaron todos aquellos campos vecinos, por donde juzgaron que la caballería había de hacer sus primeros acometimientos. Para la suya dejaron algunos en seco, para que cuando fuese menester pudiese salir y escaramuzar por lo enjuto y firme.

Sucedióles bien la traza, porque el Duque al otro día vino con todo el ejército, tan poderoso, que fue ocasión, de su descuido en advertir los ardides del enemigo, y les pareció que sólo el lucimiento de sus armas y galas bastaba para humillar sus enemigos. En descubriendo a los nuestros ordenó sus escuadrones, y porque tenía mayor confianza de la caballería, la puso toda delante, y él en persona con una tropa de doscientos caballeros Franceses, y los mas lucidos de la Provincia, tomó la vanguardia.

Nuestra gente al tiempo que el Duque se disponía para la batalla, quiso hacer lo mismo mezclando los escuadrones y tropas de los Turcos, y Turcoples entre las suyas; pero ellos se salieron a uera diciendo, que no querían pelear, porque tenían por imposible que el Duque viniese contra los Catalanes, de quien había sido tan bien servido, sino que debía ser traza con que los querían destruir a ellos como a gente de diferente religión. No se turbaron los Catalanes, y Aragoneses en esta resolución de los Turcos, aunque por la brevedad no les podían desengañar, ni quisieron rehusar la batalla, antes con más coraje salieron a escaramuzar, y cebar al enemigo que viniese a buscar su misma muerte. El Duque con la primer tropa de vanguardia vino cerrando contra un escuadrón de infantería, que estaba de la otra parte de los campos empantanados, y con la furia que la caballería llevaba se metió sin poderlo advertir en medio de ellos, y al mismo tiempo los Almogávares  sueltos  y  desembarazados  con  sus dardos, y  espadas  se arrojaron sobre los que cargados de hierro se revolcaban en el lodo y cieno con sus caballos. Llegaron las demás tropas para socorrer al Duque, y cayeron en el mismo peligro.

El Duque como más conocido, fue de los primeros que murieron a manos de los que poco antes había menospreciado,  y maltratado  con palabras  afrentosas. Esto suele ser el fin de los arrogantes y desvanecidos, que de ordinario vienen a perecer donde creyeron que habían de triunfar. Muerto el Duque, y los que iban en su tropa, quedó lo restante del campo lleno de miedo y confusión, porque ya los Catalanes y Aragoneses les habían acometido por diversas partes; y los Turcos y Turcoples satisfechos de sus recelos, viendo que los nuestros degollaban la gente del Duque, salieron de refresco contra ella, y dieron cumplimiento a la victoria. Pereció con el Duque mucha  gente  principal,  porque  de  setecientos  caballeros  que  entraron  en  la  batalla  solos  dos quedaron vivos. El uno fue Bonifacio de Verona, y el otro Roger Deslau, caballero de Rosellón, y muy conocido en nuestro ejército, por haber venido muchas veces con embajada del Duque a nuestros Capitanes, cuando moraban en Casandria.

Fue batalla muy terrible y sangrienta, y duró más el alcance y el matar, que el vencimiento; porque en siendo muerto el Duque, y empantanadas las primeras tropas de la caballería, hubo gran desorden en lo restante del ejército enemigo, con que fue fácil el romperle. Ganada tan señalada victoria pasaron adelante, y en pocos días se apoderaron de la Ciudad de Tebas, y luego de la de Atenas, con todas las fuerzas del Estado del Duque, rendidas las mas sin esperar sitio, porque toda la defensa se había perdido en la batalla. Con esto quedaron nuestros Catalanes, y Aragoneses señores de aquel Estado, y Provincia, al cabo de trece años de guerra; y con esto dieron fin a toda su peregrinación, y asentaron su morada gozando de las haciendas y mujeres de los vencidos.

Porque  después  que  se  vieron  sin  contradicción  dueños  de  todo,  la  mayor  parte  de  los soldados se casaron con las personas más principales y más ricas de la Provincia, y quedó fundado en ella un nuevo Estado, y Señorío, que nuestros Reyes de Aragón estimaron mucho, por ser ganado, no con sus propias fuerzas, ni con la hacienda común de sus Reinos, sino por hombres particulares súbditos suyos; gran dicha de Príncipes tener tales vasallos, que los trabajos, los gastos, y los peligros vayan por su cuenta, y el fruto de las victorias, la conquista de los Reinos, la gloria de haberlos adquirido, y el mando, y gobierno de ellos sea por el Príncipe en cuyos Estados nacieron. Estaban  los  nuestros  tan  faltos  de  personas  principales,  y  caballeros  que  les  gobernasen,  que pidieron a Bonifacio de Verona, uno de los caballeros que quedaron vivos de la batalla, que fuese su Capitán. Pero Bonifacio por parecerle que tendría la misma autoridad que tuvo Tibaut, no quiso admitir lo que le ofrecían. Dos cosas por cierto extrañas hallo en este caso; la primera que pusiesen los ojos para su Capitán en un extranjero, y prisionero suyo; y la segunda que él no lo quisiese ser. Desengañados de su voluntad, hicieron Capitán a Roger Deslau, y le dieron por mujer la que lo había sido del Señor de Sola, mujer principal y rica. Con este Capitán se gobernó algún tiempo aquel Estado.

 

CAPÍTULO LXVI.

LOS TURCOS CON EL DESEO DE VOLVER A LA PATRIA DEJAN EL SERVICIO DE LOS CATALANES, Y POR EL MISMO CAMINO QUE VINIERON, VUELVEN A GALÍPOLI.

 

Los Turcos y Turcoples viendo que los Catalanes, y Aragoneses sus compañeros habían acabado su peregrinación, y que estaban resueltos de fundar en aquel Estado su asiento y vida, deseosos de volver a la patria, determinaron de apartarse de nuestra compañía, y aunque les propusieron diferente partidos para que se quedasen, ofreciéndoles Villas, y Lugares donde descansadamente pudiesen vivir, y participar igualmente con ellos del premio de sus victorias, ninguna cosa bastó a detenerles; porque decían que ya era tiempo de volver a su Tierra, ver sus amigos y deudos, y mas hallándose con tanta prosperidad y riquezas como tenían, con las cuales querían que su propia naturaleza fuese el centro de su descanso. Con esta resolución se partieron amigablemente los Turcos, y Turcoples de nuestra compañía la vuelta de su patria.

Tomaron el propio camino que trujeron cuando vinieron con los Catalanes desde Galípoli. Atravesaron toda Tracia, sin que persona alguna se les resistiese, talando y destruyendo con grande inhumanidad todas las Provincias por donde pasaron. Los Turcoples con Meleco su Capitán eran Cristianos, pero más en el nombre que en los hechos. No quiso intentar nuevo trato para volver al servicio de Andrónico, o porque dudó que no se lo admitirían, o ya que lo admitiesen receló no fuese para después de asegurarle darles la muerte; porque sabían que los Griegos y su Príncipe Andrónico estaban muy ofendidos, de que  en la batalla que los Catalanes ganaron cabo Apro, ellos fueron los primeros que desampararon a Miguel, y después dejaron las banderas Imperiales de Andrónico a quien servían, y se juntaron con los Catalanes, y Aragoneses sus mayores enemigos, y por siete años continuos destruyeron con ellos el Imperio; causas bastantes para temer cualquiera reconciliación,  que  tan  grandes  ofensas  nunca  se  olvidan.  Desesperado  Meleco  de tomar  este camino, le abrió otro la suerte para que descansase, porque el Príncipe de Servia le ofreció buen acogimiento, con condición que no habían de tomar las armas, ni usarlas sino cuando él quisiese. Aceptólo Meleco, y quedaron en Servia él y los suyos en vida sosegada y quieta, bien diferente dé la que hasta allí tuvieron.

Calel capitán de los Turcos, que llegaban al número de mil y trescientos caballos, y ochocientos infantes, entró en Macedonia, donde determinó de estar muy de asiento, hasta que con seguridad pudiese volver a su patria, y en este medio hizo tantos daños en aquella provincia, que fue forzoso, ya que faltaban las fuerzas para echarle con ellas, tratar de algunos conciertos con que le obligasen a salir. El que pareció más conveniente para entrambas partes fue que Calel desampararía la provincia si le aseguraban el paso de Cristopol, y le daban navíos con que pudiese pasar el estrecho, porque sin estas cosas, y faltándoles cualquiera de ellas, era imposible volver a la Anatolia su  patria.  Los  Turcos  entonces  practicaban  poco  el  ser  marineros,  porque  como  tenían  aun provincias que ganar en tierra firme No cuidaban de las que estaban de la otra parte del mar, y así no pudo tener Calel esperanza en los navíos de los de su nación. El estrecho de Cristopol era imposible atravesarle, por la muralla que en él se había levantado después que los nuestros la pasaron.

Avisaron al Emperador Andrónico de los pactos con que los Turcos daban palabra de salir de la provincia, y ponderando como era justo el peligro y riesgo que se ponía con su detención, y lo que toda Macedonia padecería, si los Turcos de que el paso y camino de su patria se les impidiese, y que podrían acometer a Tesalónica, o alguna otra empresa semejante a que la desesperación obliga, y acordándose cuán caro le costó el menospreciar a los Catalanes, le hizo resolver presto en el negocio, y aceptar aquellos partidos, y ofrecer a los turcos el paso libre de Cristopol, y navíos para pasar el pequeño estrecho del Helesponto. Y porque nadie los pudiese ofender, envió tres mil caballos para guarda suya, con un famoso capitán llamado Senanqrip Estratepedarea, una de las dignidades principales de aquel imperio. Con esta gente Calel, y los demás Turcos pasaron el estrecho de Cristopol y llegaron cerca de Galípoli donde se les había ofrecido que se les daría embarcación.

 

CAPÍTULO LXVII.

LOS GRIEGOS ROMPEN LA FE PROMETIDA A LOS TURCOS, Y DESCUBIERTA LA TRAICIÓN, GANAN UN CASTILLO DONDE SE FORTIFICARON.

 

Estando ya  aguardando los navíos la gente, y Capitanes  de Senanqrip, reconociendo  las grandes riquezas que los Turcos se llevaban, y que eran despojos de sus provincias, teniendo por gran vileza dejar aquellos bárbaros, siendo tan pocos, volviesen a su patria con ellos, determinaron quebrarles  el  seguro,  y  la  palabra  Real,  juzgándolo  por  menos  inconveniente  que sufrir  tanta mengua. Tuvieron acuerdo de cómo, y a que tiempo les acometerían, pareció que fuese de noche; tiempo oportuno para gente descuidada. No se trató el negocio con tanto secreto que los Turcos no tuviesen noticia de lo que contra ellos se maquinaba, en tan gran ofensa de la misma razón y justicia, y del derecho universal de las gentes, que hace inviolable la fe prometida aun al mismo enemigo.

Levantáronse aquella noche, y ocuparon un Castillo el más vecino que se les ofreció, y pusiéronse en defensa con determinación de morir vengados. Senanqrip, y sus Capitanes como se vieron descubiertos, hubo gran confusión entre ellos si era bien acometerles, o dar aviso al Emperador de lo que pasaba. Prevaleció este ultimo parecer, y avisáronle luego. Pero aunque el aviso  llegó  presto  y  a  su  tiempo,  Andrónico  tardó  en  resolverse;  falta  muy  ordinaria  de  los príncipes, y la mas perniciosa, dilatar los remedios hasta que pasa la ocasión, y vienen a llegar cuando ya no es posible que aprovechen; y esto en tanto es mas peligroso, cuanto el negocio es de mayor importancia, como lo son los tocantes a la guerra, donde los yerros pequeños suelen ser causa de pérdidas de Reinos, y Monarquías. Tardar en la elección de los pareceres que se han de seguir, es peor que ejecutar el que se tiene por menos conveniente.

Viose bien este caso, de cuanta mayor importancia fuera para Andrónico, o mandar que luego se pelease con los Turcos, o darles navíos para pasar el estrecho, porque cualquiera de estas dos cosas que hiciera, que eran las que le tenían suspenso y dudoso, fuera mas acertada, que con la tardanza  de  resolverse  darles  tiempo  para  que  les  viniese  socorro,  y  lugar  de  fortificarse  y prevenirse, como lo hicieron. Porque desengañados los Turcos de que los Griegos no les guardarían palabra, como gente desesperada, hicieron grande esfuerzo en avisar a los de su misma nación, pues estaban de la otra parte del estrecho, y éstos como supieron el peligro en que se hallaban Calel, y los suyos, y las grandes riquezas que tenían, con bajeles pequeños, y en muchos viajes pasaron gran multitud de Turcos en su socorro, y viéndose tantos juntos, no solamente trataron de defenderse pero comenzaron a correr la tierra como prácticos en ella.

 

CAPÍTULO LXVIII.

LOS TURCOS VENCEN A MIGUEL, Y HACEN GRANDES DAÑOS EN TRACIA.

 

Hasta que el emperador Andrónico, temiendo que aquellos pocos enemigos iban tomando fuerzas, se acabó de resolver en acabarlos de una vez: resolución que por poco le costará la vida a Miguel Paleólogo su hijo, porque él en persona emprendió la jornada con la gente de guerra que tenía, y gran multitud de villanos que los traía más la codicia de recoger los despojos, que de pelear. Tenían todos por cierto, que en viendo los Turcos al emperador Miguel, y el fausto y vanidad de los cortesanos, se rendirían; y fue tanto el descuido de los Griegos, que como si fueran a caza vinieron la vuelta de los Turcos, sin ordenar escuadrones, olvidados de todo punto del manejo ordinario de la guerra, o fuese por ignorancia, o por parecerles inútil cualquier prevención para tan poca gentes. Los Turcos como no tenían otro remedio sino pelear, o morir vilmente, dejaron las mujeres, niños y haciendas dentro los reparos de sus fortificaciones, con bastante número para su defensa, y salieron a encontrarse con el enemigo setecientos caballos.

Venia el emperador Miguel muy descuidado, pensando hallar a los Turcos no en la campaña, sino defendiendo el poco espacio de tierra que habían fortificado, y cuando descubrieron la tropa de los setecientos caballos que les salían a recibir, fue tanta la turbación de los Griegos y desorden de los villanos, que antes de ser acometidos fueron rotos. Cerró junta la tropa de los setecientos caballos turcos por la parte donde vieron los estandartes, y el guion del emperador Miguel, que ni estaba en parte segura, ni con la defensa que debiera. Los villanos a este tiempo ya habían vuelto las espaldas y desamparado el puesto que se les encargó, y tras ellos muchos soldados de quien Miguel tenía alguna confianza, y así se vio en un punto sin pelear vencido. Perdió el guion, y aunque con voces, y ruegos procuró detener los que huían, no fue oído ni creído.

Viéndose solo, y que los Turcos  le apretaban,  volvió las  riendas a su caballo,  lleno  de lágrimas, y tristeza, y huyó como los demás. Los turcos le siguieron, y si algunos capitanes y soldados honrados no volvieran el rostro al enemigo para entretenerle, hubiéranle sin duda alcanzado; pero los Turcos detenidos de estos pocos que les hicieron resistencia, dejaron de seguir el alcance, y pusieron todas sus fuerzas en rendir a los que se defendían, que a poco rato los acabaron, y con esto dieron fin, y remate a la victoria. Saquearon los alojamientos, y tiendas de Miguel, y en la que él estaba alojado hallaron mucho dinero, y joyas de grandísimo valor y entre ellas una corona imperial con piedras finísimas de precio inestimable. Esta vino a las manos de Calel, y haciendo donaire de la dignidad imperial se la puso en la cabeza, afrentando de palabra al que con tanto deshonor suyo la había perdido.

Una de las causas de esta rota de Miguel, fue pelear con gente a quien había quebrado la palabra, que como el guardarla se debe por derecho universal de las gentes, y todas las leyes divinas, y humanas nos obligan a ello, permite Dios tales sucesos, y que los Bárbaros triunfen de los Cristianos como en castigo de tan execrable maldad. Debieran los griegos acordarse lo que les costó pocos años antes no guardarla a los nuestros, pues estaba a pique de perderse el imperio griego, si los Catalanes, y Aragoneses tuvieran algún príncipe que les alentara.

Después de esto los Turcos soberbios, y atrevidos con la victoria tan sin pensar alcanzada, corrieron por toda la provincia de Tracia talando, y destruyendo lo que podían, sin que Andrónico se les opusiese; y esto por el espacio de dos años, con tanto temor de los naturales, que dejaron de salir a cultivar la tierra.

 

CAPÍTULO LXIX.

PHILES PALEÓLOGO VENCE A LOS TURCOS, CON QUE TODOS QUEDARON MUERTOS, O PRESOS.

 

Mientras el emperador procuraba traer milicia extranjera para levantar ejército, por no poderle formar de la propia, Philes Paleólogo pariente suyo, hombre tenido hasta entonces por encogido y que sólo trataba de estarse quieto en su casa, le pidió que le diese licencias, y poder juntar la gente que quisiese ofreciéndose de tomar a su cargo la jornada.

Andrónico advirtió la bondad del hombre, y pareciéndole que debía ser enviado de Dios para remedio de tantos daños, determinó de encargarle la guerra, y dejársela hacer a su modo, porque tenía por cierto que sus pecados eran causa de tantos malos sucesos pues no bastó un grande ejército para vencer tan poco numero de Turcos; y así puso solo su esperanza en la bondad de Philes, a quien dio dinero, armas y caballos, y la gente que quiso.

Salió Philes en campaña, y antes encargó a todos que se confesasen, porque de otra manera era imposible alcanzar algún buen suceso. Distribuyó la mayor parte del dinero en limosnas con los pobres, y en los Monasterios, para que estuviesen en continua oración: remedios generales para todos los trabajos, con los cuales se aplaca la ira, y se alcanza la misericordia de Dios. Hecho esto, envió por muchas partes a descubrir al enemigo.

Tuvo luego aviso que Calel con mil y doscientos caballos corría las campañas de Bizia, donde había hecho una gran presa. Con esta nueva caminó tres días, después que partió de las aldeas vecinas a Constantinopla, y asentó su alojamiento cabe el río que los naturales de la provincia llaman Xerogipso. Y al cabo de dos días que allí estuvo, cerca de la media noche, llegó el aviso como los Turcos estaban cerca cargados de grandes despojos. Préparose Philes para la batalla, y al salir del sol se descubrieron clara y distintamente de ambas partes.

Los Turcos con gran priesa pusieron los carros alrededor de los cautivos y presa, haciendo su acostumbrada oración así lo cuenta Gregoras, y echándose polvos sobre la cabeza. Al tiempo de pelear, Philes acometió al enemigo; pero el que gobernaba el cuerno derecho, matando   por sus propias manos dos turcos, fue herido en un pie, de suerte que se hubo de salir de la batalla.

Esto turbó de manera la gente que peleaba en aquel lado que casi estuvo desbaratada, si Philes con su valor no los animara y detuviera. Peleóse gran rato, pero la victoria inclinó a la parte de Philes, y los Turcos desbaratados y vencidos, habiendo gran parte de ellos muerto en la batalla, huyeron. Siguióse el alcance hasta que los Turcos llegaron a un Castillo donde se habían fortificado. Prosiguió su victoria Philes, y en pocos días llegó a ponerles sitio. El Emperador cuando supo el buen suceso de la jornada, envió algunas galeras de Genoveses a guardar el estrecho, para que a los cercados no les pudiese venir socorro. Viéndose los Turcos tan desesperados, por tener todos los caminos de su remedio cerrados, determinaron salir del Castillo de noche, morir como hombres.

A Philes le llegaron dos mil caballos Tribalos, y muchos Genoveses, con que se apretase mas el sitio. Los Turcos por ver a Philes más poderoso no mudaron de parecer, antes con nuevo coraje y brío, salieron de noche, y acometieron los cuarteles del campo, pero fueron rebatidos y echados con gran perdida suya. Otra noche volvieron a probar su fortuna, y dieron en las tiendas y alojamientos de los Tribalos, de donde volvieron muy mal tratados. Resolvieron por ultimo remedio desamparar el Castillo, y tomar la vuelta del mar donde estaban las galeras de los Genoveses, en quien pensaban hallar alguna misericordia por no tenerlos ofendidos.

Era la noche muy oscura, y así muchos de los Turcos pensando ir hacia el mar, daban en manos de los Griegos, que los mataban sin piedad. Los demás llegaron a la lengua del agua, dice Nicéphoro que los Genoveses mataron muchos de ellos, y muchos cautivaron, pero Montaner añade, que esto fue debajo de palabra que los pasarían a la Anatolia sin hacerles daño, y que cuando los tuvieron dentro en sus galeras, les echaron en cadena, y mataron. Como quiera que ello sea, los Turcos compañeros de los Catalanes, y Aragoneses acabaron en esta jornada, después de haber ellos solos inquietado el Imperio cerca de tres años, retirándose quinientas millas que hay, o poco menos, desde Atenas hasta Galípoli; y aun para destruirles, con ser tan pocos, hubo Andrónico de valerse de los Tribalos, y Latinos, y con todo se tuvo por milagro que Dios obró por medio de Philes, porque cuando vieron a Miguel desbaratado y vencido, les pareció que ya no serian bastantes fuerzas humanas para resistirles, sino que se había de acudir a las divinas.

 

CAPÍTULO LXX.

DE ALGUNOS SUCESOS DE LOS CATALANES Y ARAGONESES EN ATENAS.

 

Los Catalanes, y Aragoneses ya firmes y seguros en las Provincias de Atenas, y Beocia, gobernáronse algún tiempo por Roger Deslau, como arriba dijimos, pero poco después, o por muerte de Roger, porque se cansaron de su gobierno, y le arrimaron, enviaron embajadores al rey Don Fadrique, a quien amaban de corazón, por mas agravios y menos precios que de él hubiesen recibido, y le suplicaron fuese servido de darles Príncipe y Señor que les gobernase.

El Rey con esta embajada túvose por satisfecho del sentimiento pasado por no haber querido admitir al Infante D. Fernando su sobrino en su Nombre. Pero como Rocafort, de quien se tenía por cierto que fue el autor de este consejo, era ya muerto, y ahora le ofrecían lo mesmo que entonces pretendía, no pasó adelante su enojo, aunque para mí entiendo que por mas vivo que estuviera su desabrimiento, no dejara perder tan buena ocasión de acrecentar a su hijo con un Estado tan grande.

Tuvo el Rey Don Fadrique su consejo de la persona que les enviaría, y pareció por entonces nombrar al Infante Manfredo su hijo segundo por Príncipe y Señor de aquellos estados, y por tal le juraron los Embajadores en nombre de toda la compañía.

Pero por ser aun Manfredo de pocos años, no quiso el Rey su padre que fuese por entonces, sino enviar a Berenguer Estañol, hombre de mucho valor, y prudencia, para que mientras el Infante creciese, le gobernase en su nombre. Contentáronse con esto los Embajadores, que también traían facultad de la compañía de poderle admitir. Partió Berenguel Estañol juntamente con ellos con sus galeras para Atenas, donde fue bien recibido, por verse ya los Catalanes, y Aragoneses debajo de la protección de sus Príncipes naturales, y hubiéranlo procurado antes, si Rocafort por sus particulares intereses no impidiera estos tan honrados pensamientos.

Llegado Berenguer Estañol a tomar el cargo y gobierno de nuestra gente, tuvo luego guerra con los Príncipes comarcanos, cuando con unos, cuando con otros; porque lo tomó por medio conveniente para conservarse en aquellos Estados, por ser cosa muy asentada entre los Catalanes, que han de ocuparse siempre en alguna guerra extranjera, por escusar las disensiones domesticas y civiles; que la ociosidad suele despertar en la fiereza de su natural. Este consejo tomaron prudentísimamente los Catalanes de Atenas, como a principal medio para su conservación. Tenían por un lado al Emperador Andrónico, con quien pocas veces estuvieron en paz, por otro al Príncipe de la Morea, y por otros dos al Déspota de Larta, y al Señor de Braquia.

Mientras peleaban con los unos, hacían treguas con los otros; y así se conservaron muchos años con tanta reputación en Oriente, que he leído en la Historia del Cantacuseno, sacada a la luz por el Padre Pontano, que rehusando el mismo Juan Cantacuseno, por no dejar el lado de Andrónico el nieto, salir de Constantinopla a gobernar una Provincia, dio por disculpa que la Provincia estaba vecina de los Catalanes, y no podía ir a ella sin mucha gente de guerra, y esta disculpa pareció bastante, y se la admitieron. Y en un discurso que trae Zurita de un Fraile Dominico, animando al Rey de Francia para la conquista de la Tierra Santa, dice que los Catalanes ya habían abierto el camino, y que sería lo más importante de la empresa tenerles de su parte, y alentarles, para que también emprendiesen la jornada.

Mientras que Berenguer Estañol vivió, y fue cabeza y Capitán en Atenas, tuvieron guerras continuas, no con todos a un tiempo, pero ya con unos, ya con otros, sin tener jamás ociosas sus armas.

Muerto Estañol, volvieron segunda vez a pedir al Rey Don Fadrique Gobernador y caudillo que por el Infante Manfredo les rigiese.

Don Fadrique quiso darles persona señalada; y así mandó venir de Cataluña al Infante Don Alfonso su hijo, y con diez galeras le envió muy bien acompañado para que gobernase el Estado por su hermano Manfredo. Fue Notable el contento que recibieron los Catalanes, y Aragoneses por tener prendas de la casa Real de Aragón entre ellos. No gobernó mucho tiempo Alfonso por su hermano Manfredo, que murió de allí a poco. Entonces Don Fadrique envió a decir a la compañía, que  admitiesen  por  su  Príncipe  y  Señor  al  mismo  Alfonso  que  los  gobernaba.  Con  esto  los Catalanes, y Aragoneses quedaron del todo contentísimos, y tuvieron por seguro su Estado, pues había de asistir con ellos su Príncipe.

Pusieron gran cuidado en casarle, para que en sus hijos, y descendientes se conservase el Señorío. Diéronle por mujer la única heredera de Bonifacio de Verona, a quien ellos amaron y honraron mucho todo el tiempo que vivió, y después de muerto quisieron que en su descendencia se perpetuase el mando y gobierno de aquel Estado. Tenía esta señora la tercera parte de la isla de Negroponte, y de trece Castillos en la tierra firme del Ducado de Atenas. El Infante Don Alfonso tuvo en ella muchos hijos, y ella vino a ser una de las mujeres mas señaladas de su tiempo, aunque Zurita no siente en esto como Montaner a quien yo sigo. Con esto daremos fin a la Expedición de nuestros Catalanes, y Aragoneses, hasta que tengamos larga y verdadera noticia de lo que sucedió en el espacio de ciento y cincuenta años que tuvieron aquel Estado.

 

FIN.