LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO | cristoraul.org |
CREACION DEL UNIVERSO SEGUN EL GÉNESIS |
NUEVO TESTAMENTO
San Pablo
San Pedro
San Juan
------------------------------------------------------------------ EL LIBRO DEL APOCALIPSIS------------------------------------ INTRODUCCION
ESPECIAL AL NUEVO TESTAMENTO Regresamos a la Eternidad. No que alguna vez nos hayamos ido, pero sí que la línea de Tiempo sobre la que nos movemos nos hace olvidar que la Creación está fundada sobre el Principio de la Participación en la Vida Eterna del Creador. La estructura de nuestro mundo no nos da para tener la cabeza continuamente en las cosas del Cielo mientras los pies pisan una Tierra sujeta a maldición por culpa, precisamente, del Hombre. El
Hecho es que la Responsabilidad del Creador para con su Creación no
es un invento del hombre. Dios asumió esta Responsabilidad una vez que
se alzó como Creador de Vida a su Imagen y Semejanza. De no haber vencido
este Reto de Creación a su Imagen y Semejanza no cabría en Dios Responsabilidad de ninguna clase por el Futuro de la vida creada.
Pero, Dios Venció. Ya lo expuse en la Historia Divina de Jesucristo.
En la Historia
Divina de Jesucristo traté el Tema de la Revolución que condujo a Dios a levantarse
como el Brazo Creador en el Origen del Nuevo Cosmos. No me repetiré.
El paso del Sistema de la Increación, es decir, el sistema cosmológico
natural al Infinito y la Eternidad, al Sistema de la Creación, sistema
cosmológico que tiene en el Ser Divino la Fuente de la Fuerza que le
da su Origen, se consumó en la Victoria de todas la más Grande que podía
alcanzar Dios: Dar Luz a Tú-Dios, su Hijo, Dios Verdadero de Dios Verdadero,
Nacido de la Naturaleza Increada de Dios, Engendrado para ser la Causa
Metafísica de su Creación y Creador Activo, por quien, para quien y
en quien Dios Padre hace todas las cosas.
Esto dicho,
el Hecho es que una vez consumado el Proceso de Formación de la Inteligencia
del Dios en el Árbol de las Ciencias de la Creación, cerrado este ciclo
con el Nacimiento de su Hijo, ya no cupo marcha atrás. La Increación
dio paso a la Creación. Dios, Infinito y Eternidad devinieron una sola
cosa: la Trilogía padre y madre del Nuevo Cosmos. Sin embargo
las cosas comenzaron a torcerse apenas la Creación comenzó su andadura.
Crear seres para participar en la vida eterna de su Creador es una maravilla.
Ahora bien, que Dios llame dioses a sus criaturas y que estas sean dioses
verdaderos son dos cosas muy diferentes. No en vano, tratando este tema,
Dios nos dejó su respuesta por escrito: “Dioses sois, pero moriréis
como cualesquiera de los mortales”. Más claro, imposible. La Vida
eterna no es cuestión baladí. Vivir eternamente es algo muy serio. Cierto,
para quien es Eterno por Naturaleza no cabe otra realidad ni le cabe
imaginarse otra. El Hecho
es que el Paraíso que Dios creó para que a la luz de su Existencia compartieran
vida los Mundos creados y por crear, según fueron pasando los días comenzó
a emprender su cuesta abajo hacia el Infierno. ¡Fue descubierta la Guerra!
¡La Guerra como pasatiempo! ¡La Guerra como prerrogativa de los dioses! La Guerra
se hizo. Al Infierno se le abrieron las puertas del Paraíso. Escándalo
en las Alturas. Horror en la Tierra. Se había declarado la Guerra Total.
La Muerte pedía paso, exigía en la Creación su espacio, si no el que
tuvo en la Increación, cuando Vida y Muerte fueron las dos caras de
la misma moneda, sí un Nuevo Espacio, no otro que el que ocupa el Campo
de Batalla en el que los dioses, es decir, los hijos de Dios, se divertirían
jugando a ser dioses. En efecto, la Muerte reclamaba el Paraíso como
espacio para su Infierno. La Creación
estuvo al borde del Precipicio. ¡¿Qué trabajo le cuesta a Dios borrarlo
todo y comenzar de nuevo?! Le basta provocar un nuevo big bang en el que toda la masa
del universo se transforme en luz, como lo hizo al Principio. Y Fin
de la Historia del Primer Imperio de Dios, Padre e Hijo. Se falló
en el Primer Intento. ¡Qué se le va a hacer, Hijo! Las Intenciones
fueron buenas, santas, benditas, pero ... pero no pudo ser. Todos, inocentes
por pecadores, de regreso al polvo del que fueron tomado. Y se acabó.
La próxima vez Dios tendría más cuidado de no dejarle a la Muerte y
su Infierno abiertas las puertas de su Nuevo Imperio. Había que
reconocer que lo de vivir eternamente podía ser no tan divertido para
criaturas a las que se les hacía partícipe de la vida divina, pero que,
al final del día, eran sólo eso, criaturas sacadas del polvo cósmico. II REGRESO
AL DILEMA DE DIOS. Mas el Problema
con Dios está en su Espíritu. No crea para matar el aburrimiento. No
crea para darse aires de Dalí. No crea para tener de rodillas, muerta
de miedo, a su creación. No. Para nada. El Problema de Dios es su Espíritu.
Dios es Pasión Pura. Su Pasión es un Fuego que no se consume nunca.
Su Problema es el Amor. Dios ama ser quien ÉL es. Dios ama ser el que
es. Dios no se oculta. NO se avergüenza, NO pide perdón por ser quien
es. “YO SOY EL QUE SOY”. Como las
lentejas, las tomas o las dejas. La decisión
es de cada cual. El Problema no es Suyo. El Problema es de los que no
les gusta como Él es. Él No crea ni para sentirse superior ni para que
le aplaudan. Su Amor por la Creación es Pasión pura, un Fuego que no
se consume nunca. Aunque toda su creación se levantase para contestarle
su forma de ser, Él seguiría siendo el que es, un Creador de Mundos. El Problema
es de quien quiere ser dios ... contra natura. Este Problema
estuvo creciendo durante mucho tiempo en el seno de la Casa de los hijos
de Dios, no de este Mundo, esos hijos, no de nuestro mundo entre los
que Dios distribuyó las familias del Género Humano (recordad el Cántico
de Moisés) antes de los días de Adán: hijos de Dios que adoptaron a
los hombres para conducirlos hacia la Civilización. Dios quiso
cerrar esa locura (querer ser dioses verdaderos) que se había abierto
espacio en la mente de algunos de sus hijos. En cuanto Creador, Dios,
ciertamente, puede crear y crea Vida a su Imagen y Semejanza para hacerla
Partícipe de su Existencia y gozar de la Vida Eterna a la Luz de la
Ley de su Reino, Ley forjada en el Fuego de su Paternidad, y que como
tal extiende sobre toda su Creación sus brazos de Padre amantísimo.
Ahora bien, Dios no puede ser creado. Dios no es un estadio alcanzado
por un ser que fue avanzando en la eternidad según fue recorriendo el
infinito. Dios es Increado. Dios no puede crear a Dios. En fin, ya toqué
este Tema en La Historia Divina de Jesucristo, no quiero repetirme en
lo que ya está escrito. El Hecho es que esta Verdad Final marcó el Fin
del Antiguo Cosmos y el Principio del Nuevo Cosmos en el que vivimos. Esto dicho,
en el Acontecimiento de la Caída del Primer Reino que se alzó sobre
la faz de la Tierra, cuya Corona bajó del Cielo y fue depositada en
la cabeza de Adán, el Alulim de la Lista Real
Sumeria, padre de Noé, padre de Abraham, padre de Israel, padre de Judá,
padre de David, padre de Salomón, rey, padre de Zorobabel, padre de
Abiud, Padre de Jacob, padre de María, esposa
de José, hijo de Resa, hijo de Zorobabel,
hijo de Natán, profeta, hijo de David, hijo de Jacob, hijo de Abraham,
hijo de Noé, hijo de Adán, esposo de Eva, madre de Sara, esposa de Abraham,
padre de Israel, padre de David, padre de Jesús, hijo de David, hijo
de Abraham, hijo de Noé, hijo de Adán, hijo de Dios; en el Acontecimiento
de la Caída del primer rey que conoció la Historia de la Tierra, Dios
se encontró con un Problema Definitivo, Total, Apocalíptico. Sobre la
sangre del Género Humano una parte de la Casa de sus hijos se atrevía
a reclamarle la Divinidad Natural que les corresponde a quienes son
hijos de un Dios Verdadero, y siendo dioses, y por serlo, estando más
allá de toda ley, heredan el Derecho y la Potestad de convertir la Creación
en su Campo de Juego Preferido: la Guerra. En el Acontecimiento
de la Caída del reino de Adán, padre de David, padre de Jesús, hijo
de María, el Creador se encontró delante de un Dilema para la Eternidad.
Una de dos, o destruía en su Cólera toda su Obra, haciendo volver al
polvo toda vida que del polvo creó, o se entregaba a producir la Revolución
que habría de conducir a la Refundación de su Creación sobre una Nueva
Base y Fundamento. Como ya
lo expuse en La Historia Divina de Jesucristo, la elección que Dios
tomó fue la lógica. Hacer que inocentes paguen la culpa de los pecadores
no va con su Espíritu. III REGRESO
AL PARAÍSO DEL EDÉN Pero una
Persona es Dios y otra Persona es su Hijo. La Caída de Adán la sufrió
el Primogénito de los hijos de Dios con el dolor de quien siente la
muerte, por asesinato, de su hermano pequeño. En su Juventud y desde
la Caída hasta que su Padre le dio a conocer su Elección para ser el
Campeón del Género Humano, el Hijo de Dios reclamó para sí la Venganza
de la sangre de su hermano pequeño. Desde el Día en que su hermano pequeño
fue asesinado hasta que se hizo hombre su Corazón ardió en el deseo
de ser Él el Elegido para ser el Campeón de cuyo Puño habría de servirse
Dios para, en reclamación de la sangre de su hijo Adán, aplastarle la
cabeza al asesino. Así nos lo presenta Dios al final de su Libro, entrando
en la Escena de la Historia del Género Humano montado sobre su Caballo
de Guerra, cubierto de sangre su Manto Regio, pintado con el Rojo de
la Sangre de los enemigos de su Reino. Fue con
este Corazón de Venganza sin cuartel que el Hijo de Dios se encarnó
en el seno de la Virgen María de Nazaret. Él hijo de Dios se hizo hombre
con el Corazón plantado en Liberar a la Tierra de la Ley de la Maldición,
conquistar las naciones para su Creador, aplastarle la Cabeza al Traidor
a su Creador y Restaurar la Historia de nuestro Mundo acorde a los fundamentos
originales trazados por Dios, su Padre, al principio de los tiempos. Y fue con
este Corazón que el Hijo de Dios, hecho hombre, a la edad de doce años
aproximadamente, irrumpió en el Templo, se plantó delante de todos los
sabios, santos y doctores de la Ley de su Pueblo movido por la sanísima
intención de descubrirse como el Hijo de David, ese Mesías anunciado
por las Escrituras, nacido para heredar la Corona de su padre Adán,
cuyo Trono se extendería desde un confín al otro extremo de las cuatro
regiones de las Tierra, de esta manera abriéndole al Género Humano el
Regreso al Paraíso. ¡Qué pena!
Hubiera sido todo tan bonito. El Mundo de un Niño Divino. Todos felices,
todos comiendo perdices. Al frente de su Pueblo el hijo de David derrumba
al César, es investido rey en la Tierra con los poderes del Rey de reyes
que era en el Cielo, la Paz del Mesías se extiende sobre todas las naciones
y su Libertad cubre todas las regiones del planeta; el Hijo de Dios
viene con la Inteligencia de quien “dijo y así se hizo”, Creador de
Luz y Firmamento, el Ser Todopoderoso que le dijo a las estrellas, “poneos
entre la luz y las tinieblas”, y asi lo hicieron. ¡Qué hermoso! De la
barbarie inhumana del mundo romano a una Civilización fundada sobre
los Principios de la Ciencia de la Creación. Alegría sobre alegría.
¿Por qué no lo hiciste? ¿Te dio miedo acaso el César? ¿Te measte en
los pantalones al imaginarte a las legiones romanas frente a los ejércitos
del Mesías, tu ejército? NO, para
nada. Era que descubriste allí mismo, en el Templo de Jerusalén, que
Dios habla por la boca de su Creación, que al igual que se sirve del
Brazo de un hombre para reclamar justicia, se sirve de la boca de un
hombre para hablarle a otro hombre. Y en este caso, Jesús, Dios te estaba
hablando a tí, directamente, por la boca de
Simeón el Joven, ese Anciano ante quien tus padres, José y María, te
presentaron en el Templo dando por ti Fe de Vida. Te estaba diciendo
que Dios reclamaba la Muerte de Cristo. La Necesidad de la Muerte de
Cristo era escatológica, de esa Muerte dependía la Salvación, no de
este mundo solo, sino la de la Creación entera. Duro descubrirlo.
Duro oírlo. Tu Padre te mandó a la Tierra para ser su Cordero, ese Cordero
sobre cuya Sangre y por cuya Sangre sería redimido el Pecado de todos
los hombres de la Tierra. Y ¿cómo
se atreverían los hijos de Abraham a ponerle las manos encima al Hijo
Primogénito de Dios, su Unigénito, el Hijo de sus entrañas, por el Amor
al cual Dios daría por bueno la destrucción de todo el universo si esta
disyuntiva se le plantase delante? Gran dilema.
Tremendo el problema. Los Judíos conocían a Yavé Dios, Padre de este
Jesús sobre quien Él extendería su Paternidad eterna; si por la sangre
de sus Profetas condenó Yavé Dios una y otra vez a los hijos de Israel
al destierro y a su ciudad a la destrucción, de tocarle un cabello a
su Hijo Amado ¿cuál sería el castigo que Yavé Dios, Señor de los Profetas,
haría caer sobre Jerusalén y los Judíos? ¿Veinte siglos en el Exilio,
perseguidos como perros, marcados como las bestias, masacrados sin piedad
por todos los pueblos de la Tierra, eternos fugitivos de nación en nación,
sin casa, hasta vivir la última de las penas: el exterminio de toda
su raza? Ni locos pondrían los Judíos un dedo, ni la uña de un dedo
sobre el hijo de David. El hijo
de David tenía, pues, un problema. La Necesidad de la Muerte de Cristo
era escatológica. Dios entregaba su Cordero a fin de limpiar en su sangre
el Pecado del Mundo en la Ignorancia del Pecador sobre el Origen de
su Pecado. Jesús debía
ofrecerse a sí mismo como Cordero, es decir, como el Cristo de Dios,
a fin de dar a conocer Dios su Responsabilidad en la Caída en tanto
en cuanto Dios sabía que aquel “toro había ya acorneado antes”, y en
cuanto dueño “le correspondía a su dueño pagar el rescate por el daño
ocasionado a las víctimas”. ¡¿Qué iba
a hacer Jesucristo?! Pedirles que les crucificasen para que la Redención
se realizase sobre su sangre?! ¿Qué iba
a pedirles Jesús a los Judios, que pusiesen
las manos sobre el Ungido de Yavé Dios, quien para mayor inri era el
mismo Hijo Primogénito de Dios, elegido por el Señor Dios para vengar
la muerte de su hijo Adán? Gran dilema.
Tremendo problema. ¡Cómo hacer realidad la Redención sobre un Sacrificio
Expiatorio que envolvería a los Judíos en la Muerte por asesinato del
Mesías, del hijo de David, del hijo de aquel Adán hijo de Dios por cuya
muerte otro hijo de Dios, no de este Mundo, ha sido condenado a Destierro
Eterno de la Creación! Ni locos pondrían los Judíos las manos sobre
Jesús, el hijo de David! Y, sin embargo,
si no lo hacían, si Cristo no moría, no habría Redención, o lo que es
lo mismo, obligando, por temor a Dios, a Jesucristo a declararse Rey,
lo ponían en el Trono, quisiese o no quisiese, para poniéndose al frente
de su Pueblo hacer lo que de Niño su Padre le dijo que no hiciera a
no ser que quisiese condenar a su Creación, en un Futuro no muy lejano,
a su Destrucción Total. ¡Cómo proceder!
¡Cómo mover todas las cosas a fin de que los Judíos, expuestos ante
la disyuntiva de ellos o Él, verse obligados a Crucificar al Cristo
de las Profecías! La Respuesta
era clara. Los Judíos tenían que tomarlo por un loco. Los Judíos tenían
que creer que el Poder de un dios lo había vuelto loco. Porque, en efecto,
dónde está el cuerdo que teniendo el Poder de que todo lo que le sale
por la boca se haga realidad al instante, se dedique a curar ciegos,
sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y deja para nunca el Hecho de
los hechos, la Hazaña de las hazañas, ser el rey del mundo, el señor
de todas las naciones, el hombre más poderoso del planeta. ¿Seguir a
este Mesías? hasta el fin del mundo, sin condiciones, sin abrir la boca,
sin decir palabra. Pero ¿al otro?, ¿a ese otro ese que resucita muertos,
multiplica panes y peces, atrae hacia sí todas las muchedumbres, y cuando
lo declaran y le piden que se declare rey de Israel en Jerusalén, se
oculta, se pierde en la nada y aparece en ninguna parte? ¡Ese es un
loco! Está loco. Ha perdido el juicio, tanto poder le ha nublado la
razón. Nadie, ni Moisés ni Elías juntos, este Jesús de Nazaret tiene
el poder de un dios, está bendecido por el Poder del mismísimo Dios,
pero ... no está bien de la cabeza. Está loco. ¿Sería esa
causa suficiente para obligarles a ponerles la mano encima al mismísimo
Hijo de Yavé Dios, Señor de Abraham? Estaba Roma.
Las muchedumbres eran vigiladas, y cuando lo aclamaban rey, los romanos
estaban allí para certificarle al Gobernador romano que una rebelión
se estaba preparando, que el tal Mesías les daba largas, pero que les
daba largas hasta que las muchedumbres fuesen tan numerosas como el
desierto de Judá. El Sumo Sacerdote y su Corte de Jerusalén lo negaban
todo, pero el hecho es que tampoco hacían nada y las muchedumbres eran
cada año más numerosas, y cada año aclamaban más alto a su Mesías como
su rey. Roma debía prepararse para aplastar a sangre y fuego una rebelión. La Causa
contra Cristo estaba servida, Jesús se la había servido a Roma. Jerusalén
no estaba dispuesta a poner su mano sobe el Mesías. Porque Jerusalén
había reconocido que ese Jesús de Nazaret era el Mesía. El Problema
era que este Jesús de Nazaret ni se declaraba abiertamente el Mesías,
ni reclamaba el trono de David que le correspondía por Herencia Divina
y Humana. ¡Estaba loco! Jesús de Nazaret había perdido el juicio, se
pasaba el tiempo curando cojos, mancos, tuertos, endemoniados, tontos,
perdonando prostitutas, acusando a los doctores de Ley de perversión,
llamando cueva de ladrones a los sacerdotes del Templo. Ni quería alzarse
contra Roma ni ser alzado rey. ¿Qué quería el hijo de David? era la
cuestión. La Decisión
Final Judía contra Cristo empezó a ser tomada cuando Pilato le juró
al Sumo Sacerdote, Caifás, que, o acallaba el tumulto o lo callaba él
a sangre y fuego, lanzaba sus legiones contra las muchedumbres, no dejaba
cabeza sobre hombro. Inmediatamente después caerían las de todo el Sanedrín,
desde la de Caifás hasta la del último doctor de la Ley. Era la vida
de un hombre por la de todo un pueblo. IV REGRESO
AL MUNDO DE LOS DIOSES El Hijo
de Dios hizo lo que hizo porque en sus manos estaba el Futuro de la
Creación entera. La Cuestión de la Necesidad de la Muerte de Cristo
tocaba tanto al Género Humano cuanto a los Mundos ya creados y a los
que en la Eternidad han de venir a luz. La Creación tenía que cerrarle
la Puerta a la Muerte. El Árbol de la Ciencia del bien y del mal tenía
que ser talado, desmembrado y echado al fuego a fin de que su semilla
no vuelva a encontrar su camino de regreso a la Creación. Podía o no
podía hacerlo el Hijo de Dios. Era su Decisión. Dios le había dado todo
el Poder sobre su Creación. Estaba en su Mano decidir proclamarse Rey
en Jerusalén y reconducir la Historia del Género Humano hacia su Futuro
Original. La Semilla del Árbol de la Guerra volvería a encontrar tierra
buena entre los hijos de Dios, y más tarde o más temprano el Infierno
volvería a caer sobre el Paraíso. Así una vez y otra hasta que Dios
Padre decidiese destruir toda su Obra. Si esto es lo que Dios Hijo quería
y decidía, así se haría. Habiendo Dios creado al Hombre para vivir y
respetar su Libertad, con cuánta más voluntad respetaría la Libertad
del Hijo de sus entrañas increadas. Ambas decisiones implicaban un dolor,
una para ya, la otra para más allá. La Muerte
de Cristo firmaba la Sentencia contra los Judíos, una sentencia por
la que su nación sería destruida y durante los dos próximos milenios
serían perseguidos como perros por todas las naciones del mundo. La
Muerte de Cristo implicaba al Género Humano en una Continuación de siglos
sujeta a guerras sin fin, viviendo el Horror de estar viviendo en un
Infierno cuya consumación sería un apocalipsis suicida global. La Muerte
de Cristo implicaba una era de persecuciones contra los Cristianos que
por amor a su Rey serían masacrados sin piedad por Judíos, Romanos,
Bárbaros, Musulmanes, Rojos... La Muerte de Cristo era más de lo que
había tenido el Género Humano durante los últimos milenios. La Muerte
de Cristo habría de romperle el Corazón al propio Jesús. ¿Pan para
Hoy y Hambre para Mañana? El Hijo de Dios decidió lo que era mejor para
la Creación: sufrir un poco más este Infierno y vivir por siempre jamás
en la Alegría de un Reino cuyo Paraíso de Paz y Libertad no será amenazado
jamás por la eternidad de las eternidades. La Muerte
de Cristo representa el Fin de una Corona, la del Rey de reyes y Señor
de señores del Imperio de Dios, y el principio de un Reino Universal
Sempiterno gobernado por el mismo Dios en la Persona de su Hijo, Cabeza
de un Cuerpo de hijos de Dios engendrados en el Fuego del Espíritu Santo,
hecho Hombre, para la Inmunización de la Creación contra la Semilla
de la Muerte, que es la Guerra. Tal es la
Historia que los Evangelios nos ponen delante de los ojos. Parece más
que evidente que de haber conocido los Judíos el Pensamiento de Dios
hubiesen preferido ser masacrados por Roma que haber entregado a su
Hijo. Mas para haber estado en situación de tomar esta decisión hubiesen
tenido que conocer el Pensamiento de Cristo, o lo que es lo mismo, hubiesen
tenido que ser los confidentes de Jesús, lo cual hubiese hecho imposible
que la Historia tomase la dirección que le estaban dando Padre e Hijo.
No olvidemos
que ni los propios Discípulos entraron en esta Confidencia; el escándalo
de los Discípulos cada vez que les decía su Maestro que el hijo del
Hombre teñía que morir, está escrito. No fueron hechos partícipes del
Pensamiento de Dios hasta Pentecostés, que el Paráclito, o el Espíritu
Santo en forma de lenguas de fuego, entró en ellos y por el Poder de
Dios se les descubrió en instantes lo que durante años fueron, aun teniendo
delante al Hijo de Dios, incapaces de descubrir por sí mismos. De haber
conocido la dirección que el Maestro llevaba ellos mismos lo hubiesen
creído un loco. El caso
de Judas Iscariote no deja dudas al respecto. El Templo no toma su decisión
final de entregárselo a Pilatos sino cuando Judas le descubre a Caifás
que el Maestro no tiene ninguna intención de declaraese
rey y alzarse contra Roma; ni tiene intención tampoco de retirarse de
su Oficio de Milagrero. Y Pilatos quería su cabeza ya. O para la próxima
manifestación de la Muchedumbre sacaba la legión y procedía al exterminio
de la Rebelión de los Judíos contra el César. Lección
Maravillosa de Señorío sobre la Historia Universal la que nos presenta
Dios en el Evangelio de su Hijo. Produce, dirige y lo mueve todo acorde
a su Sabiduría eterna, a cuya Razón se ordena la Creación entera. Lógicamente
si la Necesidad era de Muerte, la Resurrección era de Vida Eterna, pues
la Creación entera reclamaba al Elegido de su Creador para sentarse
en el Trono del Reino de Dios como Señor Todopoderoso sobre la Obra
de las manos de su Padre, En cuanto
al Derecho Legítimo a la Encarnación del Hijo Unigénito de Dios para
Vengar la Muerte de su hermano pequeño, la Ley fue firme en este Capítulo:
De la sangre de un hombre por la mano de otro hombre reclama Dios justicia;
y siendo Adán hijo de Dios, el Derecho asistía la Elección del hijo
Primogénito de Dios. El Problema estaba en el Acto de la Encarnación.
Ahora bien, considerando que el Primogénito de Dios es su Unigénito,
y que siendo el Hijo Espíritu, como su Padre lo es, su Encarnación estaba
en su Naturaleza. Acto que no hubiese podido ser cumplido de haber sido
el Elegido otro cualquiera de los hijos de Dios, quienes al tener su
Origen en la Materia, como todos, semejante Acto no procedía. Alegría,
por tanto, en el Cielo, y alegría en la Tierra. Ya lo anunció Dios antes
de que la Encarnación cobrase Historia: “Voy a hacer una Obra que si
os la contara no os la creeríais”. Ellos no
la creyeron; nosotros, sí.
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