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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLO

SÉPTIMA PARTE

Sobre la Razón Clara

 

El nacimiento de la edad atómica trajo a luz la falacia suicida sobre cuyo teorema demencial las naciones se dejarían arrastrar al holocausto de la segunda guerra mundial. En pocas palabras: En el mundo del Derecho la inocencia se mantiene hasta que no se demuestre lo contrario. Sobre este principio se mantiene a salvo la manipulación de la justicia por los poderosos y por los que pueden comprar a los jueces. Pero este principio aplicado al mundo de la ciencia se transforma en una falacia demencial cuando se pretende mantener la veracidad de una hipótesis hasta que no se demuestre su falsedad.

Negando la esencia misma del espíritu científico, que trabaja con hechos frutos de la experiencia, y movidas por el fracaso de la ciencia para descubrir la verdadera faz de la realidad universal, e incapaces de reconocer esa imposibilidad para con sus propias fuerzas alcanzar la verdad subyacente en la estructura del cosmos, las primeras generaciones científicas del siglo XX concibieron el teorema suicida que salvaba la doctrina de la omnipotencia de la Razón predicada en el siglo XIX de la quema y les adjudicaba la victoria pasajera del que tiene la verdad mientras no se les demuestre lo contrario.

No se puede refutar científicamente lo que científicamente no se puede demostrar. Personalmente no creo que haya que ser un genio para desenmascarar la falacia ideológica con la que, para paliar su fracaso y no reconocer la imposibilidad de la Razón humana para sin su Creador alcanzar la Verdad, los científicos de las primeras generaciones del siglo XX elevaron a los altares. Como no voy a seguirle el juego a aquéllos genios que pusieron la ciencia al servicio del más fuerte, la Alemania de Hitler, y cuando olieron la derrota se limpiaron las manos, quien huyendo a la Rusia de Stalin, quien a la América del Tío Sam; pues que no voy a entrar en el juego de la refutación científica de una hipótesis sin ningún fundamento científico sí quiero resaltar dos cosas. La primera, que en la gran batalla final entre los dos monstruos apocalípticos hubo un factor común. Ni más ni menos que el haber sido sus pueblos los apóstoles del odio al mundo católico durante los siglos que precedieron a la forja y fragua de sus mundos. El mundo ortodoxo ruso, heredero del antiguo mundo bizantino, en el que el odio al mundo católico se convirtió en odio al mundo occidental, y la nación protestante por excelencia en la que el odio al mundo católico se transformó en la ideología de la superioridad de la raza, como un fuego que se devora a sí mismo se devoraron entre ellas.

Fenómeno curioso que nos enseña cómo el odio no muere sino que se trasforma; y cómo si la verdad engendra la paz de la guerra tenemos que deducir su origen, la mentira.

Pero dije que tenía dos cosas a señalar, la primera ha sido el fenómeno tan curioso de haber sido precisamente las dos iglesias que se declararon las más santas y condenaron a la iglesia católica al infierno por ser el verdadero anticristo, precisamente ellas fueron las que sufrieron el milagro de la transformación de sus pueblos en verdaderos monstruos. Y la segunda cosa que tenía que decir es que aquel teorema fundamental del materialismo científico de la edad atómica no fue un invento de la Ciencia en cuanto ciencia. El primero que lo usó en su terreno y demostró el poder de semejante falacia fue precisamente el Lutero que retó al mundo católico entero a refutar desde la Sagrada Escritura lo que desde la Sagrada Escritura no se podía demostrar. Que la ciencia alemana rescatara un teorema que por herencia le pertenecía a la nación alemana no es ninguna casualidad. Sin embargo dejemos que hablen los hechos y no las palabras.

 

Refutación de la tesis 1: Que cuando Jesucristo dijo “haced penitencia” no quisiera decir que el Reino de los cielos es alegría, felicidad, exaltación, confraternización, fortaleza, entendimiento, sabiduría, inteligencia, amistad, amor más fuerte que la tormenta y el huracán y los temblores de tierra y los golpes e incluso que el martirio, y en función de la alegría futura soportar el dolor pasajero, esto no es demostrable ni por la razón clara ni por la Sagrada Escritura. No hay que más que abrir la Biblia y ver la respuesta de todos los que le conocieron y le siguieron hasta el fin del mundo para comprenderlo. Que quisiera decir que el Reino de los cielos no es sino miseria de alma y de espíritu, caras largas, corazón siempre agobiado por lo malo que fuimos y cosas por el estilo, para demostrar esto tendríamos que preguntárselo al propio Jesucristo. ¿Cómo refutar mediante la Sagrada Escritura lo que tiene su fundamento en la mente de alguien que la interpretó según su peculiar punto de vista? Entonces si mañana viene un Lutero II y dice otra cosa ¿habrá que condenar al infierno por anticristo al Lutero I porque el Lutero II lo diga? Y si más delante todavía viene un Lutero III y jura que ni el I ni el II fueron buenos ¿qué haremos, tiraremos al I y al II a la basura? ¡Genial! La cuestión es porqué interpretar lo que Jesucristo dijo. Jesucristo está ahí para responder por sí mismo sobre lo que dijo, ¿por qué no preguntárselo a Él y que Él diga qué es lo que quiso decir y dice?

 

Refutación de la 2: Cuando Jesucristo comparó el Reino de los cielos con algo lo hizo con el mundo de los niños para señalarnos que esa vida llena de fuerza con el mundo entero por delante, es la fuerza que opera por el Bautismo y trae esa nueva vida cuya vocación es la vida eterna. ¿Por qué buscar en la Sagrada Escritura demostración o refutación de lo que forma parte de la experiencia? A no ser, claro, que no se haya nacido del Espíritu.

 

Refutación de la 3: Que cuando Jesucristo dijo haced penitencia quisiera decir que amén de llevar una vida interior miserable exteriormente debemos coger el látigo y suministrarnos una paliza de vez en cuando no se puede refutar por la Sagrada Escritura porque la Sagrada Escritura no está al servicio de los dementes. Pero si hay entre todos los santos vivientes de la iglesia alemana alguno que pueda demostrar con sus Artes filosóficas y teológicas que Jesucristo predicó el masoquismo perpetuo como penitencia sacramental no se calle y responda.

 

Refutación de la 4: Que Jesucristo predicara el odio al Yo propio hasta la muerte no se puede refutar por la Sagrada Escritura porque no se puede demostrar por la Sagrada Escritura lo que la Sagrada escritura no contiene. Que Jesucristo predicara el amor al Yo propio como condición de amor al prójimo y como salvación de la dignidad personal ante el ataque de quienes buscan la transformación del hombre en un monstruo, esto sí se puede demostrar por la Sagrada Escritura. De todas formas mantengo lo dicho, ahí está El en persona para dar a conocer lo que quiso decir y lo que mantiene.

 

Refutación de la 5: Que el obispo de Roma, como cualquier otro sacerdote, puede remitir, es decir, perdonar las penas impuestas por él, y no las impuestas por Dios o la justicia humana, esto se demuestra por la Sagrada Escritura cuando Jesucristo dijo: “A los que les perdonéis los pecados les serán perdonados”. Es evidente que no puede remitirle la pena al Diablo. Ni puede remitirle la pena a quien un juez condena a prisión por su delito. La estupidez implícita en esta tesis no necesita refutación; se refuta ella sola.

 

Refutación de la 6: No se puede demostrar por la Sagrada Escritura, sino en base a la Fe, que lo que ate el sacerdote en la Tierra quede atado en el Cielo, y viceversa. Ni se puede refutar mediante la Sagrada Escritura que la culpa subsiste aunque el perdón sea otorgado. Lo que parece evidente a la inteligencia es que si un juez absuelve al delincuente aunque este no acepte la sentencia su delito queda anulado. Lo contrario es tomar al lector por imbécil.

 

Refutación de la 7: No se puede refutar por la Sagrada Escritura una declaración que no encuentra ningún fundamento en la Sagrada Escritura, ya que Dios, siendo Juez de toda su Creación, tiene la potestad de absolver sin necesidad de acompañar el ejercicio de su bondad con la humillación de aquél sobre el que extiende su misericordia. Lo que sí sabemos es que Dios sometió toda su Creación a su Hijo. Que se la sometiera a los siervos de su Hijo esto ya no es demostrable ni se puede demostrar por la Sagrada Escritura. Contra la Sagrada escritura Lutero estaba afirmando una mentira.

 

Refutación de la 8: Nada dice la Sagrada Escritura sobre cánones penitenciales. De manera que tampoco se puede demostrar nada sobre el particular. En este orden cada cual puede creer lo que mejor le convenga. Pero que a los moribundos ni basándose en los cánones ni basándose en ninguna regla deba imponérsele nada se demuestra por la ley de la caridad que, incluso en el mundo real, abre su misericordia a los delincuentes que se hallan al borde de la muerte. Otros sistemas judiciales, con todo, persiguen al delincuente hasta su lecho de muerte, cuando no sacan su cadáver de la tumba y lo profanan incluso.

 

Refutación de la 9: En nada y para nada puede demostrarse o refutarse que el Espíritu Santo nos beneficie en la persona del obispo de Roma en este capítulo. Que esta costumbre eclesiástica sea el precedente en el que la justicia social ha levantado su misericordia para con los moribundos, a los que absuelve y libera de su pena, es otra cuestión, que honra a la iglesia católica.

 

Refutación de la 10: Tampoco puede demostrarse ni refutarse por la Sagrada Escritura que un sacerdote haga bien o mal mandándole penas a la tumba al que se murió. Del hecho se deduce que o bien el muerto era más malo que un demonio o que el sacerdote tenía el corazón como una piedra y si en vida odió al difunto en muerte le deseó lo peor. Cada cual, sacerdote u obispo, tendrá que responder de sus actos ante su Señor.

 

Refutación de la 11: No se puede refutar ni demostrar por la Sagrada Escritura que la transformación de la pena canónica en pena para el purgatorio fuera sembrada mientras los obispos dormían, pero sí puede demostrarse por la Sagrada Escritura que el Diablo sembró la suya mientras los Obispos lo hacían.

 

Refutación de la 12: Que la pena canónica debe imponerse antes de la absolución parece de cajón y consecuente con el espíritu de los primeros cristianos. Pero que la absolución del pecado deba estar condicionada a una pena canónica esto no se puede demostrar ni refutarse desde la Sagrada Escritura.

 

Refutación de la 13: Si los moribundos son absueltos de todas sus culpas entonces el Juicio de Dios sobre los muertos sería contra Justicia. Si por el contrario, con la muerte los moribundos quedan libres de las penas canónicas contraídas en vida esto ni se puede demostrar ni se puede refutar por la Sagrada escritura porque nada dice la Sagrada escritura al particular. Lo que parece natural es que si quien tiene el poder para atar y desatar lo tiene, a diferencia del cuerpo que queda liberado de la sentencia por la muerte, el alma permanece sujeta a ese poder. Mientras quien ata y desata no haga lo propio la pena subsiste.

 

Refutación de la 14: Que conforme el hombre se acerca a la muerte mayor es su miedo a la posibilidad de la vida después de la muerte es de cajón. No hay que ser cristiano ni invocar a la Sagrada Escritura para demostrar o refutar semejante obviedad.

 

Refutación de la 15: Tampoco hay que acudir a la Sagrada Escritura para demostrar que ese horror a la muerte del que habla Lutero no es suficiente motivo de espanto a los ojos del que ama el mal. Afirmando que ese horror es suficiente para convencer a los hombres para dejar de hacer el mal Lutero niega la Sagrada escritura que dice que el miedo al Juicio no detuvo a Satanás.

 

Refutación de la 16: Nada dice la Sagrada Escritura de la diferencia entre el purgatorio, el Infierno y el Cielo, a no ser que el Cielo es felicidad y el Infierno castañear de dientes. Meterse a discutir semejante necedad es rebajarse al nivel del necio que sacó el tema creyendo soltar una gracia.

 

Refutación de la 17: Del necio son las necedades. Esto sí se puede demostrar bíblicamente. Que las almas de los muertos puedan sentir horror o caridad, de ninguna manera.

 

Refutación de la 18: Ni se puede demostrar bíblicamente que los difuntos estén excluidos de vida espiritual ni se puede refutar desde sus páginas lo contrario. Abrir un diálogo sobre el estado espiritual en el que se encuentran los difuntos, afirmando o negando sobre ellos, es argumentar por argumentar. Quien se toma en serio a tal charlatán no puede razonar bien.

 

Refutación de la 19: Más de lo mismo. Ninguno hemos vuelto de la muerte. Ninguno sabemos más de lo que creemos. Afirmar o negar en este terreno es seguirle la corriente a un necio. Si alguno puede demostrar con la Biblia en la mano si las almas de nuestros difuntos tienen consciencia o no de su estado de bienaventuranza, que alce la mano.

 

Refutación de la 20: Repetición de una tesis anterior en la que quedó claro que el obispo de Roma, lo mismo que cualquier sacerdote, no puede perdonar más que las penas impuestas en función de su ministerio y en razón del alcance de su poder para perdonar los pecados. De manera que si no puede imponer penas sin pecado sí puede absolver pecados sin imponer penas. Hasta donde alcance este Poder no lo dice la Sagrada Escritura.

 

Refutación de la 21: Yerra quien cree que puede comprar la absolución de su pecado. Esto sí se puede demostrar con la Sagrada Escritura en la mano. La Absolución Universal -siendo a lo que se refiere la indulgencia plenaria- sólo puede ser otorgada por el Juez Divino. Lo otro ni puede ser demostrado ni refutado desde la Biblia.

 

Refutación de la 22: Como hemos dicho, el obispo de Roma, lo mismo que sus consiervos, puede atar y desatar según la extensión de su alcance ministerial. Lo que ayer fue atado puede ser desatado hoy. Esto sí puede ser demostrado por la Sagrada Escritura, a no ser que el ejercicio de este acto de santidad contravenga el decreto sobre la infalibilidad pontificia.

 

Refutación de la 23: Es de cajón que los perfectos no necesitan remisión de ninguna naturaleza, a no ser que la necesite el propio Cristo. Afirmando que sólo los perfectos se merecen la Absolución Universal se niega el Poder del Hijo del hombre para sellar sentencia Final acorde a su Libertad Divina. Pero si de lo que se trata es de saber si el obispo de Roma tiene el Poder del Hijo del hombre entonces lo que hacemos es rebajar nuestra inteligencia a la de los demonios, que pidieron para sí la Igualdad con la Naturaleza Divina.

 

Refutación de la 24: No teniendo Cristo necesidad, por su perfección, de remisión plenaria de ninguna naturaleza, no existe engaño cuando se predica que todos, por nuestra imperfección, necesitamos del perdón de nuestros pecados.

 

Refutación de la 25: No puede afirmarse ni refutarse por la Sagrada Escritura que el obispo de Roma sea padre ni santo, así que con menos razón puede encontrarse en la Sagrada Escritura que el obispo de Roma tenga más o menos jurisdicción sobre las almas de nuestros difuntos que cualquier sacerdote de aldea. Volver a meterse con los muertos es una falacia.

 

Refutación de la 26: Se puede demostrar por la Escritura que el obispo de Roma en colegialidad con los obispos de todas las iglesias tiene las Llaves del Reino de los cielos.

 

Refutación de la 27: Se puede demostrar por la Escritura que la Fe ni se compra ni se vende. Pero no se puede refutar por la Escritura que por la venta de sus bienes y distribución entre los pobres el rico compre la salvación de su alma.

 

Refutación de la 28: No hay que invocar a la Biblia para saber que en creciendo la riqueza de la Iglesia creció la avaricia de sus obispos. En cuanto a si la Intercesión por las almas de los muertos depende de la voluntad de Dios ¿qué no depende de la Voluntad de Dios?

 

Refutación de la 29: Esperaremos a preguntarle a los santos Severino y Pascual.

 

Refutación de la 30: ¿Cómo puede demostrarme a mí nadie mi seguridad o mi desconfianza sobre mi propio arrepentimiento? ¿Qué se supone que soy, tonto? ¿Este era el concepto que Lutero tenía de su pueblo?

 

Refutación de la 31: Y como ya dije y me repito, ojalá que de esos penitentes que se odian a sí mismos de por vida y se administran una buen paliza de vez en cuando para no dejar de odiar a todo el mundo, ojalá que de estos no quede ni uno al presente. Si alguno de los herederos de Lutero puede demostrar que la Sagrada Escritura el cristiano que busca es ése, que lo demuestre dándose una paliza en público.

 

Refutación de la 32: “Serán eternamente condenados...” Heil Luther, morituri te salutat.

 

 

CAPÍTULO 33.

El Don divino

 

-Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.

 

Hemos de lamentarnos todos, hijos, siervos y pueblo de Dios, de que el obispo de Roma diera aquél concierto de acciones en el origen de esta disputa cuya polémica ha llegado hasta nosotros. También que siendo esta disputa la menor de entre esas acciones fuera ésta la usada por los colegas italianos del obispo romano para ocultar la naturaleza del verdadero show del que se derivó el desprestigio romano en particular y el desprecio hacia la iglesia católica en general.

Todo el mundo conoce la historia de la Segunda Pornocracia Pontificia. O al menos todo el que tenga una inteligencia despierta. Porque inteligencia la tenemos todos, pero mientras unos duermen y como si no la tuvieran, otros estamos de pie y hacemos uso de ella a pleno pulmón. Cabe decir pues que algunos Pastores equivocan el sentido de la Misión Sacerdotal de Apacentamiento, y donde debieran poner Pacificación Fraterna entre todos los cristianos y las iglesias, ellos ponen la Nana de la Olla, la que duerme la inteligencia y reduce al ser humano a un animal sujeto a ritos, tradiciones y leyes de la santa madre iglesia. Los que estamos de pie hablamos y hablamos sobre lo que vemos y oímos. Esos que han encontrado en la anulación de la inteligencia, es decir, la anulación de la Creación de Dios, que ha hecho al Hombre a su Imagen y Semejanza, por inercia tienden a levantar el grito defendiendo unas barrigas a cuya salud venden las ovejas más rollizas al propio Diablo. (Recuerdo que esto es una crítica, no un juicio; en el Juicio no habrá crítica sino sentencia, y los actos delictivos tendrán en la perversión de la Misión del sacerdote y la transmutación del Templo en un negocio su acusación letal. regresemos al debate)

La Primera Pornocracia Vaticana quedó atrás y perfiló el desprecio de la iglesia bizantina hacia aquella iglesia occidental gobernada por rameras vestidas de papas y criminales vestidos de obispos. La parte de este desprecio del mundo ortodoxo bizantino contra aquella iglesia romana revolcándose en la sangre y en el vicio tuvo una parte decisiva en la posterior ruptura, la ocurrida en el 1054. Los historiadores vaticanistas han querido ahogar en el olvido y enterrar en el silencio la influencia que el comportamiento anticristiano de sus amos ejerció sobre el Cisma de Oriente. Nosotros, lejos de aquéllos días, y aunque el celo por la Casa de Dios arda en nuestras venas al recordar la vida y muerte de aquellos demonios con sotanas sembradas de pedrerías, no podemos cerrar los ojos y absolver a una parte para condenar a la otra. Sobre ambas cabezas pende la espada del Juicio, la que el Juez tiene en su boca. Pero allá cada cual con la paga que haya de recibir por sus obras.

El caso es que a la vuelta de la esquina, el siglo de la primera Pornocracia alejándose en la memoria, y el que le siguió perdiéndose en la distancia, a cual de los dos más divertido, un sucesor de aquellos obispos romanos elevó la condición del obispado de Roma a la categoría de la Sede de un Olimpo de dioses, el dios de dioses él mismo. Con sus Dictatus Papae el bueno de Gregorio VII realizó la utopía del Diablo: ser como dios. Un trecho más y la lucha por el trono divino se traduciría en la Segunda Negación de Pedro, período que llamaron ellos el Cisma de Occidente.

De manera que apenas había sido digerida la segunda negación cuando la tercera hizo su entrada. Médicis, Sforzas, Borgias, todos en la misma cama del obispo de Roma con la bendición de sus colegas italianos. El mundo al acecho, el Cielo queriendo taparse los ojos. Vergüenza. Vergüenza. Desolación. Tres veces negó Pedro a su Maestro; tres veces negó su sucesor a su Esposa. El pecado de la Reforma fue grande pero no menos lo fue el de la iglesia italiana al causar con su conducta la ruptura de la Unidad de la Iglesia. Perdón, perdón, meas culpas ¿y seguimos como si no hubiera pasado nada?

Lutero buscaba un objetivo y conocía perfectamente la ignorancia de su pueblo. Fue forzado por sus errores a cumplir su destino. Vemos sin embargo que su crítica se hizo eco de las palabras que soplaban en el viento y se decían en Misa como si fueran palabra de Dios. Si este disparate se dijo alguna vez "las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios" -que se dijo, según lo chivata Lutero en esta tesis. !!Cómo no justificar la cólera producto del escándalo que en el espíritu cristiano semejante doctrina provocó!! Pero conociendo la doctrina vaticanista sobre la divinidad -pues la Infalibilidad sólo le es natural a Dios- tonto el que se escandaliza de sus doctrinas.

 

 

 

CAPÍTULO 34.

La satisfacción sacramental

 

-Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.

 

Con todo, lo que sorprende es que Lutero no entre en el meollo. Quiere prevenir al pueblo, y lo hace, pero no denuncia la doctrina con la intención de quien quiere provocar un choque frontal a muerte. Es cauteloso. No parece que vaya buscando crear la División; se diría que va buscando llamar la atención sobre su persona. Yo me atrevería a decir que su propósito no era tanto abrir un abismo entre él y el obispo de Roma cuanto llamar la atención sobre su persona. No olvidemos que su carrera eclesiástica había sido hasta entonces meteórica. Pero había tocado techo.

¿A qué más podía aspirar un monje alemán de pueblo?

Hombre, como poder aspirar Lutero podía aspirar a llegar a ser Papa. Cualquier sacerdote, monje o fraile podía sentarse en el trono del dios de Roma. De hecho en la historia del papado no faltaban casos. Habían sido mucho los monjes que habían llegado a sentarse en el trono de Roma.

Lutero no podía ignorarlo. Oyéndole declarar estas tesis uno diría que por la idea que se había hecho de lo que puede o no puede un Papa había acariciado la idea y se había respondido a la pregunta: qué es lo que haría yo si llegara a ser Papa. De hecho el tono que emplea en esta disputa no es el del polemista anticatólico que se las está viendo con el anticristo. En comparación con el lenguaje de Savonarola, cuya trágica muerte a manos del Alejandro VI no podía ignorar Lutero, el tono de estas tesis es astuto, discreto y críptico. Si la idea de estas Tesis era enjuiciar al Papado, a dos pasos de la Segunda Pornocracia Vaticana que se hallaba el autor, la suavidad y ternura con la que ataca al obispo romano es de una delicadeza tal que se puede decir que estaba acariciando a la bestia en lugar de rodearla para matarla.

Lo que pretendía y lo que no quería Lutero lo iremos descubriendo. De todos modos y a pesar de que yo esté abriendo el Acontecimiento al conjunto de fuerzas que en aquél tiempo estaban convulsionando el escenario de la Historia Universal y señale la lucha violenta entre Dios y el Diablo que se estaba celebrando desde el Año Mil de la primera Era de Cristo, sería una maldad imperdonable por mi parte acusar a Lutero de saber lo que estaba haciendo. Martín Lutero era un alemán de pueblo, hijo de una familia valiente que se había abierto camino en la sociedad aprovechando la dirección favorable de los vientos. Su padre no era rico pero sí tuvo medios para pagarle a su hijo una educación reservada a muy poca gente. Para su alegría de padre su hijo terminó sus estudios de Filosofía. Y empezó los de Derecho. En ese momento su hijo, muy católico, pasó un susto de muerte conforme iba y venía de la ciudad al pueblo. Hombre de pelo en pecho, mucho orgullo y una sola palabra, Martín se metió en el convento. Era joven, tenía sólo 22 años, pero el muchacho no dio marcha atrás. Aquí comenzó su periodo negro. El periodo durante el que incubó el odio a sí mismo, hacia su Yo propio. Lo suyo no era ser monje, pero una vez dentro y habiéndose negado a mirar para atrás, aunque tuviera que odiarse y vencer ese odio dándole salida a la violencia famosa que esgrimiera contra el Diablo en su celda, él, Martín Lutero, seguiría para adelante.

Y siguió. Hijo de un trabajador valiente y próspero, astilla de tal palo, Lutero superó su periodo negro y volvió al mundo bajo una túnica que, bien pensado, podía conducirlo a la cima del mundo. Martín era un estudioso. Sabía que en los últimos siglos los monasterios se habían convertido en la cantera de los papas. Listo que era, el futuro que le ofrecía la carrera eclesiástica en mente, Martín se echó a andar. En breve pasó de simple monje a ser un mandamás. ¿Por qué no iba a poder llegar a ser algo más que un Profesor de Teología? ¿Quién le prohibía soñar con abrirse camino hacia la Curia? Y, quién sabe, hasta sentarse un día entre los obispos. No como uno cualquiera, no, incluso podía llegar a ser aquél que: Solamente es llamado “universal” con pleno derecho. Aquél que: El solo puede deponer y restablecer a los obispos. Aquél de quien: Un legado suyo, aún de grado inferior, en un Concilio está por encima de todos los obispos, y puede pronunciar contra estos la sentencia de deposición.

Aquél al que: Sólo a él le es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo a las necesidades de los tiempos, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía una casa canonical y viceversa, dividir una diócesis rica o unir las pobres. Aquél: Que solamente puede usar las insignias imperiales. Y al que: Todos los príncipes deben besar los pies solamente. Aquél: Que su nombre debe ser recitado en la iglesia. Y: Su título es único en el mundo.

Aquél a quien: Le es lícito deponer al emperador. Y: Según las necesidades, trasladar a los obispos de una sede a otra. Aquél: Que tiene el poder de ordenar un clérigo de cualquier iglesia para el lugar que él quiera. Aquél sin el que: Ningún sínodo puede ser llamado general. Y sin el que: Ningún artículo o libro puede ser llamado canónico sin su autorización. Aquél de quien: Nadie puede revocar su palabra, y que sólo él puede hacerlo. Aquél a quien: Nadie puede juzgar. Aquél al que: Las causas de mayor importancia de cualquier iglesia deben ser sometidas a su juicio. Y él solo: Puede deponer y restablecer a los obispos aún fuera de una reunión sinodal. Aquél solo quien: Si ha sido ordenado luego de una elección canónica está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro.

Amén, amén, amén. Yo también quiero la fruta de ese árbol, aunque sea de la mano del mismísimo Diablo- se dijo en secreto Lutero. Ese fue el día que Martín perdió el juicio y empezó a escribir necedades como la que sigue:

 

CAPÍTULO 35.

Doctrina anticristiana

 

-Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.

 

Cuya necedad es tan evidente que no necesita más palabras que las que ha requerido su presentación. Veamos la siguiente:

 

 

CAPÍTULO 36.

Derecho a la remisión plenaria

 

-Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aún sin carta de indulgencias.

 

Leyendo esta tesis uno se pregunta cómo el pueblo alemán pudo haber llegado a un grado de ignorancia tan supina. Yo tengo entendido que esta es la leche con la que en su infancia el cristiano es alimentado. No los de hoy, sino los de siempre. Basta leer el evangelio para sacar esta conclusión. ¿Cómo se puede refutar lo que es una verdad como una catedral de grande? ¿Acaso se creía Martín que introduciendo esta cuña retórica iba la inteligencia a tropezar en ella como si de piedra se tratase y al negar lo evidente quedase en evidencia? Lo único que se ve a través de esta ventana es el analfabetismo salvaje en el que los príncipes alemanes tenían encerrada a la nación alemana. Estado de incultura aprovechado por la voracidad de los obispos, empezando por los alemanes, para chuparle al pueblo la sangre. No olvidemos que la iglesia española les prohibió el paso a los legados del obispo de Roma, y los conjuró a irse al diablo si se atrevían a poner el pie en el territorio asignado a ellos. Ni uno de aquéllos ladrones con sotana cruzaron los Pirineos. Sí cruzaron los Alpes y los Bosques Negros.

A sus propios obispos tuvo la nación alemana que haber condenado y expulsado de su territorio y no haber culpado del atropello a los españoles. Pero donde no hay inteligencia, ya se sabe, hay bestias aullando sus desgracias bajo la ventana de sus dolores, culpando a los de fuera del látigo que desde dentro les arranca a tiras la piel de la espalda. ¡Qué bien conocía fray Martín a sus compatriotas! Sabía perfectamente que aquella Alemania era un polvorín pidiendo una antorcha. Para hacerlo saltar por los aires todo lo que tenían que hacer era hacerle oídos sordos a quien con sus Tesis les estaba diciendo a aquéllos obispos atrapados en plena siesta: U os levantáis y negociáis conmigo “u” le meto fuego y que “jarda” Troya.

 

 

 

CAPÍTULO 37.

Los bienes de Cristo y de la Iglesia

 

-Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aún sin cartas de indulgencias.

 

Bajo esta apariencia de inocencia, la amenaza del que pedía que se le abrieran las puertas y se le permitiera seguir ganando posiciones en su carrera eclesiástica, escondía toda la tragedia que los campesinos alemanes y los miles de muertos que la Reforma dejó a su paso experimentaron en sus carnes. Una vez tentado con la fruta prohibida fray Martín estaba dispuesto a todo por alcanzar la cima del mundo. La veracidad de esta tesis es tan evidente que, el hecho manifiesto de haber sido mantenido su pueblo en la ignorancia de su conocimiento, ponía al servicio de fray Martín el arma con el que destrozaría el negocio de las indulgencias y encendería un odio fratricida como no conocía la cristiandad desde los días del arrianismo, mil años atrás.

   

 

 

CAPÍTULO 38.

La remisión divina

 

-No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.

 

Primero la amenaza, inmediatamente después la ganancia a obtener de concedérsele a su persona la atención que estaba pidiendo. En él estaba el amigo y el consiervo en el Señor, y también el enemigo feroz y letal que no dudaría en usar toda su retórica para declararle la guerra civil al anticristo romano, y como que era alemán de cuna que podía cumplir su amenaza. Los obispos tendrían que decidirse y darle a conocer qué querrían encontrar en él: al amigo y defensor de su pueblo, dispuesto a mediar entre su pueblo y el obispado romano, o al enemigo salvaje y despiadado que le arrancaría de cuajo la Unidad al Cuerpo de Cristo y no dudaría en enviar al infierno a todos los que osaren presentarle batalla.

 

 

 

CAPÍTULO 39.

Las indulgencias y la verdad

 

-Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo, la prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.

 

El ofrecía eso, superar esa dificultad. Pero a cambio quería algo. Su vocación era la carrera de abogado, ¿o lo habíamos olvidado? Por el camino se equivocó de profesión. O eso pensó al principio. Una vez superado el periodo negro de crisis de libertad fray Martín descubrió que las oportunidades que la carrera eclesiástica le ofrecía a una inteligencia brillante como la suya eran infinitamente mejores, a todos los niveles. El prestigio y el Poder eran para los príncipes y para los obispos. El acceso a la aristocracia azul un mundo prohibido, miembro de la otra aristocracia, la divina, la que de verdad tenía el Poder y la gloria, el futuro que se le abría dependería de su brillante inteligencia y, esto es lo importante, de las circunstancias sociales de su tiempo. Mientras fue aspirante a cachorro de abogado la justicia le importó un bledo; la ignorancia de los clientes para sacarle los dineros era lo importante. Las transformaciones que el mundo estaba experimentando en la edad de los descubrimientos le prometían un gran porvenir a un abogado agresivo y brillante de su clase. Ahora que pertenecía a la aristocracia que de verdad mandaba aquella ignorancia sobre la que el abogado Martín hubiera fundado su prosperidad económica se había transformado también. Sobre esa misma ignorancia una inteligencia astuta como la de un demonio podría hacer maravillas. ¿No era esta la razón por la que el obispado romano mantenía en esa dulce ignorancia al pueblo cristiano?

Qué terrible vergüenza que con sus acciones el obispado romano diera lugar a semejante cadena de razonamientos. ¿Gloria de los hijos de Dios llamarse hijos de la iglesia romana? Cristo es el nombre del Señor, nació en Jerusalén y fundó su Iglesia en el ser de un hombre, no sobre la piedra donde Rómulo y Remo fundaron la ciudad eterna ¿O acaso cree el obispo de Roma que la capital italiana subsistirá eternamente? Santa Madre Iglesia Católica es el nombre de la Esposa del Señor Jesús. Pedro no fundó ninguna Iglesia. Jesús fundó en él y sus hermanos en el espíritu la Iglesia de Dios.

Roma dejará de existir, pero la Iglesia Católica existirá sempiternamente. No puede llamarse pues Romana aquella que ha sido engendrada para vivir eternamente. La Iglesia de Dios es católica, porque es universal, Cristiana porque es de Cristo, y Apostólica porque predica la Salvación de Dios, pero no es romana ni bizantina ni americana ni inglesa ni china. Dios borrará ese título del Vestido de su Sierva y limpiará la Gloria de la Esposa de su Hija cuando el mundo entero vea ese título borrado de su Casa.

 

 

OCTAVA PARTE Sobre el Volver a Nacer